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De quijotes y molinos de viento.

Apuntes para una historia de las ideas democráticas


en el México posrevolucionario.

Hace más de dos mil años un griego llamado Platón analizaba las distintas formas de

gobierno entre las que distinguía 6 principales: la timocracia, la oligarquía, la

democracia, la tiranía, monarquía y aristocracia. La democracia desde su perspectiva

conducía a la degradación y al desenfreno de la sociedad, pues la pretendida igualdad

entre los hombres y su libertad traía inevitablemente como consecuencia una tiranía, o

reacción a una libertad desbocada. En lugar de la democracia, más bien Platón se

decantaba por la aristocracia o gobierno de los reyes filósofos, pues consideraba que

nadie ejercería mejor el poder que un hombre iluminado por la sabiduría y la razón: el rey

filósofo. Como dice Norberto Bobbio, en esta tipología hay tres formas buenas y tres

malas, y eran formas alternadas, pues la timocracia era una degradación de la aristocracia,

y la democracia, de la política o gobierno del pueblo en su forma positiva, por mencionar

dos ejemplos. Las formas positivas serían las siguientes: monarquía, aristocracia,

monarquía, mientras que las negativas serían: democracia, oligarquía, tiranía. Es decir la

democracia era las últimas de las formas positivas y la primera de las negativas.1

De acuerdo con lo anterior, según Platón la democracia no era el mejor sistema de

gobierno en la antigua polis ateniense, entonces ¿por qué se volvió una forma de

gobierno deseable? Como ha mostrado Nicole Loraux, la democracia fue el régimen

político que permitió la reconciliación de Atenas en el 403 D.C después de la guerra civil

del Peloponeso y del gobierno de los treinta tiranos, al instaurarse una amnistía. Luego de

la división o stásis, se establece el dominio o Krátos del pueblo para ejercer el poder o

1
Norberto Bobbio, La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político, México,
FCE, 2013, p. 23, 32.
Arkhé. El pueblo es traído de nuevo al gobierno, pero esta operación política se funda en

una política del olvido de los agravios, para alcanzar la reconciliación. Irónicamente y

como lo plantea la autora, para vencer la discordia, es necesario olvidar lo pasado y

olvidarse del Krátos, es decir de una dominación que busca la revancha contra el grupo

derrotado en la contienda política. P. 202. Ayer como en actualidad este mecanismo

provisto por la democracia sigue siendo útil, fundamental para el equilibrio de la vida

pública.

Se podría argumentar que la democracia en la antigua Grecia no tiene nada que

ver con nosotros, los modernos. Sin embargo, Marcel Detienne señala que hay mucho esa

experiencia en nosotros, más de lo que nos imaginamos, e incluso va más allá al señalar

que la experiencia griega con esta forma de gobierno, no es exclusiva. Se puede fechar el

inicio del Ágora y el círculo de la asamblea comunitaria en Mégara Hiblea (Sicilia) hacia

el siglo VIII a.C. En África y en el mundo eslavo también había asambleas reunidas para

discutir los “asuntos comunes.” P. 133. Querer reunirse para discutir la cosa pública, y

tomar la palabra en la asamblea fue un desarrollo de múltiples sociedades humanas desde

la antigüedad hasta nuestros días. Por ejemplo, en Siria, dice Detienne, hace 1800 años se

reunían en las anfictionías regionales para deliberar y tomar una decisión en conjunto. P.

152. Con todo y ese antecedente, quizá fueron los griegos quienes mejor desarrollaron en

la antigüedad este sistema para gestionar el conflicto, a pesar de las objeciones de Platón.

La objeción platónica a la democracia no era en vano, pues a pesar de ciertas

bondades parece que nunca alcanzamos del todo esa plenitud democrática. Pierre

Rosanvallon señala al respecto que la democracia es un ideal siempre perseguido, pero

nunca alcanzado del todo, ahí su carácter utópico. Su historia marcha entre el desencanto
y la indeterminación. (Lección inaugural, p. 22). No obstante, si bien la democracia

parece ser una quimera es al menos una forma de gobierno cuya apuesta por el bien

colectivo parece ser mucho genuina que otras formas de gobierno, como la monarquía

basada en el privilegio de unos cuantos, o el sistema totalitario que busca colonizar todas

las dimensiones de la sociedad ahogando la libertad personal. Precisamente por eso la

democracia, como solución imperfecta para organizar la Polis, a pesar de los fracasos,

retrocesos y desilusiones que experimentamos, no es una promesa traicionada como dice

Rosanvallon. Hoy en día nos dice Rosanvallon (Contrademocracia, 2007) parece haber

una desconfianza hacia la democracia, porque si bien los ciudadanos eligen a sus

representantes, estos no parecen resolver los problemas que los aquejan. Al parecer casi

todo el planeta experimenta la “entropía representativa, (la degradación de la relación

entre los elegidos y electores).” P. 30.

Este parece ser el caso de México donde el proceso de democratización nunca

termina, porque siempre deja insatisfecha a la mayoría de la población. La joven

república con poco más de 200 años de independencia parece haber arribado apenas 18

años atrás a una normalidad democrática. El proceso no ha sido fácil y a decir verdad ha

estado jaloneado constantemente, lleno de regresiones, tropiezos y zozobras. Por todo

esto es imperativo hacer el día de hoy un balance general sobre el debate democrático, y

en alguna media también hacer una defensa de esta forma de gobierno, sobre todo ante el

alarmante ascenso de gobiernos antidemocráticos que paradójicamente fueron elegidos

mediante el sufragio popular.

Lo que ofrecemos aquí es un primer mapa de la evolución de las ideas

democráticas en el México posrevolucionario, o mejor dicho de los debates sobre la


democracia teniendo como hilo conductor un corpus muy extenso de ensayos y textos

académicos situados en la medida de lo posible en su contexto. El arco temporal trazado

va de fines de la década de los 40s hasta el año 2000. Aunque también se agrega un breve

recorrido por los últimos años. Por lo tanto lo que se presenta aquí no es una historia de

los opositores al sistema político priista, pero sí de sus discursos, de sus ideas y

concepciones sobre la democracia como horizonte ideal que parecía estrellarse contra un

molino de viento. En algún sentido, hay alguna influencia de la historia conceptual en el

presente texto, es decir el concepto democracia condensa una experiencia, una conciencia

histórica, es incluido en una semántica política cuyo significado es potencialmente

liberador de una expectativa de cambio político. Democracia es básicamente en el

México posrevolucionario un anhelo, una necesidad, después del año 2000 será una

promesa no cumplida, un proyecto inacabado o incluso un ideal traicionado.

Entre 1921 y 1940 se establecen las bases de un gobierno que ciertamente incluye

los reclamos populares, pero que por otro lado reacciona de manera autoritaria y a veces

violenta ante cualquier reclamo o crítica al sistema posrevolucionario. Cuando Plutarco

Elías Calles funda el PNR busca unir a la familia revolucionaria y establecer un

mecanismo de reparto y transmisión del poder para evitar las luchas de poder entre los

miembros de la familia revolucionaria, y con ello construye una salida institucional, pero

elimina el juego democrático como componente del sistema. De ahí en adelante las

elecciones tuvieron sólo un valor referencial para medir la popularidad del candidato

oficial en turno. Quienes no formaban parte del partido de Estado, no tenían oportunidad

alguna de ocupar un puesto político y la mayoría de los opositores se vio condenado a

ocupar un lugar marginal. Si bien el Estado posrevolucionario se vio desafiado por la


Iglesia católica y su base social durante la lucha cristera, y luego por la cruzada

vasconcelista en 1928, logró consolidar su poder y dominio de manera general a lo largo

y ancho del territorio nacional. Esta posición hegemónica se fortalecería con el control

corporativo de los sindicatos establecido durante el cardenismo. Para entonces, no

quedaba ya ningún espacio para el ideario político de Francisco I. Madero, promotor y

defensor del sufragio efectivo.

Con la hegemonía del régimen revolucionario, se alcanzó una estabilidad política

y se construyó un estado de bienestar sólido que benefició a la mayor parte de los

sectores de población. No obstante, este poder omnímodo también trajo aparejada la

corrupción, siendo esta el sello de los gobiernos posteriores a Miguel Alemán. De ahí en

adelante, como diría Alan Knight, el poder priísta utilizaría un juego suave o soft ball, y

un hard ball o juego duro en lo que se refiere a su trato con la oposición política, con tal

de mantenerse en el poder. En el hard ball, se utilizaba cualquier estrategia por sucia que

fuera para mantener el control político, que iba desde el encarcelamiento hasta el

asesinato. Mientras que el soft ball era el discurso, la retórica progresista, la ideología

nacionalista que recubría de oropel el juego violento del sistema. Agregaríamos que el

sistema de bienestar construido por los gobiernos revolucionarios le daba sustento a este

discurso populista. Este juego dual como lo llama Knight, fue experimentado por buena

parte de los opositores políticos en los siguientes sexenios.

La Revolución extraviada.

Esta cultura política propia del sistema es cuestionada desde su fase temprana en primera

instancia desde la academia por los propios intelectuales del régimen. Tal es el caso de

Daniel Cosío Villegas quien expresó su disgusto por el camino que estaba tomando la
vida cívica del país en su ensayo “La crisis de México” (1947) aparecido en la revista

Cuadernos Americanos. Cosío Villegas señalaba que la Revolución había tenido como

objetivo quitar a Díaz del poder, realizar la reforma agraria y obrera, para luego

consolidar un nacionalismo receloso de lo extranjero. (p. 185). Cosío Villegas reconoce

ciertos logros de la Revolución, pero considera que sus avances estaban en una etapa

embrionaria. Por ejemplo, Madero no había consolidado la democracia, y Calles y

Cárdenas habían destruido el latifundio, pero no habían creado las bases para una nueva

agricultura mexicana. Reconocía que había obra pública e instituciones, pero manifestaba

que la autoridad moral que había tenido la Revolución se había perdido, pues sus fines

mismos se habían extraviado debido a la corrupción administrativa, “ostentosa y

agraviante, cobijada siempre bajo un manto de impunidad” que ha dado al traste con el

programa de la Revolución, con sus conquistas. El imperativo para México era barrer y

purificar la función pública mediante un fuego que “arrase la tierra misma donde creció

tanto mal.” P. 195. El texto de Cosío Villegas establece la idea de la revolución

traicionada, y confirma el fin del consenso revolucionario, apenas logrado dos décadas

atrás. Era la primera muerte de la Revolución como luego consignó Lorenzo Meyer.

Después del ensayo de Daniel Cosío Villegas, aparece El Laberinto de la Soledad

en 1950 de Octavio Paz. Se trata de un texto que adquirió un valor paradigmático pues

cuestionaba los atavismos culturales del régimen revolucionario. El blanco de Paz, eran

las apariencias que le gustaba guardar al gobierno posrevolucionario. En el ensayo

“Máscaras mexicanas,” cuestionaba esa simulación como elemento clave y definitorio del

Ser mexicano. P. 36. Detrás de la máscara, se encubren las emociones, las verdaderas

intenciones, pues el juego político consiste en no abrirse, en no “rajarse”, en no revelar la


intimidad y vivir en la apariencia. P. 48. Estos elementos citados por Paz como

constituyentes de la mexicanidad, de una “cultura” o forma de ser compartida por los

ciudadanos en general y por los mismos gobernantes cuyo eje es el juego de máscaras

para encubrir el ejercicio del poder que se ejercía de manera vertical y discrecional. El

mexicano, parece decirnos Paz, aprendió ese juego de simulación cuyo resultado fue una

cultura de la “transa” y del poco respeto por la legalidad que más adelante habrían de

cuestionar varios autores.

Luego del sexenio de Miguel Alemán (1946-1952) marcado por la corrupción, la

descomposición del régimen continuó con el arribo de Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958)

marcado por la movilización de los profesores quienes se lanzaron a la huelga en 1956, y

1958 respectivamente para exigir mejoras salariales; el movimiento fue reprimido

violentamente, y su líder Otón Salazar encarcelado. Luego los ferrocarrileros

encabezados por Demetrio Vallejo y Valentín Campa se fueron también a una huelga

iniciada en 1958 y que se prolongó hasta 1959 demandando mejoras salariales. Esta

movilización obrera también fue reprimida, para 1960 ya había sido ya desmantelada y

Vallejo y Campa, sus líderes, terminaron en prisión.

Ya durante el sexenio de Adolfo López Mateos (1958-1964), es asesinado el líder

agrario Rubén Jaramillo junto a toda su familia en 1962 en Morelos, la tierra de Zapata.

Y para 1964, serían los médicos quienes se lanzarían a la huelga exigiendo mejores

condiciones laborales. En noviembre de 1964, residentes e internos del Hospital 20 de

noviembre del ISSSTE, reclamaron el pago de aguinaldos, y 200 de ellos fueron

despedidos. Los médicos se organizaron para luchar por sus derechos y lograron

entrevistarse con el presidente Díaz Ordaz recién entrado en funciones quien se mostró
intransigente. Para 1965 grupos de choque de la FSTSE agredieron una marcha de

protesta de médicos el 20 de abril, estos no se amedrantaron y continuaron las protestas

el 26 de agosto de 1965, pero en la noche la policía toma el hospital 20 de noviembre, y

sustituye a los paristas por médicos militares. El episodio terminó con el despido de

cientos de médicos, mientras que los líderes más visibles terminaron encarcelados.

La irrupción de las clases medias.

No solo, la clase trabajadora sufrió el impacto del autoritarismo gubernamental de

aquellos días, el empresariado y las clases medias también se sentían inconformes con la

situación nacional, pues había prácticamente una clausura de la arena política como

menciona Soledad Loaeza, (1988, p.179). Ante la imposibilidad de ser partícipes del

ejercicio del poder, las clases medias iniciaron una movilización coyuntural entre 1957 y

1963. El detonante fueron los contenidos de los primeros libros de texto gratuitos que

aparecieron en 1959 durante el gobierno de López Mateos. Las clases medias ligadas

históricamente a la base social católica tomaron las plazas públicas de Monterrey, Puebla,

Guadalajara y Morelia para oponerse a lo que consideraban una ofensiva “comunista” del

gobierno. No se trató de un sector homogéneo sino de un conglomerado de intereses o

grupos que se unieron bajo una misma bandera.

A pesar de tal oposición los libros de texto gratuitos ya habían comenzado a

editarse y a distribuirse para 1960, lo que alimentó la paranoia anticomunista en los

grupos de laicos católicos quienes ya se habían movilizado durante el cardenismo para

oponerse a la educación socialista. En el ámbito nacional pesaba el triunfo de la

Revolución cubana cuyo ejemplo podía cundir por todo el continente. Estos temores

fueron además alentados por el apoyo de López Mateos a los revolucionarios cubanos y
esto bastó para que fuera acusado de promover la transformación comunista de la nación.

(Loaeza, p. 61).

Entre 1960 y 1962 se da una participación más decidida de los grupos de católicos

laicos quienes emprendieron una fuerte campaña al grito de ¡Cristianismo si, comunismo

no! en ciudades como Monterrey y Guadalajara. El clímax de este episodio fue la

manifestación del 2 de febrero de 1962 en Monterrey donde se reunieron más de 100, 000

personas. Por ello y de cara a la sucesión presidencial, el Estado maniobró para

desmovilizar este frente clasemediero, pactando con algunos actores, cooptando o

integrando a otros, y amenazando a los más obstinados. El mensaje era claro y

contundente de no haber una desactivación de las protestas, habría una represión mayor.

Esta coyuntura de movilización mostró como señala Loaeza, las limitaciones no

solo para integrar una oposición que provenían de la clase trabajadora supuestamente

integrada a través del corporativismo organizado durante el cardenismo, sino también a la

creciente clase media y al empresariado no siempre conforme con las políticas

autoritarias o erráticas del gobierno. P. 402. En este momento ya no había duda que este

ciclo de protestas sociales que revelaba el agotamiento de la legitimidad del Estado

revolucionario.2

Como signo de los tiempos aparece en 1965 La Democracia en México de Pablo

González Casanova quien observaba ya la incapacidad del régimen para incluir a todos

los sectores en el paraguas revolucionario. Señalaba que amplios sectores de la población

no participaban ni en el crecimiento económico, ni en la toma de decisiones en el país.3

González Casanova sostiene que hay graves limitaciones sistémicas para consolidar la

2
Elisa Servin, La oposición política, México, México, CIDE, FCE, 2006, p. 59.
3
Pablo González Casanova, La democracia en México, México, ERA, 1965, p. 62.
democracia, como el control de los medios por el Estado, los altos índices de abstención

electoral y una cultura tradicionalista propia de la población marginal sin derechos y ni

libertad de expresión. González Casanova advierte que estos factores son los veneros de

la violencia y plantea la imperiosa necesidad que tiene el sistema iniciar una apertura

democrática.

El autor emplea en su análisis la noción de cultura política tradicional como grave

obstáculo para desarrollar una cultura política moderna. De acuerdo con González

Casanova en el México tradicional no existe una conciencia cívica autónoma ya que el 50

% de la población vive al margen de los problemas nacionales al no tener acceso a

medios de información. Esta población pasiva es producto de la estructura autoritaria del

poder político, por eso afirma que frente al México político había un México impolítico

que carece de instrumentos de lucha política.4 En lugar de eso al ciudadano marginal

sólo le queda la queja, la súplica y la petición por medio de “coyotes,” e “influyentes,”

gestores e intermediarios entre ellos y el poder estatal.5 Esa falta de educación cívica era

pues una de las principales trabas para una auténtica democratización de la vida pública.

A pesar de todo este ambiente convulsionado Octavio Paz y Pablo González

Casanova coinciden en que la Revolución sigue siendo un emblema de la lucha popular

y que mediante una depuración puede enmendar el rumbo. Como señala Saúl Jerónimo, a

pesar de los tropiezos del régimen, ambos siguen siendo hombres del sistema y artífices

de las instituciones revolucionarias por lo que están lejos de dar por perdido el legado

4
Ibidem, p. 102.
5
Ibidem, p. 108.
revolucionario. Si bien sus posiciones son ciertamente críticas, pueden entenderse como

reformistas más que como plena y diáfanamente rupturistas.6

Retomar el rumbo: la democratización desde adentro.

En 1965, el año en que aparece La democracia en México de González Casanova, se

inicia al interior del propio Partido Revolucionario institucional una reforma para

democratizar los procesos de selección interna de los candidatos tricolores, a instancias

de su secretario general Carlos Madrazo. Ese mismo año se intentó reformar el artículo

59 constitucional para lograr la reelección de los diputados, los médicos se movilizaron

para defender sus derechos laborales, y apareció una guerrilla agrarista encabezada por el

profesor rural Arturo Gámiz que lanzó el asalto al cuartel militar de ciudad de Madera,

Chihuahua.

Estos hechos evidenciaban el agotamiento de las políticas revolucionarias,

entonces Madrazo intenta apartarse del acostumbrado funcionamiento vertical y de cuotas

corporativas del PRI, para apostar por una nueva dinámica de competencia libre y abierta

por los cargos de elección popular al interior del partido. En ese momento, la disciplina

de partido y el destape del candidato presidencial eran parte de los rituales sexenales.

Cada presidente nombraba a su sucesor desde Calles mismo, y constituía la quinta

esencia del presidencialismo mexicano. Madrazo conocía bien estos entretelones de la

política nacional, pues había sido parte de la organización juvenil militante de la

izquierda en el Tabasco garridista, y después de ser gobernador de esa misma entidad

había llegado a la secretaría general del tricolor con el aval de Gustavo Díaz Ordaz desde

noviembre de 1964 hasta noviembre de 1965. P. 52.

6
Saúl Jerónimo, “Octavio Paz en la obra de Pablo González Casanova,” en Saúl Jerónimo Romero, Danna
Levin y Columba González, (coords.), Horizontes códigos culturales de la historiografía, México, UAM-
A, 2007, p. 27.
La reforma madracista era un intento por ciudadanizar amplios sectores de la población

que habían aprendido ya las formas de un Estado que gestionaba todo a partir de cuotas

corporativas, y donde no importaban los perfiles ni lo competente que fuera un

contendiente, era más importante el aval del partido, no las cualidades del individuo. P.

60. Horcasitas. Por ello Madrazo se propuso separar los comités municipales y estatales

del partido, de la esfera política de los gobernadores y de los líderes de las centrales

obreras. La oposición de estos sectores fue desde luego feroz pues de concretarse la

propuesta madracista, los gobernadores no podrían designar a los presidentes municipales

como era la tradición, volviéndolos potencialmente sus opositores.

Todo este proceso terminó con la renuncia de Madrazo a la dirigencia priísta en

1965, aunque el tricolor había alcanzado el triunfo electoral ese año en más de mil

municipios, cuyos candidatos habían sido designados por medio de una competencia más

libre y plural. No obstante, los gobernadores terminaron por imponer su lógica copular y

corporativa en los procesos electorales siguientes. El enfrentamiento de Madrazo con el

gobernador de Sinaloa Leopoldo Sánchez Celis, fue el punto culminante de la reforma

interna del PRI, y al mismo tiempo selló la derrota política de Madrazo al no poder

acabar con la lógica de las clientelas políticas en el Partido hegemónico.

Por aquella época el propio Octavio Paz lanza una crítica al corporativismo del

régimen en Corriente alterna (1967), donde señalaba que el estancamiento económico

que padecía México no se podía resolver sólo con medidas técnicas, sino que demandaba

también medidas políticas. Señalaba que el Estado debía soltar el control de los sindicatos

como preludio de un anhelado proceso de democratización del sistema político. Al hacer

esto, los trabajadores dejarían der ser soldados del sistema para convertirse en verdaderos
ciudadanos. P. 181. Desde esta perspectiva, había que renunciar a la economía estatizada

y al control obrero por medio del partido de Estado como sucedía con los países del

bloque comunista, algo que por supuesto no se dio a pesar de los esfuerzos incipientes de

Carlos Madrazo por democratizar el PRI.

La otra experiencia democratizadora en esta coyuntura fue la campaña del Dr.

Salvador Nava en San Luis Potosí. Nava encabezó una de las primeras candidaturas

independientes al imponerse al candidato oficialista en las elecciones por la alcaldía de

San Luis Potosí en 1958. Durante su gestión encabezó un gobierno plural y eficiente, que

no contó con el apoyo del PRI, pero sí del presidente Adolfo López Mateos. Luego se

postuló para la elección de gobernador creyendo que ahora sí recibiría el apoyo del

tricolor, mismo que le fue negado y terminó perdiendo la elección de manera fraudulenta

frente al candidato oficial en 1961. Después de enfrentarse a las autoridades en protesta,

Nava y sus colaboradores fueron detenidos y él torturado, por lo que resolvió alejarse de

la vida política, aunque luego regresaría en dos coyunturas críticas: 1982 y 1991.

Los estudiantes y el 68.

Como hemos visto hasta aquí, la lucha por la democratización del sistema política

nacional no obedecía a un solo actor o caudillo, sino a un conglomerado de movimientos

y expresiones políticas de muy diversos signos que abarcaba prácticamente todo el

espectro ideológico. Como se ha mencionado, la coyuntura que va de 1957 a 1968 revela

que a pesar del “milagro mexicano,” cundía el descontento entre las clases medias que no

podía participar del poder, entre el sector obrero golpeado por los bajos salarios, y

también entre los campesinos que seguían reclamando tierras y apoyos para el campo,

pese a la reforma agraria ejecutada en el periodo cardenista.


Para entonces el México rural se había esfumado, y las comedias campiranas de la época

del cine de oro mexicano eran parte de una evocación nostálgica que había sido sepultada

ya en la pantalla grande en algunos filmes clásicos en tono melodramático como Ustedes

los ricos y Nosotros los pobres (1948) de Ismael Rodríguez, que retrataban la división y

la marginación en las grandes ciudades, o cómicos como Germán Valdés Tin tan que

llevaron a la gran pantalla el tema de los migrantes mexicanos a la Unión Americana. No

podemos olvidar a Luis Buñuel quien en su película Los olvidados (1950), llamó la

atención sobre el México que estaba creciendo al margen del “Milagro mexicano,” pero

ya sin ese tono melodramático de las películas de Ismael Rodríguez. Con Buñuel termina

una época, pues además entierra la representación idílica del México rural en su filme el

Río y la Muerte (1955).

Si bien el sistema de bienestar, le proveía al ciudadano una atención desde la cuna

hasta la tumba, eso no bastaba para que la creciente población urbana se creara

expectativas de ascenso social. Esta presión la sintieron los hijos de las clases medias que

podían ir a la universidad, pero que con todo y eso no avizoraban un futuro halagüeño al

egresar. Ese fue un factor para que detonara un ciclo de huelgas universitarias desde 1956

comienza que habrá de tener su desenlace trágico en 1968. El epicentro del primer paro

estudiantil es la Universidad de San Nicolás de Hidalgo por una demanda presupuestal.

Habrá otro ahí mismo en 1960 para pedir una reforma a la universidad, y en 1963 para

rechazar una ley orgánica impuesta por el Estado. Habría uno más en 1966 detonado por

el conflicto entre la universidad y el gobierno del Estado que culminaría con la toma de

las instalaciones universitarias por el ejército. (Gómez Nashiki, 2007, p. 1181-1182). El

movimiento estudiantil en la Universidad de Sonora en 1967 corrió con la misma suerte.


El rompimiento de las huelgas universitarias de manera violenta por parte del Estado era

el preludio de lo que estaba por venir.

Por diversas razones que aún no están muy claras creció en toda esa década una

politización de los estudiantes, y su radicalización fue leída por el gobierno como una

manipulación “comunista.” Por aquella época se extendió un macartismo a la mexicana

alentado por el contexto de la guerra fría, y eso explica porque los funcionarios del

gobierno veían comunistas por todos lados. Esto no quiere decir que la influencia de las

juventudes del Partido Comunista Mexicano no se hiciera patente en los movimientos

estudiantiles de esa década, pero no por ello puede decirse que todos y cada una de estas

expresiones fueran obra y gracia de los comunistas. No obstante, la tesis del complot

comunista corrió como reguero de pólvora alentada desde los medios y asumida por los

miembros de la policía política mexicana.

Así las cosas, el escenario estaba puesto para el conflicto que sería el zénit de las

confrontaciones entre los estudiantes y el gobierno en 1968. Como señala Elena

Poniatowska en su crónica, todo empezó con un pleito entre alumnos de las vocacionales

2 y 5 del Politécnico nacional y la preparatoria Isaac Ochotorena incorporada a la

UNAM, entre el 22 y el 23 de junio del 68, mismo que fue reprimido violentamente por

el cuerpo de granaderos de la ciudad de México gobernada en ese entonces por el regente

Ernesto Uruchurtu. Ante la violencia con la que la policía reprime a los estudiantes, se

integra un movimiento que al inicio pedía la desaparición del cuerpo de granaderos y la

destitución de los jefes policiacos de la ciudad de México.7 El conflicto fue escalando

hasta volverse nacional, aunque tuvo su epicentro en la ciudad de México donde estaba la

7
Ariel Rodríguez Kuri, “Los primeros días. Una explicación de los orígenes inmediatos del movimiento
estudiantil de 1968” p. 198.
sede del Consejo Nacional de Huelga (CNH) integrado por estudiantes del Politécnico

nacional y de la UNAM. El manejo torpe por parte de los cuerpos de seguridad del

Estado de un conflicto aparentemente sin importancia, derivó en una huelga estudiantil

que se extendió varios meses hasta concluir el 2 de octubre de 1968, en la plaza de las

tres culturas en la unidad habitacional Tlatelolco. En ese lugar sucumbieron un número

indeterminado de personas cuando se desató el fuego cruzado entre los militares que

resguardaban la plaza durante un mitin del CNH, y los miembros del batallón Olimpia

apostados en los apartamentos de los edificios aledaños a la plaza. La represión de Estado

se había consumado.

La respuesta violenta por parte del Estado hacia el movimiento estudiantil puede

obedecer desde luego a la tradición autoritaria del régimen a la que ya se ha aludido

ampliamente. Pero como señala Ariel Rodríguez Kuri, la inminencia de los juegos

olímpicos que estaban por celebrarse en México en octubre de 1968 era una presión

brutal que soportaba el gobierno de Díaz Ordaz. Simplemente el gobierno no concebía

iniciar las olimpiadas en la ciudad de México tomada por los estudiantes, y

prácticamente en estado de sitio. Precisamente como nos dice Kuri, México había sido

elegida sede olímpica para fungir como pararrayos del conflicto entre capitalistas y

comunistas, como espacio “neutral” en plena guerra fría.

Por otro lado, el mismo autor señala que el movimiento estudiantil no era lo

popular que se ha pensado, pues diversos sectores de la población apoyaban una solución

violenta del conflicto. Había pues una ansiedad propia de un conservadurismo social que

se enfrenta a la ruptura representada por los jóvenes. Kuri identifica un coro de voces que

iba desde ciudadanos comunes hasta miembros del partido que pedían abiertamente la
represión de los estudiantes movilizados vistos como “delincuentes juveniles” y agentes

del caos y el desorden. Incluso decían algunos, el asunto era de origen sexual, pues las

minifaldas de las muchachas despertaban pulsiones muy difíciles de controlar que se

canalizaban en las protestas sin razón y en los “actos vandálicos” supuestamente

perpetrados por los estudiantes (p. 530). Incluso la extrema derecha ideológica le dio el

aval al gobierno para que actuara con mano firme contra los “revoltosos,” pues los dos

Salvadores, Abascal y Borrego le enviaron sendas cartas al presidente para pedirle que

actuara sin vacilar. En ese momento es cuando la paranoia anticomunista tuvo un efecto

poderoso, pues Díaz Ordaz y su entorno inmediato notaron que fuera de las escuelas se

estaba formando una corriente de opinión que apoyaba la represión violenta del

movimiento estudiantil y el apresamiento de los líderes del movimiento (P. 536).

Si se nos permite la licencia psicoanalítica, la rebelión de los estudiantes no solo

es contra el gobierno, es también contra el orden patriarcal y sus valores judeocristianos.

Con señala Eric Hobsbawm, en la posguerra tiene lugar una revolución social y cultural,

pues las mujeres se integran al mercado laboral trastocando con ello los papeles de

género y la propia estructura familiar de Occidente. También en este proceso serán

factores importantes el descubrimiento de la píldora anticonceptiva como dice Anthony

Giddens, pues con esto no solo se regulo el ciclo de procreación o concepción, sino que

además la mujer alejo el miedo a la muerte en el parto que milenariamente la había

acompañado, y tomó control de su cuerpo y de su sexualidad por primera vez quizá desde

el establecimiento del sistema patriarcal.

Por otro lado la emergencia de los jóvenes como el grupo protagonista en la

sociedad de posguerra fue de la mano con su rápida colocación laboral, que le permitió
consumir los productos de una naciente industria cultural que producía rock and roll y

moda juvenil. En el contexto mexicano, el rock and roll sustituyó entre los jóvenes a los

ritmos afrocaribeños que hasta entonces dominaban la escena artística. Este ritmo fue

introducido por las disqueras controladas por los Azcárraga, quienes además habrían de

fundar telesistema mexicano en 1955. Ya desde la década de los 50s, el rock fue asociado

con lo moderno, con la juventud, y con la rebeldía por antonomasia. Si bien al inicio hay

cierta idealización de los jóvenes en películas como Viva la juventud (1955) al

representar al estudiante de la UNAM y del Politécnico, como moderno y comprometido

con el progreso de México, ya en Locura del Rock and roll (1957), la escena final es una

batalla campal entre universitarios y politécnicos al ritmo de rock. Después habrá varias

más donde se va a censurar de manera sistemática el comportamiento de los jóvenes de la

época, asociando riesgo y pandillas con el rock, como Juventud desenfrenada (1956), la

Edad de la tentación (1959), Jóvenes y rebeldes (1961) donde aparece Billy Halley, la

Edad de la violencia (1964) y Juventud sin ley por mencionar algunas.

En ellas se aborda la rebeldía del adolescente, las conductas de riesgos muy al

estilo de Rebeldes sin causa (1955) de Elia Kazán, pero siempre con un toque moralino y

aleccionador, recordándole a la audiencia cuál era el camino de las buenas costumbres, y

señalando a la vez la transgresión de las normas que significaba la nueva cultura juvenil.

Al ver este ciclo de películas da la impresión que el trasfondo es regañar a los jóvenes y

dejar en claro que adoptando modas extranjeras se apartan de los valores morales

imperantes. El regaño también llega a los padres, a los que se les reprocha la falta de

atención hacia su familia. Hay desde luego un afán de normar y de regular la conducta de

aquellos que se han desorientado para rehabilitarlos, y sobre todo para proscribir la
trasgresión de los valores tradicionales y de los papeles de género preestablecidos. Estas

expresiones contraculturales pueden verse recogidas por José Agustín primero en sus

obras literarias, y luego en su obra de síntesis La contracultura en México. También

puede verse Luz externa (1974), filmada en Super 8 basada en un texto El Rey se acerca

a su templo del propio José Agustin, que no fue terminada hasta 1992 por Sergio García y

Edda Rayet según Álvaro Vázquez Mantecón, luego en 2008 se le agregó la voz en off de

Gabriel Retes. El otro gran contrapunto de este proceso contracultural será el festival de

rock en Avandaro celebrado en 1971 donde ya se muestra una evolución del rock

nacional y que tuvo también cierta connotación política porque mostró que esta cultura

juvenil ya se había extendido, a pesar la oposición gubernamental. Se piensa que desde

entonces el Estado boicoteo sistemáticamente todos los conciertos de Rock hasta que en

1981 regresó Queen a Puebla.

Con el movimiento del 68, no solo entró en crisis el sistema político, pues de la

mano del desprestigio sufrido por el Estado a causa de la represión sistemática, también

se iba revelando el agotamiento del modelo económico iniciado en la década de los 50s.

De hecho el crecimiento demográfico era otra de las variables que impactaba en la

dinámica propia del sistema político. Desde mediados de los 60s, Francisco López

Cámara, advertía que la supuesta rebeldía sin causa de los jóvenes, en realidad tenía

origen en el crecimiento de una clase media descontenta por el agotamiento del mercado

laboral (1973). p. 97

Es decir, los jóvenes rebeldes que organizaban movimientos estudiantiles, no eran

impulsados por fuerzas extranjeras oscuras y desestabilizadoras como señalaban los

partidarios del régimen. Todo lo contrario, para López Cámara, la explicación era que los
jóvenes ingresaban a las universidades con grandes expectativas que luego se veían

frustradas al no haber suficiente trabajo para ellos. Eso se tradujo en una rebelión de las

clases medias que como ya se vio se movilizaron contra el libro de texto en 1959, y de

paso alimentó la rebeldía de los estudiantes en las universidades.

Lo que se planteaba entonces es que el sistema simplemente era incapaz de crear

nuevos espacios de trabajo para los egresados de la educación superior y tampoco podía

integrados en la estructura corporativa del régimen. Como ya se sabe un sector

minoritario de estos jóvenes habría de radicalizarse aún más tomando el camino de la

guerrilla, mientras que otro terminaría por buscar el cambio por la vía electoral, quizá

votando por Partido Acción Nacional, o por el Frente Cardenista en las elecciones del 68.

López Cámara vio claramente que ya desde la elección del 70, había un crecimiento de la

base electoral panista que dada la tendencia demográfica ganaría más terreno hasta

conducir al país hacia un modelo bipartidista (P. 84). En esto tuvo López Cámara, voz de

profeta.

El Leviatán bajo asedio.

La masacre del 2 de octubre del 68, fue un evento que conmovió a Octavio Paz que hasta

entonces había asumido una actitud reformista. El mismo siendo embajador de México,

en la India, presentó su renuncia al servicio exterior mexicano el 4 de octubre del mismo

año. Al respecto hay una polémica en curso, pero más allá de resolución resulta claro que

la postura de Paz frente al evento mismo fue de absoluto y público repudio. La carta que

presenta el 4 de octubre al entonces Secretario de Relaciones exteriores, Antonio Carrillo

Flores no deja lugar a dudas de su postura, frente a las políticas represivas del Estado.
Más adelante publica Posdata (1969), la continuación al Laberinto de la Soledad, donde

Octavio Paz afirma que la muerte de los estudiantes en Tlatelolco había sido una

atrocidad, un acto desmesurado de abuso de poder. En primer término, pone en

perspectiva el movimiento estudiantil, y lo observa como un signo de los tiempos. Los

movimientos juveniles a juicio de Paz, tienen pues un rasgo de universalidad. Si bien

todo comenzó con un pleito de preparatorianos, el movimiento estudiantil fue tomando

vuelo hasta volverse legítima expresión de la conciencia popular que clamaba la

democratización del país. P. 250. Pero el gobierno no escuchó, estaba demasiado

petrificado o más bien acostumbrado a detentar un poder aplastante como para dialogar,

así lo había demostrado con todos los movimientos de la década de los 60s.

Según Paz, el partido de Estado no conocía la democracia interna, pues era

dominando por un “grupo de jerarcas, que a su vez prestan obediencia ciega al presidente

en turno.” Paz menciona que la reforma democrática propuesta por Carlos Madrazo

habría sido la solución a la crisis que vivía el país en toda la década de los años 60s. Su

fracaso, era la evidencia de que el tiempo de una reforma interna para despresurizar el

sistema había pasado. P. 258. En lugar de eso, se impuso el culto obsceno al presidente,

al gran Tlatoani sexenal, que tornaba al congreso de la unión en pleno, en una institución

que más que legislar, se dedicaba a adular hasta la ignominia los discursos presidenciales

cada 1 de septiembre.

El inmovilismo del sistema, y su respuesta represiva es representado por Paz

mediante la analogía al culto prehispánico en las pirámides a los dioses nahuas que

reclamaban de cuando en cuando, un auténtico festival de sacrificios humanos. p. 291.

Así como los antiguos dioses demandaban derramamiento de sangre para preservar el
orden cósmico, inmóvil e invariable, ajeno al cambio, el Tlatoani sexenal sacrificó a sus

hijos para preservar el orden político sin cambio alguno, y lo hizo justo en Tlatelolco,

antiguo teocalli, donde se practicaban sacrificios humanos. Herencia negra si se quiere,

pero vigente que atraviesa la historia mexicana hasta desembocar en el sacrificio ritual

del 2 de octubre, ahí termina el movimiento estudiantil y también termina una época. P.

252.

El gobierno de Díaz Ordaz se justificó diciendo que había actuado en legítima

defensa de los intereses de la nación amenazados por fuerzas malignas que desde el

extranjero amenazaban con desestabilizar al país en vísperas de las olimpiadas a

celebrarse en octubre de ese año. Díaz Ordaz asumió la responsabilidad por los sucesos

del 2 de Octubre durante su quinto informe de gobierno el 1 de septiembre de 1969,

eximiendo a Luis Echeverría, su secretario de gobernación y futuro sucesor, de cualquier

culpabilidad. La paranoia anticomunista se había apoderado de él, y era alimentada

constantemente por sus propios subalternos. Incluso había una serie de libelos que

ofrecían la versión oficial del movimiento: todo era una conjura comunista para dar un

golpe de estado en el país, entonces se debían de tomar decisiones drásticas, pues la

patria estaba en juego.8

Esta postura la reafirmaría luego en una entrevista concedida en 1977, cuando

había sido nombrado embajador en España, donde señaló no consideraba a Tlatelolco

como parteaguas histórico. Decía que México era el mismo México, antes y después de

8
Destaca el texto El Mondrigo. Bitácora de lucha del Consejo Nacional de Huelga, no se sabe la fecha
exacta de su edición, se rumora que fue escrito por Jorge Joseph por instrucciones de Fernando Gutiérrez
Barrios a partir de los informes de la DFS con la intención de hacer aparecer al movimiento como una
conjura comunista internacional. Al respecto véase Pablo Tasso, historiografía oficial de 1968, Tesis de
doctorado, UAM-A, 2014, consultado en
http://posgradocsh.azc.uam.mx/egresados/079_TassoP_Historiografia_oficial_1968.pdf
Tlatelolco, que ese evento era un incidente penoso en la vida de un pueblo. Cuando se le

pregunta su parecer por la renuncia de Carlos Fuentes a la embajada de Francia, señala

que él en calidad de presidente no había tenido nada que ver, pero que le había provocado

mucha risa, y que Fuentes se erigía en juez de acontecimiento que no había presenciado.

Para Díaz Ordaz, los muertos eran pocos, no habían pasado de 30 o cuarenta, entre

soldados, alborotadores y población civil. El expresidente, defendía en ese momento que

los soldados y los civiles en la plaza habían sido agredidos por agitadores desde el

edificio Chihuahua. Luego dijo que estaba orgulloso de su trayectoria como servidor

público, y sobre todo estaba orgulloso de haber salvado al país en el año del 68,

arriesgando todo, su integridad, la investidura y la de su familia, e incluso el paso de su

nombre a la historia. Esa fue su versión final.9

Díaz Ordaz no solo desmintió a Fuentes, sino que lanzó sobre Paz en una

entrevista concedida a Ernesto Sodi Pallares en 1970, al decir “¡ese que va a renunciar!

cómodamente pidió que se le pusiera en disponibilidad, acudió al expediente burocrático

para conservar la chamba y prácticamente está con licencia indefinida.” Así Díaz Ordaz,

le quitaba mérito a las críticas de los intelectuales, pues desde su lógica eran oportunistas

y falsos, personajes sin convicción, figurines que nada entendían de las verdaderas

razones y compromisos de un hombre en el ejercicio del poder. La propia personalidad y

acciones políticas de Díaz Ordaz representan en buena medida la figura patriarcal por

excelencia que no acepta el cambio generacional, ni mucho menos las modas del rock

and roll o del amor libre. Como dice Enrique Krauze, era amante del orden establecido y

9
Los fragmentos de las entrevistas fueron editadas y proyectas en un programa especial por canal 40 CNI
para conmemorar el 30 aniversario del 68, puede ser revisado en
https://www.youtube.com/watch?v=IQwBly9Ionw
proclive al enojo, y en grado último no vacilaba en reprimir a quien fuese con tal de

recuperar ese orden al fungir como cancerbero del sistema.

La represión por supuesto no terminó en Tlatelolco, pues además de los cerca de

300 muertos del 2 de octubre, los líderes más visibles fueron encarcelados en la prisión

de Lecumberri. Luis González de Alba, uno de los miembros destacados del CNH dejo

una inmejorable crónica sobre el 68 y de su experiencia en la cárcel: Los días y los años

(1971). Ahí está todo condensado, las agresiones que sufrieron en la prisión a manos de

los delincuentes comunes, las carencias y privaciones, entrelazado con un relato puntual

del movimiento, los sectores que lo integraron, los comunistas y su tradicional

sectarismo, junto con los jóvenes clasemedieros, el pleito de las vocacionales y la

represión policiaca, la atmosfera internacional: cuba y Vietnam, el pliego petitorio, las

marchas, los mítines y los choques con los granaderos, las brigadas, la toma de CU y el

Politécnico por parte del ejército, el batallón Olimpia, los infiltrados y las diferencias

entre los líderes del CNH.

En la crónica de González de Alba hay un homenaje a los líderes obreros

encarcelados junto con él, Vallejo y Campa. Además hay una sentido de autocrítica en su

narrativa sobre la falta de objetivos claros del CNH, ¿cuál era el objetivo? ¿qué

buscaban? ¿derrocar al gobierno? ¿reformarlo? De Alba devela que no tenían claro el

rumbo final del movimiento. También revela los excesos, las discusiones interminables

que no conducían a nada, la confusión, el protagonismo de ciertos líderes, y la infiltración

del movimiento. El texto de González de Alba también es notable porque aporta un

diagnóstico de aquello que hacia poderoso al régimen priista. Uno de sus puntales, decía
eran los sindicatos a los que se debía de liberalizar una vez eliminados los líderes

“charros,” y con esto se daría un golpe mortal al sistema político mexicano. P. 38.

En esto coincide González de Alba con Octavio Paz que veía en el corporativismo un

grave obstáculo para la vida democrática del país. En esta coyuntura la legitimidad del

régimen quedó seriamente comprometida como ya se ha analizado, pero al mismo tiempo

queda patente el poderío y el grado de violencia que podía alcanzar para eliminar a sus

opositores. De ahí en adelante, el sistema vivirían en esa crisis de legitimidad constante.

El texto de Luis González de Alba es un testimonio de esa violencia de Estado y sus

efectos sobre todo una generación que en sus propias palabras quedó rota por el trauma

sufrido. El mismo se quitaría la vida un 2 de octubre de 2016.

Quizá la mejor representación de esta violencia de Estado en el cine fue lograda

por Felipe Cazals, en dos películas El Apando y Canoa, ambas estrenadas en 1976. La

primera se basa en la novela homónima de José Revueltas, quien la había escrito preso en

Lecumberri, y publicada en 1969. La trama devela la corrupción y degradación del

sistema carcelario mexicano, y el sistema de castigos que incluía el encierro en una celda

de castigo, el apando, que condenaba a los presos a un sufrimiento atroz. Destaca en la

película de Cazals, la escena al final donde tres presos son sometidos en uno de los patios

con una brutalidad y una violencia totalitaria, paroxística y alegórica de los tiempos que

corrían cuando aparece el filme.

En Canoa, sigue la misma tónica al mostrar el linchamiento de 5 trabajadores de

la Universidad de Puebla que habían subido al poblado de San Miguel Canoa para hacer

una excursión al cerro de la Malinche. Ahí en ese poblado los agarró la noche y

decidieron quedarse. Todo iba bien pues recibieron asilo en casa de unos de los
pobladores. Sin embargo, en paralelo el párroco del lugar Enrique Meza Pérez se

confabuló con los habitantes ya alcoholizados para que se lanzaran contra los supuestos

estudiantes comunistas, que eran en realidad los excursionistas. Lo que siguió después

fue dantesco, una turba enardecida llegó a donde estaban los jóvenes quienes terminaron

por ser linchados, tres de ellos murieron junto con el campesino que los había asilado.

Los otros dos se salvaron de morir al llegar el ejército para detener a la turba asesina.

Casi al inicio de la película Calzals, hay una escena que incluye un desfile del

ejército mexicano del 16 de septiembre que va en paralelo a un contingente que asemeja

una marcha de protesta, pero que en realidad es un cortejo fúnebre. En apariencia esta

escena no tiene relaciona con las anteriores, ni con las posteriores, es como si fuera ajena,

gratuita. No obstante, se trata de una referencia alegórica que traza un paralelismo entre

la muerte de los trabajadores universitarios poblanos y los estudiantes en Tlatelolco el 2

de octubre. Los muertos de Canoa, linchados por la turba son los estudiantes en la plaza

de Tlatelolco acusados de ser comunistas, sometidos a una violencia inaudita, absurda e

irracional. El cine de Cazals irrumpe con una fuerza tremenda es crudo, directo, brutal,

sin concesiones, sin música ranchera, y sin el moralismo ni sentimentalismos propios del

cine mexicano de oro.

En medio de esa atmosfera, asume el poder Luis Echeverría, el secretario de

gobernación del Díaz Ordaz, señalado como un autor intelectual de los hechos del 2 de

octubre. Por tal motivo, Echeverría deseoso de congraciarse con el sector de los

estudiantes y de los académicos concedió la amnistía a los líderes del 68 presos en

Lecumberri, y demás presos políticos como Valentín Campa, Demetrio Vallejo y al

propio José Revueltas. Además aumentó los subsidios a las universidades, e institutos
técnicos del país, y funda nuevas universidades como la Autónoma Metropolitana en

1974 con la intención de integrar a la disidencia estudiantil al aparato académico o a la

burocracia estatal. (Krauze, p. 405).

No obstante, el lado oscuro de Echeverría emergió de nuevo, pues se le

responsabiliza de estar detrás de la matanza del jueves 10 de junio de 1971. Un grupo de

estudiantes y algunos líderes excarcelados del 68 organizan una marcha para protestar

contra la represión sufrida por estudiantes en Nuevo León. La manifestación partió del

casco de Santo Tomás, pero fue interceptada por los granaderos y por un grupo de

jóvenes que después se sabría, eran los halcones. Se trataba de un grupo paramilitar que

atacó a los estudiantes, primero con palos y luego con armas de fuego, derivando esta

acción de nueva cuenta en un número indeterminado de muertos y heridos.

Con esto se había consumado una vez más la represión a un movimiento

estudiantil, sin miramientos ni contemplaciones. Echeverría le apostaba a un olvido

rápido de los hechos del 10 de junio, pues contaba con el control de casi todos los medios

de comunicación. Incluso tenía en ese momento el apoyo de algunos intelectuales como

Fernando Benítez y el mismo Carlos Fuentes, entonces embajador de México en Francia.

Ese respaldo, a pesar de las sospechas y acusaciones que pesaban sobre Echeverría,

impulsaron al escritor Gabriel Zaid a publicar una carta a Carlos Fuentes el 12 de

septiembre de 1972 en la Revista Plural dirigida por Octavio Paz, donde le reclamaba su

cercanía con Echeverría. Le reprochaba que pusiera su autoridad moral, su prestigio al

servicio de un político al que se le podían objetar al menos 3 acciones: 1) su silencio

sobre los hechos del 68, cuando era nada más y nada menos que el secretario de

gobernación; 2) su escaza voluntad para aclarar, pese a sus promesas, la matanza del
jueves de Corpus; y 3) la reubicación de los funcionarios de la ciudad de México

involucrados en garantizar la seguridad de los estudiantes aquel jueves de Corpus. Zaid

desconfía de Echeverría y lo emplaza a resolver el caso del Halconazo, mientras que le

reclama a Fuentes su cercanía con el poder. (Para leer en bicicleta, 1975).

Al respecto, Daniel Cosío Villegas habrá de ser particularmente crítico con la

figura de Echeverría. En su texto El sistema político mexicano (1973) señala que uno de

los graves problemas del régimen es sin duda el excesivo poder que acumula el

presidente de la república quien tiene subordinados a los otros dos poderes de la unión: el

legislativo y el judicial. Así el presidente encabeza una monarquía absoluta y hereditaria

en línea transversal. P. 31. También le reprocha al Partido de Estado no haberse

democratizado a tiempo porque siempre se recurre al tapadismo, o selección oculta e

invisible de los candidatos a puestos de elección popular. P. 59. En ese mismo texto

cuestiona las limitaciones de la competencia partidista, pues el partido de Estado siempre

se impone de manera aplastante a otros partidos que sirven de comparsa, o incluso son

satélites propios del sistema.

Desde la perspectiva de Cosío Villegas, el partido hegemónico ha perdido toda

legitimidad, pues el vago programa nacionalista revolucionario se ha erosionado debido a

los acontecimientos de la década pasada, quedando descarnado como una máquina

“chupavotos.” Luego recuerda la experiencia fallida de Carlos Madrazo, lo que deja en

claro, según Cosío Villegas, que el secretario del comité ejecutivo nacional tiene una

influencia casi nula en la reestructuración del partido. Del presidente Echeverría

desconfía, pues considera que su llamado a la apertura democrática es más bien una

predica, un acto de demagogia. P. 99. Los ensayos de Cosío Villegas son ya críticas
abiertas al sistema y a la figura presidencial lo que constituía un sacrilegio en ese

momento, por lo que sufrió una campaña en su contra que incluyó señalamientos velados

de Echeverría hacia su persona, y la edición de algunos libelos donde lo tachaban de

proyanqui y escritor a sueldo de Estados Unidos.

No obstante, volvió a la carga con un nuevo texto titulado El estilo personal de

gobernar (1974) donde ponía en la picota a Echeverría con singular ironía y sarcasmo. Su

crítica se enfoca en los rituales del poder y en el don de la ubicuidad que parece poseer

Echeverría quien incansable parece estar en todos lados, a todas horas, para dar respuesta

a todo y todos. Luce infatigable y siempre predica con frases ingeniosas, acrisoladas para

la posteridad. Pero esta elocuencia, no se acompaña de acción lo que deviene pronto en

demagogia y en un monólogo desde el poder. De igual manera, Cosío Villegas cuestiona

la simulación electoral de los partidos satélites que conforman la “oposición leal.” P. 72.

Hasta ahí llega la apertura democrática preconizada al inicio del sexenio echeverrista.

Para Cosío Villegas es más de lo mismo, y sobre todo expone con singular claridad el

protagonismo del presidente, sus giras por el extranjero donde éste da rienda suelta a su

irrefrenable inclinación a predicar como sello personal de su gobierno. El texto de Cosío

Villegas era sobre todo un claro cuestionamiento al exceso del presidencialismo.

Hasta aquí podemos ver que incluso los autores que pedían en su tiempo la

reforma del sistema para retomar el rumbo de la Revolución, como Octavio Paz, Cosío

Villegas, y Pablo González Casanova, poco a poco llegaron a la conclusión de que eso ya

no era posible en modo alguno. La Revolución había sido traicionada, las clases

populares eran económicamente golpeadas, y las clases medias veían todos los caminos

de la alternancia cerrados. El horizonte en este plano, no era nada halagüeño, no obstante


algunos intelectuales aun sostenían que el legado revolucionario y los beneficios de un

estado de bienestar basado en un modelo económico keynesiano aún eran palpables. La

reivindicación del legado revolucionario en ese contexto fue realizado por Arnaldo

Córdoba, autor de una brillante trilogía dedicada a la formación del sistema político

mexicano: La Formación del poder Político en México (1972); La ideología de la

Revolución mexicana (1973); y La política de masas del cardenismo (1974). Comunista

en sus años mozos, Córdova devino en un marxista académico con formación de jurista y

politólogo cuyo interés se centró en reivindicar el legado radical de la Revolución

mexicana.

En La Formación del poder político, Córdova señala que hay dos factores

determinantes para explicar la constitución de un gobierno fuerte: el presidencialismo y el

corporativismo. Señala que la propia Constitución de 1917 concede atribuciones

extraordinarias al presidente, al mismo tiempo que integra las demandas de los sectores

populares. Según Córdoba, había la creencia entre algunos políticos mexicanos como

Emilio Rabasa, que un país como México sólo podía llegar a la madurez confiriéndole

atribuciones extraordinarias al presidente en turno, para resolver sin demora los conflictos

que se presentaran en el ejercicio del poder. Esa fue la constante durante el porfiriato, y

de alguna manera había una línea de continuidad entre este régimen y el gobierno

emanado de la Revolución. La gran distinción entre ambos, es que el segundo integraba

un programa constitucional de reformas sociales. En los artículos constitucionales, 27 y

123, nos dice Córdova, se retomaban los reclamos de las clases populares,

convirtiéndolos en derechos y también en armas políticas. P. 21. Este hecho significó en

buena medida la construcción de un modelo de desarrollo capitalista, pero combinado


con una ideología populista que reivindicaba los derechos de las masas mexicanas y las

incorporaba a la estructura de poder.

Por otro lado el fenómeno del presidencialismo es explicado como parte de la

dependencia histórica mexicana del caudillo, por lo tanto el presidente es un caudillo pero

investido del poder constitucional. El carisma del caudillo se ha eliminado para dar paso

a la institución del presidencialismo constitucional. (p. 53). Según Córdova la naturaleza

propia del sistema produjo un tipo específico de educación política, en donde no existía la

promoción de los valores democráticos, sino la incorporación de los actores a un sistema

paternalista donde toda oposición carecía de autoridad moral. La clave nos dice, es que

existe una alianza institucionalizada de grupos sociales como factores de poder, mientras

que el presidente ha sido promovido constitucionalmente con poderes extraordinarios y

aparece como árbitro supremo. Esto da como resultado un culto a la personalidad del

presidente y a su poder, y esta dinámica da origen a formas típicas de relaciones políticas

como el compadrazgo y el servilismo que han resultado muy efectivas desde entonces. P.

57.

Así las masas quedaron cautivas de un poder leviatánico, pues deben obedecer los

dictados del presidente en turno para no perder las concesiones sociales y ello ha

impedido su modernización, su reeducación política y fomentado un culto al poder

absoluto y desenfrenado del ejecutivo. P. 60. El texto de Córdova, va en paralelo a los

que escribe Daniel Cosío Villegas, o a los planteamientos de Octavio Paz en Posdata,

pero a diferencia de aquellos, enfatiza el enorme poder que había adquirido el sistema al

incorporar en el marco jurídico constitucional, las reivindicaciones de las facciones


populares de la Revolución. Esa era la fuente del poder de la institución presidencial,

pero también de su legitimidad, que no cuestiona Córdoba.

En el siguiente texto, expone con mayor claridad que la ideología populista era la

verdadera característica del régimen, pues los políticos revolucionarios se dieron cuenta

que la creciente masa campesina debía estar bajo su control. A diferencia de lo que había

ocurrido durante el Porfiriato, los revolucionarios no reprimieron a los sectores

campesinos que demandaban tierra, por el contrario oficializaron el reparto agrario y con

ello sellaron una alianza política con el sector rural que fue galvanizada

constitucionalmente. Parece decirnos Córdova que los revolucionarios tenían muy claro

que al dominar a las masas, terminaría por controlar el país. La guerra cristera entre el

Estado callista y la Iglesia católica parece ser una contienda por el control de dichas

masas, y al ganar la batalla los revolucionarios tuvieron muy claro que esta fuerza social

una vez movilizada era imparable.

Córdova expone en La política de masas del Cardenismo, como el presidente

Cárdenas destruye lo que quedaba de los latifundios para repartir la tierra, y crear el

ejido, y con ello cristalizar el triunfo de la lucha campesina. P. 97. Con la reforma agraria

se organizó a los campesinos en la Central Nacional Campesina (CNC) en 1938 como un

órgano reconocido por el gobierno. p. 117. Luego toca el turno a los burócratas integrarse

en la Federación de sindicatos de trabajadores al servicio de Estado (FSTSE) en 1938. El

siguiente golpe maestro de Cárdenas fue la refundación del PNR, incorporando los

sectores o cuerpos recién organizados de trabajadores y campesinos en sus filas. Así

obreros, burócratas, campesinos y militares organizados en centrales y sindicatos

oficiales pasaron a constituir las bases del partido oficial. P. 148.


La política corporativista suplantó así, un modelo político basado en el ciudadano aislado,

y con esto de paso eliminó las posibilidades de una democracia real en esa etapa del

México contemporáneo. p. 160. No era necesaria, pues el pueblo mismo gobernaba al

estar organizado en sindicatos que eran una extensión del partido oficial. Córdoba

reconoce en su texto que este supuesto poder popular era una ficción, pero una ficción

necesaria para mantener la legitimidad política. No obstante, como se ha planteado en

este apartado, ese derecho era impugnado por aquellos que no se sentían representados

por el Partido de Estado. Y Córdoba reconocía que el verdadero poder político lo tenían

los altos funcionarios del régimen, sin tomar en cuenta a la bases. Por eso la reforma

política propuesta por Carlos Madrazo acabaría por fracasar estrepitosamente.

En este plano Córdova, no ocultaba su admiración por los artífices del proyecto

revolucionario, sobre todo por Cárdenas quien apenas había muerto cuatro años antes de

la aparición de su libro. Era un homenaje al político michoacano quien había llevado el

plan revolucionario a su culminación. Si bien reconoce la corrupción engendrada por este

sistema, sostiene que el mérito de gobernantes como Cárdenas, es haber consolidado el

contrato social populista que trajo estabilidad social en México y que benefició a las

mayorías.

Desde su perspectiva el Estado revolucionario restituyó a las clases populares su

papel histórico, pues se muestra convencido de que la etapa del cardenismo fue la

consolidación de una auténtica Revolución de masas. En ese agitado contexto parece

decirnos que a pesar de los hechos recientes, la Revolución y su legado no podía

desecharse, que había que recordar la proeza cardenista y su defensa de los intereses del

pueblo. Los textos de Córdova son parte del llamado revisionismo revolucionario que
había iniciado en la academia con el Zapata de J. Womack y Pueblo en Vilo de Luis

González, ambos publicados en 1968. Los dos textos citados señalaban que la Revolución

se había conformado de facciones regionales y cuyos efectos también habían sido muy

desiguales. También estaba la Revolución interrumpida (1971) de Adolfo Gilly, autor de

orientación Trotskista.

Córdoba contratacó las posiciones de Gilly, en México: Revolución burguesa y

política de masas, que apareció en la revista Cuadernos políticos en 1977. En dicho texto

seguía planteando que el proceso revolucionario había sido concretado al cumplir las

reivindicaciones de las clases populares; con esto se distanciaba de la tesis Gilly quien

sostenía -siguiendo la tesis de Trostsky- que la pequeña burguesía había realizado la

Revolución traicionando a las clases populares. Gilly señalaba que debido a la falta de

una dirección proletaria, la Revolución no había llegado a su conclusión socialista, al ser

truncada al menos en dos ocasiones: 1920 y 1940.

La tesis de la Revolución “bonapartista” o pequeño burguesa no era exclusiva de

Gilly, también Roger Bartra y Enrique Semo planteaban la misma idea de la que Córdova

toma distancia en su texto. P. 94. Como principal argumento señala que todas las

revoluciones han tenido dirigencias pequeñoburguesas incluso la rusa de 1919. La

mexicana no fue la excepción, y si bien no derivó en un régimen socialista, su gran aporte

fue su política de masas, y su ideología populista plasmada en la constitución de 1917 (p.

95). De la dirigencia burguesa no podía emanar ideología alguna, nunca la ha tenido dice

Córdova, pero señala que hay un pacto social sobre el que se funda el Estado

revolucionario entre la burguesía y las masas. Con esto parece señalar que aunque el

Estado es autoritario gobierna con el consenso de las mayorías, pues no solo domina a las
masas populares, sino que las beneficia. Aunque Córdova no ha sido militante de ningún

partido político, sus textos tuvieron una recepción importante entre la propia elite

gobernante, porque reforzaron la imagen revolucionaria del priísmo.10 A diferencia de

otros intelectuales y académicos de la época, siguió defendiendo el carácter

revolucionario y su herencia, incluso después del 68 cuando parecía que el régimen había

perdido toda traza de legitimidad.

La debacle del predicador.

A pesar de los malabares retóricos de Echeverría sobre una “apertura democrática”

necesaria para el sistema que rápidamente perdía legitimidad, debía enfrentar no solo el

descontento político de las clases medias, además le tocaba administrar el fin del llamado

“milagro mexicano.” El estancamiento económico era ya patente, la desigualdad en la

distribución de la riqueza era cada vez más visible, en tanto que la concentración en

pocas manos de la tierra cultivable señalaba los límites de la reforma agraria iniciada en

el gobierno cardenista. Para entonces, la supuesta apertura democrática se habían

traducido en una simple ampliación de la minoría en el congreso, y en vigorizar un

supuesto pluripartidismo gastado que sólo incluía una oposición de membrete (PPS y

PARM), mientras que las clases medias estaban incorporadas en el Partido Acción

Nacional para entonces fuera de combate. (Carlos Pereyra, 1974, p. 61).

De ahí en adelante, Echeverría fomentó una intervención del Estado autoritaria y

vertical, interviniendo en la política sindical de los ferrocarrileros y de los electricistas

con la finalidad de cooptar al sindicalismo independiente. Luego enfiló las baterías para

10
Como el propio Córdova señala, sus textos han tenido una amplia resonancia entre los políticos priistas y
en la academia, al mismo tiempo muestra una marcada animadversión por un sector de la izquierda
militante desde su época de estudiante en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Véase su
testimonio en Enrique Florescano y Ricardo Pérez Montfort (Comp.), Historiadores de México en el siglo
XX, México, FCE, 1995.
reprimir a la guerrilla surgida en Guerrero, encabezada por Lucio Cabañas y Genaro

Vázquez. También corrió la misma suerte la guerrilla urbana post 68 representada por la

Liga Comunista 23 de Septiembre. Los organizadores de la Liga eran estudiantes

fogueados en la lucha de los años 60s y algunos formaban parte de las juventudes del

Partido Comunista Mexicano; algunos más provenían de los círculos católicos de

influencia jesuita. La liga nació en Monterrey impulsada también por la matanza del

jueves de Corpus, y se radicalizó a tal grado que vio en las armas, la única vía para la

transformación del país.

Una de sus acciones más sonadas fue el intento de secuestro del empresario

regiomontano Eugenio Garza Sada quien terminó muerto en el fuego cruzado entre

escoltas y guerrilleros. Irónicamente, uno de los fundadores de la Liga, Ignacio Salas

Obregón había sido alumno del Instituto Tecnológico de Monterrey fundado por el propio

Garza Sada. La muerte del prominente empresario regiomontano provocó la indignación

del empresariado, quien a través Ricardo Margáin Zozaya, presidente del consejo

consultivo del grupo Monterrey, lanzó un reclamo iracundo a Echeverría en el funeral de

Garza Sada.

Luego la Liga secuestraria al empresario de Jalisco Fernando Aranguren y al

cónsul de Gran Bretaña, Anthony Duncan Williams el 10 de octubre de 1973. Las

demandas de la liga eran 5 millones de pesos y la liberación de más de 50 presos.

Echeverría no negocia, y la Liga toma una “decisión de guerra,” el 15 de octubre liberan

a Williams, pero asesina al empresario cuyo cadáver aparece 4 días después. Desde luego

el Estado persiguió, capturó, torturó y dio muerte a miembros de la Liga en venganza por

las muertes de los dos empresarios. De ahí en adelante no habría tregua para Liga, ni para
ninguna guerrilla urbana iniciando el episodio conocido en la historia nacional como la

“guerra sucia.”

Las relaciones de Echeverría con los empresarios estaban ya seriamente dañadas,

no solamente por los secuestros y asesinatos de Garza Sada y de Aranguren, sino porque

estaban molestos con la política fiscal del régimen. Como señala Samuel Schmidt, con la

llegada de Echeverría el llamado capitalismo apadrinado llego a su fin, puesto que limitó

las generosas exenciones fiscales de las que gozaba el empresariado. (p. 25). La

estatización de la economía estaba mostrando ya su agotamiento, sobre todo porque el

mercado interno para entonces era muy limitado lo cual terminó por saturarlo y dio pie a

una acelerada inflación.(p. 57). El gobierno de Echeverría estableció una política de

control de precios y subsidios, además de elevar los impuestos, lo que provocó el

enfrentamiento con el sector empresarial, sobre todo con el grupo Monterrey encabezado

precisamente por Eugenio Garza Sada, presidente del grupo cervecero Cuauhtémoc. El

golpe al salario de las clases trabajadoras fue muy serio debido a la inflación, por lo

Echeverría procuró paliar la carestía mediante la creación de la CONASUPO para vender

productos de la canasta básica a precios subsidiados, estrategia que no funcionó por la

propia inflación fuera de control, y la corrupción e ineficacia de la propia paraestatal

(p.68).

El enfrentamiento llegó a tal grado que Jorge Fernández Meléndez señala con

base en documentos de la Dirección Federal de Seguridad que la Liga 23 de septiembre

estaba infiltrada desde su fundación en 1971, por lo tanto Echeverría sabía que los

guerrilleros pretendían secuestrar al empresario, pero no hizo nada por detenerlos. Entre

Garza Sada y Echeverría había además un conflicto de intereses pues el primero intentaba
comprar la cadena de periódicos García Valseca intervenidos por el gobierno con miras a

estatizar los 37 diarios que integraban la organización periodística. La intención de Garza

Sada era comprar la cadena para ofrecer una alternativa informativa a las agencias

noticiosas del gobierno, cosa que evidentemente no pudo hacer, la cadena fue comprada

por Mario Vázquez Raña, hombre cercano a Echeverría.

Por su parte los empresarios lanzaron una ofensiva mediática después de la

muerte de Garza Sada, propagando rumores sobre un golpe de estado planeado por

Echeverría y promoviendo la fuga de capitales para golpear al régimen. La institución

presidencial como señala Schmidt quedó devaluada y maltrecha, sujeta a la burla, el

escarnio; como prueba de ello están los chistes sobre Echeverría y su “estilo personal de

gobernar.” Se le señalaba como un comunista, estatista, debido a su retórica populista y

antimperialista. Esta confrontación anunciaba ya la pugna abierta entre empresariado y

gobierno que habría de culminar en el 82 con la ofensiva de los “bárbaros del norte.”

Por su parte Echeverría se habría de despedir rubricando su sexenio con una

acción autoritaria emprendida contra el diario Excélsior dirigido por Julio Scherer desde

1968. Vicente Leñero narra en su crónica Los periodistas (1978), las fricciones que tuvo

Julio Scherer, el director de Excélsior desde 1968, primero con el gobierno de Díaz

Ordaz, y luego con Echeverría por seguir una línea editorial crítica. El texto ilustra las

dinámicas del campo periodístico, las presiones de los funcionarios del Estado, los

sobornos, y las dificultades de aquellos que decidían mantenerse independientes.

También señala a Echeverría como el orquestador de la invasión a los terrenos que la

cooperativa dueña del periódico, poseía en Paseos de Tasqueña con miras a construir un

fraccionamiento, intenciones que fueron frustradas por los invasores enviados por
Humberto Serrano, líder del Consejo Agrarista Mexicano. (p. 151). A pesar de la

ilegalidad del hecho, Leñero señala que el gobierno entorpeció las acciones contra los

invasores, mientras que desde el noticiero 24 horas a cargo del oficialista Jacobo

Zabludovsky, la nota se manejó como un conflicto ejidal por la tenencia de la tierra.

(153).

Luego en una asamblea los cooperativistas encabezados por Regino Díaz

Redondo, destituyeron a Julio Scherer de la dirección del periódico, junto con el salieron

Gastón García Cantú, Miguel Ángel Granados Chapa, Froylan López Narváez, Rafael

Rodríguez Castañeda, Carlos Monsiváis, y el propio Leñero entre otros. Al mismo

tiempo, Octavio Paz quien dirigía la revista cultural Plural editada también Excélsior

desde 1971, dejo el periódico en solidaridad con Julio Scherer. Este último habría de

fundar el semanario Proceso, mientras que Paz haría lo propio editando Vuelta, ambas

publicaciones aparecerían en 1976. A pesar del golpe a los medios críticos, los esfuerzos

de este grupo de periodistas e intelectuales habrían de perpetuar los espacios de libertad

de opinión contra viento y marea a pesar de la oposición del gobierno.

La reforma electoral de 1977.

Después del 68, la legitimidad del Estado mexicana es puesta en entredicho como no

había sucedido en el pasado. Por lo tanto el gobierno de José López Portillo se vio

obligado a abrir los espacios políticos a los opositores a través de la Reforma de 1977.

Debido a la perdida de legitimación y al desgaste de la ideología del nacionalismo

revolucionario, el Estado se vio obligado a modificar los mecanismos electorales para

darle juego a los opositores políticos. Por primera vez en décadas se reinicia una

competencia electoral entre las fuerzas políticas nacionales.


A partir de entonces y ante el deterioro semejante de la institución presidencial, el

sistema estaba obligado a realizar concesiones que consolidaron la apertura en 1977 lo

que derivó en el reconocimiento de amplios segmentos de la oposición política. Por lo

tanto la reforma política del 77 fue una válvula de escape y se materializó en la Ley de

organizaciones políticas y procesos electorales (LOPPE). Eran ya las primeras grietas en

el sistema. Con respecto a la reforma de 1977, Elisa Servín destaca la incorporación de

viejos luchadores sociales a los cauces electorales, por ejemplo, el líder obrero Valentín

Campa participa como candidato no registrado en las elecciones de 1976, donde José

López Portillo es el único candidato a la presidencia.

Por su parte Arnaldo Córdova veía con desconfianza la mencionada reforma pues

señala que para el proletariado era más eficaz la organización de movimientos

izquierdistas de masas y para muestra estaban las luchas de los ferrocarrileros en 1958, y

las luchas por democratizar el sindicato de electricistas de Rafael Galván al frente de la

tendencia democrática. Desde su perspectiva, ahí estaba la clave para una transición

democrática, con todo y que esto constituyera una bandera liberal burguesa (P. 64).

Incluso señala que el movimiento estudiantil del 68 que enarbolaba algunas demandas

democráticas, no era un movimiento de clase media, pues estaba dirigido por la izquierda.

P. 65. Desde esta perspectiva, la reforma política daba juego a la oposición, pero el

camino a seguir no era la de ciudadano libre en defensa del voto, sino la política de masas

que ya había mostrado su efectividad. P. 71. La política en México, nos dice Córdova no

puede ser una política de ciudadanos, sino de masas organizadas, libres o no, tampoco

hay futuro para izquierda fuera de los sindicatos, ni para ningún otro actor político. P.

127.
Por su parte González Casanova establecía en su texto sobre la reforma publicado en

1978 que se debía eliminar el control corporativo de los sindicatos como parte de una

reforma de Estado. Esto significaba conformar un proyecto político alternativo con un

modelo económico también alternativo al propuesto por el gran capital, como él lo

llamada. P. 171. Parecía no convencerle la llamada reforma política, porque estaba

diseñada para las clases medias urbanas, y se olvidaba por completo de obreros y

campesinos, de las masas supuestas beneficiarias de las políticas públicas y del Estado de

bienestar. P. 174.

En otro largo ensayo aparecido en la revista Nexos en mayo de 1979, González

Casanova señalaba que ante la organización corporativa del Estado, sin duda los partidos

que hasta el momento se habían involucrado en la lucha política sólo servían de

comparsas para el sistema que se legitimaba cada ciclo electoral. El autor nos dice que ni

el PAN, ni el PPS, ni el PARM como partido satélite, habían alcanzado cifras de votos

significativos. No obstante, señalaba que además de altos índices de abstencionismo,

sobre todo después del 68, cuando alcanzó alrededor del 52 % del padrón, de ahí que el

PRI obtuviera mayoría relativa. Para González Casanova, el partido de Estado había

perdido su hegemonía ideológica, debido a la acción del movimiento del 68. Además a

las sucesivas crisis políticas, había que sumarle la crisis económica que ya por entonces

se avizoraba.

El contrapunto de estas perspectivas habría de venir de Octavio Paz, quien habría

de publicar en 1978 el Ogro filantrópico donde señalaba que el único contendiente real

que tenía el PRI era el Partido Acción Nacional. No obstante el PAN en ese momento se

encontraba sumido en una crisis profunda debido a las divisiones internas, y lo mismo
ocurría con el Partido Comunista Mexicano cuya presencia era testimonial, más bien

marginal integrado por universitarios sin mayor representatividad social.11 P. 42. Por eso

Paz veía también con cierto escepticismo la reforma electoral de 1977. Volvíamos con

esto a una especie de punto muerto como Paz diría después, la democracia en México

nunca había existido, había que inventarla, antes de que el Ogro, el Estado priísta

terminara por devorar a sus hijos, nosotros.

La mirada azul acero del otro lado del Río Bravo.

Las dudas y la incertidumbre no solo aquejaban por entonces a los analistas mexicanos,

también los vecinos del norte veían con interés y con atención el devenir de la escena

política nacional. A los observadores del otro lado de la frontera les causaba admiración

según nos dice Lorenzo Meyer, la relativa estabilidad política de México bajo el gobierno

priísta, a diferencia de lo que vivía el resto de Latinoamérica (Del optimismo a la duda,

Nexos, Mayo, 1979). Meyer enumera a un grupo de autores y obras entre los que destaca

Robert Scott (Mexican Govermment in transition, 1959) y Howard Cline (Mexico,

Revolution to evolution, 1963), quienes consideraban que el régimen priista era de

naturaleza transitoria. Mientras que Frank Brandembrug en The Making of Modern

Mexico, 1964 se enfocaba más en el autoritarismo del régimen y en señalar que las

decisiones se tomaban en un pequeño círculo de la familia revolucionaria. Por su parte

Vincent Padget (The Mexican Political System, 1966) le confiere un carácter central al

partido como promotor del consenso y legitimador del sistema gracias a su función

propagandística electoral. Estas perspectivas cambiaron nos dice Meyer con los estudios

de Roger Hansen en (The Politic of Mexican Development, 1971), y con Kennet F.

Johnson (Mexican Democracy: a critical view, 1971) donde ponían en duda la situación
11
Octavio Paz, Vuelta, núm 21, agosto de 1978, p. 42.
transitoria del régimen y temían el surgimiento de una nueva Cuba en territorio

mexicano. Lorenzo Meyer señala que Johnson en particular fue muy duro con el régimen

al calificarlo de democracia esotérica y extraordinariamente corrupta y pragmática lo que

le valió ser expulsado de México por Gobernación.

En este mismo recuento Meyer, señala la importancia del aporte de Susan

Kaufman Purcelll, quien retoma el enfoque conceptual de Juan Linz, en (The Mexican

profit-sharing Decision: Politics in an Authoritarian Regimen, 1975). Kaufman Purcell

se concentra en la cúpula gobernante, y siguiendo a Linz, califica al gobierno mexicano

como de pluralismo estructuralmente limitado. Meyer afirma que el 68 fue también un

parteaguas en la lectura que los académicos estadounidenses hacían de la realidad

nacional pues a partir de entonces se hizo evidente que el partido de estado había

quedado rebasado, y muy debilitado luego de las movilizaciones de la década anterior.

A este grupo de autores habría que sumar los trabajos de Peter Smith y Roderic Ai

Camp. Ambos autores analizaron algunos aspectos relativos a la cultura política

autoritaria del viejo régimen. Peter Smith plantea que México tenía en efecto un sistema

de pluralismo limitado, definido como “una situación en la que existe una competencia

activa por el poder político pero en la cual el acceso a esa competencia esta efectivamente

restringido.”12 Por lo tanto quienes tienen realmente el acceso al poder son los integrantes

de la llamada familia revolucionaria. Según Smith, el proceso político se efectúa

mediante una lucha sin tregua entre facciones o camarillas, por lo tanto las masas y los

sectores de las clases medias estaban fuera del juego político. La sociedad civil no tiene

por lo tanto injerencia directa en el cambio o renovación política.

12
Peter Smith, Los laberintos del poder. El reclutamiento de las elites políticas en México, 1900-1971,
México, El Colegio de México, 1979, p. 61.
Smith hace referencia a la obra clásica de Almond y Verba sobre la cultura cívica, sobre

todo cuando señala que la población mexicana tiene una escasa participación electoral,

pues desde los años cuarenta menos de la mitad de la población ha votado, y señala que

dos tercios de los encuestados muestran altos niveles de apatía y desafecto por la política

y los procesos electorales.13 Utilizando un sofisticado aparato estadístico, Smith avala lo

que algunos autores habían señalado sobre el carácter apático y la indiferencia hacia las

prácticas democráticas de los mexicanos. Aquí la escuela juega un papel importante,

puesto que “los mexicanos toleran el sistema en buena medida porque se les enseña a

tolerarlo y porque están entrenados para ellos.”14 Para Smith el principio de la no

reelección es un componente básico del recambio político ya que asegura la movilidad de

los funcionarios.

En la interpretación de Smith ya no cabe la posibilidad de un cambio de rumbo en

el sistema priísta, la revolución está agotada, “de manera por demás irónica el PRI no ha

institucionalizado realmente la revolución, según proclama su nombre. Lo que ha hecho

es encontrar una nueva fórmula para reinstitucionalizar la esencia del porfiriato.”15 Por

último Smith incluye un especie de manual para todo aspirante a ser miembro del partido

o para los que siendo ya parte del sistema desean ascender en la escala de mando, que

podría ser titulado manual de perfecto agachón o de todo lo que desea saber pero temía

preguntar sobre cómo ser un buen político priista. El texto de Smith resulta por eso

inmejorable, sobre todo porque muestra como nadie lo había hecho, la rotación de las

camarillas del poder en el sistema político, como mecanismo de transmisión del poder.

13
Ibidem, p. 67.
14
Ibidem, p. 68.
15
Ibidem, p. 219.
Por su parte Roderic Ai Camp, utiliza de manera explícita el concepto cultura política

para su estudio sobre el reclutamiento de los líderes políticos mexicanos de la era priísta.

Para este autor, la cultura política mexicana tiene los siguientes elementos: confianza,

personalismo, familias burocráticas y cooptación.16 Desde luego, se trata de las actitudes

de la clase política, pero que tienen un sustrato cultural profundo, casi como la estructura

inconsciente que rige y condiciona las conductas de los mexicanos en la política. La

confianza por ejemplo es de vital importancia en el desempeño de los políticos, porque la

naturaleza del mexicano lo obliga a ser cauteloso y receloso de todo y de todos. Por lo

tanto este valor o actitud inherente al ser del mexicano se lleva al plano de las relaciones

políticas. El mexicano hace política de manera personal siempre acompañado de sus

amigos, quienes le garantizan un nivel de confianza en el desempeño de sus actividades,

por lo tanto resulta más valiosa la lealtad personal que la ideología.17

Al igual que Peter Smith, Ai Camp considera que el sistema de camarillas es el

procedimiento más efectivo para hacer política en México, cada grupo o red política tiene

un líder cuya cohesión se debe en última instancia a la confianza y a la lealtad personal.

Estos grupos tienden a formar una estructura piramidal cuya cima es encabezada por una

camarilla principal que acompaña al presidente en turno. Camp señala que la mayoría de

los presidentes de la república al menos desde Cárdenas ha tenido su propia Camarilla y

su hegemonía nunca se prolonga más allá del sexenio. Esta competencia permite una

rotación constante, y de hecho en cada sexenio los funcionarios del alto nivel provienen

de diversas camarillas.

16
Roderic Ai Camp, Los líderes políticos de México. Su educación y reclutamiento, México, FCE, 1983, p.
27.
17
Ibidem, p. 30.
Llama la atención la caracterización de las actitudes políticas del mexicano que hacen

ambos autores, pues guardan una estrecha relación con los estereotipos clásicos sobre la

mexicanidad de autores como Samuel Ramos y Octavio Paz. Incluso Pablo González

Casanova hablaba de la ontología de la transa, de una cultura política de la concesión de

tipo paternalista-colonialista y burgués, de la dotación, exención y el subsidio como parte

de las prácticas políticas cotidianas.18 Lo que queda bien claro con esta perspectiva es que

la corrupción se había vuelto la marca de la casa, el sello del ejercicio priísta del poder.

Las ondas expansivas de la crisis de 1982.

Durante el sexenio de López Portillo (1976-1982), la salida para una economía estancada

fue el descubrimiento de grandes yacimientos petrolíferos en el sureste. Por entonces se

dijo que debíamos de prepararnos para “administrar la abundancia.” Los dos primeros

años del sexenio López Portillo, llevo una política económica cautelosa, pero luego

aprovechando las grandes reservas de petróleo y el alza de los precios de los

hidrocarburos, el gobierno destinó los ingresos petroleros a proyectos faraónicos e

improductivos. Con base en las estimaciones de futuras ganancias se apostó al boom

petrolero y se contrató deuda para financiar dichos proyectos. El gasto público paso del

30.9 % en 1978 al 40.6 % en 1981, pero el ingreso publico permaneció constante, lo que

se tradujo en un déficit que alcanzó el 14. 6 % del PIB en 1981. Enrique Cárdenas le

suma estos factores la sobrevaloración del peso, y el flujo de divisas que se tradujo en la

“enfermedad holandesa,” y en el deterioro de la planta productiva interna. Al ingresar una

gran cantidad de divisas por concepto de la venta de crudo, y dada la sobrevaluación del

tipo de cambio, al resto de los sectores les fue imposible vender sus productos en el

extranjero.
18
p. 74.
Todo iba según lo esperado hasta que el precio del petróleo comenzó a bajar a fines de

mayo de 1981, sin embargo el gobierno especuló y continuó gastando y recurriendo al

endeudamiento externo, pensando que los precios del crudo se recuperarían en el corto

plazo. Esto llevó a un sobreendeudamiento combinado con el aumento de las tasas de

interés, que pasaron de un 6 % a un 20 %, eso también motivó la fuga de capitales y la

compra de dólares por parte de los ahorradores. P. 114. Esto entre otras cosas provoca el

agotamiento de las reservas, y la devaluación de la moneda hacia febrero de 1982. Una

medida para evitar la fuga de capitales pudo haber sido la devaluación del peso frente al

dólar, no obstante, eso no sucedió, o se hizo tardíamente cuando la sangría ya estaba en

curso. Por su parte, López Portillo diría ante los hechos que era responsable del timón,

pero no de la tormenta.

Para 1982, México estaba efectivamente en banca rota. Como cereza en el pastel,

López Portillo expidió un decreto de expropiación de los bancos, en un intento de evadir

su responsabilidad en el desastre económico del sexenio a punto de expirar, y con ello

pretendía culpar a los banqueros y “saca dólares” de la devaluación del peso. Luego de la

nacionalización de la banca, mediante un decreto de López Portillo en 1982, un sector del

empresariado del norte del país decidió tomar las riendas del Partido Acción Nacional,

con miras a tomar el poder, pues consideraban que el daño hecho a la economía era ya

inaceptable y que ante la tempestad económica en la que navegaba México era necesario

cambiar de capitán.

Se habló entonces de un neopanismo que movilizó un voto de protesta por la

crisis económica, el despilfarro y la corrupción imperante. Como ha señalado Soledad

Loaez, este fue el punto de quiebre del sistema, de ahí las clases medias y algunas
organizaciones de laicos católicos incrustados en el PAN comenzaron a ganar terreno; sus

primeros triunfos electorales se dieron en diciembre 1982, cuando el PRI perdió las

presidencias municipales de San Luis Potosí y Guanajuato. Con esto el voto alcanzó un

alto grado de disputa en diversas entidades estatales entre 1983 y 1986. (El fin del

consenso autoritario, p. 591).

Estos hechos eran de alguna manera una confirmación del triunfo de un

electorado de clase media que había señalado ya la necesidad del cambio de rumbo desde

las movilizaciones coyunturales por el libro de texto entre 1959 y 1962. Por supuesto que

habría que hacer un estudio para revisar las continuidades de esta clase social que como

ya se dijo tuvo una activa participación política en las décadas pasadas. Como había

señalado Francisco López Cámara, el verdadero desafío para el sistema vendría de las

clases medias pues la izquierda estaba demasiado golpeada y segmentada para encabezar

con fuerza el cambio político.

Desde el punto de vista de autores más cargados a la izquierda como el propio

Córdova, la democracia era una demanda burguesa que sería tomada como bandera por

aquellos sectores tradicionalmente etiquetados como “la derecha.” Incluso se podría decir

que los sectores conservadores cercanos a la Iglesia católica se movieron hacia el centro

vinculándose con el PAN para cargar contra el sistema cuya imagen estaba ya por

entonces totalmente deteriorada. La fuerza panista se evidenció con mucha claridad en

Chihuahua, cuando el candidato panista Francisco Barrios reclamó fraude electoral en las

elecciones de 1986, y encabezó una intensa movilización por la defensa del voto popular

y puso en jaque al sistema, que no obstante la resistencia ciudadana, impuso al candidato

priista.
La ofensiva de clase media fue advertida también por Nexos en un número monográfico

de abril de 1983 que pretendía revisar el origen y la conformación de la derecha, interés

sintomático de una fuerza política tradicionalmente denostada por el discurso

hegemónico de la Revolución mexicana. Los artículos de Soledad Loaeza (Conservar es

hacer patria), Hugo Vargas (Nuevas vidas ejemplares: de Salvador Abascal a Luis

Pazos), y Roger Bartra (Viaje al centro de la derecha), daban cuenta ya de la importancia

electoral de esta fuerza política. Bartra de hecho hacia su pronóstico cuando señalaba que

de todas las derechas nacionales comenzaba a destacar un sector burgués que adquiría

preponderancia económica y se distanciaba de la clase política tradicional. E incluso

señalaba que la izquierda se estaba quedando rezagada, siendo la derecha quien le estaba

arrebatando la bandera de la democracia, pero no como auténtica reivindicación, sino

como pretexto para rebelarse frente al autoritarismo priista. Por lo tanto desde la

perspectiva de Bartra, la derecha simulaba un interés democrático, aunque en realidad

buscaba regresar al orden pre-68, y por eso apremiaba a la izquierda para que se

convirtiera en una fuerza auténticamente democratizadora.

Por su parte Enrique Krauze utilizó el juego de metáforas de los discursos López

Portillo en su texto El timón y la tormenta publicado en Vuelta en septiembre de 1982,

donde se pronunciaba por una transición política. A su juicio la corrupción y la ineptitud

de la clase política, fueron factores claves para dilapidar la enorme riqueza producto del

auge petrolero que paso por las manos del gobierno entre 1977 y 1982. El texto de

Krauze era una caja de resonancia de la opinión pública que sentía un profundo agravio

ante la ineptitud en el manejo de las finanzas y la corrupción del Estado, y que había

sumido al país en una de sus crisis financieras más agudas de la historia reciente.
Ante este hecho sólo quedaba exigir una Democracia sin adjetivos, tal y como lo hace

Krauze en su siguiente ensayo publicado en noviembre de 1983. ¿Qué hacemos con el

PRI? Se preguntaba Krauze, y luego hacia una aseveración contundente: “la democracia

comienza por el respeto a las urnas.” (p. 11). Sobre el PAN, es crítico al señalar que se

trata de un ANTIPRI, pero que carece de ideólogos; de la izquierda también dirá

lacónico: no está acostumbrada a la democracia. P. 11-12. Está acostumbrada a la lucha,

al faccionalismo, incluso a la propuesta violenta de cambio social, le hacía falta pues

evolucionar y reconocer en la democracia algo más que una bandera burguesa. P. 12.

¿Cuál democracia entonces? Una, la que sea capaz de barrer con el PRI, nos dice,

Krauze, democracia, simple y llana, democracia. Sin democracia, no se puede alcanzar el

desarrollo, quisimos ser ricos antes que ser demócratas dice Krauze. Con estos aforismos,

el autor sentenciaba que la apertura democrática era, debía ser impostergable.

También Pablo González Casanova se pronunciaba por una democratización, pero

a diferencia de Krauze, mencionaba que el pueblo era el actor principal. Y para ello se

debía de permitir que las organizaciones que representaban al pueblo, los sindicatos por

ejemplo, y los partidos de izquierda tomaran el poder, eso era aceptar la democracia con

todas sus consecuencias.19 Desde esta perspectiva, una democracia sin adjetivos no

serviría para reparar el tejido social, ni para resolver la grave crisis económica que había

golpeado sobre todo a las clases populares y a las clases medias. Para González Casanova

había que construir una democracia incluyente y participativa acompañada de un reajuste

económico y una redistribución de la riqueza. (1985, p. 15).

19
Pablo González Casanova, “Discurso pronunciado el 19 de diciembre de 1986, al recibir el Premio
Nacional de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía, ante el Presidente de la República, Miguel de la Madrid
Hurtado, en El Estado y los partidos políticos en México, México, ERA, 2002, p. 13.
Por su parte el propio Octavio Paz, señalaba que nos faltaba una tradición democrática

desde la etapa precolombina, no había pues experiencia de alternancia política. No

obstante, y dada la gravedad del caso, Paz sentenciaba en su texto Hora cumplida (1929-

1985), o damos un paso hacia la democracia, o el país se estanca. P. 9. Paz Reconocía el

crecimiento del PAN, y al mismo tiempo cuestionaba al Partido comunista por su

herencia estalinista y su sueño socialista ajeno en su opinión, a la realidad mexicana. p.

10. En ese plano Octavio Paz puntualizaba que la democracia no resolvía los graves

problemas del país, pero sí era un método para “plantearlos y entre todos discutirlos.” P.

12. En términos de una definición política, la democracia sin adjetivos que pedía Krauze

y el propio Paz, se asemejaban en gran medida a la postura de Robert Dahl para quien

esta se alcanzaba mientras los procedimientos electorales estuvieran garantizados con

regularidad y se respetara el voto ciudadano.

La Década pérdida.

Luego de terminar su sexenio López Portillo, el siguiente presidente Miguel de la

Madrid hubo de enfrentar el desastre heredado de su antecesor. Con la consigna de

encabezar una renovación moral que frenara la corrupción del mandato anterior, De la

Madrid buscó realizar algunos ajustes económicos para atenuar la crisis económica. En

primer término se implementó una política de austeridad económica y de fiscalización del

presupuesto federal. Estos ajustes fueron el preludio de una transición de una economía

estatizada que había prevalecido en México desde el cardenismo, hacia un modelo

monetarista o de libre mercado que ya se podía apreciar a nivel global de los años

setentas. Las primeras medidas fueron precisamente los ajustes fiscales para reducir el
déficit presupuestal como preludio a la venta de las paraestatales que el gobierno había

ido adquiriendo paulatinamente en la etapa posrevolucionaria.

El aparente avance del gobierno en este plano, se vio frenado luego del terremoto

ocurrido en la ciudad de México el 19 de septiembre de 1985. Ante la tardía respuesta del

gobierno mexicano frente al desastre, fue la sociedad civil la que se movilizó para

efectuar las primeras tareas de rescate. Al presidente De la Madrid se le reprochó no

haber estado a la altura de las circunstancias y haber reaccionado tarde frente a la

magnitud del desastre. Para algunos cronistas, como Carlos Monsiváis esto supuso la

irrupción de la sociedad civil, que ante la ineptitud gubernamental se organizó para llevar

a cabo las tareas de rescate. Con esto se iba en contra de la tradición presidencialista

donde el gobernante en turno era todopoderoso y resolvía los problemas nacionales.

Había pues una organización de la sociedad civil, que claramente sustituía el tradicional

ejercicio del poder vertical e impositivo muy propio del sistema político mexicano. Por

ello la irrupción de un importante sector de la sociedad civil que sustituyó al Estado en un

momento de apremio nacional también contribuyó a deslegitimar al partido hegemónico.

Al terremoto habría que sumarle el desastre del 19 de noviembre de 1984 en San

Juan Ixhuatepec o San Juanico, una colonia popular del Estado de México, donde las

instalaciones de PEMEX que almacenaban gas estallaron iluminando en cielo y

devastando todo alrededor. Cual escena dantesca, cinco explosiones dieron paso a un

incendio devastador que consumió cientos de viviendas y mató a otro tanto de pobladores

del lugar. También todo esto lo relata con su acostumbrada elocuencia Carlos Monsiváis

y al mismo tiempo hace una interpretación del evento. ¿Qué hacían miles de pobladores

viviendo cerca de una bomba de tiempo? El guion ya era conocido, era parte del modo de
producción alemanista, indiferencia, irresponsabilidad, valemadrismo, esencia pura de la

mexicanidad. Luego, una vez que pasa la tragedia empieza la evasión de

responsabilidades, hasta que ante la evidencia, al gobierno no le queda más que admitir:

sí fuimos nosotros, pero actuaremos en consecuencia, se castigará a los responsables y

un largo etcétera de justificaciones huecas, vacías que se evaporan en el espacio de la

retórica de la política nacional.

El desastre y la tragedia acumulada en estos dos eventos eran parte de un paisaje

de un país moralmente exánime, aquejado por una crisis crónica, por un futuro

clausurado. La pobreza crónica de la población era llevada al cine de nueva cuenta por

Felipe Cazals en los Motivos de Luz, estrenada en 1986, basado en el caso de una

empleada doméstica acusada de haber asesinado a sus cuatro hijos. Esta película era el

antídoto contra el cine de ficheras que vendía la ilusión de redimir la crisis y la

devaluación sufrida por la clase media y trabajadora en la borrachera de fin de semana, en

el cabaret o congal preferido donde ligar mujeres de escultural figura. Otra película

estelarizada por Héctor Suárez, y dirigida por Roberto Rivera El mil Usos (1981)

recreaba esa crisis nacional al narrar la historia de un campesino analfabeta, Tránsito,

que migraba a la ciudad de México para trabajar de todo y nada a la vez en un crucero en

la ciudad de México ya convertida en megalópolis.

De esa gigantesca urbe y sus problemas darán cuenta algunas bandas de rock

urbano convertidas también en cronistas de la diaria lucha por la supervivencia, como el

Haragan, y el Three Soul in my Mind, o solistas como Rodrigo González. Para entonces

quedaba en nuestra conciencia que este país era un desmadre para bien o para mal. Así lo
señala o reseña Monsiváis en su crónica sobre el mundial de 86,20 el del gol

extraordinario de Maradona con la zurda prodigiosa, y el del gol con la mano del propio

Maradona, que constituyen la luz y la sombra, la trampa y genialidad como dos caras de

una misma moneda, como condición misma del Ser latinoamericano. Es el país de

Televisa, de su monopolio que eleva a los futbolistas de la selección nacional a rango de

héroes nacionales, la patria en peligro deberá ser salvada por once pares de piernas, y con

eso de ahí adelante se abrirá un ciclo de esperanza cada justa mundialista para los

mexicanos. A partir de entonces habremos de transferir la representación simbólica de la

patria, de la bandera a un equipo de futbol.

En el mundial de 86 arrancamos con triunfos esperanzadores, había alegría

desbordada porque al fin teníamos algo que celebrar después de la crisis brutal y

despiadada que nos había golpeado desde el sexenio de López Portillo. De ahí las

energías colectivas puestas al servicio de la causa nacional, todos somos la selección que

marcha con paso firme y seguro de la primera ronda a octavos de final, para enfrentar a

Alemania en Monterrey disputando los cuartos de final, ahí estaban los gritos de guerra

de sí se puede, sí puede, ME-XI-CO! ME-XI-CO! CU-LE-ROS, CU-LE-ROS,

expresiones típicas de nuestro folklor mexicano. Pero no, no se pudo, otro sueño roto, ni

con Hugo Sánchez goleador internacional, ejemplo preclaro de que nadie es profeta en su

tierra, ni con el Abuelo Cruz, caudillo efímero del certamen pudimos salir alegóricamente

de nuestro subdesarrollo al ganarle a una potencia como Alemania. Mo ganamos, pero

echamos buen desmadre, ese desmadre mexicano que ha quedado representado

inmejorablemente en la película de Luis Alcoriza, Mecánica nacional (1971).

20
Carlos Monsiváis, “GOOOL!!Somos el desmadre,” Cuadernos políticos, núm. 47, 1986.
Ante la tragedia nacional y el futuro incierto había quien se reía del caos y la tragedia

nacional, así lo consigna Carlos Monsiváis en los chistes que recupera sobre San Juanico:

“que le piden los niños de San Juanico a los reyes magos: un camión de bomberos,” “en

qué línea vuelan los habitantes de San Juanico: Aerolíneas PEMEX.” Este humor negro

es calificado por Monsiváis como parte del humor naco, es decir como parte de un humor

clasista que celebra la tragedia de los depauperados, de los “jodidos,” que son carne de

cañón para la “chacota nacional.” Ese humor también tenía su contraparte en el personaje

de Luis de Alba, el “Pirruris,” o el “hijin” como se llamaba originalmente basado a decir

del mismo actor en un estudiante de la Universidad Iberoamericana. Con la

personificación del “junior,” De Alba ponía en evidencia el clasismo de un sector de la

prole de la elite política, personajes frívolos y banales desconectados de la realidad

nacional, de las carencias de las clases bajas a las cuales explotan y se jactan de su poder

político y económico, cuya evolución actual son los mirreyes. Todo ese clasismo lo

condensó De Alba en la palabra de su personaje para la otredad proletaria: Naco,

expresión despectiva para referirse a los que no pertenecen a la clase alta, y epítome de

un supuesto mal gusto.

En esa misma línea de comicidad crítica aparece el programa ¿Qué nos pasa?

protagonizado en 1986 por Héctor Suarez, producido por Emilio Larrosa y proyectado

por el canal 2 de Televisa. Era algo novedoso para la época, puesto que en ese programa

de sketches se hacía una sátira de los funcionarios del Estado. Así aparecía un burócrata

ineficaz, un secretario del gabinete con un discurso vago e ininteligible, un contratista sin

escrúpulos, y muchos otros que representaban a una “fauna” social nociva. La serie

funcionaba como una catarsis colectiva porque ponía en primer término una crítica ya
abierta hacia el sistema político y sus corruptelas. De alguna manera representaba de

manera visual lo que ya había consignado Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad, y

Peter Smith en Los laberinto del Poder, entre otros autores. Suárez logra con su serie una

proyección nacional y cimbra al sistema a tal grado que el mismo presidente De la

Madrid lo llamó para censurarlo, pero continuó con el programa con el aval del dueño de

Televisa, Emilio “El tigre” Azcárraga.

El programa de Suárez era un oasis en medio de una programación dominada por

los melodramas o telenovelas, o programas cómicos que tocaban los problemas sociales

de una manera superficial como La vecindad del Chavo del ocho, estelarizado por

Roberto Gómez Bolaños, y una escena musical más bien pobre saturada por los

baladistas de la época, que si bien demostraban algunos de ellos grandes dotes vocales

repetían de manera constante letras con temáticas amorosas. Por esos ¿Qué nos pasa? fue

una válvula de escape que lentamente iba liberando la presión generada por el hartazgo

social.

De manera paralela en el campo de la política, la reforma del 77 y la crisis del 82

había facilitada el ascenso del panismo en los municipios, mientras que la izquierda

parecía ir a la deriva, sobre todo porque tradicionalmente seguían considerando la

democracia era una bandera burguesa. La misma reforma había facilitado que el Partido

comunista proscrito desde 1949 volviera a ser contendiente, sin embargo no parecía tener

la suficiente fuerza para enfrentar al sistema. A juicio de Luis Javier Garrido, la izquierda

estaba pagando en ese momento el desdén que había tenido hacia la contienda electoral

debido a la herencia leninista y lombardista. Su participación electoral era básicamente

testimonial. Luis Javier Garrido decía ya en ese momento que la única oposición del PRI,
era el PAN, y que el escenario electoral nos acercaba a un bipartidismo, la única opción

para frenar esta tendencia en este caso sería la aparición de una “gran movilización

política de fuerzas populares.”21

Esta conclusión era apuntalada por Silvia Gómez Tagle quien en su balance sobre

las reformas electorales de 1977 a 1988, puso en evidencia la debilidad de la izquierda y

el ascenso electoral de la derecha. Por otro lado a pesar del descredito sobre los procesos

electorales, la oposición encabezada por el PAN había ganado espacios electorales que le

permitían la negociación con el partido gobernante.22 Mientras que Lorenzo Meyer y José

Luis Reyna señalan que los porcentajes de votación muestran que hacia 1987 el partido

hegemónico había perdido su respaldo social. Estas cifras eran el anuncio de un posible

triunfo de la oposición en la elección presidencial.23

La elecciones de 1988 y la “caída del sistema.”

En ese momento la gran interrogante era saber cómo y de qué manera terminaría

el imperio del PRI. Insospechadamente la fractura final habría de venir desde las entrañas

mismas del sistema cuando en 1987 dos miembros prominentes del Partido hegemónico,

Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo agobiados por la presencia de los llamados

tecnócratas en el poder encabezaron una disidencia que se autonombró como “tendencia

democrática.” Como ya se dijo, el gobierno de Miguel de la Madrid dio un golpe de

timón y paso de una economía de tipo keynesiano a una de libre mercado. Entonces la

corriente democrática consideraba que estos cambios vulneraban la soberanía y la

21
En mesa redonda integrada por Roger Bartra, Luis Javier Garrido, Adolfo Gilly, Rubén Jiménez Ricárdez
y Carlos Pereyra sobre México: la democracia y la izquierda, Cuadernos políticos, núm. 49/50, 1987.
22
Silvia Gómez Tagle, “Los partidos, las elecciones y la crisis,” p. 218, 225.
23
Lorenzo Meyer y José Luis Reyna, “México. El sistema y sus partidos. Entre el autoritarismo y la
democracia,” en Pablo González Casanova, Los sistemas políticos en América Latina, México, S. XXI,
Universidad de las Naciones Unidas, 1989, p. 311.
independencia economía del país. Cárdenas y Muños Ledo abanderaban un nacionalismo

revolucionario y además consideraban que la democratización del PRI ya no podía

retrasarse más. El hartazgo generalizado se manifestó en el apoyo hacia la candidatura de

Cárdenas quien encabezó una coalición electoral con el Frente Cardenista para la

Reconstrucción nacional para enfrentar al candidato oficialista Carlos Salinas de Gortari.

Cárdenas recibió el apoyo de un viejo luchador social al declinar su candidatura, el

ingeniero Heberto Castillo quien apostaba por la unificación de las fuerzas de izquierda

en el Partido Mexicano de los Trabajadores. Por el PAN que había cobrado una gran

fuerza electoral fue postulado Manuel J. Clouthier.

Con este escenario de fuerzas políticas se llegó el 6 de julio de 1988, pero a las

17:15 horas el sistema informático que contabilizaba los votos se detuvo, Manuel

Bartlett, Secretario de Gobernación salió a tranquilizar a la oposición asegurando que

todo se normalizaría pronto. Ya a las 10 de la noche, Cárdenas, Rosario Ibarra y

Clouthier llevaron una carta a Gobernación donde denunciaban que el Estado se

empeñaba en no respetar la voluntad popular, acto seguido emplazaban al gobierno a

respetar el sufragio ciudadano, y declaraban que de no hacerlo desconocerían los

resultados de la jornada electoral. Pero el sistema informático no se reanudó en esa

noche. Los resultados totales se conocerían hasta el 13 de julio dando como ganador a

Salinas con un 50.36 % de la votación, seguido de Cárdenas con un 30 %, quedando

Clouthier con un 17 % del total de los sufragios.24

Los resultados fueron impugnados por Cárdenas quien encabezó un movimiento

de resistencia civil sin precedentes para defender el voto, y en un zócalo lleno a reventar

denunciaba un golpe de Estado para imponer al candidato oficial, semana y media


24
“Las sombras del 88” Proceso, núm. 6 de julio de 2003.
después del 6 de julio. Luego hay todo un debate sobre lo que pasó, pues algunos

testimonios señalan que Salinas le ofreció a Cárdenas una salida negociada al conflicto, y

que incluso éste último aceptó prebendas políticas. Al respecto Cárdenas ha sostenido

que nunca negoció con Salinas y prefirió desactivar el movimiento de protesta y

resistencia civil para evitar una represión sistemática. Por su parte Manuel J. Clouthier

también emprendió una lucha en solitario, puesto que al igual que Cárdenas estaba

inconforme con los resultados y reclamaba la anulación de la votación. Clouthier murió

en un accidente automovilístico el 1 de octubre de 1989.25

De manera retrospectiva, y a partir de ese evento Soledad Loaeza señalaba que de

1968 a 1988 había terminado una primera fase de la lucha por la democracia, pues se

tenía un modelo más plural, donde la oposición mediante la lucha por el voto había

logrado arrancarle posiciones al partido hegemónico. Si bien la politóloga no desdeña las

luchas y movimientos sociales anteriores, considera que el 68 había sido el parteaguas de

la lucha democrática en el país. En realidad, su análisis partía de un hecho, el Estado

priísta no había sido capaz de incorporar las demandas de las clases medias en su lógica

corporativa tan bien estudiada por Arnaldo Córdova. De ahí que para Loaeza el 68 era la

condensación de los reclamos de las clases medias hacia el Estado que cayeron como

diluvio durante las movilizaciones estudiantiles de aquel año. La autora traza un arco que

va desde las movilizaciones de la clase media entre 1959 y 1962, y que luego se trasladan

a las demandas del movimiento médico del 65 y a los estudiantes en el 68. Su conclusión

25
Sobre las circunstancias de la muerte de Clouthier puede verse, Alvaro Delgado, “Salinas mato a mi
padre “Maquio” y Bartlett lo difamó y se robó la elección.” Proceso, 31 de julio de 2018.
es que estos actores fueron fundamentales para el desarrollo de una cultura de la

participación identificada con la defensa de los valores democráticos.26

La siguiente gran coyuntura será el 82, la crisis y la nacionalización de la banca

durante el gobierno de López Portillo, y de nueva cuenta serán las clases medias quienes

encabezarán una lucha electoral. La autora concluye que la historia política de esas dos

décadas: 1968-1988, ha sido la historia de la “disputa entre las clases medias y el Estado

por el liderazgo político de la sociedad.”27 Incluso la fractura interna del PRI, era vista en

este proceso como parte de esa confrontación, pero en esta perspectiva había por supuesto

un dejo de desilusión, porque el fraude dejo sin aliento a todos aquellos que pensaban que

el PRI entregaría el poder de manera voluntaria.

En el plano del ejercicio pragmático del poder, y ante la crisis de legitimidad que

lo asolaba, Salinas decidió apoyarse en el PAN y le reconoció el contundente triunfo de

Ernesto Ruffo Appel en la elección por la gubernatura de Baja California en 1989. Para

Elisa Servín, este reconocimiento del triunfo de la oposición era parte de una campaña

conciliatoria operada por Salinas desde el inicio de su gestión.28 El PAN asumió en esa

coyuntura una posición “pragmática al ofrecerle al nuevo presidente una legitimidad

secundaria, siempre y cuando actuara como gobierno de transición y acatara “el mandato

popular de democratización, pluralismo, justicia social y soberanía social.”29 A pesar de

esta tendencia al bipartidismo que en principio suponía un mayor pluralismo

democrático, eso no resolvía la encrucijada para el partido de Estado, pues como señala

26
Soledad Loaeza, “México, 68: los orígenes de la transición,” en Ilán Semo (Coord.), La transición
interrumpida, México 1968-1988, México, UIA, p. 46. Sobre el tema también es fundamental el texto de
Loaeza Clases medias y políticas en México ya citado y que apareció de manera sintomática en 1988.
27
Ibidem, p. 47.
28
Elisa Servín, p. 72.
29
Soledad Loaeza, El partido acción nacional: la larga marcha, 1939-1994. Oposición leal y partido de
protesta, FCE, 1999, p. 475.
Wayne Cornelius, el PRI había iniciado una modernización económica descuidando la

modernización electoral. Desde su perspectiva el encono postelectoral de 1988 y la falta

de presencia nacional del PAN y del recién fundado Partido de la Revolución

democrática en 1991, impedían una transición pactada hacia la democracia. Había

además, según Cornelius una democracia “Selectiva” puesto que el PRI reconocía las

victorias electorales del PAN, pero no las del PRD, y se preguntaba cuánto tiempo más

podría el PRI seguir sosteniendo esta realidad política.30

Por su parte Roger Bartra había publicado ya en 1987 La Jaula de la melancolía

dejaban en claro que la ideología nacionalista y populista que habían enarbolado los

gobiernos priístas era ya insostenible. Bartra por ejemplo usaba la alegoría del ajolote ese

extraño anfibio endémico del Valle de México, Axolotl en náhuatl, que curiosamente al

ser trasladado a Paris por el naturalista Alexander Von Humboldt se transforma en

Salamandra, para simbolizar nuestro subdesarrollo económico y también político. Al

mismo tiempo, Bartra desbarata el discurso nacionalista posrevolucionario centrado el

protagonismo aparente del campesino mestizo, reduciéndolo a una mistificación

ideológica completa y absolutamente anacrónica para ese momento.

A pesar de las críticas de la academia, Carlos Salinas cimentó hábilmente una

campaña de legitimación que le dio buenos dividendos la mayor parte de su sexenio, pues

además de sus alianzas políticas y su cacería brujas con pretensiones mediáticas, llevó a

cabo medidas que restauraron momentánea la confianza de la población por el rumbo que

tomaba la economía nacional. En primer término se deshizo del sector paraestatal, para

luego negociar la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1992.

Para entonces había un control de la inflación y la devaluación se había detenido gracias


30
Wayne Cornelius, “El PRI en la encrucijada,” Nexos, núm. 73, 1992, p. 73-75.
al fortalecimiento del peso gracias al enorme flujo de divisas que entraron al país por

aquellos años. Parecía que Salinas después de todo no era tan malo, y logró convencer o

quizá seducir a una sector de la intelectualidad mexicana de las bondades de su proyecto.

Incluso se puede hablar de cierto consenso en torno a su figura que era apuntalada por su

particular habilidad para vincularse con grandes figuras del medio artístico como el

cantante Luis Miguel o con el boxeador Julio Cesar Chávez.

Después de todo la “dictadura perfecta” tenía sus virtudes, pues incluso acérrimos

críticos del autoritarismo del régimen priísta se habían tornado ahora defensores del

régimen, o al menos heraldos de las buenas nuevas salinistas. Al menos no todo estaba

perdido después del fraude consumado en 1988, había esperanza como decía Aguilar

Camín. No obstante su perspectiva optimista reconocía que había grandes retos que el

gobierno salinista debía enfrentar, uno de ellos era la descentralización, y el otro por

supuesto la democratización de la nación, pues las elecciones de 88 arrojaron indicios de

una voluntad popular inconforme con el régimen.31

Por su parte Lorenzo Meyer plasma una versión de los saldos de los gobiernos

priístas en La segunda muerte de la Revolución mexicana publicado en 1992, donde

cuestiona el cambio de modelo económico orientado a la economía de libre mercado

durante el salinato. Igualmente cuestionaba una modernización selectiva y las tremendas

desigualdades que marcaban al país por entonces. Meyer cerraba su texto con un parte de

novedades dirigido al general Lázaro Cárdenas, donde además de reivindicar su memoria,

cuestionaba la política globalizadora de Salinas. En este plano estaba muy cercano a los

argumentos desarrollados por Arnaldo Córdova quien como ya se ha visto exaltaba la

31
Héctor Aguilar Camín, Después del milagro, México, Cal y Arena, p. 294. Una revisión más
pormenorizada de la historia nacional la habría de ofrecer Aguilar Camín junto con Lorenzo Meyer en A la
sombra de la Revolución mexicana, publicado en 1993.
política populista y nacionalista del cardenismo.32 Regresando al argumento de Meyer

resalta su perspectiva sobre la Revolución que muere dos veces. El primer deceso es

reportado en los textos de Silva Herzog y Cosío Villegas en la década de 1940, la

segunda en el suyo propio; las causas corrupción, subdesarrollo y crisis económica. No

obstante estas muertes simbólicas el anhelo democrático cayó en ese momento en un

impasse. Meyer expuso esta sensación de una forma contundente: “la elite no quiere y la

sociedad no puede.”33

El entusiasmo de los primeros años del salinato se vino abajo en el último año del

sexenio. Aquel fatídico año 1994 se sucedieron varios acontecimientos y tragedias

nacionales que terminaron por enterrar los sueños de grandeza alimentados por la

maquinaria mediática salinista. Un año antes había sido asesinado el Cardenal Juan Jesús

Posadas Ocampo en el aeropuerto de Guadalajara en medio de una balacera entre

narcotraficantes. Luego el 1 de enero del 94 todo mundo quedó sorprendido ante el

anuncio del ataque a San Cristóbal de las Casas, por parte de un supuesto grupo invasor,

que luego se sabría era la vanguardia del Ejército Zapatista de Liberación nacional, una

guerrilla de base indígena. En la escena aparecería Marcos, o Rafael Sebastián Guillen

líder mediático de milicianos indígenas, algunos de ellos armados con rifles de madera,

pero cuyo sacrificio frenó la represión por parte del gobierno salinista.

¿Marcos era un nuevo caudillo? Era la pregunta que se hacia Enrique Krauze en

ese momento. La pregunta era pertinente porque en el fondo nuestra cultura política

siempre ha girado en torno a la figura de un líder carismático, pero como señalaba Krauze

32
Córdoba publica en 1995 otra obra fundamental que se suma a la trilogía ya referida: La revolución en
crisis: la aventura del Maximato.
33
Lorenzo Meyer, La segunda muerte de la Revolución mexicana, México, Cal y Arena, 1992, p. 175.
en ese momento, si queríamos transitar a una normalidad democrática era necesaria dejar

atrás esta tradición y dejar de ser el país de un sólo hombre.34

La sucesión trágica de aquel año estaba lejos de terminar, pues el 24 de marzo

Luis Donaldo Colosio, candidato a la presidencia por el PRI recibió un impacto de bala

en la cabeza que le arrancó la vida en un mitin celebrado en Lomas Taurinas, una colonia

popular de Tijuana. Hasta hoy la versión oficial es que Mario Aburto asesinó al candidato

por decisión propia. Luego del magnicidio fue nombrado candidato sucesor Ernesto

Zedillo Ponce de León quien a la postre habría de ganar las elecciones. Pero aun faltarían

momentos de angustia y zozobra nacional, pues el 28 de enero de 1994, el secretario

general del PRI José Francisco Ruiz Massieu fue asesinado.35 La cereza en el pastel de la

debacle nacional sería la devaluación del peso y la estrepitosa caída del proyecto

económico salinista debido a la ineficacia, y al conflicto entre los equipos presidenciales

entrantes y salientes, episodio conocido como el error de diciembre.

En ese escenario de crisis e incertidumbre se llevaron a cabo las elecciones

presidenciales. Académicos y políticos promovieron la participación electoral debido a la

desconfianza que privada en el electorado nacional.36 Además las discusiones en ese año

giraban en torno a la consolidación de instituciones como el IFE y la configuración de un

padrón electoral confiable. De manera que para algunos observadores había posibilidades

de lograr por fin una transición democrática.37

34
Enrique Krauze, Siglo de caudillos, México, Tusquets, 1994.
35
Sobre la compleja y truculenta historia del asesinato de Ruiz Massieu puede verse la crónica de Carlos
Puig, “Ruiz Massieu. El crimen perfecto,” Nexos, septiembre de 2014.
36
Jaqueline Peschard, “Dos convocatorias, una misma cita: el día 21 de agosto, ir a las urnas,” Nexos, núm.
200, agosto de 1994, p. 8.
37
Héctor Aguilar Camín, “La cuenta larga,” Nexos, Núm. 200, agosto de 1994, p. 13.
Las elecciones de 1994 transcurrieron con cierta normalidad y el candidato sustituto del

PRI, Ernesto Zedillo alcanzó la victoria. Presionado por la crisis económica y por el

alzamiento zapatista, el nuevo gobierno accede en 1996 a una reforma que “ciudadaniza”

al IFE y queda bajo el control de algunas personalidades de la academia. En las

elecciones de 1997 se confirma el avance de la oposición, pues el PRI pierde la mayoría

en el congreso y en el recién creado gobierno del Distrito Federal. Ahí se abrió una vez

más la esperanza de una debacle definitiva del PRI. De nueva cuenta conforme se

acercaban las elecciones presidenciales había esa sensación de que por primera vez en su

historia el partido hegemónico podía perder las elecciones. La consigna era sacar al PRI

de los Pinos a como diera lugar. En 1999 se estrena una película de Luis Estrada, La ley

de Herodes protagonizada por Damián Alcázar, donde de manera magistral se

representaba la dinámica corrupta del régimen en un microcosmos, San Pedro de los

Saguaros.

Después de haber gobernado el Distrito Federal, Cuauhtémoc Cárdenas se lanza

de nueva cuenta para contender por la presidencia representando al PRD, del lado del

PAN aparece un empresario guanajuatense Vicente Fox. Este último resulta tener grandes

virtudes como candidato, tiene una fuerte presencia escénica, parece estar dotado de un

gran liderazgo y con un discurso un tanto campechano, incluso burdo, pero directo y

conciso abandera una causa común: sacar al PRI de los Pinos. Parece que esa misión sólo

él puede encabezarla con éxito al menos, es lo que una buena parte del electorado parece

creer. Hay que sacar al PRI del gobierno, luego ya veremos. Y el dinosaurio por fin

murió, Fox gana las elecciones del año 2000 y asume su cargo sin grandes sobresaltos,

sin la oposición de Zedillo, al vencer al candidato oficial Francisco Labastida. Después


de décadas de lucha, parece que las predicciones se habían cumplido, sería la clase media

la que por fin después de muchos sacrificios llevó a un candidato de oposición al poder.

Para la mayoría de los observadores, el fin de la hegemonía política del PRI

significó la culminación de una larga lucha por el reconocimiento de los derechos civiles.

Gran parte del éxito y la transparencia de la elección presidencial del 2000 fue atribuido

al buen oficio de los funcionarios del IFE. Precisamente el entonces consejero presidente

del IFE José Woldenberg escribió junto con Ricardo Becerra y Pedro Salazar, uno de los

textos que mejor analiza la transición a la democracia. Se trata de un recuento

pormenorizado de los acontecimientos que posibilitaron el triunfo de la oposición. Hasta

ese punto la conquista de la democracia se considera un hecho incontrovertible.

Los autores reconocen que la lucha y la movilización de los estudiantes y de los

distintos líderes opositores en la historia reciente de México fueron cruciales para el

triunfo de la democracia. No obstante, los autores consideran que ningún actor político

puede por sí sólo atribuirse el éxito de la transición, pues se trata de un “proceso

compuesto por múltiples elementos, los cuales en su mutua interacción desatan una

dinámica expansiva y autorreforzante. Fuerzas que producen movimientos; movimientos

que generan nuevos espacios a las fuerzas que los impulsaron.” Lo que pretenden en

cierta medida es relativizar la importancia de las personalidades políticas y destacar el

peso de las instituciones para garantizar un marco electoral confiable. El mensaje es claro

las instituciones autónomas son más resistentes a los vaivenes de los intereses

particulares.

A modo de conclusión, se puede señalar que después de una revisión de las

discusiones sobre la democracia en México que se han venido reseñando podemos decir
que antes de 1968 había autores que hablaban de la muerte del programa revolucionario,

aunque también había quienes consideraban posible retomar el rumbo, enmendar el

camino, salvar la Revolución. Luego del 68 esa esperanza se esfumó y se hizo patente

que la estructura corporativa del régimen era un serio obstáculo para la democratización

del país, y que la creciente clase media no podía incorporarse a esa maquinaria estatal. La

crisis del 82 agudizó el descredito del sistema y comenzó la cuenta larga para la

transición democrática que todavía habría de durar casi 20 años para concretarse. En ese

contexto, autores como Octavio Paz y Enrique Krauze defendían la idea de una

democracia electoral acompañada de una economía de mercado como base fundamental

para el desarrollo de la nación. Por otro lado, Pablo González Casanova defendía desde la

izquierda, una democracia en términos sociales, pues desde su perspectiva la apertura

electoral no era suficiente para abatir las series desigualdades económicas que padecía la

población. González Casanova no denostaba la democracia como sistema o forma de

gobierno burgués, pero señalaba que no bastaba para normalizar la situación del país.

La elección del 88 también había dejado su huella, pues la izquierda había sido

despojada de un triunfo innegable. No obstante, la competencia electoral se abrió sin

cesar desde 1982, sobre todo para el panismo. También el perredismo se fue abriendo

paso con el triunfo de Cárdenas en 1997 en el D.F. Por eso cobró relevancia la historia de

las elecciones, el fortalecimiento del aparato electoral y su autonomía, y el juego de las

encuestas. Finalmente con la llegada a la presidencia de un panista se reforzaba en el

imaginario político la transición hacia una bipartidismo que había iniciado desde el 82,

pero al mismo tiempo había una sensación de que el triunfo electoral era contundente.

Por fin el pueblo había hablado a través de las urnas y su voluntad era respetada. La
legitimidad con la que Fox llega a la presidencia era innegable, a pesar de algunas

irregularidades que después se dieron a conocer sobre el financiamiento de su campaña.

Luego del triunfo de Fox, las expectativas eran enormes, parecía que uno de tantos

quijotes que habían aparecido en la historia de la lucha democrática nacional, por fin

había vencido a los molinos de viento.

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