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Los guerreros del Oro:

Descubrimiento en Panamá

Las excavaciones en un cementerio de más de mil años de antigüedad han sacado a la luz
tumbas de poderosos guerreros cubiertos de oro. El hallazgo, uno de los más importantes
de América en los últimos decenios, está aportando información sobre una cultura muy poco
conocida.

No era la primera vez que en Panamá se descubría un tesoro arqueológico de oro. A menos
de tres kilómetros, las excavaciones de Sitio Conte (yacimiento arqueológico que toma el
nombre de la familia propietaria de la tierra) sacaron a la luz una de las colecciones de piezas
antiguas más espectaculares de América. Fue a principios del siglo XX, cuando una crecida
arrastró parte de la tierra de un prado y dejó al descubierto colgantes, pectorales y otras
joyas que salieron de las tumbas y cayeron rodando por la ribera.
Atraídos por la noticia del antiguo cementerio, equipos de Harvard y posteriormente de la
Universidad de Pennsylvania emprendieron la travesía de seis días a bordo de un vapor
desde Nueva York hasta Panamá, y luego prosiguieron hasta Sitio Conte a caballo, en carros
tirados por bueyes y en canoas. Abrieron más de 90 tumbas, muchas de las cuales
albergaban cadáveres con adornos de oro y piezas de elaborada artesanía: cerámica
pintada, huesos de ballena tallados con incrustaciones de oro, collares de dientes de tiburón
y ornamentos de serpentina y ágata.
En su informe de 1937, el arqueólogo de Harvard Samuel Lothrop identificó al pueblo de
Sitio Conte como uno de los grupos indígenas que los españoles encontraron cuando
invadieron Panamá a principios del siglo XVI. Durante su marcha a través del istmo, los
conquistadores escribieron detalladas crónicas de sus progresos. En la región de Sitio Conte
encontraron pequeñas comunidades belicosas que se disputaban el control. Sus jefes
guerreros se cubrían de oro para proclamar su rango cuando luchaban entre sí o contra los
españoles. Los conquistadores acumularon una fortuna en oro para las reales arcas de
Sevilla al derrotar a un jefe indígena tras otro.
La cultura de Sitio Conte es mucho más antigua de lo que en un principio pensó Lothrop.
Hoy los expertos creen que las tumbas de los jefes indígenas datan de entre los siglos VIII
y X. Las piezas halladas parecen coincidir con las descripciones dejadas por los
conquistadores porque algunos aspectos de la cultura se mantuvieron sin cambios hasta el
siglo XVI.
En abril de 1940 los arqueólogos que trabajaban en Sitio Conte hallaron un tesoro de piezas
deslumbrantes para sus museos, tras lo cual se marcharon. Unos pocos siguieron buscando
bajo los verdes prados de Panamá, pero no descubrieron nada notable. Esta parte de
América Central carece de los atractivos que han llevado a varias generaciones de
científicos al territorio maya, más al norte. Aquí no hay edificios perdurables, ni historias
dinásticas, ni grandes proezas intelectuales comparables al calendario maya. El calor y la
humedad han destruido las antiguas construcciones de cañas, barro y paja. Solo quedan
vasijas rotas y utensilios de piedra.
A un corto paseo a pie desde el río que fluye junto al cementerio de Sitio Conte, hay una
serie de monolitos altos, dispuestos en una línea que atraviesa el prado de El Caño. En 1925
las piedras llamaron la atención del aventurero estadounidense Hyatt Verrill, que cavó varios
pozos y halló tres esqueletos de gente humilde. Otras excavaciones en los años setenta
dieron con más tumbas, también modestas y sin ningún tesoro.
Pese a esos resultados poco alentadores, Julia Mayo estaba convencida de que aquí
encontraría algo más. En su época de investigadora adjunta en el Instituto Smithsonian de
Investigaciones Tropicales en la ciudad de Panamá, estudió el informe de Lothrop sobre
Sitio Conte. Sabía que el arqueólogo había encontrado monolitos, además de tumbas, y
pensaba que podía haber una conexión. De ser así, en el subsuelo de El Caño habría más
tumbas de jefes guerreros de la misma cultura. Solo había que averiguar dónde.
En su estudio inicial halló indicios de un círculo ligeramente elevado de unos 80 metros de
diámetro y, con la esperanza de que ese hallazgo marcara los límites de un cementerio,
empezó a cavar justo en el centro. Su esfuerzo obtuvo recompensa. Las piezas que están
saliendo a la luz confirman que las descripciones del lugar hechas por los españoles eran
fieles a la realidad y que Sitio Conte no es una fabulosa excepción en medio de un área de
escaso interés arqueológico.
Los especialistas de la Smithsonian Institution que están analizando el material hallado por
el equipo de Mayo ya han hecho un descubrimiento importante. Las impurezas naturales del
oro indican que el metal fue extraído del subsuelo de la región y trabajado allí mismo, lo que
pone fin a los debates sobre la procedencia de los tesoros de Panamá. No provienen, como
se creía, del sur, donde supuestamente las culturas eran más antiguas y avanzadas. Puede
que los indígenas de la región vivieran en chozas sencillas, pero tenían riqueza suficiente
para mantener orfebres y eran lo bastante refinados para apreciar su arte.
Mayo cree que en su cementerio hay una veintena de tumbas, además de las dos ya
excavadas. Su equipo de diez miembros trabaja despacio, rascando el duro suelo aluvial
con cuidado para recuperar hasta la pieza más pequeña. En cuatro años solo han excavado
el 2 % del cementerio.
Durante la campaña de excavaciones, Mayo y su equipo almuerzan en el porche del museo
de El Caño, que domina cientos de hectáreas de caña de azúcar. Ella cree que esos campos
son terreno fértil para la arqueología. De hecho, unos kilómetros río arriba ha encontrado
signos de otro cementerio. Si es tan rico como el de El Caño o Sitio Conte, la región podría
ser el Valle de los Reyes de Panamá. En Egipto, sin embargo, casi todas las tumbas han
sido saqueadas. En Panamá todavía podrían estar llenas de sorpresas.

Entre los tesoros personales de uno de los jefes se encuentra un colgante en forma
de caballito de mar, unos pendientes, parte de un pectoral, un collar y varias placas.
Todas las piezas fueron enterradas en una bolsa adornada con cuentas de piedra.
Cerca del cementerio de El Caño hay monolitos de casi dos metros de altura. Es posible que
a ellos se atara a los prisioneros de guerra antes de sacrificarlos y enterrarlos con los jefes
durante unos funerales que duraban varios días de festejos y danzas.
Bajo la dirección de la arqueóloga Julia Mayo (de pie, a la izquierda), el equipo de El Caño
descubrió ornamentos de oro en el sepulcro de un jefe, a unos cinco metros de profundidad.
Al fondo, las excavaciones del nivel intermedio de una segunda tumba.
La directora de la excavación, Julia Mayo, a la izquierda, trabaja con los miembros de su
equipo para recuperar un pectoral hallado entre los restos funerarios de un guerrero o jefe.
El agua se ha filtrado en el interior de la tumba, que se halla a casi cinco metros por debajo
del suelo.
Los ornamentos hallados en las excavaciones incluyen dos muñequeras y un pectoral
pertenecientes a un guerrero.
El único cráneo intacto de El Caño, envuelto en tela para transportarlo al laboratorio,
corresponde a una persona que fue sacrificada para acompañar a un jefe al otro mundo. La
cabeza yacía en un ángulo antinatural respecto al cuerpo, lo que indica que tal vez le
rompieron el cuello. Sobre la mandíbula inferior había dos pequeñas estatuillas de oro y
resina.
Una figurilla similar con manos de oro fue enterrada con el jefe, cuyos huesos, como la
mayoría de los de este yacimiento, se descompusieron hace tiempo a consecuencia de las
inundaciones estacionales.
Trabajando hasta largas horas de la noche, Kim Cullen Cobb, especialista en metalurgía y
orfebrería, dibuja las 389 cuentas de oro que una vez adornaron las piernas de un jefe
guerrero. En las excavaciones arqueológicas es habitual inventariar los hallazgos mediante
estos dibujos. «Mientras dibujas la pieza, la estudias», dice Cobb. Este método revela
información que no se aprecia fácilmente de otra manera.
Los tesoros de un tercer jefe salieron a la luz en un extremo del área de excavación durante
la campaña de 2011. Enterrados en una bolsa, incluían un colgante de esmeralda, un halcón
tallado en piedra y pintado, pendientes de aro en forma de sombrero, dos misteriosas
figurillas de oro, una rana de piedra y oro y una pequeña campaña con forma de cabeza de
pecari.
Un colgante de piedra de unos cinco centímetros y con la forma de un halcón fue hallado
junto a otras piezas valiosas en la tumba de un jefe. Una bolsa de tela, hoy perdida,
probablemente contuvo este conjunto de piezas.
Un colgante de oro de dos centímetros y medio representa un murciélago bicéfalo. La pieza
colgó del cuello de uno de los guerreros enterrados junto al gran jefe.
Un guerrero enterrado junto a un jefe llevó estos pendientes: una piedra en forma de colmillo
engarzada en oro, de seis centímetros y medio, y dos cabezas humanas de oro macizo, de
casi dos centímetros de alto.
Una campanilla de oro mide apenas dos centímetros. El sonido lo produce una pequeña
bolita en el interior de la boca del pecari.
En su época, estas estatuas estaban en la plaza de El Caño. El fragmento de la izquierda
podría representar a un prisionero de guerra aguardando el fatal desenlace; está sentado,
con las manos atadas detrás del cuerpo, que ahora ha perdido la cabeza.
Un sinuoso río recorre los campos de caña de azúcar que rodean El Caño, situado en el
bosquecillo que hay bajo la montaña central. Las riberas del río, quizá consideradas
sagradas en el pasado, podrían albergar muchas más tumbas aún por descubrir.
Este colgante de oro, de casi 12 centímetros de largo, perteneció a un jefe. Representa un
ser imaginario y lleva una esmeralda, procedente probablemente de Colombia. Fue hallada
en Dito Conte, a 2,3 kilómetros de El Caño.
La parte superior de una jarra procedente de El Caño representa un rostro humano. Los
dibujos geométricos refuerzan los rasgos faciales y pueden ser tatuajes distintivos del
rango.

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