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El desborde nihilista se dio, sobre todo, cuando las influencias del pensamiento nietzscheano
confluyeron con los resultados relativistas del historicismo. Esto ocurre, en particular, en el seno
de la así llamada “filosofía de la vida” y en la serie de críticas de la civilización que ocurren en los
primeros tiempos del novecientos. Partiendo de la convicción de que existe un radical e
insuprimible antagonismo entre lo dionisíaco y lo apolíneo, entre la vida y el espíritu, se dio
expresión a una difusa desconfianza en las exigencias de síntesis de la razón y a un
correspondiente apelación a la otra dimensión, la de la “vida”. La vida, según se afirmaba, debía
ser cultivada en su nivel originario, en sus caracteres propios, y no según las modalidades teóricas
tradicionales que, objetivándola, la reificaban.
Capítulo IX
El nihilismo estético-literario
Thomas Mann reconocía que Nietzsche había visto con justeza lo que había indicado en la tensión
entre lo dionisíaco y lo apolíneo, entre el instinto y la razón, entre la vida y el espíritu, la fuente de
las enfermedades de la civilización. Yendo más allá de Nietzsche, es decir, más allá del “trágico
destino” que él había representado, se trataba de reconstruir la razón sobre nuevas bases y de
conquista un nuevo y más profundo concepto de humanitas, capaz de satisfacer las exigencias a la
vida por la cual Nietzsche había dado rienda suelta.
Ante la desorientación y el vacío causados por el nihilismo, Benn reacciona, siguiendo las huellas
de Nietzsche, con la fuerza de la creatividad artística, con la metafísica de la expresión y de la
forma. El arte es la actitud capaz de corresponder al impulso de la fuerza dionisíaca de la vida,
expresar su perenne fluir y su ineludible perspectividad. Ello porque el arte produce la forma, esto
es, el escorzo creativo que penetra la realidad del devenir mejor que cuanto pueda hacer el
concepto metafísico de verdad.
Capítulo X
El problema de la negatividad llega así a ocupar una posición cada vez más importante en la
reflexión de Heidegger. Para ponerlo en claro, se requeriría considerar los reiterado intentos que
Heidegger emprende para pensar el ser en su sustraerse y rehusarse, y examinar la centralidad de
las determinaciones Entzug y Verweigerung, que se hacen fundamentales en el intento por
tematizar la estructura del ser.
Capítulo XI
Objeto de la contienda entre Ernst Jünger y Martin Heidegger en la década de los 50 es la “línea”
del nihilismo. Ella indica el punto de inflexión al cual la edad contemporánea parece haber
llegado, la divisoria de aguas que marca el advenimiento de la consunción de lo antigua, sin que
aún se entrevea el surgir de lo nuevo, el mágico “meridiano cero”, pasado el cual no valen más los
viejos instrumentos de navegación, y el espíritu, sometido a una aceleración tecnológica cada vez
más veloz, se muestra desorientado.
Lo decisivo es entender dónde se encuentra la línea. Para Jünger la línea no es el punto final, el
término más allá del cual cesa el nihilismo. Ella se sitúa más bien dentro del nihilismo mismo y le
señala su punto medio. En ese contexto la metafísica es entendida no como una disciplina de la
filosofía sino como “claro” del ser mismo, es decir, como el modo de abrirse y retirarse del ser en
relación con el hombre, que ha caracterizado la historia occidental. En el curso de las diversas
épocas el hombre experimenta, una y otra vez, el ente que se le presenta delante de una
determinada manera: como algo generado por la naturaleza o como artefacto, como creación
divina, como realidad extensa, como objeto, como materia susceptible de experimentación y de
investigación científica. La metafísica es el modo fundamental de comprender el ser del ente
propio del hombre occidental. Lo que caracteriza el acaecer de la metafísica es el “presentarse”
del ente de una cierta manera, con un cierto “ser”, al hombre que lo comprende