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JORGE SUÁREZ Y LA POESÍA

Eres ya rayo de otro cielo, trueno.


(HOMBRE VIEJO)

La profunda risa ronca que acompañaba a menudo las reflexiones de Jorge Suárez también
era irónica, lúcida o triste. Sabio como pocos, don Jorge adornaba de sonrisas, risas
interiores o carcajadas, según el caso, sus cuentos siempre vitales, sus anécdotas
innombrables y sus recuerdos, e incluso, porque en él todo era uno, sus lecciones y
conferencias.

Risa sabia, cercana al trueno del Olimpo, que ilumina y aterroriza. Cercana también a la
palabra, cuyo poder es similarmente inmenso, palabra que retumba más aún en el ejercicio
de su poder poético, aquél que despierta extraños y desconocidos sentidos en lo más hondo
de quien lee. Escribir como se ríe, con el aliento expelido desde el fondo del pecho, con el
desahogo, el goce y con el saber oculto del iniciado, del sabio, del vidente.

Años han pasado desde que Jorge Suárez se fue. Como a todo escritor, le ha tocado el
extraño destino de irse y quedarse, de no ser ya y ser todavía. Inmensa producción literaria
y periodística la suya, inmensa la herencia que deja a los jóvenes escritores, a los alumnos
de sus Talleres de cuento, a los oidores y admirados amigos de sus tertulias y finalmente a
aquel anónimo “público” que será el que reciba en definitivas cuentas, sus libros, y a través
de ellos, el espíritu fuerte y sensible del poeta.

¡Cómo no encontrar algo de ese espíritu en cada línea, en cada verso escritos por él! De
estos poemas hasta hoy inéditos emanan algunas de las luces que lo guiaban, las grandes
líneas de la vida y de la muerte mezclándose muchas veces a la infinita presencia de la
infancia perdida o a los placeres pequeños que dan las cosas y los lugares cotidianos, de
pronto transformados en oro puro por un repentino Midas poeta.
(…) ………………….. En la gloria
de la granada desgranar mi historia,
perla a perla, en un rojo pedrerío.
(OFICIO)

Cantaba en los aleros, reía en mi ventana


y trazaba las grises catedrales del aire,
vertió un hilo celeste sobre cada pupila,
elevó un dardo de plata en cada rostro viejo (…)
(AQUELLA LLUVIA)

Basta leer algunos versos, construidos desde el tacto y la vista, desde las sensaciones
primarias y las emociones contenidas. Él mismo lo decía con frecuencia: es suficiente leer
una frase, un párrafo, una estrofa, para saber si una obra vale, porque la “marca” del poeta
está presente en todo. Aún una rápida lectura detecta la imagen precisa, el ritmo alado y las
palabras como centellas. Don Jorge daba a la literatura el lugar primero, la misión más alta:
por el arte del lenguaje se construye el mundo, por él nace a la luz la conciencia.

Ha sido sordo y largo el callejón del canto


Y sin embargo, siempre,
Nacía un ruiseñor en tu garganta.
(POEMA)

La sonoridad del verso, la música interna de cada poema se basa en la domesticación del
ritmo, en la precisa mecánica que no permite vacíos, sino un continuo flujo de sentido y
sonido. “El ritmo es algo espiritual, una fluencia del ser entero”, dijo un día, como
también dijo que “la literatura es un arte audiovisual: importa mucho leer en voz alta”. Y
es lo que él hacía, dándose en ejemplo, al leer cada día a los clásicos españoles, a Lope de
Vega, a Góngora o a Quevedo, con voz fuerte, caminando, de pie para dar paso al aire, a la
voz, a la emoción que la perfección entraña. Simultáneamente, era el tiempo de frecuentar a
los más altos poetas y disfrutar de la compañía de quienes al ser leídos, dan al espíritu del
lector su forma. Leer, decir y escuchar al mismo tiempo son acciones que multiplican las
dimensiones de lo escrito, y extraen del papel esa otra sonora existencia de la palabra.
Nutrido de poesía, Jorge Suárez era en el alma poeta. Para hablar de su amor por el soneto,
habría que plantear perspectivas abiertas, casi sin límites. Se sentía cómodo con la rígida
imposición de la forma y las estrictas leyes de versificación y rima. “El último verso del
segundo terceto de un soneto”, decía, “es la verdadera joya de artesanía”, el verso más
trabajado, el que otorga al soneto toda su jerarquía de acabado y su valor de orfebrería fina.
En general, el trabajo de la palabra, con la palabra, era juego y reto para él. La clara
conciencia del poder de connotación de un término y del poder casi explosivo, en el sentido
surrealista, de una asociación de palabras, le deleitaron siempre.
En armonía con su convicción más firme, que afirmaba la permanencia en el tiempo de la
obra literaria, son algunos títulos de sus libros los siguientes: Sinfonía del tiempo, Sonetos
con infinito, Sinfonía del tiempo inmóvil ... conceptos que casan al arte con la filosofía, con
la conciencia temporal y la unidad primaria del hombre y su entorno: Oda al padre Yunga,
Elegía a un recién nacido...
Las palabras arrastran, tienen vida propia, circulan con su ritmo y su calidad sonora,
resaltadas por las pausas obligadas. Era extraordinario escuchar a Jorge Suárez tomar un
párrafo cualquiera y leerlo lentamente, con su concentrada voz, respirando juntos texto y
lector. Y cuántas veces no leía, sino que recitaba de memoria - aquella memoria suya
elefantesca y laberíntica - dejando sin aliento a su auditorio, poemas enteros, de otros o
suyos, sin más ayuda que la subterránea corriente de bien hiladas frases y de sucesivas
imágenes.

Don Jorge solía repetir que vida, lenguaje y literatura son conceptos inseparables: “La
literatura no es una simple invención, se nutre de la vida”. Y a su vez la vida, la sociedad,
necesitan apoyarse en una tradición literaria: "Un país sin novelas y sin cuentos está
destinado a desaparecer, no tiene dónde mirarse, no tiene dónde reflejarse, no tiene dónde
conservar su identidad”.

Cuentos, novelas, poemas. Por todos los géneros literarios transitó la pluma generosa de
Jorge Suárez, dejando la huella personalísima de la visión que tenía de cada instante vivido
y sentido. Como dijo en uno de sus cuentos más conocidos: “Puede también uno tenderse
sobre el pasto y escuchar el sonido del mundo” (LAS PREGUNTAS) …
El sonido del mundo nos llega entonces filtrado por las maneras en que Jorge Suárez
Suárez lo expresa (Dijo él: “Coincido con aquellos que afirman que cada contenido tiene
su propia forma, o viceversa”).

Consideraba que escribir era cumplir con su destino, y escribió así, desde el amor, desde el
dolor de su alma, desde su mirada limpia, desde su arte, siempre renaciente, como renace
cada día:

Naces en mí, paloma,


del hueso de mis manos.
Y empiezo a ser raíz,
Árbol crecido.
Como si fuera una invisible red
Que atrapa las estrellas,
Árbol que se deshace,
Libre ya de sus hojas,
Libre,
Casi armadura tensa
De la bóveda nítida,
Cúpula luminosa,
Paloma,
Claridad sin contornos.
(ALBA)

María Teresa Lema Garrett


Sucre, Bolivia,
Diciembre de 2005

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