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Junta Nacional de Justicia

¿Meritocracia versus paridad?

Escribe: Ma. Jennie Dador*


El proyecto de Ley Orgánica de la Junta Nacional de Justicia, N° 3745/2018-PE, enviado por el Poder
Ejecutivo al Congreso, contempla el principio de igualdad y paridad. El texto sustitutorio de la Comisión
de Justicia y Derechos Humanos, contempla el principio de igualdad y no discriminación, “por el cual se
garantiza la presencia equilibrada de mujeres y hombres”, acorde con el enunciado constitucional (artículo
2° inciso 2), recordando que la igualdad es un derecho subjetivo y también un principio transversal a todo el
ordenamiento jurídico, que la igualdad no puede ser concebida como absoluta identidad de trato, lo que
posibilita la intervención a través de medidas positivas para revertir o cambiar realidades discriminatorias,
en detrimento de algún grupo de personas. Sin embargo, la Comisión de Constitución y Reglamento lo
excluyó.
Una vez más el falso dilema entre la meritocracia y la paridad, es utilizado en la Comisión de Constitución
del Congreso, para excluir el principio de paridad, un mecanismo de la justicia de género, que podría
garantizar la presencia de las mujeres en la Junta Nacional de Justicia.
Por la meritocracia, se entiende que cualquier persona que quiera surgir o triunfar en la vida puede lograrlo
con un poco de esfuerzo. Sin embargo, esto solo funciona si todas y todos partimos de un mismo piso. Pero
en un país profundamente desigual como el Perú, donde ya en 1997, el Congreso concluyó que sin un
mecanismo de acción afirmativa temporal como las cuotas de género en las listas electorales, las mujeres no
alcanzarían siquiera una participación progresivamente ascendente en los cargos por elección.
Si bien la igualdad entre los sexos se consagró en la Constitución Política de 1979, fui testigo de ello y me
gusta decirlo, esto no cambió la realidad material ni cultural del país. Ni siquiera hoy, treinta años después.
Todavía las niñas peruanas, desde los 12 años de edad, además de ir a la escuela dedican 3 horas diarias al
trabajo doméstico no remunerado. Ya de adultas, la diferencia con los hombres alcanza las 17 horas a la
semana.
A pesar de este contexto de desigualdad de oportunidades, las mujeres nos compramos el cuento de la
meritocracia y nos esforzamos en terminar estudios, maternar, volver a estudiar, trabajar, atender casa y
marido, hacer cátedra y por supuesto, participar social y políticamente.
Esta es la realidad de las mujeres en el Perú, quizás no la mía ni la suya, pero sí la del conjunto de mujeres
de este país. Esto es algo que las y los congresistas, estos últimos siempre más privilegiados, pues nacieron
con tarjeta “vip” del patriarcado, deben tener presente en el calor del debate y no dejarse seducir por
argumentos jumentos, como que las acciones afirmativas no son necesarias, porque hoy en día la igualdad es
una realidad y las mujeres están presentes en el mundo académico, laboral, y político, compitiendo en
igualdad de condiciones y sin discriminación. Suena bonito, pero no es verdad.

Sobre este punto, tomaré solo algunos datos del informe “La Mujer en el servicio civil peruano 2004-2016,
(SERVIR, 2018). Se señala las servidoras públicas con educación superior completa alcanzan el 76%,
superando incluso a los hombres, ya que solo el 58% de ellos cuentan con dicho grado de instrucción en el
servicio civil. A pesar de ello, solo 3 de cada 10 funcionarios y directivos es mujer; 48% son profesionales
mujeres; solo 28% de los auxiliares son mujeres, por la presencia predominante de choferes y obreros.
Finalmente, en el grupo de técnicos oscila en torno al 40%.

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O sea que las mujeres, a pesar de contar con educación superior solo ocupan el 30% de los cargos directivos.
Desde el punto de vista del personal directivo, la causa principal de este acceso inequitativo, serían factores
subjetivos o prejuicios en relación a ellas (26%), la falta de experiencia para el puesto (21%), la ausencia de
la especialización (16%), el incumplimiento de las competencias necesarias (13%), la falta de disposición
para laborar jornadas extensas (11%), y la carencia de la formación académica requerida para el puesto
(8%), entre otras.

Similar es la situación de las mujeres en la administración de justicia. En la opinión sustentada por la experta
Alicia Del Águila1, se señala que solo el 22.22% de los jueces supremos son mujeres, el 31,39% de los
superiores, el 37.75% de los especializados y mixtos y el 53% de los jueces de paz letrado. Este panorama
de sub representación en lo numérico coexiste con otras formas persistentes de segregación horizontal por
género2, y vertical por sexo3, fenómenos también conocidos como “brecha de género en la autoridad”; de tal
forma que las mujeres continúan aglutinándose en ciertas especialidades que se consideran más adecuadas
por su proximidad a la familia y el mundo social, y en las instancias más bajas de la judicatura, perpetuando
el típico “techo de cristal”4.

Como vemos, varias de las razones corresponden al campo de la discriminación directa, como el prejuicio
por ser mujeres; mientras que otras, corresponden al campo de la discriminación indirecta, como por
ejemplo, la falta de disposición para laborar jornadas extensas, como sí lo hacen los hombres, debido a que
tienen su mundo doméstico resuelto por el soporte de las mujeres de su familia. ¿Qué nos dice esto? Que el
poder de los hombres en la sociedad es generado por el trabajo doméstico gratuito de las mujeres. Así ellos
tienen tiempo para participar en la política, para trabajadores ideales, siempre dispuestos y comprometidos,
tiempo para seguir capacitándose y volverse cada vez más calificados y competentes. En resumen, con los
años él va adquiriendo valor en el mercado y las mujeres lo van perdiendo (Izquierdo, 2016).

Ahora le toca al Pleno del Congreso pronunciarse de acuerdo a nuestra Constitución Política y garantizar la
presencia de las mujeres en la Junta Nacional de Justicia, para impactar en el proceso de reclutamiento del
sistema de administración de justicia, donde se interpreta la ley y se resuelven cuestiones jurídicas centrales
para la vida de las mujeres y la superación de la desigualdad en el conjunto de la sociedad. Difícilmente, una
institución discriminadora, inequitativa y ciega al género actuaría como punta de lanza para impulsar en la
sociedad el derecho a la igualdad a través de una jurisprudencia sensible al género y los derechos humanos
de las víctimas.

* Jennie Dador es abogada, feminista. Experta en género y derechos humanos.



1
Comisión de Justicia y Derechos Humanos, sesión 15 de enero de 2009.
2
Alude a las diferencias entre la presencia proporcional de hombres y mujeres en determinadas especializaciones de la justicia.
Por ejemplo, las mujeres en el área social, cultural o de cuidado de otras personas, la familia; y, los hombres en la justicia penal, el
mundo empresarial y patrimonial.
3
Alude a las diferencias proporcionales en la representación de hombres y mujeres en las distintas instancias del Poder Judicial y
órganos de gobierno.
4
Expresión utilizada para dar cuenta de las restricciones invisibles que impiden el ascenso profesional y laboral de las mujeres en
diversos ámbitos institucionales públicos y privados.

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