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Carreras para Gente que Trabaja
3. A partir del video observado y la lectura del fragmento del texto de Manuel Burga y
Alberto Flores Galindo, explique los rasgos de la mentalidad oligárquica.
El pensamiento oligarca
¿Qué elementos definirían a esta mentalidad oligárquica? En primer lugar, el catolicismo.
La religión, como en la época colonial, se encuentra presente en los principales actos de la
vida social. Es uno de los instrumentos que vinculan a los oligarcas con las clases
subalternas (…) Las grandes haciendas costeñas, como en sus similares andinas,
encontramos una capilla y un santo patrón que originaba una festividad anual en la que
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Problemas y desafíos en el Perú actual
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participaban todos con un mismo fervor cristiano (…) El catolicismo protegía a la sociedad
oligárquica de cualquier amenaza externa proponiendo un ideal de “perfección” y “ventura”
individual.
El catolicismo conservador estuvo acompañado por una “concepción señorial” de la
sociedad. La condición de oligarca no solo nacía de la posesión de determinados bienes:
contaba también la pertenencia a una determinada familia. Pero esto último no era solo un
problema biológico o la herencia de un apellido: significaba asumir un determinado
comportamiento donde contaban la “moralidad”, el respecto “de sus iguales” y la obediencia
de sus “subalternos”. Este sentimiento señorial terminó invadiendo la vida cotidiana. Una
anécdota puede ayudar a ilustrar el peso de su influencia: por 1900 la familia Porra
Barrenechea habitaba en Barranco y en los meses de verano acostumbraban don Guillermo
Porras y su señora, doña Juana Barrenechea, pasear alrededor de una parque cercano,
como lo hacían otras familias que frecuentaban ese balneario; una noche en la banca que
ellos acostumbraban ocupar en el parque se encontraba otra pareja la que se había sentado
allí a pesar que los Porras tuvieron la precaución de enviar antes a una criada a reservar
una banca en un parque que se suponía público. Este incidente dio lugar a un intercambio
de expresiones con los “intrusos” que obligó a su vez a un mutuo desafío a duelo entre el
Sr. Porras y el Sr. del Campo, que así era como se apellidaba el inesperado ocupante de
la banca. El duelo terminó con la absurda muerte de Guillermo Porras. Pero ese no fue un
caso singular, ni raro; la caballerosidad llegaba al extremo de obligar a morir por nimiedades
(…).
Las concepciones señoriales exigían que no se ocultara la pertenencia a una clase social.
Todo lo contrario: debía exhibirse como signo de prestigio y mecanismo de dominación. Es
por eso que el esplendor de la oligarquía fue sellado con el implemento de un consumo
lujoso y de una vida articulada en torno a la ostentación (…)
Junto con la caballerosidad, las relaciones entre la oligarquía (y al lado de ella también los
gamonales) y las clases populares estaban regidas por la combinación entre violencia y
paternalismo. El paternalismo era la derivación lógica de la privatización de la vida política
y existía gracias al débil desarrollo del Estado y de sus aparatos ideológicos o represivos.
Expresaba de una manera muy evidente el lugar privilegiado que tenía las relaciones
personales que posibilitaban la comunicación entre el propietario y sus trabajadores,
impidiendo paralelamente la comunicación en la base: en otras palabras, lo que Julio Cotler
ha denominado el “triángulo sin base”, es decir, la comunicación de arriba hacia abajo y no
entre los de abajo.
El paternalismo, aunque parezca contradictorio en una primera impresión, era acompañado
por el racismo. El poder omnímodo del propietario para dirigir la empresa y administrar
justicia-exigía admitir su superioridad y la condición inferior del indio. Se consideraba al
indio producto de una serie de degeneraciones. Un ser inferior al que había que explotar o
proteger, pero al que no s ele podía conceder los mismos atributos que la los ciudadanos:
de hecho, el “analfabetismo” ayudaba a justificar su completa marginación de la vida
política.
(…)
La familia fue la cédula central de la sociedad oligárquica. Todavía persistían elementos de
la familia extensa. Las alianzas matrimoniales eran un mecanismo que aseguraba la
pertenencia a una clase social. Al igual que la nobleza colonial la oligarquía tuvo rasgos
endogámicos. Es por eso que los matrimonios eran cuidadosamente sopesados y nacían
luego de un prolongado noviazgo, en el que era decisiva la voluntad de los padres.
La intolerancia y la fuerte tendencia represiva de la oligarquía mostraba los temores de una
clase que se sabía numéricamente reducida, con un poderío económico solo aparente,
rodeada de una masa indígena y campesina a la que despreciaban para ocultar el temor
que los asediaba.
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(…) La oligarquía terminó construyendo-para difundirla luego a otras capas sociales-, una
imagen mitificada de la historia peruana en la que se exaltaban los elementos hispánicos
(por occidentales y cristianos), mientras se disminuía, menospreciaba o en todo caso, se
omitía la tradición indígena, para ellos el proceso histórico peruano aparecía nítidamente
definido, la nación existía, el Perú era una unidad: en cierta manera, ellos eran el Perú, así
lo creyeron. (Burga y Flores Galindo 1991: 91-97)
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