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Sobre este punto, tomaré solo algunos datos del informe “La Mujer en el servicio civil peruano 2004-2016,
(SERVIR, 2018). Se señala las servidoras públicas con educación superior completa alcanzan el 76%,
superando incluso a los hombres, ya que solo el 58% de ellos cuentan con dicho grado de instrucción en el
servicio civil. A pesar de ello, solo 3 de cada 10 funcionarios y directivos es mujer; 48% son profesionales
mujeres; solo 28% de los auxiliares son mujeres, por la presencia predominante de choferes y obreros.
Finalmente, en el grupo de técnicos oscila en torno al 40%.
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O sea que las mujeres, a pesar de contar con educación superior solo ocupan el 30% de los cargos directivos.
Desde el punto de vista del personal directivo, la causa principal de este acceso inequitativo, serían factores
subjetivos o prejuicios en relación a ellas (26%), la falta de experiencia para el puesto (21%), la ausencia de
la especialización (16%), el incumplimiento de las competencias necesarias (13%), la falta de disposición
para laborar jornadas extensas (11%), y la carencia de la formación académica requerida para el puesto
(8%), entre otras.
Similar es la situación de las mujeres en la administración de justicia. En la opinión sustentada por la experta
Alicia Del Águila1, se señala que solo el 22.22% de los jueces supremos son mujeres, el 31,39% de los
superiores, el 37.75% de los especializados y mixtos y el 53% de los jueces de paz letrado. Este panorama
de sub representación en lo numérico coexiste con otras formas persistentes de segregación horizontal por
género2, y vertical por sexo3, fenómenos también conocidos como “brecha de género en la autoridad”; de tal
forma que las mujeres continúan aglutinándose en ciertas especialidades que se consideran más adecuadas
por su proximidad a la familia y el mundo social, y en las instancias más bajas de la judicatura, perpetuando
el típico “techo de cristal”4.
Como vemos, varias de las razones corresponden al campo de la discriminación directa, como el prejuicio
por ser mujeres; mientras que otras, corresponden al campo de la discriminación indirecta, como por
ejemplo, la falta de disposición para laborar jornadas extensas, como sí lo hacen los hombres, debido a que
tienen su mundo doméstico resuelto por el soporte de las mujeres de su familia. ¿Qué nos dice esto? Que el
poder de los hombres en la sociedad es generado por el trabajo doméstico gratuito de las mujeres. Así ellos
tienen tiempo para participar en la política, para trabajadores ideales, siempre dispuestos y comprometidos,
tiempo para seguir capacitándose y volverse cada vez más calificados y competentes. En resumen, con los
años él va adquiriendo valor en el mercado y las mujeres lo van perdiendo (Izquierdo, 2016).
Ahora le toca al Pleno del Congreso pronunciarse de acuerdo a nuestra Constitución Política y garantizar la
presencia de las mujeres en la Junta Nacional de Justicia, para impactar en el proceso de reclutamiento del
sistema de administración de justicia, donde se interpreta la ley y se resuelven cuestiones jurídicas centrales
para la vida de las mujeres y la superación de la desigualdad en el conjunto de la sociedad. Difícilmente, una
institución discriminadora, inequitativa y ciega al género actuaría como punta de lanza para impulsar en la
sociedad el derecho a la igualdad a través de una jurisprudencia sensible al género y los derechos humanos
de las víctimas.