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Fecha: 23 de Agosto 2019

Tema: Es lo Mismo
Lectura Bíblica: Malaquías 1:13 (LBLA)
“También decís: «¡Ay, que fastidio!» Y con indiferencia lo despreciáis -dice el Señor de los
ejércitos- y traéis lo robado, o cojo, o enfermo; así traéis la ofrenda. ¿Aceptaré eso de
vuestra mano? -dice el Señor”.

Existen muchas condiciones en el ser humano que son difíciles de revertir. Cada uno de
nosotros tenemos una obstinada tendencia a insistir en lo malo, aun cuando hemos
comprobado fehacientemente que el camino por el cual estamos andando solamente
produce angustia, dolor y tribulación. De todas las condiciones que pueden instalarse en lo
profundo del corazón humano, sin embargo, ninguna es tan difícil de revertir como la
indiferencia.
La indiferencia es ese estado donde nos ha dejado de interesar algo. Es posible que
en otros tiempos existiera por determinado proyecto, sueño o individuo una pasión y un
compromiso que desbordaba nuestro ser y contagiaba a otros el mismo sentir. Con el pasar
del tiempo, sin embargo, los abatares de la vida, las desilusiones con las personas o
simplemente la imposibilidad de ver realizados los sueños, lentamente fueron apagando
nuestra pasión. Eventualmente se instaló en nuestro corazón una actitud de desinterés
absoluto. Y si apareciera, como por arte de magia, la posibilidad de lograr lo que en otro
tiempo tanto anhelábamos, ya no produciría en nosotros la más mínima demostración de
entusiasmo. Hemos llegado al peor de los estados humanos: la muerte en vida.
La indiferencia muchas veces es el resultado de la frustración prolongada. Es decir,
con el pasar de los años hemos comprobado que nuestros mejores esfuerzos no producen
ningún cambio, ni afectan el rumbo de las cosas. En las épocas de fervor y pasión poseíamos
una convicción de que no había nada que no pudiéramos lograr si invertíamos todo nuestro
entusiasmo y energía en eso. Pero las cosas no cambiaron, los resultados no se dieron, los
sueños no se materializaron. Llegamos a la conclusión de que no importa qué es lo que
hagamos, todo seguirá igual. ¿Para qué seguir perdiendo el tiempo?
La indiferencia muchas veces también se instala en el ministerio. Creíamos que
nuestra pasión y devoción iban a ser los ingredientes claves para llevar adelante la tarea que
se nos encomendó. Con el pasar de los años, no obstante, no desarrollamos ese ministerio
exitoso con el cuál soñábamos, ni tampoco creció nuestra congregación como estábamos
esperando. Se instaló en nosotros primero la desilusión y, luego, una actitud cínica.
Comenzamos, entonces, a conducir el ministerio en “piloto automático”, realizando las
actividades, pero dejando afuera el corazón.
Comprobar que no somos nosotros los que movemos las cosas en el reino es una lección
saludable para todo ministro. Es por el accionar de Dios que se produce vida, y vida en
abundancia. Cuando un líder llega a la convicción profunda que “si el Señor no obra, en
vano trabajan los obreros”, está en óptimas condiciones para participar de los proyectos de
Dios. Habrá dejado de confiar en sus propias habilidades, pasiones e impulsos, para
depositar toda su confianza en su Padre Celestial. ¡Esto sí que es un estado deseable de
lograr!

Para pensar:
“El corazón del hombre se propone un camino, pero Jehová endereza sus pasos” Proverbios 16:9

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