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SALUD MENTAL DE LOS JÓVENES URBANOS DE LOS 90’

Universidad de Chile 1

Consideraciones iniciales

Existe un grupo minoritario de jóvenes (18%), que presenta un nivel bajo en salud
mental.

Las dos causas principales que inciden en la presencia de niveles bajos de salud
mental son la falta de una red de soporte social adecuada y el riesgo de trastorno
emocional elevado.

Los grupos más afectados por los bajos niveles de salud mental son los jóvenes
pobres, por su carencia de soporte social y las jóvenes mujeres, por sus
relativamente elevados niveles de riesgo de trastorno emocional.

El segmento juvenil que requiere atención prioritaria en el diseño de iniciativas


públicas y/o privadas, destinadas a mejorar los niveles de salud mental, son las
jóvenes pobres, particularmente las adolescentes.

El mejoramiento de los niveles de soporte social (red de apoyo conformada por la


familia, la comunidad local y el Estado), de los jóvenes pobres representa el
principal objetivo a abordar por las iniciativas públicas y/o privadas dirigidas al
mejoramiento de los niveles de salud mental de la población juvenil.

En relación al tema de la oferta de Servicios en el ámbito de la salud mental, se


constata que éste ha cobrado especial importancia debido a que el tema se ha
constituido en una de las principales áreas problemas.

En general se constata que en los últimos años ha aumentado el interés por el


desarrollo de servicios de salud mental en el nivel primario de atención.

Un análisis de la percepción de la atención indica que el sector salud es uno de los


peor evaluados.

En este sentido, los jóvenes hacen una evaluación negativa de la oferta existente,
tanto a nivel cuantitativo (cantidad de recursos disponibles v/s demanda), como a
nivel cualitativo (calidad de la atención y pertinencia de los servicios entregados).

De acuerdo a los resultados del estudio, existe una distancia importante entre la
oferta y la demanda en salud mental juvenil. Si bien actualmente se verifica una

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El siguiente texto es el resumen de una investigaciónón, realizada por la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad de Chile para el INJUV en marzo del 1999. Ver Notas metodológicas al final del texto

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baja demanda real y una baja o nula oferta real, aparece un desequilibrio entre las
necesidades declaradas por los jóvenes y la oferta real existente.

Salud mental y Modernización.

En general, se plantea que los procesos de modernización que afectan a las


sociedades de hoy tienen un fuerte impacto en la salud mental de las personas.

Las sociedades actuales son consideradas “sociedades de riesgo”, lo que significa


que los efectos colaterales al proceso de modernidad conllevan riesgos para las
personas y colectivos, por ejemplo, la contaminación del aire, de los ríos, el efecto
invernadero, etc.

En este sentido, si bien la modernidad supone un aumento de las oportunidades


de desarrollo humano, también lleva implícito el aumento de mayores riesgos. Y
son los jóvenes, en particular, quienes abordan su proceso de integración social
en condiciones de alta inestabilidad e incertidumbre, por lo que aumentan los
sentimientos de inseguridad.

La vida social moderna se caracteriza por una reorganización radical del tiempo y
el espacio, lo que implica que las relaciones ya no están influidas sólo por lazos
locales cercanos, lo que genera que los valores comunitarios se diluyen, se
atomiza la comunidad, y se fortalece el individualismo.

Este proceso genera un tipo de personalidad cada vez más frágil y vulnerable, lo
que afecta principalmente a la juventud, que es la categoría social más privada de
referencias y anclaje social. Son los jóvenes quienes representan, en mayor
medida, la figura del individuo desinsertado y desestabilizado.

Un ámbito importante que cambia en las sociedades modernas es la familia. Se


definen nuevos roles para el hombre y la mujer, lo que impacta la sexualidad, la
maternidad, la paternidad, etc. La mujer se incorpora rápidamente al mundo del
trabajo, lo que cambia el equilibrio al interior de la familia y los procesos de
socialización de los hijos. La familia, tradicionalmente lugar de refugio e intimidad,
se convierte en la modernidad en un espacio peligroso. En Chile diversos estudios
muestran a la familia como espacio de violencia, de maltrato infantil y de abuso
sexual. Todo ello atenta contra la seguridad básica de la persona, capaz de
sostener la adecuada integración social.

El concepto de salud mental

Algunas aproximaciones consideran la salud mental como un estado de


interacción y equilibrio entre los factores biológicos (características genéticas y
fisiológicas de los individuos), psicológicos (aspectos cognitivos, afectivos y
relacionales), microcontextuales (interacción entre los individuos y sus contextos

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de participación e integración social), y macrocontextuales (condiciones culturales,
sociales, políticas, económicas y ambientales del lugar en que vive el sujeto).

Otras perspectivas enfatizan los factores sociales, como el género, la clase social
y la situación laboral, en el desarrollo del concepto.

Para otras perspectivas lo importante es entender la salud mental como un


continuo. Uno es el continuo de la salud mental negativa, que va desde la
presencia de trastornos y problemas de salud mental hasta la ausencia de
síntomas; el otro es el continuo de la salud mental positiva, que va desde un nivel
de salud mental mínimo hasta un nivel de salud mental óptimo. Esta perspectiva
introduce la idea de propositividad, es decir, la salud mental no es sólo ausencia
de trastornos, sino también presencia de capacidades, competencias, fortalezas,
etc. Desde la perspectiva de las políticas sociales, permite pensar una estrategia
de prevención de la salud mental por un lado, y estrategias de promoción de la
salud mental, por otra.

También se ha conceptualizado la salud mental como la capacidad de adaptación


al medio ambiente. En este sentido, un bajo control del medio y un concepto
negativo de sí mismo están asociados a un deterioro de la salud mental.

Por último, también se ha planteado que la salud mental es un proceso que se


desarrolla evolutivamente, es decir, que la salud mental del niño se sustenta en
criterios distintos que la salud mental del joven o del adulto. Desde esta
perspectiva, se considera la salud en términos de desempeño de funciones
sociales para las cuales la persona ha sido socializada para desenvolverse en
forma óptima.

Entenderemos la salud mental como la “capacidad de las personas y grupos


para interactuar entre sí y con el medio ambiente, de modo de proveer el
bienestar subjetivo, el desarrollo y uso óptimo de las potencialidades
psicológicas (cognitivas, afectivas y relacionales), el logro de las metas
individuales y colectivas, en concordancia con la justicia y el bien común”.

Según esta definición, la salud mental no es considerada sólo como un rasgo


individual, sino como resultado de las interacciones entre los individuos, los grupos
y el medio ambiente. Esta perspectiva, posibilita a nivel de las políticas sociales, la
promoción y la prevención primaria en salud mental y, a nivel de la metodología de
intervención, la educación para la salud.

Consistente con la visión de la salud mental planteada en el marco conceptual, se


elaboró un esquema direccional, que permite relacionar dicho marco con los datos
cuantitativos entregados en la encuesta, la información cualitativa, el sistema de
indicadores para las políticas públicas y las estrategias de intervención en el
ámbito de la salud mental.

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El supuesto básico de este esquema establece que el nivel de salud mental de los
jóvenes está condicionado por sus estilos de vida, sus contextos de vida, sus
condiciones de vida, el soporte social-afectivo-instrumental con el que cuenta y la
oferta institucional de servicios existentes en sus espacios de vida.

Los estilos de vida expresan los modos en que un joven interactúa con su
ambiente social y material. Expresan sistemas de valores, individuales y
colectivos, y juegan un rol importante en la conformación de la identidad.

Desde el punto de vista de la salud mental negativa, el estilo de vida puede


conducir a trastornos emocionales y conductuales severos, a la delincuencia, la
adicción y, en algunos casos, al suicidio.

Desde la perspectiva de la salud mental positiva, el estilo de vida entrega una


identidad sólida, un nivel alto de autoestima, un desarrollo de capacidades,
habilidades y competencias psicosociales.

Estos estilos de vida están muy relacionados con los contextos de vida de los
jóvenes, que constituyen los espacios donde los jóvenes se desarrollan
cotidianamente. Incluyen un sistema de creencias, normas, valores y estilos de
vida compartidos con las otras personas insertas en ese espacio. El supuesto
básico es que la calidad de dicho contexto va a condicionar, en gran medida, el
nivel de salud mental de los jóvenes. Esta calidad está determinada por aspectos
como el clima que ofrece a sus miembros, la capacidad para promover el
desarrollo de potencialidades de los jóvenes, su capacidad preventiva y el nivel de
soporte socio-afectivo-instrumental que ofrece. En los contextos de vida hay que
destacar el contexto comunitario (que incluye el familiar y el comunitario
propiamente tal), y el institucional.

Las condiciones de vida se refieren a la situación estructural en cuanto a nivel de


escolarización y capacitación, situación de empleo e ingresos, vivienda y salud.

Por su parte, el soporte social se refiere a las relaciones humanas en que se


intercambia apoyo y solidaridad.

Por último, los sistemas de servicios se refieren a la estructura, funcionamiento y


calidad de la atención en salud, educación, capacitación, recreación y seguridad.

EL NIVEL DE SALUD MENTAL DE LOS JÓVENES URBANOS

Este Capítulo contiene la parte cuantitativa del estudio, que incluyó el diseño y
aplicación de una encuesta a una muestra representativa a nivel nacional, en la
que se midieron variables definidas a partir del marco teórico.

Se empleó un índice de salud mental, que a su vez está subdividido en un


subíndice de salud mental positiva y un subíndice de salud mental negativa, los

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cuales están operacionalizados por dos indicadores. En el caso de la salud mental
positiva se definieron los indicadores de “bienestar subjetivo” y “soporte social”, y
en el de salud mental negativa los indicadores de “probabilidad de trastornos
emocionales” y “sucesos vitales estresantes”. Las definiciones de estos
indicadores son:

- Bienestar subjetivo: calidad del autoconcepto con que la persona se evalúa a


sí misma.
- Soporte social: red de relaciones sociales que prestan soporte afectivo y
práctico al joven en su vida cotidiana.

- Sucesos vitales estresantes: situaciones críticas que impactan sobre el


equilibrio psicosocial del joven.

- Trastornos emocionales: trastornos medidos a través del test de Golberg

A partir de ellos se establece una escala de siete tramos que expresa el nivel de
salud mental de los sujetos o grupos. Dado que el modelo conceptualiza y
operacionaliza la salud mental como una “capacidad”, estos niveles se refieren a
niveles de capacidad y van desde un nivel mínimo de salud mental hasta un nivel
máximo de ésta.

Los resultados obtenidos muestran que la gran mayoría de los jóvenes (82%),
presentan un nivel aceptable de salud mental, es decir, poseen una adecuada
capacidad para promover el desarrollo de sus potencialidades psicológicas
(cognitivas, afectivas y relacionales), y para enfrentar situaciones problemáticas.

Un grupo minoritario de jóvenes (18%), presenta niveles bajos de salud mental, y


ello está determinado por déficits en las variables de soporte social y
probabilidades de sufrir trastornos emocionales.

Esta baja en la dimensión soporte social resulta importante pues muestra que los
jóvenes que carecen de una red social estable carecen de protección, tanto
emocional como instrumental, frente a sucesos vitales estresantes o trastornos
emocionales. Esta carencia de soporte social estable es particularmente
perceptible en los jóvenes de menores ingresos (un tercio de ellos carece de estas
redes).

Aparecen diferencias significativas en los niveles de salud mental de hombres y


mujeres, notándose la salud mental de las mujeres ligeramente disminuida con
relación a la de los hombres.

Si bien ellas presentan mejores niveles de soporte social que los hombres, es
decir, están mejor dotadas que los hombres de redes de apoyo que operan
eficientemente en la resolución de sus problemas, muestran claramente un mayor
riesgo de sufrir trastornos emocionales.

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Esta situación debería ser un primer dato a tener en cuenta para la focalización de
políticas sociales; las adolescentes mujeres deben constituir un grupo prioritario
para la asignación de recursos destinados a mejorar sus condiciones de vida.

En relación al nivel socioeconómico, los resultados muestran una situación de


salud mental significativamente inferior en los jóvenes de estrato bajo respecto de
aquellos de estratos medios. El 21,2% de los jóvenes pobres presenta una
situación de salud mental inferior al mínimo aceptable, mientras que en los
estratos medios ello se da sólo en un 14.3% de los casos. Esto expresa la
inequidad que afecta las condiciones de vida de muchos jóvenes chilenos. En este
sentido, se puede plantear que los jóvenes en situación de pobreza deben
constituir una prioridad en la focalización de las políticas públicas en materia de
prevención y promoción de la salud mental.

El bajo nivel de salud mental de este grupo de jóvenes se debe a las bajas
puntuaciones en las dimensiones soporte social y probabilidad de trastornos
emocionales. Los jóvenes de sectores medios cuentan con un nivel de soporte
social más alto que los jóvenes de sectores bajos, lo que implica que cuentan con
mejores redes afectivas, sociales e institucionales para enfrentar su desarrollo
personal. En general los jóvenes de estratos medios aparecen más apoyados por
miembros de su red familiar, fundamentalmente los padres, razón por la que se
puede pensar que la familia es el soporte más importante de estos jóvenes.

A su vez, el acceso de los jóvenes de estrato medio a recursos institucionales,


básicamente no estatales (Isapres, colegios particulares, educación superior, etc.),
constituye otro ámbito de soporte social en que se muestran notoriamente superior
a los jóvenes de estrato bajo.

Por otro lado, los jóvenes de estrato bajo presentan un mayor riesgo de desarrollar
trastornos emocionales que los jóvenes de estrato medio (33% y 29%
respectivamente).

Respecto de la edad, no se encontraron diferencias significativas en los niveles


generales de salud mental de los tres grupos etareos estudiados (15-19 años, 20-
24 años y 25-29 años).

A pesar de este resultado general, se encontraron diferencias significativas por


edad en las dimensiones de bienestar subjetivo, soporte social y probabilidad de
trastornos emocionales. Los jóvenes entre 15 y 19 años aparecen con un nivel
de bienestar subjetivo menor que los jóvenes mayores de 20 años, lo que
significa que en los adolescentes existe una autopercepción más negativa y
una autoestima más baja, así como una insatisfacción mayor respecto de la
afectividad de su entorno más cercano. Por el contrario, muestran un mejor
soporte social que los jóvenes entre 20 y 29 años, lo que implica que poseen una
mejor red social, parental, comunitaria e institucional.

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Se puede plantear que el indicador soporte social está influido por el tipo de
estatus adscrito a los más jóvenes, ya que nuestra sociedad se caracteriza por la
dependencia económica y afectiva del núcleo familiar. Los jóvenes mayores, en
cambio, estarían asumiendo roles de pareja o bien se encontrarían en la etapa de
moratoria propiamente.

En relación a la dimensión probabilidades de trastornos emocionales también se


aprecian diferencias. Los jóvenes entre 20 y 24 años presentan una menor
probabilidad de riesgo de trastornos que los otros dos tramos de edad. En el caso
de los adolescentes entre 15 y 19 años ello puede estar influido por los cambios a
que se ven expuestos, como el egreso de la enseñanza media, el ingreso a
estudios superiores o al mercado laboral, en tanto que en los jóvenes entre 25 y
29 años ello se puede explicar por su transición al mundo adulto y la adopción de
responsabilidades familiares.

En general, se puede concluir que el soporte social y la probabilidad de trastornos


emocionales constituyen variables críticas para la salud mental de los jóvenes.
Ambas dimensiones aparecen como las más útiles para establecer diferencias
entre los distintos segmentos de la población joven.

La dimensión de soporte social muestra el valor más bajo entre las dimensiones
usadas para construir el índice de salud mental juvenil. Existe evidencia empírica
sobre el efecto protector que tiene una red social estable frente a eventuales
dificultades, por lo tanto, la carencia o ineficiencia de ésta afecta negativamente la
salud mental.

En la dimensión probabilidad de trastornos emocionales se aprecian diferencias


significativas por género. Además, si a esto se agrega la mayor probabilidad de
sufrir trastornos en los jóvenes de nivel socioeconómico bajo, se tiene que las
jóvenes mujeres de sectores pobres deberían ser objetivo prioritario de políticas
públicas dirigidas a la optimización del nivel de salud mental.

Por otro lado, si bien la ocurrencia de sucesos vitales estresantes no muestra


diferencias significativas entre las distintas categorías analizadas, constituye un
factor importante al momento de generar políticas orientadas al resguardo de la
salud mental de los jóvenes.

De acuerdo a la información que aportan los jóvenes, los sucesos vitales


estresantes que habían vivido o que podían llegar a vivir se concentran
mayoritariamente en los referidos a sucesos biográficos con la familia (muerte de
un miembro, separación), y sucesos frente a los cuales los jóvenes tiene una baja
protección (desempleo, enfermedades). Estos resultados muestran la necesidad
de generar mayor soporte social entre los jóvenes, especialmente en los espacios
institucionales, como son el ámbito laboral y la atención en salud.

De la información aportada por este instrumento, se desprende que:

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- Los niveles de bienestar subjetivo y la experiencia de sucesos vitales
estresantes presentan niveles relativamente homogéneos entre las distintas
categorías de la población joven analizada (sexo, nivel socioeconómico y
edad).
- El soporte social y el riesgo de trastornos emocionales constituyen las dos
principales dimensiones que explican la baja en el índice de salud mental.
- Estas dos últimas dimensiones señaladas constituyen las dos principales
dimensiones a considerar en un esfuerzo focalizador dirigido a los segmentos
juveniles que presentan ugeneralizado, sino más bien puntual a algunos casos
donde se llega a la adicción. El carrete permite romper la rutina y disminuir la
presión de un entorno familiar y escolar muy exigente.
-
- Respecto del contexto familiar, señalan que los problemas demental, la
construcción del instrumento y la elaboración del sistema de indicadores. En
un segundo niibida como muy distante respecto de las necesidades reales de
los jóvenes

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