modo alguno de imaginar ningún natura prius, es decir, ninguna prioridad
metafísica. Ya digamos que el mundo está en la idea (Platón), ya digamos que la idea está en el mundo (Aristóteles), venimos a parar en lo mismo. En ambos casos la idea es lo determinante y decisivo. En el primer caso el mundo sensible participa de ella, en el segundo la forma está presente en el mundo sensible y determina, con su ser, el ser y el acontecer del mundo sensible (agere sequitur esse), de manera que de nuevo tenemos que todo lo que el mundo es, lo es solo y por la forma. Es la oŸsÖa, lo mismo aquí que allí, la que «salva las apariencias». «En los puntos capitales hay una sorpren- dente conformidad entre Aristóteles y Platón, de modo que con verdadera razón se puede uno preguntar dónde propiamente se da aquella inconci- liable oposición» (N. Hartmann). El no patentizarse suficientemente esa fundamental conformidad puede en parte obedecer a la constante polémica de Aristóteles con su maestro. Pero al que penetre más a fondo aparecerá claro que esa polémica, también aquí, es muchas veces aparente. Individuación. El carácter efectivo de la forma aristotélica se nos revelará una vez más en el contexto del problema de la individuación. La forma es siempre un algo universal, una sustancia segunda. Cómo vamos de ella a la sustancia primera, a lo individual, se pregunta Aristóteles. Busca el funda- mento para esto en la materia. La forma, por el hecho de ser introducida en el mundo sensible del espacio y el tiempo, se hace concreta e individual, y así se producen los múltiples ejemplares que en cada especie se dan, el uno numérico en oposición al uno específico de la forma. La materia es, por tanto, principio de individuación. Todo cuanto existe en el espacio y el tiempo es por ello un compuesto de materia y forma. Ni la forma ni la materia existen de suyo separadamente, sino siempre el s⁄nolon, la sustan- cia primera que consta de materia y de forma. Tan solo existe una única forma pura, que tiene ella sola su ser y su realidad de por sí, sin mezcla alguna de materia; es el motor inmóvil, substantia separata. Todo otro ser, en cambio, es una mezcla, y por ello es siempre individual. El hecho de que Aristóteles se plantee la cuestión de cómo sale la sustancia primera de la segunda, después de haber asentado, como vimos antes, que el particular es lo primero que se da y que de él deducimos el universal, nos revela de nuevo que ha habido aquí un cambio de rumbo; resulta ahora que el universal es lo primero, pues de no ser así, ni sentido tiene plantear el problema de la individuación. Es, una vez más, el platonismo. ¿Ambivalencia de Aristóteles o bipolaridad del ser? ¿Habrá que ver una contradicción en las vacilantes posturas de Aristóteles al concebir la oŸsÖa cuando unas veces asigna el ser esencial a la sustancia primera y otras a la segunda, unas veces a lo singular y otras a lo universal? ¿O habrá que explicarlo todo desde un punto de vista puramente histórico, resignándo- nos a registrar un no logrado deslinde entre lo platónico y lo aristotélico