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Por: NATALIA SPRINGER | columnista de el Tiempo

7:42 p.m. | 03 de Junio del 2012

Señora Rosa Elvira, ¿usted tiene seguro?

A las 4:52 a.m. entró la primera llamada de varias que se surtieron antes de que la
Policía la encontrara a las 6:22 a.m. Rosa Elvira Cely apenas había conseguido
sobrevivir, pero no estaba lista para rendirse. Fue brutalmente violada, asfixiada,
golpeada, apuñalada, sodomizada, torturada y, al final, la arrojaron al barranco, pero ella
tuvo el valor suficiente para guiar a las autoridades hasta el lugar en el que se
encontraba y resolver el crimen del que había sido víctima.

La ambulancia, asignada por la línea 123, nunca llegó. Y, cuando por fin apareció una
ambulancia solicitada por los policías que la atendieron, uno de los miembros del
personal de atención le preguntó: "Señora, ¿usted tiene seguro?". "No", respondió Rosa.
Y es entonces cuando la lógica de mercado que gobierna el sistema de salud en
Colombia y que no honra la vida, sino que trafica con ella, decidió sobre su opción de
sobrevivir. Rosa estaba muriendo, pero no fue llevada ni al Hospital San Ignacio, a
pocas cuadras de donde fue atacada, ni al Hospital Militar, asiento de uno de los
mejores equipos de trauma complejo del mundo, capaz de salvarles la vida a los
soldados víctima de minas antipersonales. No. La enviaron a un hospital desbordado por
la demanda de servicios, a 25 minutos de camino, en donde, según se registra en los
protocolos de atención, revelados por Noticias Uno, fue recibida por los médicos a las
10:04 a.m., y a las 11:30 a.m. estaba "pendiente de camilla", hasta que entró en paro
cardiorrespiratorio. La enviaron a un hospital para personas como ella: pobre.

Antes de morir, Rosa dejó rastros suficientes para identificar a uno de sus atacantes.
Javier Velasco Valenzuela, el presunto responsable, pagó tres años de condena por el
homicidio de una mujer, y tenía dos procesos pendientes por violación. Uno, desde
noviembre del 2007, por abusar de sus hijastras, y otro, desde agosto del 2008, por
abusar de una mujer que lo identificó y lo denunció. Pero solo hasta mayo de este año,
cinco años después, no se emitió una orden de captura, que, por supuesto, no se hizo
efectiva. Estaba tan tranquilo que la Policía lo capturó mientras departía en un negocio,
muy cerca de donde vivía Rosa. No tenía razones para huir. Como señalé en una
columna anterior (Ácido, 6 de mayo del 2012), la impunidad estaba prácticamente
asegurada.
Pero Rosa Elvira no murió en vano. Se cercioró, antes de perder la conciencia, de
exponer a su asesino, al sistema de "reacción inmediata" que jamás reaccionó, al aparato
de salud indecente que estratifica la vida, a la justicia que le garantizó a su asesino la
impunidad. Nos expuso a todos como sociedad. A todos, dueños orgullosos de una
Constitución magnífica, que solo existe en el papel, pero cuyos fundamentos no son los
estándares con los que se legisla, ni los que guían nuestras aspiraciones como sociedad.

Por lo menos dos mujeres han tenido que morir y tres más han sido violadas antes de
que las autoridades detuvieran a este criminal. Rosa no es la primera víctima del
empalamiento en un país en el que el ultraje sexual ha sido arma de guerra. No hay
condenas, apenas la promesa de que se formará un equipo especializado en estos
crímenes.

Recordemos que en este país se legisla con afán para los victimarios. Que las víctimas
esperen. Pero su valentía encendió, por fin, en todas nosotras, la indignación para trazar
la línea y no guardar ni un minuto más de silencio, para gritar: "¡Basta ya!". A ver si
entendemos de una vez por todas que la defensa de nuestros derechos la tenemos que
asumir nosotras, con Rosa, la mujer valiente, en nuestro corazón.

NATALIA SPRINGER
@nataliaspringer

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