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Las condiciones

del psicoanálisis

Gabriel Lombardi
Fernando Canale
Fernando R. Martínez
Pablo Sartori
Norberto Velazquez
Pedro Marangoni
Luciano Lutereau
Índice

El método analítico . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Gabriel Lombardi

La encerrona terapéutica . . . . . . . . . . . . . 17
Fernando Canale

La interpretación en la dirección de la cura: “Esto no es


una pipa” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
Fernando R. Martínez

Los movimientos del síntoma . . . . . . . . . . . 41


Pablo Sartori

Todos tenemos un cuerpo . . . . . . . . . . . . . 51


Norberto Velazquez

La demanda de los padres y la transferencia en la clínica


psicoanalítica de niños . . . . . . . . . . . . . . 61
Pedro Marangoni

Tiempo y dinero . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
Luciano Lutereau
El método analítico

Gabriel Lombardi

La clínica psicoanalítica implica el estudio de las adheren-


cias, de los nudos del síntoma, de la sujeción que estos impli-
can, del padecimiento que llega a ser insoportable. Se diferen-
cia de una terapéutica en que ésta puede prescindir de todo
esfuerzo de elaboración clínica y etiológica, como se consta-
ta con facilidad en estos días de psicoterapias cognitivas, fo-
cales, alternativas, orientales, religiosas, etcéteras. Mientras
las terapéuticas proliferan, la clínica tiende a diluirse, la pre-
gunta por las causas se vuelve innecesaria, y hasta los ma-
nuales estadísticos proceden “científicamente” a reemplazar
los cuadros clínicos por desórdenes liberados de toda hipóte-
sis causal, de un modo que sobre todo sirve a los fines del tra-
tamiento farmacológico del malestar.
El análisis como proceso es condición de la clínica, pero no
coincide con ella. La clínica recoge sus efectos sobre el pade-
cer subjetivo y reflexiona sobre ellos, pero el análisis es otra
cosa, es un lazo social que tiene una finalidad peculiar: la se-
paración. Por eso el analista es al menos dos, según dijo La-
can al pasar. Por una parte, es el que aporta el deseo del aná-
lisis, incluso desde una posición de objeto, y por otra, el que
recoge y reflexiona sobre sus efectos, el clínico.
La interacción entre ambas posiciones del analista no sólo
es posible, es conveniente. Como no es exactamente un obser-
vador objetivo, el psicoanalista ha de intervenir para obtener

7
Las condiciones del psicoanálisis

la respuesta del síntoma, el análisis es condición de la clíni-


ca. Por otra parte, la respuesta del síntoma condiciona fuer-
temente su libertad de intervención, ya que dicha respuesta
puede leerse no como meramente asociativa sino transferen-
cial, o más radicalmente aún, como una respuesta del nivel de
la acción electiva del sujeto. Con lo cual la ubicación clínica se
vuelve condición del análisis. El estudio de los desastres que
produce el desconocimiento de esta interacción entre análisis
y clínica es el punto de partida metodológico de la rectificación
lacaniana del análisis, y el sentido de su retorno a Freud con
conocimiento de causa –conocimiento que incluye la Cosa que
escribe $ y la causa sustituta de su deseo, el objeto a.

¿Q ué es analizar ?

A la hora de considerar el método analítico, el término cla-


ve no es ya “síntoma” sino “desenlace”, que es exactamente el
sentido originario del término “análisis”. También el análisis
implica un método, etapas, causas, variaciones en relación con
el síntoma. Durante la cura los síntomas se despliegan y re-
producen en el lazo con el analista; una vez reemplazada la
enfermedad primitiva por el desarrollo de la transferencia, la
cura consiste en la separación de ese objeto analista –Freud
lo explicó en su “28ª conferencia introductoria”.
Heidegger recuerda que el término analizar procede del
griego analúein, y la palabra desenlace traduce bien el térmi-
no griego lisis {λύσις}, incluido en análisis. Αναλύειν, analizar, es
originariamente desanudar, soltar las cadenas, liberar. Heide-
gger señala que el verbo ya está presente en La odisea de Ho-
mero, para describir la actividad de Penélope que desteje al
llegar la noche lo que entramó durante el día. El psicoanáli-
sis entrama su desarrollo histórico, sus reseñas clínicas y sus
debates actuales más importantes en torno de este término,

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El método analítico

lisis, su equivalente latino solvo, y sus derivados en alemán


y en otras lenguas indoeuropeas. Freud llamó Lösung a la so-
lución del enigma del sueño, y como médico habló de Auflö-
sung (resolución) del síntoma. Lisis, solución, está en la raíz
del método freudiano: análisis, que comporta el desenlace por
desbridamiento de los enredos inhibitorios del nudo estruc-
tural, aislando sus elementos últimos cualesquiera que sean
–simbólico, imaginario, real, sinthome, ornamento, escabel o
punto de mito. Lisis consta también en la disolución que per-
mite al analista fundar otra escuela.

La reversión tíquica

Las etapas del análisis así planteado coinciden con las que
Aristóteles describe como fases estructurantes de la tragedia.
La obra comienza en la desis {δέσις}, que es el nudo o trama ini-
cial, la última fase es la lisis o desenlace {λύσις, denouement},
entre ambas fases, marcando una nítida discontinuidad, sitúa
la reversión o giro tíquico {μεταβολή} de la trama.
Este momento intermedio entre nudo y desenlace, puede
tomar tres formas diferentes, que vale la pena recordar por
las resonancias que suscita en nuestra concepción del análisis.
Una primera forma de reversión es la peripecia {περιπέτεια}
o transformación de la acción en sentido contrario {ἡ εἰς τὸ
ἐναντίον τῶν πραττομένων μεταβολή}. Aristóteles remite al ejemplo
bien conocido del Edipo Rey de Sófocles, en esa página donde
el mensajero trae a Edipo, rey de Tebas, la noticia de la muer-
te de quien creía su padre, Polibio, rey de Corinto. Esa noticia
implica que Edipo puede también ser rey de esa otra ciudad.
Se niega sin embargo a asumir ese segundo reino, por estar
ahora a cargo de Peribea, a quien cree su madre. El mensaje-
ro le enseña que en verdad no era Polibio su padre sino Layo,
aquel hombre a quien Edipo había matado en un cruce de ca-

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Las condiciones del psicoanálisis

mino antes de desposar a Yocasta, su propia madre biológi-


ca, y asumir el reino de Tebas, castigada desde entonces por
la peste que rodea al parricidio y al incesto. Esa giro o peripe-
cia inicia el desenlace.
Otra forma de reversión es la anagnórisis {ἀναγνώρισις} o
reconocimiento, el pasaje de la ignorancia al saber, que tam-
bién puede traducirse como relectura de lo que estaba ya es-
crito en actos y en signos previos. La más bella anagnórisis es,
según la Poética, la que se acompaña de una peripecia, como
en el caso referido. Pero una anagnórisis puede también ga-
tillar un desenlace dichoso, como el que se encuentra al final
de Ión, de Eurípides, cuando algunos elementos encontrados
en una canasta para recién nacido permiten al héroe cons-
tatar que Creusa, a quien iba a matar, es su propia madre:
un bordado con la cabeza de Medusa, unas serpientes de oro,
una corona de olivo inmarcesible.
La tercera forma de reversión trágica es el pathos {πάθος},
la pasión que causa la acción violenta, que no podría faltar en
una verdadera tragedia ni en un verdadero análisis. Es sor-
prendente, pero no casual, que el término pasión haya sido
suprimido de las elaboraciones de la psiquiatría, de la psico-
logía e incluso del psicoanálisis. El término no figura ya en el
DSM 5, habiendo sido desarticulado en otros tres términos;
la emoción, que tiene un componente observable, comporta-
mental, fisiológico, el antiquísimo término de humor, desarro-
llado por la medicina hipocrática, más duradero y menos in-
fluenciable por el entorno, y en tercer lugar el afecto, que se
ubica del lado del efecto sufrido pasivamente, lejos del acto.
Así como en la tragedia, el análisis, en tanto se diferencia de
la psicología, no se ocupa de las cualidades ni de la biografía
de los hombres sino de sus acciones, porque la dicha y la des-
dicha dependen de la acción. Esa noción olvidada de pasión,
pariente, aliada o rival de la voluntad, acompaña a la acción,
incitándola en primer lugar, y luego como su consecuencia

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El método analítico

que se hace sentir tanto sobre el actor/analizante como sobre


quienes padecen las consecuencias de lo actuado.
También en “La dirección de la cura y los principios de su
poder” la reversión tíquica interviene en cada nivel. La teoría
lacaniana del azar está calcada de Aristóteles, quien dicen en
la Poética que, de todos los golpes del azar, los más sorpren-
dentes son aquellos que se producen como si fueran a propó-
sito, siguiendo un designio o deseo escondido. Así, la mánti-
ca de la interpretación es eficaz sobre todo cuando incide desde
fuera de lo esperado por el cálculo del yo y las construcciones
del analista; la transferencia permite resolver su algoritmo so-
lamente “par rencontre”, en esa coincidencia por casualidad/
causalidad tíquica entre el saber inconsciente y el saber del
analista en su lugar de articulación vacía de saber; en el pla-
no del acto, en algún momento inesperado se produce el pase
del parloteo infinito a un decir irreversible. Hacia allí lleva la
regla fundamental. No es tanto que el analizante esté enca-
denado por el rigor de sus asociaciones, escribe Lacan en La
dirección de la cura. Sin duda lo oprimen, pero el riesgo para
el analizante está es más bien que las asociaciones desembo-
quen en una palabra libre, que le sería penosa. Añade:

“Y nada más temible que decir algo que pueda ser verdad,
porque lo sería enteramente, (…) y Dios sabe lo que ocu-
rre cuando algo, por ser verdad, no puede ya volver a en-
trar en la duda.”

Ese decir que alcanza el acto introduce algo nuevo en lo


real, no es sólo un operador de la verdad, aún si ésta ha sido
su herramienta y precursora heurística.
Reitero en este punto la revisión exigible de lo “psíquico” (la
fantasía, el “fantasma”, lo ficticio) del psicoanálisis, para seña-
lar que ese término ha llevado a desconocer el elemento tíqui-
co que se encuentra en cualquier reversión clave de la cura, y
en cualquiera de los tres niveles de respuesta discernidos por

11
Las condiciones del psicoanálisis

Lacan (interpretación, transferencia, acto). ¿No deberíamos


reemplazar la psique del análisis, que lo psicologiza, para ha-
cer lugar a lo tíquico del acto, eso que se encuentra por fuera
del marco de ficción de la realidad psíquica, donde se busca y
no se encuentra? El psicoanálisis es la realidad, escribió La-
can; pero el análisis es otra cosa, el análisis es una oportuni-
dad. En efecto, sólo en lo real sin ley, en tanto que responde al
azar, el deseo encuentra su oportunidad, tíquica, de dictar la ley.

Variantes de desenlace
Hay diversas formas de desenlace que se pueden advertir
en nuestra práctica y en nuestra experiencia clínica:

1. el desenlace transferencial de la cura, que comienza


cuando el sujeto supuesto saber deja su lugar a la de-
cisión del analizado,
2. la separación como operación auto-performativa del ser
que había surgido alienado, en el significante que lo re-
presenta para otro significante,
3. el cambio de discurso, del que siempre participa de al-
gún modo el discurso analítico,
4. la disolución, en tanto principio que enmarca las prác-
ticas inherentes a una Escuela propiamente analítica
(cartel y pase), y la existencia misma de esta Escuela,
que se beneficia con la crisis y el cuestionamiento radical,
5. la ruptura del lazo social que reconocemos bajo el nom-
bre de pasaje al acto,
6. el desencadenamiento de la psicosis, forma particular de
pasaje al acto como ruptura del nudo o atadura social.

Todas ellas pueden ser reconducidas a dos formas dife-


renciables de desenlace en la experiencia, considerada desde
nuestra perspectiva.

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El método analítico

La primera es la que llamamos acto. No es sin Otro, pero


implica un momento de corte, de decisión que no es del Otro.
El decir, acto propio y paradigmático del ser hablante, es un
desenlace que renueva el lazo social de modo tal que sostiene
al Otro en su heteridad.
La otra forma de desenlace es el pasaje al acto que, a con-
trario, es ruptura del nudo social, realiza la eliminación del
Otro. Aquí situamos hechos muy variados, el acto criminal,
el desencadenamiento de la psicosis, y también la cachetada
de Dora al Sr. K., cuyas palabras (in)oportunas encienden su
pasión histérica.
Ahora bien, lo que inicialmente se presenta como pasaje
al acto suele admitir lecturas a posteriori que permiten apre-
ciar la voluntad de instauración de un nuevo orden social. Eli-
giendo su muerte, Antígona, en la tragedia de Sófocles que lle-
va su nombre, restablece en Tebas los inhóspitos deseos fami-
liares, esas divinidades en que su infausta Áte se ha enraiza-
do. También Empédocles elige morir arrojándose en el cráter
del monte Etna. Ese acto es el modo que encuentra de resti-
tuirse un estado civil, de formar parte, de parirse nuevamen-
te, de otorgarse la estatura que había perdido cuando Trasí-
deo, el tirano de Agrigento, lo condenó al destierro y a la bar-
barie, que para un griego era peor que la muerte. Empédocles
había sido ministro, médico, mago, hombre del poder, del sa-
ber y de la causa eficiente, ayudaba a los pobres y era capaz
de curar la peste. Arrojándose en ese cráter humeante se re-
úne con los dioses y con los deseos que allí moraban –esos de-
seos en que se fundan nuestros lazos sociales eran figurados
entonces como dioses.
Lacan llama “separación” a ese movimiento de lectura por
el cual el pasaje al acto puede devenir acto, inscribir social-
mente lo imposible. Es lo que nos permite recuperar la di-
mensión de la voluntad inconsciente que se mantiene a pe-
sar de la alienación; el vel-vel, o bien… o bien de la negati-

13
Las condiciones del psicoanálisis

vidad significante, puede revertirse poniendo en juego la di-


mensión de la voluntad, el vouloir de velle, el decir sí o no al
deseo legado por el Otro y originariamente incorporado vía
inconsciente. El vel de alienación, aun pasando al acto, pue-
de retornar en velle. A diferencia de la alienación, que lleva
a la eliminación del Otro, la separación restituye el Otro en
tanto tal. Por ella el sujeto se adorna, se pare a sí mismo, se
da un estado civil que le permite volver al deseo de deseo
en que consiste el lazo social. “Nada en la vida de ninguno
desencadena más encarnizamiento para alcanzarlo”, resal-
ta Lacan con toda su fuerza en “Posición del inconsciente”.
Quisiera llamar la atención, por último, sobre el valor que
toma en esta perspectiva su “Cuestión preliminar a todo tra-
tamiento posible de la psicosis”. El desencadenamiento de la
psicosis rompe el lazo social, pero la lectura de Lacan abre la
posibilidad de analizar esa ruptura, de aceptar lo que esa cir-
cunstancia, en principio alienante, puede tener de potenciali-
dad separadora. Una vez en análisis, el psicótico testimonia de
su encarnizamiento por darse otro estado civil. Los otros, los
familiares, el analista mismo, están equivocados, están locos,
por no advertir el deseo/condición absoluta que está en jue-
go para él, un deseo que juega al todo o nada, para afirmarse
por fuera de lo establecido. El milagro lacaniano consistió en
hacer, del desencadenamiento, un pasaje al acto que puede
merecer una lectura y una elaboración analítica, es decir un
proceso que tal vez le otorgue estatuto de acto.
Justamente por ser analítica, nuestra práctica propicia el
retorno al lazo social. El análisis puede ser entendido entonces
como un llamado a la electividad natural del ser social. Ese
llamado convoca a veces a quien se ha alienado en una liber-
tad puramente negativa, ruptura de las ataduras sociales. Y
por eso la rigidez y los pseudo-automatismos de la locura re-
sultan ser, en ocasiones, analíticamente resolubles.
Estas consideraciones pueden servir para entender la ra-

14
El método analítico

dicalidad de la posición de Freud cuando afirma, en “Caminos


de la terapia analítica”, que el analista sólo ha de ocuparse
de analizar, ya que los procesos de síntesis y elaboración de
saber se producen luego sin necesidad de su intervención. No
sólo porque la reflexión sobre el análisis, aunque no viene mal
durante su transcurso, puede producirse también después.
Además porque él confiaba en ese aspecto aristotélico del ser
hablante, su ser social “por naturaleza” {φύσει}, por lo cual su
reacción propia, incluso después de una ruptura del lazo so-
cial, suele ser el retorno a la ciudad del discurso.

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La encerrona terapéutica

Fernando Canale

“Grande es la tentación, porque está en el clima


de nuestra época en transformar la ignorantia
docta en lo que he llamado, y no es nuevo,
ignorantia docens. Apenas cree el psicoanalista
saber algo, de psicología por ejemplo, comienza
ya su perdición.”
Jacques Lacan

No pasa un año en que no encuentre, en diferentes medios


de comunicación, cómo se propaga la noticia –o mejor dicho la
propaganda– de que se han hallado nuevos medios terapéuti-
cos que vienen a sustituir al caro, lento y obsoleto psicoanáli-
sis. Coaching ontológico, Mindfulnes, Bioenergética, etc. se pre-
sentan como un amplio espectro terapéutico puesto a disposi-
ción de la comodidad y del bienestar individual. Tratamientos
que prometen conquistar la felicidad y la armonía soñada en
la mitad de tiempo que el psicoanálisis; terapias situadas en
el aquí y ahora que no ya requieren pasar por la angustia ni
indagar las causas del padecimiento. Un poco de energía aquí,
con una pizca de ser allá, son más que suficientes para cons-
tituir las formas contemporáneas de la política del avestruz.
Sin embargo, como emergente de este escenario, nos encon-
tramos con que la demanda por efectos terapéuticos inmedia-
tos prolifera como un imperativo voraz, amenazando con im-
posibilitar la oportunidad de cualquier tratamiento que de-

17
Las condiciones del psicoanálisis

mande una temporalidad diferente al instante y su tiranía.


Debido a esto, es que resulta necesario indagar sobre los obs-
táculos que impone la prisa terapéutica a la posibilidad del
análisis. En este sentido, intentaremos en estas páginas des-
glosar características fundamentales de estas presentaciones
clínicas, en donde la urgencia por una cura, se transforma en
el mayor obstáculo a la posibilidad de un análisis. Iniciando
nuestro recorrido a partir de la noción de realidad y su rela-
ción con lo terapéutico.

Lo terapéutico, el poder y la realidad

En “La naturaleza de la acción terapéutica del psicoanálisis”1


James Strachey intentó establecer cuáles son las condiciones
que permiten al psicoanálisis conseguir efectos terapéuticos.
Más allá del innegable valor que esta temática tiene para el
campo analítico, el modo en que Strachey aborda la cuestión
resulta como mínimo, sorprendente. Desde el comienzo de su
artículo, Strachey no duda en afirmar que el poder terapéuti-
co del psicoanálisis depende exclusivamente de la sugestión,
teorizando entonces a la posición del analista en relación al
concepto de superyó auxiliar. De manera tal, que el traba-
jo del analista consistirá en sustituir las distorsiones del su-
peryó neurótico por un superyó más “realista” y más “adap-
tado” a la realidad.2
Ahora bien, Lacan lee este intento de adaptación y ree-
ducación del paciente como una desviación calamitosa de la

1. Strachey, J., “La naturaleza de la acción terapéutica del psicoaná-


lisis” reproducido en 88.27.249.81/psico/sesion/ficheros_publico/
descargaficheros.php?opcion.
2. En esta misma línea, no es casual que Strachey defina a la neuro-
sis como: “efecto de los estrechos límites del sentido de realidad del
enfermo”, Ibid., p. 62.

18
La encerrona terapéutica

praxis analítica. Así en “La dirección de la cura y los princi-


pios de su poder” no dejará de señalar cuál es la finalidad de
este excepcional escrito: “Pretendemos mostrar en qué la im-
potencia para sostener auténticamente una praxis, se redu-
ce, como es corriente en la historia de los hombres, al ejerci-
cio de un poder”.3 Allí donde el analista cree que tiene el po-
der de curar al paciente es donde abandona su posición, ce-
diendo al deseo y a la posibilidad de constituir una cura ana-
lítica. Es el adoctrinamiento a la realidad, el que no permite
constituir un análisis transformando a éste, en un dispositi-
vo de reeducación emocional donde el paciente anularía las
distorsiones de su neurosis.
Un argumento semejante al de Strachey es el que encon-
tramos en “Terapia cognitiva” de Judith S. Beck. No es casual
que en las primeras páginas, la autora –hija del célebre crea-
dor del cognitivismo– nos diga: “Una evaluación realista y la
consiguiente modificación del pensamiento producen una me-
joría en los estados de ánimo y comportamientos”,4 o más ade-
lante: “se identifica y se evalúa una idea disfuncional asocia-
da, se diseña un plan razonable y se evalúa la eficacia de la
intervención”. Así la noción de trastorno sustituye al núcleo
de verdad que cifra el síntoma, lo cual conlleva que el trabajo
sobre las causas y sobre la subjetividad, sea sustituido por el
aquí y ahora y por una ambición pedagógica que disfrazará, al
ejercicio de un poder, bajo supuestas intenciones terapéuticas.
Como lo expresaba de manera contundente Sigmund Freud
casi en el final de su vida: “Por tentador que pueda resultarle
al analista convertirse en maestro, arquetipo e ideal de otros,
crear seres humanos a su imagen y semejanza, no tiene per-
mitido olvidar que no es esta su tarea en la relación analítica,

3. Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder” en


Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, pp. 565-566.
4. Beck, J., Terapia cognitiva: conceptos básicos y profundización,
Barcelona, Gedisa, 2001, p. 18.

19
Las condiciones del psicoanálisis

e incluso sería infiel [el subrayado es nuestro] a ella si se deja-


ra arrastrar por su inclinación”.5 Es decir, el deseo de educar y
de gobernar son contrarios a la práctica analítica y a la cons-
titución de este singular deseo que Lacan llamo del analista.

El Furor curandis y la culpa del analista

En “Sobre psicoanálisis silvestre” Freud aborda los efectos


que produce la exposición de un saber que rechaza la subjeti-
vidad en juego e imposibilita los tiempos lógicos del análisis.
En el comienzo de este texto narrará el modo en que un médi-
co prescribe –en nombre del psicoanálisis– diferentes opciones
ante una paciente que se presenta angustiada luego de la se-
paración de su ex pareja. El abanico de prescripciones que el
médico le brinda –que va desde la masturbación hasta el re-
torno con su ex marido– resulta irrisorio y brutal incremen-
tando la angustia en lugar de cancelarla.
Si bien Freud comenta esta presentación sin dejar de seña-
lar el apresuramiento del advenedizo analista, lo fundamental
para Freud, lo wild de esta interpretación, radica en: “que en
esa alternativa terapéutica del supuesto analista ya no que-
da espacio alguno… para el psicoanálisis”.6
Ahora bien, ¿qué es lo que está en juego en esta posición?,
¿nos serviría tan sólo para diferenciar a la posición médica de
la del analista? Es indudable que la aplicación del psicoanáli-
sis no es posible sin poner en juego la posición del analista; po-
sición sin duda diferente a la del médico. Sin embargo, la ense-
ñanza que Freud nos entrega va más allá de esta diferencia-
ción y nos enfrenta a nuestra propia experiencia. Quiero de-

5. Freud, S., Esquema del psicoanálisis en Obras completas, Vol.


XXIII, Buenos Aires, Amorrortu, 2001, p. 176.
6. Freud, S., “Sobre psicoanálisis silvestre”, en Obras completas, Vol.
XI, op. cit., p. 224.

20
La encerrona terapéutica

cir: en este texto se aprecia cómo el furor curandis es, en rea-


lidad, el que impulsa y constituye lo salvaje del psicoanálisis.
Esta pasión por curar- fundamental y ética en la tarea médi-
ca- se vuelve el peor obstáculo en la posibilidad de la constitu-
ción de la cura analítica. No por nada Lacan tempranamente
advertía sobre el furor curandis al señalar: “Si se admite pues
el sanar como beneficio por añadidura de la cura psicoanalíti-
ca, se defiende de todo abuso del deseo de sanar”.7 Advertencia
dirigida al analista –que se encuentra en la misma línea que
lo expresado por Freud en “Consejos al médico”– de no quedar
atrapado narcisísticamente en creer que el analista es el que
cura. Por el contrario, el analista es un medio, una llave que
permite abrir y sostener el trabajo analítico que, en definitiva,
será el que posibilitará el surgimiento de efectos terapéuticos.
Pero ¿qué es lo que se pone en juego en el analista que adop-
ta la prisa terapéutica en lugar de sostener el deseo del ana-
lista?, ¿se trata de la infatuación en un saber lo que hace que
adopte esta posición? Es posible que la infatuación narcisista
se juegue en algunos casos en donde el todo-saber reemplaza al
psicoanálisis, pero distintas supervisiones nos enseñan cómo el
sentimiento de culpabilidad es el gran determinante del abu-
so del deseo de sanar. Es decir, dejarse atrapar por la demanda
de la urgencia de curación produce que, transferencialmente,
el paciente encarne el lugar del Otro, y que desde allí, divida
con sus demandas al que debería ocupar el lugar del analista.
Así, la aparición de consejos, las interpretaciones constantes y
los emparejamientos imaginarios son algunas de las manifes-
taciones de que el analista ha caído en la encerrona terapéuti-
ca, que ha cedido en su posición ante una demanda imposible
que no hace más que escamotear el deseo cifrado en el síntoma.
El furor curandis es entonces: uno de los nombres de la re-
sistencia del analista. Si el analista no es capaz de abstener-

7. Lacan, J., “Variantes de la cura-tipo” en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI,


2000, p. 312.

21
Las condiciones del psicoanálisis

se de la prisa de la demanda de curación, no tendrá posibili-


dad alguna de constituir un síntoma que permita y que encau-
se la posibilidad de un análisis. Así, para que el padecimien-
to devenga síntoma, es necesario que el analista sostenga un
deseo distinto al deseo de curar. Sólo de este modo será posi-
ble un trabajo de desciframiento sobre su ser más propio, que
no sin angustia, permitirá una apertura diversa a la contin-
gencia y a la intemperie de la vida.
Por otro lado, analizaremos a continuación dos posiciones
que se encuentran íntimamente entrelazadas con la encerro-
na terapéutica, siendo resistenciales a la posibilidad de emer-
gencia de la posición analizante.

La posición cliente
En uno de las tantos chistes gráficos del genial Tute, vemos
a una mujer recostada en el diván que, con una expresión de
enfado, se dirige al sorprendido analista con el siguiente tex-
to: “¿A usted le parece, con lo que le pago, llevarme la contra-
ria?”. Resulta hilarante e impactante a la vez cómo este chis-
te logra situar en la experiencia analítica, aquel viejo slogan
que hace sólo unos años atrás podíamos encontrar en las vi-
drieras de cualquier comercio: el cliente siempre tiene la razón.
Ahora bien, más allá de que desde el psicoanálisis nos
resulte cínico e irrisorio denominar como “cliente” a aquel
que expone su padecimiento para encontrar algún tipo de
solución, desde otras perspectivas- que se afirman en lo que
Lacan denomino como human engineering y America way
of life –es habitual el uso del término “cliente” en una cla-
ra reducción del padecimiento a la lógica del mercado. En
este sentido, no es nada inusual encontrarnos con presenta-
ciones clínicas que asumen esta posición. Ahora bien, ¿qué
está en juego en este posicionamiento? ¿Es posible consti-

22
La encerrona terapéutica

tuir un análisis sin producir una trasmutación de esta cla-


se de presentaciones?
Desde esta posición, el análisis no hace más que degradarse
a un simple intercambio, en el cual, el cliente paga para que se
le otorgue la cura, o simplemente, y sin demasiados tapujos: la
felicidad. Sin embargo, aquí tropezamos con una imposibilidad
estructural de nuestro dispositivo. En primer lugar, no se tra-
ta de que el analista rehúse otorgarle un saber sobre la vida o
sobre cómo ser feliz, sino más bien que él no lo sabe y ésta es la
razón que lo lleva a interpretar. Quiero decir: si interpretamos
es en la medida en que el analista no es un gurú que posea un
saber sobre cómo se debe vivir. Si hacemos uso de la interpre-
tación es en la medida en que suponemos que el desciframien-
to del inconsciente es una mejor orientación, para la vida de
ese sujeto, de lo que cualquier sabio postmoderno pueda brin-
darle. Sosteniendo la apuesta, que mediante a ese saber trá-
gico y paradojal, se podrá constituir una posibilidad distinta a
las coordenadas de la repetición.
Por su parte, el cliente no sólo supone que se le debe otor-
gar el servicio demandado, sino que a su vez, no puede abrir-
se a la emergencia del inconsciente. Quiero decir: si el saber
es reducido a una mercancía, y el análisis a un servicio, esto
hace imposible la apertura pulsátil del inconsciente y la posi-
bilidad de emergencia de una contradicción ética. El analista,
convertido así en trabajador, deberá otorgarle una serie de tips
que permita poner fin a sus miserias. La máxima médica –ci-
tada por Freud– Tuto, cito, iucunde es sustituida en nuestro
siglo por la célebre frase de Luca Prodan: “No sé lo que quie-
ro pero lo quiero ya”.
Ahora bien, sin posibilidad de emergencia de un decir con-
tradictorio el análisis es imposible, ya que el “bien decir”, pro-
puesto por Lacan, supone la apertura a una Otredad de dis-
curso que emerge en la contradicción, de la cual el cliente –
como lo expresa el chiste de Tute– nada quiere saber.

23
Las condiciones del psicoanálisis

Es por esta vía que, en la posición cliente, el dinero –y más


aún si se trata de una suma considerable– resulta resisten-
cial. Quiero decir: el “pagar más” no trae aparejado necesa-
riamente que ese pago sancione un valor o un costo y no im-
plica que en el trabajo analítico se deje un pedazo de sí. “Pa-
gar más” puede perfectamente coincidir con esperar más del
Otro. Es por esto que es necesario leer desde donde se está pa-
gando para no caer en la ingenua equivalencia, que hace del
aumentar los honorarios, la panacea de la implicación subje-
tiva. Si se cobra un precio es en la medida en que se apuesta
a que lo dicho tenga algún valor, a que lo dicho genere Otro-
decir, y que no sea un simple blablá asociativo. Pero hay una
gran distancia entre esto último y pensar que el dinero, por sí
mismo, genera valor. Así, cuando muchas veces se justifica la
suba de los honorarios porque el paciente falta a una sesión
sin avisar o porque no asocia lo esperado, se está trabajando
más en el orden del conductismo o del deseo de dinero que en
la dimensión de un análisis. Es por esto que para que el de-
seo del analista pueda operar y no quede consolidada la posi-
ción cliente, es necesario que pueda suspender sus necesida-
des o aspiraciones económicas, caso contrario se encontrará
atrapado en otro tipo de encerrona.
Por último, no puedo dejar de evocar aquí lo que alguna
vez Oscar Wilde precisó con su habitual lucidez: “El cínico es
aquel que sabe el precio de todo y el valor de nada”. Esta po-
sición en donde se reniega de lo irrecuperable –las cosas que
no tienen remedio, como decía Serrat– y en donde todo es po-
sible, coincide con la ideología que pregona la libertad indivi-
dual sólo para someternos con mayor eficacia. El saber con-
tradictorio y desgarrador que se obtiene en un análisis no es
una mercancía a la que un cliente puede acceder, sino que sólo
puede devenir a través de una disposición particular que hace
emerger el valor y el costo en lugar de la pasividad del precio.
Así, al conocido sintagma It´s only business el psicoanálisis le

24
La encerrona terapéutica

opone el valor de que lo dicho pueda devenir en una verdad


sin precio que invita al costo irrevocable del acto.

El paciente y la espera

Si en la posición posición-cliente no habría estrictamen-


te hablando transferencia (dado que es imposible que la fal-
ta-en-ser y el amor se despliegue donde el saber es reducido
a una mera mercancía) en la posición-paciente nos encon-
tramos con una diferencia fundamental. El paciente no sólo
pone en juego la falta de un saber, sino, fundamentalmente,
es la falta-en-ser lo atraviesa sus demandas y es esto lo que
permite que el analista comience a ser instalado en el lugar
del Otro. La emergencia de enunciados como “dígame qué
hago” –cuando involucran a una enunciación muchas veces
angustiante que buscan la respuesta del Otro y se distan-
cian del pedido de un Discurso del amo
mero consejo– son indicadores Discurso
de la de la
aparición de este posicionamiento. El paciente, entonces, no
espera un saber-mercancía, S1 sino Sfundamentalmente,
2 su de- S2
manda apunta a una respuesta del Otro que le devuelva su
S a
ser, o mejor aún: el paciente sostiene la esperanza de que el
S1
Otro pueda decirle algo que le indique, de una vez por to-
das, quién es y cómo vivir.
Ahora bien, es imposible que estas coordenadas no dejen
Discurso
de evocar al llamado dehistérico:
discurso la histérica Discurso d

S S1 a
a S2 S2

Es este discurso –en el que se presenta el agente como di-


vidido demandándole al Otro un saber sobre sus síntomas–
Discurso capitalista

S S2 25

S1 a
Las condiciones del psicoanálisis

es donde se juega la posición paciente. Como lo ilustra el dis-


curso histérico, el saber otorgado por el amo (S1) fracasa en la
posibilidad de develar la verdad del deseo. Es decir, si el pa-
ciente pide las respuestas al Otro para no confrontarse con el
ser más propio, flaco favor haría el analista al alojar la espe-
ranza de que algo que pudiera decir lograría suturar la divi-
sión subjetiva. Una década antes del seminario 17 Lacan ya
advertía sobre este punto: “Si lo frustro, es que me pide algo.
Que le responda, justamente. Pero él sabe bien que no serían
más que palabras. Como las que puede obtener de cualquie-
ra. Ni siquiera es seguro que me agradecería que fuesen bue-
nas palabras (…) Me pide…por el hecho de que habla: su de-
manda es intransitiva, no supone ningún objeto”.8
Así, la frustración no sólo es el resultado de esperar una
respuesta que no llega del Otro, sino también de que el ana-
lista no ha virado transferencialmente lo suficiente para des-
marcarse de este lugar. De manera tal, que no se trata sola-
mente de que el analista se abstiene de responder a la deman-
da –¡como si pudiera responderla!– sino de que es necesario
ir más allá la posición del Otro. Y es en este sentido, que el si-
lencio –cuando no es causa o sanción de la palabra del anali-
zante– contrariamente a lo que se cree no posibilita la desti-
tución del analista del lugar del Otro. Por el contrario, la sue-
le alimentar ¿Acaso no es común encontrarnos con testimo-
nios de pacientes fascinados por el silencio de su analista?,
¿no es acaso, esta fascinación, la esperanza de una respues-
ta que juega al filo de la frustración? O en otros términos: lo
agalmático, el saber precioso supuesto en el lugar del Otro,
¿no se transforma, en definitiva, en un modo de resistencia?
Así, si bien la posición paciente inaugura el lazo transferen-
cial y la posibilidad de constituir un análisis, ésta condición
no es suficiente para permitir la emergencia de un analizante.

8. Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”, op.


cit., p. 587.

26
La encerrona terapéutica

Por lo tanto, es el fracaso del discurso amo –y también de


cualquier intento de pedagogización– lo que la frustración del
discurso histérico nos devela en un indicador clínico muy pre-
ciso: la queja. Esta no es otra cosa que la muestra de la im-
posibilidad que el Otro tiene para responder al deseo, o dicho
de otra manera: que toda respuesta a la demanda no resuel-
ve el problema de nuestra condición deseante.
La queja, indicador de que el deseo subsiste, deberá trans-
mutar en la posibilidad de arriesgarse al despliegue del dis-
curso sin la búsqueda permanente del sostén del Otro. Así,
analizarse es como sumergirse en la profundidad del agua.
No sólo porque el analista no ocupa el lugar del terreno firme
y seguro de respuestas sabias, sino porque implica, del lado
del analizante, elevar los pies del piso sólido de petrificados
saberes. Por supuesto que no se trata de un saber intelectual,
sino de ese íntimo y extraño saber que el inconsciente sostie-
ne sobre quiénes somos y quiénes son los otros. Para finalizar,
como lo indica Lacan en el comienzo de su enseñanza, uno de
los indicadores que da cuenta que el análisis se pone en mar-
cha es la aparición de la despersonalización. La enunciación
“no sé quién soy” –como efecto de la aplicación del método– es
un notable indicio de que se está empezando a transitar ha-
cia la posición-analizante; señal de que el decir se eleva del
suelo firme de nuestras pequeñas certezas yoicas; momento
en que la espera de una respuesta estéril del Otro ha comen-
zado a ser sintomatizada.

27
La interpretación en la dirección
de la cura: “Esto no es una pipa”

Fernando R. Martínez

Perder el sentido común1

“Esto no es una pipa” pintaba en 1929 el artista belga René


Magritte junto a la innegable, a la vez que sospechosa, ima-
gen de una pipa de fumar. Óleo célebre de este pintor surrea-
lista, desafiante del sentido común, quien evidentemente no
pintó una pipa, sino su representación, precisamente fue él
mismo quien comentó:

“La famosa pipa. ¡Cómo me la reprocharon! Y sin embar-


go, ¿podrías rellenarla? ¡No!, es sólo una representación. ¿No
es así? Si hubiera escrito en mi cuadro ‘Esto es una pipa’,
¡hubiera estado mintiendo!”2

Este tipo de aproximaciones coinciden con emergentes con


los que tropezamos en nuestra práctica clínica. Por ello parti-
ré de la idea de que para hablar de interpretación en psicoa-
nálisis es preciso animarse a perder las seguridades del sen-
tido común y, quizás, aproximarse un poco al arte.

1. Adaptación de una clase del seminario “El Analista en su laberin-


to” desarrollada el día 26 de Octubre de 2016 en el Salón de Ac-
tos, Escuela N° 5 “Manuel Belgrano”, Paraná (Entre Ríos).
2. Torczyner, H., Magritte, Ideas and Images, New York, Harry N.
Abrams, 1977.

29
Las condiciones del psicoanálisis

Sin embargo, para comenzar sería insensato no recurrir


a la Traumdeutung, aquel libro inaugural publicado en 1900
(con el comienzo del siglo XX) que también podría traducirse
como la “mántica” o “significancia” de los sueños, según nos
dice Lacan.3 De entrada, Freud señala que el sueño es el pa-
radigma, por el cual se entenderán las neurosis y los produc-
tos patológicos de la vida psíquica. Esencialmente podríamos
resumir en pocas palabras que la gran hipótesis freudiana
es que soñar implica un cumplimiento (disfrazado) de un de-
seo (reprimido). Destacando que, por otra parte, el sueño es
el guardián del dormir, no su perturbador: El soñar sustitu-
ye así a una acción necesaria para seguir durmiendo, donde
el “estímulo” como la sed hace que la persona sueñe que se le-
vanta y vaya a beber, o ir al baño si tiene ganas de orinar, o
soñar que se va de viaje si se acostó pensando en emprender
un viaje al amanecer, etc. Aquí acude a una plétora de sueños
de satisfacción, “befriedgung”.
Sin embargo, Freud encuentra rápidamente obstáculos a
esta tesis. Los mismos se desarrollan en la mayor parte de los
capítulos subsiguientes, porque el cumplimiento de deseo en
personas en tratamiento, “psiconeuróticos” como les llamaba
en esa época, es de difícil corroboración. Esto es lo que nos in-
teresa, ese punto oscuro de discernir cuál es el cumplimien-
to de deseo, y los reveses por los que se cumplen, los deseos
penosos, los de deseos contrarios, los insatisfechos, un amplio
abanico de los anhelos en los sueños, “wunsch”.
Esos reveses, esas vueltas, no son las imágenes oníricas,
sino el relato del propio sueño, lo que se interpreta es siempre
lo que la persona dice de lo que soñó. Aquí está la agudeza de
la cuestión, el lector puede advertir que en muchos sueños, así
como en casi todos los casos paradigmáticos hay alguna parte
donde Freud enuncia “Es como si el sueño diría…” o “Es como

3. Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”


en Escritos 2, Buenos Aires, Paidós, 2002..

30
La interpretación en la dirección de la cura: “Esto no es una pipa”

si el inconsciente de la paciente rezara…” eso es, freudiana-


mente, lo mismo que dice Lacan con la idea de que lo incons-
ciente está estructurado como un lenguaje. Las palabras no di-
cen, sino que “quieren decir”. Pero no hay un lenguaje especí-
fico del sueño, ni del inconsciente, Prueba de ello son todos los
callejones de la interpretación jungiana que se extravían en
la selva de los arquetipos.

¿Cómo interpretar sin un lenguaje?

Con el abandono de la teoría de la seducción, el 21 de sep-


tiembre de 1897,4 queda claro que la cura analítica no consis-
te en obtener el predominio de un principio de realidad: “Ya no
creo más en mi neurótica” le dice Freud a su amigo Fliess. Las
histéricas lo han engañado, y debe reconocer que en el incons-
ciente, como en el Aqueronte, no existe una orilla precisa en-
tre verdad y ficción. Freud se da cuenta de que lo inconscien-
te no es un déficit en la apreciación de la realidad. En conse-
cuencia, la cura analítica tampoco es rememoración, ni mu-
cho menos rectificación de la realidad.
Con todo esto se desmorona la expectativa de que en la cura
se podría ir en sentido inverso hasta el completo desentraña-
miento de lo inconsciente por lo consciente. Desde allí, Freud
considerará al sueño no con un significado unívoco que corres-
pondería a una representación única que deberá advenir cons-
ciente, sino a la manera de un jeroglífico o rebús a descifrar,
es decir, como un acertijo constituido por varias imágenes dis-
tintas, a la manera de ideogramas lingüísticos, letras, núme-
ros, etc., que vendrían a representar otra cosa, ya que relacio-
nadas entre sí que permitirían “leer” una significación oculta.
Esta “significación otra” para Lacan no es oculta, si bien

4. Freud, S., “Carta 69” en Obras completas, Vol. I, Buenos Aires, Amo-
rrortu, 1998, p. 302.

31
Las condiciones del psicoanálisis

hace su aparición en la interpretación: no es develación de


algo encubierto, sino que emerge como un revés del discurso,
torsión del significante. En Psicoanálisis, Radiofonía y Tele-
visión menciona:

“El corte interpretativo revelaría entonces la topología que


lo gobierna en una cinta de Moebius. Puesto que solamen-
te es de este corte que esta superficie, donde de cualquier
punto, se tiene acceso a su revés, sin que deba pasarse de
lado, se ve posteriormente provista de un recto y de un ver-
so. (…) sólo el psicoanálisis a condición de interpretarlo des-
cubriría que hay un revés de discurso.”5

También se destaca la relevancia que le da Lacan al asun-


to de la interpretación en “La dirección de la cura y el prin-
cipio de su poder”.6 Allí aparecen distintas líneas sobre la in-
terpretación: “El analista paga con sus palabras, la operación
analítica las eleva a su efecto de interpretación”, es decir, que
no hay interpretación sin analista; “Transferencia es interpre-
tar la sugestión. Sin interpretación el análisis sería una su-
gestión grosera”, es decir, que tampoco hay transferencia sin
interpretación.
Y la frase más interesante que decanta de las dos anteri-
ores, con la que podremos realizar algún tipo de escritura: “El
deseo, si Freud dice la verdad del inconsciente y si el análisis
es necesario, no se capta sino en la interpretación”. Invitaría
desde este fragmento a escribir la interpretación como cau-
sa de deseo sobre un saber que es puesto en reserva, como la
primer “fracción” del discurso del analista:

5. Lacan, J., Psicoanálisis. Radiofonía y Televisión, Barcelona, Ana-


grama, 1973, p. 27.
6. Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”, op.
cit., pp. 572-580.

32
e la histéricaLa interpretación en
Discurso del analista
la dirección de la cura: “Esto no es una pipa”

S1 a S
S2 S2 S1

Creso: Los riesgos del oráculo


Discurso capitalista
En el libro Usos del analista (2015) aparece un interesan-
te aporte realizado por Marcelo Mazzuca concibiendo el uso
S S2 como “práctica que requiere cierto ejer-
de la interpretación
cicio, pero no como una búsqueda”.7 Este señalamiento resul-
S1 ya aque buscar significa tener un objetivo prefija-
ta esencial,
do, pero encontrar es distinto: libera e implica decidir, en el
Aqueronte del inconsciente no se puede buscar.
La interpretación se arrima así, una vez más, al artista,
poder tomar el siguiente pensamiento que Pablo Picasso re-
lata: “El arte es una mentira que nos permite aproximarnos
a la verdad, al menos a la verdad concebible. La pintura debe
encontrar el medio de persuadir al público de que su mentira
es la verdad”.8 Para evitar la parálisis ante el caballete, este
artista recomendaba ejercitar una libre disponibilidad, un es-
tado de alerta desentendido de búsquedas pautadas, la cita
continúa: “un cuadro no es jamás un fin ni una culminación,
sino más bien un feliz azar y una experiencia”.9
Hay otra frase de Picasso que dice “Yo no busco, encuen-
tro”, la que escribió en una carta en 1926 y que, a mi enten-
der, tiene mucho que ver con la interpretación. De hecho pun-
tualmente Lacan la trabaja en el seminario 11 a propósito de
la investigación en psicoanálisis.

7. Mazzuca, M., Lutereau, L., y otros, Usos del Analista: Conceptos


fundamentales de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, Letra
Viva, 2015, p. 115.
8. Olano, A., Picasso íntimo, Madrid, Dagur, 1971.
9. Ibid.

33
Las condiciones del psicoanálisis

Entonces la interpretación parte del encuentro con este “fe-


liz azar” análogo a la asociación libre del hablante en el dispo-
sitivo analítico, que también se produce gracias a la “libre dis-
ponibilidad” que se ubica como análoga a la atención flotante
por parte del analista, y que, en algún momento se relaciona-
rá con un sentido, pero no será cualquier sentido, ni un senti-
do a nivel “oracular”, esto muchas veces conlleva dificultades
ligadas más a la sugestión que al análisis.
A nivel de la demanda suele suceder que queremos escu-
char únicamente lo que nos interesa, y sea por una u otra ra-
zón, no situamos otras significaciones posibles. Esto sucede en
la historia del Rey Creso cuando se dirigió hacia el Oráculo
de Delfos a preguntar a la Pitonisa si debía o no invadir Per-
sia y atacar con todo su ejército a Ciro el Grande. Al entrar en
trance ésta le predijo el futuro en unos versos muy crípticos
que auguraban: “Si atacas, destruirás un gran imperio”. Efec-
tivamente se cumplió esta profecía, pues el rey Creso destru-
yó un imperio. Atacó y fue derrotado en Timbrea de manera
tan terminante que las filas del enemigo tomaron sus domi-
nios, destruyendo así su propio imperio.
A veces en psicoanálisis al pretender interpretar se gene-
ran estos enigmas. Lacan dice en su seminario 17 que un enig-
ma es una “enunciación cuyo enunciado queda en reserva”.
Entonces, generar un enigma a un paciente, no es generar un
sinsentido. Al contrario, es el colmo del sentido, es pura ima-
gen, de hecho es su anagrama.
Tal es el caso de un paciente que luego de algunos momen-
tos de silencio durante las sesiones, solía expresarme, ansian-
do alguna intervención enigmática: “y ahora me vas a ma-
tar” o “¡la sesión anterior me mataste!”. Siempre lo repetía,
y lo interesante era que lo enunciaba mucho más enérgica-
mente que el “¡me mataste!” del lenguaje coloquial argentino,
que expresamos al no saber contestar, por ejemplo, la ubica-
ción de una calle a un extraño. Cuando logramos una vía in-

34
La interpretación en la dirección de la cura: “Esto no es una pipa”

terpretativa de esta expresión de que “lo mate/é”, resultó de


ello un resorte para evidenciar la expectativa de una humilla-
ción encubierta, nada enigmática, que refirió particularmen-
te a cierto partenaire.
Otro riesgo también surge de la idea de una pedagogía en-
cubierta, donde intervenimos o facilitamos una construcción
para que el paciente le adjudique un sentido, pero un sentido
al que nosotros nos habíamos anticipado. Esto es “edipizar”,
por ejemplo. Freud en sus inicios lo hacía, y es Lacan quien
aclara en “La dirección de la cura” que esto tiene que ver con
las “pasiones del analista”, sus propias inseguridades, sus pro-
pias convicciones en torno al trabajo analítico, o directamen-
te a su propio fantasma.
Para desbrozar estos riesgos y obstáculos, esquematicemos
la interpretación de la siguiente manera:

Propongo pensar la interpretación como una magnitud


vectorial. Esta idea proviene de la Física, en oposición con las
magnitudes escalares, medibles como las determinadas por
el peso o la temperatura. Por supuesto que no es una formu-
lación física en sentido estricto, pero se puede representar tal

35
Las condiciones del psicoanálisis

como se representa por ejemplo a la velocidad (v=e/t) o la acel-


eración (a=(Vf-Vi)/(Tf-Ti)).
Vuelvo a la “fracción” que presenté al principio para la in-
terpretación: “I=a/s2”. Los vectores se definen por sus coorde-
nadas, pero para formalizar éste necesitamos hacer algunas
salvedades.
Se trata de una magnitud vectorial aplicable en un siste-
ma de referencias. En nuestro caso, dicho sistema es el posi-
cionamiento del sujeto, o si se prefiere, su lugar “no-todo” en
las estructuras clínicas. Interpretar es realizar un segmento
orientado no sabiendo muy bien hacia dónde. Una flecha cuyo
motor es el deseo y posee cuatro elementos:
1. Punto de aplicación (división, sinsentido: lugar del lap-
sus, síntoma, sueño)
2. Dirección (La cura, dirigida por el analista)
3. Sentido (Enlace a otros significantes, producción de saber)
4. Alcance (Con una torsión necesaria de sentido y límite,
aunque incalculables)
La interpretación hace surgir un saber, ¿y qué es un sa-
ber? Elementos de una cadena significante articulados en un
enunciado ocupando el lugar de verdad para el sujeto. Pode-
mos decir que interpretar tiene su alcance, por eso también
hay un límite para la interpretación y para ese desarrollo de
verdad, no-todo es interpretable.
Por otra parte, una intervención aún apuntada a generar un
vacío interpretativo, nunca puede ser calculada. Es una flecha
sentida como “sentido sin sentido”. En otros términos la inter-
pretación puede tener efectos pero no es en sí misma un fin.
En la magnitud interpretativa el analista es causa de de-
seo y trabajo analítico. No estaría de más decir que los pacien-
tes o analizantes, transferencia mediante, sueñan para el ana-
lista. El corte interpretativo es un momento de torsión fugaz.
No es dar explicaciones, ni provocar, ni solicitar.

36
La interpretación en la dirección de la cura: “Esto no es una pipa”

Ceci n’est pas… une pipe

Propongo para este desarrollo un recorte clínico a los fines


de pensar nuestros prejuicios y pre-interpretaciones en la clí-
nica, para vislumbrar que se interpreta, y quien interpreta:

Ceci llega un día y relata un sueño. Tiene poco más de 30


años y nunca había traído un sueño a terapia, era la prime-
ra vez luego de poco menos de dos años de trabajo en entre-
vistas preliminares. Siempre me relató muchas dolencias, es-
tar “mal” parecía ser su carta de presentación. Al momento de
cancelar alguna sesión me daba muchísimos detalles médi-
cos sobre diagnósticos que le daban, detalles de turnos, etc…
Nunca tuvo ninguna enfermedad grave, pero parecía que la
buscaba, se trataba de dolencias en casi cualquier parte del
cuerpo leves pero sostenidas en el tiempo. Gran parte de la
“mejora” como ella le llama a la terapia, tuvo que ver con es-
tablecer relatos en torno a estos padecimientos. Ubicó en las
sesiones el logro de constituir un miramiento sobre sí, decía
muchas veces que las cosas le pasaban “por no tener cuidado”.
Encontramos en relación al significante “cuidado” otro de-
talle llamativo, al menos desde lo que uno podría esperar: no
le interesaban las relaciones amorosas, una vez le gustó un
chico, pero éste se puso de novio con otra. “Eso es para com-
plicarme la vida”, decía Ceci. El sueño que trae, su primer re-
lato onírico, inaugurará otro momento.
Llegó algo extrañada al consultorio y pronunció cuatro pa-
labras:
–Soñé que estoy clavada
–¿Cómo clavada? –Pregunté de forma bastante ingenua,
para propiciar el despliegue del relato del sueño y sus ambi-
güedades.
–Estoy parada y me clavan con clavos en los pies.
–¿Qué más recordás?

37
Las condiciones del psicoanálisis

–Son clavos grandes y largos (realiza un gesto con las ma-


nos para referir su longitud) me lastiman y no me puedo mover.
–¿Y qué más?
–Me quedo ahí, y no hay nada.
–Está bien, ¿pero no notás cierta ambigüedad?
Aquí permaneció en un largo silencio y disintió con la ca-
beza. Frente a otra intervención más directa sobre una posi-
ble fantasía sexual en el sueño, no manifestó asociación algu-
na. Esto no es una pipa: a pesar de casi dos años de trabajo
y ningún un elemento ligado a la vida sexual, tan destacada
y recurrente en nuestra formación y práctica psicoanalítica.
Evidentemente, como corroboraremos enseguida, era algo
que buscaba el analista, pero no que ella encontrase. No se
trata de una persona asexual. Hay posición sexuada, sin duda,
pero nunca se puede formular de antemano. Volviendo al sue-
ño, y luego de un largo silencio, al preguntarle a qué lograba
asociar estos emergentes, Ceci refiere a dos escenas que ya ha-
bía comentado en otras sesiones pero que ahora son resignifi-
cadas, ya que en ellas su padre “la deja clavada”:
1. Tenía doce años, y era muy gordita, estaba por meterse
a la pileta con unas amigas, y su padre le grita: “¿cómo te vas
a poner bikini con ese cuerpo?”.
2. Estaba por empezar a estudiar su carrera universita-
ria, a los 18, su padre le dice: “No estudiés eso que es un cla-
vo, estudia otra cosa como abogacía, así me servís para algo”.
También recuerda sangrar por lastimarse con clavos ju-
gando con unas cajas de madera, con una amiga en su infan-
cia, dice que en dicha ocasión su padre no la llevo al médico,
en su lugar discutía con su madre. Lo mismo sucedió con otra
situación que había narrado en otra ocasión, en la que se que-
bró el pie, “con el hueso para afuera”, sintiendo mucho dolor.
Allí no pudo hacer nada y luego de un largo tiempo de perma-
necer inmóvil llega la ambulancia. Recuerda que sus padres
se separan al poco tiempo de ese episodio. El trabajo en las

38
La interpretación en la dirección de la cura: “Esto no es una pipa”

sesiones cobra aprés coup, una nueva dirección: no hay movi-


miento, porque estaba clavada, “no hay nada” dice Ceci, solo
sufrimiento que al menos me podía contar. Esto quería decir
aquel “no tener cuidado”.
Inventamos juntos un nombre para su síntoma que resul-
tará clave para un posterior trabajo, ya analítico: “padreci-
miento”, con él logra nombrar su síntoma, su dolor, su historia.
La interpretación que construimos lejos de referirse a una
lectura precipitada con categorías que repetimos muchas ve-
ces, y que quizás no quieran decir demasiado tales como: “fan-
tasías sexuales”, “penisneid”, “fijación fálica”, etc., se direccio-
naba hacia una posición sexuada pero particularísima a esta
sujeto: “¿Qué soy en tanto Ceci frente al deseo del Otro? No lo
sé, pero debe tener que ver con vivir padeciendo y tolerar cier-
to dolor a cambio de sostener un lugar entre papá y mamá”.
Ella goza de los clavos significantes que hieren a la vez que
delimitan ese cuerpo, vía regía a esa incógnita entre la rela-
ción Padre y Madre. Surgirán nuevas vías interpretativas a
partir de este momento como el tortuoso lugar de la crucifi-
xión, luego aparecerá el movimiento, diciendo con algo de hu-
mor: “Ya sé que no les importo tanto pero estoy mejor, ahora
en vez de soñar que estoy clavada sueño que corro, no sé ha-
cía donde, pero corro”.
Son las letras del síntoma lo que el discurso analítico pro-
duce como real mediante la interpretación, “clavada” quizás,
en el caso de Ceci. En la dirección de la cura lo real del sín-
toma es irreductible, pero la interpretación puede anoticiar-
nos de que éste ya no la representará como sujeto, al menos
por ahora.

39
Los movimientos del síntoma

Pablo Sartori

Uno de los grandes aportes de Freud es poner en juego, en


el curso de un análisis, el concepto de acto, diciendo que el ana-
lizado no recuerda nada de lo olvidado o reprimido, sino que
lo vive de nuevo. No lo reproduce como recuerdo, sino como
acto; lo repite sin saber, naturalmente, que lo repite. La ini-
ciación del tratamiento trae consigo una modificación de la
actitud consciente del enfermo ante su enfermedad. General-
mente, se ha limitado a despreciarla, sin estimar debidamen-
te su importancia.
En la apertura de la experiencia analítica, el síntoma se tra-
ta de un padecimiento no advertido, sostenido en la función
de desconocimiento constitutiva del yo, “lo que el sujeto cono-
ce de sí mismo pero sin reconocerse en ello”, definición que da
Lacan del síntoma en “Acerca de la causalidad psíquica”. Mu-
chas veces se escuchan en la clínica, expresiones como “yo soy
así” o “esto es herencia de mi padre o madre”, donde se enfati-
za ese desconocimiento yoico, de que para ese sufrimiento hay
una causa. Este desconocimiento, hace notar que la división
subjetiva en algunos casos no es un punto de partida, sino que
se requiere de un acto del analista localizar ese padecimiento.
El primer movimiento en el análisis, es el cambio de posi-
ción subjetiva del sujeto con respecto al padecimiento. La con-
cepción del síntoma analítico, implica un desplazamiento ha-
cia lo que el sujeto sabe sobre lo que él mismo padece. El sín-

41
Las condiciones del psicoanálisis

toma es la expresión de un saber inconsciente que concierne


y divide al sujeto que lo padece. El análisis comienza cuando
se abre el interrogante donde el padecer adquiere su dimen-
sión de significante, dando lugar al hacer analizante.
La primera cuestión a tener a cuenta, es qué pregunta hay
por parte del sujeto con respecto a su padecimiento y la ma-
nera en que eso que no anda pueda ponerse a trabajar. El pa-
ciente viene con la pregunta por la causa, ya sea de su males-
tar o de su padecimiento, ese “no puedo con esto” o “nunca pen-
sé que me iba a sentir así” son frases que tan frecuentemen-
te se escuchan en la clínica. Esta referencia a la pregunta por
la causa o sus efectos, es fundamental para que el sujeto que
viene con este no saber, advenga en analizante.
El proceder analítico parte del enunciado del reconocimien-
to del síntoma, es decir, que el sujeto tiene que darse cuen-
ta de que eso funciona así. Lacan en el seminario 10 expresa
que este reconocimiento no es un efecto separado del funcio-
namiento del síntoma, sino que el síntoma sólo queda cons-
tituido cuando el sujeto se percata de él. El primer paso del
análisis, es que el síntoma se constituya en su forma clásica,
sin lo cual no hay modo de salir de él, porque no hay modo de
hablar de él, porque no hay modo de atrapar al síntoma por
las orejas. ¿Qué es la oreja en cuestión? Es lo que podemos lla-
mar lo no asimilado del síntoma, no asimilado por el sujeto.
Para que el síntoma salga del estado de enigma todavía infor-
mulado, el paso a dar no es que se formule, es que en el sujeto
se perfile algo tal que le sugiera que hay una causa para eso.
El síntoma en la clínica es del orden de lo necesario, pues-
to que es la creencia de que el síntoma tiene un sentido enig-
mático lo que instala la suposición de saber en el lugar del
Otro. Colette Soler en Finales de análisis sostiene que el psi-
coanálisis es la operación del síntoma, en el doble sentido, a
saber que allí se opera sobre y por el síntoma. La constitu-
ción del síntoma analítico es solo posible si el sujeto decide

42
Los movimientos del síntoma

tomar otra posición frente a su padecimiento, cambiando su


valor de goce insuficiente por un valor de saber, posibilitan-
do el despliegue de la transferencia:

“¿Cuál es la incidencia del acto sobre el síntoma a la entrada


del psicoanálisis? La incidencia primera del acto es hacer al
síntoma analizable. Es un cambio hacerlo analizable, y ha-
cerlo debe ser tomado aquí en el sentido de una producción.”1

En la “Conferencia 23º”, Freud define a los síntomas como


actos nocivos o por lo menos inútiles, que el sujeto realiza
muchas veces contra toda su voluntad y experimentando
sensaciones displacenteras o dolorosas. Su daño principal
se deriva del esfuerzo psíquico, que primero exige su eje-
cución y luego la lucha contra ellos, siendo esta formación
de síntomas la que produce un agotamiento de la energía
psíquica del enfermo y lo incapacita para toda otra activi-
dad. Resulta que en esta incapacidad dependiente de las
magnitudes de energía, se puede reconocer que el estar en-
fermo es un concepto esencialmente práctico. Esta practi-
cidad se debe a que los síntomas crean una sustitución de
la satisfacción denegada, por medio de retroceso de la libi-
do, a fases anteriores. No es de extrañar, indica Freud, que
haya ciertas dificultades para reconocer en el síntoma la
satisfacción libidinosa que suponemos constituye.
El sujeto en análisis no quiere cambiar, ha invertido mu-
cho en sostener todo tal como estaba, dudando en perder lo
que cree que tiene asegurado obteniendo esa satisfacción se-
cundaria de la que habla Freud. La constitución del síntoma
como analizable requiere que el síntoma pase del estatuto de
respuesta al estatuto de pregunta para el sujeto, siendo este
el paso necesario para la inscripción de un saber inconscien-
te, delimitando el síntoma a través de la palabra.

1. Soler, C., Finales de análisis, Buenos Aires, Manantial, 2011, p. 64.

43
Las condiciones del psicoanálisis

En el seminario 11, Lacan se pregunta que lleva al pacien-


te a recurrir al analista para pedirle algo que él llama salud,
cuando el analista sabe que su síntoma está hecho para pro-
curarle ciertas satisfacciones. En sus primeros pasos, el acto
mismo con que se emprende el análisis, el analista se enfren-
ta con la profunda ambigüedad de toda aseveración del pa-
ciente, debido a que tiene dos caras:

“Es evidente que la gente con que tratamos, los pacientes, no


están satisfechos, como se dice, con lo que son. Y no obstan-
te, sabemos que todo lo que ellos son, lo que viven, aun sus
síntomas, tiene que ver con la satisfacción. Satisfacen a algo
que sin duda va en contra de lo que podría satisfacerlos, lo
satisfacen en el sentido de que cumplen con lo que ese algo
exige. No se contentan con su estado, pero aun así, en ese es-
tado de tan poco contento, se contentan. El asunto está jus-
tamente en saber qué es ese “se” que queda allí contentado.”2

Para la constitución del síntoma analítico es necesario el


establecimiento de la transferencia, donde emerge el sujeto
supuesto saber, ubicando al analista como intérprete del sen-
tido inconsciente y a través de la escucha participa en la ca-
dena significante. En este caso la interpretación, que es lo que
funda el efecto de transferencia, es para que el sujeto advier-
ta su determinación inconsciente.

Síntoma y transferencia

El manejo de la transferencia es uno de los actos principa-


les actos del analista, siendo a través de la transferencia que
el análisis puede modificar algo en el analizante, comenzan-

2. Lacan, J., El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del


Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 2013, p. 173.

44
Los movimientos del síntoma

do por cierta producción de saber sobre el síntoma. Al esta-


blecerse la transferencia, la demanda del analizante se dirige
al saber supuesto del analista. En el desarrollo de la transfe-
rencia, estos primeros movimientos son los que se deben te-
ner en cuenta en un análisis, ya que la posición del analista en
estos momentos es intentar hacer algo con nada. Hacer algo
con nada, quiere decir que la posición del analista es de sem-
blante de saber, producido por tener una nada, que se utiliza
para la producción de la causa de deseo, es decir, el analista
se hace causa del deseo analizante y el síntoma se transfor-
ma en la brújula del análisis.
En “La dirección de la cura y los principios de su poder”,
Lacan cuestionaba el lugar de la libertad en la clínica psicoa-
nalítica, diciendo que el analista es el hombre a quien se ha-
bla y a quien se habla libremente:

“El sujeto invitado a hablar en el análisis no muestra en lo


que dice, a decir verdad, una gran libertad. No es que esté
encadenado por el rigor de sus asociaciones: sin duda le opri-
men, pero es más bien que desembocan en una palabra li-
bre, en una palabra plena que le sería penosa.”3

Este es uno de los primeros obstáculos en la clínica, donde


nada más temible que decir algo que podría ser verdad. Este
decir libremente de la regla analítica, lleva a que el sujeto ha-
ble del padecimiento, de aquello imposible de soportar de lo
que el sujeto no está dispuesto a hablar, que es justamente su
síntoma. Sostener la asociación libre, se convierte entonces en
el motor de la transferencia.
El establecimiento de la transferencia va a permitir el cam-
bio de posición a sujeto deseante, dando lugar a la elaboración
del síntoma en su estatuto de pregunta, buscando una solución

3. Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder” en


Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 596.

45
Las condiciones del psicoanálisis

por la vía del deseo de saber. La transferencia es un fenómeno


que incluye juntos al sujeto y al psicoanalista, ligado al deseo
como fenómeno nodal del ser humano, tal como lo expresa La-
can en el seminario 11.
El lugar de la transferencia, se establece en cuanto hay un
sujeto que se supone saber, y lo que se supone que sabe, es la
significación. En este punto afirma Lacan, es donde ocurre lo
que denomina efecto de transferencia, este es el amor, siendo
que amar es, esencialmente, querer ser amado. El amor es un
efecto de transferencia, pero es su faz de resistencia, es decir,
que los analistas para poder interpretar tienen que esperar
que se produzca este efecto, y a la vez, saben que hace que el
sujeto se cierre a la interpretación. “El efecto de transferen-
cia es ese efecto de engaño que se repite en el aquí y ahora”.4
Entonces detrás del amor llamado de transferencia, está la
afirmación del vínculo del deseo del analista con el deseo del
analizante.

El goce del síntoma

En la “Conferencia 18º: La fijación al trauma. Lo incons-


ciente”, Freud sostiene que el sentido de los síntomas es des-
conocido para el enfermo, y el análisis muestra por lo regu-
lar que estos síntomas son retoños de procesos inconscientes
que, sin embargo, bajo diversas condiciones favorables, pue-
den hacerse conscientes. La posibilidad de atribuir a los sín-
tomas neuróticos un sentido por medio de la interpretación
analítica, constituye una prueba irrefutable de la existencia
de procesos psíquicos inconscientes.
Lacan indica que a partir de 1920 se instaura un viraje en
Freud. Hasta ese momento se definía el síntoma precisamen-

4. Lacan, J., El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del


Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 2013, p. 261.

46
Los movimientos del síntoma

te como un efecto de verdad, como algo a descifrar, en el cual


se trataba de la interpretación de los fenómenos, tales como
el sueño, acto fallido, lapsus, pudiendo revelar a partir de es-
tos fenómenos el secreto del síntoma, es decir, que todo sínto-
ma tiene un sentido:

“Antes del viraje, es por el desciframiento de este material


como el sujeto recobra, con la disposición del conflicto que
determina sus síntomas, la rememoración de su historia. Y
es igualmente por la restauración del orden y de las lagu-
nas de ésta como se mide el valor técnico que debe conce-
derse a la reducción de los síntomas.”5

En el seminario 10 Lacan señala que el síntoma debe ser


interpretado, pero que no puede ser interpretado directa-
mente, sino que se necesita de la transferencia, es decir, del
Otro. El síntoma no llama a la interpretación, es posible la
interpretación, pero con la condición de que la transferen-
cia esté establecida. Lo que el análisis descubre en el sín-
toma es que no es llamada al Otro, no es lo que muestra al
Otro: “El síntoma, en su naturaleza, es goce, no lo olviden,
goce revestido, sin duda, no los necesita a ustedes como el
acting out, se basta a sí mismo”.6
El análisis conduce a escuchar en el discurso esa palabra
que se manifiesta a través, o incluso a pesar del sujeto. El su-
jeto emite una palabra que él ni siquiera sabe que emite como
significante, ya que siempre dice más de lo que quiere decir,
siempre dice más que lo que sabe que dice:

“¿Cómo es que el síntoma, que no pide interpretación, se


engancha en el trabajo analítico? ¿Cómo podemos tentar al

5. Lacan, J., “Variantes de la cura tipo” en Escritos 1, Buenos Aires,


Siglo XXI, 2005, p. 320.
6. Lacan, J., El seminario 10: La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2007,
p. 139.

47
Las condiciones del psicoanálisis

síntoma con la verdad? ¿Cómo muerde el anzuelo hasta el


punto de hacer del sujeto realmente dividido un real de ver-
dad? El truco freudiano, bien explícito en sus historiales clí-
nicos, consiste en tentar al síntoma con la verdad como cau-
sa material, animarlo a mostrar su estructura –su real di-
vidido, su goce torturado, su insatisfacción radical– al ha-
blar de otra cosa: los padres, etc.”7

Podría pensarse que un síntoma acomodado a su goce es di-


fícil que llegue al análisis, sin hacer signos al sujeto de alguna
urgencia. Los síntomas proporcionan satisfacciones sustituti-
vas, pero estos sustitutos no siempre funcionan, a veces pue-
den producirse ciertas fallas en los modos de goce. En la di-
rección del análisis, el fin no es la supresión del síntoma, sino
que más bien se trata de un desplazamiento del goce que por-
ta el síntoma, produciendo una nueva satisfacción sustitutiva
a través de la acción significante. El reconocimiento del sínto-
ma a través de la palabra, lleva a que se pueda interrogar la
cuestión de su querer decir.
Lo propio de la clínica psicoanalítica, es tener en cuenta
la escritura del síntoma como saber y su reescritura, la cual
se trata de un cambio en la manera de plantearse el goce del
síntoma. En los movimientos transferenciales que se estable-
cen en la clínica, el síntoma del que habla el sujeto, se da en
relación al Otro de la transferencia, donde el goce es trans-
ferido al lugar del analista como un goce supuesto. Le está
dirigido al analista porque se supone que él sabe sobre eso,
aceptando esta suposición y hasta promoviéndola, con el fin
de elaborar un saber sobre el goce, donde el síntoma se deci-
de a ceder parte de su capital de goce.
La verdad que no se revela, es que más allá del saber in-
consciente que porta el síntoma, oculta una verdad, que es la

7. Lombardi, G., La libertad en psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós,


2015, p. 164.

48
Los movimientos del síntoma

posición de goce de cada sujeto, es decir, que el goce sólo es al-


canzable por vía sintomática. La verdad oculta en el síntoma,
se refiere a un saber a medias, a la imposibilidad de decirla
toda, ya que en la búsqueda de esa verdad, se abre una pre-
gunta en el sujeto, un enigma, es decir, un saber que se sus-
trae, que se oculta a sí mismo como enunciado para recupe-
rar la enunciación del paciente.
Lacan en la conferencia “La tercera”, llama síntoma a lo que
viene de lo real. “Esto significa que se presenta como un pece-
cito cuya boca voraz sólo se cierra si le dan de comer sentido.”8
Lo que puede pasar son dos cosas, por un lado con eso proli-
fera, o por el otro, eso revienta.
El sentido del síntoma no es aquél con que se lo nutre para
su proliferación o su extinción, el sentido del síntoma es lo real,
en tanto es lo que impide que las cosas anden. Por esto, La-
can insiste tanto en que nutrir al síntoma, a lo real, de senti-
do, es tan sólo darle continuidad de subsistencia. Entonces se
trata de una lectura del síntoma, en donde la interpretación
pasa por privar al síntoma de sentido.
Lacan acentúa que el síntoma escribe lo real del goce, es
decir, el síntoma no cesa de escribir lo real, porque nunca lo-
gra terminar de civilizarlo. Lo real se escribe en el síntoma,
pero no termina de escribirse, por eso el síntoma insiste, po-
niendo en juego algo de lo real.

8. Lacan J., “La tercera” en Intervenciones y textos 2, Buenos Aires,


Editorial Manantial, 1988, p. 84.

49
Todos tenemos un cuerpo

Norberto Velazquez

El cuerpo es al mismo tiempo el límite y lo que


lo excede, el confín y lo que está más allá.
Franco Rella.1

Un cuerpo

Sin duda que todos tenemos un cuerpo, pero no es el mis-


mo cuerpo. Somos un cuerpo, pero no único y concebible en for-
ma directa. Un cuerpo que nos invade, implica y perturba. Un
cuerpo que es el límite donde todo comienza y donde termina
a la vez, como en un círculo. Un cuerpo que se repite. Cuerpo
que se hace cuerpo. Un cuerpo, solo un cuerpo.
Interrogamos a nuestros pacientes sobre su pathos y rápi-
damente nos percatamos de que el cuerpo se inmiscuye en la
conversación. Sensaciones de ahogo, temblores, apatía, mie-
dos, bulimias y anorexias. Fenómenos que se manifiestan en
el cuerpo y que trazan una geografía de sinsentidos que nos
convoca, a nosotros analistas, a interpretar. El cuerpo habla, el
analista escucha. El cuerpo es lenguaje, el analista un lector.
Es difícil hablar de la experiencia del cuerpo si no es por
medio de su textura significante. Un niño deseado y cuidado
por el Otro lleva en su cuerpo las marcas de su deseo. A veces
en exceso, como nos suele indicar el obsesivo, este Otro suele
manipular el cuerpo al orden de sus caprichos. El cuerpo es gol-

1. Rella, F., En los confines del cuerpo, Buenos Aires, Nueva Visión,
2004.

51
Las condiciones del psicoanálisis

peado por las palabras del Otro, violentado por el significante


como dice Lacan.2 Y así, según la evolución física que el niño
vaya adquiriendo se le señalaran sus logros, se le advertirán
los peligros que el medio suscita; el cuerpo-niño se procurara
alguna satisfacción puntuada por exclamaciones significantes.
Advertimos en la experiencia del análisis, que la narración
del cuerpo nos remite inevitablemente a ese baño de lengua-
je que Lacan nos indicó. Incluso podemos apreciar en los ana-
queles de la historia que el cuerpo es un objeto, un pedazo de
carne que se pierde en los laberintos del deseo. Lo que en la
práctica diaria nos sorprende es el cómo ese cuerpo desea.

Una cuestión pulsional

Tal vez una de las referencias más interesantes con la que


nos solemos encontrar es la de “concepto límite entre lo psí-
quico y lo somático”,3 lo que nos permite pensar que la pulsión
actúa como un borde, entre la pura carne, por decir así, y la
representación psíquica que de ella se tiene. Por ello la difícil
acepción de Vorstellungreprasentanz no indica otra cosa que la
representación de la pulsión, a fin de cuentas, algo que queda
inscripto en el psiquismo y fijado a su representante. En esta
línea, no se puede diferenciar la pulsión de su representante
porque la pulsión es un acto de representación.
Esta representación de la pulsión es en cierta medida el
fundamento de aquella carne que habrá de hacerse un cuer-
po. Somos seres encarnados a causa de ese representante.
Agreguemos algo más. Si la pulsión es un acto de represen-
tación la pregunta que debemos formular es: ¿qué es lo que

2. Lacan, J., El seminario 5: Las formaciones del inconsciente, Buenos


Aires, Paidós, 2003.
3. Freud, S., “Pulsiones y destinos de pulsión” en Obras completas,
Vol. XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 2003, p. 117.

52
Todos tenemos un cuerpo

representa? Dijimos que tenía que ver con el soma y no esta-


mos lejos de poder afirmar que la pulsión se instituye por una
ausencia, de algo que se ha perdido y que se lo quiere traer de
vuelta, es decir re-presentarlo. El cuerpo es la sede originaria
del encuentro con el objeto que brindará la mayor de las satis-
facciones, pero cuya pérdida es palpable. La pulsión persiste
en la búsqueda de ese objeto, en representar lo ausente cuyo
lugar de encuentro originario fue el cuerpo, y el mismo lugar
o zona donde se produce la trágica perdida.
El cuerpo es el lugar de la presencia y ausencia que está
trazado por el erotismo del cuerpo del Otro. La pulsión se
moviliza por el objeto, es en la medida en que éste está cons-
tituido como falta. El objeto representa lo ausente, lo per-
dido, lo que se busca en los confines del cuerpo. Búsqueda
que no encuentra ese objeto anhelado, sino un sustituto. Por
eso Leclaire4 sostiene que el representante de la pulsión, en
tanto presencia de lo ausente, es lo que sostiene el deseo,
lo que lo causa. Entre el objeto buscado y el obtenido, en la
distancia entre ambos, oscila el deseo.
Ahora bien, este objeto que representa una falta –tal vez sea
el problema de su acepción teórica– deviene de la relación an-
cestral con el Otro. Este encuentro traumático, decimos, tiene
la particularidad de dejar a ese pedazo de carne indefenso ante
el Otro. Una violencia originaria bosquejada en las marcas que
el latigazo del significante incrustó. Las sensaciones del cuerpo
son significadas por el erotismo del Otro que en su sonoridad,
hará de la carne un cuerpo. Y en ese cuerpo zonas erógenas.
¿Qué es una zona erógena? Nada más ni nada menos que el
recorte de una parte especifica del cuerpo cercenado por el sig-
nificante, la cual tiene incidencias clínicas y estructurales. Así
en la obsesión descubrimos la insistencia de determinada zona
erógena –y si algo caracteriza a la obsesión es la insistencia–

4. Leclaire, S., “Las pulsiones” en Escritos para el psicoanálisis I.


Moradas de otra parte, Buenos Aires, Amorrortu, 2000.

53
Las condiciones del psicoanálisis

responsable de ciertas formaciones de carácter, que en pluma


de Freud5 son asociadas al orden, el ahorro y la obstinación.
Entonces, ¿qué es un cuerpo? Un conjunto de zonas eróge-
nas sobre las cuales se organiza la vida psíquica. Zonas eróge-
nas, zonas subjetivas. Lugares de intercambio con el Otro don-
de el cuerpo, en su conjunto, se expresa bajo los modos del ero-
tismo. Así, cada zona erógena funciona como sede de múltiples
placeres, donde se produce el intercambio de vivencias simi-
lares con otros cuerpos. Cuerpo erógeno, carne hecha cuerpo.
Conjunto de lugares susceptibles capaces de ser foco de una
experiencia sexual.

Un objeto para el cuerpo

Todo ocurre a nivel de las representaciones. La realidad con


la cual el psicoanálisis tiene que lidiar no es otra que la rea-
lidad psíquica, como conjunto de elementos representativos
de la pulsión. Es menester en el curso de un análisis acceder
a esas representaciones y tratar de entender la lógica que las
ordena. Claro que todo esto sucede con un cuerpo a cuestas.
Es interesante destacar que cuando hacemos mención a
la pulsión, las representaciones y el cuerpo, no podemos de-
jar de lado la problemática del deseo. Y decimos problemáti-
ca porque el deseo no se lo puede definir si no es por su cau-
sa, es decir, el objeto. Podemos decir de este objeto que difiere
en su materialidad del objeto de la satisfacción de determi-
nada necesidad. En nuestro campo el objeto que anima el de-
seo es alucinado. Este objeto, ante el cual conviene abstener-
se de calificarlo como algo material, como objeto o como letra
(a), nos lleva a reordenar la categoría de cuerpo.
Queda por plasmar como esa zona erógena se inscribe en

5. Freud, S., “Carácter y erotismo anal” en Obras completas, Buenos


Aires, Amorrortu, 2003.

54
Todos tenemos un cuerpo

el cuerpo y ver de qué manera esa fijación se repite en la his-


toria singular de aquel que se recuesta en el diván.
Hemos insistido en que el cuerpo es un conjunto de zonas
o puertas por las cuales se intercambia, por qué no, el erotis-
mo con otro cuerpo. El placer en el sentido sexual tiene que
ver con el recuerdo de aquella satisfacción que alguna vez es-
tuvo y que difiere de la pura necesidad orgánica.
Ahora bien, ¿por qué determinada zona del cuerpo se cons-
tituye como erógena? La respuesta no puede ser otra que gra-
cias al erotismo del Otro. La inscripción en el cuerpo se debe a
ese valor sexual que el Otro proyecta con su satisfacción. Esa
proyección donde se juega el deseo del Otro a través de la mi-
rada, la voz, el tacto, marca de erotismo la relación entre dos
cuerpos. El impacto del cuerpo del Otro materno sobre el cuer-
po del niño tiene como efecto la apertura de una zona eróge-
na, la marca de un borde donde el placer que se gesta se de-
fine como rasgo distintivo, lugar donde una letra se inscribe.
Lo importante de esta experiencia es la diferencia que el
Otro produce en esa parte del cuerpo. En ese lugar se va a de-
sarrollar el juego del deseo gracias a la ilusión en retrospecti-
va de que hay un objeto que estuvo y que se perdió. Esta pér-
dida que se constituye como letra (a) será sustituida por un
objeto cualquiera, y que solo su valor de objeto (a) parece ca-
lificar para rememorar el placer.
El ciclo de las repeticiones solo conducirá a la elección de
un objeto determinado que sustituye en cierta medida a aque-
lla letra primera (a). En palabras de Freud sabemos que “el
objeto de la pulsión (…) es lo más variable”.6
Lo interesante de este objeto es que tiene la particularidad
de causar el deseo, y no por ser un objeto determinado, sino por
la particularidad propia de ser un objeto. Este objeto no puede
ser separado de su valor erógeno, y sobre todo no debe descartar-
se que en el objeto esté implícito un pedazo del cuerpo del Otro.

6. Freud, S., “Pulsiones y destinos de pulsión”, op. cit., p. 118.

55
Las condiciones del psicoanálisis

En los límites del cuerpo

Un paciente consulta por episodios de pánico, sensaciones


de tensión física que lo llevan a padecer dolores en la espal-
da. “Es mi trabajo. Es un lugar de mucho malestar, donde no
me tratan bien. A veces, aprieto los dientes de tanta bronca”.
Tras un profundo suspiro su cuerpo se relaja. Dirige su mira-
da a un punto vacío, como si en el mismo hubiese algo de sí
que no se alcanza a discernir. “Mi novia es muy complicada.
Nos la pasamos discutiendo por cualquier cosa. A veces sien-
to que no puedo controlar mi cuerpo. Me delata cuando estoy
nervioso. En las peleas siento que no puedo controlar mi cuer-
po. Me delata”. Otra vez el cuerpo.
Con el tiempo, su cuerpo irá contando una historia, a veces
trágica, a veces cómica. Un personaje fundamental es convo-
cado en la trama: el sargento, su madre.
“Ante ella me paralizaba. Exigía y exigía. Nada estaba bien.
Era asfixiante. Todo lo hacía mal. Yo, apretaba los dientes de
tanta bronca”.
Esta pequeña viñeta intenta ilustrar algunos puntos en
lo concerniente al cuerpo. En primer lugar la sintomatología:
todo padecer está en el cuerpo. Y, por otro lado, ¿qué cuerpo?
¿De quién? ¿Por qué el cuerpo?
Una de las cosas que debemos de remarcar es la idea de
límite, ya que como podemos apreciar el problema es saber
dónde empieza el cuerpo. En el caso de nuestro paciente el
cuerpo, su cuerpo, tiene una relación con Otro que adquiere
en el relato diferentes formas. El significante sargento fun-
ciona como marca en el cuerpo. Esta madre no está satisfe-
cha con su hijo y no deja de hacérselo saber. Se trata de una
madre con un fuerte componente agresivo, perturbador, exi-
gente, cuyo deseo se torna asfixiante. Es una madre que de-
cide hacer de su hijo, ese pedazo de carne, un objeto sobre
el cual ejercer un poder absoluto.

56
Todos tenemos un cuerpo

Podemos ver cómo la neurosis de nuestro paciente se cons-


tituye en torno a esta madre. El cuerpo de esta madre parece
no haber sufrido los avatares de la castración, pues ninguna
cosa pequeña falta. Nuestro paciente es esa pequeña cosa. Un
cuerpo fetiche que viene a colmar la falta materna. Un cuerpo
destinado a llenar la falta, una falta que puede ser asfixiante.
Un cuerpo que se manifiesta en los misterios de su padeci-
miento donde el limite se encuentra desdibujado. Límite en-
tre él y su madre. Cuerpos que se inmiscuyen en el relato y
donde no se sabe dónde comienza uno y termina el otro. Una
madre que no conoce límites y que citando a Lacan: “Si entre
las mujeres hay menos perversiones que en entre los hom-
bres, se debe a que en general ellas satisfacen sus relaciones
perversas dentro de sus relaciones con sus hijos”.7 Una ma-
dre de la cual se desprende un cuerpo real y que será el sus-
tituto imaginario de su falta.

Cuerpo objeto

Si intentamos aproximarnos a un saber sobre el cuerpo


no podemos dejar escapar las referencias al objeto (a) dise-
minadas en la obra de Lacan. Si bien la formalización del
objeto (a) merece un intenso rastreo por los seminarios, Guy
Le Gaufey8 advirtió que la multiplicidad de referencias se
presta a confusiones y errores de lectura. No es la inten-
ción de este apartado sortear semejante problema. Lo que
sí intentaremos es pesquisar algo de este objeto (a) y su re-
lación con el cuerpo.

7. Lacan, J., El seminario 6: El deseo y su interpretación, Buenos


Aires, Paidós, 2014, p. 499.
8. Le Gaufey, G., El objeto a de Lacan, Buenos Aires, Cuenco del Plata,
2013.

57
Las condiciones del psicoanálisis

“Esa parte corporal de nosotros mismos es, esencialmente


y por su función, parcial. Conviene recordar que es cuerpo,
y que nosotros somos objétales, lo cual significa que solo so-
mos objetos del deseo en tanto cuerpos. Punto esencial a re-
cordar, puesto que uno de los campos creadores de la nega-
ción es apelar a algo distinto, a algún sustituto. El deseo si-
gue siendo siempre en último término deseo del cuerpo, de-
seo del cuerpo del Otro y únicamente deseo de su cuerpo.”9

Este párrafo pareciera resumir en forma perfecta la cues-


tión que atañe al cuerpo. Haciendo alusión a una parte del
cuerpo, la función del objeto (a) es la de funcionar como sem-
blante de ser, porque nos sumerge en la ilusión de soporte del
ser. Y el ser, lo único que tiene a mano es su propio cuerpo, con
el cual se inscribe en el campo del Otro. Este cuerpo es el ins-
trumento necesario para el goce, a través de sus ya conocidas
zonas erógenas, que evocan al objeto (a).
En el trayecto del seminario sobre La angustia nos tropeza-
mos con diferentes categorías del objeto (a): Objeto perdido, ob-
jeto que nunca existió, objeto parcial, y objeto de la pulsión. Esto
interesa a los fines de este trabajo porque su ubicación exacta
es en el cuerpo, y como solemos percibir en los análisis de nues-
tros pacientes, las vueltas de la demanda de amor reclaman.
Precisando, podemos decir que este objeto es de carácter fic-
cional, porque se trata de inventar una realidad psíquica a par-
tir del trauma. La conocida “falta radical” con la que se encuen-
tra el parlêtre se concibe en un pedazo del cuerpo que es a su vez
inventado. Por lo que podemos decir que es un objeto ficcional y
que solemos encontrar en los fantasmas de nuestros neuróticos.
Si nos metemos en la piel de nuestro paciente podemos
apreciar que el sargento que exigía y exigía, dejaba a enten-
der, o nuestro paciente entendía, que nada de lo que hiciese
iba a estar bien. Una madre que toma a su hijo como un de-
9. Lacan, J., El seminario 10: La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2012,
p. 233.

58
Todos tenemos un cuerpo

secho, ya que todo lo que hacía estaba mal. Apreciamos el ca-


rácter de repulsivo, expulsado, desechado que este objeto ad-
quiere en el relato de nuestro paciente.
Retomo unas palabras de Denise Lachaud: “El obsesivo no
se verá nunca a si mismo más que como el Otro lo ve”.10 Tal
vez por eso el apretar los dientes de tanta bronca no tenga que
ver con un fantasma sádico que se dirige a sí mismo.
Lacan plantea en el seminario 11 que la estructura en la
que se produce el sujeto es una estructura incompleta. Reto-
mando algunas ideas de su seminario anterior plantea que
la falta no estaría solo del lado del sujeto, sino que implica de
sobremanera al Otro. Mediante la elaboración de operaciones
lógicas como la alienación y la separación podemos dar cuen-
ta de que el origen del sujeto, su fundación, se produce en el
campo del Otro. El sujeto, arguye Lacan,11 depende del signi-
ficante que proviene del Otro.
Con la operación de alienación Lacan intenta dar cuenta del
hecho de que la constitución del sujeto esté atravesada por el
efecto letal del significante. Esta operación conlleva a una elec-
ción, a sabiendas de que “o elijo el ser o elijo el sentido”.12 Elec-
ción que conlleva una pérdida en la medida en que no se pueden
elegir ambos términos. La estrecha relación que existe entre
el sujeto y el significante está determinada por la alienación.
Si bien pareciera que la incidencia del Otro es determi-
nante, Lacan propone que no hay incidencia de éste sin una
respuesta por parte del sujeto. De hecho es esta respuesta la
que decreta la incidencia del Otro, en tanto muestra su falta.
Este es el tiempo en el que opera la separación, como resul-
tado de la intersección de dos faltas: La falta del conjunto del

10. Lachaud, D., El infierno del deber. El discurso del obsesivo,


Barcelona, Del Serbal, 1998, p. 58.
11. Lacan, J., El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 2011, p. 213.
12. Ibid., p. 219.

59
Las condiciones del psicoanálisis

sujeto con la falta del conjunto del Otro. El resultado ya ha-


bía sido establecido en el seminario anterior y es el objeto (a)
Este objeto (a) es el resultado del encuentro entre el suje-
to y el Otro, mediante sus faltas. Esto nos lleva a seguir a La-
can quien de alguna u otra manera intuye que este objeto (a)
no es ni del sujeto ni del Otro.13 Es el resultado de una opera-
toria que devendrá en objeto causa de deseo. En tanto falta,
en tanto vacío, este objeto es del orden de lo real y solo se lo
puede pesquisar en el fantasma.
Una frase del seminario Aun que reza: “El goce del Otro,
(…) del cuerpo del Otro que lo simboliza, no es signo de
amor”14 tiene que ver con la ilusión de una comunión posi-
ble. Si “no hay relación sexual”, es justamente porque esa
unión no existe. Es un imposible que produce en las antípo-
das existenciales al deseo como tal. El deseo existe porque
existe ese imposible y en el fantasma existen esos objetos
(a) que se hacen causa, soporte de su función y que irán ca-
yendo en la medida que el análisis avance.
En el trayecto un análisis, esos objetos (a) irán simbolizan-
do una parte del cuerpo del Otro. Esa parte extraña solo será
apreciada parcialmente, de a pedazos. Con ese imposible, con
ese límite, hacemos lo que podemos, articulando la falta, sos-
teniendo el deseo. La diferencia entre lo buscado y lo que se
encuentra radica en que esa satisfacción es siempre insatis-
factoria, por eso el límite. El cuerpo, el Otro. Lo imposible del
encuentro con su goce.
Ese abrazo imposible con el cuerpo del Otro, hace que tam-
bién busquemos en otros cuerpos esa parte, ese pedazo, ese
resto, y no el todo.
Entonces, un cuerpo, un objeto, el Otro, y lo imposible. Un
cuerpo, entre otros cuerpos. Un cuerpo, donde todo comienza
y donde todo termina.

13. El ejemplo de la placenta es maravilloso.


14. Lacan, J., El seminario 20: Aun, Buenos Aires, Paidós, 2004, p. 12.

60
La demanda de los padres y
la transferencia en la clínica
psicoanalítica de niños

Pedro Marangoni

En la clínica psicoanalítica con niños, los padres o tutores


ocupan un lugar relevante. Esto se debe tanto a su presencia
como así también las intervenciones en el análisis. No obstan-
te, debemos contemplar otros factores que resultan de gran in-
terés para la instauración del dispositivo analítico. La razón o
motivo de consulta constituye un factor decisivo en cuanto nos
va indicar el lugar de la transferencia. Es por ello que cuan-
do los padres han tomado la decisión de realizar una consulta
por su hijo, es necesario rastrear los motivos que la impulsan.
En muchas ocasiones suelen ser docentes o personal de una
institución escolar quienes recomiendan realizar una consul-
ta. Estos consideran que el niño debe asistir a un profesional
a fin de rectificar comportamientos señalados como inadecua-
dos o por rendimientos escolares. En este sentido nunca es el
niño quien pretende por si solo dar inicio a un tratamiento,
sino que son los adultos. Aquí radica una de las grandes dife-
rencias con respecto al análisis del adulto.
En 1920, Sigmund Freud había señalado la dificultad para
el abordaje psicoanalítico de aquellos pacientes que no vienen
por sí mismos, sino que son enviados o traídos por otro. Por lo
tanto, se prescinde de uno de los requerimientos propios para
el análisis. El inventor del psicoanálisis afirmaba que:

61
Las condiciones del psicoanálisis

“A veces son los padres quienes demandan la curación de un


hijo que se muestra nervioso y rebelde. Para ellos un niño
sano es un niño que no genera dificultad alguna a los pa-
dres y solo satisfacciones les procura. El médico puede con-
seguir en efecto, el restablecimiento del niño, pero después
de su curación sigue aquél su propios caminos mucho más
decididamente que antes y los padres reciben de él todavía
mayor descontento.”1

El señalamiento de Freud resulta esclarecedor en cuanto


que no es indiferente de donde procede la demanda. Aquí los
padres no solo buscan obtener una mejoría del niño, sino que
a la vez le sea dúctil. Es decir un niño que no cause proble-
ma, solo gratificaciones. Además menciona que los padres de-
muestran mayor disconformidad cuando los resultados obte-
nidos no son los esperados. Esto se debe en gran medida por-
que predomina una vertiente amorosa. En relación con este
tipo de demanda Colette Soler destaca que “desde Freud, no se
trata allí sino de las coartadas de la libido narcisista: el amor
parental, en el fondo tan infantil delega en el niño realizar
la imagen ideal del Otro, y lo deja sin recursos respecto de la
cuestión de su deseo y de su goce. Es decir que a pesar incluso
de un eventual consentimiento, ese amor solo puede trabajar
contra la cura.”2 Es aquí que el amor de los padres constituye
un obstáculo para la cura, en tanto impide o inhibe la conse-
cución del deseo del niño. Estos son delegados a segundo pla-
no, dado que predomina el ideal de los padres. Además cabe
precisar que en esta demanda de amor no habría ningún tipo
de interpelación al respecto. Es decir que no buscan un saber
acerca de la causa de lo que puede estar ocurriendo, sino una

1. Freud, S., “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad


femenina” en Obras completas, Tomo III, Buenos Aires, Biblioteca
Nueva, 2005, p. 2547.
2. Soler, C., “El psicoanálisis frente a la demanda escolar” en Dixit,
Buenos Aires, Letra Viva, 2012, p. 3.

62
La demanda de los padres y la transferencia…

pronta recuperación del niño, tal como promueve el discurso


médico. La medicina tiende a la eliminación de enfermedad
como si se tratara de un cuerpo extraño que hay que extirpar
para recuperar un estado de bienestar pleno. Se pretende que
se recupere un supuesto equilibrio que se ha perdido. En este
sentido, la pronta restitución del niño es el fin buscado, lejos
de todo tipo de explicación. Sin embargo, el psicoanálisis es-
taría lejos de cubrir estas expectativas.
Por otra parte hay ocasiones en las cuales lo que impulsa a
la consulta es algo distinto a lo anterior. En tal sentido, los pa-
dres acuden al analista en busca de una respuesta por aque-
llo de lo que padece el niño. En otros términos, buscan saber.
Se preguntan qué le está ocurriendo a su hijo. Preguntas tales
como: “¿Por qué no me habla, no me dice lo que le anda pasan-
do?”, “No sé porque esta rebelde, no hace caso, ¿será conmigo
que se comporta así?”, dice que “no quiere vivir, y no sé porque
dice eso ¿a qué se debe? ¿Será porque me separé del padre?”.
Aquí vemos que se hacen presentes interrogantes que apun-
tan a develar aquello de lo cual no saben, y buscan encontrar
un motivo. Por lo tanto, habría una falta de saber que movi-
liza a realizar una búsqueda. En este punto, lo que le sucede
al niño constituye un enigma que coloca a los padres en una
situación muchas veces difícil sobrellevar. Es por esto que se
muestran desconcertados ante la imposibilidad de dilucidar
las posibles razones de lo que le sucede a sus hijos.
Sin embargo, como se ha indicado anteriormente, algunas
veces suelen ser terceros (por lo general, referentes de alguna
institución escolar) quienes alertan a la familia de que está
ocurriendo algo al niño. Esta señal o indicación de parte de
terceros puede ser tomada o no por los miembro de la familia.
En este punto cabe aclarar que los padres (como en la situa-
ción anterior) no pretenden o buscan, en definitiva, una rati-
ficación de sus hijos. En este caso, es tomado como si se trata-
ra de un trámite formal a solicitud, a pedido de la institución
escolar quien lo solicita.

63
Las condiciones del psicoanálisis

Del forzamiento a la transferencia

Hasta aquí hemos destacado las distintas maneras en que se


hace presente el saber a través de la transferencia, que se ins-
taura desde las entrevistas preliminares con padres o parientes.
Ahora bien, teniendo en cuenta que el fundador del psicoa-
nálisis afirmaba que “la transferencia en niños desempeña un
papel distinto, ya que el padre y la madre reales existen toda-
vía al lado del sujeto”,3 ¿cómo pensar la transferencia en ni-
ños? ¿Qué lugar ocupa el saber en la transferencia en niños?
Y ¿en qué influye la presencia de los padres?
En cierta medida, cuando uno de los padres tiene una trans-
ferencia “masiva” con el analista, un niño puede ser impelido
por esa transferencia. Incluso si tiene un compañero o amigo
puede darse la transferencia por identificación imaginaria.
Cabe destacar que cuando el niño llega a la consulta desco-
noce en gran medida los motivos por los cuales lo llevan. Son
los adultos quienes indican el malestar. En cambio el niño no
le otorga el mismo valor a aquello que es señalado como sin-
tomático; ni tampoco manifiesta desde la primera sesión una
predisposición o voluntad a la curación. En base a sus obser-
vaciones clínicas, el niño sabe que hay algo que no funciona del
todo bien y colabora de manera desinteresada en la cura.4 Aquí
observamos que la transferencia se constituye desde un prin-
cipio como un motor para la cura psicoanalítica. Por lo tanto,
ésta se visibiliza ante el analista. Sin embargo, si nos remiti-
mos a los historiales clínicos de otros psicoanalistas como Me-
lanie Klein o Winnicott, de niños nos encontramos que desde
el principio la transferencia no es del todo evidente.

3. Freud S. “Conferencia XXXIV. Aclaraciones, explicaciones y


observaciones” en Obras Completas. Tomo III. Buenos Aires.
Biblioteca Nueva- Editorial El Ateneo.2005. p. 3185.
4. Cf. Aberatury, A., Teoría y técnica del psicoanálisis de niños, Buenos
Aires, Paidós, 2015, p. 108.

64
La demanda de los padres y la transferencia…

En este punto, podríamos recordar aquella indicación que


Freud ofrecía en Análisis fragmentario de una histeria: “…la
transferencia hemos de adivinarla sin auxilio ninguno ajeno,
guiándonos tan sólo por levísimos indicios y evitando incurrir
en arbitrariedad”.5
Importa destacar que la transferencia ya está presente, y
por lo tanto no se trataría de un acto de creación del análi-
sis; sino que se limita a descubrirla, poniéndola de manifies-
to. Para ello se procede a aislarla procurando no intervenir
de manera arbitraria.
Colette Soler afirma “que cuando comienza la cura de un
niño se inicia en general mediante una especie de forzamien-
to de la transferencia”.6 Esto es destacado tres años después
por Erik Porge, quien afirma que en diversos informes clínicos
“el analista de algún modo fuerza la transferencia del niño.
Desde la entrada el analista se dirige al niño como si hubiese
comprendido”.7 Al hablar de cierto forzamiento supone de al-
guna manera violentar la transferencia. Es por ello que cabe
preguntarse ¿la transferencia en niños sólo tiene lugar me-
diante una especie de forzamiento? ¿De qué manera el ana-
lista interviene en la transferencia con niños? Con el objeto
de introducir respuestas a estas preguntas, comentaremos un
fragmento clínico.
La abuela de Brian (cuatro años y ocho meses) consulta por
el pedido realizado por la dermatóloga. El diagnóstico que ha-
bía dado la profesional había sido de “alopecia”, que consiste
en la pérdida localizada o generalizada de cabellos. En la parte
superior de la cabeza Brian carecía de cabellos. Eran mechones
distribuidos de manera no uniforme alrededor de su cabeza.

5. Freud, S., Análisis fragmentario de una histeria (Caso Dora) en


Obras completas, Vol. III, op. cit., p. 999.
6. Soler, C., op. cit., p. 4.
7. Porge, E., “La transferencia à la cantonade” en Revista Litoral, Nº
10, 1990, p. 75.

65
Las condiciones del psicoanálisis

En la entrevista su abuela expresa: “No solo se le cae el


pelo, sino que también se arranca a sí mismo. Lo he visto va-
rias veces en que se lo tiraba y se lo sacaba. La dermatóloga
me ha dicho que también se le desprendía el pelo”. Aquí se le
preguntó cuándo comenzó ocurrir la pérdida de cabello, a lo
que responde: “cuando se separan sus padres, ya que estos no
andaban bien. Mi hijo se fue de la casa, y la madre se ha ido a
una localidad cercana, en donde trabaja. Lo ve una o dos ve-
ces a la semana. Me hago cargo de él”. Agrega “la madre es
como que no lo quiere”. Los padres de Brian se separaron po-
cos meses después de cumplir cuatro años. Está separación
se produjo por diversas razones –según argumenta la abuela
de Brian– entre la que se destaca la falta de amor. Ambos ha-
bían dejado la crianza de Brian a su abuela paterna. El padre
se encuentra viviendo en otra provincia, por lo tanto no tenía
contacto con su hijo. En cambio la madre iba a verlo a la casa
de su suegra una o dos veces a la semana. También había oca-
siones en la que se quedaba en la casa de su mamá con la her-
manita Ludmila (seis años). Esta última es su media herma-
na. La abuela de Brian acota que en el jardín de infantes no
juega con su compañeritos, sino que se aísla. Esto había lla-
mado la atención de las maestras jardineras.
En la primera entrevista Brian llevaba puesto un enorme
buzo canguro de color rojo con una capucha que cubría la par-
te superior su rostro. En un principio se negó a ingresar al
consultorio. Luego de quedarse en la sala de espera durante
unos minutos con su abuela, decide subir la escalera en don-
de se encuentra el consultorio. Al entrar al mismo recorre con
la mirada todo lo que había alrededor. Esta recae sobre libros
de cuentos que estaban distribuidos sobre una mesita. Selec-
ciona uno de ellos, y comienza a ver las ilustraciones con de-
tenimiento. Además empieza a hablar solo acerca de ello. La
elección había recaído sobre un cuento en particular: “el pa-
tito feo” de Andersen. Al ver las primeras imágenes en don-

66
La demanda de los padres y la transferencia…

de se podía observar el patito feo y la mamá pata, Brian ex-


presa lo siguiente: “La mamá pata no lo quiere porque es feo,
tiene otras plumas”. En ese momento le pregunto cómo eran
esas plumas, a lo que se da vuelta. Su respuesta fue inmedia-
ta: “las plumas son como pelos”. Luego de transcurridos unos
cuantos minutos en donde continuaba en la misma página en
donde se encontraba la imagen anteriormente descripta, agre-
go que el cuento sigue.
En las entrevistas posteriores iba vestido con buzos cangu-
ro, pero ya no llevaba puesta la capucha. La abuela se mostro
sorprendida ante esta situación, y expreso que “él había ele-
gido esos buzos, y siempre andaba con la capucha sin que se
lo dijese. Ahora, ya no se ponía”.
Se mantienen entrevistas regulares con la abuela y la ma-
dre de Brian. Después de unos meses iniciada la consulta,
Brian comienza a hacer nuevos amigos en el jardín. También
empieza a pasar más tiempo en la casa de su madre. La abue-
la afirma que ya ha dejado de sacarse los pelos y que le han
crecido nuevamente.
Ahora bien, para pensar la situación transferencial será ne-
cesario destacar el hecho de que Brian no solo elige el cuento
entre otros varios, sino que habla sin dirigirse hacia el ana-
lista. Este hecho es advertido por Lacan. En la clase del 7 de
Mayo de 1964 del seminario Los cuatros conceptos fundamen-
tales del psicoanálisis, Lacan expresa que: “El error piageta-
no –para las personas que creyeran que se trata de un neolo-
gismo subrayo que se trata del señor Piaget– es un error que
reside en la noción de lo que se llama discurso egocéntrico del
niño, definido como estado en que faltaría lo que esta psicolo-
gía alpina llama reciprocidad”.8 En tal sentido, no habría re-
ciprocidad alguna, en tanto que ausencia de un otro que res-
ponda al decir del niño. Es por ello que desde la perspectiva

8. Lacan, J., Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,


Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 216.

67
Las condiciones del psicoanálisis

de Jean Piaget se trataría de un monólogo, en tanto que ha-


bla para sí mismo.
Lacan continúa y afirma que: “la reciprocidad está lejos del
horizonte de lo que debemos necesitar en este momento, y la
noción de discurso egocéntrico es un contrasentido. El niño,
en ese famoso discurso, que se puede grabar no habla para él
como se dice. Sin duda no se dirige al otro, si se utiliza aquí la
repartición teórica que hemos aprendido a deducir de la fun-
ción yo y tú. Pero es necesario que haya ahí otros –es mien-
tras ellos están allí, que los pequeños todos juntos se liberan,
por ejemplo, de esos pequeños juegos de operaciones, como se
les da en ciertos métodos llamado educación activa, es allí que
ellos hablan– ellos no se dirigen a tal o cual, ellos hablan, si
me permiten la expresión á la cantonade. Ese discurso ego-
céntrico es un a buen entendedor”.9
En este punto cabe precisar que si es un discurso que es-
taría dirigido para alguien, no puede ser encasillado de ego-
céntrico. Entonces, si lo pensamos desde una relación reci-
proca, debe haber un yo que esté dirigido a un tú. Ahora bien,
Lacan sostiene que por más que el niño no se dirija a nadie
en particular, es preciso que esté rodeado de otras personas.
Así, este discurso que es definido como egocéntrico por Pia-
get es un modo de hablar à la cantonade. El termino “canto-
nade”, como así también la expresión hablar “à la cantonade”
provienen del teatro. Esta última consistía en dirigirse a al-
guien que estaba ubicado detrás de los bastidores. Hablar “à
la cantonade” es hablar a una persona que no está en escena.
En otros términos, este fenómeno se hace presente a condi-
ción que ese otro esté. Se trata de no hablarle a nadie en par-
ticular, pero sí en presencia de otro.
Volviendo al fragmento clínico presentado anteriormente,
podemos realizar algunas articulaciones con los términos que
hemos visto. Entonces, cuando Brian comienza a hablar al ver

9. Ibid., p. 216

68
La demanda de los padres y la transferencia…

las ilustraciones del libro de cuento, no es que no repara sobre


la presencia del analista, sino que no se dirige a tal de manera
manifiesta. Su hablar es un discurrir de palabras que no solo
indican el hilo narrativo del cuento, sino que hace referencia
de algo que lo implica.
Con el objeto de brindar una explicación del fenómeno
transferencial, nos remitiremos al célebre texto titulado “La
transferencia à la cantonade” de Erik Porge. A continuación
nos detendremos en la siguiente indicación:

“En efecto, el analista llega a encontrar un lugar en la neu-


rosis de transferencia del niño. Pero no será como en el adul-
to, una neurosis de transferencia que sustituirá a la neuro-
sis ordinaria, porque esta neurosis ordinaria es ya para el
niño la transferencia. Entonces ¿cómo llamar a la transfe-
rencia particular en el análisis del niño? Es una transferen-
cia indirecta que aspira a sostener la transferencia sobre la
persona que de entrada se reveló inepta para soportarla. Es
además una transferencia indirecta contemporánea al esta-
blecimiento de un lazo de transferencia sobre el progenitor
en el mismo momento en que esta última desfallece. En re-
lación con lo que presenté anteriormente propongo llamar
a esa transferencia particular, la que se trata con el analis-
ta, una transferencia à la cantonade”.10

Erik Porge sugiere llamar “transferencia à la cantonade” a


aquellas situaciones en donde el niño no le habla a nadie en
particular, sino al Otro por sí mismo. El adulto puede llegar a
cumplir la función de interlocutor del niño si se presta a “buen
entendedor”. En este punto podríamos preguntarnos: ¿Qué su-
pone ocupar el lugar de buen entendedor? ¿Cómo se constitu-
ye el analista en un interlocutor? Y ¿en qué, a diferencia de
los padres? ¿Cómo evitar realizar una especie forzamiento de
la transferencia?

10. Porge, E., op. cit., p. 75.

69
Las condiciones del psicoanálisis

Para ofrecer una respuesta a las preguntas que se han


planteado, hay que hacer notar que son dos maneras por las
cuales el analista actúa ante la transferencia. En primer lu-
gar podríamos situar esta especie de forzamiento de la trans-
ferencia. En esta misma el saber se ubica del lado del analis-
ta. En este sentido el analista supone un saber que posibilita
movilizar la transferencia.
En segundo lugar, el saber no estaría del lado del analista
sino del niño. Así lo explicita Luciano Lutereau en ¿Quién teme
lo infantil? cuando dice “la clínica de niños implica una suer-
te de suposición de saber invertida, esto es, es el niño quien
enseña al adulto lo que más le interesa”.11
Por lo tanto es el niño quien sabe acerca de lo que le inte-
resa. En tal situación el analista está en función de” buen en-
tendedor”. El hecho de que Lacan haya recurrido a la prime-
ra parte del reconocido refrán, indica una posición que im-
plica entender sin equívocos. Esto no supone que el analista
comprenda. Si así fuera no habría posibilidad de adoptar una
posición que permitiese la interlocución en la que niño expu-
siera su saber.
Retomando la viñeta clínica podemos reflexionar acerca de
lo que ha ocurrido a nivel de la transferencia. Luego de que
Brian hable “á la cantonade”, se le preguntó cómo eran las
plumas. Estas mismas, según Brian, eran análogas al pelo, e
implicaban una diferencia con sus pares.
La pregunta acerca de las plumas, no solo fue una apertu-
ra del diálogo, sino que permitió poder situarse en un lugar
de saber acerca de aquello que le generaba interés. La elec-
ción del cuento no ha sido casual. El relato del patito feo es-
tablece una serie de situaciones en las cuales Brian se cen-
tra en el abandono materno. La identificación imaginaria a

11. Lutereau, L.; Peusner, P., ¿Quién teme lo infantil? La formación


del psicoanalista en la clínica con niño, Buenos Aires, Letra Viva,
2013, p. 93.

70
La demanda de los padres y la transferencia…

esta escena se localiza no solo por su mención, sino también


en el hecho de haberse detenido en la misma. Es por esto que
se señala que el cuento continúa su desarrollo. En este punto,
es preciso recordar la enorme importancia que conllevan los
cuentos de hadas. Para Bruno Bettelheim, los cuentos no solo
son únicos en cuanto al estilo narrativo, sino que son obras de
artes comprensibles para el niño. Estos tienen un significado
distinto para cada persona, e incluso también en diferentes
momentos de su vida.12
El hecho de que es la abuela quien realiza la consulta y no
los padres reviste de enorme importancia. Estos últimos han
delegado la crianza a la abuela. Por lo tanto se ha generado un
cambio de lugares en la familia. Cuando esto ocurre no deja
de tener consecuencia en el niño.
Erik Porge sostenía que “en el niño la neurosis común sus-
tituiría a una neurosis de transferencia no resuelta… Sobre
cualquier objeto parental cercano: el padre, la madre, un her-
mano, una hermana (…). La neurosis de transferencia esta-
lla frente a quien no sostiene más la transferencia del niño,
muy frecuentemente, en ocasión de un cambio de lugares en
la familia, por nacimiento o por muerte. En la perturbación
del discursos de los padres no asumen mas el lugar del suje-
to supuesto saber”.
Los cambios ocurridos en el ámbito familiar de Brian de-
jan entrever que la transferencia con sus padres no han teni-
do éxito. Esto es así, en cuanto que los padres no ocupan el lu-
gar de supuesto saber. En este punto lo que lleva a la consul-
ta surge de un tercero que advierte de que algo está ocurrien-
do. Es por esto que se hace imperiosa la pregunta por qué ha-
cer de la transferencia.
En este punto será preciso indicar que habría dos vías dis-
tintas por las cuales el analista puede hacer uso de la trans-

12. Bettelheim, B., Psicoanálisis de los cuentos de hada, Barcelona,


Critica, 1993, p. 17.

71
Las condiciones del psicoanálisis

ferencia. Una es por medio de una especie de forzamiento, y


la otra es mediante su intervención en el hablar á la canto-
nade del niño. Las intervenciones que el analista puede lle-
gar a realizar deben estar orientadas a un apuntalamiento
de la transferencia. Si bien debemos considerar que ésta sur-
ge de manera imprevista, es indispensable poder discernirla
a fin de consolidar la relación analítica y direccionar la cura.

72
Tiempo y dinero

Luciano Lutereau

En una ocasión reciente me sorprendí ante la pregunta de


una mujer que me consultó por teléfono: “¿Cuánto dura la se-
sión?”. Me resultó simpática su inquietud, por lo cual la inte-
rrogué respecto de su motivo. Ocurría que ella no estaba dis-
puesta a pagar por menos que cincuenta minutos de sesión…
En este punto, la situación se volvió engorrosa como para ha-
blar por teléfono y la cité en mi consultorio para que tuviéra-
mos una primera entrevista.
En el transcurso de nuestro primer encuentro en perso-
na, no quise dejar de retomar su malestar respecto del tiem-
po de la sesión. Me dijo que ella necesitaba tiempo para ha-
blar, y estaba cansada de los tratamientos de veinte minutos
de las obras sociales o de las sesiones cortísimas de los laca-
nianos. Respecto de esta última indicación, no pude dejar de
levantar el guante porque, a decir verdad, ella no había deja-
do de consultar a un psicoanalista que, al menos en ciertos lu-
gares, es nombrado cerca del nombre de Lacan. Le dije, enton-
ces, que yo no pensaba mi trabajo como un servicio en el que
se intercambia cantidad de tiempo por dinero; por lo tanto, la
duración de las sesiones no podía depender de algo preesta-
blecido, y le propuse la siguiente imagen: “Seguramente us-
ted no se fija en el tiempo que un plomero demora en reparar
una cañería; por lo tanto, en su interés por contar con tiempo

73
Las condiciones del psicoanálisis

de sesión se expresa algún otro aspecto: que podría ser justi-


ficar el dinero que emplea, o bien una proyección de la ansie-
dad relativa a los temas que necesita hablar, o incluso la im-
presión de que no alcanzará a contar lo que quiere decir, en-
tre otras cosas. Sólo usted puede saberlo. Le propongo que lo
piense y, si fuera el caso de que le interese conversarlo conmi-
go, llámeme de nuevo”.
Ahora bien, esta no fue la única ocasión en que tuve que
recurrir a la metáfora del plomero. En otra circunstancia, re-
cuerdo el caso de un muchacho que canceló su sesión a último
momento y, a la semana siguiente, cuando le requerí el dine-
ro de la anterior, se mostró molesto. Entonces le dije: “Si lla-
maras a un plomero, ¿qué haría?”. “Me cobraría igual –dijo–,
pero yo no vine y te avisé”. “Ya lo sé –le dije–, pero yo no pue-
do asumir un compromiso tuyo, porque si no la pagaras vos…
la estaría pagando yo, y no creo que conveniente que yo pa-
gue tu análisis”. Frente a su obstinación, continué: “Si que-
rés, puedo pagar yo tu sesión, pero sólo si me lo pedís”. Así,
la situación se fue volviendo cada vez más irrisoria. Y lo más
importante fue la puesta en forma de una distinción crucial
para el inicio de un análisis: no es lo mismo pagar que gas-
tar. Sólo quien tiene el sentido de una deuda puede analizar-
se, mientras que quien calcula el análisis como un gasto en-
tre otros seguramente va a tratar de minimizar el costo para
“no tirar la plata”.
En absoluto se trata aquí de una cuestión interpretable
como retención neurótica, porque el obsesivo cuenta con esa
disposición moral que hace que incluso cuando busca calcu-
lar una pérdida la termine efectuando. La coordenada que
aquí importa deslindar es otra: se trata de aquellos casos en
que no sólo no está constituida la culpa como modo de rela-
ción con el otro, sino tampoco la vergüenza ante la propia po-
sición. Hace unos años, en un seminario Silvia Bleichmar ubi-
caba la importancia de conmover esa actitud contemporánea

74
Tiempo y dinero

por la cual alguien sólo paga una sesión para poder regresar
a la siguiente… y el día que decide no regresar omite el pago.
No obstante, ¿por qué debería pagarse un análisis? En efec-
to, un análisis puede pagarse de muchas maneras. El dine-
ro suele ser una vía privilegiada, no sólo porque a posteriori
se convierte en un instrumento para el analista, sino porque
también en una sociedad capitalista encubre relaciones de po-
der que son materia misma de que está hecha la neurosis. Y,
en este sentido, así como digo que un análisis debe pagarse,
también enfatizo que no debe pagarse “de más”. Recuerdo el
caso de un empresario que en cierta ocasión, cuando le comu-
niqué mis honorarios, dijo: “Yo podría pagar mucho más que
eso”. “Si usted me pagara más, seguro yo querría que vuel-
va sin condiciones”. Además, de regreso al motivo de la culpa
mencionado antes, la tradición muestra que también el pago
puede ser una manera de querer ganarse el cielo.
Este puede ser un modo de entender por qué Jacques La-
can decía que ni el rico ni el religioso entran por la “puerta es-
trecha” del análisis. Por cierto no se trata de que la gente adi-
nerada o los creyentes no se analicen, porque no se trata de lo
que alguien tiene o de la creencia, sino de la posición en que
se encuentran. En un análisis hay que pagar por algo más que
tiempo, que, como tal, no tiene precio; y pagar no significa asu-
mir una posición sacrificial (que muchas veces ratifica una ac-
titud culposa), sino simplemente dar algo a cambio, poner una
parte, en un encuentro que sale del circuito de los bienes que
se consumen y gastan.

Clínica del dinero y el amor

El dinero en psicoanálisis tiene una función particular. Como


ya dije, en tanto pago de la sesión, su uso no corresponde al
mero intercambio de un servicio por un honorario. El tiempo

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Las condiciones del psicoanálisis

no puede comprarse. Recuerdo la situación de un hombre que,


en cierta oportunidad, quiso hacer entrar su análisis en la se-
rie de los bienes de consumo (se trataba de un hombre adine-
rado) y dijo “Si yo acá pago…”, y al que le respondí “¿Por qué
pagas? Por algo seguro, pero no creo que sepas de qué cosa se
trata; pero por mi tiempo no, vale más que una fortuna y no te
lo doy a cambio de nada, sino porque quiero”.
Dar tiempo es dar lo que no se tiene. Siempre falta el tiem-
po, por eso dar tiempo es dar una falta y esta coordenada ubi-
ca de entrada la “oferta” analítica por fuera del circuito del
capital, porque el analista ofrece amor antes que nada (o esa
“nada” que es el amor). Por eso, desde el punto de vista perso-
nal, nunca armo mi agenda según un esquema preestableci-
do de “turnos” (ni siquiera sé cuántos pacientes atiendo), y así
es que mis horarios suelen ser un desastre, pero ¿qué amor no
lleva al enredo? De la misma manera, ¿por qué es un hábito
hoy la “terapia semanal”, costumbre más próxima de la acti-
vidad capitalista que del tiempo que impone el análisis como
experiencia y que cabe ir descubriendo vez a vez? Por mi par-
te, a muchas personas las despido con la pregunta: “¿Cuándo
vuelvo a verte?” o bien la invitación: “Llamame cuando quie-
ras”. Y si en algunos casos condesciendo al “horario fijo” es
porque creo sería más penoso, o angustiante para esa perso-
na, no tener pautado el encuentro (y será parte del análisis
inscribir la ausencia del analista). Nunca tomo a mi cargo la
próxima cita como algo necesario, porque el amor requiere la
contingencia y el azar.
La relación con el analista es una relación amorosa. Como
cualquier otra. Y a ciertos pacientes les empieza a molestar,
en determinados momentos, el recurso al dinero para pagar
la sesión. Sienten que ese amor se degradada (y por eso, a ve-
ces, incluyen algún otro presente para que el dinero no sea
todo: desde una camisa, a un vino o bien un simple “Gracias”
al despedirse). He aquí el caso del sujeto histérico, cuando la

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Tiempo y dinero

actitud del obsesivo es la contraria: ¡adora esa degradación!


Y así busca rebajar el amor del que siente dependencia. Por-
que, ¿es posible recibir amor sin sentir dependencia? No es el
paciente el que ama, sino el analista. Eventualmente puede
ocurrir que el paciente desencadene una forma de amor (no
sólo el enamoramiento) por el analista, pero en estos casos
siempre se trata de una defensa contra el amor del analista.
¿Por qué muchos analistas dudan cuando sus pacientes les
preguntan si los quieren? Este síntoma (la duda) es un modo
de confirmar ese amor. Negarlo sería tonto, o bien otra forma
de confirmarlo. Y mejor es que el analista sepa de qué manera
ama a su paciente, para eso está su análisis, porque no todos
los modos de amar son iguales. En efecto, si un analista hizo
su análisis fue para poder amar con su falta, y no de mane-
ra posesiva (si es varón, conforme al deseo fálico reflejado en
“querer tener pacientes”) o para hacerse un ser narcisista (si
es mujer, de acuerdo con el deseo de ser reconocida como ana-
lista). Aquí la distinción no tiene nada que ver con la anato-
mía, y me recuerda la situación en que una mujer que se de-
dica al psicoanálisis e hizo numerosos análisis en su vida, me
dijo, después de iniciar un análisis conmigo: “Estar con vos me
gusta porque no se nota que sos psicoanalista”. Durante años
había vivido atormentada por la intención de saber si su aná-
lisis era lo suficientemente analítico. Le pasa a muchos analis-
tas cuando se analizan, por eso sus analizan casi no avanzan.
Ahora bien, es claro que su gratitud también era una de-
fensa. Cuando un paciente me dice “Con todo lo que te debo”
es un verdadero problema. Ahí el análisis está sosteniendo
una transferencia materna. ¿Quién sino la madre dice “Con
todo lo que hice por vos”? El análisis va a contramano de esa
gratitud. Para eso es que es necesario el dinero. La función de
éste en el análisis es parcializar la deuda que se siente con el
amor del analista. Y es conveniente que esa deuda se pague
con dinero, porque si no se paga por otro medios… Lo que no

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Las condiciones del psicoanálisis

se cobra en dinero, se cobra en la transferencia. No me refie-


ro solamente a la situación (que no es poco frecuente, y de la
que se habla poco, en que el amor entre paciente y analista se
realiza eróticamente) sino a casos igualmente frecuentes: un
paciente empieza a derivar a su analista a otros amigos, fa-
miliares, etc. En efecto, esta derivación no es porque crea que
uno es un buen analista (¡los buenos analistas no existen!),
sino que es una manera de pagar la deuda imposible del amor.
Así puede entenderse por qué es necesario eventualmen-
te el aumento del honorario. No se trata de una indexación
de acuerdo con el movimiento inflacionario del país, sino que
la modificación del honorario (que no es siempre un aumen-
to, puede ser también bajarlos) tiene una lógica, basada en
intervenir sobre la deuda con el analista. Pongamos otras si-
tuaciones: la de quienes a veces se van del análisis sin pagar,
y vuelven un rato más tarde para darnos el dinero. ¡El dine-
ro les quema en las manos! Porque si no pagan con dinero,
entonces quedan capturados en el amor del analista que, si
está en la serie materna, es incestuoso. Pagar es una puerta
abierta a la exogamia. Por eso se entiende también que algu-
nos pacientes no puedan soportar tener una deuda económica
con el analista, ¡pero también que haya otros que lo necesiten!
Recuerdo la el caso de un hombre que durante un buen
tiempo no dejaba de incluir en el pago un billete falso. En la
segunda entrevista lo advertí y en adelante ese engaño pasó
a formar parte del tratamiento, no porque se lo dijera (prefe-
rí callar), sino todo lo contrario. No puedo dar muchos deta-
lles, pero sí puedo decir que acepté su “moneda falsa” (con toda
la ambigüedad de esta expresión significante) con la idea de
que ése era su modo de reducir un tipo particular de ansiedad
en la relación con el amor del otro, un modo de quedarse con
la última operación, vigilar y controlar lo que necesitaba que
fuera un intercambio injusto, pero ¿qué intercambio es justo?
En un análisis se analiza la posición del paciente respec-

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Tiempo y dinero

to del amor del analista. Sus modos defensivos de responder


a esta oferta gratuita (porque ¡todo analista trabaja gratis!),
y su manera de realizar estas defensas a través del pago (que
puede ser con dinero u otro equivalente). Se paga para que la
deuda con el amor no sea insoportable, y donde esa deuda no
se produce no hay posibilidad de un análisis.
El momento más importante de un análisis es cuando al-
guien ya no sabe para qué viene. Incluso a veces tampoco re-
cuerda por qué vino, lo que demuestra que el análisis rehabi-
lita el olvido. “Los neuróticos sufren de reminiscencias”, dijo
Freud alguna vez. Y la capacidad de olvidar es un índice de
la cancelación de represiones. Por eso cierto desprecio es un
buen saldo analítico, en el paciente que ya ni siquiera recuer-
da para qué fue a un analista y, a veces, también considera que
ya no lo necesita. La destitución subjetiva del analista impli-
ca, entre otras cosas, que pueda renunciar al reconocimiento.
Porque si éste estuviera, ¡sería lo peor! Sería un uso narcisis-
ta de la transferencia, y la garantía de un análisis intermi-
nable. Cuando alguien ya no sabe para qué viene, empieza el
análisis de la transferencia como síntoma y la posibilidad de
un fin de análisis, o su interrupción.

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