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La decena trágica.

Se le llamó así al golpe militar que ocurrió del 9 al 19 de febrero de 1913, con motivo
de derrocar la presidencia de Francisco I. Madero —gobierno que duró de 1911 a
1913—, por la ambición de poder por parte de los que seguían en el gabinete
después de Porfirio Díaz, como lo fueron Bernardo Reyes y Félix Díaz.
Durante estos episodios transcurrieron 10 días de guerra en el país, causa por la
cual se le dio el nombre de “Decena trágica”, otras versiones aseguran que fue por
la muerte de más de 500 personas, en su mayoría civiles, en un lapso de 10 minutos
frente al Palacio Nacional, en un intento de los porfiristas por tomar el lugar.
Los movimientos rebeldes inician el mismo 9 de febrero de 1913 por la madrugada,
cuando Manuel Mondragón libera a sus colegas Bernardo Reyes y Félix Díaz,
quienes en diferentes cárceles habían sido reprimidos, pero con permiso a vivir, ya
que Madero no quería parecerse a su antecesor Porfirio Díaz; él dejaría vivir y
pensar “libremente”.
Los tres militares encabezaron el movimiento para llegar a Palacio Nacional y allí
tomar la presidencia con ayuda de Juan G. Morelos, quien estaba preparado para
recibirlos y darles ventaja en la entrada, en fallo, pues Gustavo A. Madero —
hermano del presidente— se adelanta a la traición y enfrenta a Morelos, mientras
llega Lauro Villar, militar fiel a Madero, quien salva a Gustavo Madero y al Palacio.
En estimación, a las 8:30 de la mañana Reyes y el contingente llegan a Palacio
Nacional, donde Lauro Villar los esperaba, salió al encuentro y solicitó a Reyes parar
con la traición, mientras que éste, le persuadía para unirse al movimiento golpista.
De un momento a otro, y por la negación de Villar, Reyes intenta embestirlo con su
cabalgadura, desatando una ráfaga de balas por parte de la Escuela de Cadetes
contra él, acabando con su vida y la de su caballo “Lucero”, no sin haber herido a
Villar en el hombro izquierdo y con un resultado de 805 víctimas, en su mayoría
civiles.
Los rebeldes sobrevivientes junto a Félix Díaz y Manuel Mondragón se refugian en
La Ciudadela —fábrica y bodega de armas—.
La influencia estadounidense no podía faltar; Henry Lane Wilson llega con la
petición de quitar impuestos al petróleo en medio del caos, razón por la cual Madero
le resta importancia y la rechaza. Ahora, Henry Lane Wilson buscaría perjudicar la
imagen de Madero en EE. UU, ayudando aún más al debilitamiento de su poder.
El presidente nombra como comandante militar a Victoriano Huerta, en sustitución
de Lauro Villar, sin saber que Huerta tenía tratos con los porfiristas, además de
Henry Lane Wilson, y era un traidor potencial, siendo evidenciado más de 3 veces
sin perder la confianza del presidente, hasta que Gustavo Madero y Jesús Urueta
descubrieron que Huerta, efectivamente estaba de parte de los Porfiristas y lo
llevaron a punta de cañón ante el presidente, donde negó ser parte de la traición y
pidió 24 horas para capturar a los rebeldes, cosa que se le fue concedida para
demostrar su lealtad, a pesar de los rumores y evidencias.

«Prometo a usted, señor presidente, que mañana todo habrá


terminado…»
Victoriano Huerta.
Finalmente, el 18 de febrero, el general Aureliano Blanquet da ordenes de arresto
contra Madero, al coronel Teodoro Jimenez Riveroll, quien junto a Rafael Izquierdo,
Enrique Cepeda y 20 hombres armados entran a Palacio Nacional para ejecutar la
orden. Tras un intercambio de disparos y varios hombres caídos, el presidente y
una pequeña comitiva bajaron las escaleras para hablar con el resto de la tropa en
el patio, cuando el general Aureliano Blanquet, personalmente, aprisionó a Madero,
quien le llamó traidor.
Rodolfo Reyes, fue el encargado de redactar el Pacto de la Embajada, que se dio a
conocer de manera oficial como Pacto de La Ciudadela, el cual establecía
desconocer al gobierno de Madero y Pino Suárez y establecer un gobierno
provisional al mando de Victoriano Huerta —que favorecía la petición rechazada de
Henry Lane Wilson— con un gabinete conformado por reyistas y felicistas.
El 19 de febrero, se llevaron a cabo las ejecuciones de Gustavo A. Madero y Adolfo
Bassó, a cambio de la vida del presidente Madero, pues lo necesitaban para dar
legalidad a la usurpación.

Gustavo fue cruelmente martirizado. En las afueras de La Ciudadela le


arrancaron el único ojo que tenía dejándolo ciego, lo patearon, lo
humillaron, lo golpearon continuamente, un capitán le disparó, aún
muerto su cuerpo fue mutilado y los soldados le siguieron disparando. Le
extrajeron el ojo postizo, su cadáver fue quemado, tenía treinta y siete
heridas de bala. Acto seguido, Adolfo Bassó fue fusilado.

(A. Taracena, 1998)

21 de febrero.

Por la noche, Madero recibió la visita de su madre, Mercedes González


Treviño, quien le notificó lo que había pasado con Gustavo, la noticia lo
trastornó, pasó la noche llorando en silencio su muerte.

(P. Taibo, 2009)

Por otro lado, se buscaba qué hacer con el destino de Madero y Pino Suarez,
quienes pensaban tener asilo político en Cuba, sin embargo, el gabinete de Huerta
no se decidía por una opción favorable, llegando a la conclusión de llamar al general
Francisco Cárdenas para un gran servicio. A continuación, fue presentado al
ministro de Guerra, Manuel Mondragón quien le explicó que la misión consistía en
matar a Madero y Pino Suárez fingiendo un asalto.

22 de febrero.
A las 10:00 p. m. de esa noche se habían acostado Madero, Pino Suárez y
Ángeles. Veinte minutos más tarde los despertaron con la noticia de que
serían trasladados, Madero preguntó al guardia por qué no se les había
informado antes para estar vestidos.
(Labastida, 2002)

Francisco Cárdenas, el hombre encargado de asesinar a Madero, le


ordenó: "Baje usted, carajo" y ante la negativa de éste le disparó en la
cabeza, muriendo en el asiento del coche. Por su parte, Pino Suárez intentó
huir, pero fue herido por Rafael Pimienta. Fue rematado en el suelo, su
cuerpo registró trece impactos de bala. Acto seguido los militares, para
simular el asalto, dispararon contra los vehículos y limpiaron las manchas
de sangre que había en el interior de los automóviles. Los choferes,
testigos involuntarios de los asesinatos, fueron conminados a guardar
silencio.

(A. Taracena, 1998)

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