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Etapas de la adolescencia

La adolescencia, esos años desde la pubertad hasta la edad adulta, se pueden dividir a
groso modo en tres etapas: adolescenciatemprana, generalmente entre los 12 y 13 años de
edad; adolescencia media, entre los 14 y 16 años de edad; y adolescenciatardía, entre los
17 y 21 años de edad. Además del crecimiento fisiológico, de estos años se pueden extraer
siete tareas clave de desarrollo intelectual, psicológico y social. El propósito fundamental de
estas tareas es formar la propia identidad y prepararse para la edad adulta.

Desarrollo físico
La pubertad se define como los cambios biológicos de la adolescencia. Aproximadamente
en la adolescencia media, si no antes, se completa la mayor parte del crecimiento fisiológico
de los jóvenes; ya tienen o casi alcanzaron su estatura y peso de adultos y ahora cuentan
con la capacidad física de tener bebés.

Desarrollo intelectual
La mayoría de los niños y niñas entran a la adolescencia todavía percibiendo el mundo a su
alrededor en términos concretos: Las cosas son correctas o no, maravillosas o terribles.
Raras veces ven más allá del presente, lo que explica la incapacidad de los adolescentes
jóvenes de considerar las consecuencias que sus acciones tendrán a largo plazo.
Al final de la adolescencia, muchos jóvenes han llegado a apreciar las sutilezas de las
situaciones e ideas y a proyectarse hacia el futuro. Su capacidad de resolver problemas
complejos y sentir lo que los demás piensan se ha agudizado considerablemente. Pero
debido a que todavía no tienen experiencia en la vida, hasta los adolescentes mayores
aplican estas destrezas que recién encontraron de manera errática y por lo tanto, pueden
actuar sin pensar.

Desarrollo emocional
Si se puede decir que los adolescentes tienen un motivo para existir (además de dormir los
fines de semana y limpiar el refrigerador), sería afirmar su independencia. Esto les exige
distanciarse de mamá y papá. La marcha hacia la autonomía puede tomar muchas formas:
menos afecto expresivo, más tiempo con los amigos, comportamiento polémico, desafiar los
límites; la lista puede continuar. Pero aún los adolescentes frecuentemente se sienten
confundidos sobre abandonar la seguridad y protección del hogar. Pueden estar indecisos
anhelando su atención, solo para regresar al mismo punto.

Desarrollo social
Hasta ahora, la vida de un niño se ha desarrollado principalmente dentro de la familia. La
adolescencia tiene el efecto de una roca que cae al agua, ya que su círculo social repercute
hacia afuera para incluir amistades con los miembros del mismo sexo, del sexo opuesto,
diferentes grupos sociales y étnicos y otros adultos, como un maestro o entrenador favorito.
Finalmente, los adolescentes desarrollan la capacidad de enamorarse y formar relaciones
amorosas.
No todos los adolescentes entran y salen de la adolescencia a la misma edad o muestran
estas mismas conductas. Lo que es más, durante gran parte de su adolescencia, un joven
puede ir más allá en algunas áreas del desarrollo que en otras. Por ejemplo, una chica de
quince años de edad puede parecer físicamente un adulto joven, pero todavía puede actuar
mucho como una niña ya que es hasta el final de la adolescencia que el desarrollo
intelectual, emocional y social empieza a alcanzar al desarrollo físico.
¿Sorprende de alguna manera que los adolescentes se sientan confundidos y en conflicto
algunas veces, especialmente considerando la expectativa que la sociedad impone sobre
ellos durante seis o diez años o incluso más? Antes de la Segunda Guerra Mundial, solo un
aproximado de uno de cuatro jóvenes terminó la secundaria. Era normal que los jóvenes en
su adolescencia trabajaran a tiempo completo, se casaran y tuvieran hijos. Actualmente casi
tres de cuatro jóvenes reciben diplomas de secundaria, y dos de cinco graduados van a la
universidad. “A medida que más y más adolescentes amplían su educación”, dice el Dr.
Joseph Rauh, un especialista en medicina para adolescentes desde 1950, “el rango de
fechas de la adolescencia se ha ampliado a los veinte”.
Recuerde sus años de adolescencia y posiblemente venga a su mente la frustración por el
anhelo de salir adelante por sí mismo; pero todavía depender económicamente de mamá y
papá. O bien, luchar por ser usted mismo, pero al mismo tiempo, desear desesperadamente
adaptarse a sus compañeros.
La adolescencia puede ser una época confusa para los padres también. Por un lado, deben
lidiar a menudo con el comportamiento paradójico de sus hijos. ¿Cómo es posible que el
mismo hijo que recibe elogios por salvar la selva tropical, sea regañado constantemente
para que clasifique el reciclaje? O bien, que en el transcurso de una hora su hija pueda
acusarlo de tratarla “como una bebé” y luego, ¿actuar ofendida porque usted espera que
limpie la mesa después de la comida?
Pero más allá de aprender a prever las corrientes cambiantes de las emociones de los
adolescentes, los padres pueden luchar con algunas emociones conflictivas de sí mismos.
El orgullo que siente cuando ve a su adolescente independizarse puede disminuir con el
sentimiento del desplazamiento. Por mucho que pueda aceptar intelectualmente que
alejarse de los padres es una parte integral del crecimiento, es doloroso cuando el niño que
suplicaba unirse a sus recorridos, ahora raras veces acepta que lo vean en público con
usted, y además, solamente si el destino es un mínimo de un código de área de distancia.
Es una tranquilidad saber que sentirse perdido es una reacción normal; que probablemente
comparten la mitad de las mamás y papás junto a usted en una práctica de fútbol. Para los
pediatras, ofrecer una guía y consejo a los padres es una parte importante y gratificante del
día.

—¿Todos, todos, todos los adolescentes nos lo van a hacer pasar mal?
—No. Para nada. La mayoría de los adolescentes con absoluta normalidad, vamos, con la
normalidad propia de la adolescencia. Con un espíritu de crítica más exacerbado, si quieres,
más pensando en divertirse y en exprimir vida hasta la última gota que en otra cosa, algo que
por otro lado a veces los adultos olvidamos.
—¿Cuándo aparecen los problemas?
—Cuando aparecen trastornos de comportamiento o conductas adictivas: O una mala
relación con los padres, o o cuando hay abandono escolar prematuro, o cuando el
adolescente no tiene las herramientas suficientes para hacer frente a la adolescencia, por
ejemplo. Pero la mayoría de las veces pasan con absolutamente normalidad por la
adolescencia. Yo siempre comparto la siguiente frase en mis charlas a padres: «Los jóvenes a
día de hoy han perdido todo el respeto a la autoridad, no aceptan ningún tipo de norma, solo
piensan en divertirse, no tienen ningún valor...». Luego les pregunto, ¿estáis de acuerdo con
esto? Y todos dicen ¡sí, sí! Y luego les descubro que el autor de la cita es Sócrates. ¿Ya era
problemático el adolescente hace 2.400 años? El adolescente en general no está de acuerdo
con la autoridad, es un rompedor de normas, etc, etc. Es rebelde pero ¿por qué? Porque es
un individuo en construcción. Como persona tiene su propia identidad, sus características,
pero a nivel neurobiológico, neuroquímico, y psicológico, hay una cosa que es la estructura
cerebral, que no madura hasta los 25 años. ¿Que ocurre? Que lo que es el cortex frontal (que
es la que se encarga de validad las consecuencias de los actos, planificar, ver resultados a
largo plazol... esa digamos que los adolescentes no la tienen conectada, o la tienen, pero
«cortocircuitada». Está mucho más activida en el cerebro del adolescente la parte límbica,
que es el que regula las emociones. Eso está a tope. Por eso aparecen tantos problemas en el
adolescente. Porque a nivel neuroquímico les queda todavía un camino por madurar.
—¿Cuando hay que empezar a educar?
—A una persona hay que educarla desde que nace. Desde que empiezan los primeros
pucheros, no yendo corriendo a la cuna cada vez que hace ¡AH!, desde la primera patadita en
la espinilla... ahí es cuando hay que empezar a actuar. El adolescente es fruto de sus propias
características de personalidad, de la educación que ha recibido y de las experiencias por las
que ha tenido que pasar. Como un adulto.
—Características de personalidad, educación recibida y experiencias, ¿cuál de
las tres pesa más?
—No es que una cosa determine más que la otra. Soy de la opinión de que las tres cosas
confluyen. Pero si hay una que realmente tenga mucho peso es la educación.
—¡Menos mal que el cambio es posible!
—Si. Porque eso es algo en lo que ellos se apoyan. «Es que yo soy así», «es que yo lo he
pasado fatal», «es que como tengo estos padres»,. «entonces tengo que ser malo porque hay
una predeterminación que no da pie al cambio».... El cambio es posible porque la educación
tiene un papel muy grande. Si no fuera así, mi profesión ni existiría.
—Pero un neurótico va a seguir siendo un neurótico toda la vida.
—A ver, todos somos neuróticos. Pero somos, o muy neurótico o muy poco neurótico.
Entendiendo neuroticismo por inestabilidad emocional. Pero no es una cuestión de cara o
cruz. Es una cuestión de distribución de población, donde unos se sitúan normalmente en la
media, y luego están los límites.
—Volviendo a la educación desde la primera infancia.
—Sobre todo desde la primera infancia. Las charlas que doy sobre establecimiento de normas
y límites para padres y adolescentes no cambian mucho de las que doy para primera infancia.
En general, no cambian mucho las pautas generales de educación. Lo único que cambia es la
adaptación de la edad.
—¿Y cuáles son, para tí, esas claves de educación?
—Para mí, la autoridad, pero sin olvidar el cariño y el afecto.
—Sin olvidar el cariño... pero, ¿cómo se hace cuando llegas a trabajar a las mil,
con un cansancio tremendo y el chaval tiene los pies encima del sofá?
—No es imposible. Pero es fundamental. Entro en casa, veo al chaval con los pies encima del
sofá... tiene que quedar clara una cosa, punto número uno: ¿Esa regla está establecida? ¿Se
sabe que en esa casa no se pueden poner los pies encima del sofá, o de la mesa? Si, perfecto.
Entonces es cuando tú dices lo siguiente: «buenas tardes cariño, sabes que no se pueden
poner los pies encima del sofá. No podemos. Ninguno. Es decir, el grupo, no tú». Debemos
meter al adolescente en el grupo, si no se piensa que vas a por él.
—¿Cuidar la forma en la que nos comunicamos con el adolescente es tan
efectivo?
—Es difícil que si le hablas así, te conteste mal. Obviamente si te contesta mal tú tienes que
intervenir. «No te voy a consentir que me contestes». «Y si me vuelves a contestar así... va a
pasar tal cosa». Tiene que haber una consecuencia. También tienes que valorar la respuesta.
«No es lo mismo un jolín mamá es que estoy cansado» que un «vete a la mierda, sácalos tú».
Entre una cosa y otra el nivel de interacción también tiene que tener distintos niveles. En la
segunda respuesta es que ya han fallado un montón de cosas antes.
—¿Y cuando estás harto, pero harto de verdad, del adolescente?
—Hay cosas que no debes decir nunca, porque te desautorizas. «No puedo contigo, eres
imposible, ya no sé que voy a hacer contigo, no puedo más, haz lo que te de la gana...». Decir
esto es muy peligroso porque te desautorizas completamente. Procurar no decirlo delante de
ellos Se lo puedes decir a tu marido, a una amiga, a un psicólogo, si vas... Cuando la madre,
por ejemplo, dice que está al límite, es que es cierto. ¿Que va a pasar? Que no puede más, y
entonces el niño se crece. Luego va a venir del colegio y va a decir, «no puedo más, no quiero
seguir estudiando». Porque esa actitud de vencida ya la ha visto en tí más veces. Tirar la
toalla es relativamente fácil, y es lo que le estamos enseñando.
—¿Pero cuál es la otra opción que le queda a esa madre que está al límite?
—Decir, «mira, cariño, hay situaciones en las que mamá se desborda, me resulta
francamente difícil, pero te puedo asegurar que si sigues por ese camino no vas a conseguir
lo que quieres». Te mantienes firme. Tienes que estar pensando todo el día lo que tienes a
decir. Es como la persona adulta que va a terapia para aprender habilidades sociales y
asertividad. Es posible. Se puede.
—En tu libro hablas de cuatro tipos de padre. El padre dictatorial, el padre
pasota, el plasta, el guay... ¿Cúal es el mejor?
—El «rallador», que es el autoritario o dictatorial. Aquel que no educa, impone y adoctrina, y
tiene un estilo agresivo, sin dialogo. El «pasota» o evitativo, aquel que mira para otro lado,
no se implica, es inestable e inconstante. El «plasta» o sobreprotector. El de coge la chaqueta
que tendrás frío. Este es un mártir, educa en la evitación del sufrimiento, no impone límites
o estos son poco claros. Y por último, el «guay» o asertivo. Este es el mejor, porque es aquel
que promueve la comunicación, es muy cariñoso, muy afectuoso, y genera un clima de
confianza, pero también se pone firme y aplica normas y límites cuando es necesario. Los
otros tipos de padres son en cierto modo un tanto negligentes en la actuación.
—Pero un padre puede perder los papeles algún día.
—Sí, claro. En un momento de enajenación mental, puedes decir, «¿sabes lo que te digo?
¡Que hagas lo que te de la gana!». Una actitud aislada, no pasa nada. Si luego reconduces la
situación. Pero es que hay padres que su estilo educativo es predominantemente ese.
—Pero... ¿no es muy difícil cambiar el estilo educativo de un padre, cuando el
niño ya es adolescente, y lleva 16 años así?
—¿Sabes que pasa? Estos tipos anteriores de padres, equivocados, ya empiezan a ver
problemas en sus hijos durante la primera infancia. Las típicas rabietas, desobediencia, baja
tolerancia a la frustación de los niños... Luego ya en la adolescencia, cuando la situación está
desmadrada, haces una valoración con los padres en consulta de lo que ha pasado ahí, y ves
sobre todo en la gran mayoría de ellos una ausencia de límites y de sobreprotección.
—¿El mayor problema se da cuando no ha habido ni normas ni límites?
—Sí, y cuando se ha ejercido una excesiva sobreprotección. Los padres tienen miedo a que
los hijos se traumen y eso es muy peligroso. Ya sufrirán, no te preocupes. Ya les pondrá la
vida piedrecitas en el camino. Si no sufren, esos niños no tienen herramientas para el futuro,
y ahí la que vas a sufrir vas a ser tú. Piensa que esto se va arrastrando. Un perfil de
adolescente con problemas de conducta no es una seta que haya apareacido por generación
espontánea. No es un champiñón de otoño. Eso se va cultivando. Eso lleva un periodo de
gestación. Ponle límites ahora, cuando se junta la rebeldía propia de la adolescencia con la
ausencia de límites.
—Pero tú abres una ventana a estos padres desesperados.
—Sí. Vivir con un adolescente no es un problema, es eso, una aventura. Y cuando tú sales de
aventura, tienes que tener una mochila con herramientas y que por el camino puede haber
piedras. Pero tienes que tener un espíritu positivo. Creo que vivir con un adolescente puede
ser incluso divertido para unos padres. Sabiendo que un adolescente es como un Ferrari sin
frenos. Y los padres tienen la obligación de ponerle los frenos e indicarle el camino.

Claves para tener un adolescente en casa


Tener un adolescente en casa no debería ser, a juicio de Cervantes, un camino de obstáculos,
sino la ocasión ideal para educar y construir a alguien que, sin llegar a ser un adulto, ya ha
dejado de ser un niño. «La falta de entendimiento y las distintas formas de ver la realidad
deberían convertirse en oportunidades de enriquecimiento mutuo, tanto para los padres
como para los hijos. Es más, puede llegar a ser hasta divertido», comenta esta psicóloga. En
su libro «Vivir con un adolescente» (Oniro), esta psicóloga nos da claves super prácticas para
mejorar la educación de nuestros hijos en un libro que se puede leer, casi, de una tacada

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