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Michael C.

Corballis

LAMENTE
RECURSIVA

Los_ orígenes del lenguaje


humano, el pensamiento
y la civilización

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Michael C. Corballis

La mente recursiva
Los orígenes del lenguaje humano,
el pensamiento
y la civilización
Michael C. Corballis

LA MENTE
RECURSIVA
Los orígenes del lenguaje humano,
el pensamiento y la civilización

Traducción de Josep Sarret Grau

BIBLIOTECA BURIDÁN
BIBLIOTECA BURIDÁN
está dirigida por Josep Sarret Grau

© 2011, Princeton University Press


Título original: The Recursive Mind. The Origins of Human Language,
Thought, and Civilization

Edición propiedad de Ediciones de Intervención Cultural/Biblioteca Buridán


Diseño: Miguel R. Cabot
ISBN: 978-84-942097-5-8
Depósito Legal: B-12773-2014
Imprime: Novagrafic Impresores, S.L.
Impreso en España

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de es­


ta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista
por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si
necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Sumario

Prefacio 9
Capítulo 1 ¿Qué es la recursión? 15

Primera parte. El lenguaje 33

Capítulo 2 El lenguaje y la recursión 35


Capítulo 3 ¿Tienen lenguaje los animales? 55
Capítulo 4 Cómo evolucionó el lenguaje de la mano
a la boca 75

Segunda parte. El viaje mental en el tiempo 103

Capítulo 5 Reviviendo el pasado 105


Capítulo 6 Acerca del tiempo 125
Capítulo 7 La gramática del tiempo 139

Tercera parte. La teoría de la mente 157

Capítulo 8 La lectura del pensamiento 159


Capítulo 9 El lenguaje y la mente 183

Cuarta parte. La evolución humana 199

Capítulo 10 La cuestión recurrente 201


Capítulo 11 Devenir humanos 215
Capítulo 12 Devenir modernos 245
Capítulo 13 Pensamientos a modo de conclusión 259

Notas 267
Referencias 309
Índice 339
Prefacio

A
los humanos nos encanta pensar que tenemos capacidades que
nos hacen no solo diferentes de las demás criaturas que pueblan
el planeta, sino también superiores a ellas. ¿Qué otra especie,
podríamos preguntamos, ha sido capaz de medir la velocidad de la luz,
concebir cómo empezó el universo, inventar el ordenador portátil o pintar
un retrato? Nuestra especie ha conseguido incluso escapar completamente
del planeta, si bien solo fugazmente. Supongo que también podríamos pre­
guntarnos por qué a las demás especies tendría que preocuparles cual­
quiera de estas cosas. Deberíamos recelar de esta tendencia a creer que
estamos en la cima de la jerarquía terrenal, ya que nos proporciona una
justificación demasiado fácil de la brutalidad con que tratamos a otros ani­
males. Asumámoslo: nos los comemos, los matamos por deporte, nos bebe­
mos su leche, nos vestimos con su piel, cabalgamos a lomos de ellos, los
ridiculizamos, los encerramos en parques zoológicos y los criamos de
acuerdo con nuestras propias especificaciones.
Pero sea como sea es innegable que nuestra especie ha dominado la
tierra como ninguna otra. No solo sojuzgamos a otras criaturas en función
de nuestras necesidades y caprichos, sino que también hemos moldeado
el entorno físico de acuerdo con nuestras especificaciones, hasta el punto
de que nuestro éxito puede acabar siendo nuestra perdición. A menos que

9
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

aprendamos a utilizar mejor nuestra tan cacareada inteligencia, corremos


el riesgo de sucumbir a la contaminación, al calentamiento global o a las
armas de destrucción masiva -o, pensando de forma recursiva, a las armas
para la destrucción masiva de las armas de destrucción masiva. Y sin em­
bargo, biológicamente somos casi indistinguibles de los otros grandes si­
mios, y compartimos con el chimpancé y el bonobo un antepasado común
que vivió hace tan solo seis o siete millones de años, un simple parpadeo
en términos evolutivos. En un claro contraste con el triunfalismo humano,
los grandes simios se han visto recluidos a unos hábitats cada vez más pe­
queños, y también ellos están amenazados de extinción.
Se han hecho muchas conjeturas sobre por qué nuestra especie es la
que domina el planeta. Sin duda, la razón es mental más que física -son
muchos los animales que pueden vencemos fácilmente en un combate fí­
sico. Descartes decía que solo los humanos pueden tener libre albedrío.
Aristóteles sugirió que el hombre es el único animal político, y la historia
sugiere que debería haber incluido a las mujeres. Thomas Willis pensó que
solo los humanos pueden reír, y Martín Lutero sostuvo que es la posesión
de propiedades lo que nos distingue. Benjamin Franklin atribuía la singu­
laridad humana a la capacidad de fabricar herramientas, y el filósofo
griego Anaxágoras decía que era la mano lo que hacía de nosotros la es­
pecie más sabia. Más recientemente, Steven Mithen ha sugerido que la mú­
sica pudo haberlo originado todo. Hace unos años, en mi libro The Lopsided
Ape [El mono asimétrico], sostenía que es la asimetría del cerebro humano
lo que nos hacía ser como somos. Hay probablemente algo de verdad en
por lo menos algunas de estas aserciones, pero como obervará el lector
esta asimetría recibe muy poca atención en este libro.
La característica que ha recibido más atención es el lenguaje. "En el
principio", dice San Juan, "era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo
era Dios" (San Juan 1:1). En el siglo XVII René Descartes sostenía que el
lenguaje, como expresión que es del libre albedrío, estaba tan libre de ata­
duras que era imposible explicarlo según principios mecánicos, y que por
tanto había que considerarlo como un regalo de Dios. Un siglo más tarde,
otro filósofo francés, el abate Étienne Bonnot de Condillac, especuló sobre
cómo podía haber evolucionado el lenguaje, pero como sacerdote que era,
temeroso de ofender a la I glesia, disfrazó su teoría presentándola como

10
Prefacio

una fábula, como veremos en el capítulo 4. En 1866, la Sociedad Lingüística


de París prohibió toda discusión sobre los orígenes del lenguaje.
En el siglo XX el lingüista Noam Chomsky, que se considera cartesia­
no, sostuvo que el lenguaje no podía haber evolucionado por selección na­
tural. Su razonamiento no se basaba en ningún supuesto religioso, sino en
un punto de vista sobre cómo funciona el lenguaje. Básicamente sostenía
que el lenguaje externo -el lenguaje hablado o el de signos- tenía que ha­
ber surgido como un lenguaje interno --esencialmente como el 'lenguaje
del pensamiento'- sin referencia directa con el mundo exterior, y por lo
tanto, que no había estado sometido a las presiones de la adaptación al en­
torno. Chomsky sostenía, por tanto, que el lenguaje interno había surgido
en virtud de un solo acontecimiento singular, tal vez una mutación for­
tuita, que había provocado un recableado del cerebro. Sostenía también
que este acontecimiento tuvo lugar en un momento tardío en la historia
de la evolución de nuestra especie, tal vez incluso dentro de los últimos
100.000 años. Esta explicación, aunque no deriva de ninguna doctrina re­
ligiosa, huele mucho a milagro.
Chomsky es, de todos modos, uno de los héroes de este libro. Se dio
muy pronto cuenta del carácter abierto del lenguaje y sugirió que la clave
de esta apertura era la recursión. Aplicando una serie de principios de un
modo recursivo podemos crear unidades expresivas, habladas o gestuales,
de una variabilidad esencialmente infinita. Pero donde no sigo a Chomsky
es en su punto de vista según el cual el propio pensamiento es fundamen­
talmente lingüístico. Yo sostengo en cambio que los modos de pensa­
miento que hicieron posible el lenguaje eran no lingüísticos, pero que sin
embargo poseían las propiedades recursivas a las que el lenguaje se adap­
tó. Si Chomsky observa el pensamiento a través de la lente del lenguaje,
yo prefiero observar el lenguaje a través de la lente del pensamiento. Este
cambio de punto de vista constituye el principal estímulo para este libro,
ya que no solo lleva a una mejor comprensión de cómo pensamos los hu­
manos, sino que también lleva a una perspectiva radicalmente diferente
del propio lenguaje y de la forma en que este ha evolucionado.
Me centro en dos modos de pensamiento que son recursivos y proba­
blemente característicamente humanos. Uno es el viaje temporal mental,
la capacidad de evocar episodios del pasado en la mente y la de imaginar

11
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

episodios futuros. Esta puede ser una operación recursiva en la medida


en que los episodios imaginados pueden insertarse en la conciencia pre­
sente y también en otros episodios imaginados. El viaje mental temporal
también puede combinarse con la ficción, en virtud de la cual imaginamos
cosas que nunca han ocurrido o que no están necesariamente pensadas
para que ocurran en el futuro. Las cosas imaginadas pueden tener toda la
complejidad y variabilidad del propio lenguaje. De hecho, sugiero que el
lenguaje surgió precisamente para vehicular esta complejidad, de modo
que sea posible compartir nuestros recuerdos, planes y ficciones.
El segundo aspecto del pensamiento es lo que se conoce como teoría
de la mente: la capacidad de entender qué pasa en la mente de los demás.
También esto es recursivo. Yo puedo saber no solo lo que tú estás pen­
sando, sino también saber que tú sabes lo que yo estoy pensando. Como
veremos, la mayor parte del lenguaje, por lo menos en forma de conver­
sación, depende completamente de esta capacidad. Ninguna conversación
es posible a menos que quienes participan en ella compartan un modo de
pensar común. En realidad, la mayor parte de toda conversación se basa
en supuestos implícitos. Si oigo a un estudiante saliendo de un aula y di­
ciéndole a su acompañante 'Esto ha sido realmente guay', puedo dar por
supuesto que está asumiendo, probablemente con razón, que su acompa­
ñante sabe exactamente de qué está hablando y qué significa 'guay'.
Este es, pues, el tema de este libro, pero haremos también muchas in­
cursiones en otros temas y trataremos cuestiones cómo: ¿Tienen un len­
guaje los animales?, ¿Ha evolucionado el lenguaje humano a partir de
gestos manuales?, ¿Comparten todos los lenguajes unos principios comu­
nes?, ¿Por qué es evolutivamente adaptativa la ficción? Partiendo del
punto de vista según el cual el lenguaje y el pensamiento han evolucio­
nado gradualmente, esbozo cómo ha sido probablemente la evolución de
estas características distintivas de los humanos durante los últimos 6 mi­
llones de años aproximadamente, y no, como querría Chomsky, durante
los últimos 100.000 años. Y si el lector no entiende qué es la recursión, es­
pero que la lectura de este libro le permita formarse una idea mejor de lo
que significa.
Son muchas las personas que han inspirado mi pensamiento científico
y filosófico y, por supuesto, muchas de ellas, probablemente la mayoría,

12
Prefacio

estarán en desacuerdo con al menos algunas de mis conclusiones. Entre


ellas, Donna Rose Addis, John Andreae, Michael Arbib, Giovanni Berluc­
chi, Brian Boyd, Noam Chomsky, Nicola Clayton, Erica Cosentino, Karen
Emmorey, Nicholas Evans, Francesco Ferretti, Tecumseh Fitch, Maurizio
Gentilucci, Russell Gray, Nicholas Humphrey, Jim Hurford, Steven Pinker,
Giacomo Rizzolatti, Michael Studdert-Kennedy, T homas Suddendorf,
Endel Tulving y Faraneh Vargha-Khadem. Quiero dar las gracias especial­
mente a mi mujer, Barbara, por la paciencia que ha tenido aguantando que
yo me pasara horas y horas sentado ante el ordenador; ella al menos tenía
el golf. Mis hijos Tom y Paul -este último le dijo a un amigo que él me ha
enseñado todo lo que sé- me han corregido a menudo en diversos puntos
de psicología y filosofía.
También estoy en deuda de gratitud con Eric Schwartz, Beth Cleven­
ger, Richard Isomaki y Jeffrey Weiss, de Princeton University Press, y con
mi agente Peter Tallack, por su valiosísima ayuda en el proceso de dar
forma a este libro.

13
1

¿Qué es la recursión?

E
n 1637 el filósofo francés René Descartes escribió la frase inmortal
"Je pense, done je suis." Curiosamente, esto se traduce habitual­
mente al latín como Cogito, ergo sum, y al castellano como "Pienso,
luego existo." Al hacer esta afirmación Descartes no estaba simplemente
pensando, estaba pensando que pensaba, y eso le llevó a la conclusión de
que existía. La naturaleza recursiva de la intuición de Descartes la traduce
mejor la versión de ella que ofrece Ambrose Bierce en El diccionario del dia­
blo: Cogito cogito ergo cogito sum -"Pienso que pienso y por consiguiente
pienso que existo." El propio Descartes, empero, era más propenso a dudar
y amplió su dictamen del siguiente modo: "Je doute, done je pense, done
je suis" -"Dudo, por lo tanto pienso, y por lo tanto existo. " Concluyó de
este modo que incluso en la duda tenía que haber alguien o algo que du­
dase, por lo que el hecho mismo de dudar probaba su existencia. Esto se­
guramente fue un alivio para sus amigos.
En este libro examino el papel más general de la recursión en nuestras
vidas mentales, y sostengo que es la característica fundamental que dis­
tingue a la mente humana de la de otros animales. La recursión es la base
de nuestra capacidad no solo para reflexionar sobre nuestras propias men­
tes, sino también para estimular las mentes de otros. Es lo que nos permite
viajar mentalmente en el tiempo, insertar la conciencia del pasado o del
futuro en la conciencia presente. La recursión es también el ingrediente
principal que distingue al lenguaje humano de todas las demás formas de
comunicación animal.
La recursión, sin embargo, es un concepto bastante escurridizo, que a
menudo se utiliza de formas ligeramente distintas. 1 Pero antes de sumer-

15
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

gimos en algunas de sus complejidades, consideremos unos cuantos ejem­


plos más para hacemos una idea general. Para empezar, veamos una de­
finición de diccionario no muy seria:

Recursión s. Véase recursión

Un problema que plantea esta definición, por supuesto, es que implica un


bucle infinito, en el que el lector podría quedarse atrapado y que le impe­
diría leer el resto de este libro. La siguiente variante sugiere una posible
salida del bucle:

Figura 1. El pensador piensa que piensa que


está pensando (dibujo del autor).

Recursión s. Si todavía no lo entiende, vea recursión.

Esta versión cuenta con que si uno no lo entiende a la primera o a la se­


gunda vuelta, pueda escapar y seguir leyendo. Y si no lo entiende, pues . . .
bien, lo siento.
El novelista postmodemo John Barth concibió lo que probablemente
es la historia más corta y también la más larga jamás escrita, titulada Frame-

16
¿Qué es la recursión ?

Tale [Cuento marco], que puede reproducirse del siguiente modo: escriba
la frase ÉRASE UNA VEZ en uno de los lados de una hoja de papel, y UNA HIS­
TORIA QUE EMPEZABA Así en el otro lado. Luego tuerza uno de los extremos
de la hoja y fíjelo al otro extremo formando una banda de Moebius. Le­
yendo el texto sobre la banda, la historia prosigue eternamente.
Un ejemplo parecido es la parodia anónima de la primera frase de
Paul Clifford, la novela tristemente célebre de Bulwer-Lytton:

Era una noche oscura y tormentosa, y le dijimos al capitán: "¡Cuén­


tenos una historia!" Y esta es la historia que nos contó el capitán:
"Era una noche oscura y tormentosa, y le dijimos al capitán: '¡Cuén­
tenos una historia!' Y esta es la historia que nos contó el capitán: 'Era
una noche oscura y ... "

Otro ejemplo divertido es el de un concurso organizado por la revista The


Spectator que pedía a sus lectores qué era lo que más les gustaría leer al
abrir el períodico de la mañana. El ganador decía lo siguiente:

Nuestro segundo concurso


El primer premio del segundo concurso de este año ha sido conce­
dido al Sr. Arthur Robinson, cuya aportación ha sido claramente la
mejor de las recibidas. Su elección de lo que le gustaría leer al abrir
el periódico por la mañana llevaba por título "Nuestro segundo con­
curso", y decía lo siguiente: "El primer premio del segundo concurso
de este año ha sido concedido al Sr. Arthur Robinson, cuya aporta­
ción ha sido claramente la mejor de las recibidas. Su elección de lo
que le gustaría leer al abrir el periódico por la mañana llevaba por
título 'Nuestro segundo concurso', pero debido a las restricciones
del papel no podemos imprimirla en su totalidad."2

Con un enfoque diferente, la historia de John Barth titulada Autobiography:


A Self-recorded Fiction es un relato recursivo en el que el narrador es apa­
rentemente la propia historia, que escribe sobre ella misma. 3 Termina, re­
cursivamente, a su propio modo:

17
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Absurdo, mascullaré al final, poniendo una palabra detrás de otra,


desplegando a esas bribonas, locas o no, oídas o no; mis últimas pa­
labras serán mis últimas palabras.

Que yo sepa, ninguna historia ha intentado todavía escribir una historia


sobre una historia que escribe su propia historia.
Y luego está el problema recurrente de las pulgas, tal como lo expresa
el matemático de la época victoriana Augustus de Morgan:

Las pulgas grandes tienen sobre sus espaldas unas pulgas


pequeñas que las van a picar,
Y las pulgas pequeñas tienen unas pulgas aún más pequeñas, y así
infinitamente.
Y las pulgas grandes, a su vez, tienen unas pulgas aún más
grandes, para continuar;
mientra que éstas, a su vez, tienen otras más grandes, y más
grandes aún, y así sucesivamente.

Esta idea de insertar entidades progresivamente más pequeñas en otras


más grandes ad infinitum también puede dar origen a unos efectos visuales
interesantes, como en los ejemplos mostrados en la figura 2.
El uso de la recursión para crear secuencias infinitas también es ex­
plotado por las matemáticas. Una de dichas secuencias es el conjunto de
los números naturales (enteros), que escribiremos como N. De este modo
podemos generar todos los números naturales positivos mediante las de­
finiciones siguientes:

1 es un elemento de N
Si n es un elemento de N, (n+l) es un elemento de N

Esta segunda definición es recursiva, porque N aparece en la condición


que tiene que ser satisfecha por N.
El lector recordará seguramente, de sus días en la escuela, qué son los
factoriales. Cuando yo era un colegial los encontraba puerilmente diverti­
dos por el hecho de que se escribían mediante signos de exclamación; así,

18
¿Qué es la recursión?

Figura 2. Dos figuras con intersecciones recursivas de círculos (izquierda) y triángulos (de­
recha). El conjunto de círculos de Apolonio se conoce así por Apolonio de Pérgamo, un
geómetra griego del siglo III aC que estudió el problema de cómo dibujar un círculo que
sea tangente a otros tres círculos dados. Partiendo de tres círculos tangenciales entre sí,
podemos continuar el proceso de construir círculos tangenciales a todos los tripletes ad
infinitum. La figura resultante sirve de modelo matemático a la espuma (véase Mackenzie
2009 para más información) (El conjunto bidimensional de círculos de Apolonio con cuatro
círculos iniciales, cortesía de Guillaume Jacquenot).

3 factorial o factorial de 3, escrito 3!, es 3*2*1, o sea, 6.5 De modo parecido,


podemos calcular otros factoriales:

5! =5 *4 *3 *2 * 1 =120
8! =8 *7 *6 *5 *4 *3 *2 * 1=40.320

Obviamente, podemos seguir así indefinidamente, pero es posible definir


todo el conjunto utilizando tan solo dos ecuaciones definitorias:

O!= 1
n! =n * (n-1)! [donde n >O]

Esta segunda ecuación es recursiva en la medida en que un factorial se de­


fine en función de otro factorial. Necesitamos la primera ecuación para po­
nerlo todo en marcha.

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Michael C. Corballis/ La mente recursiva

El siguiente ejemplo va de conejos, y se conoce como la sucesión de


Fibonacci, definida por las tres ecuaciones siguientes:

fibonacci (O) = 1
fibonacci ( 1) = 1
fibonacci (n) = fibonacci (n -1) + fibonacci (n 2)
-

[donde n > 1]

Si el lector me sigue, podrá desarrollar las ecuaciones sin ningún problema


y obtendrá la serie 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13 ... Lo que dice la definición, por tanto,
es que cada elemento de la serie es la suma de los dos elementos anteriores.
¿Y qué tienen que ver en esto los conejos? Fibonacci (c.1170-1250) fue un
matemático italiano que utilizó la sucesión para predecir el crecimiento de
_
una población hipotética de conejos.6
Para ver un último ejemplo informal, viajaremos a Kyoto, Japón,
donde en cierta ocasión vi un cartel en una verja escrito con caracteres
Kanji. Pregunté lo que significaba y un guía me dijo, creo que correcta­
mente, que significaba 'Prohibido fijar carteles'. Hay una paradoja aquí en
la medida en que el mensaje fijado en la verja era un cartel, con lo que con­
travenía su propia presencia. Tal vez se precisaba otro cartel que dijese:
"Prohibido fijar 'Prohibido fijar carteles'". Pero por supuesto también esto
sería una contravención del propio mensaje, con lo que habría que consi­
derar un tercer cartel que dijese: "Prohibido fijar 'Prohibido fijar 'Prohibido
fijar carteles"". Y el proceso no acabaría nunca, por lo que, para empezar,
hubiera sido más sensato permitir fijar carteles en la verja. En la práctica,
sin embargo, limitaciones de tiempo, espacio o memoria impiden que una
secuencia de estructura recursiva continúe eternamente.

Hacia una definición operativa

Una de las características de la recursión, por tanto, es que puede tomar


su propio output [salida] como el siguiente input [entrada], un bucle que
puede ampliarse indefinidamente para crear secuencias o estructuras de
una longitud o complejidad ilimitadas. En la práctica, por supuesto, no

20
¿Qué es la recursión?

acabamos atrapados en bucles infinitos -la vida es demasiado breve para


ello. A efectos de este libro, por consiguiente, nuestro interés no se centrará
tanto en la generación de secuencias infinitas como en una definición que
pueda aplicarse de un modo útil al pensamiento humano. Una definición
que cumple este requisito es la que sugieren Steven Pinker y Ray Jacken­
doff, que definen la recursión como "un procedimiento que se invoca a sí
mismo, o . . . un constituyente que contiene un constituyente del mismo
tipo."7
La segunda parte de esta definición es importante, especialmente en
el lenguaje, porque reconoce que las construcciones recursivas no tienen
por qué implicar la inserción de los mismos constituyentes, como en el
ejemplo de la verja de Kyoto, sino que pueden contener constituyentes del
mismo tipo-un proceso que a veces se conoce como "incrustación autose­
mejante". Por ejemplo, a partir de unos sintagmas nominales pueden cons­
truirse otros sintagmas nominales de manera recursiva. Tecumseh Fitch
pone el ejemplo de unos sintagmas nominales sencillos como el perro, el
gato, el árbol, el lago, con los que es posible crear nuevos sintagmas nomi­
nales colocando una expresión como 'junto a' entre cualquier par de ellos:
el perro junto al árbol, el gato junto al lago.8 También es posible tener dos fra­
ses, como Jane ama a John y Jane pilota aviones, e incrustar una en otra (con
las modificaciones apropiadas) y obtener Jane, que pilota aviones, ama a John.
Esto puede ampliarse recursivamente hasta cualquier nivel de compleji­
dad deseado. Por ejemplo, podemos ampliar el sintagma nominal: el perro
junto al árbol junto al lago, o la frase sobre Jane y John: Jane, que pilota aviones,
ama a John, que es proclive a dudar. La mayoría de lenguajes utilizan opera­
ciones recursivas de este tipo, aunque, como veremos en el próximo capí­
tulo, hay unos cuantos lenguajes que no funcionan de este modo.
Aunque es frecuente ofrecer ilustraciones procedentes del lenguaje, el
tema principal de este libro es que es en el pensamiento más que en el len­
guaje donde se origina la recursión. Como dicen Pinker y Jackendoff: "La
única razón de que el lenguaje necesite ser recursivo es porque su función
consiste en expresar pensamientos recursivos. Si no hubiera pensamientos
recursivos, los medios de expresión no tendrían por qué ser recursivos."9
Cuando recordamos episodios del pasado, por ejemplo, lo que hacemos
esencialmente es insertar secuencias de nuestra conciencia pasada en nues-

21
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

tra conciencia presente, o cuando interactuamos con otras personas inser­


tamos lo que ellas están pensando en nuestros propios pensamientos. Ex­
ploraremos estos temas en los próximos capítulos.

Proceso y estructura

Como sugiere la definición dual de Pinker y Jackendoff, la recursión puede


entenderse como un proceso o como una estructura. La distinción puede ser
importante. Un proceso recursivo puede llevar a una estructura que no
tiene por qué ser ella misma recursiva. Supongamos, por ejemplo, que
construimos una secuencia de notas musicales con una rutina incrustada
formada por pares de notas formados por una nota aleatoriamente esco­
gida tocada por un piano y una nota aleatoriamente escogida tocada por
un violín. El primer par se incrusta en otro par, y la secuencia de estas cua­
tro notas se incrusta luego en otro par. Este proceso puede continuarse in­
definidamente para crear una secuencia de notas. Pero, como ilustra la
figura 3, la secuencia puede ser interpretada no como una estructura recur­
sivamente incrustada, sino como una secuencia de notas de piano seguida
por una secuencia igualmente larga de notas de violín. La no distinción
entre incrustación recursiva y estructura recursiva ha llevado a cierta con­
fusión, especialmente por lo que respecta a algunas afirmaciones sobre la
presencia de la recursión en especies no humanas. 10
En su teoría más reciente sobre la naturaleza del lenguaje, conocida
como el Programa Minimalista,11 Noam Chomsky sostiene que el pensa­
miento humano lo genera una operación Fusión aplicada recursivamente.
Es decir, unas unidades se fusionan formando entidades mayores, y las
entidades fusionadas pueden a su vez fusionarse formando entidades aún
más grandes y así sucesivamente. Esta operación subyace a la estructura
incrustada del lenguaje humano, aunque en el caso de la teoría de Choms­
ky se aplica estrictamente a lo que él denomina lenguaje-[, o sea, a los proce­
sos mentales que preceden al lenguaje-E, el lenguaje externo efectivamente
hablado o expresado gestualmente. La fusión puede producir cadenas de
elementos, ya sean palabras o elementos de pensamiento, y aunque puede
aplicarse recursivamente para producir estructuras jerárquicas, dichas es­
tructuras pueden no ser evidentes en el resultado final. Por ejemplo, in-

22
¿Qué es la recursión?

P P P P V V V V P P P P V V V V

Figura 3. La secuencia de Ps y Vs puede crearse o bien anidando recursivamente pares


PV en pares PV (izquierda) o bien disponiendo una secuencia de Ps seguida de una secuen­
cia de un número igual de Vs (derecha). La secuencia podría generarse como en el panel
de la izquierda e interpretarse como en el panel de la derecha.

cluso las oraciones pueden considerarse simplemente como palabras fu­


sionadas en una secuencia no estructurada, como en las plegarias o las
canciones rituales. También el lenguaje cotidiano puede incluir lugares
comunes y eslóganes mentalmente indiferenciados, o secuencias muy au­
tomatizadas. Los políticos son especialmente propensos a utilizar este tipo
de lenguaje.
Como ya hemos dicho, los procesos y estructuras recursivos pueden
extenderse en principio de forma ilimitada, aunque están limitados en la
práctica. De todos modos, la recursión sí da origen al concepto de infinitud,
él mismo posiblemente limitado por la imaginación humana. Al fin y al
cabo, solamente los humanos han adquirido la habilidad de contar inde­
finidamente y la de entender la naturaleza de las series infinitas, mientras
que otras especies pueden en el mejor de los casos meramente estimar can­
tidades con un nivel de precisión limitado a un número finito pequeño. 12
Incluso en el caso del lenguaje, sabemos que una oración puede en princi­
pio extenderse indefinidamente, aunque no sea posible hacerlo en la prác­
tica. (Hay que decir, de todos modos, que el novelista Henry James lo ha
intentado). Esta comprensión es de hecho un logro mental humano, y de­
pende de la capacidad humana del pensamiento recursivo. Pero no es uno
de los temas centrales de este libro.

23
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

El aspecto más atractivo de la recursión es precisamente el hecho de


que en principio puede extenderse indefinidamente para crear pensamien­
tos (y oraciones) de cualquier nivel de complejidad que se requiera. La
idea es de una elegante simplicidad y ha dado lugar a lo que Chomsky
califica de 'infinitud discreta'13 y a lo que Wilhelm Humboldt (1767-1835)
definió como "el uso infinito de medios finitos." Y aunque la recursión
tenga un límite práctico, podemos alcanzar de todos modos profundida­
des considerables de pensamiento recursivo, posiblemente no superadas
por ninguna otra especie. En el ajedrez, por ejemplo, un jugador puede
pensar recursivamente anticipando tres o cuatro movimientos, exami­
nando posibles jugadas y contrajugadas, pero el número de posibilida­
des pronto crece exponencialmente más allá de la capacidad de la mente
humana.
Es posible alcanzar niveles más profundos de recursión con ayuda de
la escritura, o simplemente ampliando el tiempo disponible para el ensayo
y la contemplación, o ampliando la capacidad de memoria con ayuda de
medios artificiales. El desarrollo de una prueba matemática compleja, por
ejemplo, puede requerir el uso de subteoremas dentro de otros subteore­
mas. Las obras de teatro o las novelas pueden implicar bucles recursivos
que se van formando lentamente -en la obra de Shakespeare Noche de reyes,
por ejemplo, María prevé que Sir Toby supondrá que Olivia juzgará a Mal­
volio absurdamente impertinente como para suponer que ella desee que
él se considere a sí mismo como su pretendiente favorito.14 Igual que en la
ficción, también en la vida todos vivimos inmersos en una red de comple­
jas relaciones recursivas en la que para organizar una simple comida es
posible que tengamos que prestar mucha atención a lo que piensa cada
uno de los posibles comensales sobre lo que piensan los demás.
Las estructuras resultantes de los procesos recursivos no tienen por
qué revelar la naturaleza de dichos procesos, del mismo modo que una
barra de pan no tiene por qué revelar el proceso de amasado que interviene
en su elaboración, o que el sabor de una copa de vino no tiene que hacer
lo propio respecto a la recogida y al pisado de las uvas. Sin embargo, a me­
nudo, la estructura de una oración o de una cadena de pensamientos pone
de manifiesto la presencia de una incrustación recursiva -la interpretación
de una oración puede requerir la comprensión de unas frases incrustadas

24
¿Qué es la recursión?

dentro de otras frases independientemente de cómo se haya llevado a cabo


realmente la incrustación, y una comprensión interna de una cadena de
pensamientos puede requerir la segmentación de unos episodios dentro
de otros episodios.

Lo que no es la recursión

La recursión no es el único recurso para crear secuencias o estructuras de


una longitud o tamaño potencialmente infinitos. Consideraré a continua­
ción varios ejemplos que no satisfacen los criterios exigidos por la recur­
sión.

La repetición
La simple repetición puede producir secuencias de longitud potencial­
mente infinita, pero no puede catalogarse como una forma auténtica de
recursión. Por ejemplo, la frase que abre la obra de A. A. Milne Winnie the
Pooh dice: Llovía y llovía y llovía. Y podría haber seguido así indefinida­
mente -o al menos hasta que Piglet muriese ahogado-, pero la repetición
simplemente transmite la información de que llovía mucho, lo que inco­
modaba mucho a Piglet. La frase no es recursiva, porque cada adición
de y llovía no deriva de la anterior; se añade simplemente a criterio del
autor.
En todo caso, la repetición no distingue la actividad humana de la de
los animales no humanos. El canto de los pájaros, por ejemplo, es impla­
cablemente repetitivo, pero cada tema repetido no adorna ni matiza al an­
terior. Como mucho, la repetición podría indicar apremio, o simplemente
señalar una presencia continua, del mismo modo que uno toca una y otra
vez con los nudillos una puerta con la espera�a de despertar a alguien
que está al otro lado. La repetición es ubicua en la vida humana y animal,
en actividades que van desde los repetitivos movimientos de las mandí­
bulas al masticar, hasta la naturaleza curiosamente repetitiva de la activi­
dad sexual. La araña, nada menos, es capaz de repetición, como en estos
versos de Hojas de hierba de Walt W hitman:15

25
Michael C. Corballis/ La mente recursiva.

Una araña paciente y silenciosa


vi en el pequeño promontorio en que sola se hallaba;
vi cómo, para explorar el vasto espacio vacío circundante,
lanzaba filamentos, filamentos, filamentos de sí misma,
siempre desenrollándolos, siempre incansablemente acelerándolos

También puede agregarse información de una forma no recursiva, como


cuando el escritor de relatos breves Saki (H. H. Munro) escribe: "El ham­
bre, la fatiga y la desesperación habían entumecido su cerebro."16 La agre­
gación de frases diferentes, igualmente, combina significado aditivamente,
como cuando el historiador Peter Hennessy escribe:

El modelo de un Primer Ministro moderno sería una especie de gro­


tesca amalgama: alguien con la dedicación al deber de un Peel, la
energía física de un Gladstone, la imparcialidad de un Salisbury, las
agallas de un Lloyd George, la brillante oratoria de un Churchill, el
talento administrativo de un Atlee, el estilo de un·Macmillan, la ca­
pacidad de gestión de un Heath y el escaso número de horas que
necesitaba dormir para descansar una Thatcher.17

La propia frase tiene elementos recursivos, pero la agregación de frases


para describir a ese grotesco Primer Ministro compuesto no es recursiva
en la medida en que cada una de ellas no convoca a la siguiente. Son, efec­
tivamente, elementos de una lista, insertados para añadir información. Es
posible que las especies no humanas tengan una capacidad similar para
acumular información, como cuando valoran a un depredador por su ta­
maño, su fiereza y lo afilados que están sus colmillos y sus garras.

La iteración
Una variante levemente más sutil sobre la repetición y la agregación es la
iteración, en la que también se repite un proceso, pero en este caso el input
es una aplicación previa del proceso. En este sentido la iteración es como
la recursión, y de hecho los matemáticos consideran que pertenece a la
clase de las "funciones recursivas generales." A efectos del propósito ge­
neral de este libro, sin embargo, no podemos clasificarla como una autén-

26
¿Qué es la recursión?

tica recursión porque cada output es descartado una vez utilizado en la si­
guiente aplicación. La definición de diccionario de la recursión que he
dado antes en este mismo capítulo era realmente un ejemplo de iteración
más que de recursión, porque en ella no se hace más que dar vueltas al
bucle, sin añadido alguno de estructura. La iteración, por tanto, no lleva a
una mayor complejidad.18
Los procedimientos iterativos se utilizan en computación matemática
para obtener soluciones cada vez más exactas a un problema. La idea bá­
sica es empezar con una solución preliminar -tal vez una conjetura- y uti­
lizar el procedimiento para computar una nueva solución. Esta solución
se utiliza luego como punto de partida para la siguiente computación, y
la nueva solución es el punto de partida de la siguiente ronda. El ciclo se
repite hasta que las soluciones se estabilizan de acuerdo con un criterio
aceptable.19 Los sistemas retroactivos operan de modo muy parecido, nor­
malmente como forma de mantener la homeostasis. Un termostato, por
ejemplo, puede incluir un sistema para subir o bajar la temperatura, y el
objetivo es alcanzar una temperatura determinada. La temperatura actual
se introduce en el sistema, que la hace subir o bajar hasta alcanzar el nivel
deseado. El cuerpo está lleno de sistemas retroactivos para mantener la ho­
meostasis de temperatura, hierro, energía, composición de la sangre, etc.
El principal regulador es el hipotálamo, en el sistema límbico del cerebro.
Tampoco estos sistemas distinguen a los humanos de otros animales.
A veces, la distinción entre recursión e iteración puede ser una cues­
tión de interpretación. En el bucle infinito creado por la parodia de Paul
Clifford, podría decirse que cada comienzo de la historia es iniciado por el
anterior, que es luego olvidado. La parodia se aprecia mejor, no obstante,
si la historia es vista como una especie de remolino cada vez más pro­
fundo, con cada segmento permaneciendo como parte del mismo. Me di­
cen que la historia funciona mejor si cada segmento se pronuncia con un
acento diferente.
Considérese también esta línea de un conocido verso infantil:

Este es el perro que molestó al gato que mató al ratón que se comió
el queso que había en la casa que Jack había construido.

27
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Para entender esta frase como realmente recursiva, hay que darse cuenta
de que describe una situación como un todo complejo y que se refiere a
los casos particulares de un perro, un gato, un ratón, un queso, una casa y
un tipo llamado Jack. No se trata simplemente de la coordinación de un
perro que molestó a un gato, un gato que mató a un ratón, etcétera. Pero
un niño podría procesarlo de esta forma poco sistemática, como una suce­
sión de hechos no relacionados entre sí.

La recursión y la psicología evolutiva

Al enfatizar la recursión como un concepto unificador, el enfoque adop­


tado en este libro contrasta con el adoptado por los psicólogos evolucio­
nistas, que sostienen que la mente tiene múltiples facetas. Los principios
básicos de la psicología evolucionista los expusieron en 1992 Jerome Bar­
kow, Leda Cosmides y John Tooby en el volumen colectivo The Adapted
Mind, y fueron popularizados por Steven Pinker en su influyente libro
Cómo funciona la mente, publicado en 1997.20 En él escribe Pinker que la
mente humana "no es un órgano simple, sino un sistema de órganos en
los que podemos pensar como un conjunto de facultades psicológicas o
módulos mentales."21 Cuando examinan la conducta de los humanos ac­
tuales, el propósito de los psicólogos evolucionistas es descubrir procesos
independientes como los módulos básicos y relacionarlos con las condi­
ciones existentes en el Pleistoceno, cuando los humanos eran básicamente
cazadores-recolectores. Como dice Pinker, el objetivo es tallar la mente por
sus junturas, por así decir, y 'retroanalizar' [reverse-engineer] sus compo­
nentes o módulos tal como eran en la época en que se formó la mente
humana. De este modo, la mente es realmente una colección de mini­
mentes, cada una de ellas trabajando como una hormiguita en su problema
específico, entre los cuales están el lenguaje y la teoría de la mente. Este
modelo de la mente ha sido descrito como el 'modelo navaja suiza', con
una hoja para cada propósito.22
El peligro de este enfoque es que resulta demasiado fácil postular mó­
dulos y explicar historias ad hoc ('just so stories') acerca de cómo evolu­
cionaron, con lo que se corre el riesgo de resucitar la ya abandonada

28
¿Qué es la recursión?

'psicología de los instintos' de comienzos del siglo XX.23 La psicología de


los instintos murió aplastada por el peso de los números -el autor de un
texto ha contado 1 .594 instintos atribuidos a animales y humanos24- y la
psicología evolucionista puede también morir ahogada en un océano de
módulos o de metáforas. Pinker sugiere que nos gustan las patatas fritas
porque los alimentos ricos en grasas eran nutritivamente muy valiosos du­
rante el Pleistoceno pero lo suficientemente escasos como para que la
obesidad no fuera un peligro; que nos gustan los paisajes arbolados porque
los árboles nos proporcionaban sombra y protección de los carnívoros pe­
ligrosos en la sabana africana; que nos gustan las flores porque indicaban
la presencia de frutos o tubérculos comestibles en la exuberante vegetación
de la sabana; etcétera. "Hay módulos", escribe, "para objetos y para fuer­
zas, para seres animados, para mentes y para especies naturales como ani­
males, plantas y minerales. "25
Esto no significa que este modelo de la navaja suiza carezca de mérito.
Algunos de los módulos postulados nos ayudan a comprender mejor la
condición humana y están razonablemente bien fundamentados. Por ejem­
plo, los primeros trabajos de Leda Cosmides aportaron pruebas bastante
convincentes de la existencia de un 'módulo para la detección de trampo­
sos' -una habilidad instintiva para detectar a quienes se saltan las conven­
ciones sociales en beneficio propio.26 Un estudio reciente sugiere que los
humanos poseen un 'sistema de atención por categorías' especialmente
adaptado para centrarse en los animales;27 en él se cita a John Tooby, otro
de los psicólogos evolucionistas, diciendo que "incluso unos animales tan
poco inteligentes como las palomas [ . . . ] incorporan una gran cantidad de
atención, y lo mismo puede decirse de unos animales como las tortugas,
que parecen rocas."28 No pretendo negar en este libro que existen disposi­
ciones específicas que configuran nuestra vida mental y social; pretendo
más bien sugerir que hay aspectos más profundos del pensamiento hu­
mano que están gobernados por unos principios semejantes y que la re­
cursión es uno de estos principios, probablemente el más importante de
ellos.
Para ser justos, no todos los psicólogos evolucionistas han insistido
en que los módulos estén completamente encapsulados, desconectados de
toda comunicación con los demás. Incluso Steven Pinker, por ejemplo, es-

29
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

cribe: "[Los módulos] cumplen funciones especializadas gracias a sus es­


tructuras especializadas, pero no vienen necesariamente en paquetes en­
capsulados."29 Steven Mithen, que no puede considerarse en absoluto un
psicólogo evolucionista de los más activos, sostiene que la mente humana
desarrolló evolutivamente su carácter específico precisamente porque
unos módulos previamente encapsulados empezaron a 'supurar' creando
lo que él denomina 'fluidez cognitiva'.30 Es como si los módulos hubiesen
dejado de ocuparse de sus propios asuntos y hubiesen empezado a chis­
morrear. El enfoque que adopto en este libro no está totalmente reñido
con este punto de vista, en la medida en que sostengo que puede haber
un principio común subyacente a varias de nuestras habilidades caracte­
rísticas.
Otros están empezando también a cuestionar el modelo de navaja
suiza de la mente humana de un modo más contundente. David Premark,
por ejemplo, adopta un enfoque similar al de este libro. Revisando las
pruebas existentes de la discontinuidad entre humanos y otros animales,
escribe: "Las competencias animales son básicamente adaptaciones limi­
tadas a un solo objetivo. Las competencias humanas son de ámbito más
general y cumplen varios objetivos."31 Esto invierte efectivamente el argu­
mento de la psicología evolucionista -la mente se ha vuelto menos y no
más modular. Es posible que las tornas estén cambiando.
En todo caso es poco probable que la recursión pueda considerarse
como un módulo. Como veremos, la recursión parece ser un principio
organizador en esferas muy diferentes de la actividad mental humana,
desde el lenguaje a la memoria pasando por la lectura de la mente ajena.
El pensamiento recursivo depende probablemente de otros atributos men­
tales. Uno de estos es la denominada memoria de trabajo, que retiene in­
formación en la conciencia. Para poder incrustar unos procesos en otros
procesos es necesario recordar adónde se había llegado en el proceso an­
terior una vez completado el proceso incrustado. Por ejemplo, en una frase
como Mi perro, que come plátanos, enferma a menudo, hay que retener la pri­
mera parte de la frase (Mi perro) y vincularla con la última (enferma a menu­
do). Dwight W. Read sostiene que los primates no humanos, incluso
nuestros parientes más próximos, los chimpancés, tienen una memoria de
trabajo demasiado limitada para este tipo de incrustación.32 La recursión

30
¿ Qué es la recursión?

también depende probablemente de un proceso ejecutivo que organiza


qué es lo que se incrusta y dónde se incrusta, y es probable que esto de­
penda de los lóbulos frontales del cerebro. La capacidad de organizar y
llevar a cabo operaciones recursivas puede por tanto depender de varios
procesos.
Aunque no comparto el punto de vista modular adoptado por los psi­
cólogos evolucionistas, estoy de acuerdo con ellos en proponer que una
mente específicamente humana evolucionó durante el Pleistoceno, la
época que se extiende desde hace unos 2,6 millones de años hasta hace
unos 12.000 años. En los últimos capítulos de este libro se explica de qué
modo se produjo esta evolución.

Plan del libro

El libro se divide en cuatro partes.


La primera parte se ocupa del lenguaje. Aunque la recursión no se li­
mita al lenguaje, se la invoca habitualmente para explicar por qué el len­
guaje humano difiere de otras formas de comunicación animal, una idea
atribuida generalmente a Noam Chomsky. En el capítulo 2 se discute la
naturaleza del lenguaje, poniendo un énfasis particular en el papel de la
recursión. El capítulo 3 plantea la vieja cuestión de si otros animales po­
seen algo parecido al lenguaje humano. El capítulo 4 desarrolla la idea de
que el lenguaje evolucionó a partir de la gesticulación manual -una idea
que sugiere que existe una continuidad entre los humanos y otros prima­
tes mayor que la que supone que el lenguaje emergió a partir de vocali­
zaciones.
La segunda parte se ocupa del viaje mental en el tiempo, la capacidad
de evocar mentalmente hechos no presentes ni en el tiempo ni en el espa­
cio. El capítulo 5 empieza con la memoria y desarrolla la idea de que el re­
cuerdo de episodios concretos es una característica singular humana. El
capítulo 6 amplía la noción de memoria episódica a la imaginación de
acontecimientos futuros posibles, lo que lleva al concepto del yo como
existente en el tiempo. Esto, a su vez, lleva a la idea, discutida en el capítulo
7, según la cual el propio lenguaje evolucionó para permitir a los humanos

31
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

compartir sus recuerdos y proyectos y poder de este modo comunicar


cosas que no estaban presentes en su entorno inmediato. Esto llevó tam­
bién a la ficción -la narración de historias que no tienen por qué estar ba­
sadas en hechos, pero que sin embargo afinan la capacidad humana de
afrontar las exigencias episódicas de la vida social.
La tercera parte se ocupa de otro aspecto recursivo del pensamiento
humano, concretamente de la teoría de la mente, de la capacidad de en­
tender lo que otros están pensando o sintiendo. El capítulo 8 introduce la
telepatía o lectura de la mente, no como fenómeno parapsicológico, sino
como la capacidad natural de inferir las perspectivas mentales de otras
personas. Esta capacidad es fundamental para la cohesión y la cooperación
social. El capítulo 9 explica cómo la teoría de la mente también fue funda­
mental para la emergencia del lenguaje.
La cuarta parte profundiza más concretamente en el tema de la evo­
lución de la mente recursiva. El capítulo 10 sitúa esta cuestión en el con­
texto del debate clásico entre discontinuidad cartesiana y continuidad
darwiniana. El capítulo 11 examina algunos de los pasos mediante los cua­
les los homininos,33 tras separarse de la línea que llevaría a los modernos
chimpancés y bonobos, empezaron a asumir atributos humanos. El capítu­
lo 12 considera el paso final al Horno sapiens moderno, único supervivien­
te de la especie de los homininos, una especie dominante, manipuladora,
maquiavélica y capaz de sopesar su propia naturaleza y estatus entre todas
las especies del planeta. Este es probablemente el triunfo definitivo de la
mente recursiva.
El capítulo 13 presenta el resumen final y las conclusiones.

32
PRIMERA PARTE

EL LENGUAJE

El lenguaje ocupa un lugar de honor porque a menudo es considerado


como la facultad que singulariza a los humanos, aunque en capítulos pos­
teriores consideraremos otros candidatos. Según el punto de vista choms­
kiano del lenguaje, además, la recursión es vista a menudo como su rasgo
más característico. Pero como veremos en los tres próximos capítulos este
punto de vista está experimentando cierta revisión y es incluso posible que
algunos lenguajes no recurran a principios recursivos. Además, un escru­
tinio más directo de la comunicación animal sugiere una continuidad
mayor de lo que un punto de vista estrictamente chomskiano o cartesiano
podría implicar. La noción de continuidad se ve reforzada por el argu­
mento de que el lenguaje evolucionó a partir de la gesticulación más que
a partir de vocalizaciones, como explico en el capítulo 3.
Incluso así, el lenguaje sigue siendo muchísimo más complejo que
cualquier forma de comunicación animal, y se ha dicho que comprender
su evolución podría muy bien ser uel problema más difícil de la ciencia."1
El lenguaje no siempre puede recurrir a principios recursivos, pero uno de
los temas principales de este libro es que no obstante depende de la natu­
raleza recursiva del pensamiento no lingüístico. Según este punto de vista,
el lenguaje es un ingrediente central del pensamiento humano en su cali­
dad de adaptación a unos modos sociales de pensamiento que habían evo­
lucionado independientemente. Este tema se elabora en la segunda y
tercera parte de este libro.

33
2

El lenguaje y la recursión

E
n 1871 Charles Darwin publicó El origen del hombre en relación con
el sexo, donde tuvo el coraje de declarar que los humanos descien­
den de unos simios africanos. Solo dos años más tarde, Friedrich
Max Müller, que ocupaba la cátedra de Filología en la Universidad de Ox­
ford, expresaba ofendido su desacuerdo:

Hay un problema que el Sr. Darwin no ha valorado suficientemente


[y es que] entre el reino animal en su conjunto, por un lado, y el hom­
bre, incluso en su estado más bajo, por otro lado, se levanta una
barrera que ningún animal ha podido cruzar, y esta barrera es el len­
guaje. [ ...] Aunque eliminemos el nombre de las diferencias especí­
ficas de nuestros diccionarios filosóficos, yo seguiría sosteniendo
que nada merecería llevar el nombre de hombre a menos de que
fuera capaz de hablar. [Un] elefante parlante o un orador elefantino
no podrían ser llamados elefante. El profesor Schleicher, pese a ser
un entusiasta admirador de Darwin, dijo en cierta ocasión jocosa­
mente, pero dando un sentido profundo a sus palabras: "Si un cerdo
se dirigiese a mi diciéndome 'Soy un cerdo', dejaría ipso facto de ser
un cerdo."1

Müller escribía desafiando la prohibición de discutir la evolución del len­


guaje impuesta en 1866 por la Sociedad Lingüística de París, y poco des­
pués por la Sociedad Filológica de Londres, pero la discusión sobre si la
comunicación animal guardaba algún parecido con el habla seguramente
continuó, si bien subrepticiamente. En 1919 Samuel Butler, el novelista, fi-

35
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

lósofo y en un momento de su vida granjero en Nueva Zelanda, escribió:

En su último artículo, el profesor Gamer dice que la cháchara de los


monos no tiene ningún significado, pero que con ella los monos se
comunican ideas unos a otros. Es una afirmación que me parece muy
arriesgada. Con igual justicia los monos podrían concluir que en
nuestros artículos de revista y en nuestras críticas literarias y artís­
ticas no estamos parloteando ociosamente sino comunicándonos
ideas unos a otros. 2

Pero la evidencia sugiere que esto es demasiado generoso con los monos
y poco amable con los humanos, si bien no está muy alejado de la verdad
si pensamos en los críticos literarios, incluso antes del postmodernismo.
¿Qué es, pues, lo que distingue al lenguaje humano de todas las demás
formas de comunicación animal?

El lenguaj e como recursión

Como hemos adelantado en el capítulo 1, una respuesta común es la re­


cursión, que proporciona lo que Chomsky calificó en cierta ocasión de la
generatividad del lenguaje.3 Mark Hauser, Noam Chomsky y Tecumseh
Fitch, en un influyente artículo, describen la recursión como la 'caracterís­
tica mínima' que distingue al lenguaje humano de la comunicación ani­
mal.4 La capacidad de insertar estructuras dentro de estructuras de un
modo recursivo ha dotado a nuestra especie de una capacidad ilimitada
para crear oraciones que expresen un conjunto igualmente ilimitado de
posibles significados. Por lo menos dentro de los límites de la propia me­
moria y capacidad de proceso, podemos combinar frases para construir
oraciones tan largas y complejas como deseemos. La conocida historia in­
fantil La casa que Jack construyó nos proporciona una vez más un ejemplo
ilustrativo:

Esta es la casa que fack construyó.


Este es el queso que estaba en la casa que Jack construyó.

36
El lenguaje y la recursión

Este es el ratón que se comió el queso que estaba en la casa que Jack
construyó.
Este es el gato que mató al ratón que se comió el queso que estaba
en la casa que /ack construyó.

Y así sucesivamente. Los niños entienden enseguida que la frase puede


irse ampliando ad infinitum, o al menos hasta que uno se queda sin aliento.
Las reglas recursivas de la gramática también permiten mover las frases
de un lado a otro en vez de dejarlas fijas al comienzo o al final. El tipo más
exigente de recursión es la denominada recursión de incrustación centrada,
en la que se insertan las frases dentro de otras frases, en vez de ir hilva­
nándolas. Por ejemplo, si queremos poner énfasis en el queso del cuento,
hemos de incrustar las frases del siguiente modo:

El queso que se comió la rata que mató el gato estaba en la casa que
construyó Jack.

Descomprimir una frase como esta puede requerir un momento o dos. Un


exceso de concatenación como el de esta frase puede provocar confusión,
probablemente porque la recursión de incrustación centrada requiere que
pongamos marcadores allí donde se interrumpe cada frase para insertar
otra. Esto exige un esfuerzo de memoria. De hecho, las frases con más de
un nivel de incrustación centrada (la del ejemplo tiene tres) son muy raras
y muchos las consideran incomprensibles.5
La naturaleza recursiva de la gramática puede expresarse de un modo
más formal en las llamadas reglas de reescritura que especifican cómo se
forman las oraciones gramaticales. Como ilustran los ejemplos de La casa
que /ack construyó, es posible construir oraciones (S) a partir de frases (P),
que luego se combinan de un modo recursivo. Tres tipos de frase son los
sintagmas nominales (NP), los sintagmas verbales (VP) y las frases prepo­
sicionales (PP). En una visita que hice a una editorial en Hove, Inglaterra,
fui recibido por el editor con la improbable oración Ribena is trickling down
the chandeliers [Está cayendo ribena por las arañaa del techo] .6 (Y era ver­
dad). Esta oración puede descomponerse en un sintagma nominal (ribena)
y un sintagma verbal (is trickling down the chandeliers). Pero el sintagma

37
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

verbal, a su vez, es un compuesto formado por un verbo (is trickling) y una


frase proposicional (down the chandeliers), que a su vez está formada por
una preposición (down) y un sintagma nominal (the chandeliers).
La recursión es más aparente si estas relaciones se expresan como re­
glas de reescritura:7

1 . S � NP VP
2. NP � artículo nombre PP
3. VP � verbo PP
4. PP � preposición NP

Aquí vemos que los mismos sintagmas pueden aparecer en ambos lados
de las reglas que los generan. Por ejemplo, un sintagma nominal (NP) in­
cluye una frase preposicional (PP) opcional, que a su vez incluye un sin­
tagma nominal (NP). En principio, pues, es posible recorrer cíclicamente
las reglas 2, 3 y 4. Si el editor del ejemplo no hubiese estado tan alarmado,
podría haber dicho, por ejemplo, Ribena is trickling down the chandeliers onto
the carpet beside my desk [Está cayendo ribena por las arañas del techo sobre
la alfombra junto a mi escritorio] . Por cierto, en el piso de arriba de la edi­
torial había una guardería infantil.
La estructura de la oración se muestra también esquemáticamente en
la figura 4, que pone de manifiesto de un modo muy claro su carácter je­
rárquico.
Una vez establecidas las estructuras lingüísticas podemos utilizar el
lenguaje para referimos al lenguaje a otro nivel de recursión. Considere­
mos la siguiente oración:

Esta oración es una oración.

Como probablemente recordaremos de nuestros días escolares, una ora­


ción necesita tener un verbo, y esta tiene el verbo es, o sea que es realmente
una oración, y por lo tanto es una oración verdadera. Pero podemos coger
esta oración e incrustarla en otra oración, así:

"Esta oración es una oración" es una oración.

38
El lenguaje y la recursión

� s�
NP VP

/ \ / \
(art) nombre verbo PP

/ \
l���
preposición NP

bre

Ribena is trickling down the chandeliers

Figura 4. Estructura de la frase "Ribena is trickling down the chandeliers."

Resulta que esta oración también es verdadera. Y por supuesto, podemos


continuar incrustando las oraciones así formadas en el formato X es una
oración, ad infinitum.
Las oraciones son las unidades básicas del lenguaje que nos permiten
hacer proposiciones sobre el mundo, y las proposiciones, a su vez, son des­
cripciones de estados o de acciones que tienen lo que se denomina un valor
de verdad, es decir, que son verdaderas o falsas. En consecuencia, las ora­
ciones que expresan proposiciones también son en general verdaderas o
falsas, lo que da a los humanos el privilegio po�iblemente único de poder
mentir. Hay, sin embargo, unas cuantas proposiciones difíciles, de las que
no puede decirse que sean verdaderas o falsas, como la enigmática Esta pro­
posición es falsa. No puede ser verdadera, porque si lo fuera sería falsa, y si
fuera falsa sería verdadera, si se me entiende. Este tipo de proposiciones
ha dado mucho que pensar a lógicos y filósofos, desde Eubúlides de Mileto,
en el siglo IV aC, hasta Bertrand Russell y otros en el siglo XX, y es mejor
que dejemos que sean ellos quienes den con el quid de la cuestión.

La visión chomskiana del lenguaje

Las reglas de reescritura más arriba citadas son propias de un lenguaje

39
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

particular, el inglés. Las reglas son diferentes en otros lenguajes, como el


chino o el maorí. Noam Chomsky ha buscado reglas más profundas apli­
cables a todos los lenguajes. Estas reglas conforman la llamada gramática
universal. En el capítulo anterior me he referido brevemente a la teoría más
reciente, conocida como el Programa Minimalista,8 según el cual el len­
guaje, en su nivel más fundamental, puede reducirse a una sola operación,
que Chomsky denomina Fusión ilimitada. Es 'ilimitada' en el sentido de
que puede aplicarse recursivamente de modo que unas entidades fusio­
nadas pueden a su vez fusionarse hasta el nivel de complejidad deseado.
Los ejemplos más arriba citados ilustran cómo las palabras pueden fusio­
narse formando frases, y las frases formando oraciones. Las frases también
pueden fusionarse para formar frases más complejas. Ampliando el ejem­
plo utilizado por Tecumseh Fitch, y mencionado en el capítulo anterior,
artículos como un, el, este, esta pueden combinarse con nombres como gato,
perro, árbol, lago, etc., para crear sintagmas nominales como un perro, este
perro, el lago, este árbol, etc. Estos sintagmas, a su vez, pueden combinarse
con preposiciones como cerca, junto a, etc. para crear sintagmas nominales
más complejos como cerca del árbol, el perro junto al lago, un gato cerca de este
árbol, etc.
Pero la operación Fusión solo es estrictamente válida para lo que
Chomsky llama lenguaje-!, que es el lenguaje interno del pensamiento, y
no tiene por qué aplicarse directamente al lenguaje-E, que es el lenguaje
externo realmente hablad? o expresado gestualmente. Para solapar el len­
guaje-! con el lenguaje-E se precisan varios principios suplementarios. Por
ejemplo, en el ejemplo dado en el capítulo 1, la fusión de Jane ama a John
con Jane pilota aviones que da como resultado Jane, que pilota aviones, ama a
John requiere reglas extras para introducir la palabra que y borrar una de
las apariciones de la palabra Jane. El lenguaje-! se relaciona con diferentes
lenguajes-E de maneras diferentes. La noción chomskiana de Fusión ili­
mitada, aplicada recursivamente, es por consiguiente una idealización in­
ferida del estudio de lenguajes externos, pero no directamente observable
en sí misma.
Dado que el lenguaje-! es supuestamente la base de todo lenguaje,
Chomsky sostiene que no tiene por qué tener ninguna referencia externa,
y por consiguiente no puede haber evolucionado por selección natural.

40
El lenguaje y la recursión

Tiene que haber surgido, en cambio, en un solo paso, tal vez por una mu­
tación, y probablemente en algún momento dentro de los últimos 100.000
años. Escribe Chomsky:

En un pequeño grupo del que somos los descendientes se produjo


un recableado del cerebro en determinado individuo, llamémosle
Prometeo, lo que dio como resultado la operación de la Fusión ilimi­
tada, aplicable a conceptos con unas propiedades intrincadas (y poco
comprendidas) [ . ..] El lenguaje de Prometeo le dotó de una serie in­
finita de expresiones estructuradas.9

La idea de que la base del lenguaje emergió en un solo paso y en un solo


individuo es muy notable, y huele algo a milagro. Generalmente se acepta,
sin embargo, que el lenguaje ha evolucionado recientemente, y solo en el
Romo sapiens, y que probablemente fue incluso la principal característica
definitoria de nuestra especie.10 La cuestión de cómo evolucionó el len­
guaje se considera más completamente en el capítulo 4.
Aunque el lenguaje-! no es directamente observable, Chomsky se sin­
tió lo bastante seguro como para derivar sus principios de la observación
de un solo lenguaje-E. Dicho con sus propias palabras:

No he dudado en proponer un principio general de la estructura lin­


güística sobre la base de un solo lenguaje. La inferencia es legítima,
suponiendo que los humanos no estén específicamente adaptados
para aprender un lenguaje humano más que otro. [ . . .] Asumiendo
que la facultad genéticamente determinada del lenguaje es una pro­
piedad humana común, podemos concluir que un principio del len­
guaje es universal si nos vemos llevados a postular que es una
'precondición' para la adquisición de un solo lenguaje. 11

El lenguaje-1 es en esencia la base de la gramática universal -el conjunto


de principios que se cree subyacen a todos los lenguajes.12 La gramática
universal ha sido cada vez más atacada últimamente, en parte debido a la
mera variedad de lenguajes y a la rapidez con que cambian.13 Michael To­
masello, por ejemplo, ha declarado hace poco que "la gramática universal

41
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

ha muerto." Pero desde una perspectiva chomskiana las críticas a la gra­


mática universal a menudo yerran su objetivo, ya que los lenguajes indi­
viduales están siempre un paso más allá de la propia gramática universal.
Sin embargo, estas críticas ponen ciertamente en cuestión el punto de vista
de que los principios universales del lenguaje pueden derivarse de un solo
lenguaje. Además, la mera variedad de lenguajes humanos puede amena­
zar el punto de vista según el cual puede afirmarse que el lenguaje-! exista
en nada parecido a la forma propuesta por Chomsky.
Para ilustrarlo, vamos a considerar un ejemplo que parece tan alejado
del inglés como es posible.

Los piraha

En calidad de jóvenes misioneros, Daniel L. Everett y su esposa fueron al


Brasil en 1977 dispuestos a convertir al cristianismo a los miembros de una
remota tribu brasileña conocida como los piraha. Su objetivo era aprender
el idioma de los piraha hasta el punto de poder traducir la Biblia y pre­
sentarles las enseñanzas de Cristo. Era un idioma tan impenetrable para
un extranjero que los anteriores misioneros que habían intentado apren­
derlo no lo habían conseguido, pero los Everett vivieron seis años entre
los piraha y Daniel Everett consiguió finalmente aprenderlo.14
Durante su estancia en Brasil, Everett empezó a tener dudas sobre re­
ligión y acabó convirtiéndose en un ateo. Sus dudas religiosas las provocó
al parecer su descubrimiento de que los piraha tenían muy poco sentido
del tiempo y vivían esencialmente en el presente. No conocían la ficción
ni los mitos de la creación y no tenían el menor sentido histórico, lo que
sin duda eran unas barreras formidables que se oponían a su posible com­
prensión del cristianismo, y de hecho a la de cualquier religión. Los inte­
reses de Everett derivaron hacia la lingüística, y en el momento de escribir
este libro es profesor en la State University de Normal, Illinois.
Aunque el lenguaje de los piraha le resultó al principio impenetrable,
Everett pronto descubrió que en muchos aspectos era también bastante
simple, al menos respecto a la gramática y al vocabulario, si bien era muy
rico en morfología y prosodia.15 No tiene palabras para los colores ni para

42
El lenguaje y la recursión

los números, excepto aquellas que podrían aproximadamente traducirse


como uno, dos y muchos. No hay otros tiempos verbales que la simple dis­
tinción entre presente y no presente, lo que refleja el hecho de que los piraha
parecen vivir exclusivamente en el presente, sin apenas comprender lo que
significan el pasado o el futuro. Especialmente interesante, sin embargo,
es la afirmación de Everett según la cual en el lenguaje piraha no hay in­
crustación de frases, ni recursión. Los piraha han seguido siendo mo­
nolingües pese a llevar más de doscientos años comerciando con los
brasileños de lengua portuguesa y de otras lenguas nativas. Podríamos
sentimos tentados a pensar que los piraha padecen alguna especie de de­
fecto genético, pero esto es firmemente rechazado por Everett, que los co­
noce bien.
Indudablemente, un niño nacido de padres piraha pero criado en Bos­
ton no tendría ninguna dificultad especial para aprender el inglés bosto­
niano. Everett también destaca que los piraha utilizan frases sin recurrir a
la incrustación para decir cosas que en otros idiomas se expresarían con
frases incrustadas. Es decir, tienen pensamientos que implican recursión,
pero utilizan un lenguaje no recursivo para expresarlos. Por ejemplo, los
piraha no tienen verbos como say [decir], want [querer] o think [pensar],
que en inglés se usan normalmente con cláusulas incrustadas, como en I
said that John intends to leave [He dicho que John tiene intención de irse] .
En piraha, esto se expresaría con algo parecido a My saying John intend-le­
aves [Mi decir John querer marchar] .16
Al describir la pobreza gramatical del lenguaje piraha, Everett afirma
categóricamente que no está poniendo en entredicho su inteligencia. "No
estoy haciendo ninguna afirmación", escribe, "sobre las habilidades con­
ceptuales de los piraha, sino sobre su forma de expresar lingüísticamente
determinados conceptos, lo cual es muy diferente."17

Diversidad lingüística

Las afirmaciones de Everett son lógicamente polémicas.18 Sin embargo, es


poco probable que el lenguaje de los piraha sea especialmente poco
común, y es muy posible que los lenguajes de otras culturas orales exhiban

43
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

rasgos similares. El lenguaje iatmul de Nueva Guinea, por ejemplo, tam­


bién parece carecer de recursión.19 Nicholas Evans pone otro ejemplo pro­
cedente del bininj gun-wok, el término con el que se describe a un grupo
de dialectos hablados en la región australiana de Arnhem Land. En este len­
guaje una frase como Ellos estaban mirando cómo luchábamos se expresa con el
equivalente a Ellos estaban / ellos miraban / nosotros luchábamos.20
Los lingüistas son cada vez más conscientes de la diversidad y de la
enorme cantidad de lenguajes que existen en las sociedades no occidenta­
les y preliterarias, hasta el punto de que la gramática universal puede estar
tan en peligro de extinción como lo están los lenguajes que la amenazan. 21
Por ejemplo, los aproximadamente diez millones de personas que viven
en la isla de Nueva Guinea y en la periferia melanesia hablan unas 1 .150
lenguas, lo que equivale a solo unos 10.000 hablantes por lengua. En Va­
nuatu, con una población total de 195.000 personas, se han identificado
105 lenguas diferentes, con un promedio de menos de 2.000 hablantes por
idioma. Australia cuenta con un sinnúmero de lenguas nativas diferentes,
y los habitantes de Arnhem Land son muy multilingües, y con frecuencia,
al llegar a la edad adulta hablan hasta seis lenguas distintas. Se calcula que
17 países poseen el 60 por ciento de todos los lenguajes de la Tierra, aunque
constituyen solo el 27 por ciento de la población mundial y el 9 por ciento
de la superficie terrestre.22 Muchas de estas lenguas están desapareciendo,
pero probablemente permiten hacerse una idea mejor de cómo era la na­
turaleza del lenguaje en el momento de su emergencia en las sociedades
cazadoras-recolectoras de lo que lo hace, por ejemplo, el inglés que se
habla en Boston.
Nicholas Evans sugiere que la diversidad lingüística no la produce el
aislamiento geográfico, dado que muchas lenguas coexisten en áreas en
las que no hay barreras geográficas, y a menudo se da el caso de que en
una misma casa se hablen varias lenguas diferentes. La variación lingüísti­
ca también parece tener otras causas que la simple deriva aleatoria. Evans
sugiere que la lengua sirve como una especie de pasaporte que marca el
derecho de pertenencia a una sociedad local particular. Cuando un grupo
se escinde, las partes toman iniciativas deliberadas para diferenciarse lin­
güísticamente unas de otras. Por ejemplo, en el dialecto uisia del lenguaje
buin que se habla en la isla de Bougainville, las convenciones de género

44
El lenguaje y la recursión

han sido completamente invertidas respecto a las de los otros dialectos.


Todas las palabras masculinas se han convertido en femeninas y todas las
femeninas en masculinas. Esto parece claramente una iniciativa deliberada
de distinguir a una subcomunidad particular de las demás.23
Incluso puede que las partes de la oración, los bloques de construcción
de las teorías gramaticales, no sean tampoco universales. Nicholas Evans
subraya que hay lenguajes sin preposiciones, adjetivos, artículos o adver­
bios, y ni siquiera hay consenso entre los lingüistas acerca de si todos los
lenguajes distinguen siquiera los verbos de los sustantivos. Y aunque lo
hagan, no siempre está claro qué palabras pertenecen a cada categoría.
Evans cita los ejemplos de paternal aunt [tía por parte de padre], que se ex­
presa con un verbo en el lenguaje aborigen australiano ilgar; know [saber,
conocer], que es un adjetivo en la lengua australiana kayardild; y love
[amor], que es simplemente un sufijo en la lengua sudamericana tiriyo.24
En defensa de una gramática universal, los psicólogos Steven Pinker y Paul
Bloom afirman que "ningún idioma utiliza afijos nominales para expresar
tiempos verbales." Pero el lenguaje de los kayardild sí lo hace, pues marca
el pasado añadiendo el sufijo -arra al verbo y el sufijo -na al sustantivo
que es el objeto del verbo. Esta diversidad impone una restricción severa
a todo intento de descubrir una gramática universal coherente.
Michael Tomasello está de acuerdo en que "hay muy pocas construc­
ciones o marcadores gramaticales concretos, si es que hay alguno, que
estén universalmente presentes en todos los lenguajes. "26 Sugiere que las
teorías lingüísticas se han visto indebidamente influidas por las caracte­
rísticas del lenguaje escrito, y su validez está limitada por tanto a una dimi­
nuta fracción de los lenguajes existentes. El alfabetismo emergió mucho
después que el propio lenguaje, y aún dista mucho de ser universal. No
tenemos, pues, que mostramos desdeñosos con los piraha o con ninguna
otra cultura que se base en la comunicación oral o gestual y que no tenga
una tradición literaria. Como hemos dicho más arriba, incluso los hablan­
tes de lenguas occidentales raramente utilizan la incrustación centrada al
hablar; el análisis de un corpus lingüístico puso de manifiesto que el 96
por ciento de las cláusulas that [de relativo], como en el ejemplo ilustrado
en The house that Jack built [La casa que Jack construyó] se incrustaban al
final y solo un 3 por ciento de ellas eran de incrustación centrada. El res-

45
M írl1arl C. Corhalli.c;/ 1 ,a 1m•11fr l'í'rnrsím

Lm h' 1 pnr cien to se co1 ornhan ni princ i p i o de I n frnse (como en el ejem p l o


l)1ff 111/'k co11sf myá la mt'a 110 está ,,,, discusián).77 F.I l en g u a je esc r i to es m á s

f Plna n te c on l a i nc ru stación cen trada m ú l ti p1e, ta l vez porque l as frases

si p, 1 wn a nte nosotros mientras tra tamos de procesarl a s. Es posible que l a


( ' 1 t l pn de e11o sea parcialmente d e los antiguos griegos y romanos. Aristó­

teles estableció las reglas para la construcción de oraciones de acuerdo con


la doctrina de los períodos; una oración periódica se definía como aquella
que tiene al menos una incrustación centrada. Los eruditos latinos Cicerón
(1 06-43 aC) y Tito Livio (64 aC-13 dC) desarrollaron la forma periódica y
sus escritos se convirtieron en iconos estilísticos durante siglos; su influen­
cia se hace notar todavía en los lenguajes europeos actuales.28
Debe observarse que, al menos en principio, el enfoque de Chomsky
se adapta bien hasta cierto punto con la diversidad de lenguajes-E -los
lenguajes que· realmente hablamos o con los que nos expresamos gestual­
mente. La relación entre el lenguaje-! universal y los lenguajes-E, escribe
Chomsky, "puede llegar a ser muy intrincada, variada y sujeta a hechos
históricos y culturales accidentales, como la conquista normanda, la jerga
adolescente, etc."29 La diversidad también puede surgir en la forma en que
diferentes culturas adaptan el lenguaje-E a las limitaciones que impone el
habla. Esto se conoce como linearización, dado que el lenguaje hablado al
menos está limitado por el hecho de que las palabras se emiten estricta­
mente de forma secuencial, mientras que el lenguaje-! no está limitado por
la linearización. La cuestión, por tanto, no es la de si el punto de vista
chomskiano puede dar cuenta de la diversidad lingüística, sino la de si el
grado de diversidad registrado por autores como Evans y Levinson puede
haber surgido en un tiempo tan breve. Lo que parece más probable es que
la propia gramática haya evolucionado gradualmente y no que haya sur­
gido como un acontecimiento singular en algún momento de los últimos
100.000 años. Algunos de los puntos de vista sobre cómo esto puede ha­
berse producido están contenidos en el concepto de gramaticalización.

La gramaticalización

Si la gramática no depende de un conjunto innato y universal de princi-

46
El lenguaje y la recursión

píos, ¿de qué depende? La gramaticalización es el punto de vista según el


cual la gramática surgió por medio de un proceso gradual dirigido más
por asuntos prácticos que por una predisposición biológica. 30
Uno de los procesos implicados en la gramaticalización tiene que ver
con el rol cambiante de las palabras que lleva a una expresión más econó­
mica y eficaz.31 Por ejemplo, muchas de las palabras que utilizamos no tie­
nen un contenido real, sino que ejercen funciones puramente gramaticales.
Se denominan 'palabras funcionales', y son artículos como a y the, prepo­
siciones como at, on o about, y auxiliares como will en They will come [Ellos
vendrán]. Las palabras funcionales, sin embargo, casi con toda seguridad
·
tienen su origen en palabras con contenido. Un ejemplo clásico es la pala-
bra have [tener], que pasó de ser un verbo que significaba to seize o to grasp
[agarrar, coger; latín: capere], a uno que indicaba posesión (como en I have
a pet porcupine [Tengo un puercoespín de mascota]; latín: habere), a un mar­
cador del pretérito perfecto (I have gone) y a un marcador de obligación (1
have to go). De modo similar, la palabra will probablemente progresó desde
ser un verbo (como en Do what you will [Haz lo que quieras]) a ser un mar­
cador del futuro (Thew will laugh [Ellos reirán]).
Otro ejemplo es el de la palabra go [ir], que todavía lleva el significado
de viajar o de trasladarse de un lugar a otro, pero en frases como We're
going to have lunch [Vamos a comer] pierde contenido semántico y simple­
mente indica el futuro. La frase going to se ha comprimido en gonna, como
en We're gonna have lunch o incluso I'm gonna go. Algunos de mis amigos
estadounidenses hacen una compresión adicional cuando dicen Let's go
eat [Vamos a comer] allí donde nosotros los neozelandeses, menos ham­
brientos, decimos Let's go and eat. Creo que Let's go go-go [¡Venga, vamos!]
es el grito de guerra del himno de los White Sox, el equipo de béisbol de
Chicago. Esto es lenguaje en movimiento. Ya veremos adónde llegará go
con el tiempo.
Hay otras formas en que la gramaticalización puede operar para hacer
la comunicación a la vez más eficiente y menos propensa a causar errores.
Una de ellas es la concatenación de frases. Por ejemplo, las frases He pushed
the door [Él empujó la puerta] y The door opened [La puerta se abrió] pueden
concatenarse para formar He pushed the door open [Abrió la puerta empu­
jándola]. Las frases My uncle is generous with money [Mi tío es generoso con

47
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

el dinero] y My uncle helped my sister out [Mi tío ayudó a mi hermana] pue­
den concatenarse incrustando la primera en la segunda: My uncle, who hel­
ped my sister out, is generous with money.
También puede mejorarse la eficiencia descomponiendo los conceptos
en sus partes componentes, que pueden luego recombinarse para formar
nuevos conceptos. Un ejemplo interesante es el del lenguaje de los signos.
En Nicaragua, las personas sordas vivían aisladas unas de otras hasta que
el gobierno sandinista subió al poder en 1979 y creó las primeras escuelas
para sordos. Desde entonces, los niños de esas escuelas inventaron su.pro­
pio lenguaje de signos, que se ha consolidado en el sistema de signos que
hoy se conoce como Lenguaje de Signos Nicaragüense (LSN). Con el
tiempo, el LSN ha ido cambiando y ha pasado de ser un sistema de signos
holísticos a tener un formato más combinatorio. Por ejemplo, a una gene­
ración de niños se les contó la historia de un gato que se tragaba una pelota
y que luego bajaba rodando por una calle con pendiente "de una forma
ondulante y bamboleante." Luego se pidió a los niños que expresaran con
signos el movimiento del gato. Algunos indicaron el movimiento holísti­
camente, moviendo la mano hacia abajo formando una onda. Pero otros
segmentaron el movimiento en dos signos, uno que representaba el movi­
miento hacia abajo y otro que representaba la ondulación, y esta versión
aumentó cuando la primera cohorte de niños hubo pasado por todos los
niveles de la escuela.32 Estos dos signos pudieron ser individualmente
combinados con otros signos para crear nuevos significados.
No es necesario apelar a una gramática universal para explicar cómo
tiene lugar esta segmentación. Mediante simulaciones por ordenador se
ha puesto de manifiesto que la transmisión cultural puede convertir un
lenguaje que empieza con unidades holísticas en uno que combina secuen­
cias de formas para producir significados previamente expresados holís­
ticamente.33

En el principio fue la palabra

Según el lingüista Mark Aronoff, incluso las palabras pueden haber ad­
quirido estructura combinatoria con el tiempo. Generalmente se considera

48
El lenguaje y la recursión

que las palabras constan de varias partes. A un determinado nivel están


compuestas de fonemas, las unidades más pequeñas del habla o del lengua­
je de signos que cambian el significado. En inglés, las palabras cat [gato] y
bat [murciélago] difieren solamente por el primer fonema, y esta diferencia
corresponde a una diferencia de significado, pero estos mismos fonemas
/c/ y /b/ se utilizan combinados entre sí o con otros fonemas para crear
un sinnúmero de palabras. Los 'fonemas' del American Sign Language
(anteriormente llamados queremas) se definen en términos de ubicación,
configuración manual y movimiento, y también se combinan para formar
diferentes palabras-signo. 34 Al siguiente nivel de estructura, los propios
fonemas se combinan para formar morfemas, que son las unidades de sig­
nificado más pequeñas. Palabras como jump [saltar] y cat son morfemas, y
también lo son los sufijos de las palabras, que alteran su estatus gramatical,
como la adición de -ed para señalar el pretérito, o la de -s para indicar el
plural. Así, las palabras jumped [saltó] y cats [gatos] están formadas por
dos morfemas. Otros morfemas cambian el significado de una palabra, co­
mo la adición del prefijo -un para invertir el significado, como en happy
[feliz] y unhappy [infeliz] .
Aronoff forma parte de un grupo de lingüistas que han documentado
la emergencia del ABSL, el lenguaje de signos de Al-Sayyid, una comuni­
dad beduina de unos 3.500 individuos del desierto del Negev en Israel.
Unas 150 de las personas que viven allí han heredado una enfermedad
que causa una sordera profunda. Aunque los sordos son una minoría, el
ABSL se usa ampliamente en la comunidad, junto con un dialecto del ára­
be. Es un lenguaje reciente, actualmente en su tercera generación de usua­
rios, y puede considerarse que aún está en mantillas. Aronoff ha señalado
que el ABSL carece de fonemas y de morfemas. Cada palabra-signo es
esencialmente un todo, no descomponible en partes.35
En este sentido, el ABSL parece desafiar lo que se conoce como duali­
dad de articulación o estructuración, el hecho de que el lenguaje implica com­
binaciones de elementos a dos niveles, el fonológico y el gramatical. El
lingüista Charles F. Hockett incluyó la dualidad de articulación como uno
de los 'rasgos de diseño' del lenguaje,36 de modo que su ausencia en el
ABSL puede considerarse que significa que el ABSL no es un verdadero
lenguaje. Pero el propio Hockett señaló que los rasgos de diseño no apa-

49
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

redan todos a la vez, y que la dualidad de articulación era probablemente


un rasgo tardío.

Hay muy buenos motivos para creer que la dualidad de articulación


fue la última propiedad en desarrollarse, porque resulta difícil en­
contrar algún motivo para que un sistema de comunicación tenga
esta propiedad a menos que sea muy complejo. Si un sistema vocal­
auditivo llega a tener un número cada vez mayor de elementos sig­
nificativos distintos, dichos elementos tenderán inevitablemente a
ser cada vez más parecidos entre sí en cuanto a sonido. Hay un lí­
mite práctico, para cualquier especie o cualquier máquina, en el nú­
mero de estímulos diferentes que puede discriminar, especialmente
cuando las discriminaciones tienen que hacerse típicamente en unas
condiciones ruidosas. 37

El ABSL, por tanto, puede considerarse como un lenguaje en las primeras


fases de desarrollo. Aronoff concluye que las palabras son los elementos
primarios, y que no adquieren fonología o morfología hasta que se ven
impelidas a hacerlo. Como dice apropiadamente el título de uno de sus
artículos más recientes: "En el principio fue la palabra."38
Es muy posible que la morfología surja con la compresión de lo que
eran palabras separadas y su consolidación en compuestos. Por ejemplo,
la adición de -ed a un verbo para indicar el pretérito deriva probablemen­
te del verbo to do. Por consiguiente, hablando de un modo aproximado,
frases como He laughed [Él rió] podrían haber derivado de algo parecdo a
He laugh did. 39 Esto corresponde a una máxima formulada por el lingüista
funcionalista Talmy ("Tom") Givón según la cual "la morfología de hoy
es la sintaxis de ayer."40
La historia que está empezando a emerger, por tanto, es que el lengua­
je no aparece completamente formado en diferentes culturas como un pro­
ducto de la gramática universal, sino que lo hace gradualmente como un
producto de la cultura y de la experiencia acumulada, y del deseo de esta­
blecer una comunicación más eficiente. Es decir, se gramaticaliza solo; se
adapta, de modo parecido a como mi sistema informático para archivar
copias se ha ido ajustando, con carpetas dentro de carpetas que a su vez

50
U ln1g1w¡,. t/ lo rr·1 1 1 1 ,;irí11

en g l oba n o t ra s ca r pe ta s . /\ m f•d ida que m i co l ecc i ún d P a rc h i vos crece, lo


m i s m o h a cen l a s ca r pf ' t<1 s d f' m i s i stf· m a .

Esto n o sign i fic a q u e e J l en g u a je n o tenga n i ngún componente gené­


tico -al fin y al cabo, es algo exclusivo de nuestra especie, como argumen­
taré en el próximo capítulo. Sigue siendo una cuestión no resuelta hasta
qué punto el lenguaje depende de componentes innatos específicos al pro­
pio lenguaje, y hasta qué punto depende de aspectos más generales de la
mente humana. Puede que no dependa tanto de lo que Steven Pinker, ha­
ciéndose eco de la noción chomskiana de gramática universal, califica de
'el instinto del lenguaje'41 como de lo que ha sido calificado como un 'ins­
tinto de la inventiva'42, junto con un impulso hacia una mayor eficiencia,
que cubre otros muchos aspectos de nuestras vidas, como el arte, la música
y las máquinas, por no mencionar los sistemas informáticos de almacena­
miento.

¿Qué hay, pues, de la recursión?

Los lenguajes, por consiguiente, parecen haber evolucionado gradual­


mente, adaptándose a culturas particulares y experimentando modifica­
ciones progresivas. En el caso de los piraha, por ejemplo, su falta de interés
por el tiempo parece haber tenido una importancia fundamental. Escribe
Everett:

Los hechos aparentemente inconexos acerca del lenguaje piraha -la­


gunas que son muy sorprendentes desde mi perspectiva de gramá­
ticcr derivan en última instancia de una sola restricción cultural de
los piraha, a saber, la restricción de la comunicación a la experiencia in­
mediata de los interlocutores.43

Morten Christensen y Nick Chater, en un artículo muy influyente,44 sugie­


ren que la mera diversidad de lenguajes, y la rapidez con que cambian,
significa que fue el lenguaje el que se adaptó al cerebro y no el cerebro el
que se adaptó al lenguaje. Esta adaptación, además, dependió segura­
mente de unas funciones mentales que no eran en sí mismas principal-

51
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

mente lingüísticas, y que estaban fuertemente influidas por factores am­


bientales como la cultura y la geografía.
La naturaleza de estos procesos mentales se explora en capítulos pos­
teriores de este libro. En particular, me centraré en el viaje mental en el
tiempo y en la teoría de la mente como procesos no lingüísticos que impli­
can los procesos recursivos que configuraron cómo ha evolucionado el len­
guaje. Mientras que Chomsky contemplaba el pensamiento con la lente
del lenguaje, yo (y otros) sugerimos que el lenguaje ha de ser contemplado
con la lente del pensamiento. Esto puede tener un efecto liberador en nues­
tra comprensión del lenguaje y su evolución.
Primero, podemos considerar que el lenguaje ha evolucionado gra­
dualmente, y no que ha surgido de repente en un individuo comparativa­
mente reciente de nuestro árbol genealógico llamado Prometeo. Podemos
suponer también que el lenguaje se ha adaptado a las exigencias culturales
y prácticas a las que tuvieron que enfrentarse nuestros antepasados duran­
te milenios, y no solo durante los últimos 100.000 años. Es posible, pues,
que debamos librar a Prometeo de sus cadenas.
Segundo, todos los principios universales subyacentes al lenguaje
pueden ser considerados como principios del pensamiento humano, y no
como principios exclusivos del lenguaje. Ni siquiera la recursión parece
ser universal, y es posible que esté ausente en muchos lenguajes autócto­
nos. Es dudoso, por consiguiente, que sea realmente la 'característica mí­
nima' que distingue al lenguaje humano de la comunicación animal, como
se ha sostenido recientemente.45 El hecho de que muchos lenguajes huma­
nos, tal vez la mayoría de ellos, utilicen la recursión es, por supuesto, una
buena prueba de que la mente humana es capaz de emplearla, aunque el
lenguaje pueda generar varios significados diferentes sin ella. En socieda­
des orales como la de los piraha, las combinaciones verbales y la repetición
de frases pueden ser suficientes para generar todos los significados re­
queridos sin necesidad de recurrir a la incrustación de frases o a otros me­
canismos recursivos. Y como destacaba Everett, no cabe duda de que los
piraha son capaces de pensamiento recursivo.
Es probablemente irónico que una capacidad humana de la que a
menudo se dice que depende de la recursión pueda funcionar sin ella, al
menos en el sentido de insertar frases dentro de otras frases -es muy

52
El lenguaje y la recursión

posible que lenguajes como el de los piraha sean recursivos en el sentido


de que el lenguaje-! a ellos subyacente puede que dependa de una opera­
ción recursiva como la Fusión de Chomsky. Todavía es posible, además,
que el lenguaje dependa de la naturaleza recursiva de la teoría de la mente,
como sostengo en el capítulo 9. Podría ser que la recursión fuera mera­
mente parte de un kit de herramientas para construir un lenguaje y que
no todos los lenguajes utilicen todas las herramientas del kit.46 Un kit de
herramientas universal, sin embargo, no es exactamente lo mismo que una
gramática universal. Lo que ilustra el uso de la recursión en el lenguaje es
que la recursión es una propiedad de la mente humana que se emplea
cuando se la necesita. Como veremos en capítulos posteriores, no es algo
exclusivo del lenguaje.
Dicho esto, sigue siendo muy probable que el propio lenguaje sí sea
exclusivo de los humanos. Tenemos una tendencia compulsiva a hablar, o
a desarrollar sistemas de signos si nos impiden hacerlo, y los niños parecen
seguir unos pasos preprogramados cuando aprenden a hablar. La emer­
gencia del lenguaje en nuestra especie dependió probablemente de la
evolución de sistemas intencionales de pensamiento y del carácter adap­
tativo que tiene el hecho de compartir con otros nuestros pensamientos.
El imperativo comunicativo también provocó cambios anatómicos, como
la reconfiguración del tracto vocal para permitir la emisión de una mayor
variedad de sonidos, y probablemente cambios en la forma de respirar y
en el control intencional.
Estas cuestiones se discuten en capítulos posteriores. Nuestro tema
más inmediato es si hay otros animales, además de los humanos, de los
que pueda afirmarse que poseen algo parecido al lenguaje humano.

53
3

¿Tienen lenguaje los animales?

El menor ruido le molestaba cuando estaba en el campo de golf.


Había fallado golpes muy fáciles por culpa del alboroto que
montaban las mariposas de los prados colindantes.
P. G. Wodehouse, The Clicking of Cuthbert

H
abiéndome criado en una granja, sospecho que la cita anterior
es una difamación injustificada de las delicadas mariposas,
pero la vocalización es ubicua entre los animales, incluidos los
insectos -y por supuesto, nosotros. Parecía por tanto natural suponer que
el lenguaje humano había evolucionado a partir de las llamadas de los
animales. Pero solo en la ficción hablan y mantienen conversaciones los ani­
males. La mayor parte de los ejemplos, desde Winnie the Pooh hasta los libros
de Beatrix Potter, están escritos para los niños, pero mi ejemplo favorito
se encuentra en un relato breve titulado Tobermory, escrito por Saki, que
ya ha hecho una breve aparición en el capítulo anterior. Tobermory es un
gato que ha aprendido a hablar, para consternación de los asistentes a una
cena familiar. Esto es lo que le dice Tobermoy a una mujer que tiene la im­
prudencia de preguntarle si la considera inteligente.

"Me pone usted en una situación embarazosa", dijo Tobermory,


cuyo tono y actitud no sugerían ni una brizna de embarazo. "Cuan­
do usted fue incluida en la lista de invitados, Sir Wilfred protestó
alegando que usted era la mujer más tonta de todas las que conoce,
y que hay una gran diferencia entre ser hospitalario y preocuparse
por los débiles mentales. Lady Bremley replicó que su falta de inte-

SS
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

ligencia es precisamente la razón de que la hayan invitado, ya que


usted es la única persona que se le ocurrió que podía ser lo bastante
tonta como para comprarle su viejo coche."1

Para alivio de todos, Tobermory es asesinado poco después por un gato


de la casa del párroco.
Pero en muchos aspectos las vocalizaciones animales tienen poco en
común con el habla humana. En su mayor parte, están genéticamente fija­
das y están bajo un control más emocional que voluntario. Se forman en
el mesencéfalo, con un escaso o nulo input de la corteza cerebral, sede de
las funciones mentales superiores. Por ejemplo, la estimulación eléctrica
de una región del mesencéfalo llamada SGPA (sustancia gris periacueduc­
tal) provoca siseos, gruñidos, chillidos, aullidos y maullidos en los felinos;
gritos, alaridos, ladridos, cacareos y gorjeos en las ardillas y en los monos;
sonidos para la ecolocación en los murciélagos, y risa en los humanos.
Estas vocalizaciones parecen estar organizadas de un modo descendente
a partir de la sustancia gris periacueductal, en las profundidades más an­
tiguas del cerebro.2 Así, la destrucción de la sustancia gris periacueductal
hace que ratas, gatos, ardillas, monos y humanos se vuelvan mudos.
La risa humana, por tanto, pertenece a la categoría de vocalizaciones
no relacionadas con el habla, y es en consecuencia difícil producirla o su­
primirla voluntariamente. Robert Provine, en su libro La risa: una investi­
gación científica, explica que una escuela femenina de Tanzania tuvo que
ser clausurada debido a una incontrolable epidemia de risa histérica.3 Y a
la inversa, hay que ser muy buen actor para reír de un modo convincente
en ausencia del estado emocional, aunque mi padre, siendo irlandés, era
capaz de reír a mandíbula batiente ante los chistes incomprensibles que le
contaban sus amigos. Esto le produjo más de un embarazo cuando más
tarde otro amigo le llamaba por teléfono para preguntarle dónde estaba la
gracia del chiste y él tenía que confesar que no lo sabía.
Incluso los gritos de los chimpancés, nuestros parientes vivos más cer­
canos, parecen ser en gran parte involuntarios. Jane Goodall, que ha vivido
entre los chimpancés en el Parque Nacional de Gombe en Tanzania, cuenta
el caso de un joven chimpancé que había descubierto un alijo de plátanos
y naturalmente quería mantenerlo en secreto para disfrutarlo solo. Pero

56
¿Tienen lenguaje los animales?

cuando los chimpancés encuentran comida, emiten una especie de resuello


jadeante que atrae la atención de los otros miembros del grupo. El joven
chimpancé era incapaz de suprimir aquel resuello emocionalmente instin­
tivo, pero hizo lo que pudo para amortiguarlo tapándose la boca con la
mano. Y a la inversa, a los chimpancés les resulta difícil emitir un grito vo­
luntariamente. "La emisión de un sonido en ausencia del estado emocio­
nal apropiado", comenta Goodall, "parece ser una tarea casi imposible
para un chimpancé."4
Sin embargo, esto puede ser un poco exagerado. Diferentes tipos de
resuello han sido registrados en regiones diferentes de África, lo que sugie­
re un cierto grado de influencia cultural. Pero incluso en este caso puede
que la variación no esté tanto en los propios sonidos como en su sin­
cronización.5 Los resuellos de los chimpancés a menudo van acompañados
del repiqueteo que producen los animales al golpear repetidamente manos
o pies contra una superficie -incluido su propio pecho. Cada grupo tiene
un ritmo característico, y las diferencias resultantes pueden servir como
etiquetas identificadoras, permitiendo a los animales mantener contacto.
El golpeteo del pecho, junto con las vocalizaciones y los movimientos ame­
nazadores, también están bien documentados en los gorilas de montaña. 6
Es posible que estas vocalizaciones y repiqueteos repetitivos expliquen
más los orígenes de los conciertos de rock que los del habla.
Los chimpancés también modifican sus gritos de otros modos. Cuan­
do son atacados, los chimpancés chillan, y un estudio ha puesto de mani­
fiesto que sus chillidos tienen una estructura acústica diferente si cerca hay
un chimpancé de rango superior al del agresor.7 En otro estudio, unos
chimpancés cautivos tenían más probabilidades de producir dos de los
sonidos que utilizan para llamar la atención -la 'pedorreta' y el 'gruñido
prolongado'- cuando aparecía un humano con uno de sus alimentos fa­
voritos que cuando aparecía solamente el alimento o el humano.8 Estas ob­
servaciones sugieren un grado limitado de control voluntario, aunque
estas variaciones también pueden estar bajo un sutil control emocional. Es
posible que sea un poco como la forma limitada en que nosotros podemos
modificar nuestros sonidos emocionales, como la risa o el llanto, en fun­
ción de la audiencia, o en función del estatus de la persona con la que nos
relacionamos en ese momento.

57
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

En ciertos aspectos, los chimpancés y otros grandes simios, pese a ser


nuestros parientes más próximos entre los primates, no son tal vez un buen
modelo de primate para el control voluntario de la vocalización.9 Charles
T. Snowdon se refiere algo desconcertado al "silencio de los monos":10 los
grandes simios, dice, simplemente no vocalizan mucho, al menos en com­
paración con otros primates, nosotros incluidos. Los primates del Ama­
zonas, en cambio, se unen al frenesí sonoro creado por ranas, aves y otras
criaturas de la selva tropical, donde las vocalizaciones son presumible­
mente una señal para distinguir a unas especies de otras. Snowdon afirma
ser capaz de situar a un grupo de titís pigmeos, los monos más pequeños
del mundo, simplemente escuchando sus características y persistentes
vocalizaciones. Los gorilas de montaña de Ruanda, por otro lado, son es­
pecialmente conspicuos por su silencio, al menos según Snowdon.11 Es
posible que sean simplemente unos tipos fuertes y silenciosos, más dados
a golpearse el pecho que a la elocuencia vocal. Y también hay que pensar
que a veces es el Tarzán fuerte y silencioso, y no la estrella de rock, el que
se lleva a la chica.12
También es posible que exista un mayor control voluntario de la vo­
calización en primates menos relacionados con los humanos que los
grandes simios. Los macacos pueden aprender a incrementar el ritmo de
vocalización para obtener recompensa en forma de comida o para evitar
un castigo, pero esto es suprimido por la destrucción bilateral de una zona
cortical conocida como el cíngulo anterior.13 En los monos ardilla, la des­
trucción de esta zona suprime espontáneamente la emisión de gritos a
larga distancia, pero deja intacta la capacidad de los animales para respon­
der con llamadas de contacto a las llamadas de contacto proferidas por
otros animales.14 En estos casos las propias llamadas son innatas, pero su
producción parece estar sometida a un determinado control intencional,
mediado por el cíngulo anterior. Los monos japoneses han aprendido a
emitir una especie de gorgoritos para pedir algo, lo que sugiere un cierto
grado de control voluntario. De un modo más provocativo, se afirma que
también pueden modular estas emisiones vocales para recibir comida o
herramientas, lo que sugiere que es posible que hayan podido someter
parcialmente sus vocalizaciones al control del córtex motor.15 También se
ha sugerido, sin embargo, que esta especie de gorgoritos eran totalmente

58
¿Tienen lenguaje los animales?

involuntarios, resultado de la existencia de un vínculo inconsciente, bien


documentado en los primates y también en los humanos, entre los movi­
mientos de las extremidades y la vocalización.16
El habla humana no solo es intencional sino que también requiere el
aprendizaje de nuevas pautas sonoras. Aunque la mayoría de animales y
muchas aves vocalizan, pocos son capaces de aprendizaje vocal. La razón
de ello es un misterio. Erich D. Jarvis sugiere que ha habido selección nega­
tiva contra el aprendizaje vocal porque introduce variación y hace que las
llamadas de los animales sean más perceptibles para los depredadores
-igual que nosotros los humanos tendemos a percibir el sonido de una voz
nueva. Jarvis sugiere que los animales que aprenden nuevas pautas son
los que no tienen grandes depredadores, con los humanos en primer lugar
de la lista. Aparte de los humanos, las orcas son los principales depreda­
dores del océano, y son animales que aprenden a vocalizar. Los elefantes
adultos también aprenden a vocalizar, y no tienen depredadores naturales,
aunque los leones, las hienas y los cocodrilos a veces matan y se comen a
los elefantes jóvenes. De otro animal que aprende a vocalizar, el colibrí, se
dice que no tiene miedo porque puede escapar fácilmente de los depre­
dadores levantando rápidamente el vuelo, y algunas aves como las coto­
rras y los cuervos pueden evitar a los depredadores gracias al uso que
hacen de las conductas grupales.17 Es posible preguntarse, sin embargo,
por qué los felinos dominantes de la sabana africana, como el león (el rey
de la selva) no aprenden a vocalizar. Quizás sí vocalizan y nadie se ha atre­
vido a acercarse lo suficiente para comprobarlo. O tal vez aprendieron a
estar callados, y a no ser percibidos, cuando los humanos inventaron los
métodos para matarlos (a ellos y a todos los demás animales).
También se ha sugerido que las vocalizaciones programadas de forma
innata no son imitables, y que por consiguiente son muy fiables.18 Si un
animal avisa a otros '¡Que viene el lobo!', es importante que realmente
haya un lobo cerca o de lo contrario sus congéneres no le creerán la próxi­
ma vez y es posible que sea presa entonces de ese voraz depredador. El
habla humana, en cambio, tiene fama de ser muy poco fiable, como recuer­
da el poeta Robert Graves en su poema Beware Madam!

Tenga cuidado, señora, del ingenioso diablo,

59
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

del archi-intrigante que, disfrazado


de poeta, rezuma maldad por su alegre lengua.

De todos modos, la idea de que la comunicación animal no es imitable, ha


sido cuestionada, 19 y podemos al menos hacer una excepción con las aves,
algunas de las cuales cantan para engañar a otras aves, o incluso a los hu­
manos, imitando su canto. Se dice que el ave lira de Australia es capaz de
imitar el sonido de una lata de cerveza al abrirse, aunque si tenemos en
cuenta que el vino está desplazando a la cerveza como bebida nacional de
aquel país, es posible que pronto las aves lira aprendan a imitar el sonido
que hace una botella al ser descorchada. 20
Si los animales no conversan entre ellos, es posible preguntarse a qué
viene tanto alboroto. Normalmente, tiene que ver con situaciones esencial­
mente instintivas o emotivas relativas al apareamiento, la agresión, la
reivindicación territorial o el. aviso sobre la presencia de depredadores.
Uno de los ejemplos más estudiados es el de los monos vervet, que tienen
gritos específicos para advertir de la presencia de una serpiente, un águila,
un leopardo, un felino pequeño y un babuino, y cuando los monos oyen
estos gritos actúan apropiadamente -corriendo a esconderse en la maleza,
por ejemplo, en respuesta al grito que indica la presencia de un leopardo.21
Ni siquiera las aves que aprenden nuevas pautas de sonido parecen estar
conversando o transmitiendo información nueva. Erich Jarvis sugiere que
el aprendizaje vocal evolucionó en primera instancia no para transmitir
significados, sino para defender el territorio22 y atraer a un compañero
para aparearse. En los humanos, como en las aves canoras, el canto es una
actividad que atrae parejas potenciales y permite a los individuos afir­
marse como iconos sexuales. Una de mis colegas viajó en cierta ocasión
una distancia considerable para hacer cola para ser besada por Elvis.23 Esto
sugiere la interesante posibilidad de que el habla haya evolucionado a par­
tir del canto, una idea explorada por Steven Mithen en su libro del año
2005 The Singing Neanderthals.24
El aprendizaje vocal se emplea a menudo con una finalidad imitativa,
como en el caso del pájaro lira. La imitación presumiblemente capacita al
imitador a invadir el territorio de otra especie y aprovecharse de sus re­
cursos. Está comprobado que algunos animales son incluso capaces de imi-

60
¿Tienen lenguaje los animales?

tar el habla humana. En su libro de 1997 The Symbolic Species [La especie
simbólica], Terrence Deacon deja constancia del asombro que le produjo
oír, mientras paseaba por el Acuario de Boston, una voz que decía: "¡Eh!
¡Lárgate de aquí!"25 La voz era de Hoover, la legendaria foca parlante que,
lamentablemente, murió en 1986. Recientemente se ha registrado que un
elefante del South Korean Zoo llamado Kosik profirió diversas palabras y
frases en coreano. El registro vocal de los elefantes es normalmente de­
masiado bajo para que puedan oírlo los humanos, pero Kosik encontró la
forma de meterse la trompa en la boca y soplar, creando de este modo fre­
cuencias lo suficientemente altas como para producir unos sonidos recono­
cibles como habla.26 Pero la simple imitación no es lo mismo que el habla
producida mediante el uso de reglas gramaticales. Se acerca más al blanco
Alex, un loro gris africano que también ha muerto hace poco. La voz del
loro Alex ha sido descrita como la grabación de un viejo gramófono.27 No
se limitaba a remedar voces, sino que era capaz de contestar preguntas
sencillas sobre los colores o las formas de los objetos, o acerca del número
de objetos, hasta seis. Se decía que tenía la capacidad de habla de un niño
de dos años.28 Esto sí es progreso, pero del mismo modo que un niño de
dos años todavía no ha desarrollado una forma de hablar auténticamente
gramatical, tampoco Alex lo consiguió.
Por lo que respecta a las aves, tengo que mencionar a otro loro gris
africano llamado N'kisi, que apareció en un reportaje de la BBC el 26 de
enero del 2004. N'kisi pertenece a Aimee Morgana (o Aimee pertenece a
N'Kisi}, y dicen que tiene un vocabulario de 950 palabras y que es capaz
de generar expresiones nuevas. Al parecer tiene un sentido del humor ma­
licioso. En cierta ocasión, fue presentado a la Dra. Jane Goodall, famosa
por haber estudiado a los chimpancés en libertad y por haber vivido entre
ellos y haberse hecho amiga de ellos. Habiendo visto previamente una fo­
tografía de ella con unos chimpancés, N'kisi le preguntó: "Got a chimp?"
[¿Tienes un chimpancé?] . Aparentemente tiene algunas nociones de
gramática, y se dice que en cierta ocasión dijo 'flied' en vez de 'flew' -el
tipo de error que suelen cometer los niños pequeños que ya han empezado
a aprender las reglas de la morfología pero que todavía no conocen las ex­
cepciones. De un modo aún más espectacular, se dice que N'kisi tiene el
don de la telepatía, y Aimee Morgana se ha asociado con el Dr. Rupert

61
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Sheldrake, cuya obra más reciente se titula Perros que saben que sus dueños
están volviendo a casa, para demostrar ese poder. Dicen que N'kisi puede
navegar telepáticamente por la conciencia de Aimee.
No explico esto para sostener que los loros poseen la capacidad del
lenguaje ni para convencer al lector de que existe la telepatía, al menos en
el caso de loros y perros. La verdad es que este tipo de afirmaciones son
muy frecuentes, pero casi siempre se ha podido demostrar que carecen de
un fundamento sólido. Que yo sepa, las habilidades de N'kisi todavía no
han sido sometidas a unas pruebas científicas rigurosas, ni publicadas en
una revista científica de prestigio.29 De todos modos, tener ideas precon­
cebidas sobre este tema -igual que sobre cualquier otro tema- no es reco­
mendable, y puede tener la consecuencia de impedir la posibilidad de que
aprendan a hacer surf nuestros loros y perros.
Hemos de ser especialmente cuidadosos a la hora de sacar conclu­
siones acerca de las capacidades mentales de los animales no humanos,
especialmente a la luz del famoso caso del caballo Clever Hans, que se dio
a conocer en 1904. Según su adiestrador, Clever Hans podía contestar pre­
guntas complejas dando golpes en el suelo con la pezuña de una de sus
patas delanteras, y representando cada letra del alfabeto con un número
diferente de golpes. Al ser preguntado '¿Cuánto son dos quintos más un
medio?' golpeó el suelo con la pezuña nueve veces, hizo una pausa y luego
dio otros diez golpes, aparentemente indicando que la respuesta a la pre­
gunta era 'Nueve décimos'. Incluso un destacado psicólogo de la época,
el profesor Stumpf de la Universidad de Berlín, estaba convencido de que
Clever Hans era un genio, hasta que uno de sus estudiantes, Oskar
Pfungst, demostró que en realidad el caballo reaccionaba a sutiles señales
emitidas por su adiestrador. Aparentemente, este no se daba cuenta de que
era él, y no Clever Hans, el que producía las respuestas.
¿Qué hay, pues, de nuestros parientes más cercanos, los chimpancés
y los bonobos?30 Incluso a un nivel acústico, sin considerar el significado,
los intercambios vocales entre chimpancés difieren notablemente de los
intercambios que se dan en la conversación humana. Cuando las personas
conversan, generalmente eligen palabras, y por lo tanto sonidos, diferentes
de los que acaban de oír -la respuesta a una pregunta, por ejemplo, no es
la misma que la propia pregunta, a menos que uno de los interlocutores

62
¿Tienen lenguaje los animales ?

sea un psicoanalista o un postmodemista. Los sonidos que los chimpan­


cés emiten durante sus intercambios vocales son similares a los que aca­
ban de oír. 31 Sus intercambios en forma de eco probablemente tienen que
ver simplemente con el deseo de mantener el contacto con otro chimpancé
y no con el de explicarle lo que le dijo Bobo a Mimi la otra noche mientras
cenaban.
Los intentos de enseñar a hablar a nuestros primos simiescos han sido
básicamente fallidos. El más conocido de ellos fue el del matrimonio Cathy
y Keith Hayes, que criaron a un pequeño chimpancé llamado Viki en su
hogar, junto con sus propios hijos, confiando en que Viki llegaría a hablar
de un modo tan natural como ellos. Pero no lo hizo. Como mucho, Viki
llegó a producir toscas aproximaciones a tres o cuatro palabras: mama, papa,
cup [taza] y posiblemente up [arriba] .32 Estos penosos esfuerzos eran
susurrados más que vocalizados, lo que sugería que al menos parte del
problema reside en el propio componente vocal. Pero incluso estos esfuer­
zos susurrados distaban mucho de la cháchara articulada, hecha sin es­
fuerzo y a menudo exasperante de un niño de tres años. Los chimpancés,
por tanto, no encuentran claramente las palabras necesarias para expre­
sarse. Los loros son mucho mejores que los primates articulando algo mu­
cho más parecido al habla humana.
Otro ejemplo clásico es el presentado por la pionera psicóloga rusa
Nadesha Ladygina-Kohts, que llevó a cabo un minucioso estudio de un
pequeño chimpancé llamado Joni comparando su desarrollo con el de su
hijo Roodi.33 Joni no aprendió nada parecido al habla, pero le encantaba
proferir sonidos, incluida la risa. También roncaba de un modo indistin­
guible del de un niño. Sus vocalizaciones, aunque distintas, eran en gran
parte atribuibles a su estado emocional. Curiosamente, podía imitar los
ladridos de un perro,34 pero no los sonidos del habla humana. Ladygina­
Kohts llegó a estar tan ligada emocionalmente a Joni como a su propio hijo,
y sus estudios del comportamiento de Joni fueron meticulosos y perspi­
caces, y sin embargo concluye su libro con un canto a la superioridad hu­
mana basada sobre todo en la exclusividad de nuestras habilidades
lingüísticas. Tras constatar las 'igualdades' entre niños y chimpancés, es­
cribe:

63
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Pero en cuanto tomamos en consideración la expresión verbal del


chimpancé hemos de cambiar inmediatamente estos signos de
'igual' que estábamos a punto de poner entre las capacidades inte­
lectuales de un niño de 4 años y su homólogo chimpancé, por el sig­
no ('>'), que no parece lo suficientemente expresivo, porque lo que
en realidad queremos decir no es solo 'mayor que', sino 'mejor', 'cua­
litativamente superior', e incomparablemente, indescriptiblemente
más perfecto.35

¿Nos entienden los animales?

Aunque los animales no humanos tienen muy poca o ninguna habilidad


para producir algo parecido al habla humana, pueden tener unas habili­
dades sorprendentes para entenderla. Uno de los ejemplos más notables
no es el de un simio, sino el de un perro pastor.36 Su nombre es Rico, y es
capaz de responder adecuadamente a peticiones habladas para que traiga
diferentes objetos de otra habitación y ponerlos luego en un lugar deter­
minado o darlos a una persona concreta. En las pruebas experimentales a
que fue sometido, le dieron 10 objetos aleatoriamente seleccionados entre
200 objetos que conocía, y eligió correctamente en 37 de cada 40 pruebas.
Rico recoge el objeto designado de una habitación en la que no hay
ninguna persona que pueda darle pistas acerca de la elección correcta, lo
que descarta cualquier posible efecto 'Clever Hans'. Si le piden que traiga
un objeto cuyo nombre no le resulta familiar, elige entre los objetos a se­
leccionar uno que sea nuevo. Cuatro semanas más tarde, demuestra que
todavía conoce el nombre de este objeto, indicando lo que ha sido califi­
cado de 'aprendizaje por exclusión'. Esta capacidad de aplicar una etiqueta
en un solo intento se conoce como 'mapeo rápido' y hasta ahora se creía
que era algo exclusivo de los humanos.37 Las proezas de Rico no son nin­
guna sorpresa para las personas convencidas de que sus perros o gatos
pueden entenderlos.
La actuación de Rico es en cierto modo comparable a la de Kanzi, un
bonobo criado por Sue Savahe-Rumbaugh. Kanzi no sabe hablar, pero
como veremos ha adquirido una impresionante facilidad para comuni-

64
¿Tienen lenguaje los animales?

carse utilizando gestos manuales. Lo interesante aquí es que esta habilidad


para entender el lenguaje hablado supera de lejos su capacidad para pro­
ducirlo. Kanzi puede responder correctamente preguntas bastante largas.
Cuando le preguntaron, por ejemplo: "¿Quieres poner unas uvas en la
piscina?", salió inmediatamente del agua, cogió unas uvas y las tiró a la
piscina. Yendo a visitar a su amigo Austin le dijeron: "Conseguirás unos
cereales si le das a Austin tu máscara de monstruo para que juegue." Res­
pondió buscando su máscara y dándosela a Austin, y luego señalando los
cereales que tenía Austin. Su habilidad para responder este tipo de pre­
guntas no es perfecta, sin embargo. En un estudio controlado le dieron una
lista de 660 órdenes habladas no habituales, algunas de ellas de ocho pala­
bras de longitud, y respondió correctamente en el 72 por ciento de los ca­
sos. Kanzi tenía entonces nueve años y obtuvo unos resultados algo
mejores que una niña de dos años y medio llamada Alia, que respondió
correctamente en un 66 por ciento de los casos.38
Estos ejemplos sugieren que la comprensión del habla supera de lejos
a su producción, una observación común en el caso de los niños que están
aprendiendo a hablar.39 También sugieren la existencia de una sorpren­
dente habilidad para descomponer las frases en las palabras que las for­
man, una capacidad hasta entonces considerada exclusivamente humana.
Aunque esto es algo que parece muy natural, no hay prácticamente nada
en una señal acústica que nos diga dónde termina una palabra y empieza
otra,40 y es solo la experiencia con el lenguaje lo que nos permite realmente
descomponer una frase de este modo.41 ¿Entiendenloquequierodecir? Nos
damos cuenta de esto solo cuando escuchamos hablar un idioma que nos
resulta completamente extraño, en el que todas las palabras parecen ir pe­
gadas formando un galimatías sin sentido. Cuando enseñamos a hablar a
los niños les ayudamos a separar las palabras enfatizando exageradamente
las pausas entre una y otra. Lo sorprendente, pues, no es solo que Rico y
Kanzi sean capaces de contestar correctamente lo que les preguntan, sino
que sean capaces de distinguir unas palabras de otras. Hay que suponer
que no son únicos en su especie -presumiblemente, otros simios y ma­
míferos son capaces de la misma proeza, siempre que se den las condicio­
nes adecuadas para el aprendizaje. Por si acaso, no deje de hablar con su
gato.

65
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Es poco probable, de todos modos, que la comprensión de que hacen


gala Rico y Kanzi --esperemos que algún día lleguen a conocerse- satisfaga
la definición de lo que se entiende comúnmente por 'comprensión lingüís­
tica'. La identificación de palabras clave puede ser suficiente para dar la
respuesta correcta la mayor parte de las veces. Lo único que Rico necesita
saber es el nombre del objeto y el del receptor (o recipiente) y lo demás cae
por su propio peso. Aunque la frase "Conseguirás unos cereales si le das
a Austin tu máscara de monstruo para que juegue" implica recursión (con­
cretamente al final de la frase), Kanzi probablemente no necesitó analizarla
para entenderla. Lo único que necesitaba entender eran las palabras ce­
reales, Austin y máscara para hacerse una idea de lo que le estaban pi­
diendo.42
Las proezas de Rico y Kanzi, sin embargo, dependen claramente del
sofisticado análisis de unas señales acústicas a un nivel muy superior al
de los sonidos que son realmente capaces de producir. Aunque sus vocali­
zaciones parecen ser en gran parte fijas y estar sometidas a control emocio­
nal, los animales oyen sonidos muy diferentes en la naturaleza y necesitan
discriminar entre ellos para poder actuar del modo apropiado en cada
caso. Entre estas vocalizaciónes se cuentan los sonidos que emiten otros
animales, incluidos los depredadores humanos. En la jungla hay que afinar
el oído.

¿Y qué hay de los signos?

La mayor parte de animales no humanos son muy vocales, pero parecen


incapaces de nada parecido al habla humana. El hecho de que al menos
algunos animales sean capaces de entender el habla humana sugiere que
cualquier déficit lingüístico que tengan tiene que estar relacionado con la
producción de vocalizaciones intencionales aprendidas, y no necesaria­
mente con el propio lenguaje. Pero el lenguaje no tiene por qué ser vocal.
Hoy se admite claramente que los lenguajes de signos de los sordos son
auténticos lenguajes, con un poder expresivo igual al del habla, y en el si­
guiente capítulo sostengo que el lenguaje humano evolucionó a partir de
gestos manuales, y no de vocalizaciones. En las sociedades alfabetizadas,

66
¿ Tienen lenguaje los animales?

la lectura y la escritura comprenden también una forma de lenguaje que


puede implementarse sin sonidos. 43
La intuición de que podía ser posible enseñar lenguaje visual a los
simios procede de una observación hecha por el escritor y cronista Samuel
Pepys. En 1661 vio una extraña criatura, probablemente un chimpancé o
gorila,44 que había sido traído desde Guinea, y escribió que era "tan pare­
cido a un hombre en muchos aspectos [ . . . ] que me resulta imposible pen­
sar que sea un monstruo nacido de un humano y una hembra de babuino.
Creo que entiende fácilmente muchas palabreas inglesas, y estoy conven­
cido de que sería posible enseñarle a hablar y a expresarse mediante sig­
nos." Se equivocaba en lo de hablar; como hemos visto, no hay ninguna
prueba de que un primate no humano pueda producir algo parecido al
habla humana.
Pero Pepys pudo haber dado en el blanco con su sugerencia de que
tal vez fuera posible e�eñar a un simio a expresarse por signos. Los pri­
mates, incluidos los simios, tienen manos y un sistema de control manual
bien adaptado para agarrar y manipular cosas, y mucho mejor adaptado
para el aprendizaje y el control intencional de lo que lo est� su sistema vo­
cal. Esto llevó a Allen y a Beatrix Gardner a desarrollar un sistema de sig­
nos, libremente basado en el Lenguaje Americano de Signos, en un intento
de comunicarse con un joven chimpancé llamado Washoe. Tuvieron mu­
cho más éxito que los anteriores intentos de enseñar a hablar a un chim­
pancé. Washoe aprendió más de 100 gestos, por comparación con las solo
tres o cuatro palabras que Viki había intentado articular. La primera 'pala­
bra'-signo que produjo Washoe fue more [más], y expresaba este concepto
juntando sus dos manos frente al pecho. Utilizaba este signo en combi­
nación con otros para pedir que le dieran más plátanos o que le hicieran
cosquillas.45 Más adelante, Francine Patterson enseñó a un gorila llamado
Koko al menos 375 signos, y sostenía que Koko era capaz de utilizarlos de
una forma inventiva, similar a como los utilizaría un humano, para mentir,
jurar y manifestar su desdén por algo. Patterson incluso afirmaba haber
medido el cociente intelectual de Koko, y lo situó entre 84 y 95.46
Los resultados más impresionantes hasta ahora, sin embargo, son los
obtenidos por Sue Savage-Rumbaugh con el bonobo Kanzi utilizando un
enfoque basado más en la lectura que en el lenguaje de signos. Kanzi se

67
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

comunica tocando las teclas de un teclado con 256 símbolos que denotan
objetos y acciones, y los complementa con varios gestos manuales de su
propia invención. Los símbolos, llamados lexigramas, han sido deliberada­
mente seleccionados para que no tengan ningún parecido físico con los
objetos o acciones que representan. Kanzi también puede producir nuevas
secuencias señalando combinaciones de lexigramas del teclado, aunque
sean unas combinaciones un tanto pobres comparadas con la riqueza del
lenguaje humano. Sus 'frases' son combinaciones de dos o tres palabras,
como hide peanut [esconder cacahuete], chase you [perseguir tú], hot water
there [agua caliente allí] o child-side food surprise [lugar-niño comida sor­
presa].47

Figwa S. Panbanisha, Ja hermana adoptiva de Kanzi, comunicándose


con Jexigramas. Fotografía de Malcolm Linton.

Ha habido un debate considerable, sin embargo, acerca de si Kanzi ha


aprendido realmente un lenguaje, y el consenso general es que no, que
estas simples combinaciones no constituyen una auténtica gramática
recursiva. Steven Pinker comenta que los grandes simios, pese a sus proe­
zas lingüísticas, "simplemente no se enteran."48 Por supuesto, puede que
esto refleje un desesperado deseo de aferrarse a la noción de una supuesta
superioridad humana, pero de todos modos es evidente que a Kanzi le
queda mucho camino por recorrer. En un congreso reciente sobre la evolu-

68
¿ Tienen lenguaje los animales?

ción del lenguaje celebrado en París, se sugirió que el propio Kanzi podría
acudir al siguiente congreso, dos años más tarde, y dar una conferencia.
Una meticulosa inspección de los ponentes de aquella conferencia me per­
suadió de que Kanzi no era ninguno de ellos.49
Aunque Kanzi es probablemente la estrella entre todos los animales
no humanos por sus proezas lingüísticas, otros no le van mucho a la zaga.
Entre estos se cuentan otros grandes simios (gorilas y orangutanes),so del­
fines,s1 leones marinos, y Alex, el loro gris africano. s2 El lingüista Derek
Bickerton acuñó el término 'protolenguaje' para referirse a la habilidad de
formar o entender combinaciones simples de símbolos pero sin gramá­
tica.s3 Se ha dicho que este es el nivel lingüístico alcanzado no solo por las
especies más arriba mencionadas, sino también por los niños de dos años,
los parlantes de las lenguas pidgin, las personas con una determinada le­
sión cerebral que les impide hablar con fluidez, y los adolescentes borra­
chos.54 En el niño, la gramática se desarrolla aproximadamente entre los
dos y los cuatro años de edad. Esta fase es una parte de la infancia que
probablemente sea exclusiva de los humanos y que es fundamental para
el desarrollo de otros aspectos del pensamiento propios de los humanos
-un punto que elaboramos en el capítulo 11. Bickerton ha propuesto que
el protolenguaje es la plataforma sobre la que se construyó un lenguaje
plenamente gramatical en el curso de la evolución, un punto de vista reite­
rado por Ray Jackendoff en un libro reciente que marca un hito.ss
Otro punto de vista sobre el protolenguaje, al menos tal como se ma­
nifiesta en los animales no humanos, es que se trata simplemente de una
forma de resolver problemas. Efectivamente, las proezas lingüísticas de
Kanzi y otros simios parecen comparables en muchos sentidos a las acti­
vidades de los chimpancés para la resolución de problemas descritas en
los famosos experimentos llevados a cabo por el psicólogo alemán Wolf­
gang Kohler. Kohler descubrió que, cuando les presentaba un problema a
los chimpancés para que lo resolvieran, a menudo la solución parecía ocu­
rrí.�seles de pronto, como por una súbita intuición, y muchas veces consis­
tía en la combinación de dos objetos, o de dos ideas, de una manera
novedosa. Por ejemplo, Sultán, el más 'inteligente' de los chimpancés, tuvo
en cierta ocasión la idea de recoger comida que estaba fuera de su alcance
uniendo dos cañas de bambú para hacer un rastrillo lo suficientemente

69
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

largo como para llegar a la comida. 56 Estos actos no parecen muy diferentes
en principio de la combinación de gestos comunicativos, y muchas de las
'peticiones' generadas por los denominados simios lingüísticos también
se producen con la finalidad de obtener comida.57
Más recientemente, Michael Tomasello ha demostrado la existencia
de unas habilidades semejantes para la resolución de problemas en los
chimpancés, y hace la interesante observación de que estos no parecen
aprender imitando a otros chimpancés. Cuando había dos formas de al­
canzar el alimento, los chimpancés preferían encontrar su propio modo de
hacerlo y no se veían influidos por el hecho de haber visto a otro chim­
pancé hacerlo de otro modo. En el caso de los niños, en cambio, es mucho
más probable que copien lo que han visto.58 Esta falta aparente de habili­
dad imitativa en el chimpancé explica en parte por qué no han alcanzado
las habilidades oratorias de un Churchill o por qué no son capaces de pi­
lotar un jumbo. Daniel Povinelli también ha explorado las habilidades de
los chimpancés para resolver problemas mecánicos, y parece más impre­
sionado por su obtusa falta de comprensión del mundo físico que por sus
éxitos ocasionales.59 En el oscilante mundo de la primatología, sin em­
bargo, parecen surgir ahora pruebas de que los chimpancés pueden no
solo aprender diferentes formas de resolver problemas mecánicos, sino
que también pueden transmitirlas a otros miembros del grupo, lo que su­
giere que existe una base rudimentaria para el establecimiento de una cul­
tura. 60 Puede que sea la incómoda semejanza de los chimpancés con
nuestra propia especie lo que hace que sus habilidades mentales sean una
cuestión tan polémica.
Un aspecto curioso del protolenguaje puesto de manifiesto por Kanzi
y por los otros 'simios lingüísticos' es que hay pocas pruebas de que exista
una forma de comunicación comparable entre los chimpancés que viven
en libertad o en un ambiente naturalista. Lo que sí hacen es comunicarse
gestualmente. Joanne Tanner y Richard Byrne han registrado hasta 30 ges­
tos diferentes hechos por los gorilas del zoo de San Francisco, en el que
estos animales, primos hermanos de los fuertes y silenciosos gorilas de
montaña que hemos conocido en el capítulo anterior, están encerrados en
un gran marco de tipo naturalista. Estos gestos, sin embargo, están más
cerca de la pantomima que del lenguaje, y son fácilmente comprendidos

70
¿Tienen lenguaje los animales ?

tanto por los otros gorilas como por los observadores humanos.61 Igual­
mente, Michael Tomasello y sus colegas identificaron 30 gestos hechos por
unos chimpancés que podían moverse con relativa libertad por una amplia
zona del zoo de Leipzig.62 Estos gestos no agotan en absoluto el repertorio
de estos animales, pero fueron escogidos porque fueron fácilmente obser­
vados y tabulados por los experimentadores. Estos gestos simiescos, aun­
que unitarios, tienen sin embargo un aspecto en cierto modo lingüístico
en cuanto que están normalmente dirigidos a otro individuo, mientras que
las llamadas animales tienden a dirigirse a la comunidad en general.
Los gestos manuales de chimpancés y bonobos también difieren de
sus movimientos faciales y vocalizaciones en el sentido de que están
menos relacionados con contextos típicos como el juego, el acicalamiento
o el sexo. También manifiestan una mayor variabilidad entre las dos espe­
cies y entre subgrupos dentro de cada especie.63 Esto implica que los gestos
manuales se utilizan de un modo más libre y flexible que las vocalizacio­
nes, lo que de nuevo sugiere que se despliegan intencionalmente, mientras
que las vocalizaciones están en gran parte bajo control emocional -con el
piloto automático, si se quiere.
Michael Tomasello y sus colegas también han estudiado los gestos cor­
porales comunicativos hechos por los grandes simios que viven en liber­
tad, y han mostrado que estos gestos están sujetos a aprendizaje social y
que son sensibles al estado atencional del receptor.64 Ambas cosas son pre­
rrequisitos necesarios para el lenguaje, aunque no son suficientes, como
veremos en el capítulo 9. En estos estudios los gestos se definen como mo­
vimientos comunicativos de la cabeza, las extremidades o el cuerpo, exclu­
yendo las vocalizaciones. Algunos gestos, sin embargo, parecen diseñados
para producir sonido, como batir palmas o golpearse el pecho. El gorila
parece tener un repertorio mayor que el chimpancé o el bonobo, probable­
mente porque es el más terrestre de los tres y por tanto el que menos ocu­
pados tiene los brazos trepando y aferrándose a las ramas.
Pero aunque los gestos de los simios sean claramente comunicativos
e intencionales, y sujetos a aprendizaje, no tienen la generatividad combi­
natoria del lenguaje humano. No generan frases. Lo que les falta a estos
gestos para convertirse en un lenguaje se explora más a fondo en el capí­
tulo 9.

71
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

La recursión en las especies no humanas

Hace más de 40 años, el famoso lingüista Noam Chomsky observó que el


lenguaje humano "se basaba en un principio totalmente diferente" a todas
las demás formas de comunicación animal. 65 Esta conclusión parece ahora
mucho menos cierta que entonces, y el propio Chomsky parece haber sua­
vizado su punto de vista. En un influyente artículo escrito en colaboración
con Mark Hauser y Tecumseh Fitch, se proponen dos definiciones de la
facultad del lenguaje. Lafacultad del lenguaje en sentido amplio (FLB) incluye
muchos aspectos compartidos por los humanos con otras especies, como
los sistemas de entrada y salida y lo que ellos llaman el "sistema concep­
tual intencional" que implica la intención explícita de comunicarse con
otros.66 Contenida en este sistema está la facultad del lenguaje en sentido es­
trecho (FLN), que es en efecto el lenguaje-! discutido en el capítulo ante­
rior.67 Como hemos visto allí, Chomsky sostenía que el lenguaje-1 surgió
en un solo paso durante una etapa tardía de la evolución humana, negán­
dolo de este modo claramente a los simios no humanos.
Hauser, Chomsky y Fitch subrayan que "todos los enfoques [del len­
guaje] están de acuerdo en que una propiedad central de la FLN es la re­
cursión. "68 En el más reciente Programa Minimalista de Chomsky, es la
operación Fusión, que se aplica recursivamente, como vimos en el capítulo
anterior. Desde que Hauser, Chomsky y Fitch identificaron la recursión
como un componente fundamental, ha habido al menos una afirmación
según la cual el análisis sintáctico recursivo pueden llevarlo a cabo no ya los
simios, sino los estorninos. 69 Vale la pena examinar estas afirmaciones, dado
que plantean un auténtico reto a nuestra supuesta singularidad.
La afirmación se basaba en el análisis sintáctico de secuencias de in­
crustación centrada en las que pares de elementos son progresivamente
incrustados en otros pares. Entre los elementos había trinos (R) y gorjeos
(W), los sonidos naturales que emiten los estorninos, y cada par estaba for­
mado por un determinado trino y un determinado gorjeo. Había ocho
ejemplos de cada, de modo que los pares se elegían aleatoriamente. Un
ejemplo de una serie de incrustación centrada con tres niveles de incrus­
tación sería: R1R1 R5R3W6W7W2 W51 de modo que R3W6 estaría incrusta­
do en RsW7 y luego esta secuencia estaría incrustada en Ri W2 y así
1

72
¿Tienen lenguaje los animales?

sucesivamente. Las secuencias de incrustación centrada eran comparadas


con secuencias hechas de pares repetidos, como en RsW1 R3W2R3W5R3W4.
Estas estructuras se muestran también en la figura 6. Tras un exhaustivo
entrenamiento, los estorninos eran capaces de distinguir tanto las secuen­
cias de incrustación centrada como los pares repetidos de las secuencias
que no cumplían estas condiciones.70 Dado que los ejemplos reales de tri­
nos y gorjeos se variaban aleatoriamente en cada prueba, podía deducirse
que los estorninos no memorizaban secuencias concretas, sino que capta­
ban de algún modo las diferentes estructuras.

A B e

R W R W R W R W R R R R W W W W R R R R W W W W

Figura 6. Secuencias de trinos (R) y gorjeos (W) presentadas a los estorninos.


A = pares repetidos; B = pares incrustados, C = análisis alternativo que puede haber per­
mitido a los estorninos distinguir B sin recurrir a la incrustación recursiva.

¿Significa esto que los estorninos entendían que la secuencia incrus­


tada estaba hecha de una incrustación recursiva de pares dentro de otros
pares? Por supuesto que no. Los estorninos podrían simplemente haber
sido capaces de discernir que las llamadas secuencias incrustadas estaban
formadas por una secuencia de trinos seguida por un número igual de gor­
jeos. Esto requiere la habilidad de estimar el número de trinos y de gorjeos
de cada secuencia, contando al menos hasta cuatro, y la de juzgar si los
dos números son el mismo. Esta estructura también se muestra en la fi­
gura 6. Para adoptar esta estrategia alternativa, necesitan tener la habili­
dad de contar, o al menos la de estimar cantidades -las aves no lo hacen
nada maF1- y la de juzgar si dos cantidades son iguales. No es posible dar­
les un sobresaliente, sin embargo, porque su actuación, pese a ser mejor
de lo esperable aleatoriamente, no fue perfecta.

73
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Lo más probable, pues, es que los estorninos descubrieran ingeniosa­


mente una solución sencilla al problema que les planteaban, una solución
que no implicase entender la recursión.72 Pero. no estaría de más que, si­
guiendo el ejemplo de Wolfgang Amadeus Mozart, prestásemos un poco
más de atención al canto de los estorninos. Se dice que su Concierto para
piano en sol mayor se basa en el canto de estas aves. Bromas aparte, los an­
teriores ejemplos ilustran que el concepto de recursión es escurridizo y
puede llevamos a pensar que una secuencia construida mediante incrus­
tación recursiva puede descomponerse necesariamente del mismo modo.
Si los estorninos fuesen verdaderamente capaces de analizar tres ni­
veles de incrustación centrada, sería muy embarazoso para los humanos,
que tenemos dificultades para entender la recursión a este nivel de com­
plejidad. Podemos entender, por ejemplo, un nivel simple de incrustación
centrada, como en John, whom Emily laves, adores Jane Uohn, a quien Emily
ama, adora a Jane], y si fuera necesario podríamos añadir otro nivel, como
en John, whom Emily, whom Tom laves, laves, adores Jane Uohn, a quien Emily,
a quien Tom ama, ama, adora a Jane]. Pero traten de añadir otro nivel: John,
whom Emily, whom Tom, whom Caroline laves, laves, laves, adores Jane. Esto no
es un triángulo amoroso; es por lo menos un tetraedro.
De momento, pues, podemos concluir sin temor a equivocamos que
no hay pruebas de un análisis recursivo de secuencias en las especies no
humanas, como sostenían Chomsky y otros. De todos modos, vimos en el
capítulo anterior que es posible que algunos lenguajes humanos no impli­
quen recursión, aunque también esto depende de cómo definamos la re­
cursión. En capítulos posteriores, sin embargo, defenderé la tesis de que
el lenguaje humano no sería posible de no ser por la naturaleza recursiva
del pensamiento humano.
Considero a continuación la cuestión más general de la evolución del
lenguaje humano.

74
4

¿Cómo evolucionó el lengu aje


de la mano a la boca?

Una lengua es una lengua


y un pulmón es un pulmón.
En un cuento ¿puedes gritar o cantar
sin hacer un solo gesto? ¡Qué va!
"Gesticulate", en el musical de 1953 Kismet

E
1 edicto promulgado en 1866 por la Sociedad Lingüística de París
prohibiendo toda discusión sobre la evolución del lenguaje parece
haber tenido un efecto prolongado. La principal dificultad, al pa­
recer, era (y en cierto modo todavía es) la extendida creencia de que el len­
guaje es una facultad exclusivamente humana, de modo que no puede
obtenerse ninguna prueba del estudio de animales no humanos. Esto sig­
nificaba que el lenguaje tuvo que haber surgido por evolución después de
que los homininos se separasen del grupo de los grandes simios. En el
siglo XIX al menos, poco podía deducirse del registro fósil, y las teorías
sobre cómo podía haber evolucionado el lenguaje eran en gran parte es­
peculativas, y por supuesto muy polémicas. La propia idea de la evolución
era polémica, por supuesto, y era vigorosamente atacada por la Iglesia. En
el caso del lenguaje, el conflicto entre ciencia y religión se veía exacerbado
por el punto de vista tradicional según el cual el lenguaje era un regalo
que había hecho Dios a la humanidad.
El punto de vista de Noam Chomsky sobre el lenguaje, resumido en
el capítulo 2, también llevó a un punto de vista más bien milagroso sobre
cómo había evolucionado el lenguaje. La base de todo lenguaje, según

75
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Chomsky, es el lenguaje-!, o sea, el lenguaje del pensamiento. Dado que el


lenguaje-! no tiene referentes externos y tiene que ser anterior a la evolu­
ción de lenguajes-E -los lenguajes que realmente hablamos basados en las
palabras o en los signos- no pudo haber surgido por selección natural.
Tuvo que haber surgido, por tanto, como un hecho singular, en un solo
individuo. En el capítulo 2 nos presentaron a este individuo como Prome­
teo. Chomsky también destaca que "hace aproximadamente unos 100.000
años no había lenguajes"1, lo que sugiere que Prometeo vivió después del
surgimiento de nuestra especie, presumiblemente en África.
El punto de vista según el cual el lenguaje emergió de novo en la espe­
cie Horno sapiens ha sido elaborado por otros, y se conoce a veces como la
'teoría del big-bang'. Dereck Bickerton ha escrito que "la aparición del ver­
dadero lenguaje, mediante la emergencia de la sintaxis, fue un hecho ca­
tastrófico que tuvo lugar en alguna de las primeras generaciones de la
especie Horno sapiens sapiens."2 La idea según la cual el lenguaje ha surgido
recientemente se basa en parte en la de que el llamado comportamiento
humano moderno, inferido del registro arqueológico y del que presumi­
blemente forma parte el lenguaje, ha surgido hace menos de 100.000 años,
y probablemente hace menos de 50.000 años. Richard Klein, por ejemplo,
escribe que "resulta al menos plausible relacionar el cambio básico habido
en el comportamiento humano hace unos 50.000 años con una mutación
fortuita que dio lugar a un cerebro totalmente moderno."3 Timothy Crow
ha propuesto que una mutación genética originó la especiación del Horno
sapiens junto con unos atributos tan exclusivamente humanos como el len­
guaje, la asimetría cerebral, la teoría de la mente y una vulnerabilidad a la
psicosis.4 Fue realmente un buen 'big-bang'.
Desde una perspectiva darwiniana, este punto de vista es muy poco
convincente. Steven Pinker y Paul Bloom fueron probablemente los pri­
meros que cuestionaron la idea de que el lenguaje surgió como un hecho
singular. El lenguaje, según ellos, es una facultad compleja, y "la única ex­
plicación satisfactoria del origen de una estructura biológica compleja es
la teoría de la selección natural, el punto de vista según el cual el éxito
reproductivo diferencial asociado a la variación heredable es la fuerza
organizadora fundamental en la evolución de los organismos."5 Señalan
también que la emergencia de una estructura compleja por selección na-

76
¿Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca?

tural es gradual: "La única forma de que pueda evolucionar un diseño


complejo es mediante una secuencia de mutaciones con efectos peque­
ños."6 A priori, pues, parece harto improbable que el lenguaje sea el pro­
ducto de una única mutación ocurrida en algún solitario Prometeo.
Como vimos en el capítulo anterior, se mantiene aún el consenso ge­
neral relativo a que el ingrediente fundamental que distingue a la mayoría
de lenguajes humanos de otras formas de comunicación animal es la gra­
mática recursiva. Tampoco este ingrediente tiene por qué haber aparecido
súbitamente y plenamente formado en nuestra propia especie, y efectiva­
mente, como vimos en el capítulo 2, puede que existan lenguajes como el
de los piraha que no utilicen la recursión. El concepto de gramaticaliza­
ción, también discutido en el capítulo 2, sugiere escenarios en los que la
gramática se despliega gradualmente y no en un solo paso. En vez de su­
poner que todo sucedió dentro de los últimos 100.000 años, parece mucho
más razonable suponer que el lenguaje gramatical evolucionó lentamente
-y de forma variable- durante los seis o siete millones de años transcurri­
dos desde que los homininos se separaron de la línea de los chimpancés,
aunque más abajo yo sugiero que han sido los dos últimos millones de
años los más fundamentales en este proceso. En términos evolutivos, inclu­
so esto puede considerarse como una especie de big bang, pero da al teó­
rico algo más de margen para desarrollar un escenario evolutivo plausible.
Pero naturalmente, al menos algunos de los otros ingredientes del lenguaje
estaban sin duda presentes en nuestros antepasados primates, y para en­
tender cómo ha evolucionado el lenguaje necesitamos remontamos en el
tiempo hasta estos antepasados, y luego avanzar hasta la evolución de los
homininos y tratar de determinar qué fue lo que dio al lenguaje su poder
de expresión sin límites.
En el capítulo anterior he puesto de manifiesto que los equivalentes
más cercanos al lenguaje en los primates no humanos se encuentran más
en los sistemas gestuales que en las llamadas vocales. La actividad ma­
nual en los primates es intencional y sujeta a aprendizaje, mientras que las
vocalizaciones parecen ser en gran parte involuntarias y fijas.7 En los in­
tentos de enseñar a hablar a los grandes simios, se ha tenido más éxito me­
diante los gestos y el uso de teclados que por medio de la vocalización, y
los gestos corporales de los monos que viven en libertad están menos li-

77
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

mitados por el contexto que sus vocalizaciones. Estas observaciones sugie­


ren que el lenguaje ha podido evolucionar a partir de gestos manuales.

Los orígenes gestuales del lenguaje

La teoría de que el lenguaje evolucionó a partir de gestos manuales tiene


una historia larga y accidentada. Uno de sus primeros defensores fue el fi­
lósofo francés del siglo XVIII Étienne Bonnot de Condillac. Condillac es­
taba interesado en saber cómo había evolucionado el lenguaje, pero como
era sacerdote esto le situaba en terreno peligroso, dado que la doctrina teo­
lógica oficial era que el lenguaje había sido un regalo de Dios. Para poder
expresar su propio punto de vista herético tuvo que presentarlo como una
fábula.8 Imaginó a dos niños abandonados, un niño y una niña, que no ha­
bían adquirido todavía el lenguaje y que vagaban por el desierto después
del Diluvio Universal. Para comunicarse utilizaban gestos manuales. Si el
niño quería algo que estaba fuera de su alcance, "no estaba confinado a
proferir solamente gritos o sonidos; utilizaba otros medios para hacerse
entender, moviendo la cabeza, los brazos y cualquier otra parte de su
cuerpo." Estos movimientos eran comprendidos por su compañera, que
de este modo podía ayudarle. Finalmente desarrollaron "un lenguaje que
en su primera etapa consistía solo probablemente en una serie de contor­
siones y de violentas agitaciones, por lo que estaba proporcionado a la es­
casa capacidad de la joven pareja."9
La historia prosigue explicando cómo llegaron los sonidos articulados
a estar asociados con los gestos, aunque "el órgano del habla era tan infle­
xible que apenas podía articular unos cuantos sonidos simples."1º Pero fi­
nalmente la capacidad de vocalizar aumentó y "llegó a parecer tan práctica
como el hecho de hablar mediante acciones; utilizaban ambos medios in­
distintamente, hasta que con el tiempo los sonidos articulados llegaron a
ser tan fáciles que se volvieron absolutamente prevalentes."11
Superficialmente, al menos, esta historia no trata de la evolución del
lenguaje, sino más bien de cómo dos niños perdidos desarrollan una for­
ma de comunicarse. Pero es probable que Condillac tratase realmente de
explicar la historia de cómo podía haber evolucionado la facultad humana

78
¿ Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca ?

del lenguaje, y el caso es que se mostró notablemente clarividente.


Desde entonces, la idea de que el lenguaje evolucionó a partir de ges­
tos manuales ha sido propuesta muchas veces, aunque no siempre ha sido
bien recibida. El contemporáneo de Condillac, Jean-Jacques Rousseau, que
obviamente no se dejó impresionar por las prohibiciones religiosas, re­
frendó más abiertamente la teoría gestual en un ensayo publicado en 1782.
Charles Darwin apuntó al menos (como si dijéramos) esta misma idea:
"No me cabe duda de que el lenguaje tiene su origen en la imitación y mo­
dificación de varios sonidos naturales y a las vocalizaciones características
del hombre, ayudado de gestos y signos."12 En 1900, Wilhelm Wundt, el
fundador del primer laboratorio de psicología experimental en Leipzig en
1879, escribió una obra en dos volúmenes sobre el habla, y sostuvo que un
lenguaje de signos universal estaba en la base de todos los lenguajes.13 Es­
cribía, sin embargo, bajo la falsa idea de que las comunidades de sordos
utilizan el mismo sistema de signos y que los lenguajes de signos solo sir­
ven para la comunicación básica y no pueden comunicar ideas abstractas.
Ahora sabemos que los lenguajes de signos varían mucho de comunidad
en comunidad y que todos ellos pueden tener la misma sofisticación co­
municativa que el habla.
El neurólogo británico MacDonald Critchley lamentó que su libro The
Language of Gesture [El lenguaje del gesto] coincidiese con el estallido de
la Segunda Guerra Mundial y fuese por tanto mayoritariamente ignorado,
de modo que escribió un segundo libro titulado Silent language [El lenguaje
silencioso] que se publicó en 1975. "El gesto", escribió, "está lleno de elo­
cuencia a los ojos del observador atento y sagaz que, poseyendo la clave
de su interpretación, sabe lo que ha de observar y cómo hacerlo. "14 Critch­
ley se mostró ambivalente respecto a si creía que el lenguaje se había ori­
ginado en el gesto; en un momento dado se negó a aceptar que el lenguaje
pudiese haber sido en un tiempo gestual y silencioso, y más tarde sostuvo
que el gesto tenía que haber sido anterior al habla en la evolución humana.
Probablemente la primera defensa integral de la teoría gestual de los
orígenes del lenguaje en los tiempos modernos la hizo el antropólogo Gor­
don W. Hewes en un artículo publicado en 1973. Hewes estaba en parte
motivado por el descubrimiento de que no era posible enseñar a hablar a
los grandes simios pero que estos se desenvolvían bastante bien utilizando

79
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

signos para comunicarse. La teoría gestual se vio reforzada por la obra de


Ursula Bellugi y Edward S. Klima, que puso de manifiesto que el Lenguaje
Americano de Signos (ASL) era un lenguaje completo, y que se veía afec­
tado por determinadas lesiones cerebrales del mismo modo que lo estaba
el lenguaje hablado. Luego la teoría gestual pareció quedar en hibernación
durante un tiempo. Yo la recogí en mi libro de 1991 The Lopsided Ape [El
mono asimétrico], que poco después fue seguido por el libro de 1994 Ges­
ture and the Nature of Language [El gesto y la naturaleza del lenguaje], de
William C. Stokoe, David F. Armstrong y Sherman E. Wilcox, que la enfo­
caron desde la perspectiva del lenguaje de signos. Después apareció el
libro de Armstrong Original Signs [Señales originales] en 1999. Yo elaboré
mis propios puntos de vista en mi libro del año 2002 From Hand to Mouth
[De la mano a la boca] y un año antes William C. Stokoe había publicado
Language in Hand [Lenguaje a mano], con el explícito subtítulo Por qué los
signos fueron anteriores al habla.16
La teoría gestual recibió un fuerte impulso con el notable descubri­
miento en el cerebro de los primates de las llamadas neuronas espejo.

Las neuronas espej o

El año 2000, el neurocientífico Vilayanur Ramachandran declaró que las


neuronas espejo serían para la psicología lo que había sido el ADN para
la biología 17 -una observación que corre el peligro de ser citada tantas
veces como se invoque a las propias neuronas espejo. Las neuronas espejo
las descubrieron en el cerebro de los monos el científico italiano Giacomo
Rizzolatti y sus colegas en la Universidad de Parma. La actividad de dichas
neuronas se registró con unos electrones insertados en una parte del córtex
frontal llamada área FS. Son un subgrupo de una clase de neuronas que se
activan cuando el mono hace un movimiento intencional con la mano,
como estirar el brazo para coger algo, por ejemplo un cacahuete. Ante la
sorpresa inicial de Rizzolatti, algunas de estas neuronas también se dispa­
raban cuando el mono observaba a otro individuos (el propio investigador,
por ejemplo) haciendo el mismo movimiento. Llamó a estas neuronas
'neuronas espejo' porque la percepción se ve reflejada en la acción. Tam-

80
¿ Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca ?

Córtex motor Córtex motor

Área de Broca

Cerebro humano Cerebro de macaco

Figura 7. Localización del área de Broca y del córtex motor en el cerebro humano (iz­
quierda), y de las neuronas espejo y el córtex motor en el cerebro de un macaco (derecha).
Copyright © 2010 W. Tecumseh Fitch. Reimpreso con permiso de Cambridge University
Press.

bién han sido llamadas neuronas "monkey see, monkey do" [el mono hace
lo que ve hacer].
La idea de que las neuronas espejo pueden haber sentado las bases
para la eventual evolución del lenguaje la propusieron por vez primera
Michael Arbib y Giacomo Rizzolatti.18 El núcleo de la idea dice así:
Primero, el área FS es homóloga a una región del cerebro humano co­
nocida como el área de Broca, que desempeña un papel fundamental en
el habla y el lenguaje. Más concretamente, el área de Broca puede dividirse
en dos áreas, conocidas como áreas de Brodman 44 y 45, y el área 44 es
considerada como el verdadero análogo del área FS. En los humanos, sa­
bemos ahora con certeza que el área 44 está implicada no solo en el habla,
sino también en funciones motoras no relacionadas con el habla, como los
movimientos complejos de la mano y la integración y el aprendizaje sen­
soriomotor.19 Parece, pues, que en el curso de la evolución humana la vo­
calización tiene que haber sido incorporada al sistema, lo que explica que
el lenguaje pueda ser vocal, como en el habla, o manual, como en el len­
guaje de signos.20
Segundo, actualmente creemos que las neuronas espejo forman parte
de una red más amplia llamada el sistema espejo. En el mono dicho sistema

81
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

incluye, además del área FS, áreas posteriores, como el sulco temporal su­
perior y el lóbulo parietal inferior. 21 Este sistema se solapa en gran parte
con las regiones correspondientes del cerebro humano que tienen que ver
con las funciones más generales del lenguaje. Además del área de Broca,
estas regiones incluyen otra área muy conocida, la de Wernicke, en la parte
posterior del sulco temporal superior, aunque las áreas del lenguaje están
probablemente distribuidas de un modo más amplio y no se limitan a estas
dos áreas clásicas.22 Este solapamiento ha llevado a la noción de que el len­
guaje surgió a partir del propio sistema espejo, una idea que ha desarro­
llado bastante detalladamente Michael Arbib.23
Tercero, Rizzolatti y sus colegas propusieron que el sistema espejo del
mono es en esencia un sistema para entender acciones, es decir, el mono
entiende las acciones de otros en términos de cómo realizaría él mismo
tales acciones. Esta es la idea básica subyacente en lo que se ha denomi­
nado teoría motora de la percepción del habla, según la cual percibimos el habla
no en función de los patrones acústicos que crea, sino en términos de cómo
la articularíamos nosotros mismos. Esta teoría surgió del trabajo de Alvin
Liberman y otros en los Laboratorios Haskins, en Estados Unidos, que bus­
caban los principios acústicos subyacentes a las unidades básicas de sonido
que constituyen el habla en nuestra especie.24 Por ejemplo, el sonido b que
aparece en palabras como battle, bottle, bug, rabbit, Beelzebub o flibbertigibbet
probablemente le suena igual a usted, pero las corrientes acústicas reales
creadas por estas b suenan de forma muy distinta, hasta el punto de que
no tienen prácticamente nada en común.25 Lo mismo puede decirse de
otros sonidos del habla, especialmente de los sonidos oclusivos d, g, p, t y
k; las señales acústicas varían mucho en función del contexto en el que
están incrustadas. Liberman y sus colegas llegaron a la conclusión de que
oímos cada sonido como el mismo en cada caso porque lo 'oímos' en tér­
minos de cómo lo producimos.
Cuarto, vimos en el capítulo anterior que la vocalización en los pri­
mates parece ser en gran parte involuntaria y, en su mayor parte al menos,
impermeable al aprendizaje. El sistema espejo, en contraste con el sistema
de vocalización de los primates, tiene que ver con la acción intencional, y
es claramente modificable por la experiencia. Por ejemplo, las neuronas
espejo del cerebro del mono responden a los sonidos de ciertas acciones,

82
¿ Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca ?

como el que se hace al romper un trozo de papel o al cascar una nuez,26 y


estas respuestas solo pueden haber sido aprendidas. Sin embargo, las neu­
ronas no eran activadas por los gritos de los monos, lo que sugiere que la
propia vocalización no forma parte del sistema espejo en los monos. En
nuestros antepasados, por tanto, el sistema espejo ya estaba preparado
para procesar los sonidos causados por la actividad manual, pero no para
el procesamiento de los sonidos vocales.
Naturalmente, los primates no humanos no tienen un lenguaje como
el nuestro, pero el sistema espejo proporciona una plataforma natural para
la evolución del lenguaje. De hecho, el sistema espejo está actualmente
bien documentado en los humanos, e implica características que son más
lingüísticas que en el mono. En el mono, por ejemplo, las neuronas espejo
responden a actos transitivos, como estirar el brazo para agarrar un objeto,
pero no a actos intransitivos, en los que se imita un movimiento sin que
intervenga ningún objeto.27 En los humanos, en cambio, el sistema espejo
responde tanto a actos transitivos como intransitivos, y la incorporación
de actos intransitivos habría preparado el camino a la comprensión de
actos que son simbólicos y que no están relacionados con un objeto. 28 De
un modo más directo, sin embargo, las imágenes obtenidas por resonancia
magnética funcional (fMRI) en humanos ponen de manifiesto que la región
de las neuronas espejo en el córtex premotor se activa no solo cuando ob­
servan movimientos de pies, manos y boca, sino también cuando leen fra­
ses relativas a estos movimientos.29 En algún momento de su recorrido el
sistema espejo empezó a interesarse por el lenguaje.

Un escenario evolutivo

Supongamos, pues, que la comunicación intencional surgió a partir de la


comprensión de la acción en nuestros antepasados primates. En el capítulo
anterior vimos que varios simios habían aprendido gestos paralingüísticos,
lo que sugería que la incorporación de la gestualidad intransitiva se había
dado ya en nuestros antepasados simiescos. Estos gestos carecen de gra­
mática y no son por tanto un verdadero lenguaje, pero es razonable supo­
ner que una actividad similar fue la precursora del lenguaje en nuestros

83
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

antepasados homininos que se separaron de la línea que llevaría a los


chimpancés y a los bonobos hace unos seis o siete millones de años.
A diferencia de nuestros parientes simiescos, los homininos eran bí­
pedos, lo que significa que tendrían libres las manos para un posterior
desarrollo de la comunicación manual expresiva. El cuerpo y las manos
pueden moverse en cuatro dimensiones (tres espaciales y una temporal),
y pueden de este modo remedar la actividad del mundo externo. La mano
también puede adoptar, al menos aproximadamente, la forma de objetos
y animales, y los dedos pueden imitar el movimiento de brazos y piernas.
Los movimientos de la mano también pueden imitar el movimiento de ob­
jetos por el espacio, y las expresiones faciales pueden transmitir parte de
las emociones suscitadas por los hechos descritos. La mímesis persiste en
la danza, el ballet y la mímica, y todos recurrimos a la mímica cuando tra­
tamos de comunicamos con alguien que habla un idioma diferente del
nuestro. En cierta ocasión, en Rusia, conseguí pedir un abrebotellas imi­
tando la acción de abrir una botella de cerveza, ante la diversión de las
personas presentes en el mostrador del hotel.
Aunque predominantemente bípedos, los primeros homininos esta­
ban todavía parcialmente adaptados a la vida arbórea y eran algo torpes
caminando. Esto se conoce como bipedalismo facultativo. Merlin Donald,
en su libro de 1991 Los orígenes de la mente humana sugiere que lo que él de­
nominó 'cultura mimética' no evolucionó hasta la emergencia del Horno
ergaster, hace aproximadamente dos millones de años. En Ergaster y miem­
bros posteriores del género Horno, además, el bipedalismo pasó de faculta­
tivo a obligatorio, adoptando un modo de andar de zancada libre. Además,
y esto fue probablemente fundamental, el tamaño del cerebro empezó a
aumentar espectacularmente con la emergencia del género Horno, lo que
puede considerarse como prueba de la selección de una comunicación más
compleja y probablemente del inicio de la gramática.
Incluso en los humanos modernos, la imitación de la acción activa los
circuitos cerebrales que normalmente se considera que están dedicados al
lenguaje. En un experimento, por ejemplo, se registró la actividad cerebral
de unas personas que miraban unos videoclips de alguien que efectuaba
pantomimas de acciones como enhebrar una aguja, o lo que se denomina
emblemas, como llevarse un dedo a los labios para indicar silencio. También

84
¿ Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca ?

se registró la actividad cerebral de los sujetos mientras describían oral­


mente estas acciones. Las tres acciones provocaron actividad en las áreas
frontal y posterior del hemisferio izquierdo del cerebro -incluidas las
áreas de Broca y de Wernicke- que han sido identificadas desde el siglo
XIX como el núcleo del sistema lingüístico. Los autores del estudio con­
cluyeron que estas áreas tienen que ver no solo con el lenguaje, sino con la
relación más general existente entre símbolos y significados, tanto si los
símbolos son palabras como si son gestos, imágenes, sonidos u objetos.30
También sabemos ahora que el uso del lenguaje de signos en las per­
sonas con sordera profunda activa las mismas áreas del cerebro que son
activadas por el habla,31 y efectivamente los lenguajes de signos modernos
son en parte dependientes de la mímica. Se ha calculado, por ejemplo, que
en el Lenguaje Italiano de Signos, aproximadamente un 50 por ciento de
los signos manuales y un 67 por ciento de las ubicaciones corporales de los
signos proceden de representaciones icónicas en las que hay cierto grado
de correspondencia espaciotemporal entre el signo y su significado. 32 En
el Lenguaje de Signos Americano, también, algunos signos son arbitrarios,
pero otros muchos son icónicos. Por ejemplo, el signo borrar se parece a la
acción de borrar una pizarra, y el signo tocar el piano a la acción de tocar
efectivamente las teclas de un piano.33 Pero naturalmente los signos no tie­
nen por qué ser diáfanamente icónicos, y el significado de muchos símbo­
los icónicos a menudo no puede ser adivinado por un observador ingenuo
y ni siquiera por quienes usan un lenguaje de signos distinto. 34 Los signos
también tienden a volverse menos icónicos y más arbitrarios con el tiempo,
en aras de la velocidad, eficiencia y precisión gramatical. Este proceso re­
cibe el nombre de convencionalización. 35
El lingüista suizo Ferdinand de Saussure subrayó la 'arbitrariedad del
signo' como una característica definitoria del lenguaje,36 y sobre esta base
a veces supuso que los lenguajes de signos, con su fuerte énfasis en las
representaciones icónicas, no son verdaderos lenguajes. Aunque la mayo­
ría de las palabras de los lenguajes hablados son efectivamente arbitrarias
-las palabras cat [gato] y dog [perro] no se parecen en nada a estos simpá­
ticos animales ni a los sonidos que hacen- hay por supuesto palabras que
son onomatopéyicas. Una de dichas palabras es zanzara, que es la evoca­
dora palabra italiana para decir 'mosquito', y Steven Pinker cita unas cuan-

85
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Lenguaje de signos Lenguaje de signos Lenguaje de signos


americano chino danés

Figura 8. Signos que significan árbol en tres lenguajes de signos diferentes. Aunque los
tres son fundamentalmente icónicos, difieren notablemente. Las representaciones icónicas
no son siempre transparentes para un observador no versado en el lenguaje en cuestión
(dibujos del autor).

tas recién acuñadas en inglés: oink, tinkle, barf conk, woofer y tweeter.37 Tal
vez podríamos añadir twitter. El habla también puede imitar propiedades
visuales de forma sutil; por ejemplo, se ha demostrado que los parlantes
tienden a elevar el tono de voz cuando describen un objeto que se mueve
hacia arriba, y a rebajarlo cuando describen un movimiento descendente.38
La arbitrariedad de las palabras (o de los morfemas) no es tanto una pro­
piedad necesaria del lenguaje, sin embargo, como una cuestión de conve­
niencia y de las limitaciones impuestas por un determinado medio
lingüístico en particular.
El habla, por ejemplo, requiere que la información sea linealizada, me­
tida en una secuencia de sonidos que están necesariamente limitados en
cuanto a su capacidad para capturar la naturaleza espacial y física de aque­
llo que representan. El lingüista Charles Hockett lo expresa de este modo:

Cuando una representación de un fragmento cuatridimensional de


vida tiene que comprimirse en el espacio unidimensional del habla,
la mayor parte de la iconicidad se ve por fuerza excluida. En las pro­
yecciones unidimensionales, un elefante es indistinguible de una le-

86
¿ Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca ?

ñera. Inevitablemente, el habla es en gran parte arbitraria; si nosotros


los hablantes estamos orgullosos de ello es porque después de estar
50.000 años más o menos hablando hemos aprendido a hacer de la
necesidad virtud. 39

Los lenguajes de signos no están tan limitados. Las manos y los brazos
pueden imitar las formas de los objetos y acciones del mundo real, y hasta
cierto punto las informaciones léxicas pueden procesarse en paralelo en
vez de verse forzadas a someterse a una rígida secuencia temporal. Con
las manos, es casi con certeza posible distinguir a un elefante de una leñera
en términos puramente visuales. Incluso así, la convencionalización per­
mite simplificar y acelerar los signos, hasta el punto de que muchos de
ellos pierden todo o casi todo su aspecto icónico. En el Lenguaje de Signos
Americano, por ejemplo, el signo para hogar era una combinación del signo
para comer, que es una mano cerrada tocando la boca, y del signo para dor­
mir, que es una mano plana apoyada en la mejilla. Ahora consiste en dos
rápidos toques en la mejilla, ambos con la mano cerrada, de modo que los
componente icónicos originales se han efectivamente perdido.40
Aunque el uso de signos para comunicarse se remonta a fecha tan
temprana como el año 360 antes de Cristo,41 los lenguajes de signos moder­
nos tienen poco pedigrí y han surgido independientemente en diferentes
comunidades de sordos. Esto contamina de algún modo la comparación
entre los lenguajes de signos y los lenguajes hablados, porque estos últimos
han evolucionado, si bien con modificaciones y divergencias, durante de­
cenas de miles de años. Una excepción interesante es el Lenguaje Turco de
Signos, que tiene una morfología muy esquematizada y una proporción
excepcionalmente grande de signos arbitrarios no icónicos.42 El Lenguaje
Turco de Signos tiene unos 500 años de edad. Los visitantes de la corte oto­
mana en el siglo XVI observaron que los sirvientes mudos, muchos de ellos
además sordos, eran los favoritos de los cortesanos, probablemente porque
no era posible sobornarlos para que contasen los secretos de la corte. Aque­
llos sirvientes desarrollaron un lenguaje de signos, que luego aprendieron
también algunos de los cortesanos. En una fotografía publicada en 1917
se ve todavía a dos sirvientes utilizando el lenguaje de signos. No se sabe
con certeza si el moderno Lenguaje Turco de Signos está relacionado con

87
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

el de la corte otomana, pero si lo está sería una prueba a favor del punto
de vista según el cual el paso del tiempo es el elemento crítico en la pérdida
de representación icónica.43
El lenguaje, por tanto, puede haber evolucionado a partir de la mí­
mica, con la naturaleza arbitraria de algunas palabras o signos derivada
de la tendencia a una mayor economía y debida a las limitaciones del
medio a través del cual se expresan. La convencionalización, por supuesto,
depende del poder del cerebro para formar asociaciones, dado que el com­
ponente icónico u onomatopéyico, que podría servir para indicar el signi­
ficado, se pierde. Sabemos, por los estudios realizados con Kenzi y los
demás 'simios lingüísticos', que la habilidad para formar tales asociaciones
no es exclusiva de los humanos, aunque la capacidad humana para hacerlo
supera de lejos la de los simios. Kanzi ha aprendido unos cuantos cente­
nares de símbolos, pero el humano alfabetizado medio posee un vocabula­
rio de unas 50.000 palabras, la mayor parte de las cuales no son ni icónicas
ni onomatopéyicas.44 Es posible que esta sea la razón de que el cerebro hu­
mano sea tres veces mayor en proporción al tamaño corporal que en los
grandes simios.45 Nosotros simplemente necesitamos un diccionario
mucho más grande.
Una vez establecida la convencionalización, no hay motivos para que
el lenguaje quede restringido al dominio visual. Las palabras habladas
serán tan efectivas como las señales utilizadas para expresarse. Pero esto
naturalmente plantea la cuestión de por qué el lenguaje cambió, al menos
en la mayor parte de humanos, para pasar del gesto manual al habla.

El cambio

Este ha demostrado ser el tema más polémico de la teoría gestual. El lin­


güista Robbins Burling, por ejemplo, escribe:

La teoría gestual tiene un fallo casi fatal. Su punto más débil ha sido
siempre el cambio que habría sido necesario para pasar de un len­
guaje visual a uno audible.46

88
¿ Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca ?

En otro libro reciente, Peter F. MacNeilage expresa preocupaciones simi­


lares,47 pero yo sostengo que ese cambio fue probablemente un hecho sen­
cillo y natural.
El primer paso desde el gesto manual al habla puede haber sido la in­
corporación de los gestos faciales. Incluso en el caso de los monos, los ges­
tos manuales y faciales están estrechamente relacionados desde el punto
de vista neurofisiológico y comportamental. 48 Algunas neuronas del área
FS se activan cuando el animal se mueve para agarrar un objeto con la
mano o con la boca. Un área del cerebro del mono que es considerada ho­
móloga al área de Broca está implicada en el control de la musculatura
orofacial -aunque no en la propia habla.49 Es probable que estas relaciones
neurales entre mano y boca estén más relacionadas con el hecho de comer
que con la comunicación, tal vez con la preparación de la boca para sujetar
un objeto una vez que la mano lo ha agarrado, y que más tarde se adapta­
sen para el lenguaje gestual y finalmente vocal.
La conexión entre mano y boca es también demostrable en el compor­
tamiento humano. En un experimento, se pidió a un grupo de personas
que abriesen la boca en el momento de coger objetos con las manos, y se
comprobó que el tamaño de la obertura de la boca aumentaba en función
del tamaño del objeto agarrado.50 E inversamente, cuando abrían las
manos al coger objetos con la boca, el tamaño de la obertura de la mano
aumentaba con el tamaño del objeto.50 Los movimientos que se hacen para
coger algo con la mano también afecta a la forma en que proferimos los
sonidos. Si se pide a alguien que diga ba mientras agarra un objeto con la
mano, o incluso mientras observa a otro haciéndolo, la propia sílaba se ve
afectada por el tamaño del objeto agarrado. Cuanto mayor es el objeto,
mayor es la obertura de la boca, con los consiguientes efectos en los for­
mantes o picos de intensidad del habla. 51 Estos efectos también pueden
observarse en los niños de un año. 52
La relación existente entre mano y boca sugiere que los primeros ges­
tos comunicativos pueden haber comportado tanto gestos faciales como
gestos de las manos. De hecho, la propia habla tiene un fuerte componente
visual. Esto lo ilustra un efecto atribuido al psicólogo Harry McGurk,53 en
el que la utilización de técnicas del doblaje para hacer decir a una boca fil­
mada cosas diferentes de las que está realmente diciendo altera lo que el

89
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

oyente oye realmente; es decir, el espectador/ oyente a menudo consigna


haber oído lo que ha visto decir al parlante más que el propio sonido real­
mente oído, o a veces una mezcla de ambas cosas. Las personas sordas a
menudo desarrollan una gran competencia leyendo los labios, e incluso
en individuos con un oído normal las áreas cerebrales implicadas en la
producción del habla se activan cuando observan movimientos labiales
relacionados con el habla.54 Los ventrílocuos proyectan sus propias voces
en la cara de un muñeco sincronizando los movimientos de la boca de este
con los sonidos que ellos mismos emiten frunciendo la boca.
Los lenguajes de signos de los sordos también dependen al menos tanto
de los movimientos de la cara como de los de las manos. Las expresiones
faciales y los movimientos de la cabeza pueden modificar el modo o la po­
laridad de una frase. Por ejemplo, en el Lenguaje Americano de Signos una
pregunta se indica enarcando las cejas, y el hecho de mover la cabeza mien­
tras se pronuncia una frase con signos la hace pasar de afirmativa a nega­
tiva. Los movimientos de la boca son especialmente importantes, hasta el
punto de que los lingüistas están empezando a identificar las reglas que go­
biernan la formación de signos con la boca.55Los gestos hechos con la boca
también sirven para eliminar la ambigüedad de los gestos manuales, y
como parte de gestos faciales más generales proporcionan el equivalente
visual de la prosodia en el habla.56 Filmaciones de movimientos oculares
muestran que los usuarios del Lenguaje Británico de Signos observan los
ojos más a menudo que las manos u otras partes del cuerpo cuando miran
cómo alguien les explica algo utilizando un lengua de signos.57
La primera parte del cambio, por tanto, fue probablemente una mayor
implicación de la cara. La idea de que los movimientos de la cara desem­
peñaron un papel en la evolución del lenguaje la anticipó Friedrich Nietzs­
che en su libro de 1878 Humano, demasiado humano. El aforismo 216 de este
libro dice así:

Más antigua que el lenguaje es la imitación de los gestos, que se da


involuntariamente incluso ahora, pese al retroceso general impuesto
a la mímica y a la importancia que se otorga al control muscular. La
imitación de los gestos es tan fuerte que no podemos observar una
cara en movimiento sin la inervación de la nuestra (podemos obser-

90
¿ Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca ?

var que un bostezo imitado suscita un bostezo espontáneo en la per­


sona que lo observa). La imitación de un gesto remitía al imitador al
sentimiento que se expresaba en el rostro o en el cuerpo de la per­
sona imitada. Es así como aprendimos a entendemos unos a otros y
como un niño aprende aún a entender a su madre. En general, las
sensaciones dolorosas se expresaban también probablemente me­
diante un gesto que a su vez causaba dolor (como mesarse los cabe­
llos, golpearse el pecho o contraer violentamente los músculos de la
cara). Inversamente, los gestos de placer eran también placenteros
y por consiguiente se prestaban bien a transmitir la comprensión (la
risa, reacción al cosquilleo, que es una sensación placentera, sirvió a
su vez para expresar otras sensaciones placenteras).
En cuanto los hombres se entendieron unos a otros por medio
de los gestos, pudo formarse un simbolismo de los gestos. Quiero
decir que fue posible entenderse mediante un lenguaje que combi­
naba signos y sonidos, empezando con la producción simultánea del
sonido y el gesto (que se unían simbólicamente mediante el tono),
limitándose más tarde al sonido.

Este notable extracto anticipa igualmente el descubrimiento del sistema


de las neuronas espejo.
El acto final, pues, fue la incorporación de la vocalización. Parte del
motivo de ello pudo haber sido que los gestos faciales implicasen cada vez
más movimientos invisibles de la lengua, y que la activación de las cuerdas
vocales simplemente permitiese a estos gestos invisibles hacerse accesibles.
El habla podría describirse como una gesticulación facial medio reprimida,
más el sonido. Con la incorporación del sonido vocal, el propio tracto vocal
cambió, y el control de la lengua mejoró, posibilitando una diversidad
mayor de sonidos. El propio sonido podía activarse o desactivarse para
crear la distinción entre sonidos sonoros, como las consonantes /b /, / d/
y /g/, y sus equivalentes sordos /p/, /ti y /k/ .
La propia habla puede considerarse como un hecho más gestual que
acústico.58 La teoría motora de la percepción del habla, descrita más arriba,
se basa en la idea de que la percepción de los sonidos del habla depende
de la conexión de estos sonidos con los gestos articulatorios que los pro-

91
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

ducen. Esto ha llevado a lo que se conoce como fonología articulatoria,59


en la que el habla se entiende como los gestos producidos por seis órganos
articulatorios: los labios, el velo del paladar, la laringe y el dorso, el cuerpo
y la raíz de la lengua. En el contexto del habla entendida como gesto, por
consiguiente, la incorporación de los gestos vocales al sistema espejo
puede haber sido un paso relativamente pequeño para la humanidad.
Pero ¿cómo llegó a darse efectivamente este paso?

FOXP2

La genética nos ofrece una posible pista. Aproximadamente la mitad de


los miembros de tres generaciones de una familia inglesa conocida como
la familia KE están afectados por un defecto del habla y del lenguaje. Este
defecto se manifiesta en los primeros intentos de hablar de los niños afec­
tados y persisten en la edad adulta.60 Se cree actualmente que este defecto
se debe a una mutación puntual del gen FOXP2 [forkhead box P2] en el cro­
mosoma 7.61 Para poder adquirir de un modo normal la facultad del habla
se requieren dos copias funcionales de dicho gen.
El gen FOXP2 , por consiguiente, puede haber jugado un papel en la
incorporación de la vocalización en el sistema espejo, haciendo posible de
este modo el desarrollo del habla como un sistema intencional aprendi­
ble. 62 Como ya hemos visto, uno de los principales centros del cerebro para
la producción del habla es el área de Broca, que también forma parte del
sistema espejo. Normalmente, el área de Broca se activa cuando la gente
genera palabras. Pero un estudio basado en la obtención de imágenes to­
mográficas del cerebro puso de manifiesto que los miembros de la familia
KE afectados por la mutación, a diferencia de sus parientes no afectados,
no mostraban activación en el área de Broca mientras generaban verbos
silenciosamente.63 Es posible que el gen FOXP2 desempeñe un rol en otras
especies. En las aves canoras, la desactivación del gen FOXP2 afecta a la
imitación del canto,64 y la inserción en ratones de la mutación puntual del
FOXP2 encontrada en la familia KE altera de manera crítica la plasticidad
sináptica y el aprendizaje motor.65 Por otro lado, la inserción de la variante
humana normal del gen FOXP2 en ratones da lugar a unas variaciones·ul-

92
¿ Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca ?

trasónicas cualitativamente diferentes.66 Se desconoce si el gen FOXP2 de­


sempeña algún rol en los zorros.1
El gen FOXP2 se conserva mucho en los mamíferos, y en los humanos
difiere solo en tres lugares respecto al del ratón. Sin embargo, sufrió dos
mutaciones desde que la línea de los homininos y la de los chimpancés se
separaron. Según una estimación teórica, la más reciente de estas mutacio­
nes tuvo lugar "no hace más de" 100.000 años,67 aunque el error asociado
con esta estimación hace que no sea descabellado suponer que coincidió
con la emergencia del Horno sapiens hace unos 170.000 años. Pero esta con­
clusión es aparentemente desmentida por evidencias recientes de que la
mutación también está presente en el ADN de un fósil de Neandertal de
45.000 años de antigüedad,68 lo que sugiere que se remonta al menos
700.000 años atrás, hasta el ancestro común de humanos y neandertales.69
Pero esto es cuestionado a su vez por una datación filogenética más
reciente del haplotipo en el que la época del ancestro común más reciente
portador de la mutación en el FOXP2 se calculó en 42.000 años, con un
95% de seguridad de que ocurriese entre hace 38.000 y 45.000 años.70 In­
cluso teniendo en cuenta las distorsiones en los supuestos subyacentes a
esta estimación, es mucho más consistente con la anterior estimación de
base molecular que con la basada en el fósil neandertal. Es posible que el
ADN del neandertal estuviese contaminado, o que hubiese un cierto grado
de endogamia entre Neandertal y Horno sapiens, que coincidieron en Euro­
pa durante unos 20.000 años. Evidencias recientes sugieren que la micro­
cefalina, un gen implicado en la regulación del tamaño cerebral, pudo
haber entrado en acerbo genético humano por el cruce con los neanderta­
les,71 de modo que la posibilidad inversa de que el FOXP2 entrase en el
extinto acerbo genético neandertal desde el Horno sapiens no está comple­
tamente descartada. Es posible que nos hayamos entendido con los nean­
dertales algo mejor de lo que generalmente se piensa.72
Es posible que el gen FOXP2 encierre el secreto de la emergencia del
habla. También puede que sea una quimera, ya que sabemos que está im­
plicado en muchas áreas, no solo en el cerebro, sino también en el corazón,
los pulmones y el intestino.73 Además, el gen mutado en la familia KE no

l. Fox en inglés significa zorro. (N. del T.)

93
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

es el mismo que el mutado en el último ancestro común de chimpancés y


humanos. Incluso así, sigue atrayendo interés como probable pista sobre
cómo evolucionó el habla.74

Cambios anatómicos

Sea como sea, hay otras evidencias de que los toques finales que hicieron
posible el habla autónoma no estaban completos en el neandertal. Un re­
quisito del habla articulada era el descenso de la laringe que ha creado el
tracto vocal en ángulo recto que nos permite producir la amplia serie de
vocales que caracterizan el habla. Philip Lieberman ha argumentado que
esta modificación había sido incompleta incluso en los neandertales, una
especie de Horno con un cerebro tan grande como el del Horno sapiens75 -al­
go mayor, de hecho, pero dejémoslo aquí. Compartimos un ancestro
común con los neandertales desde hace 700.000 años, pero nos separamos
de ellos hace 370.000 años antes de compartir territorio en Europa hace
aproximadamente 50.000 años.76 Los neandertales se vieron llevados a la
extinción hace unos 30.000 años, sugiriendo que los humanos les disuadi­
mos verbalmente de existir -una idea tal vez más aceptable que la de sim­
plemente haberlos masacrado.
Los puntos de vista de Lieberman en este sentido son muy polémi­
cos. 77 En directa contradicción con él, Tattersall escribe que "un tracto vocal
se había ya [ . . ] desarrollado en los humanos más de medio millón de años
.

antes del momento del que tenemos evidencias independientes de que


nuestros antepasados utilizaban el lenguaje o hablaban. "78 La emergencia
del lenguaje, en opinión de Tattersall y de Chomsky, fue por tanto un acon­
tecimiento posterior, no relacionado con la capacidad de hablar. Lieberman
ha recibido el apoyo de su hijo Daniel Lieberman, que ha puesto de mani­
fiesto que la estructura del cráneo experimentó cambios después de que nos
separásemos de los neandertales. Uno de estos cambios fue el acortamiento
del esfenoides, el hueso central de la base craneal desde el que la cara crece
hacia adelante y que tiene como resultado una cara aplanada.79 Este apla­
namiento puede haber sido parte del cambio que creó el tracto vocal en
ángulo recto, con componentes horizontales y verticales de la misma Ion-

94
¿ Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca ?

gitud.80 Esta fue la modificación que nos permitió emitir la serie completa
de sonidos vocales, desde la a hasta la u. Otra adaptación única del Horno
sapiens es la globularidad neurocraneal, definida como la redondez de la
bóveda craneal en los planos sagital, coronal y transversal,81 que proba­
blemente es la responsable del mayor tamaño relativo de los lóbulos tem­
poral y frontal respecto a otras partes del cerebro.
Otros datos anatómicos sugieren que los requisitos anatómicos de un
habla plenamente articulada probablemente no estuvieron completos
hasta un momento tardío en la evolución de Horno. Por ejemplo, el canal
hipoglosa! es mucho mayor en los humanos que en los grandes simios,
sugiriendo que el nervio hipogloso, que inerva la lengua, también es
mucho mayor en los humanos, lo que probablemente refleja la importan­
cia que tienen en el habla los movimientos de la lengua. La evidencia
sugiere que el tamaño del canal hipoglosa! en los primeros australopite­
cinos, y tal vez en Horno habilis, estaba dentro de los márgenes de los gran­
des simios modernos, mientras que el tamaño del cráneo de los nean­
dertales y de los primeros H. sapiens estaba dentro de los márgenes del
humano modemo,82 aunque esto es motivo de disputa.83 0tra pista es el
descubrimiento de que la región torácica de la médula espinal es relati­
vamente mayor en los humanos que en los primates no humanos, proba­
blemente debido a que el hecho de respirar mientras hablamos comporta
unos músculos extra en el tórax y el abdomen. La evidencia fósil indica
que esta ampliación no estaba presente en los primeros homininos o si­
quiera en el Horno ergaster, que vivió hace 1,6 millones de años, pero sí en
diversos fósiles de neandertal. 84
Envalentonado por estas evidencias y sin duda alentado por el apoyo
recibido de su hijo, Philip Lieberman ha hecho recientemente la afirmación
radical de que "los requisitos anatómicos completos del habla aparecen
por vez primera en el registro fósil del Paleolítico Superior (hace unos
50.000 años) y están ausentes tanto en los neandertales como en los pri­
meros humanos."85 Esta provocadora afirmación sugiere que el habla arti­
culada emergió incluso después de la llegada del Horno sapiens hace unos
150.000 o 200.000 años. Si bien esta puede ser una conclusión extrema, el
grueso de la evidencia sugiere que el habla autónoma emergió muy tarde
en el repertorio humano. Tal vez la pregunta fundamental es si la capad-

95
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

dad de hablar es exclusiva de los humanos o si la compartimos con los


neandertales. Retomaré esta cuestión en el capítulo 12.

La razón del cambio

Se ha hecho cada vez más obvio que los lenguajes de signos de los sordos
tienen toda la sofisticación lingüística de los lenguajes hablados. En la Ga­
llaudet University, de Washington DC, la enseñanza se imparte exclusiva­
mente en el Lenguaje Americano de Signos e incluye todas las disciplinas
académicas habituales, incluida la poesía. En determinados aspectos, los
lenguajes de signos pueden representar una ventaja, dado que su mayor
componente icónico puede aportar nuevas pistas semánticas.
Dicho esto, por tanto, las ventajas del habla sobre el lenguaje manual
son probablemente más prácticas que lingüísticas. Consideremos cuáles
pueden ser estas ventajas.

Alcance espacial
El sonido llega a zonas inaccesibles a la vista. Podemos hablar con una
persona a la que no vemos mientras que el lenguaje de signos requiere el
contacto visual. Esto tiene la importante ventaja de permitir la comuni­
cación de noche, especialmente en una época en que no existía la luz arti­
ficial, descontando tal vez la hoguera del campamento. Los san, una
sociedad moderna de cazadores-recolectores, son famosos porque les gusta
hablar hasta altas horas de la noche, a veces toda la noche, para resolver
conflictos y compartir conocimientos. 86 Mary Kingsley, la conocida explo­
radora británica de finales del siglo XIX, hizo la siguiente observación
sobre las tribus que encontró en África:

Los lenguajes africanos [no son lo suficientemente sofisticados] para


permitir a un nativo expresar sus pensamientos con precisión. Algu­
nos de ellos dependen mucho del gesto. Cuando estuve con la tribu
de los fans, a menudo me decían: "Nos acercaremos al fuego para
ver lo que dicen", siempre que tenían que decidir algo de noche, y
los habitantes de Femando Po, los bubis, son incapaces de conversar

96
¿ Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca?

entre sí a menos de que haya luz suficiente para que puedan ver los
gestos que acompañan a cualquier conversación.87

Si bien esto puede parecer condescendiente, es muy posible que algunas


culturas utilicen más el gesto que otras,88 debido a una necesidad más cul­
tural que biológica.
El lenguaje vocal puede recorrer distancias mucho más largas que el
lenguaje de signos, pero su alcance no es simplemente cuestión de distan­
cia. Es posible hablar con alguien que esté en la habitación de al lado, o
incluso con alguien que esté con los ojos cerrados. Muchas de las preguntas
inteligentes que se hacen al final de una conferencia las hace un miembro
(normalmente entrado en años) de la audiencia que parecía estar dormido
durante la conferencia. El lenguaje de signos requiere que el receptor esté
realmente mirando al emisor, mientras que el habla entra por los oídos in­
dependientemente de la forma en que el oyente esté orientado o situado
respecto al parlante. Hablamos de la línea de visión y del volumen del so­
nido -conceptos unidimensional y tridimensional, respectivamente. El
habla funciona a distancias mucho mayores que el signo y puede llamar
más fácilmente la atención. Es posible despertar al público de un auditorio
gritando, pero no gesticulando silenciosamente, por muy frenéticamente
que lo hagamos.
El habla obtiene estas ventajas físicas con un coste muy bajo compa­
rado con el gesto. Muchos profesores de lenguajes de signos manifiestan
necesitar masajes regulares para estar a la altura de las exigencias pura­
mente físicas de su profesión. En cambio, los costes fisiológicos del habla
son tan escasos que casi son imposibles de medir.89 En términos de gasto
de energía, el habla añade muy poca cosa a los costes derivados de la res­
piración, coste que de todos modos hemos de asumir para mantenemos
en vida.

La diversidad y la fortaleza del lenguaje


En el capítulo 2 he constatado que existe una enorme diversidad en los
lenguajes del mundo, lo que posibilita que el lenguaje se convierta fá­
cilmente en un símbolo de la identidad cultural. Es posible que se haya
ejercido una presión deliberada para establecer lenguajes que fuesen im-

97
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

penetrables para las personas ajenas a un determinado grupo, reforzando


de este modo la sensación de pertenencia y excluyendo a intrusos y a go­
rrones. La ausencia de componentes icónicos en los lenguajes basados en
el sonido reduce su penetrabilidad, y la mera diversidad de los posibles
sistemas basados en sonidos intensifica mucho el carácter de fortaleza que
tiene el lenguaje. Aunque existen diversos lenguajes de signos, la diversi­
dad es casi ciertamente minúscula comparada con la que es posible en el
despliegue de sonidos del habla, incluso teniendo en cuenta el hecho de
que los lenguajes de signos existentes tienen un pedigrí mucho menor.
La impenetrabilidad del habla la ilustra muy bien una anécdota de la
Segunda Guerra Mundial. El resultado de la guerra en el Pacífico dependía
en gran medida de la habilidad de cada bando para descifrar los códigos
ideados por el otro. Al principio de la guerra los japoneses pudieron des­
cifrar fácilmente los códigos utilizados por los aliados, pero luego el ejér­
cito americano desarrolló un código que demostró ser esencialmente
impenetrable. Consistía simplemente en utilizar indios navajo que se co­
municaban libremente en su propio idioma utilizando walkie-talkies. A los
japoneses, el navajo les sonaba como una especie de 'extraño gorgoteo',
apenas reconocible como un lenguaje.90
Nicholas Evans afirma que hay más de 1 .500 posibles sonidos del
habla, pero que ningún lenguaje utiliza más de un 10 por ciento de ellos
en su inventario de fonemas. Como hemos visto, los fonemas no se corres­
ponden de una forma biunívoca con los sonidos reales, pero de todos
modos, comparando el número de fonemas identificados en diferentes
idiomas, es posible medir la cantidad de sonidos utilizados. El más parsi­
monioso o frugal de los lenguajes parece ser el hablado por las mujeres pi­
raha, la pequeña tribu de cazadores-recolectores de la Amazonia brasileña
que ya hemos encontrado en el capítulo 2. El lenguaje que hablan las mu­
jeres piraha tiene solo siete consonantes y tres vocales.91 Como si se tratara
de compensar la falta de fluidez verbal de los varones, estos pueden elegir
entre ocho consonantes y tres vocales; con 11 fonemas, empatan con los
hawaianos en el segundo lugar en el ranking de los lenguajes más parsi­
moniosos.92 El maorí de Nueva Zelanda tiene solo 14 fonemas, pero los
maoríes son famosos por su excelente oratoria. En la sociedad maorí, igual
que en otras sociedades tradicionalmente orales, el habla implica poder y

98
¿ Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca ?

estatus; la estudiosa neozelandesa Arme Salmond escribe que, entre los


maoríes, "la oratoria es el requisito principal para entrar en el juego del
poder."93 El lenguaje fonológicamente más diverso es posible que sea el
¡ Xóo, hablado por unas 4.000 personas en Botswana y Namibia, que tiene
entre 84 y 159 consonantes.94 El inglés le sigue a mucha distancia con unos
44 fonemas.
Diferentes lenguajes, por tanto, pueden en principio utilizar inven­
tarios de sonidos totalmente distintos o muy distintos. Evans pone el
ejemplo del lenguaje Gui de Botswana, que incluye un gran número de
chasquidos impronunciables para quienes no hablan el idioma. Inversa­
mente, un colega japonés de Evans encontró que los Gui eran práctica­
mente incapaces de pronunciar su propio nombre, que es Mimmi, un
nombre muy sencillo de pronunciar para los hablantes de un idioma oc­
cidental. Incluso dentro de los idiomas occidentales hay sonidos que los
hablantes de otros idiomas no pueden pronunciar. Los japoneses tienen
dificultades para distinguir los sonidos 1- y r-, lo que les crea problemas
para pronunciar palabras como parallel o el nombre del pueblo galés de
una obra de Dylan Thomas, Llareggub.95 Los hablantes ingleses tienen una
dificultad comparable para distinguir los diferentes sonidos t- del hindi,
y yo mismo nunca he sabido pronunciar bien el sonido francés r-.
¡Aaarrghh!
Paradójicamente, ninguno de los sonidos utilizados en un idioma
plantea ningún problema a los niños expuestos al mismo desde una edad
temprana. No hay motivos para suponer que un niño nacido en una fami­
lia Gui pero criado desde el nacimiento en Nueva York no tendría ninguna
dificultad para aprender el inglés neoyorquino, que a mí mismo me parece
algo peculiar, y sin duda acabaría perdiendo la capacidad de aprender Gui.
Por otro lado, Woody Allen podría haber aprendido fácilmente Gui si hu­
biese sido expuesto al mismo desde la infancia. Se ha dicho que los niños
muy pequeños pueden discriminar entre muchos de los fonemas de los len­
guajes del mundo -si no entre todos-96 aunque aproximadamente a los do­
ce meses de edad pueden discriminar solo los fonemas del idioma o
idiomas a los que han sido expuestos.
Los niños pequeños tienen potencial para traspasar la barrera lin­
güística erigida por diferentes grupos, pero en cuanto llegamos a adultos,

99
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

el lenguaje nos vuelve a todos extranjeros.

Liberando las manos


Charles Darwin escribió: "Podríamos haber utilizado nuestros dedos como
instrumentos eficientes [de comunicación], pues una persona con práctica
puede traducirle a un sordo todas y cada una de las palabras de una charla
pronunciada rápidamente en una reunión pública; pero la pérdida de las
manos así utilizadas habría sido un grave inconveniente."97 Darwin ex­
puso esta idea para explicar por qué desarrollamos el habla y no el lengua­
je de signos, pero su argumentación es igualmente válida como explicación
del paso desde la gesticulación manual al habla.
El cambio, por tanto, habría liberado a las manos para otras activi­
dades, como el transporte y la manufactura. También permite a una per­
sona hablar y utilizar herramientas al mismo tiempo. Puede considerarse,
de hecho, como un ejemplo temprano de miniaturización por el que los
gestos son comprimidos desde la parte superior del cuerpo hasta la boca.
También hace posible el desarrollo de la pedagogía, al permitirnos explicar
acciones complejas al mismo tiempo que las demostramos, como en los
programa de cocina que se emiten por televisión.98 La liberación de la
mano y el uso paralelo del habla pueden haber llevado a unos avances im­
portantes en tecnología,99 y contribuyen a explicar por qué finalmente los
humanos llegamos a predominar sobre otros homininos de cerebro grande,
incluidos los neandertales, que se extinguieron hace unos 30.000 años. Re­
tomaré este tema con más detalle en el capítulo 1 2, pero baste decir aquí
que nuestra recién descubierta libertad manual puede haber sido la prin­
cipal responsable de la evolución de lo que los antropólogos llaman 'mo­
dernidad', que nos ha hecho tan diferentes de todos nuestros parientes
homininos.

Y todavía gesticulamos

Por supuesto que el lenguaje visual también presenta ventajas respecto al


lenguaje vocal. El lenguaje vocal les está negado a los sordomudos, y los
lenguajes de signos constituyen un sustituto natural del mismo. El len-

1 00
¿ Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca ?

guaje visual todavía permite un elemento icónico, y muchas personas re­


curren al gesto, o al dibujo, cuando tratan de comunicarse con quienes ha­
blan un idioma diferente al suyo, o incluso cuando tratan de explicar
conceptos espaciales, como una espiral. Determinados gestos manuales
son asimismo necesarios incluso para la adquisición del habla; al aprender
los nombres de objetos, por ejemplo, tiene que haber alguna forma de in­
dicar qué objeto lleva el nombre que tratamos de aprender. Incluso los
adultos gesticulamos al hablar, y nuestros gestos pueden ser un comple­
mento importante al significado de lo que decimos.100 La gente, por ejem­
plo, normalmente apunta con el dedo para indicar una dirección: Se fu.e
por allí. El lenguaje no ha podido escapar totalmente de sus orígenes ma­
nuales. De hecho, el habla apenas existiría si no pudiéramos señalar, si no
tuviéramos una forma de relacionar las palabras con el mundo físico.
Como decía Ludwig Wittgenstein: uNo es el color rojo el que ocupa el
lugar de la palabra 'rojo', sino el gesto que señala hacia un objeto rojo."101
Y por supuesto, lo que la gente hace a menudo es tan elocuente como
lo que dice. En la obra Enrique VIII de Shakespeare, Norfolk dice esto del
cardenal Wolsey:

Su cerebro parece haber recibido


una extraña conmoción; se muerde los labios y se estremece;
se detiene bruscamente, mira al suelo;
después pone su dedo en la sien; de repente,
comienza a marchar a grandes pasos; luego se detiene,
golpeándose el pecho con fuerza, y en seguida vuelve
los ojos hacia la luna. Le hemos visto adoptar
las posturas más extrañas

En este capítulo hemos recorrido un largo camino desde Prometeo, el


solitario pionero que de pronto se encontró en posesión del lenguaje. Aun
así, hemos visto pruebas de cambios posteriores, tal vez limitados al Horno
sapiens, que dieron lugar al poder del habla. Esto puede haber comportado
incluso mutaciones, como las del gen FOXP2 . Pero esto no significa natu­
ralmente que el lenguaje emergiera tarde. A lo largo de nuestro progreso
desde la gesticulación manual al habla, falta todavía un ingrediente: la gra-

101
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

mática. ¿Cómo y cuándo el lenguaje, tanto el hablado como el de signos,


adquirió esta característica distintiva de la generatividad, el poder de crear
un número potencialmente infinito de frases diferentes? Para poder res­
ponder esta pregunta, necesitamos antes hacer un paréntesis para exami­
nar otras dos capacidades recursivas posiblemente exclusivas de los
humanos: la memoria episódica y el viaje mental en el tiempo. Encontra­
remos luego una posible fuente del lenguaje gramatical en la capacidad
humana de trascender el tiempo.

102
SEGUNDA PARTE

EL VIAJE MENTAL EN EL TIEMPO

Los humanos podemos trasladamos mentalmente sin esfuerzo a otros lu­


gares y otras épocas. Recordamos acontecimientos concretos, imaginamos
posibles acontecimientos futuros e incluso inventamos otros totalmente
ficticios. Los psicólogos experimentales han estudiado este poder en el
contexto de la memoria, pidiendo a los sujetos que imaginasen aconteci­
mientos previos de su vida, o proporcionándoles información y pidiéndo­
les luego que la recordasen. Pero más recientemente el foco se ha puesto
en la imaginación de acontecimientos futuros, poniendo de manifiesto la
existencia de una continuidad entre la llamada memoria episódica y lo que
ha sido calificado de previsión episódica. En ambos casos hay un elemento
constructivo -incluso la memoria de episodios concretos se desvía sustan­
cialmente de lo que actualmente ha sucedido. Debido a la naturaleza cons­
tructiva de la previsión episódica y de la memoria episódica, el viaje
mental en el tiempo se confunde naturalmente con la ficción.
El capítulo 5 empieza con la memoria, y especialmente con la llamada
memoria episódica, que implica el revivir consciente de episodios del pa­
sado. En el capítulo 6 abro el foco para abordar la noción más general del
viaje mental en el tiempo, que incluye la imaginación de posibles episodios
futuros. En el capítulo 7 desarrollo el tema de la importancia crítica que

1 03
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

tiene para el lenguaje este viaje mental en el tiempo. Efectivamente, uno


de los denominados rasgos de diseño del lenguaje, tal y como lo especifica
el lingüista americano Charles Hockett, es el desplazamiento -la capacidad
de remitirse a acontecimientos separados del aquí y el ahora.1 El lenguaje
puede haber evolucionado, por tanto, básicamente para permitir a los hu­
manos compartir sus recuerdos, planes e historias, mejorando la cohesión
social y creando una cultura común. Al mismo tiempo, los propios meca­
nismos que crean cohesión dentro de los grupos pueden provocar el anta­
gonismo entre ellos; como dijo en cierta ocasión el escritor norteamericano
y activista en pro de los derechos humanos James Arthur Baldwin: "Las
personas están atrapadas en la historia, y la historia está atrapada en las
personas."
Esta sección presagia un alejamiento del punto de vista convencional
del lenguaje como una capacidad biológica independiente, y sugiere en
cambio que el lenguaje está en una relación profunda con la cultura. La
'fortaleza del lenguaje' descrita en el capítulo 4 es una parte de la fortaleza
cultural que hemos construido los humanos.

104
5

Reviviendo el p asado

Me han pasado cosas terribles en la vida, y


algunas de ellas incluso han tenido realmente lugar.
Mark Twain

E
n Hidden Lives [Vidas ocultas], una biografía novelada de su fa­
milia, la escritora británica Margaret Foster se describe ella misma
en tercera persona durante sus cinco primeros años de vida. Pero
a partir de los cinco años cambia a la primera persona. Explica este cambio
del siguiente modo:

Es en esta época, en 1943, a los cinco años, cuando empiezan mis


verdaderos recuerdos. Verdaderos en el sentido de que no solo
puedo recordar cosas que sucedieron realmente, sino que puedo re­
montarme mentalmente yo misma hasta ellos, estar de nuevo en la
cocina en casa de mi tía Jean mirando por la ventana, empezando
por la escalera exterior y los lavaderos, mientras a mis espaldas mi
tía me pregunta qué pasa. [ . ] Esto es lo que yo llamo un recuerdo
. .

real, que no es lo mismo que 'recordar' que me llevan a la escuela


de Ashley Street a demostrarles que ya sé leer. Aunque, debido a que
después mi madre me lo contó tantas veces, a menudo dije que lo
recordaba y llegué a autoconvencerme de que lo hacía.1

105
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Hasta este momento del libro describe la vida de una niña algo difícil lla­
mada Margaret como si fuera un miembro más de la familia, y a partir de
este momento todo lo ve a través de los lentes de la experiencia personal.
La transición de la biografía a la autobiografía, puede incluso presagiar la
llegada del concepto del yo. Es el comienzo de la memoria como fenómeno
recursivo, con la experiencia previa incrustada en la conciencia presente.
Mi propia memoria consciente empieza a los cinco años; me veo cami­
nando con dificultad por un camino rural en dirección a mi primera escue­
la, acompañado por unos niños mayores de mi calle a los que mi madre
había encomendado que se cuidaran de mí, pero que de hecho me marti­
rizaban porque llevaba gafas. Hay unos cuantos episodios anteriores que
creo recordar, pero que pueden muy bien ser invenciones a partir de cosas
que me han contado. A menudo pido a mis alumnos universitarios que
me expliquen sus recuerdos más antiguos. Siempre hay alguien que pre­
tende tener recuerdos que se remontan a la primera infancia, e incluso al
nacimiento, pero la mayor parte de los recuerdos son de cuando tenían
cuatro y cinco años. Esta pauta la corroboran las investigaciones realizadas
con adultos sobre los recuerdos anteriores a los ocho años de edad. Prác­
ticamente nadie tenía recuerdos de los tres primeros años de vida, y el nú­
mero de recuerdos iba aumentando progresivamente hasta el punto que
todos los adultos tenían recuerdos de un período anterior a los ocho años.2
En la nomenclatura de la psicología cognitiva moderna, la distinción
de Margaret Foster entre recuerdos reales y recuerdos inducidos está fuera
de lugar. La expresión 'acordarse de' se utiliza normalmente para referirse
al recuerdo de acontecimientos reales, localizados en el tiempo y en el es­
pacio. Esto se conoce también como memoria episódica. Implica la proyec­
ción consciente de uno hacia atrás en el tiempo, tal como hizo Margaret
Forster. La expresión 'saber que' se refiere a otro tipo de memoria, también
conocido como memoria semántica, que es el caudal de conocimientos que
uno posee pero que no implica la sensación de un recuerdo consciente.3
Sé que París está en Francia pero no tengo ningún recuerdo consciente de
cuándo lo aprendí. Por otro lado, puedo recordar vívidamente estar en
clase a los once años el día en que descubrí que (2n + 1), donde n es un nú­
mero entero, era la forma general de expresar un número impar. Mi recuer­
do está teñido de una sensación de triunfo, porque el profesor nos había

106
Reviviendo el pasado

pedido que generásemos esta expresión nosotros mismos, y yo fui el único


de la clase que lo supo hacer.4
La memoria episódica puede combinarse con algunos aspectos de la
memoria semántica para formar lo que se conoce como memoria autobio­
gráfica. 5 Como el pasaje de Margaret Forster ilustra, a menudo resulta difí­
cil distinguir qué partes de la memoria autobiográfica se basan en episodios
recordados y qué partes lo hacen en cosas sabidas. En el estudio citado
más arriba, a los adultos se les pedía no solo que explicasen recuerdos,
sino también que describiesen cosas que sabían que les habían sucedido a
ellos, pero que en realidad no podían recordar. Conocer acontecimientos
tempranos sin recordarlos depende en gran parte del folklore familiar -his­
torias, contadas a menudo muchas veces, de acontecimientos de la niñez,
y a menudo enriquecidos por la imaginación hasta el punto de que uno
tiene la sensación de estarlos re-experimentando. Sin embargo, el número
de acontecimientos 'conocidos' disminuía regularmente desde el naci­
miento a los ocho años, mientras que los acontecimientos 'recordados' au­
mentaban desde los dos a los ocho años.
Endel Tulving ha descrito el hecho de recordar como autonoético, como
conocimiento del yo, en la medida en que uno proyecta su propio yo en el
pasado para re-experimentar algún episodio anteriormente experimen­
tado.6 Simplemente conocer algo, como por ejemplo el punto de ebullición
del agua, es noético, y no implica ningún cambio de conciencia. La concien­
cia autonoética, por tanto, es recursiva, en la medida en que uno puede
insertar experiencia personal previa en la conciencia presente. Esto es pa­
recido a la incrustación de frases dentro de otras frases. También en este
caso son posibles niveles profundos de incrustación, como cuando re­
cuerdo que ayer recordé un acontecimiento ocurrido en algún momento
anterior. Fragmentos de conciencia episódica pueden de este modo inser­
tarse unos en otros de un modo recursivo. Tomando café en una conferen­
cia recientemente, me recordaron que tomando café en una conferencia
anterior salpiqué de café a un distinguido filósofo. Esto es un recuerdo del
recuerdo de un acontecimiento. Sugeriré más adelante que este tipo de in­
crustación puede haber sentado las bases de la estructura recursiva del
propio lenguaje.

107
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Amnesias

Las imágenes funcionales del cerebro sugieren que puede haber mucho
solapamiento en las áreas activadas cuando las personas recuperan recuer­
dos episódicos y semánticos, pero cada tipo de recuperación activa tam­
bién regiones únicas.7 En casos de amnesia, que es la pérdida de memoria
causada por un daño cerebral, es la memoria episódica la que normal­
mente soporta el grueso de la pérdida. La memoria semántica no se ve
prácticamente afectada. Un caso muy conocido es el del músico Clive Wea­
ring, cuyo problema ha sido explicado en diversos documentales de tele­
visión y en un libro escrito por su esposa Deborah.8 Wearing era un
prestigioso experto en música antigua y había hecho carrera en la BBC
cuando, a la edad de 46 años, contrajo un virus, el herpes simplex, que le
destrozó el hipocampo, una estructura en el lóbulo temporal inferior que
es fundamental para la memoria. La situación de Wearing la describe muy
bien el título de un documental de la ITV del año 2005, El hombre con una
memoria de siete segundos. Es decir, tiene memoria a corto plazo suficiente
para contestar preguntas, e incluso para conversar, aunque olvida rápida­
mente los temas de los que ha hablado un momento antes.9 Recuerda al­
gunos aspectos de su vida de antes de contraer la enfermedad. Por
ejemplo, reconoce a sus hijos pero no puede recordar sus nombres. Sin em­
bargo, su memoria semántica permanece intacta. Su vocabulario tampoco
se ha visto muy afectado, y todavía sabe tocar el piano y cómo dirigir un
coro.
El caso más ampliamente estudiado de amnesia para los aconteci­
mientos es el de H. M., que fue operado de una epilepsia grave a los 27
años.10 La operación destruyó la mayor parte de su hipocampo y de las re­
giones circundantes, y le dejó en el mismo estado que Clive Wearing. Re­
cordaba algunos de los episodios de su vida anteriores a la enfermedad,
pero tenía pérdidas de memoria que se remontaban a la operación y re­
cordaba mejor episodios anteriores que posteriores. Esto llevó a la sugeren­
cia de que el hipocampo es el responsable de fijar los recuerdos y retenerlos
de algún modo mientras tiene lugar la consolidación de los mismos en
otro lugar del cerebro. La pérdida de la función hipocampal, por consi­
guiente, no solo impide que se formen nuevos recuerdos, sino que también

108
Reviviendo el pasado

destruye recuerdos antiguos que se conservan temporalmente allí antes


de ser distribuidos por otras regiones. Esta operación de fijación puede lle­
var varios años, con una efectividad decreciente a medida que el hipocam­
po relaja su presión.11
Se ha debatido si la memoria semántica y la episódica son realmente
diferentes. Podría suponerse, por ejemplo, que la memoria episódica es
frágil simplemente porque se basa en acontecimientos simples, mientras
que la memoria semántica se basa en una información que se repite y que
puede estar presente en múltiples episodios. Endel Tulving ha llevado a
cabo estudios meticulosos de un paciente en particular llamado K. C. y
ha puesto de manifiesto que sus dificultades con la memoria episódica
respecto a la memoria semántica no pueden atribuirse a la frecuencia con
que se presenta la información registrada. K. C . puede recordar informa­
ción factual que es poco probable que haya podido ensayar repetidamen­
te, pero no puede recordar acontecimientos de varios días de duración,
como el hecho de haber sido evacuado de su casa, junto con decenas de
miles de personas, cuando un descarrilamiento cerca de su casa liberó
sustancias químicas tóxicas. Esto sugiere que la memoria episódica puede
fallar aunque es probable que haya sido repetidamente evocada. Tulving
cita también experimentos controlados que han llegado a la misma con­
clusión.12
Tulving, de todos modos, sostiene que el almacenamiento de la memo­
ria episódica depende de recuerdos semánticos previos -uno difícilmente
puede recordar haber estado en un restaurante sin saber previamente qué
es un restaurante y qué se hace allí- pero que luego se relacionan con el
yo de una manera subjetivamente sentida. Esto permite que la experiencia
real del acontecimiento sea almacenada independientemente del sistema
semántico.13 Según este punto de vista, los recuerdos episódicos no pueden
almacenarse en ausencia de la memoria semántica, razón por la cual pro­
bablemente los recuerdos episódicos de nuestra infancia no empiezan
hasta que el sistema semántico está bien establecido, aproximadamente a
los cuatro o cinco años. De todos modos, hay evidencias de que la memoria
episódica y la semántica están más ampliamente disociadas. Las personas
con demencia semántica, una enfermedad neurológica degenerativa que
aqueja a algunas personas en la vejez, tienen una pérdida importante de

109
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

memoria semántica, aunque sus recuerdos episódicos permanecen notable


y sorprendentemente intactos.14

La memoria inconsciente

Hay otro tipo de memoria que parece quedar intacta en casos de amnesia
profunda. Esto lo puso de manifiesto el descubrimiento de que H. M.
podía aprender nuevas habilidades, como la de dibujar especularmente,
que consiste en dibujar o siluetear un objeto viendo este y la mano sola­
mente en el reflejo de un espejo. Esta es una tarea difícil, porque los movi­
mientos de la mano vistos en un espejo están invertidos respecto a los
movimientos reales. H. M. mejoró con la práctica, igual que las personas
con déficits de memoria, pero nunca recordó haberlo hecho antes. Mostró
incluso una mejora consistente en tareas que requieren determinadas ope­
raciones mentales, como el aprendizaje de movimientos. Un ejemplo es el
de la torre de Hanoi, una tarea en la que se amontonan unas anillas por
orden de tamaño sobre una de tres estacas o varillas, con la anilla más
grande en la parte de abajo. La tarea consiste en pasar todas las anillas a
otra estaca, de una en una, utilizando las tres estacas, pero sin colocar
nunca un anillo más grande sobre uno más pequeño. También en este caso
H. M. mostró una mejora sistemática, aunque nunca llegó a recordar cons­
cientemente ver la solución del problema en intentos anteriores.
La memoria inconsciente subyacente a estas habilidades se denomina
memoria implícita, y es la que nos permite aprender algo sin que tengamos
conciencia de que lo estamos haciendo. Presumiblemente es un tipo de
memoria más primitiva en un sentido evolutivo que la memoria explícita,
que está hecha de memoria semántica y de memoria episódica. La memo­
ria explícita se conoce a veces como memoria declarativa, porque es el tipo
de memoria de la que podemos hablar. La memoria implícita no depende
del hipocampo, por lo que la amnesia resultante de una lesión en el hipo­
campo no impide totalmente la adaptación a nuevos entornos o condicio­
nes, aunque dicha adaptación no entra en la conciencia. Yo no soy muy
bueno escribiendo a máquina o con el ordenador y conscientemente no
puedo decir muy bien dónde está cada tecla, excepto en lo tocante (sic) al
Reviviendo el pasado

hecho de que la U y la I están una al lado de otra, pero mis dedos encuen­
tran rápidamente el camino hacia la tecla apropiada. Esto es memoria im­
plícita. Debo añadir que solo utilizo dos dedos; los otros no saben nada.
La memoria implícita se mide a veces mediante una técnica llamada
priming [imprimación] . Por ejemplo, si se pide a alguien que recuerde una
serie de palabras que se le muestran en un laboratorio de psicología expe­
rimental, su recuerdo de una palabra concreta puede mejorar si se la pre­
cede con otra palabra relacionada con ella. Por ejemplo, la palabra animal
puede facilitar el recuerdo de la palabra pangolín. La imprimación es nota­
blemente resistente. En un estudio, por ejemplo, se utilizaron fragmentos
de fotografías para imprimar el reconocimiento de fotografías u objetos
completos. Cuan40, 17 años más tarde, se mostró los mismos fragmentos
a personas que habían participado en el experimento original, pudieron
escribir el nombre del objeto asociado con cada fragmento con una preci­
sión mucho mayor que el grupo de control que no había visto previamente
los fragmentos. Algunas de las personas implicadas no tenían recuerdos
conscientes del experimento realizado 17 años antes, y estas personas ob­
tuvieron unos resultados ligeramente mejores que las que sí recordaban
la ocasión anterior.15

La fragilidad de la memoria

La memoria implícita, por tanto, es inconsciente y aparentemente invul­


nerable, mientras que nuestros recuerdos episódicos son frágiles, incluso
en ausencia de lesión cerebral. Efectivamente, no somos ni mucho menos
tan buenos recordando cosas como creemos ser. En otra época se creía que
almacenábamos todo aquello de lo que somos conscientes en algún mo­
mento, y que el motivo de que olvidásemos tantas cosas tenía que ver con
algún fallo en la recuperación de la memoria. Es decir, hay montones de
cosas almacenadas en la memoria que no podemos encontrar. Es cierto
que la recuperación es voluble -todos hemos tenido la experiencia de ser
embarazosamente incapaces de recordar el nombre de alguien en el mo­
mento de presentarle a un grupo de amigos, solo para recordarlo más
tarde, cuando ya no tenía importancia. La investigación más reciente su-

111
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

giere que los fallos de memoria no se deben solo a los fallos de recupera­
ción, que por supuesto ocurren, sino que también refleja fallos en el pro­
ceso de almacenamiento.16 Por este motivo, una reunión de antiguos
alumnos es una experiencia aleccionadora.17 En una de dichas reuniones,
mis antiguos compañeros de escuela comentaron un acontecimiento apa­
rentemente destacado que yo fui incapaz de recordar, pese a que supues­
tamente había estado presente en el momento en que ocurrió. La simetría
se restableció cuando yo comenté algo que otros de mis compañeros pare­
cían haber olvidado. Y por supuesto, algunas de las cosas que se contaron
estaban tan enriquecidas por la imaginación que de todos modos era im­
posible recordarlas. Algunos de mis antiguos compañeros de escuela, eso
sí lo recuerdo bien, eran unos embusteros compulsivos ..
Sabemos ahora que nuestra memoria es como un colador; de hecho,
es tal la longitud y la complejidad de nuestras vidas conscientes que pro­
bablemente solo retenemos una pequeña fracción de ellas. El escritor checo
Milan Kundera lo expresa de este modo en su novela Ignorancia:

El dato fundamental es la proporción entre la cantidad de tiempo


que hay en la vida vivida y la cantidad de tiempo de esta vida que
se almacena en la memoria. Nadie ha tratado nunca de calcular esta
proporción, y de hecho no existe técnica alguna para hacerlo; pero
sin demasiado temor a equivocarme, yo me atrevo a calcular que la
memoria retiene apenas una millonésima, una cienmillonésima, en
pocas palabreas, una fracción absolutamente infinitesimal de la vida
vivida. También esto es una parte esencial de la naturaleza humana.
Si alguien pudiera retener en su memoria todo lo que ha experimen­
tado, si pudiera en todo momento recuperar cualquier fragmento de
su pasado, no tendría nada de humano: ni sus amores ni sus amis­
tades ni su capacidad de perdonar o su deseo de vengarse se pare­
cerían a los nuestros.18

Bueno, tal vez esto sea una exageración: una cienmillonésima de la vi­
da vivida equivaldría a unos quince minutos. Pero de todos modos, la ma­
yor parte de nuestras vidas conscientes pasan sin dejar rastro.
Es posible, sin embargo, que la pobreza de nuestra memoria para los

112
Reviviendo el pasado

acontecimientos sea adaptativa, dado que recordar todo lo que nos sucede
nos debilitaría, bloquearía nuestras mentes y las llenaría de cosas indesea­
das, como restos de ropa vieja. Algunas personas, de hecho, parecen sufrir
por el hecho de que su memoria es demasiado buena.

¿Es posible tener demasiada memoria?

Los niños neozelandeses de mi generación fuimos criados con un producto


llamado marmite, una especie de crema para untar en el pan que es el equi­
valente cultural de la manteca de cacahuete que se consume en Estados
Unidos. En el tarro podía leerse el siguiente mensaje: "Untar demasiada
marmite echa a perder el sabor." Para quienes no se han criado consu­
miendo este mejunje, su sabor es de todos modos repugnante, por delgada
que sea la capa del mismo con que unten una rebanada de pan. La idea de
que un exceso del producto que se publicita echa a perder su sabor no pa­
rece una estrategia de mercadotecnia muy eficiente, y seguramente por
esto el mensaje ya no aparece. Puede que la memoria sea un poco como la
marmite. Un exceso de ella puede echar a perder la mente.
Hay efectivamente motivos para suponer que una buena memoria
puede ser un problema. Las personas con un trastorno conocido como el
síndrome del sabio pueden tener una memoria realmente prodigiosa, junto
con graves deficiencias en otros aspectos de la inteligencia. El caso más ex­
traordinario descrito hasta ahora es el de Kim Peek, que sirvió de inspira­
ción al personaje interpretado por Dustin Hoffman en la película Rain
Man.19 Peek, conocido por sus amigos como 'Kimputer' [haciendo un juego
de palabras con 'computer'], empezó a memorizar libros a los 18 meses de
edad y a los cincuenta y pico había memorizado 9.000 libros. Era un
enorme almacén de conocimiento en historia, deportes, cine, programas
espaciales, literatura y Shakespeare, entre otras muchas cosas. Tenía unos
conocimientos amplísimos de música clásica, y ya de adulto empezó in­
cluso a interpretarla. Igual que otras personas con el mismo síndrome, era
un experto calculando a qué día de la semana corresponde una fecha cual­
quiera del calendario. Se sabe que esto depende de la posesión de una me­
moria masiva.

113
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Sin embargo, en un test de inteligencia estándar, Peek obtuvo una


puntuación de 87 (sobre una media de 100). Había una gran variación, sin
embargo, en las subescalas que determinan el resultado final, con unos re­
sultados excelentes en algunos apartados y unos resultados dentro de los
límites del retraso mental en otros apartados. Su cerebro era anormal,
mucho mayor de lo habitual, y no tenía cuerpo calloso, el haz de fibras
nerviosas que conecta los dos hemisferios del cerebro. También carecía de
otros dos haces de fibras que normalmente conectan la parte derecha e iz­
quierda del cerebro. Tenía un modo de andar exageradamente oblicuo, era
incapaz de abrocharse los botones de la camisa y de hacer muchas de las
tareas cotidianas. También tenía dificultades con las ideas abstractas. Lo
que sugiere el perfil de Peek es que la posesión de una memoria grande y
detallada constituye una desventaja para otras habilidades mentales, y que
una memoria excesivamente singular puede afectar negativamente a la ca­
pacidad de relacionar ideas y formar abstracciones. Demasiados árboles
no dejan ver el bosque.
Otro ejemplo que viene al caso es el de Solomon Shereshevskii, más
conocido como "S", cuya prodigiosa memoria la describe el prestigioso
neuropsicólogo ruso Aleksandr Romanov en su libro de 1968 The Mind of
a Mnemonist. Según Luria, la capacidad de memoria de S no tenía límites
aparentes, y era capaz de recordar cosas triviales durante períodos extraor­
dinariamente largos de tiempo. Por ejemplo, podía recordar con precisión
listas de palabras que Luri le había presentado 16 años antes. Su memoria
era mayoritariamente visual, y cuando le proponían ítems verbales podía
transformarlos mentalmente, bien disponiéndolos espacialmente, bien uti­
lizando el 'método de los lugares', con el que podía imaginarlos en ubica­
ciones familiares. La singularidad de su memoria era realmente un defecto,
porque le impedía formar conceptos generales. Era incapaz de entender
una novela, porque podía imaginarse las escenas descritas con todo detalle
y detectaba multitud de contradicciones con otras escenas posteriores. S
era también sinesteta -un trastorno o estado perceptivo en el que los inputs
de una modalidad sensorial provocan sensaciones en otra- de modo que
las palabras que oía iban para él acompañadas de sensaciones visuales, y
un tono de 30 ciclos por segundo y 100 decibelios daba lugar a "una cinta
de 12-15 cm de ancho del color de la plata vieja."2º

114
Reviviendo el pasado

Otro caso que ha salido recientemente a la luz es el de una mujer co­


nocida en la literatura científica como A. J.21 No ha sido clasificada como
paciente del síndrome del sabio, pero de todos modos tiene una memoria
autobiográfica extraordinaria e intrusiva. Nació en 1965, pero asegura que
si le das una fecha de cualquier día entre 1974 y el presente puede decirte
qué día de la semana era, qué estaba haciendo ella ese día y si sucedió algo
importante (como la explosión del transbordador espacial Challenger el 28
de enero de 1986). Llevó un diario personal desde los 10 a los 34 años, pero
su memoria para los acontecimientos no depende evidentemente de releer
a menudo su diario, cosa que apenas hace, ni tiene que consultar ningún
calendario antes de disponerse a contestar preguntas sobre su vida. Dedica
una excesiva cantidad de tiempo a recordar su pasado, y diversas pruebas
a las que la han sometido han puesto de manifiesto que sus recuerdos son
extraordinariamente precisos. Pero paradójicamente cuando los investiga­
dores grabaron una cinta de video de ella y se la mostraron un mes más
tarde, apenas pudo recordar ningún detalle de lo grabado, lo que sugiere
que su memoria autobiográfica es de hecho muy selectiva. Aunque parece
recordar algo de cada fecha, la cantidad real de cosas recordadas puede
que sea solo una fracción muy pequeña de lo que realmente ocurrió ese
día. Afirma tener problemas memorizando fechas históricas, aprendiendo
lenguas extranjeras o materias científicas, y sacar aprobados justitos en
geometría. Su cociente general de inteligencia es de 93, un poco por debajo
de la media, aunque en una de las pruebas estándar de memoria obtuvo
una puntuación de 122. Pese a sus problemas académicos, ha conseguido
licenciarse en ciencias sociales, obteniendo el título a los 23 años.
La memoria, sea o no excepcional, requiere un espacio de almacena­
miento enorme. Como ya hemos dicho antes (por si el lector lo ha olvida­
do), un adulto alfabetizado medio conoce probablemente unas 50.000
palabras, lo que implica que conoce al menos unos 50.000 conceptos de
objetos, acciones, propiedades, profesiones, emociones, etcétera.22 Los re­
cuerdos episódicos están hechos de combinaciones de conceptos familia­
res, como quién hizo qué a quién, dónde, cuándo y por qué. No tiene nada
de sorprendente que, para poder dar cabida a todo esto, el cerebro humano
sea muy grande, incluso para los estándares propios de los primates. En
el cerebro humano hay unos diez mil millones de neuronas, cada una de

115
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

las cuales está conectada a otras neuronas -de hecho, algunas neuronas
tienen hasta 30.000 conexiones. Resulta difícil meterse en la cabeza tantos
números, aunque de hecho están dentro de la cabeza. Dado que los recuer­
dos están almacenados probablemente en forma de interconexiones entre
neuronas, podemos sentirnos tentados a pensar que el cerebro tiene una
capacidad infinita. Pero el cerebro tiene otras muchas cosas que hacer
aparte de almacenar recuerdos. Sospecho, por tanto, que hay una especie
de equilibrio dinámico entre diferentes tareas mentales, y la obsesión con
algunas de estas tareas puede dificultar o impedir el desarrollo de otras.
A veces, como en el caso de las personas con el síndrome del sabio, el mo­
tivo del desequilibrio puede ser patológico -un defecto del crecimiento o
en las hormonas que hace que algunas facultades se desarrollen a expensas
de otras. En otros casos, tal vez, puede que las obsesiones surjan en res­
puesta a acontecimientos vitales catastróficos. E indudablemente se da
también la variación normal. Si no fuera así, la vida sería muy aburrida.

Falsos recuerdos

Cuando era más joven podía recordar cualquier cosa, hubiese


sucedido o no, pero ahora empiezan a fallarme las facultades y
pronto solo podré recordar cosas que nunca han sucedido.
Mark Twain

Aunque nuestros recuerdos del pasado pueden ser muy vívidos, hasta el
punto de que nos parece que podemos re-experimentarlos, puede muy
bien ser que no se correspondan exactamente con la experiencia original.
El recuerdo que tenemos de pasadas proezas está a menudo enriquecido
o distorsionado, y a menudo es completamente falso -"recordamos" cosas
que nunca han sucedido. Elizabeth Loftus, la pionera de la investigación
en este campo, narra un falso recuerdo relativo a la muerte de su propia
madre:

Recuerdo un verano de hace mucho tiempo. Tenía catorce años. Mi


madre, mi tía Pearl y yo estábamos de vacaciones y habíamos ido a

116
Reviviendo el pasado

visitar a mi tío Joe en Pensilvania. Una soleada mañana me desperté


y mi madre estaba muerta; se había ahogado en la piscina.23

La escena la recuerda vívidamente. Ve mentalmente unos pinos y percibe


el olor de las piñas, nota el sabor del té helado en su paladar y ve a su
madre en camisón flotando boca abajo en la piscina. Llora aterrorizada,
empieza a chillar, ve llegar a los coches de la policía con las sirenas so­
nando y cómo se llevan el cuerpo de su madre en una camilla. Pero es un
falso recuerdo. En realidad estaba dormida cuando el cuerpo de su madre
fue descubierto, y no fue ella sino su tía Pearl la que lo encontró. Su re­
cuerdo es una construcción creada en parte a partir del conocimiento que
tiene de lo que ocurrió y en parte de unos detalles adicionales aportados
por su imaginación.
Elizabeth Loftus estudió experimentalmente los falsos recuerdos
dando a sus sujetos pequeñas historias construidas por miembros de la fa­
milia de estos sobre acontecimientos de su infancia. Y luego les preguntaba
qué recuerdos tenían de estos acontecimientos. Una de las historias des­
cribía el hecho de haberse perdido en un centro comercial, pero era total­
mente falsa. Aproximadamente un 25 por ciento de los sujetos estudiados
afirmaron recordar el caso, y algunos incluso proporcionaron detalles no
incluidos en la historia narrada por el familiar. Este estudio se realizó en
1991 y ha sido repetido muchas veces con otros episodios falsos que fueron
sin embargo 'recordados', como haber viajado en un globo aerostático, ser
atacado por un perro rabioso o estar a punto de ahogarse y ser salvado
por un socorrista. Los falsos recuerdos se estudian también utilizando mé­
todos más prosaicos, como proporcionar a los sujetos listas de palabras
para recordar omitiendo una palabra obvia; al pedirles que recordasen la
lista, los participantes en el estudio insistían a menudo en que la palabra
que faltaba les había sido realmente presentada. La lista, por ejemplo, in­
cluía palabras como cama, dormir, descansar, levantarse, etc., omitiendo la
palabra soñar, y casi la mitad de participantes recordaban más tarde que
la palabra soñar estaba también en la lista. 24 Este experimento se ha con­
vertido en uno de los más habituales en la psicología experimental y se
realiza de un modo regular en los laboratorios universitarios.
Los falsos recuerdos ya fueron muy estudiados a finales del siglo XIX

117
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

con el nombre de paramnesias.25 Un ejemplo especialmente horroroso es


el descrito por el hipnoterapeuta Hippolyte Bernheim, que cuenta haber
persuadido hipnóticamente a una de sus pacientes de haber visto por el
ojo de una cerradura a un viejo violando a una niña, que forcejeaba y san­
graba y que era finalmente amordazada. Y concluía su sugestión del si­
guiente modo: "Cuando despiertes ya no pensarás más en ello. No te he
contado nada; no es un sueño ni una visión que he inducido en ti durante
tu sueño hipnótico; es algo que ha sucedido de verdad." Tres días más
tarde Bernheim le pidió a un amigo y distinguido abogado que interrogase
a la paciente como si fuese un juez de instrucción. La paciente recordó los
hechos con todos los detalles que le habían sugerido mientras estaba hip­
notizada, e incluso cuando fue alentada a ponerlos en duda, mantuvo que
su testimonio era verdadero "con una convicción inamovible."26 Hoy, afor­
tunadamente, hay regulaciones éticas que proluben un estudio de este tipo.
Recientemente, la cuestión de los falsos recuerdos ha repuntado y ha
adquirido una importancia especial. Durante los años ochenta y noventa
del siglo XX muchos terapeutas adoptaron el punto de vista según el cual
muchos problemas psicológicos en la edad adulta podían remontarse al
hecho de haber sufrido abusos sexuales en la infancia. Debido a su natu­
raleza traumática, estos recuerdos eran a menudo reprimidos, y el objetivo
principal de la terapia era recuperar estos recuerdos para que los pacientes
pudieran luego hacer frente a las causas reales de sus problemas y resol­
verlos -presumiblemente con ayuda del terapeuta. La expresión más ex­
trema de este punto de vista fue un libro de Ellen Bass y Laura Davis
titulado The Courage to Heal [El valor de curar], que se publicó por vez pri­
mera en 1 988 y que desde entonces ha sido reeditado varias veces. Bass y
Davis, pese a no tener una formación técnica en psicología o psiquiatría,
fueron lo suficientemente audaces como para decir a sus lectores:

Si no recordáis haber sufrido abusos, no estáis solas. Muchas mujeres


no tienen recuerdos, y muchas no los han tenido nunca. Pero esto
no significa que no hayan sufrido abusos.

En otra tristemente famosa cita del libro, Bass y Davis escriben: "Si
piensas que sufriste abusos y tu vida muestra síntomas de haberlos su-

118
Reviviendo el pasado

frido, es que efectivamente los sufriste." Esta afirmación comete la falacia


lógica de afirmar el consecuente. Es indudablemente cierto que el hecho
de sufrir abusos en la infancia puede provocar más tarde síntomas de an­
gustia psicológica, pero esto no significa que la angustia psicológica sea
necesariamente el resultado de haber sufrido abusos en la infancia. El ase­
sinato tiene como consecuencia la muerte, pero esto no significa que la
muerte sea siempre consecuencia de un asesinato. Lamentablemente, la
gran aceptación que tuvo el edicto de Bass y Davis llevó demasiado a me­
nudo a la práctica de una terapia agresiva diseñada para ayudar a perso­
nas con problemas psicológicos a recuperar el recuerdo del supuesto abuso
que los había provocado.27 Esto llevó a la recuperación de 'recuerdos' que
no habían tenido lugar, del mismo modo que los sujetos del experimento
de Loftus no se habían perdido nunca en un centro comercial. La cuestión
de los recuerdos recuperados y de los falsos recuerdos se convirtió en un
tema sumamente político durante los años 1990, y hubo muchos casos de
hombres condenados a penas de cárcel acusados de abusos, pese a ser
totalmente inocentes;28 uno de estos casos, ocurrido en mi propio país, se
describe con detalle en un libro galardonado con un premio. 29

Una perspectiva evolutiva

A estas alturas ya es obvio que la memoria no es lo que parece. Dista


mucho de ser un registro fiel de los acontecimientos del pasado, y también
es algo complejo, hecho de diferentes sistemas. Es conveniente, pues, que
consideremos la evolución de los sistemas de memoria y veamos cómo
pueden haber contribuido a la adaptabilidad de los organismos. Sugeriré
que hay una jerarquía en los sistemas de memoria y que cada uno de ellos
tiene una contribución especial. Entenderé aquí por 'memoria' cualquier
adaptación que implique algún cambio en el comportamiento animal que
implique una mayor capacidad de adecuación a su entorno.
Muchas adaptaciones conductuales son instintos, es decir 'memorias'
en el sentido de que se refieren a cambios adaptativos que tuvieron lugar
en generaciones anteriores y que se transmitieron genéticamente. El legado
genético no es suficiente, sin embargo, y a menudo las conductas instinti-

119
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

vas no se desarrollan a menos que las condiciones ambientales sean las


adecuadas. Los instintos pueden ser muy complejos, e incluyen activida­
des como las migraciones estacionales de aves y animales, el acapara­
miento, la construcción de presas por los castores, etcétera. Estas son
adaptaciones eficaces a acontecimientos estacionales predecibles, y son efi­
caces en la medida en que los cambios estacionales son efectivamente regu­
lares. Estos instintos pueden verse afectados por el cambio climático o por
la acción de predadores de otras especies, especialmente humanos, con
nuestra capacidad sin precedentes de causar estragos, no solo en la geogra­
fía del planeta, sino también en el propio cambio estacional.
Naturalmente, los humanos también tenemos muchos instintos,
como las emociones, el instinto sexual y aparentemente una predisposi­
ción al chismorreo. Steven Pinker ha sostenido que el propio lenguaje es
un instinto;30 dado un desarrollo normal, todos los humanos hablan o ges­
ticulan, algunos incluso demasiado. Pero una vez más esto también de­
pende del entorno, y un niño que crezca sin contacto humano no aprende
a hablar, como lo ilustra el famoso caso de Genie, una niña que vivió ais­
lada hasta los 13 años y nunca aprendió a hablar correctamente.31 Natu­
ralmente, los lenguajes particulares que aprendemos también dependen
del entorno lingüístico particular en el que crecemos; me temo que nunca
podré aprender chino. El desarrollo del canto de las aves implica princi­
pios similares. Aunque sea fundamentalmente instintivo, el canto del pin­
zón requiere que los polluelos sean criados allí donde puedan oír cantar
a otros pinzones.
El aprendizaje constituye un modo más flexible de adaptación, ya
que permite ajustarse a los acontecimientos o contingencias ambientales que
tienen lugar en la vida de cada individuo. Una forma de aprendizaje es el
condicionamiento clásico, que se hizo famoso con la demostración de lván
P. Paulov de que haciendo oír un timbre antes de darle comida a un ani­
mal, este aprende a salivar con solo oír el timbre.32 De un modo más gene­
ral, el condicionamiento clásico puede servir para producir respuestas
emocionales o anticipatorias apropiadas a aquellas situaciones, animales
u objetos que representan una amenaza o una posibilidad de recompensa.
El condicionamiento clásico depende de la provocación involuntaria de
funciones corporales como la salivación o el rubor, o de respuestas emo-

120
Reviviendo el pasado

cionales como el miedo o la ira, que pasan a asociarse a acontecimientos


que previamente eran neutros.
Paulov llevó a cabo sus experimentos con perros. El más (tristemente)
famoso estudio del condicionamiento clásico en humanos lo llevó a cabo
el fundador del conductismo, John B. Watson. El sujeto33 fue un huérfano
de solo nueve meses de edad conocido como el pequeño Albert.34 Watson
determinó primero que el pequeño Albert no sintiese miedo de objetos
como un ratón, un conejo, un mono, un perro o una máscara, pero sí del
sonido creado al golpear fuertemente una barra de metal con un martillo.
Presentándole el ratón y el sonido al mismo tiempo, Watson consiguió con­
dicionar al pequeño Albert para que sintiera miedo del ratón -y, por cierto,
de cualquier otro objeto también. El pequeño Albert fue adoptado poco
después de este desafortunado experimento, y Watson no tuvo la oportu­
nidad de reacondicionarlo a no tener miedo de los ratones y a los demás
objetos. Uno no puede sino simpatizar con el pequeño Albert y con sus
padres adoptivos, y al igual que en el estudio anterior de Bernheim, nin­
gún comité de ética autorizaría actualmente llevar a cabo un experimento
como este.
Otra forma de condicionamiento, conocida como condicionamiento
operante, implica la formación de conductas que son emitidas más que
provocadas y que, por consiguiente, pueden considerarse voluntarias más
que involuntarias. Estas conductas pueden ser la de un ratón presionando
una palanca, una paloma picoteando un disco o un humano jugando a una
máquina tragaperras en un casino. En el condicionamiento operante tales
conductas son progresivamente controladas, o condicionadas, a base de
recompensas y castigos. También pueden someterse a lo que los psicólogos
operantes denominan control del estímulo; si un estímulo o aconteci­
miento neutro es asociado con una recompensa o un castigo, también pue­
de provocar o 'configurar' una determinada conducta. Un timbre, pues,
puede no solo provocar salivación, sino servir como señal para entrar en
el comedor. El conductista B. F. Skinner trató de explicar todo el comporta­
miento humano, incluido el lenguaje, mediante los principios del condi­
cionamiento operante,35lo que llevó al punto de vista más bien robótica de
la sociedad y la conducta humanas que se describe en su novela utópica
Walden dos.36

121
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Puede afirmarse que estas diferentes formas de condicionamiento


caen dentro de la categoría de la memoria implícita. Como hemos visto, la
memoria implícita puede incluir también el aprendizaje de habilidades e
incluso de estrategias mentales para hacer frente a diversos retos me­
dioambientales. Los recuerdos implícitos los provoca el entorno inmediato
y no implican para nada la conciencia o la volición. Naturalmente, uno
puede recordar la experiencia de aprender a ir en bicicleta, pero este re­
cuerdo es distinto del propio aprendizaje. Muchos de mis propios recuer­
dos infantiles tienen que ver con bicicletas, incluido el de ser lanzado por
mi padre en dirección a mi madre, que le daba la vuelta a la bicicleta y la
lanzaba de nuevo hacia mi padre, con lo que yo pedaleaba de un modo
algo tambaleante entre uno y otro. Todavía conservo una de las cicatrices
que me hice más tarde en una caída, cuyo recuerdo conservo vívidamente.
Tenía nueve años y también recuerdo muy bien la risa del médico cuando
le pregunté, mientras se disponía a coserme el profundo corte que me
había hecho en la rodilla, si la herida sería fatal. 37 Estos son recuerdos epi­
sódicos, independientes del proceso de aprender (más o menos) a ir en bi­
cicleta.
Comparada con la memoria implícita, la memoria explícita propor­
ciona más flexibilidad adaptativa, porque no depende de una evocación
inmediata del entorno. Es decir, podemos traer conscientemente a la me­
moria en cualquier momento estos recuerdos, como cuando reflexionamos
sobre lo que hicimos ayer o tratamos de recordar lugares o personas con­
cretas que conocemos. Esto no significa que el entorno no sea importante,
ya que lo que sucede en el mundo que nos rodea nos trae constantemente
recuerdos de otras cosas, lo mismo que preguntas como ¿ Dónde diablos es­
tuviste la otra noche?
Como hemos visto la memoria implícita incluye tanto la memoria se­
mántica como la episódica. Nuestros recuerdos semánticos constituyen un
enorme depósito de hechos acerca del mundo, incluyendo conocimientos
físicos del mismo y del entorno particular en que vivimos, de nuestros
amigos y de cómo se comportan, e incluso de cómo funciona el lenguaje,
con su vocabulario, algunas reglas gramaticales y de pragmática -las di­
ferentes formas en que podemos utilizar el lenguaje para conseguir obje­
tivos sociales. Pero el lenguaje es complejo, y la gramática en su mayor

122
Reviviendo el pasado

parte depende de unas reglas implícitas - los lingüistas ni siquiera las han
formulado todas explícitamente. En general, la memoria semántica perte­
nece al ámbito de la educación, y está siendo continuamente actualizada
y ampliada mediante los procesos de la ciencia y la invención tecnológica.
La memoria episódica se encuentra en la cima de una pirámide evo­
lutiva y proporciona la puesta a punto final en nuestras vidas personales.
Registrando acontecimientos concretos podemos reaccionar de un modo
más preciso a los acontecimientos similares que se produzcan en el futuro
y planear con detalle nuestras actividades futuras. También podemos
pasar por el cedazo diferentes episodios de nuestras vidas y extraer infor­
mación relevante -tal vez de un modo análogo a la incrustación de frases
dentro de oraciones y de oraciones dentro de un relato. Conociendo lo que
salió mal en ocasiones anteriores podemos evitar una catástrofe similar en
el futuro. Según este punto de vista, por consiguiente, la memoria episó­
dica no es tanto un registro permanente de acontecimientos pasados como
una serie de secuencias -algo así como videos de YouTube-, a veces enri­
quecidas o distorsionadas, que nos proporcionan una reserva de situacio­
nes que podemos utilizar para construir futuros viables y detallados.
Obviamente sería un despilfarro de espacio de almacenamiento registrar
todos los acontecimientos que experimentamos, dado que nuestras vidas
diarias están llenas de repeticiones. Los acontecimientos repetitivos pue­
den contribuir a la memoria semántica, las generalidades del mundo, pero
la memoria episódica se ocupa de particularidades destacadas. Dicho esto,
la investigación todavía no ha determinado claramente qué episodios es
probable que sean recordados y cuáles no. La memoria episódica es algo
voluble al respecto.
Pero hay más cosas en juego que el examen del pasado. Como vere­
mos en el próximo capítulo, la memoria episódica puede también propor­
cionamos un sentido del tiempo, proyectándonos hacia el futuro o hacia
el pasado.

123
6

Acerca del tiempo

"Es un tipo de memoria muy pobre, esa que solo funciona hacia atrás",
observó la Reina.
Lewis Carroll, Alicia a través del espejo

U
n aspecto importante de la memoria episódica es que sitúa los
acontecimientos en el tiempo. Aunque a menudo no tenemos
una idea muy precisa de cuándo sucedió aquello que recorda­
mos, normalmente tenemos al menos una idea aproximada, y esto es su­
ficiente para dar lugar a una comprensión general del propio tiempo. La
memoria episódica nos permite viajar hacia atrás en el tiempo y revivir
conscientemente experiencias pasadas. Thomas Suddendorf califica esto
de viaje mental temporal y sugiere que esto, además de recordar aconteci­
mientos pasados, nos permite imaginar acontecimientos futuros.1 Esto
también amplía las posibilidades recursivas; yo podría recordar, por ejem­
plo, que ayer hice planes para ir a la playa mañana. El verdadero signifi­
cado de la memoria episódica, por tanto, es que nos proporciona un
vocabulario con el que construir acontecimientos futuros y de este modo
ajustar mejor nuestras vidas. La selección natural no puede operar sobre
la base de recuerdos pasados per se, sino solo a partir de aquello que con­
tribuye a la supervivencia en el presente y en el futuro.
Esta es una idea que tiene un respaldo creciente. Lo que se ha califi­
cado de pensamiento episódico futuro,2 o sea, la capacidad de imaginar acon-

125
Michael C. Carba/lis/ La mente recursiva

Acontecimiento pasado > control Acontecimiento futuro > control

Figura 9. Escáneres fMRJ de la activación cerebral provocada por el hecho de imaginar


acontecimientos pasados (a la izquierda) y acontecimientos futuros (a la derecha). Las áreas
activas son las de color claro.
(Reimpreso, con permiso de Elsevier, de Addisa et al. 2007.)

tecimientos futuros, surge en los nifios hacia los tres o cuatro años.3 Los

pacientes con amnesia son tan incapaces de contestar preguntas sencillas


acerca de cosas pasadas como de decir qué podría suceder en el futuro.4

Clive Wearing, el músico amnésico del que hemos hablado en el capítulo


anterior, se queja constantemente de no tener pasado y de estar atrapado
en el presente. Tiene constantemente la sensación de que acaba de desper­
tarse. Su situación la refleja muy bien el título del libro escrito por su es­

posa, Forever Today [Siempre es hoy]. La amnesia relativa a acontecimientos


concretos, por tanto, se debe al menos en parte a una pérdida de la con­

ciencia del tiempo.


Los estudios del cerebro con técnicas de obtención de imagen por re­
sonancia magnética confirman que existe una estrecha conexión entre la
memoria episódica y el hecho de imaginar el futuro. De hecho, la idea del

viaje mental en el tiempo la anticipó en algunos de los primeros estudios


sobre el flujo sanguíneo cerebral realizados por el fisiólogo sueco David
Ingvar, que llegó a la conclusión de que la activación del córtex prefrontal
es especialmente importante a la hora de proporcionar la conexión interna
entre el pasado y el futuro. Escribe Ingvar:

Sobre la base de experiencias anteriores, representadas en la memo-

126
Acerca del tiempo

ria, el cerebro -la mente- está automáticamente ocupado con la ex­


ploración de acontecimientos futuros y según parece construyendo
pautas de comportamiento hipotéticas alternativas para estar pre­
parado ante lo que pueda suceder.5

Utilizando técnicas más refinadas basadas en la resonancia magnética


funcional (fMRI), Daniel L. Schacter y sus colegas de la Universidad de
Harvard han puesto de manifiesto que partes del lóbulo temporal medial,
así como del córtex prefrontal, se activan cuando las personas son induci­
das a recordar acontecimientos pasados o a imaginar acontecimientos fu­
turos. Schacter y sus colegas se refieren a esto calificándolo de red nuclear.6
Pero por supuesto normalmente podemos distinguir los acontecimientos
pasados de los acontecimientos futuros imaginados, y varios estudios han
puesto de manifiesto en diversas áreas cerebrales una mayor activación
en respuesta a acontecimientos futuros que a acontecimientos pasados, lo
que probablemente indica que imaginar el futuro exige una construcción
imaginativa más intensa.7 Otros estudios, en cambio, han puesto de mani­
fiesto una mayor activación al recordar acontecimientos pasados que al
imaginar acontecimientos futuros,8 de modo que la evidencia es incons­
ciente. Revivir el pasado también implica una construcción activa,9 a veces
en detrimento de la veracidad, y sospecho que algunas personas pueden
incluso confundir en ocasiones acontecimientos futuros imaginados con
acontecimientos que realmente han ocurrido. El propio cerebro no parece
tener muy clara la diferencia.

¿Es el viaje mental temporal exclusivo de los humanos?

Y dijo él: " ¿Qué es el tiempo? ¡Es algo para perros y monos!
¡El hombre tiene la eternidad! "
Robert Browning, E l faneral de u n gramático

Igual que el gramático de Browning, Suddendorf y yo sostenemos que el


viaje mental temporal, incluida la memoria episódica, es exclusivamente

127
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

humano.10 La misma idea también la sugirió el psicólogo alemán Wolfgang


Kohler. Kohler trabajaba en un complejo experimental financiado por la
Academia Prusiana de las Ciencias y situado en las ·lslas Canarias dedi­
cado a la investigación de los primates, cuando estalló la Primera Guerra
Mundial. Se quedó atrapado allí y decidió ocupar el tiempo estudiando el
comportamiento de una colonia de nueve chimpancés que vivían en un
gran recinto al aire libre. Su trabajo se ha hecho famoso porque mostró por
vez primera que a veces los chimpancés resuelven problemas mecánicos
utilizando la intuición y no simplemente recurriendo al método del ensayo
y el error.U Sin embargo, Kohler llegó a la conclusión de que, pese a sus
habilidades improvisando, los chimpancés apenas eran capaces de conce­
bir el pasado o el futuro. Los chimpancés son nuestros parientes no huma­
nos más cercanos, por lo que la observación de Kohler sugiere que el viaje
mental temporal surgió en algún momento de la evolución posterior a la
separación entre la línea de los simios y la de los homininos.
De todos modos la idea de que el viaje mental temporal es exclusiva­
mente humano ha sido cuestionada. El desafío más serio proviene no de
los simios sino de las aves. Algunas aves hacen gala de una memoria pro­
digiosa para localizar los escondrijos en los que han ocultado alimento
para consumirlo más tarde. La especie de los cascanueces de Clark (Nuci­
fraga colombiana) parece ser una de las más prolíficas en este sentido, y suele
almacenar semillas en miles de ubicaciones y recuperarlas posteriormente
con una precisión muy elevada (aunque no totalmente perfecta).12 Esto no
significa necesariamente que recuerden realmente haber escondido las se­
millas -simplemente saben dónde están. Se ha sugerido que el argumento
a favor de la memoria episódica se vería reforzado si las aves pudiesen
mostrar tener cierta memoria de cuándo fueron ocultadas las semillas, lo
que indicaría que poseen memoria temporal además de espacial. Una me­
moria que incluyese el conocimiento de qué [what] se ha almacenado,
dónde [where] se ha almacenado y cuándo [when] se ha almacenado, deno­
minada memoria www,13 sería considerada por algunos investigadores
como prueba suficiente de la existencia de una memoria episódica y por
consiguiente del viaje mental temporal, al menos hacia el pasado.
El reto de demostrar que algunas aves poseen esta memoria www lo
han asumido Nicola Clayton y sus colegas de la Universidad de Cam-

128
Acerca del tiempo

bridge, utilizando como sujeto de estudio una especie de arrendajo (Garru­


lus glandarius). En una serie de ingeniosos experimentos, Clayton permitió
a los arrendajos esconder comida en diferentes compartimentos de una
cubeta para helados.14 Les dio dos alimentos diferentes para ocultar, gusa­
nos y cacahuetes. Las aves prefieren los gusanos, y mostraron una prefe­
rencia a ir a los lugares en los que habían ocultado gusanos más que en
los que habían ocultado cacahuetes, pero solo si hacía poco que los habían
ocultado. Si había transcurrido demasiado tiempo y por tanto era probable
que los gusanos se hubiesen descompuesto y ya no fuesen comestibles,
iban a los escondrijos donde había cacahuetes. Esto sugiere que recordaban
no sólo dónde habían ocultado un tipo determinado de alimento, sino tam­
bién cuándo lo habían hecho. Esto implica también que podrían estar via­
jando mentalmente en el tiempo hasta el momento del pasado en el que
habían escondido la comida.
Estas aves también roban comida de otras aves. Si una de ellas que
había robado alguna vez comida de otra era observada mientras ocultaba
su propia comida, más tarde, una vez sola, volvía a esconderla, presumi­
blemente para evitar que quien la observaba se la robase. Hay que ser un
ladrón para conocer a otro ladrón. El hecho de re-esconder un alijo depen­
día de cuál era el ave que estaba observando. Clayton y sus colegas descu­
brieron que era más probable que se produjese si el observador predador
era un ave dominante que si era un ave subordinada. 15 Podríamos, pues,
añadir otra w, la de who [quién]: las aves parecen saber qué [what] se es­
conde, dónde [where], cuándo [when] y quién [who] lo esconde. Su conducta
también parece sugerir que pueden viajar mentalmente tanto hacia el pasa­
do como hacia el futuro, ya que puede considerarse que el hecho de re-es­
conder un alijo implica la anticipación de un futuro ladrón.
Se ha dicho que el ratón de campo (Microtus pennsylvanicus) también
puede recordar qué, dónde y cuándo.16 En un estudio experimental, se per­
mitió primero a unos ratones de campo explorar dos jaulas, una que con­
tenía a una hembra embarazada a 24 horas del parto, y otra que contenía
a una hembra que no estaba preñada ni amamantando a ninguna cría.
Veinticuatro horas después, les dieron de nuevo acceso a las dos jaulas,
que ahora estaban vacías y limpias, y pasaron más tiempo explorando la
que había contenido a la hembra embarazada que la otra. Esto sugiere que

129
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

habían recordado a la hembra embarazada y que habían comprendido que


ahora estaría en la fase de celo postparto, un estado de gran receptividad.
En otra ocasión exploraron primero una jaula que contenía una hembra
en celo postparto y luego una que contenía una hembra que no estaba em­
barazada ni amamantando, ni en celo. Veinticuatro horas más tarde se les
permitió explorar de nuevo las jaulas, ahora limpias y vacías, y no mos­
traron ninguna preferencia por la jaula que había contenido a la hembra
en celo. Esto sugiere que se habían dado cuenta de que la hembra ya no
estaría en un estado de mayor receptividad.
Sin embargo, es tal vez demasiado pronto para concluir que estos ani­
males -arrendajos o ratones de campo- pueden viajar mentalmente en el
tiempo de la misma forma que lo hacemos los humanos. La recuperación
de gusanos o de frutos secos en función del tiempo que hace que han sido
escondidos no implica que los arrendajos recuerden realmente el acto de
esconder un alijo de comida como algo diferente de saber cuándo y dónde
fue escondido el alijo. Yo sé que el capitán James Cook desembarcó en
Nueva Zelanda en 1769, pero no lo recuerdo; de hecho, ni siquiera había
nacido por aquel entonces, pese a lo que puedan pensar mis alumnos. Ni
siquiera recuerdo que me lo hayan contado. En el caso de los arrendajos,
una simple etiqueta temporal sujeta a la memoria, una especie de 'fecha
de caducidad', sería suficiente. De modo parecido, es posible que la com­
prensión por parte de los ratones de campo de cuándo una hembra puede
estar receptiva se base en el conocimiento que tienen de los ciclos de ovu­
lación, con un marcador de tiempo variable adosado a la memoria. Es po­
sible hacer una distinción entre saber cuándo algo ha sucedido y saber
cuánto tiempo hace que sucedió, y un estudio reciente pone de manifiesto
que los ratones, al elegir dónde esconden la comida en un laberinto, se
guían por lo segundo, no por lo primero. 17 Las ratas no viajan mentalmente
en el tiempo, y tampoco hay buenos motivos para creer que lo hagan los
arrendajos o los ratones de campo.
¿Cambian de escondrijo sus alijos los arrendajos cuando les está ob­
servando un posible ladrón porque de hecho prevén la posibilidad de un
futuro robo? No necesariamente. Es posible que simplemente sea una con­
ducta que hayan aprendido mediante la asociación de un observador y la
subsiguiente desaparición del alijo.

130
Acerca del tiempo

Pero aquí nos encontramos en terreno poco firme, ya que los concep­
tos psicológicos son escurridizos, y a menudo resulta fácil explicar una
serie de resultados de diferentes maneras hasta encontrar una que se ade­
cúe a las predilecciones teóricas de cada investigador. Aunque pueda de­
cirse que los arrendajos o los ratones de campo sean hasta cierto punto
capaces de un cierto grado de viaje mental temporal, el contexto en el que
esto opera es muy limitado. Los arrendajos son especialistas en esconder
y recuperar alijos de comida, y su conducta en este contexto ha producido
sutilezas que tal vez no son generalizables a otras actividades. Y todos los
animales son especialistas en el acto del apareamiento. Y dudo que sean
capaces de tenderse a rememorar el pasado o a pensar en el futuro como
hacemos los humanos.
Una teoría que permite hacer una prueba potencial de viaje mental
temporal hacia el futuro es la llamada hipótesis de Bischof-Kohler, según
la cual solo los humanos pueden anticipar de un modo flexible sus propios
estados mentales futuros de necesidad y actuar en el presente para satisfa­
cerlos.18 Vamos al supermercado a comprar comida aunque en ese momen­
to no tengamos hambre, o asistimos a unos largos y a menudo aburridos
cursos universitarios con la pretensión de hacer más adelante una carrera
lucrativa. Ha habido varios intentos de refutar la hipótesis de que tales
conductas son exclusivas de nuestra especie. En un estudio, por ejemplo,
unos arrendajos a los que había dado la opción de dos alimentos diferentes
para esconder, dejaron de esconder uno de ellos si estaba a su disposición
más tarde, cuando tenían hambre. 19 Sin embargo, esta conducta podía estar
basada en el aprendizaje y no en la anticipación de qué tipo de comida es­
taría disponible cuando les apretase el hambre20 -no hay motivos para pen­
sar que los arrendajos sean capaces de viajar mentalmente en el tiempo
hasta una futura ocasión en la que estarán hambrientos. En todos los casos
descritos hasta ahora, procesos más simples que el viaje mental temporal
pueden dar cuenta de los resultados de los experimentos.
La fabricación de herramientas con una finalidad específica se cita a
veces como evidencia a favor de la existencia del viaje mental temporal
hacia el futuro. Me temo que, una vez más, hemos de dirigimos a las aves,
ya que los cuervos de Nueva Caledonia (Corvus moneduloides) son capaces
de fabricar herramientas con ramitas y trocitos de cable para resolver pro-

131
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

blemas mecánicos, aunque los chimpancés fabrican herramientas de una


complejidad al menos comparable.21 Naturalmente, muchos ejemplos de
uso de herramientas pueden ser una simple cuestión de improvisación
para resolver problemas inmediatos, más que una forma de planificar un
futuro más distante. La prueba más convincente de pensamiento orientado
hacia el futuro la tenemos en la habilidad que muestran los cuervos para
dar forma a las hojas de los pandanus. Estas hojas tienen pinchos en uno
de sus bordes y pueden por tanto insertarse en los orificios que contienen
larvas, para pincharlas y extraerlas. Los cuervos dan forma a estas hojas,
afilándolas de modo que puedan sujetar el extremo más ancho con el pico
e insertar el más estrecho en los orificios donde se esconden las larvas.
Dada la ubicuidad de estas herramientas, la estandarización de su diseño
y las evidencias de una transmisión cultural de la técnica,22 es muy impro­
bable que sean simplemente resultado de la improvisación. Estas herra­
mientas son planificadas.
Los chimpancés también muestran mucha variación cultural, tanto en
la forma en que utilizan determinadas herramientas como en otras de sus
conductas.23 Algunos grupos de chimpancés conservan efectivamente du­
rante años una especie de martillos y de yunques para cascar nueces, aun­
que esto no significa necesariamente que realmente se estén imaginando
ellos mismos utilizando estas herramientas en el futuro.24 Recientemente,
de todos modos, se ha dicho que los orangutanes y los bonobos al menos,
guardan herramientas que no necesitan en el presente para utilizarlas
hasta catorce horas más tarde, lo que puede ser un indicio de viaje mental
en el tiempo,25 aunque no está del todo claro que los animales no estuvie­
ran simplemente respondiendo sobre la base de asociaciones pasadas y no
imaginando activamente un acontecimiento futuro.26 Se dice que el bonobo
Kanzi es capaz de llevar a alguien a un lugar en el que sabe que podrá en­
contrar un objeto determinado, pero tampoco esto significa necesaria­
mente que recuerde el hecho de haber visitado ese lugar anteriormente.
La distinción fundamental entre 'saber que' y 'recordar que' es realmente
muy dificil de poner a prueba en las especies no humanas.
En los humanos al menos, el viaje mental en el tiempo implica la re­
presentación consciente de episodios, pasados o futuros, lo que sugiere
además la existencia de la recursión. Es decir, un episodio consciente está

132
Acerca del tiempo

incrustado en la conciencia presente. Esto puede darse a niveles más pro­


fundos, como cuando recuerdo que ayer planeé un episodio, por ejemplo
organizar una fiesta, para una fecha futura. Es posible que sea esta estruc­
tura recursivamente incrustada la que distingue nuestra propia conducta
gobernada por el tiempo respecto de la conducta de otras especies.

El tiempo y la condición humana

Podríamos conceder que otras especies poseen una capacidad limitada


para recordar acontecimientos pasados, y tal vez incluso para imaginar
acontecimientos futuros, pero esto palidece ante el extraordinario impacto
que ha tenido el viaje mental temporal en la condición humana. La fabri­
cación de instrumentos de piedra data de hace unos dos millones de años
en la historia de la evolución de los homininos, y probablemente refleja
una comprensión emergente del concepto de tiempo. Los acontecimientos
situados en el tiempo ejercen un peso enorme en nuestra vida consciente,
ya sea cuando rememoramos algo, cuando lamentamos los errores come­
tidos en el pasado y confiamos en erradicarlos en el futuro, cuando plani­
ficamos organizar una fiesta o una boda, o cuando imaginamos cómo será
la vida cuando nos jubilemos. Nos guían los relojes, los calendarios, los
diarios, las citas, los aniversarios -y los impuestos. De hecho, nuestro con­
cepto del tiempo se extiende ahora hasta el origen mismo del universo,
que se produjo, nos dicen, en un Big Bang que tuvo lugar en alguna parte
hace 13.700 millones de años.27 Esta afirmación, naturalmente, nos produce
una gran ansiedad respecto a qué fue lo que sucedió antes de aquel mo­
mento.
Todas las especies se rigen hasta cierto punto en función del tiempo,
como los cambios estacionales o el ciclo diario del Sol, pero esto depende
tanto de ritmos corporales como de signos externos, como la luz o la tem­
peratura ambiente. Los humanos hemos medido el tiempo de una forma
deliberada para regir nuestros comportamientos intencionales. Lo medi­
mos en segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, siglos, mile­
nios, épocas, eras, eones. Todos estos períodos de tiempo pueden entenderse
recursivamente, en la medida en que cada uno de estos elementos de tiempo

133
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

I � • G H"'I'"" HAVE fiEEW


I 'N� <'.;
( f 1tt 1 NK")

1 AM !
I W l t.. L 'R E

Figura 10. Descartes descubre que existe en el tiempo (dibujo del autor).

se incrusta en otro mayor -como las pulgas más pequeñas del poema de
Augustus de Morgan en el dorso de otras más grandes. El tiempo también
puede entenderse de forma cíclica y no lineal. 28 Segundos dentro de minu­
tos, minutos dentro de horas, horas dentro de días, días dentro de sema­
nas, semanas dentro de meses, meses dentro de años, y así sucesivamente,
todos girando en un torbellino de ruedas dentro de otras ruedas. Unas eti­
quetas explícitas, como las horas del reloj, los días de la semana o los meses
del año pueden ayudarnos a localizar acontecimientos concretos en el
tiempo, independientemente de los ritmos corporales o de las fluctuacio­
nes estacionales.
Como he sugerido en el capítulo 1, es tal vez mediante la iteración y
no mediante la auténtica recursión como entendemos la naturaleza del
tiempo. Del mismo modo que los mañanas se extienden indefinidamente
hacia el futuro, los ayeres se extienden indefinidamente hacia el pasado.
Esta noción generalizada del tiempo tiene sus costes, como una persistente
sensación de culpabilidad derivada del recuerdo de determinadas indis­
creciones, o la ansiedad derivada de la anticipación de determinados acon­
tecimientos que podrían ser una repetición de otros anteriores nada
agradables. Pero la consecuencia más fatídica del viaje mental temporal
puede que sea la conciencia de que todos hemos de morir. Los versos del
himno de Isaac Watts "Oh God our Help in Ages Past" [Oh, Dios, nuestra

134
Acerca del tiempo

ayuda en tiempos pasados], basados en el Salmo 90, expresan una verdad


que todos hemos de asumir:

El tiempo, como un arroyo incesante,


arrastra a todos sus hijos,
que se desvanecen, olvidados,
como lo hace el sueño al romper el alba.

La conciencia de la muerte, junto con la teoría de la mente, es por su­


puesto uno de los aspectos menos digeribles de la condición humana, sua­
vizado en cierto modo por la conciencia de que el tiempo continúa más
allá de la muerte. Nuestras vidas, tal vez, pueden continuar en las de nues­
tros hijos. Una de las funciones de la religión es inculcar la noción de que
la propia vida puede continuar después de la muerte, ya sea en forma de
Cielo como de Infierno, Walhalla o Nirvana. Esta creencia en la vida eterna
puede aportar consuelo mediante la promesa de una recompensa después
de la muerte, matizando de algún modo la sombría perspectiva que repre­
senta la muerte. También puede utilizarse para manipular el comporta­
miento, como cuando se esgrime la amenaza del fuego del infierno y la
condena eterna si no obedecemos ciertas reglas de conducta, o la promesa
de una recompensa celestial si las obedecemos. Los actos de terrorismo
suicida, como la destrucción de las Torres Gemelas en Nueva York el 11
de setiembre de 2001 o los pilotos kamikazes japoneses que daban la vida
por su emperador durante la Segunda Guerra Mundial, podrían conside­
rarse como ejemplos extremos de esta manipulación, aunque también po­
dría argumentarse que todos los soldados que aceptan ir a la guerra están
igualmente manipulados, y las celebraciones de una muerte gloriosa si­
guen mucho tiempo después de terminada la guerra. La oferta de una vi­
da después de la muerte, con las recompensas y castigos a ella asociados,
es notablemente ingeniosa, pues no parece haber una forma de sentirnos
satisfechos o decepcionados -al menos si estas emociones se limitan a los
vivos. Puede que esto explique el origen de la fe.
La relación de la religión con el sentido del tiempo la confirman los
piraha, la pequeña comunidad del Amazonas que encontramos en el ca­
pítulo 2. Fue la falta de sentido del tiempo de los piraha, y su consiguiente

135
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

dificultad para entender el significado mismo de la religión, lo que llevó a


Daniel Everett a renunciar a su carrera de misionero entre ellos y a con­
vertirse en ateo, y en profesor.29
A pesar de casos como el de los piraha, podemos rastrear en parte la
prehistoria del viaje mental temporal en las necrópolis. Tenemos algunas
evidencias de que los neandertales enterraban a sus muertos, aunque
puede que lo hicieran por motivos más prácticos que religiosos. Pero en
algunos enterramientos humanos primitivos se añade un material simbó­
lico a la tumba, lo que sugiere que quienes enterraban a sus muertos tenían
cierta noción de una vida espiritual que continuaba después de la muerte
del cuerpo. Al menos según las pruebas hasta ahora reunidas, estos ente­
rramientos se limitan a los miembros de nuestra propia especie, el Horno sa­
piens.30 Probablemente el ejemplo más temprano es el de una necrópolis en
la cueva de Qagfzeh en Israel, en la que se colocó la cabeza de un ciervo
sobre un niño allí enterrado. Esta tumba tiene unos 100.000 años de antigüe­
dad y se la asocia con humanos primitivos anatómicamente modernos. 31
La conciencia del tiempo no solo tiene aspectos negativos, por su­
puesto. A veces el conocimiento de que el tiempo pasará es un consuelo,
como cuando, en la comedia de Shakespeare Noche de reyes, Viola, disfra­
zada de hombre, se encuentra en una situación imposible y se ve llevada
a decir:

Oh, Tiempo, tú debes desenredar todo esto, no yo,


es un nudo harto prieto para que yo pueda desatarlo.

Y ha sido posiblemente la conciencia del tiempo lo que ha dado forma al


destino humano. Conductas instintivas como la construcción de presas
por parte de los castores o las migraciones de las aves son conductas orien­
tadas al futuro, pero de un modo limitado y rígido, al menos comparado
con la forma extraordinaria con la que nosotros los humanos podemos pla­
near nuestro futuro, o erigir edificios, inventar medios de transporte, fa­
bricar electrodomésticos, manufacturar la ropa adecuada y preparar unos
impresionantes CV que nos ayuden a consolidar nuestros planes de fu­
turo.
Según el Ayurveda, la antigua ciencia india de la vida, "somos lo que

136
Acerca del tiempo

comemos." De un modo mucho más obvio, somos los que recordamos y


lo que planeamos. El viaje mental temporal, por tanto, nos proporciona el
concepto de un yo consciente que se extiende en el tiempo. Las psicólogas
Hazel Markus y Paula Nurius han escrito sobre los 'yoes posibles', deri­
vados de las representaciones del yo en el pasado y de las representaciones
del yo en el futuro.32 El precursor de la psicología científica William James
expresó la misma idea cuando habló del 'yo social potencial' como algo
diferente del 'yo inmediato presente' y del 'yo del pasado'.33 El concepto
de diferentes yoes posibles proporciona la motivación fundamental que
guía nuestros futuros empeños. Como dicen Markus y Nurius: "Ahora soy
un psicólogo, pero podría ser el dueño de un restaurante, un corredor de
maratones, un periodista o el padre de un niño discapacitado."34 La moti­
vación puede operar tanto positivamente como negativamente; puedo
imaginarme a mí mismo como un triunfador, en el ámbito social, en un
campo de rugby o en un laboratorio científico, pero también puedo verme
como un fracasado.

El viaj e mental en el tiempo y la ficción

El concepto de viaje mental en el tiempo contribuye a explicar la fragilidad


de la memoria episódica documentada en el capítulo anterior. La impor­
tancia de la memoria episódica, por tanto, no reside en el hecho de que
nos proporcione un registro detallado del pasado, cosa que no hace espe­
cialmente bien, sino más bien en su rol de construir escenarios futuros.
Como hemos visto, la propia memoria episódica es esencialmente una
construcción; Ulric Neisser ha escrito recientemente: "Recordar no es como
rebobinar una cinta o como contemplar un cuadro, es más bien como con­
tar una historia. "35 Es un proceso mediante el cual establecemos nuestras
propias identidades, a menudo a despecho de los hechos.
Esto nos lleva directamente a la ficción. El mismo proceso constructivo
que nos permite reconstruir el pasado y construir posibles futuros también
nos permite inventar historias. Nosotros los humanos somos adictos a los
relatos, a las novelas, a las leyendas, a las películas, a las obras de teatro, a
los culebrones y a los chismorreos cotidianos. Lo que hace posibles todas

137
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

estas cosas es el poder de la recursión. Y un elemento fundamental para


ello es el lenguaje, el dispositivo que nos permite compartir nuestros re­
cuerdos, nuestros planes para el futuro y nuestros sueños. Profundizare­
mos en ello en el siguiente capítulo.

138
7

La gramática del tiempo

H
ace poco le preguntaron a Jane Goodall, que conoce a los chim­
pancés mejor que nadie, en qué se distinguen estos de los hu­
manos. Y esto fue lo que contestó:

¿Qué es lo más obvio que hacen los humanos y ellos no? Los chim­
pancés pueden aprender el lenguaje de signos, pero en estado sal­
vaje, que sepamos, no son capaces de comunicarse acerca de cosas
que nu c;:;tán pn::.sentes. No pueden explicar lo que sucedió cien años
atrás, eÁcepto mostrando que tienen miedo en determinados luga­
res. No pueden obviamente hacer planes con cinco años de antela­
ción. Si pudiesen hacerlo, podrían comunicarse entre ellos y explicar
qué es lo que los lleva a hacer estos alardes tan espectaculares. A mi
modo de ver, lo que compartimos con ellos es esa sensación de asom­
bro y de temor reverencial. Cuando tuvimos estos sentimientos y
desarrollamos por evolución la facultad de hablar acerca de ellos,
pudimos empezar a crear las primeras religiones.1

Hasta ahora hay pocas pruebas convincentes de que algún animal aparte

139
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

de los humanos sea capaz de viajar mentalmente en el tiempo -o si lo es,


sus excursiones mentales al pasado o al futuro carecen de la extraordinaria
flexibilidad y de la amplitud que caracterizan a nuestros propios viajes
imaginativos. La escasa evidencia existente en este sentido proviene de
comportamientos que son fundamentalmente instintivos, como el aparea­
miento o el acaparamiento y la ocultación de la comida, mientras que en
los humanos el viaje mental temporal cubre todos los aspectos de nuestras
complejas vidas.
Pero hay un problema, y es que resulta relativamente fácil valorar el
viaje mental temporal en los humanos gracias al lenguaje, pero hasta ahora
no disponemos de ningún medio fácil para valorar qué importancia puede
tener en animales no humanos. Como vimos en el capítulo anterior, un po­
sible criterio para la valoración de la memoria episódica, o del viaje mental
al pasado, es el criterio www; es decir, puede afirmarse que un animal ha
demostrado tener memoria episódica si su conducta muestra que es capaz
de recordar qué [what], dónde [where] y cuándo [when]. Yo he argumentado
que con esto no basta, ya que podemos conocer los qué, dónde y cuándo
de determinados acontecimientos sin tener necesariamente que revivirlos
en nuestra mente. Por lo que respecta a la mera particularidad de los epi­
sodios que recordamos, Steven Pinker se acerca probablemente más a la
meta cuando añade unas cuantas w más: "who did what to whom, what is
true of what, where, when and why."2 [quién hizo qué a quién, qué es verdad
de qué, dónde, cuándo y por qué]. Algo más intangible es la cualidad sub­
jetiva de la memoria episódica, la sensación de estar reviviendo mental­
mente el pasado. Hasta ahora no hemos descubierto ninguna forma de
medir esta sensación en otras especies. El problema se complica aún más
si incluimos el viaje mental hacia el futuro. Nuestras vidas mentales se ex­
tienden en el tiempo, mientras que las de los demás animales, que sepa­
mos, viven principalmente en el presente.
La dificultad para demostrar que los animales no humanos tienen re­
cuerdos episódicos o son capaces de imaginar el futuro, por consiguiente,
contrasta vivamente con la facilidad con que podemos sondear estas capa­
cidades en los humanos. Efectivamente, a menudo resulta dificil impedir
que la gente hable de sus pasadas proezas, ya sea el último viaje que han
hecho o los resultados obtenidos, hoyo por hoyo, en el último partido de

140
La gramática del tiempo

golf que han jugado. De modo parecido, nuestros amigos están siempre
dispuestos a revelar sus planes sobre alguna empresa futura que piensan
montar o sobre una conquista romántica que están seguros de poder llevar
a cabo. En la evolución de nuestra especie, pues, el lenguaje y el viaje men­
tal temporal parecen estar relacionados. El lenguaje pudo haber evolu­
cionado precisamente para que pudiéramos compartir nuestros viajes
mentales en el tiempo, y la ausencia de lenguaje en otras especies puede
que sea una prueba de la ausencia de viaje mental temporal.
Pese a lo tedioso que resulta tener que escuchar con detalle qué hizo
alguien el último fin de semana, el hecho de compartir con los demás nues­
tro pasado y nuestro futuro es ciertamente adaptativo. Incluso los jugado­
res de golf pueden sacar provecho de los alardes verbales de otros
jugadores -los únicos a los que no les sirve de nada son los jugadores más
torpes. Si la memoria episódica surgió en el curso de la evolución para per­
mitimos planear nuestro futuro y elegir entre diferentes alternativas, es
obviamente beneficioso que podamos añadir las experiencias de otros a
las propias. Los humanos parecemos tener un interés exagerado en la vida
de los demás, ya sea mediante el chismorreo con nuestros amigos o con la
lectura de la prensa sensacionalista. Para ser valiosos, además, los episo­
dios no tienen por qué basarse en hechos, y la mayoría de nosotros tam­
bién somos adictos a los culebrones televisivos, a las películas y a las
novelas -incluso a las just-so stories o explicaciones imaginarias.3 Los na­
rradores más hábiles pueden crear episodios ficticios muy reveladores de
la condición humana. La predilección universal por las historias de asesi­
natos o de misterio, por ejemplo, puede ayudamos a entender los capri­
chos, y probablemente los aspectos más arteros y retorcidos de la conducta
humana. Volveremos sobre este punto más adelante. Cuando estudiaba
un curso de postgrado en psicología en la McGill University de Montreal,
tuve que matricularme obligatoriamente en un seminario impartido por
el legendario Donald O. Hebb, el psicólogo más famoso de Canadá, que
solía decimos que se aprende más sobre relaciones humanas leyendo no­
velas que asistiendo a clases de psicología.4 (Debo decir que yo no dejé de
asistir a sus clases.)
Yo creo que el lenguaje gramatical evolucionó fundamentalmente para
permitimos compartir episodios, ampliando mucho de este modo el vo-

141
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

cabulario de sucesos del mundo real para la construcción de futuros per­


sonales. 5 Esto proporciona un importante caudal de información acerca de
cómo se comporta la gente. Dado que dicha información es compartida,
también crea expectativas y plantillas culturales para la planificación del
futuro. Por supuesto, el lenguaje también se utiliza para comunicar infor­
mación semántica, como yo mismo estoy intentando hacer en este libro,
pero sugiero que el impulso inicial viene de la emergencia de la memoria
episódica, del viaje mental temporal y de la conciencia del tiempo. Y si
bien es posible que los recuerdos episódicos pueden requerir un funda­
mento de memoria semántica,6 esta a su vez es sin duda configurada y am­
pliada mediante la acumulación de recuerdos episódicos.
Varias de las propiedades fundamentales del lenguaje, por tanto, evo­
lucionaron a partir de la transmisión de acontecimientos, pasados, pre­
sentes, futuros o imaginarios, la mayor parte de los cuales situados en
momentos distintos del presente, incluyendo un tiempo imaginario. Otros
tiempos también implica otros lugares, ya que somos criaturas peripatéti­
cas que se mueven incesantemente por todo el planeta, y de vez en cuando
fuera del planeta. El lenguaje está exquisitamente diseñado para comuni­
car "quién hizo qué a quién, qué es verdad de qué, dónde, cuándo y por
qué", para citar de nuevo a Pinker, esta vez en el contexto que tenía inten­
ción de resaltar.
¿Cuáles son, pues, las propiedades del lenguaje que nos permiten
hacer esto?

La representación simbólica

El primer requisito es que necesitamos formas de referimos a objetos, ac­


ciones, cualidades, etc., que no están físicamente presentes y que por tanto
no pueden ser señaladas con el dedo o ser objeto de atención compartida,
como cuando dos personas contemplan la misma fotografía, o escuchan
la misma pieza de música. Es decir, referirse a lo no físicamente presente
requiere símbolos. Esto a su vez requiere una doble codificación. Primero
necesitamos un conjunto de conceptos internamente almacenados, y des­
pués una lista de símbolos comunicables para referimos a ellos. No im-

142
La gramática del tiempo

porta realmente cómo sean los símbolos, siempre que sean lo suficiente­
mente distintos unos de otros para evitar confusiones.
En el capítulo 4 me he referido al punto de vista de Ferdinand de Saus­
sure según el cual el lenguaje está por definición compuesto de signos que
son arbitrarios, más que icónicos u onomatopéyicos. Sostenía yo allí, a di­
ferencia de Saussure, que el uso de símbolos arbitrarios deriva de preocu­
paciones prácticas más que de necesidades lingüísticas. Los lenguajes de
signos permiten, respecto al habla, un mayor uso de símbolos cuya forma
da una pista física de aquello a lo que se refieren, dado que dichos lengua­
jes operan en un medio visual, y que la mayor parte de las cosas de las que
hablamos, ya sean objetos o acciones, pueden ser descritas visualmente
más que acústicamente. Pero incluso en los lenguajes de signos los símbo­
los tienden a ser convencionalizados y a perder su aspecto gráfico. Y aun­
que una imagen puede valer más que mil palabras, las imágenes tardan
demasiado tiempo en construirse para ser eficientes en la comunicación,
especialmente dado lo limitado de nuestros recursos corporales. Las aso­
ciaciones que formamos entre símbolos y conceptos son también lo sufi­
cientemente ricas como para que los propios símbolos sean una especie de
taquigrafía. Cuando queremos referimos a diferentes razas de perros, por
ejemplo, bastan unas etiquetas para evocar las imágenes apropiadas; la
mente, no el símbolo, es la que hace el trabajo. De este modo, palabras
como 'galgo', 'sabueso' o 'pastor escocés' no tienen ninguna relación con
esas variedades de perro, o siquiera entre sí, pero gracias a ellas podemos
imaginamos qué aspecto tiene cada una, y si somos amantes de los perros,
también podemos evocar sus otras características distintivas.
En interés de la velocidad y la eficiencia, además, las palabras más
frecuentes tienden a ser más cortas. Esto lo expresa la Ley de Zipf, que
afirma que la longitud de una palabra es inversamente proporcional a la
posición que ocupa en la lista de frecuencias. La razón de ello se deduce
fácilmente del título del libro de Zipf, publicado en 1949, Human Behavior
and the Principie of Least Effort [La conducta humana y el principio del mí­
nimo esfuerzo]. El lenguaje se calibra a sí mismo de modo que requiera el
menor esfuerzo posible, y las palabras tienden a hacerse cada vez más cor­
tas a medida que se vuelven más comunes. De ahí que pasemos, por ejem­
plo, de 'televisión' a 'tele', y de 'universidad' a 'uni'.

143
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Naturalmente, con la tecnología moderna, las imágenes pueden efec­


tivamente sustituir a las palabras o a los signos, al menos en algunos con­
textos. Un vídeo de unas vacaciones en Europa puede ser incluso más
efectivo que un relato verbal, pero no proporciona las posibilidades de
interacción que ofrece una conversación. Una amenaza probablemente
más seria proviene de la mensajería móvil, con sus métodos cada vez más
rápidos y sintéticos para enviar y recibir imágenes digitales. El intercambio
de mensajes de móvil restablece las ventajas de poder comunicarse a dis­
tancia con las manos, a expensas de la boca, y puede muy bien convertirse
pronto en el principal medio de conversación. Así pues, si como sostenía­
mos en el capítulo 4 el lenguaje progresó de la mano a la boca, es posible
que estemos asistiendo a una nueva inversión de esta tendencia.
Como vimos en el capítulo 3 el uso de símbolos no es exclusivo de los
humanos. Los grandes simios han aprendido a comunicarse utilizando
gestos o símbolos visuales (construidos por humanos), y los chimpancés
que viven en libertad emiten gritos y jadeos para señalar el descubrimiento
de comida. Los cercopitecos utilizan diferentes gritos para advertir de la
presencia de diferentes depredadores. Pero nosotros los humanos no tene­
mos rival en el número de símbolos que utilizamos. La dimensión tempo­
ral incrementa enormemente el ámbito mental, ya que la referencia a
diferentes tiempos implica generalmente diferentes lugares, diferentes ac­
ciones, diferentes actores, etc. Steven Pinker calcula que el individuo alfa­
betizado medio almacena 50.000 conceptos,7 y requiere el mismo número
de palabras para referirse a ellos. Probablemente hay también diferencias
cualitativas. Terrence Deacon se refiere a nosotros los humanos como 'la
especie simbólica'8 y puntualiza que los símbolos que utilizamos han sido
arrancados de la simple asociación con sus referentes y se utilizan de un
modo muy flexible en el pensamiento humano. De este modo las palabras
pueden traer a la mente otras palabras y pueden utilizarse libremente en
ausencia de aquello a lo que se refieren. Esto se debe en parte, una vez
más, a la conciencia humana del tiempo y a nuestra habilidad para utilizar
símbolos para evocar acontecimientos del pasado o acontecimientos ima­
ginarios futuros.
Una clave sobre el origen de la referencia a entidades ausentes procede
de un estudio en el que se compara a niños de doce meses con chimpan-

144
La gramática del tiempo

cés.9 Situados en unos ambientes diferentes pero comparables, los niños y


los chimpancés observaron primero repetidamente cómo un humano
adulto colocaba objetos deseables (juguetes en el caso de los niños, comida
en el de los chimpancés) en una plataforma, y objetos no tan deseables
(toallitas higiénicas en el caso de los niños, material para hacer un colchón
en el de los chimpancés) en otra plataforma similar. Los participantes fue­
ron luego sondeados de dos formas diferentes. En una de ellas, el adulto
sacaba el objeto deseado y lo colocaba debajo de la plataforma, de modo
que el participante no pudiese verlo. La mayoría de niños y de chimpancés
señalaron la plataforma en la que estaba oculto el objeto para inducir al
adulto a dárselo. En otra las plataformas se dejaron vacías. La mayoría de
los niños siguieron señalando la plataforma en la que había estado oculto
el objeto deseado, pero no los chimpancés, pese a que evidentemente que­
rían obtener comida. Incluso a los doce meses de edad, los humanos puede
que hayan empezado a dar muestras de referencia desplazada, es decir, a
la capacidad de referirse a objetos que no están presentes, pero en cambio
los chimpancés, nuestros parientes no humanos más cercanos, aparente­
mente no lo hacen.

Marcando el tiempo

Los lenguajes también han creado por evolución formas de indicar el


tiempo en el que un acontecimiento tiene lugar. En muchos lenguajes esto
se consigue marcando los verbos en función del eje temporal. Esto puede
ser más complejo que el mero hecho de indicar pasado, presente o futuro.
También podemos distinguir los tiempos perfectos, para referirnos a ac­
ciones que ya han sido completadas respecto al presente, de los imper­
fectos, que se refieren a acciones aún no completadas. Así I had been to
town [yo había estado en la ciudad] es el pluscuamperfecto, distinguible
del pasado imperfecto I was going to town [yo iba a la ciudad], y ambos
pueden distinguirse del pretérito simple I went to town [yo fui a la ciudad].
El futuro perfecto funciona de modo parecido: I will go to town [Yo iré a la
ciudad] es el futuro simple, I will have gone to town [yo habré ido a la ciu­
dad] es el futuro perfecto, y I will be going to town [yo estaré yendo a la

145
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

ciudad] es el futuro imperfecto. También podemos utilizar diferentes mo­


dos, como el condicional, para indicar acontecimientos hipotéticos, o el
subjuntivo, para indicar acontecimientos que son condicionales respecto
a nuestros deseos o emociones, o a hechos que no se aplican al presente.
En inglés se hace un uso muy amplio de los auxiliares, como las variantes
de go y have para indicar el tiempo verbal, pero también se adjuntan mor­
femas (unidades de significado) a los propios verbos, como -ed para indi­
car el pasado e -ing para indicar las acciones en curso. Cualquiera que
haya aprendido latín sabe que los verbos en ese idioma están llenos a re­
bosar de diferentes morfemas relacionados con el tiempo y sus incertezas.
En algunos idiomas, sin embargo, los verbos no tienen inflexión tem­
poral y el tiempo se marca de otro modo. El chino, por ejemplo, no tiene
inflexión temporal, pero el tiempo de un acontecimiento puede indicarse
con adverbios, como tomorrow [mañana], y con lo que se conoce como mar­
cadores de aspecto, como la palabra before [antes] en una frase que podría
traducirse aproximadamente como He break his leg before [ Él rompe la
pierna antes] .10 En el inglés también pueden utilizarse adverbios como
yesterday [ayer] y tomorrow [mañana] y otros marcadores para especificar
el tiempo de un modo más concreto. Esto incluye las horas del día. El pri­
mer avión que chocó con las Torres Gemelas en Nueva York impactó a las
8:46 de la mañana del 11 de setiembre de 2001 . En nuestras vidas, cada vez
más frenéticas, el momento exacto en que se produce un acontecimiento,
pasado, presente o futuro, tiene una gran importancia.11
Naturalmente, referirse a episodios en diferentes momentos del
tiempo implica generalmente diferentes lugares -lo que hice ayer no tiene
por qué haber tenido lugar en el mismo sitio en que estoy hoy ni en el que
estaré mañana. En la medida en que la comunicación implica solamente
el presente, el lugar puede comunicarse en gran parte señalando o simple­
mente compartiendo un espacio, pero la referencia a lugares en otros mo­
mentos requiere un vocabulario simbólico extenso. Por esto tenemos
nombres para los países, estados, provincias, ciudades, pueblos, calles,
casas y habitaciones. Hay también puntos de referencia como montañas,
lagos, ríos, bosques, edificios concretos como museos, ayuntamientos, tea­
tros, etcétera. También se necesitan términos para ubicar lugares respecto
a otros lugares, y eso incluye las cuatro direcciones básicas, norte, sur, este

146
La gramática del tiempo

y oeste, y términos relativos como izquierda y derecha, cerca y lejos, arriba y


abajo. La precisión se consigue midiendo distancias en millas, kilómetros,
pulgadas, milímetros. O en años luz, que también incorporan el sentido del
tiempo.
El lenguaje no solo permite a las personas compartir episodios, tam­
bién puede transportarlas mentalmente a diferentes tiempos y lugares.
Esto requiere establecer una distinción entre lo que se ha llamado tiempo
de referencia o tiempo del relato, y tiempo del habla, el momento en que se
está efectivamente hablando.12 Ambos pueden diferir del tiempo presente si
uno está recordando una historia contada en una ocasión anterior. Cada
uno de estos tiempos, además, puede situar a oyente y narrador en diferen­
tes lugares. Uno puede recordar que ayer le contaron las aventuras de X
en China un año antes, o los planes de Y para la boda de su hija. El com­
plejo conjunto de perspectivas mentales requiere múltiples incrustaciones
recursivas, que se llevan a cabo con facilidad. Nuestras vidas están repletas
de dispositivos que nos llevan a diferentes mundos en diferentes momen­
tos: libros, obras de teatro, películas, culebrones, etc.
Dado que la comprensión del espacio es muy anterior al viaje mental
temporal, probablemente no tiene nada de sorprendente que las expresio­
nes relativas al tiempo se hayan apoyado en gran medida en las expre­
siones relativas al espacio. El Lenguaje de Signos Americano (ASL) utiliza
una línea temporal implícita que va desde la espalda al pecho, con el futu­
ro enfrente y el pasado detrás. Incluso en los lenguajes hablados se da nor­
malmente una dimensión espacial implícita subyacente en nuestra
conciencia del tiempo. Igual que el ASL, el inglés se refiere al pasado como
lo que está detrás y al futuro como lo que está delante, y la mayor parte
de los pronombres espaciales (about, after, around, befare, by, in, near,far, to­
ward, with, etcétera) se refieren al tiempo tanto como al espacio. En el len­
guaje de los aymara, los habitantes de la cordillera andina, el tiempo fluye
en sentido contrario, con el pasado delantt! y el futuro detrás; así, por ejem­
plo, una expresión como el año pasado se traduce como nayra mara (literal­
mente, el año que viene), y la expresión para día futuro es quipüru, literalmente
día atrás.13 Los gestos que hacen los aymara para referirse a acontecimientos
en el tiempo concuerdan con esto. En el chino el tiempo se representa verti­
calmente y fluye hacia abajo; así el mes arriba significa el pasado mes.14

147
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

La importancia del tiempo en la configuración del lenguaje se refleja


estupendamente bien en la lengua de los piraha, la tribu del Brasil ama­
zónico que ya encontramos en el capítulo 2. Su idioma carece casi comple­
tamente de flexiones y marcadores temporales. Los verbos se marcan
meramente para indicar si una acción forma parte de la experiencia inme­
diata del hablante ('próxima') o no ('remota'), pero aparte de esto no hay
flexión verbal. Hay unas cuantas palabras que indican tiempos diferentes,
como las que pueden aproximadamente traducirse como otro día, ahora, ya,
noche, marea baja, marea alta, luna llena, mediodía, crepúsculo y otras expresio­
nes parecidas. 15 La capacidad limitada para referirse a otros momentos del
tiempo se ve reflejada en la experiencia real que tienen del tiempo. Como
vimos en el capítulo 2, no tienen ficción ni mitos.16 Su sistema de paren­
tesco es uno de los más simples jamás registrados, y cuando mueren, los
parientes son rápidamente olvidados. Everett no encontró a nadie que pu­
diera darle el nombre de sus tatarabuelos y a muy pocos que pudieran
darle el de sus cuatro abuelos. Entre los acontecimientos que tienen un
papel destacado en sus vidas está la llegada y la partida de embarcaciones
en el río, a menudo cargadas de comerciantes. Estos acontecimientos pa­
recen existir en el presente, sin quedar registrados en la memoria. Escribe
Everett:

La excitación que produce a los piraha la visión de una canoa do­


blando el recodo de un río es difícil de describir; para ellos es casi
como viajar a otra dimensión. Es interesante, a la luz de la postulada
restricción cultural sobre la gramática, que haya un término impor­
tante para cruzar la frontera entre la experiencia y la no experiencia.17

Benjamin Lee Whorf sostenía que ejemplos como este reflejaban la influen­
cia del lenguaje sobre el pensamiento, una idea que impresionó al lingüista
Edward Sapir y que se conoce como la hipótesis Sapir-Whorf. Whorf es­
taba especialmente interesado en los lenguajes nativos americanos y obser­
vó que el lenguaje hopi "parece no contener palabras, formas gramaticales,
construcciones o expresiones que se refieran directamente a lo que noso­
tros llamamos 'tiempo', o al pasado, presente y futuro."18 Resulta que
Whorf se equivocaba en esto, pues el trabajo posterior de Ekkehart Malotki

148
La gramática del tiempo

puso de manifiesto que los hopi tienen múltiples formas de hablar del
tiempo, incluido el uso de flexiones verbales.19 De todos modos está más
en consonancia con este capítulo suponer que el lenguaje refleja el pensa­
miento que no al revés. Es decir, los piraha tienen limitaciones en su forma
de hablar del tiempo porque viven básicamente en el presente.20
Como vimos en el capítulo 2, hay otras limitaciones en el lenguaje de
los piraha. No tiene números ni sistemas para contar, ni términos para los
colores, y puede incluso decirse que no tiene verbos, en el sentido de
verbo como categoría lingüística; los piraha aprenden verbos de uno en
uno como entidades individuales. Como vimos en el capítulo 4, los piraha
también se las arreglan con menos fonemas que cualquier otro grupo lin­
güístico.
El ejemplo de los piraha refuerza la idea de que el lenguaje gramatical
es efectivamente una consecuencia de la conciencia del tiempo y de la ha­
bilidad para viajar mentalmente en el tiempo. Sin la carga del tiempo,
puede que el lenguaje tenga la libertad para desarrollarse en otras direc­
ciones. Por ejemplo, Everett nota que los piraha se comunican casi tanto
hablando como cantando, silbando y tarareando, y poseen una prosodia
muy rica, con una distinción quíntuple entre tipos silábicos. Y también
pueden mentir y contar chistes, dos atributos indispensables de los huma­
nos. Tienen muchas más cosas interesantes que comunicarse que las
aburridas incidencias de un partido de golf.

Generatividad

La propiedad más característica del lenguaje es el hecho de ser generativo.


Podemos tanto construir como entender frases que nunca hemos utilizado
o escuchado antes.
Un ejemplo clásico nos lo proporciona una anécdota protagonizada
por el filósofo británico Alfred North Whitehead. En 1934, Whitehead coin­
cidió en una cena con el psicólogo B. F. Skinner, que trató de explicarle
cómo el conductismo iba a cambiar radicalmente el campo de la psicología.
Según Skinner, las oraciones eran secuencias aprendidas, formadas a partir
de los principios del condicionamiento operante. Sintiéndose obligado a

149
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

cuestionar este punto de vista, Whitehead formuló la siguiente frase: "Nin­


gún escorpión negro ha caído sobre esta mesa", y desafió a Skinner a expli­
car los principios conductistas que podían haberle llevado a decir aquello.
No fue hasta la publicación de Verbal Behavior, 23 años después, que Skin­
ner intentó responderle.21 En un apéndice del libro Skinner sostuvo que
Whitehead estaba expresando inconscientemente el temor a que el con­
ductismo llegara realmente a imponerse, comparándolo con un escorpión
negro que él no estaba dispuesto a permitir que empañase su filosofía. La
explicación de Skinner es irónica, porque parece deber más al psicoanálisis
que al conductismo, y porque los puntos de vista antifreudianos de Skin­
ner eran bien conocidos.22
Ahora sabemos, en gran parte gracias a los esfuerzos de Noam Choms­
ky, que el lenguaje no puede explicarse en términos de frases aprendidas.23
En realidad, se basa en reglas, como hemos explicado en el capítulo 2. Estas
reglas combinan las palabras de un modo preciso que nos permite extraer­
les un significado. Como decía el filósofo alemán Gottlob Frege:

La posibilidad de que entendamos frases que nunca hemos oído


antes se basa evidentemente en esto, en que podemos construir el
sentido de una frase a partir de las partes correspondientes a las pa­
labras que la forman.24

La estructura combinatoria de las frases, sugiero yo, deriva en gran parte


de la estructura combinatoria de los episodios, y las palabras proporcionan
el acceso a los componentes de estos. La mayor parte de los episodios de
los que somos testigos, que recordamos o que construimos en nuestras
mentes son combinaciones de lo que nos resulta familiar. De hecho son las
combinaciones, más que los elementos individuales, lo que distingue a los
episodios unos de otros. En la frase de Whitehead, la noción de un escor­
pión negro, la de caer y la de una mesa tienen en sí mismos menos interés
que la insólita combinación de un escorpión cayendo sobre la mesa a la
que estaban sentados los dos intelectuales -y es muy posible que ambos
se sintieran muy aliviados de que ese insólito episodio no estuviera ocu­
rriendo. La forma en que se disponen las palabras que describen tales epi­
sodios depende de las convenciones que constituyen la gramática. Una de

1 50
La gramática del tiempo

estas convenciones tiene que ver con el orden en el que las palabras se co­
locan al ser proferidas o expresadas con gestos. Los episodios más básicos
son los que tienen que ver con objetos o con acciones, por lo que las pri­
meras ¿palabras' fueron probablemente sustantivos y verbos, una idea de­
fendida por el filólogo inglés del siglo XVIII John Home Tooke, que
consideraba los nombres y los verbos como ¿palabras necesarias.'25 El epi­
sodio prototípico de alguien haciendo algo a alguien o a algo, por lo tanto,
requiere un sustantivo que haga de sujeto, un verbo que describa la acción,
y otro sustantivo que sea el objeto de la acción. Cómo se ordenan estos ele­
mentos es simplemente una cuestión de convención. En inglés, la conven­
ción es colocarlos en este orden: sujeto verbo objeto (SVO). Para utilizar un
ejemplo un tanto manido, la frase ºDog bites man" [Perro muerde a hom­
bre] significa algo muy diferente de ºMan bites dog" [Hombre muerde a
perro]; esta segunda frase es una noticia, la primera es simplemente un
caso muy habitual de mala suerte personal, o tal vez un triunfo, desde el
punto de vista del perro. Entre los lenguajes del mundo, el orden de pala­
bras más común es SOV, con el verbo al final. Los lenguajes SOV van desde
el ainu al yukaghir. De hecho, en el conjunto de lenguajes del mundo se
dan al parecer todas las combinaciones posibles, aunque me dicen que solo
existen cuatro lenguajes OSV. 26
Ya que solo podemos pronunciar las palabras de una en una, en el
habla el orden de las palabras tiene una importancia fundamental. Algu­
nos lenguajes, sin embargo, marcan los roles que desempeñan las dife­
rentes palabras introduciendo cambios en ellas. En latín, por ejemplo, el
sujeto y el objeto de una frase se señalan con diferentes inflexiones -cambios
al final de la palabra- y las palabras pueden reordenarse sin que cambie
su significado. Así, canis virum mordet significa Perro muerde a hombre,
mientras que canem vir mordet significa Hombre muerde a perro, aunque lo
más normal era colocar también el sujeto primero. El lenguaje aborigen
australiano walpiri es un ejemplo más extremo de un lenguaje flexivo en
el que el orden de las palabras no comporta prácticamente ninguna dife­
rencia. Estos lenguajes se conocen a veces como lenguajes desordenantes. El
chino, en cambio, es un ejemplo de lenguaje aislante en el que las palabras
no se declinan y en el que se crean diferentes significados añadiendo pa­
labras o alterando el orden de estas. El inglés está más cerca de ser un

151
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

lenguaje desordenante que un lenguaje aislante.


Comparados con el habla, los lenguajes de signos no están tan obli­
gados a presentar las palabras secuencialmente, ya que utilizan informa­
ción espacial además de información secuencial. Considérese una acción
como una vaca saltando por encima de la Luna. Dado que tanto la vaca
como el hecho de saltar y la Luna están presentes en la acción, necesitamos
una convención en el habla que determine cómo ordenamos estos tres ele­
mentos; el inglés es un lenguaje SVO, y el orden normal es cow, jump, moon:
The cow jumped over the moon. En el lenguaje de signos, en cambio, uno
puede remedar gestualmente la acción haciendo que una mano represente
a la vaca y la otra a la Luna, y haciendo que la primera 'salte' por encima
de la segunda. Pero incluso los lenguajes de signos necesitan convenciones
relativas al orden de los elementos. A medida que evolucionan, los len­
guajes de signos tienden a la segmentación y a la linearización; como
vimos en el capítulo 2, los niños que utilizaban el lenguaje de signos nica­
ragüense segmentaban el movimiento de una pelota con dos signos dife­
rentes y los hacían separadamente. La segmentación proporciona una
estructura combinatoria más eficiente, que permite utilizar los mismos sig­
nos en diferentes combinaciones. Así, el hecho de expresar por signos la
acción de una vaca saltando sobre la Luna tiende a segmentarse en tres
signos diferentes: uno para 'vaca', otro para 'saltar' y otro para 'Luna',
igual que pasa en el habla. En el Lenguaje de Signos Americano, el orden
básico es SVO, mientras que el más reciente ABSL [Al-Sayyid Bedouin Sign
Language] es un lenguaje SOV. 27
Naturalmente, en los episodios hay más cosas que acciones simples y
dolorosas como perros mordiendo a hombres, y también las hay, por tanto,
en el lenguaje. Necesitamos dejar constancia de cosas como si fue precisa­
mente un perro en concreto el que ha mordido, o si era simplemente un
perro hostil o tal vez hambriento que pasaba por allí. El artículo determi­
nado the [el], relacionado con el pronombre that [este] se utiliza para es­
pecificar un objeto o persona en particular, mientras que el artículo
indeterminado a o an [un], relacionado con el pronombre one [uno], se
refiere a un objeto o persona no especificado o particularizado. Es posible
que necesitemos también registrar más detalles acerca del perro, o del
hombre, o incluso tal vez la naturaleza o el lugar en el que se produce la

1 52
La gramática del tiempo

mordida. Muchas de las operaciones de gramaticalización discutidas en


el capítulo 2 se guían por consideraciones de este tipo. Por ejemplo, la in­
crustación de una o varias frases puede matizar a las personas o a los ob­
jetos implicados en un episodio, como por ejemplo en esta frase: El perro,
que previamente había mordido a mi tía, mordió al cartero.

Érase una vez

Los recuerdos episódicos, junto con las reglas combinatorias, nos permiten
no solo crear y comunicar posibles episodios en el futuro, sino también
episodios imaginarios. Como especie somos únicos contando historias. De
hecho, la línea divisoria entre la memoria y la ficción es borrosa; cada his­
toria ficticia contiene elementos de memoria, y muchos recuerdos contie­
nen elementos de ficción. Las historias pueden estar situadas en el pasado,
como en la ficción histórica, o en el futuro, como en los libros proféticos
como 1 984 de George Orwell (una fecha que hoy pertenece ya al pasado,
gracias a Dios), o pueden estarlo en algún momento no especificado del
tiempo. Por supuesto, las historias también llevan su propia marca de
tiempo. Respecto a un determinado momento de la novela, hay un pasado
y un futuro, aunque el autor tenga la potestad de moverse caprichosa­
mente hacia adelante y hacia atrás entre uno y otro.
Las historias son adaptativas porque nos permiten ir más allá de la
experiencia personal hasta lo que podríamos haber sido o lo que podría­
mos ser en el futuro. Proporcionan una forma de ensanchar y compartir
experiencias para que podamos adaptarnos mejor a los futuros posibles.
Además, las historias tienden a institucionalizarse, garantizando que la
información compartida se extiende a importantes secciones de la comu­
nidad, creando conformidad y cohesión social. Ejemplos de ello son las
historias de la Biblia, el Corán, el Harry Potter de J. K. Rowling, o los cule­
brones populares de la televisión. Incluso la predilección casi universal
por las historias de asesinatos puede que tenga una importancia adaptati­
va. Nos ponen sobre aviso respecto a acontecimientos que podrían suceder
(y esperamos que no lo hagan) y de este modo nos proporcionan esce­
narios que podríamos seguir si lo hiciesen y ello hace que estemos mejor

153
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

preparados para hacerles frente. Y en estas historias casi siempre atrapan


al asesino. 28 Esto significa que las historias de asesinato son cuentos con
moraleja que sirven para inculcamos la conciencia de lo que está bien y
de lo que está mal. Tienen también un lado oscuro, por supuesto. Al expo­
ner los errores que llevan al asesino a ser descubierto, las novelas de críme­
nes y misterio pueden contribuir a que los lectores aprendan la forma de
quedar impunes si ellos mismos perpetran un asesinato.29
No todas las obras de ficción tratan de asesinatos. Las historias nos
permiten entender de un modo más general qué pasa en la mente de los
demás y comprender mejor las motivaciones de sus acciones. Esto es im­
portante para el entendimiento social porque nos ayuda a alcanzar objeti­
vos comunes. Pero la ficción también se extiende más allá de lo corriente,
incluyendo personajes con unos poderes que van más allá de las capaci­
dades humanas. La Biblia es solo un ejemplo y es probable que histórica­
mente sea el más influyente de todos. Los cuentos infantiles, en particular,
están llenos de animales que hablan, de hadas, magos y otros seres sobre­
naturales,30 como bien lo ilustra el extraordinario éxito de la serie Harry
Potter. ¿Es adaptativo lo sobrenatural? Tal vez la ampliación de la imagi­
nación nos permite entender mejor el ámbito de lo posible. El biólogo evo­
lucionista David Sloan Wilson observa que "incluso algunas creencias
enormemente ficticias pueden ser adaptativas en la medida en que esti­
mulan conductas que son adaptativas en el mundo real."31
Las historias sobre lo sobrenatural se metamorfosean de un modo na­
tural en religión. Brian Boyd subraya que la convicción religiosa deriva
menos de las doctrinas que de las historias.32 Igual que otros textos reli­
giosos, la Biblia narra historias de hechos sobrenaturales como el naci­
miento de un niño del vientre de una virgen, un hombre caminando sobre
las aguas o muertos que se levantan de la tumba. Como dice Boyd, la evo­
lución favorece la creencia en una falsedad si crea la motivación para una
conducta más adaptativa que la creencia en una verdad.33 Una falsedad34
que seguramente es alentada por los relatos sobrenaturales es la noción
de la vida después de la muerte; como hemos sugerido en el capítulo an­
terior, la creencia en la vida después de la muerte puede paliar el temor a
la muerte y al subsiguiente olvido, y esta creencia se ve indudablemente
reforzada si aparece en historias generalmente compartidas. En general,

154
La gramática del tiempo

el carácter adaptativo de las historias sobrenaturales procede posiblemente


del simple poder de difundirse ampliamente en una cultura, creando de
este modo cohesión social. Como dice Boyd: ºLa renuencia a creer puede
incluso considerarse como un desafío a la unidad del grupo, y por lo tanto
como una traición. "35

Más allá del tiempo

El argumento principal de este capítulo es que el lenguaje gramatical evo­


lucionó para permitimos comunicamos acerca de acontecimientos que no
tienen lugar aquí y ahora. Hablamos de episodios del pasado, de episodios
imaginados o planeados para el futuro, o de episodios puramente imagi­
narios en forma de historias. Las historias pueden ir más allá de los episo­
dios individuales e implicar múltiples episodios que pueden ir adelante y
atrás en el tiempo. Las singulares propiedades de la gramática, por tanto,
pueden haberse originado en la singularidad del viaje mental temporal
humano.
Pero la estructura del propio lenguaje no es una cuestión de viaje men­
tal en el tiempo. Las palabras se almacenan en la memoria semántica, y
solo raramente o pasajeramente en la memoria episódica. Yo tengo muy
pocos recuerdos de las ocasiones en las que aprendí el significado de las
más o menos 50.000 palabras que conozco, aunque puedo recordar haber
buscado ocasionalmente en un diccionario el significado de palabras que
no conocía o que habían escapado de mi memoria semántica. Las reglas
gramaticales con las que coordinamos las palabras pueden considerarse
como parte de la memoria implícita más que de la explícita, algo tan au­
tomático, posiblemente, como el saber pedalear. Efectivamente, tan auto­
máticas son las reglas gramaticales que los lingüistas todavía no han sido
capaces de elaborarlas todas explícitamente. Así, aunque el lenguaje puede
haber evolucionado, inicialmente al menos, para la comunicación de in­
formación episódica, es en sí mismo un sistema robusto incrustado en las
criptas más seguras de la memoria semántica e implícita. Ha ocupado
grandes áreas de nuestros sistemas de memoria y, en realidad, de nuestros
cerebros.

155
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Y aunque el lenguaje puede haber tenido su inicio en la ventaja adap­


tativa de compartir nuestras experiencias episódicas, también hemos
adaptado el lenguaje a otros muchos propósitos. Uno de dichos propósitos
es la enseñanza. De hecho, este libro es un intento de explicar algunas de
las cosas que yo creo que son ciertas respecto a la mente humana, y con­
tiene muy pocas de mis propias experiencias personales, aunque de vez
en cuando me he permitido relatar algunas, pero no, espero, hasta el punto
de aburrir al lector. El uso pedagógico del lenguaje puede haberse desarro­
llado en el marco de la emergencia de las técnicas de fabricación. En el ca­
pítulo 4 he sugerido que el lenguaje pasó de un modo predominantemente
manual a uno predominantemente vocal en un momento relativamente
tardío en la evolución de nuestra especie, dado que compartimos un an­
cestro común con el chimpancé que vivió hace seis o siete millones de años.
En el capítulo 12 exploro la posibilidad de que este cambio no se completó
hasta la emergencia del Hamo sapiens, lo que puede explicar el surgimiento
de la manufactura en nuestra propia especie. Así, la pedagogía empezó a
comerle el terreno al uso que hacemos del lenguaje para contar historias,
y ahora lo utilizamos para explicar cómo funcionan las cosas, o cómo coci­
nar, como en los populares programas de cocina que pasan en la televisión.
De todos modos, seguimos chismorreando.
En este capítulo he sugerido, en efecto, que la naturaleza recursiva del
lenguaje evolucionó, al menos en parte, a partir de la naturaleza recursiva
del viaje mental temporal. Las estructuras recursivas del lenguaje no tienen
por qué coincidir directamente con la naturaleza recursiva de los episodios
imaginados. Como vimos en el capítulo 2, los piraha utilizan estructuras
no recursivas para narrar episodios recursivos. Y a la inversa, una oración
puede incluir una frase incrustada que no tenga nada que ver con el propio
episodio, para proporcionar simplemente información contextual, como
en el siguiente ejemplo: George, que tiene una predisposición a ser generoso, le
dio la mayor parte de su dinero a su avariciosa hija.
Pero el viaje mental temporal no es la única función recursiva que
tiene relación con la evolución del lenguaje. En el capítulo siguiente trataré
de otra propiedad recursiva de la mente humana que también desempeñó
un papel importante en la evolución del lenguaje.

156
TERCERA PARTE

TEORÍA DE LA MENTE

Otro ingrediente del pensamiento humano es la capacidad de entender, o


de inferir, lo que hay en la mente de otras personas. Esto también es recur­
sivo, pues yo podría no solo inferir lo que otro individuo está pensando,
sino también inferir que él infiere lo que estoy pensando yo. Como sugiero
en el capítulo 8, la lectura de la mente de otro no es el producto de un
poder de percepción extrasensorial o de unas emanaciones psíquicas, sino
un proceso mental dependiente de situaciones comunes, de una experien­
cia compartida y de la conciencia de que la mente de los demás es como
la nuestra. Leer la mente es fundamental para la cooperación humana,
pero también puede ser la base de nuestras prácticas más engañosas, como
mentir, robar y estafar. Créanme.
Como explico en el capítulo 9, el lenguaje depende de un modo crítico
de la teoría de la mente. Es, efectivamente, uno de los mecanismos median­
te los cuales leemos la mente de los otros. A diferencia de los gritos de los
animales, que consisten en unas señales relativamente fijas, el lenguaje es
intrínsecamente ambiguo y el significado tiene que inferirse no solo de lo
que una persona dice (o expresa con gestos), sino también acerca de lo que
uno sabe de esta persona y de lo que tiene en común con ella. Una conver-

157
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

sación es más una corriente compartida de pensamientos que una trans­


misión de información y a menudo puede llevarse a cabo con un uso mí­
nimo de palabras.
Esta parte del libro continúa el tema de que el lenguaje no es tanto
una facultad biológica independiente cuanto parte de una capacidad
cognitiva más general -en este caso, la de compartir nuestros pensamien­
tos y emociones. La naturaleza social del lenguaje es una de las razones
de que hasta ahora nadie haya conseguido tener una conversación con sen­
tido con un ordenador. Tal vez podríamos hacer una excepción con ELIZA,
el famoso programa informático que simulaba la psicoterapia rogeriana,
que funcionaba esencialmente utilizando frases hechas inspiradas por al­
gunas de las palabras clave utilizadas por el paciente. Bueno, es posible
que algunas conversaciones sean realmente como estas, pero prefiero pen­
sar que también la psicoterapia ha evolucionado hacia algo con un poco
más de sentido.

158
8

La lectura del pensamiento

Hay tres clases de intelectos: uno que comprende por sí mismo; otro que
aprecia lo que otros comprenden; y un tercero que ni comprende por sí
mismo ni por la demostración de otros; el primero es el más excelente, el
segundo es bueno, y el tercero es inútil.
Nicolás Maquiavelo, El príncipe

M
uchas personas creen que los pensamientos pueden transfe­
rirse de una persona a otra por medios extrasensoriales. Esto
se conoce como telepatía. En 1882 se fundó en Londres la So­
ciety for Psychical Research para investigar la telepatía y otros fenómenos
paranormales, como espíritus, trances, levitaciones, médiums y comuni­
cación con los muertos. Su primer presidente fue Henry Sidgwick, que
después sería profesor de filosofía moral en el Trinity College de Cam­
bridge, y otros distinguidos miembros de la Sociedad fueron el físico ex­
perimental Lord Raleigh, el filósofo Arthur Balfour, que sería primer
ministro de Inglaterra desde 1902 a 1905, y Sir Arthur Conan Doyle, autor
de las historias protagonizadas por Sherlock Holmes. La Sociedad atrajo
el interés de psicólogos famosos, como Sigmund Freud y Carl Jung, y el
pionero de la psicología en América William James quedó tan impresio­
nado que poco después fundó la American Society for Psychical Research.
Estas sociedades, y otras muchas dedicadas al estudio de lo paranor­
mal, permanecen en activo hoy. En diversas universidades se crearon la­
boratorios para el estudio de los fenómenos paranormales, con la Univer­
sidad de Stanford abriendo el camino en 1911 . Bajo la dirección del famoso

159
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

psicólogo William McDougall, la Universidad de Duke montó un influ­


yente laboratorio en 1930, y la publicación en 1937 del libro de Joseph B.
Rhine Nuevas fronteras de la mente llevó los descubrimientos del laboratorio
a la atención del público en general. Rhine y McDougall acuñaron el tér­
mino 'parapsicología' para referirse a los fenómenos paranormales, y en
1937 apareció el primer número del fournal of Parapsychology, que todavía
sigue publicándose. En 1983, el famoso escritor Arthur Koestler y su es­
posa Cynthia dejaron dicho en su testamento que se destinara parte de su
fortuna a la creación de una cátedra de parapsicología en una universidad
británica. La Universidad de Edimburgo aprovechó la oportunidad, y en
1984 se estableció allí la cátedra, cuyo primer titular fue Robert Morris.
Morris murió en el año 2005, y en el momento de escribirse este libro el
cargo sigue vacante, aunque la Unidad Parapsicológica Koestler sigue en
activo.
Como ilustra esta breve introducción, la parapsicología ha estado aso­
ciada con algunos individuos distinguidos y con algunas universidades
de prestigio. La endeble naturaleza de las afirmaciones sobre la existencia
de fenómenos paranormales también ha significado que muchos defrau­
dadores se han apresurado a sacar tajada del tema. Uri Geller, un actor bri­
tánico-israelí se hizo famoso durante la década de 1970 con sus apariciones
en televisión en las que afirmaba poseer poderes paranormales. Se dio a
conocer sobre todo gracias a sus proezas como doblador de cucharas, apa­
rentemente mediante el poder de su mente -un fenómeno que, de ser
cierto, sería un ejemplo de psicoquinesis. Las demostraciones de Geller han
sido fácilmente duplicadas, sin necesidad de apelar a la existenda de pode­
res paranormales, por varios magos profesionales, incluido James Randi,
que escribió un libro titulado La magia de Uri Geller, que después sería co­
nocido como La verdad sobre Uri Geller.1 Las proezas de Geller fueron tam­
bién desenmascaradas, sin dejar ni una sola cuchara por doblar, en Nueva
Zelanda por dos psicólogos, David Mareks y Richard Kamman, que con­
siguieron repetir las demostraciones que había hecho Geller en la televi­
sión sin apelar tampoco a supuestos poderes paranormales. También ellos
escribieron un libro desenmascarando el campo de los fenómenos para­
normales y a Geller en particular, titulado La psicología de lo paranormal.2
Estos libros son muy recomendables, pero por desgracia no tienen el

160
La lectura del pensamiento

mismo atractivo comercial que los libros que proclaman la existencia de


lo paranormal.
No está muy claro por qué hay tanta gente dispuesta a creer en el po­
der de la mente para trascender las leyes de la física. Probablemente la
causa es el deseo de que sea cierto, porque de este modo podemos creer
que seremos capaces de influir a la gente a distancia y de comunicamos
con los seres queridos que ya no están con nosotros. Probablemente tam­
bién sea un subproducto del dualismo mente-cuerpo atribuido al filósofo
francés del siglo XVII René Descartes, que sostenía que la mente humana
no estaba gobernada solamente por leyes físicas. La mayoría de las reli­
giones dependen de la idea de un espíritu o dios que trasciende lo mera­
mente físico. Algunos devotos han tratado de dar respetabilidad científica
a las fuerzas de lo paranormal inventando etiquetas; los parapsicólogos
hablan de lo psi, que muchos científicos corrientes, tal vez algo anticuados,
creen que son las siglas de 'pounds per square inch' [algo así como 'libras
por metro cuadrado'], y una etiqueta algo más ambiciosa es la de resonancia
mórfica, acuñada por Rupert Sheldrake. Sheldrake es el tipo del que habla­
mos en el capítulo 3 y que hace poco ha dicho que los perros pueden uti­
lizar la resonancia mórfica para saber que sus dueños están volviendo a
casa sin previo aviso.3

Teoría de la mente

Parte del motivo de que la creencia en los fenómenos paranormales persis­


ta es que las personas somos realmente muy buenas leyendo el pensamien­
to. Lo hacemos con unos medios totalmente naturalistas, sin necesidad de
invocar poderes sobrenaturales o la existencia de canales no físicos de co­
municación. La capacidad de entender, o por lo menos conjeturar, qué está
pasando en la mente de otros se conoce como teoría de la mente. Es una ca­
pacidad recursiva, en la medida en que implica la inserción de lo que uno
cree que es el estado mental de otro en el propio. Consideremos, pues, al­
gunas de las formas naturalistas en que podemos hacer esto.
La emoción es probablemente el estado mental más fácil de leer. Po­
demos fácilmente saber si otra persona es feliz, si está triste, enfadada o si

161
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

sufre, gracias a sus expresiones faciales, posturas corporales y vocalizacio­


nes. En su libro La expresión de las emociones en el hombre y en los animales,
Charles Darwin describió de un modo muy gráfico los signos exteriores
de las emociones, y nuestra capacidad de leer las emociones de otros no
está en absoluto confinada a nuestra propia especie. Darwin se mostró am­
biguo, sin embargo, respecto a si esta capacidad era aprendida o innata;
como en otras ocasiones, lo mejor es citarlo en detalle:

Como todos los movimientos expresivos tienen que haberse adqui­


rido gradualmente, volviéndose después instintivos, parece existir
cierto grado de probabilidad a priori de que el reconocimiento de los
mismos se haya vuelto igualmente instintivo. No es mucho más difí­
cil, por lo menos, creer esto que admitir que, cuando una hembra de
cuadrúpedo da a luz por primera vez a un potrillo reconoce el grito
de angustia de este, o que muchos animales reconocen instintiva­
mente y temen a sus enemigos, y de ninguna de estas dos afirma­
ciones puede dudarse razonablemente. Resulta en cambio sumamente
difícil demostrar que nuestros hijos reconocen instintivamente cual­
quier expresión. Observé esto personalmente en mi primer hijo,
cuando todavía no podía haber aprendido nada de su relación con
otros niños, y quedé convencido de que entendía el significado de
una sonrisa y experimentaba placer al verla y contestaba con otra a
una edad demasiado temprana como para haberlo aprendido por
experiencia. Cuando mi hijo tenía unos cuatro meses, hice en su pre­
sencia extraños ruidos y muecas tratando de parecer un salvaje, pero
los ruidos, si no eran demasiado fuertes, y también las muecas, se
los tomaba como bromas, y en ese momento yo lo atribuí a que ha­
bían ido precedidos o acompañados de una sonrisa. A los cinco
meses parecía entender alguna expresión compasiva y mi tono de
voz. Pocos días después de cumplir seis meses, su niñera simuló llo­
rar y la cara de mi hijo adoptó instantáneamente una expresión me­
lancólica; mi hijo no había visto llorar a ningún otro niño ni a ningún
adulto, y dudo que a tan tierna edad pudiera reflexionar sobre el
tema. Por consiguiente, creo que un sentimiento innato tiene que ha­
berle informado de que el fingido lloro de su niñera expresaba pena

162
La lectura del pensamiento

o dolor, y que, mediante el instinto de la compasión, le había provo­


cado pena a él mismo.4

Sea instintiva o aprendida, la capacidad humana de inferir los estados


mentales de otros va mucho más allá de la detección de las emociones.
Para poner otro ejemplo sencillo y aparentemente obvio, podemos enten­
der lo que otra persona puede ver. Este es otro ejemplo de recursión, ya
que podemos incrustar la experiencia de esta persona en nuestra propia
experiencia. No es en absoluto un hecho trivial, ya que requiere la rotación
mental y la transformación de escenas visuales para que coincidan con lo
que ve la otra persona, así como la construcción de escenas visuales que
no son inmediatamente visibles. Por ejemplo, cuando estamos hablando
con alguien cara a cara, sabemos que nuestro interlocutor puede ver lo que
tenemos detrás y que nosotros no podemos ver. Alguien situado en un
lugar diferente necesariamente ve el mundo desde un punto de vista dife­
rente, y entender el punto de vista de esta persona requiere un acto de ro­
tación y traslación mental.
Para comprobar la presencia de esta capacidad en los niños, el psicó­
logo suizo Jean Piaget elaboró lo que se conoce como 'el test de las tres
montañas', en el que los niños contemplaban tres montañas de juguete
desde un lugar en concreto de la habitación. Luego les mostraban fotogra­
fías de la escena tomadas desde diferentes lugares y les pedían que seña­
lasen cuál de ellas correspondía a la escena vista desde un punto de vista
en concreto. Piaget descubrió que, hasta los nueve o diez años, los niños
eran incapaces de resolver el problema cuando la fotografía representaba
la escena desde un punto de vista diferente del suyo.5 Esta tarea en parti­
cular, sin embargo, era al parecer más difícil de lo habitual, y se ha com­
probado que niños de solo tres o cuatro años son capaces de resolver un
problema comparable en el que las montañas eran reemplazadas por ob­
jetos más familiares. 6
Todavía más compleja es la capacidad de inferir lo que otras personas
creen, a menudo sobre la base de la observación y el razonamiento. Esto lo
ilustra muy bien el 'test de Sally y Anne', que es un test de la capacidad
que tienen los niños para inferir falsas creencias. Se muestra al niño una
escena en la que participan dos muñecas, una llamada Sally y otra llamada

163
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Arme. Sally tiene una cesta y Arme una caja. Sally pone una canica en su
cesta y abandona la escena. Mientras Sally está fuera, Arme saca la canica
de la cesta y la guarda en su caja. Cuando Sally regresa, le preguntan al niño
dónde buscará Sally la canica. Niños de menos de cuatro años contestan
normalmente que mirará si está en la caja, que es donde está realmente la
canica. Los niños mayores de cuatro años entienden que Sally no ha visto
cómo Arme cambiaba de sitio la canica y contestan correctamente que Sally
la buscará en la cesta. Entienden que Sally tiene una creencia falsa.
El test de Sally y Anne es un clásico en la psicología del desarrollo,
pero es posible que sobreestime la edad a la que los niños desarrollan una
teoría de la mente. El test requiere no solo que el niño recuerde una serie
de hechos, sino también que entienda bien la pregunta que le hacen. Un
estudio reciente sugiere que es posible que los niños entiendan falsas
creencias a partir de los dos años. Unos niños de 25 meses de edad con­
templaron una filmación en la que un actor colocaba una pelota en una
caja. Luego el actor miraba hacia otro lado y alguien sacaba la pelota de la
caja. Cuando el actor regresaba, 1 7 de cada 20 niños miraban en la caja
donde había estado la pelota, evidentemente esperando que el actor la bus­
case erróneamente allí. Aquellos niños parecían entender que el actor ten­
dría una falsa creencia.7
La teoría de la mente surgió por evolución debido a que nuestra vida
social es muy compleja, y a que nos relacionamos tanto con personas como
con objetos, o por lo menos lo hacíamos hasta que se inventaron los orde­
nadores. Sobrevivir en el Pleistoceno, cuando nuestros antepasados tenían
que competir con unos carnívoros peligrosos en la sabana africana, re­
quería cooperación e inteligencia social. La importancia de la vida en el
Pleistoceno para la formación de la mente humana la explicaremos de­
talladamente en el capítulo 11, pero baste decir que el éxito reproductivo
en los humanos está más relacionado con el éxito social que con los atri­
butos físicos. 8
Puede, sin embargo, que haya un lado oscuro en la inteligencia social,
porque algunos individuos poco escrupulosos pueden aprovecharse de
los esfuerzos cooperativos de otros sin echar una mano ellos mismos. Estos
individuos se conocen como gorrones. Para contrarrestar su forma de ser
la evolución ha producido formas de detectarlos. La psicología evolucio-

164
La. lectura del pensamiento

nista postula la existencia en el cerebro de un 'módulo para la detección


de tramposos' que nos permite detectar a estos impostores, aunque tam­
bién ellos han desarrollados técnicas sofisticadas para evitar ser detecta­
dos.9 Esta secuencia recursiva de detección de tramposos y detección de
detección de tramposos ha sido calificada de 'carrera armamentista cog­
nitiva', y probablemente fue identificada por vez primera por el evolucio­
nista británico Robert Trivers, 10 y más tarde ampliada por los psicólogos
evolucionarios.11 La habilidad para aprovecharse de los demás mediante
esta forma de pensamiento recursivo ha sido calificada de inteligencia ma­
quiavélica;12 según esto, utilizamos estrategias sociales no solo para coope­
rar con nuestros congéneres, sino también para burlamos de ellos y para
engañarlos. En el siglo XVI, en su famosa obra El príncipe, Nicolás Maquia­
velo dio este sabio consejo:

Es útil, por ejemplo, parecer compasivo, digno de confianza, inta­


chable, religioso -y serlo-, pero hay que estar al mismo tiempo men­
talmente preparado por si a uno le conviene no serlo y tiene que
cambiar y ser lo contrario.

El filósofo Daniel Dennett se refiere a la lectura del pensamiento con la ex­


presión actitud intencional, que significa que tenemos tendencia a tratar a
las personas dando por supuesto que tienen estados intencionales.13 La
noción de estado intencional se utiliza aquí de un modo más bien genérico,
y no solo como la intención de actuar de una forma determinada. Incluye
otros estados subjetivos, como creencias, deseos, pensamientos, esperan­
zas, temores, etcétera. De acuerdo con la actitud intencional interactuamos
con los demás en función de lo que pensamos que sucede en sus mentes y
no tanto en función de sus atributos físicos, aunque también hay algo de
esto, como puedo atestiguar personalmente desde los días en que practi­
caba el rugby. Cuando uno se topa con un extraño en una calle a oscuras,
es posible que su comportamiento se guíe en parte por la actitud inten­
cional, basándose tal vez en la expresión facial del extraño, pero también
en lo que podríamos denominar su actitud física, basándose en lo volumi­
noso que pueda ser el extraño.
Desde el punto de vista de este libro, el aspecto importante de la teoría

165
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

de la mente es su carácter recursivo. Esto puede verse en los diferentes ór­


denes de intencionalidad propuestos por Dennett. La intencionalidad de
orden cero se refiere a las acciones o comportamientos que no implican un
estado subjetivo, como en los actos reflejos o automáticos. La intenciona­
lidad de primer orden implica un solo término subjetivo, como en Alicia
quiere que Fred se vaya. La intencionalidad de segundo orden implicaría dos
de estos términos, como en Ted piensa que Alicia quiere que Fred se vaya. Es
en este nivel donde empieza la teoría de la mente. Y prosigue en la inten­
cionalidad de tercer orden: Alicia cree que Fred piensa que ella quiere que él se
vaya. La recursión se pone en marcha una vez que nos situamos más allá
del primer orden de intencionalidad, y nuestra vida social está repleta de
ejemplos como estos. Pero parece haber motivos para creer que normal­
mente nos perdemos en el quinto o sexto orden de intencionalidad,14 po­
siblemente debido a una limitada capacidad de memoria de trabajo más
que a un límite intrínseco en la propia recursión. Devanándonos los sesos
podemos tal vez entender proposiciones como la siguiente: Ted sospecha
que Alicia cree que él realmente sospecha que Fred piensa que ella quiere que él
(Fred) se vaya. Esto es intencionalidad de quinto orden, como puede verse
contando las palabras en negrita. Podríamos convertirla en intencionalidad
de sexto orden añadiendo George imagina que . . . al comienzo.
Según Robin Dunbar, es mediante la teoría de la mente que la gente
puede haber llegado a conocer a Dios, como quien dice. La noción de un
Dios bondadoso, que nos vigila, que castiga, que nos deja entrar en el cielo
si somos adecuadamente virtuosos, depende de la suposición de que otros
seres -en este caso, un ser supuestamente sobrenatural- puede tener pensa­
mientos y emociones como los humanos. De hecho, Dunbar sostiene que
pueden ser necesarios varios órdenes de intencionalidad, puesto que la reli­
gión es una actividad social dependiente de unas creencias compartidas.
Los bucles recursivos que se necesitan son algo así: Yo supongo que tú piensas
que yo creo que hay dioses que tratan de influir en nuestro futuro porque conocen
nuestros deseos.15 Esto es intencionalidad de quinto orden. El propio Dunbar
tiene que haber alcanzado la intencionalidad de sexto orden si supone todo
esto, y si usted supone que él lo supone, entonces usted ha alcanzado la in­
tencionalidad de séptimo orden. Llámelo el 'séptimo cielo' si quiere.
Si Dios depende de la teoría de la mente, tal vez puede decirse lo

166
La lectura del pensamiento

mismo del concepto del yo. Esto nos devuelve al párrafo inicial de este
libro y al famoso silogismo de Descartes "Pienso, luego existo". Dado que
Descartes estaba apelando a su propio pensamiento sobre el pensar, esto
es intencionalidad de segundo orden. Por supuesto, también entendemos
que el yo continúa a través del tiempo, lo que requiere la comprensión (re­
cursiva) de que nuestra conciencia también trasciende el presente.

Personas y cosas

Unos cuantos individuos parecen carecer de la habilidad de leer el pen­


samiento, y Simon Baron-Cohen ha argumentado que esta carencia, a la
que él se refiere como mindblindness o ceguera mental, es la base del tras­
torno conocido como autismo.17 Las personas con este trastorno pueden
ser inteligentes en otros sentidos, pero son peculiarmente insensibles o
indiferentes respecto a otras personas. Un caso notable es el de una mujer
llamada Temple Grandin, que tiene un doctorado en ciencia agrícola y
trabaja como profesora e investigadora en la Universidad Estatal de Co­
lorado. A todas luces inteligente, ha escrito varios libros, tres de los cuales
describen su propio trastorno y la forma en que lo vive.18 Su problema
lo describió también gráficamente Oliver Sacks en su libro Un antropólogo
en Marte.19 Grandin ha tenido que aprender penosamente cómo se com­
porta la gente en diferentes circunstancias para saber cómo actuar ella
misma adecuadamente en las situaciones sociales. Un beneficio adicional
derivado de esta estrategia es que su costumbre de hacer observaciones
detalladas del comportamiento humano le ha proporcionado una útil vía
de acceso al comportamiento de los animales, como pone de manifiesto
su libro más reciente, titulado Animals in Translation: Using the Mysteries
of Autism to Decode Animal Behavior.20 Este libro inspiró un documental,
emitido por la BBC el 8 de junio de 2006, titulado algo cruelmente "La
mujer que piensa como una vaca". Pero, curiosamente, es sensible a la emo­
ción en los demás, y también ella misma es emocionalmente sensible. La
naturaleza muy específica de su problema ha llevado a algunos psicólo­
gos evolucionistas a proponer que la teoría de la mente es un módulo in­
dependiente de otros aspectos de la mente humana.

167
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Este tipo de autismo compatible con una inteligencia notable, algo obvio
en personas como Temple Grandin, se conoce como el síndrome de Asper­
ger. Las personas que sufren este trastorno a menudo pueden pasar pruebas
de falsas creencias, como el test de Sally y Anne, pero aparentemente lo
hacen mediante el razonamiento verbal y si reciben instrucciones explícitas
acerca de la tarea en cuestión. Como he señalado antes, los niños normales
parecen dar muestras instintivamente de comprender lo que es una falsa
creencia mucho antes de poderlo explicar verbalmente. Las personas con el
síndrome de Asperger no lo hacen, lo que da a entender que carecen de la
comprensión espontánea de lo que significa una falsa creencia. 21
Se ha sugerido que en el otro extremo del espectro del autismo se en­
cuentra la psicosis. 22 Al menos algunos aspectos de la psicosis parecen
reflejar un hipermentalismo. Entre los síntomas más floridos de la esqui­
zofrenia, por ejemplo, están las alucinaciones, las falsas ilusiones y la para­
noia. Es como si los esquizofrénicos leyeran demasiadas cosas en la mente
de otros, hasta el punto de creer ser objeto de un complot para asesinarles
o que sus propias mentes están controladas por un agente externo mal­
vado. El psiquiatra escocés R. D. Laing23 era especialmente hábil expre­
sando la mentalidad recursiva que puede hacer descarrilar las relaciones
sociales y favorecer el desarrollo de la psicosis. Estos son tres fragmentos
de uno de sus libros, que lleva el acertado título de Nudos:

Jill: Me molesta que te moleste.


Jack: No me molesta.
Jill: Me molesta que no te moleste que me moleste que te moleste.
Jack: Me molesta que te moleste que no me moleste que te moleste
que me moleste, cuando no me molesta.

Jill: Me haces sentir mal.


Jack: Yo no te hago sentir mal.
Jill: Me hace sentir mal que pienses que no me haces sentir mal.

Jack: Perdóname.
Jill: No.
Jack: Nunca te perdonaré que no me perdones.

168
La lectura del pensamiento

Los extremos del autismo y la psicosis puede que se sitúen en un continuo


que gobierna la conducta normal y la anormal. Algunos teóricos de la per­
sonalidad hablan de la personalidad esquizotípica, con una tendencia a la
paranoia y al pensamiento mágico, pero no la clasifican entre los psicóti­
cos. En el otro extremo del continuo, algunos individuos presentan ten­
dencias autistas, lo que puede incluir discapacidades lingüísticas concretas
y comportamientos obsesivo-compulsivos. Piense en los friquis de la infor­
mática. (Quién sabe si usted mismo es uno de ellos, aunque supongo que
si lo es, es posible que no lo sepa). El continuo también puede interpretarse
como un continuo entre el mecanicismo y el mentalismo. Vivimos en un
mundo complejo hecho de cosas y de personas, y la naturaleza parece ha­
bemos dotado de la suficiente flexibilidad para tratar con ambos. Como
dice el biólogo evolucionista William D. Hamilton: "Hay personas-persona
y personas-cosa."24
Las personas-cosa pueden tender a adoptar lo que he llamado actitud
física, en la que las personas son consideradas más como trozos de carne
ambulantes que como seres mentales. Tal vez los conductistas radicales y
los jugadores de rugby tiendan a ver a las personas de esta forma. A la in­
versa, las personas-persona puede que tiendan a tratar a las cosas como si
fuesen personas. A determinados objetos inanimados, como coches, barcos
u ordenadores, se les atribuye a menudo propiedades humanas. A lo largo
de la historia, y puede que también durante la prehistoria humana, se ha
personificado a objetos inanimados, como estrellas y planetas, y se ha con­
ferido propiedades humanas a animales no humanos. Los animales per­
sonificados se sienten especialmente cómodos en los libros para niños,
como vimos en el capítulo 3. Y luego tenemos a Dios, a quien ya hemos
encontrado antes, y que parece ser una personificación sin sustrato mate­
rial, el triunfo definitivo, seguramente, de la teoría de la mente.

El sexo y el cerebro
Hasta cierto punto al menos, el espectro autista-psicótico parece tener al­
guna incidencia en la diferencia entre hombres y mujeres. Simon Baron­
Cohen ha descrito el autismo como una conducta masculina extrema, y
los hombres en general parecen más interesados en las cosas que en las
personas25 -y de hecho tienden a tratar a las mujeres más como cosas que

169
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

como personas. Pese a los esfuerzos de las feministas, los niños pequeños
parecen preferir los coches y los aviones de juguete, mientras que las niñas
se inclinan más por las muñecas y el estuche del maquillaje de sus madres.
Los síntomas positivos de la esquizofrenia son más comunes en las mujeres
que en los hombres, aunque los síntomas negativos y la esquizofrenia en
general son algo más comunes entre los hombres. Las mujeres tienden a
ser más religiosas que los hombres, como hemos visto. Esto puede conside­
rarse como una manifestación más bien compleja de la teoría de la mente.
Los estudiantes de psicología, la ciencia de la mente, son predominante­
mente mujeres -al menos en los departamentos de psicología con los que
yo estoy familiarizado, aunque en los viejos tiempos del conductismo ha­
bía bastantes más hombres en ellos. Los hombres se sienten más atraídos
por las ciencias del mundo físico.
La base biológica del espectro autista-psicótico puede que dependa
más de los genes matemos y paternos que del sexo biológico de los hijos.
La guerra de los sexos empieza en el útero con el fenómeno de la impronta
[imprinting]. Los cromosomas vienen a pares, uno procedente de la madre
y otro del padre, y la impronta significa que uno u otro pueden ser domi­
nantes. Los padres tienen diferentes intereses en el destino de su prole, y es­
to puede manifestarse en la relativa influencia de los genes matemos y
paternos. En los mamíferos, la única contribución obligatoria del macho a
su descendencia es el semen, y el padre confía principalmente en sus genes
para influir en sus hijos y hacer que se comporten de una forma que re­
fuerce sus intereses biológicos. Los genes paternos deberían, por consi­
guiente, favorecer el comportamiento egoísta de los hijos, utilizando
recursos de la madre e impidiéndole utilizarlos en hijos que podrían haber
sido engendrados por otros padres. La madre, por otro lado, ha seguido
invirtiendo en sus hijos tanto antes del nacimiento, en forma de nutrientes
sacados de su propio cuerpo, como después, en forma de lactancia y de
cuidados maternales. Los genes maternales, por consiguiente, deberían
operar para conservar sus recursos favoreciendo la sociabilidad y la edu­
cabilidad26 -niños bien educados que van a la escuela y hacen lo que se les
dice.
Los genes matemos se expresan sobre todo en la corteza cerebral, re­
presentando la teoría de la mente, el lenguaje y la competencia social,

170
La lectura del pensamiento

mientras que los genes paternos tienden a expresarse más en el sistema


límbico, que se ocupa de los impulsos básicos consumidores de recursos,
como la agresión, los apetitos y las emociones. El autismo, por tanto, puede
considerarse como la expresión extrema de los genes paternos, y la esqui­
zofrenia como la expresión extrema de los genes matemos. Muchas de las
características vinculadas a los espectros autista y psicótico son físicos, y
pueden fácilmente entenderse en términos de la lucha por los recursos ma­
temos. El espectro autista se asocia con un desarrollo demasiado grande
de la placenta, un mayor tamaño cerebral, niveles más elevados del factor
del crecimiento, y el espectro psicótico con un escaso desarrollo de la pla­
centa, un tamaño cerebral menor y un crecimiento lento.27
El relativo dominio de los genes matemos y paternos no debe confun­
dirse con los efectos de los propios cromosomas sexuales. No todos los
hombres son unos cachas agresivos que no leen libros ni comen quiche, ni
todas las mujeres son intelectuales vegetarianas bien educadas que devo­
ran las novelas de Jane Austen. De todos modos, parece haber una corre­
lación entre impronta y sexo biológico, con una inclinación, en el caso de
los hombres, hacia el extremo autista del espectro y, en el caso de las mu­
jeres, hacia el extremo esquizofrénico. Esto puede deberse a que el cromo­
soma X, junto con los cromosomas 2, 3, 5, 7, 9, 10, 15, 16 y 1 7, es uno de los
cromosomas sujetos a impronta diferencial,28 aunque presumiblemente
solo en las mujeres, ya que los hombres reciben solamente una copia del
cromosoma X de su madre. Dado el nombre de cromosomas implicados,
es probable que los efectos de la impronta sean diversos y que no estén
exclusivamente asociados con uno u otro sexo.
La impronta puede haber desempeñado un papel importante en la
evolución humana. Una posibilidad es que la evolución del cerebro huma­
no se viera impulsada por la progresiva influencia de los genes matemos
que llevó a la expansión del neocórtex y a la emergencia de la cognición
recursiva, incluidos el lenguaje y la teoría de la mente. Pero la persistente
influencia de los genes paternos puede haber preservado el equilibrio ge­
neral entre personas-persona y personas-cosa, permitiendo al mismo
tiempo un cierto grado de diferencia entre unas y otras. Simon Baron­
Cohen ha sugerido que la dimensión también puede entenderse sobre un
eje de empatizadores versus sistematizadores. 29 Las personas-persona tien-

171
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

den a empatizar con los demás, adoptando la actitud intencional y la ca­


pacidad de identificarse con sus puntos de vista. Las personas-cosa pue­
den sobresalir en su capacidad de síntesis gracias a su obsesiva atención a
los detalles y a su compulsiva propensión a la extracción de reglas.30
Aunque podría suponerse que el equilibrio entre genes matemos y
paternos es la situación óptima, son probablemente las desviaciones del
equilibrio genético las que aportan innovación y creatividad a nuestras
vidas. El innovador psicólogo británico Henry Maudsley observó que la
locura iba a menudo acompañada del genio creativo. Un ejemplo es el del
ensayista inglés del siglo XVIII Charles Lamb, propenso a períodos de de­
mencia. Maudsley hizo el siguiente comentario:

Su caso [el de Lamb] pone tal vez de manifiesto que la locura es com­
patible con una considerable genialidad y que no pocas veces coexis­
te con ella.31

Evidencias recientes sugieren que un polimorfismo particular en un


gen del que se sabe que tiene relación con el riesgo de psicosis también
está relacionado con la creatividad en personas de un elevado perfil inte­
lectual.32
La tendencia a la esquizofrenia o al trastorno bipolar puede ser un ele­
mento subyacente a la creatividad artística, como se manifiesta en el caso
de músicos como Béla Bartók, Ludwig van Beethoven, Maurice Ravel o
Peter Warlock, en pintores como Amedeo Clemente Modigliani, Maurice
Utrillo o Vincent van Gogh, y en escritores como Jack Kerouac, D. H. Law­
rence, Eugene O'Neill o Marcel Proust. El famoso matemático John Forbes
Nash, protagonista central de la película Una mente maravillosa, es otro ejem­
plo. El difunto David Horrobin llegó a argumentar que las personas con es­
quizofrenia eran consideradas como los visionarios que daban forma al
propio destino humano, y que solo con la Revolución Industrial, y un cam­
bio en las dietas, pasaron a ser considerados como enfermos mentales.33
La tendencia al autismo, especialmente el propio del síndrome de As­
perger, puede llevar a un tipo diferente de genialidad. Esto incluye a los
llamados savants, unos individuos con una habilidad extraordinaria en
algún campo limitado, como el cálculo, la música o incluso el lenguaje,

1 72
La lectura del pensamiento

pero por debajo de lo normal en otros sentidos. En el capítulo 5 encontra­


mos al savant y genio del cálculo Kim Peek. Es posible que el savantismo
surja del hecho de concentrarse en una sola actividad a expensas de otras.
Pero la tendencia al autismo también puede estar en la base de grandes
logros en el campo de las matemáticas, las ciencias físicas y la ingeniería,
combinada con una forma de pensar obsesiva. Un ejemplo prototípico de
ello es Isaac Newton, y otro, el físico ganador del premio Nobel Paul Dirac,
considerado por muchos como alguien a la altura de Albert Einstein, pero
también descrito por su colega Niels Bohr como "un tipo raro."34 Las per­
sonas-cosa pueden ser útiles al fin y al cabo, ya que nos ayudan a entender
un mundo físico cada vez más complejo. Y no podemos negarles la capa­
cidad de pensar recursivamente.
La recursión, por tanto, no es un coto exclusivo de la interacción social.
Nuestro mundo mecánico es tan recursivamente complejo como el mundo
social. Hay ruedas dentro de ruedas, motores dentro de motores, ordena­
dores dentro de ordenadores. Las ciudades son contenedores construidos
con contenedores dentro de contenedores, bajando, diría yo, hasta el nivel
de los bolsos de mano y de los bolsillos de nuestros trajes. Las rutinas re­
cursivas son un lugar común en la programación informática, y es la ma­
temática lo que nos da una idea más clara de lo que es la recursión. Pero
es muy posible que la recursión sea un producto de una teoría de la mente
desbocada y que haya sido posteriormente liberada en el mundo mecá­
nico. Exploro esta idea más detenidamente en el capítulo 12.

¿Tienen los animales una teoría de la mente?

Como reconoce Darwin en el fragmento antes citado, no cabe duda de que


otras especies pueden leer la emoción en otros -su vida a menudo depende
de ello. En todos los animales en los que la reproducción depende de ali­
mentar, limpiar, calentar y proteger a sus crías, los padres son sensibles al
estado emocional de los hijos, y actúan para mitigar su angustia y para
colmar su hambre o su sed. Muchos animales también responden con sim­
patía a la angustia que perciben en otros. En un estudio, por ejemplo, los
ratones que vieron sufrir a otros ratones intensificaron su propia reacción

173
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

al dolor,35 y en otro estudio unos monos se negaron a tirar de una cadena


para recibir comida si con ello provocaban que se aplicase una descarga
eléctrica a otro mono.36 Frans de Waal documenta estos y otros ejemplos,
y señala que los chimpancés, pero no los monos, a menudo consuelan a
otros que se encuentran en apuros. Su cámara ha registrado cómo un chim­
pancé joven ponía su brazo alrededor del hombro de un adulto lloroso que
acababa de ser derrotado en una pelea. 37
Algo más problemáticos, sin embargo, son los aspectos más cognitivos
de la teoría de la mente, como el hecho de saber qué ve o cree otro indivi­
duo. Lo natural es mirar primero a nuestros ancestros primates más cer­
canos, los chimpancés. La cuestión la plantearon por vez primera David
Premack y Guy Woodruff en 1978 en un trabajo clásico que titularon " ¿Tie­
nen los chimpancés una teoría de la mente?" Una de sus técnicas era mos­
trar vídeos de un humano debatiéndose con algún problema y luego
presentarle a la chimpancé Sarah una serie de fotografías a elegir, una de
las cuales representaba una solución al problema. Uno de esos vídeos mos­
traba a una mujer tratando de salir de una jaula cerrada, y una de las fotos
mostraba una llave, mientras que las otras mostraban diversos objetos irre­
levantes para la tarea. Sarah hizo la elección adecuada al optar por la foto
que mostraba la llave, aunque, como reconocieron Premack y Woodruff,
esto no demostraba necesariamente que la chimpancé fuera consciente de
lo que estaba sucediendo en la mente de la persona representada en el ví­
deo. Por ejemplo, podía haber elegido la llave simplemente porque le pa­
recía el objeto más fácilmente asociable con la jaula.
Un investigador que ha recogido el guante lanzado por Premack y
Woodruff es Daniel Povinelli, que ha ideado otros experimentos para de­
terminar si un chimpancé es capaz de entender lo que pasa en la mente de
una persona. 38 Los resultados han sido en general negativos. Los chimpan­
cés se dirigen fácilmente a los humanos para pedirles comida, y esto pro­
porcionó al investigador la oportunidad de comprobar si al hacerlo se ven
influidos por el hecho de que la persona pueda ver o no. Pero cuando los
chimpancés podían optar entre dos individuos a los que pedir comida,
uno de los cuales tenía los ojos vendados, los animales no elegían sistemá­
ticamente al que podía ver. Lo mismo sucedía cuando una de las personas
tenía la cabeza metida en un cubo o cuando se tapaba los ojos con las

174
La lectura del pensamiento

manos. Solo cuando una de las personas estaba realmente mirando hacia
otro lado, los chimpancés elegían al que les estaba mirando directamente
a ellos. Los niños pequeños, por otra parte, entienden enseguida que tienen
que abordar a la persona que puede verles y saben que esto tiene que ver
con los ojos. El fallo del chimpancé para apreciar esto no surge porque no
pueda observar los ojos de la persona, ya que pueden seguir fácilmente la
dirección de la mirada de la persona que tienen delante. Los chimpancés
pueden eventualmente elegir a la persona que puede verlos, pero su com­
portamiento se explica más fácilmente sobre la base del aprendizaje aso­
ciativo y no desde la comprensión de que los ojos sirven para ver.
Otro experimento depende de la aparente comprensión que tienen los
chimpancés de lo que significa señalar con el dedo. Si una persona se en­
cuentra frente a un chimpancé y señala con el dedo a una de dos cajas si­
tuadas a su derecha y a su izquierda, el chimpancé comprende bastante
fácilmente que si quiere comida tiene que abrir la caja que está señalando
la persona. Pero la elección no es necesariamente esta si la persona señala
a una de las cajas desde cierta distancia, y es sistemáticamente invertida
si la persona se encuentra cerca de la caja que no contiene la comida y seña­
la la otra caja. Parece que el chimpancé responde sobre la base de lo cerca
que está la caja con la comida de la mano que la señala, y no en función de
hacia dónde señala realmente la mano.
Pero los chimpancés sigue� efectivamente la mirada,39 igual que hace­
mos los humanos, y esto sugiere que puede que tengan alguna compren­
sión de lo que están viendo los otros. Povinelli sostiene, sin embargo, que
comportamientos como el de seguir la mirada tienen la misma base instin­
tiva en los humanos que en otros primates, pero que nosotros 'reinterpre­
tamos' estos comportamientos como más sofisticados de lo que realmente
son.40 Por ejemplo, nosotros podemos seguir espontáneamente la mirada
de alguien que parezca estar mirando algo en el cielo sin hacer un ejercicio
intelectual (y presumiblemente consciente) del tipo: Este individuo parece
estar viendo algo interesante allá arriba. El hecho de seguir la mirada puede
simplemente ser una respuesta adaptativa que alerta a otros animales de
un peligro o una recompensa, pero nosotros los humanos lo hemos inte­
lectualizado, a menudo a posteriori. Recuérdese también que incluso los
niños dirigen la mirada anticipadamente al lugar en el que un actor cree

175
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

falsamente que se ha ocultado un objeto, mucho antes de poder intelec­


tualizar la razón de su propio comportamiento.
Otros experimentos sugieren, sin embargo, que el trabajo de Povinelli
y sus colegas subestima la inteligencia social del chimpancé. Brian Hare y
colaboradores han puesto de manifiesto que un chimpancé se acerca a la
comida para cogerla cuando un chimpancé dominante no puede verla, y
que se muestra reacio a hacerlo cuando puede ver que la comida está en
un lugar visible para el chimpancé dominante.41 Los chimpancés también
parecen capaces de pasar el equivalente del test de Sally y Arme al que nos
hemos referido antes. Los chimpancés subordinados cogían comida oculta
si un chimpancé dominante no estaba mirando en el momento en que se
ocultó la comida, o si esta había sido trasladada a otro lugar mientras el
chimpancé dominante no estaba mirando. Es decir, los chimpancés subor­
dinados parecen saber qué es lo que sabe el dominante. Los subordinados
también cogían comida si un chimpancé dominante observaba mientras
esta era ocultada pero luego era reemplazado por otro chimpancé do­
minante que no lo había visto, lo que sugiere que los subordinados eran
capaces de seguir la pista de quién conocía qué. Los subordinados, sin em­
bargo, fallaban en otro test en el que un chimpancé dominante observaba
cómo ocultaban comida en un lugar y no veía cómo la ocultaban también
en otro; no elegían sistemáticamente la comida que el chimpancé domi­
nante no había visto cómo la ocultaban. Incluso en este caso, los chimpan­
cés estudiados en el experimento parecían tener cierto conocimiento de lo
que sabían otros chimpancés.
También se ha observado a chimpancés ocultando cosas de la vista de
otros. En un estudio, unos chimpancés se disputaban el acceso a la comida
con un experimentador humano, y eligieron acercarse a la comida siguien­
do una ruta oculta a la vista del experimentador.43 A veces esta ruta era
muy larga. Brian Hare también ha mostrado que los perros, a diferencia
de los chimpancés de Povinelli, pueden elegir fuentes de comida en fun­
ción del lugar hacia el que una persona u otro perro estén mirando o se­
ñalando. No está muy claro por qué los chimpancés de Hare y los perros
parecen tener la suerte de poseer una teoría de la mente mientras que los
chimpancés estudiados por Povinelli no parecen tenerla.45
Un problema que tienen estos estudios es que no tienen por qué im-

176
La lectura del pensamiento

plicar una actitud intencional.46 Los animales podrían estar respondiendo


simplemente sobre la base de unas pistas aprendidas, sin necesidad de que
su acción se base en la comprensión de lo que está pasando en la mente
de otro animal, de modo parecido a como las personas con el síndrome de
Asperger pueden resolver problemas relacionados con la teoría de la
mente sin tener un verdadero entendimiento de esta. Si uno es un chim­
pancé joven, la simple vista de un macho dominante en las inmediaciones
puede actuar como una señal aprendida a no comportarse de determinada
manera, del mismo modo que un niño humano puede esperar a que su
madre se dé la vuelta antes de pegarle un bofetón a su hermana pequeña.
Pero una cierta medida de intencionalidad puede introducirse si la her­
mana llora para que castiguen a su hermano aunque no le haya dado la
bofetada. Para poder inferir la existencia de una verdadera teoría de la
mente, por tanto, necesitamos tener alguna prueba de que un acto ha sido
improvisado y que no se basa en un aprendizaje por ensayo y error. Ri­
chard Byrne, en su libro The Thinking Ape [El mono pensante] pone un
ejemplo que puede valer:

Un babuino joven, al tropezar con un babuino adulto que acaba de


extraer una zanahoria para comérsela, suelta un grito. El grito alerta
a la madre del babuino joven, que goza de un estatus superior al del
babuino adulto. La madre acude a toda prisa, observa la escena con
el adulto, la zanahoria y el joven aparentemente afligido, y persigue
al adulto para ahuyentarlo. Mientras, el babuino joven se come la
zanahoria.

Comportamientos como este parecen estar basados en una intención


de engañar y se conocen con el nombre de engaño táctico. El engaño en ge­
neral está muy extendido en la naturaleza, ya sea en el camuflaje del ala
de una mariposa o en la extraña habilidad que tiene el pájaro-lira austra­
liano para imitar el canto de otras especies y otros sonidos, incluido, como
mencionamos en el capítulo 3, el sonido que hace una lata de cerveza al
abrirse. El engaño táctico, sin embargo, es aquel que se basa en una apre­
ciación de lo que el animal engañado está efectivamente pensando o en lo
que puede ver, es decir, implica una actitud intencional. La forma más

177
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

obvia de engaño táctico en los humanos es el hecho de mentir, una cosa


que nosotros hacemos con la esperanza de que nuestro interlocutor se crea
lo que decimos, pero en el caso de los animales no verbales hemos de ver
la evidencia en sus actos. Andrew Whiten y Richard Byme pidieron a una
serie de investigadores que les explicasen anécdotas de su campo de estu­
dio en las que se diese el engaño táctico, y analizaron cuidadosamente
aquellos casos en los que los animales podían haber aprendido su con­
ducta por el método del ensayo y el error.47 Concluyeron que solamente
las cuatro especies de simios habían dado pruebas en alguna ocasión de
haber engañado a otros animales sobre la base de lo que estos podían ver
o saber. Incluso así, hubo relativamente pocos casos -de 253 observaciones,
solo 18 satisfacían los criterios de Whiten y Byrne-, doce entre los chim­
pancés comunes y otros seis entre bonobos, gorilas y orangutanes. Estos
números son tal vez demasiado pequeños para demostrar convincente­
mente que los grandes simios son capaces de 'leer el pensamiento' de
otros.
Se sugiere a veces que hay una especie de intermedio entre la actitud
física y la actitud intencional -una instancia biológica, por así decir. Así,
los niños pequeños y los simios pueden atribuir a otros la persecución de
objetivos y el movimiento autogenerado, sin ser capaces de atribuirles au­
ténticos estados intencionales, como creer, desear, ver o recordar.48 Esto no
parece implicar recursión; atribuir movimiento autogenerado a otra cria­
tura no implica que la otra criatura pueda también atribuir movimiento
autogenerado. No parece haber motivos ahora mismo para suponer que
los grandes simios puedan avanzar mucho más allá de este nivel de atri­
bución.49

¿Autoconciencia en otras especies?

¿Qué hay, pues, de la capacidad de conocer la propia mente? ¿Podría un


chimpancé emular a Descartes e inferir su propia existencia? Una forma
que se ha propuesto de responder a esta pregunta es el llamado test del
espejo, en el que se hace una marca en el rostro del animal y luego se per­
mite al animal verse en un espejo. La cuestión es saber si el animal enten-

178
La lectura del pensamiento

derá que la marca está en su propio rostro y no el de un extraño que hay


en el espejo. Es una práctica común anestesiar al animal antes de hacerle
la marca, de modo que no sea consciente de lo que le han hecho. Los chim­
pancés que tienen experiencia previa con espejos se llevan la mano a la
marca del rostro, mientras que los que no tienen experiencia con espejos
reaccionan como si el chimpancé del espejo fuera otro, igual que los monos
rhesus [macacos de la India] incluso después de años de experiencia.50
Según parece, los grandes simios pasan la prueba, aunque no de un modo
sistemático, mientras que los simios menores y los monos no la pasan, y
no hay evidencias de que un elefante o un delfín pudieran pasarla. Los
niños pasan normalmente la prueba hacia los dos años de edad. 51
Pero ni siquiera esta prueba implica nada más que la actitud ñsica; es
decir, el animal puede reconocerse a sí mismo como objeto ñsico sin nece­
sariamente entender que es un objeto que tiene deseos, creencias, emocio­
nes, etcétera. Incluso nosotros los humanos podemos utilizar espejos para
reflejamos nosotros mismos como objetos más que como seres sentientes
-una cara para afeitar o embellecer. El reflejo en el espejo, después de todo,
no es alguien con el que uno pueda tener una conversación con sentido.

¿Dónde estamos?

La cuestión de si los chimpancés y otras especies tienen una teoría de la


mente sigue siendo muy polémica. Algunos autores siguen rechazando
cualquier afirmación de que las especies no humanas la tengan, y de hecho
siempre es posible explicar conductas animales aparentemente de tipo hu­
mano en términos de principios conductistas. Dereck C. Penn, Keith J. Hol­
yoak y Daniel C. Povinelli, en un artículo titulado "El error de Darwin",
concluyen lo siguiente:

Nuestra más importante afirmación [ . . . ] es simplemente que fuese


cual fuese el 'truco' responsable del advenimiento de la capacidad de
los seres humanos para reinterpretar el mundo de una forma simbó­
lico-relacional, este truco evolucionó solo en un linaje, el nuestro. Los
animales no humanos no lo descubrieron, y todavía no lo han hecho.52

179
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Según este punto de vista, las actividades de animales no humanos que


parecen implicar una cognición de tipo humano como la que representa
la posesión de una teoría de la mente, son reinterpretadas en términos sim­
bólicos. Califican a su teoría de 'teoría de la reinterpretación relacional. '53
Sigue en pie, de todos modos, la cuestión de qué es lo que explica la
discontinuidad. Pese a referirse al 'error de Darwin', Penn y sus colabora­
dores siguen utilizando el término 'evolucionó' en la cita anterior, aunque
la referencia al 'truco' nos lleva algo más allá de Dios o de una mutación
milagrosa. La apelación a la 'reinterpretación', además, no es nada parsi­
moniosa, lo que implica un paso innecesario entre lo que hacemos y cómo
lo interpretamos. Cuando un chimpancé se oculta de los ojos escrutadores
de un humano, no parece que haya ningún buen motivo para suponer que
su comportamiento es muy diferente en principio del de un niño travieso
que se oculta de un padre enfadado. Es un poco arrogante desestimar las
conductas de tipo humano en los animales sobre la base de que los huma­
nos hemos reinterpretado de algún modo este comportamiento en nuestra
propia especie para dejarlo fuera del alcance de lo meramente animal.
Mi propia opinión provisional es que los chimpancés pueden efecti­
vamente tener cierta capacidad para discernir lo que otros individuos pue­
den sentir, ver y tal vez conocer. Esto es una recursión de primer orden,
en el mejor de los casos. Lo que puede que les falte es la extensión a una
recursión de orden superior: mi conocimiento de que otro individuo sabe
que yo puedo ver, conocer o sentir, o incluso que el otro sabe que yo sé lo
que él está pensando. Tanto si esto puede explicar el repertorio completo
de las actividades característicamente humanas como si no puede hacerlo,
lo que sí sugiere es que la diferencia es más de grado que de concepto -co­
mo ese pequeño paso que fue un gran salto para la humanidad.
El desbocamiento de la teoría de la mente puede atribuirse a la inten­
sidad de la vida social que tenemos nosotros los humanos, ya sea en el nú­
cleo familiar, en la oficina, en la partida de caza o en la melé de un partido
de rugby. En estos escenarios hemos de estar monitorizando constante­
mente nuestras acciones en función de cómo piensan, creen o sienten los
demás. Las condiciones que llevaron a la evolución de un comportamiento
social complejo se discuten más a fondo en el capítulo 11.
Volvamos ahora al lenguaje, ya que también él, en su calidad de ele-

180
La lectura del pensamiento

mento depredador, depende de la teoría de la mente y nos proporciona


una mejor comprensión de la estructura recursiva de esta.

181
9

El lenguaje y la mente

El lenguaje político -y con algunos matices esto vale para todos los partidos
políticos, desde los conservadores hasta los anarquistas- está pensado para
hacer que las mentiras parezcan verdades y los asesinatos respetables, y
para dar una apariencia de solidez a lo que solo es humo.
George Orwell, Politics and the English Language (1946)

E
n su novela 1 984, Orwell hace un retrato muy desalentador de un
futuro en el que la tecnología definitiva para el control del pensa­
miento es la neolengua, un lenguaje capaz de hacer imposibles
todos los modos de pensamiento excepto aquellos que necesita el Ingsoc
['English socialism']. Hemos dejado penosamente atrás el año 1984, pero
la vida política, al menos, sigue estando repleta de eufemismos concebidos
para hacernos pensar de manera diferente. De este modo, daños colaterales
es una forma de referirse al asesinato de personas inocentes durante la
guerra; desfavorecido significa 'pobre'; especial significa 'minusválido', y li­
quidar significa 'asesinar'. En 1933, el conde Alfred Kozybski, un ingeniero,
fundó el movimiento extremista Semántica General, que popularizaron
Stuart Chase en un libro titulado Tyranny of Words [La tiranía de las pala­
bras] y Samuel khiye Hayakawa en el superventas Language in Thought
and Action. Hayakawa fue más tarde presidente del San Francisco State
College y obtuvo notoriedad por su celo en reprimir la protesta estudiantil.
Según la Semántica General, la locura humana la produce el daño semán­
tico creado por la estructura del lenguaje.
La relación entre el lenguaje y el pensamiento es uno de los temas más

183
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

polémicos de la historia de la filosofía. Como vimos en el capítulo 2, el


concepto de Chomsky del lenguaje-! -el lenguaje común subyacente a los
lenguajes-E- es esencialmente el lenguaje del pensamiento. Esto está tam­
bién compendiado en la denominada hipótesis del lenguaje del pensa­
miento propuesta por el filósofo Jerry Fodor, que sostenía que prácticamenl:e
todos los conceptos subyacentes a las palabras son innatos.1 Steven Pinker,
basándose en el número de palabras que contiene un típico diccionario in­
glés,2 se refiere a esto como la teoría según la cual "nacemos poseyendo
unos 50.000 conceptos." Por supuesto, el número real de palabras que usa
una persona depende del entorno lingüístico al que está expuesta, pero es
como si nos hubieran suministrado ya todos los significados que vamos a
necesitar y lo único que nos queda por hacer es descubrir las etiquetas ver­
bales correspondientes. Naturalmente resulta difícil creer que a una per­
sona que viviese durante el Renacimiento le suministrasen el significado
de la palabra helicóptero, aunque tal vez podríamos hacer una excepción con
Leonardo da Vinci, que realmente desarrolló la idea de dicho artilugio.
La idea de la existeneia de una fuerte conexión entre el lenguaje y el
pensamiento implica que los animales no humanos son incapaces de pen­
sar como nosotros los humanos, una idea defendida por el psicólogo Clive
Wynn en su libro del año 2004 ¿Piensan los animales? En cualquier caso, la
idea de que los animales son tontos y mudos es una fuente de consuelo,
porque nos ayuda a justificar el trato vergonzoso que les damos, como ya
he dicho en el prefacio de este libro. No solo los tratamos mal, sino que
también los usamos para insultamos entre nosotros, como cuando califi­
camos a alguien de 'animal', 'bestia', 'bruto', 'cerdo', 'burro', 'zorra', etc.
Muchas de estas expresiones son injustas para el animal en cuestión.
Considérese, por ejemplo, la frase pissed as a newt ['borracho como un tri­
tón', el equivalente inglés del castellano 'borracho como una cuba']; que
yo sepa los tritones no son especialmente dados a empinar el codo.3 Tam­
bién hay por supuesto contrainfluencias, como la representada por el mo­
vimiento en pro de los derechos de los animales, que en su forma extrema
busca invertir el sentido de la explotación, amenazando con dañar a las
personas que explotan a los animales, con el objetivo, supongo, de resta­
blecer el equilibrio. Menos extremista es la legislación en pro del bienestar
animal que trata de minimizar el daño gratuito que se les inflige. No deja

184
El lenguaje y la mente

de ser algo irónico que fuese en la Alemania nazi donde se prohibió por
primera vez la caza del zorro con perros, en virtud de un decreto de Her­
mann Güring de 1934. En Gran Bretaña, la Ley sobre la Caza del año 2004
dice que "un cazador comete un delito si caza a un mamífero salvaje sir­
viéndose de un perro, a menos que él haya sido expresamente autorizado
a hacerlo. "4
Pensándolo solo un poco, sin embargo, llegaríamos a la convicción de
que otros animales también piensan un poco. La relación amistosa entre
un perro y un gato depende de unos comportamientos que no son mera­
mente reflejos. Los conductistas incluso daban por supuesto que las leyes
que rigen la conducta humana podían entenderse haciendo experimentos
con ratones y con palomas. Naturalmente, los conductistas preferían no
hablar de conciencia o de eventos mentales, de modo que incluso la acti­
vidad humana era descrita en términos de conducta, no de pensamientos,
aunque la idea de que existe una continuidad entre animales y humanos
tenía una importancia primordial. Como decía John B. Watson, el fundador
del conductismo: "El conductismo no reconoce la existencia de una línea
divisoria entre los hombres y los animales. "5 En el capítulo 3 expliqué que
los estorninos eran capaces de resolver problemas analizando secuencias
que sus experimentadores creían que precisaban del procesamiento recur­
sivo. Podríamos decir que, adoptando una estrategia más simple y tam­
bién más inteligente, los estorninos habían superado a sus cuidadores
humanos. También en el capítulo 3 describí los experimentos clásicos de
Wolfgang Kohler sobre la intuición en los chimpancés.
Tal vez el defensor más elocuente del reconocimiento de la conciencia
y el pensamiento animal fue el difunto Donald R. Griffin, cuyo libro de
1976 The Question of Animal Awareness decía que la comunicación animal
ofrecía "una posible vía de acceso a la mente animal. " Griffin siguió escri­
biendo sobre este tema, y su libro más reciente, Animal Minds: Beyond Cog­
nition to Consciousness (2001) se abre con la siguiente anécdota:

Un chimpancé hambriento que camina por su bosque tropical nativo


tropieza con una gran nuez de Panda oleosa tirada en el suelo bajo
uno de los árboles de esta especie diseminados por el bosque. El
chimpancé sabe que este tipo de nueces son muy difíciles de abrir

185
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

con las manos y con los dientes, y si bien sabe utilizar un palo o una
roca relativamente blanda para abrir las nueces, mucho más abun­
dantes, de la especie Coula edulis, las nueces de panda son tan duras
que solo es posible abrirlas golpeándolas con una roca mucho más
dura. En el bosque tropical hay muy pocas piedras, pero el chim­
pancé camina unos 80 metros y se dirige directamente a otro árbol
bajo el cual unos días antes ha abierto una nuez de panda con un
trozo grande de granito. Arrastra este trozo de granito hasta el lugar
donde ha encontrado la nuez, la coloca de forma que se sostenga
entre dos raíces y con unos cuantos golpes certeros consigue cascar
la nuez.6

Pese a estas anécdotas, es difícil no estar de acuerdo con la afirmación de


Clive Wynn según la cual los animales no piensan como nosotros los hu­
manos. Por supuesto, ellos hacen muchas cosas que nosotros no podemos
hacer, como la ecolocación de los murciélagos y la navegación global de
las aves migratorias, por no hablar de la burda imitación de vuelo de nues­
tros aviones comparado con el grácil vuelo de las aves. Muchas de las es­
pecies que esconden comida realizan auténticas proezas de memoria
recordando miles de lugares diferentes. Un estudio muy reciente demues­
tra que los chimpancés se las arreglan muy bien recordando la ubicación
de una serie de números que solo pueden ver brevemente; uno de los
chimpancés obtuvo en esta tarea unos resultados mejores que los de un
grupo de estudiantes universitarios.7 ¿Qué es, pues, lo que les falta?
Las pruebas hasta ahora revisadas en este libro indican que los ani­
males no humanos, incluidos los chimpancés, son esencialmente incapaces
de desarrollar una teoría de la mente, no pueden viajar mentalmente en el
tiempo ni tienen lenguaje -o, en todo caso, que solo pueden hacer estas
cosas esporádicamente y de una forma rudimentaria. En el capítulo 7 he
sostenido que el lenguaje gramatical depende de la capacidad de viajar
mentalmente en el tiempo, y también la ventaja adaptativa que tiene el
hecho de poder compartir episodios. El ingrediente final esencial para la
evolución del lenguaje puede que haya sido esa otra función recursiva dis­
cutida en el capítulo 8 -la teoría de la mente.

1 86
El lenguaje y la mente

El lenguaje y la teoría de la mente

Hay un chiste muy conocido en el que un hombre de negocios se encuentra


a un competidor en una estación de tren y le pregunta adónde va. El com­
petidor le dice que se dirige a Minsk y el hombre dice: "Me dices que vas
a Minsk porque quieres- que piense que en realidad vas a Pinsk. Pero re­
sulta que ya sé que vas a Minsk, así que ¿qué sentido tiene mentir?"
Comentando esta conversación, Steven Pinker escribe:

Si dos interlocutores, el que habla y el que escucha, tuviesen que


tener en cuenta todas las proposiciones que están implícitas en su
conversación, la profundidad de los estados mentales recursiva­
mente incrustados sería vertiginosa. 8

Este es un ejemplo exagerado, pero en una conversación normal raramente


decimos exactamente lo que queremos decir. De hecho, dependemos de una
serie de supuestos compartidos acerca de lo que pasa por la mente de cada
uno. Usted podría encontrarse con un colega en el trabajo un lunes por la
mañana y decir: ¡Eh, vaya partidazo! Usted sabe que su colega vio el partido
de rugby de la noche anterior y que disfrutó por su calidad y emoción.
Sabe también que su colega se refiere a este partido y no a otro, y usted
sabe que su colega sabe que usted lo sabe. Si está usted hablando con otro
colega menos habitual, podría darle más información: ¿ Viste el partido de
rugby, ayer? Qué partidazo, ¿no ? O si se trata de un colega extranjero que
está de visita en Estados Unidos: El rugby, ¿sabe usted?, es nuestra pasión na­
cional. Anoche transmitieron un partido por la televisión y si tuvo usted ocasión
de verlo, le diré que vio uno de los mejores partidos que se han jugado nunca. Ca­
libramos, por tanto, las observaciones que hacemos cuando conversamos
de acuerdo con la teoría de la mente, es decir, con nuestras a menudo im­
plícitas suposiciones acerca de lo que nuestro interlocutor entiende y sabe.
A veces, por supuesto, el lenguaje va dirigido a una audiencia más
amplia, e incluso mientras escribo este párrafo tengo en cuenta las mentes
de los posibles lectores a los que quiero llegar. Entre ellos, naturalmente,
está usted. Supongo, para empezar, que usted entiende la lengua a la que
se ha traducido mi libro y que su conocimiento general del mundo es si-

187
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

tnilar al mío, de modo que espero que los diversos ejemplos que utilizo
tengan un sentido para usted. De todos modos, trato de explicar Inis ar­
gumentos mejor y con más detalle de lo que lo haría si me estuviera co­
municando con alguno de los colegas que trabajan en Ini Inismo campo
-de todos modos estos colegas no me leerían, ya que me conocen muy bien
a mí y las cosas que escribo. Del trabajo mental implícito en las cosas que
decimos, ya sea en una conversación informal o cuando pronunciamos
una conferencia, se ocupa una disciplina que lleva el nombre de lingüística
cognitiva. Uno de sus más destacados practicantes, Gilles Fauconnier, es­
cribe que "cuando iniciamos una actividad lingüística cualquiera, nos ba­
samos inconscientemente en un enorme caudal de recursos cognitivos y
culturales, apelamos a modelos y marcos, establecemos múltiples cone­
xiones, coordinamos un gran caudal de información y procedemos a esta­
blecer multitud de relaciones, transferencias y elaboraciones creativas."9
El descubritniento del papel esencial que desempeña la teoría de la
mente en el lenguaje puede atribuirse en buena medida al filósofo Paul
Grice, que decía que el verdadero lenguaje requiere que el que habla tenga
la intención de cambiar las creencias que hay en la mente del que escucha
mediante el reconocimiento de dicha intención. (¿Qué le parece esto, como
ejemplo de oración recursiva?) Grice estaba mucho más interesado en el
complejo razonatniento que tiene lugar al descifrar cuál es el significado
de una frase determinada. Él mismo pone un ejemplo de lo que puede
haber debajo de una proposición, P, en relación con determinada idea o
pensamiento no formulado, Q:

Él ha dicho que P; y si lo ha hecho es porque piensa que Q; sabe (y


sabe que yo sé que él sabe) que yo me daré cuenta de la necesidad
de suponer que Q; no ha hecho nada para impedir que yo piense
Q
que , o sea, que su intención es que yo crea, o al menos que esté
dispuesto a pensar que Q.10

Desentrañar esta compleja maraña recursiva sería algo muy complejo


y aparentemente en contradicción con la facilidad con que la gente suele
conversar. Los diversos procesos e intenciones mentales implícitos en estas
afirmaciones se denominan implicaturas, y la forma en que quienes hablan

188
El lenguaje y la mente

y quienes escuchan determinan las implicaturas es uno de los objetivos de


la rama de estudio que lleva el nombre de pragmática. Dan Sperber y Deir­
dre Wilson han argumentado que las implicaturas dependen de un módulo
especializado de la teoría de la mente, en el sentido propuesto por Jerry
Fodor y brevemente expuesto en el capítulo 1. Se supone que dichos mó­
dulos son innatos y que operan automáticamente, de modo que podemos
suponer que realizan operaciones de una complejidad similar a las que,
por ejemplo, nos permiten mantener el equilibrio mientras andamos. In­
cluso así, simplemente declarar que una función depende de un módulo
innato no nos dice cómo funciona realmente.
Sperber y Wilson sugieren que hay submódulos que nos ayudan a cir­
cunscribir los significados alternativos y a reducir la demanda computa­
cional. Por ejemplo, tenemos una sensibilidad incorporada para detectar
qué es lo que los demás están mirando y esto puede establecer un foco
común de atención. Una frase como Esto es muy extraño puede ser entonces
rápidamente entendida como una referencia a aquello que es objeto de
dicho foco. Más en general, Sperber y Wilson sugieren que estamos conti­
nuamente maximizando la relevancia de los inputs disponibles, tanto si pro­
ceden del mundo exterior como si proceden de la memoria, lo que puede
incluir los recuerdos y los hábitos culturales de la persona con la que esta­
mos conversando. Esto limita inmediatamente las posibles interpretacio­
nes de aquello que decimos, y permite que una conversación proceda con
un mínimo desenredo de las posibles implicaturas.
Sperber y Wilson proporcionan una ilustración del modo como fun­
ciona esto:

Supongamos que Peter y Mary están paseando por el parque inmer­


sos en una conversación; a su alrededor hay árboles, flores, pájaros
y personas. De todos modos, cuando Peter ve que su amigo John
está entre un grupo de personas que caminan hacia ellos, predice
correctamente que Mary se dará cuenta de la presencia de John,
recordará que se había ido a Australia tres meses antes, inferirá que
debe de haber algún motivo que explique que haya regresado a Lon­
dres y concluirá que sería apropiado preguntárselo. Peter predice el
hilo de las ideas de Mary tan fácilmente y de un modo tan familiar

189
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

que no siempre es fácil darse cuenta de lo extraordinario que es ello


desde un punto de vista cognitivo.11

La denominada teoría de la relevancia, desarrollada de un modo más com­


pleto en otra parte por Sperber y Wilson, 12 sugiere que nuestras mentes
están enfocadas en todo momento para sintonizar nuestros procesos men­
tales con aquello que es más relevante en cada caso, para de este modo re­
ducir la demanda lingüística. Cuando conversamos podemos permanecer
impermeables a todo lo que no sea el tema del que estamos hablando y to­
talmente ajenos a lo que pasa a nuestro alrededor. Esto sirve para clarificar
lo que en caso contrario serían afirmaciones llenas de ambigüedades. Cual­
quier suceso inesperado alteraría igualmente los procesos mentales com­
partidos de modo que los participantes en una conversación podrían
alcanzar inmediatamente un entendimiento mutuo acerca del tema de con­
versación. El lenguaje, por consiguiente, es un encuentro entre mentes, y
la conversación a menudo no hace sino sobrevolar la superficie de una co­
rriente de pensamiento compartida.
Al menos durante una conversación, por tanto, el lenguaje requiere
lo que Dennett denomina actitud intencional, en la que tratamos a los de­
más como seres mentales más que como entidades físicas. Hacemos cons­
tantemente suposiciones acerca de hasta qué punto la persona con la que
hablamos está sintonizada con el hilo de nuestros pensamientos y ajusta­
mos lo que decimos en consecuencia. A veces, por supuesto, erramos com­
pletamente, como en algunas de mis clases en las que resulta obvio que
mis alumnos no tienen ni idea de qué les estoy diciendo. Podemos insultar
a un perro o a un coche que no quiere arrancar, e incluso podemos contar­
les algo. Un caso más extremo es el de la letra de este fragmento del mu­
sical de 1951 de Lemer y Loewe Paint your Wagon [La leyenda de la ciudad
sin nombre]:

I talk to the trees


But they don't listen to me
I talk to the stars
But they never hear me
The breeze hasn't time

190
El lenguaje y la mente

To stop and hear what 1 say


1 talk to them all in vain. *

En varios sentidos, el lenguaje natural es un ejercicio minimalista13 que


proporciona la información justa para dirigir unos hilos de pensamiento
mutuos. Esto se refleja en dos de las famosas máximas de Grice:14

• Haz que tu contribución sea tan informativa como requieran los


propósitos actuales del intercambio.
• No hagas que tu contribución sea más informativa de lo que re­
quiera el intercambio.

El minimalismo es un recurso muy explotado en la obra del autor irlandés


Samuel Beckett, como puede comprobarse en su poema What is the Word?
[¿Cuál es la palabra?], que termina así:

glimpse -
seem to glimpse -
need to seem to glimpse -
afaint afar away over there what -
folly for the need to seem to glimpse afaint afar away over there what -
what -
what is the word -
what is the word**

Hemos visto en el capítulo anterior que los autistas tienen déficits en la


teoría de la mente. Si la teoría de la mente es fundamental para el normal
funcionamiento del lenguaje, cabe esperar que también tengan dificultades
con el lenguaje. Y las tienen.15 Incluso Temple Grandin, la inteligente mujer

*. Hablo a los árboles pero no me escuchan / Hablo a las estrellas pero nunca me oyen /
La brisa no tiene tiempo de pararse a escucharme/ Hablo a todos ellos en vano.
**. Vislumbre - / parece que vislumbre - / necesito que parezca que vislumbre - /desvaído
lejos fuera allí cuál - / absurda la necesidad de que parezca que vislumbre desvaído lejos
fuera allí cuál - / cuál es la palabra - / cuál es la palabra.

191
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

autista que conocimos en el capítulo anterior se debate con el lenguaje,


pese a que ha escrito libros y a que da clases en una universidad. No em­
pezó a hablar hasta los tres años y medio y cuando lo hizo utilizaba las
palabras básicamente para referirse a las cosas más que a las personas.
En palabras de W. D. Hamilton, es un ejemplo paradigmático de persona­
cosa más que de persona-persona. En la escuela se burlaban de ella por su
forma mecánica de hablar y era incapaz de chismorrear o de parlotear. Tal
vez no sea demasiado injusto decir que aprendió el lenguaje de modo pa­
recido a como un animal podría aprender un truco útil y no como una
forma de compartir información.

La ironía y la metáfora

Del mismo modo que los filósofos afirman que ninguna verdadera
filosofía es posible sin la duda, nosotros podemos afirmar que ninguna
vida auténticamente humana es posible sin ironía.
S0ren Kierkegaard, El concepto de ironía (1841)

La ironía proporciona un excelente ejemplo del papel que desempeña la


teoría de la mente.16 Se refiere a aquellas ocasiones en las que decimos pre­
cisamente lo contrario de lo que parece que decimos, dando por sentado
que nuestro interlocutor entenderá lo que queremos decir. Imagine que,
de regreso a casa, se queda atrapado en un embotellamiento de tráfico.
"Magnífico", le dice a su pareja, "tendremos que ver el partido por la tele
esta noche. " Si usted es aficionado al deporte, esto es ironía. Se utiliza
cuando hay una discrepancia entre lo que queremos o esperamos y la rea­
lidad, y aparece en expresiones como to be as clear as mud ['ser un galima­
tías'; literalmente: 'tan claro como el barro'], o Oh, great! ['¡Estupendo!']
cuando el mecánico nos dice que tendrá que quedarse otro día nuestro
coche antes de tenerlo a punto. Cuando en mi país hay elecciones, parece
producirse una epidemia en el uso de la expresión Yeah, right.17
La ironía es también un recurso literario muy utilizado. Al comienzo
de Orgullo y prejuicio Jane Austen está siendo irónica cuando dice: "Es una
verdad universalmente reconocida que un soltero en posesión de una gran

192
El lenguaje y la mente

fortuna desea encontrar una esposa. " En realidad está diciendo lo contra­
rio: son las mujeres, o mejor dicho sus madres, las que desean desespera­
damente encontrar un buen partido para sus hijas. Jonathan Swift también
estaba siendo irónico cuando publicó Una modesta proposición para resolver
el problema del hambre y la superpoblación en Irlanda comiendo niños.
En El rescate de Jefe Rojo, el narrador O. Henry se refiere a una ciudad "tan
plana como una crepe y que responde al nombre de Summit ['Cumbre'],
por supuesto. " Una forma algo rudimentaria de ironía es el sarcasmo, que
se indica con un tono de voz socarrón. Dostoyevski lo calificaba de "el úl­
timo refugio de las personas modestas y sencillas cuando la privacidad de
su alma se ve tosca e intrusivamente invadida."18
La ironía depende de la teoría de la mente, concretamente de la cer­
teza de que el que escucha entenderá la verdadera intención del que
habla. Se usa habitualmente entre amigos que comparten actitudes y for­
mas de pensar; se ha incluso calculado que la ironía se utiliza en un 8 por
ciento de los intercambios conversacionales entre amigos. 19 La ironía
puede volverse peligrosa si uno la usa fuera del círculo de sus amigos y
conocidos -como neozelandés, a veces me he sentido incomprendido,
normalmente debido a diferencias culturales. Estoy seguro de que los ja­
poneses o los italianos tendrán un sentido del humor propio y muy
agudo, pero tengo la sensación de haber dejado en estos países un rastro
de indignación.
La ironía parece plantear dificultades especiales a los autistas. Szilvia
Papp se refiere a un chico de 16 años aquejado de autismo pero por lo
demás muy inteligente que se matriculó para hacer cinco exámenes GCSE
en Gran Bretaña y se quedó muy preocupado cuando su padre le dijo en
broma: "Si no apruebas, tendrás que intentarlo de nuevo."2º Estas dificul­
tades se dan también en otro tipo de afirmaciones no literales, como en el
uso de metáforas. Papp comenta que si a un niño autista le dicen it's raining
cats and dogs ['llueve a cántaros'; literalmente: 'están lloviendo gatos y pe­
rros'], el niño mirará hacia el cielo para ver de dónde salen estos animales.
Francesca Happé señala que una discusión con un niño autista inteligente
pone de manifiesto el amplio uso que hacemos de las metáforas en una
conversación normal.21 Por ejemplo, si uno le dice a uno de estos niños
give me a hand ['échame una mano'] puede encontrarse con una respuesta

193
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

como "No puedo echártela porque necesito las dos manos y no puedo cor­
tarme una." Y si le dice que su hermana está crying her eyes out ['llorando
a lágrima viva'; literalmente 'le han caído los ojos de tanto llorar'] puede
que se ponga ansiosamente a gatear buscando dónde han ido a parar los
ojos de su hermana. Debido a la ubicuidad de la metáfora en el lenguaje
que utilizamos diariamente, los autistas tienen dificultades para entender
un culebrón de la tele y prefieren leer listas de horarios de trenes que obras
de ficción.
La teoría de la mente también permite que los individuos normales
utilicen el lenguaje de una forma imprecisa que hace que a los autistas les
resulte difícil de entender. La mayoría de nosotros, si alguien nos pregunta
"¿Te importa decirme la hora que es?", contestaremos normalmente di­
ciendo la hora que es, pero un autista tendrá tendencia a contestar de una
forma más literal: "No, no me importa", sin más. O si le preguntamos a
alguien: "¿Puedes alcanzar este libro?", seguramente esperaremos que lo
alcance y que nos lo dé, pero un autista podría simplemente responder
"Sí" o "No" y no hacer nada más. Esto me recuerda que en cierta ocasión
cometí el error de preguntarle a un filósofo: "¿Está lloviendo o nevando
fuera?" porque quería saber si tenía que coger un paraguas o un abrigo, y
el filósofo se limitó a contestarme: "Sí." La teoría de la mente nos permite
utilizar el lenguaje de un modo flexible precisamente porque compartimos
unos pensamientos no expresados, que sirven para clarificar o ampliar el
mensaje efectivamente expresado con palabras.22
Los déficits lingüísticos de los autistas se aplican básicamente a la
pragmática -la adaptación del lenguaje a un contexto social o del mundo
real. En otros sentidos, el lenguaje autista puede ser relativamente normal,
especialmente en aquellos individuos con esa forma de autismo com­
patible con una inteligencia elevada que es el síndrome de Asperger. Los
libros que ha escrito Temple Grandin son gramáticamente correctos y po­
nen de manifiesto que posee un vocabulario seguramente superior a lo
normal. Sus déficits en el uso del lenguaje son básicamente sociales, aun­
que ha aprendido a compensarlos prestando una atención obstinada al
comportamiento de la gente. Puede que haya incluso aspectos en el len­
guaje de las personas con el síndrome de Asperger en el que estas sean
mejores que una persona normal, por ejemplo en el uso del lenguaje téc-

194
El lenguaje y la mente

nico. Un estudio muestra que los niños autistas más inteligentes son me­
jores que los niños normales nombrando fotografías de objetos. 23 Pero es
la función social del lenguaje, su papel en la narración de historias o cuen­
tos, en el chismorreo y en la cohesión grupal la que fue probablemente
fundamental en su evolución inicial. Los autistas parecen utilizar el len­
guaje básicamente para adquirir información más que para compartirla.
La conciencia de que el auténtico lenguaje comporta una teoría de la
mente y un compartir la información nos permite ahora observar con más
detalle la comunicación gestual en los chimpancés y ver qué más se nece­
sita para transformar esto en un lenguaje.

Orígenes gestuales

He dicho en el capítulo 4 que los orígenes del lenguaje se encuentran en


los gestos manuales y que el comportamiento más paralingüístico en las
especies no humanas es gestual. Pero no es todavía un lenguaje. La mayor
parte de autores sostienen que el déficit es específico del lenguaje, es la
falta de una gramática recursiva o de lo que ha sido llamado, con algo de
torpeza, la facultad del lenguaje en sentido estrecho (FLN).24 En el capítulo 7
sugerí que esto podría a su vez derivar de la incapacidad por parte de las
especies no humanas, incluidos los simios, de viajar mentalmente en el
tiempo y de generar secuencias de eventos pasados o imaginados en el fu­
turo. Aquí considero también la posibilidad de que los simios sean también
incapaces de la teoría recursiva de la mente implícita en el lenguaje hu­
mano conversacional. Para examinarlo, hemos de estudiar más detallada­
mente cómo se comunican gestualmente los simios.
Según Michael Tomasello los simios hacen dos tipos de gestos. 25 El
primero está pensado para hacer que otro individuo haga algo. Estos ges­
tos son pequeños rituales, como golpear ligeramente a otro animal para
iniciar un juego, o tocar a otro debajo de la boca para pedirle comida, o en
la espalda para que le lleve a cuestas. El otro tipo de gesto está pensado
para atraer la atención. Un chimpancé puede señalar con el dedo un plá­
tano u otro objeto que esté fuera de su alcance para atraer la atención de
otro chimpancé confiando que este coja el plátano y se lo dé. Otros signos

195
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

que pretenden llamar la atención son dar palmadas en el suelo, arrojar


cosas o tocar insistentemente a otro chimpancé.
Estos comportamientos sugieren que los chimpancés son al menos
algo sensibles a lo que sucede en las mentes de otros o a lo que otros pue­
den hacer. Un chimpancé puede señalar un objeto que está fuera de su al­
cance a un humano para que este lo coja y se lo dé, pero solo si puede darse
cuenta de que el humano le está prestando atención, lo que sugiere que ha
de tener cierta conciencia del estado de atención del humano. Tomasello
asegura que los chimpancés solo señalan para pedir algo a los humanos y
que el hecho de que no se haya observado a ningún chimpancé en libertad
señalando algo a otro chimpancé le ha llevado a la convicción de que los
chimpancés no señalan en absoluto. Sugiere, sin embargo, que los chim­
pancés no le ven ninguna utilidad al hecho de señalar cosas a otro
chimpancé porque saben que la cosa no funciona. Han aprendido que los
humanos sí son cooperativos, por lo menos en entornos en los que se in­
vestiga su comportamiento, y que el hecho de señalar algo suele tener re­
compensa. 26 Otro tipo de gestos entre chimpancés pueden surtir efecto,
especialmente si ambos tienen algo que ganar, como en un juego. Al hacer
gestos, por tanto, los chimpancés parecen ser conscientes del estado de
atención de otros, ya sean humanos o simios, y también de sus intenciones.
Y estos gestos los hacen de un modo flexible y con un propósito y no solo
como respuestas provocadas por algo. Estas cualidades son prerrequisitos
para el lenguaje. Tomasello incluso se refiere a ellas como "la fuente origi­
nal de la que han brotado la riqueza y las complejidades de la comunica­
ción y el lenguaje humanos."27
Pero no son suficientes. Michael Tomasello sugiere que el ingrediente
que falta es el compartir. Los gestos de los chimpancés son esencialmente
imperativos, concebidos para conferir una ventaja al gesticulador o darle
una recompensa. Es decir, el chimpancé está pidiendo algo, más que hacer
una afirmación. Diversos estudios sobre el uso de signos por parte de
chimpancés28 y bonobos29 en sus interacciones con humanos han puesto
de manifiesto que entre un 96 y un 98 por ciento de los signos que hacen
son imperativos y que el 2-4 por ciento restante no tienen ninguna función
aparente, excepto tal vez la de saludar o rascarse. En claro contraste con
ello, el lenguaje humano incluye proposiciones declarativas además de im-

196
El lenguaje y la mente

perativas. Nosotros hablamos para compartir información, más que sim­


plemente para pedir algo que nos interesa.30
La función declarativa puede ser evidente incluso en niños de solo un
año de edad, que a veces apuntan a objetos que un adulto ya está mirando,
indicando la comprensión de que la atención al objeto es compartida. To­
masello da una serie de ejemplos en los que la intención es compartir más
que recibir una gratificación. Un niño de 13 meses de edad observa cómo
su padre adorna el árbol de Navidad. Su abuelo entra en la habitación y el
niño señala el árbol como diciéndole: " ¿Has visto el árbol? Es bonito,
¿no?"31 A los 13 meses y medio, mientras su madre está buscando un imán
de la nevera que ha caído, un niño señala una cesta de frutas bajo la que
está el imán. Estos gestos constituyen la base del lenguaje en el sentido de
que están pensados para compartir información. También demuestran que,
tanto en el desarrollo como en la evolución, el lenguaje se origina en la
gesticulación manual.
Estoy sentado en un autobús. En el asiento de enfrente hay una mujer
con un niño de 18 meses que no para de moverse. La mujer me dice que
es la primera vez que el niño viaja en autobús y que está muy excitado. El
niño capta mi mirada y empieza a señalar cosas, incluyendo coches y casas,
el conductor del autobús, el botón que tocan los pasajeros que quieren
bajar en la próxima parada. Mientras señala todas estas cosas no deja de
mirarme. No quiere las cosas, quiere compartir conmigo el placer que le
producen. No creo que los chimpancés señalen de este modo. Creo que los
niños solo señalan de este modo cuando hay alguien cerca con quien com­
partir la información. 32
El niño de entre un año y dos años y medio de edad todavía no ha
desarrollado completamente una teoría de la mente, que se desarrolla pro­
gresivamente hasta los cuatro años. El hecho de señalar para compartir in­
formación, sin embargo, parece ser una fase temprana en la emergencia
tanto del lenguaje como de la teoría de la mente.33 Es notable que los niños
humanos difieran ya de los chimpancés en el hecho de que este tipo de co­
municación parece estar presente en los niños de un año de edad, pero bri­
lla por su ausencia en los grandes simios. Esta obra proporciona nuevas
pruebas de que el lenguaje se basa en una capacidad mental y que no es la
capacidad mental la que depende del lenguaje. Los prerrequisitos mentales

197
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Emergencia de la Fase de dos


comunicación palabras

/
G.1 intencional
·;- Período bimodal

j� �-- -- - -- - - -� \
Componentes manual
-
-
..- - - - - - - -

(gestos)

Componentes vocales
(palabras)

9 - . ... ..... .. . . . ... . . .


. . .. . 14 - . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24

Meses

Figura 11. Frecuencias de la comunicación gestual y vocal en niños de entre 9 y 24 meses,


sacadas de la obra de Volterra et al. (2005). En la ontogenia, como he sugerido yo para la
filogenia, los gesticuladores intencionales aparecen mucho antes que las vocalizaciones
intencionales. (Reproducido con premiso del Taylor & Francis Group. Gráfico amable­
mente cedido por Virginia Volterra.)

para el lenguaje, además, empiezan a emerger mucho antes de que se desa­


rrolle el lenguaje. Pero la emergente teoría de la mente puede ser el acicate
que permite que el lenguaje se desarrolle.
Los chimpancés, junto con los bonobos, son nuestros parientes no hu­
manos vivos más próximos, y nos proporcionan la mejor estimación de
cómo era la comunicación antes de la emergencia del verdadero lenguaje.
Sobre la base de las evidencias actuales, por tanto, parece probable que el
paso adicional que permitió a los humanos compartir sus pensamientos
surgió durante la propia evolución hominina, después de la separación de
los simios. Una vez más, parece que el ingrediente crítico fue la recursión,
el pegamento que parece unir a la teoría de la mente, el viaje mental en el
tiempo y el lenguaje.
En el próximo capítulo, sitúo la recursión en el contexto del debate
acerca de si existe una discontinuidad profunda entre los humanos y otros
animales, o si la diferencia entre unos y otros es gradual y no absoluta.

198
CUARTA PARTE

LA EVOLUCIÓN HUMANA

Tanto si la recursión es la clave para entender la mente humana como si


no, sigue en pie la cuestión de cómo llegamos a ser como somos, a la vez
tan dominantes sobre los otros simios por lo que respecta al comporta­
miento y sin embargo tan similares desde el punto de vista genético. En el
capítulo 10 formulo el problema en términos del clásico debate entre la
discontinuidad cartesiana y la continuidad darwiniana y luego considero
algunos de los pasos que nos han hecho ser como somos. En el marco de
la ciencia actual es difícil eludir la conclusión de que la mente humana
.
evolucionó por selección natural, aunque como hemos visto, algunos au­
tores recientes, incluido Chomsky, siguen apelando a hechos que huelen
a milagro: una mutación, tal vez, que habría creado de súbito la capacidad
para el lenguaje gramatical. Esta es la llamada teoría del big-bang de la
evolución del lenguaje a la que me he referido en el capítulo 4. Pero natu­
ralmente tenemos que dar cuenta de la distancia psicológica aparente­
mente enorme que nos separa de nuestros parientes más próximos, los
chimpancés y los bonobos.
En el capítulo 11 considero los posibles pasos que nos han llevado a
ser humanos. El período más crítico fue probablemente el Pleistoceno, que
va desde hace unos 2,6 millones de años hasta hace unos 12.000 años. Los

199
Micfzael C. Corballis/ La mente recursiva

psicólogos evolucionarios han supuesto que esta fue la época durante la


cual se formó la mente humana, en gran parte como consecuencia del paso
desde una existencia arbórea a una existencia más terrestre como cazado­
res-recolectores. Pero, como explico, tuvimos suerte de resistir después de
dar este paso, porque de las aproximadamente 20 especies de homininos
hasta ahora identificadas gracias al registro fósil, solo queda una.
Esta especie es el Hamo sapiens, que apareció en África al final del
Pleistoceno, en algún momento del pasado hace unos 200.000 años. Esta
especie parece haber sido dotada con cualidades suficientes para garanti­
zar su supervivencia, y este es el tema del capítulo 12. Se ha dicho que fue
el lenguaje lo que marcó la diferencia, puesto que gracias a él llevamos a
la extinción a los neandertales, pero este punto de vista no está en conso­
nancia con los supuestos darwinianos de este libro. En el capítulo 12 su­
giero que no fue el propio lenguaje lo que marcó la diferencia. Pero siga
leyendo.

200
10

La cuestión recurrente

¡Qué obra maestra es el hombre! ¡Cuán noble por su razón! ¡Cuán infinito
en facultades! En su forma y movimientos, ¡cuán expresivo y maravilloso!
En sus acciones, ¡qué parecido a un ángel! En su inteligencia, ¡qué semejante
a un Dios! ¡La maravilla del mundo! ¡El arquetipo de los seres!
Shakespeare, Hamlet 11.2

A
sí hablaba Hamlet. La admiración que despierta nuestra propia
especie es ciertamente una de sus características, aunque no
todos los autores han sido tan efusivos como Shakespeare.
Blaise Pascal, el matemático francés del siglo XVII, tenía una opinión algo
más cínica.

¡Qué quimera es, pues, el hombre! ¡Qué novedad, qué monstruo,


qué caos, qué sujeto de contradicciones, qué prodigio! ¡Juez de todas
las cosas, débil gusano de la tierra, depositario de la verdad, cloaca
de incertidumbre y de error, gloria y excrecencia del universo! 1

Gloria o vergüenza, n o podemos sino maravillamos d e los logros huma­


nos, aunque es posible que nos lleven también a la extinción en un planeta
hasta ahora benevolente. La variedad e inventiva del ingenio humano no
conoce aparentemente límites, y va desde las chucherías hasta los jumbo,
de las hamburguesas a Hamlet, de las lanzas a las sondas espaciales, de la
combustión interna a Internet, de Beethoven a los Beatles -y a los teléfonos
móviles.

201
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Todo esto contrasta claramente con las proezas de nuestros parien­


tes más cercanos, los simios africanos, que se ven confinados a unas re­
giones cada vez menores de África en unas condiciones que para los
estándares humanos cabe calificar de absolutamente primitivas. Si de
todos modos sobreviven, será probablemente debido solo a la bene­
volencia de los humanos, y esto obviamente no puede darse por garan­
tizado. Las selvas del África occidental son el último baluarte de los
simios africanos, pero las talas mecanizadas de árboles significan que
el número de simios (gorilas y chimpancés) se redujo a la mitad entre
1983 y 2002, y que no se vislumbra un final -un final para la defo­
restación, porque el de la línea de los chimpancés salvajes sí se vislumbra
claramente. Para complicar aún más las cosas, las fiebres hemorrágicas
causadas por el ébola siguen diezmando a la población chimpancé, y
con el ascenso de la silvicultura, la caza de animales silvestres para con­
sumo ha pasado de ser una actividad de subsistencia a ser una empresa
comercial.2 Y sin embargo, compartimos con los chimpancés un ante­
pasado común que se remonta solo a seis o siete millones de años atrás
-un parpadeo a escala evolutiva- y su acervo genético es aproximadamen­
te -en un 98%- idéntico al nuestro.
No tiene, pues, nada de extraño que nosotros los humanos nos haya­
mos sentido tentados a creer que poseemos una cualidad especial, posi­
blemente de naturaleza inmaterial, que nos permite elevamos por encima
de nuestros primos primates y que nos sitúa más cerca de los ángeles que
de los simios. Así es como lo expresa el Libro de los Salmos:

¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria? [ . ] Le has hecho


. .

poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le


hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste bajo
sus pies: ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del cam­
po, las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por
los senderos del mar.

Efectivamente. Situados a medio camino entre el simio y el ángel pode­


mos entregamos a la autoglorificación por nuestra elevación sobre los
animales, o a la autoflagelación por nuestra incapacidad de alcanzar la

202
La cuestión recurrente

santidad, un precario equilibrio explotado por las autoridades religio­


sas. En El paraíso perdido John Milton escribe:

La mente crea su propio lugar, y en sí misma puede hacer un cielo


del infierno, y un infierno del cielo.

Pero aunque el camino que lleva al cielo es un camino arduo, ¿estamos


realmente justificados al suponer que nuestras mentes han conseguido
trascender de algún modo las leyes físicas del universo?

El legado de Descartes

La idea de que podríamos poseer una trascendencia espiritual ganó res­


petabilidad científica y religiosa con René Descartes, a veces considerado
como el fundador de la filosofía moderna. Los juguetes mecánicos, muy
populares en su época, le tenían intrigado, y ello le llevó a preguntarse si
los animales podían ser considerados simplemente como máquinas cuyo
comportamiento podía explicarse a partir de unos principios puramente
mecánicos. Descartes sostenía que esto era fundamentalmente cierto en el
caso de los animales, y también hasta cierto punto de los seres humanos,
al menos respecto a las funciones corporales y al pensamiento reflexivo.
Pero nosotros los humanos somos únicos, pensaba Descartes, por el
hecho de que poseemos una flexibilidad de pensamiento y de acción que
no puede reducirse a principios mecánicos. Esto era evidente sobre todo
en el lenguaje, cuyo carácter ilimitado desafiaba cualquier intento de re­
ducirlo a unas leyes deterministas, y de un modo más general en la exis­
tencia del libre albedrío. Aparentemente nosotros podemos elegir una línea
de acción independientemente de las fuerzas que nos rodean. Descartes
sostenía que estas libertades tenían que haber surgido de alguna influencia
no física que entraba en el cerebro por la glándula pineal, un órgano con­
venientemente situado más o menos en el centro del cerebro, de modo que
las señales que le llegaban eran efectivamente distribuidas por todo el cere­
bro. Esta influencia podía atribuirse a Dios. Y dado que era compatible con
el libre albedrío, también nos daba la oportunidad de pecar.

203
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

La solución de compromiso de Descartes estableció lo que se conoce


como dualismo mente-cuerpo, en el que la influencia no material que llamamos
mente está separada de las influencias mecánicas que gobiernan al cuerpo,
y de hecho también a buena parte del cerebro. Esta fue una jugada inteli­
gente por parte de Descartes, puesto que hacía posible tanto la persistencia
de la religión como el desarrollo de la neurociencia. Cabe dudar, de todos
modos, de si Descartes era totalmente objetivo en sus puntos de vista o si
simplemente deseaba no ofender a la Iglesia. Ciertamente, eran muchos los
que no estaban de acuerdo con él. Tal vez la más notable de ellos era la
princesa Isabel del Palatinado, nieta del rey Jaime I de Inglaterra y sobrina
de Carlos I, que cuestionó la idea de que la mente humana no funcionaba
de acuerdo con leyes mecánicas. Isabel, calvinista devota pero tolerante,
mantuvo una amistosa correspondencia con Descartes, pero no permitió
que sus cartas fuesen publicadas entonces. Doscientos años más tarde, estas
cartas fueron encontradas y se publicaron en 1879.
Fuese lo que fuese lo que pensaba Isabel, sospecho que hoy en día la
mayoría de la gente, incluso en las sociedades no tradicionales sin cono­
cimientos sobre el pensamiento filosófico occidental, estaría de acuerdo
con Descartes. De algún modo no tenemos la sensación de ser meras
máquinas. Podemos muy bien creer que los animales sí lo son, y esto pue­
de hacemos sentir más cómodos a la hora de sacrificar a los animales para
comérnoslos o a la de explotarlos por su capacidad de trabajar o para di­
vertimos -aunque podemos trazar una línea roja ante algunas especies,
como las de los animales domésticos, y puede que veamos en los en­
ternecedores ojos del chimpancé la mirada de un alma gemela cercana.
Frank Johnson, antiguo editor de la revista The Spectator, se quejaba de los
'científicos' que reducen a los seres humanos a meros robots, y declaraba
con orgullo su creencia en un alma inmortal. "Los seres humanos -es­
cribió- encabezarán siempre la jerarquía terrenal. "3
Johnson se hacía probablemente eco de la muy extendida renuencia a
creer que la mente puede reducirse a una máquina, pese a los extraordi­
narios progresos de la neurociencia y a la ubicua presencia de estas imá­
genes en forma de pizza de la actividad del cerebro correspondiente a
nuestros pensamientos y emociones. En febrero de 2004 la revista Reader's
Digest publicó los resultados de una encuesta que ponía de manifiesto que

204
La cuestión recurrente

ocho de cada diez australianos creían que algunas personas tienen poderes
paranormales, y que siete de cada diez creían en la vida después de la
muerte. Una mayoría de personas también creen que es posible comuni­
carse con los muertos y que los extraterrestres han visitado nuestro plane­
ta. Aquella misma semana, los americanos votaban que Australia era el
país con la mejor imagen del planeta.4
Pero no tenemos por qué señalar a los australianos porque podrían
compilarse estadísticas similares de otras muchas sociedades. Una en­
cuesta reciente pone de manifiesto que aproximadamente un 90 por ciento
de los estadounidenses creen en Dios, un 70 por ciento en el cielo y en la
vida después de la muerte, y un 58 por ciento en el infiemo.5 De hecho,
un prominente científico cognitivo de la Universidad de Yale, Paul Bloom,
sostiene en su reciente libro Descartes' Baby que el propio dualismo es in­
nato.6 Dicho de otro modo, tenemos una predisposición natural a creer
que mente y cuerpo son entidades distintas. Por supuesto, esto no signi­
fica que sean distintas, sino simplemente que hemos nacido con el instinto
de creer que lo son. Si el dualismo está instalado en nuestros cerebros, no
es nada extraño que nos cueste tanto aceptar una visión mecanicista de
nosotros mismos. No deja de ser curioso, sin embargo, que el funciona­
miento mecánico del cerebro sea lo que nos hace creer que él no es me­
cánico.
Tampoco debemos juzgar con demasiada severidad a la religión, ya
que hay buenos motivos para creer que la creencia religiosa puede ser ella
misma un producto de la selección natural -no directamente, tal vez, sino
como una consecuencia de la selección para la supervivencia de los gru­
pos. Nosotros los humanos somos criaturas fundamentalmente sociales,
y la religión nos proporcionó un mecanismo para garantizar la cohesión
grupal. La religión plantea problemas a la teoría de la evolución, como
veremos más abajo, y la ironía definitiva puede ser que la explicación de
la religión se encuentre en la propia evolución.

La herejía de Darwin

Aunque el dualismo de Descartes había tenido sus críticos, el desafío más

205
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

serio al mismo vino de la teoría de la evolución por selección natural de


Darwin, que no cree que existan diferencias fundamentales entre los huma­
nos y las demás especies. No tiene nada de sorprendente, pues, que las
autoridades religiosas y educativas manifestaran un antagonismo que to­
davía persiste hoy, siglo y medio después de la publicación de Sobre el ori­
gen de las especies por medio de la selección natural. Se entiende que la teoría
de la evolución haya sido calificada de "la peligrosa idea de Darwin."7 El
propio Darwin demoró la publicación de su libro porque sabía que sería
muy polémico. Había sido advertido, de hecho, por el oprobio con que
había sido recibida una publicación anterior anónima titulada Vestigios de
la Historia Natural de la Creación, publicada en 1844 y que osaba sugerir
que los humanos podían haber evolucionado a partir de unos primates
sin intervención de la divinidad. Darwin decidió finalmente publicar su
obra solo porque Alfred Russel Wallace había llegado de manera indepen­
diente a unas conclusiones muy similares a las suyas y podía habérsele
adelantado haciendo públicas sus ideas antes que él. Aunque Darwin no
concretó apenas nada sobre la evolución humana hasta la publicación en
1871 de su libro The Descent of Man, las implicaciones eran claras. Como
conjeturó correctamente, nosotros descendemos de los simios africanos,
y hoy sabemos con una certeza razonable que compartimos un ante­
pasado común con los chimpancés que vivió hace unos seis o siete millo­
nes de años.
La teoría de la selección natural de Darwin es una de las intuiciones
más perspicaces de la historia de la ciencia. El eminente biólogo Theodo­
sius Dobzhansky escribió al respecto una frase que se ha vuelto famosa:
"Nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución,"8 y la
teoría darwiniana es casi universalmente aceptada entre los biólogos,
aunque pueden llegar a ponerse muy quisquillosos acerca de algunos de
sus detalles. De todos modos, sigue provocando controversia y oposición,
especialmente en algunos lugares de Estados Unidos. A comienzos de
2004 se hizo público que el nuevo plan de estudios en ciencias y mate­
máticas propuesto por el Consejo Escolar del estado de Georgia no incluía
la palabra 'evolución', para consternación de los científicos.9 Ha habido
una presión persistente, especialmente en Estados Unidos, para intro­
ducir una alternativa a la teoría evolucionista darwiniana conocida como

206
La cuestión recurrente

el 'diseño inteligente', que es una doctrina religiosa apenas algo dis­


frazada para parecer una teoría científica.10
El diseño inteligente se explica en un libro cada vez más influyente
titulado O/ Pandas and People, de Percival Davis y Dean Kenyon. En agosto
de 2005 este libro, que entonces estaba en su quinta edición, había vendido
más de 20.000 ejemplares.11 Davis and Kenyon escriben: "El diseño inte­
ligente significa que varias formas de vida empezaron súbitamente gracias
a un agente inteligente, con sus rasgos característicos ya intactos -peces
con aletas y escamas, aves con plumas, picos y alas, etc."12 Un caso clásico
es el del ojo, del que se afirma que es demasiado complejo para haber
evolucionado de manera incremental por medio de la selección natural.
En realidad el ojo no es un ejemplo destacado de diseño, ya que la retina
está instalada al revés y la luz tiene que atravesar una red de fibras ner­
viosas antes de llegar a los conos y bastoncillos fotosensibles, y como con­
secuencia hay un 'punto ciego' en el que estas fibras se juntan para dejar
el globo ocular en el nervio óptico. Le vienen a uno ganas de coger el ojo
y volver a diseñarlo.13
Pero es, por supuesto, la evolución humana lo que más preocupa a
los defensores del diseño inteligente. Vamos tan por delante respecto a los
otros animales, argumentan, que no es posible que hayamos recorrido una
distancia tan grande milímetro a milímetro mediante la selección de cam­
bios graduales que resultaron ser adaptativos. La teoría darwiniana es cari­
caturizada diciendo que en ella está implícita la idea de que la condición
humana es el resultado de una variación aleatoria, tan plausible como la
posibilidad de que, dándole a un mono una máquina de escribir, este fuese
capaz de producir de forma casual las obras completas de Shakespeare.
Naturalmente, la teoría de la selección natural depende de la variación
aleatoria, pero la selección de aquellas variaciones que comportan una
mayor aptitud biológica lleva a un progreso sistemático hacia formas más
adaptativas. El truco es que la evolución es un proceso acumulativo que
lleva gradual e inexorablemente hacia una mayor aptitud. Un producto
final de este proceso fue el Shakespeare que escribió todas .estas obras.14
El verdadero problema con el diseño inteligente, sin embargo, es que nece­
sita un diseñador inteligente y sus defensores no proporcionan informa­
ción alguna sobre dónde cabe buscarlo, o cómo pedirle que solucione este

207
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

pequeño problema con el diseño del ojo. Meramente postular un diseñador


inteligente omnisciente y todopoderoso es mala ciencia, ya que no explica
nada y no parece que haya manera de refutarlo.
No todas las religiones aceptan el diseño inteligente. En un artículo
publicado el 18 de enero de 2005 en L'Osservatore Romano, el periódico ofi­
cial del Vaticano, Fiorenzo Facchini sostenía que el diseño inteligente per­
tenece a los reinos de la filosofía y de la religión, pero no al de la ciencia.
Facchini escribe que "no es correcto, desde un punto de vista metodoló­
gico, apartarse del campo de la ciencia y pretender al mismo tiempo que
se está haciendo ciencia." Durante muchos años el Vaticano ha tolerado la
enseñanza de las teorías evolucionistas, y en 1950 una encíclica papal per­
mitió oficialmente a los católicos discutir la teoría de la evolución de Dar­
win. Por otro lado, el 20 de diciembre de 2005, el juez federal John Jones
III ordenó a todas las escuelas de Dover, Pensilvania, eliminar las referen­
cias al diseño inteligente del currículo científico por considerar que no era
una teoría científica.
Parte de los motivos para oponerse a la teoría darwiniana es que pa­
rece desplazar a los humanos del pedestal de la superioridad. Pero no te­
nemos por qué mostrarnos displicentes. La sociedad humana ha sido
testigo de unos logros extraordinarios, aunque la mayoría de los humanos
no entiendan muy bien los milagros que les rodean. La mayor parte de
nosotros estaríamos completamente indefensos si nos trasladasen a la sa­
bana africana de hace un millón de años. Sin cerillas, tendríamos proba­
blemente muchas dificultades para encender una hoguera para mantener
a raya a los depredadores, y muchas más para construir un helicóptero
que nos sacase de allí. No pasan probablemente de un puñado las personas
que entienden realmente la teoría de la relatividad o la reciente demos­
tración del último teorema de Fermat. Alfred Russel Wallace, el rival de
Darwin, estaba tan impresionado por la diferencia existente entre los sofis­
ticados europeos y los primitivos 'salvajes' que se vio impelido a invocar
una intervención divina para explicarla; de hecho escribió que "la evolu­
ción natural solo pudo haber dotado al salvaje con un cerebro algo supe­
rior al de un mono."15 El propio Darwin se quedó consternado por estas
palabras y le escribió a Wallace: "Espero que no haya asesinado del todo
a su propio hijo, que también es el mío." 16

208
La cuestión recurrente

A diferencia de la teoría del diseño inteligente, la teoría de la evolución


por selección natural es ciencia genuina en el sentido de que está abierta a
la refutación, como el propio Darwin pudo comprobar. En la sexta edición
de El origen de las especies, publicada en 1872, escribió: "Si pudiera demos­
trarse que existe un solo órgano complejo que no pueda haberse formado
por numerosas, sucesivas y leves modificaciones, mi teoría se derrumbaría
completamente. Pero no he podido encontrar ni un solo caso." Descartes
había sugerido que la glándula pineal podía ser el órgano que explicase la
singularidad humana, pero resultó ser una idea carente de fundamento,
aunque algunos parapsicólogos todavía creen que esta glándula puede ser
la responsable de la telepatía y de otros poderes extrasensoriales. El anato­
mista del siglo XIX Richard Owen sostenía que una estructura del cerebro
conocida como el hipocampo menor era exclusiva de los humanos, pero
el amigo de Darwin Thomas Henry Huxley lo refutó poniendo de mani­
fiesto que todos los simios poseen dicha estructura. El papel del hipo­
campo menor fue ridiculizado, aunque de una forma algo confusa, por
Charles Kingsley en su libro, publicado en 1886, The Water Babies:

Puede que piense que hay otras diferencias más importantes entre
usted y un mono, como el hecho de que usted sea capaz de hablar,
de construir máquinas, de distinguir el bien del mal, de rezar y de
otras cosas de este tipo; pero esto es un puro capricho infantil, que­
rido. NO hay que fiarse de nada más que del gran test del hipopó­
tamo.

Pero ¿qué es exactamente el hipocampo menor? Los neurocientíficos


están familiarizados con el hipocampo, una estructura del cerebro que de­
sempeña un importante papel en la memoria, y otros puede que lo identi­
fiquen con esa graciosa criatura ondulante, el caballito de mar, cuyos
principios feministas han conseguido que sea el macho el que transporte
a las crías antes de nacer. En el siglo XIX, el hipocampo menor fue identi­
ficado como un resalte en la base del cuerno posterior del ventrículo late­
ral, y se distinguió claramente del propio hipocampo, entonces llamado
hipocampo mayor. La idea de Owen de que el hipocampo menor podía
ser importante debe probablemente algo a Galeno, el famoso médico y

209
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

anatomista del siglo 11, que creía que las facultades de la mente residen no
en la propia materia del cerebro, sino más bien en los ventrículos, unas ca­
vidades llenas de fluido. En cualquier caso, tras la discusión entre Owen
y Huxley, el término 'hipocampo menor' desapareció y fue sustituido por
su nombre original, 'calcar avis', que significa 'espuela de gallo'. Ahora se
encuentra solo en los rincones más oscuros de los textos de anatomía, pero
de todos modos no es probable que haga mucho por nosotros.17
Naturalmente, si descubriésemos un órgano complejo que existiese
en los humanos y que no estuviese presente en otros simios, esto plantearía
problemas a la teoría darwiniana. Dicho descubrimiento parece improba­
ble. Ya no cabe ninguna duda de que compartimos nuestro antepasado
común más reciente con chimpancés y bonobos, y un antepasado algo
anterior con otros grandes simios. Retrocediendo algo más en el tiempo
compartimos ancestros, cada vez más remotos, con todos los monos, los
mamíferos y en última instancia con todas las criaturas vivas. Efectiva­
mente, los análisis moleculares nos dicen que estamos más cerca del chim­
pancé que este del gorila, pese a las apariencias. Cualquier singularidad
que podamos reclamar se ha producido no por medio de la mágica inser­
ción de un nuevo órgano, ni por intervención divina, sino más bien me­
diante una serie de pequeños retoques evolutivos. Esto comportó sin duda
la modificación de las pautas de crecimiento y el truco práctico de utilizar
órganos que han evolucionado con un propósito para conseguir otro pro­
pósito muy diferente. Del mismo modo que la nariz se modificó para con­
vertirse en la trompa del elefante, y las extremidades anteriores para
convertirse en las alas de las aves, también la naturaleza cogió el cuerpo y
el cerebro de un simio y los convirtió en los de un humano. Que sigue
siendo un simio, en realidad, pero un simio con unas cuantas característi­
cas interesantes.
Muchas de estas características tienen que ver con aquello que nos en­
canta llamar mente. Se dice a veces que solo los humanos tienen mente, o
conciencia, pero esto es seguramente falso. Otros primates pueden clara­
mente pensar. Y también seguramente otros mamíferos, cetáceos y aves.
Pero es probablemente cierto que nosotros los humanos hemos desa­
rrollado por evolución formas de pensar que son únicas, aunque derivan
de estructuras mentales que ya estaban presentes en nuestros antepasados.

210
La cuestión recurrente

Nuestras mentes, además, no son los fantasmas del dualismo cartesiano.


La neurociencia moderna es implacable mostrándonos que lo que nosotros
pensamos como mente y conciencia se debe al funcionamiento del cerebro
físico. Naturalmente, no sabemos cómo surge la propia conciencia, aunque
se ha especulado mucho al respecto, de modo que la identidad de mente
y cerebro cabe considerarla todavía como una hipótesis de trabajo. Desde
un punto de vista científico, el único aspirante real a sede de la mente, o
incluso del alma, es el cerebro.
Así pues, ¿en qué difieren nuestras mentes -o nuestros cerebros- de
los de otros animales?

¿Es la recursión la respuesta?

En este libro sostengo que la recursión puede proporcionamos la clave


para contestar esta pregunta. Podríamos decir que la recursión engloba
otras varias propiedades de las que anteriormente se ha afirmado que eran
exclusivas de los humanos, como el lenguaje, la memoria episódica, el viaje
mental temporal y la teoría de la mente. También hace posible un cierto
grado de continuidad, dado que cada una de estas propiedades tiene pre­
cursores identificables en especies no humanas. El lenguaje surgió sin
duda a partir de la comunicación animal (pace Chomsky), tal vez más di­
rectamente de la comunicación gestual que de la comunicación vocal,
como he sostenido en el capítulo 4. La memoria episódica y el viaje mental
temporal podrían considerarse como refinamientos de capacidades me­
morísticas ya evidentes en otras especies. Y los simios hacen gala de poseer
una teoría de la mente, al menos en germen.
Se ha dicho que no fue el lenguaje per se el que dio origen al carácter
distintivo de la mente humana, sino más bien la habilidad de pensar en
símbolos. Este era el tema del libro de 1997 de Terrence Deacon La especie
simbólica, y más recientemente del artículo firmado por Derek C. Penn,
Keith J. Holyoak y Daniel J. Povinelli que hemos mencionado en el capítulo
8. El uso de símbolos abstractos caracteriza, por supuesto, el lenguaje hu­
mano, en especial el habla. En el capítulo 4, sin embargo, he dicho que el
uso de símbolos abstractos en el lenguaje era más una cuestión de conve-

211
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

niencia que un componente característico de la mente humana. Es posible


enseñar a chimpancés y bonobos a utilizar símbolos abstractos. El uso de
símbolos ha sido explotado, obviamente, en matemáticas e ingeniería y
ello ha llevado al desarrollo de la ciencia y de la manufactura compleja.
Pero esto son logros de la civilización occJdental y son generalmente ex­
traños a los pueblos indígenas. En su origen al menos, el lenguaje fue tal
vez más una cuestión de personificación que de manipulación simbólica,18
y si evolucionó a partir de gestos manuales, y si en verdad puede persistir
de esta forma, deberíamos fijamos en procesos que no implican símbolos
abstractos como clave de la mente humana. Esta es la razón de que yo su­
giera la recursión como una posibilidad.
Pero ¿es realmente la recursión la panacea capaz de convertir unos
procesos preexistentes de una estereotipia estrecha en la creatividad que
vemos en la literatura, el arte, la música o la danza, por no hablar del más
opresivo dominio de las máquinas y los rascacielos? Hemos visto en los
capítulos 8 y 9 que los grandes simios pueden tener una capacidad limi­
tada para leer las mentes de otros, tanto si esta capacidad se expresa en
actos de engaño como en el hecho de señalar algo con una finalidad co­
municativa, e incluso que los arrendajos tienen aparentemente la habilidad
de prepararse para un acontecimiento futuro. Necesitamos proceder a
unos análisis más meticulosos antes de determinar si estos casos reflejan
realmente una habilidad recursiva o si pueden explicarse de un modo más
simple en términos de asociación. Una posibilidad, sugerida en los dos ca­
pítulos anteriores, es que puede percibirse un procesamiento recursivo en
algunas conductas animales, pero que este procesamiento no va más allá
de un simple nivel de incrustación. Los humanos tenemos la habilidad de
compartir, de incrustar historias dentro de historias, de poner en práctica
estrategias sociales tortuosas, de jugar al ajedrez o al póquer, incluso de
hacer matemáticas o de escribir programas de ordenador que puedan in­
vocar recursivamente a otros programas; todo esto sugiere la existencia de
una recursión galopante que va más allá de la intencionalidad de primer
orden hasta, tal vez, la de quinto o sexto orden.
Todo esto no tiene por qué comportar una discontinuidad profunda
ni amenazar los principios darwinianos. Una analogía biológica apropiada
podría ser la del vuelo. Los canguros saben saltar, los delfines pueden sal-

212
La cuestión recurrente

tar fuera del agua; incluso los humanos somos capaces de poner uno o dos
metros de distancia entre nosotros y el suelo, aunque hemos mejorado
mucho en este sentido desde que sabemos construir máquinas voladoras,
por poco elegantes que sean. Pero la evolución de las alas creó una pro­
funda discontinuidad a partir de una serie de cambios graduales experi­
mentados en unas extremidades inicialmente adaptadas al movimiento
terrestre. Un pequeño salto para unos animales se convirtió en un salto gi­
gantesco para las aves.19
Desde Descartes a Chomsky, los argumentos a favor de una disconti­
nuidad entre nosotros los humanos no voladores y otras especies se han
basado principalmente en la supuesta singularidad del lenguaje. Aunque
el propio Chomsky no ha dicho nada del alma humana, es en otros senti­
dos un cartesiano confeso,20 y ha argumentado con fuerza que el lenguaje
es algo exclusivamente humano, básicamente debido a sus propiedades
recursivas. Vimos en el capítulo 2, sin embargo, que algunos lenguajes,
como el de los piraha, pueden no hacer uso de la recursión. La trascen­
dencia previa de la recursión puede que resida, por tanto, no en el propio
lenguaje, sino en la naturaleza del pensamiento humano que guía al len­
guaje y que le proporciona buena parte de sus contenidos. He dicho en el
capítulo 5 que el acto de revivir mentalmente acontecimientos pasados es
un proceso recursivo, análogo al de invocar una subrutina dentro de una
rutina de nivel superior. Podemos hacer esto más allá del nivel de la re­
cursión de primer orden cuando imaginamos, por ejemplo, que ayer ima­
ginamos lo que habíamos planeado hacer hoy. En el capítulo 6 he ampliado
esta noción incluyendo en ella la imaginación de acontecimientos futuros
o la construcción de historias, y en el capítulo 7 he argumentado que estas
propiedades están implícitas en por lo menos algunas de las características
del lenguaje. La maraña recursiva de las relaciones humanas también pro­
porciona material para el chismorreo, uno de nuestros pasatiempos favo­
ritos. La estructura recursiva de algunos lenguajes, por consiguiente, debe
algo a la forma recursiva como construimos guiones episódicos.
En el capítulo 8 he discutido otra función recursiva que es fundamen­
tal para la condición humana. La capacidad de saber qué están pensando
los otros es recursiva en la medida en que los procesos mentales de los
otros son incorporados en nuestro propio pensamiento y guían de algún

213
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

modo nuestras interacciones sociales. Es posible tal vez inferir la presencia,


en el comportamiento de otras especies, de una teoría de la mente rudi­
mentaria, pero en los seres humanos esta va más allá de una recursión de
primer orden. El conocimiento de que no solo sabemos lo que otros están
pensando, sino que también sabemos que ellos saben lo que estamos pen­
sando nosotros, es probable que esté en la base de una de las características
humanas fundamentales, la capacidad de compartir. En el capítulo 9 he
subrayado que el lenguaje no es más que una manifestación de esto. El
lenguaje hace posible compartir el conocimiento.
En los dos próximos capítulos trataré de situar estas funciones recur­
sivas en la propia evolución humana.

214
11

Dev enir humanos

La vida humana es un espectáculo triste, indudablemente:


feo, pesado y complejo.
Gustave Flaubert

S
omos simios, aceptémoslo, y compartimos nuestro antepasado
más reciente con bonobos y chimpancés. Los otros grandes simios
son el gorila y el orangután. Emprendimos el camino hacia la hu­
manidad hace unos seis o siete millones de años, cuando los denominados
homininos1 se separaron de la línea que lleva a los modernos bonobos y
chimpancés. No fue una empresa totalmente exitosa, puesto que hemos
identificado unas veinte especies de homininos en el registro fósil, y solo
una especie de homininos sigue viva en el planeta -véase la figura 12. Esta
especie es Horno sapiens. Tuvimos suerte.
En este libro he argumentado que la mente del Horno sapiens posee una
propiedad recursiva única entre las criaturas existentes que le proporciona
el potencial creativo para realizar actividades tan diversas como recons­
truir episodios del pasado o imaginar episodios futuros, contar historias,
crear música o arte y erigir edificios y construir máquinas complicadas.
Puede que los otros grandes simios posean cierto grado de flexibilidad en
la comunicación, especialmente mediante gestos manuales y corporales,
pero sus comunicaciones no tienen ni un ápice de la generatividad del len­
guaje humano. No cuentan historias. Es muy discutible que tengan recuer-

215
Devenir modernos

Sahelanthropus Kenyanthropus H. rudolfensis H. erectus


tchadensis platyops s;g -
� H. ergaster
A. anamensis

o
A. garhi
-
o A. heidelbergensis
A. afarensis H. habilis
Ardipithecus
-
ramidus
-
A. africanus
Neandertal -
A. sediba H. sapiens
Orrorin
tugensis
P. robustus

P. aethiopicus c=J
c:J P. boisei

6 s 4 3 2 o

Millones de años antes del presente

Figura 12. Especies identificadas surgidas desde la separación de la línea de los chimpan­
cés e identificadas como hominínos bípedos. A = A11strnlopitheC11s, P = Parnntliropus, H =

Horno.

dos episódicos o que sean capaces de hacer planes para el futuro. Sea como
sea, no hay indicios de que los simios tengan realmente un sentido de sus
vidas mentales pasadas o que sean capaces de construir futuros episódicos,
como encontrarse con un amante después de una pelea e imaginar qué va
a suceder.
¿Pueden los grandes simios entender lo que pasa en las mentes de
otros? Seguramente pueden evaluar el estado emocional de otro individuo
y posiblemente adoptar la perspectiva visual del mismo. Algunas eviden­
cias sugieren, como hemos visto en el capítulo 8, que puede que los chim­
pancés tengan cierta comprensión de lo que otro individuo sabe o cree,
aunque este punto es muy polémico. No hay pruebas de que la compren­
sión de un mono vaya más allá de una recursión de primer orden, ¡como
la comprensión de que un individuo que observa entienda que el indivi­
duo observado entienda esta comprensión! Naturalmente estas afirmacio­
nes están abiertas a revisión.

216
Devenir humanos

Podemos suponer, por tanto, que las capacidades de los grandes si­
mios actuales no subestiman las capacidades de los antepasados comunes
de todos los grandes simios, incluidos nosotros mismos. En todo caso los
sobrevaloran, por cuanto los chimpancés también han evolucionado du­
rante los últimos seis o siete millones de años y no me imagino que una
vez tuvieran, para luego perderlos, poderes como el lenguaje, la memoria
o una teoría recursiva de la mente como las que hemos desarrollado los
humanos en el curso de nuestra evolución. Se sigue de ello que estas ca­
pacidades tienen que haber surgido durante este período. En este capítulo
y en el siguiente, por tanto, detallaré las etapas de la evolución hominina
que pueden habemos llevado a la posesión de nuestras capacidades men­
tales características.
Empecemos con lo que algunos consideran como la característica de­
finitoria de los homininos: el bipedalismo.

Levantándonos por nuestra cuenta

Cuando los primeros humanos se irguieron sobre sus extremidades


posteriores, se bambolearon durante milenios y finalmente alcanzaron
la postura erecta, tuvo que ser un día aciago, aunque hubo en ello un
toque de grandeza.
Gustav Eckstein, The Body Has a Head

Invirtiendo el lema de los cerdos en el libro de George Orwell Rebelión en


la granja, "Dos patas malo, cuatro patas bueno," nosotros nos orgullecemos
de distinguirnos de los otros simios -y de los cerdos- en que caminamos
pavoneándonos sobre dos patas.
Los primeros homininos fueron al parecer bípedos facultativos, lo que
significa que el bipedalismo era una forma opcional de locomoción, com­
patible con la habilidad para trepar por los árboles. El bipedalismo facul­
tativo contrasta con el bipedalismo obligatorio de los humanos modernos,
que no tenemos una manera alternativa de desplazarnos.2 El primer fósil
provisionalmente identificado como un hominino, conocido como Sahe­
lanthropus tchadensis, se descubrió en Chad, en África Central, y está fe­
chado en algún momento de hace entre seis y siete millones de años.3 Esto

217
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

fue muy cerca del momento en que los chimpancés y los homininos se se­
pararon, estimado entre hace 6,3 y 7,7 millones de años mediante una téc­
nica conocida como la hibridación del ADN.4 Indicios tempranos del
ascenso del cráneo sobre la columna vertebral apuntan a que esta criatura
era capaz de caminar sobre dos patas. Otro fósil temprano, Orrorin tuge­
nensis, fechado hace entre 5,2 y 5,8 millones de años,5 es tal vez identificado
con mayor seguridad como un bípedo facultativo, igual que el Ardipithecus
ramidus, fechado hace entre 5,4 y 4,4 millones de años. Los homininos
posteriores, incluidos los conocidos como australopitecinos, también eran
bípedos, como ponen de manifiesto las famosas huellas de pisadas atri­
buibles al Australopithecus afarensis popularmente conocido como Lucy y
fechado hace aproximadamente 3,5 millones de años.6
Los chimpancés, los bonobos y los algo más distantes gorilas caminan
apoyándose en los nudillos, lo que significa que son básicamente cuadrú­
pedos que utilizan los antebrazos como piernas, apoyando los nudillos,
más que las palmas de la mano, en el suelo. Dado que los chimpancés y
los bonobos son nuestros parientes vivos más cercanos, generalmente se
ha dado por supuesto que el ancestro que compartimos con ellos, y tam­
bién el ancestro anterior que compartimos con el gorila, caminaban apo­
yándose en los nudillos. Es decir, los primeros homininos progresaron
desde la locomoción sobre los nudillos al bipedalismo.
Esta idea ha sido recientemente cuestionada. Para entender cómo sur­
gieron las diferentes posturas de los grandes simios, hemos de volver a los
árboles de los que venimos. El más arborícola de los grandes simios es el
orangután, menos relacionado con nosotros que el chimpancé o el gorila.
De todos modos su morfología corporal está más cerca de la de los huma­
nos que las del chimpancé o el gorila. En el dosel forestal de Indonesia y
Malasia, los orangutanes adoptan normalmente una postura conocida
como bipedalismo con ayuda manual y se yerguen y avanzan agarrándose a
las ramas horizontales de los árboles, normalmente por encima de la cabe­
za. Se mantienen erguidos y trepan por las ramas de los árboles con las
patas extendidas, a diferencia de chimpancés y gorilas, que se desplazan
con las patas flexionadas. Es posible que chimpancés y gorilas se adapta­
sen a trepar por las ramas más verticalmente inclinadas, lo que implicaba
flexionar las rodillas y agacharse más, lo que, a medida que el entorno fo-

218
Devenir humanos

restal daba paso a un terreno más abierto, les llevaría finalmente a caminar

apoyándose en los nudillos. Si este escenario es correcto, nuestra postura

bípeda derivaría del bipedalismo con ayuda manual surgido hace unos 20

millones de años. El hecho de caminar apoyándose en los nudillos, y no el


bipedalismo, fue la verdadera innovación.7

Es elArdipithecus ramidus, de todos modos, el que nos ofrece una ima­


gen más clara del aspecto que debió de tener el antepasado común que
compartimos con el chimpancé: véase la figura 13. Ardí, como se le conoce

Figura 13. Reconstrucciones de Ardipithecus ramidus (Science, 2009, 326, p. 36), reimpresas
con permiso del ilustrador, Jay Mattemes.

219
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

coloquialmente, nos ha proporcionado el esqueleto más completo que se


conserva de un hominino primitivo. Aunque su estructura pélvica sugiere
que era un bípedo facultativo, su pie estaba todavía adaptado para agarrar,
con un dedo gordo oponible. Su mano estaba más próxima a la de los hu­
manos, y a la de los primeros primates, que a la del chimpancé o el gorila,
que se habían adaptado al modo de caminar apoyándose en los nudillos.
Igual que la mano humana, la de Ardi podía doblarse hacia atrás por la
muñeca, de modo que podía caminar sobre las palmas de manos y pies
sobre las ramas horizontales, mientras que el chimpancé y el gorila tienen
las muñecas rígidas para apoyarse sobre los nudillos.8 Como sugiere Owen
Lovejoy, Ardi, o mejor dicho los miembros de su especie, "era bípedo
desde hacía mucho tiempo"9• Esto refuerza la idea de que el chimpancé y
el gorila, con su forma de andar apoyándose en los nudillos, constituyen
una especie de vía secundaria en la progresión hacia el bipedalismo.10
Según parece, nosotros no evolucionamos a partir de una especie que ca­
minaba sobre los nudillos, sino que representamos el punto final de una
transición gradual desde unos trepadores arborícolas a unos caminadores
bípedos.
El bipedalismo dejó de ser facultativo y se convirtió en obligatorio
hace unos dos millones de años, y como veremos, fue a partir de este mo­
mento cuando empezó probablemente el camino hacia la humanidad. Es
decir, nuestros antepasados conquistaron finalmente la capacidad de ca­
minar libremente, y tal vez de correr, en terreno abierto, perdiendo en
buena medida la adaptación a trepar por los árboles y a desplazarse por
el dosel forestal. Incluso así, no está nada claro por qué se mantuvo el bi­
pedalismo. Como forma de locomoción en campo abierto no ofrece mu­
chas ventajas. Incluso los chimpancés, apoyándose sobre los nudillos,
pueden alcanzar velocidades de hasta 48 kilómetros por hora,11 mientras
que un buen atleta solo puede correr a unos 30 kilómetros por hora. Otros
animales cuadrúpedos, como caballos, perros, hienas o leones pueden fá­
cilmente superamos, si no damos por muertos. Podríamos incluso pregun­
tamos por qué no optamos por saltar en vez de dar zancadas, emulando
a un bípedo como el canguro, que también puede adelantamos.
El bipedalismo tiene muchas desventajas. Provoca problemas en las
cervicales y en la espalda, hemorroides y hernias, y hace que el parto sea

220
Devenir humanos

excesivamente doloroso.12 La ciática puede atribuirse al hecho de que los


nervios de la espina dorsal y los discos intervertebrales están demasiado
juntos, otra consecuencia de la adaptación a la postura bípeda. Los niños
humanos tardan mucho tiempo en aprender a andar, lo que los hace espe­
cialmente vulnerables a los depredadores a los que les gusta comer niños.
Un trágico ejemplo es el del tristemente famoso dingo que devoró a Aza­
riah, la hija de diez semanas de edad de Lindy Chamberlain en Uluru,13
en Australia central. Tener solo dos piernas para andar significa que nos
quedamos especialmente indefensos si perdemos el uso de una de ellas
-saltar sobre una pierna es muy poco eficiente comparado con la facili­
dad con que puede desplazarse todavía un perro con tres patas, por ejem­
plo.14 ¡Y después hablan de diseño inteligente! Da la impresión de que el
modelo bípedo, como el Ford Edsel, se lanzó al mercado antes de que este
estuviese preparado para asimilarlo. O tal vez antes de que él estuviese
preparado para el mercado.
Pero también ha debido tener ventajas adaptativas. Estas estarían se­
guramente relacionadas en gran parte con la liberación de manos y brazos
para propósitos manipulativos, lo que probablemente llevaría eventual­
mente a la manufactura recursiva. Pero como veremos la manufactura sur­
gió muy tarde en la evolución hominina, y no puede explicar las presiones
hacia el bipedalismo, que puede muy bien remontarse a un momento ante­
rior a nuestro ancestro común con los grandes simios, si el escenario an­
terior es correcto. La liberación de las manos, sin embargo, habría sido
adaptativa para otros propósitos, como acicalarse, transportar cosas o
luchar.

Lanzar
Una posibilidad es que la postura erecta nos permitió lanzar cosas y de
este modo desarrollar unas habilidades defensivas y cazadoras superiores.
Charles Darwin sugería esto al escribir: "Mientras lanza una piedra o una
lanza, un hombre puede permanecer firmemente sobre sus pies."15 En
nuestras modernas vidas sedentarias podemos haber perdido en parte esta
habilidad, aunque basta contemplar a unos cuantos jugadores profesiona­
les de baloncesto, de críquet o de fútbol americano para comprobar que
por Jo menos algunos de nosotros somos capaces de efectuar unos lanza-

221
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

mientos prodigiosos. La habilidad para lanzar, con una precisión poten­


cialmente letal, estaba más extendida entre las sociedades de cazadores­
recolectores que en nuestras sociedades de urbanícolas sedentarios. El
explorador del siglo XVIII J. W. Vogel escribió que los hotentotes de África
sudoccidental "saben cómo lanzar piedras con una gran precisión [ . . . ] No
es extraño que acierten a un blanco del tamaño de una moneda a cien
pasos de distancia."16 También se dice que los aborígenes australianos po­
dían lanzar piedras con la suficiente precisión y fuerza para abatir a un
ualabí o a un pájaro en vuelo, arrancar frutos de un baobab o hacer caer
polluelos de ave de sus nidos.17
En su libro The Throwing Madonna [La Virgen lanzadora], William H.
Calvin sugiere que las mujeres eran las lanzadoras más expertas.18 Eran
unas orgullosas amazonas que sujetaban a sus hijos con el brazo izquierdo
para que pudieran acurrucarse contra su pecho y escuchar los latidos de
su corazón, mientras con su brazo derecho lanzaban objetos a los depre­
dadores peligrosos. Esto habría favorecido la selección no solo de la postu­
ra bípeda, sino también de unos circuitos cerebrales capaces de programar
el momento exacto para hacer un lanzamiento preciso. Dado que el brazo
derecho está en gran parte controlado por el hemisferio izquierdo del ce­
rebro, es posible que esto preparase el terreno a la posterior evolución del
habla, que también requiere una sincronización muy precisa y que en la
mayoría de las personas está programada en el hemisferio izquierdo. Se
podría objetar, supongo, que los hombres parecen mejores que las mujeres
lanzando cosas, o por lo menos más propensos a dedicarse a empresas que
requieren lanzamientos precisos, aunque esta impresión se disipa simple­
mente observando lanzar a un buen equipo de jugadoras de críquet.
Eduard Kirschman, en su libro Das Zeitalter der Werfer [La era de los
lanzadores],19 restablece la dignidad masculina defendiendo que los lan­
zamientos precisos eran, efectivamente, una habilidad de los hombres, que
la utilizaban tal vez para proteger a las madres que llevaban a sus hijos en
brazos, y en parte para cazar. Cabe imaginar que la selección de los mejores
lanzadores no fue solamente cuestión de supervivencia frente a las ame­
nazas, sino que la selección sexual puede haber desempeñado también un
papel en ella. Fíjense, si no, en el espectáculo que ofrecen unos jóvenes ha­
ciendo gala de sus habilidades lanzadoras en toda clase de canchas y cam-

222
Devenir humanos

pos de deporte, ya sea jugando al béisbol, al críquet, al rugby o al fútbol


americano, lanzando el disco o la jabalina, o practicando una actividad co­
nocida como las Reglas Australianas.20 Entre los homininos primitivos, la
postura erecta también habría liberado las manos para el transporte de
objetos arrojadizos, por si uno se cruzaba inesperadamente con un depre­
dador.
Ciertamente hay buenos motivos para suponer que la postura erecta
habría incrementado mucho el apalancamiento necesario para lanzar algo
con fuerza. Fijémonos en un pitcher de béisbol y comprobaremos que el
movimiento de lanzar comienza realmente en pies y piernas, y sigue a tra­
vés de las caderas, el torso, los hombros, el brazo, el codo, las muñecas y
los dedos.21 Esta acción que implica a todo el cuerpo potencia al máximo
la energía cinética. Naturalmente, puede argüirse que las adaptaciones
para lanzar no explican realmente el desplazamiento bípedo,22 pero Kirs­
chmann también subraya que la flexibilidad de la muñeca requerida para
lanzar algo con fuerza habría dificultado el uso de las manos en la loco­
moción. Mary Marzke puntualiza que si el bipedalismo era una adaptación
para la locomoción, la evolución tendría que habemos proporcionado unas
piernas mejor diseñadas para este propósito, como las de un avestruz, por
ejemplo. En cambio, nueskas piernas son mucho más robustas, y la rodilla
incluye un dispositivo de cierre que tiene muy poco que ver con la loco­
moción. Estas características pueden muy bien haber evolucionado para
proporcionar una plataforma de lanzamiento más estable, no para la lo­
comoción per se, sino para lanzar y aporrear.23
La idea de que hemos evolucionado para lanzar también contribuye
a explicar el misterio de la aparente perfección de la mano humana, des­
crita por Jacob Bronowski como "la vanguardia de la mente."24 Completan
el poder y la precisión de la habilidad para lanzar la sensibilidad de los
dedos, el largo pulgar oponible y la gran extensión del área del córtex de­
dicada al control de la mano. La forma de la mano evolucionó de una ma­
nera consistente con el hecho de agarrar y arrojar rocas de un tamaño
aproximado al de una pelota de béisbol o de críquet, sucedáneos de los
misiles en la guerra de mentirijillas que son estos deportes. Nuestras
manos también han evolucionado para proporcionar dos tipos de agarre:
el agarre de precisión y el agarre de potencia, y Richard W. Young sugiere

223
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

que estos dos tipos de agarre evolucionaron para lanzar y para aporrear,
respectivamente.25 No solo vemos a hombres jóvenes lanzando cosas en
canchas y campos de deporte, sino también agarrando bates y palos en de­
portes como el béisbol, el críquet, el hockey o el curling. En varios deportes
en los que se usa una raqueta parecen combinarse las habilidades de lanzar
y aporrear.
Las comparaciones entre la mano del chimpancé y la de los primeros
homininos sugieren una adaptación cada vez mayor de los homininos para
lanzar cosas, aunque, como hemos visto, la mano del chimpancé puede
ser una comparación engañosa, ya que probablemente se adaptó a la lo­
comoción apoyándose en los nudillos después de separarse del ancestro
común con los humanos. No obstante, el esqueleto sorprendentemente
completo de 3,3 millones de años de antigüedad de un Australopithecus afa­
rensis recientemente encontrado en Dikika, Etiopía, tiene los dedos curva­
dos como los de un chimpancé, aparentemente adaptados para agarrarse
a las ramas. La parte inferior del cuerpo de esta joven australopitecina está
adaptada para la locomoción bípeda, pero la parte superior es en muchos
aspectos todavía simiesca.26 No sabemos si lanzaba cosas.
No es que la capacidad de lanzar empezase desde cero, ya que los pri­
mates actuales también pueden lanzar cosas, aunque no con la precisión
y la potencia con que podemos hacerlo los humanos modernos. Los monos
capuchinos de América Central y del Sur pueden lanzar piedras tanto a
objetos en movimiento como estacionarios y tienen algo parecido tanto al
agarre de precisión como al de potencia para lanzarlos. En un estudio que
se hizo de su habilidad, demostraron tener bastante precisión lanzando
piedras a un cubo que contenía mantequilla de cacahuete o almíbar, y la
recompensa a la precisión del lanzamiento era la oportunidad que tenían
de lamer la piedra después de lanzarla. Casi siempre lanzaban por encima
del hombro y aproximadamente la mitad de las veces adoptando una pos­
tura erecta. Las hembras eran igual de precisas que los machos, aunque
ambos eran menos competentes que los humanos que participaron en el
estudio.27
Los chimpancés también arrojan objetos, por ejemplo ramas, como
forma de autodefensa. Compórtense correctamente al visitar un zoo; co­
mo escribió Charles Darwin: "He comprobado reiteradamente que un

224
Devenir h u manos

chimpancé arrojará cualquier objeto que tenga a mano a cualq uier pcrson.1
que le falte al respeto."28 Tengan también cuidado si visitan el Cabo de
Buena Esperanza, porque como también menciona Darwin, había un ba­
buino allí que no solo arrojaba proyectiles a la gente, sino que también pre­
paraba unas bolas hechas de barro para tenerlas a mano en todo momento.
Ese babuino ya habrá muerto, con toda probabilidad, pero puede que haya
dejado esta costumbre como legado a sus descendientes. Cuando se mos­
tró al bonobo Kanzi, nuestro invitado del capítulo 3, la forma de fabricar
lascas de piedra, no adoptó el estilo utilizado por los homininos de hace
dos millones de años de golpear una piedra con otra, sino que lanzaba las
piedras contra una superficie dura para que las lascas se formasen al im­
pactar con ella. 29 Estos grandes simios no lanzan con la precisión y la
potencia de un jugador de béisbol o de críquet, pero su habilidad y su pro­
pensión a arrojar cosas sugieren que la posterior emergencia del lanza­
miento en los homininos tuvo una plataforma en la que apoyarse.
Paul Bingham ha sostenido que una de las características que han re­
forzado la cohesión social en los humanos ha sido la capacidad de matar
a distancia.30 Las sociedades humanas pueden, por tanto, librarse de los
disidentes internos, o de las amenazas procedentes del exterior, con una
amenaza de daño relativamente pequeña para el asesino. Sin embargo, los
disidentes o la banda rival pueden a su vez recurrir a tácticas similares, y
de este modo comienza una carrera armamentista que ha seguido hasta
hoy. Esta carrera empezó, probablemente, con el lanzamiento de rocas, y
siguió con las hachas, las lanzas, los boomerangs, los arcos y las flechas,
las pistolas, los cohetes, las bombas y los misiles nucleares, por no men­
cionar los insultos. Estos son los hitos del progreso humano. La gente está
siempre dispuesta a volver a lanzar cosas para expresar su agresividad, y
así las multitudes airadas en los lugares problemáticos del mundo lanzan
piedras, rocas o botellas a aquellos a quienes odian. El hecho de tirar pie­
dras parece incluso haberse infiltrado en el establishment literario. George
Bemard Shaw expresó su desagrado por William Shakespeare del siguien­
te modo:

Con la única excepción de Homero, no hay escritor eminente, ni si­


quiera Sir Walter Scott, a quien yo desprecie tan profundamente

225
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

como a Shakespeare, cuando comparo mi mente con la suya. [ . . . ]


Sería un auténtico alivio para mí poder enterrarlo en el suelo y arro­
jarle piedras.31

Tanto si fue el hecho de lanzar como si no lo que preservó el bipedalismo


en una existencia cada vez más terrestre, sí es evidente al menos que el bi­
pedalismo libera a las manos para una acción intencional y potencialmente
especializada. Nos permite utilizar las manos para algo más que simple­
mente para tirar cosas por todas partes. Además, nuestro legado de pri­
mates significa que nuestras manos y brazos están en buena medida bajo
control intencional, y crean un nuevo potencial para operar en el mundo
en vez de adaptarse pasivamente a él. Una vez liberados del deber loco­
motor, nuestras manos y brazos están también libres para moverse en el
espacio cuatridimensional, lo que las convierte en sistemas señalizadores
idóneos para crear y mandar mensajes. Shaw podría haber considerado
la posibilidad de gesticular para expresar su desprecio -un gesto hecho
con el dedo medio podría haber sido tan efectivo como lanzar piedras,
suponiendo naturalmente que Shakespeare hubiera entendido su signifi­
cado.
Efectivamente, podríamos estar tentados a suponer que el bipeda­
lismo fue impulsado por la emergencia del propio lenguaje, especialmente
si el lenguaje evolucionó a partir de los gestos manuales, como he soste­
nido en el capítulo 4. Sin embargo, hay pocas cosas más en el registro fósil
que sugieran que se produjo algún avance sustancial hacia la mente hu­
mana durante los primeros cuatro o cinco millones de años que siguieron
a la separación de la línea de los grandes simios. Pese a la liberación de las
manos, nuestros ancestros primitivos parecen haber sido algo lentos en fa­
bricar herramientas -algo que en su momento se consideró como una de
las señas de identidad de la humanidad. Puede que utilizaran ramas o pie­
dras como instrumentos improvisados, tal como hacen los chimpancés mo­
dernos, pero hay muy pocas pruebas de una sistemática construcción de
herramientas hasta mucho después de la separación de chimpancés y bo­
nobos. Su bipedalismo, además, era todavía torpe e ineficiente. Conserva­
ban algunas características arbóreas, con unos brazos largos y unas piernas
relativamente cortas, y sus cerebros eran más pequeños o no mayores que

226
Devenir humanos

los de los modernos chimpancés. Solamente durante el Pleistoceno empe­


zamos a ver signos tangibles de cambio, y una marcha firme hacia la hu­
manidad.

El Pleistoceno

Hacia el final del Plioceno, que se inició hace 5,3 millones de años, la tierra
experimentó un enfriamiento global y después, durante el Pleistoceno, se
sucedieron una serie de catastróficas edades de hielo. El Pleistoceno se fe­
chó en su momento hace 1,81 millones de años, pero según una votación
más reciente se sitúa desde hace 2.588.000 años hasta hace 12.000 años.32
El Pleistoceno también marca un cambio desde un entorno en gran parte
boscoso hasta una sabana más abierta, forzando nuevas adaptaciones
hacia una existencia más terrestre que arbórea. La adaptación al Pleisto­
ceno dio origen a un nuevo género, llamado Homo, con características bas­
tante diferentes de las de los anteriores australopitecinos.
Los primeros miembros del género fueron Homo habilis y Homo rudol­
fensis, aunque se ha sugerido que estas especies no llegaron realmente a

alcanzar características humanas y que deberían clasificarse todavía como


australopitecinos.33 Otro hominino, de nombre Australopithecus sediba, ha
sido descubierto recientemente en Sudáfrica, fechado hace aproximada­
mente 1,9 millones de años y puede que haya sido una especie de transi­
ción entre Australopithecus y Homo.34 Homo ergaster, que surgió hace poco
más de 1,8 millones de años, pertenece claramente al género, como tam­
bién la variante asiática Homo erectus. Otras variantes posteriores son Homo
antecesor, Homo heidelbergensis, Homo neanderthalensis (neandertales),35 y fi­
nalmente el intrépido superviviente Homo sapiens. Las características que
identifican a Homo como fugitivo del simio y creciente portador de atribu­
tos que nos gusta calificar de humanos, probablemente tiene mucho que
ver con las condiciones y los peligros concretos del Pleistoceno.
Una característica especialmente peligrosa de la sabana era la presen­
cia de grandes carnívoros, cuyo número alcanzó su punto máximo al co­
mienzo del Pleistoceno. Entre estos había al menos doce especies de tigres
con dientes de sable y nueve especies de hiena.36 Nuestros enclenques an-

227
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

tepasados se habían podido refugiar anteriormente de estos peligrosos de­


predadores en áreas más boscosas y probablemente adentrándose en los
cursos de agua, pero estas formas de protección eran relativamente escasas
en la sabana. Los homininos no solo tenían que evitar ser cazados por estos
asesinos profesionales fuertes, veloces y provistos de unos afilados colmi­
llos y garras, sino que también tenían que competir con ellos para obtener
recursos alimenticios.
Considérese, pues, lo difícil que era la situación de nuestros antepa­
sados, cada vez más obligados a competir en la sabana con unos felinos
asesinos. Podríamos preguntamos por qué no evolucionamos para com­
petir directamente con estos peligrosos depredadores en su propio terreno,
siendo más rápidos y fuertes y desarrollando una mayor habilidad para
matar, como recomienda el rey en la obra de Shakespeare Enrique V:

Imitad entonces la acción del tigre; poned en tensión vuestros ner­


vios, haced llamamiento a vuestra sangre, disimulad el noble carác­
ter bajo una máscara de furia y de rasgos crueles; así pues, dotad a
vuestros ojos de una terrible mirada; que vigilen a través de las tro­
neras de la cabeza como cañones de bronce; que las cejas los domi­
nen tan tremendamente como una roca minada domina y aplasta a
su corroída base socavada por el océano salvaje y devastador.
Vamos, ¡enseñad los dientes y abrid de par en par las ventanas de
vuestras narices! ¡Contened vuestro aliento y elevad vuestro espíritu
a la mayor altura!

Pero nuestros antepasados estaban escasamente preadaptados para la


competición física directa con los tigres. Procedentes de entornos arbola­
dos, los primeros homininos no estaban preparados para la fuerza excesiva
o para la agresión.
Tampoco lo estaban para la velocidad; de lo contrario, una estrategia
alternativa podría haber sido el desarrollo evolutivo de formas más efi­
cientes de escapar de la predación, emulando no tanto la acción del tigre
como la elegancia saltarina del antílope. El bipedalismo facultativo de los
primeros australopitecinos dio paso al bipedalismo obligatorio, con una
zancada más larga y unas extremidades mejor adaptadas para correr. Pero

228
Devenir humanos

esto era apenas suficiente para escapar de un león hambriento, y parece


más una especialización para la resistencia en la carrera, lo que tal vez les
permitiría competir con otros carroñeros del Pleistoceno e incluso perse­
guir a determinadas presas mamíferas hasta el agotamiento de estas a
causa del calor.37 Pero nuestros antepasados no estaban tampoco hechos
para el vuelo, y sus peludos brazos y sus pesados cuerpos habrían reque­
rido profundas modificaciones antes de poder levantar el vuelo para es­
capar de un mastodonte. El vuelo, cuando finalmente surgió en nuestra
especie, llegó mucho más tarde, en parte, me alegra constatarlo, gracias a
los esfuerzos de un neozelandés.38
La solución parece haber sido basarse en la inteligencia social y en el
desarrollo de la cooperación. Darwin lo decía así:

La poca fuerza y la escasa velocidad del hombre, su necesidad de


armas naturales, etc., están más que compensadas, primero, por sus
capacidades intelectuales, gracias a las cuales pudo construir sus
propias armas e instrumentos, etc., permaneciendo sin embargo en
un estado bárbaro, y segundo, gracias a sus cualidades sociales, que
le llevaron a dar y a recibir la ayuda de sus congéneres.39

Sara Blaffer Hrdy ha dicho que los lazos sociales surgieron primero en el
contexto de la cría de los hijos. 40 Subraya que los grandes simios detestan
permitir que otros toquen a sus crías durante los primeros meses de vida,
mientras que las madres humanas son más confiadas y permiten que otros
cojan y alimenten a sus hijos. Esto es evidente no solo en las guarderías,
sino también en las familias extensas propias de muchas culturas del
mundo. Entre los maoríes de Nueva Zelanda, por ejemplo, la enseñanza y
la socialización iniciales se basan en una gran unidad conocida como wha­
nau, el clan familiar formado por hijos, padres, abuelos, primos, tíos, tías
y a menudo otros parientes. El conocimiento del whanau es recursivo y se
remonta a varias generaciones.
El estrecho contacto entre los niños pequeños y otros individuos ade­
más de la madre no solo habría mejorado la supervivencia, sino que tam­
bién habría alentado el espíritu cooperativo que más tarde habría permitido
a estos antepasados de los humanos confiar a otros sus propios hijos. Una

229
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

espiral de confianza y cuidados mutuos se extendería, por consiguiente, a


lo largo de las generaciones. La exposición de los niños a una variedad de
personas también habría promovido la teoría de la mente y habría ense­
ñado a los niños a evaluar las intenciones de otros para saber en quién po­
dían confiar. Hrdy sostiene que estas características son anteriores a la
expansión del cerebro, más abajo discutida, y puede incluso haber esta­
blecido las condiciones iniciales que favorecieron el incremento del tamaño
cerebral, y la evolución de características como el aprendizaje social, la en­
señanza y el propio lenguaje.
Los homininos, por consiguiente, se basaron en su herencia de prima­
tes de inteligencia y estructura social más que en atributos físicos como la
fuerza o la velocidad.41 Esto es lo que se ha calificado como tercera vía, con­
sistente en la evolución de lo que se ha llamado el 'nicho cognitivo,'42 un
modo de vida basado en la cohesión social, la cooperación y la planificación
eficiente. Se trataba de la supervivencia de los más listos.
De todos modos es poco probable que la inteligencia humana pueda
explicarse simplemente en función de la respuesta a desafíos ecológicos.
Nuestros antepasados del Pleistoceno parecían haber superado las ame­
nazas planteadas por el inhóspito entorno, pero luego descubrieron una
nueva amenaza: ellos mismos. Parafraseando un influyente trabajo ante­
rior de Nicholas K. Humphrey,43 Richard D. Alexander escribe que "el ver­
dadero reto en el entorno humano a lo largo de la historia que afectó a la
evolución del intelecto no fue el clima, la escasez de alimento, los parásitos
o ni siquiera los depredadores. Fue más bien la necesidad de tratar conti­
nuamente con nuestros congéneres humanos en unas circunstancias so­
ciales cada vez más complejas e impredecibles a medida que el linaje
humano iba evolucionando."44 Los humanos hemos demostrado ser tan
expertos matándonos unos a otros como matando depredadores no huma­
nos; mucho más expertos, en realidad, si consideramos la extraordinaria
gama de armas letales que hemos inventado. No obstante, la adaptación
exitosa tiene que haber dependido tanto de la cooperación como de la com­
petición, llevando a lo que ha sido calificado de "selección social galo­
pante." Nuestras vidas dependen de un equilibrio sutil entre compartir y
codiciar, o si se quiere, entre socialismo izquierdista e individualismo de­
rechista.

230
Devenir humanos

Richard Wrangham ha sugerido que el secreto de la evolución ho­


minina se inició en el uso controlado del fuego, que les proporcionó valor
y protección frente a los depredadores hostiles. Hace aproximadamente
dos millones de años, cree Wrangham, el Horno erectus empezó también
a cocinar tubérculos, incrementando enormemente su digestibilidad y
valor nutritivo. Estoy seguro de que el lector reconocerá que las patatas
cocidas son mucho más agradables que las crudas. Otras especies pueden
haberse visto en desventaja por carecer de herramientas para desenterrar
tubérculos o por desconocer la manera de cocinarlos. Los alimentos co­
cidos son más blandos, lo que lleva a las bocas más pequeñas, a las man­
díbulas más débiles y al sistema digestivo más corto que distingue a
Horno de los homininos primitivos y de otros simios. Cocinar también
llevó a la división del trabajo entre los sexos: las mujeres recogían los tu­
bérculos y los cocinaban, mientras que los hombres cazaban. Al mismo
tiempo, estos roles complementarios intensificaron los vínculos de pa­
reja, de modo que los hombres tenían asegurado algo para comer en caso
de que la expedición de caza no consiguiese aportar algo de carne para
acompañar a las verduras.45
¿Es posible que los vínculos sociales evolucionasen en torno a la ho­
guera del campamento, junto a una barbacoa de carne y verduras y con­
tando historias con gestos? Es un escenario atractivo, pero sigue siendo
especulativo en ausencia de pruebas del uso del fuego en un momento
temprano del Pleistoceno. La primera evidencia convincente tiene una an­
tigüedad de unos 800.000 años.46
Examinemos ahora algunas de las pruebas tangibles de que la marcha
del simio al humano empezó realmente en el Pleistoceno. Empiezo con el
órgano del que (y con el que) pensamos que proporciona los atributos sub­
yacentes a nuestro singularmente recursivo modo de conciencia.

El cerebro

El hombre, gracias a su cerebro grande y selecto, ha ocupado la tierra,


y las ratas, los ratones de campo, las chinches de la cama, ciertos gu­
sanos, lombrices, ácaros, garrapatas, piojos, pulgas, etcétera, han se-

231
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

guido al hombre y puede decirse que, en cierto modo, han reconocido


a este cerebro grande y selecto y han unido su destino al suyo.
Gustav Eckstein, Everyday Miracle

Ya he sugerido en capítulos anteriores que funciones como la del lenguaje,


con el enorme vocabulario de palabras y los conceptos subyacentes, y
como la memoria episódica, con su depósito de episodios individuales,
presentaba nuevas exigencias de almacenamiento neural, y puede haber
sido la causa impulsora del espectacular incremento de tamaño cerebral
que tuvo lugar durante el Pleistoceno. También la recursión tuvo que
haber contribuido a presionar en esta dirección, ya que requiere una es­
tructura jerárquica, una memoria a corto plazo mejorada y programación
secuencial.
Pero antes de congratulamos por el tamaño de nuestra cabezota, ne­
cesitamos introducir una nota de humildad. Es posible que alguien haya
pensado que nosotros los humanos tenemos el cerebro más grande de todo
el reino animal, dado que nos consideramos a la cabeza de la jerarquía te­
rrestre por lo que respecta a inteligencia, pero la verdad es que hemos de
reconocer que estamos por detrás del elefante y de la ballena, cuyo cerebro
es más de cuatro veces mayor que el nuestro. El cerebro humano tiene
aproximadamente el mismo tamaño que el de un delfín. Afortunadamente,
el tamaño absoluto del cerebro no es muy revelador de la inteligencia de
su propietario. Los animales grandes necesitan un cerebro grande simple­
mente para controlar un cuerpo grande y gestionar toda la información
que le llega de la gran superficie del animal.47 Un índice más revelador,
por tanto, puede ser la proporción del tamaño del cerebro respecto al ta­
maño del cuerpo.
En este sentido salimos mejor parados que los elefantes y las ballenas,
y también que nuestros primos simiescos. El peso de nuestro cerebro equi­
vale aproximadamente a un 2,1 por ciento de nuestro peso corporal, mien­
tras que los del chimpancé y el bonobo son de un 0,61 por ciento y de un
0,69 por ciento respectivamente. El del gorila está en un 0,64 por ciento y
el del orangután en un 0,55 por ciento. Las cifras correspondientes al delfín
mular (o nariz de botella), al elefante asiático y a la ballena asesina (orca)
son del 0,94 por ciento, 0,15 por ciento y 0,094 por ciento respectivamente,

232
Devenir humanos

por lo que tendríamos que ser capaces de superar intelectualmente a todas


estas criaturas, ya que no podemos derrotarlas en un combate cuerpo a
cuerpo. Lamentablemente, el ratón sale mejor parado que nosotros, con
una cifra de un 3,2 por ciento, pero supongo que podemos derrotar en
combate a esta pequeña criatura, si no podemos ser más listos que ella.
Pero en las aves más pequeñas la proporción puede llegar a ser del 8 por
ciento. Naturalmente, los cuerpos de estas aves son muy ligeros, lo que
sin duda contribuye a disparar la cifra, pero parece que tienen la fea cos­
tumbre de contradecir todos los medios con los que tratamos de probar la
superioridad humana. 48
Otro problema es que, en igualdad de condiciones, los animales pe­
queños tienen un ratio tamaño cerebral/tamaño corporal mayor que el de
los animales más grandes, por lo que el ratio en bruto puede que no sea
un buen índice. Un enfoque más sofisticado es utilizar una técnica esta­
dística denominada regresión lineal para tratar de predecir el tamaño cere­
bral a partir del tamaño corporal. De este modo, Harry J. Jerison ideó un
índice al que denominó cociente de encefalización (EQ) que contribuye a res­
tablecer una distancia conveniente entre los humanos y otras especies.49
Este cociente resulta ser 7,4416 en los humanos, seguido por un 5,305 en
los delfines y un 2,4865 en los chimpancés. 50 Los elefantes aportan un co­
ciente de 1,8717, y las ratas un mísero cociente de 0,4029. El ratón se ve fe­
lizmente reducido a un cociente de aproximadamente 0,5 por ciento, por
lo que podemos dejar de preocupamos en este sentido. Este concepto del
cociente de encefalización sirve también para quitamos de encima la preo­
cupación por el reto que parecían representar las aves, aunque la compa­
ración con ellas es difícil debido a que en su caso se utiliza una fórmula
de regresión algo diferente. Menos mal que nuestros grandes cerebros nos
han proporcionado formas sofisticadas de medir tamaños que demuestran
que nuestros cerebros son los más grandes. Puede que en alguna parte
haya criaturas que estén activamente buscando fórmulas que demuestren
que ellas, después de todo, son las que van en cabeza.
Algunos expertos insisten en que el mejor índice de la inteligencia es
el tamaño del neocórtex y no el del cerebro en su conjunto. El neocórtex
es la capa exterior del cerebro y la que ha surgido más recientemente en el
curso de la evolución, y también alberga las funciones que nos gusta cali-

233
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

ficar de intelectuales. Centrarse en el neocórtex tiene la ventaja de que así


nos libramos definitivamente de las aves, ya que ellas no tienen neocórtex.
Robin Dunbar sostiene que la inteligencia es estimulada por la interacción
social, de modo que cuanto mayor es un grupo social, mayor es la necesi­
dad de un neocórtex ampliado, simplemente para poder hacer frente a las
presiones sociales. Dunbar también puso de manifiesto que lo que él llama
ratio neocortical, es decir, la proporción del tamaño del neocórtex con res­
pecto al resto del cerebro, aumenta en función del tamaño del grupo so­
cial.51 Los humanos tenemos el ratio neocortical más grande (4,1), seguido
de cerca por el del chimpancé (3,2). Los gorilas tienen un ratio de 2,65, los
orangutanes de 2,99 y los gibones de 2,08. De acuerdo con la ecuación que
relaciona el tamaño del grupo social con el ratio neocortical, los humanos
tendríamos que pertenecer a grupos de unas 148 personas (persona más
persona menos). Esto es razonablemente consistente con el tamaño esti­
mado de las primitivas aldeas neolíticas. Por supuesto, la ciudad moderna
complica un poco las cosas, pero si usted calcula el número de personas
con las que más o menos se relaciona, la cifra de 148 no parece tan alejada
de la realidad.
El registro fósil pone de manifiesto que el tamaño cerebral perma­
neció bastante estático en los homininos durante unos cuatro millones
de años después de su separación de los simios. Australopithecus afarensis,
por ejemplo, cuyo representante más famoso es conocido hoy en día con
el nombre de Lucy,52 se remonta a unos 3,5 millones de años atrás, y tenía
un tamaño cerebral de unos 433 ce, ligeramente superior al del chim­
pancé (unos 393 ce), pero menor que el del gorila (465 cc}.53 Fue la emer­
gencia del género Horno lo que marcó el cambio. Horno habilis y Horno
rudolfensis eran todavía torpemente bípedos pero el tamaño de sus cere­
bros estaba entre los 500 y los 750 ce, un pequeño incremento respecto al
de los primeros homininos. Horno ergaster surgió hace algo más de 1 ,8
millones de años, y hace 1,2 millones de años podía alardear de tener un
cerebro de unos 1 .250 ce. Así, en un espacio de unos 750.000 años, el ta­
maño del cerebro se duplicó -algo bastante rápido en una escala tempo­
ral evolutiva.
El tamaño del cerebro siguió creciendo a un ritmo más pausado. Pa­
rece haber alcanzado un tope, no con Horno sapiens, que surgió hace unos

234
Devenir humanos

170.000 años, sino con los neandertales, cuyos restos fósiles se han encon­
trado básicamente en Europa occidental, y tan al este como Uzbekistán.
Los análisis realizados del ADN de los neandertales sugieren que compar­
timos un antepasado común con ellos que vivió hace unos 700.000 años, y
nuestras poblaciones ancestrales se separaron una de otra hace unos
370.000 años,54 por lo que el incremento del tamaño del cerebro puede
haber seguido diferentes trayectorias. En algunos neandertales, la capaci­
dad cerebral parece haber sido tan alta como de 1 .800 ce, con un promedio
de unos 1 .450 ce. El tamaño cerebral en nuestra propia especie, Horno sa­
piens, es algo inferior, con un promedio actual de unos 1 .350 ce, pero así y
todo unas tres veces mayor que el tamaño esperado de un simio igual de
grande. Esto es algo sorprendente, ya que normalmente nos congratula­
mos por ser más inteligentes que los neandertales, a los que probablemente
empujamos a la extinción hace alrededor de 30.000 años (como si esto fuese
algo inteligente). No obstante, se cree que los neandertales tenían un cuer­
po mayor que el de los humanos actuales y cuando se calibra el tamaño
cerebral respecto al corporal, los humanos podríamos estar ligeramente
por delante. Como veremos más abajo, este incremento final de tamaño
cerebral -la carrera hacia la cima, como si dijéramos- parece haber coinci­
dido con un avance en la invención tecnológica sobre la que había prevale­
cido anteriormente durante un millón y medio de años.
Estamos empezando a aprender algunas cosas de los cambios genéti­
cos que nos dieron esas cabezas hinchadas. Un gen del que se conoce que
es un regulador específico del tamaño cerebral es el ASPM, el gen asociado
a la microcefalia de tipo huso anormal, y la evidencia sugiere la existencia de
una fuerte selección positiva de este gen en el linaje que llevó al Horno sa­
piens.55 Efectivamente, hace unos 5.800 años parece haberse producido un
barrido selectivo que sugiere que el cerebro humano todavía está experi­
mentando una rápida evolución. 56 Se sabe que otro gen conocido como mi­
crocefalina (MCPH6) regula también el tamaño cerebral, y una variante de
este gen surgió en los humanos modernos hace, se calcula, unos 37.000
años.57 También se han identificado otros genes implicados en el control
del tamaño cerebral que han experimentado unos índices acelerados de
evolución de las proteínas en determinados puntos del linaje humano.58
Mis favoritos, de todos modos, son dos genes que parecen haber

235
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

tenido como resultado un incremento del tamaño cerebral mediante una


selección negativa, más que positiva, es decir, dos genes que habían estado
activos y que luego fueron desactivados. Además, ambos parecen haber
sido desactivados justo antes del momento en que se inició el incremento
del cerebro en nuestro propio género, Horno, probablemente proporcio­
nando el impulso inicial que nos propulsó hacia la humanidad. Uno de
ellos es un gen que codifica una enzima que produce un ácido que inhibe
el crecimiento del cerebro. Este ácido brilla por su ausencia en los fósiles
de Neandertal y en los humanos actuales, pero está presente en otros pri­
mates -aunque regulado a la baja en los chimpancés. Se ha calculado que
el gen fue desactivado hace 2,8 millones de años. 59 El otro gen codifica la
cadena pesada de la miosina (MYH16) responsable de los fuertes músculos
masticadores en la mayoría de primates, incluidos los chimpancés y los
gorilas, así como en los primeros homininos. Se calcula que este gen fue
desactivado hace 2,4 millones de años, y se ha especulado que la consigu­
iente contracción de los músculos de la mandíbula y de su base ósea es­
tructural eliminó otra de las limitaciones al crecimiento del cerebro. 60 Este
cambio puede haber marcado una modificación de la dieta desde unos
vegetales duros a una carne tierna, o puede que estuviese relacionado con
el uso cada vez mayor de las manos respecto a las mandíbulas para proce­
sar el alimento. 61 Las conclusiones acerca de los papeles desempeñados
por estos dos últimos genes en la determinación del tamaño y la forma del
cerebro humano son por supuesto especulativas, y muy polémicas,62 pero
resulta sin embargo interesante constatar que podemos deber en parte
nuestra humanidad a la pérdida de información genética. Antes de su de­
sactivación, estos genes parecen haber formado parte de una conspiración
celestial para evitar que unas criaturas terrestres se volvieran demasiado
inteligentes. La idea según la cual nuestra humanidad puede haber de­
pendido en parte de la reducción de unos genes activos contradice la idea
intuitiva de que la mente humana evolucionó gracias a la acumulación de
nuevos genes, como el 'gen de la gramática' propuesto por Steven Pinker.6.3
Podría decirse que algunos genes son como los impuestos, que retrasan el
desarrollo, y que cuanto antes nos libremos de ellos, mejor.64

236
Devenir humanos

¿Es solo una cuestión de tamaño?

Aunque la recursión puede haber dependido en parte del mero tamaño


del cerebro disponible para computación, algunas áreas son sin duda más
fundamentales que otras. Una de estas áreas es el córtex prefrontal, del
que se sabe que está implicado en la planificación y también en el viaje
mental temporal, como vimos en el capítulo 6. Se ha dicho, además, que
el aumento del tamaño cerebral en los humanos es desproporcionada­
mente grande en los lóbulos prefrontales,65 aunque esto es discutible.66 Un
estudio más detallado de los lóbulos frontales sugiere, sin embargo, que
independientemente de su tamaño global, el córtex prefrontal puede muy
bien haberse reorganizado en el cerebro humano respecto al del chim­
pancé. Un área del córtex prefrontal humano es realmente menor de lo es­
perado sobre la base del tamaño general del cerebro, pero esto es así a
expensas de un incremento en el número de regiones especializadas en
áreas adyacentes. El polo frontal del córtex prefrontal parece haber aumen­
tado especialmente en los humanos en relación con los simios, especial­
mente en el lado derecho del cerebro. Un artículo en el que se resumen
estos descubrimientos concluye que estos desarrollos tienen que ver con
la evolución de la "autoconciencia, la resolución de problemas sociales, la
capacidad de recordar experiencias personales y la de proyectarse uno
mismo en el futuro. "67 Exactamente lo que se necesitaba. 68
Otra diferencia fundamental entre los humanos y otros primates está
en la forma en que el cerebro humano se desarrolla desde el nacimiento a
la edad adulta. Los humanos somos al parecer únicos entre los primates,
e incluso entre los homininos, por el hecho de pasar por cuatro etapas de
desarrollo -primera infancia, niñez, preadolescencia y adolescencia. John
L. Locke y Barry Bogin sugieren que cada una de estas etapas contribuye
de modo diferente a la adquisición del lenguaje -véase la figura 14.69 Du­
rante la infancia, que va desde el nacimiento a los dos años y medio, los
niños avanzan desde el balbuceo a la comprensión de que las palabras y
los gestos tienen un significado. Este es más o menos el nivel alcanzado
por el bonobo Kanzi, aunque como ya vimos en el capítulo 9 los niños de
un año de edad señalan de una forma que sugiere que comparten infor­
mación, cosa que no hacen los chimpancés.

237
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Sin embargo, es la siguiente etapa, la de la niñez, la que parece espe­


cialmente crítica para la emergencia del lenguaje gramatical y la teoría de
la mente. Según Locke y Bogin, la niñez dura hasta los siete años y es ca­
racterística de los humanos. Escriben:

La infancia se define por varias características del desarrollo, por


ejemplo: una desaceleración y estabilización del ritmo de cre­
cimiento; una dentición inmadura; una dependencia de los adultos
para obtener comida; y características comportamentales como un

control motor inmaduro. El valor evolutivo de la niñez reside en la


libertad de la madre para suspender el cuidado de los hijos de tres
años y poder así iniciar un nuevo embarazo. De este modo se mejora
la capacidad reproductiva sin aumentar el riesgo de mortalidad para
la madre, su hijo y otros niños, pues en las sociedades en las que se
cría cooperativamente hay disponibles otras personas que pueden
cuidar de los pequeños. 70

La niñez parece ser el vínculo lingüístico que falta en los grandes simios y
en los primeros homininos, y esto puede explicar el hecho de que, al menos
hasta ahora, los grandes simios no hayan adquirido una gramática recur­
siva. Pero también es durante esta etapa de la niñez cuando surgen la
teoría de la mente, la memoria episódica y la comprensión del futuro.71 La
niñez es seguramente el crisol de la mente recursiva.
Durante la preadolescencia, desde los 7 a los 10 años aproximada­
mente, los niños empiezan a apreciar el uso más pragmático del lenguaje
y a saber cómo utilizarlo para conseguir fines sociales. La etapa final es la
adolescencia, que, según sugieren Locke y Bogin, es única de nuestra es­
pecie, y que representa el pleno florecimiento de la función pragmática y
social en actividades como la narración de historias, el chismorreo y las
estrategias sexuales. La adolescencia también tiene un efecto característico
en el habla de los chicos, dado que el aumento de la testosterona incre­
menta la longitud y la masa de los pliegues vocales, y rebaja la frecuencia
de vibración. Es el momento en que, como suele decirse, 'cambia la voz'.
Para los chimpancés que tienen hijos es seguramente una suerte que esta
etapa del desarrollo no se dé en su especie.

238
Devenir h u manos

- Infancia � Preadolescencia
- Niñez c:::::J Adolescencia c:::::J Adulto
20

18

16

14

12

10

Especies

Figura 14. Etapas del desarrollo en los chimpancés y en varias especies de homininos. Nó­
tese que la niñez emerge solamente en el género Hamo (según Locke y Bogin 2006).

Locke y Bogin se centran en el lenguaje, pero la forma organizada


como se desarrolla el cerebro explica seguramente de un modo más gene­
ral la estructura recursiva de la mente humana. La incrustación recursiva
implica una estructura jerárquica y comporta un metacontrol sobre qué se
incrusta en qué y cuántas capas de incrustación se forman. El desarrollo
temprano puede establecer las rutinas básicas que más tarde se organi­
zarán de un modo recursivo.

239
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Migraciones

Aunque los miembros de nuestro género que eventualmente evolucio­


naron hacia el Horno sapiens permanecieron en África, hubo evidentemente
migraciones tanto dentro como fuera de África. Las pautas migratorias
pueden marcar un paso más hacia la humanidad. Estas migraciones no
fueron acontecimientos estacionales repetidos, como en muchos animales,
las aves por ejemplo, sino algo seguramente planificado que comportaba
el transporte de recursos y la adaptación a nuevos entornos. En vez de via­
jar entre un lugar y otro en función de la estación, los homininos migrantes
tendían a desplazarse a nuevos lugares y luego, en vez de regresar al punto
de partida, se desplazaban a otro lugar.72
Restos del género Horno se han encontrado en Asia, donde la especie
se conoce generalmente como Horno erectus. La especie casi equivalente a
esta y conocida como Horno ergaster permaneció en África, pero el incre­
mento del tamaño cerebral en Asia parece haber sido más rápido que en
África.73 Por lo tanto, el cerebro más grande y la zancada propia de Horno
puede que estén asociados con su ansia por conocer mundo. Sin embargo,
la idea según la cual Horno ergaster simplemente salió de África para con­
vertirse en erectus en Asia se ha visto complicada después del descubri­
miento de una variabilidad morfológica y geográfica tanto en África como
en Asia. Hace 1,7 millones de años había más bien diferentes especies de
Horno en áreas tan alejadas entre sí como el sur de África, el África ecuato­
rial del este, Rusia y Java, y los yacimientos de herramientas de piedra en­
contrados sugieren que había poblaciones de Horno en Israel, Pakistán y el
norte de China. Esto indica que los homininos pueden haberse distribuido
ampliamente por las praderas de Asia y África en fechas tan tempranas
como hace tres o tres millones y medio de años, en un momento en que los
desiertos sahariano y arábigo no existían como barreras migratorias, y que
tal vez evolucionaron de forma independiente adquiriendo características
tipo Horno.74 Y sin embargo nuestra propia especie, Horno sapiens, fue al prin­
cipio más hogareña, emergiendo en África hace 170.000 años.
Más tarde, sin embargo, fue Horno sapiens el que abandonó África para
poblar -sobrepoblar, podríamos decir- el globo. Pero esta historia la con­
taremos en el próximo capítulo.

240
Devenir h u manos

Figura 15. Ubicación conocida o inferida del género Ho1110 hace unos 1,7 millones de años.
Los círculos representan radios de unos 1.500 kilómetros. Los círculos oscuros representan
poblaciones conocidas y los círculos claros lugares en los que elaboraban herramientas de
piedra (según Dennell y Roebroeks 2005).

Herramientas

Otra propiedad que en su momento se creyó que podía distinguir a los


humanos de otros primates es la fabricación de herramientas. Ahora sabe­
mos que los chimpancés elaboran herramientas sencillas. Por ejemplo, uti­
lizan palos preparados para cazar termitas en sus nidos,75 y construyen
lanzas que introducen en los troncos huecos de los árboles para extraer
gálagos y comérselos.76 Los chimpancés del Parque Nacional de Laongo,
en Gabón, utilizan grupos de herramientas que comprenden hasta cinco
tipos diferentes de palos y cortezas para extraer miel de las colmenas.77 Al­
gunas de sus herramientas son compuestas; usan piedras o palos como
martillos para cascar nueces sobre yunques de piedra o madera,78 o espon-

241
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

jas hechas comprimiendo varias capas de hojas en forma de masa ab­


sorbente, que usan para extraer agua de los agujeros en los troncos de los
árboles.79 Estas actividades parecen implicar alguna combinación de ele­
mentos, pero todavía tienen muy poco de la complejidad recursiva de la
manufactura humana. En una revisión de las pruebas a favor de la manu­
factura de herramientas, Benjamín B. Beck escribe: "Incuestionablemente,
el hombre [sic] es el único animal que hasta la fecha ha sido observado uti­
lizando una herramienta para construir otra herramienta,"8º y yo no
conozco ningún caso que contradiga esta afirmación. En resumen, nosotros
los humanos -tanto los hombres como las mujeres, si no le importa a Beck­
manufacturamos objetos recursivamente, y es en buena medida debido a
nuestra comprensión recursiva de la manufactura que hemos contaminado
la tierra con ciudades inmensas, por no mencionar el abrazo de la telaraña
de Internet.
De todos modos, los avances en la fabricación de herramientas fueron
lentos. Hay pocas cosas que sugieran que los primeros homininos fuesen
más hábiles fabricando o utilizando herramientas de lo que lo son los ac­
tuales chimpancés, pese a ser bípedos, y no fue realmente hasta la emer­
gencia del género Romo que la fabricación de herramientas se volvió más
sofisticada. La innovación más temprana parece haber sido la de las herra­
mientas de piedra, con suficientes rasgos de diseño para sugerir una plani­
ficación y tal vez el comienzo del viaje temporal en el tiempo. Las primeras
de estas herramientas son de hace 2,5 millones de años, y están provi­
sionalmente asociadas con H. rudolfensis. 81 Estas herramientas, cuchillos y
raederas muy toscos constituyen lo que se conoce como industria ol­
dowense. Una industria algo más sofisticada, la industria acheulense, data
de hace 1,6 millones de años en África,82 con hachas de mano y bifacies.
En un momento dado se pensó que estas herramientas manufacturadas
eran la marca distintiva de la humanidad, lo que nos distinguía de otras
especies, pero la investigación más reciente ha sugerido que otras especies
pueden construir herramientas de una complejidad similar. Como vimos
en el capítulo 6, puede que los campeones sean los cuervos de Nueva Cale­
donia que manufacturan herramientas con hojas de pandano, que tienen
la forma precisa para extraer larvas. 83 Esta herramientas parecen estar al
mismo nivel que las construidas por el Homo erectus.

242
Devenir humanos

La industria acheulense permaneció bastante estática durante 1,5


millones de años, y parece haber persistido al menos en un yacimiento hu­
mano que data de hace solo 125.000 años.84 Sin embargo, en algunos
yacimientos se produjo una aceleración de la innovación tecnológica desde
hace aproximadamente 300.000 o 400.000 años, cuando la industria
acheulense dio paso a la más versátil tecnología levalloisense. Empezaron
a aparecer herramientas hechas con combinación de elementos, como
hachas, cuchillos y rascadores con mangos o empuñaduras, y lanzas con
puntas de piedra. John F. Hoffecker ve los orígenes de la recursión en estas
herramientas combinatorias,85 que estaban asociadas con nuestros ante­
pasados, y también con los neandertales, que evolucionaron separadamente
desde hace unos 700.000 años.86 Un ejemplo temprano correspondiente a los
neandertales es el descubrimiento en unas minas de carbón en Schoningen,
Alemania, de unas sofisticadas lanzas de madera que datan de hace
400.000 años. Estaban asociadas con los restos fósiles de unos caballos,87 y
sugieren la existencia de una tecnología de caza avanzada. 88 Los homininos
que vivían en este yacimiento eran neandertales (o predecesores suyos),
no predecesores del Hamo sapiens.
Las herramientas, por supuesto, son importantes para la historia hu­
mana, pero no hay pruebas de que fuesen decisivas para la creación de la
mente humana. Hay elementos recursivos evidentemente presentes en
herramientas de hace aproximadamente medio millón de años, pero un
mundo auténticamente manufacturado no surgió realmente hasta la apari­
ción del Hamo sapiens y varía mucho entre diferentes culturas. Mi conjetura
es que el pensamiento recursivo evolucionó probablemente en la inte­
racción y la comunicación social antes de que se hiciese evidente en las
creaciones materiales de nuestros antepasados. La recursividad y genera­
tividad de la tecnología y de artefactos tan modernos como las matemáti­
cas, los ordenadores, las máquinas, las ciudades, el arte y la música deben
probablemente su origen a las complejidades de la interacción social y de
la narración de historias, más que a la construcción de herramientas. Me
extenderé más sobre la tecnología en el capítulo 12.

243
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Humanos al fin

Se considera generalmente que la especie Horno sapiens que emergió hace


unos 170.000 años era 'anatómicamente moderna' -humana al fin. Era una
especie con un cerebro grande equipado con la inteligencia y la compren­
sión social de los humanos modernos. Si pudiéramos coger un niño de
aquella época y educarlo en un hogar occidental moderno se adaptaría
igual de bien que una persona nacida hoy a las exigencias de la vida
moderna, y podría ser un corredor de bolsa, una bailarina, un profesor
universitario o un vendedor de coches usados. El Pleistoceno había for­
mado gradualmente modos de pensamiento recursivos que hacían posible
una teoría de la mente y un viaje mental temporal complejos, así como la
transmisión de recuerdos, planes e historias para mejorar tanto a la socie­
dad como al individuo.
Pero tal vez este escenario no es del todo correcto. La evolución hu­
mana iba a pasar por otra fase que iba a transformar la sociedad y a crear
las enormes complejidades de la civilización. Es discutible si esto comportó
un cambio biológico, pero fue suficiente para ver la extinción de esta otra
especie de cerebro grande, los neandertales. En otras palabras,.Homo sa­
piens se había vuelto humano, pero aún no se había vuelto moderno, con
todas las ventajas y los peligros que esto implica.
Para explicarlo, necesitamos otro capítulo.

244
12

Devenir modernos

Una de las pocas cosas buenas que tienen los tiempos modernos es que si
mueres de forma horrible en la televisión, tu muerte no habrá sido en vano.
Nos habrás entretenido.
Kurt Vonnegut, Cold Turkey (2004)

H
orno sapiens emergió en África hacia la mitad del período co­
nocido como la Edad de Piedra Media, que empezó hace apro­
ximadamente 300.000 años y que terminó hace 50.000. Puede
que los primeros sapiens fuesen anatómicamente modernos, pero en tér­
minos de cultura y tecnología no eran probablemente muy distinguibles
de otros miembros de cerebro grande del género Horno. Entre estos desta­
can los neandertales, que se extinguieron en Europa hace unos 30.000 años,
aparentemente eclipsados por la llegada, unos 20.000 años antes, de nues­
tra propia y depredadora especie.1 No sabemos, naturalmente, qué hubie­
ran podido llegar a hacer los neandertales de haber sobrevivido, pero el
Horno sapiens alcanzó una sofisticación tecnológica y cultural aparente­
mente inigualada por nuestros desventurados primos hermanos neander­
tales. Para ver los orígenes de este florecimiento que nos gusta calificar de
modernidad, hemos de dirigir la mirada a África, la cuna de nuestra es­
pecie.
El conocimiento de los diferentes linajes de Horno sapiens se ha conse­
guido con estudios del ADN mitocondrial, una forma de ADN que pasa
de generación en generación por línea femenina, es decir, de madres a

245
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

hijas. A diferencia del ADN nuclear, el mitocondrial no está implicado en


los procesos de recombinación que se dan en la reproducción eucariótica.
Los cambios en el ADN mitocondrial se producen solo por mutación, lo
que nos permite rastrear nuestra ascendencia por la línea femenina incon­
taminada, es decir, sin interferencias de la línea masculina. Los análisis del
ADN mitocondrial han identificado cuatro linajes en África anteriores al
éxodo de algunos miembros de la especie hace unos 60.000 años.2 Estos li­
najes, conocidos como haplogrupos, han sido imaginativamente etiquetados
como LO, Ll, L2 y L3. Actualmente existen rutinas que nos permiten cal­
cular el tamaño de las poblaciones de diferentes linajes y seguirles la pista
en el tiempo. Estos linajes, junto con otros dos, M y N, que se han encon­
trado fuera de África, parecen haberse ramificado tal como se muestra en
la figura 16.

LO

- L1

- L2

-
L3

Figura 16. Ramificación de los primeros linajes (haplogrupos) de Hamo sapiens (según At­
kinson, Gray y Drummond 2009).

Se calcula que la población del primer linaje, LO, se expandió en un


período comprendido entre hace 200.000 y 100.000 años. Este linaje incluía
posiblemente el hipotético individuo conocido como 'la Eva mitocondrial',
la madre de todos nosotros. 3 Entre los descendientes actuales del linaje
están los khoisán del sudoeste de África, hablantes de los lenguajes click
que tan bien supo explotar la cantante Miriam Makeba. Los linajes LO y
Ll existen en frecuencias superiores a los demás linajes entre los cazadores-

246
Devenir h u manos

o o
o

80,000-60,000 B.P.

Figura 17. Movimientos de linajes humanos en África hace entre 80.000 y 60.000 años
(según Mellars 2006b).

recolectores actuales, que de este modo ofrecen una especie de ventana


desde la que es posible observar la historia primitiva del Romo sapiens.

Memorias de África

El linaje 13 tiene un interés especial, porque se expandió rápidamente en


tamaño hace entre 60.000 y 80.000 años, y parece haber sido la plataforma
de lanzamiento de la emigración desde África que acabaría poblando todo
el globo. De los dos linajes no africanos que son los descendientes de 13,
el linaje M se calcula que salió de África hace entre 53.000 y 69.000 años,
y el linaje N entre 50.000 y 64.000 años.4

247
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

¿Por qué L3 se expandió tan rápidamente y salió de África? Una su­


gerencia que se ha avanzado es que L3 obtuvo alguna ventaja cultural res­
pecto a los otros linajes, tal vez por medio de la invención de una tecnología
superior, y que esto les dotó de los medios para poder emigrar con éxito.
Paul Mellars sugiere que el éxodo africano fue precedido por varios
avances en la fabricación de herramientas, incluidas las tecnologías de
nuevos cuchillos de piedra, el uso de pieles de animales, los implementos
con mango y diversos ornamentos.5 Algunas de las mejoras en la fabri­
cación de herramientas pueden atribuirse al uso del fuego para aumentar
las propiedades del sílex para hacer lascas, que en la costa sur de África se
conocía ya hace aproximadamente 72.000 años. El uso del fuego para coci­
nar, y tal vez para calentarse y para protegerse, se remonta probablemente
a hace aproximadamente 800.000 años,7 pero su uso en el desarrollo tec­
nológico sugiere una mayor inventiva y una superior capacidad cognitiva.
En unas excavaciones en la cueva de Blombos en la costa del Cabo en
Sudáfrica, Christopher S. Henshilwood ha desenterrado unas barras de
ocre con dibujos abstractos tallados, y collares de conchas usados como
ornamentos personales. 8 Estos y otros artefactos de la cueva de Blombos
y otros yacimientos cercanos de Sudáfrica son en cierto modo parecidos a
artefactos europeos muy posteriores, y es posible que representen tec­
nologías exportadas por L3.9
De eso no se sigue necesariamente que los miembros de L3 fuesen bio­
lógicamente más avanzados que sus primos hermanos africanos, y es po­
sible que el éxodo lo determinase el cambio climático más que una supe­
rioridad técnica de L3 sobre los demás haplogrupos que permanecieron
en África. Durante la última edad de hielo, hubo una serie de rápidos cam­
bios climáticos conocidos como eventos de Heinrich. Uno de estos eventos,
el H9, parece haber tenido lugar en la época en que se produjo el éxodo y
se caracterizó por un descenso de la temperatura y una pérdida de vege­
tación, que hizo que grandes partes del norte, el este y el oeste de África
fuesen inhóspitas para la ocupación humana. Pudo también haber ido
acompañado por un descenso en el nivel de los océanos que creó un puen­
te de Tierra en el Levante. Así que abandonaron África, sin duda en busca
de unos prados más verdes.
El éxodo parece haberse producido por la costa del Mar Rojo, a través

248
Devenir modernos

del puente de tierra y luego rodeando las costas meridionales de Asia y el


sudeste de Asia, hasta llegar a Nueva Guinea y a Australia hace unos
45.000 años. Mellars constata similitudes en los artefactos a lo largo de la
ruta hasta puntos tan lejanos como la India, pero observa que la tecnología
parece haber declinado al este de la India, especialmente en Australia y
Nueva Guinea. Esto podría atribuirse, sugiere, a la falta de materiales ade­
cuados, a la necesaria adaptación a un entorno más costero que requería
unas tecnologías diferentes, y a una serie de fluctuaciones aleatorias (de­
riva cultural). Una semejanza notable, sin embargo, es la presencia de ocre
rojo tanto en África como en los primeros restos humanos encontrados en
Australia.11 El ocre lo utilizaban probablemente para pi,ntarse el cuerpo
con una finalidad ritual y tal vez para pintar otras superficies.12
Todavía no está del todo claro, sin embargo, de qué modo la disper­
sión llegó a Europa. Una posibilidad es que una dispersión independiente
saliese de África subiendo por el valle del Nilo, pero Mellars sugiere que
fue la única migración meridional la que finalmente se escindió, con un
brazo dirigiéndose a Nueva Guinea y Australia, y otro yendo hacia el norte
por Arabia o Irán para llegar a Europa y a Oriente Próximo hace 40.000 o
45.000 años.13
Se sugiere habitualmente que la racha relativamente súbita de manu­
factura y comportamiento simbólico de la Edad de Piedra media, y tal vez
también el éxodo desde África, señalaron la emergencia del lenguaje. En
el capítulo 2 vimos la idea de Chomsky según la cual el lenguaje apareció
gracias a una mutación fortuita en un solo individuo, al que Chomsky
llama Prometeo. Timothy Crow ha concedido a Prometeo el honor de ser
el iniciador de nuestra especie, con todas las características que nos dis­
tinguen de los otros homininos.14 Como vimos en el capítulo 4, otros han
sugerido que la mutación crítica que nos dio el lenguaje se produjo incluso
más tarde, tal vez en fecha tan reciente como hace 50.000 años, y esto a su
vez habría llevado al surgimiento de una tecnología sofisticada. John F.
Hoffecker escribe:

La habilidad tecnológica del humano moderno parece ser una parte


integral de un paquete más amplio de comportamiento ('moder­
nidad comportamental') que se desarrolló en el contexto de la Edad

249
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

de Piedra media africana hace más de 50.000 años. La tecnología hu­


mana moderna presenta muchas de las características, especialmente
la creatividad y la complejidad estructural, del arte, la música, el or­
namento y otras formas de simbolismo (incluido por implicación el
lenguaje sintáctico), que son elementos de la modernidad comporta­
mental. Los humanos modernos, al salir de África, se adaptaron
rápidamente a una serie más amplia de hábitats diseñados durante
la Edad de Piedra media tardía africana o creados en respuesta a las
condiciones locales.15

Pero ¿era eso rea;ltnente lenguaje? En el capítulo 4 sostuve que el lenguaje


evolucionó primero como un sistema de gestos manuales y que pasó gra­
dualmente mediante los gestos faciales al habla articulada. Según este
punto de vista, el propio lenguaje habría evolucionado mucho antes de la
emergencia del sapiens, un producto del Pleistoceno más que un producto
específico de nuestra propia especie. Puede ser significativo que los
lenguajes click estén asociados con los descendientes de LO y que sean
residuos del lenguaje prevocal. Los sonidos click o chasquidos consonán­
ticos se hacen enteramente en la boca, y algunos lenguajes tienen hasta 48
clicks.16 Los clicks, por tanto, pueden haber proporcionado suficiente varie­
dad como para acarrear una forma de lenguaje anterior a la incorporación
de la vocalización. Dos de los muchos grupos africanos actuales que hacen
un uso extenso de los sonidos click son los hadzabe y los san, separados
geográficamente unos 2.000 kilómetros, y la evidencia genética sugiere que
el antepasado común más reciente de estos grupos es de hace unos 100.000
años.17
Mi conjetura es que los gestos y tal vez los clicks dieron lugar a un
lenguaje más efectivo de sonidos en algún momento anterior al éxodo
desde África. En realidad, algunos de los fonemas que utilizamos nosotros,
los representados por letras como /k/, / p / y / t/ no son sonoras y puede
que sean vestigios de chasquidos consonánticos anteriores. La incorpo­
ración de la sonorización puede haber comportado una mutación del gen
FOXP2, pero como he explicado en el capítulo 4 no sabemos con certeza
cuándo se produjo exactamente la mutación más reciente, o si fue una mu­
tación realmente crítica para la evolución del habla. Alternativamente, el

250
Devenir modernos

cambio al habla vocal puede haber sido una invención cultural adoptada
debido a sus ventajas prácticas sobre las formas manuales de comuni­
cación.18 Y por supuesto, todavía gesticulamos cuando hablamos,19 y los
niños aprenden fácilmente lenguajes de signos en los que se impide el
habla.
Pero no tenemos que mover los brazos de un lado a otro para comu­
nicamos eficazmente, como demuestran la existencia de la radio y la
ubicuidad de los teléfonos móviles. La emergencia del habla, por consi­
guiente, puede haber liberado a las manos del uso obligatorio de gestos
manuales para comunicarse. Tal vez esta recién descubierta libertad
mejoró el transporte, de modo que la mano pudo utilizarse más fácilm:ente
para acarrear pertenencias en las migraciones desde África, o en buscar
regiones más acogedoras en África. Las manos también podrían haberse
liberado para un uso y una manufactura de instrumentos más eficaces. Al
mismo tiempo, el habla pudo haberse utilizado para explicar técnicas de
fabricación, como ilustran por ejemplo los programas de cocina que dan
por televisión. En resumen, mi sugerencia es que la emergencia de la mo­
dernidad y el florecimiento de la manufactura y de los otros aderezos de
los humanos modernos, se originaron no con el lenguaje sino con la emer­
gencia del habla.2º
El registro africano anterior al éxodo sugiere ciertamente los comien­
zos de la modernidad, aunque el desarrollo de la tecnología y de la com­
plejidad cultural parece relativamente escaso comparado con lo que iba a
llegar con el Paleolítico Superior o la Edad de Piedra tardía, que normal­
mente se sitúa en el período comprendido entre hace 40.000 y hace 12.000
años.

El Paleolítico Superior

Esta segunda oleada de innovación fue más pronunciada en Europa y en


el oeste de Asia y empezó aproximadamente cuando el Horno sapiens llegó
allí. El Paleolítico Superior representó 30.000 años de un cambio casi cons­
tante que culminó en un nivel de modernidad equivalente al de muchos
pueblos indígenas actuales. Entre los avances tecnológicos destacan la

251
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

elaboración de prendas de vestir, las embarcaciones, los refugios climati­


zados, los depósitos subterráneos refrigerados, el arco y las flechas. En una
región del sudoeste de Alemania se han encontrado unas elegantes flautas
de hueso y marfil de unos 40.000 años de antigüedad,21 que dan a entender
que ya se formaban grupos musicales por aquel entonces, si bien aún no
organizaban conciertos de rock. Fibras de lino de hace 30.000 años han
sido también encontradas en una cueva en Georgia, y fueron probable­
mente utilizadas para forrar la empuñadura de hachas y lanzas, y tal vez
para hacer tela, y la presencia de pelo sugiere también que lo utilizaban
como hilo para coser pieles de animales.22 Las personas que vivieron en
este período mezclaron compuestos químicos, construyeron hornos para
cocer cerámica y domesticaron a otras especies. Las herramientas de piedra
datan de hace más de dos millones de años, pero permanecieron sin ape­
nas cambios hasta el Paleolítico Superior, cuando se desarrollaron hasta
incluir herramientas de corte más sofisticadas, así como buriles e instru­
mentos para moler. También se fabricaron herramientas con otros mate­
riales, como hueso y Il_larfil, por ejemplo agujas, punzones, taladros y
anzuelos.23
La vanidad parece haberse desarrollado aún más durante el Paleo­
lítico Superior, pues la gente empezó a decorarse no solo con ocre, sino
también con ristras de cuentas, tatuajes y otras formas de ornamentación
personal. El arte se volvió más sofisticado, como demuestran las pinturas
rupestres de animales encontradas en varias regiones de Europa, especial­
mente en Francia y España. La más espectacular es la cueva de Chauvet
en el sudeste de Francia, con pinturas muy realistas de caballos, bisontes,
ciervos, rinocerontes y leones de las cavernas. Las estatuillas de hace más
de 30.000 años encontradas en Alemania representan la primera aparición
de la escultura. La más antigua de las conocidas es una representación se­
xualmente explícita de una mujer, tallada hace 35.000 años y recientemente
descubierta en una cueva en el sur de Alemania. Esta notable escultura
muestra unos rasgos sexuales exagerados, como unos pechos enormes,
una vulva grande y explícita y un vientre y unos muslos hinchados; la esta­
tuilla no tiene cabeza, y en su lugar hay un anillo grabado, lo que da a en­
tender que fue utilizada seguramente como colgante.24 Esta es una prueba
muy antigua, podríamos pensar con algo de cinismo, del cuerpo de la

252
Devenir modernos

Figura 18. Estatuilla femenina hallada en la cueva de Hohle Fels, en el sudoeste de Ale­
mania. (Reimpreso con permiso de Macmillan Publishers Ltd: Nature, Conard 2009.)

mujer tratado como un objeto sexual, pero un hueso tallado en forma de


falo erecto de aproximadamente la misma época, hallado en el sudoeste
de Francia, restablece en cierto modo el equilibrio. Paul Mellars escribe
que uno de sus estudiantes sugirió que este y otros objetos fálicos podrían
haber sido juguetes femeninos.25
Pero el hecho más dramático del Paleolítico Superior fue la extinción
de los neandertales, que vivían desde hacía tiempo en Europa y el oeste de
Asia antes de que el Horno sapiens, en forma de humanos de Cromagnon,
llegase hace unos 45.000 años. No sabemos si los cromagnon simplemente
se adaptaron mejor a la ecología de la región o si exterminaron a los nean­
dertales de una forma más directa, aunque el historial humano de guerras
y genocidios más bien sugiere lo peor. Es muy posible que los humanos
acabasen con los neandertales de la misma forma en que acabaron con co­
munidades enteras de su propia especie, como los aborígenes de Tasmania.
El genocidio ha sido una intensificación por desgracia muy frecuente del

253
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

conflicto intertribal. Darwin incluso sugirió que este tipo de conflicto ha


contribuido de forma notable a la evolución biológica:

La selección natural derivada de la competencia entre tribus [ . . ].

habría sido suficiente, dadas las condiciones apropiadas, para elevar


al hombre a su actual posición superior en la escala orgánica. 27

¡Hum!
Pero el Paleolítico superior no mejoró solo la capacidad de matar. Para
algunos, fue el Paleolítico Superior, y no la Edad de Piedra media, la que
marcó la transición a la modernidad, con sus aspectos tanto positivos como
negativos. Los desarrollos ocurridos en esta época han sido considerados
como una 'revolución humana,'28 una auténtica discontinuidad en la evolu­
ción de la humanidad. El antropólogo Richard G. Klein, por ejemplo, opina
que la disparidad entre los artefactos del Paleolítico Superior y anteriores
desarrollos en África, como los de la cueva de Blombos más arriba descritos,
son tantos que por fuerza tuvo que haberse producido alguna mutación
genética. 29 Solo en el Paleolítico Superior, opina Klein, emergimos como
auténticos humanos modernos, tanto biológica como culturalmente.
De nuevo, por tanto, estamos ante una apelación súbita y fortuita
como clave de la singularidad humana -una segunda llegada de Prometeo,
tal vez. Pero la aparente disparidad entre los desarrollos de la Edad de
Piedra media y los del Paleolítico Superior probablemente dependieron
más de la demografía que de un cambio genético. Un factor importante
puede haber sido el incremento geográficamente local en los tamaños de
las subpoblaciones, lo que habría intensificado la competición por los re­
cursos y habría impulsado una organización social más compleja. Hemos
visto más arriba que el haplogrupo L3 experimentó una expansión desde
hace 60.000 años a hace 80.000 años aproximadamente que incrementó la
complejidad tecnológica y cultural y dio lugar a la emigración desde
África. Las migraciones a nuevos territorios habrían incrementado por
ellas mismas la presión a favor de la invención de nuevas tecnologías, in­
cluidas las necesarias para adaptarse a los cambios climáticos y en la dis­
posición de recursos. La migración puede producir en sí misma un rápido
cambio en el tamaño de una población cuando los emigrantes se instalan

254
Devenir modernos

en un mismo territorio e intensifican aún más la presión a favor de la inno­


vación cultural. Se ha calculado que la densidad de la población humana
en Europa aumentó rápidamente desde la primera llegada de los Cromag­
non, y hace aproximadamente 45.000 años habría alcanzado la misma
densidad de población que la que tenía el África subsahariana hace aproxi­
madamente 100.000 años.30
No está del todo claro, sin embargo, por qué se produjo un vacío en
el surgimiento de rasgos 'modernos' entre hace 70.000 años en África y su
surgimiento hace 40.000 años en Europa. Tal vez las personas que estaban
efectivamente emigrando tuvieron menos oportunidades para innovar o
tal vez los artefactos que nos dejaron están más repartidos y son menos
fáciles de encontrar. Y la despoblación pudo tener un efecto inverso, ha­
ciendo que la gente llevase unas vidas más sencillas y tal vez incluso más
felices. La emigración de África, por consiguiente, podría haber reducido
el tamaño de la población, tanto entre los que se quedaron en África como
entre los grupos que se dispersaron por las costas del sudeste de Asia y
por Nueva Guinea y Australia, y por el norte por Europa. Pero las pobla­
ciones pudieron haberse acumulado en diferentes puntos, lo que explicaría
el surgimiento de nuevas tecnologías. Otro factor tiene que haber sido la
catastrófica erupción del volcán Toba en Sumatra hace unos 70.000 años,
que sumergió al mundo en lo que ha sido calificado de 'invierno volcánico'
o de 'mini edad de hielo', que duró varios miles de años y que probable­
mente redujo la población humana del mundo a unas 10.000 personas.31
Hemos de confiar que el actual calentamiento global del planeta no pro­
duzca un efecto similar -y por supuesto otra erupción calamitosa podría
tener lugar en cualquier momento.32
La condición humana, en cualquier caso, es de una extraordinaria
variabilidad tanto en el espacio como en el tiempo y está más gobernada
por la ecología que por la fisiología.

Más allá de la Edad de Piedra

Durante la edad de piedra, los humanos eran cazadores-recolectores. Em­


pezando probablemente hace 13.000 años, al final de la última edad de

255
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

hielo, la diversificación aumentó notablemente. La gente empezó a domes­


ticar animales y plantas silvestres. Una de las cunas de la domesticación
fue el Creciente Fértil, así llamado por la fertilidad de su suelo y su forma
de media luna. Corresponde básicamente a los actuales Irak, Siria, Líbano,
Israel, Kuwait, Jordania, sudeste de Turquía y sudoeste de Irán. Otras áreas
de la domesticación fueron China, Mesoamérica y lo que ahora es el sudes­
te de Estados Unidos, y cada una de estas regiones, a su vez, desarrolló
diferentes tecnologías agrícolas e industriales. Otras áreas del mundo,
como partes de África, Nueva Guinea y Australia siguieron con su existen­
cia de cazadores-recolectores. El libro de Jared Diamond Armas, gérmenes
y acero atribuye las grandes diferencias entre pueblos a las exigencias de
la historia y la geografía.
La diversidad es probablemente exacerbada, sin embargo, por la ten­
dencia de los grupos, o las tribus, a crear activamente particularidades. La
cohesión intragrupal se consigue en parte creando diferencias intergru­
pales que excluyan a outsiders y a gorrones. Los lenguajes, por ejemplo,
evolucionan hasta el punto de ser mutuamente inaccesibles, y en el capí­
tulo 4 he sugerido que una de las funciones del lenguaje, especialmente
en la forma del habla, es la de crear unas fortalezas sociales impenetrables.
Los víncúlos personales afectivos que se establecen dentro de estas forta­
lezas, y la separación de las fortalezas entre sí, crean aún más diversidad.
Las personas de diferentes lugares del mundo también desarrollan diferen­
tes hábitos y habilidades. La cultura es tanto un mecanismo para intensi­
ficar la .cohesión como un mecanismo para la divergencia intercultural
mantenida mediante instituciones como la religión, el lenguaje y las cos­
tumbres, ya se basen estas en la caza y la recolección, en la agricultura, la
industria o el comercio. O en el deporte. Uno de los retos de cambiar de
un país a otro que comparta con él incluso una herencia cultural reciente
es el de comprender y disfrutar de las obsesiones deportivas locales, ya
sea el hockey sobre hielo en Canadá, el béisbol en Estados Unidos o las
Reglas Australianas, que son una forma de fútbol, creo. Y no todas las na­
ciones, me dicen, comparten la obsesión de Nueva Zelanda por el rugby.
La diversidad cultural es especialmente evidente en tecnología, que
también proporciona unos magníficos ejemplos de la naturaleza recursiva
del empeño humano, con unos inventos maravillosos que van desde la

256
Devenir modernos

combustión interna a Internet, de los ferrocarriles a los cohetes, de los


lásers a los ordenadores portátiles, de los monóculos a los iPods. El econo­
mista W. Brian Arthur subraya que la invención tecnológica consiste en
ensamblajes y subensamblajes combinados de una forma recursiva. Esta
es su descripción de un turborreactor:

Un turborreactor tiene un ensamblaje principal que consiste en un


sistema de entrada de aire, un sistema compresor (para comprimir
el aire inducido para la combustión), un sistema de combustión
(para suministrar un flujo de gas de alta energía a la turbina), un sis­
tema de turbina (para hacer funcionar al compresor y proporcionar
fuerza reactiva) y una sección de escape. Cada uno de estos sistemas,
a su vez, es controlado, alimentado y monitorizado por otros sub­
sistemas: el sistema compresor requiere un sistema para accionar un
álabe (para ajustar los ángulos del álabe a la velocidad de circulación
del aire), y un sistema de antisustentación para controlar las pérdi­
das de presión (la tendencia del aire comprimido a volver hacia
atrás); el sistema de turbina requiere un sistema de refrigeración de
las paletas, y un complicado conjunto de mortajas y precintos para
prevenir las pérdidas de gas a alta presión.33

Y por supuesto, el turborreactor es solo una parte de un ensamblaje más


complejo: el propio avión a reacción.
Podríamos sentimos tentados a ver esta intrincada tecnología como
el mayor logro de la mente recursiva, que crea un conjunto ilimitado de
posibilidades mecánicas Es como si la mente se hubiese derramado sobre
la tierra para controlarla. En su naturaleza recombinatoriamente recursiva,
la tecnología es como el lenguaje, y de hecho, el propio lenguaje puede ser
considerado como una solución tecnológica al problema de la comuni­
cación. Pero, a diferencia del lenguaje, la tecnología no es universal. Algu­
nas culturas explotan la tecnología hasta el punto de sofocar la vida en el
planeta, y otras preservan tecnologías relativamente primitivas de la Edad
de Piedra. Y lo que es más importante, la tecnología no es tanto el logro
de una mente humana individual, sino el producto acumulativo de la cul­
tura durante muchas generaciones. El gran científico británico Sir Isaac

257
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Newton escribió: "Si he logrado ver más lejos que otros, ha sido porque
he subido a hombros de gigantes. "34 La mayoría de nosotros no tenemos
ni idea de cómo construir un jumbo o un televisor. Estas cosas han surgido
gracias a los avances de trinquete de la cultura.35 Nos hemos adaptado a
ellas, pero esto no es probablemente más sofisticado que la forma en que
los aborígenes australianos se adaptaron a las sutiles pistas que les per­
mitían localizar animales o encontrar e identificar plantas comestibles.
La diversidad no excluye el reconocimiento mutuo de la humanidad
subyacente. Daniel Everett, en el tiempo que pasó entre los piraha en Bra­
sil, conoció una cultura tan remota de la propia como era posible encontrar.
Su lenguaje, religión y modo de vida eran absolutamente diferentes de
cualquier cosa que hubiese experimentado previamente en Estados
Unidos, y sin embargo, finalmente aprendió su lenguaje, aunque no llegó
a adoptar su religión. También entabló amistades duraderas. Jared Dia­
mond, que es americano, estableció unos vínculos similares con nativos
de Nueva Guinea, donde trabajó durante un tiempo. Él mismo explica la
amistad que entabló con Yali, un político local. Aunque los colonialistas
blancos de Nueva Guinea consideraban a los nativos como unos seres
'primitivos', a Diamond le resultaba evidente que eran al menos tan inte­
ligentes como los europeos, y en Yali en particular Diamond reconoció a
un intelecto que él consideraba superior al suyo. Yali le hizo una pregunta
a Diamond: "¿Por qué vosotros, los blancos, habéis desarrollado tanta
carga y la habéis traído a Nueva Guinea, mientras que nosotros, las per­
sonas de raza negra, tenemos tan pocas cargas propias?"36
Las enormes diferencias existentes entre las personas de Nueva Gui­
nea y las de las sociedades modernas de Europa, América del Norte y
Australasia no pueden sino reforzar mi creencia en que la esencia de la
humanidad no está en las cosas que hacemos, sino en la forma en que pen­
samos. La comprensión recursiva que tenemos unos de otros, y nuestra
habilidad recursiva para contar historias, ya sean ficticias o autobiográfi­
cas, es lo que realmente nos distingue de otras especies y lo que nos alinea
con nuestros congéneres humanos, sea cual sea su raza o su cultura.

258
13

Pensamientos a modo de conclusión

Era un día frío y luminoso del mes de abril, y los relojes


marcaban las trece horas
George Orwell, 1 984

A
sí empezó Orwell su famosa novela. Trece es un número her­
mosamente armonioso. Es posible encajar doce esferas de igual
tamaño alrededor de una esfera central, lo que da trece esferas
en total, y ahora es el momento de volver a esta esfera central. Pero mi
mente recursiva piensa saber lo que el lector está probablemente pen­
sando: el capítulo 13 del libro de Darwin The Descent of Man trata de las
aves,1 y la treceava carta del Tarot es la Muerte.
Charles Darwin escribe:

La diferencia en cuanto a mente entre el hombre y los animales


superiores, por grande que sea, es de grado y no absoluta. Hemos
visto que los sentidos y las intuiciones, las distintas emociones y fa­
cultades, como el amor, la memoria, la atención, la curiosidad, la
imitación, la razón, etc. de las que hace gala el hombre, pueden en­
contrarse de una forma incipiente, y a veces de una forma bastante
desarrollada, en los animales inferiores. 2

En este libro he tratado de argumentar que la recursión es la clave de


esta diferencia por lo que respecta a la mente, y que es el elemento subya-

259
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

cente a características tan singularmente humanas como el lenguaje, la


teoría de la mente y el viaje mental temporal. No es tanto una nueva fa­
cultad, sin embargo, cuanto una extensión de otras facultades ya exis­
tentes. Los animales se comunican, pero en el curso de la evolución
humana se añadieron unos principios recursivos que nos permiten cons­
truir y entender un número ilimitado de posibles mensajes. Los animales
pueden tener cierta conciencia del estado mental de otros animales, pero
el principio recursivo amplía esto hasta el hecho de que uno puede saber
lo que otros saben que uno sabe, lo cual hace posible una mayor empatía
y cooperación. También introduce nuevas oportunidades para el engaño y
la explotación, lo que lleva a la teoría de la mente a unos niveles más pro­
fundos de recursión y a la intriga maquiavélica. Los animales tienen memo­
ria, pero nuestros antepasados introdujeron un principio recursivo que les
permitió insertar episodios del pasado en la conciencia presente y generar
episodios futuros potenciales. La generación de episodios llevó también a
la narración de historias y a la ficción. En este libro he sugerido que el prin­
cipio recursivo evolucionó en estas facetas de la vida social permitiendo a
nuestros antepasados establecer vínculos afectivos y compartir información
dentro de los grupos sociales, pero también haciéndoles competir y entre­
garse a una auténtica escalada de formas de conflicto entre grupos.
He sostenido que fueron las condiciones especiales del Pleistoceno las
que promovieron estas extensiones mentales de base recursiva. Nuestros
predecesores primates se habían adaptado a unos entornos boscosos y a
la relativa seguridad del dosel forestal. De hecho, todavía ostentamos al­
gunos de los atributos corporales de esta adaptación, como unos brazos
largos y unas manos capaces de aferrar, y una articulación del hombro que
nos permite girar agarrados de una barra horizontal -o de una rama. Ya
los más acaudalados les resulta más agradable poder vivir en los frondosos
barrios residenciales que en la jungla urbana. Los retos que la sabana
abierta y peligrosa planteaba a una especie que se había adaptado a un en­
torno boscoso forzó a nuestros antepasados homininos a entrar en un
'nicho cognitivo' dependiente del apoyo mutuo y de la comunicación, y
de la atención a la microestructura de la interacción y el comportamiento
humano.
Aunque la recursión fue fundamental para la evolución de la mente

260
Pensamientos a modo de conclusión

humana, sostuve en el capítulo 1 que no es un 'módulo', el nombre dado


a unas unidades concretas funcionales innatas, muchas de las cuales evolu­
cionaron, al parecer, durante el Pleistoceno. Tampoco dependió de una
mutación específica o de un tipo especial de neurona, o de la súbita apari­
ción de una nueva estructura cerebral. Más bien, la recursión probable­
mente evolucionó mediante incrementos graduales en la memoria a corto
plazo y en la capacidad para la organización jerárquica. Estas, a su vez,
dependieron probablemente del tamaño del cerebro, que aumentó de un
modo gradual, pero rápido, durante el Pleistoceno. Pero los cambios
graduales pueden llevar a un salto súbito más sustancial, como cuando el
agua hierve o un globo revienta. En matemáticas, estos cambios bruscos
reciben el nombre de catástrofes,3 por lo que seguramente podemos concluir
que la emergencia de la mente humana fue ciertamente catastrófica.
El salto a la recursión lo ilustra seguramente muy bien la capacidad
humana para contar. Muchos animales son capaces de contar, al menos en
el sentido de ser capaces de distinguir entre diferentes números de objetos,
o de poner etiquetas a diferentes números de objetos. Como ya he dicho
en el capítulo 3, el loro Alex, el difunto compañero de Irene Pepperberg,
sabía contar hasta seis utilizando las etiquetas sonoras del 'uno' al 'seis'
para enumerar diferentes objetos independientemente de sus identidades.
Pero los humanos, al menos en las sociedades alfabetizadas, pueden contar
hasta cualquier número utilizando los principios recursivos articulados en
el capítulo l . El hecho de añadir este principio produce lo que parece un
salto desproporcionado hacia adelante y puede verse como una revelación.
Una súbita comprensión, una experiencia tipo '¡Aha!', un fogonazo de ins­
piración, la visión fugaz de una posibilidad infinita: estos son los bloques
de construcción de la mente humana. Y sin embargo derivan de unos cam­
bios incrementales.
Se sugiere a veces que la tecnología es la clave de la evolución hu­
mana.4 Por supuesto, las maravillas de la tecnología moderna parecen ser
las marcas más características de la humanidad sobre el planeta. Ninguna
otra especie ha transformado hasta tal punto el entorno físico, casi hasta
la autodestrucción. La tecnología recursiva fue ciertamente fundamental
en la evolución de la modernidad, y por supuesto de la postmodernidad,
pero no es realmente un universal humano. Varía enormemente entre

261
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

diferentes pueblos del planeta -algunas culturas han conservado en gran


parte un estilo de vida de cazadores-recolectores, con unas tecnologías
relativamente poco desarrolladas, pero son, de todos modos, perfecta­
mente modernos por lo que respecta al lenguaje y a la inteligencia social.
Esto sugiere que la tecnología fue una aplicación relativamente tardía de
principios recursivos, y no de tipo obligatorio. El lenguaje, en cambio, es
un universal humano, y sospecho que la teoría de la mente y el viaje men­
tal temporal también lo son. 5
He argumentado en este libro que la extensión de los principios re­
cursivos a la manufactura y a la tecnología fue en gran parte posible me­
diante los cambios ocurridos en la forma de comunicarnos. El lenguaje
evolucionó inicialmente para que fuera posible compartir información
episódica y social, y al principio dependió de la mímica, porque se utiliza­
ban movimientos corporales para transmitir significado. Mediante la
convencionalización, la comunicación devino menos mimética y más abs­
tracta. Con el tiempo se retiró hacia la cara y finalmente hacia la boca,
cuando los miembros del género Horno conquistaron el control voluntario
de la sonorización y el tracto vocal, y la capacidad recursiva de crear signi­
ficados infinitos mediante la combinación de sonidos articulados. Esto fue
un ejercicio de miniaturización que liberó al resto del cuerpo, así como
principios recursivos, para la manipulación del entorno físico.
Fue esta liberación de recursos corporales, creo yo, lo que apuntaló
el desarrollo de la tecnología, la aplicación acumulativa de principios
recursivos a la construcción material. Aunque las combinaciones simples
de elementos estaban establecidas mucho antes de la emergencia del
Horno sapiens en forma de lanzas y hachas de mano multielemento, la tec­
nología auténticamente recursiva apareció mucho más tarde y fue mucho
más evidente en unas sociedades que en otras. De este modo, la tecnología
no fue la fuerza impulsora de la recursión, sino más bien un descubri­
miento tardío del poder de la recursión en la manufactura. Pero una vez
introducidos los principios recursivos en la invención tecnológica, su
poder fue inmenso. W. Brian Arthur calcula que las jerarquías en la tecno­
logía moderna pueden tener cinco o seis capas de profundidad6 -y en el
capítulo 8 cité la opinión de Robín Dunbar según la cual una profundidad
de unos cinco niveles es lo que se necesita para encontrar a Dios.7

262
Pensamientos a modo de conclusión

El cambio de la mano a la boca fue tal vez el primero de una serie de


cambios en el modo de comunicación que tuvo una influencia muy signi­
ficativa en los asuntos humanos. La posterior invención de la escritura
mejoró enormemente el almacenamiento, la acumulación y el uso conjunto
del conocimiento. Una biblioteca siempre contendrá mucha más informa­
ción de la que puede contener un cerebro humano. El lenguaje escrito tam­
bién llevó a las matemáticas, a formas de expresar relaciones complejas
que a su vez llevaron a unos cálculos más avanzados, y a más tecnología.
La invención del teléfono, la radio, la televisión e Internet son dispositivos
comunicativos con un impacto obvio en la creación de una sociedad global.
Google permite un acceso ilimitado al conocimiento con unos cuantos clics
del ratón, hasta el punto de que las bibliotecas -y probablemente la propia
mente humana- se ven amenazadas de redundancia.
Las complejidades del mundo moderno no son por supuesto el pro­
ducto de unas mentes individuales. Son, más bien, unos productos acu­
mulativos de la cultura. La mayoría de nosotros no tiene la menor idea de
cómo funciona realmente un turborreactor, un ordenador o simplemente
una bombilla. 8 Todos estamos encaramados a hombros de gigantes. La
combinación de principios recursivos y cultura acumulativa es efectiva­
mente muy poderosa. Así, el mero chismorreo ha evolucionado hasta
convertirse en una serie aparentemente ilimitada de culebrones, las herra­
mientas más sencillas se han convertido en tecnologías complejas, las
viviendas sencillas se han convertido en grandes ciudades, el tamborileo
rítmico en melodías, y el hecho de contar en matemáticas. El último teo­
rema de Fermat, basado en la conjetura que hizo este matemático en 1637
según la cual la ecuación xn + yn = zn no tiene solución entera para n > 2, no
se demostró hasta 1995. Andrew Wiles tardó varios años en elaborar la
demostración, que se basaba en varios desarrollos matematicos anteriores,
cada uno de los cuales era un auténtico laberinto de complejidad recursiva,
y Wiles incluso necesitó un par de artículos para presentar la demostración
completa.9
Y por supuesto, no todos construimos nuestras mentes de la misma
forma. Las personas pueden ser mecánicos, poetas, músicos, contables,
chamanes, abogados o autores lo suficientemente insensatos como para
tratar de explicar la mente humana. En la terminología de William D.

263
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Hamilton, 10 las personas-persona tienden hacia los aspectos más sociales


del pensamiento recursivo, y las personas-cosa hacia los aspectos mecáni­
cos. Pero los principios recursivos, una vez desencadenados, crean unas
posibilidades que trascienden las que una sola mente humana es capaz de
contener. Se dice a veces que utilizamos solamente un 10 por ciento de nues­
tros cerebros, una idea rotundamente desacreditada por el difunto Barry
L. Beyerstein.11 Y sin embargo también es cierto que son muchas las
proezas intelectuales que podríamos realizar si nos aplicásemos mental­
mente a ello, como quien dice. Me sabe mal no saber tocar el piano o es­
quiar, 12 aunque estoy seguro de que podría hacer ambas cosas si me
hubiese propuesto hacerlas a una edad más temprana. Pero supongo que
simplemente no hay tiempo suficiente, o falta la motivación, o tal vez la
capacidad cerebral, para que cualquier individuo desarrolle más de una
fracción de las posibilidades de que dispone desde que nace. En este sen­
tido, al menos, es más fácil entender a los humanos como generalistas que
como paquetes de módulos especializados. Y si yo hubiese aprendido a
esquiar, usted se habría ahorrado la lectura de este libro.

Coda

El alma máter de nuestra comprensión del lenguaje humano en la última


parte del siglo XX ha sido Noam Chomsky, que supo ver que la naturaleza
recursiva del lenguaje lo distinguía de otras formas de la comunicación
animal. Chomsky también comprendió que el lenguaje dependía del pen­
samiento recursivo, de lo que él llamó lenguaje-!. Pero, para Chomsky, el
lenguaje-! sigue siendo algo misterioso y poco comprendido, y estaba tan
profundamente enterrado en la mente, sin referencia al mundo exterior,
que no era posible que hubiese evolucionado por ·selección natural.
Sostenía, en cambio, que había surgido de golpe y que lo había hecho,
además, en un miembro de nuestra propia especie, el Hamo sapiens, proba­
blemente hace menos de 100.000 años.
Con este libro confío haber convencido al lector de que sabemos
muchas más cosas acerca de la naturaleza del pensamiento humano de las
que están incorporadas en el concepto del lenguaje-1. En este libro me he

264
Pensamientos a modo de conclusión

centrado básicamente en la imaginación humana -especialmente en forma


de viaje mental en el tiempo- y en la teoría de la mente. Estos procesos
utilizan principios recursivos y abren la mente humana a un número infi­
nito de posibilidades. No son procesos fundamentalmente lingüísticos,
como supuso Chomsky que lo eran los del lenguaje-!; fue más bien el
lenguaje el que se adaptó al pensamiento y no el que le dio forma. Final­
mente, y fundamentalmente, no hay motivos para suponer que la mente
recursiva evolucionase en un solo y milagroso paso, ni que haya estado
confinada a nuestra propia especie. Ha sido más bien la selección natural
la que la ha configurado, probablemente durante los últimos dos millones
de años.

265
Notas

CAPÍTULO 1
¿ Qué es la recursión ?

l. Para una discusión útil de este tema, véase Fitch (2010b) , que identifica tres
significados diferentes de la palabra "recursión."

2. Littlewood 1960, 40.

3. John Barth, Lost in the Funhouse (1969).

4. Esto es en realidad una parodia de un poema anterior del escritor del siglo
XVII Jonathan Swift:
Como dicen los naturalistas, una pulga
tiene pulgas más pequeñas que se alimentan de ella,
y estas a su vez tienen otras aún más pequeñas que las muerden,
y así ad infinitum.

Pero hablando de pulgas, mi poema breve favorito es el de Ogden Nash,


que pasa por ser el poema más breve jamás escrito:
Adam
Had 'em
[Adán las tenía]

5. Por si el lector no está muy al día, constato que utilizo el signo * en vez de
x para significar 'multiplicado por.'

6. Algunos lectores conocerán seguramente la serie de Fibonacci por haber


leído la novela de Dan Brown El código Da Vinci, en la que los primeros ocho
dígitos de la serie proporcionan el número de una importante cuenta ban­
caria.

267
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

7. Pinker y Jackendoff 2005, 203.

8. Fitch 2010a.

9. Pinker y Jackendoff 2005, 230.

10. Un ejemplo de ello es la afirmación según la cual los estorninos pueden ana­
lizar secuencias recursivas de sonidos (Gentner et al. 2006), lo que motivó
un reportaje en el New York Times del 2 de mayo de 2006 titulado: "Los es­
torninos podrían arrojar luz sobre el origen del lenguaje." En realidad hay
una explicación más sencilla de lo que son capaces de hacer los estorninos
en este sentido. Lo discutimos más a fondo en el capítulo 3.

11. Chomsky 1995.

12. La especie más adelantada en este sentido es probablemente un loro gris


africano, que es capaz de contar hasta seis (Pepperberg, 2000). Este tipo de
conteo se conoce como subitización (Kaufman et al. 1949), por oposición al
conteo iterativo/ recursivo que nos permite contar indefinidamente.

13. Chomsky (1988, 256) ha escrito que "el lenguaje humano tiene la propiedad
sumamente extraordinaria y posiblemente única de la infinitud discreta."

14. Esto es una incrustación recursiva de estados mentales en la medida en que


la anticipación de Sir Toby está incrustada en la previsión de Maria, y el jui­
cio de Olivia está incrustado en lo que Sir Toby anticipa, y así sucesiva­
mente.

15. Que, obviamente, puede encontrarse en la Red.


16. Saki, "The hounds of fate", 1936.

17. Hennessy 1995.

18. En algunos casos, los procesos iterativos pueden conseguir el mismo efecto
que los recursivos. Antes he mostrado que la recursión podía utilizarse para
generar series matemáticas infinitas, como la serie de los números naturales
o la sucesión de Fibonacci, pero las mismas series pueden generarse iterati­
vamente. Para generar los números naturales, por ejemplo, podemos sim­
plemente programar una instrucción como la siguiente:

Define function successor [while i > O: print i +1]

Al introducir el número l, se imprime la cadena de enteros hasta que la im­


presora se queda sin papel o hasta que alguien amablemente la apaga. Igual-

268
Notas

mente, la sucesión de Fibonacci puede generarse del siguiente modo:

Define function fibonacci [while i > 1: print {(i - 1) + (i -2)}]

Estas definiciones no son ellas mismas recursivas en la medida en que la


función no recurre a ella misma, pero pueden operar indefinidamente si
cada output es reintroducido en la función como nuevo input.

19. Un ejemplo familiar a los psicólogos es el análisis factorial. El problema es


estimar las denominadas comunalidades, que son los (desconocidos) ele­
mentos diagonales en una matriz de correlación. Se empieza conjeturando
cuáles podrían ser las comunalidades, se computa una solución factor, a
partir de la cual se computan nuevas comunalidades. Se repite luego el pro­
ceso hasta que las comunalidades se estabilizan. En cierta ocasión, como
castigo por faltar al laboratorio, fui obligado a calcular una solución a mano.
Tardé horas, pero eso fue antes de que hubiera ordenadores.

20. El enfoque debe mucho al libro de Jerry Fodor de 1983 The Modularity of
Mind, aunque el propio Fodor, en respuesta al libro de Pinker Cómofunciona
la mente, escribió otro titulado La mente no funciona así. Una parte de su ob­
jeción parece ser lo que califica de "la hipótesis de la modularidad masiva",
la idea de que la mente es absolutamente modular, y otra parte se debe a la
incorporación de los módulos a un punto de vista darwiniano de la evolu­
ción mental. Utilizo el término 'psicología evolucionaria' [evolutionary
psychology] para referirme al grupo de psicólogos que adoptó los principios
básicos establecidos por Barkow, Cosmides y Tooby en 1992. Otros psicólo­
gos, como yo mismo, estamos interesados en la evolución, pero no compar­
timos necesariamente todos los principios ideológicos de dicho grupo.

21 . Pinker 1997, 27.

22. La evolución humana durante el Pleistoceno se discute más a fondo en el


capítulo 11, aunque no específicamente desde la perspectiva de los psicólo­
gos evolucionistas.

23. Uno de los principales proponentes de esta idea fue William McDougall
(1908).

24. Bernard 1924.

25. Pinker 1997, 315.

26. Cosmides 1985.

269
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

27. New, Cosmides, y Tooby 2007.

28. Citado en Science, 318, 25 (2007).

29. Pinker 1997, 315.

30. Mithen 1996.

31. Premack 2007, 13.866.

32. Read 2008. No está claro si esta limitación se debe a la simple ausencia de
una capacidad o si los chimpancés carecen de la habilidad concreta para al­
macenar incrustaciones.

33. En todo el libro utilizo el término 'hominino' para referirme a los humanos
y a las especies bípedas ya extinguidas de nuestros ancestros, pero sin in­
cluir a los chimpancés y a otros grandes simios. Esto concuerda con el uso
más habitual (por ej., Wood & Collard 1999), aunque algunos autores con­
servan el término 'homínido' para los humanos y su ascendencia, y otros
incluyen a los grandes simios entre los homininos. ·

PRIMERA PARTE
Lenguaje

l. Christiansen & Kirby 2003, l .

CAPÍTULO 2
El lenguaje y la recursión

1. Müller 1873.

2. Butler 1919, b95.

3. Chomsky 1957.

4. Hauser, Chomsky y Fitch 2002.

5. Karlsson 2007. No he encontrado en su artículo ningún ejemplo de tres, o


tan siquiera dos, niveles de incrustación centrada.

270
Notas

6. La ribena es una bebida refrescante a base de grosella con una alta concen­
tración de vitamina C. Durante la Segunda Guerra Mundial se fomentó su
consumo debido a que las fuentes existentes de vitamina C eran escasas.

7. Una regla de reescritura puede interpretarse como: "sustituye la expresión


de la izquierda por la expresión de la derecha." Me dicen que las reglas de
reescritura son actualmente consideradas por los lingüistas como una forma
anticuada de poner de manifiesto la estructura de una oración, pero aquí
nos resultan útiles.

8. Chomsky 1975. Véase un resumen en Chomsky 2010, que también incluye


su punto de vista sobre la evolución del lenguaje.

9. Chomsky 2010, 59.

10. Crow 2010. Véase también la nota 4 del capítulo 4.

11. Noam Chomsky, citado en Piattelli-Palmarini 1980, 48.

12. La terminología de Chomsky ha cambiado -podríamos incluso decir que


ha evolucionado- con los años. En sus primeras obras contraponía la estruc­
tura superficial a la estructura profu.nda. La estructura profunda parece haber
sido sustituida por la gramática universal, y más recientemente por el len­
guaje-!. Huelga decir que tales cambios van acompañados de sutiles cambios
de significado.

13. Christiansen y Chater 2008.

14. La vida entre los piraha ha demostrado ser físicamente peligrosa y lingüís­
ticamente impenetrable para un occidental. Véase el libro de Everett Don't
Sleep, There are Snakes [No te duermas, que hay serpientes, 2008] .

15. Everett 2005.

16. Everett 2005, 629.


17. Everett 2005, 634.

18. Véase la crítica de Nevins, Pesetsky y Rodrigues (2007) y la respuesta de


Everett (2007). La cuestión puede depender de la forma como se defina la
recursión. Puede que el lenguaje piraha no tenga recursión en el sentido de
incrustación de frases, pero puede que la tenga en el sentido de la operación
Fusión chomskiana. En el .ejemplo de My saying /ohn intend-leaves, los sin­
tagmas My saying y intend-leaves pueden ser considerados productos de una

271
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

fusión, que a su vez se fusionan luego en una expresión que no es propia­


mente una oración por cuanto no contiene ningún verbo.

19. Karlsson 2007.

20. Evans 2003, 633.

21 . Véase especialmente Evans y Levinson 2009, y Evans 2009.

22. Estas cifras están sacadas de Evans 2009.

23. Pueden verse en acción estos mismos procesos en el inglés moderno, aun­
que sin duda están limitados por la influencia unificadora de los medios de
comunicación -radio, televisión, periódicos, Internet. Los jóvenes buscan
formas de expresarse que los distingan de sus mayores, las bandas desarro­
llan jergas especiales y los grupos raciales desarrollan formas de hablar que
no pueden atribuirse exclusivameftte al hecho de tener una lengua materna
diferente. El inglés afroamericano, por ejemplo� no puede atribuirse a un
lenguaje indígena africano. Las mujeres desarrollan formas de hablar que
se diferencian de la entonación más bronca del habla de los varones.

24. Evans 2009, 46.

25. Pinker y Bloom 1990, 715.

26. Tomasello 2003, 5.

27. Karlsson 2007.

28. Blatt 1957.

29. Chomsky 2010, 60.30

30. El término 'gramaticalización' se usa a menudo para referirse a procesos


que se dan en lenguajes que ya poseen una gramática. Esto implica un salto
desde el protolenguaje al lenguaje, que en mi opinión contiene vestigios de
la teoría del 'big-bang'. Un punto de vista alternativo, que prefiero, es que
el lenguaje -y la gramática- surgieron gradualmente, de modo que el con­
cepto mismo de protolenguaje carece de fundamento. En lenguajes de sig­
nos como el LSN [Lenguaje de Signos Nicaragüense] y el ABSL [Al-Sayyid
Bedouin Sign Language ], asistimos efectivamente a la emergencia de nue­
vos lenguajes. Para un punto de vista alternativo, véase Arbib 2009.

31 . Para una exposición más detallada, véase Hopper & Traugott 2003, y Heine
& Kuteva 2007.

272
Notas

32. Senghas, Kita & Ózyürek 2004.

33. Véase Kirby & Hurford 2002.

34. Stokoe, Casterlione & Croneberg 1965.

35. Aronoff et al. 2008.

36. Hockett 1960.

37. Hockett 1960, 90.

38. Aronoff 2007. Aronoff está orgulloso de autocalificarse de "antidescompo­


sicionalista", en el sentido de que se opone al punto de vista según el cual
las palabras pueden descomponerse en diversas partes. Las palabras pueden
efectivamente descomponerse en partes, pero Aronoff sostiene que esta no
es la forma en que la gente utiliza las palabras, o piensa en ellas. La cuestión
es compleja y en cierto modo técnica, y remito al lector al artículo de Aronoff
para una discusión más extensa. Curiosamente, Aronoff apela a la posición
'lexicalista' descrita por Chomsky (1970) como apoyo de su punto de vista.

39. Naturalmente, la realidad es algo más compleja que esto, ya que el inglés
ha evolucionado de muchas maneras y ha tomado muchos elementos pres­
tados. El sufijo -ed, por ejemplo, deriva del protogermánico.

40. Givón 1971, 413.

41 . Pinker 1994.

42. Esta frase la acuñó �arler (1991) para explicar la adquisición del canto de
las aves canoras, pero Locke y Bogin (2006) la usan para explicar la adqui­
sición humana del lenguaje.

43. Everett 2005, 622.

44. Christiansen & Chater 2008.

45. Hauser, Chomsky y Fitch 2002.

46. Véase Jackendoff 2002, 204.

CAPÍTULO 3
¿ Tienen lenguaje los animales?

l. Saki 1936, 122; publicado originariamente en la colección The Chronicles of

273
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Clovis en 1911 .

2. Jürgens 2002.

3. Provine 2000.

4. Goodall 1986, 125.

5. Arcadi, Robert y Boesch 1998.

6. Schaller 1963.

7. Slolcombe y Zuberbühler 2007.

8. Hopkins, Taglialatela y Leavens 2007.

9. Se considera comúnmente que los chimpancés son un buen modelo para el


ancestro común que compartimos con ellos. Como veremos en el capítulo
11, esta es una noción que ha ido cambiando. Los chimpancés han cambiado
probablemente tanto como nosotros los humanos desde el momento en que
nos separamos de ellos hace seis o siete millones de años.

10. Snowdon 2004, 132.

11. Aunque, de manera confusa, se ha dicho que los gorilas poseen la vocaliza­
ción más compleja y frecuente entre los grandes simios (Harcourt y Stewart
2007).

12. Curiosamente, hay una novela escita por el escritor neozelandés Nigel Cox,
ya fallecido, titulada Tarzán Presley, en la que Elvis es criado por unos gorilas
en un parque de Wairarapa, en Nueva Zelanda, antes de trasladarse a los
Estados Unidos y convertirse en un cantante y en una estrella del rock. Que
yo sepa, no hay gorilas fuera de los zoos en Nueva Zelanda, aunque es po­
sible que uno o dos de ellos se hayan escapado y hayan invadido algún
campo de rugby.

13. Aitken 1981; Sutton, Larson y Lindeman 1974.

14. MacLean y Newman 1988.

15. Hihara et al. 2003.

16. Roy y Arbib 2005.

17. Jarvis 2006.

18. Knight 1998.

274
Notas

19. Dawkins y Krebs 1978.

20. O quién sabe, ¡Dios nos ampare!, el sonido de un tapón de rosca al ser desen­
roscado, ya que los tapones de corcho parecen estar desapareciendo de las
botellas de vino de Australia (y de Nueva Zelanda). Creo que, en general,
eso no deja de ser un progreso, pues todavía no he oído a nadie quejándose
de que el vino de una botella de rosca esté picado.

21. Cheney y Seyfarth 1990.

22. Esto parece un poco difícil de cuadrar con la idea de Jarvis según la cual las
llamadas aprendidas tienen más probabilidades de atraer a los depredado­
res que las llamadas innatas.

23. En este caso fue la estrella de rock la que se llevó a la chica.

24. Mithen 2005. Yo no estoy muy convencido. Con muy pocas excepciones,
todas las personas saben hablar, pero son muy pocas las que saben cantar.

25. Deacon 1997, 225.

26. Tocando su propia trompeta, por así decir; véase http:/ / www.reuters.com/
news / video/ videoStory?videold= 1231 .

27. Kenneally 2007.

28. Pepperberg 2000.

29. Esto puede parecer un poco injusto. Sheldrake y Morgana (2003) han pro­
porcionado una explicación más detallada en una revista llamada fournal of
Scientific Exploration. El lector juzgará.

30. Los chimpancés y los bonobos comparten un antepasado común con los hu­
manos hasta hace seis o siete millones de años. Los chimpancés y los bono­
bos se dividen en especies separadas hace aproximadamente dos millones
de años.

31. Arcadi (2000), que en su análisis posiblemente pasa por alto los intercambios
vocales entre políticos.

32. Hayes 1952.

33. Ladygina-Kohts fue probablemente la auténtica pionera del estudio del len­
guaje en los chimpancés. Empezó su trabajo en Moscú en 1913 y lo prosiguió
después de la Revolución Rusa, publicando su obra principal en ruso en
1935. La traducción inglesa no apareció hasta 2002.

275
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

34. Esto parece contradecir la idea de que las vocalizaciones de los chimpancés
no pueden ser aprendidas. Pero en realidad los chimpancés emiten una va­
riedad de sonidos parecidos a los ladridos de un perro, incluidas ciertas for­
mas de jadeo, de modo que Ladygina-Kohts pudo haber confundido el
sonido natural de un chimpancé con una imitación.

35. Ladygina-Kohts 2002, 380.

36. La a menudo asombrosa inteligencia de los perros puede estar relacionada


con la larga historia de domesticación por los humanos.

37. Kaminsky, Call & Fischer 2004.

38. Savage-Rumbaugh, Shanker & Taylor 1998.

39. Lo observo también en mí mismo cuando estoy en Italia o en Francia, donde


mi nivel de comprensión no es muy malo, pero donde tengo que esforzarme
mucho para encontrar las palabras para hacer mi propia contribución a una
conversación.

40. Si uno repite la palabra rest sin hacer pausa entre repeticiones, acaba com­
probando que parece estar repitiendo la palabra stress. Puede incluso trans­
mutarse aún más y convertirse en repeticiones de la palabra ester.

41. Los niños, sin embargo, pueden aprender a segregar palabras a una edad
muy temprana. Hacia los doce meses de edad pueden distinguir palabras
funcionales (como a, the, that, etc.) de palabras con contenido (Shi, Werker
& Cutler 2006).

42. Sería interesante insertar estas tres palabras en una frase sin sentido para
comprobar cómo reaccionaría Kanzi.

43. Neidle et al. 2000.

44. En su novela The Thirteen-Gun Salute [Tre�e salvas de honor], Patrick O'Brian
supone que se trataba de un orangután.

45. Gardner & Gardner 1969.

46. Patterson 1978.

47. Eso de 'lugar-niño' parece un tanto enigmático, pero de hecho es la expre­


sión local para indicar el lugar del laboratorio donde se estudia a los niños.

48. Pinker 1994, 340.

276
Notas

49. Desde entonces Kanzi ha escrito un artículo junto con sus parientes Panba­
nisha y Nyota (Savage-Rumbaugh et al. 2007). El verdadero autor, sin em­
bargo, es Sue Savage-Rumbaugh.

50. Miles 1990.

51. Herman, Richards & Wolz 1984.

52. Pepperberg 1990.

53. Bickerton 1995.

54. Premack 1988.

55. Jackendoff 2002. La idea implícita en la noción de protolenguaje es que el


lenguaje surgió en un solo paso a partir de este punto, una idea consistente
con la llamada teoría "big-bang" de la evolución del lenguaje. La evidencia
relativa a la gramaticalización, discutida en el capítulo anterior, sugieren
que el lenguaje gramatical evolucionó gradualmente. En mi opinión, esto
proyecta dudas sobre la noción de protolenguaje.

56. Kohler 1925.

57. Sostener que los gestos comunicativos son una forma de resolución de pro­
blemas no equivale a negarles un papel en la evolución del lenguaje. La re­
solución de problemas puede haber efectivamente plantado las semillas
para la posterior emergencia de la sintaxis.

58. Tomasello 1999.

59. Povinelli 2001.

60. Whiten, Homer y De Waal 2005.

61. Tanner y Byme 1996.

62. Tomasello et al. 1997.

63. Pollick y De Waal 2007.

64. Por lo que respecta a los gorilas, véase Pika, Liebal y Tomasello 2003; para
los chimpancés, Liebal, Call y Tomasello 2004, y para los bonobos, Pika, Lie­
bal y Tomasello 2005. Véase también Arbib, Liebal y Pika 2008 para una dis­
cusión de estas cuestiones, especialmente en relación con el origen del
lenguaje.

65. Chomsky 1966, 78.

277
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

66. Hauser, Chomsky y Fitch 2002.

67. Esta terminología puede prestarse a confusión. A mi modo de ver, la FLN,


el lenguaje-[ y la gramática universal se refieren esencialmente a la misma cosa.
La distinción entre la FLB y la FLN me parece una forma bastante torpe de
decir que el lenguaje animal y el humano se solapan en algunos aspectos
pero no en otros.

68. Hauser, Chomsky y Fitch 2002, 1 .571.

69. ¿Por qué los estorninos? Probablemente los autores de este estudio se ins­
piraron en Enrique IV donde Shakespeare hace decir a Hotspur: "Sí, tendré
un estornino al que enseñaré a hablar y decir nada más que 'Mortimer', y
se lo daré para seguir alimentando su cólera."

70. Gentner et al. 2006. Este artículo fue publicado en la prestigiosa revista Na­
ture y pronto atrajo la atención de los medios de comunicación. El experi­
mento se basaba en un experimento anterior realizado por Fitch y Hauser
(2004) en el que unos tamarinos habían demostrado no ser capaces de dis­
criminar secuencias incrustadas. Los autores no decían que la prueba tu­
viese nada que ver con la recursión como tal, sino que comparaban la
habilidad de los animales para distinguir una gramática de estado finito
(pares repetidos) de una gramática con estructura de frase (pares incrusta­
dos), pero parecen aceptar que la gramática con estructura de frase podía
analizarse comparando series de elementos sucesivos. En mi opinión, esto
banaliza de algún modo su estudio, aunque destacan un aspecto técnico.

71 . Véase, por ejemplo, Thompson 1969.

72. He explicado esto de un modo más minucioso en Corballis 2007b. El artículo


original sobre los tamarinos se publicó en Science, y el artículo posterior
sobre los estorninos en Nature, pero ninguno de estos eminentes periódicos
aceptaría un comentario crítico. Yo considero la técnica utilizada por los au­
tores como un virus científico a erradicar. La misma técnica ha sido utilizada
por los investigadores que utilizan la obtención de imágenes del cerebro
para buscar en qué punto del mismo se encuentra el centro regulador del
análisis recursivo (Bahlmann, Gunter & Friederici 2006; Friederici et al.
2006), pero huelga decir que tales esfuerzos están destinados al fracaso, y el
intrépido autor de este libro se ha apresurado a denunciarlo (Corballis
2007a).

278
Notas

CAPÍTUL0 4
¿ Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca ?

l. Chomsky 2010, 58

2. Bickerton 1995, 69. Desde entonces ha modificado en cierto modo su punto


de vista, argumentando que las raíces de la sintaxis pueden remontarse al
origen del altruismo recíproco en los primates, pero al parecer sigue soste­
niendo que el leguaje en el género Homo fue esencialmente un protolen­
guaje, sin sintaxis, hasta la emergencia del Homo sapiens (Calvin y Bickerton
2000). Aún más recientemente, Bickerton (2010) esboza un escenario según
el cual el lenguaje evolucionó más gradualmente durante el Pleistoceno.

3. Klein 2008, 271. La naturaleza y las implicaciones del registro arqueológico


se discuten más a fondo en el capítulo 12.

4. Crow (2010) llega incluso a situar la base genética de la especiación humana


en un par de genes en particular, Protocadherin11XY, situados en regiones
homólogas de los cromosomas X e Y. Según esto, Prometeo fue realmente
un macho, dado que el hecho fundamental tuvo lugar en el cromosoma Y.
Crow sugiere que este hecho ocurrió hace menos de 200.000 o 150.000 años,
y que fue la base de la especiación humana.

5. Pinker y Bloom 1990, 708.

6. Pinker y Bloom 1990, 711 .

7. Plog (2002) muestra cómo la base neural de la vocalización en los humanos


es diferente de la de los primates no humanos.

8. Condillac 1971.

9. Condillac 1971, 172.

10. Condillac 1971, 174.


11. Condillac 1971, 175-6.
12. Darwin 1896, 87; el subrayado es mío.
13. Wundt 1990.
14. Critchley 1975, 221 .
15. Klima y Bellugiu 1979; Poizner, Klima y Bellugi 1987. Todavía hay quien se

279
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

resiste a admitir que los lenguajes de signos sean verdaderos lenguajes. En


una reciente conferencia en la que yo mismo presenté la teoría gestual un
prominente lingüista me dijo que los lenguajes de signos eran pura panto­
mima.

16. Dos libros recientes continúan la moda. Uno es el de Armstrong y Wilcox


publicado en 2007 The Gestural Origin of Language, y el otro, publicado el
2006, es el de Rizzolatti y Sinigaglia Mirrors in the Brain [Espejos en el cere­
bro], que se apoya en el descubrimiento de las neuronas espejo.

17. Ramachandran 2000.

18. Arbib y Rizzolatti 1997; Rizzolatti y Arbib 1998.

19. Binkofski y Buccino 2004.

20. Como nota al margen, por así decir, vale la pena mencionar aquí que en los
humanos el sistema está generalmente sesgado hacia la parte izquierda del
cerebro. El lector puede ver algunas especulaciones al respecto en Corballis
2004a.

21 . Rizzolatti, Fogassi y Gallese 2001.

22. Dick et al. 2001.

23. Arbib 2005; 2010. Grodzinsky (2006) ha exporesado reservas acerca del rol
que tienen las neuronas espejo en el lenguaje.

24. Liberman et al. 1967. Debemos decir, sin embargo, que la teoría motora de
la percepción del habla sigue siendo polémica a los 40 años de su introduc­
ción, lo mismo que el rol de las neuronas espejo -véase Hickok 2009 y Lotto,
Hickok y Holt 2009.

25. La percepción de fonemas como sonidos invariantes pese a la variación


acústica depende posiblemente de una región del sulco frontal inferior iz­
quierdo, un área no muy alejada del área de Broca (Myers et al. 2009).

26. Kohler et al. 2002.

27. Rizzolatti y Sinigaglia 2006.

28. Fadiga et al. 1995.

29. Aziz-Zadeh et al. 2006.

30. Xua et al. 2009.

280
Notas

31. Pettito et al. 2000.

32. Pietrandrea 2002.

33. Emmorey 2002. Aunque algunos signos son icónicos, quienes los utilizan
distinguen perfectamente el signo de la pantomima, y la afasia en el lenguaje
de signos no afecta a la pantomima (véase, por ejemplo, Marshall et al. 2004).
Los usuarios del lenguaje de signos no parecen distinguir que algunos sig­
nos son icónicos y otros no.

34. Pizzuto y Volterra 2000.

35. Burling 1999.

36. Saussure 1997.

37. Pinker 2007.

38. Shintel, Nusbaum y Okrent 2006. Shintel y Nusbaum 2007 también aportan
pruebas de que la gente responde con mayor rapidez a una fotografía si la
frase hablada que la describe concuerda con el movimiento descrito en la fo­
tografía. Relacionan mejor un objeto en movimiento, por ejemplo un caballo
al galope, con la frase, si esta es pronunciada rápidamente, y un objeto es­
tacionario con ella si es pronunciada de un modo relativamente lento.

39. Hockett 1978, 274-275.

40. Frishberg 1975.

41. En el Cratilo de Platón, Sócrates pregunta: "Supongamos que no ten�mos


voz ni lengua y que queremos comunicamos entre nosotros. ¿Acaso, como
los sordos y los mudos, no haríamos signos con las manos, la cabeza y el
resto del cuerpo?"

42. Zeshan 2002.

43. Evans 2009.

44. Pinker 2007.

45. Wood & Collard 1999.

46. Burling 2005, 123.

47. MacNeilage 2008. Es compatriota mío, pero estoy seguro de que puedo ha­
cerle recapacitar.

48. Rizzolatti et al. 1988.

281
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

49. Petrides, Caddoret & Mackey 2005.

50. Gentilucci et al. 2001. Es aconsejable mantener la boca cerrada cuando uno
trata de alcanzar un objeto grande como una piña.

51. Véase Gentilucci & Corballis 1996.

52. Bemardis et al. 2008.

53. McGurk & MacDonald 1976. En el momento de escribir este libro, y espero
que todavía, es posible experimentar el efecto McGurk en http: / /www.
youtube.com/ watch?v=aFPtc8BV dJk.

54. Calvert & Campbell 2003; Watkins, Strafella & Paus 2003.

55. El volumen editado por Sutton-Spence y Boyes-Braem (2001) explica con


detalle los sistemas utilizados en varios lenguajes europeos de signos.

56. Emmorey 2002.

57. Muir & Richardson 2005.

58. Studdert-Kennedy 1998.

59. Browman & Goldstein 1995.

60. Vargha-Khadem et al. 1995.

61 . Fisher et al. 1998; Lai et al. 2001.

62. Corballis 2004a.

63. Liégeois et al. 2003.

64. Haesler et al. 2007.

65. Groszer et al. 2008.

66. Enard et al. 2009. La enorme congregación de autores sugiere que el efecto
puede deberse a alteraciones en los circuitos que unen el córtex con los gan­
glios basales. Esto puede tener alguna relación con el modo en que la voca­
lización pasó a estar bajo el control cortical en los humanos.

67. Enard et al. 2002.

68. Ya difunto.

69. Krause et al. 2007.

70. Coop et al. 2008.

282
Notas

71 . Evans et al. 2006.

72. Algunos de ellos, evidentemente, eran pelirrojos y de cutis claro (Culotta


2007). Podemos pensar de eso lo que queramos. Evidencias recientes pro­
cedentes de la secuenciación del genoma neandertal sugieren que ancestros
de los no africanos probablemente se cruzaron con los neandertales, de
modo que seguramente se produjo un intercambio limitado de ADN. (Green
et al. 2010.)

73. Schroeder & Myers 2008.

74. Véase Fisher & Scharff 2009 para una reseña reciente.

75. P. Lieberman 1998; Lieberman, Crelin & Klatt 1972.

76. Noonan et al. 2006.

77. Véase, por ejemplo, Boe et al. (2002; 2007), que sostienen, contrariamente a
Lieberman, que el aparato vocal de los neandertales les habría permitido
efectivamente un habla articulada, aunque sus argumentos han sido cues­
tionados a su vez por De Boer & Fitch (2010). Boe et al. (2007) también su­
gieren que las posibles limitaciones a la articulación, tanto en niños
humanos como en neandertales, pueden haber sido debidas a un control
motor poco preciso de los articuladores más que a la forma del tracto vocal.

78. Tattersall 2002, 167. Véase también la nota anterior.

79. D. E. Lieberman 1998.

80. Lieberman, McBratney & Krovitz 2002.

81. Dicho de otro modo, nuestras frentes son más bien protuberantes.

82. Kay, Cartmill & Barlow 1998.

83. DeGutta, Gilbert & Tumer 1999.

84. MacLamon & Hewitt 2004.

85. P. Lieberman 2007, 39. Robert McCarthy, de la Florida Atlantic University,


ha simulado recientemente cómo habría sonado la sílaba / i/ articulada por
un neandertal basándose en la forma del tracto vocal. Esta simulación puede
encontrarse en http:/ /anthropology.net/ 2008 /04/16/reconstructying­
neandertal-vocalizations/, y compararse con el sonido producido por un
humano. Un observador ha descrito el intento neandertal como algo más
parecido al sonido emitido por una oveja o una cabra que al emitido por un

283
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

humano. Pero véase Boe et al. 2002 para una opinión contraria.

86. Konner 1982.

87. Kingsley 1965, 504.

88. Los elocuentes italianos, por ejemplo, gesticulan mucho más que nosotros,
los introvertidos neozelandeses.

89. Russell, Cerny y Strathopoulos 1998.

90. Evans 2009.

91. Un sistema todavía más parsimonioso es el silbo gomero, un lenguaje sil­


bado utilizado por los pastores de La Gomera, en las Islas Canarias, que
solo tiene dos vocales y cuatro consonantes. No es seguramente un ejemplo
justo, porque se trata esencialmente de una versión reducida del castellano
(Carreiras et al. 2005).

92. Everett 2005.

93. Salmond 1975, 50.

94. Depende de cómo se lleve a cabo el análisis (Evans 2009).

95. Decirlo al revés probablemente les ayudaría. [La palabra llareggub leída al
revés da buggerall, un término de argot americano, que podría traducirse
como 'pelmazo' o 'gilipollas'. (N. del T.)]

96. La idea comúnmente expresada de que los niños pueden discriminar fone­
mas de todos los idiomas del mundo ("Teoría Universal") ha sido cuestio­
nada por Nittrouer (2001) y defendida por Aslin, Werker y Morgan (2002).

97. Darwin 1896, 89.

98. Nos referimos a los programas en los que se enseña a cocinar comida, y no
otras cosas, aunque teniendo en cuenta el lenguaje explosivo que utilizan
algunos de los chefs más populares, a veces lo pongo en duda.

99. Corballis 2002.

100. McNeill 1992; Goldin-Meadow McNeill 1999.

101. Wittgenstein 2005.

284
Notas

SEGUNDA PARTE
El viaje mental en el tiempo

l. Hockett 1960.

CAPÍTULO 5
Reviviendo el pasado

l. Forster 1995, 133-134.

2. Bruce, Dolan & Phillips-Grant 2000.

3. La distinción entre memoria episódica y memoria semántica la desarrolló


el psicólogo canadiense Endel Tulving (1893; 2002).

4. Así es tal como lo recuerdo yo, por supuesto. Es posible que otros de la clase
no lo recuerden igual.

5. Véase, por ejemplo, Tulving et al. 1988.

6. Tulving 2002.

7. Burianova y Grady (2007) examinaron la activación cerebral, utilizando téc­


nicas de resonancia magnética funcional (fMRI), mientras los sujetos recu­
peraban recuerdos autobiográficos, episódicos y semánticos. Hubo mucho
solapamiento, lo que sugería que eran procesos comunes, pero cada tipo de
recuerdo provocaba también una activación única. La recuperación auto­
biográfica provocó una activación única en el lóbulo frontal medial, que está
probablemente asociado con la representación del yo. La recuperación epi­
sódica únicamente activó el lóbulo frontal medial derecho, y la recuperación
semántica el lóbulo temporal inferior derecho.

8. Wearing 2005.

9. La memoria a corto plazo, también conocida como memoria de trabajo,


mantiene información en la conciencia durante unos segundos, y es distinta
de los sistemas semántico y episódico que mantienen la memoria a largo
plazo.

10. Este caso lo describieron por vez primera Scoville y Milner (1957). Para una
descripción más reciente, véase Corkin 2002.

285
Michael C. Corballis/ La, mente recursiva

11. Esta teoría la desarrollaron Larry Squire y sus colegas (Squire 1992), aunque
también se han sugerido otros modelos de función hipocampal (por ej .,
Moscovitch et al. 2006).

12. Véase Tulving 2002.

13. Tulving 2001.

14. Hodges & Graham 2001.

15. Mitchell 2006.

16. Loftus & Loftus 1980.

17. Pero no necesariamente sobria.

18. Kundera 2002, 122-123.

19. Treffert & Christensen 2006.

20. Luria 1968, 22.

21. Parker, Cahill & McGaugh 2006.

22. Pinkewr 2007 basa esta estimación en el número de palabras que contiene
un diccionario no abreviado.

23. Loftus & Ketcham 1994, 39.

24. Roediger & McDermott 1995.

25. Burnham 1989.

26. Bernheim 1989, 164-165.

27. En ediciones posteriores del libro (por ej., la de 1994), Bass y Davis matiza­
ban su afirmación, indicando que los síntomas de angustia no tenían por
qué implicar abuso. La histeria sobre abusos sexuales ha remitido bastante
desde los años 1990, aunque sigue habiendo sin duda muchos individuos
inocentes cuyas vidas se echaron a perder debido a falsas acusaciones deri­
vadas de la falsa recuperación de supuestos recuerdos.

28. La cuestión acerca de si un recuerdo es falso o verdadero es un clásico en


una rama de la ciencia conocida como teoría de la detección de señales. El
recuerdo es a menudo una señal débil, y puede ser tan difícil saber si un re­
cuerdo es real o no como saber si un ruido oído en una casa lo ha hecho un
intruso o no, o como saber si un dolor en el pecho es una señal de un inmi-

286
Notas

nente ataque cardíaco. Cuando una señal es débil son dos los errores que se
pueden cometer: puede que no se detecte una señal que está realmente
presente, o que se detecte falsamente una señal que en realidad no está pre­
sente. Si aplicamos esta teoría a la cuestión del recuerdo de un abuso sexual,
podemos suponer que el abuso no tuvo lugar cuando en realidad sí lo hizo,
o podemos suponer que sí tuvo lugar cuando en realidad no lo hizo. Ambos
errores tienen un coste. El fallo en detectar un abuso realmente cometido
puede llevar a su autor a seguir cometiendo abusos, y una falsa detección
puede llevar al castigo de una persona inocente. Gran parte de la discusión
política en tomo a este tema se reduce a la cuestión de cuál de estos dos
errores es el más costoso. Muchas feministas parecen creer que es preferible
que algún inocente vaya a la cárcel antes que permitir que haya abusadores
que queden en libertad, mientras que el principio legal básico de que uno
es inocente hasta que se demuestre lo contrario protege a las personas ino­
centes a expensas de no poder detectar a los abusadores. El veredicto puede
decantarse hacia la primera opción debido al uso de terapias que llevan a
la implantación de falsos recuerdos.

29. Hood 2001 .

30. Pinker 1994.

31. La historia de Genie y de otros llamados niños salvajes se cuenta en Newton


2004.

32. Pavlov 1927. El tema del condicionamiento clásico es uno de los temas cen­
trales en la novela de Aldous Huxley Un mundo feliz.

33. En la terminología políticamente correcta de la moderna psicología experi­


mental, el término "participante" es preferible al término "sujeto". En este
caso particular, el término "sujeto" parece mucho más apropiado.

34. Watson & Rayner 1920.

35. Skinner 1957.

36. Skinner 1962. El título deriva de la obra Walden de Henry David Thoreau.

37. Era una palabra que había aprendido poco antes y cuyo sonido me gustaba,
aunque no sabía qué significaba realmente.

287
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

CAPÍTULO 6
Acerca del tiempo

l. Suddendorf & Corballis 1997; 2007.

2. Atance & O'Neill 2005. Suddendorf (2010) también sugiere la expresión


"previsión episódica".

3. Véase también Busby, Grant & Suddendorf 2009.

4. Atance & O'Neill 2005; Klein, Loftus & Kihlstrom 2002.

5. Ingvar 1979, 21 .

6. Schacter, Addis & Buckner 2007.

7. Addis, Wong & Schacter 2007; Okuda et al. 2003; Szpunar, Watson & Mc­
Dermott 2007.

8. Botzung, Denkova & Manning 2008; D'Argembeau et al. 2008; Hassabis, Ku­
maran & Maguire 2007.

9. La naturaleza constructiva de la memoria episódica la demostró clásica­


mente el psicólogo británico Sir Frederic C. Bartlett (1932).

10. Suddendorf & Corballis 1997; 2007.

11. Kohler 1925.

12. Véase, por ejemplo, Kamil & Balda 1985.

13. Esta inspirada expresión la propusieron Suddendorf y Busby (2003).

14. Clayton, Bussey & Dickinson 2003.

15. Dally, Emery & Clayton 2006.

16. Ferkin et al. 2008.

17. Roberts et al. 2008.

18. Bischoff 1978; Bischof-Kohler 1985; Suddendorf & Corballis 1997.

19. Correia, Dickinson & Clayton 2007.

20. Véase Suddendorf, Corballis & Collier-Baker 2009 para una crítica de este
punto y otros estudios que pretenden refutar la hipótesis de Bischof-Kohler.

288
Notas

21. McGrew 2010.

22. Hunt & Gray 2003.

23. Este es el consenso de Whiten y ocho coautores (1999). Véase también Whi­
ten, Homer & De Waal 2005.

24. Boesch & Boesch 1990

25. Mulcahy & Call 2006. Pero, curiosamente, en estado salvaje, los bonobos,
como los gorilas, muestran pocas evidencias de uso de herramientas.
(McGrew 2010).

26. Para una crítica de este punto de vista véase Suddendorf 2006.

27. A la hora en punto.

28. Se ha sugerido que el concepto lineal del tiempo no surgió hasta finales de
la Antigüedad, y que anteriormente el concepto que se tenía del tiempo era
cíclico (Butterfield 1981).

29. Everett 2005.

30. Pettit 2002.

31. Andrews & Stringer 1993.

32. Markus & Nurius 1986.

33. James 1910.

34. Markus & Nurius 1986, 954.

35. Neisser 2008, 88.

CAPITuLO 7
La gramática del tiempo

l. De una conversación con Freddy Gray citada en el número del 10 de abril


de 2010 de la revista The Spectator.

2. Pinker 2003, 27.

3. Sí, ya lo sé, también este libro es una especie de just-so story [historia hipo­
tética].

289
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

4. Hebb tenía un expediente universitario más bien mediocre, y su intención


inicial era convertirse en novelista.

5. Véase también Corballis & Suddendorf 2007.

6. Tulving 2002.

7. Pinker 2007. Como ya he dicho antes, esta estimación se basa en el número


de palabras que contiene un diccionario estándar.

8. Deacon 1997.

9. Liszkowski et al. 2009.

10. Lin 2006. Los marcadores de aspecto se distinguen formalmente de la infle­


xión verbal y están relacionados con el flujo temporal más que con la ubica­
ción en el tiempo. En inglés, por ejemplo, las frases "I talk" [Yo hablo] y "I'm
talking" [Yo estoy hablando] están ambas en presente, pero se distinguen
por su aspecto, representando la primera una actividad habitual y la se­
gunda una actividad progresiva o continua.

11. Ya va siendo hora de que escriba este maldito libro.

12. Reichenbach 1947.

13. Núñez & Sweetser 2006.

14. Chen 2007.

15. Everett 2005. Hay que decir que el análisis de Everett es polémico, como re­
sulta evidente en los comentarios a su artículo, pero él y su familia son los
únicos outsiders que conocen el lenguaje de los piraha, y están bien prepa­
rados para pronunciarse sobre sus características, al menos respecto a quie­
nes no hablan este idioma.

16. En algunos sentidos Everett no es totalmente consistente. Por ejemplo, ob­


serva que los piraha "temen a los malos espíritus" (2005, 623). A los ojos de
un occidental, los malos espíritus pueden verse como seres ficticios, aunque
para los piraha tal vez son vistos como una parte de la realidad cotidiana.
Everett constata una vez más que "los piraha repiten y enriquecen estas his­
torias" (633), pero lo importante es que son historias basadas en experiencias
de primera mano y que no son ficticias.

17. Everett 2005, 632.

18. Whorf 1956, 57-58.

290
Notas

19. Maloki 1983. Puede muy bien ser que Everett también subestimase la con­
ciencia del tiempo de los piraha.

20. Tienen la suerte de poder hacerlo.

21. Skinner 1957.

22. Westen 1997, 530. De todos modos, Skinner estaba interesado en el psicoa­
nálisis e incluso quiso ser psicoanalizado, pero ¡fue rechazado! (Overskeid
2007).

23. Este fue el tema principal de la famosa reseña que hizo Chomsky en 1959
del libro de Skinner, publicado en 1957, Verbal Behavior.

24. Frege 1980, 79. Para la mayor parte de lingüistas, sin embargo, las palabras
son solo una etapa en la jerarquía que va desde los fonemas y los morfemas
hasta las palabras. Pero como vimos en el capítulo 2, las palabras pueden
ser los auténticos primitivos en un sentido evolutivo, con la fonología y la
morfología emergiendo como resultado de la presión para crear distinciones
(Aronoff 2007).

25. Home Toopke 1857. Los objetos son representados por nombres y las accio­
nes por verbos. Pero técnicamente la distinción objeto/ acción no es idéntica
a la distinción nombre/verbo. Muchos nombres (como amor o coherencia) no
representan objetos, y muchos verbos (como enjoy [disfrutar] o wonder [pre­
guntarse]) no representan acciones. La idea según la cual las primeras pa­
labras fueron sustantivos y verbos se remonta a Platón.

26. Por si tiene intención de viajar próximamente, estos cuatro lenguajes son el
warao de Venezuela, el nadeb de Brasil, el wik ngathana del nordeste de
Australia y el tobati de Papúa Nueva Guinea.

27. Aronoff et al. 2008.

28. Una curiosa excepción es la última novela de C. P. Snow, A Coat of Varnish,


publicada en 1979 y en la que no llega a saberse quién es el asesino.

29. También puede suceder al revés. La película de 1994 Criaturas celestiales, di­
rigida por Peter Jackson, se basa en una historia verdadera, la de dos esco­
lares neozelandesas que asesinaron a la madre de una de ellas. Fueron por
supuesto atrapadas, y una de ellas es hoy una autora de novela negra inter­
nacionalmente conocida.

30. Tal vez tendríamos que incluir también a los quarks, leptones, bosones y a

291
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

las otras entidades postuladas por la moderna física teórica.

31. Wilson 2002, 64.

32. Boyd 2009.

33. Seguramente hay límites en esto. La ciencia depende del descubrimiento de


la verdad y confiamos en que es adaptativa. Este carácter adaptativo puede
echarse a perder por la creencia en la falsedad.

34. O eso creo, Dios me ayude.

35. Boyd 2009, 206.

CAPÍTULO 8
La lectura del pensamiento

l. Randi 1982. La James Randi Educational Foundation se fundó en 1996 para


proseguir el trabajo de Randi. Ofrece un importante premio en metálico a
cualquiera que pueda demostrar que tiene poderes paranormales. A fecha
de 10 de julio de 1007, el premio sigue vacante, y la cuantía del mismo as­
ciende ya a 1 .000.000 de dólares. Véase www.randi.org.

2. Marks & Kammann 1980.

3. Sheldrake 1999. Una vez más, el intrépido David Marks ha vuelto al ataque,
esta vez en la nueva edición del libro escrito en colaboración con Kamman
(Marks 2000). Me pregunto si Sheldrake lo habrá visto venir.

4. Darwin 1872, 357. Es una cita un poco larga, lo reconozco, pero la imagen de
Darwin haciendo muecas y tratando de parecer un salvaje era irresistible.

5. Piaget 1928.

6. Borke 1975. Yo diría, de todos modos, que las montañas tenían que ser ob­
jetos bastante familiares para un niño suizo.

7. Southgate, Senju & Csibra 2007. Los autores incluyeron una fase de familia­
rización para asegurarse de que los niños mirasen el lugar en el que el actor
buscaba la pelota cuando estaba realmente presente, así como otras variantes
para descartar otras posibilidades, como la de que los niños mirasen simple­
mente en el lugar en el que había estado más recientemente la pelota.

292
Notas

8. Supongo que viendo un desfile de moda uno podría poner en duda esta
afirmación, pero el hecho es que las jóvenes mujeres que pasan por la pasa­
rela no parecen estar muy bien equipadas para la reproducción.

9. Cosmides & Tooby 1992.

10. Trivers 1974.

11. Barkow, Cosmides & Tooby 1992.

12. Esta expresión la inspiró Franz B. M. de Waal, cuyo libro Chimpanzee Politics
[La política de los chimpancés], publicado en 1982, destacaba que algunas
de las estrategias sociales utilizadas por los chimpancés tenían un aspecto
maquiavélico. Se ha escrito mucho sobre si los chimpancés y otros primates
son realmente maquiavélicos y sobre si poseen lo que se ha calificado de
una 'teoría de la mente' -la capacidad de adoptar el punto de vista mental
de otros (por ej., Byme & Whiten 1990; Premack & Woodruff 1978; Tomase­
llo & Call 1997; Whiten & Byme 1988). Sea cual sea el caso respecto a otros
primates, parece que los humanos somos los mejores mintiendo, engañando
y estafando, mientras mantenemos externamente una imagen de respetabi­
lidad.

13. Dennett 1983.

14. Cargile 1970.

15. Dunbar 2004, 185.

16. Puede que la recursión de quinto orden sea necesaria para la creencia reli­
giosa, pero seguramente no es suficiente. Yo creo que soy capaz de mane­
jarme en este orden de recursión y no soy una persona religiosa. El caso es
que no puedo responder por Robin Dunbar.

17. Baron Cohen 1995.

18. Grandin 1996; Grandin & Barron 2005; Grandin & Scariano 1986. Grandin
sería clasificado ahora como un ejemplo del síndrome de Asperger, que es
una forma de autismo con las funciones intelectuales elevadas.

19. Sacks 1995.

20. Grandin & Johnson 2005.

21. Senju et al. 2009.

22. Crespi & Badcock 2008.

293
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

23. Realmente más conocido por su implicación en el movimiento antipsiquiá­


trico.

24. Hamilton 2005, 205.

25. Baron-Cohen 2002.

26. Véase Crespi & Badcock 2008 para un relato más detallado.

27. Véase Crespi & Badcock 2008, 248, para una lista más extensa. Estas aso­
ciaciones, sin embargo, no dejan de ser polémicas, ya que algunos psiquia­
tras consideran que la esquizofrenia y el autismo están relacionados, más
que constituir polos opuestos de un continuo. Ambos muestran unas pau­
tas muy similares de activación cerebral (Pinkham et al. 2008). Una posi­
bilidad es que los síntomas negativos de la esquizofrenia unan al autismo,
en uno de los extremos del espectro, con los síntomas positivos de la es­
quizofrenia en el otro extremo (Van Rijn, Swaab & Aleman 2008). Eviden­
cias recientes apuntan a influencias genéticas tanto en el autismo (en el
número del 29 de mayo de 2009 de la revista Nature se publicaron nada
menos que tres artículos sobre este tema) como en la esquizofrenia (por
ej., Esslinger et al. 2009), sin indicios de que la impronta desempeñe algún
papel en ello. Incluso teniendo en cuenta esto, Crespi y Badcock presentan
un interesante escenario cuyas implicaciones van más allá del autismo y
de la esquizofrenia.

28. Badcock & Crespi 2006.

29. Baron-Cohen 2009.

30. El lector se habrá dado cuenta de que la distinción entre personas-persona


y personas-cosa es probablemente algo simplista.

31. Maudsley 1873, 64.

32. Kéri 2009. El gen en cuestión es Neuregulin 1, y el genotipo particular es T /T.

33. Horrobin 2003. Véase Richmond 2003 para un punto de vista sobre David ·
Horrobin.

34. Farmelo 2009. En Bristol, UK, la fama de Dirac se vio eclipsada por la de su
compañero de escuela Archie Leach, más tarde conocido como Cary Grant.

35. Langford et al. 2006.

36. Wechkin, Masserman & Terris 1964.

294
Notas

37. De Waal 2008.

38. Véase Povinelli, Bering & Giambrone 2000 para un resumen del tema.

39. Tomasello, Hare & Agnetta 1999.

40. Povinelli & Bering 2002.

41. Hare et al. 2000. Los monos tití también eligen comida que un tití dominante
que les observa no puede ver (Burkart & Heschl 2007).

42. Hare, Call & Tomasello 2001.

43. Hare, Call & Tomasello 2006.

44. Hare & Tomasello 1999.

45. La inteligencia de los perros ha sido motivo de cierto debate. La aparente


habilidad de los perros domésticos para leer las intenciones humanas ha
sido atribuida a la cría selectiva y es posible que sea mucho más limitada
de lo que parece a primera vista. Se han criado razas de perros para que co­
laboren con las personas, pero no parece que colaboren con otros perros.
Para una útil discusión sobre este debate, véase Morell 2009.

46. Para una crítica detallada de los estudios de Hare y de otros estudios que
sostienen la existencia de una teoría de la mente en los córvidos, véase Penn,
Holyoak & Povinelli 2008.

47. Whiten & Byme 1988.

48. Leslie 1994; Tomasello & Rakoczy 2003.

49. Leslie (1994) se ha referido a estos niveles de atribución como ToMM-1


(Theory of Mind Module 1), que implica la atribución de un propósito y un
movimiento autogenerado, y como ToMM-2 (Theory of Mind Module-2),
que implica una teoría de la mente completa. Hauser y Carey (1998) obser­
van que "el desempate intelectual entre humanos y no humanos depende
probablemente del poder del ToMM-2".

50. Gallup 1998.

51. Véase Suddendorf & Collier-Baker 2009.

52. Penn, Holyoak & Povinelli 2008, 129.

53. Sin duda pensando, como quien dice, en el predominio que tuvo en su mo­
mento la empresa que fabricaba los automóviles Rolls-Royce.

295
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

CAPÍTULO 9
El lenguaje y la mente

l. Fodor 1975.

2. Pinker 2007, 90.

3. Para información del lector no inglés, el principal significado de la palabra


pissed es la de "cabreado", pero también se usa para referirse a una persona
ebria. Y por lo que respecta a los tritones, caso de que uno de ellos estuviese
en estado de embriaguez, sus congéneres tendrían más motivos que noso­
tros para decir "ese está más borracho que un humano".

4. El texto original dice textualmente: "A person commits an offence if he


hunts a wild mamal with a dog, unless his hunting is exempt." Esta ley ha
provocado una gran polémica respecto a cómo hay que interpretarla. Tal
como está redactada parece permitir la caza si quien la practica es una ca­
zadora, no un cazador.

5. Watson 1913, 158.

6. Griffin 2001, l.

7. Inoue & Matsuzawa 2007. Los chimpancés aprendieron primero a reconocer


los dígitos del 1 al 9 y a señalarlos en orden cuando estaban aleatoriamente
dispuestos en una consola. En una prueba de memoria se seleccionaban al
azar nueve dígitos y se colocaban aleatoriamente en la consola, de la que
eran luego borrados y reemplazados por un espacio en blanco. Un chim­
pancé llamado Ayumu obtenía un 80 por ciento de aciertos cuando la dura­
ción de los dígitos se reducía a una mera fracción de segundo, resultado
mucho mejor que el alcanzado por un grupo de estudiantes universitarios
que también hicieron el test.

8. Pinker 2007, 23.

9. Fauconnier 2003, 5409.

10. Grice 1989, 30-31 . Si usted no está acostumbrado a este tipo de argumen­
taciones filosóficas con Ps y Qs, esta podrían ser una interpretación: P =
"Hola, John, qué sorpresa. ¿Cómo estás?" y Q = "Este es mi amigo John
que seguramente acaba de regresar de Australia, donde había ido a visitar

296
Notas

a sus ancianos padres."

11. Sperber & Wilson 2002, 15.

12. Sperber & Wilson 1986.

13. El término 'minimalismo' se utiliza más a menudo con respecto a una es­
cuela musical en la que la pieza se reduce a sus elementos básicos.

14. Grice 1975.

15. Los déficits lingüísticos pueden identificarse en niños de solo dos años y se
ponen de manifiesto mediante una pobre imitación y comunicación gestual
(Luyster et al. 2008).

16. La ironía puede estar culturalmente determinada, pese a la afirmación de


Kierkegaard. Tom Suddendorf, que nació en Alemania, me dice que los ale­
manes no la necesitan, y que si la usaran, no la entenderían. Es posible que
estuviera siendo irónico.

17. Tal vez el único ejemplo de una doble afirmación que puede traducirse
como una negación. [Sí, sí.]

18. Dostoievski 2008.

19. Gibbs 2000.

20. Papp 2006. GCSE es el acrónimo de General Certificate of Secondary Edu­


cation, un título muy buscado por los muchachos de 12 a 14 años en Ingla­
terra, Gales e Irlanda del Norte (pero no en Escocia). Puede obtenerse en
diferentes materias, pero solo una vez.

21 . Happé 1995.

22. Como aficionado que soy a los crucigramas crípticos, a menudo necesito
adoptar la mentalidad algo autista del compilador. Uno normalmente
asume que las palabras tienen un significado claro, pero en los crucigramas
a menudo tienen otro. No se deje engañar por la palabra flower, que puede
ser sinónimo de river, ni por la palabra layer, que puede referirse a una ga­
llina ponedora.

23. Walenski et al. 2008

24. Hauser, Chomsky & Fitch 2002.

25. Tomasello 2008.

297
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

26. Cabe preguntarse, sin embargo, por qué saben señalar, ya que durante la
mayor parte de su existencia evolutiva no han tenido oportunidad de rela­
cionarse con humanos.

27. Tomasello 2008, 55.

28. Rivas 2005.

29. Greenfield & Savage-Rumbaugh 1990.

30. Yo estoy compartiendo esta información con usted, amigo lector, y no espero
ninguna recompensa. Pero no estaría mal que considerase usted comprar
el libro si todavía no lo ha hecho.

31 . No se dice si se trata de un niño o de una niña, pero yo doy por supuesto


que es una niña. Mi suposición se basa en el hecho de que yo tengo una
nieta. Y esta es una información que me gustaría compartir con usted. Nota
añadida en 2010: Ahora ya tengo tres nietas.
32. Pero ¿cómo lo sabía?
33. De Villiers (2009) proporciona una discusión útil sobre la emergencia con­
junta del lenguaje y la teoría de la mente, y de la interfaz entre ambos.

CAPÍTULO 10
La cuestión recurrente

l. De Pensées 1670.

2. Walsh et al. 2003.

3. Johnson 2000.

4. Australia es un gran bloque de tierra al oeste y algo más al norte que Nueva
Zelanda.

5. Sosis 2004.

6. Bloom (2004) no es el único en sugerir que el dualismo es innato. Véanse


también los libros de Shermer (Why People Relieve Weird Things ? 1997) y
Hood (Why We Relieve the Unbelievable 2009).

7. Dennett 1995.

298
Notas

8. Dobzhansky 1973, 125.

9. Véase el artículo "Shunning the E-word in Georgia" en Science, 303, 759


(2004).

10. Esto no significa que todas las religiones respalden esta idea. En un artículo
publicado el 18 de enero de 2005 en L 'Osservatore Romano, el periódico oficial
del Vaticano, Fiorenzo Facchini sostenía que el diseño inteligente pertenece
a los reinos de la filosofía y de la religión, pero no al de la ciencia. Facchini
escribe que "no es correcto, desde un punto de vista metodológico, apartarse
del campo de la ciencia y pretender al mismo tiempo que se está haciendo
ciencia." Durante muchos años el Vaticano ha tolerado la enseñanza de las
teorías evolucionistas, y en 1950 una encíclica papal permitió oficialmente
a los católicos discutir la teoría de la evolución de Darwin. Por otro lado, el
20 de diciembre de 2005, el juez federal John Jones III ordenó a todas las es­
cuelas de Denver, Pensilvania, eliminar las referencias al diseño inteligente
del currículo científico por considerar que no era una teoría científica.

11. Según la revista Time del 15 de agosto de 2005, p. 47.

12. Davis & Kenyon 2004, 99-100.

13. Me dicen que el ojo del pulpo está mejor diseñado, con el nervio óptico lo­
calizado en la parte posterior de la retina.

14. No todo el mundo cree esto, pero pocos de los que no están de acuerdo están
dispuestos a atribuir las obras a un mono. Los poemas tal vez, pero no las
obras de teatro.

15. Citado por Darwin 1896, 49

16. Citado en Marchant 1916, 241.

17. Gross 1993.

18. Una palabra que lo dice todo.

19. Y para los insectos, por supuesto. O para decirlo de otro modo: se aprove­
charon de la idea para levantar el vuelo.

20. Chomsky 1966.

299
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

CAPÍTULO 11
Devenir humanos

l. Hasta hace poco se utilizaba e l término homínido, pero los grandes simios
fueron invitados a unirse al dado de los homínidos cuando se descubrió lo
cerca que estaba su composición genética de la nuestra. Véase también la
nota 33 del capítulo 1 .

2. Es decir, si descontamos el desplazamiento con caballos, mulas, carros, bi­


cicletas, motos, coches, trenes, barcos, aviones y cohetes espaciales. Ah, y
nadando, supongo, pero ya me entienden.

3. Brunet et al. 2002.

4. Sibbley y Ahlquist 1984. Sin embargo, existen todavía algunas dudas y al­
gunas pruebas conflictivas acerca de la separación simio-hominino. Una
teoría reciente, basada en el análisis de la diversidad de diferencias en el ge­
noma, es que las líneas de los homininos y de los chimpancés se separaron
hace unos siete millones de años, pero luego se hibridizaron, separándose
de nuevo finalmente hace unos 6,3 millones de años (Patterson et al. 2006).

5. Galik et al. 2004.

6. Leakey 1979.

7. Thorpe, Holder y Crompton 2007.

8. Lovejoy et al. 2009.

9. Citado en Gibbons 2009, 39.

10. Estos desarrollos contribuyen a refutar la idea de que los chimpancés fraca­
saron de algún modo en su intento de avanzar junto con los humanos en su
camino desde el ancestro común de ambos hace unos seis millones de años,
y que por tanto son una especie de humanos fracasados. La evolución de
los chimpancés simplemente siguió un camino diferente.

11. Teleki 1973.

12. El bipedalismo es un auténtico incordio.

13. Anteriormente conocido como Ayer 's Rock.

14. En este punto estoy en deuda con la interesante discusión del capítulo 12

300
Notas

del libro de Michael Sims, publicado el año 2003, Adam 's Navel [El ombligo
de Adán].

15. Darwin 1872, 138.

16. Citado en Isaac 1992, 58.

17. En el momento de escribir este libro, sin embargo, parece que los jugadores
de críquet de Australia pueden perder de nuevo la "Ashes series" frente a
Inglaterra. Nota añadida posteriormente: la perdieron. Nota añadida aún más
tarde (2006/2007): la han vuelto a perder. Ahora (a finales de 2010) tiene toda
la pinta de que volverán a perderla.

18. Calvin 1983.

19. Kirschmann 1999.

20. En este juego no parece que lancen realmente la pelota, sino que parecen
golpearla como si la palma de la mano fuese una especie de pala. Pero el
hecho es que patean mucho la pelota, y ello requiere, igual que en el rugby,
una postura bípeda. Como neozelandés me siento tentado a pensar que la
presión para golpear bien una pelota de rugby fue un factor importante en
la evolución del bipedalismo, pero que yo sepa no hay pruebas de que hu­
biera campos de rugby hace seis millones de años, y en cualquier caso tuvi­
mos que esperar a que apareciesen los neandertales para poder organizar
una buena melé.

21. Los lanzadores en críquet, por alguna oscura razón, no están autorizados a
flexionar el codo, y lo compensan corriendo por la línea del campo, acumu­
lando de este modo energía cinética antes de soltar la pelota.

22. El lanzamiento en el críquet es de nuevo una excepción, ya que los buenos


lanzadores cogen velocidad antes de lanzar la pelota.

23. Marzke 1996.

24. Bronowski 1974, 115-6. Aristóteles atribuye al filósofo griego Anaxágoras el


punto de vista de que es gracias a las manos que los humanos son los ani­
males más inteligentes.

25. Young 2003.

26. Alemseged et al. 2006.

27. Westergaard et al. 2000.

301
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

28. Da rw i n 1896, 82.

20 . Toth et al. 1993.

30. Bingham 1999.

31. Shaw 1948, 195.

32. La votación a la que me refiero se celebró en mayo del 2009 en una reunión
de la ICS (Comisión Internacional de Estratigrafía) -véase Kerr 2009.

33. Wood & Collard 1999.

34. Berger et al. 2010; Dirks et al. 2010.

35. Se han identificado otros miembros del género, pero depende un poco de
dónde se traza la línea de demarcación. De momento, basta con este pe­
queño grupo de especies.

36. Foley 1984.

37. Bramble & Lieberman 2004.

38. Al parecer, Richard William Pearse, un granjero neozelandés, consiguió ele­


varse en una máquina más pesada que el aire el 31 de marzo de 1903, unos
nueve meses antes que los hermanos Wright. Las pruebas de este primer
vuelo, sin embargo, todavía están en el aire.

39. Darwin

40. Hrdy 2009.

41 . Otra posibilidad habría sido el vuelo, pero esto era para los pájaros.

42. Tooby & De Vore 1987. Un punto de vista alternativo es que la tercera vía
no llegó hasta que Tony Blair fue elegido primer ministro de Gran Bretaña.

43. Humphrey 1976.

44. Alexander 1990, 4.

45. Wrangham 2009.

46. Goren-Inbar et al. 2004.

47. O eso dicen. Tal vez esto se aplica especialmente a los mamíferos, ya que
los cocodrilos tienen un cerebro muy pequeño, y lo mismo puede decirse
de los dinosaurios.

302
Notas

48. Son bípedos, vuelan, aprenden secuencias vocales complejas, construyen


herramientas y, como vimos en el capítulo 6, se ha dicho que son capaces
de viajar mentalmente en el tiempo.

49. Jerison 1973. La fórmula es: EQ = (peso del cerebro) / 0,12 x peso corporal66).
Es una fórmula calibrada de modo que el EQ medio de un mamífero sea de
1,0, y el exponente de 0,66 compensa la tendencia que tiene el tamaño cere­
bral a aumentar a un ritmo más lento que el peso corporal.

50. Cada coma decimal cuenta, al parecer.

51. Dunbar 1993.

52. Sus restos fueron descubiertos en 1976 por Donald Johanson y colaborado­
res en Etiopía, y el nombre que le pusieron lo inspiró la canción de los Bea­
tles "Lucy in the Sky with Diamonds". No sabemos si Lucy consumió
alguna vez LSD. Véase Johanson & Edey 1981.

53. Estas cifras están sacadas de Martin 1992.

54. Noonan et al. 2006.

55. Evans et al. 2004.

56. Mekel-Bobrov et al. 2005.

57. Evans et al. 2006.

58. Véase Dorus et al. 2004.

59. Por si al lector le interesa, la enzima se llama ácido N-acetilneuramínico


(Neu5Ac) hidroxilasa (CMAH). La mutación desactivadora de este gen ha
tenido como resultado la ausencia en los humanos del ácido siálico N-gli­
colilneuramínico (Neu5Ge). Esto se describe en Chou et al. (2002).

60. Stedman et al. 2004.

61. Currie 2004.

62. Me duele constatar que actualmente existen dudas acerca del papel de
MYH16 en el aumento del tamaño cerebral; véase McCollom et al. 2006.
63. Pinker 1994.

64. En realidad no creo que sea una buena idea eliminar los impuestos, ya que
me han ayudado mucho en mi carrera académica.

65. Deacon 1997.

303
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

66. Semendeferi, Damasio y Frank (1997) han puesto de manifiesto que el ratio
de los lóbulos frontales respecto al resto del cerebro es constante en los si­
mios y en los humanos, mientras que Uylings (1990) sugiere que el ratio ha
cambiado poco de los simios a los humanos. Deacon (1997, 476) critica estos
estudios, en parte sobre la base de que no miden el córtex prefrontal inde­
pendientemente de las áreas motora y premotora. Un estudio más reciente
sugiere que el volumen de materia blanca en el córtex prefrontal es despro­
porcionadamente grande en los humanos respecto a otros primates, pero el
de materia gris no lo es (Schoenemann, Sheeban y Glotzer 2005). Tal vez lo
importante es la materia blanca.

67. Flinn, Geary y Ward 2005.

68. Según el diagnóstico de Darwin, claro.

69. Locke & Bogin 2006.

70. Locke & Bogin 2006, 262.

71 . Busby Grant & Suddendorf 2009.

72. Esto no significa que los humanos no emigren estacionalmente. Los cana­
dienses acaudalados emigran a Florida o a Hawái en invierno, y los neoze­
landeses se van a Queensland, Australia.

73. Anton 2002. Una deliciosa excepción es el hominino-hobbit conocido como


la Dama de Flora -o de un modo más formal como Horno floresiensis- cuyo
esqueleto fue descubierto en la isla de Flora en el sudeste de Asia (Brown et
al. 2004). Parece tener solo unos 18.000 años de antigüedad, que es de lejos
la fecha más reciente de un hominino no perteneciente a nuestra propia es­
pecie, Horno sapiens. Adulto, no sobrepasaba el metro de altura, con un vo­
lumen cerebral de tan solo 380 ce, un tamaño más bien pequeño comparado
con el de un chimpancé moderno. Su cociente de encefalización estaba sin
embargo dentro de unos márgenes (2,5-4,6) comparables con los del Horno
erectus (entre 3,3 y 4,5). El consenso actual parece ser que la dama pertenecía
realmente a la especie Horno erectus (Falk et al. 2005), pero que se había visto
sometida a lo que se conoce como "enanismo insular", debido a un largo
aislamiento y a la escasez de recursos. Como neozelandés me preocupa que
pueda ocurrir algo parecido en nuestra propia isla y que ello afecte a nuestro
equipo nacional de rugby; la verdad es que ya se han detectado hobbits en
algunas zonas.

304
Notas

74. Dennell & Roebroeks 2005.

75. Bogart & Pruetz 2008.

76. Pruetz & Bertolani 2007.

77. Boesch, Head y Robbins 2009. Estas herramientas son: mazas, ampliadores,
colectores, perforadores y torundas, y recuerdan algunos de los instrumen­
tos que utilizan modernamente los cirujanos.

78. Carvalho et al. 2009.

79. Sousa, Biro y Matsuzawa 2009.

80. Beck 1980, 218.

81. Semaw et al. 1997.

82. Chazan et al. 2008.

83. Hunt 2000. Estas aves también dan forma a las ramas para usarlas como
ganchos (Weir, Campbell y Kacelnik 2002).

84. Walter et al. 2000.

85. Hoffecker 2007.

86. Noonan et al. 2006.

87. Nadie parece haber sugerido que eran los caballos los que elaboraban las
lanzas.

88. Thieme 1997.

CAPÍTULO 12
Devenir modernos

l. Como decíamos en la nota 72 del capítulo 4, s e ha hecho bastante evidente


que el Horno sapiens se cruzó con los neandertales algún tiempo después de
la migración desde África, pero antes de la separación de las poblaciones
asiática y europea -hace entre 50.000 y 80.000 años. El flujo genético entre
los neandertales y los H. sapiens no africanos se estima que es de entre un 1
y un 4 por ciento (Green et al. 2010).

305
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

2. Atkinson, Gray y Drummond 2009. Se han identificado otros cuatro haplo­


tipos, pero son más raros.

3. Cann, Stoneking y Wilson 1987. El hecho de que sea posible rastrear el ADN
mitocondrial hasta una mujer concreta no significa que esta Eva Mitocon­
drial fuese la única mujer viva en su época.

4. Atkinson, Gray y Drummond 2008.

5. Mellars 2006a.

6. Brown et al. 2009. Estos autores sugieren que el uso tecnológico del fuego
en Pinnacle Point, en Sudáfrica, puede que se remonte hasta 164.000 años
atrás.

7. Goren-Inbar et al. 2004.

8. Henshilwood et al. 2002.

9. Mellars 2006b.

10. Carto et al. 2009.

11. Bowler et al. 2003.

12. Marean et al. 2007.

13. Mellars 2006a.

14. Crow 2010; véase la nota 10 del capítulo 4.

15. Hoffecker 2005, 195; el subrayado es mío.

16. Crystal 1997.

17. Knight et al. 2003.

18. Yo sugería esto en mi libro del año 2002 De la mano a la boca, pero esto era
antes de que tuviese conocimiento de la existencia del gen FOXP2.

19. Especialmente los italianos.

20. Corballis 2004b.

21 . Conard, Malina & Münzel 2009.

22. Kvavadze et al. 2009.

23. Hoffecker 2005.

24. Conard 2009.

306
Notas

25. Mellars 2009, 177. No dice cuál era el sexo del o la estudiante.

26. Mellars 2005.

27. Darwin 1896, 64.

28. Mellars & Stringer 1989.

29. Klein 2008. Una vez más, por supuesto, es un candidato a esta mutación el
gen FOXP2. Como vimos en el capítulo 4, una estimación reciente sitúa esta
mutación en un momento más próximo a hace 50.000 años que a 100.000
años (Coop et al. 2008). De todos modos, esto sigue siendo discutible, espe­
cialmente después de la aparición de evidencias que apuntan que la muta­
ción pudo estar ya presente en el antepasado común de los humanos y los
neandertales (Krause et al. 2007).

30. Powell, Shennan y Thomas 2009. La fecha estimada de hace 45.000 años co­
loca esta fecha en un momento muy temprano de la fecha estimada de la
emigración hacia Europa, pero todavía hay incertidumbres en la datación
de estos acontecimientos.

31 . Ambrose 1998.

32. Las islas de Nueva Zelanda son calificadas a veces de "las islas tembloro­
sas", especialmente en Australia, y una erupción que se produjo en el lago
Taupo el año 280 de nuestra era hizo que el cielo se tiñera de rojo en lugares
tan lejanos como Rusia y China. Se dice que el volcán cuya primera erup­
ción, ocurrida hace unos 26.500 años, creó el lago Taupo, ha sufrido otras
28 erupciones y que podría estallar de nuevo en cualquier momento.

33. Arthur 2007, 277.

34. Carta a Robert Hooke del 15 de febrero de 1676.

35. Aunque la variación cultural está actualmente bien documentada en los


chimpancés, Whiten et al. (2009) sugiere que, a diferencia de la cultura hu­
mana, la de los chimpancés no es acumulativa. La naturaleza de trinquete
de la cultura humana nos permite acumular los logros de generaciones an­
teriores. Este es probablemente otro ejemplo de recursión en el que el de­
sarrollo cultural pasado se incrusta en la cultura actual.

36. Diamond 1997, 14. Por 'carga' podemos entender 'basura', cosas absoluta­
mente innecesarias.

307
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

CAPÍTULO 13
Pensamientos a modo de conclusión

l. E l capítulo 13 lleva e l título d e "Caracteres sexuales secundarios d e las


aves." [N. del T.: El autor hace un juego de palabras intraducible cuando
dice que el capítulo 13 del libro de Darwin "is for the birds"; en inglés, la
expresión "for the birds" o "strictly for the birds" hace referencia a algo in­
significante, inútil, que no vale para nada.]

2. Darwin 1896, 126. Es interesante que este pasaje arranque con una referencia
a los animales superiores y termine con otra a los inferiores.

3. Arnold 1992.

4. Por ej., Ambrose 2001.

5. Puede haber, sin embargo, variación cultural. Los piraha, discutidos en los
capítulos 6 y 7, parecen tener un lenguaje y una conciencia del tiempo rela­
tivamente reducidos, pero puede que lo compensen de otras formas. Es in­
cuestionable, además, que todos los humanos poseen una capacidad de
expresión ilimitada, pero las culturas varían en la forma de explotar dicha
capacidad.

6. Arthur 2007.

7. Dunbar 2004.

8. Yo, personalmente, apenas sé cómo se enrosca una bombilla.

9. Wiles 1995; Taylor & Wiles 1995. Quede en pie la remota posibilidad de que
Fermat hubiese encontrado una prueba mucho más simple.

10. Hamilton 2005.

11. Beyerstein 1999.

12. Mi madre lo intentó. Me llevó a esquiar a los 16 años (mis 16 años, no los
suyos), pero las condiciones eran algo precarias y tras esforzarme mucho
para subir unos metros por la montaña, se me escapó uno de los esquís, que
fue cayendo hasta llegar al punto en el que habíamos iniciado el ascenso.
Supongo que si hubiera perseverado con el esquí restante podría haber in­
ventado el snowboard.

308
Referencias

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imagining the future; Common and distinct neural substrates during event
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337
Indice

ABSL (Lenguaje de Signos Al-Sayyid) arrendajo 128-30


49, 151 Arthur, W. Brian 256-7, 262
abuso sexual 117-8 ASL (Lenguaje de Signos Americano)
actitud biológica 178 48, 67, 79, 85, 87, 147, 151
actitud intencional 164-5, 190 Austen, Jane Orgullo y prejuicio 192
ADN mitocondrial 245 australopitecinos 217
adolescencia 238 Australopithecus afarensis 217, 224, 234
ajedrez 23-4 Australopithecus sediba 227
Alexander, Richard D. 229 autismo 166, 172, 191, 193
amnesia 107-9 autoconciencia en los animales 178-9
animales, los: y el autismo 166-8; y el aves, las: migratorias 186; y el engaño
lenguaje 186; y el viaje mental en el táctico 176-8; y el uso de herramien­
tiempo 186; y la autoconciencia 178- tas 131-2; y la enseñanza vocal 58-
9; y la comprensión del habla hu­ 61; y la memoria 186; y la memoria
mana 64-6; y la recursión 72-4, y la www 128-30; y la recursión 72, 74.
repetición 25; y la teoría de la mente Véase también
173-8, 186. Véase también los nombres nombres de especies
de las especies. aymara 147
Apolonio 19 Ayurveda 137
aprendizaje vocal 58-9
araña 25 Baldwin, James Arthur 103
Arbib, Michael 80-2 ballena 232
Ardipithecus ramidus 217-8, 220 ballenas asesinas (orcas) 58
área de Broca 80, 81, 92 Barkow, Jerome The Adaptive Mind
área de Brodman 64, 80 (con Cosmides y Tooby) 27
área de Wernicke 82 Baron-Cohen, Simon 166, 169, 171
Aristóteles 45 Barth, John: Autobiography: A Self­
Armstrong, David F. Gesture and the recorded Fiction 3; cuento-marco 16
Nature of Language (con Stokoe y Bass, Ellen The Courage to Heal (con
Wilcox) 79 Davis) 118
Aronoff, Mark 48-9 Beck, Benjamin B. 242

339
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Beckett, Samuel What is the word? 191 tiva del 25


Bellugi, Ursula 79 capacidad mental y lenguaje 198
Bernheim, Hippolyte 117 carrera armamentista 225
Beyerstein, Barry L. 263 carrera armamentista cognitiva 164
bibliotecas 262 caástrofes 260
Bickerton, Derek 69, 76 caza del zorro 184
Bierce, Ambrose 33 ceguera mental 166
Bingham, Paul 225 cerebro humano, área de Broca 80, 81,
Bininj Gun-Wok 44 92; área de Brodman 64, 80; área de
bipedalismo 83, 217-27; aspectos nega­ Wernicke 82; córtex motor 82; cór­
tivos del 221; ayudado con las tex prefrontal 236; desarrollo del
manos 218; facultativo vs obligato­ 232-6; evolución del 171; hipo­
rio 217; y el lenguaje 227 campo 107-8, 110, 208-9; hipocampo
Blombos Cave 248, 253 menor 208-9; módulo de deteccón
Bloom, Paul 45, 76; Descartes' Baby 204 de tramposos 155
Bogin, Barry 238 ciática 221
bonobos 215; como cuadrúpedos 217- Cicerón 45-6
8; comprensión del habla humana Clayton, Nicola 128
64-5; y el engaño táctico 178; y el Clever Hans 61
gesto 70-2; y el habla 63-4; y el len­ Clifford, Paul 16
guaje de signos 67-9; y el uso de sig­ cociente de encefalización (EQ) 233
nos 197; y el viaje mental en el colibrís 58-9
tiempo 132 comunicación animal 33, 35-6, 51, 55-
Botswana 98 74
Boyd, Brian 154 concatenación de frases 47
Bronowski, Jacob 223 concepto de infinito 23
Buin, dialecto uisia de 44 conceptos innatos 184
Bulwer-Lytton, Edward 16 conciencia autonoética 107
Burling, Robbins 88 conciencia humana de la muerte 134-6
Butler, Samuel 35-6 condicionamiento: clásico 119-21; ope-
Byrne, Richard 70, 178; The Thinking rante 121
Ape 176 Condillac, Abbé Étienne Bonnot de 77-
8
caballos 61 conductismo 121, 149, 185
cadena pesada de la miosina (MYH16) conexión mano-boca 89
235 conjunto de Apolonio 19
Calvin, Wtlliam H. The Throwing conocimiento humano de Dios 165-6
Madonna 222 Consejo Escolar del Estado de Georgia
cambios anatómicos y origen del len- y la evolución 206
guaje 94-6 contar 261; como una habilidad hu­
caminar sobre los nudillos 217-20 mana 23
canal hipoglosal 95 convencionalización 85, 87-8
canto de las aves, naturaleza repetí- córtex prefrontal 236

340
Índice

Cosmides, Leda 29; The Adaptive Mind cíes por medio de la selección natural
(con Barkow y Tooby) 27 205
creatividad y psicosis 171-3 Davis, Laura The Courage to Heal (con
Creciente Fértil 256 Bass) 118
creencia, inferencia de la 163-4 de Morgan, Augustus 17
creencias falsas 163-4 De Waal, Franz B. M. 173
Critchley, Macdonald The Language of Deacon, Terrence 144; La especie simbó-
Gesture 79 lica 60, 211
criterio www 139 Dennett, Daniel 164-5, 190
críticos literarios antes del postmoder- desarrollo de la forma periódica 45-6
nismo 36 Descartes, René 25, 134, 160, 203-5, 208
Crow, Timothy 76, 249 desplazamiento: los niños humanos y el
cuervos 131-2 145; uso del término 103
cueva de Chauvet 251 Diamond, Jared 258; Guns, Germs and
cueva de Hohle Fels 253 Steel 256
cueva de Qafzeh (Isreal) 136 Dirac, Paul 172-3
cultura chimpancé 69-70 diseño inteligente 206-8
Chamberlain, Lindy 221 diversidad cultural 256
Chase, Stuart Tyranny of Words 183 Dobzhansky, Theodosius 206
Chater, Nick 51 Donald, Merlín Origen de la mente hu­
chimpancés l86, 209, 215, 220; como mana 83
cuadrúpedos 217-8; llamadas de los Dostoyevsky, Fiódor 192
56-7; mano de los 223-4; supervi­ dualidad de patrones y ABSL 49; y Hoc-
vencia de los 202; y el engaño tác­ kett 49
tico 178; y el gesto 70-2, 195-8; y el dualismo innato 203-5
habla 63-4; y el lenguaje de signos dualismo mente-cuerpo 203-5
67; y la imitación 69; y la referencia Dunbar, Robín 165, 233, 262
desplazada 145; y la representación
simbólica 144; y la resolución de ecolocación en murciélagos 186
problemas 69-70; y la teoría de la Edad de Piedra media 245, 249
mente 174-6, 180; y las herramientas elefantes 58, 60, 232
132, 240-2 emoción 161-2; y autismo 166-8
Chomsky, Noam 22-3, 36, 51-2, 72, 149, empatizadores vs. sistematizadores 171
183, 213, 249, 263-4; visión del len­ engaño táctico 176-8
guaje de 39-42, 75; y la diversidad erupción del Monte Toba 255
lingüística 46; y Prometeo 76 espectro autista-psicótico 169-73
Christiansen, Morten 51 esquizofrenia 168, 170, 172
estorninos 72-4, 73
Darwin, Charles 78, 99, 173, 221-2, 224, Eubúlides de Mileto 39
253, 259; El origen del hombre en rela­ Eva mitocondrial 246
ción con el sexo 35, 205; La expresión de Evans, Nicholas 43-5, 98
las emociones en el hombre y en los ani­ Everett, Daniel L. 42-3, 50-2, 136, 258
males 161-2; Sobre el origen de las espe- evolución darwiniana 205-11

341
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

éxodo africano 248 Givón, Talmy (Tom) 50


glándula pineal 203, 208
Facchini, Fiorenzo 207 Goodall, Jane 56, 61, 139
factoriales 18-20 Google 262
fase infantil 239 gorilas 57-8, 202, 215, 220; como cua­
Fauconnier, Gilles 187 drúpedos 217-8; y el engaño táctico
ficción: y el lenguaje 153-5; y el viaje 178; y el lenguaje de signos 67
mental en el tiempo 137-8 Güring, Hermann 184
fiebres hemorrágicas del ébola 202 Gorrones 164
Fitch, Tecumseh 21, 36, 39, 72 gramática universal 39-42, 44-6, 50, 52
FLB (Facultad del Lenguaje en sentido gramática: reescribir las reglas de la 37
amplio) 72 gramaticalización 46-8, 77
FLN (Facultad del Lenguaje en sentido Grandin, Temple 166, 191, 194; Animals
estricto) 72, 194 in Translation 166-8
fluidez cognitiva 30 Graves, Robert Beware Madam! 59
fMRI (obtención de imágenes del cere­ Grice, Paul 187, 191
bro por resonancia magnética fun­ Griffin, Donald R. Animal Minds: Be­
cional) 82, 126, 126 yond Cognition to Consciousness 185;
Fodor, Jerry 184, 188 The Question of Animal Awareness
fonemas 3el, diferenciación de 99; uti- 186
lizados en el lenguaje 98-9 gui (lenguaje) 98-9
formación de conceptos 47-8
Forster, Margaret 106; Hidden Lives 105 habla: impenetrabilidad del 98; inten­
frases, concatenación de 30; incrusta- cionalidad del 58; origen del, y
ción de 38, 43, 47, 52, 107, 153, 156 cambios anatómicos 94-6; partes del
Frege, Gottlob 149 45; y el aprendizaje vocal 58; y el
fuego: uso controlado del 231 gesto 88-91, 96-100
Fusión 22, 72 Hamilton, William D. 169, 191, 263
Fusión ilimitada 39-41, 52 haplogrupos 245; de Horno sapiens 246;
LO 245-6, 246, 248, 249; L1 245-6,
Galeno 209 246, 247; L2 245, 246, 247; L3 245-8,
Gardner, Allen y Beatrix 67 246, 247, 253; M 246, 246, 247; N
Geller, Uri 160 246, 246, 247
gen gramatical 236 Happé, Francesca 193
generatividad y lenguaje 149-53 Hare, Brian 175-6
genes: ASPM (gen asociado a la micro­ Hauser, Masrk 36, 72
cefalia de tipo huso anormal) 235; Hayakawa, Samuel lchiye Language in
FOXP2 91-4, 101, 249-50; MCPH6 Thought and Action 183
(microcefalina) 235 Hayes, Cathy y Keith 63
gesto, como lenguaje 70; persistencia Hebb, Donald O. 141
de 100-1; y el habla 88-91, 96-100; y Hennessy, Peter 25
los orígenes del lenguaje 194-8. Henry O. (William Sydney Porter) El
Véase también lenguaje rescate de Jefe Rojo 192
de signos Henshilwood, Christopher S. 248

342
Índice

herramientas 251; manufactura de 240-3 cia 132; de procesos 30-1; de tiempo


Hewes, Gordon W. 79 133; en el canto de las aves 72-4; en
hibridación del ADN 217 la música 22; recursiva 24, 239; vs es­
hiena 227 tructura recursiva 21
hipocampo 107-8, 110, 208-9 industria acheulense 242-3
hipocampo menor 208-9 industria oldowense 242
hipótesis de Bischof-Kohler 131 infancia: como crisol de la mente re­
hipótesis Sapir-Whorf 148 cursiva 238; y la emergencia del len­
Hockett, Charles F. 49, 85-7, 103 guaje gramatical 238; y la teoría de
Hoffecker, John F. 243, 249 la mente 238
Holyoak, Keith J. 179-80, 211 inferencia y recursión 157
hominino 215; manos del 224. Véase infinitud discreta 23
también nombres de especies Ingvar, David 126
Hamo erectus 227, 231, 239 instinto del lenguaje 50
Hamo ergaster 83, 227, 239; y tamaño instintos 119
cerebral 234 inteligencia maquiavélica 164
Hamo habilis 95, 227; y tamaño cerebral inteligencia social 164
234 ironía, y teoría de la mente 192-4
Hamo heidelbergensis 227 Isabel del Palatinado 203-4
Hamo neandertalensis 227; y tamaño ce­ Isla Bougainville 44
rebral 234 iteración: y el tiempo 134; y la recur­
Hamo rudolfensis 227; y herramientas sión 126-7
242; y tamaño cerebral 234
Hamo sapiens 199-200, 227; emergencia Jackendoff, Ray 21-2, 69
del 243-4; y migración 240; y recur­ James, Henry 23
sión 215; y tamaño del cerebro 234 James, William 137
Hoo antecesor 227 Jarvis, Erich D. 58-60
Horrobin, David 172 Jerison, Harry J. 233
hotentotes 222 Johnson, Frank 204
Hrdy, Sarah Blaffer 228-9 Jones III, juez John 207
humanos de Cromagnon 252-5 fournal of Parapsychology 160
Humboldt, Wilhelm 23
Humphrey, Nicholas K. 229 Kamman, Richard Psychology nof the
Huxley, Thomas Henry 208-9 Psychic (con Marks) 160
kayardild 45
iatmul 43 Kingsley, Charles The Water Babies 208
ilgar 45 Kingsley, Mary 96-7
implicaturas 188 Kirschmann, Eduard 188; Das Zeitalter
imprimación 170-2 der Werfer 222
incrustación central 45, 72-4 Klein, Richard 76, 253
incrustación recursiva 239 Klima, Edward S. 79
incrustación: autosimilar 21; de estruc- Koestler, Arthur 160
turas 36; de eventos 147; de frases 38, Kohler, Wolfgang 69, 127, 185
43, 47, 52, 107, 153, 156; de la concien- Kozybski, conde Alfred 183

343
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Kundera, Milan Ignorance 112 lenguajes de signos 85; animales y 65-


Ladygina-Kohts, Nadesha 63-4 72; como verdaderos lenguajes 66
Laing, R. D. Nudos 168-9 lenguajes desordenantes 151
Lamb, Charles 172 lenguajes SVO 151
lanzar 224-7 leones 59
latín 150-1 lexigramas 67
lazos sociales 231 Ley de Zipf 143
legislación sobre el bienestar animal 184 Liberman, Alvin 82
lenguaje británico de signos 90 Libro de los Salmos 202
lenguaje chino 146-7, 151 Lieberman, Daniel 95
lenguaje de signos nicaragüense (NSL) Lieberman, Philip 94-5
47-8 linaje L3, expansión y migración del
lenguaje del pensamiento 183-4 246-51
lenguaje escrito, influencia del 45 linearización 46
lenguaje hopi 148 lingüística cognitiva 187
lenguaje italiano de signos 85 literalismo 193-4
lenguaje natural como ejercicio mini- Livio 45-6
malista 191 Locke, John L. 238
lenguaje navajo 98 Loftus, Elizabeth 116-8
lenguaje turco de signos 87 loros 59-61, 261
lenguaje: adaptado al cerebro 51; bipe­ Lovejoy, Owen 218
dalismo y 227; comprensión del 64- Lucy 217, 234
6; diversidad del 43-6; emergencia Luria, Aleksandr Romanov The Mind
del, en Horno sapiens 76; evolución of a Mnemonist 114
del 39-42, 46, 51; exigencias del al­
macenamiento neural 232; no recur­ macaco, cerebro del 81
sivo 42-3; orígenes gestuales del MacNeilage, Peter F. 88
77-9; punto de vista de Chomsky Makeba, Miriam 246
sobre el 39-42; singularidad del 213; Malotki, Ekkehart 148
utilizado para enseñar 155-6; y ca­ mano humana/hominina 224
pacidad mental 198; y el tiempo manufactura recursiva 221
145-9; y el viaje mental en el tiempo maoríes 98, 229
140-1; y fortalezas sociales 256; y la Maquiavelo, Nicolás El príncipe 164
ficción 153-5; y la generatividad 36, Markus, l-lazel 137
149-53; y la mímesis 83-8; y las neu­ Marzke, Mary 223
ronas espejo 80-2; y recursión 36-9; Maudsley, l-lenry 172
y teoría de la mente 186-8 maximización de la relevancia 188-90
lenguaje-E 22, 39-41, 46, 183; y la selec­ McDougall, William 159-60
ción natural 75-6 McGurk, l-larry 89
lenguaje-! 22, 39-42, 72, 183, 264; medición del tiempo 133-4
correspondencia con el lenguaje-E Melanesia 44
46; la selección natural 75-6 Mellars, Paul 248-9, 252
lenguajes aislantes 151 memoria: autobiográfica 106; de tra­
lenguajes click 249-50 bajo 30; declarativa 110; episódica

344
Índice

106, 108-9, 115, 121, 125, 128, 137, Nietzsche, Friedrich Humano, demasi­
139-40, 153, 155, 232; fragilidad de ado humano 90- l
la 110-3; implícita 109-12, 121; in­ niños: adaptabilidad de los 244; y el
consciente 109-10; recursiva 238; se­ contacto con los demás 229; y el se­
mántica 106, 108-9, 121-3, 155; www ñalar 197-8; y la comunicación ges­
128; y el tiempo 125 tual vs la vocal 198, 238; y la
mente: humana y de otros animales conexión mano-boca 89; y la falsa
15; modelo de la navaja suiza 27-9 creencia 164, 168, 175; y la función
Mesoamérica 256 declarativa 197; y la referencia des­
metáfora y teoría de la mente 192-4 plazada 144-5; y los fonemas 99
migraciones 239-40, 247 Nueva Guinea 43-4, 258
Milne, A. A. Winnie the Pooh 24-5, 55 números naturales 18
Milton, John Paraíso perdido 202 Nurius, Paula 137
mimesis 83-5
minimalismo 191 ocre 248
Mithen, Steven 30; SingingNeanderthals ojo, el (como ejemplo de diseño) 206
60 operación Fusión 39-41
módulo para la detección de trampo- oración 38-9; periódica 45-6
sos 164 orangután 215, 218; y engaño táctico
módulo teoría-de-la-mente 188 178
monos capuchinos 224 orden de las palabras 150
monos Rhesus y el test del espejo 179 órdenes de intencionalidad 165
monos tití 57 ornamentación personal 251
monos. Véase nombres de especies; pri- Orrorin tugenensis 217
mates Orwell, George 1 984 183
morfemas 48-9 Owen, Richard 208-9
morfología 49-50
Morgana, Aimée 60-1 pájaro lira 60, 176-8
Morris, Robert 160 palabras con contenido 46-7
movimiento en pro de los derechos de palabras funcionales 46-7
los animales 184 palabras: almacenadas en la memoria
Mozart, Wolfgang Amadeus Concierto semántica 155; estructura combina­
para piano en sol mayor 74 toria! de las 48-50; "necesarias" 150
Müller, Friedrich Max 35 Paleolítico Superior 251-5
murciélagos 186 Papp, Szilvia 193
Parque Nacional de Laongo 242
Namibia 98 Pascal, Blaise 201
neandertales 92-4, 243; extinción de los Patterson, Francine 67
252; y entierro de los muertos 136 Pavlov, Iván P. 119-21
Neissr, Ulric 137 Peek, Kim 113-4
neocórtex, tamaño del 233 Penn, Dereck C. 179-80, 211
neuronas espejo 80-2, 81 pensamiento 16
Newton, Sir Isaac 257 pensamiento episódico futuro 125
nicho cognitivo 229 Pepperberg, Irene 261

345
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Pepys, Samuel 66-7


perros: comprensión del habla humana Ramachandran, Vilayanur 80
64; experimentos de Pavlov 121; y la Randi, James The Truth About Geller
telepatía 61; y la teoría de la mente 160
176 ratio neocortical 233
personalidad esquizotípica 169 ratón de campo 128-30
personas-cosa 191 Read, Dwight W. 30
personas-persona 191 recuerdos: falsos 116-8
personificación de objetos 169 recursión galopante 212
Pfungst, Oskar 61 recursión: como característica mínima
Piaget, Jean 163 36, 51; como clave de la mente hu­
Pinker, Steven 21-2, 29-30, 45, 50, 69, mana 211-3; como estructura 22, 23;
140, 144, 184, 186; Cómo funciona la como proceso 22-3; definición de
mente 27; el lenguaje como instinto 15-6, 21; e inferencia 157; el lenguaje
119; y el gen de la gramática 236; y como 36-9; incrustación centrada
la emergencia del lenguaje 76; y la 36-7; naturaleza de la 15-26; origen
onomatopeya 85 de la 243; vs iteración 26-7; vs repe­
piraha 42-3, 50-2, 136, 258; y el tiempo tición 24-6; y la psicología evolucio­
147-9 naria 27-31
Pleistoceno 27, 31, 199; evolución du- red nuclear 126
rante el 227-31 reglas combinatorias 153
Plioceno, y enfriamiento global 227 religión: y el diseño inteligente 207; y
Potter, Beatrix 55 el tiempo 134-7; y la teoría de la
Povinelli, Daniel 69, 174-5, 179-80, 211 evolución 204-5; y la teoría de la
pragmática 188, 194 mente 165-6
Premack, David 30, 173-4 repetición vs recursión 24-5
primates: y el engaño táctico 178; y el representación simbólica 141-5, 212
lenguaje de signos 66-72 representaciones icónicas en lenguajes
procedimientos iterativos en las mate- de signos 85
máticas computacionales 26 resonancia mórfica 161
programa ELIZA 157 Rhine, Joseph B. New Frontiers of the
Programa Minimalista 22, 39, 72 Mind 159-60
proposición 38-9 risa humana 56
protolenguaje 69-70 Rizzolatti, Giacomo 80-2
Provine, Robert Laughter: A Scientific Rousseau, Jean-Jacques 78
Investigation 56 Russell, Bertrand 39
psi 161
psicología evolucionaria 164; y la re­ Sacks, Oliver Un antropólogo en Marte 166
cursión 27-31; y la teoría de la Sahelanthropus tchadensis 217
mente 168 Saki (H. H. Munro) 25; Tobermory 55
psicoquinesis 160 Salmond, Anne 98
psicosis 168; y creatividad 171-3 san, los, y el lenguaje click 250
pulgas, el problema recurrente de las Sapir, Edward 148
17 sarcasmo 192

346
Índice

Saussure, Ferdinand de 85, 143 tamaño cerebral 232-3


Savage-Rumbaugh, Sue 64, 67 Tanner, Joanne 70
Schacter, Daniel L. 126 Tattersall, Ian 94
secuencias infinitas 18 tecnología levalloisiense 243
selección natural 205-11 telepatía 61, 159, 208
selección social galopante 231 teoría de la mente 157, 161-6, 213, 238,
Semántica General 183 264; aspectos cognitivos de la 173;
señalar para compartir información los animales y la 173-8; y el lenguaje
195-8 186-91; naturaleza recursiva de la
separación monos-homininos 75, 92, 52; y la recursión 165; y la religión
127, 198, 215-7, 224, 227, 234 165-6
series de Fibonacci 20 teoría de la mente galopante 173, 180
Shakespeare, William: Enrique V 227-8; teoría de la reinterpretación relacional
Enrique VIII 101; Noche de Reyes 24, 179-80
136 teoría de la relevancia 188-90
Shaw, George Bemard 225 teoría del big-bang en la evolución del
Sheldrake, Rupert 161; Dogs That Know lenguaje 76, 199
When Their Owner Are Coming Home teoría modular: de la mente humana
61 27-31; y submódulos 188-90
Shereshevskii, Solomon 114 teoría motora de la percepción del
Sidgwick, Henry 159 habla 82
síndrome de Asperger 168, 172, 194 test de Anne y Sally 163, 175
síndrome del savant 113, 115-6, 172 test de las tres montañas 163
sistema conceptual-intencional 72 test del espejo 178-9
sistema espejo 80-2, 91-2 The Spectator (revista) 16-7
sistemas de memoria, evolución de los tiempo de referencia 146
118-23 tiempo presente 146
sistemas retroactivos 26 tiempo: gramática del 139-56; y el len­
Skinner, B. F. 149; Walden Dos 121 guaje 145-9; y la condición humana
Snowdon, Charles T. 57-8 132-7; y la recursión 133-4; y la reli­
Sociedad Filológica de Londres 35 gión 134-7
Sociedad Lingüística de París 35; y la tigre de dientes de sable 227
evolución del lenguaje 75 tiriyo 45
Society for Psychical Research 159 Tomasello, Michael 42, 45, 69-70, 195-7
Sperber, Dan 188-90 Tooby, John 29; The Adaptive Mind (con
Stokoe, William C. El gesto y la natura­ Barkow y Cosmides) 27
leza del lenguaje (con Armstrong y Tooke, John Home 150
Wilcox) 79 Torre de Hanoi 109
Stumpf, profesor 61 tradición alfabética 45
submódulos 188-90 trastorno del espectro autista 193
Suddendorf, Thomas 125, 127 triángulo de Sierpinski 1 9
Swift, Jonathan, Una modesta proposi­ Trivers, Robert 164
ción 192 Tulving, Endel 107-9
uisia (dialecto) 44

347
Michael C. Corballis/ La mente recursiva

último teortema de Fermat 263 Western Arnhem Land 44-5


Unidad Koestler de Parapsicología de Whitehead, Alfred North 149
la Universidad de Edimburgo 160 Whiten, Andrew 178
uso de herramientas, el viaje mental Whitman, Walt Hojas de hierba 25
en el tiempo 131-2 Whorf, Benjamin Lee 148
Wilcox, Sherman E. Gesture and the Na­
Vanuatu 44 ture of Language (con Armstrong y
Vestigios de la Historia Natural de la Stokoe) 79
Creación 205 Wiles, Andrew 263
viaje mental en el tiempo 125-6, 131, Wilson, David Sloan 154, 188-90
236, 264; animales y 127-32; prehis­ Wilson, Deirdre 188
toria del 136; y ficción 137-8 Wittgenstein, Ludwig 100
vocalizaciones animales 55-6: como Woodruff, Guy 174
señal para distinguir a las especies Wrangham, Richard 231
57; control voluntario de las 57-8; Wundt, Wilhelm 78-9
de carácter emocional 57 Wynn, Clive 185; ¿ Piensan los animales?
Vogel, J. W. 222 184

walpiri (lenguaje) 151 ¡xoo (lenguaje) 98-9


Wallace, Alfred Russel 205, 208
Watson, John B. 121, 185 Young, Richard W. 223
Watts, David 134
Wearing, Clive 107, 125 Zipf, G. K. Human Behavior and the
Wearing, Deborah 107 Principie of Least-Effort 143

348
BIBLIOTECA BURIDÁN
Los orígenes del lenguaje humano,
el pensamiento y la civil ización

La mente recursiva desafía la noción común según la cual es el lenguaje lo que


nos hace específicamente humanos. En este persuasivo libro, Michael Cor­
ballis sostiene que lo que nos distingue a nosotros dentro del reino animal es
nuestra capacidad para la recursión: la habilidad de incrustar nuestros pen­
samientos dentro de otros pensamientos. "Pienso, luego existo" es un ejemplo
de pensamiento recursivo, porq ue el pensador se incrusta a sí mismo dentro
de su pensamiento. La recursión nos permite concebir nuestras propias men­
tes y las de los demás. También nos confiere el poder de "viajar mentalmente
en el tiempo", es decir, la capacidad de incrustar la experien�ia del pasado o
el futuro imaginado en nuestra conciencia presente.
Basándose en la neurociencia, la psicología, la etología, la antropología y la
arqueología, Corballis demuestra cómo estas estructuras recursivas llevaron
a la emergencia del lenguaje y el habla, lo que a la larga nos permitió compar­
tir nuestros pensamientos con los demás, planear nuestro comportamiento de
modo colectivo y reconfigurar nuestro entorno para reflejar cada vez mejor
nuestra imaginación creativa. Explica también que la mente recursiva fue
fundamental para la supervivencia de nuestra especie en las duras condicio­
nes imperantes en el Pleistoceno, :¡ cómo su evolución reforzó la cohesión
social. Detalla cómo el propio lenguaje se adaptó al pensamiento recursivo,
primero mediante la gesticulación manual y después, con la aparición del
Horno sapiens, vocalmente. Luego surgió la fabricación de herramientas y la
manufactura, y la aplicación de principios recursivos a estas actividades llevó
a su vez a las complejidades de la civilización humana, a la extinción de otras
especies como los Neandertales y a la supremacía de nuestra especie sobre el
mundo tísico.

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