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UD 62. VELÁZQUEZ Y GOYA EN SU CONTEXTO ARTÍSTICO.

INTRODUCCIÓN.

1. VELÁZQUEZ (1599-1660).
1.1. BIOGRAFÍA.
1.2. CARACTERÍSTICAS.
El estilo.
Los géneros.
2. ETAPAS DE VELÁZQUEZ.
2.1. PRIMERA ETAPA: LA FORMACIÓN EN SEVILLA (1599-1623).
2.2. SEGUNDA ETAPA: LA CORTE EN MADRID (1623-1629).
2.3. TERCERA ETAPA: PRIMER VIAJE A ITALIA (1629-1631).
2.4. CUARTA ETAPA: SEGUNDA ESTANCIA EN MADRID (1631-1649).
2.5. QUINTA ETAPA: SEGUNDO VIAJE A ITALIA (1649-1651).
2.6. SEXTA ETAPA: LOS ÚLTIMOS AÑOS (1651-1660).
3. TRASCENDENCIA POSTERIOR DE LA OBRA DE VELÁZQUEZ.

4. GOYA (1746-1828).
4.1. BIOGRAFÍA.
4.2. CARACTERÍSTICAS.
Estilo. Géneros.
4. ETAPAS DE GOYA.
4.1. CARTONES PARA TAPICES.
4.2. PINTURA RELIGIOSA.
4.3. RETRATOS.
4.4. GOYA Y LOS DUQUES DE OSUNA.
4.5. GRABADOS.
4.6. GOYA Y LA GUERRA DE INDEPENDENCIA.
4.7. PINTURAS NEGRAS DE LA “QUINTA DEL SORDO”.
4.8. LOS ÚLTIMOS AÑOS DE SU VIDA: BURDEOS.
5. TRASCENDENCIA POSTERIOR DE LA OBRA DE GOYA.
6. INTERPRETACIONES SOBRE GOYA.

INTRODUCCIÓN.
Hay desde siempre un enorme interés por la obra de estos dos grandes artistas,
que anuncian la obra genial de los grandes maestros españoles del siglo XX. Por la
importancia de su obra se ha considerado oportuno realizar una unidad didáctica
conjunta para ambos.

1. VELÁZQUEZ (1599-1660).
1.1. BIOGRAFÍA.
Diego Rodríguez de Silva Velázquez nació en 1599 en Sevilla, de padre
portugués y madre sevillana. Fue alumno en 1610-1617 del pintor humanista Francisco
Pacheco, con cuya hija Juana se casó en 1618. Velázquez se trasladó joven (1623) a
Madrid y se convirtió en Aposentador del rey Felipe IV, cargo que le comprometía a
buscar aposento a los monarcas en sus viajes y a preparar sus tribunas o localidades en
los espectáculos. Este cargo burocrático limitó su actividad artística en cuanto al
número de cuadros pintados, pero no alteró su vocación. Realizó dos importantes viajes
a Italia (1629-1631, 1649-1651). Murió en 1660, ennoblecido por su mecenas con el
título de Caballero de la Orden de Santiago.
1.2. CARACTERÍSTICAS.
El estilo.
El principal rasgo es el realismo: sus figuras denotan siempre un cuidado
naturalismo, un estudio anatómico profundo, un interés por mostrar la realidad con
convencimiento. Ello explica el detallismo de las escenas, la preocupación por los
objetos cotidianos, incluso que no rehúya expresar la fealdad.
Velázquez es uno de los máximos maestros de la luz y del color. En su paleta
destacan las gamas de azules, verdes y blancos. La combinación de azul y blanco en sus
cielos consigue efectos originales, como si las nubes platearan el fondo azulado. Con
verdes pinta sus bosques, a veces neblinosos. Si en su primera época fue tenebrista
luego evolucionó al clasicismo.
Domina en especial la perspectiva aérea, una expresión subjetiva respecto a que
la luz parece circular por dentro del cuadro, como iluminando las motas de polvo que
flotan en el ambiente. El espectador tiene la impresión de que contempla aire real, tanto
en un paisaje abierto como en un interior.
Los géneros.
Cultiva todos los géneros:
Los retratos pues es el pintor de la familia real. Felipe IV es retratado varias
veces, así como el Conde-Duque de Olivares, las dos reinas Isabel Borbón y Mariana de
Austria, y las infantas, sobre todo Margarita. A veces retrata en interiores, otras en
paisajes de gran sensibilidad hacia la naturaleza, como los retratos de Felipe IV o del
príncipe Baltasar Carlos (los fondos de Guadarrama).
El género religioso tiene pocas obras, la mayoría de juventud, como las
Inmaculadas y, en especial, El Cristo Crucificado, que refleja una honda emoción
religiosa.
Tiene también temas históricos, mitológicos y paisajes, unos temas
excepcionales en la pintura barroca española. Sus obras maestras son los estudios de
luz.

2. ETAPAS DE VELÁZQUEZ.
2.1. PRIMERA ETAPA: SEVILLA.
Sevilla, en esta época, gracias a su comercio con las Indias y Europa, es todavía
la ciudad más importante de España. La ciudad cuenta con un gran círculo humanista y
una extraordinaria escuela de pintura, de la que Pacheco es uno de los maestros y
teóricos, pues escribe un tratado, El arte de la pintura, verdadero compendio de técnicas
e iconografía religiosa. Su estilo está dominado por el dibujo y el idealismo.
Velázquez estudia como aprendiz en el taller de Francisco Pacheco entre 1610 y
1617.
A continuación, entre 1617 y 1622, permanece en Sevilla, con taller propio, y se
casa (1618) con Juana, hija de Pacheco, lo que facilitará su ascensión como pintor. Su
estilo cambia muy pronto, mediante la observación de la realidad y la copia de los
modelos con sus movimientos y expresiones. Es evidente la temprana influencia del
tenebrismo, seguramente a través de pinturas o copias de Caravaggio llegadas a Sevilla
o por medio de la obra de Ribera.
Se dedica a las obras religiosas, La adoración de los Magos, La Inmaculada
Concepción (1618), la realista La Cena de Emaús y, sobre todo, retratos realistas de la
vida cotidiana como El aguador de Sevilla y Vieja friendo huevos, que son verdaderos
bodegones con figuras. En El aguador de Sevilla hace una alegoría sobre las tres edades
del hombre, realiza una composición audaz en círculos con las cabezas y destaca el
cántaro en primer plano mediante la luz.
2.2. SEGUNDA ETAPA: LA CORTE (1623-1629).
En 1623 fue introducido en la Corte por el aval de sus propias obras, de su
suegro, del sevillano Juan de Fonseca y del conde de Peñaranda. En el mismo 1623 se
ganó el favor del conde-duque de Olivares y del rey, con lo que obtuvo el título de
pintor del rey Felipe IV, y en 1627 consiguió el cargo de ujier de cámara.
Como pintor abandona las escenas religiosas y los bodegones y se dedicó por
entero a los retratos de miembros de la Corte, en especial del rey y del conde-duque. No
descuida los temas cotidianos, como Los borrachos. Los retratos son realistas,
minuciosos, con medios expresivos simples y directos. Es evidente que su estilo desde
1623 sigue una continua línea ascendente, aunque muy marcada por los dos viajes a
Italia, superando la etapa juvenil de titubeos.
Contactó con Rubens en su visita en 1628, y parece que este le aconsejó que
fuera a Italia, y lo consiguió gracias a una bolsa real. Además, la influencia de Rubens
se evidencia en el nuevo interés por los temas mitológicos (Los borrachos o El triunfo
de Baco).
2.3. TERCERA ETAPA: PRIMER VIAJE A ITALIA (1629-31).
En este primer viaje a Italia (1629-1631), Velázquez residió en Roma entre abril
de 1629 y finales de 1630, y visitó muchas ciudades italianas el resto de su estancia.
Estudió a los grandes maestros del Renacimiento y del Barroco clasicista. Pintó en Italia
el tema mitológico La fragua de Vulcano y los religiosos La túnica de José y el Cristo
Crucificado.
El cambio es sustancial y permanente. Desde entonces integra y supera el
tenebrismo y desarrolla el interés por el color (emplea más colores, con unas pinceladas
más sueltas), el desnudo humano, la expresividad de los rostros, la composición más
dinámica y compleja, la profundidad (cuida más los fondos) y la perspectiva aérea (con
más matices luminosos).
2.4. CUARTA ETAPA: SEGUNDA ESTANCIA EN MADRID (1631-1649).
De vuelta en España asciende en la Corte: es nombrado ayuda de guardarropa en
1636.
Cultiva después de este viaje italiano una temática más variada: sigue con el
retrato, pero vuelve a cultivar las escenas religiosas y continúa las de mitología y al aire
libre y comienza a trabajar el desnudo humano.
En esta larga etapa pinta numerosos retratos cortesanos, de gran finura
psicológica, como la larga serie del rey Felipe IV (que se nos muestra desde su juventud
hasta la edad crepuscular, con una mirada melancólica), el Conde-duque de Olivares y
el Infante Baltasar Carlos, muchos de los cuales representan a la familia real en
actitudes de caza o de equitación (el caballo es símbolo del poder), con fondos
paisajísticos. También pinta personajes menores, como su propia esposa Juana Pacheco
y, sobre todo, los bufones (El niño de Vallecas, El primo, El bobo de Coria y el último
de la serie, Don Sebastián de Moura, todos ellos tratados con gran dignidad), y temas
mitológicos, como los mendigos filósofos Esopo y Menipo y Marte, dios de la guerra,
en los que se evidencia que la mitología se pone al servicio de la ironía y el realismo
cotidiano.
Realiza una obra histórica genial por su composición, La rendición de Breda
(pintado en los años 1630, aunque el hecho ocurrió en 1625), también llamado Las
Lanzas. Muestra a los caballerosos caudillos español y holandés en primer término, con
las lanzas de los soldados abriendo el espacio en vertical, con un paisaje luminoso y
brumoso en el fondo de humos de la batalla sobre colinas que se pierden entre diversos
tonos de azules.
2.5. QUINTA ETAPA: SEGUNDO VIAJE A ITALIA (1649-1651).
En 1649 efectuó su segundo viaje, comisionado por el rey para comprar obras de
arte para la gran colección real. Visitó muchas ciudades, pero residió sobre todo en
Roma. Velázquez era ya famoso y trató a muchos artistas, como Bernini, Rosa, Poussin
y Cortona. Al parecer, tuvo entonces un hijo con una italiana, que le sirvió tal vez de
modelo para su Venus. Pintó en 1649 el retrato del papa Inocencio X (1644-1655), el
duro retrato del hombre investido del poder. Otras obras de entonces son el retrato de su
servidor Juan Pareja y las dos notas paisajísticas del Jardín de la Villa Médicis (que
Lafuente Ferrari ha denominado El mediodía y La tarde y que Gaya Nuño incluso dató
en el primer viaje), de una gran instantaneidad, inspiración directa en el natural y
técnica de pincelada suelta que será un precedente del impresionismo, puesto que Manet
los estudió en El Prado.
2.6. SEXTA ETAPA: LOS ULTIMOS 9 AÑOS DE SU VIDA (1651-1660).
Regresa a Madrid en la primavera de 1651 y obtiene el cargo de aposentador
mayor en 1652. En 1658 obtuvo el hábito de caballero de Santiago, su más alto grado en
vida. Desde el segundo viaje italiano su evolución hacia la madurez es extraordinaria,
tanto por la influencia italiana como por la propia reflexión artística. La variedad de
colores, la mayor importancia de los motivos secundarios, la ambientación de interiores,
la libertad absoluta de las pinceladas, y sobre todo el dominio de la perspectiva aérea,
que difumina los términos lejanos, para dejar ver con mayor nitidez los más inmediatos.
Sus obras de esta época son retratos cortesanos, el erótico desnudo de La Venus del
espejo, excepcional en la pintura española de este género, y las dos más geniales: Las
Meninas (1656), Las Hilanderas (1657), en las que la iluminación de sus interiores.
Todavía se afina más.
Las hilanderas es un complejo juego mitológico (los mitos de Aracne y del
Rapto de Europa) tratado en un ambiente popular. En la escena del fondo se representa
el rapto de la doncella Europa por Zeus en forma de toro, por lo que se debe entender
que nos hallamos ante un tapiz realizado en base a un dibujo de Rubens para un cuadro
de dicho tema que se halla en el Pardo. Pero la escena de Minerva y Aracne es
indudablemente real. Unos modelos vivos se presentan ante el pintor - y tres damas de
la Corte- y toman la posición del mito. No están encuadrados por los ribetes de un tapiz
sino que se asientan sobre el suelo claramente. Una de las damas sostiene lo que
posiblemente sería un tondo con una representación pictórica del mito de Aracne para
que las modelos tomaran bien sus posiciones. Y en primer plano se disponen las
hilanderas que metafóricamente representan lo mismo que el mito del fondo. La idea es
la de que los mitos reflejan la verdadera naturaleza humana.
Diego Rodríguez de Silva y Velázquez pintó en 1656 su obra maestra, tal vez la
obra cumbre de la pintura de todos los tiempos, el óleo sobre tela conocido como Las
meninas, Retrato de la infanta Margarita o también La familia de Felipe IV.
Su gran formato (318 x 276) no es excepcional en el género de retrato en su
época, pues el mismo Velázquez tiene retratos de Corte semejantes y casi todos los
grandes maestros barrocos, como Rembrandt y Rubens, lo abordaron en algún
momento.
El cuadro, obra magna de la Colección Real, fue colocado en sitios distinguidos
de los aposentos reales: primero en el Cuarto Bajo (una pieza del despacho de verano)
del Real Alcázar de Madrid, donde consta en 1700 (nº 286); y luego en diversos lugares
del Palacio Real Nuevo de Madrid, primero en la Antesala de la Furriera, en 1747 (nº 4);
en el Paso de Tribuna y Trascuartos, en 1772 (nº 4); en el Cuarto dormitorio de la
Serenísima Infanta, 1794 (s. n.); y en la Pieza Amarilla del Palacio Real de Madrid, en
1814-1818 (nº 4), hasta su paso definitivo al Museo del Prado en 1819.
Velázquez pintó el cuadro en una sala del Alcázar de Madrid, el llamado Cuarto
del Príncipe, cuyos planos nos han llegado hasta la actualidad, y cuyo cotejo con el
cuadro muestra varias incongruencias, la principal de las cuales es que en el muro de la
derecha había siete ventanas, que Velázquez reduce a cinco, por lo que, salvo que se
hicieran reformas hoy desconocidas, se puede aventurar que el pintor transformó la
realidad para adaptarla a sus fines estéticos, probablemente para conseguir mejores
efectos de claroscuro y mayor profundidad.
El dominio de la técnica pictórica por Velázquez, en la cima de su madurez
como artista, es excepcional. Destaca la composición de los personajes en su relación
espacial en los distintos planos formados por grupos (las meninas y la infanta, el pintor,
el caballero en la puerta...) y no es menos genial el realismo con que narra los detalles o
lo que es lo mismo, la complicidad del espectador con el espacio vivido de los reyes,
que no aparecen en el cuadro sino a través del reflejo especular, en la misma posición,
pues, que el espectador imaginario; la función notarial de la realidad por el artista; el
claroscuro sobre los personajes y los objetos; la conseguida perspectiva aérea que
inunda toda la habitación de una atmósfera tan luminosa como misteriosa; la soltura de
la pincelada y la vivacidad del colorido con una paleta que anuncia dos siglos antes el
impresionismo. Con razón, pocos decenios después, Luca Giordano (conocido como
Lucas Jordán en España) dijo de este cuadro: “Es la teología de la pintura”, y
posteriormente fue admirado y estudiado por Goya, Manet o Picasso, entre una multitud
de grandes maestros.
La infanta Margarita (1651-1673), vestida de blanco, aparece en el centro,
rodeada allí por sus “meninas” o damas de compañía, María Agustina de Sarmiento e
Isabel de Velasco, y en la derecha del cuadro acompañada por dos famosos bufones de
la Corte, María Bárbola y Nicolasito Pertusato, y un perro mastín, detrás de los cuales,
en la penumbra de un segundo plano aparecen conversando un guardadamas, la dueña
Marcela de Ulloa. Al fondo, en una puerta abierta a una escalera, está el aposentador
José Nieto, y cerca de él, en la izquierda (a media distancia hacia el pintor), se ve el
reflejo en un espejo de los reyes, Felipe IV (1605-1665) y Mariana de Austria (1634-
1696).
Sobre las paredes cuelgan unas copias de cuadros mitológicos de Rubens,
realizadas por el yerno de Velázquez, el notable pintor Juan Bautista Martínez del Mazo,
el mismo que terminó algunos cuadros dejados inconclusos a la muerte del maestro y
que imitó su estilo en los retratos, pero sin su excelencia técnica y compositiva.
La extraordinaria complejidad estructural y la ambigüedad de los motivos y
personajes han favorecido la multiplicación de las interpretaciones sobre el significado
de la obra.
Hay dos grandes propuestas sobre la narración de la escena: según la mayoría de
los autores, capta la escena de entrada de la infanta Margarita en el taller, cuando el
pintor está retratando a los reyes, en una habitación cuyas zonas sucesivas de luz y
sombra llevan nuestra mirada hacia el fondo en el que descuellan los monarcas. La otra
opción es que Velázquez está en el acto de pintar el mismo cuadro que nosotros vemos
(así pues, sería una metapintura, una pintura sobre sí misma) y que son los reyes los que
irrumpen en la escena. Hay que añadir la importancia simbólica del realismo en la
descripción de los objetos y en especial la significación sociológica del búcaro de agua
que le muestra la menina a la Infanta [“El País” Babelia (2-V-1992)].
La mayoría de los autores concuerdan en señalar que la intención final de
Velázquez es reivindicar la nobleza o al menos el carácter liberal de la pintura frente al
menor reconocimiento social de la artesanía, pues muchos seguían viendo a los artistas
como artesanos de poco valor. Era pues un tema fundamental para Velázquez en el
contexto de la sociedad clasista de la España del siglo XVII y detalles esclarecedores al
respecto serían el autorretrato del artista a la izquierda del grupo, siendo esta la primera
aparición de un pintor en un retrato de la realeza, y la preciada cruz de Santiago (un
símbolo de alcurnia aristocrática y limpieza de sangre) que adorna su pecho y que según
una tradición pintó el propio rey después del fallecimiento de su amigo, aunque lo más
probable es que la pusiera su yerno.
Las radiografías del cuadro muestran que hubo una primera versión en la que no
aparece el autorretrato del pintor ni el gran lienzo que éste pinta, sino que en su lugar
hay un joven paje o caballero que lleva algo en las manos, mientras que los otros
personajes están básicamente iguales, salvo pequeñas alteraciones que hacen pensar que
se desarrollaba en esa escena el preciso ritual de beber agua. ¿Qué significa este
importante retoque? Manuela Mena, conservadora del Museo del Prado, aventura que el
cuadro se pintó en 1656 con una concreta utilidad política y que fue retocado en 1657
debido a un replanteamiento de esa utilidad. En resumidas cuentas, Felipe IV, sin
sucesor masculino en 1656, tardó en decidir si debía jurar como heredera la infanta
Margarita, la protagonista del cuadro, o su hermana mayor María Teresa, que a la postre
sería reina de Francia, y el cuadro de Velázquez refleja esa duda y la preferencia que
recayó inicialmente en 1656 en la más joven para la continuación de la dinastía. Pero el
nacimiento del infante Felipe Próspero en 1657 alteró la situación y el cuadro dejó de
tener un alto valor político, por lo que Velázquez pudo retocarlo con preocupaciones
particulares suyas, relacionadas con su nombramiento como caballero de la Orden de
Santiago, logrado ese mismo año; se pinta entonces, con permiso del rey, con el hábito
de la orden en actitud de pintar un gran cuadro de la escena doméstica de la Infanta.

3. TRANSCENDENCIA POSTERIOR DE LA OBRA DE VELÁZQUEZ.


Velázquez no dejó al morir una escuela que continuara su magisterio artístico;
quienes podemos llamar discípulos suyos son además familiares o servidores, como su
criado Juan de Pareja. Destaca Juan Bautista Martínez del Mazo, su yerno, que terminó
algunos cuadros dejados inconclusos a la muerte del maestro y que imitó su estilo en los
retratos, pero sin su técnica y composición.
Debemos esperar a la segunda mitad del siglo XVIII, con la profunda influencia
de su realismo sobre Goya (quien realiza una serie de aguafuertes sobre su obra), para
que se inicie la recuperación de Velázquez, que progresa en el siglo XIX y se hace ya
general en el siglo XX, en el que influye sobre Picasso (la serie de Las Meninas de los
años 50), Bacon y muchos pintores realistas o con etapas de este estilo.

4. GOYA (1746-1828).
La historia de la pintura en Madrid entre 1700 y 1770 es un caleidoscopio de
nacionalidades, sobre todo de artistas franceses e italianos: Mengs, Tiépolo, Giaquinto,
Amigoni, Procaccini, Ranc, Van Loo, Houasse, etc. Pero ya desde 1750 comienza la
renacionalización del arte (Academia de San Fernando), gracias al mecenazgo de la
Corte, sobre todo de Carlos IV.
Los artistas españoles buscaban en la Corte los mecenas, que tenían unos gustos
conformados según el arte italiano y francés (y las obras maestras de la colección real).
En este pobre ambiente artístico destaca sobremanera la aparición de un genio como
Goya, sin igual en la Europa de su tiempo.
4.1. BIOGRAFÍA.
Francico de Goya y Lucientes (1746-1828) nació en Fuendetodos (Zaragoza) en
1746, de un padre maestro dorador, gracias a lo cual contactó pronto con artistas.
Inició su formación en el taller en Zaragoza de José Luzán, un pintor barroco
discípulo del italiano Lucas Jordán. La prosiguió en Madrid, donde en 1766 entró en el
taller de los hermanos Bayeu (sobre todo destaca Francisco), pintores del rey. La
correspondencia que inició entonces, y duró toda su vida, con su mejor amigo de
Zaragoza, Martín Zapater, es una valiosa fuente biográfica.
Viajó en 1771 a Italia, sin una beca oficial, y allí participó en el concurso de la
Academia de Bellas Artes de Parma, con un cuadro sobre el tema Aníbal pasando los
Alpes (1771) y en esta época ejecuta algunas obras dentro de los presupuestos
neoclásicos, como el Sacrificio a Vesta.
De regreso a Madrid casó con la hermana de sus mentores, María Josefa Bayeu,
en 1772. La influencia de los Bayeu le ayudó en su ascensión a pintor real de cartones
de tapices, bajo la dirección de Mengs. Sorprende su lento ascenso en la estimación
cortesana, pues hasta los cuarenta años es un pintor solo de escenas costumbristas, en
las que es difícil prever el maestro singular de las etapas posteriores. Pero la protección
de la duquesa de Osuna le abrió por fin las puertas de la monarquía, a través de los
príncipes Carlos y María Luisa de Parma. Siguió la entrada en 1780 en la Academia de
San Fernando y el nombramiento en 1785 como pintor de Carlos III y en 1789 se le
nombró pintor oficial de cámara de Carlos IV (el mismo cargo que había ocupado
Velázquez), que culminó sus ascensos anteriores, y le consagró en la Corte.
Su gran proximidad a la familia real le abrió la puerta de los salones
aristocráticos de Madrid, en los que se convirtió en el retratista de moda. Hasta entonces
su vida había sido un recorrido, aunque lento, de triunfos artísticos y sociales, y hacia
1790 vivía con holgura, en una vivienda lujosa y con coche propio.
Hacia 1792-1793 (las fechas son inseguras) padeció una grave enfermedad, a la
que a duras penas sobrevivió y que le dejó sordo. Entonces cambió la temática de su
obra y su misma estética, al aislarle del mundo y conferirle una visión más pesimista. A
esta dolencia le han atribuido todos los estudios sobre Goya un influjo decisivo. Si el
sufrimiento es un extraordinario generador de energías espirituales, en el caso de Goya
se inició una auténtica metamorfosis de su personalidad artística a través de esta
experiencia de dolor personal; en otro momento posterior el dolor colectivo por la
guerra terminó de dar a su arte una nueva dimensión. La sordera le inclinó al
aislamiento y la introspección, dejó de contemplar la sociedad como un conjunto de
cuadros y costumbres amables y empezó a considerar el ángulo negativo de los
convencionalismos. A la crítica amarga se sumó una imaginación casi febril, un mundo
interior turbado, que plasmó en los primeros Caprichos, obras concebidas como una
libre divagación en un mundo sin sentido y que de ninguna forma podían estar
destinadas a su antigua clientela.
Al parecer, estuvo enamorado de la duquesa de Alba (que murió en 1802), e
incluso parece que convivió con ella a comienzos de 1797 aunque sufría por los celos y
la soledad, lo que se mostraba en los retratos de la duquesa y algunos grabados.
Director de la Academia de San Fernando, a principios del siglo XIX estaba en
la cima de su carrera. Era un reputado ilustrado de ideas liberales y admirador de la
cultura francesa. Al mismo tiempo continuaba cumpliendo sus encargos de retratista y
en 1800 pintaba una de sus pinturas más célebres, La familia de Carlos IV.
Pero poco después estalló la crisis del Antiguo Régimen. Durante la Guerra de
Independencia (1808-1815), Goya mantuvo una posición política ambigua, escindido
entre sus simpatías por los patriotas y su trabajo oficial como pintor de cámara de José I,
una continuación de su anterior cargo oficial. La guerra, con su secuela de horrores,
supuso una experiencia dolorosa que intensificó su veta pesimista y crítica; ya el arte de
Goya no volvió a ser la representación de un mundo amable. Las escenas del Dos de
mayo y la serie de dibujos y grabados de los Desastres señalan cotas pocas veces
alcanzadas en la expresión del dolor de un pueblo y la degradación de los sentimientos;
el ser humano se convierte en una bestia dotada de instintos increíbles de crueldad. Al
final del conflicto fue depurado brevemente por “afrancesado”, pero Fernando VII le
perdona pronto y le repone en su cargo de pintor de cámara. Goya ha enviudado y se
une en concubinato a Leocadia. Son años de destierro interior, por su liberalismo. Los
excesos del absolutismo le inclinan a aislarse de todo trato mundano. Es la época de sus
Pinturas Negras en los muros de la casa del otro lado del Manzanares, a la que los
madrileños llaman Quinta del Sordo.
Con la entrada de los “Cien Mil Hijos de San Luis”, en 1823, y la iniciación de
la represión absolutista, Goya decide abandonar España, para lo que solicita permiso
regio, una licencia de seis meses para descansar en Francia, y se instala en Burdeos,
donde vive con Leocadia y la presunta hija de ambos, Rosario. Muere en Burdeos, el 16
de abril de 1828, atendido por su nuera y su nieto Mariano, que acudieron a Burdeos al
tener noticia de su agonía, En 1901 sus restos fueron exhumados y trasladados a Madrid
y en 1929 se decidió su entierro definitivo en San Antonio de la Florida.
4.2. CARACTERÍSTICAS.
Su obra vive una constante evolución y progreso, pues no es un artista precoz, de
modo que sus obras más llenas de genialidad llegan a partir de su madurez, bien entrado
en los cincuenta años. Influencias destacadas son las de los maestros de la colección
real, en especial Velázquez. De este modo Goya irá pasando por casi todos los estilo de
su tiempo, desde el barroco rococó hasta el neoclasicismo y, finalmente, el
romanticismo.
Su innovación no es propiamente técnica, pues esta es tradicional, sino en la
mentalidad, auténticamente moderna, con su preocupación por los temas sociales y de la
guerra, por la problemática de la razón, y, sobre todo, por su transgresión de los ideales
de belleza: para Goya la fealdad, lo grotesco, se convierte en gran arte. Lo feo puede ya
ser reconocido como estético. Es la estética lo “sublime”, más propia del romanticismo
alemán que del inglés.
Destacará siempre por su dominio del colorido y la luz, con un perfecto dominio
de la pincelada, captación de la personalidad con pocos trazos, sin dibujo, con manchas.
Podemos distinguir dos grandes etapas, no completamente homogéneas: en la primera,
la del triunfo creciente, utiliza colores vivos, su visión es optimista, con temas amables;
a partir de 1790, ya triunfador, pero recibiendo los primeros grandes golpes, utiliza más
el negro, que se vuelve dominante hacia 1820, y su visión es cada vez más pesimista y
patética.
Su ideología liberal se plasma en su obra: al principio es un conservador
reformista, en la mejor línea del despotismo ilustrado, que con las reformas desea
conservar lo mejor del sistema social establecido y que deplora la estupidez popular,
pero con la madurez se transforma en un crítico social, un liberal reformista que al
menos desde 1800 denuesta al Antiguo Régimen y que recupera una mirada emotiva,
aunque siempre crítica, hacia el pueblo llano. En cambio, los gobernantes son retratados
con un realismo despiadado, que refleja la decadencia de los Borbones y el
advenimiento de la Edad Contemporánea, de las revoluciones. Goya se desgarra entre
dos pulsiones: la razón y la mística, y este conflicto marca sus mejores obras, sobre todo
en los grabados.
La significación social de la pintura de Goya es extraordinaria. La relación arte-
artista-sociedad se evidencia con trazos muy claros en el caso de Goya. El pintor dotado
de un vitalismo optimista de los cartones para tapices desaparece con la sordera y de
manera más definitiva con la guerra para dar paso a un artista amargamente crítico y
cuya fantasía crea un mundo alucinante de brujas y monstruos, que no ofrecen ningún
punto de contacto con las manolas de su primera época madrileña. Si se tratase de obra
anónima sin duda se atribuiría a dos pintores diferentes.
Situada su biografía entre dos épocas históricas, el Antiguo Régimen, con sus
monarquías absolutas y la prepotencia social de los estamentos privilegiados, y el
Régimen Liberal, nacido de los principios revolucionarios franceses, con la exaltación
de las clases medias, el papel inspirador de los intelectuales y la limitación de todo
centro de poder mediante la redacción de cartas constitucionales que reconocen la
soberanía del pueblo y el equilibrio contrastado de los poderes (Ejecutivo, Legislativo,
Judicial), Goya es testigo no sólo de los acontecimientos sino también de los procesos
profundos, que no se escaparon a su aguda pupila. Partidario de las nuevas ideas, no se
limita a testificar sino que contribuye con su crítica a desmontar un mundo que
declinaba, para lo que le favorecieron algunas circunstancias, por ejemplo un siglo antes
la Inquisición hubiera impedido una parte no pequeña de su producción.
Desde el punto de vista social su experiencia no pudo ser más completa. Por
familia pertenecía a la clase artesanal lugareña, por su trabajo se codeó con las
aristocracias de la Corte e incluso con la familia real, por talante se convirtió en amigo y
contertulio de los intelectuales reformistas, como Jovellanos, Moratín, Cea Bermúdez,
por los que muestra en sus retratos predilección, especialmente en el espléndido de
Jovellanos (Museo del Prado). Punto oscuro es el de su calidad de afrancesado, lo que
no está probado. Goya es un patriota y su serie bélica una acusación contra los excesos
de los invasores franceses. Si su colaboración con José I fue ocasional, no una decisión
de conciencia, indiscutible parece por el contrario su personalidad liberal, reflejada en el
grabado Por Liberal.
Algunas notas se desprenden de su extensa obra. En primer lugar el amor al
pueblo, en el que puede leerse su intuición de que se aproxima la llamada “primavera de
los pueblos”, la serie de revoluciones que lo convierten en sujeto protagonista de sus
propios destinos. Las escenas populares, fiestas y trabajos, están representadas con
simpatía y los cuadros patrióticos traslucen una honda compasión por los sufrimientos
colectivos. En contraposición, aunque de manera sutil, un tanto disimulada, puede
vislumbrarse en la serie de retratos reales y nobiliarios una posición crítica, que en parte
se dirige a las personas pero también a las instituciones; los rostros abotargados de
Carlos IV, María Luisa de Parma, Fernando VII, sus figuras panzudas, no pueden citarse
como un modelo de respeto, y las caras inexpresivas de muñecas de trapo de las figuras
de escenas en ambientes ricos (por ejemplo La gallina ciega) parecen algo más que
casualidad. La crítica social, lo que ama y lo que aborrece el artista, se pone de
manifiesto en los expresivos pies de sus grabados. Quizás la perspectiva goyesca haya
de encontrarse en la apología de los contrarios; criticando los horrores de la guerra en la
impresionante serie de Los desastres, en la que se exhiben la crueldad, la tortura, el
absurdo, la orfandad, el hambre, y en la que, por el contrario, se deducen las excelencias
de la paz; exhibiendo lo monstruoso, lo irracional, se canta la necesidad de la razón;
criticando ciertas tradiciones, como la aceptación por la mujer de las bodas desiguales
de la joven con el viejo ricachón (La boda aldeana), ensalza una sociedad libre, que
rompa las irracionales ataduras de los convencionalismos sin sentido. Tras el envés de
una sociedad llena de absurdos e injusticias Goya esconde en el trasfondo de su obra, la
imagen de una sociedad mejor, en la que los seres humanos puedan vivir en paz,
sometidos al imperio de la justicia y a las luces de la inteligencia crítica.
Una obra que encierra un valor de símbolo quedaría empequeñecida si se
redujese a una dimensión estrictamente personal. Así lo intuyo el pintor aragonés, que a
diferencia de los caricaturistas nunca redujo su crítica al personaje, sino que la amplio a
lo que representaba, ni exaltó lo individual sino lo colectivo. En su estilo influyó un
acontecimiento personal, su sordera, pero la transmutación definitiva la consiguió la
guerra, un drama, un sufrimiento social.
5. ETAPAS Y TEMÁTICAS DE GOYA.
La organización de un tema sobre Goya es problemática, porque un estudio
sobre su evolución marginaría su clara división en temas. Por ello vamos a utilizar una
mezcla de los dos, una evolución por etapas, pero con excursos sobre los temas.
No nos encontramos ante un pintor precoz; Lafuente Ferrari escribió que si
hubiera muerto a los cuarenta años no hubiera pasado de ser un maestro de segunda fila;
pero precisamente la lentitud de su aprendizaje ha influido en su insatisfacción, en su
búsqueda constante de nuevas fórmulas expresivas. Se trata de un arte en permanente
revisión de sí mismo. Nos encontramos, por añadidura, con un arte de contrastes; Goya
es el pintor de las fiestas y de los fusilamientos, de los niños que juegan despreocupados
y de las brujas horribles que se reúnen en aquelarres sabáticos. )Es un pintor realista o
un artista fantástico, que rechaza una realidad insatisfactoria y crea un mundo
visionario? Las dos facetas pueden aplicársele aunque probablemente domina en el
fondo, siempre, el realismo, y la fantasía es en el pintor aragonés una postura táctica,
una especie de realismo al revés, de grito que pretende cambiar la realidad que tan bien
conoce.
5.1. CARTONES PARA TAPICES.
La obra de cartones de Goya se concentra en el periodo 1774-1792. Aunque
parece que él aborrecía esta trabajo considerado menor la verdad es que los cartones le
sirvieron para formar su estilo y conseguir el apoyo de la familia real, especialmente de
los príncipes de Asturias. Comienza cuando los Bayeu le encontraron un empleo en la
Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, donde realiza los encargos de Mengs para los
cartones (más de 45), que debían servir de modelo para los tapiceros. Goya incluso
estudiará antes los lugares en los que se van a colocar, a fin de adaptar el tamaño y la
composición. Representa primero un mundo alegre y amable, en un estilo cortesano
francés de moda entonces, en La maja y los embozados, El quitasol, El cacharrero, para
evolucionar hacia las alegorías en El cantador y la serie Las cuatro estaciones y al final
hacia las preocupaciones sociales, con un gran sentido crítico propio de los ilustrados,
en La boda, Los zancos, El pelele y otras obras. En la Pradera de San Isidro pinta el
campo madrileño.
Goya en sus motivos demuestra una “progresiva sofisticación al traducir y
perpetuar temas tradicionales con el pretexto del género”. De los primeros temas
(estampas populares madrileñas) evoluciona a la pintura de género de Francia
(estampas) y Holanda (estampas y colección real). En dos series posteriores emula a los
franceses con viñetas de la vida de la calle en Madrid y la Fiesta campestre (de matiz
erótico popular), con un vocabulario nuevo de figuras contemporáneas (las majas, el
petimetre, la celestina, etc.), contrastando aristócratas y burgueses vestidos a la francesa
con los plebeyos y sus ropas populares.
La etapa que comienza en 1786 ve a un Goya maduro y asentado, con
composiciones de “estilo arquitectónico”, mientras la serie de las Cuatro estaciones
actualiza las series de Amigoni. Goya se siente perteneciente a un grupo social superior,
elitista. Sus retratos de lo humilde tienen un tono satírico. Los humildes son rústicos y
ridículos, llenos de debilidades humanas. Nos encontramos ante un Goya (en la época
del despotismo ilustrado) que no es un revolucionario sino un monárquico defensor de
la ideología y la jerarquía social del Antiguo Régimen. Mientras que el burgués piensa y
critica, el campesino busca el placer sensual. La sexualidad y la vulgaridad es propia de
las clases bajas, en cambio la moda y la fineza de las clases altas (La fiesta campestre,
Las cuatro estaciones). En la serie final, los emblemas le sirven para reflejar la locura
de los hombres mientras, para moderar la sátira, los campesinos se sumergen en la
estulticia.
Tomlinson ha escrito sobre la importancia de los cartones goyescos en su estilo:
‹‹Fue la experiencia de Goya como pintor de tapices la que le proporcionó los
elementos básicos de su vocabulario: una comprensión del potencial metafórico de la
imagen y una iconografía seriada adecuada para expresar la complejidad orgánica de la
naturaleza; un modo empleado en obras como la serie de pinturas de gabinete de 1793-
94 (a la que Goya se refiere como una obra), Los Caprichos (1799), Los desastres de la
guerra (1810-24) y las Pinturas Negras.››
Goya, pues, en los cartones consigue tres metas: introducirse en la Corte,
experimentar un formato seriado y formular un vocabulario de imágenes de género.
5.2. PINTURA RELIGIOSA.
Las primeras obras de Goya, antes de sus cartones, las pinta al fresco en la
bóveda del coreto del Pilar (1771) y el ciclo mural de la Cartuja de Aula Dei (1774).
Pinta, ya en camino del éxito, varios lienzos para el Colegio de Calatrava de
Salamanca (1784), la iglesia de Santa Ana de Valladolid (1787) y, sobre todo, dos
lienzos para la capilla de San Francisco de Borja en la catedral de Valencia (1788), El
santo despidiéndose de sus familiares y San Francisco de Borja asistiendo a un
moribundo impenitente, con apariciones espeluznantes de demonios y monstruos
oníricos y el cuerpo humano de un intenso expresionismo (más bien patetismo), que
anuncia temas posteriores.
Introduce elementos castizos en la obra magna de sus frescos de San Antonio de
la Florida (1798) y en el Prendimiento de Cristo de la catedral de Toledo (1799). Hacia
1796 pinta tres cuadros para el Oratorio de la Santa Cueva de Cádiz, en los lunetos de la
bóveda: La multiplicación de los panes y de los peces, La parábola de la boda del hijo
del rey y La última cena (la mejor composición, muy original, con los apóstoles
sentados en el suelo).
El Oratorio está construido sobre una iglesia subterránea unida a la iglesia del
Rosario, donde se reunía una cofradía dedicada a la penitencia, los ejercicios
espirituales y el culto a la Eucaristía. Los otros dos cuadros de la estancia son de
Zacarías González Velázquez y José Camarón.
Goya muestra un gran fervor religioso, por ejemplo en sus lienzos de La Última
Comunión de San José de Calasanz, posteriores a 1808.
5.3. RETRATOS.
En sus más de 200 retratos hace una galería de los personajes de su tiempo.
Aristócratas, burgueses, intelectuales, políticos, desfilan en sus retratos, con excepcional
cuidado de los sentimientos y la psicología. A menudo son personajes femeninos,
mostrados con gran dulzura y encanto. Generalmente los toma de cuerpo entero o de
busto.
Floridablanca (1783), la Familia del Infante Don Luis (1783), la serie de los
financieros del Banco de San Carlos (1785-1788), la serie de los duques de Osuna, la
Marquesa de Pontejos (1786), Carlos III cazador (1788), y desde que es pintor de
cámara (1789) los retratos de los nuevos reyes, especial los ecuestres de Carlos IV y
María Luisa, y sobre todo La familia de Carlos IV (1800), duro retrato de la realidad
física y moral de la familia real, expuestos sin idealismo, con ironía (la reina tiene la
misma pose que la infanta Margarita en Las Meninas de Velázquez). Uno de los mejores
es Sebastián Martínez (1792). Otros retratados son Jovellanos, Francisco Bayeu, la
duquesa de Alba, Marianito Goya…
Su temática en los años 1790 cambia, se hace más reflexiva y popular, con obras
más populares, de temas sencillos, pero a veces muy truculentos. La España Negra le
fascina como enemigo de la Ilustración, la sinrazón, la tradición, el misticismo, la fiesta
religiosa. Pinta (1802) la Maja vestida, de excelente color y la Maja desnuda, de frío y
perfecto sensualismo, por los que Goya tuvo que comparecer ante la Inquisición, que los
tachó de obscenos.
5.4. GOYA Y LOS DUQUES DE OSUNA.
Goya pinta en los decenios 1780 y 1790 a la gran familia ilustrada de su época,
que fue uno de sus principales clientes. El duque, su mujer y sus cuatro hijos son
encantadores en estas obras. Para estos mecenas pintó otras obras, de temática social
muy dura, como Asalto a la diligencia, La caída, La cucaña.
5.5. GRABADOS.
Comienza sus grabados con Los Caprichos (1799), de 80 aguafuertes. Se
muestra moralista, combativo, amigo de la razón, pero fascinado por su contrario. Es
enemigo de la superstición y del clero corrupto, de la corrupción de las costumbres, de
la falta de educación. El sueño de la razón produce monstruos es el mejor. En el plano
personal destaca el Sueño de la mentira y la inconstancia, sobre la celosa relación con la
duquesa de Alba.
Los Desastres de la Guerra (1815, publicados en 1863), son 80 aguafuertes en
los que ofrece una visión impresionante, sangrante, cruel, expresiva, sobre la locura de
la guerra, con la multitud como sujeto activo y sufriente. Son de una fuerza apocalíptica.
Goya critica al ocupante francés, pero su alegato es contra todas las guerras, contra el
odio y la violencia.
La Tauromaquia (1816), es la representación clásica de la fiesta española, con 33
estampas, que se editaron sólo en 1855.
Los Disparates (Sueños) (1818), en los que representa un mundo irreal de
monstruos y locuras.
Los proverbios (publicados en 1864), con 18 grabados.
Las litografías, entonces una nueva técnica que aprendió en sus últimos años,
son una prueba de su ánimo siempre innovador, en Los toros de Burdeos.
5.6. GOYA Y LA GUERRA DE INDEPENDENCIA.
Goya sufrió los terribles avatares de la guerra, aunque logró mantener cierto
estatus social. Como pintor oficial del rey, pintó el retrato de José Bonaparte (1810) y
otros afrancesados, lo que tendría a la postre graves consecuencias. Pintó en 1814 dos
obras maestras contra la guerra: El dos de Mayo de 1808, con la lucha de los mamelucos
y los patriotas, y Los fusilamientos del tres de Mayo, que es la obra cumbre contra la
guerra, con una luz fantasmal procedente de un farol que muestra la alegoría de la
muerte de los patriotas, de todas las víctimas. En su época no tuvieron éxito y
permanecieron en los depósitos del Museo del Prado hasta 1872.
5.7. PINTURAS NEGRAS DE LA “QUINTA DEL SORDO”.
Un cambio aun más radical hacia el patetismo se evidencia en El coloso (un
cuadro al que Mena ha discutido su autenticidad, en mi opinión sin suficientes pruebas)
representación de la destrucción de la guerra, y que anuncia la serie de las Pinturas
Negras, hechas para sí mismo y en las que anticipa el expresionismo del siglo XX.
En las paredes de su casa de la Quinta del Sordo (comprada el 27 de febrero de
1819) pinta en 1820-1823 la serie de Pinturas Negras, tras superar una grave
enfermedad. La serie ha sido interpretada como un gran ciclo alegórico de un mundo
alucinante y disparatado, negro, de pesadilla, de muerte, con obras como Saturno
devorando a su hijo, Las Parcas llevando a los mortales, El perro. Los aquelarres son el
tema favorito, en Romería de San Isidro y Brujas voladoras. Otras composiciones son
Manola, Judit, Riña a muerte a garrotazos.
5.8. LOS ULTIMOS AÑOS DE SU VIDA: BURDEOS.
En 1823 la represión tras el fin del Trienio Liberal le fuerza a exiliarse en
Burdeos. Ha muerto Zapater y las fuentes son las cartas a Moratín. Pinta todavía una
obra maestra de armonía y serenidad, La lechera de Burdeos (1826).

6. TRANSCENDENCIA POSTERIOR DE LA OBRA DE GOYA.


No formó una escuela en España, pero influyó en pintores como Esteve y Julià.
A mediados del siglo XIX comenzaron a aparecer los “goyescos”, en los que se imitaba
tan bien su estilo que muchas obras son de difícil atribución, y en ellos destacaron L.
Alenza y E. Lucas Pradilla.
Su modernidad es extraordinaria. Goya influye sobre los más importantes
movimientos artísticos del siglo XIX y hasta de la vanguardia del siglo XX:
romanticismo, realismo, impresionismo, expresionismo y surrealismo. La lista de
artistas que le han estudiado y se han inspirado en su obra es extraordinaria: Courbet,
Manet, Picasso, Antonio Saura...

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