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FRIEDRICH NIETZSCHE
REFLEXIÓN
Básicamente el libro critica toda la modernidad, los filósofos, la compasión por las
personas que sufren, así como a la iglesia que ha perjudicado al hombre impidiendo
que no salgan adelante al ayudarlos, en vez de enseñarles a hacer las cosas,
rechaza la objetividad, dado que el hecho de seguir a la mayoría te hace tonto. La
tesis central del libro es que el individuo orgulloso y creativo va más allá del bien y
el mal en la acción, el pensamiento y la creatividad. En Más allá del Bien y el Mal
se plantea que los hombres ordinarios son temerosos, obedientes y serviles. El
verdadero aristócrata del espíritu, el hombre noble, no es siervo ni ciudadano; él es
legislador, el que determina con sus actos y decisiones lo que está correcto o
incorrecto, bueno o malo.
Nietzsche describe dos tipos principales de moralidad: la moral del amo y la moral
del siervo. Los valores morales son determinados por los gobernantes o los
gobernados. Naturalmente, los gobernantes consideran los términos "bueno" y
"malo" como sinónimo de "noble" y "despreciable". Aplican valores morales a los
hombres, venerando al aristócrata; pero los que son gobernados, la clase
subordinada, aplican los valores morales principalmente a los actos,
fundamentando el valor de una acción en su utilidad, el servicio que se deriva de
ésta. Para el hombre noble son virtudes el orgullo y la fuerza; mientras que para los
"siervos" la paciencia, el sacrificio, la mansedumbre y la humildad, son virtudes. El
aristócrata desprecia la utilidad, la cobardía, la auto humillación y la mentira; como
miembro de la clase dominante debe buscar las cualidades morales opuestas.
Nietzsche calificaba el amor considerado como "una pasión" de origen noble, por lo
que sostuvo "que lo que se hace por amor siempre tiene lugar más allá del bien y el
mal”.
RESUMEN
Los filósofos suelen hablar de la voluntad como si ésta fuera la cosa más
conocida del mundo; y Schopenhauer dio a entender que la voluntad era la única
cosa que nos era propiamente conocida, conocida del todo y por entero, conocida
sin sustracción ni añadidura. Pero a mí continúa pareciéndome que, también en este
caso, Schopenhauer no hizo más que lo que suelen hacer justo los filósofos: tomó
un prejuicio popular y lo exageró.
Cualquiera que sea la posición filosófica que adoptemos hoy: mirando desde
cualquier lugar, la erroneidad del mundo en que creemos vivir es lo más seguro y
firme de todo aquello de que nuestros ojos pueden todavía adueñarse: - a favor de
esto encontramos razones y más razones que querrían inducirnos a conjeturar que
existe un principio engañador en la «esencia de las cosas». Más quien hace
responsable a nuestro pensar mismo, es decir, a «el espíritu», de la falsedad del
mundo.
¿Necesito decir expresamente, después de todo esto, que esos filósofos del
futuro serán también espíritus libres, muy libres, - con la misma seguridad con que
no serán tampoco meros espíritus libres, sino algo más, algo más elevado, más
grande y más radicalmente distinto, que no quiere que se lo malentienda ni confunda
con otras cosas? Pero al decir esto siento para con ellos, casi con igual fuerza con
que lo siento para con nosotros, ¡nosotros que somos sus heraldos y precursores,
nosotros los espíritus libres! - el deber de disipar y alejar conjuntamente de nosotros
un viejo y estúpido prejuicio y malentendido que, cual una niebla, ha vuelto
impenetrable durante demasiado tiempo el concepto de «espíritu libre»
Hasta ahora los hombres más poderosos han venido inclinándose siempre
con respeto ante el santo como ante el enigma del vencimiento de sí y de la renuncia
deliberada y suprema. En suma, los poderosos del mundo aprendían un nuevo
temor en presencia del santo, atisbaban un nuevo poder, un enemigo extraño,
todavía no sojuzgado: - la «voluntad de poder» era la que los obligaba a detenerse
delante del santo.
«Yo he hecho eso», dice mi memoria. «Yo no puedo haber hecho eso» - dice
mi orgullo y permanece inflexible. Al final -la memoria cede.
En relación con un genio, es decir, con un ser que o bien fecunda a otro, o
bien da a luz él, tomadas ambas expresiones en su máxima extensión, el docto, el
hombre de ciencia medio, tiene siempre algo de solterona: pues, como ésta, no
entiende nada de las dos funciones más valiosas del ser humano. De hecho a
ambos, a doctos y a solteronas, a modo de indemnización, por así decirlo, se les
reconoce respetabilidad - se subraya en estos casos la respetabilidad -, y la
forzosidad de ese reconocimiento proporciona idéntica dosis de fastidio.
La corrupción, como expresión del hecho de que dentro de los instintos
amenaza la anarquía y de que está quebrantado el cimiento de los afectos, el cual
se llama «vida»: la corrupción es algo radicalmente distinto según sea la realidad
vital en que se muestre. Su creencia fundamental tiene que ser cabalmente la de
que a la sociedad no le es lícito existir para sí misma, sino sólo como infraestructura
y andamiaje, apoyándose sobre los cuales sea capaz una especie selecta de seres
de elevarse hacia su tarea superior y, en general, hacia un ser superior.
Entre las cosas que tal vez le resulten más difíciles de comprender a un
hombre aristocrático está la vanidad: se sentirá tentado a negarla incluso allí donde
otra especie de hombre cree asirla con ambas manos. El problema para el hombre
aristocrático consiste en representarse unos seres que buscan despertar acerca de
sí mismos una buena opinión que ellos mismos no tienen de sí - y, por lo tanto,
tampoco «merecen» -, y que posteriormente creen, sin embargo, en esa buena
opinión.