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El locus de control y tu efectividad

El locus de control es un término utilizado en psicología para referirse a la percepción que


tiene una persona sobre dónde se localizan las causas de lo que sucede en su vida
cotidiana. Es un rasgo de personalidad significativo y un indicador del potencial de mejora
que tiene una persona a la hora de desarrollar su efectividad personal.

Un factor muy importante a tener en cuenta es que estamos hablando siempre de


percepciones subjetivas, no de realidades, es decir, el locus de control mide únicamente
creencias. Hay personas que tienden a creer que sus éxitos o fracasos dependen
mayoritariamente de factores internos, como por ejemplo su esfuerzo personal o su propia
valía, inteligencia y habilidades. Por el contrario, otras personas tienden a creer que sus éxitos
o fracasos dependen sobre todo de factores externos, como pueden ser la elevada dificultad
de la tarea, la acción de otras personas, la suerte o el azar.

Lógicamente, la actitud de una persona ante una determinada situación variará


considerablemente en función de si su locus de control es interno o externo, y lo mismo
ocurrirá con su comportamiento.

El locus de control no es estrictamente binario, es decir, que normalmente las personas no se


encuentran en uno de los dos extremos para todos los aspectos de su vida, sino que pueden
estar en diversas posiciones intermedias, que además pueden variar de una faceta vital a
otra.

Los dos extremos de locus de control son los siguientes:

 Locus de control interno (LCI): percepción de que los eventos ocurren


principalmente como efecto de las propias acciones, es decir, la percepción de que es
la persona quien controla su vida. Las personas con locus de control interno valoran
positivamente el esfuerzo, la habilidad y responsabilidad personales.
 Locus de control externo (LCE): percepción de que los eventos ocurren como
resultado del azar, el destino, la suerte, el poder o las decisiones de otras personas. La
percepción de estas personas es que lo que les ocurre es en gran medida ajeno a
sus acciones, es decir, tienen la percepción de que no pueden influenciar lo que les
sucede por medio de su esfuerzo y dedicación propia. En general, estas personas se
caracterizan por atribuir méritos y responsabilidades a otras personas.

Como ya puso de manifiesto Walter Mischel en sus estudios sobre el impacto del autocontrol
en la efectividad, las personas con LCI tienen mucho más fácil mejorar su efectividad, ya
que entienden la relación entre las acciones que realizan y los resultados que consiguen.

Esta capacidad para establecer relaciones causa-efecto produce un potente efecto motivador,
muy necesario para compensar el esfuerzo que sin duda conlleva todo proceso de cambio,
como es el caso de la mejora de la efectividad.

Cuando una persona cree en su capacidad para cambiar las cosas actuando sobre sí misma y
sobre su entorno, la motivación para superar los inevitables obstáculos es mucho mayor que
cuando cree que las cosas ocurren por factores externos y que su capacidad real de influencia
es limitada.
No se trata de ignorar una realidad que no nos gusta, sino todo lo contrario. Se trata de
aceptar que hay parte de esa realidad que escapa a nuestro control y ser conscientes de que
hay otra parte de esa realidad que sí podemos influenciar, y hacerlo.

Stephen Covey ya observó este efecto psicológico y lo reflejó de algún modo en su modelo
de círculos, en el que diferencia entre el círculo de preocupación y el círculo de influencia.

Lo que nos explicaba Covey es que el principal factor de éxito para la efectividad es la
proactividad y que dicha proactividad es muy superior en las personas que entienden que su
círculo de influencia es comparativamente mayor.

Obviamente, las personas con LCI consideran que su zona de influencia es amplia, es
decir, que hay muchas cosas que está en su mano cambiar. Por el contrario, las personas con
LCE creen que su zona de influencia es pequeña, ya que la mayor parte de las cosas no
depende de ellas, es decir, cae en su zona de preocupación.

En mi experiencia como formador y consultor en efectividad personal, el locus de control es


– probablemente – el mejor elemento predictivo con el que contamos para evaluar con qué
mayor o menor probabilidad una persona va a conseguir mejorar su efectividad personal de
manera significativa.

Para mí, resulta a día de hoy bastante sencillo identificar dónde está situado el locus de
control de una persona. Me basta con escucharla hablar un rato sobre qué puede hacer para
cambiar una situación que actualmente no le gusta.

Una persona con LCI habla mayoritariamente de posibles soluciones consistentes en cosas
que podría hacer, o dejar de hacer, ella misma. Sin embargo, una persona con LCE habla
principalmente de causas ajenas a ella que explican o justifican por qué la situación es como
es y ella no la puede cambiar.

El maestro Francisco Alcaide también sabe muy bien la importancia y los efectos de tener un
LCI o un LCE, y lo resume en una genial frase: «Los ganadores buscan soluciones; los
perdedores buscan excusas», entendiendo por «ganar» y «perder» alcanzar los resultados
deseados.

Si esta frase fuera de Covey, diría probablemente: «Las personas proactivas se centran en
su zona de influencia; las personas reactivas se centran en su zona de preocupación».

Finalmente, desde el punto de vista de la efectividad, ambas frases nos vienen a decir lo
mismo: «Las personas con locus de control interno se centran en qué pueden hacer para
alcanzar los resultados que desean; las personas con locus de control externo se centran en
qué causas externas les impiden conseguir los resultados que desean».

Por eso, a partir de ahora, si realmente quieres mejorar tu efectividad personal, deja de buscar
excusas de por qué las cosas son como no te gusta y céntrate en qué está en tu mano hacer
distinto para que la realidad se acerque más a lo que a ti te gusta.

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