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Jerusalén
(para los hebreos, este nombre significa «fundamento de la paz; posesión de la
paz»; su etimología es incierta).
Ciudad santa; capital de la monarquía unida bajo David y Salomón, del reino de
Judá, de Judea, y modernamente declarada por el Knesset (Parlamento del Estado de
Israel) la «capital eterna de Israel».
A. Nombre.
B. La ciudad.
a. Situación.
b. Suministros de agua.
c. Estructuras defensivas.
C. Historia de la ciudad.
a. La ciudad cananea.
b. La ciudad israelita.
A. NOMBRE.
Muchos han sostenido que la mención más antigua de Jerusalén que se tiene en la
Biblia es la mención de Salem en Gn. 14:18, en relación con el encuentro de Abraham
con Melquisedec, «rey de Salem». En las tabletas cuneiformes de los restos de Ebla
(véase MARDIKH [TELL]) aparecen por separado los nombres de Salim y de Urusalima,
entre otras ciudades como Hazor, Laquis, Meguido, Gaza, Dor, Sinaí, Jope, Sodoma y
las otras ciudades de la llanura. Estas ciudades estaban en relación comercial con
Ebla, y estos registros, anteriores a la catástrofe que destruyó Sodoma y las otras
ciudades comarcanas, parecen indicar que Salim o Salem era una ciudad distinta de
Jerusalén (Urusalima). Estas tabletas están fechadas alrededor del año 2300 a.C. En
el relato de la conquista de Canaán figura bajo el nombre de Jebús y de Jerusalén.
Después de ello se encuentra frecuentemente el nombre de Jebús mientras los
jebuseos poseyeron la ciudad. Al apoderarse David de ella, el antiguo nombre vino a
ser su única designación (aunque también se usó su abreviación Salem, cf. Sal.
76:2). La pronunciación Y'rû, shãlêm se modificó posteriormente a fin de darle una
forma dual, Y'rûshãla'(y) im. Esta es la interpretación de ciertos gramáticos. La
forma Urusalim se encuentra en las cartas de Tell el-Amarna (véase AMARNA), en las
cartas dirigidas a Amenofis IV (o Amenhotep IV), rey de Egipto. Velikovsky y
Courville documentan que la asignación de este rey y de las cartas al siglo XV a.C.
no es sostenible, y que se refiere a la época de Acab y Josafat, durante un período
entre 870 y 840 a.C., aproximadamente (cf. Courville y Velikovsky, véase
Bibliografía bajo articulo AMARNA). Así, se debe reconocer la gran antigüedad de
las menciones de Urusalima en las tabletas de Ebla, en tanto que Tell el-Amarna nos
da unos documentos relativamente mucho más recientes, del siglo IX a.C. en la
cronología revisada, frente a la asignación al siglo XV a.C. en la cronología
comúnmente divulgada.
B. LA CIUDAD.
a. Situación.
Jerusalén se halla en una meseta sobre la cordillera central que constituye el eje
dorsal de Palestina, en uno de sus puntos más elevados (800 m. sobre el nivel del
Mediterráneo). Se halla a la misma latitud que la extremidad septentrional del mar
Muerto. Excepto en su parte norte, la ciudad está separada del resto de la meseta
por profundos barrancos o torrenteras. Este promontorio está cortado a su vez por
una depresión llamada Tiropeón; esta depresión desemboca en el ángulo sureste del
promontorio, en la unión de los barrancos meridional y oriental (Hinom y Cedrón,
respectivamente). Subiendo desde allí, el Tiropeón se extiende hacia el norte en un
arco, a lo largo de más de 1,5 Km.; a la mitad, desde la zona cóncava, proyecta una
ramificación que se dirige directamente hacia el oeste. Ésta era la configuración
original de la localidad; pero, con el curso de los siglos, los trabajos urbanos y
las devastaciones de las guerras rebajaron las alturas y terraplenaron las
depresiones. Las ramificaciones de estos valles rodean tres colinas principales:
una al este, otra al sudeste, y otra al noroeste:
(2) La colina oblonga del suroeste, la más grande de las tres, tiene un
contrafuerte que se proyecta hacia el noreste. Esta colina se levanta formando un
pico sobre los valles circundantes. Su gran cumbre se detiene al principio a una
altura de 731 m. y después sube hacia el oeste hasta 775 m.
(3) La tercera colina es una proyección de la meseta, más que un cerro aislado. Se
halla al norte de la colina anteriormente descrita, a unos 746 m.; se hallaba
incluida dentro de la ciudad antes de la era cristiana.
Estas tres colinas y sus barrancos protectores hacían de Jerusalén una ciudad
inexpugnable (2 S. 5:6), rodeada y dominada además por otras alturas (Sal. 125:2).
El barranco oriental es el valle del Cedrón. Hacia el este, a partir del valle del
Cedrón se halla el monte de los Olivos, frente a las colinas de la ciudad. El monte
orientado en dirección norte-sur es la colina del Templo, llamada, al menos en la
zona donde estaba el santuario, monte de Moria. Su extremidad meridional, más baja,
llevaba el nombre de Ofel. El valle situado al Oeste de esta colina es el Tiropeón,
en el que está situado, en el extremo meridional de la colina, el estanque de
Siloé. El valle de Hinom (de donde viene el nombre Gehena) va desde el extremo
noroeste de la ciudad hasta el suroeste; de allí, gira hacia el este, y se une con
el valle del Cedrón. Al norte del Templo se halla el estanque de Betesda.
(1) El monte Sion sería la colina del suroeste. Esta opinión ha prevalecido desde
el siglo IV:
(a) Sion era la ciudad de David (2 S. 5:7-9). Josefo dice que David dio a la ciudad
alta el nombre de ciudadela y era indudablemente la colina del suroeste (Guerras
5:4, 1) Por ello es singular que Josefo no le dé explícitamente el nombre de Sion.
(b) En Neh. 3, donde tiene tanta importancia la reconstrucción de las murallas,
permite ver que Sion no formaba parte de la colina del Templo.
(c) El carácter sagrado de Sion se explica porque el arca reposó muchos años en
este lugar del que David cantó la santidad (2 S. 6:12-18; 1 R. 8:1-4; Sal. 26). El
nombre de Sion vino a ser así el título de nobleza de Jerusalén y servía para
designarla en su conjunto, como ciudad santa (Sal. 48; 87; 133:3);
(2) El monte Sion era la colina del noroeste (Warren). Esta eminencia ha sido
identificada con el sector de la ciudad que Josefo denomina Acra y que, en griego,
significa ciudadela. Si este historiador la denomina ciudad baja es porque había
venido a serlo en su época; originalmente, la ciudadela se alzaba más elevada.
Simón Macabeo la abatió porque dominaba el Templo (Ant. 13:6, 7). Primitivamente,
esta colina del noroeste había sido un lugar adecuado para una fortaleza jebusea.
(3) El monte Sion era una parte de la colina del Templo. Los principales argumentos
en favor de esta opinión:
(a) La colina del Templo sigue siendo la más adecuada para una fortaleza.
(c) Los términos que hablan de Sion como lugar santo no son aplicables a toda la
ciudad, pero tienen su explicación si el Templo se levantaba sobre el monte Sion.
Éste, efectivamente, recibe el nombre de santo monte, morada del Señor, monte de
Jehová (Sal. 2:6; 9:11; 24:3; 132:13).
(d) En 1 Mac. 1:33-38, Sion es el monte del Templo. La distinción constante que se
hace entre la ciudad de David y el monte Sion, lugar del santuario, demuestra que
el sentido de estas expresiones había cambiado desde la época en que eran sinónimas
(2 S. 5:7). La explicación más sencilla es que el monte Sion formaba parte de la
colina del Templo. Por extensión, se daba frecuentemente el nombre de Sion a toda
la colina del Templo, en tanto que la expresión «ciudad de David» había tomado
también un sentido más amplio, designando toda la ciudad de Jerusalén (2 S. 5:7;
Ant. 7:3, 2), comprendiéndose en esta designación los nuevos suburbios de las
colinas vecinas, rodeados de fortificaciones. El término «ciudad de David» podía
incluir o excluir el santuario, según la oportunidad. Los sirios construyeron una
fortaleza en la ciudad de David, pero Judas Macabeo entró, y se apoderó del Templo
en el monte Sion (1 Mac. 1:33 ss.; 4:36 ss.).
Esta tercera solución tiene todos los visos de verosimilitud. Sion, la ciudadela de
los jebuseos, con cuatro puertas, ocupaba la extremidad meridional de la colina
oriental al sur del Templo, al sur también de la depresión transversal. Ciertas
secciones de antiguas murallas han sido exploradas, y se les asignan fechas del
tercer milenio a.C.
b. Suministros de agua.
A las fuentes acompañaban las cisternas. Las torres que dominaban las murallas
tenían grandes depósitos de agua de lluvia (Guerras 5:4, 3) numerosas cisternas de
las que todavía existen en gran cantidad estaban diseminadas por la ciudad (Tácito,
Hist. 5:12).
Además del aporte de las fuentes y de las cisternas de la ciudad había también el
suministro de agua traída de lejos. El estanque de Mamillã tallado en la roca se
halla al principio del wadi er-Rabãbi, al oeste de la ciudad. Más abajo del Hinom,
frente al ángulo suroccidental de las murallas actuales, se halla Birket es-Sultãn
(el estanque del Sultán), construido en el siglo XII d.C. Algunos arqueólogos
identifican el estanque de Mamillã con el de la Serpiente, mencionado por Josefo
(Guerras 5:3, 2). Un acueducto llevaba el agua de Mamillã hasta el estanque del
patriarca, al este de la puerta de Jafa. La tradición lo identifica con el estanque
de Ezequías; es probable que se trate del estanque de Amigdalón, es decir, del
almendro (o de la torre), mencionado por Josefo (Guerras 5:11, 4). En un período
posterior, se construyó un depósito al norte de la zona del templo, en un terreno
donde un pequeño valle se ramifica del Cedrón hacia el oeste. Sus aguas venían del
oeste. Este depósito se llama «estanque de Israel» (Birket' Isrã'în). Más hacia el
oeste se hallan los estanques gemelos, que Clermont-Ganneau identifica con el
estanque Strouthios (del gorrión). Este estanque existía durante el asedio de Tito;
se hallaba frente a la torre Antonia (Guerras 5:11, 4). El mayor acueducto era el
que, desde más allá de Belén, llevaba agua hasta Jerusalén. Según el Talmud, salía
un conducto de agua de la fuente de Etam para dar el suministro al templo de
Jerusalén. Etam se halla en Khirbet el Khoh, cerca de 'Am 'Atán, en los parajes del
pueblo de Urtãs, a unos 3 Km. al suroeste de Belén. El acueducto es muy antiguo,
anterior a la época romana.
c. Estructuras defensivas.
Hay dos importantes puertas de la muralla descrita que no son mencionadas en Neh. 3
a pesar de que una de ellas, al menos, la puerta del Ángulo, existía en aquella
época (2 R. 14:13; 2 Cr. 26:9; cf. Zac. 14:10); la otra era la puerta de Efraín
(Neh. 8:16; 12:39). La puerta del Ángulo parece haber estado situada en el extremo
nororiental de la ciudad (Jer. 31:38), a 400 codos de la puerta de Efraín (2 R.
14:13) que daba paso al camino que se dirigía a Efraín; así, se cree que esta
puerta estaba al norte de la ciudad y al este de la puerta del Ángulo; en todo
caso, se hallaba al oeste de la puerta Vieja (Neh. 12:39). Partiendo de la puerta
de las Ovejas, y siguiendo, en dirección oeste, la muralla septentrional, la
disposición de las puertas y de las torres era la siguiente:
puerta de Efraín y
Había también una puerta de Benjamín que miraba del lado de esta tribu (Jer. 37:13;
38:7; Zac. 14:10). Es probable que se corresponda con la puerta de las Ovejas.
Todavía en la actualidad se debate el problema referente a la situación de ciertas
puertas. Se podría identificar la puerta de Efraín con la puerta de en medio (Jer.
39:3); se ha intentado también asimilarla a la puerta de los Peces. Ciertos
comentaristas han pretendido que las expresiones puerta del Ángulo y puerta Vieja
se refieren a una misma puerta.
Pompeyo descubrió que Jerusalén era una fortaleza. Cuando al fin se apoderó de la
ciudad, en el año 63 a.C., destruyó las fortificaciones (Tácito, Hist. 5:9 y ss).
César permitió su reconstrucción (Ant. 14:8, 5; Guerras 1:10, 3 y 4). Al norte,
estas fortificaciones, eran dos murallas que Herodes y los romanos, sus aliados,
tomaron en el año 37 a.C. sin destruirlas (Ant. 14:6, 2 y 4; cf. 15:1, 2).
En la época de Cristo Jerusalén tenía, al norte, las dos murallas citadas; pronto
adquirió una tercera. Josefo atribuye la primera (una muralla interior) a David, a
Salomón y a los reyes que les sucedieron. Basándose en los puntos de referencia que
existían entonces, Josefo describe así el primer cinturón fortificado: partiendo de
la torre de Hippicus (inmediatamente al sur de la moderna puerta de Jafa, en el
ángulo noroccidental de la muralla de la ciudad vieja), se dirigía hacia el este,
hacia el pórtico occidental del Templo. Al sur y al este de la torre de Hippicus,
pasaba cerca del estanque de Siloé y, por el Ofel, llegaba al pórtico oriental del
Templo (Guerras 5:4, 2); rodeaba las colinas del sudoeste y del este. La segunda
muralla protegía el norte y el principal sector comercial de la ciudad (Guerras
5:4, 2; con respecto a los bazares de este sector, véase 8:1; 1:13, 2; Ant. 14:13,
3). Esta segunda muralla comenzaba en la puerta Gennath, esto es, la puerta de los
Huertos, que formaba parte del primer cinturón levantándose cerca de la torre de
Hippicus al este (Guerras 5:4, 2; cf. 3:2 para los huertos); la fortificación se
terminaba en la torre Antonia (llamada al principio Baris), al norte del Templo
(Guerras 5:4, 2). Herodes Agripa I, que reinó en Judea del año 41 al 44 d.C.,
emprendió la construcción de una tercera muralla, con el fin de incluir en los
limites de la ciudad el suburbio no protegido de Bezetha. Sin embargo, el emperador
Claudio ordenó a Herodes que cesara los trabajos. Al final, los judíos mismos
concluyeron las obras. Esta tercera muralla comenzaba en la torre de Hippicus,
subía al norte, llegaba a la torre de Psephino, en el ángulo noroccidental de la
ciudad (Guerras 5:3, 5; 4:3), se dirigía al este, cerca de la tumba de Elena reina
de Adiabene (Guerras 5:4, 2; Ant. 20:4, 3). El muro incluía el lugar en el que la
tradición situaba el campamento asirio (Guerras 5:7, 3); rebasaba las grutas de los
reyes; torcía hacia el sur en la torre del Ángulo, cerca del edificio del Foulón, y
se unía con la antigua muralla en el valle del Cedrón (Guerras 5:4, 2). El
perímetro de las murallas era de 33 estadios, o alrededor de 6 Km. (Guerras 5:4,
3). La torre Antonia estaba contigua al Templo, y el palacio de Herodes, con sus
torres que dominaban la muralla al oeste, vino a unirse a las fortificaciones ya
existentes. Cuando Tito se apoderó de Jerusalén en el año 70 d.C., arrasó todas
estas obras defensivas, preservando sólo tres torres: la de Hippicus, de Fasael y
de Mariamne. De toda la muralla, este general sólo preservó la parte que rodeaba el
Oeste de la ciudad, con el fin de proteger la guarnición romana. En cuanto a las
tres torres anteriores, Tito quería que ellas fueran testimonio a las futuras
generaciones de la importancia que había tenido la ciudad conquistada por el arrojo
romano (Guerras 7:1, 1).
C. HISTORIA DE LA CIUDAD.
a. La ciudad cananea.
b. La ciudad israelita.
David hizo de Jerusalén la capital del reino, y emprendió la tarea de hacer de ella
el centro religioso de la nación. El arca no tenía morada desde que el Señor había
abandonado Silo, y el rey la llevó a Jerusalén, erigiéndole un tabernáculo decoroso
y se dedicó a reunir los materiales para la construcción de un santuario (2 S. 6-
7). Su hijo Salomón erigió el espléndido Templo, rodeándolo de murallas, que le
dieron el aspecto de una fortaleza, y se construyó además un palacio que igualaba
al Templo en esplendor(1 R. 6-7). Pero, bajo el reinado siguiente, Sisac, rey de
Egipto (identificado por Velikovsky y Courville como Tutmose III, en la cronología
revisada de Egipto) penetró en Jerusalén, llevándose los tesoros del Templo y del
palacio real (1 R. 14:25-27); después de algo más de 80 años, hordas árabes y
filisteas tomaron por poco tiempo la ciudad y la saquearon (2 Cr. 21:17). A pesar
de estas vicisitudes, la población fue en aumento; se empezó a diferenciar entre
los diversos distritos de Jerusalén (2 R. 20:4; 22:14). Antes del inicio del siglo
VIII a.C., una prolongación de la muralla englobaba un suburbio de la colina del
noroeste. Se trataba del distrito comercial, que siguió siéndolo aún después del
exilio y hasta la destrucción de Jerusalén por Tito (Guerras 5:8, 1). La puerta de
las Ovejas y la del Pescado se hallaban en este sector, que estaba situado a lo
largo del valle llamado Tiropeón (de los comerciantes del queso). Bajo el reinado
de Amasías, rey de Judá, los israelitas del reino del norte destruyeron una parte
de las fortificaciones al norte de la ciudad, y se apoderaron de los tesoros del
Templo y del palacio (2 R. 14:13, 14). Uzías y Jotam, reyes de Judá, repararon las
destrucciones y aumentaron las defensas, erigiendo nuevos torreones (2 Cr. 26:9;
27:3). Es posible que tuvieran que reparar muchos otros desastres además de los
causados por la guerra, porque bajo Uzías Jerusalén sufrió los efectos de una
fuerte convulsión tectónica (Am. 11; Zac. 14:5; Ant. 9:10, 4). Los israelitas del
reino del norte aliados con los sirios asediaron la ciudad durante el reinado de
Acaz, pero en vano (2 R. 16:5). Este rey de Judá entregado a la idolatría hizo,
poco después del asedio, extinguir las lámparas del santuario y detener los
holocaustos, ordenando el cierre del Templo (2 R. 16:14 ss.; 2 Cr. 28:24; 29:7).
Ezequías volvió a abrir el Templo, restableciendo el culto; sin embargo, para
detener el ataque de los asirios, les tuvo que entregar el tesoro real, el del
santuario, y las planchas de oro de que estaban revestidas las puertas del Templo.
Pero esto sólo fue un alivio pasajero, porque al final los ejércitos de Asiria
pusieron sitio a Jerusalén (2 Cr. 29:3; 2 R. 18:15, 16) Sin embargo el ángel del
Señor azotó al ejército enemigo librando a Jerusalén de una manera prodigiosa (2 R.
19:35). Cuando Manasés volvió de su breve cautiverio en Babilonia construyó
murallas y mejoró las fortificaciones (2 Cr. 33:14)
Durante los reinados del hijo y nieto de Josías varios reveses abrumaron la ciudad.
Bajo Joacim, Nabucodonosor asedió Jerusalén y entró en ella, encadenó al rey, y
terminó liberándolo, pero se llevó consigo a una buena cantidad de jóvenes
príncipes y de objetos de gran precio del Templo (2 R. 24:1; 2 Cr. 36:6; Dn. 1:1).
Después Nabucodonosor volvió, vació el tesoro real y el del Templo, se apoderó del
resto de los utensilios de oro y de plata del santuario, llevó cautivo al rey
Joaquín a Babilonia, deportando asimismo a los más útiles de los moradores de
Jerusalén, soldados, artesanos, herreros, etc. (2 R. 24:10-16). Nueve años más
tarde, bajo Sedecías, Nabucodonosor atacó Jerusalén por tercera vez; la asedió
durante dos años, provocando una terrible hambre. Finalmente, los atacantes
consiguieron abrir una brecha en las murallas; incendió el Templo, los palacios,
demolió las murallas, y deportó al resto de los habitantes, excepto a los
indigentes (2 R. 25). Jerusalén estuvo en ruinas durante cincuenta años. Zorobabel,
acompañado de 50.000 israelitas, volvió en el año 538 a.C. Al inicio del año
siguiente, echó los cimientos del Templo (Esd. 2:64, 65; 3:8). Hacia el año 444
a.C., Nehemías reconstruyó la muralla. Los persas tenían entonces el dominio, que
recayó a continuación en los macedonios, bajo Alejandro Magno. En el año 203 a.C.,
Antíoco Epifanes se apoderó de Jerusalén, que cayó en manos de Egipto en el año 199
a.C. En el año 198 a.C., la ciudad abrió sus puertas a Antíoco, que se presentaba
como amigo. En el año 170 a.C., Antíoco se hizo el dueño de Jerusalén, profanando
el Templo acto seguido; los macabeos se alzaron en armas en el año 165 a.C. Judas
volvió a tomar la ciudad y purificó el Templo. Los reyes de la dinastía hasmonea
erigieron cerca del Templo una ciudadela que recibió el nombre de Baris, es decir,
«la Torre» (véase ANTONIA). Pompeyo se apoderó de Jerusalén en el año 63 a.C.,
demoliendo una parte de las murallas. Craso saqueó el Templo en el año 54 y los
partos entraron a saco en la ciudad el año 40. Herodes el Grande se apoderó de
Jerusalén en el año 37 a.C., reparó las murallas, construyó diversos edificios para
embellecer la ciudad, reconstruyó el Templo, y le dio un esplendor que contrastaba
con el carácter relativamente humilde del Templo de Zorobabel. Comenzado entre el
año 20 y 19 a.C., el Templo no quedó totalmente acabado durante la vida terrenal de
nuestro Señor. Herodes fortificó la ciudadela, llamándola Antonia. Al morir,
Jerusalén tenía dos murallas que la rodeaban, totalmente o en parte, en tanto que
en la época de Salomón sólo habla tenido una. Herodes Agripa comenzó una tercera
línea de murallas, hacia el año 42 o 43 d.C., unos doce años después de la
crucifixión. En el año 70 d.C., los romanos, conducidos por Tito, ocuparon
Jerusalén, después de haber destruido o incendiado, durante el asedio, el Templo y
casi toda la ciudad. El general romano demolió las murallas, excepto una parte de
la línea occidental, y las tres torres de Hippicus, Fasael y Mariamne (Guerras 7:1,
1).