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No soy un mafioso, soy un perseguido político por mis ideas. No soy un "traqueto", soy un
revolucionario. El 9 de abril de 2018 se consumó un auténtico falso positivo judicial, donde
la víctima no era solamente yo, sino el proceso de paz en Colombia. Los autores intelectuales
y materiales de la ilegal operación de falso entrampamiento, deben decirle la verdad al país
y responder ante las instituciones pertinentes. A más de 1 año del burdo montaje en mi contra,
sigue sin aparecer prueba alguna, porque el video manipulado y alterado para azuzar mi
lapidación moral, NUNCA, repito, nunca ha sido entregado a las autoridades, al ser
insostenible su adulteración.
Con la decisión tomada en primera instancia por la Jurisdicción Especial para la Paz, ha
empezado a caer de manera estrepitosa la ingente mentira fabricada por la Fiscalía General
de la Nación y el Departamento de Justicia de los Estados Unidos con la pretensión de
mancillar mi trayectoria revolucionaria y menguar mi moral como hombre rebelde. Pero no
fue solo la JEP, tan temida y atacada por aquellos que le temen a la verdad y que no le dan la
cara a las víctimas, la autoridad judicial que consideró fundado mi ejercicio del derecho a la
defensa. Recuerdo que han sido dos altas cortes las que han permitido mi libertad, el
reconocimiento de mi fuero parlamentario, el mantenimiento de mi investidura y mi posesión
como congresista. La Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado han obrado hasta
ahora en derecho en mi caso, y solo la insania más recalcitrante de los enemigos de la paz
podría tener la desfachatez de tacharlos de togados afines a la FARC.
No pretendo que a nadie que me defienda, pero si solicito no ser condenado por quien no le
corresponde. Exijo respeto a la seguridad jurídica consagrada en el Acuerdo Final, y en la
Constitución Política, y exhorto a cerrar filas por el estado social de derecho, cuando los
cantos de sirena del autoritarismo pretenden imponer un dictatorial estado de opinión.
Demando respeto por la división de poderes para no convertir al ejecutivo en inquisidor de
oficio, ni al legislativo en jurado de conciencia, de forma inconstitucional por demás.
Reclamo la defensa del debido proceso y la presunción de inocencia, consagrados como
derechos fundamentales en nuestra carta magna. Los llamo a todas y todos a la recuperación
de la soberanía jurídica de nuestro país, para que el sistema judicial colombiano no quede
limitado al de una República Bananera y sometido a los delirios caprichos del gobierno
Trump y su peligrosa agenda global.
No me arredra la injuria y la calumnia disparada desde el odio furibundo de los nostálgicos
de la guerra. Como no me amedrentaron las amenazas desde mis épocas de dirigente
estudiantil en la Universidad del Atlántico y de miembro de la exterminada Unión Patriótica.
Vengo al Congreso a dar el debate político para consolidar la paz e impulsar los cambios
sociales, a intentar legislar a favor de los que menos han estado representados. Muchos de
los que hoy se rasgan las vestiduras por mi presencia en el parlamento, son herederos directos
de condenados por la narcoparapolítica, y otros tantos de los que se ruborizan porque la Corte
Suprema avocó conocimiento de mi caso, cargan con docenas de procesos ante el máximo
tribunal mientras esperan por años fallo, gozando de su libertad y del ejercicio parlamentario,
como corresponde con la presunción de inocencia. Basta ya de falacias y de doble moral.
Que se desenvuelva el debate político que Colombia está esperando. No más sabotaje a la
agenda legislativa como sucedió en la Comisión Séptima.
Vengo al Congreso a luchar por y para el desarrollo del Acuerdo de Paz, a apoyar a las
víctimas y la reincorporación política. También he sido víctima y he sufrido los estragos del
conflicto armado, como tantos excombatientes. He dicho que Seuxis Hernández no puede
vivir hasta que se repare a plenitud el caso del original Jesús Santrich Nuñez, de quien tomé
mi seudónimo, amigo y artista barranquillero asesinado por el extinto DAS en 1990.
Ninguno de estos hechos me da patente de corso para henchirme de odio y ausentarme de los
escenarios que debo compartir con los responsables, herederos y voceros políticos de estos
vejámenes. Estas afectaciones solo han afianzado mi compromiso por la paz con justicia
social, y por el proceso integral de verdad, justicia, reparación y no repetición. Nada más
alejado que enemistarme y antagonizarme con las víctimas. Muy por el contrario, pongo a
disposición mi curul, para construir y radicar conjuntamente con el movimiento de víctimas
la necesaria reforma democrática de la Ley 1449 que se encuentra en crisis, tal cual como se
mandatara en el Acuerdo de Paz de La Habana, como ayer lo plantee en el acto de
reconciliación con las víctimas.
Tras un año de injusta prisión, y en medio de la hoguera mediática y el creciente deterioro de
la seguridad para los excombatientes y los líderes de oposición, debo decir ante ustedes que
llego al Congreso con el temple intacto y más fortalecido; aquel con el que me forjé en mi
vida guerrillera en las FARC-EP, que sirvió para contribuir a una negociación y un acuerdo
final dignos, y que fue útil para aportar a la implementación temprana del Acuerdo final que
hoy naufraga en la perfidia con el alto riesgo de ahogarse en el pantano de los acuerdos
fallidos. Y aquí me tienen, con toda la disposición para continuar la lucha en la que están
comprometidos millones de hombres y mujeres en nuestro país, por la construcción de la paz
con justicia social y por impedir la consumación de la violación del Pacta Sunt Servanda, en
la que parece empeñada el Gobierno de Iván Duque, como se contempla descaradamente en
su inconstitucional Plan Nacional de Desarrollo y en el recientemente presentado Marco
Fiscal de Mediano Plazo 2019 donde no se destinan los recursos acordados para la
implementación del Acuerdo y hay apenas una avergonzada mención de la palabra paz,
literalmente en un pie de página.
Muchas gracias.