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EL LENGUAJE DEL MAESTRO PUEDE PROPICIAR ELVERDADERO SENTIDO

DE LA EXPERIENCIA DE SER ESTUDIANTE.

El ritmo vertiginoso al que avanza el mundo en la actualidad y los fenómenos que


inevitablemente se han venido desarrollando: la globalización y el acelerado
avance tecnológico entre otros, están haciendo que los individuos en general
transformen a la vez sus maneras de interactuar, sus valores, sus intereses; se ha
hecho evidente el desarraigo cultural y la pérdida de la identidad; la dimensión
social está pasando a ser remplazada por una soledad incomprensible; lo social, lo
individual y lo humano son dimensiones que han modificado también sus
estructuras en el lenguaje actual.
Desafortunadamente la educación no es ajena a todo este desquebrajamiento,
parece ser que quienes se consagran a las tareas educativas experimentan una
grave carencia que encuentra sentido en el discurso tradicional, convirtiéndose en
un lenguaje que inhibe la iniciativa, que frena todo desarrollo del potencial creativo
e investigador de los estudiantes.
“No es exagerar decir que con excesiva frecuencia es tratado un alumno como si
fuera un disco fonográfico en el que se graba un conjunto de palabras que habrán
de ser literalmente reproducidas cuando sientan la presión del examen o de decir
la lección. O, variando la metáfora la mente del alumno es tratada como si fuera
una cisterna que se llena de datos a través de una tubería que fuese vertiéndolos
mecánicamente, el paso de la recitación es la bomba que envía el material a
través de la tubería. Entonces la habilidad del maestro es valorada por su
habilidad para manejar las dos tuberías hacia adentro y hacia afuera”.1

No se ha cambiado mucho, ahora se sigue dando la misma educación tradicional


sin interés, centrada en el profesor. Los estudiantes ya no quieren estudiar, debido
a que se presentan contenidos ya elaborados y abstractos. Se está educando para
pasar a un nivel más alto, para que los estudiantes ganen las pruebas del ICFES,
no se está educando para formarlo.
El problema no es solo del maestro, es todo el sistema que ha desviado sus fines
primordiales de la educación. Las instituciones escolares se han convertido en
edificios para bodegar el saber, se han mantenido como lugares de reunión,
enfocados a la adquisición de información y han servido igualmente como barrera
para impedir que los estudiantes tomen parte activa en la confrontación de sus
experiencias.
Paulo Freire nos señala que la escuela no puede ser una extensión cultural, con
todo lo que significa la imposición y dominación, sino que debe ser una ocasión
para lograr una comunicación interpersonal donde, educador y educando
aprendan en un dialogo mediado por la realidad.2

Hasta los libros han perdido su encanto, por que los profesores se han adueñado
de su saber, ya el estudiante no encuentra magia todo es normal, no hay
misterios, no encuentra un sitio para él, para habitarlo y recrearse.
El estudiante cuando estudia, se ha montado al barco, y ha zarpado a la mar, pero
no ha marcado el mapa de su rumbo porque parece que lo que le da significado a
su existencia solo es navegar. Ha perdido su sentido porque solo se ha dedicado a
flotar en el presente, ha tomado una actitud segura, en si mismo cierra su cuerpo y
se convierte en pasivo solo esperando que el paso de los años le traigan un título
académico.
El silencio del estudiante es atención, pureza, escucha y recogimiento. Es el
respecto por la palabra penetrante del maestro que enmudece cualquier lenguaje
de motivación. El estudiante asume callar.
Este silencio del estudiante se asemeja a un cuerpo sin alma que vegeta como
una planta, solo se mueve según la dirección del viento. Parece que su función se
limitado a imitar.

No reproducir, sino descubrir, eso es la educación. Estudiar es descubrir por uno


mismo el gusto por comprender la vida, y el estudiante puede hacer eso
únicamente cuando hay libertad, cuando existe una constante revolución interna.
Pero no hay nadie que les aliente para que hagan esto, para que se cuestionen.
La sociedad, los padres y los profesores desean que sus estudiantes vivan
seguros, y también ellos quieren vivir sin riesgo alguno. Este tipo de estudiante es
que normalmente habita las escuelas.
No hay nada que amenace esa tranquilidad del estudiante, el estudio lo atormenta
por que estudiar significa interrogarse, ponerse en riesgo. El temor de arriesgarse
por si mismo a descubrir aquello que es verdadero o que llena de sentido su
existencia.

El autor en este texto muestra la escuela más aniquiladora que formadora y al


maestro como la sombra que opaca el resplandor de sus estudiantes. Creo que
existe mucho de cierto aquí, pero pone al estudiante en una posición de víctima,
alguien que no puede defenderse, ¿como si la vida dependiera exclusivamente de
otros? También es válido decir que todo estudiante tiene una responsabilidad
consigo mismo, un deber de formarse, que en gran medida no debe depender del
maestro como se pretende señalar.
Por otro lado el autor hace demasiado énfasis en el estado de inercia en que se
mantiene el estudiante. En su pesimismo que no le posibilita cambiar. También es
necesario argumentar la importancia de la educación como orientadora para que
el estudiante aprenda a aprender, a encontrar por si mismo lo que necesita. Así
como dice Facundo Cabral:
“Pase por todas las escuelas, pero no me quede en ninguna,
Todas me dejaran algo, pero no me detuvieron por que
Voy en busca de mi mismo, donde conoceré la verdad entera.”

Siempre que se pretende comunicar algo, se está buscando encontrar un eco en


los demás, al comunicarnos con otros esperamos modificar, en alguna forma, su
perspectiva y aun su conducta.

Ubicándonos en la otra parte del escenario se escucha una frase muy popular, “no
hay malos estudiantes, solo malos profesores”. Aquí se muestra al maestro como
el entorpecedor de la creatividad del estudiante. Pero hay que señalar que ese
poder puede también potenciar las cualidades y provocar un deseo inmenso por
aprender.
Se ha oído con frecuencia que el nuevo maestro egresado llega a la escuela,
deseoso de implementar lo aprendido y tal vez de crear nuevas formas
pedagógicas. Pero en general, el profesor se ve frente a una serie de expectativas
respecto a su papel que proviene de distintas direcciones: su propia formación,
sus colegas, su ideología social o política, los padres de familia, el gremio
magisterial, la comunidad en que se inserta, su lugar de trabajo, sus necesidades
económicas, su deseo de prestigio. Todos estos factores se le exigen en una
forma armónica y de pronto, se ve inconscientemente forzado a cumplir solo
alguna de estas expectativas; tal vez creerá que cumple con la misión de “formar
integralmente” al educando, pero en realidad, cumple con lo que el rector espera
de él: que instruya eficientemente y no tenga grandes problemas con sus alumnos.

El lenguaje del maestro debe despojarse de la verdad absoluta, del poder del
convencimiento. Su expresión debe callar, para que el estudiante rompa el silencio
y se atreva a cuestionar su actuar.
“El hecho educativo es profunda, esencialmente comunicacional. La relación
pedagógica es en su fundamento una relación entre seres que se comunican, que
interactúan, que se construyen en la interlocución.”3
El acto educativo no puede continuar siendo solo el intercambio de saberes que se
da al interior del aula, en un desencuentro total de dos seres que forman parte de
la misma especie y que tienen la necesidad humana de relacionarse y de construir
en conjunto; El respeto por el otro, por los saberes y las condiciones de los otros,
el encuentro y la vivencia en los valores que nos permiten ser parte de un conjunto
social, también son parte de la misión del maestro como agente de fortalecimiento
y cambio social. A eso se le apuesta en la educación, a crear un escenario donde
los estudiantes aprendan a enfrentar la vida como un compromiso, y se decidan a
ser felices.
Un buen profesor tiene que saber qué es lo que le interesa a sus alumnos, por ello
la enseñanza tiene que enfocarse a despertar el interés asociando las tareas de
aprendizaje con problemas de la vida cotidiana y articularlas a las problemáticas
sociales y a los avances tecnológicos.

Si tu corazón late más aprisa viendo a tus alumnos.


Si cada persona es para ti un ser que se debe cultivar.
Si sabes volver a estudiar lo que creías saber.
Si tu vida es lección y tu palabra silencio,
Entonces... tú eres maestro.
(Anónimo)

Ejercer con pasión la vocación de ser maestro es descubrir la responsabilidad que


tenemos con el otro. La relación pedagógica debe trascender esa mera
instrumentalización, un buen maestro debe de apuntar a que la educación se
convierta en un acto de acogida, que le permitirle al otro ser.
1Keyes. Kenneth S. como desarrollar su habilidad mental. México: Trillas, 1979

3Prieto
Castillo, Daniel (1999). La comunicación en la educación. Ediciones Ciccus/La Crujía.
Buenos Aires

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