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Francisco Montaña
lOQUeleo ...
AiVfoleta y Matías .
éQh todo el amor
Una colección de piedras
:1!ª:1!a;:e:o:ªCd!ªilllil~ltte!~::::
ches. Se los comieronet1 sil~11cio,sentados en
·. el suelo, agotados por eLpolvofláestrechez .
.·.-Por lo menos tenemos las c:áI11a.S listas
--suspfr9 el papá·y Tomáslésor1rió. •· .
. Pero laverdad<es·.q11e·. las · carn¡sino •estaban
listas·.e·•.incapac~sya. de armélrla~)tuvieron que
dormir enlos cokho11eS tirados sobre el piso, es-
taban tan agotados qüé c:ayeroncomo troncos .
.Claro que .· esofue hueno.ATomás. le daba
miedo caerse de la cama. Asfque dormir en el
· suelo era ullalivioyhabría5eguido haciéndolo
el resto de suvidasisumamáno opinaraexacta
mente lo contrariO, que es6eradormir comolos
animales, cercade !atierra. dondese .•. revuelcan,y
.
que esa había sido la peor noche de #u vida. .
El día siguiente y elsiguienteye1 de después
fueron días difíciles.
Las cosas no cabían en el apArtamento. Tu- .
vieron que devolver la mesa di;; patas largas, la
de patas gordas, el armario capba; el mueble de
los trapos, el cuadro de los cab�Uos, la silla del
tío y la mesa redonda de la cqciria. Todo lo que
no se acomodaba volvía a la casa de los abuelos.
Su papá salía con el Fiat del tío lleno y volvía
sin nada, con el baúl listo para llenarlo con lo
que se negaba a quedarse en ese apartamento
estrecho y oscuro. Tomás hubiera querido te
ner poderes especiales, convertirse en una de
esas cosas que no encontraba su lugar en el
nuevo apartamento y ser enviado de vuelta a la
casa de los abuelos de donde hubiera preferido
no salír nunca.
-¿Qué te pasa? Andas como alma en pena
-le decía su mamá-. ¿No encuentras tu sitio?
Tomás la miró abriendo los ojos y volvió a
lanzarse a recorrer el apartamento como fiera
enjaulada, de un rincón de la cocina al baño del
cuarto grande, del clóset de su cuarto al baño
de la sala, de la sala al rincón de la tele, de su
12 cama al calentador de paso que rugía como si
le estuvieran retorciendo el pescuezo cuando
abrían el agua caliente, de la puerta de entra
da a la pared del fondo, del cuarto grande a la
mesa del comedor, de la ventana de la sala a la
cocina, de la puerta de entrada a su cuarto, de
su clóset a...
-¡NO MÁS! -le pidió su mamá-. ¡Qué
date quieto, me vas a volver loca con esa an
dadera!
-El río puede dar muchas vueltas, pero el
agua siempre llega al mar -dijo su papá y le
acarició la cabeza.
El papá de Tomás usaba muchos dichos para
hablar y Tomás casi nunca le entendía. Pero esa
vez se quedó pensando que tenía razón. El agua
siempre llegaba al mar, toda el agua, por más
vueltas que diera, siempre, siempre llegaba al
mar. Eso lo alivió un poco y pudo quedarse en el
baño viendo correr el agua del grifo y tratando
de imaginarse cuánto tardaría en llegar hasta
el mar.
-Cierra la llave del agua, mi amor, vas a 13
desocupar los tanques del edificio -le pidió su
mamá usando su mejor tono de voz.
Tomás pensó en los tanques. Eso era algo
nuevo para él. Podría salir a investigar cómo se
veía el tanque de agua de un edificio. Cerró la
llave y corrió a la puerta de salida.
-Ya vengo -dijo y salió al corredor.
-¡Por fin! -suspiró la mamá y empezó a
cantar un canción de Navidad.
El corredor era oscuro. La poca luz que en
traba por la ventana del final no alcanzaba a
iluminarlo todo y las luces estaban apagadas.
Tomás avanzó despacio hasta las escaleras. Al
llegar allí se detuvo un momento, deslumbrado
.
Üria. ·..
por . el .. Sol.·• •tas .eschleras•¿St�b��;cas1fuera ·del
e dificid, .. . apenas··· ··cubiertasi•C()t marquesi
• ·
na .•• Eran·.fríasY . lurriinosas. 1'otr1ás bajó despa-
do· . cada•··.•tramo·, escuCharidó\t6á9\io·· ··.. que sona-
. · c)
•
piso•.Y.
ba, Había···· d S tramos·•·. ·•.por··•·catl�. • •
•
·
mientras
oía se . entretenía contándol�s.· Éfr .eL octavo
oyó la licuadora de los 4ecinos, �rl élseptimo
14 (JllE!
Un
los bostezós\de un viejo pa.tecíauri hipo
pótam fratando de tragar � río, en el sex
to los n s
gritos. de una señora ique chillaba muy
agudo pJrqu� Tladie le alda.ri:zaba la bata, en el
cµá:rto Jilla.rito de una. bebé, en el quinto un
tra.qtéteb que pódía ser de una silla de ruedas
co111ólk áésllabuelo o de una mesita con ro
dachiriés Cotr1b]adesu abuela que iba y venía;
en.el C11él.rto el chirrido .de. las llantas ·de· .una
bicicleia freriat1do engeco, eneltercero el cas
cabeleo.de una111�t()y i
una.·voz femenina que
. .
anunciaba.:/¡la. p z:za..eleláiisaya1legó!,. en el se
gundo el rugido de. hn y
cct mión, en el primero
la voces de varios. riifíos enlazadas en el grito
ú ¡ganaaaaamos ,,,. ·
. . . ..
. . .
. . . .
Tomás se quedó petrificado en el rellano de.
· la entrada del edificio mientras veía
· · lluvia de piedrasfrenteasusojos: .
·
.
-¡No tan rápido! -gritaron otras voces/y· ... · .
una nueva.andanada de piedrasyoló en direc -
ción contraría.
Tomás se asomó un poco más teniendo
precaución de no ser blanco de ningún
til. Un misterioso silencio se apoderó del lugar.
Tomás dio un paso más y se encontró fuera del
edificio. Miró al frente y vfo otro edificio igual·
al suyo.
-¡Oigan, un momento! ¡Salió! ¡El nuevo sa'"
lió! ¡Vamos por él! -. gritaron las mismas voces ·
en coro. Desde los columpios, de los baúles de
los carros, de las ramas de los árboles, de de-.
bajo del pasto, de las paredes y del aire mismo
emergieron niños. Todos lo señalaban dispues'.'"
tos a alcanzarlo.
No supo cuántos eran.
Aunque era gordo, algo que Tomás hada fácil- .. ·
mente era correr para escaparse de las trampas. .
Así es que corrió con toda la fuerza de sus
piernas, subió los dieciocho rellanos de la es
calera de nueve pisos y levantó la puerta de
su apartamento a golpes. Cuando pudo entrar
y estuvo sentado en su cama, se revisó bien
para terminar de asegurarse de que ninguna
de las piedras le hubiera hecho daño. Suspiró
16 aliviado al comprobar que se encontraba en el
mismo estado que cuando había tenido la idea
de buscar el tanque de agua, solo que un poco
más cansado. Supuso que esa no sería la últi
ma trampa que ese conjunto de edificios esta
ba dispuesto a ofrecerle, así es que de ahora en
adelante evitaría a toda costa el contacto con
esa manada y sintió mucho no contar con la
ayuda de Susana.
Su amiga siempre había sido la mejor do
madora de niños de edificio. Sabía cómo evitar
que le pusieran ridículos apodos como "gor
dito", "rodillijunto" o "cara de tomate". Sabía
cómo sacarles los secretos más guardados en
unos minutos y conseguía conocer sus escon-
dites favoritos. En unos pocos días todos
maban a su casa y se sentían felices de sus ami-
gos. Y sobre todo, ella sabía cómo evitar sus
ataques, cómo salir de sus trampas. Era Susa-
na la encargada de pacificarlos, de manera que,
cuando Tomás se acercaba, hacía a un grupo
de niños inofensivos y entretenidos.
Y por eso nunca había tenido que intentar 17
hacerlo solo.
·.
.del carroantés desalif y completar su plan de
fuga:.Si.alguien estábaenelsótano -y descon
. taba quefuera superseg11idor---,vería sus pies
y podríacorrer hacía6tró délos edificios, Pero
su corazón por pocÜse páralizá cuando descu-
26 brió los piés de un ho111br� calzado con. botas
negras. AsuJado unniñndétenisblancos su-
surraba:.
-Yo lo. vi entrar por �cá: No eritiendo qué
le· pasa. ·Tenemos que .encontrárlq. Tengo.·•que
entregarle una cosa -le oy6cleciralmuy1adi
no .•. Había· engañado alporter(Jy a.hora lo usaba
para lograr· su objetivo. Apret61os puños con
· rabiaporestarapunto desersqrprendido.Una
. cosa era correr para escapard.eunniño, eso po
día lograrlo. ¡Pero otra muy/distinta era esca
par de un adulto! Esonc) estaba.tan seguro de
poder hacerlo. . . .
<
. .. . . . tendió que se aproximaba otro estornudo. Los
··
•pasos del celador y del rubio detestable se acer-
caban a la camioneta negra. Si.era cuidadoso y
. giraba en la medida en que ellos se movieran,
.•· ·
· podría permanecer oculto a su mirada. Pero si
el estornudo que crecía dentro de su cuerpo se
· •· • < / le escapaba, como temía que ocurriera, estaría
> perdido, lo atraparían como a un conejo en una
.
jaula. Se apretó la nariz con los dedos, pensan
do que así borraría el escozor. Pero al contra
.
.· . · ·. · >•.· · • rio, la presión hizo más grande la necesidad de
· · · .·
estornudar. Los pies de los perseguidores esta'."
. · ban ya casi frente a él. El silencio del sótano le
.
talón. ELcelador se d et:üVÓ.< < •. ·
28 ·-. ¿Qué sonó? �dij◊ Il}ir:�µdp .hada la ca-
mioneta negra.
·
\. / · ·.
• . · . ·.·• i
-No sé, Nacho ... -· respoli.4ip �lladino.
En ese momento, Tomásr10-p#<i$cc,n.tenerse
más y tomó una enorme boca#a.d.a. dé éÜre. Ya
· nada. le importaba. Tenía .qué est()rnµdaf y lo
. · ·. ·. .
. ifii��l1fl!flr1t�r::;!:��:�:::::
.variió$ a]ügat'¡.itjtj9l1áirlps. . ¿quiere·• venir?
.
·· •··Torrúis·.·•·ksilltf$ii11gffarile11te•• ·c. on·•·la·. • cab·eza.
.
•--Listo,. ahí. ri.6s irefüós.\lJstéd debe ser bue
.
a e s o.chao.
<•···. · ···.
no p a r
.
-·.'Chao .• �musitó 'foII1éÍs,/kllrnergió sus de
dos enla fría finneza,de st1s piedras y se lanzó
al galope hada su apartamento.
. . . .
i-·.
.. · . . ¿Qué es esto?-le preguntó Tomás.
/ Nada, una gota de tinta queMatissa ded- .·
< ..• .>• .· ·i•iiclió.pisar -dijo Susana en tonojndiferente; .
·. .-·. . ¿Qué había ahí debajo?.�preguntó To- ·.
· 39
i .más. Su respiración se volvi6 repentinamente. ·
) ráp ida. Susana lo miró como si apenas cono-·
: / . /ciera a ese niño gordo que respiraba como un .
i \ perro después de subir una montaña.
-No alcancé a ver-· dijo, sin ponerle aten
·
/ ción al ruido que hacían las vías respíratorias
\ ·. •i/·•·•· ··i· •··de·
su amigo -, p ero tu tío me dijo que por ahí
·
. \ no se podía pasar. Que era peligroso. Y a tu tío
t i).€s mejor creerle ...
Tomás dejó de acezar, tomó una enorme boca
nada de aire y la contuvo hasta que se puso rojo.
-Una supernova es diferente a una nano ...
-explicó Tomás.
-¿Y usted ha visto alguna? -preguntó un
niño muy flaco que balanceaba las piernas en
una rama alta.
-Una vez. Sí. Con mí papá -mintió Tomás
y tratando de ser lo más natural posible se ex-
40 tendió sobre la rama que lo sostenía. Vio una
nube a través del follaje del árbol.
-¿Y cómo se ven? -se apresuró el Mono,
que se cambió de rama sacudiendo bruscamen-
te todo el árbol.
Habían picado. Estaban interesados. Que-
rían ver las estrellas que él había visto. De ahí a
la admiración no debía haber más que un paso.
-Se ve con un telescopio -respondió To-
más y se sentó nuevamente en la rama que lo
sostenía.
-Ah, lástima. No tenemos telescopio. Nos
va a tocar... -suspiró el Mono y se paró en la
rama y empezó a mecerse sobre ella sacudien-
do con esto el árbol desde la raíz.
-Ve -dijo el Flaco escupiendo algo-, yo
le dije Mono.
Se le escapaban, como agua entre las manos,
como arena ... "Si querían ver las estrellas que
él había visto, entonces tal vez ...", se dijo To-
más y se le ocurrió la idea.
-Pero claro que yo podría conseguir un te-
lescopio ... -anunció y tuvo la certeza de haber 41
vuelto a atrapar al par de peces que se resbala-
ban de sus manos.
89
El paseo
!
,}
1
t
Tomás le agradeció, le explicó que solamente
acompañaba a una amiga y siguió deambulan-
do por el enorme almacén. Cerca de la registra-
dora descubrió los espejos del suelo. Miró sus
zapatos viejos, anchos y raspados. Pensó que
no tendrían por qué estar así de mal si apenas
tenían un mes, se miró las medias verdes y los
154 pantalones azules que le quedaban cortos. Con-
firmó que era el único vestido de esa manera y,
al mirarse un poco más, se dio cuenta de que le
gustaba la imagen de sus piernas en el espejo.
Generalmente, Tomás se sumergía en los
sonidos que lo rodeaban. Nunca sabía cuándo
empezaba a hundirse en el mar de sonidos ni
cuándo salía. Y ese fue uno de esos momentos.
Oyó las voces de las vendedoras que hablaban
en el mismo tono casi amenazador pero endul-
zado por la necesidad de agradar, las respues-
tas indecisas de los compradores, el campaneo
de la caja registradora, el soplido de los fuelles
de la puerta, los chillidos de impaciencia cada
vez más agudos de las vendedoras agrupadas
al fondo del almacén y un chirrido metálico
que no supo bien de dónde provenía. Atendió
un poco más, dejó de lado los demás sonidos
y permitió que el chirrido creciera. Le pareció
que provenía de la bodega, más allá del grupo
de muchachas que se amontonaban en la parte
trasera del almacén. Era muy extraño y tal vez
entendiera mejor de qué se trataba si se acerca- 155
ba más. Así es que dirigió sus pasos hacia allá.
Al acercarse, los chillidos le parecieron gri-
tos enfurecidos y amenazantes.
-¡Un Camino al Cielo pero en 40 azul! ¡No,
en 38 y que sea para hoy!
-¡Unas Princes rojas 7 y otras azules! ¡Por
favor!
-¡Un par de Odisy negras 39!
-¡¿Qué pasó con los mocasines Alfa?!
señor se va a ir!
-¡El Camino al Cielo!
-¡Las Princes!
-¡Los Odisy!
-¿Será mucho pedir que el señor se mueva?
-¿Será tan difícil que encuentre el núme-
ro que le piden? nunca había funcionado
tan mal!
-¡Es increíble que no pueda ni siquiera en-
contrar el número que le piden! ¡Así no hay quien
convenza al cliente! ¡Se aburren de esperar!
-¡Apúrele! ¡La paciencia no es eternal
156 -¡Más vale pájaro en mano que ciento vo-
lando!
-¡Mis zapatos!
-¡Esos son los míos!
-¡No, míos!
-¡Estos son azules no verdes!
Pasar a través de las muchachas exaltadas
fue más fácil de lo que pensaba. Estaban tan
ocupadas peleando que apenas notaron al niño
escabulléndose entre sus piernas. Al entrar a
la enorme bodega, entendió de dónde venía el
chirrido rnetálico que había oído.
Una escalera rodaba velozmente por los rie-
les de las estanterías y daba vueltas alcanzan-
do todos los rincones.
Sobre el tío, pálido y sudoroso, más
sombra un gato negro en un callejón oscu-
ro, cubierto con un enterizo verde que-
daba enorme, volaba sacando y guardando ca-
jas. Se lanzaba, rodaba en la escalera hasta
puerta, dejaba las cajas en las manos cual-
quiera de las muchachas, recogía las devolucio-
nes, recibía los nuevos pedidos, los redamos 157
y los insultos, y con el pie, como impulsara
una patineta, salía disparado hacia fondo de
la bodega colgando de la escalera que
con su impulso. Otra vez adentro, el tío dejaba
las devoluciones en cualquier parte y empeza-
ba a buscar los pedidos.
Tomás se dio cuenta de que su tío necesita-
ba ayuda y recordó que la abuela decía: "Tomás,
es mejor dar una mano que quedárselas cruza-
das". Y en seguida oyó lo que su papá le re¡:1etíía
cuando él no encontraba algo: "Tomás. El or-
den es luz en la oscuridad" y decidió que debía
ayudarlo a ordenar.
Había cajas y bolsas de todos los tamaños y
colores. Algunas tenían unas bonitas etiquetas
de colores, y otras solo un número y unas le-
tras sobre el cartón crudo. Las estanterías es-
taban marcadas con números. Tomás lo pensó
un momento y decidió que lo mejor sería agru-
par las cajas de colores con las de colores, las
158 de cartón con las de cartón y las bolsas con las
bolsas, sin importar ni el tamaño ni las letras.
Era la mejor manera de dar una mano.
Sin que nadie lo notara, recorrió casi toda
la bodega llevando cajas de aquí para allá y
bolsas de acá para allá. No tardó tanto, era un
muchacho rápido en ese asunto de ordenar.
Le echó un vistazo a su trabajo y sintió una
ola de satisfacción. Le había ayudado al tío. ¡Y
de qué manera! ¡No había dejado sus manos
cruzadas!
A partir de ese momento, todo le sería mu-
cho más fácil. Se quedó mirándolo balancearse
en la escalera como un chimpancé y se pregun-
tó si debía contarle de su ayuda. Pero después
de verlo todavía más flaco que siempre, metido
en su enorme uniforme verde, decidió que no
le diría nada. Ahora ese sería su secreto. De to-
das maneras el tío no había querido llevarlos a
ver su nuevo trabajo, entonces le pareció mejor
no contar nada y salió de la bodega.
Afuera las muchachas seguían gritando
cada vez más alto. 1 59
-¡En 40 azul!
-¡Qué las Princes son rojas y las otras azu-
les, por favor!
-¡El par de Odisy eran negras!
-¡¿Y los mocasines?!
-¡El Camino al Cielo!
-¡Las Princes!
-¡Los Odisy!
Susana estaba frente a un espejo. Se miraba
unos zapatos azules con flores rosadas.
1 -¿Lindos, verdad? -le dijo al verlo venir.
¡
-Lo encontré. Tengo un secreto -le res-
pondió Tomás. Los zapatos le parecían espan-
¡ tosos.
l
¡
-¿Los va a llevar? preguntó la mucha-
cha batiendo las pestañas a una velocidad
creíble.
Susana se empinó y dio dos vueltas sobre
puntas de sus pies mirándose en el espejo.
-No. Me tallan. Gracias -dijo, se quitó los
zapatos y sostuvo los suyos en las manos-.
160 ¿Un secreto?
Tomás asintió y la condujo hacia el fondo del
almacén. La muchacha se quedó pestañeando
despacio y ordenando los zapatos.
Cuando se acercaron a la entrada de la bode-
ga, las muchachas ya se encontraban definiti-
vamente molestas. Gritaban y reclamaban por
sus pedidos. Un hombre muy barrigón se acer-
despacio, se quitó las gafas y preguntó:
-¿Qué pasa?
-¡Que el nuevo no encuentra nada! ¡Que
tiene la bodega hecha un nido de ratones! ¡Que
no distingue entre el treinta y cinco y el cua-
renta! ¡Que no entiende cuando dicen azul!
¡Que cree que el rojo y el verde son lo mismo!
¡Que lo único que hace es columpiarse en
escalera como un mono! ¡Que nos rinde
si entramos nosotras mismas a ese
-·
··· chillaron todas al tiempo, como si fueran
una sola.
El hombre se volvió a poner las gafas, "'''"1-,..;,
a la bodega y cerró la puerta.
En ese momento dejó de oírse el chirrido
escaleras, el urn.uv de las ve1:1dEidoras y
il
¡
pasó haciendo sumas con los dedos y una mu-
chacha ensayando pasos de baile. Estuvieron
callados uno frente al otro mirándose, hasta
que se les acercó la muchacha de pelo negro y
1 las dos colas apretadas que había atendido a
Susana.
["
1
1
!
~
-Adiós -le dijo al tío-. Ojalá te vuelva a
ver -pestañeó varias veces en su dirección y
siguió hada el fondo de la calle.
tomó aire y confesó:
-¿Sabes? Cada uno tiene su forma de or-
denar. Yo tengo la mía. Tú la tuya, todos. Y
dueño del almacén también tiene la suya, que
164 no es ni la tuya ni la mía. El problema es que
ya casi tenía todo ordenado, había puesto los
zapatos de tacón a un lado, los mocasines a
otro, las botas en otros, y así, ¿entiendes? Me
quedaba mejor y podía atender más rápido a
la muchachas. Pero cuando el dueño me pidió
que le alcanzara unos Reebok verdes, resultó
que donde los había dejado estaban los zapa-
tos para bebé y donde debían estar los de ni-
ños estaban las botas. No entiendo qué pasó.
abuela dice que yo tengo un duende. Sí. Un
duende, no me mires con esa cara. Un duen-
de que me desordena. Pero yo no creo en eso.
más bien como si alguien me los hubiera
movido.
En ese momento Tomás sintió algo nuevo.
Una punzada en el estómago.
Debía ser el secreto. Seguramente cuando
un secreto necesita salir te lo hace saber de esa
manera. Si el secreto quería salir, él no era na-
die para impedírselo. Y le contó que no había
sido ningún duende, había sido una persona
166 y esa persona era él. Él era el que había orde-
nado.
-Pero solo quería ayudar -terminó.
-¡¿Ayudar?! -preguntó tío.
Tomás asintió y el tío se quedó en silencio
muy concentrado, mirando hacia adelante.
Tomás esperaba que se pusiera muy furioso y
apretara los puños y se halara los pelos y abrie-
ra mucho la boca para gritarle.
-Bueno -dijo por hn-. no ayudaste. Pero
no importa. Mañana va a ser mejor.
Tomás no supo eso quería decir que el tío
lo perdonaba, que no le importaba o que los
cerrados y la boca cueva los gritos
quedaban para después.
-¡Me sobró plata! ¡Vamos a comer helado!
¡Yo invito! -interrumpió Susana saliendo del
almacén con sus compras hechas.
Cuando cada uno tuvo su helado caminaron
despacio y en silencio sintiendo el aire tibio de
la noche y adivinando de vez en cuando el res-
plandor de las estrellas que se colaba a través
de las luces de la ciudad. 167 •
Llegaron al barrio y cada uno cogió por una
1
¡
calle distinta.
1
-Los secretos pican -le dijo Tomás a su
papá que desarmaba completamente un radio.
1 -Es verdad. Por eso es mejor no tener se-
1 cretos -le respondió dejando saltar un resor-
te-, además "el que guarda manjares guarda
pesares" -concluyó y se tiró de barriga al piso
a buscar el resorte.
Tomás y su mamá lo vieron forcejear un rato
más con el radio y se fueron a la cama. Tomás
de verdad esperaba que su tío pudiera volver a
su trabajo, de manera que antes de dormir repi-
tió muchas veces en medio de la negrura de su
!'
t,
L__
cuarto que había quedado sumido en el cuno,so
silencio del edificio: "¡Que vuelva, que vuelva,
que vuelva!", hasta que se quedó dormido.
168
~
''
Lejos del baño
lI
¡
Algunas veces Tomás pensaba que hubiera sido
mejor seguir viviendo en la gran casa de sus
1
abuelos. Sin embargo, no siempre le molestaba
1
¡ vivir en el conjunto de edificios. De todas ma-
¡ neras quedaba en el mismo barrio y, aunque el
t
1
apartamento era pequeño, apenas entraba se
'Í
l!
_l,
!
daba cuenta de que era cómodo, limpio y siem-
pre le producía una gran sensación de orden y
tranquilidad. Extrañamente, las noches eran
muy oscuras y en su cuarto, además de las es-
trellas fosforescentes que podía mirar con
luz apagada, había aprendido a reconocer to-
dos los sonidos: la tos del viejo, el llanto de
170 niña, el crujido del ascensor y una rana lejana
que croaba llamando la lluvia. Dejaba que esos
sonidos llenaran la oscuridad y esperaba hasta
dormirse.
Dentro del conjunto había zonas verdes. Te-
nía un parquecito con arenera para los más chi-
quitos, un pequeño bosque con el suelo siem-
pre húmedo y donde seguramente vivía la rana
y varios prados donde cada uno podía hacer lo
que quisiera. Su mamá, por ejemplo, pensaba
que ese era el mejor lugar para hacerles la lim-
pieza periódica a los tapetes. Según ella no ha-
bía nada más sucio que un tapete. Así que para
poder usarlos se esmeraba en sacarles hasta la
partícula más minúscula de polvo. Los sometía
entonces a un arduo procedimiento que empe-
l zaba un día soleado con una golpiza de escoba
que les sacudía la tierra y las partes grandes de
suciedad; después, media hora de sol intenso
por cada lado que al parecer mataba los gérme-
nes y espantaba ácaros y pulgas; después, tres
o cuatro pasadas de aspiradora arrastraban los
cadáveres de los microbios y las últimas partí- 171
culas de polvo, y, antes de terminar, una rocia-
da de desinfectante que acababa con las bac-
terias y los ácaros más resistentes que salían
volando desprendidos de las fibras gradas a la
última golpiza que les daban. Solo así los tape-
tes podían volver a ser pisados por cerca de dos
meses, tiempo en el cual el polvo, los ácaros y
las bacterias se habrían acumulado de nuevo.
Precisamente esa mañana Tomás se encon-
traba sentado sobre los tapetes acompañando
a su mamá.
El sol aliviaba de bacterias, gérmenes, pul-
gas y demás microorganismos de los tejidos y
la mamá de Tomás se revisaba las puntas de los
pelos mientras él la miraba un poco incómodo.
-¿Falta mucho? Préstame las llaves, ya
vengo -le preguntó Tomás.
-No. Ya vamos. Espérate. ¿Y además qué
hiciste las tuyas?
-No las encuentro, préstame las llaves
-insistió el niño.
172 -¿Qué te pasa? ¿Por qué te revuelves tanto,
te duele algo, tienes ganas de ir al baño? Pare-
ces una lombriz después de un aguacero. ¿Qué
te pasa?
-Nada. Quiero ir a la casa.
-Ya me lo dijiste, ya casi vamos. No te voy
a prestar las llaves. Para eso tienes las tuyas.
Si las botaste, entonces vas a tener que esperar
que terminemos. Le damos la última vuelta al
tapete verde de la entrada y vamos.
Darle la vuelta a un tapete no es gran cosa.
Pero si 1o es cuando el tapete pesa el doble que
tu cuerpo y no puedes doblarlo sino tienes que
mantenerlo tenso y liso hasta que caiga unifor-
me al suelo.
Tomás estaba tratando de mantener el equi-
librio y resoplaba mientras iba dejando escu-
rrir el tapete sobre el suelo al mismo que
lo hacía su mamá, evitando que se n1c:1er·an
dobleces.
-¡¿Cómo te quejas?! Estás bufando igual
que tu papá cuando se amarra los zapatos.
¡Qué flojo eres, Tomás! -dijo la mamá al :173 ·
minar de poner el tapete.
Tomás se preparaba a responderle que en-
tonces lo hiciera sola y no le volviera a
pedir ayuda; pensaba recordarle que el admi-
nistrador ya les había dicho que los prados no
eran para ese tipo de actividades y que espera-
ba que terminaran rápido y que fuera la última
vez, pero no lo hizo porque en ese momento
llegó Susana.
-Hola -saludó la niña.
-Hola, Susi respondió la mamá de
Tomás.
Susana se sopló el mechón que caía sobre
los ojos y miró revisarse puntas del pelo.
No le gustaba que le dijeran Susi. Pensaba que
su nombre era lindo y no le parecía necesario
ni agrandarlo ni achicarlo para nada. Nunca
había entendido por qué a la gente le gustaba
tanto cambiarles el nombre a los demás. Tomás
se dio cuenta de lo que ocurría, se puso de pie y
mirando exclusivamente a su mamá dijo:
174 -Mejor dicho: hola, Susana -y se volvió a
mirar a su amiga, que volvió a soplarse el me-
chón satisfecha con la corrección.
La mamá de Tomás levantó los ojos, los
miró sin entender de qué se trataba y volvió al
examen de su cabellera.
-Ya vuelvo -anunció Tomás y se alejó co-
gido de la mano de su amiga.
-¿No tenías que subir a ... ? -le iba a pre-
guntar la mamá.
-No me demoro -la interrumpió Tomás-.
Ya vuelvo.
-Lucha se enfermó -le susurró Susana a
pesar de que ya se habían alejado de los tapetes
yla mamá.
Tomás miró a su alrededor sin entender a
qué se debía el secreto.
-¡Mentira! Ayer estaba bien.
-¡Vengo de verla ... ! -aseguró Susana-.
Tiene indigestión.
-Pobre animalito. ¡Claro, como todo el
mundo cree que puede darle comida! -se que-
jó Tomás-. Vamos a verla. De pronto si le lle- 175
vo un poco de agua ...
-No. Tranquilo -lo interrumpió Susa-
na-. Octavio está en eso.
-¿Octavio? ¡Pero si no hace más que rega-
ñarla!
-Pero por lo visto la quiere más que tú.
-¿Cómo la va a querer más que yo? -gritó
Tomás y se preparaba a explicar lo que signifi-
caba en su concepto querer a un perro y cómo
por fuera de eso estaban golpearla y gritarla
corno hacía Octavio con Lucha.
-¡Shhh! -le pidió Susana-. Es nuestro
momento ...
-¿Para qué? ¡Tenemos que ver a Lucha!
-dijo Tomás y sintió la misma urgencia que le
había hecho pensar en subir a su apartamento.
-¡No! Es nuestro momento. Vamos. ¡En-
contré el Refugio! ¡Está al lado de la caseta de
Octaviol
Tomás se quedó mirando a la niña.
-¿El Refugio? No te creo, no es posible.
-¿Porqué?
-Porque debería ser yo el que lo encontrara.
-Pero la verdad es que fui yo la que lo en-
contró. A veces las niñas somos mejores en esto
de encontrar cosas -dijo y torció la boca en
una mueca demasiado femenina para el gusto
de Tomás.
-A ver, si lo encontraste, ¿dónde está?
-dijo Tomás todavía con la esperanza de que
su amiga simplemente tratara de hacerlo con-
fesar lo que sabía y, aunque no sabía nada, la
precaución nunca sobraba. Porque si algo había
aprendido Tomás sobre su querida amiga es que
tenía que estar muy atento y despierto. En par-
te, por eso le divertía que fueran amigos. Siem-
pre estaba pasando algo interesante a su lado.
Y sobre todo, cuando se trataba de competen-
cias, que casi siempre ganaba ella, tenía que ser
mucho más prudente. Y en este caso, llevaban
casi dos meses buscando el tal Refugio. Habían
oído hablar de él en una conversación entre el
tío y los abuelos de Tomás, una conversación 177 .
I
¡ que se apagó inmediatamente ellos asomaron
la nariz. Y cuando preguntaron de cuál refugio
estaban hablando, los adultos les respondie-
ron con cosas como: "Debieron haber oído mal,
no hay ningún refugio por acá, para que se va
a necesitar un refugio en esta dudad, el refu-
gio verdadero es la voz del corazón", pero nada
acerca del lugar sobre el que estaban conver-
sando. Y, sin embargo, los dos niños que sabían
que los adultos mentían con cierta frecuencia
para ocultarles cosas, decidieron que el refugio
existía y que tenían que encontrarlo. De esa
apuesta hacía ya dos meses.
-¿Quieres ir o no?
-Sí, claro, pero... -Tomás dudaba en-
tre ceder a las ganas de ir al baño, ir a ver a
la perrita o creerle a su amiga, que tal vez es-
tuviera mintiendo como ya había hecho mu-
chas veces para llevarlo a ver, por ejemplo, las
formas que había en la corteza de un árbol y
preguntarle qué cosas veía en ella, sin dejarlo
178 libre hasta que descubriera lo mismo que ella
había visto allí.
-Lucha está bien. Solo tiene indigestión
-lo tranquilizó Susana-. ¡Se comió una bolsa
entera de retales de torta de queso! Le encan-
taron. Se va a sentir mal un rato, pero por la
tarde ya va a estar bien. ¡Aprovechemos!
Tomás miró a su amiga sin creer lo que ha-
bía oído.
-¡Es el momento! Si Lucha no se hubie-
ra enfermado, Octavio no se habría distraído
nunca y no nos dejaba ni acercarnos.
-¿Adónde?
-¡Al Refugio! -chilló Susana-. ¡Como
quiere tanto a la perrita!, ¡pues no había otra
manera! -dijo, se dio la vuelta y avanzó ha-
da el fondo del parque sin dejar que su amigo
le dijera lo que pensaba de que le hubiera dado
de aposta tanta comida a la perrita. Pasó frente
a los columpios, le hizo una mueca a una niña
que esperaba turno, siguió más allá de la caseta
de la luz y se metió por el hueco que había cava-
180 do Lucha debajo de la cerca para entrar y salir
del conjunto de edificios.
Una vez afuera, caminó por el prado que
separaba la cerca de la calle y se detuvo fren-
te a un montículo, al lado de la caseta de Oc-
tavio. Tomás estaba a su lado con la cara un
poco arrugada como si le doliera algo. Tal vez
estuviera pensando en Lucha y en su dolor de
estómago, tal vez tuviera rabia con su ami-
ga por haber usado al animalito para engañar
celador, tal vez el desagradable calor que le
circulaba por el cuerpo y que lo hacía apretar
los muslos y el estómago era lo que le producía
más desagrado.
-Tienes una cara horrible -opinó Susana.
-Tienes razón -suspiro-. Tengo que ir
al baño. Lo mejor es que me vaya un momen-
to al apartamento -dijo dándose la vuelta y
sintiendo un ligero alivio por su resolución-.
¿Me acompañas? Vemos a Lucha y podemos
preparar limonada con miel. También hay un
poco de pastel -terminó tratando de conven-
cer a su amiga.
-No me crees. Está bien, pero yo no voy.
-¿Porqué?
-Y no creo que tú debas hacerlo -lo detu-
vo Susana-. Está AQUÍ -dijo y le señaló el
montículo frente al que estaban parados.
Hasta ese momento, Tomás no había creído
que fuera verdad.
-¿Este es? ¿Esta montañita?
-Sí. Aquí está -dijo Susana muy orgullosa
de sí misma.
-¿No será que alcanzo a ir corriendo al
apartamento? No me demoro. Dos minutos.
Dos minuticos -dijo Tomás sintiendo que se
estremecía.
-No se puede. Octavio no se va a quedar
todo el día por allá con la perrita. Lo echan si
lo descubren. Tiene que ser ya.
Miró a su amiga que había juntado las ce-
jas. Lo hacía para indicar que estaba diciendo
algo muy serio. Tomó aire, apretó las piernas y
suspiró.
-Muéstrame -dijo niño con apenas un
hilillo de voz.
Ella se agachó, levantó un pedazo pasto
y Tomás descubrió la entrada a una especie de
caverna. Abrió la boca y no pudo moverse du-
rante unos cuantos buenos segundos.
-¡Vamos! -lo haló la niña y lo hizo Pnt-,,-,,,,
de cabeza.
La oscuridad le impedía ver por dónde an-
daba. Solo sentía el final de los escalones por
los que sus pies caían. Con golpe el se
le escapaba con fuerza de los pulmones.
-¡Entonces este es! -dijo el niño dando
un paso adelante cuando sus pupilas se acos-
tumbraron a la oscuridad.
-Sí -respondió Susana, que miraba el sa-
lón oscuro-. Mira -dijo y encendió una
para que iluminó suavemente el espado.
Susana avanzó trazando un complicado
sendero entre los cojines que llenaban el piso.
Se quedó de pie frente a uno y antes de termi-
nar de sentarse se detuvo y sonrió.
-Ven. Mejor prueba tú -dijo mirando con
picardía a Tomás.
Aceptando la invitación avanzó por el espa-
cio lleno de cojines. Estaba deslumbrado por la
blancura, pues el techo, las paredes y el piso
eran blancos. Solo los cojines tenían una lí-
nea púrpura en el borde que los hacía parecer
suspendidos en el aire. Sin embargo, el espa-
cio estaba cada vez más lleno de luz. ¿De dón-
de venía tanta, si apenas había una lámpara?,
¿o no?
-No pises los otros -le advirtió Susana.
-No los pensaba pisar, ¿por qué siem-
pre tienes que estar advirtiéndome cosas que
yasé?
-Porque no puedo saber que tú ya las sa-
bes. Y si no las sabes, quiero que las sepas. No
pises ningún otro cojín. Ya vas a ver por qué.
Tomás levantó los hombros.
"Hay un momento para todo en la vida",
decía su papá. Y "las ocasiones grandes hacen
olvidar el mugre pequeño", decía su abuelita.
Tomás lo recordó y siguió avanzando hacia el
cojín. Lo hizo con detenimiento. Primero, nun-
ca se había imaginado que el lugar que habían
buscado tanto tiempo pudiera tener esta for-
ma y apariencia. Segundo, quería darse cuen-
ta de todo lo que pasaba y la mejor manera era
teniendo cuidado y andando muy despacio. Y
tercero, había olvidado esa molesta urgencia 185
del estómago que lo había dominado hasta ese
momento.
Avanzó paso a paso hasta el cojín que Susa-
na le había indicado. Ella se había retirado al
fondo del salón al lado de una estantería llena
de frascos.
-Dale, te va a encantar -le dijo alentán-
dolo y se volvió a mirar los frascos.
Nuevamente su amiga estaba advirtiéndole
cosas que él ya sabía. ¿Qué hacer para impe-
dirlo?
-¡Las grandes ocasiones hacen olvidar los
mugres pequeños! -dijo.
Susana lo miró extrañada.
-¿Vas a probar o no?
sí voy a probar. ¿No puedes dejar
lo haga como yo quiera? -le respondió Tomás
y empezó a sentarse sobre el cojín.
Apenas sus nalgas tocaron la tela y se hun-
dieron un poco, la estancia se llenó con el mara-
villoso canto de un pájaro que silbaba primero
186 muy largo y después continuaba con pequeños
gorjeos muy agudos. Fue tan impresionante
que Tomás casi vio su pecho rojo, su cabeza
amarilla y el cuerpo y las alas negros y azules.
Pensó que ese pájaro debía venir de tierra ca-
liente y que le debían encantar la papaya, la na-
ranja ombligona y el anón.
Levantó sus nalgas del cojín y el sonido del
1;.i i;.irn se detuvo.