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Un niño, próximo a nacer, le dijo a Dios:

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Un niño, próximo a nacer, le dijo a Dios:

-Me vas a enviar a la tierra pero, ¿cómo viviré allá, siendo tan pequeño y tan débil?

-Entre los muchos ángeles escogí a uno que te espera -le contestó Dios-.

Pero aquí en el cielo no hago más que cantar y sonreír y eso basta para mi felicidad. ¿Podré
hacerlo allá?

-Ese ángel te cantará y sonreirá todos los días y te sentirás muy feliz con sus canciones y sus
sonrisas.

-¿Y cómo entenderé cuando me hablen, si no conozco el extraño idioma de los hombres?

-Ese ángel te hablará y te enseñará las palabras más dulces y más tiernas que escuchan los
humanos.

-¿Qué haré cuando quiera hablar contigo?

-Ese ángel juntará sus pequeñas manos y te enseñará a orar.

-He oído que en la Tierra hay hombres malos. ¿Quién me defenderá?

-Ese ángel te defenderá, aunque le cueste la vida.

-Pero estaré siempre triste porque no te veré mas, Señor. Sin verte me sentiré muy solo.

-Ese ángel te hablará de mí y te mostrará el camino para volver a mi presencia.

En ese instante, una paz inmensa reinaba en el Cielo. No se escuchaba ninguna voz. El niño dijo
suavemente a Dios:

- Dime su nombre, Señor.

Dios le contestó:

-Ese ángel se llama "MAMÁ".

Ver
más: https://www.deguate.com/artman/publish/especiales_diamadre/Una
_Bella_Historia_Para_una_Madre_1576.shtml
Como todas las mañanas desde hace ya seis años, me despertó mi madre
muy temprano para ir a la escuela.

Había pasado mala noche, con pesadillas sobre monstruos y me costaba


trabajo levantarme. A los diez minutos, nuevamente mi madre que insistía
con su llamado. Se me estaba haciendo tarde.

Casi sin lavarme la cara corrí a la cocina y entre un abrir y cerrar de ojos,
me tomé el desayuno que me había preparado, a la vez que me decía
"come despacio, te puedes ahogar". Como casi siempre, le contesté de mal
modo y hasta levanté la voz cuando comenzó con sus habituales
preguntas: ¿Te cepillaste los dientes?, ¿llevas el almuerzo?, ¿tienes listos
todos los útiles?.

A pesar de mi mal humor y mi peor modo para contestarle, con su mejor


sonrisa me miró y me pidió el beso de despedida. Alcé los hombros con
fastidio y le dije medio enfadado: -¡Mamá, ya es tarde, no tengo tiempo,
nos vemos a la tarde!.

Con la prisa y el enfado me pasó por alto un leve destello de tristeza en su


mirada. Mientras corría hacia la escuela, estuve a punto de volver para
darle el beso que me había pedido, pero mis compañeros comenzaron a
llamarme y pensando en que si volvía para darle a mi madre ese beso se
reirían de mí, no volví a mirarla y seguí mi viaje hacia la escuela.

El día se pasó volando. Entre clase y clase, juegos y almuerzo, se me había


olvidado el incidente de la mañana, aunque debo reconocer que esta vez,
apenas sonó el timbre que anunciaba el final del día, salí corriendo hacia
mi casa, sin detenerme en ningún lugar y esperando ver la imagen de mi
madre parada en la esquina viéndome llegar.

Pero esta vez no estaba. Pensé que estaría entretenida con algo y corrí
hasta la puerta de mi casa que antes que la golpeara, se abrió y dejó ver la
figura de mi padre. Estaba distinto, parecía más viejo, sus ojos estaban
hinchados y sus hombros caídos. Mi corazón comenzó a latir
alocadamente, presintiendo algo. Casi sin voz, pude decir: -¿qué pasa
papá?, ¿por qué estás en casa?, ¿y mamá?.

Luego de un largo silencio mientras me abrazaba, me miró a los ojos y me


dijo: - Tu madre sufrió un ataque al corazón esta mañana. Su muerte fue
instantánea. Nadie se enteró hasta que vinieron a visitarla y la
encontraron tendida sobre tu cama. Su voz se cortó y no pudo continuar
hablando.

Mi mamá..., la que todas las noches reza junto a mi cama, la que me


despierta todas las mañanas, la que me arropa, la que me besa, la que me
cuida, la que me cura, la que me enseña... la que me había pedido un beso
de despedida esta mañana, ya no estaba...

Dios, perdóname, dile que me perdone. Aún soy un niño pretendiendo ser
un hombre. Dile, por favor, que ella es lo que más quiero en esta vida; que
sus abrazos me han dado seguridad siempre; que su sonrisa me
acompañará toda la vida, que prometo valorar a las personas que
comparten conmigo mi existencia...

A los que todavía tienen a su madre viva, disfruten todos los días de su
vida, nunca sabremos hasta cuándo tendremos la dicha de su presencia
mortal. Y si ya no está con nosotros, no te preocupes, las medres son
muy necias y nunca te dejarán solo.

Recuerden siempre, cuiden y disfruten de sus papás, familia y amigos,


para que cuando nos toque perderlos, no tengamos que lamentar algún
momento que pudimos disfrutar con ellos y lo dejamos pasar.
AMOR DE MADRE
De niños creemos que mamá todo lo puede, que no siente cansancio, que no sufre… esa
imagen que guardamos de ella con el tiempo no coincide con la que vemos cuando pasan
los años… Entonces descubrimos que mamá también sufre, se cansa, está triste, no tiene
fuerza, calla ocultando el dolor…
La vemos como un héroe sobrevivir a grandes tragedias, llevarnos de la mano
conteniéndonos y mostrándonos la vida siempre del lado más bello…
De niños no entendemos sus lágrimas… de adultos nos preocupan… o no las
comprendemos…
Así como nosotros necesitamos tantas veces de la protección de esos brazos fuertes, de la
comprensión de nuestros gestos o de nuestros silencios, de nuestro dolor… ella también nos
necesita…
Por eso debemos detenernos y observarla… abrazarla y hacer que sienta que estamos allí…
que nos importa, que es valiosa… y de esta forma regresaremos a ella el más hermoso
sentimiento que nos enseñó, el sentimiento que lleva paz y tranquilidad en los momentos
difíciles de la vida, el que nos contiene, el que minimiza el dolor, el que nos hace luchar por
nuestros sueños e ideales… pero por sobre todo nos enseña a dar sin pedir nada a cambio:
El Amor.

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