Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Babel
Se supone que sabemos que las cosas no son lo que aparentan, que las apariencias engañan:
especialmente las bellas apariencias han sido sospechosas para viejas sabidurías. Sin embargo, en
la vida cotidiana, en la modernidad capitalista e industrial, en la modernidad consumista, pareciera
que todo es transparente: que las cosas son lo que aparentan, que lo engañoso es lo que no es
aparente, “evidente” y, especialmente, que las bellas y seductoras apariencias lo son todo: “lo
real”. Es la que Karl Marx llamó “religión de la vida cotidiana” y Karel Kosík “mundo de la
pseudoconcreción”.[1]
En este mundo consumista, la belleza es “derivada”, por ello, como Saint-Exúpery ha expresado
muy bien en su librito poético (“lo esencial es invisible a los ojos”): a nadie impresionas si
describes una casa hermosa, pero si dices que ha costado una fortuna, muchos dólares, o euros, te
responderán que “debe ser una casa bellísima”.[2] La mercancía es el modelo de lo bello, de lo
bueno, de lo verdadero, porque es lo deseable. Y la mercancía quitaesenciada es lo más bello,
bueno, verdadero y deseable de todo: el dinero. Aunque nadie sepa lo que es el dinero. El dinero
como única motivación y el “libre mercado” y sus “leyes” que lo “autorregulan” son el mundo de
la pseudoconcreción, para ver la totalidad, el entero proceso de producción (totalidad concreta),
Karl Marx escribió su obra.
Una niña mira con los ojos maravillados a las mujeres jóvenes, todas son princesas, con una tarjeta
mágica, compran todo lo que desean: ropas, calzado, bolsas.[3] Los aparadores la invitan a un
mundo de ensueño: comprar es como ser la princesa de un cuento de hadas y la magia está en la
tarjeta de crédito, el dinero es (parafraseando el título de la novela de Arundhati Roy) el “dios de
las pequeñas cosas”[4], y también de las grandes, de las maravillosas, todo depende de cuánto
dinero o crédito tengas.
El paraíso es una cadena de supertiendas con ofertas y rebajas permanentes, y tarjetas de crédito
sin límites, el deseo jamás se sacia, por el contrario, mientras más compras más deseas: hasta el
budismo o el yoga son mercancías en forma de revistas, videos, libros, conferencias, cursos
terapias. Incluso las religiones y las ideologías son mercancías a la carta.
Otra niña, una “dagonmei” en un país asiático, trabaja poniendo detalles a muñecas, porque sus
pequeños dedos son perfectos para poner ojitos o partes muy pequeñas. Cuando crece, ya no
puede hacer movimientos tan finos. Entonces tiene que empacar muñecas completas. Princesas,
guerreras, enfermeras, ejecutivas. Comienza a soñar con las muñecas que empaca, pero que con
su salario de miseria no puede comprar. Ella es mano de obra esclava y lo que produce no le
pertenece.[6]
Sin embargo, las imágenes no mienten: aparadores, luces, centros urbanos y malls, luces que
desafían a la noche, ciudades mercancía que forman una mancha o enjambre de luces perceptible
desde el espacio: somos el planeta mercancía. Insaciable consumidor de energía y de trabajo vivo.
Para entender la esclavitud a la que se somete la mujer joven, aquella niña maravillada por los
aparadores, cuando crece y se endeuda, cuando, tienda de raya, comprueba que las tarjetas de
crédito no son mágicas ni ilimitadas, sino que te endeudan y tienes que pagar, ganar dinero,
trabajar, y sobrevivir a la persecución de los cobradores, para entender esa enajenación ante el
fetichismo de las mercancías (como sirenas, las mercancías, perfectas, deseables, la seducen
desde sus movimientos de maniquí en el aparador) hay que enlazar cognitivamente la alienación
consumista con la enajenación de la niña esclava asalariada, superexplotada, en un país asiático (o
africano o latinoamericano).
Las mercancías han llegado a ser el modelo de ser perfecto: los seres humanos desean ser como
los humanos cosificados que modelan las mercancías, aunque lo ideal sería ser tan perfecto como
las mercancías mismas. Günther Anders ha creído percibir una vergüenza en no ser productos
perfectos: “vergüenza prometeica”.[8] ¿Cuántas veces una persona no ha salido más que con una
pareja, con el auto lujoso o la tarjeta de crédito que la otra persona posee?
Hoy en unos pocos minutos, entre cinco y quince, un obrero produce lo que le pagan, casi la
totalidad, al menos la inmensa mayor parte de su jornada es trabajo impago, plusproducto, luego
plusvalor, luego ganancia realizada en dinero, riqueza del capital. La ley del valor descubierta y
explicada por Marx es el núcleo de hierro de la dictadura del capital, despotismo planetario hoy.
¿Cómo se originó el abismo de propiedad, riqueza, poder, fuerza represiva entre los propietarios
de los medios de producción y quienes no tienen más que su fuerza de trabajo como precaria y
siempre devaluable mercancía? Por la expropiación violenta, la acumulación primitiva u originaria
en la Europa precapitalista y protocapitalista incluye los cercados de tierras, el despojo, la leva de
mano de obra a las industrias y las ciudades industriales. Y el descubrimiento de América,
invadida, conquistada militarmente, saqueada, esclavizada y luego proletarizada por el despojo
colonial de tierras: despojo a pueblos, esclavitud, primero a secas y luego asalariada, de indígenas,
mujeres (además del trabajo doméstico y la reproducción de la vida que lo es de la fuerza de
trabajo), niñas y niños: y también África, Asia, Oceanía.[12]
Sin embargo, hoy que hay una gran diferencia entre el nivel de vida del norte y del sur, entre el
capitalismo feliz del consumismo y el estado de bienestar de una mínima parte de la humanidad y,
en contraste, la esclavitud y postración de la mayoría, aparece como verdad “evidente” que el
capitalismo enriquece y la “falta de capitalismo” empobrece. Olvidan que el capitalismo no es un
fenómeno nacional, que no son naciones que compiten en igualdad de puntos de partida y
deportiva competencia: es un sistema mundo. Y el discurso de que las teorías críticas del
capitalismo, como la “pasada de moda” teoría de la dependencia son autovictimizaciones y
discursos de “buenos y malos” es meramente ignorancia u ocultación cínica de la historia, algunos
productores de esas apologías del capitalismo son mercenarios del pensamiento colonizador y
mistificador contemporáneo.
Solamente quien desciende a los infiernos de la producción (ahí donde se esconde el secreto del
trabajo como única fuente productora de valor) puede entender y saber lo que es el dinero
(mercancía universal, simple medio de cambio que la enajenación del trabajador y la alienación del
consumidor vuelven un fin en sí mismo). Puede entender que en capitalismo se invierten fines
(valores de uso) y medios (valor de cambio) para subordinar el fin a los medios: subsumir la vida al
capital.
Cuando se parte de la noción de dinero, de recursos, de tecnología, de “conocimientos, ciencia,
saberes, técnicas” y mercado libre: el egoísmo racional y el dinero, el afán de ganancias como
único atractor, entonces estamos instalados en la ideología: ignorancia más pensamiento mágico,
mistificación de lo que son en verdad el capital, el dinero, la mercancía y fetichismo. Se atribuyen a
los productos, las mercancías, las cosas, poderes creadores: dinero, recursos, y se hace de sus
productores no sujetos sino meros necesitados (¿necesitamos un teletón mundial, un “USA for
Africa” y para todas las “ex” colonias?)
La mistificación es la ocultación del trabajo vivo, de la vida de las y los trabajadores dejada en la
producción de las mercancías. Es el ocultamiento de la explotación y de la enajenación del trabajo
vivo bajo el discurso de la igualdad ante la ley, de la igualdad en el mercado, de que todos
podemos ser “emprendedores”. Como dijera Anatole France: “en su magnanimidad, la ley prohíbe
lo mismo al millonario que el mendigo, dormir debajo de los puentes”.
El rey Midas contemporáneo transustancia todo en mercancía y consumo mediante el poder de su
firma, pero la gallina de los huevos de oro, la productora de todo valor (de uso y también de
cambio) es aún el trabajo vivo, el trabajador, los trabajadores: vulnerables seres humanos.
El despotismo, la dictadura del capital (y por medio de la ideología, también sus esclavos, no
solamente esclavos asalariados, sino reos de las ideas de la clase dominante, y del pensamiento
mágico de sus fetichismos) sueña con un mundo de esclavos perfectos, que no se cansan, no
protestan, no resisten, no se organizan, las máquinas inteligentes.
El sueño neomalthusiano es que los robots reduzcan al mínimo la necesidad de los esclavos
humanos asalariados. ¿Tal vez un robot biológico genéticamente “editado”? El fin de la lucha de
clases, el fin de las ideologías, el fin de la historia y la desiderata de un “mundo feliz”: el paraíso de
las inversiones y el consumo.
No obstante, está ese incómodo y “extraño enemigo”: el trabajo vivo, el productor, el ser humano
proletarizado, despojado, explotado, reprimido, contaminado por los tóxicos de una industria que
sigue necesitando trabajo vivo, materias primas, territorios, mercados y consumidores.
Y si las y los trabajadores fueran derrotados, está la protesta de la naturaleza, del planeta
saqueado, sobreexplotado y contaminado: las leyes humanas se compran y venden, pero las leyes
naturales no. El límite del capital es el límite del planeta: el cambio climático como
ultimátum,[13] aunque el sueño totalitario aún cree poder encontrar otros planetas colonizables y
explotables, ¿la acumulación originaria llevada a colonias espaciales como en una obra de
Bradbury[14]?
Detrás del fetiche del capital, de la tecnología, detrás del fetiche de la mercancía y el dinero se
esconde el trabajo vivo, el tiempo de vida, la vida robada a las y los explotados. Pero eso lo ignora
quien ve al dinero como un absoluto, como un despótico dios moderno. Solamente algunos
autores de “novelas-cuentos de hadas” como Momo han podido hacer la metáfora de la teoría del
valor de Marx: la “vida” del capital, el verdadero “muerto viviente” es el tiempo de vida despojado
a los humanos, es la vida robada, expropiada a las y los trabajadores: seres humanos esclavos de
su propia obra, de sus propios fetiches. En la novela de Ende, los “hombres de gris”.[15]
No es una cuestión de cuántos creen en una idea: aunque la mayoría de la humanidad crea
supersticiosamente en las virtudes mágicas del dinero y de la mercancía y el capital, el imperio del
capital se basa en el engaño. Para liberarse, la niña esclava del consumo y las tarjetas de crédito
tiene que sumar fuerzas con la niña esclava de la maquila. Es muy incómodo para muchos, pero la
contradicción entre capital y trabajo vivo sigue existiendo. La historia camina por eras de barbarie,
pero no ha terminado.
[1] Karel Kosík, Dialéctica de lo concreto.
[6] Un maravilloso cuento para niños de Ricardo Gómez y Teresa González titulado El sueño de Lu
Szhu
[7] Jean Robert, “El análisis del fetichismo de las mercancías, aportación primordial de Karl Marx”.
[8] Revista Conspiratio No. 13, “El anuncio de la catástrofe: reflexiones de Günther Anders”,
septiembre-octubre de 2011.
[9] En el documental Réquiem por el Sueño Americano, basado en Noam Chomsky, la propia
plutocracia llama a su régimen “plutonomía”. https://www.youtube.com/watch?v=qkbwWG07UYI
[10] Subcomandante Marcos, “De eso se trata en esta primera etapa: de decir nuestra historia”, en
Escritos sobre la guerra y la economía política.
[11] En eso sigue muy vigente, desafortunadamente, el documental de Saúl Landau, “Maquila: a
tale o two Mexicos”.
[13] Los militantes de la IV Internacional han acuñado el término “ecosocialismo” para una
renovada militancia no solamente socialista sino ecologista. Andrés Lund Medina, México en la
discordancia de los tiempos. Y la urgente necesidad de otros tiempos y otra izquierda,
anticapitalista y ecosocialista.