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3.

El Sacramento de la Confirmación

Introducción

Los tres sacramentos: Bautismo, Eucaristía y Confirmación, forman en su unidad, la


iniciación cristiana. Son fundamentales para todos los fieles, como en la vida lo es el
nacimiento, el crecimiento y el alimento. Pero a veces nos encontramos con católicos
adultos que no han recibido la Confirmación. Es como si se quedaran en la niñez, nunca
madurando, nunca desarrollándose para poder llegar a ser cristianos en plenitud. Es como si
los apóstoles se hubieran quedado en el cenáculo y nunca hubieran llegado a Pentecostés.

Después de Pentecostés, vemos a los apóstoles predicando la pasión, la muerte y la


resurrección de Jesucristo. Antes, por temor a los judíos, se quedaron escondidos en sus
casas. Su temor era lo más razonable en el mundo. Han visto la crucifixión de su maestro y
tenían que pensar en su propio futuro. Pero después de Pentecostés, no saben lo que es el
temor. Salen de sus casas, predican la buena nueva por todas partes y cuando sufrían
persecución, eran felices. Sentían “dichosos de haber sido considerados dignos de padecer
por el nombre de Jesús” (He 5, 41).

Como explica el Catecismo, la Confirmación es necesaria para la recepción de “la plenitud


de la gracia bautismal” (CEC 1285). Su fin es darnos todas las gracias de Pentecostés,
capacitándonos con la fuerza del Espíritu Santo para el apostolado.

En los Hechos de los Apóstoles, esta plenitud la administraron los apóstoles por medio de
la imposición de las manos. Allí le parece como un sacramento distinto de Bautismo, pero
que forma parte de la iniciación cristiana.

He 8, 14-17: Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que los samaritanos
habían recibido la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos, al llegar, oraron
por ellos para que recibieran el Espíritu Santo. Porque todavía no había descendido sobre
ninguno de ellos, sino que solamente estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús.
Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.
 Felipe, uno de los 7 diáconos, fue a Samaria para evangelizar allí. Los samaritanos
acogieron su predicación con fe, y “todos, hombres y mujeres, se hicieron bautizar”
(He 8, 12). Entonces, cuando habían llegado Pedro y Juan ya son bautizados todos.
No se trata del bautismo. Es otro rito que confiere el don del Espíritu Santo.
 Los apóstoles les impusieron las manos (signo externo) y recibieron el Espíritu
Santo (efecto sobrenatural). Es un sacramento, un signo visible de la gracia
invisible.

He 19, 1-6: Mientras Apolo permanecía en Corinto, Pablo atravesando la región interior,
llegó a Éfeso. Allí encontró a algunos discípulos y les preguntó: «Cuando ustedes
abrazaron la fe, ¿recibieron el Espíritu Santo?». Ellos le dijeron: «Ni siquiera hemos oído
decir que hay un Espíritu Santo». «Entonces, ¿qué bautismo recibieron?», les preguntó
Pablo. «El de Juan», respondieron. Pablo les dijo: «Juan bautizaba con el bautismo de
penitencia, diciendo al pueblo que creyera en el que vendría después de él, es decir, en
Jesús». Al oír estas palabras, ellos se hicieron bautizar en el nombre del Señor Jesús.
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Pablo les impuso las manos, y descendió sobre ellos el Espíritu Santo. Entonces
comenzaron a hablar en distintas lenguas y a profetizar.
 Los efesios habían recibido solamente el bautismo de Juan, lo que San Pablo llamó
un bautismo de penitencia. No era sacramento, sino una preparación para el
bautismo de Jesús.
 Se hicieron bautizar en el nombre del Señor Jesús. Esto no quiere decir que no
aplicaran la fórmula trinitaria. Más bien, San Lucas quiso diferenciar el bautismo
de Juan del bautismo de Jesús (un sacramento).
 Los efesios tampoco habían escuchado del Espíritu Santo. Les hacía falta una
preparación completa para su iniciación cristiana.
 Después del bautismo, San Pablo les impuso “las manos y descendió sobre ellos el
Espíritu Santo”. Parece ser un rito distinto del bautismo que confiere el Espíritu
Santo y que complementa al bautismo. Pablo no llevó a cabo el bautismo. Pero
Pablo (apóstol) les impuso las manos para darles al Espíritu Santo. La imposición
de las manos está reservado a los apóstoles. Da un sentido de unidad de los
cristianos entorno de los apóstoles. Y así, los cristianos en todas partes tienen una
relación, una conexión con la comunidad guiados por los apóstoles.
 Entonces comenzaron a hablar en distintas lenguas y a profetizar. Es como un
nuevo Pentecostés. Ahora son discípulos plenos.

1. Las prefiguraciones de la confirmación

En la historia de Israel, los reyes fueron ungidos con aceite. Samuel ungió a Saúl sobre la
cabeza, diciendo: “¡El Señor te ha ungido como jefe de su herencia!” (1 Sam 10, 1). La
unción era una acción que Samuel hizo como ministro de Dios. No era una acción personal
de él. La unción indicó que Dios había escogido Saúl. Va a ser el rey del pueblo de Dios.
Por eso, Dios tenía que escoger el rey. La unción era un signo visible de este llamado de
Dios, y un acto por lo cual la persona era consagrada al servicio a Dios y su pueblo.

Más tarde, Samuel también ungió a David: “Samuel tomó el frasco de óleo y lo ungió en
presencia de sus hermanos. Y desde aquel día, el espíritu del Señor descendió sobre
David”. (1 Sam 16, 13).

Vemos aquí la relación entre la unción, y el espíritu del Señor. Obviamente los Israelitas no
tenían el conocimiento de la Santísima Trinidad. Para ellos, el espíritu de Dios era el poder
y la fuerza de Dios que se veía en la creación o en la acción de los profetas. La unción
significa una consagración al servicio a Dios y su pueblo, y Dios por su parte ha dado su
espíritu, la fuerza para cumplir su misión. Con el espíritu del Señor, David recibió esta
fuerza divina para cumplir su misión como el rey de Israel.

También los sumos sacerdotes recibieron una unción con el óleo santo.

Lev 8, 10-12: En seguida Moisés tomó el óleo de la unción, ungió la Morada y todo
lo que había en ella, y así los consagró. Hizo siete aspersiones con óleo sobre el
altar, y ungió el altar y todos sus utensilios, la fuente y su base, para consagrarlos.

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Luego derramó óleo sobre la cabeza de Aarón y lo consagró por medio de la
unción.

La unción aquí tiene un sentido de consagración, tanto para los sacerdotes, como las cosas
dedicadas al servicio del culto. Lo que era consagrado era separado de lo profano y así
dedicado al servicio del Señor. Los sacerdotes fueron tomados de entre los hombres para
interceder por ellos ante Dios (cfr. Heb 5, 1).

En el Libro del Éxodo, Dios dio a Moisés instrucciones sobre el óleo santo, una mezcla de
aceite de oliva y especies aromáticas (mirra, cardamomo, caña aromática, canela). Los
israelitas debían usar únicamente este óleo en sus consagraciones. Así los consagrarás, y
serán una cosa santísima. Todo aquello que los toque quedará consagrado. (Ex 30, 29). De
alguna manera, esta consagración con el “óleo santo” santificó las personas y a las cosas.
Ya no son como antes. No son cosas profanas. Son cosas sagradas.

El Mesías significa el ungido de Dios. Los Israelitas esperaban al Mesías pensando en un


rey guerrero como David que podría restaurar la gloria de la nación. Los israelitas no eran
capaces con sus propias fuerzas preservar su independencia. Sufrieron generaciones de
opresión por los persas, los babilonios, los griegos y, por último, de los romanos. Dios tenía
que intervenir en la historia a través de su Mesías. Y este Mesías por supuesto va a recibir
la plenitud del espíritu de Dios.

Is 11, 1-2: Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces.
Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia,
espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor.

Is 61, 1-3: El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. El me
envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vender los corazones heridos, a
proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar
un año de gracia del Señor, un día de venganza para nuestro Dios; a consolar a
todos los que están de duelo a cambiar su ceniza por una corona, su ropa de luto
por el óleo de la alegría, y su abatimiento por un canto de alabanza.

Jesús comenzó su ministerio público con el bautismo de Juan, y es en este momento que se
veía el Espíritu Santo descender sobre él. Es el Mesías, el ungido del Señor. Ha recibido la
plenitud del Espíritu. Pero como nos enseña el Catecismo, “esta plenitud del Espíritu no
debía permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía ser comunicada a todo el pueblo
mesiánico” (CEC 1287). El espíritu del Señor es para todos, y no solamente algunos pocos.
Esta plenitud del espíritu llegó el día de Pentecostés. San Pedro en este contexto hizo una
referencia a la profecía del profeta Joel.

He 2, 14-21: Entonces, Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo:
«Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque
voy a explicarles lo que ha sucedido. Estos hombres no están ebrios, como ustedes
suponen, ya que no son más que las nueve de la mañana, sino que se está
cumpliendo lo que dijo el profeta Joel: “En los últimos días, dice el Señor,
derramaré mi Espíritu sobre todos los hombres y profetizarán sus hijos y sus hijas;
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los jóvenes verán visiones y los ancianos tendrán sueños proféticos. Más aún,
derramaré mi Espíritu sobre mis servidores y servidoras, y ellos profetizarán… Y
todo el que invoque el nombre del Señor se salvará".

CEC 1288: “Desde [...] aquel tiempo, los Apóstoles, en cumplimiento de la


voluntad de Cristo, comunicaban a los neófitos, mediante la imposición de las
manos, el don del Espíritu Santo, destinado a completar la gracia del Bautismo (cf
Hch 8,15-17; 19,5-6). Esto explica por qué en la carta a los Hebreos se recuerda,
entre los primeros elementos de la formación cristiana, la doctrina del Bautismo y
de la imposición de las manos (cf Heb 6,2). Es esta imposición de las manos la que
ha sido con toda razón considerada por la tradición católica como el primitivo
origen del sacramento de la Confirmación, el cual perpetúa, en cierto modo, en la
Iglesia, la gracia de Pentecostés” (Pablo VI, Const. apost. Divinae consortium
naturae).

CEC 1289: Muy pronto, para mejor significar el don del Espíritu Santo, se añadió
a la imposición de las manos una unción con óleo perfumado (crisma).

2. El sacramento de la Confirmación

a. El catecismo nos ofrece esta descripción de la confirmación:

CEC 1316: La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el sacramento que


da el Espíritu Santo para enraizarnos más profundamente en la filiación divina,
incorporarnos más firmemente a Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la
Iglesia, asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a dar testimonio de la fe
cristiana por la palabra acompañada de las obras.

Notamos brevemente algunos puntos:


 La confirmación perfecciona la gracia bautismal. Tiene una relación estrecha con el
bautismo, lo complementa.
 Como cualquier sacramento de los vivos, su fin es aumentar la gracia santificante,
que implica una mejor unión con Jesucristo. Estamos más enraizados en la filiación
divina y somos incorporados más firmemente a Cristo.
 La unión con Cristo nos une a todos los que están unidos a él. Por el sacramento,
somos incorporados más firmemente a la Iglesia.
 Nos da una fortaleza especial del Espíritu Santo, como los Apóstoles la recibieron el
día de Pentecostés.
 Los confirmados se asocian más con la misión de la Iglesia. La confirmación les
prepara para la evangelización. Podemos considerar el bautismo relacionado con la
santificación individual, mientras que la confirmación está ordenada especialmente
a la evangelización.

La Confirmación lleva a su plenitud lo que en el Bautismo era sólo el inicio. Por la


recepción de este sacramento, la misión del cristiano se vuelve más activa. Aquí, podemos

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ver la importancia del sacramento de la confirmación en los sacramentos al servicio de la
comunidad: el matrimonio y el sacerdocio.

b. La confirmación es un sacramento instituido por Jesucristo

Jesucristo instituyó la confirmación, pues sólo Dios puede vincular la gracia y el Espíritu
Santo a un signo externo. No consta en la Sagrada Escritura el momento preciso de su
institución. Pero tenemos que recordar que las Escrituras no nos comunican todo lo que
Jesús hizo y dijo. Tampoco son libros de texto sobre los sacramentos.

San Lucas comenzó su libro sobre la Iglesia así:


He 1, 1-3: En mi primer Libro, querido Teófilo, me referí a todo lo que hizo y
enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta el día en que subió al cielo, después de
haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles
que había elegido. Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles
numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló
del Reino de Dios.

Jesús estuvo con los apóstoles 40 días antes de la Ascensión dándoles “sus últimas
instrucciones.” ¿Qué les dijo? ¿Cuáles fueron sus instrucciones? No lo sabemos. Lucas se
sintió tranquilo de dejarlo así.

Pero después de Pentecostés vemos a los apóstoles cumpliendo su misión. Desde los
primeros tiempos administraron este sacramento en la Iglesia. Pedro y Juan lo hicieron a los
samaritanos. Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo. Vemos un rito distinto al
del bautismo, pero relacionado con éste, conferido por la imposición de las manos de los
Apóstoles. San Pablo hizo lo mismo a los efesios. Cada efecto requiere una causa adecuada.
Aquí, lo más lógico es la conclusión que fue Jesús quien instituyó el sacramento de la
confirmación y les dio las instrucciones necesarias antes de la Ascensión.

c. El signo externo de la Confirmación

Al administrar la Confirmación, la Iglesia repite esencialmente la sencilla ceremonia que


relatan los Hechos de los Apóstoles (19, 1-6) añadiendo algunos ritos que hacen más
comprensible la recepción del Espíritu Santo y los efectos sobrenaturales que produce en el
alma.

El rito esencial es: la unción del santo crisma en la frente, imponiendo la mano y con estas
palabras: “Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo” (Pablo VI, Const. ap. Divinae
consortium naturae). (CEC 1300).

La materia es la unción con el crisma, a modo de cruz en la frente del sujeto. Debe ser
aplicada directamente con la mano y no con un instrumento. El crisma es aceite perfumado,
consagrado por el obispo el Jueves Santo.

La forma de la Confirmación consiste en las palabras: “N., recibe por esta señal el don del
Espíritu Santo”
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3. Los efectos de la Confirmación

El efecto principal del sacramento es el don del Espíritu Santo, la efusión de su gracia,
como les fue concedida en Pentecostés. La confirmación confiere la plenitud de la gracia
bautismal:
 nos introduce más profundamente en la filiación divina.
 nos une más firmemente a Cristo.
 aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo.
 hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia.
 nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe
con palabras y obras.

La confirmación confiere una marca espiritual, un carácter indeleble. Por eso, no se puede
repetir el sacramento.

CEC 1305: El “carácter” perfecciona el sacerdocio común de los fieles, recibido


en el Bautismo, y “el confirmado recibe el poder de confesar la fe de Cristo
públicamente, y como en virtud de un cargo (quasi ex officio)” (Santo Tomás de
Aquino, Summa theologiae 3, q.72, a. 5, ad 2).

4. La necesidad del sacramento

El Bautismo es el único sacramento absolutamente necesario para la salvación. La


Confesión es necesaria para los que caen en pecado mortal después de su bautismo. La
Confirmación no es absolutamente necesaria para salvarse, sino sólo para llegar a vivir con
plenitud la vida cristiana. Es el medio que Dios instituyó para darnos la fuerza para ser sus
testigos en el mundo. Podemos decir que es necesaria para la evangelización y para que los
cristianos cumplan con la misión de la Iglesia.

5. El ministro de la confirmación

“El ministro ordinario de la Confirmación es el Obispo; también administra


válidamente este sacramento el presbítero dotado de facultad por el derecho común
o concesión peculiar de la autoridad competente” (CDC 882).

“Si un cristiano está en peligro de muerte, cualquier presbítero puede darle la


Confirmación. En efecto, la Iglesia quiere que ninguno de sus hijos, incluso en la
más tierna edad, salga de este mundo sin haber sido perfeccionado por el Espíritu
Santo con el don de la plenitud de Cristo” (CEC 1314).

6. El sujeto de la confirmación

El sujeto de la Confirmación es todo bautizado que no haya sido confirmado.

También los niños pueden recibir válidamente este sacramento. Si se hallan en peligro de
muerte, se les debe administrar la Confirmación. Aunque el niño bautizado se salvaría sin

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confirmarse, la conveniencia de recibir este sacramento resulta de la infusión de un estado
más elevado de gracia, al que corresponde un estado más elevado de gloria (cfr. Suma III,
q. 72, a. 8, ad. 4).

CEC 1307: “La tradición latina, desde hace siglos, indica ‘la edad del uso de
razón’ como punto de referencia para recibir la Confirmación. Sin embargo, en
peligro de muerte, se debe confirmar a los niños incluso si no han alcanzado
todavía la edad del uso de razón”

Cuando no hay peligro de muerte se ha de administrar el sacramento “en torno a la edad de


la discreción” (CDC 891). Esto es, hacia los siete años de edad. Hasta esa edad no se
requieren, propiamente, los efectos de este sacramento, pero desde que se alcanza el uso de
razón resultan necesarios porque empieza la vida moral y la consiguiente lucha contra los
enemigos del alma.

CDC 891: El sacramento de la confirmación se ha de administrar a los fieles en


torno a la edad de la discreción, a no ser que la Conferencia Episcopal determine
otra edad, o exista peligro de muerte o, a juicio del ministro, una causa grave
aconseje otra cosa.

Para que el confirmado con uso de razón reciba lícitamente el sacramento, ha de estar
convenientemente instruido, en estado de gracia y ha de ser capaz de renovar las promesas
del Bautismo.

CEC 1309: “La preparación para la Confirmación debe tener como meta conducir
al cristiano a una unión más íntima con Cristo, a una familiaridad más viva con el
Espíritu Santo, su acción, sus dones y sus llamadas, a fin de poder asumir mejor las
responsabilidades apostólicas de la vida cristiana. Por ello, la catequesis de la
Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de la pertenencia a la Iglesia de
Jesucristo”

7. Los padrinos de la confirmación

Aun sin ser imprescindible -sobre todo si se trata de un adulto- conviene que el confirmado
tenga un padrino “a quien corresponde procurar que el sujeto se comporte como verdadero
testigo de Cristo y cumpla fielmente las obligaciones inherentes al sacramento” (CDC 892).

Los requisitos de los padrinos son los mismos que los de los padrinos de Bautismo.
Conviene que sean los mismos que los del bautismo. Esto sirve para expresar la unidad
entre los dos sacramentos (cfr. CEC 1311).

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