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LA PACIENCIA
Bajo los cachetes de la cara tenemos un órgano llamado glándulas estoicas.
Dentro de esas glándulas se alojan unas bolitas azules, muy frías y diminutas, como
cubitos de hielo para hormigas, que liberamos en ciertas ocasiones, cuando hacemos
cola en el supermercado o esperamos al dentista. A algunos se les da por mirar al
techo mientras que otros las sueltan con un resoplido, hinchando los cachetes y
poniendo trompa así: buufff. Estas bolitas heladas evitan que nos enojemos (aunque
no evitan que nos aburramos) y forman la paciencia.
Es muy difícil que los ancianos conserven algo de paciencia. Durante la vida,
bien o mal, se la van gastando toda, y en el momento en que les toca jubilarse y estar
más tranquilos, los cachetes han quedado vacíos como un tarro de caramelos en un
cumpleaños.
Pero la naturaleza es sabia, dicen, y es por eso que cuando los vemos tomando
mate en la vereda, jugando con un perro o leyendo el diario mientras un nieto les
camina por la cabeza, comprobamos que han cambiado la paciencia por otra glándula
compuesta de cálidas bolitas rojas y que, según parece, son infinitas e inagotables.