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El objeto formal del entendimiento humano es, en suma, el ente en cuanto ente. Esta última
afirmación señala el ámbito de nuestro entendimiento en un doble sentido. Dice, en primer
lugar, que ese ámbito es tan amplio como el ente; todo ente es, en principio, objeto posible del
entendimiento humano. Y en segundo lugar manifiesta la forma en que este entendimiento capta
sus objetos, a saber
LAS FACULTADES SUPERIORES DEL HOMBRE
Debe decirse, pues, que el objeto formal propio del entendimiento humano
como potencia de un alma unida a un cuerpo es la esencia abstracta de la cosa
material representada por la imaginación.
Si nuestra alma subsiste sin materia, debe actuar entonces como una
forma que se posee a sí misma. Por no tener materia, su posesión de sí
propia debe ser precisamente inmaterial, esto es, un conocimiento. La
única manera en que una forma puede tenerse a sí misma es, en efecto, la
autoposesión inmaterial, pues lo que es forma no puede recibir como
materia; pero una autoposesión inmaterial no es otra cosa que una
autocognición
En su actual estado, el objeto formal de nuestro entendimiento es la esencia abstracta de algo
material, ejemplificado por la imaginación. Por consiguiente, sólo a través de la intelección de
una esencia de este tipo puede el entendimiento conocer -como ya antes se dijo- todo lo demás.
LAS FACULTADES SUPERIORES DEL HOMBRE
Tal forma se halla en su sujeto físico, pero de una manera concreta, material; y en esta
situación no puede actuar sobre el entendimiento, que es una potencia inorgánica. Puede, sin
embargo, influir en las facultades sensibles, que son potencias orgánicas. De ahí que sea
preciso afirmar que todo conocimiento humano empieza por los sentidos. Pero las imágenes
sensibles no son aptas por sí mismas para actuar sobre el entendimiento. Tales imágenes no
son tampoco las especies impresas que hacen posible al conocimiento sensitivo; pero
coinciden con ellas en su carácter de formad corpóreas concretas y singulares.
A ese algo capaz de enaltecer así a las imágenes sensibles se conviene en llamarlo, desde
ARISTÓTELES, “entendimiento agente”. PLATÓN no había tenido necesidad de admitirlo,
porque consideraba que las formas existen realmente separadas de la materia (ideas platónicas
o formas puras), y por lo mismo, no siendo preciso universalizarlas, tampoco había necesidad
alguna de reconocer un poder activamente abstractivo, universalizante.
LAS FACULTADES SUPERIORES DEL HOMBRE
Para integrar y perfeccionar nuestro conocimiento intelectivo tenemos que añadir nuevos
conceptos a los que inicialmente nos permiten abordar una cosa. Tal es la condición de
nuestro entendimiento, atestiguada por la experiencia, y que hace necesarias, no sólo nuevas
aprehensiones conceptuales, sino también una segunda especie de operación intelectual, el
juicio, por cuya mediación se componen o enlazan los aspectos parciales.
Nuestro intelecto es naturalmente evolutivo, o si se quiere, histórico. Y en esta graduada
sucesión, el entendimiento avanza pasando de lo confuso a lo distinto, de lo potencial a lo
actual. Lo cual tampoco quiere decir que todo acto de pensamiento sea superior a los que en
el tiempo le preceden; sino únicamente que cuando avanza nuestro entendimiento en la
captación de algún ser, lo hace precisamente según las mencionadas condiciones.
Querer es una operación cuyo objeto es extrínseco a la facultad volitiva, mientras que entender
es una cierta posesión cuyo objeto es intrínseco a la facultad intelectiva. Para que el
entendimiento quisiera o para que la voluntad entendiese sería preciso, pues, el absurdo de que
uno y el mismo objeto fuese, bajo un mismo título, simultáneamente intrínseco y extrínseco a
una misma potencia.
LAS FACULTADES SUPERIORES DEL HOMBRE
Es claro que para llegar a entender no basta con quererlo. Lo que la voluntad
hace es que el entendimiento se aplique a su objeto. Si no quiero "ponerme" a
considerar un determinado asunto, mi entendimiento queda inhibido respecto de
él. Mas si me pongo a estudiarlo, es el entendimiento, no la voluntad, lo que
permite que me lo esclarezca. De la misma manera, el entendimiento no es capaz
de querer, a pesar de que da a este su objeto y de que puede tener al mismo
querer como objeto (no como acto) propio. En general, por tanto, es necesario
afirmar que la voluntad y el entendimiento no se confunden ni se separan.
Tanto lo uno como lo otro carecería de sentido en la unidad del ser al que ambas facultades
pertenecen, y que es, en último término, quien entiende y quien quiere.
La voluntad puede mover no sólo al entendimiento, sino también a las restantes facultades
humanas -con excepción de las vegetativas-, en la medida en que los bienes alcanzados por ellas
la solicitan primero y la satisfacen después.
En general, habida cuenta de la diferencia entre las operaciones que la voluntad realiza por sí
misma y las que hace realizar a otras facultades, los actos "voluntarios" divídense,
respectivamente, en elícitos e imperados.
LAS FACULTADES SUPERIORES DEL HOMBRE
Decimos que nuestras acciones son voluntarias cuando de alguna forma las
consideramos libres. Los actos imperados son voluntarios porque proceden de una
libre decisión, aunque formalmente pertenezcan a las facultades respectivas. De
una manera estricta y rigurosa, la libertad conviene a las operaciones mismas de la
voluntad, es decir, a los actos denominados "elícitos", y es, pues, considerada
formalmente, una propiedad de la facultad volitiva.
Las principales formas del determinismo son las siguientes: la teológica, la fatalista, la
psicológica, la fisiológica y la mecanicista:
El determinismo Teológico se denomina así por sustentar la tesis de que la voluntad humana
está unívocamente determinada por Dios; es la teoría de LOS MANIQUEOS y la de
CALVINO y LUTERO.