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HISTORIA II
EJE 1: CONTEXTO INTERNACIONAL
Hacia el otoño de 1944, representantes de los Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Soviética y
China se reunieron en Dumbarton Oaks (una mansión de la ciudad de Washington), para fundar una
Asamblea General de Naciones (las futuras Naciones Unidas), con carácter consultivo, y un Consejo de
Seguridad con poderes ejecutivos, integrado por diez naciones aunque dominado por miembros de
carácter permanente, que serían precisamente los cuatro países mencionados.
En ese mismo año, en Bretton Woods (New Hampshire, Estados Unidos) los representantes de 44
países se encontraron para acordar, cuando concluyera la guerra, la creación de un nuevo orden
económico mundial.
El 25 de abril, en San Francisco (Estados Unidos), se inició la Conferencia de las Naciones Unidas (la
guerra estaba a punto de finalizar en Europa, no en el Pacífico) y se firmó el acta fundacional. Su
objetivo central fue (y es) crear y sostener un sistema de seguridad colectiva, basado en la cooperación
voluntaria de sus Estados miembro.
Recién el 26 de junio de ese año, se dio a conocer la Carta de la Organización de las Naciones Unidas,
firmada por los delegados de 50 países.
El 2 de marzo de 1945, cuando todavía faltaban dos meses para finalizar la guerra en Europa, los
periódicos norteamericanos anunciaban con grandes titulares lo que su Presidente había relatado, ese
mismo día, al Congreso de su país. “¡Yalta!, prueba de la fuerza, de la unidad y del poder de decisión
de los aliados”, imprimía el New York Tribune; “¡Los tres grandes -así eran llamados Estados
Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética- cooperan en la paz como en la guerra!”, señalaba el
Times Magazine; “¡Yalta!, la mayor victoria de las Naciones Unidas”, afirmaba el Record de
Philadelphia. El entusiasmo era grande. Roosevelt, de regreso de Yalta, informó a los congresales sobre
lo acordado en los siguientes términos:
En los duros meses que nos esperan, me gustaría conocer vuestros sentimientos a propósito de esta
construcción de la paz internacional que hemos realizado en Yalta, Stalin, Churchill y yo, en unidad de
pensamiento y trabajo. Queremos, con un mismo corazón, asegurar la paz al mundo del futuro. Las
decisiones tomadas en Yalta ponen fin al sistema de la política unilateral de las alianzas restrictivas.
Os proponemos sustituirlo por un organismo universal del que todos los estados pacíficos puedan, con
el tiempo, llegar a ser miembros. Nosotros no sabemos tomar medidas a medias. ¡Si no aceptamos
nuestra responsabilidad en el terreno de la cooperación internacional, entonces deberemos asumir la
responsabilidad de otro conflicto mundial en el que nuestra civilización correría el riesgo de
zozobrar!: dijo Roosevelt.
En poco tiempo, la realidad sepultó estos propósitos. Roosevelt murió el 12 de abril, sin siquiera poder
presenciar el final del conflicto. El bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto
de 1945, con un saldo de, aproximadamente, 250 mil víctimas por cada ciudad, les otorgó a los Estados
Unidos una superioridad militar evidente e indiscutida. En noviembre, Molotov, ministro de
Relaciones Exteriores de Stalin, en un discurso emitido por radio a todo el mundo, declaró que si
Estados Unidos mantenía el secreto de la bomba atómica (y pretendía ser, de este modo, la única
potencia atómica) surgiría un desequilibrio de poder a favor de una nación, y ese desequilibrio
impediría la cooperación universal que los norteamericanos decían querer. La paz, propuso Molotov,
sólo sería posible si se rompía el secreto. El 15 de ese mes, Harry Truman, nuevo presidente de los
Estados Unidos y sucesor de Franklin Roosevelt, y Clement Attlee, primer ministro británico (que
había reemplazado a Winston Churchill), respondieron negativamente la solicitud de Molotov. Esta
decisión puso en marcha una rivalidad nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, que se
acentuó a partir de 1949, con el descubrimiento por parte de esta última de la bomba atómica, hecho
que estremeció al mundo durante décadas.
Desde mucho antes, existían evidencias de un distanciamiento claro. En marzo de 1946, de visita en los
Estados Unidos, Winston Churchill había anunciado en la Universidad de Fulton (Missouri): que desde
Stettin en el Báltico, hasta Trieste, en el Adriático, un telón de hierro ha caído sobre el continente.
Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas, resueltos: a preservar a las generaciones
venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la
humanidad sufrimientos indecibles; a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del
hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y
mujeres y de las naciones grandes y pequeñas; a crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse
la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del Derecho
internacional; a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más
amplio de la libertad y con tales finalidades: A practicar la tolerancia y a convivir en paz como buenos
vecinos, a unir nuestras fuerzas para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales; a
asegurar, mediante la aceptación de principios y la adopción de métodos, que no se usará la fuerza
armada sino en servicio del interés común, y a emplear un mecanismo internacional para promover el
progreso de todos los pueblos, hemos decidido aunar nuestros esfuerzos para realizar estos designios ...
El año de las definiciones fue 1947. En marzo, el Presidente norteamericano anunció ante el Congreso
estadounidense la doctrina Truman, que consistía en apoyar a los pueblos libres que se resistían al
sometimiento ejercido por minorías armadas.
En ese mismo año, el ideólogo soviético, Andrei Jdanov, respondió a la doctrina Truman. Aceptando
que el mundo estaba dividido en dos bloques, acusó a los Estados Unidos y a sus aliados de planear una
nueva guerra imperialista para destruir el socialismo. Surgió así un sistema internacional bipolar, en el
cual una parte del mundo quedó bajo la dirección de los Estados Unidos y la otra, de la Unión
Soviética. Con distintos grados de intensidad esta división se mantuvo, prácticamente, hasta la caída
del muro de Berlín, en 1989, y la disolución de la Unión Soviética en 1991. Sin embargo, esta
hegemonía estadounidense-soviética no debe entenderse, únicamente, como producto del resultado de
la Segunda Guerra Mundial o de una falta de acuerdo entre las naciones vencedoras.
La aparición gradual de Rusia (más tarde convertida en Unión Soviética) y de los Estados Unidos,
como potencias mundiales, y la decreciente importancia de los estados europeos comenzaron a ser
evidentes a finales del siglo XIX y a comienzos del XX.
Simultáneamente, Europa, que había perdido su primacía política, militar y económica en el mundo,
procuró superar su debilidad mediante la unidad. Para ello, buscó construir un mercado único, con el
fin de posibilitar una mayor producción, mejorar su nivel competitivo y crear empleo.
Estos objetivos comenzaron a cobrar forma con la creación de la Comunidad Económica del Carbón y
del Acero (CECA), en 1951. Alemania, Francia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos se unieron,
por primera vez en la historia de Europa, en una comunidad internacional con el objetivo de crear un
mercado único para el carbón y para el acero gracias a la eliminación de discriminaciones en materia
de precios y de transportes, facilitando el intercambio entre los países fundadores en los sectores
mencionados.
Otro escenario cambiante luego de 1945 fue Asia, donde las transformaciones se anunciaban como
inevitables. Allí era inminente el fin de los imperios coloniales inglés y francés. Los Estados Unidos y
la Unión Soviética compitieron para extender sus zonas de influencia en los nuevos estados que
surgían. En Latinoamérica, los acuerdos de posguerra no tardaron en aparecer. En 1948, el Pacto de
Bogotá (Colombia) creó la Organización de Estados Americanos (OEA). El mundo de posguerra se
caracterizó por la aparición de innumerables organizaciones internacionales, de mayor o menor alcance
regional y variados fines, pero todas tendiendo a asociar esfuerzos para, de este modo, adecuarse y
acompañar un tiempo marcado por una acelerada internacionalización de la vida y de la economía.
Muy rápidamente, ese mundo de posguerra ingresó en una era de bienestar. El crecimiento económico
en industrias de bienes de consumo -consecuencia de la reconvención de la industria bélica- y el
reclamo de las masas de una mejora concreta en sus niveles de vida lograron que en la mayoría de los
países de Occidente, como así también en los que integraban el bloque soviético, se comenzara a vivir
mejor. Esta época -en especial, la década del 50- es hoy recordada como la de los años dorados.
En los Estados Unidos, la floreciente situación económica de los años 50 facilitó la adquisición de
empleos para los jóvenes, que se vieron favorecidos por mejoras salariales. Esto tuvo que ver con la
baja natalidad de los años 30 (los de la depresión). En Gran Bretaña, la incorporación de la juventud en
el consumo también se hizo sentir. En 1959, ya trabajaban cuatro millones de jóvenes y sus gastos
representaban el 5 % del consumo de la nación. Las casas de vestir y las empresas discográficas
dirigieron su mirada hacia ellos. En la producción y la cultura, la juventud comenzó a ocupar un
espacio hasta ese momento inexistente. La edad dorada fue la que asistió al nacimiento de una música
para jóvenes, que querían diferenciarse de los adultos: El rock & roll fue el primer síntoma de la
existencia de una cultura estrictamente juvenil. No sólo era un nuevo estilo musical. El contenido
irreverente de sus letras, su ritmo nervioso y sus pasos de baile, acelerados y frenéticos, representaban
mucho más. En los 50, aumentaron constantemente las tareas vinculadas a la provisión de servicios: la
educación, la salud y el comercio, junto a la distribución de energía eléctrica. La mujer, que desde la
Primera Guerra Mundial venía incorporándose, en forma paulatina al trabajo, ahora lo hizo
masivamente en bancos, tiendas y oficinas.
Con la guerra, la crisis económica que vivió la economía estadounidense durante los años 30 quedó
ampliamente superada. Las técnicas de la producción en masa, auxiliadas por los descubrimientos
científicos y los avances tecnológicos, aumentaron la producción de manera fantástica. Entre 1944 y
1945, la producción industrial, agrícola y del transporte alcanzó sus picos más altos. Las grandes
corporaciones empresariales exigieron del gobierno de Truman (que había sucedido a Roosevelt, luego
de su muerte en abril de 1945) una política exterior que posibilitara su expansión.
Hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial, la primacía norteamericana como potencia militar,
industrial y económica era indiscutible. Colocando sus primeros ladrillos para asegurar su continuidad
a la finalización del conflicto, en 1944, fueron firmados una serie de acuerdos para organizar un
sistema de cooperación monetaria internacional que aseguraban la hegemonía estadounidense. En este
nuevo orden económico mundial, el dólar americano jugó un papel de fundamental importancia. Uno
de los fines perseguidos era evitar nuevos cracks (caídas) financieros como el ocurrido en 1929. Para
ello, se buscó impedir trabas a los intercambios comerciales, como también evitar la intervención
masiva del Estado en la economía. Estos propósitos sólo eran posibles en la medida en que el sistema
económico de postguerra estimulara el intercambio comercial. Para ello, se buscó facilitar la libre
circulación de productos y capitales sobre la base de un tipo de cambio estable. Además fueron creadas
por los países firmantes de los acuerdos, dos instituciones económicas: el Fondo Monetario
Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Una de las misiones esenciales del primero era reducir el
desequilibrio de las balanzas de pagos de los países miembro; en cuanto al segundo, otorgaría créditos
para financiar proyectos en los países en vías de desarrollo y les facilitaría ayuda técnica.
Hacia 1946, los capitales norteamericanos necesitaban acentuar sus inversiones. A fines de ese año, los
cincuenta bancos más importantes de Wall Street (centro de las finanzas estadounidenses), que estaban
controlados por los grandes financistas norteamericanos, como los Rockefeller, los Morgan y los
Mellan, habían obtenido un superávit de 17 mil millones de dólares. Algo había que hacer con esas
fortunas. Una salida era evadir impuestos internos y reproducirlas en el exterior. El secretario de Estado
del presidente Truman, el general George Marshall (junio de 1947), no tardó mucho en decir: ...
nuestra economía está dirigida al renacimiento de la economía del mundo, para poder permitir el
nacimiento de las condiciones políticas y sociales, en las cuales puedan existir las instituciones libres.
Con el Plan Marshall el superávit bancario se dirigió a Europa en forma de préstamos, que debían ser
invertidos en la compra de productos estadounidenses, según se había establecido en los convenios
firmados. Sin embargo, la Unión Soviética no estaba dispuesta a secundar los planes norteamericanos
de posguerra. Hacia 1945, el triunfo del ejército soviético sobre Alemania le había otorgado a la
potencia conducida por Stalin el liderazgo sobre Europa oriental.
Desde la reunión de Potsdam, en julio de 1945, hasta una nueva reunión realizada en Moscú, en marzo
de 1947, los Estados Unidos y la Unión Soviética habían pasado de la cooperación a la división.
Finalizada la guerra, los soviéticos, conscientes de su inferioridad económica y militar en relación con
los Estados Unidos, comenzaron a concebir la teoría del cerco capitalista. Esta estrategia consistía en
rodear y aislar a la Unión Soviética, hasta alcanzar su debilitamiento y desaparición, y eran adeptos a
ella todos los países occidentales, bajo el liderazgo de los norteamericanos. Este cerco, según los
soviéticos, era consecuencia del carácter agresivo del capitalismo monopolista occidental, que nunca
aceptaría la existencia de un bloque de países comunistas.
Para protegerse de esta eventual agresión, los soviéticos colocaron gobiernos títeres (es decir, que
respondían a las órdenes de Moscú) en los países de Europa central. Hungría, Rumania, Bulgaria,
Checoslovaquia y Polonia pronto cayeron bajo la órbita soviética. Yugoslavia y una parte considerable
de Alemania (ahora dividida) hicieron lo propio, aunque con diferencias. Yugoslavia, liderada por Tito,
adoptó un régimen comunista, aunque se distanció de Stalin; y el sector de Alemania ocupado por el
ejército soviético, incluido Berlín, protagonizó un grave incidente internacional.
Ya en octubre de 1947, con la tutela de Moscú, fue creado el Kominform. Por éste, los principales
partidos comunistas europeos, con la participación de fuertes partidos comunistas occidentales -como
el francés y el italiano-, crearon la Oficina de información, para fortalecer la unidad ideológica y
denunciar la creciente agresividad del mundo capitalista.
LA UNIÓN SOVIÉTICA
Durante casi treinta años la política soviética estuvo dirigida por Josef Stalin, quien controlaba el
Partido Bolchevique, la administración y la policía del Estado. Entre 1934 y 1938, el líder soviético
emprendió una serie de depuraciones internas -los juicios de Moscú-, en los que viejos dirigentes del
partido bolchevique fueron obligados a confesar delitos, sufrieron la cárcel y la deportación a campos
de trabajos (los gulags), o murieron ejecutados.
Stalin proclamó su política de "construcción del socialismo en un solo país", y su prioridad fue la
realización acelerada de industrias básicas. Esta política dirigida con objetivos de producción se
cumplió con un costo elevado para los soviéticos. Fue una industrialización forzada, planificada por el
Estado, a expensas de la explotación de campesinos y el sufrimiento de los pueblos de la URSS, que
soportaron todo su peso. También dispuso la colectivización forzosa de la tierra en inmensas granjas o
cooperativas agrícolas estatales (koljoses) y una colosal mecanización (cosechadoras y tractores).
El líder soviético creó un poder a su medida y un culto público a su personalidad. Hasta su muerte, en
1953, dirigió los destinos de la URSS durante la Segunda Guerra Mundial, participó en las
conferencias de los "aliados" y ordenó el bloqueo de Berlín que dio comienzo a la Guerra Fría. Su
sucesor, Nikita Kruschev, criticaría duramente el militarismo y la cultura bélica creada por inspiración
de Stalin; sostenía, en cambio, la idea de que la guerra era evitable y que era posible la coexistencia
pacífica con el bloque Occidental.
EL RÉGIMEN DE STALIN
La Segunda Guerra Mundial y luego la Guerra Fría fueron el marco y condición para el fortalecimiento
del régimen de Stalin en la Unión Soviética. Estas presiones externas contribuyeron a distorsionar la
economía con los gastos de la carrera armamentista, el incremento de la persecución ideológica, el
fortalecimiento de las fuerzas de seguridad interna y la ilegalización de la oposición.
Algunas de las características del estalinismo fueron: el abandono de la democracia interna del Partido
Bolchevique de tiempos de Lenin; la prohibición de las discusiones colectivas; las restricciones a la
libertad de desplazamiento de las personas -la misma quedó sujeta a autorización estatal, incluso para
cruzar las fronteras hacia otros países de Europa del Este- y la fuerte presencia de la policía política
(KGB), como poderoso organismo de seguridad del Estado en todos los órdenes de la sociedad. Así, el
Estado socialista que debía fundarse sobre las relaciones fraternales y el poder del proletariado, tuvo un
desvío totalitario. Hubo desplazamientos de poblaciones enteras a campos de trabajo forzado en Siberia
(los gulags).
Durante el régimen estalinista la cultura quedó supeditada al Poder, se impuso la censura en las obras
científicas y literarias. El marxismo, en su versión oficial, fue difundido en los manuales de enseñanza,
y se adoptó una doctrina artística, supuestamente superadora de la cultura decadente occidental, cuya
influencia fue rechazada. Los escritores soviéticos debían producir literatura realista y auténticamente
socialista, con "héroes positivos". También se pretendió desarrollar una ciencia oficial que demostraría
ser superior a la de Occidente y que ignoraba la nueva física gestada allí. Las obras de Albert Einstein
estuvieron prohibidas durante mucho tiempo, hasta que fueron rehabilitadas en 1959. También el
psicoanálisis de Sigmund Freud.
Europa del Este -bajo la influencia de la URSS- estaba integrada por ocho naciones: Polonia, Hungría,
Albania, Bulgaria, Rumania, Yugoslavia, Checoslovaquia y Alemania Oriental. Este bloque de países
conocidos en Occidente como "países satélites" de la URSS- estuvo bajo el poder de gobiernos
comunistas o de alianzas de partidos con predominio de los mismos. Tenían regímenes políticos de
partido único. La cooperación entre los llamados "países del socialismo real" tuvo lugar al integrarse al
Comecon, creado en 1949, en respuesta al Plan Marshall estadounidense, y al adoptar el modelo
soviético de economía planificada por el Estado. Sin embargo, la integración dentro del bloque
soviético no era voluntaria. Los socialistas húngaros se levantaron contra el estalinismo en octubre de
1956, pero en noviembre de ese año su gobierno fue masacrado por la llegada de los tanques
soviéticos; miles de húngaros murieron en lucha o fusilados, y decenas de miles se exiliaron.
Hacia 1948, el territorio alemán había quedado dividido en dos partes: una ocupada por los ejércitos
estadounidenses y británicos, y la otra, por el soviético, donde estaba Berlín. Ante unas elecciones
municipales realizadas en todo el país, los comunistas sólo triunfaron en los sectores ubicados bajo su
control. Para Stalin esta derrota fue muy dura. El líder soviético tenía proyectado utilizar un supuesto
triunfo electoral para ejercer el control político de toda Alemania, incluida Berlín.
A partir de esto, los choques entre las delegaciones angloestadounidenses y la soviética fueron
constantes. Los rusos comenzaron a dificultar el tránsito de trenes de mercancías con destino a Berlín.
En abril de 1948, fueron cortadas las rutas de aprovisionamiento de Berlín, desde Hamburgo y Munich.
Con el corte del suministro de electricidad a la capital, el bloqueo se cerró. Si deseaban evitar que la
totalidad de Berlín quedara en manos comunistas, las potencias occidentales tenían una sola salida:
recurrir a un puente aéreo. Berlín Occidental necesitaba 12.200 toneladas diarias de alimentos, materias
primas, carbón y artículos diversos. En un comienzo, no se pudieron enviar más de 3 mil toneladas
diarias. Pero luego, hacia fines del año, se llegó a las 7 mil, para alcanzar las 10 mil, a comienzos de
1949. En un solo día, en agosto de 1961, los soviéticos construyeron, en Berlín, un muro de cemento de
48 km., que dividió la capital alemana y constituyó el símbolo de la Guerra Fría en Europa. El muro de
Berlín, posteriormente reforzado con minas y barreras, separó familias, amigos y vecinos, y cerró las
fronteras entre las dos Alemanias (la República Federal y la República Democrática), hasta 1989.
Había comenzado una guerra distinta de todas, se la llamó Fría, por no presentar las características de
la clásica. La Guerra Fría fue una disputa ideológica y una verdadera confrontación entre dos sistemas
económicos y políticos: el capitalismo y la democracia occidental frente al del comunismo, cuya
influencia se extendía en Europa del Este. La carrera armamentista fue su aspecto más visible, e
implicó el desarrollo de la capacidad de destrucción por parte de los Estados Unidos y de la URSS. La
competencia por lograr la supremacía atómica dio lugar al denominado "equilibrio del terror".
Pulseada por los armamentos
Los estadounidenses, por su parte, desconfiaban de un país gobernado por un régimen totalitario, que
condenaba el capitalismo y proponía combatido. Aunque las esferas de influencia habían sido
acordadas, se suponía que en Alemania, Checoslovaquia, Grecia y Turquía, los rusos actuarían con
prudencia o negociarían. Los hechos demostraron que habían optado por una política de confrontación.
Stalin quería más de lo que, se suponía, había acordado. Aunque Grecia, -luego de un duro
enfrentamiento- y Turquía fueron libradas de la presión soviética, Checoslovaquia cayó bajo el
comunismo, en junio de 1948. Ése fue el año en el que se sentaron las bases de una Alemania
Occidental autónoma, nacida del respaldo angloestadounidense. E117 de marzo de 1948, Gran Bretaña,
Francia y el Benelux (unión aduanera creada entre Bélgica, Holanda y Luxemburgo) firmaron el Pacto
de Bruselas. Éste comprometió a las partes firmantes a la cooperación económica, pero constituyó, a la
vez, una alianza defensiva contra toda política de agresión.
EL PLAN MARSHALL
En marzo de 1947, Truman anunció su doctrina. Casi simultáneamente, el general George Marshall
(1880-1959), jefe de la diplomacia norteamericana, asistió a Moscú, donde se realizaba una conferencia
de ministros de Relaciones Exteriores de todos los países aliados durante la guerra. En conversaciones
con sus colegas occidentales, Marshall advirtió que, de no mediar ayuda, Europa occidental podía caer
bajo alguna forma de dominación soviética.
En junio de 1947, Truman decidió enviar la ayuda, y el general George Marshall se encargó de
coordinarla. Las razones que llevaron a los estadounidenses a tomar esa medida fueron esencialmente
dos. La primera fue evitar que su propia economía, después de la guerra se detuviera, e impedir que,
por ausencia de demanda, bajara el nivel de actividad industrial y laboral. Y a la vez, colocar las
grandes sumas de capital en créditos para contribuir a la recuperación de Europa. La segunda razón era
evitar la expansión soviética. En palabras del propio George Marshall: ... me pareció que los soviéticos
estaban haciendo todo lo posible para conseguir una completa quiebra en Europa, estaban haciendo
todo lo que ellos pensaban que podría crear una situación turbulenta, [se debía] por lo tanto,
contrapesar esa política negativa y restablecer la economía europea.
En abril de 1948, Truman firmó el Programa de Recuperación Europea, se creó la Administración de
Cooperación Económica (EDA), organismo federal del gobierno norteamericano constituido para
centralizar la ayuda. Casi simultáneamente, se constituyó en París, la Organización Europea de
Cooperación Económica (OECE), para que coordinara la distribución de la ayuda norteamericana. De
ésta quedaron excluidas, circunstancialmente, España y Finlandia por sus regímenes políticos
neofascistas y porque, durante la guerra, habían colaborado con Hitler. Diez y siete mil millones de
dólares, en forma de manufacturas y créditos, comenzaron a invadir Europa.
Estados Unidos prestó ayuda económica, pero puso como condición la práctica de una auténtica
cooperación económica por parte de los países europeos que la recibirían. Los norteamericanos
apreciaron que, desde el mosaico de los pequeños mercados europeos separados nada sería posible.
Éste fue el punto de partida de la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE), creada en
1948, hasta llegar a la Comunidad Económica Europea (CEE, en 1957) cuyo propósito fue construir un
mercado único en Europa. Una de las funciones más importantes de la OECE fue coordinar la
distribución de la ayuda económica norteamericana. La creación de la Comunidad Económica Europea
en 1957, significó un gran impulso para la economía y la integración de ese continente.
La Guerra Fría fue protagonizada por dos grandes alianzas que aglutinaban a los países más
comprometidos con los Estados Unidos y con la Unión Soviética. El primero lideró la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN); y el segundo, el Pacto de Varsovia.
La OTAN se formó el4 de abril de 1949, en Washington. Estaba integrada inicialmente por Bélgica,
Gran Bretaña, Canadá, Dinamarca, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Noruega,
Portugal y los Estados Unidos. En 1952, se sumaron Grecia y Turquía, y dos años más tarde se
incorporó Alemania Federal. Sus objetivos eran la defensa colectiva de las libertades democráticas a
través de una estrecha colaboración política y económica. Su duración iba a ser de veinte años, pero ha
llegado hasta nuestros días con especial protagonismo, por ejemplo en la crisis de la ex Yugoslavia
durante 1999.
El Pacto de Varsovia se firmó el 14 de mayo de 1955 en la capital polaca. Se integró con Albania,
Bulgaria, Hungría, Checoslovaquia, Polonia, Rumania y la Unión Soviética, un año después se sumó
Alemania Oriental. Sus objetivos eran la ayuda militar en caso de agresiones armadas contra algunos
de sus integrantes y consultas sobre problemas de seguridad y de política internacional. En realidad, se
trataba de una respuesta a la OTAN. Estas dos grandes alianzas se realizaron ante la necesidad
estratégica que planteaba un posible enfrentamiento bélico en el marco europeo. Pero además por la
imposibilidad económica y científica de que un solo país llevara adelante los planes nucleares y
espaciales que demandaba la carrera armamentista. La organización interna de ambas alianzas generó
un nuevo fenómeno, por lo menos para el ámbito europeo: la pérdida, en muchos aspectos, de la
soberanía, ya que las políticas internacionales y militares de los países miembro estaba condicionada al
acuerdo con las direcciones de sus respectivas alianzas, incluso en los tiempos de paz. Pues la
movilización de tropas para entrenamiento y operaciones de rutina era decisión del comando de la
organización y no de los estados respectivos.
En el caso de la OTAN, por ejemplo, el Comandante Aliado Supremo en Europa era la máxima
autoridad militar de la alianza y ese cargo siempre fue ocupado por un general norteamericano elegido
por el Presidente de los Estados Unidos, con lo cual los ejércitos de cada país eran controlados por la
potencia más importante. En el Pacto de Varsovia, ocurría lo mismo con respecto a la Unión Soviética.
Estas limitaciones de la soberanías de los Estados miembro generaron algunos problemas, como la
negativa de Francia a poner a disposición de la OTAN su flota del Mediterráneo, en 1958, o la
discusión generada entre Inglaterra y Estados Unidos en 1963, por la formación de una fuerza conjunta
con misiles atómicos, cuyo riesgo afectaba a los países europeos. En realidad, no sólo quedaban
condicionadas las fuerzas militares de cada país, sino también la economía y la política, ya que la
necesidad de mostrar la unidad ideológica dentro de los aliados frente al enemigo común, llevaba a
seguir los dictados de Estados Unidos o de la Unión Soviética, según el caso.
JAPÓN EN EL BLOQUE OCCIDENTAL
Al finalizar la guerra, Japón quedó bajo el gobierno militar de los Estados Unidos, encabezado por el
general Douglas Mac Arthur (1880-1964). La ocupación norteamericana, a diferencia de lo que había
sucedido en Alemania, fue unilateral, sin la participación de la Unión Soviética ni de los otros aliados.
Entre las primeras medidas adoptadas, se realizaron procesos judiciales a los criminales de guerra, se
reformó la distribución de las propiedades agrícolas y se inició un proceso de democratización. En
1946, se aprobó una nueva constitución basada en la de los Estados Unidos y se dejó al emperador con
muy poco poder real. A partir de 1949, se inició el período de reconstrucción con la ayuda económica
de los norteamericanos.
En 1955, los Estados Unidos impulsaron la llegada al poder del partido Demócrata-Liberal japonés,
con la minoritaria oposición del socialismo, ya que el nacionalismo había prácticamente desaparecido
como grupo de poder al finalizar la guerra. La transformación de país semidestruido a potencia
mundial, en el lapso de veinte años, se debió a la necesidad de los Estados Unidos de tener una base
industrial para su participación en la guerra de Carea (1950-1953) primero y luego, en la de Vietnam a
partir de 1965, además de contar con un aliado anticomunista incondicional en esa región. Por ese
motivo, los Estados Unidos financiaron la duplicación de la producción industrial japonesa entre 1949
y 1953.
Otro elemento por considerar para comprender la rápida transformación del Japón, fue la aplicación del
sistema de trabajo industrial, denominado toyotismo, con el que se disciplinó a la clase obrera por
medio de la propaganda, la organización de sindicatos poco combativos, más cercanos a los intereses
de las empresas que a las necesidades de los obreros y a la represión.
llamada Laika- que realizó una órbita alrededor de la Tierra. También los rusos enviaron el primer
hombre al espacio (Yuri Gagarín) en 1961. Los Estados Unidos crearon la NASA para la exploración
espacial y programaron, como meta, la llegada del hombre a la Luna, propósito que lograron, en 1969,
tres astronautas estadounidenses, en el Apollo 11.
Inicialmente, se utilizó el término "Tercer Mundo" para distinguirlo del "Primer Mundo", compuesto
por los países desarrollados del mundo capitalista, y del "Segundo Mundo" integrado por los países del
campo socialista. Para el economista Ismail Sabri Abdalla, el Tercer Mundo: son todas las naciones
que, durante el establecimiento del actual orden mundial, no se convirtieron en ricas e industrializadas.
La visión histórica es esencial para la comprensión de los que es el Tercer Mundo, porque en definitiva
éste es la periferia del sistema producido por la expansión del capitalismo mundial.
En los dos primeros continentes, la influencia se debía a la debilidad de las potencias occidentales -sus
aliados- que no podían trazar una política efectiva hacia sus colonias asiáticas y africanas. Esa situación
de los países metropolitanos implicó la intervención norteamericana, activa o no, en su apoyo.
Mientras tanto, en América Latina, lo hizo por involucramiento directo, al considerarla una zona de
preocupación natural por sus cercanías político-geográficas. Estas regiones fueron consideradas,
políticamente, por el Consejo de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos como el “área grande”,
que debía estar en función de las necesidades norteamericanas, puesto que ellas eran el bastión de la
defensa del mundo occidental.
PROCESOS DE DESCOLONIZACIÓN Y MOVIMIENTOS NACIONALISTAS EN ASIA Y
ÁFRICA LA EMANCIPACIÓN DEL MUNDO COLONIAL
La descolonización es el proceso que condujo a los movimientos de liberación de los países africanos y
asiáticos en los años posteriores a 1945. Antes de la Segunda Guerra Mundial, casi dos tercios del
mundo estaban constituidos, aún, por territorios dependientes de las potencias europeas: eran pueblos
bajo la condición colonial, víctimas del racismo, la explotación y la deshumanización que introdujo el
hombre europeo con su teoría de la supremacía blanca.
En el continente africano, sólo Liberia, Etiopía y Egipto eran Estados independientes. Tras la Segunda
Guerra se desencadenó la crisis del colonialismo: continuaron las luchas anticoloniales, donde ya se
habían iniciado, y comenzaron, en múltiples naciones de Asia y África. En Asia, la India británica
alcanzó su independencia en 1948, también Pakistán, Birmania y Ceilán. Se liberaron Indonesia
(colonias holandesas) y las colonias francesas del Líbano y Siria.
Los procesos de emancipación del mundo colonial tuvieron dos formas diferentes. Por un lado, la vía
negociada con las metrópolis, que intentaron reformar el viejo sistema colonial, otorgando a las
colonias reformas graduales; así, Gran Bretaña concedió la autonomía dentro del Commonwealth.
También Francia sustituyó formalmente el término colonia por el de "territorios de ultramar" en su
Constitución, y transformó su imperio en la Unión Francesa.
Por otro lado, la vía de liberación fue el enfrentamiento armado con los países colonialistas de Europa.
La resistencia de los pueblos colonizados por Francia condujo a largas y cruentas luchas, como la
liberación de Indochina (Camboya y Vietnam) y de Argelia (colonias francesas).
LA DESOBEDIENCIA CIVIL
Las campañas de desobediencia civil, lideradas por Gandhi fueron una forma de protesta que consistió
en negar obediencia a determinadas leyes; es decir, se oponía a su cumplimiento, cuando éstas eran
consideradas injustas o ilegítimas. Esta modalidad de lucha no-violenta tenía el fin de demostrar
públicamente la injusticia de las leyes coloniales británicas.
Su lucha por la liberación de la India se fundamentó en este derecho a la resistencia que adquirió
formas colectivas, públicas y pacíficas. Cuando los miembros del Partido del Congreso eran arrestados,
no reconocían el derecho de los tribunales ingleses para juzgarlos. El movimiento de no-colaboración
con las autoridades británicas incluía la renuncia a sus cargos, por parte de los funcionarios indios.
INDEPENDENCIA Y PARTICIÓN DE LA INDIA
La violencia colonial no se propone sólo como finalidad mantener en actitud respetuosa a los hombres
sometidos, trata de deshumanizarlos. Nada será ahorrado para liquidar sus tradiciones, para sustituir sus
lenguas por las nuestras, para destruir su cultura sin darle la nuestra; se les embrutecerá de cansancio.
Desnutridos, enfermos, si resisten todavía al miedo se llevará la tarea hasta el fin: se dirigen contra el
campesino los fusiles; vienen civiles que se instalan en su tierra y con el látigo lo obligan a cultivar
para ellos. Si se resiste, los soldados disparan, es un hombre muerto; si cede, se degrada, deja de ser un
hombre; la vergüenza y el miedo van a quebrar su carácter; a desintegrar su personalidad.
Prólogo de J. P. Sartre a Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon, México, F.C.E., 1963.
Entre 1953 y 1955, guerrillas urbanas y campesinas conmocionan al Maghreb francés. La metrópoli
realiza concesiones a los nacionalismos tunecino y marroquí, los cuales consiguen su independencia en
marzo de 1956. Francia se ve obligada a ese reconocimiento, porque se plantea detener el movimiento
independentista argelino (Frente de Liberación Nacional de Argelia) de tendencia izquierdista. Allí
Francia concentrará sus fuerzas y realizará una violenta represión. Finalmente, en 1962 Argelia declaró
su independencia.
Frente a esta situación creada por el proceso de descolonización, la nueva preocupación de las
potencias coloniales fue, en primer lugar, que esos nacientes países fueran pequeños, y aprovechando
sus disputas internas, no se unieran. En segundo lugar, que se transformaran en mono-productores de
materias primas para mantener su rol de abastecedores de los países centrales y pasar así de la
dependencia política directa a una dependencia de tipo económico.
LA DÉCADA DE 1960: IDEAS CRÍTICAS Y REBELIÓN
La intervención de Estados Unidos en la guerra de Vietnam con su posterior derrota en 1975 representó
el acontecimiento más importante de la década de 1960, no sólo por su amplia repercusión
internacional, sino también porque cambió a la sociedad norteamericana. Esta intromisión bélica
sostenida por más de una década generó movimientos masivos de protesta que movilizaron a medios
universitarios, a trabajadores y a las organizaciones afroamericanas.
En la década de 1960, la lucha de la comunidad negra contra el racismo y por los derechos civiles se
extendió rápidamente en los guetos de las ciudades del norte del país y coincidió con la protesta
estudiantil en las universidades. Así, en 1965, la oposición a la guerra se convirtió en un movimiento
de masas.
En 1968, el espíritu de rebelión se extendió también a Europa con la Primavera de Praga (enero a
agosto), la crisis en Polonia (marzo), el Mayo Francés. En América Latina, el ejemplo de la
Revolución Cubana marcaría la segunda mitad del siglo XX, no sólo porque al desarrollarse en plena
Guerra Fría transformó el orden impuesto por Estados Unidos en el Caribe, sino también por su
influencia política en todo el continente.
Pese a la política exterior intervencionista que llevó a cabo Kennedy (1961-1963) con el pretexto de la
lucha anticomunista, ésta no fue lo suficientemente agresiva para ciertos sectores del poder
estadounidense. Las conclusiones de las investigaciones oficiales sobre su asesinato en noviembre de
1963, no son convincentes. Tras el magnicidio del presidente John Kennedy, sus sucesores Lyndon
Johnson (1963-1969) y Richard Nixon (1969-1974) profundizaron el intervencionismo de su política
exterior. En 1964, Estados Unidos intervino en Panamá, donde las tropas norteamericanas reprimieron
una manifestación de estudiantes panameños en la Zona del Canal. En 1965, invadió Santo Domingo
con el propósito de evitar "una segunda revolución cubana" y presionó en la OEA para que los demás
países acompañen la intervención. Además Estados Unidos apoyó los golpes militares en Sudamérica;
una misión norteamericana colaboró con la captura y muerte del "Che" Guevara en Bolivia (1967), y
en 1973 intervino abiertamente en la caída del presidente socialista Salvador Allende en Chile.
LA GUERRA DE VIETNAM (1964-1975)
La guerra de Vietnam, también llamada Segunda Guerra de Indochina, sólo puede entenderse como un
capítulo de la Guerra Fría librada en Asia. Vietnam nació del movimiento de liberación anticolonial del
Vietminh contra Francia, liderado por Ho Chi Minh, y a raíz de los Acuerdos de Ginebra de 1954, que
establecieron la independencia de Laos, Camboya y Vietnam. Este país quedaba temporalmente
dividido en Norte y Sur, hasta un referéndum que ratificara su status.
Pero en el contexto de la Guerra Fría, la unificación de Vietnam podía alentar tendencias
antioccidentales en la región, debido a la influencia china y de la URSS. Estados Unidos se dispuso a
defender la división de Vietnam en dos Estados separados y a sostener al gobierno de Vietnam del Sur
(con capital en Saigón), que era anticomunista. El apoyo estadounidense al régimen de Saigón originó
una escalada militar y la intervención que desembocaría en la guerra. Kennedy incrementó
secretamente la presencia militar a través del envío de consejeros, aviones y helicópteros para misiones
de reconocimiento, equipos de instrucción y "asesoramiento". La guerra de Vietnam comenzó en 1964
con un incidente entre barcos de guerra norte-americanos y norvietnamitas en el golfo de Tonkín, pero
nunca fue formalmente declarada por el Congreso de Estados Unidos, ni el Estado de Vietnam del Sur
se consideró invadido. Pese a esta situación "no bélica", el Capitolio autorizó los gastos de defensa.
A lo largo de las Presidencias de Kennedy, Johnson y Nixon se movilizaron millones de soldados para
cumplir un año de servicio militar en Vietnam, ya que el gobierno podía enviar conscriptos al
extranjero por no tratarse de una guerra declarada. EE.UU. también reclutó soldados en los territorios
de Puerto Rico, Guam, y Filipinas. En 19681a cantidad de tropas estadounidenses en Vietnam alcanzó
su máximo: 500.000 hombres. En 1965 Estados Unidos bombardeó fábricas, vías férreas, puentes y
depósitos de combustible de Vietnam del Norte, en la ofensiva conocida como "Operación Trueno
Arrollador". Pretendía cortarla llamada "ruta Ho Chi Minh", mediante la que se facilitaban armas a los
comunistas del sur. Helicópteros con equipos de fumigación rociaron los campos con napalm para
eliminar los cultivos, destruir la base agrícola y obligar a los campesinos vietnamitas a trasladarse. Los
helicópteros utilizados en la guerra poseían una potencia de fuego mayor que la de cualquier avión caza
de la Segunda Guerra Mundial.
LA OPOSICIÓN A LA GUERRA
En Estados Unidos, la creciente disconformidad con la guerra de Vietnam comenzó a manifestarse en
los campus universitarios, en el envío de petitorios y cartas al Congreso, protestas en los centros de
reclutamiento, en bases del ejército y en los puertos de partida a Vietnam (San Diego y San Francisco,
en California). En 1970, cuando el presidente Richard Nixon comenzó la invasión a las fronteras de
Camboya, desencadenó una nueva ola de protestas en Estados Unidos.
El movimiento de oposición y la huelga general en los colegios y universidades sacudieron al gobierno
con la mayor manifestación estudiantil de toda la historia norteamericana. La canción de John
Lennon, Dale una oportunidad a la paz (Give peace a chance), se convirtió en el himno de una
generación que se opuso a la guerra. Pero la expresión más clara de desacuerdo fue la deserción y la
resistencia al reclutamiento. Los jóvenes que se negaban a ir a Vietnam huían a Canadá o a Europa, o
quemaban sus tarjetas de reclutamiento públicamente. Así, unos 500.000 se convirtieron en
transgresores de la Ley del Servicio Militar al no alistarse (una forma de desobediencia civil), como el
campeón mundial de boxeo Muhammad Alí. Recién fueron amnistiados en 1977, durante la
Presidencia de Jimmy Carter. Cientos de jóvenes que regresaron de la guerra se pusieron al frente de
las protestas pacifistas y optaron por la devolución simbólica de sus medallas en el Capitolio. Otro
tanto ocurría en Vietnam: la desmoralización de las fuerzas inmovilizadas en los pantanos, que
enfrentaban las enfermedades, las selvas desconocidas y la hostilidad de las poblaciones, también se
manifestó en la deserción, en el consumo creciente de drogas (el 25 por ciento de las tropas
estadounidenses utilizaba heroína) e incluso en el asesinato de oficiales impopulares. Durante la guerra
murieron casi 60.000 norteamericanos.
La guerra de Vietnam fue la primera televisada (living room war), una guerra librada "en directo" en
todos los hogares de Estados Unidos. Algunos han interpretado que el papel de la televisión y su
cobertura hasta el punto de saturación hizo que la opinión pública adoptara una postura antibélica. Este
precedente sería una de las razones por la que los medios sufrieron una estricta censura militar durante
conflictos posteriores, como la guerra del Golfo.
Con la impopularidad creciente de la guerra, durante su Presidencia, Richard Nixon afirmó que
retiraría progresivamente el apoyo que le daba al gobierno de Saigón, para que éste se hiciera cargo de
su guerra contra Vietnam del Norte (lo que se denominó "vietnamización" del conflicto), y que
regresarían gradualmente las tropas norteamericanas al país. La ayuda estadounidense se limitaría a la
aviación, la marina y al sostén financiero o político del gobierno de Vietnam del Sur. Lo concreto fue
que, en 1972, Nixon intensificó los bombardeos a las ciudades de Vietnam del Norte, con resultados
devastadores. Mientras, su representante Henry Kissinger participaba de negociaciones de paz en
París. En enero de 1973, las cuatro partes involucradas en la contienda los gobiernos de Vietnam del
Norte, Vietnam del Sur, Estados Unidos y el Vietcong (como gobierno provisional revolucionario)
acordaron el final del conflicto. Sin embargo, la guerra continuó, aunque con menor cantidad de tropas
estadounidenses, hasta que en 1975 el ejército del Norte y la guerrilla vietnamita entraron en la ciudad
de Saigón (rebautizada con el nombre de Ciudad Ho Chi Minh). En 1976 el país se unificó bajo el
nombre de República Socialista de Vietnam.
LA PROTESTA DE LA COMUNIDAD NEGRA EN LOS ESTADOS UNIDOS
Los "años dorados" de los que disfrutaron las clases media y alta norteamericana al terminar la
Segunda Guerra, con la prosperidad económica y el boom del consumo, no se hicieron extensivos a la
comunidad negra. Sus oportunidades de empleo estaban relegadas, y la mayoría negra vivía en los
estados sureños, donde regía la política de segregación racial; la alternativa era emigrar a las grandes
ciudades del norte y concentrarse en los guetos. Sólo para cuestiones bélicas, el gobierno había tomado
medidas generales: en 1941 Franklin D. Roosevelt prohibió la segregación racial en las industrias de
guerra, y durante la guerra de Corea, su sucesor Harry Truman tomó las primeras medidas contra la
segregación de los afroamericanos en el ejército y en la marina.
En esas décadas, las fronteras de clase y la condición racial coincidían trágicamente en los Estados
Unidos: 9 de cada 10 miembros de la población negra -unos 22 millones- pertenecían a la clase obrera
y constituían una minoría racial segregada, incluso en los sindicatos. Sin calificación profesional,
ocupaban los trabajos más duros y menos remunerados, principalmente en el sector servicios
(ascensoristas, camareros, barrenderos, porteros, servicios postales, etc.). El malestar de la comunidad
negra se manifestó a través de los crecientes disturbios raciales y en la conformación de movimientos
masivos de protesta que se desarrollaron durante las Presidencias de Kennedy, Johnson y Nixon.
LA SEGREGACIÓN RACIAL SUREÑA
En todos los estados del Sur el racismo estaba institucionalizado. La doctrina "iguales, pero separados"
aprobada por la Suprema Corte en 1896, legalizaba la separación de los servicios públicos para negros
y blancos e imponía una segregación obligatoria. Los estudiantes negros no eran admitidos en las
escuelas para blancos y los que deseaban continuar sus estudios tenían restringido el ingreso a las
universidades. En 1954 una disposición de la Corte Suprema estadounidense estableció la integración
escolar, pero esta medida no tuvo ningún efecto en los estados sureños. El sistema de las escuelas
segregadas para negros, ni siquiera respondía al principio de "iguales pero separados" ya que no
aseguraban la misma calidad que las instituciones educativas para blancos.
Contaban con menos fondos e instalaciones, y estaban superpobladas. La separación era estricta en los
transportes urbanos (sólo podían utilizar los asientos de atrás de los autobuses) y en los
vagonesrestaurantes del ferrocarril. En los edificios públicos, los ascensores y lavamanos tenían
carteles que indicaban su uso exclusivo para blancos o negros. En las viviendas era usual que los
contratos de alquileres urbanos y de compra de propiedades tuvieran cláusulas racistas. Los comercios,
cafeterías, bares y bibliotecas públicas indicaban la exclusión de los negros con letreros que
estipulaban "blancos solamente". También las iglesias sureñas eran segregadas.
Estas expresiones de protesta activaron la acción del Ku Klux Klan que defendía la supremacía blanca
sureña. En el verano de 1964, fueron asesinados tres jóvenes del Movimiento por los Derechos Civiles,
hecho que conmocionó a la comunidad negra.
Sin duda, Martín Luther King fue la figura más respetada del movimiento negro; mantuvo audiencias
privadas con los presidentes Kennedy y Johnson, y en 1964 recibió el Premio Nobel de la Paz. Tenía
una visión optimista acerca de la posibilidad de la convivencia racial en la sociedad norteamericana;
defendió la integración escolar, residencial y laboral. Interpretaba que la cuestión racial era un
problema jurídico y que a través del Congreso y la reforma legislativa la comunidad negra obtendría
iguales derechos. En 1964 se debatió la Ley de Derechos Civiles que prohibía la discriminación racial
en los lugares públicos. La iniciativa contó con el apoyo del presidente Lyndon Johnson, quien designó
al primer juez negro de la Corte Suprema.
King se pronunció en contra de la guerra de Vietnam, padeció frecuentes detenciones y varios
atentados, y fue asesinado por un hombre blanco en 1968. Su muerte desató una ola de disturbios e
incendios en los guetos negros de todo el país.
En la década de 1960, los movimientos de protesta de la comunidad negra se extendieron, de los
estados sureños a los guetos de las ciudades del norte. La etapa de la resistencia pacífica parecía llegar
a su fin.
El 22 de marzo de 1968, los estudiantes de Ciencias Humanas de la Facultad de Nanterre invadieron las
oficinas de la dirección pidiendo por su derecho a celebrar reuniones políticas y por la modernización
de los planes de estudio. Así nació lo que se llamó Movimiento 22 de marzo, fundado por Daniel Cohn
Bendit, más conocido por el seudónimo de Dany el Rojo, un estudiante anarquista de nacionalidad
alemana. Los jóvenes de Nanterre hablaban de la universidad como de un lugar arcaico, alejado de la
realidad política y social, y se negaban a colaborar con el orden gaullista.
La rebelión de Nanterre llegó a París. En la Universidad de la Sorbona, comenzaron a celebrarse
reuniones presididas por Dany el Rojo. El gobierno ordenó entonces a la policía ocupar el Barrio
Latino (donde se encuentra la Sorbona), para obligar a los estudiantes descontentos, mediante el uso de
la fuerza, a retirarse de la universidad. Pese a ello, la protesta, con sorprendente celeridad, se extendió a
gran parte del estudiantado francés, que adoptó una actitud combativa.
Se produjeron los primeros enfrentamientos, y se construyeron las primeras barricadas. Cientos de
automóviles fueron quemados por los estudiantes para neutralizar el efecto de los gases lacrimógenos
arrojados por la policía. En tanto, los obreros de las principales fábricas y de los centros laborales del
país declararon la huelga general en solidaridad con los estudiantes, ignorando a las organizaciones
sindicales que calificaban a los estudiantes de agitadores y aventureros.
Fue el filósofo alemán Herbert Marcuse (1898-1979) el que proveyó al estudiantado francés las ideas
centrales que enarbolaron como exigencias no negociables. Entre sus obras más difundidas, escritas por
esos años, se encuentran Eros y civilización (1955) y El hombre unidimensional (1964). Basándose en
las ideas de Karl Marx y de Sigmund Freud, Marcuse consideraba al hombre contemporáneo como una
víctima de la sociedad represiva de los países capitalistas de avanzada industrialización.
GRAFFITI
Mientras tanto, en las paredes nacía una nueva forma de expresión cultural: el graffíti, es decir, la
pintada callejera. Los graffiti adornaron las calles de París junto a los retratos del Che Guevara, Mao
Tse -tunq, el Marqués de Sade y Lord Byron. Sus contundentes frases dejaron bien claro qué pretendían
sus autores:
••• La libertad no es un bien que poseemos. Es un bien del que gracias a las leyes, los reglamentos, los
prejuicios y la ignorancia, nos hemos vistos despojados.
••• Abramos las puertas de los manicomios, de las prisiones y de otras Facultades.
••• Nó acepten más que los matriculen, fichen, opriman, requisen, prediquen, empadronen, acosen.
Se hizo evidente que la realidad desbordó las intenciones iniciales del movimiento y que lo fue
llevando a un callejón sin salida. Perdido gran parte del consenso social, la habilidad del general De
Gaulle hizo el resto. Aceptó la justicia de todos los reclamos y dijo que él sería el principal impulsor de
la reforma. En junio de 1968, llegó a prometer que habría participación obrera en las empresas.
Inmediatamente, convocó a elecciones legislativas y propuso un referéndum para el año siguiente. Un
electorado asustado por todos los episodios vividos le dio al general una amplia mayoría, por lo que se
dio por concluido el episodio.
Los diarios de gran tirada combatieron con energía la protesta estudiantil y obrera. Robert Escarpit
escribió en Le Monde: Cuando, dentro de 10 ó 20 años, Daniel Cohn Bendit y sus amigos sean
decanos, rectores, ministros […] deseo que se enfrenten con las revueltas de sus propios alumnos con
tanta moderación como la que se está mostrando hoy en Nanterre. A su vez, Jean Papillon, en Le Figaro
preguntaba: ¿Estudiantes, esos jóvenes?, son más bien carne de correccional que de universidad.
LA PRIMAVERA DE PRAGA
Checoslovaquia fue siempre un país de ubicación estratégica para el control de Europa central. Durante
siglos dominados por los Habsburgo, el pueblo checo quedó incluido dentro del Imperio Austríaco
(luego, Imperio austro-húngaro), que por contener comunidades de distinto origen, lengua y cultura,
fue llamado el Imperio de las Nacionalidades. Con la derrota de Austro-Hungría al terminar la Primera
Guerra Mundial, se constituyó la República de Checoslovaquia, ocupada, posteriormente por los nazis
entre 1938 y 1945.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el territorio checo quedó dividido en dos. Una parte fue
ocupada por tropas norteamericanas; la otra, por soviéticas. Los Estados Unidos y la Unión Soviética
arribaron a un acuerdo por el cual el ex presidente Benes (que había ejercido la primera magistratura
antes de la dominación alemana) re tomaba su cargo. Sin embargo, el 2 de febrero de 1948, el partido
comunista checo dio un golpe de Estado y llegó al poder.
De este modo, Stalin completó el control de Europa central, creando un sistema de estados comunistas
en la región que le servían de muralla defensiva ante una eventual agresión del mundo occidental. De
estos estados: Polonia, Hungría, Yugoslavia, Bulgaria, Albania, Rumania, Checoslovaquia y la futura
Alemania Democrática (Alemania Comunista, constituida entre 1949 y 1955), los dos últimos eran, sin
duda, los de mayor peso político y económico, por poseer un importante desarrollo industrial.
Desde 1948 (cuando, con la dirección de Klement Gottwald, los comunistas tomaron el poder) hasta
1962 (en que se celebró el XII Congreso del Partido Comunista Checoslovaco), los comunistas checos
aceptaron, sin demasiadas objeciones, la tutela de Moscú. En los años 60, la situación varió. Durante
esa década, comenzaron a manifestarse las corrientes liberales que explotaron en enero de 1968,
cuando se inició un proceso político que conmovió al comunismo y al mundo, que se conoce como la
primavera de Praga. El impulsor de un programa de reformas que pretendió redefinir el comunismo en
Checoslovaquia fue Alexander Dubcek. Este dirigente comunista, hijo de un militante del partido,
realizó su carrera política en Moscú, y en enero de 1968, accedió a la Secretaría General del Partido
Comunista Checo. Dubcek no hizo otra cosa que liderar un proceso que pretendía acentuar la
autonomía de Checoslovaquia. Muchos fueron los checos que lo acompañaron en las reformas
económicas y sociales adoptadas, y en el levantamiento de la fuerte censura que pesaba sobre los
medios de comunicación. Este proceso se acentuó a partir de abril (1968) cuando el Partido Comunista
Checo aprobó un nuevo Programa de Acción. Dirigentes de los viejos partidos políticos, encuadrados
en el Partido Comunista Checo (que actuaba como partido único, ya que no estaba permitida la
pluralidad política) reaparecieron, así como escritores y periodistas castigados y olvidados recuperaron
protagonismo. Inicialmente Moscú procuró, mediante concesiones, evitar que el Partido Comunista
Checo se fracturara, aunque pronto cambió de táctica, y acusó a los checos de contrarrevolucionarios y
de preparar un golpe contra el socialismo.
Dubcek intentó buscar apoyo en los líderes del comunismo europeo menos dependientes, invitando a
Praga, a Tito de Yugoslavia y Ceausescu de Rumania. Pese a todos los esfuerzos de los dirigentes
checos, el 20 de agosto los tanques soviéticos invadieron el país. La Unión Soviética no podía tolerar
que la experiencia checa quedara sin castigo si aspiraba a evitar que se reprodujera. Seiscientos mil
soldados ocuparon Checoslovaquia. Hubo resistencia pasiva, los carteles indicadores fueron cambiados
para confundir a los invasores, algunas emisoras clandestinas se hicieron oír; aunque, ante la evidente
desigualdad de recursos, el pueblo checo no presentó batalla para evitar una masacre. La derrota del
proceso político de Dubcek se efectuó rápidamente. Las reformas económicas fueron anuladas y la
censura, restablecida. El Partido fue depurado y Dubcek destituido como Secretario General en abril de
1969.
Pese a su derrota, la primavera de Praga dejó huellas profundas. El régimen comunista imperante en
Europa, modelo y referente de numerosos comunistas, socialistas y militantes progresistas del mundo
occidental, mostró una faceta poco conocida y oscura.
La rebelión checoslovaca de 1968, que pedía democracia e independiente sin abandonar los postulados del socialismo, fue
aplastada por los tanques soviéticos.
CRISIS Y REESTRUCTURACIÓN DEL SISTEMA CAPITALISTA
A partir de 1973, la crisis del petróleo reavivó los temores producidos por el recuerdo de la crisis del
30. Ante la caída de la producción, del consumo y del crecimiento económico en general y frente a la
reaparición de altos porcentajes de desocupación, el aumento de la pobreza y la inestabilidad de las
variables económicas, se prefirió hablar de recesiones menores y momentáneas.
Las causas de esta grave crisis, que se prolongó hasta la década del noventa, fueron explicadas de
diferentes formas: por la crisis del petróleo (aumento del precio de dicho producto), por los avances
tecnológicos que provocaron desocupación y hasta por la creencia de que los salarios habían
aumentado demasiado. Es decir, se trató de una crisis provocada por el funcionamiento del propio
sistema capitalista: después de más de veinte años de crecimiento sostenido se produjo un
estancamiento y los empresarios -para no dejar de ganar tanto- transfirieron la disminución de sus
ganancias a los otros sectores de la sociedad: los trabajadores, el Estado, etc. La crisis fue causada por
la propia estructura del sistema, influida por causas coyunturales, como las mencionadas anteriormente.
Otro país que se benefició con la crisis fue la URSS, ya que contaba con grandes reservas de petróleo
que exportaba con enormes ganancias. Desgraciadamente, gran parte de esos beneficios fueron
utilizados para la carrera armamentista. La crisis del petróleo sirvió como justificativo para explicar la
depresión económica de los setenta y los ochenta, y culpar a los países integrantes de la OPEP de la
misma.
EL NEOLIBERALISMO Y EL FUNDAMENTALISMO DEL MERCADO
Frente a la crisis iniciada en 1973, producto de la disminución de las tasas de ganancias de las grandes
empresas, se empezaron a cuestionar las ideas keynesianas de intervencionismo estatal. El Estado,
según los críticos, gastaba demasiado y era eso lo que generaba la crisis, por lo tanto había que
reducirlo. El keynesianismo aseguraba que frente a la crisis había que seguir aumentando el poder
adquisitivo de la gente para aumentar el consumo y la producción, y por lo tanto, mantener el pleno
empleo, aunque eso generara una inflación controlada y disminuyera las tasas de ganancias de los
industriales. Los neo liberales decían que el aumento de las ganancias era el único motor de la
economía y por lo tanto se debían reducir los costos volviendo al liberalismo tradicional con la
reducción del Estado, disminución de los salarios y eliminación de los puestos de trabajo innecesarios.
En el enfrentamiento entre ambas tendencias contrapuestas triunfaron los neoliberales.
EL MONETARISMO
El monetarismo fue una de las expresiones neoliberales para afrontar la crisis de los setenta. A pesar de
defender la libertad en sus postulados teóricos, fue aplicado por primera vez bajo la sangrienta
dictadura militar de Augusto Pinochet, en Chile, a partir de 1973. El modelo, que tuvo su origen en la
Escuela de Chicago, limitaba el papel del Estado a la emisión de moneda y al control de la oferta de
dinero, y renunciaba a todo papel de intervención económica. Por lo tanto, el crecimiento de la
economía del país pasaba a depender enteramente de la actividad privada.
El papel del Estado, protagónico en los años de mayor crecimiento de la economía mundial
(19501973), pasaba a un segundo plano produciendo consecuencias sociales, como el crecimiento de la
desocupación, el abandono de las coberturas sociales, etcétera. Dicha política puso la economía al
servicio del mantenimiento del equilibrio de las variables económicas, en desmedro de su verdadero
objetivo que era el de mejorar las condiciones de vida de los seres humanos.
LA EXPERIENCIA DE MARGARET THATCHER Y RONALD REAGAN
Siguiendo la tendencia neoliberal, Inglaterra inició con los gobiernos de la primer ministro Margaret
Tatcher (1979-1990) una serie de reformas que propiciaron el renunciamiento del Estado a intervenir
en los problemas económicos y sociales. Privatizaciones, disminución de prestaciones sociales y del
empleo público fueron algunas de las medidas adoptadas por el gobierno. Mientras los despidos, la
reducción de los salarios y el empeoramiento de las condiciones de trabajo fueron aplicadas por el
sector privado. La fuerza de los sindicatos disminuyó frente a la crisis y a la pasividad del Estado.
Inglaterra recuperó su economía, pero con el costo de tener el mayor desempleo de su historia. A este
modelo, donde prevalecía el mejoramiento de las variables económicas sobre las condiciones de vida,
pronto se lo conoció como "thatcherismo", cuando en realidad se volvía al capitalismo clásico.
En los Estados Unidos, bajo la administración de Ronald Reagan (1980-1988) se aplicó un modelo
similar. Sin embargo, dado el poderío económico de este país, si bien aumentó la desocupación y gran
cantidad de pequeñas y medianas empresas cerraron, las peores consecuencias recayeron sobre los
países de su área de influencia, como los de América latina.
A pesar de la defensa de la libertad de mercados, propugnada por los Estados Unidos y Gran Bretaña,
ambos mantuvieron estrictos controles aduaneros para proteger sus producciones, cayendo en una
contradicción que fue cuestionada por los otros países que se vieron afectados.
A comienzos de la década de los 80 la situación cambió y se tornó cada vez más desfavorable para la
URSS. Ya en 1977, la situación en el Cercano Oriente había sufrido un vuelco espectacular, cuando el
presidente egipcio Sadat, olvidando las buenas relaciones que su antecesor Nasser había mantenido
con la Unión Soviética, buscó un acercamiento con los Estados Unidos y un año después firmó los
acuerdos de Camp David, comenzando una política de entendimiento con Israel.
Por la misma época, el socialismo reapareció en distintos países europeos, e incluso llegó al gobierno.
Así lo hicieron Mario Soares en Portugal (1976); Francois Mitterrand, en Francia (1981) y Felipe
González, en España (1982). Sin embargo, el hecho de que fueran electos partidos socialistas no
significaba el triunfo del comunismo. Dentro del comunismo europeo comenzó a expresarse una fuerte
división. Algunos de sus partidos anunciaron la intención de maniobrar independientemente de Moscú.
Sin embargo, esto no era lo peor. El más agudo problema se encontraba en una economía que, lejos de
alcanzar a la estadounidense, acentuaba aún más su retraso, y en una política social que en lugar de
avanzar hacia un distribucionismo más equitativo, como correspondería a un régimen comunista,
profundizaba las desigualdades entre el trabajador común y el gran dirigente soviético.
Como contracara del escaso dinamismo de la economía soviética, hacia comienzos de 105 70, en los
Estados Unidos y en Occidente estalló la revolución informática. En el Sillicón Valley (Valle del
Silicio, California), en 1971, la Compañía norteamericana Intel fabricó el primer procesador. Cuatro
años después, los microprocesadores aparecieron en el mercado. En 1979, los chips (microprocesadores
que redujeron el tamaño de los ordenadores) almacenaban 10 mil palabras, años más tarde contenían
100 mil palabras, la longitud de una novela formal. Norteamericanos y japoneses comenzaron a trabajar
en la producción de chips que guardaran hasta un millón de palabras, es decir, el contenido de una
pequeña enciclopedia. En 1982, la revista norteamericana Time dedicaba una de sus portadas al
ordenador personal, al que calificaba de máquina del año. Años después el parque mundial de
computadoras personales alcanzaba valores que excedían los billones de dólares, La telecomunicación
al vincularse a la informática dio lugar al nacimiento de la telemática. Esta introdujo una revolución
cualitativa en el campo de las nuevas tecnologías. Ya durante la década de los 80, los usuarios, a través
de servicios canalizados por redes de telecomunicación comenzaron a dispones de información
archivada en bancos de datos. Estos avances tecnológicos llevaron a la aparición del robot, y con él se
introdujo la robotización de la industria del automóvil. En 1983, se estimaba que había instalados 30
mil robots en el mundo, de los cuales 13 mil estaban en Japón.
Reagan duplicó el presupuesto militar norteamericano en la primera década de los 80, e impuso un
programa de alta tecnología al que denominó guerra de las galaxias. Este programa exigió a la URSS
la realización de un gran esfuerzo económico y militar que la misma no estaba en condiciones de
atender.
Pese a esta situación amenazadora, la economía soviética no daba señales de reacción. Durante los 80,
presentaba signos indisimulables de tercermundización, es decir, de una economía donde las ventas de
materias primas son mayores que las de manufacturas. Hacia 1982, el total de exportaciones soviéticas
de productos manufacturados y maquinaria alcanzaba sólo el 13 %, siendo el resto materias primas,
productos energéticos y vodka. En noviembre de 1982 murió Brezhnev y fue sucedido por Yuri
Andropov como nuevo Secretario General del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) y
presidente del Soviet Supremo. La URSS presentaba la imagen de una sociedad bloqueada que requería
soluciones inmediatas y efectivas. Los sucesores de Breznev, el citado Andropov y Konstantin
Chernenko, nada hicieron para mejorar la situación. Fue Mijail Gorbachov quien, a partir de 1985,
cambió definitivamente el rumbo. Inmediatamente después de ser designado Secretario General del
PCUS, lanzó su nueva política: la perestroika y la gladnost, con la primera enunció la modernización
de la economía y la sociedad soviética, con la segunda prometió transparencia informativa. En menos
de un año, Gorbachov logró remover no sólo el gobierno y algunas administraciones locales, sino el
mismo Poltiburó (principal Comité Ejecutivo del Partido Comunista de la URSS). Sin embargo, el
desafío mayor era sacar a la URSS del aislamiento. La economía soviética no podía permanecer en lo
que Gorbachov denunció como era de estancamiento. No era sencillo modificar, en profundidad, el
régimen de vida de los soviéticos. Una gran parte del pueblo se sentía cómodo con un sistema que les
proporcionaba un subsistencia garantizada y una seguridad social, de niveles modestos pero ciertos,
una sociedad igualitaria social y económicamente, exceptuando los privilegios de la alta dirigencia del
partido.
Afannassiev, un dirigente reformista soviético explicó las dificultades que enfrentó la perestroika de la
siguiente forma: Nuestro sistema ha generado una categoría de individuos mantenidos por la sociedad y
más interesado en tomar que en dar. Esta es la consecuencia de una política llamada de igualitarismo
que […] ha invadido totalmente la sociedad soviética […] Esta sociedad está dividida en dos partes, los
que deciden y distribuyen, y los que obedecen y reciben, lo que constituye uno de los mayores frenos al
desarrollo de nuestra sociedad. El Homo Sovieticus [. .. } es, a la vez, un lastre y un freno. Por un lado
se opone a la reforma, y por otro, constituye la base de apoyo del sistema existente.
Gorbachov calificó de estancamiento la era de Brezhnev, pero eran muchos los que pensaban lo
contrario, y la recordaban como una de las mejores épocas en las que habían vivido. Por lo tanto la
perestroika no enfrentó sólo la resistencia de la burocracia soviética sino, también, la de gran parte del
pueblo. Gorbachov y su equipo diagnosticaron que el estancamiento era producto del aislamiento, y por
ello apuntaron a establecer un régimen de libertades que facilitara el contacto de los ciudadanos de la
URSS con otras culturas y países del mundo. La renuncia al uso de la fuerza por parte de la URSS
debilitó la dominación soviética en Europa del Este. Entre agosto y septiembre de 1989, en
Checoslovaquia y Hungría, miles de jóvenes y profesionales emigraron hacia Alemania Occidental
ante la pasividad de sus respectivos gobiernos. Al poco tiempo se sumaron al éxodo los alemanes del
este.
En realidad, hacia los años 80, en los países desarrollados de Occidente había comenzado la revolución
científico-tecnológica y el mundo se intercomunicaba cada vez más. Era evidente que la URSS y los
países del bloque comunista, si pretendían rivalizar con ellos, no debían continuar con su economía
centralizada, donde todas las decisiones eran adoptadas por un pequeño grupo de dirigentes radicados
en Moscú, lejos de los centros de producción de la inmensa Unión Soviética. Pero, otorgar poder de
decisión a los dirigentes regionales, otorgarle mayor rango y fuerza a la economía que a la política, era
debilitar al partido comunista y a sus dirigentes. El régimen soviético se había mantenido gracias al
monopolio del poder político por parte del partido comunista, a la vigilancia y la coacción. Se corría el
riesgo de colapsar a la URSS por pretender recuperar la economía, que fue lo que finalmente ocurrió.
La caída del Muro de Berlín en 1989, el abandono de Afganistán en 1990, la revisión de la doctrina
partidaria propuesta, en 1991, por el mismo Gorbachov, al desconocer el papel del PCUS como único
representante de la clase trabajadora soviética, y el reemplazo de la URSS por una Comunidad de
Estados Independientes en 1992 constituyen las fases finales, y en cierto modo previsibles, de esta
historia.
Alentados por las reformas de Gorbachov, a partir de octubre de 1989 proliferaron en Alemania
Oriental los movimientos de protesta contra el régimen comunista de Erich Honecker. Miles de
ciudadanos optaron por abandonar el país por las fronteras, recientemente abiertas de Hungría y
Austria, mientras otros miles continuaban la resistencia a través de huelgas y manifestaciones que
culminaron en noviembre con una enorme concentración de 2 millones de personas que se fueron
acercando al muro de Berlín y comenzaron a derribarlo. El 9 de noviembre el gobierno permitió la libre
circulación entre las dos Alemanias. La caída del Muro de Berlín, inaugurado en agosto de 1961 con el
fin de evitar el éxodo de la población de Berlín oriental hacia occidente, era todo un símbolo del
derrumbe del bloque comunista.
El 31 de diciembre de 1991 se creó la CEI (Comunidad de Estados Independientes) formada por Rusia,
Ucrania, Belarús, Kazajstan, Kirguizistán, Tayikistan, Turkmenistán, Uzbekistán, Armenia, Azerbaiyán
y Moldavia. Quedaron afuera Georgia, Lituania, Letonia y Estonia. Sin embargo, el colapso económico
y los conflictos étnicos, llevaron, en 1992, a la creación de una nueva organización política: la
Federación Rusa.
Con el triunfo de los postulados neoliberales, comenzó a mediados de los 70 en todo el mundo la crisis
del Estado benefactor tal como había sido concebido por Keynes, es decir, interviniendo activamente
en la economía, no sólo como ente controlador, sino como generador y distribuidor de riqueza. Esta
situación hacía que los presupuestos estatales fueran muy elevados, lo cual fue muy criticado por los
economistas, cuando a partir de 1973, disminuyeron las ganancias de las grandes empresas, debido a
que el ritmo de crecimiento del mercado no podía ser infinito y sufría altibajos. Creyeron encontrar en
la reducción de los gastos del Estado la solución a la crisis.
A partir de entonces, los Estados, sobre todo desde los años 80, comenzaron a aplicar planes de ajuste,
y recortes presupuestarios en áreas como salud y seguridad social, generando como principal
consecuencia el aumento de la desocupación, ya que a los despidos producidos por el propio Estado, se
sumaban los de las empresas privadas que soportaban la baja de sus ventas por la disminución del
poder adquisitivo de los trabajadores.
Otra consecuencia de esta política fue la privatización de todas las áreas que hasta ese momento
pertenecían al Estado, como así también la suspensión o el cierre de servicios que, si bien cumplían una
importante función social o de desarrollo, dejaban de funcionar por ser deficitarios económicamente,
como por ejemplo los transportes o servicios educativos y sanitarios.
Con el desmantelamiento del Estado de bienestar y su papel regulador de las relaciones entre
trabajadores y empresarios, los sindicatos perdieron su poder negociador ante las medidas neoliberales.
El empobrecimiento de los trabajadores, el cierre de empresas y la creciente desocupación, obligaron a
los que estaban en actividad a aceptar las nuevas condiciones de "flexibilización'' laboral. Éstas
consistían en la reducción de los salarios o el empeoramiento de las condiciones de trabajo de los
obreros para disminuir el costo del trabajo y así poder mantener o mejorar el nivel de ganancias de los
empresarios.
Excusados en que los gastos del Estado generaban inflación, se aplicaron tremendos ajustes que
terminaron con la combatividad de los trabajadores, que aceptaban cualquier reducción ante la
posibilidad de perder su empleo. Por otra parte, la alta tecnificación de la industria trajo, entre otras
consecuencias, la mayor especialización de obreros y empleados con trabajo relativamente estable,
pero generó además de una gran desocupación, un tipo de trabajador en condiciones de suma
inestabilidad laboral, con trabajos sencillos y temporales.
Un papel destacado tuvieron las organizaciones ecologistas, que con su constante denuncia y accionar
contra las empresas que dañaban el medio ambiente y los gobiernos que lo permitían, lograron
concientizar a gran parte de la población mundial, del peligro que significaba no cuidar el planeta.
También, sobresalieron los grupos defensores de las minorías discriminadas por razones étnicas,
religiosas, sexuales, etc. Organizaciones defensoras de los derechos de los indígenas, de la igualdad de
la mujer o contra la discriminación a los portadores del Sida, a los homosexuales o a los
discapacitados, cumplieron un destacado papel de lucha que transformó en muchos aspectos el
comportamiento de la sociedad.
EL FIN DE LA HISTORIA
Durante los años de crecimiento económico sostenido (1950-1973), la diferencia entre los países
desarrollados (norte) y los subdesarrollados o en vías de desarrollo (sur), aumentó. Pero durante los 60,
la instalación de industrias multinacionales en América latina y Asia, buscando mano de obra barata y
transfiriendo tecnología en desuso, permitieron a algunos países un importante crecimiento.
A pesar de las crisis y los cambios de modelos económicos, durante los años 80 y 90, el norte, aunque a
un ritmo más lento, siguió creciendo. El sur, en cambio, no sólo dejó de crecer sino que con el
desmantelamiento de industrias y con la caída de los precios de las materias primas, aumentó su
pobreza.
Algo similar ocurrió en Argentina: Carlos Menem fue reelecto y dio continuidad al plan de reformas
que tuvieron también como clave la privatización, la apertura económica, la flexibilización de las
relaciones laborales y la paridad cambiaria (un dólar, un peso). La medida fundamental impulsada por
casi todos los gobiernos democráticos latinoamericanos fue la denominada reforma del Estado, que
implicó el desmantelamiento del Estado populista a través de privatizaciones de empresas públicas y
una reforma política que adaptó las transformaciones del capitalismo central al Estado Nacional de los
países periféricos. Por eso, la reforma contempló medidas de apertura económica y planes de ajuste
fiscal tendientes a reducir gastos del Estado considerados menos importantes para el desarrollo del
país. Esta reforma produjo, a su vez, cambios en los dos elementos constitutivos del Estado: los
habitantes y el territorio.
Un importante sector de la población -sobre todo los más vulnerables: mujeres, niños, ancianos,
trabajadores no calificados, etc- sufrieron un creciente empeoramiento en sus condiciones de vida, a
partir de que el Estado se retirara parcialmente de sus obligaciones básicas, como la educación, la salud
y la seguridad social. Pero, al mismo tiempo, se modificó la situación de los trabajadores incluidos en
el mercado, quienes fueron sometidos a las nuevas leyes laborales denominadas flexibles, y a
reducciones salariales que obligaron al doble empleo. Desocupación y sobreocupación son dos
consecuencias de las transformaciones socioeconómicas.
El territorio nacional también se modificó: fueron privatizadas áreas de infraestructuras (luz, gas, etc.)
a partir de lo cual hubo zonas que tendieron a desaparecer. Un ejemplo son los pueblos dónde dejó de
circular el ferrocarril, porque a los inversores privados no les era conveniente, o ciudades a las que por
no contar con bienes económicos rentables, el Estado dejó de aportarles presupuesto, quedando las
instituciones estatales (policías, jueces de paz, etc.) sin fondos para sustentarse.
En esas condiciones surgieron organizaciones campesinas en Bolivia, Paraguay, México y Brasil. Estos
movimientos reclaman la Reforma Agraria para que se entregue la tierra a quienes la trabajan, a sus
productores directos. El más significativo de ellos es el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin
Tierra (MST), que surgió en el sur y centro de Brasil, apoyado por algunas comunidades religiosas, y
se extendió a todo el país. El Movimiento de los Sin Tierra realiza su accionar en el marco de la
Constitución Nacional brasileña, que establece que la tierra sin cultivar puede expropiarse para causas
sociales. La mayoría de las veces, los terratenientes reaccionan con guardias privadas y los expulsan o
asesinan. A pesar de ello, ya más de 150 mil familias se han organizado en cooperativas agrícolas, y
continúan acampando y ocupando tierras a la espera de leyes que cumplan con la expropiación
constitucional.
EJE II: CONTEXTO LATINOAMÉRICANO
La prosperidad económica inglesa en esa época impulsó a los inversores británicos a ofrecer créditos
en los distintos países y a invertir en la producción minera. Fundamentalmente se estimularon las
relaciones con los distintos gobiernos latinoamericanos a través de tratados de amistad y comercio que
le otorgaba el trato de “nación más favorecida”, y significaba, para los comerciantes británicos, pagar
los mismos impuestos que los comerciantes locales. De este modo, el comercio ingles en América
Latina se incrementó rápidamente. Las nuevas repúblicas y también Brasil constituyeron mercados
ávidos para los tejidos de algodón ingleses y los préstamos. Además, las casas inglesas comenzaron a
comercializar los productos exportables, como cueros y tasajo en el Rio de la Plata, guano y salitre en
Perú, cobre en Chile y azúcar en Brasil.
A principios del siglo XIX, Gran Bretaña abandonó los mercados europeos -política reforzada en parte
por el bloqueo continental y por las guerras napoleónicas- y orientó sus exportaciones hacia el mundo
subdesarrollado. El imperio brasileño y las Provincias Unidas fueron ejemplos tempranos de esta
relación basada en el libre comercio.
En Buenos Aires, Bernardino Rivadavia fomentó toda actividad que proviniera de Europa, a quien
tenía como modelo a alcanzar. En 1822 se creó la Bolsa Mercantil, y luego el Banco de Descuentos -
que más tarde, bajo la presidencia de Rivadavia pasaría a ser el Banco Nacional, aunque sus
accionistas particulares respondían a los intereses extranjeros. El préstamo que se contrató con la firma
inglesa Baring Brothers & Co. -cuyos fondos se utilizarían para la modernización del puerto de Buenos
Aires, obras sanitarias y la fundación de pueblos en la campaña- originó la primera deuda externa
argentina, por un valor de un millón de libras (equivalentes a 5 millones de pesos). Sin embargo, de ese
monto se recibieron solo 570.000 libras, de las cuales apenas 57.400 eran en oro y el resto eran pagares
a descontar en Londres. Los comisionados que gestionaron el préstamo recibieron una inmensa
comisión; al cancelar la deuda en 1904, se habían abonado $23.734.706. México, Perú, Colombia y
Guatemala habían recibido préstamos similares y del mismo modo quedaron ligados a Gran Bretaña.
Este nexo mercantil y económico permite hablar de un neocolonialismo sustitutivo del antiguo
colonialismo español.
LA DOCTRINA MONROE
La Doctrina Monroe se sintetizaba en la expresión “América para los americanos”, que muchos han
traducido al castellano como “América para los norteamericanos”,
ya que los estadounidenses se denominan a sí mismos americanos.
EL “DESTINO MANIFIESTO”
Gran parte de las nuevas adquisiciones territoriales se obtuvieron con la conquista del Oeste, en esa
época en manos de los indios apaches, nava, hopi, sioux, cherokee, cheyenne, iroqueses, comanches, y
otros, que no fueron reconocidos como propietarios o ciudadanos norteamericanos sino confinados tras
el exterminio casi masivo- a territorios llamados reservas. El Estado vendió esas tierras a bajos precios
a particulares, colonos y compañías.
Otras regiones fueron compradas a las potencias europeas: Louisiana a Napoleón (Francia), en 1803,
Florida a España en 1819, y el vasto territorio de Alaska a los rusos, en 1867. La ocupación del medio
y lejano Oeste se produjo a expensas de los territorios indígenas y de México, es decir, por la fuerza.
Hacia 1840, tanto la prensa como los políticos expansionistas norteamericanos postulaban la tesis del
“destino manifiesto”, es decir la idea de que Estados Unidos estaba destinado a ser una gran nación
que terminaría dominando el continente de norte a sur. Afirmaban así su misión civilizadora sobre otros
pueblos, a los que consideraba insuficientemente preparados para autogobernarse. Esta idea se expresó
durante la campaña para la adquisición de Cuba. El presidente Polk presentó una oferta formal a
España para comprarle la isla por un valor de cien millones de dólares. El proyecto, que fue rechazado,
era impulsado fundamentalmente por los estados sureños en los cuales, al igual que en Cuba, la política
estaba en manos de los plantadores propietarios de esclavos.
Entre 1820 y 1860 Estados Unidos pasa a tener de 23 a 33 Estados, y su población se triplica; según el
censo de 1860, Estados Unidos contaba con una población de 31.440.000 habitantes, de los cuales
4.440.000 eran negros esclavos, concentrados en los Estados del sur.
El segundo intento para obtener Texas fue a través de un movimiento separatista de los texanos, que se
concretó por la fuerza en 1837. Esta actitud fue tomada como un acto de agresión por el gobierno de
México que, como respuesta, rompió las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos.
En 1845, Estados Unidos resuelve la incorporación de Texas como un nuevo Estado, después de una
larga campaña de prensa que justificaba la política expansionista. Previendo la reacción mexicana,
Washington envía un ejército a la frontera y pronto se declara la guerra. En 1846 los norteamericanos
desembarcaron tropas y ocuparon el puerto mexicano de Veracruz, luego avanzaron hacia la capital, la
ciudad de México. También desembarcaron en California y ocuparon Monterrey.
En 1848, México debió reconocer como límite septentrional el rio Grande. En el Tratado de Guadalupe
Hidalgo, firmado por ambos países, le cedió a los Estados Unidos todos los territorios al norte de ese
rio. Así, México perdió en esta guerra la mitad de su superficie: los actuales estados de Texas, Arizona,
Colorado, Nuevo México, Nevada, Utah y una parte de California.
Desde fines del siglo XIX, los intereses económicos estadounidenses tuvieron una gran expansión
sobre los países latinoamericanos, sobre todo en América Central y el norte de América del Sur. La
principal representante de este proceso fue la United Fruit Company, empresa multinacional de
capitales estadounidenses fundada en 1899. La compañía se dedicaba a la producción y
comercialización de frutas tropicales, especialmente bananas y ananás. Surgió a partir de una empresa
anterior, la Boston Fruit Company y se consolidó con la compra de tierras y empresas
comercializadoras locales. La compañía tenía plantaciones en Colombia, Costa Rica, Cuba, Jamaica,
Nicaragua, Panamá y la Republica Dominicana.
Para el transporte de sus productos, la United Fruit Company tenía una flota mercante conocida como
The Great White Fleet (“la Gran Flota Blanca”). Contaba con once barcos de vapor propios y utilizaba
además buques ajenos, que alquilaba. La compañía contaba también con líneas férreas exclusivas que
unían sus plantaciones con los puertos de exportación.
En las plantaciones se utilizaba mano de obra asalariada, que cobraba a destajo, es decir, según la
cantidad de fruta recolectada. Los trabajadores vivían en edificios de la compañía, dentro de la
plantación, por lo cual se les descontaba una parte del salario en concepto de alquiler. Dentro de las
plantaciones había además almacenes y tiendas, donde los trabajadores debían realizar sus compras de
alimentos, ropa y artículos de consumo. Los precios en estas tiendas eran altos, ya que eran
monopólicas. En muchos casos, los trabajadores no recibían su salario en dinero, sino mediante vales
de la compañía, que se utilizaban en las tiendas de la plantación.
El poder económico de la United Fruit Company se convirtió en influencia política sobre los gobiernos
de la región. En muchos casos también influyó sobre las autoridades estadounidenses para que
adoptaran presiones diplomáticas y militares en favor de sus intereses en la región. Así, se produjeron
intervenciones en Nicaragua en 1901 y 1912 y en la Republica Dominicana entre 1905 y 1909, las que
se repetirían luego a lo largo del siglo XX.
La Revolución
Mexicana
LOS COMIENZOS
El 5 de octubre de 1910, Francisco Madero, un rico
hacendado y político nacido en la región de Coahuila,
en el nordeste de México, lanzo al país un manifiesto
desde la ciudad de San Luis de Potosí. En el
denunciaba que el gobierno de Porfirio Díaz, que
conducía los destinos de México desde 1877, estaba basado en la violencia, en la corrupción y en el
fraude electoral.
Ese mismo año, Madero se había presentado en las elecciones generales como el candidato de la
oposición, pero, en medio de la campaña electoral, fue encarcelado y sus seguidores fueron censurados.
Asi, Díaz y sus hombres habían conseguido el triunfo. Para la oposición no había dudas: la victoria del
oficialismo se debía al engaño y a la persecución de los disidentes, y no a la voluntad del pueblo frente
a las urnas.
Por ello, aquel 5 de octubre, Madero dio a conocer, desde Texas (ciudad donde se había refugiado tras
su encarcelamiento), un plan en el que declaraba que las ultimas elecciones eran nulas y que el
asumiría como presidente provisional del país hasta los nuevos comidos. También anuncio que era
preciso revisar ciertas disposiciones legales que habían sido impuestas por el régimen de Porfirio Díaz
y que le habían permitido cometer gran cantidad de abusos. Pero su plan no podía llevarse a cabo
pacíficamente: era imposible pensar que el gobierno accedería a reflexionar sobre sus propios abusos.
Por lo tanto, Madero hizo la siguiente convocatoria: “El 20 de noviembre, todos los ciudadanos de la
Republica deberán tomar las armas para echar las autoridades que actualmente gobiernan”.
Su plan -que recibió el nombre de la ciudad desde la cual fue lanzado- recorrió el territorio mexicano.
Y si bien ese 20 de noviembre no sucedió demasiado, en distintos puntos de México, campesinos,
trabajadores y miembros de las clases medias se preparaban para levantarse contra el poder central.
Los primeros alzamientos se produjeron en Chihuahua, en el norte del país, liderados por Pancho
Villa. A comienzos de 1911 se sumó el sur, cuando, desde Morelos, los campesinos, encabezados por
Emiliano Zapata, también decidieron sublevarse. Así, con el objeto de acabar con el poder de Díaz se
inició la Revolución Mexicana.
EL PORFIRIATO: CONSOLIDACIÓN ESTATAL Y MODERNIZACIÓN ECONÓMICA
Para comprender por qué se produjo la revolución en México, es necesario analizar los profundos
cambios que vivió ese país desde que Porfirio Díaz, un militar nacido en la región de Oaxaca, asumió
el Poder Ejecutivo en 1877. Durante su gobierno (1877-1880 y 1884-1911), México se consolidó como
una nación unificada, después de más de medio siglo de convulsiones internas, golpes de Estado,
invasiones extranjeras y luchas civiles prolongadas. Para mantener la paz social y desarrollar una
modernización basada en una economía liberal, Porfirio Díaz impuso un régimen político
autoritario, asentado en un férreo control político que limitó las libertades individuales y acotó las
posibilidades de muchos para participar en política. De hecho, serian estas las características
principales del ciclo iniciado con sus ascenso al poder hasta su caída en 1911, periodo que se conoce
con el nombre de porfiriato.
Pero veamos con más detalles que significó esta época. Durante el porfiriato, el poder estatal se
expandió, por primera vez desde el fin de la época colonial, sobre todo en el territorio mexicano. Los
antiguos poderes regionales fueron eliminados u obligados a subordinarse al gobierno central. Asi, las
distintas regiones fueron perdiendo su autonomía a medida que el Estado nacional se fortalecía.
¿Cómo pudo Porfirio Díaz llevar adelante semejante empresa? La respuesta es compleja y está
vinculada con diversos factores. En primer lugar, el poder central contó con importantes medios
financieros para desarrollar su administración. Eso le permitió fundar diversas dependencias estatales a
lo largo del territorio: se fueron estableciendo nuevos centros administrativos, tribunales judiciales,
instituciones educativas y, por sobre todo, destacamentos militares. La presencia de estos
destacamentos garantizó el orden y la obediencia al poder central, es decir, a Porfirio y sus hombres.
En segundo lugar, el porfiriato fue capaz de desarrollar una profunda transformación en la economía.
Al haber subordinado los poderes locales y extendido la presencia estatal -lo que garantizaba cierto
“orden”-, la administración porfirista creó un ambiente favorable para las inversiones extranjeras. Con
la llegada de los capitales extranjeros, México tuvo importantes cambios en sectores económicos, como
la explotación minera y petrolera y la producción agrícola para la exportación, y avanzó en el sistema
de comunicación y transportes. En minería, la extracción de metales, como el oro, la plata, y de
minerales industriales, como el cobre, el plomo, el zinc o el mercurio, se multiplicó varias veces
durante aquellos años. También la agricultura sufrió importantes transformaciones ante la creciente
demanda extranjera de productos como el caucho, el café y el henequén (sisal), que era empleado para
hacer sogas y cuerdas.
Además, todas las actividades se vieron favorecidas por el avance en la construcción de las vías de
ferrocarril y las cifras lo demuestran: en 1876, el país contaba con 660 kilómetros de vías férreas) y en
1910 llegaron a 19.280 kilómetros. Los estadounidenses, que controlaban casi por completo la
construcción de ferrocarriles, se empeñaron en unir las zonas más ricas y pobladas del país con los
puertos y con el sistema ferroviario de los Estados Unidos. De este modo, el transporte de materias
primas de exportación a ese país se realizaría con mayor rapidez y eficacia. El gobierno porfirista les
otorgo, a los estadounidenses, concesiones, subsidios y tierras para que construyeran las vías férreas.
De este modo, con los ferrocarriles, México se transformó en un proveedor de materias primas y en un
mercado en el que podían venderse las mercancías de los países industrializados.
LA OTRA CARA DE LA MODERNIZACIÓN
La administración de Porfirio Díaz se rodeó de un grupo de intelectuales que acompañaron su proyecto
de convertir a México en una nación “civilizada” e independiente, como consideraban que eran
Francia, Gran Bretaña o los Estados Unidos. Sin embargo, el porfiriato construyó una nación que
dependía enormemente de las inversiones extranjeras y de las fluctuaciones del mercado internacional.
Tal dependencia se evidenciaba principalmente en que importantes sectores de la economía, como los
bancos, la minería, la industria y los transportes, estaban en manos de capitales extranjeros.
Pero además de depender del exterior, la administración de Díaz no pudo lograr un desarrollo
económico homogéneo, puesto que había muchas diferencias entre el norte, el centro y el sur del país,
ni tampoco pudo solucionar la extrema pobreza de la mayoría de la población.
Los cambios más profundos se habían producido en el norte. Al comenzar el último cuarto del siglo
XIX) el norte era una zona fronteriza periférica y casi sin importancia económica. Sin embargo, en
pocos años, se había convertido en una región agrícola y minera rica que exportaba su producción
hacia los Estados Unidos. Su crecimiento económico se vio favorecido por e1 tendido de vías férreas,
así como por la llegada de inversiones extranjeras y por la existencia de abundante mano de obra. A
diferencia de esta región, el sur se caracterizó por una escasa diversificación agrícola, al dedicarse a la
explotación de unos pocos cultivos, con bajas inversiones de capital y menos avances en las técnicas de
producción.
Asimismo, en esta época se generaron serios conflictos en el sector agrícola. A diferencia de otros
sectores, como la minería y los transportes, el desarrollo del agro mexicano dependió muy poco de la
adquisición de nuevas tecnologías. La mayoría de los propietarios de las explotaciones agrícolas
asumían que para producir más solo era necesario contar con abundantes cantidades de mano de obra y
de tierra. Por consiguiente, impulsaron la sanción de leyes que les permitieron apropiarse de las tierras
de las comunidades indígenas, que carecían de títulos de propiedad. Asi, pudieron adquirirlas a precios
muy bajos.
Las leyes de expropiación no eran una novedad en la historia mexicana. En 1856 se había sancionado
una ley conocida como la Ley Lerdo, que había dispuesto la venta de las tierras de labranza que
pertenecían a la Iglesia. En aquella ocasión, la medida había afectado a las órdenes religiosas que
tenían grandes explotaciones agropecuarias, a los campesinos que trabajaban en ellas y a los
arrendatarios. No obstante, durante la administración porfirista las expropiaciones se transformaron, a
los ojos de la clase dirigente, en un requisito para la modernización económica capitalista. De este
modo, avanzaron sobre pueblos y comunidades.
Pero además de suprimir la propiedad colectiva, la administración porfirista otorgó, a los grandes
propietarios privados, concesiones sobre el uso del agua, lo que permitió que pocas personas
controlaran extensas regiones hidrográficas.
Muchos campesinos indígenas, al ser expulsados de sus tierras, quedaron sin su sustento y no tuvieron
otra alternativa que emplearse en las grandes haciendas. En ellas, las condiciones de vida y de trabajo
eran muy duras. En ocasiones, eran obligados a endeudarse con el propietario y no podían abandonar la
hacienda hasta pagar lo que debían. De esa forma, el hacendado tenía garantizada la mano de obra que
necesitaba para las labores. Algunos campesinos conseguían trabajo solo en temporadas de siembra y
de cosecha, y el resto del año quedaban desempleados. Además, la mayoría era víctima de malos tratos,
de jornadas de trabajo agotadoras y de pésimos salarios, pues no existían leyes que los protegieran.
En suma, la modernización económica porfirista solo favoreció a unos pocos y se apoyó en la pobreza
de la gran mayoría de la población.
LA REVOLUCIÓN Y LAS DEMANDAS CAMPESINAS
Durante el régimen de Porfirio Díaz, las haciendas crecieron devorando a su paso las tierras de los
pueblos y las comunidades indígenas. Hacia 1910, las haciendas abarcaban aproximadamente el 80%
del total del territorio rural explotado de México. En el sur, en el rico estado de Morelos, por ejemplo,
muchas de las comunidades indígenas no solo habían sufrido expropiaciones sino que, además, los
propietarios de los ingenios azucareros se habían apropiado de los cursos de agua y de los bosques,
quitándoles, de este modo, sus posibilidades de sustento.
Los campesinos de Morelos intentaron oponerse y, aunque muchos de sus dirigentes fueron
encarcelados o deportados de la región, no se resignaron a perder sus propiedades ni su independencia.
Así, a fines de 1910, cuando se dio a conocer el Plan de San Luis de Potosí, creyeron encontrar en este
manifiesto un poderoso aliado para recuperar aquello que consideraban que les pertenecía: sus tierras.
Según el Plan de San Luis de Potosí de Madero, las leyes, como la de terrenos baldíos de 1883, habían
permitido serios abusos. Por eso, se comprometía a revisar las resoluciones y los fallos de los
tribunales, como también los acuerdos realizados por la Secretaria de Fomento, que era la encargada de
determinar que terrenos se hallaban sin ocupar. Si se comprobaba que se había actuado injustamente,
las tierras en discusión pasarían a manos de sus antiguos poseedores.
Encabezados par Emiliano Zapata, los campesinos indígenas de Morelos se unieron a la revolución
maderista. A pie o a caballo, estos hombres y mujeres, armadas con lo que arrebataban por sorpresa a
las guarniciones militares federales, buscaron recuperar las tierras que consideraban que eran de sus
comunidades. Sin embargo, los zapatistas no fueron los únicos campesinos que se unieron a la
revolución maderista.
En el norte, otros acompañaron a Francisco Villa, conocido par su apodo de Pancho, quien forma la
División del Norte, uno de los ejércitos más importantes de la hazaña revolucionaria. Entre los
seguidores de Zapata y los de Villa había importantes coincidencias. Ambos grupos se sublevaron
contra un régimen que los había empobrecido y denigrado, y que los había forzado a trabajar para los
terratenientes sin ningún tipo de protección. Estos grupos campesinos confiaban en que, una vez que
Madero asumiera la presidencia, repararía las situaciones de injusticia y abuso que se habían cometido
durante el porfiriato.
DE PORFIRIO A MADERO: LA REVOLUCIÓN CONTINUA
En mayo de 1911, los días de Porfirio en el poder estaban contados. Desde el norte, Pancho Villa y
Pascual Orozco, un comerciante y arriero que también había depositado su fe en el Plan de San Luis de
Potosí, hostigaban a las tropas federales. A las filas de sus ejércitos revolucionarios se habían plegado
rancheros del norte del país, trabajadores ferroviarios, mineros, obreros, artesanos y profesores rurales.
También desde el sur los zapatistas avanzaban con sus reclamos agraristas, sumando tras de sí a más
campesinos y trabajadores rurales. El 25 de mayo, abandonado por muchos de sus seguidores, Porfirio
Díaz debía renunciar a la presidencia, y en su lugar deja al ministro de Relaciones Exteriores, quien
forma un gabinete plural en el que se incluyeron porfiristas, maderistas e independientes.
Una de las primeras medidas del presidente provisional fue la de licenciar a las tropas revolucionarias
con el objetivo de que todo volviera a su cauce normal. Si bien algunos, como Madero, estuvieron de
acuerdo, no todos los revolucionarios se mostraron dispuestos al desarme: Zapata se convertía en el
principal opositor al desarme y a la desmovilización de las tropas. Reclamaba que primero se cumpliera
con lo prometido en el plan de San Luis de Potosí sobre la restitución de las tierras.
No obstante, ni durante la presidencia provisional, ni durante la presidencia de Madero -que asumía
luego de haber triunfado en las elecciones realizadas en octubre de 1911- se logra la restitución de las
tierras.
Frente a esto, Zapata y su gente se rebelaron. Sus motivos fueron expuestos en un nuevo plan, firmado
el 28 de noviembre de 1911, que se conocía con el nombre de Plan de Ayala. En él se acusaba a
Madero de haber traicionado el Plan de San Luis de Potosí, y trataba de bandidos y rebeldes a quienes
lo defendían. En consecuencia, Zapata desconocía a Madero como jefe de la revolución y como
presidente de la república y convoca a los mexicanos para derrocarlo.
Tampoco las noticias que llegaban desde el norte eran buenas para Madero. En marzo de 1912, Orozco
llama al pueblo a levantarse en armas contra el presidente. Lo acusa de traidor al Plan de San Luis de
Potosí y propuso un plan de reformas sociales y políticas. Para sofocar la rebelión, Madero envió a
Victoriano Huerta, un ingeniero y militar de amplia experiencia. Las tropas federales, comandadas por
Huerta -en cuyas filas formaba Francisco Villa-, vencieron a Orozco. Sin embargo, poco tiempo
después, Huerta, ayudado por Orozco, se enfrentó al presidente.
Plan de Ayala “Teniendo en consideración que el pueblo mexicano, acaudillado por don
Francisco I. Madero, fue a derramar su sangre para reconquistar libertades y reivindicar
derechos conculcados [quebrantados], y no para que un hombre se adueñara del poder [...],
teniendo también en cuenta que el actual presidente de la república, trata de eludirse del
cumplimiento de las promesas que hizo a la nación en el Plan de San Luis de Potosí.
Teniendo en consideración que el tantas veces repetido Francisco Madero ha tratado de
ocultar con la fuerza bruta de las bayonetas y de ahogar en sangre a los pueblos que le
piden, solicitan o exigen el cumplimiento de sus promesas en la revolución, llamándoles
bandidos y rebeldes [...] declaramos al susodicho Francisco I. Madero, inepto para realizar
las promesas de la revolución de que fue autor, por haber traicionado los principios con los
cuales burló la voluntad del pueblo y pudo escalar el poder; incapaz para gobernar y por no
tener ningún respeto a la ley y a la justicia de los pueblos, y traidor a la Patria por estar a
sangre y fuego humillando a los mexicanos que desean libertades, a fin de complacer a los
científicos, hacendados y caciques que nos esclavizan y desde hoy comenzamos a
continuar la revolución principiada por él, hasta conseguir el derrocamiento de los poderes
dictatoriales que existen”.
TIEMPOS DE CONTRARREVOLUCIÓN
Madero había accedido a la presidencia con un gran apoyo entre la población mexicana. Pero lo fue
perdiendo de parte de los campesinos, los trabajadores y sus líderes. Sin embargo, ellos no eran los
únicos disgustados. Ciertos miembros de la vieja elite, algunos inversores extranjeros y representantes
de diplomáticos temían que la revolución del sur avanzara. Comenzaron, entonces, a conspirar para
terminar con la presidencia de Madero.
Así, el 9 de febrero de 1913, un grupo de generales y políticos dieron un golpe para derrocar al
gobierno, hecho que se consumó en diez días y que paso a la historia con el nombre de la Decena
Trágica. Madero fue hecho prisionero y luego asesinado, mientras Huerta se convertía en presidente.
Comenzaba así un periodo contrarrevolucionario en el que los grandes hacendados, los altos mandos
militares de procedencia porfirista, el clero y casi todos los gobernadores se unieron para imponer una
dictadura. Los contrarrevolucionarios se oponían a la experiencia republicana de Madero, a las
libertades democráticas y a las reivindicaciones campesinas e indígenas. Pretendían alcanzar la
pacificación del país y el reconocimiento de los Estados Unidos para continuar recibiendo el aporte de
los capitales extranjeros. En suma, buscaban anular la revolución y sus ideales de justicia, tierra y
libertad. Pero el golpe contrarrevolucionario no solo no contuvo la revolución sino que la guerra
campesina se extendió aún más por todo el país. En Coahuila también se levantó el gobernador
Venustiano Carranza, un terrateniente que había sido partidario de Madero, y lanzo un nuevo plan: el
Plan de Guadalupe. Allí se condenaba el golpe antimaderista, se desconocía el gobierno de Huerta y
se comunicaba que se tomarían las armas para restablecer el orden constitucional. Nacía así una nueva
formación militar revolucionaria, el Ejército Constitucionalista. Para doblegar a los revolucionarios,
Huerta desplegó todo el potencial del ejército federal, que ya contaba con doscientos mil efectivos. Sin
embargo, pese a sus esfuerzos, no pudo contenerlos. El Ejército Constitucionalista, con sus tres
formaciones -la División del Norte encabezada por Pancho Villa; el Ejercito del Noroeste al mando del
general Pablo González, y el Ejercito del Nordeste dirigido por Álvaro Obregón- fue ganando cada vez
más terreno.
Pero los problemas de Huerta no acabaron ahí: sus relaciones con los Estados Unidos dieron un
profundo giro y ya no apoyaban a su gobierno, pues consideraban que no había respetado los acuerdos
para favorecer a los inversores norteamericanos. Como represalia, en abril de 1914, el presidente
norteamericano Woodrow Wilson resolvió invadir el territorio mexicano y ocupar el puerto de
Veracruz. La intervención norteamericana fue mal vista por los revolucionarios, pues entendían que el
país del norte violaba la soberanía mexicana. Hasta que en junio de ese año, luego de arduas
negociaciones, los Estados Unidos se retiraron del territorio mexicano. Para entonces, los federales
estaban cercados, y Huerta, a punto de huir de México. Los días de la contrarrevolución terminaban y
la revolución daba una nueva vuelta de página en su historia.
COMPOSICIÓN SOCIAL Y DIVERSIDAD DE DEMANDAS
Durante la dictadura de Huerta se manifestaron dos fracciones revolucionarias claramente definidas,
tanto por sus orígenes sociales como por sus demandas: una de ellas era el carrancismo, y la otra estaba
formada por el villismo y el zapatismo. El carrancismo representaba a una fracción de terratenientes y a
los pequeños propietarios; de hecho, su líder -Carranza- era un terrateniente. Sus demandas se
limitaban al restablecimiento de 1a Constitución de 1857. En cambio, el villismo y el zapatismo -con
sus líderes, Villa y Zapata- promovían profundas reformas sociales. El villismo agrupaba a campesinos,
obreros, ferrocarrileros, mineros, rancheros, desempleados y miembros de la clase media. El zapatismo,
por su parte, era, sobre todo, un movimiento de campesinos sin tierra.
LA CONSTITUCIÓN DE 1917
A comienzos de 1914, la formación militar al mando de Obregón avanzaba hacia la capital mexicana,
desde el oeste, en tanto que la de Villa, lo hacía desde el centro, y la encabezada por González, desde el
este. A medida que el Ejército Constitucionalista se desplazaba, la revolución iba ganando más adeptos.
Así, a mediados de año, y luego de derrotar a los federales en Zacatecas, Guadalajara, San Luis de
Potosí y Monterrey, entre otras ciudades, Huerta, acorralado, huyó.
Carranza quedo al frente del mando político de México (hecho que sería luego corroborado en las
elecciones de 1917). El triunfo de los constitucionalistas, no obstante, fue opacado por una serie de
diferencias entre los revolucionarios. Estas diferencias surgieron, inicialmente, cuando Carranza
rechazó las exigencias de Zapata y Villa de resolver el problema agrario y demando que ambos lo
reconocieran como jefe de la Revolución. Su decisión generó malestar y divisiones entre las filas
revolucionarias.
Desde entonces, y hasta 1915, las diferencias entre carrancistas, por un lado, y zapatistas y villistas por
el otro, ocuparon el centro de la escena militar. Finalmente, Carranza fue el vencedor al contar con la
colaboración norteamericana, que buscaba a toda costa salvaguardar sus intereses económicos en la
región.
Como presidente, Carranza buscó reorganizar el país y restablecer el orden y la paz. Estos objetivos no
pudieron ser alcanzados y, de hecho, antes de que su mandato finalizara, Obregón y otros hombres
alejados de las filas carrancistas, se levantaron en armas contra el gobierno de Carranza. Por último,
este sería asesinado antes de que lograra trasladar la capital a Veracruz huyendo de la sublevación.
Si bien Carranza no logro pacificar el país, durante su gestión se llevó a cabo el debate para discutir
una nueva constitución nacional. El presidente convocó a un Congreso Constituyente en el que no
podían participar los representantes de quienes eran contrarios al constitucionalismo. De todos modos,
una fracción del Congreso -en la que se hallaba Obregón- retomó muchas de las ideas del villismo y del
zapatismo.
La constitución se sancionó, finalmente, en 1917. Algunos de sus puntos fundamentales fueron la
fijación del mandato presidencial por cuatro años y sin posibilidad de reelección, el establecimiento del
derecho a huelga, la jornada laboral de ocho horas, el salario mínimo y la prohibición del trabajo
infantil. Asimismo confirió derechos al Estado para confiscar las tierras de los latifundistas, estableció
que la propiedad del subsuelo de los recursos acuíferos y minerales era del Estado mexicano. Y este era
el que podía otorgar concesiones a otros para su explotación. En cuanto a la educación, el artículo 3
establecía el carácter laico de esta, así como la gratuidad de la enseñanza primaria.
EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
Como hemos señalado, la Revolución Mexicana de 1910 comenzó como un movimiento político contra
el estado oligárquico y pronto se transformó en una revolución social. Antes de extenderse en toda la
nación, la insurrección fue local y regional. En algunos estados, como el de Morelos, estalló como un
movimiento esencialmente agrario que movilizó a los campesinos indígenas y exigió reformas sociales
más profundas.
El impulso revolucionario se extendió durante tres décadas, bajo los gobiernos de Carranza y Álvaro
Obregón, y culmino con la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940).
La prolongada guerra civil se cobró un millón de muertos y además dio origen a un partido oficial
heredero de la revolución (en 1929), el Partido de la Revolución Mexicana, transformado a partir de
1946 en Partido Revolucionario Institucional (PRI), y a la instauración de un sistema de un solo
partido político dominante, prácticamente unipartidista.
Otro hecho significativo fue la formación de una nueva burguesía mexicana, fundamentalmente
compuesta por oficiales de los ejércitos revolucionarios enriquecidos, que usufructuaron la revolución
para adquirir bienes, tierras y apropiarse de las haciendas de las viejas clases propietarias. En efecto, la
oligarquía porfirista, cuya base económica de poder era la tierra, fue duramente castigada por la
revolución. Y de las filas del ejército de Carranza y Obregón, salieron jóvenes militares nacionalistas
que se beneficiaron inescrupulosamente del aparato estatal y de los fondos públicos y pasaron a ocupar
el lugar de las viejas oligarquías regionales.
A partir del proceso revolucionario, los movimientos campesinos y los sindicatos obreros comenzaron
a ser fuerzas importantes en México. Además hubo una significativa integración de las comunidades
indígenas, y las tradiciones indígenas pasaron a formar parte de la identidad nacional mexicana.
Culturalmente, el rescate de la historia indígena se expresó en el arte, especialmente en los trabajos de
los muralistas mexicanos Diego Rivera, José Clemente Orozco y José Alfaro Siqueiros. Estos artistas,
impulsados desde el Ministerio de Educación, decoraron con sus obras -pinturas y mosaicos-los muros
de edificios públicos con grandes representaciones indigenistas, escenas de la conquista de América y
de la Revolución Mexicana, a las que dieron un fuerte contenido social. El Ministro de Educación, José
Vasconcelos (1921-1924), se destacó por su importante obra en el campo cultural. Durante el gobierno
de Álvaro Obregón, desarrollo un vasto programa de educación estatal, se propuso erradicar el
analfabetismo (que en 1921 era del 72%), creo escuelas rurales y pretendió forjar una identidad como
nación, para evitar que México se convirtiera en otro Texas o Puerto Rico. En este sentido, a partir de
la Revolución Mexicana desapareció el temor a la anexión, siempre latente desde la derrota de 1848
con Estados Unidos, y la amenaza de “disolución” frente a un vecino poderoso.
Por otra parte, los gobiernos posrevolucionarios de México ofrecieron asilo a los perseguidos por
causas políticas: luchadores latinoamericanos como el nicaragüense Augusto Sandino, que había
encabezado en su país la resistencia frente a la intervención norteamericana; el peruano Raúl Haya de
La Torre, quien luego fundaría allí el APRA; los exiliados de la guerra civil española, y muchos otros
fueron recibidos en México, que mantuvo una política exterior independiente de los dictados de
Estados Unidos.
La llamada crisis de 1930, que tuvo una duración de cuatro años (1929-1933) es un momento de
inflexión en la tendencia económica vigente en los 30 años anteriores, que inicia un período de
deflación, en el cual, los precios de los productos y los beneficiosos capitalistas tienden a disminuir.
A partir de la primera posguerra, profundizado por la crisis de 1929, el sistema tradicional de división
internacional del trabajo desempeña un papel de importancia declinante. La demanda internacional de
productos primarios pierde su dinamismo a causa de la propia evolución de la estructura económica de
los países industrializados y por la declinación económica británica y su sustitución, como economía
dominante, por la de los Estados Unidos. En efecto, esta nación no solamente era la primera economía
industrial del mundo a principios del siglo XX, sino que era también competitiva con las exportaciones
primarias de los países sudamericanos. La percepción de la naturaleza y de la profundidad de ese
problema estuvo retardada por las dificultades que introdujo la depresión de los años 30, cuya amplitud
y profundidad pusieron en primer plano las dificultades coyunturales, y ocultaron los factores
estructurales, por lo cual se tardó en percibir las importantes transformaciones que se producían en la
economía mundial.
La depresión económica se inició con la quiebra de la de Valores de Nueva York, en octubre de 1929, y
desató un proceso acumulativo que produjo la ruptura de muchos de los factores y las condiciones
institucionales y estructurales que hasta entonces hacían posible el funcionamiento del sistema
económico mundial; la devaluación de las principales monedas internacionales suspendió el
funcionamiento de un sistema financiero eficaz. El descenso de la actividad en las economías
industrializadas produjo elevados niveles de desempleo, y llevo a una acentuada política proteccionista
y a la suspensión de sus inversiones externas.
La contracción de la actividad económica en los países centrales, conllevo la paralela retracción de su
demanda de productos primarios y, por consiguiente, una reducción drástica de las importaciones, con
lo que aceleró el proceso de deterioro de precios de las materias primas. Solamente entre diciembre
1929 y el mismo mes de 1930, el precio del trigo y del caucho cayó algo más del 50%, el del algodón y
el yute cerca del 40%, el de la lana, el cobre, el estaño y el plomo se redujo más del 30%; el de la
carne, la madera, el azúcar, los cueros y el petróleo un 23% de promedio.
Como consecuencia de todo ello, el volumen físico de las exportaciones mundiales sufrió una
reducción del 25% entre 1929 y 1933, a lo que se agrega una reducción del 30% del nivel general de
precios, lo que en conjunto redujo en más del 50% el valor del comercio mundial. Por otra parte, se
produjo una modificación en el flujo internacional de capitales que agravó considerablemente la
situación de los exportadores de productos primarios. La crisis invirtió la tendencia de exportación de
capitales por parte de las grandes potencias.
Al coincidir la baja de los precios con la caída de los volúmenes de exportación, el valor de las
exportaciones de los países productores de materias primas se contrajo con violencia. El impacto de
este fenómeno sobre la capacidad de pago de los países latinoamericanos se acentuó aún más porque
los precios de los productos primarios tendieron a caer más que los de las manufacturas, que
constituían el grueso de sus importaciones.
El aumento de los servicios financieros de la deuda externa y la contracción de los ingresos de divisas,
produjeron reducciones en la capacidad de importar. Esta contracción de las importaciones redujo la
oferta de productos manufacturados, al tiempo que la devaluación, el control de cambios, y las mayores
tarifas, consecuencias de la crisis financiera, significaban un aumento de los precios de dichos
productos, lo que se tradujo en un incremento de los precios de las manufacturas en general, y de las
importadas en particular.
En América latina, la crisis alcanzó dimensiones catastróficas debido a que, entre las regiones
subdesarrolladas, era la más integrada a la División Internacional del Trabajo: todo el sector monetario
de las economías latinoamericanas estaba ligado al comercio externo; la deuda externa y sus servicios
no solamente condicionaban el de la balanza de pagos, sino también el de las finanzas públicas y todo
el sistema monetario. La consecuencia fue que, durante toda la década, la capacidad para importar
estuvo muy reducida, no tanto por la declinación en el volumen de las exportaciones, sino
principalmente por el comportamiento adverso de los términos del intercambio, que produjo una mayor
caída de los precios de los productos primarios respecto del de los secundarios.
El impacto principal de la depresión se concentró en el sector público debido a la dependencia en que
se encontraban en esa época los sistemas impositivos respecto de la recaudación aduanera, a lo que se
agregaba el incremento relativo de la importancia de una deuda externa contraída según valores
constantes, al tiempo que las monedas se devaluaban. La consecuencia fue que, salvo la Argentina,
todas las naciones de la región suspendieron, por periodos más a menos largos, el pago de los servicios
de la deuda, con consecuencias negativas para la futura obtención de financiamiento externo.
Aunque afecto a toda la región, las consecuencias de la crisis fueron diversas, según los países: los
exportadores de alimentos de zonas templadas, como la Argentina, sufrieron relativamente menos,
principalmente porque la demanda de estos productos tiene una elasticidad baja respecto de los
ingresos, particularmente en los países de nivel de vida elevado. En segundo lugar porque la oferta de
esos productos, tienen un ciclo vegetativo anual, pudiendo las áreas sembradas ser reducidas de un año
a otro. En el caso de los productos tropicales, cuya demanda también es inelástica en función de los
ingresos, en razón de su carácter de cultivo perenne, cualquier reducción de la demanda provoca
catastróficas caídas de precios, si no existe posibilidad de retirar los excedentes del mercado. En el caso
de los minerales, el cuadro es distinto: la caída de la producción industrial en los países importadores
produjo una liquidación de stocks a precios irrisorios y un colapso en la producción. En esos países, la
necesidad de disminuir la producción determinó una notable reducción del empleo. En los países
productores de alimentos, la reducción del empleo se limitó al sector de transformación y al vinculado
con el comercio externo. Aquellos países de agricultura de subsistencia no sufrieron estas dificultades.
Así, la situación más grave fue la de los países mineros, afectados por la baja de los precios y del
volumen físico, y la menos problemática la de los exportadores de productos de ciclo anual, cuyas
estructuras productivas son más flexibles. En el quinquenio siguiente a la crisis (1934-39), mientras
Brasil continuaba forzando sus mercados externos intentado colocar sus grandes stocks de café, que
representaban una carga financiera considerable, anulada por el deterioro de los precios, la Argentina
pudo compensar la reducción del volumen exportable con un mejoramiento de los precios, mientras
que Chile, cuya integración en la división internacional del trabajo era mayor que cualquiera de los
otros dos, fue ciertamente el más afectado.
Si bien en algunos de los grandes países de la región, el desarrollo de ciertas actividades industriales se
remonta a principios del siglo XX (sobre todo en las industrias de transformación de los productos
agrarios y en el desarrollo de las ramas de la industria alimenticia), las nuevas condiciones de la
economía iniciaron una etapa nueva en la vida económica sudamericana.
La crisis generaba un problema en el sector externo. La caída de las divisas que entraban como
consecuencia de la disminución del valor y el volumen de las exportaciones obligó a producir
localmente los productos que antes se importaban, para aliviar el problema de la balanza de pagos. Por
otra parte, la política adoptada por la mayoría de los países de la región frente a la crisis consistió en
subir los aranceles aduaneros (que en casi todos los países representaban el grueso de los ingresos
fiscales) depreciar la moneda, y controlar las divisas. Dicha política encarecía aún más las
importaciones y daba lugar a la creación, allí donde los mercados internos eran grandes (caso de los
países más poblados de la región como México o Brasil, o la Argentina) a una demanda insatisfecha
que podía ser atendida por la producción local. Se desarrollaron entonces aquellas ramas de la industria
que, en la etapa anterior, componían el grueso de las importaciones del país: industria liviana en
general, textiles, artefactos para el hogar. Eran industrias que requerían una tecnología simple, y
capitales que los sectores tradicionales no sabían dónde colocar. Tenían además la ventaja de ser
extensivas en el uso de la mano de obra, en momentos en que los sectores tradicionales en crisis
provocaban desocupación.
Este proceso tuvo consecuencias sociales muy profundas. En primer lugar aceleró la urbanización, ya
que las industrias se radicaron allí donde existía previamente no solo un mercado de consumo, sino la
infraestructura de transportes, energía, comunicaciones y un mercado de trabajo concentrado. La crisis
de los sectores agrarios generaba por otro lado una migración del campo a las ciudades que alentaba el
fenómeno. Pero también fortaleció la posición de los empresarios del sector y de los trabajadores
urbanos que se desarrollaron al compás de la industrialización.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial tuvo efectos contradictorios sobre el proceso: por un lado, la
dificultad de los intercambios internacionales que la guerra introdujo permitió el desarrollo de todas las
ramas de la industria; por otro, la falta de abastecimientos de equipos y bienes semielaborados acentuó
las dificultades del desarrollo, ya que la maquinaria instalada no pudo ser reemplazada, debió
someterse a constantes reparaciones para prolongar su vida útil, y esto lesionó la productividad del
conjunto de la economía.
Entre comienzos y mediados de la década de 1950, la sustitución de importaciones, que había surgido
para responder a un problema de balanza de pagos, encontró nuevas dificultades. Como la industria
atendía al mercado local, entre otras cosas por su falta de competitividad dado su carácter monopólico
en mercados muy pequeños, no participaba de las exportaciones pero su crecimiento llevaba un
incremento de las importaciones de nuevos bienes (maquinas herramientas, combustibles o productos
semielaborados) que el mercado local no producía, o carecía de tecnología para producirlo, generando
nuevos desequilibrios en la balanza de pagos.
Para hacer frente a esa coyuntura se aplicaron las llamadas políticas desarrollistas, que consistieron en
fomentar la radicación de subsidiarias de las empresas multinacionales, que aportarían capitales y
tecnologías inexistentes en estos países y estaban interesadas en producir localmente productos que las
altas barreras arancelarias hacían imposible vender en estos mercados.
Estos capitales, altamente concentrados, fueron creando establecimientos con capacidad que excedía
las posibilidades de consumo del mercado local, y como además se trataba de industrias intensivas en
el uso de capital, crearon una demanda de mano de obra inferior a la oferta. Sus intereses demandaron
la apertura económica, que les permitiera colocar sus superávits en terceros mercados.
En los primeros años de la crisis, la imposición de altas tarifas a la importación no buscaba más que
aumentar la recaudación de los gobiernos de la región. Pero el crecimiento de los sectores industriales
impulsó poco a poco las llamadas políticas proteccionistas, que mantuvieren altos los impuestos
aduaneros para los bienes competitivos de producción local. La intervención se convirtió entonces en
una política activa a favor de un determinado desarrollo económico. Incluso, una vez superado el pico
depresivo, se desplegaron políticas crediticias que beneficiaban a nuevas sectores dinámicos de la
economía.
También desde los estados comenzaron a desarrollarse actividades productivas allí donde las
burguesías no estaban dispuestas a invertir. Si bien estaba claro que el desarrollo industrial necesitaba
de la industria pesada (siderurgia, petroquímica), solo algunos estados lograron avanzar, con
limitaciones, en ese sentido.
A fin de consolidar estas nuevas formas de acción estatal y legitimar a los gobiernos que las
implementaron, se planteó la necesidad de establecer alianzas con las clases medias a aun con el
proletariado. Surgieron así una serie de gobiernos llamados populistas, como el de Lázaro Cárdenas
en México, Getulio Vargas en Brasil, Juan D. Perón en Argentina y Pedro Aguirre Cerda en Chile,
que incorporaron a esos sectores subalternos a las estructuras mismas del estado, promovieron la
sindicalización y buscaron su apoyo para llevar adelante políticas de reformas económicas y sociales, a
fin de integrarlos al mercado interno.
“Populismo” es una palabra incomoda, ya que, si bien se trata de un fenómeno que se remonta al
pasado, actualmente existen varios regímenes políticos en América latina que son caracterizados como
“populistas” por sus opositores.
Los investigadores María Moira Mackinnon y Mario Petrone sostienen que, para analizar el fenómeno
del populismo, hay que tener en cuenta “la vaguedad e imprecisión del término y la multitud
heterogénea de fenómenos que abarca”. Desde 1930, el término “populismo latinoamericano” ha
englobado a movilizaciones de masas urbanas y rurales; programas a favor de los sectores populares o
en beneficio de las clases dominantes; partidos políticos; movimientos sociales; formas de gobierno
democráticas, participativas o autoritarias, e ideologías de lo más diversas. Esta diversidad hace que el
fenómeno sea estudiado desde la historiografía, la ciencia política y la sociología.
Ningún gobierno latinoamericano actual se autodenomina populista. Sin embargo, el concepto suele ser
utilizado cotidianamente por periodistas y políticos para descalificar a gobiernos con los que no
simpatizan. El uso político del concepto se ha extendido por todo el continente desde mediados del
siglo XX. Por ejemplo, en la década de 1990, durante el auge del neoliberalismo, se acusaba de
“populista” a cualquier política pública que tuviera como objetivo una mayor intervención del Estado
en la economía o la asistencia a la población pobre. Desde este punto de vista negativo, el populismo es
sinónimo de manipulación de masas y demagogia; es decir que los regímenes populistas usan al
conjunto del pueblo para promover los intereses particulares de una clase o sector. Visto de ese modo,
el populismo seria la negación de los valores de la democracia liberal, basada en el Parlamento y las
elecciones. Esa consideración llevó a que, durante mucho tiempo, las ciencias sociales también
desacreditaran al populismo.
Sin embargo, en los últimos años, se publicaron investigaciones y ensayos de diferentes disciplinas que
rescatan al populismo como una forma de democracia que amplió los derechos sociales y la
participación política de sectores excluidos por las elites gobernantes.
¿Qué quiso decir Berlin con esta analogía? Que se da una situación paradójica: aunque existe un
conjunto de experiencias históricas latinoamericanas que parecieran ajustarse a la definición de
populismo, cuando se estudian detenidamente las evidencias históricas, las supuestas características
generales parecen diluirse.
En su Diccionario de ciencias sociales y políticas, este investigador enumera las características del
populismo como sujeto histórico:
El politólogo Paul Drake ha establecido una periodización sobre el origen y desarrollo del populismo.
Distingue un “populismo temprano”, que se habría originado entre 1920 y 1930, en los países donde
el modelo primario exportador permitió la emergencia de una prospera clase media representada por
los gobiernos de Yrigoyen, en la Argentina, y Arturo Alessandri, en Chile. En las décadas de 1930 y
1940, habría surgido el “populismo clásico”, en el cual, líderes como Cárdenas, en México; Vargas, en
Brasil, o Perón, en la Argentina, movilizaron a los sectores populares con un discurso que combinaba
ideas socialistas y nacionalistas. El populismo clásico sería una respuesta coherente al proceso de
industrialización y urbanización que se aceleró como consecuencia de la crisis de 1929. Las
transformaciones de la década de 1930 generaron movimientos de composición policlasista
(integrados, según los casos, por la burguesía industrial, la clase media, la clase obrera o el
campesinado). Por último, alrededor de 1970, con el deterioro del Estado interventor en América latina,
surgió el “populismo tardío”; representado por el retorno de Perón a la Argentina y la presidencia de
Juan Velasco Alvarado en Perú. Ambos fracasaron como consecuencia de la crisis económica de 1973
y los golpes militares que implantó el neoliberalismo en la región.
Las interpretaciones sobre el surgimiento del populismo clásico se agrupan en cuatro corrientes:
• La primera corriente pone énfasis en el proceso de modernización sufrido por los países
“subdesarrollados”: Sociólogos como Gino Germani y Torcuato Di Tella, por ejemplo,
plantean que el populismo se apoya en los trabajadores que emigran de las provincias a las
grandes ciudades. Al no poseer una tradición sindical, se convierten en “masas en
disponibilidad”; que pueden ser manipuladas por un líder carismático.
• La línea “estructuralista” define al populismo como una etapa del capitalismo latinoamericano
surgida a partir de la crisis del modelo primario exportador y el Estado oligárquico. Autores
como Fernando Cardoso, Enzo Faletto y Octavio Ianni, sostienen que, ante la parálisis de las
burguesías exportadoras, el Estado interviene en la economía y el populismo se convierte en una
alternativa para integrar a la nación.
• La línea “coyunturalista” es compartida por historiadores como Daniel James, Louise Doyon y
John French, que rechazan las tesis de Gino Germani. A partir del estudio de la coyuntura -o
tiempo corto-, conciben al populismo como una alianza de clases donde la expansión del Estado
y del capitalismo industrial no impide la autonomía de los sectores populares.
• Una última corriente pone el acento en el discurso ideológico del populismo. Mientras Ernesto
Laclau piensa que el discurso populista construye identidades políticas y puede conducir tanto
al socialismo como al fascismo, Emilio de Ípola y Juan Carlos Portantiero afirman que el
populismo posee una ideología propia.
Aunque los efectos de la Gran Depresión comenzaron a revertirse a mediados de la década de 1930, el
deterioro del modelo económico liberal permitió la expansión del Estado intervencionista que, en una
primera etapa, se limitó a mantener el control de la moneda y gravar impuestos sobre las
importaciones. Más adelante, sin embargo, llevo adelante medidas más radicales, como la expropiación
de empresas estratégicas del sector privado y el capital extranjero, como los ferrocarriles, en la
Argentina, o las compañías petroleras, en México.
De ese modo, el Estado obtuvo mayores ingresos, que sirvieron para fortalecer su alianza con los
sectores populares. La redistribución de la riqueza varió según la región: en la Argentina y Brasil -dos
países que experimentaron un fuerte desarrollo industrial y urbano- se canalizó principalmente a través
de aumentos salariales y la ampliación de las jubilaciones, las pensiones y los servicios médicos
gratuitos.
Los problemas que presentaba este modelo basado en el subsidio al consumo popular eran dos: por un
lado, la inflación tendía a disminuir el poder adquisitivo de los trabajadores, cuyo consumo se había
convertido en la base de la economía; por el otro, el sector primario exportador seguirá siendo la
principal fuente de divisas, con las cuales se sostenía la expansión industrial.
El esfuerzo del Estado para subsidiar a la industria urbana con los importantes ingresos provenientes de
las exportaciones, genera fuertes tensiones entre la oligarquía terrateniente y el bloque populista, que
derivaron en golpes militares.
En el caso de México, la clase obrera recibió beneficios similares a la de sus pares brasileños y
argentinas, pero el populismo cardenista se caracterizó por la reforma agraria, que permitió el reparto
de la tierra e impulsó la economía de las comunidades rurales. Una vez garantizado el acceso del
campesino a la tierra, la producción de alimentos se volcó al mercado interno para sostener el proceso
de industrialización.
¿DEMOCRACIA O AUTORITARISMO?
Aunque las ciencias sociales suelen definir al populismo como un régimen político que amplio los
derechos sociales en beneficio de los sectores populares, en general, la opinión pública se encuentra
dividida entre los que denuncian a los gobiernos populistas como autoritarios y quienes los defienden
como una forma de democracia popular.
El discurso del populismo clásico afirmaba que la democracia representativa era un engaño para
garantizar los privilegios de las clases adineradas. La verdadera democracia no estaría en las
instituciones parlamentarias, sino en la participación popular y la justicia social. De acuerdo con esta
idea, algunos autores han analizado al populismo como una forma específicamente latinoamericana de
la democracia de masas.
Como todo régimen político, el populismo clásico también tuvo un lado negativo: algunas veces, la
persecución a los opositores incluyó el uso de la tortura por parte de las fuerzas de seguridad. En países
como Brasil y la Argentina, por ejemplo, los gobiernos populistas han reprimido a opositores políticos
de diferentes signos políticos, especialmente a los comunistas.
Las primeras reflexiones sobre el populismo en las ciencias sociales fueron realizadas por teóricos de la
modernización, como Gino Germani y Torcuato Di Tella. Germani consideraba que los movimientos
nacional-populares eran una forma de intervención política de las capas sociales tradicionales que se
desplazan del campo a la ciudad. Estas “masas en disponibilidad” son reclutadas y manipuladas por
una elite modernizante, que combina las demandas populares de igualdad económica y mayor
participación política junto a formas de autoritarismo bajo un liderazgo carismático. El vínculo entre
las masas y el líder sería una relación de dominación, irracional y paternalista.
Una perspectiva diferente es la de Juan Carlos Torre. En una línea de análisis histórico-estructural,
critica los supuestos de Germani al destacar que en la Argentina no se dio una rígida separación entre
antigua y nueva clase obrera: el hallazgo de la vieja guardia sindical que había apoyado a Perón
desmiente la idea de una adhesión puramente emotiva al régimen populista. Para Torre, la relación que
establecieron los obreros con el líder formaba parte de una estrategia para mejorar su situación.
Finalmente, Ernesto Laclau sostiene que el liderazgo carismático no surge por cualidades personales o
por una voluntad manipuladora, sino que aparece cuando se acumulan una serie de demandas
insatisfechas. Cuando las masas populares irrumpen en el escenario político para articular estos
reclamos lo hacen identificándose con algún líder, que simboliza la aspiración a ser incluidos dentro
del sistema político. Para Laclau, este liderazgo es democrático porque de otra forma esas masas no
participarían de las instituciones ni tampoco podrían realizar sus aspiraciones sin algún tipo de
representación.
El politólogo brasileño Francisco Weffort asume que el debate continúa abierto y aporta una visión
intermedia cuando explica que el populismo latinoamericano ha sido un modo específico de
manipulación de las clases populares; aunque estas no actuaban de manera autónoma, el régimen las
incorporaba y posibilitaba la expresión de sus insatisfacciones. Para este autor, el fenómeno supone la
existencia de una estructura de poder que beneficia a los grupos dominantes pero que,
simultáneamente, expresa la irrupción popular en el proceso de desarrollo industrial y urbano.
Su ascenso al poder se dio con la victoria de los “revolucionarios” de 1930, cuyo objetivo era desterrar
las restricciones políticas sostenidas por los sectores oligárquicos. En un principio, Getulio fue el
presidente provisional, pues no hubo elecciones. Aquellos años fueron de indefinición en torno al
rumbo que se debía seguir en parte debido a la diversidad de propuestas sobre el rol del Estado en la
economía y en las relaciones sociales en general, y laborales en particular.
Estas indefiniciones se saldaron en 1937, cuando todo indicaba que se iban a llevar a cabo elecciones
libres. Sin embargo, y ante la gran división de la sociedad brasileña que no garantizaba el triunfo de los
actuales gobernantes, Vargas, apoyado por el ejército, decidió dar un autogolpe. Con él se inició una
nueva etapa en la política brasileña, que llevo el nombre de “Estado Novo”.
El Estado Novo se caracterizó por la introducción de un nuevo régimen político orientado por nuevas
reglas legales y políticas. Por lado, estas normas contuvieron un carácter autoritario basado en
controles políticos (los partidos fueron disueltos, y los gobernadores de los Estados, sustituidos por
interventores), sociales y culturales y en el cercenamiento de las libertades, que incluyeron la violencia,
la represión y hasta la tortura a los disidentes.
Pero, por el otro lado, fue entonces cuando se estableció una nueva legislación laboral, que reguló los
conflictos entre patrones y operarios, reglamentó un salario mínimo, vacaciones, limitaciones de horas
de trabajo, seguridad social y promovió la creación de sindicatos bajo la tutela del Ministerio de
Trabajo. Asimismo, y desde 1937, el Estado brasileño intervino cada vez más en la economía
regulándola y construyendo un nacionalismo económico. Tal política se reflejó, por ejemplo, en la
creación del Consejo Nacional del Petróleo (CNP)) la Compañía Siderúrgica Nacional (CSN) y la
Fábrica Nacional de Motores (FNM)) entre otras empresas estatales.
El Estado Novo fue disuelto en 1945, cuando se celebraron elecciones que llevaron a Eurico Dutra a la
primera magistratura brasileña. Se considera que, en ese momento, la experiencia populista fue
inaugurada. En 1951, Vargas volvió a la presidencia. Para entonces, su poder se basaba en su capacidad
de convocatoria política como demócrata, al triunfar en una elección libre y masiva. La influencia
política de Getulio fue asumida en diversos sentidos. Para unos, por ejemplo, representó la encarnación
brasileña de un populismo autoritario, manipulador y demagógico. Para otros, en cambio, fue quien
habilitó una nueva forma de hacer política, que incluyó a los trabajadores y redefinió el rol del Estado
en la vida económica de Brasil.
En la actualidad, gran parte de los historiadores coinciden en diferenciar la era de Vargas, que comenzó
en 1930 y que incluyó al Estado Novo, con la experiencia populista o -como la llaman también-
laborista, que se inició en 1945 y finalizó con un golpe de Estado en 1964.
Ahora bien, ¿por qué los historiadores sostienen dicha periodización? Porque entienden que, entre 1938
y 1945, solo se fueron estableciendo las bases legales y las principales políticas que luego confluirían
en la republica populista en Brasil. Pero esta solo tendría lugar una vez censurado el régimen
autoritario, recién en ese momento, efectivamente, los trabajadores (sobre todo urbanos) ingresaron en
la vida política brasileña. De hecho, conciben que la singularidad del populismo brasileño estuvo
ligado a la movilización y participación de un sector social -los trabajadores- y a las complejas
relaciones que establecieron con el Estado y sus representantes.
Este ingreso masivo en la política fue producto de una nueva ley electoral que habilitó a los
trabajadores a votar libremente a sus representantes, y con ello poder terciar en favor de sus reclamos y
aspiraciones.
Dicha reforma electoral -diseñada por Getulio- alteraba la vida electoral brasileña, ya que al mismo
tiempo que otorgaba la ciudadanía política a todas las personas adultas alfabetizadas, hacia que el
mayor peso recayera en las zonas urbanas, en detrimento de las rurales.
En aquel momento, las intenciones de Vargas eran claras; pretendía disminuir el peso del voto rural,
pues consideraba que gran parte de ese electorado era cautivo de la voluntad y la presión de los
terratenientes.
Para alcanzar este objetivo estableció una importante diferencia en la forma de empadronamiento: en
las zonas rurales, el empadronamiento se debía llevar a cabo de modo individual, en cambio, en los
principales centros urbanos, era realizado en los centros de trabajo. Precisamente, esta decisión hizo
posible que muchos trabajadores pudieran incorporarse en los padrones electorales sin cumplir uno de
los requisitos de la ley: saber leer y escribir.
¿Qué sucedió a la hora de votar? Los trabajadores urbanos no siempre optaron por el candidato oficial
apoyado por Vargas sino que también lo hicieron por otros candidatos. Tales acciones ponen en duda
las explicaciones que afirman la manipulación de Vargas sobre las masas populares mostrando, por el
contrario, la autonomía o capacidad de maniobra de los trabajadores urbanos brasileños.
Sin embargo, el juego entre la autonomía nacional y la cooperación internacional en la economía era un
camino difícil de seguir. La concepción nacionalista chocaba, en ocasiones, con la idea de fomentar el
ingreso de capitales extranjeros y la radicación de empresas transnacionales. Así, por ejemplo, en 1952,
el gobierno intentó reformular la ley de remesas de ganancias, limitando en un 10% las ganancias que
las compañías internacionales podían mandar al exterior de Brasil.
Getulio buscaba que una mayor proporción de dinero permaneciera en el país y que las compañías lo
invirtieran en nuevas empresas. Sin embargo, las presiones de las compañías fueron tan fuertes que el
proyecto de ley quedó sin tratamiento. Pese a las dificultades y a las idas y vueltas, a mediados de los
años 50, el sector industrial brasileño ya presentaba un mayor dinamismo, lo que redundaba en el
aumento de la capacidad de empleo para una población en constante crecimiento.
Pero este crecimiento económico e industrial no impidió la aparición de una serie de problemas. Uno
de ellos se relacionó con la creciente inflación y la suba de los costos de vida, a lo cual Vargas no pudo
encontrar una eficaz solución. Esto provocó una serie de huelgas. La más importante fue llamada “la
huelga de los trescientos mil” en la ciudad de San Pablo.
Tales eventos ponen de relieve que, durante la republica laborista, efectivamente, los trabajadores se
habían reorganizado en sindicatos cada vez más disciplinados, a partir de los cuales se demandaban
aumentos de salarios y se luchaba por la expansión de los derechos laborales.
Discurso de Vargas
“Preciso de ustedes, trabajadores de Brasil, mis amigos, mis compañeros de una larga jornada;
preciso de ustedes, tanto como precisan de mí. Preciso de vuestra unión; preciso que ustedes
se organicen solidariamente en sindicatos; preciso que formen un bloque fuerte y cohesionado
que pueda disponer de toda la fuerza que se necesita para resolver vuestros propios problemas.
Preciso de vuestra unión para luchar contra los saboteadores para que yo no quede prisionero
de los intereses de los especuladores”. Vargas, Getulio. Discurso pronunciado el 1 de mayo
de 1951.
Una segunda opinión
“El político populista ha tenido siempre poco interés en ofrecer, a las clases populares que él
dirige, la oportunidad de organizarse, a menos que esta organización implicara un control
estricto del comportamiento popular, como se dio durante el período de la dictadura, con el
movimiento sindical organizado de manera semicorporativa. La introducción de la
organización, aun con fines exclusivamente reivindicativos, habría ocasionado la posibilidad
de una ruptura en la relación de identidad entre líder y masas”. Weffort, Francisco. “El
populismo en la política brasileña”, en Mackinnon, María Moira y Petrone, Mario
(comps.) Populismo y neopopulismo en América Latina. El problema de la Cenicienta.
Buenos Aires, Eudeba, 1999.
En 1950 Getulio Vargas volvió a ser electo presidente. Contaba con el apoyo del pueblo y con la
oposición de los poderosos, las potencias extranjeras y los partidos políticos de izquierda. Atacó a sus
predecesores por defender a los ricos y no cuidar la producción. Hizo de la economía el objetivo central
de esta nueva experiencia. Reunió a un grupo de jóvenes que estudiaron y diagnosticaron cuales
problemas del Brasil eran los principales obstáculos para un desarrollo económico rápido: energía
inadecuada y transporte deficiente. Si bien permitió la inversión norteamericana, su proyecto también
tuvo una vertiente nacionalista: intento frenar, a través de fuertes controles, el flujo de ganancias de las
empresas extranjeras hacia sus países de origen.
Otro de sus blancos fue el petróleo; su intención era avanzar hacia un monopolio estatal como los de
México y de la Argentina. Para ello propuso una corporación mixta pública y privada para monopolizar
la exploración y la producción. La discusión dentro del ámbito político fue muy importante, hasta que
finalmente en 1953 se aprobó la creación de un monopolio estatal (que se llamada Petrobras), incluso
más fuerte que el propuesto por Vargas.
Esta experiencia lo expuso a situaciones cada vez más comprometidas tanto internas como externas. En
agosto de 1954, abandonado por todos y en la oscuridad de su palacio, se disparó un tiro en el corazón
poniéndole fin a una de las trayectorias políticas más controvertidas del Brasil.
El caso de Brasil es similar al resto de los populismos, ya que se caracterizó por el apoyo estatal al
proceso de industrialización, la ampliación del voto femenino (en 1933) y la creación de empresas
estatales, como Petrobras. Sin embargo, el populismo brasileño también posee características
singulares. El gobierno de Vargas debió ganarse el apoyo del movimiento obrero en un país donde no
existía una fuerte tradición sindical. Por otro lado, la prohibición del voto a los analfabetos le valía el
apoyo de la clase media, que paso a formar parte de la alianza de clases varguista, aunque provocó la
exclusión de la numerosa clase de trabajadores rurales.
Para Francisco Weffort, el varguismo fue un proyecto de los sectores marginados de la oligarquía y la
clase media para reemplazar a las burguesías de San Pablo y Minas Gerais en el gobierno. Si bien
existió una clara manipulación de los sectores populares para ampliar la base del poder estatal, el
liderazgo de Vargas también era una expresión de las demandas populares. En una línea más
“coyunturalista”, John French sostenía que los trabajadores industriales brasileños jugaron un papel
destacado en la transición desde el Estado Novo hacia la más democrática Republica Populista
Brasileña. Para este autor, el populismo sería una estrategia de los sectores populares, antes que una
forma de manipulación de las elites.
EL CARDENISMO
No obstante, en los últimos años, las miradas sobre el cardenismo se han complejizado. En parte,
porque nuevas investigaciones han puesto en evidencia los lazos que este gobierno tuvo con el proceso
revolucionario iniciado en 1910. De esta manera se reivindicó su carácter popular y democrático y sus
metas transformadoras.
Pero no todos los historiadores que asumen al cardenismo como el último eslabón de la revolución son
tan optimistas. Aunque consideran que la presidencia de Cárdenas constituyó un periodo crucial en el
desarrollo del México del siglo xx, la abordan de manera más crítica, con nuevos interrogantes y
buscando complejidades y matices. Así, las reformas sociales que llevo adelante el cardenismo, el rol
del Estado y la capacidad transformadora del régimen se indagaron no solo desde la lógica de las elites
cardenistas, sino también desde la lógica de los trabajadores, las clases medias urbanas y los
campesinos.
En dicha dirección, estos trabajos interpretan que el cardenismo fue un movimiento genuinamente
popular, que buscó un cambio sustancial en la sociedad mexicana. Sin embargo, su base social no le fue
incondicional al presidente ni a sus hombres, pues cada sector social (campesinado) trabajadores,
sectores medios urbanos, terció y pujó para que se llevaran adelante medidas que mejorasen su
situación. También se estudiaron las resistencias que el gobierno sufrió, entendiendo que estas
restringieron su libertad de acción y lo llevaron, en ocasiones, a hacer concesiones a otros grupos o dar
marcha atrás en sus decisiones.
Estas investigaciones también han resquebrajado la imagen cohesionada que en el pasado se tenía de la
elite política que forma parte del cardenismo. Así, la idea del consenso pleno tras la figura presidencial
ha sido abandonada y dio lugar a una representación más heterogénea, compuesta por personajes
comprometidos con los proyectos de reforma social, la nacionalización del petróleo y la
industrialización, pero también por oportunistas y conservadores, entre quienes la lealtad hacia el
régimen fue superficial o, en algunos casos, hasta opuesta a los cambios que se buscaban poner en
práctica. En consecuencia, esa noción de que el cardenismo había sido un gigante sólido, se fue
desmoronando.
La singularidad del populismo cardenista se relaciona directamente con el pasado revolucionario del
país. En 1910, el suelo mexicano fue sacudido por lo que el historiador Adolfo Gilly definía como “una
guerra campesina por la tierra y el poder”, en la que participaron ejércitos populares liderados por los
caudillos Pancho Villa y Emiliano Zapata.
Diez años después del fin de la guerra civil, la Gran Depresión golpeó duramente a la economía
mexicana, que vio afectadas sus exportaciones tradicionales. Con la caída del comercio y la
producción, comenzó la decadencia del Maximato, el régimen impuesto por el presidente Plutarco
Elías Calles para controlar la política mexicana y dejar en suspenso las demandas más radicales de la
Revolución. En 1934, el general Lázaro Cárdenas fue elegido presidente, tras su experiencia como
gobernador del estado de Michoacán.
Aunque nadie se atrevía a romper con la tutela política de Calles, el nuevo mandatario se movió en la
dirección contraria y fundó la doctrina del “Estado activo”.
En referencia a la personalidad de Cárdenas, el historiador inglés Alan Knight afirma que su estilo se
caracterizó por fortalecer el vínculo con los sectores populares. Así, el cardenismo supo forjar una
alianza con los sindicatos de obreros industriales y campesinos, que se agruparon en la Confederación
de Trabajadores de México y en la Confederación Nacional Campesina, respectivamente.
Entre los estudiosos del cardenismo, la reforma agraria tiene un lugar de privilegio, no solo porque esta
fue una de las medidas más ansiadas por las comunidades indígenas campesinas sino, también, porque
no caben dudas acerca de su extensión y rapidez.
Cárdenas distribuyó más tierras que todos sus predecesores, al acelerar las expropiaciones y promover
el ejido comunal, es decir, la tenencia comunitaria de la tierra. De este modo, al concluir su tercer año
de gobierno, la superficie sustraída a los latifundios había superado con creces la cantidad total
distribuida de 1915 a 1934, pues en ese periodo se habían otorgado poco más de 9.000.000 de hectáreas
entre 800.000 campesinos, mientras que en la primera mitad del gobierno cardenista se distribuyeron
casi 10.000.000 de hectáreas entre, aproximadamente, 500.000.
Ahora bien, muchas de las haciendas que se expropiaron eran muy poco productivas. Solo algunos
campesinos lograron superar esa dificultad, pues el gobierno no otorgó, junto a las tierras, maquinarias,
ni tampoco dio asesoramiento para mejorar el rendimiento de los suelos. Justamente, en este aspecto, la
reforma agraria encontró su límite ya que, en el corto plazo, casi no hubo mejoría económica entre los
campesinos.
Asi como el cardenismo favoreció el reparto de tierras, también buscó favorecer la industrialización y
el desarrollo económico. Para ello, su política se orientó a reforzar el rol del Estado como regulador de
la economía. En ese marco, en 1938, se procedió a la nacionalización de las empresas petroleras, es
decir, pasaron de manos privadas al Estado mexicano. No obstante, la nacionalización no era
considerada por el presidente como el centro de su programa, ya que reconocía la importancia de la
presencia de capital extranjero para dinamizar la economía.
Durante su gobierno, Cárdenas enfrentó un problema arduo y difícil con el petróleo. A comienzos del
siglo XX, México poseía un porcentaje considerable de las reservas petroleras confirmadas en el
mundo. Predominaban en este rubro las inversiones extranjeras. En la práctica, las compañías
norteamericanas y anglo-holandesas (Standard Oil y Royal DutchShell) imponían el control de las
exportaciones del petróleo, precios monopólicos y sus respetables utilidades (altísimas si se las
compara con la tasa de rentabilidad obtenida en Estados Unidos) no se invertían en la economía local.
Además aplicaban pautas discriminatorias hacia los trabajadores mexicanos, cuyos salarios eran
inferiores a los pagados a los estadounidenses.
Cuando el Sindicato Único de los Trabajadores Petroleros reclamó aumento de salarios, descansos
remunerados y protección frente a accidentes, la intransigencia de las compañías transformó el
conflicto laboral en una tensa disputa con el gobierno de Cárdenas. Este decidió investigar a las
compañías, creando una comisión de expertos encabezada por Jesús Silva Herzog. EI informe oficial
determinó la situación financiera de los consorcios petroleros, detectó irregularidades fiscales, evaluó
el divorcio existente entre sus intereses y las necesidades internas de la economía mexicana, y
consideró que estaban en condiciones de otorgar el aumento salarial. El conflicto llego al Tribunal
Supremo, que falló en favor de los trabajadores.
Sin embargo, las compañías rechazaron el fallo pensando que, como ya había ocurrido anteriormente,
encontrarían un modo de eludir la decisión de la justicia en un país atrasado como México. Pero esta
negativa a obedecer al Tribunal Supremo precipito la crisis: sorprendiendo nuevamente a todos, el
presidente Cárdenas intervino en el conflicto y anunció el decreto de expropiación de las compañías.
La fundamentación legal fue el artículo 27 de la Constitución Mexicana de 1917, que reservaba al
estado la propiedad exclusiva de los recursos naturales del subsuelo.
Como respuesta, el gobierno británico rompió relaciones con México, mientras que Roosevelt mantuvo
su estrategia de “buena vecindad”, ya que consideraba que México podía ser un vecino estable y buen
cliente de los Estados Unidos. El presidente norteamericano reconoció el derecho a la expropiación y
opto por las negociaciones. Las compañías, en cambio, exigieron la indemnización, propiciaron una
campaña de prensa, y realizaron todo tipo de presiones y un boicot al petróleo mexicano que provocó el
cierre de mercados de los países aliados europeos, por lo cual México se vio forzado a exportar a
Alemania e Italia.
El Grupo Sinclair, de origen estadounidense, exigió un monto exorbitante: cuarenta millones de barriles
de petróleo crudo como compensación por los bienes expropiados a la compañía. La Standard Oil, que
también había sido expropiada en Bolivia, exigió la restitución de sus propiedades y derechos. México
se comprometió al pago de indemnizaciones y creó una empresa petrolera estatal: Petróleos Mexicanos
(PEMEX).
Al norte de Tampico, el petróleo mexicano pertenece a la Standard Oil. Al sur, a la Shell. México
paga caro su propio petróleo, que Europa y Estados Unidos compran barato. Las empresas llevan
treinta años saqueando el subsuelo y robando impuestos y salarios cuando un buen día Cárdenas
decide que México es el dueño del petróleo mexicano. Desde ese día, nadie consigue pegar un
ojo. El desafío despabila al país. Inmensas multitudes se lanzan a las calles en manifestación
incesante, llevando en hombros ataúdes de la Standard y la Shell, y con música de marimbas y
campanas los obreros ocupan los pozos y las refinerías. Pero las empresas se llevan a todos los
técnicos, amos del misterio, y no hay quien maneje los indescifrables tableros de mando. La
bandera nacional flamea sobre las torres silenciosas. Se detienen los tableros, se vacían las
tuberías, se apagan las chimeneas. Es la guerra: la guerra contra las dos empresas más poderosas
del planeta y sobre todo la guerra contra la tradición latinoamericana de la impotencia, la colonial
costumbre del no sé, no puedo.
El desmadre.
La Standard Oil exige la inmediata invasión de México. Cárdenas advierte que incendiara
los pozos si asoma un solo soldado en la frontera. El presidente Roosevelt silba y mira para
otro lado, pero la corona inglesa hace suyas las furias de la Shell y anuncia que no
comprara ni una gota de petróleo mexicano. Francia dice que tampoco. Otros países se
suman al bloqueo. México no encuentra quien le venda una pieza de repuesto, los barcos
desaparecen de sus puertos. Cárdenas nos baja de la mula. Busca clientes en las áreas
prohibidas, la roja Rusia, la Alemania nazi, la Italia fascista, mientras las instalaciones
abandonadas van resucitando poquito a poco: los trabajadores mexicanos remiendan,
improvisan, inventan, se las arreglan como pueden a fuerza de puro entusiasmo, y así la
magia de la creación va haciendo posible la dignidad.
A pocas semanas del decreto de Cárdenas se produjo en México el levantamiento del general Saturnino
Cedillo, pero fue disuelto.
En el terreno político se realizó una importante reforma mediante la cual todos los mexicanos quedaron
incorporados al único partido político heredero de la Revolución, el Partido de la Revolución Mexicana
(que luego se llamaría PRI): una verdadera organización de masas. Cárdenas favoreció la
sindicalización, y en 1936 se conformó la Confederación de Trabajadores de México, liderada por
Vicente Lombardo Toledano. La Confederación Nacional Campesina tuvo como funciones articular los
ejidos con el partido en el poder, unificar a las ligas campesinas preexistentes y reunir las demandas
agraristas locales. La política de distribución de tierras busco consolidar el mercado interno
incorporando a estos sectores al consumo.
También con el apoyo de Cárdenas, en 1940, se reunió en México el primer Congreso Indigenista
Interamericano y luego se creó el Instituto Nacional Indigenista. Aunque tenía carácter científico (se
proponía estudiar la cuestión india), era concebido como instrumento para incorporar a estos sectores al
aparato estatal. No existieron por entonces demandas de autonomía o de representación política de las
comunidades originarias.
La política educativa de Cárdenas se destaca por el proyecto de educación “socialista”, término que
hacia más bien referencia a la ideología de la Revolución Mexicana y que puso énfasis en la educación
técnica. Se fundó el Instituto Politécnico como alternativa a la Universidad Nacional, que conservaba
su carácter liberal, ajeno a las necesidades del desarrollo industrial y que de ningún modo podía
garantizar una preparación científica, utilitaria y practica para responder a las transformaciones
económicas de México.
El cardenismo representó uno de los casos paradigmáticos del populismo en América Latina, con su
nacionalismo económico, la afirmación de la soberanía del estado mexicano y una amplia política de
reformas desde el aparato estatal, que incorporó a los sectores subalternos a través de sus
organizaciones. Este compromiso entre las clases sociales fue un componente común de los populismos
latinoamericanos, así como las medidas de tipo keynesiano (de intervención estatal) que se generalizan
en el contexto histórico de la década de 1930 en todo el mundo capitalista. Un ejemplo de ello es el
New Deal en Estados Unidos.
Por último, mientras en la Argentina se radicaron centenares de criminales de guerra nazis, en México,
entre 1937 y 1942, el cardenismo recibió a gran cantidad de exiliados republicanos de la Guerra Civil
Española, perseguidos por la dictadura militar que presidia el general Francisco Franco.
Desde el momento en que ingresó Estados Unidos a la Segunda Guerra, presionó a los restantes
gobiernos americanos para que se sumaran a las filas de los aliados, acusándolos -en caso de no
hacerlo-, de pro nazis. También, por influencia de Washington, en ese período muchos países de
América Latina nacionalizaron propiedades y empresas alemanas, que pasaron, de este modo, al sector
público: es el caso de importantes haciendas cafetaleras en Guatemala, y numerosas empresas de ese
origen radicadas en Argentina (en este caso, se decidió expropiar al "capital enemigo", recién al
finalizar la contienda). El Estado de Perú expropió todos los bienes japoneses. Por otra parte, la guerra
permitió acumular reservas de divisas, además de estimular el proceso de industrialización, sobre todo
en México, Argentina, Brasil y Chile (ya que se acentuó el proceso de "sustitución de importaciones",
es decir, la industrialización para producir localmente lo que antes se compraba en el exterior). En el
resto de América Latina el crecimiento industrial fue más débil, prácticamente se mantuvo el modelo
económico agroexportador. Pero se obtuvieron buenos precios para las exportaciones de alimentos y
materias primas, cuya demanda aumentó a un ritmo inédito, durante los seis años de la guerra. Estados
Unidos necesitó la cooperación de las naciones latinoamericanas, a través de las compras de minerales
o insumos que tenían una importancia estratégica para los aliados: el estaño de Bolivia, el cobre
chileno, el caucho de México y el petróleo de Venezuela.
LA TEORÍA DESARROLLISTA
El economista norteamericano Walt Rostow (1916-2003) formuló una teoría del desarrollo que alentaba
las esperanzas en un "despegue" de las economías del Tercer Mundo. Rostow consideraba que las
sociedades podían evolucionar desde una etapa tradicional de subsistencia, donde la producción,
fundamentalmente, estaba destinada al consumo y no al comercio, y no tenían desarrollo tecnológico,
hasta una etapa de consumo en masa. A la primera etapa la identificó con la economía de los países
subdesarrollados. Para que estos se pudieran desarrollar, primero debían crear infraestructura de
transportes e incrementar la especialización del trabajo, a fin de poder "despegar económicamente".
Esta segunda etapa sería de transición. La tercera etapa, de despegue económico, implicaba mayor
industrialización y mayores inversiones, aunque había regiones diferenciadas dentro del mismo país, en
cuanto al crecimiento. En la cuarta etapa, de madurez, se diversificaba la economía con innovaciones
tecnológicas y menor dependencia de importaciones. Finalmente, la última etapa sería la de consumo a
gran escala, donde el sector servicios dominaría dentro de la economía.
EL DESARROLLISMO Y LA CEPAL
En 1949, las Naciones Unidas crearon la Comisión Económica para América Latina y el Caribe o
CEPAL, con el objetivo de estudiar, mediante estadísticas y censos, la situación estructural y
productiva del continente. Las investigaciones de la CEPAL indicaron las características peculiares del
desarrollo latinoamericano, impulsado, hasta 1955, principalmente por las exportaciones demandadas
durante la guerra y la posguerra europeas. Sin embargo, en la década de 1950 se produjo un
estancamiento económico en la región, que los técnicos de la CEPAL atribuyeron al deterioro de los
términos de intercambio entre países centrales y periféricos.
Se habla de deterioro en los términos del intercambio cuando un país comienza a cobrar menos por sus
exportaciones y pagar más por sus importaciones. Por ejemplo, en 1935, Brasil necesitaba exportar 20
bolsas de café para importar un automóvil; hacia 1958, requería el equivalente a 200 bolsas de café. La
CEPAL adoptó una posición industrialista, y propuso un modelo de desarrollo planificado, con una
activa intervención estatal (lo cual motivó la oposición de los partidarios del liberalismo), para superar
el atraso agrario y crear un desarrollo industrial con crecimiento autónomo.
Tanto el presidente de Brasil, Juscelino Kubitschek (1956-1961), como el argentino Arturo Frondizi
(1958-1962), compartieron la postura desarrollista, y promovieron la radicación de industrias
extranjeras en distintas ramas: automotriz, eléctrica y química, así como la firma de contratos con los
poderosos trust petroleros. Sin embargo, el proyecto de impulsar el "desarrollo de la industria
nacional", recomendado por la CEPAL, se transformó en una verdadera ilusión, ya que las economías
latinoamericanas nunca lograron un mecanismo autónomo de acumulación de capitales: continuaron
dependiendo de las divisas del sector exportador, requirieron importaciones de maquinaria, equipos e
insumos, y sufrieron la escasez de capitales propios, por lo que quedaron supeditados al endeudamiento
externo.
América Latina, pasada la breve euforia de la posguerra, volvió a su situación de deudora de los países
centrales, mediante los préstamos del FMI, y debido a las consecuencias del deterioro de los términos
de intercambio, que significaron un déficit crónico en las balanzas de pago. La presencia del capital
estadounidense o imperialista, no sólo había aumentado significativamente en las estadísticas, sino que
era dueño y señor de las economías locales, a través de empresas subsidiarias, monopolios y sucursales
de bancos.
Los economistas e intelectuales que formularon la Teoría de la Dependencia (entre ellos André Gunder
Frank, Fernando Henrique Cardoso y Theotonio Dos Santos) afirmaban que no existía posibilidad de
desarrollo de un capitalismo nacional autónomo, en las condiciones existentes. El atraso económico de
América Latina se debía a su condición de dependencia de las grandes potencias, en especial de
Estados Unidos. Esta subordinación se efectivizaba mediante la alianza de las burguesías nativas de los
países dependientes, ligadas a los intereses imperialistas, que transferían a los países centrales, el
excedente generado en los países periféricos. Es decir que la causa del subdesarrollo estaría dada por
ese sistema de relaciones de dominación: los países centrales explotaban a los países periféricos y los
transformaban en "satélites". En esta situación de dependencia no se permitía el crecimiento, porque
los países centrales se beneficiaban con la desigualdad: la metrópoli expropiaba el excedente
económico de sus satélites y lo utilizaba para su propio desarrollo. Para los "dependentistas", el
subdesarrollo latinoamericano era consecuencia del imperialismo, de la dominación y de la
dependencia de los monopolios extranjeros. Criticaban a la CEPAL y a la teoría desarrollista que este
organismo propiciaba, ya que en las décadas de 1950 y 1960 se abrían las puertas a las inversiones
extranjeras, con la ilusión de modernizar e impulsar el desarrollo, pero en lugar de obtener ese
resultado, su saldo era el aumento de la deuda externa y la desnacionalización de la economía.
En esas condiciones, en los países periféricos, el desarrollo resultaba incompatible con los intereses de
los países dominantes: la industrialización era un privilegio de las metrópolis. El capital imperialista
capturaba los mercados y se apoderaba de los sectores claves de la industria, como el petróleo, la
química y el automotriz. Con las inversiones extranjeras la dependencia no se rompía, sino que se
acentuaba con la dependencia de insumos, la dependencia tecnológica, de maquinaria o de nuevos
capitales.
La creciente presencia económica de Estados Unidos en América Latina también tuvo su expresión
política y militar. En 1947, esta potencia hegemónica impuso un ordenamiento de sus relaciones con
los 20 países del continente con la creación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca
(TIAR), una alianza de cooperación militar dirigida por Estados Unidos. Este acuerdo -firmado en Río
de Janeiro- significaba, de hecho, la coordinación de los ejércitos latinoamericanos bajo el control del
Pentágono frente a una posible "agresión extracontinental" (la amenaza soviética). Fue anterior al
Tratado del Atlántico Norte, firmado por las potencias occidentales. En 1948, en la Conferencia de
Bogotá, se creó un organismo regional: la Organización de Estados Americanos (OEA). Como es
costumbre en todos los tratados internacionales, el Estado que más resguardos puso para la aplicación
en su propio territorio de lo acordado por todos los demás fue Estados Unidos.
Pese a esta hegemonía, durante la posguerra llegaron al poder en América Latina algunos gobiernos
nacionalistas, que estaban en disonancia con los intereses y orientación norteamericanos: las
presidencias de Juan D. Perón en la Argentina (1946-1955); el retorno de Getulio Vargas (1950-1954),
en Brasil, que constituyó la empresa petrolera estatal Petrobras; Jacobo Arbenz, en Guatemala, y se
produjo la Revolución de 1952 en Bolivia, que nacionalizó las minas de estaño.
En las décadas de 1960 y 1970, la influencia de la Revolución Cubana y el ejemplo del Che impulsaron
a distintos grupos revolucionarios latinoamericanos a fundar organizaciones armadas. Muchos veían
que la desigualdad y la dependencia de las potencias imperiales no se solucionarían por la vía de las
democracias occidentales en esta región del mundo. A esa situación se sumaba al hecho de que la
Guerra Fría se trasladaba directamente a la región latinoamericana, primero en Guatemala, luego en
Cuba, y se generaban grandes tensiones.
Para controlar la situación en lo que consideraba su territorio, Estados Unidos convocó a los
representantes de todos los ejércitos latinoamericanos en las Conferencias de Ejércitos Americanos
(CEA) desde 1960, y comenzó a dictar cursos de formación dirigidos a oficiales latinoamericanos.
Miles de ellos recibieron instrucción y adoctrinamiento militar en distintas instituciones
norteamericanas, con el propósito de formarlos ideológicamente en las nuevas doctrinas. En esas
conferencias anuales Estados Unidos promovía, entre los altos mandos de los ejércitos americanos, la
difusión de sus dogmas, la política de contención del comunismo y, actualmente, la lucha contra el
terrorismo internacional. También en la Escuela de las Américas de Panamá enseñó métodos de
contrainsurgencia, tortura, crueldad y represión. Se la llamó "la escuela de dictadores" y formó a
generaciones de militares en América Latina para defender las estrategias del Pentágono; allí se
graduaron, tanto los dictadores de la década de 1970 (por ejemplo los argentinos Roberto Viola,
Leopoldo F. Galtieri e Ibérico Saint-Jean; el general panameño Manuel Antonio Noriega y el
salvadoreño Roberto d'Aubuisson, inspirador de los "escuadrones de la muerte" en El Salvador), como
los que derribaron en el año 2009 al presidente constitucional de Honduras, Manuel Zelaya.
Estados Unidos definió una estrategia para evitar cualquier ejemplo de experiencia socialista en
Latinoamérica (y también gobiernos de carácter antiimperialista y nacionalista), que estaba basada en
la Doctrina de la Seguridad Nacional. Colaboró en la destitución de gobiernos como el del general Juan
José Torres (1970-1971) en Bolivia, derrocado por el coronel Hugo Banzer (que también había recibido
instrucción en Panamá) y el del socialista Salvador Allende de Chile (donde la intervención de Estados
Unidos fue abierta). Hacia fines de la década del 70 todos los países de Sudamérica estaban bajo
férreas dictaduras militares.
LA DOCTRINA DE LA SEGURIDAD NACIONAL
La Doctrina de la Seguridad Nacional marcó un cambio fundamental en el rol de las Fuerzas Armadas
de los países latinoamericanos. Su función ya no era velar por la seguridad de las fronteras, sino buscar
y tratar de identificar al enemigo en el propio país. Aunque el enemigo interno estaba encarnado, en
primer lugar, por las organizaciones armadas (denominadas genéricamente por los militares como
"guerrilla" o "subversión armada"), la represión se dirigió a un amplio arco de opositores políticos:
comunistas, socialistas, antiimperialistas, organizaciones campesinas, sociales y estudiantiles,
comunidades eclesiásticas de base vinculadas a la Teología de la Liberación, así como cualquier grupo
con un tinte nacionalista o socialista que amenazara la "seguridad nacional".
Según las palabras del dictador chileno Augusto Pinochet, el fundamento de la Doctrina de la
Seguridad Nacional consiste en que las naciones están amenazadas por la "agresión permanente al
servicio de una superpotencia extracontinental e imperialista" (la Unión Soviética, que prestó apoyo a
Cuba cuando fue bloqueada por Estados Unidos).
Los métodos adquiridos por el ejército francés durante su guerra colonialista en Indochina y en Argelia,
también influenciaron en el adoctrinamiento y accionar de los ejércitos latinoamericanos. Conocida
como la "Escuela Francesa", una misión de instructores paramilitares de la Organización Armada
Secreta (OAS) fue convocada en la década de 1960 bajo el gobierno de Arturo Frondizi y permaneció
en el país hasta la última dictadura. Más tarde también asesoró a la dictadura brasileña sobre métodos
de represión. Los oficiales argentinos con mejores promedios de la Escuela Superior de Guerra hacían
cursos de perfeccionamiento en París, y luego eran enviados a un mes de práctica en Argelia. El
"modelo francés" implicaba el uso de la tortura y de otros medios para generar terror. Usando su
terminología, la "guerra moderna" era muy distinta de la tradicional, porque el enemigo (los
revolucionarios) contaba con el apoyo de la población civil. Entonces se imponía el terror para tratar de
separar a los grupos revolucionarios de su base de sustento. La práctica sistemática de la tortura se
justificaba como necesidad de obtener información. También les enseñaron la división del territorio
nacional en zonas de operaciones, los métodos de interrogación, el tratamiento de prisioneros de guerra
y la subordinación policial al Ejército. Cada área de responsabilidad, cada zona, cada subzona tenía
grupos que actuaban entrando a las casas, allanando, apresando en forma ilegal y de ahí pasaban a
centros de detención donde se hacían los interrogatorios. Los métodos inquisitivos fueron
complementados con lo aprendido en la Escuela de las Américas de Panamá, a la cual muchos
argentinos fueron incorporados como profesores.
En suma, en los métodos de las dictaduras de la Seguridad Nacional se integraron la doctrina francesa,
la doctrina de Seguridad Nacional y la cooperación entre los Ejércitos, en las Conferencias anuales y en
el Plan Cóndor.
Esta coordinación de las dictaduras latinoamericanas entre sí, que se organizaban para efectuar una
represión eficiente sobre sus enemigos ideológicos se llamó Plan Cóndor (también Operación Cóndor u
Operativo Cóndor), y se concretó en 1975. Los países que lo integraron, de manera comprobada fueron
Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina, aunque también hubo desapariciones, traslados y
asesinatos de ciudadanos de otros países en Perú, Bolivia y otros gobiernos autoritarios. Las dictaduras
reunían a sus agentes de inteligencia, organizaban espionajes conjuntos, intercambiaban prisioneros,
falsificaban documentos y actuaban en los países vecinos con libertad para secuestrar y matar.
Las pruebas fehacientes de esta organización criminal internacional fueron descubiertas en 1992,
gracias a la investigación de Martín Almada, un ex detenido del dictador paraguayo Alfredo Stroessner,
que ubicó los archivos de la policía secreta del Paraguay. Se trata de miles de fichas de detención y
fotografías, denominadas archivos del horror, y demuestran la activa colaboración de las dictaduras
militares que integraron la Operación Cóndor. Luego, con la apertura de documentos confidenciales
norteamericanos, resultó evidente que el gobierno de los Estados Unidos estaba al tanto de estos
hechos. Entre 1977 y 1984 se expandieron a escala continental los métodos aplicados por las dictaduras
latinoamericanas en la Operación Centroamérica. Hubo participación activa de militares argentinos en
la represión somocista en Nicaragua; su excusa fue que muchos militantes montoneros y del ERP
exiliados se habían integrado al Ejército Sandinista de Liberación Nacional nicaragüense.
EJE III: CONTEXTO NACIONAL
El proceso histórico que se inició entre 1943 y 1945 significó un cambio decisivo en la historia
argentina del siglo XX. En esos años se fue conformando un movimiento social y político el peronismo
que impulsó transformaciones que dejaron una profunda huella en nuestra sociedad.
Desde aquellos años, el peronismo fue un protagonista casi excluyente de la historia de la sociedad
argentina, tanto cuando Juan Domingo Perón estuvo al frente del Estado, como cuando el movimiento
que él conducía fue proscrito o marginado de la escena política.
La irrupción del peronismo provocó importantes modificaciones en todos los planos de la vida social.
En el campo económico propuso un modelo basado en el desarrollo industrial, orientado hacia el
mercado interno con una fuerte intervención estatal, y en la redistribución del ingreso en favor de los
sectores asalariados.
En lo social llevó adelante una amplia política de reformas que establecieron importantes derechos
sociales para los trabajadores.
En el plano político se modificaron sustancialmente las relaciones entre el Estado, las clases sociales y
sus organizaciones representativas. El Estado peronista asumió un papel protagónico como un actor
político con objetivos propios. La extensión de los derechos de ciudadanía al conjunto de la sociedad
argentina y la participación política activa de las masas obreras -hasta entonces excluidas o marginadas
del sistema político- fueron los pilares de la democracia de masas que proyectó el peronismo. En el
ámbito cultural se fue conformando una nueva cultura popular que incorporó las pautas y tradiciones
de los sectores sociales que se incorporaban al consumo y a la ciudadanía plena.
1- SOCIEDAD CIVIL, SISTEMA POLÍTICO Y ESTADO HACIA 1943.
Hacia 1940, además de sufrir la falta de reconocimiento de sus derechos como trabajadores, los
sectores populares sufrían también la falta de reconocimiento de sus derechos como ciudadanos. Por el
volumen de población que, como resultado de las migraciones internas, se instaló en las principales
ciudades de la región pampeana, la infraestructura de servicios urbanos resultó insuficiente. Esta
situación contribuyó a aumentar el descontento de la mayoría de la población, que no se sentía
escuchada por el sistema político.
El GOU
Unos meses antes del golpe, en el ejército se constituyó una agrupación militar, el GOU -Grupo de
Oficiales Unidos-, con el objetivo de llevar a cabo cambios institucionales en el país. Estaba integrada,
entre otros, por los oficiales Juan Carlos y Miguel Montes, Emilio Ramírez, Enrique P. González y el
coronel Juan D. Perón. Su programa de gobierno,
debido a las diferencias
ideológicas que había entre sus integrantes, no fue del todo claro, el GOU fue "un grupo de enlace
entre los jóvenes oficiales, partidarios de restablecer la moral y la disciplina dentro del Ejército y de
recuperar al país de una corrupción que, según algunos de sus miembros, llevaba derecho al
“comunismo". El papel del GOU fue magnificado tanto por sus mismos integrantes, que pretendieron
ser los inspiradores y únicos gestores del movimiento del 4 de junio, como por algunos historiadores.
Seguro de la adhesión de un gran número de trabajadores, intentó procurarse el apoyo de los sectores
capitalistas, en particular el de los empresarios industriales. En abril de 1944 fue creado el Banco de
Crédito Industrial Se trataba del primer banco estatal dedicado a la promoción de la industria. También
se organizó la Secretaría de Industria y Comercio. El 25 de agosto del mismo año, en un discurso
pronunciado en la Bolsa de Comercio --que provocó muy variadas interpretaciones por parte de los
historiadores-, Perón afirmó:
"Señores capitalistas, no se asusten de mi sindicalismo, nunca mejor que ahora estará seguro el
capitalismo, ya que yo también lo soy, porque tengo estancia, y en ella operarios. Lo que quiero es
organizar estatalmente a los trabajadores, para que el Estado los dirija y les marque rumbos y de esta
manera se neutralizarán en su seno las corrientes ideológicas y revolucionarias que puedan poner en
peligro nuestra sociedad capitalista en la posguerra."
El 17 de octubre de 1945
El clima de movilización entre los obreros, especialmente en los suburbios industriales de Buenos
Aires, Rosario y La Plata, creció más allá de las previsiones de la central sindical y, en la mañana del
día 17 de octubre, un día antes de lo dispuesto por la CGT, desbordando a su conducción, grupos de
trabajadores comenzaron a movilizarse en los principales centros urbanos del país.
Hacia el mediodía confluyeron sobre la plaza de Mayo, en la ciudad de Buenos Aires, nutridas
columnas de obreros, que manifestaban su adhesión a Perón y exigían su libertad frente a los
principales edificios del gobierno nacional. Durante toda la jornada, al mismo tiempo que la
concurrencia en la plaza de Mayo crecía y que se registraban acciones similares en el resto del país, se
realizaron múltiples e intensas reuniones y negociaciones políticas. En ellas participaron los hombres
del gobierno (Ávalos, Farrell, Mercante representando a Perón) y el Comité Nacional de Huelga
constituido recientemente por la dirección de la CGT y sindicatos autónomos.
A medida que pasaban las horas, los sectores antiperonistas del gobierno encabezados por Ávalos se
vieron obligados a ceder a las exigencias de Perón. La policía no dificultó la llegada de los grupos de
obreros al centro de la ciudad y no todos los militares estaban dispuestos a sacar las tropas del ejército
a las calles para reprimir a los manifestantes. El general Ávalos prefirió evitar males mayores y cedió
ante la evidencia de que la tensión social en aumento podía desembocar en acontecimientos violentos.
Con la intención de que la movilización cesara, Ávalos aceptó las exigencias de Perón: le concedió el
uso de la radio oficial para difundir un mensaje y se comprometió a formar un nuevo gabinete con
hombres de su confianza y a mantener la convocatoria a elecciones sin proscripciones.
Finalmente, luego de dejar el Hospital Militar, a donde había sido trasladado el día 15 con la intención
de aquietar los ánimos, y a propuesta del Comité de Huelga, por la noche, desde los balcones de la
Casa Rosada, Perón dirigió un mensaje a la multitud reunida en la plaza de Mayo.
La palabra empleada por Perón para dirigirse al pueblo que coreaba su nombre e iniciar su discurso fue
“trabajadores”. Y continuó así: "Hace casi dos años, desde estos mismos balcones, dije que tenía tres
honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser un patriota y la de ser el primer trabajador argentino.
En la tarde de hoy, el Poder Ejecutivo ha firmado mi solicitud de retiro del servicio activo del Ejército.
Con ello he renunciado voluntariamente al más insigne honor al que puede aspira: un soldado: lucir
las palmas y los laureles de general de la Nación. Lo he hecho porque quiero seguir siendo el coronel
Perón y ponerme, con este nombre, al servicio integral del auténtico pueblo argentino. Dejo el honroso
uniforme que me entregó la Patria para vestir la casaca de civil y confundirme con esa masa sufriente
y sudorosa que elabora el trabajo y la grandeza de la Patria."
El clima de movilización popular también estuvo presente en otras ciudades del país, como La Plata,
Rosario y Córdoba. En las jornadas del l7 y el 18 de octubre la presencia activa de los trabajadores en
las calles de los grandes centros urbanos puso de manifiesto que el peronismo se constituía como un
movimiento de masas, con una clara identificación social y política. Comenzaba a definirse una línea
de ruptura y de conflicto social entre las masas obreras por un lado y los sectores medios y la elite por
el otro -terratenientes, grandes comerciantes exportadores y gran burguesía industrial-, y ese conflicto
adquiría una precisa definición política que enfrentaba a peronistas y antiperonistas.
El protagonismo de las masas movilizadas y de las organizaciones sindicales en aquel momento
fundaciona1 del peronismo, sugieren que para comprender la significación histórica del peronismo no
es suficiente analizar las ideas o las acciones de Perón. Si bien éste ocupó un lugar central por su
condición de líder del movimiento, las transformaciones sociales y políticas que generó el peronismo
sólo pueden comprenderse en la marca de la lucha política entre los diferentes sectores de la sociedad
argentina.
La Unión Democrática
Frente a la consolidación de la alianza peronista, se fue estableciendo otra alianza social muy poderosa,
que bajo la dirección de los terratenientes y los grandes comerciantes exportadores nucleaba a la gran
burguesía industrial, a sectores militares industrialistas atemorizados por la movilización obrera y a
sectores medios urbanos. La SRA y la UIA -que habían apoyado la Marcha de la Libertad y la
detención de Perón- eran las organizaciones de empresarios más activas de esta alianza. La casi
totalidad de los partidos políticos tradicionales establecieron un acuerdo para formar un frente electoral
-la Unión Democrática- que se convirtió en el representante político de este conjunto de intereses
sociales. La UCR, el Partido Demócrata Progresista, el Partido Socialista, el Partido Comunista y
diversas fuerzas conservadoras (excluyendo al Partido Demócrata Nacional que no participó
formalmente de la alianza pero la apoyó decididamente) eligieron como candidatos de su fórmula
presidencial a los radicales José Tamborini y Enrique Mosca.
La Unión Democrática se presentaba como la fuerza que defendía los valores democráticos frente al
avance de lo que consideraban el nazifascismo. La reunión de dirigentes comunistas y conservadores
en una fuerza electoral que recibía el respaldo activo del embajador norteamericano Braden reproducía
en la lucha política local la alianza de la Unión Soviética con los imperios democráticos -Estados
Unidos y Gran Bretaña- para enfrentar a Alemania e Italia en la guerra mundial.
El embajador norteamericano en apoyo a la Unión Democrática publica un libro titulado “Libro Azul”
donde denuncia a Perón como nazi.
El Partido Laborista
En torno del liderazgo de Perón se conformó una alianza social que aglutinaba a la gran mayoría de los
trabajadores, cuyo núcleo más sólido y dinámico era la clase obrera industrial, a pequeños y medianos
empresarios y productores agrarios cuya producción estaba orientada hacia el mercado interno, y a
sectores nacionalistas del ejército.
Ante la ausencia de una estructura política partidaria propia y la dificultad para establecer acuerdos con
partidos o agrupaciones tradicionales, la candidatura de Perón a presidente fue impulsada por el Partido
Laborista. Se trataba de un nuevo partido obrero creado por dirigentes sindicales que en su mayoría
provenían de la vieja corriente sindicalista y que ponía de manifiesto la voluntad política de los
trabajadores de convertirse en actores que tomaban decisiones autónomas. El dirigente correntino
Jazmín Hortensia Quijano, perteneciente a la UCR-Junta Renovadora (un sector escindido del
radicalismo) fue elegido como candidato a vice de la fórmula peronista.
El laborismo centró su campaña electoral en la presentación de Perón como el representante de los
trabajadores, de la justicia social y como el defensor de los intereses nacionales frente al imperialismo
norteamericano. Perón supo aprovechar la intromisión del ministro de los Estados Unidos y lanzó la
consigna Braden o Perón. Otra consigna muy utilizada fue ¡Cheque, cheque, cheque!, que hacía
referencia al cheque que la Unión Industrial entregó para financiar la campaña de la Unión
Democrática. De este modo, Perón y Quijano se presentaban como la fórmula del pueblo contra la
oligarquía capitalista.
El 24 de febrero de 1946, finalmente, la fórmula peronista obtuvo el 52% de los votos, superando por
más de 260.000 sufragios a la UD. El triunfo del pequeño Partido Laborista, representante de un sector
de la sociedad argentina que para muchos no existía, y su triunfo sobre la casi totalidad de los partidos
políticos tradicionales, fue calificado por un dirigente peronista como un milagro aritmético.
El rotundo respaldo electoral le permitió al peronismo obtener los dos tercios de la Cámara de
Diputados, una muy- amplia mayoría en el Senado y el gobierno de trece provincias, sobre un total de
catorce. La única provincia en la que el peronismo no triunfó fue Corrientes, posteriormente
intervenida.
Durante el transcurso de los gobiernos peronistas, las políticas desarrolladas fueron redefiniendo el
carácter del Estado. El Estado peronista dejó de ser un conjunto de instituciones que representaba los
intereses -según las épocas, más o menos particulares o más o menos generales- de los diferentes
sectores de la estructura económica y social.
Progresivamente se consolidó como un actor político con objetivos propios y con intenciones de
redefinir las alianzas y las oposiciones tradicionales de la lucha política argentina.
La Política Económica
En la concepción clásica, la economía es el estudio de cómo conseguir la mejor asignación posible de
los recursos limitados. De la profunda crisis de 1929 y como consecuencia de los graves problemas
sociales derivados de ella, emergió un nuevo concepto que ligaba la economía con sus efectos sociales
y el papel del estado: “el estado de bienestar". En éste el estado intervenía en la economía regulándola:
a través del presupuesto impulsaba la demanda mediante la inversión pública y las compras del estado;
el estado también creaba empleo en su rol empresario, con el aumento de salarios y beneficios sociales
aumentaba el dinero en circulación, todo lo cual activaba el aparato productivo generando crecimiento
económico y bienestar social.
El estado de bienestar, centro de profundos debates, alcanzó su mayor expresión en la Argentina con el
modelo peronista: una "Patria socialmente justa y económicamente libre" complementada con el
poder de una amplia clase obrera.
La Política Social
La euforia económica de los primeros años del gobierno peronista fue acompañada por una política
social que mejoró las condiciones de vida del conjunto de los trabajadores y atendió las necesidades de
los sectores más desprotegidos.
El fuerte incremento de la inversión del Estado en las áreas de vivienda y educación se materializó en
la construcción de más de medio millón de viviendas y alrededor de 8.000 escuelas. El acceso al
sistema de educación pública de vastos sectores sociales que hasta entonces sólo gozaban formalmente
de ese derecho significó la reducción del analfabetismo al 3% de la población.
La política sanitaria estuvo conducida por el secretario de Salud Pública, el Dr. Ramón Carrillo.
Haciendo hincapié en la prevención sanitaria y ampliando la capacidad y la calidad hospitalaria (de 4
camas cada mil habitantes en 1946 se aumentó a 7 camas cada mil en 1954), se logró reducir de manera
notable la mortalidad infantil y las enfermedades infecciosas. El gran logro de Carrillo fue la
erradicación del paludismo -utilizando un producto químico novedoso, el DDT-, un mal endémico que
afectaba en 1946 a unos 300 mil habitantes y que, al cabo de tres años de intenso trabajo, se logró
reducir a poco más de cien casos.
El voto de la mujer
Las mujeres socialistas desde principios de siglo lucharon por el voto femenino, pero no eran tenidas
en cuenta en el Congreso que, por ley, era exclusivamente masculino. La participación de Eva Perón en
la política dio acceso a la mujer al gobierno, y en 1947 se sancionó la ley de voto femenino, que 1949
fue incluida en la reforma constitucional. En 1952, las mujeres votaron por primera vez.
Probablemente para ayudar a contrarrestar el peso de los sindicatos, se constituyó la Rama Femenina
del movimiento peronista, que llevó las primeras mujeres al Congreso. También postularon a Eva
Perón como candidata a vicepresidente para las elecciones de 1952, a la que finalmente ésta renunció
por la presión del Ejército, que se sublevó en 1951.
La reforma constitucional
En septiembre de 1948 Perón se dirigió al pueblo en un discurso donde expresaba que nuestra
Constitución es una de las más antiguas del mundo, porque estaba sin actualizar, sin adaptarse a los
nuevos tiempos sociales, económicos y políticos. Por medio de la reforma quería
legalizar una economía de tipo social (diferente a la liberal, donde primaban los intereses individuales),
a fin de suprimir el abuso de la gran propiedad. Decía, en contra del liberalismo, que "el bien privado
es también un bien social", y que en el sistema anterior los trabajadores sólo tenían la libertad de
ejercer "el derecho de morirse de hambre". La reforma se llevó a cabo en 1949. En su artículo 40
expresaba que
"La organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un
orden económico conforme a los principios de la justicia social. […] Los minerales, las caídas de
agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las demás fuentes naturales de energía, con
excepción de los vegetales, son propiedades imprescriptibles e inalienables de la Nación […] Los
servicios públicos pertenecen originariamente al Estado, y bajo ningún concepto podrán ser
enajenados o concedidos para su explotación. Los que se hallaren en poder de particulares serán
transferidos al Estado, mediante compra o expropiación con indemnización previa, cuando una ley
nacional lo determine".
Entre los derechos del trabajador, el primero era el Derecho de trabajar: "El trabajo es el medio
indispensable para satisfacer las necesidades espirituales y materiales del individuo y de la
comunidad, la causa de todas las conquistas de la civilización y el fundamento de la prosperidad
general; de ahí que el derecho de trabajar debe ser protegido por la sociedad, considerándolo con la
dignidad que merece y proveyendo ocupación a quien la necesite".
Otros eran, por ejemplo, derecho a una retribución justa, derecho a la capacitación, a condiciones
dignas de trabajo, a la preservación de la salud, al bienestar, a la seguridad social, a la protección
familiar, al mejoramiento económico y a la defensa de los intereses profesionales. También instauraba
los derechos de la familia y de la ancianidad.
La reforma más difundida fue la que permitía la reelección presidencial sin período intermedio, que
posibilitó la postulación de Perón a un nuevo período de seis años. Además establecía que el voto para
presidente debía ser directo.
Los derechos sociales de la reforma de la Constitución del 49 se encontraban en el artículo 37, pero en
este artículo no establecía el derecho a huelga.
En las primeras elecciones con sufragio femenino y ya sancionada la nueva Constitución que establecía
la reelección presidencial en forma indefinida, la fórmula Perón-Quijano obtuvo el 62,5% de los votos,
la totalidad de los senadores y el 90% de los diputados. El triunfo electoral de 1952 se vio opacado por
la muerte de Eva Perón el 26 de julio, a los 33 años de edad por un cáncer fulminante.
3- La Democracia de Masas
El régimen peronista ha sido caracterizado por algunos investigadores como una democracia de masas.
Para llegar a esta conclusión toman como dato fundamental la participación masiva del conjunto de la
clase trabajadora dentro del sistema político, tanto a través del sufragio, al que se incorporaron por
primera vez las mujeres en 1947, como a partir del desarrollo de organizaciones de representación
intermedias, como los sindicatos, las unidades básicas, las asociaciones barriales y las entidades
vecinales.
4- La Política exterior
La Guerra trasladó la hegemonía mundial a Estados Unidos, cuya política externa, en consonancia con
los sucesos, se estructuró alrededor del Globalismo y la Doctrina Truman. Ambas doctrinas fueron
centro del debate desde entonces.
El globalismo: establecía: el hecho incuestionable de que el fin de la segunda guerra marcaba el fin de
los problemas localizados. Si los problemas eran globales, las soluciones también lo eran.
El poderío económico y militar de los Estados Unidos, más la solidez de su democracia, definían el
papel que el país debía cumplir: defender la libertad frente a la expansión de los totalitarismos.
La Doctrina Truman (1947): complementó al globalismo: fijaba límites a la expansión comunista y
relacionaba los problemas globales con la seguridad de Estados Unidos, por lo cual y en virtud de su
propia defensa, la potencia se reservaba el derecho de intervenir en cualquier parte del globo:
"Los regímenes totalitarios, impuestos a los pueblos libres mediante la agresión directa o indirecta,
socavan los fundamentos de la paz internacional y, en consecuencia, la seguridad de los Estados
Unidos"
La Tercera Posición
Para Perón, la idea fundamental de la Tercera Posición era abarcativa e incluía la política económica y
social además de la externa; suponía un distanciamiento del Continentalismo (hegemonía de Estados
Unidos en América) y la Bipolaridad. En 1947 explicó: "La labor para lograr la paz internacional
debe realizarse sobre la base del abandono de ideologías antagónicas y la creación de una conciencia
mundial de que el hombre está sobre los sistemas y las ideologías, no siendo por ello aceptable que se
destruya la Humanidad en holocaustos de izquierda o de derecha".
Para algunos continuó la línea tradicional de la neutralidad argentina adaptada a la situación de
posguerra, para otros preanunciaba lo que se acordaría en la Conferencia de Bandung (1955) sobre la
No Alineación de los países del Tercer Mundo. Para Estados Unidos era un claro e inaceptable desafío.
No obstante sus declaraciones anti-norteamericanas y las ásperas relaciones que mantenía con ellos, el
ministro de Relaciones Exteriores Juan Bramuglia.
El septiembre de 1947 y en Río de Janeiro, firmó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca
(TIAR) que estipulaba:
• La condena de la guerra y el uso de la fuerza en las relaciones internacionales;
• El compromiso de someter las controversias a los métodos de solución pacífica;
• "Las Altas Partes Contratantes convienen en que un ataque armado por parte de cualquier Estado
contra un Estado Americano, será considerado como un ataque contra todos los Estados
Americanos ... "
• El establecimiento de un sistema de consultas ante cualquier problema que surgiera dentro o fuera del
Continente.
El Congreso argentino ratificó el TIAR en 1950, como condición previa a la obtención de un préstamo.
En 1948, tras la reunión de la IX Conferencia Panamericana en Bogotá, se establecieron las bases del
actual sistema interamericano con las instituciones y reglamentaciones que componen la Organización
de Estados Americanos (OEA). La Argentina se incorporó de pleno derecho, con la firma de
Bramuglia.
Las dificultades económicas y las tensiones sociales se combinaron con un panorama político cada vez
más conflictivo. El enfrentamiento entre los partidarios del gobierno y sus opositores se agravó cuando
Perón asumió su segundo mandato presidencial.
Si bien en las elecciones el peronismo se impuso a los partidos de la oposición por una diferencia
abrumadora, el gobierno sufrió un fuerte desgaste político. La reforma constitucional de 1949, que
permitió la reelección de Perón, obtenida gracias a la amplia mayoría de convencionales oficialistas,
provocó el deterioro de las relaciones con la oposición, ya que los representantes de la UCR se
retiraron de la Convención Constituyente.
Por otra parte, el intento de los sindicatos por imponer como candidata a vicepresidente a Eva Perón
generó la reacción de los sectores más conservadores, que presionaron al gobierno por medio de las
Fuerzas Armadas para que no se concretara la iniciativa. Desde entonces, los militares se constituyeron
en un actor político cada vez más activo e independiente del gobierno, y que actuó con autonomía,
presionando y conspirando para quebrar la estabilidad institucional. Los sectores liberales y del
nacionalismo católico ganaron espacio dentro de las Fuerzas Armadas, a la vez que establecieron
relaciones y acuerdos con los partidos políticos opositores (radicales, conservadores, socialistas). La
Iglesia católica, que durante los primeros años de gobierno había mantenido una buena relación con
Perón, se fue distanciando y adoptó una posición de abierta oposición hacia el gobierno.
El resultado de estos conflictos políticos y de las tensiones sociales fue la reconstitución y el
fortalecimiento de la alianza social antiperonista, conformada por la gran mayoría de los sectores
medios -los más activos eran los estudiantes nucleados en la FUA-, la gran burguesía ligada al capital
local y extranjero -representada por la SRA y la CARBAP-, la Bolsa de Comercio y la UIA, la Iglesia
Católica y muchos sectores de las Fuerzas Armadas,
En el plano político-institucional esta alianza social se expresó por medio de duras críticas lanzadas por
la casi totalidad de los partidos opositores, en particular por la UCR, conducida por Ricardo Balbín.
La oposición de la Iglesia
En un principio la Iglesia había dado su visto bueno al gobierno de Perón, Sin embargo, no toda la
jerarquía eclesiástica estaba de acuerdo con Perón, y le molestó muchísimo que desde el gobierno se
identificaran peronismo y cristianismo, aseveración que implicaba que todo antiperonista debía ser
anticristiano.
Los motivos que alimentaban el conflicto se fueron incrementando progresivamente. El lenguaje y la
simbología religiosa se estaban dejando de lado, y se utilizaba el lenguaje católico para ir creando una
especie de religión peronista, mediante la cual se festejaba el día de "San Perón" y Evita era
considerada casi una santa por el pueblo; daba la impresión de que la "doctrina peronista" fuera más
importante que la "doctrina cristiana". Muchos opositores utilizaron a la Iglesia para atacar a Perón. La
oligarquía que había sufrido expropiaciones (por ejemplo, la familia Pereyra Iraola, a quien le habían
sacado tierras para hacer un parque) se alió a la jerarquía eclesiástica antiperonista. Perón decía que
esta situación conflictiva era parte de una situación internacional: Estados Unidos y el Vaticano, unidos
en la lucha contra el comunismo, promovían la formación de partidos demócrata cristianos en todo el
mundo y en la Argentina este partido no tenía razón de ser, según Perón, porque el peronismo era
democrático y era cristiano. Entonces lo comenzaron a integrar sus opositores, para luchar contra lo
que consideraban una "dictadura".
Al agudizarse el conflicto decenas de sacerdotes fueron arrestados y se quitaron del calendario oficial
cinco feriados religiosos -Reyes (6 de enero), Corpus Christie (5 de agosto), Asunción de la Virgen (15
de agosto), Día de todos los santos (1 de noviembre) y Concepción Inmaculada (8 de diciembre). A
esto debemos agregar las leyes de divorcio absoluto, la equiparación de los hijos legítimos y
extramatrimoniales, la supresión de la enseñanza religiosa en la educación pública, a eliminación de
subsidios a las escuelas confesionales, la legalización de los prostíbulos, y, finalmente, la nueva
reforma de la Constitución donde se establecería la separación de la Iglesia del Estado. En junio de
1955, la procesión de Corpus Christie convocó a muchos más que católicos militantes: pese a haber
sido prohibida por el gobierno, estaba la oposición en pleno, lo que les dio la oportunidad de juntar y
disponer el golpe
El levantamiento de junio
El 16 de junio la Marina de Guerra se alzó contra el gobierno. En el combate, la Marina bombardeó y
ametralló Plaza de Mayo y la Casa de Gobierno, en el bombardeo se arrojaron 9.500 kg de bombas,
causando la muerte a 308 personas y heridas a más de 800. Como los confabulados no consiguieron
bombas de alto poder explosivo emplearon contra la ciudad abierta bombas de fragmentación de 50 kg
de Trotyl provocando rápidamente cientos de víctimas y daños materiales.
La noche del 16 de junio, como represalia al bombardeo, simpatizantes peronistas en el conocimiento
de la estrecha relación entre los sediciosos que provocaron el levantamiento y la cúpula eclesiástica,
incendiaron la Curia Metropolitana, las catedrales de Santo Domingo y San Francisco, junto con otras
ocho iglesias, sin que los policías y bomberos presentes hicieran nada por impedirlo.
A la mañana siguiente los opositores, indignados, fueron a observar las ruinas de los templos, muchos
de éstos con importante valor histórico destruido. La quema de las iglesias no favoreció al gobierno,
porque fue acusado de haberla provocado o, al menos, de no haber hecho nada para impedirla. El
Ejército se alarmó por la intervención de la CGT, porque se dijo que había distribuido numerosas armas
a los obreros para formar milicias defensivas.
Por estos motivos, Perón habló con suma prudencia, diciendo que las iglesias serían restauradas a cargo
del Estado, y removió a los ministros del Interior y de Educación, que eran los más contrarios a la
postura de la Iglesia. Hizo un llamado a la oposición para la reconciliación, diciendo que habría total
libertad de expresión en los medios de comunicación, e invitó a los jefes de los diferentes partidos a
responder a su demanda por radio.
No por esto fueron magnánimos con él los opositores: el Dr. Solano Lima convocó a los demás para
terminar con el gobierno de Perón, y Arturo Frondizi (presidente del radicalismo en ese momento) lo
amenazó veladamente con el golpe, fijando condiciones muy duras para que su enfrentamiento fuera
estrictamente el constitucional. Esto, que era como un cachetazo en el momento en que se lo consideró
más débil, hizo que Perón volviera a posturas más duras con la oposición, más habituales en él.
"Hemos de restablecer la tranquilidad en el gobierno, sus instituciones y el pueblo; por la acción del
gobierno, las instituciones y el pueblo mismo, La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro
de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más violenta, Y cuando uno de los
nuestros caiga, caerán cinco de ellos,"
Finalmente, el 16 de septiembre de 1955, otro levantamiento militar -se autodenominó "Revolución
Libertadora"- encabezado por el almirante Isaac Rojas y los generales Pedro E. Aramburu y Eduardo
Lonardi destituyeron a Perón y estableció un gobierno provisional.
El plan CONINTES
La presión militar durante el gobierno de Frondizi es constante y descarada. Habían aceptado el triunfo
de Frondizi sólo porque su desgaste durante el gobierno de Aramburu les imposibilitaba seguir
gobernando directamente. Pero, sin estar en el gobierno, fueron el verdadero “poder detrás del trono”.
Los militares obligaron a Frondizi a tomar una serie de medidas antidemocráticas de represión, entre
las que se cuenta la implantación y prórroga sin limitación de tiempo del estado de sitio, y la
declaración del estado de Conmoción Interna del Estado en 1958 (es decir, antes de la aparición de la
guerrilla).
La acción de los Uturuncos da pie a la aplicación pública del plan CONINTES· en marzo de 1960,
subordinando las policías provinciales a los respectivos comandos militares zonales, y, luego poniendo
a los civiles “peligrosos” bajo jurisdicción militar. Los acusados de terrorismo y subversión eran
sometidos a jurados militares. Los obreros en huelga podían ser llevados por la fuerza a los cuarteles,
rapados y obligados a trabajar para mantener el servicio. Con la represión del CONINTES pierde
terreno la “resistencia” peronista, y lo ganan los “integracionistas” (que querían un entendimiento con
el gobierno, partidario de la “Integración” de un peronismo sin Perón en un gobierno desarrollista) y la
corriente “electoralista”, que pide la presentación de partidos neoperonistas en las próximas elecciones.
La política exterior
Al principio de su presidencia, Frondizi intentó llevar adelante una política internacional
independiente, pero después fue cediendo a las presiones norteamericanas y de nuestro Ejército.
Frondizi apoyaba la Alianza para el Progreso impulsada por el presidente de Estados Unidos, Kennedy,
pero los conservadores afirmaban que esta Alianza envalentonaba a los reformadores sociales, que ellos
querían alejar.
En enero de 1959 había triunfado la revolución cubana, que expulsó al dictador Batista (protegido por
Estados Unidos). El socialista Alfredo Palacios fue a visitar Cuba, y basó su campaña para senador por
Capital Federal en la defensa de la revolución cubana. La izquierda y parte del peronismo lo votaron, y
Palacios ganó las elecciones. Frondizi vio que, si quería reconquistar esos votos, debía volver a una
política exterior más independiente. Por ello hizo un acuerdo con Janio Quadros, presidente del Brasil:
ambos estarían dispuestos a defender los tradicionales principios de no intervención y
autodeterminación de los pueblos, frente a la política intervencionista que propiciaba Estados Unidos.
Estados Unidos presionó a los países latinoamericanos para condenar la revolución, y los Cancilleres
se reunieron en Punta del Este para tratar, dentro del marco de la OEA (Organización de Estados
Americanos), la situación cubana. Argentina se oponía a dejar aislada a Cuba, porque consideraba que
ello fomentaría la presencia rusa en la isla. Sin embargo, fue aprobada la inmediata exclusión de Cuba
de la OEA por 14 votos a favor (Uruguay, Paraguay, Perú, Colombia, Venezuela, Panamá, Costa Rica,
Guatemala, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Haití, República Dominicana y Estados Unidos); 1 en
contra (Cuba) y 6 abstenciones (Argentina, Brasil, Chile, México, Ecuador y Bolivia). Además de esto,
Frondizi tuvo la osadía de recibir en la Argentina, al brazo derecho de Fidel Castro, el argentino
Ernesto “Che” Guevara.
El malestar de las Fuerzas Armadas creció, pese a que el Ministro de Relaciones Exteriores, Miguel
Ángel Cárcano, sostuvo que la expulsión de Cuba contrariaba la Carta de la OEA, creando un peligroso
antecedente. El almirante Isaac Rojas afirmó, por el contrario, que le estábamos haciendo favores al
comunismo y que, oponiéndose a la “unidad continental”, estaba comprometiéndose el prestigio de
nuestra nación. Presionado, Frondizi rompió relaciones con Cuba. Los que reaccionaron en
manifestaciones fueron esta vez los estudiantes universitarios, solidarios con el pequeño país
latinoamericano.
Elecciones de 1962
El peronismo continuaba proscrito: en las elecciones para senador en Capital Federal, hubo 200.000
votos en blanco, y otros, dijimos, sufragaron por Palacios. Perón cambia entonces su estrategia, y
decide autorizar las listas de candidatos neoperonistas.
Frondizi piensa que, en 1962, es hora de cumplir con lo prometido levantando proscripciones, aunque
“no se tolerarán intentos tendientes a restaurar totalitarismos”. Pensando en acaparar los votos
conjuntos del antiperonismo, se hicieron algunas elecciones aisladas para medir las fuerzas, y
obtuvieron victorias electorales para el partido oficial en Formosa, Santa Fe y La Rioja. En marzo se
elegían los restantes gobernadores y la mitad de la Cámara de Diputados.
Las elecciones significaron un duro revés para Frondizi: si bien había triunfado en Capital Federal,
Corrientes, Entre Ríos Santa Cruz, Santiago del Estero y Tierra del Fuego, y la- UCRP ganó en
Córdoba y Chubut, el peronismo (bajo el nombre de “Unión Popular”) ganó en las provincias de
Buenos Aires, Tucumán, Chaco, La Pampa, Misiones, Neuquén y Río Negro.
Conociendo la posición antiperonista del Ejército, Frondizi se apresuró a intervenir las provincias en
donde éste había triunfado, “para garantizar la forma republicana de gobierno”. Ante esta
incongruencia del presidente, renunciaron todos los ministros y secretarios de Estado.
El golpe militar
El diario La Prensa, vocero del sector más reaccionario, condenó las “consecuencias fatales de una
pésima política”. Las fuerzas conjuntas del Ejército, la Marina y la Aeronáutica, decidieron la
destitución del jefe de Estado. Frondizi buscó ayuda en Aramburu, que no se la dio, y que declaró a los
periodistas que “la renuncia del presidente no significará la quiebra del orden constitucional porque en
la Constitución están previstas todas las circunstancias de sucesión del gobierno”.
Pese a estas presiones, Frondizi respondió “No renuncio ni doy parte de enfermo ni me voy de viaje.
Sigo siendo el presidente”. Por ello, las Fuerzas Armadas anunciaron el 29 de marzo de 1962 que “el
presidente de la República ha sido depuesto por las Fuerzas Armadas”. Con custodia, lo retiraron de la
residencia presidencial de Olivos y se lo condujo detenido a la isla Martín García. Sin una estrategia
clara, se apresuró a jurar como presidente ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación el presidente
del Senado José María Guido.
El gobierno de Guido era caracterizado de “isabelino” porque, como la monarquía inglesa, reinaba sin
tener realmente el poder. Éste estaba netamente en manos de los militares, que le iban señalando qué
debía hacer. Pero los militares se dividieron en dos sectores: azules y colorados. Los colorados o
“gorilas” fueron los que dominaron al principio al gobierno de Guido, y luego les tocó el turno a los
azules o pseudo legalistas. Las luchas entre estos sectores las detallaremos un poco más adelante, pero
la consecuencia de estos vaivenes fue la inestabilidad del gabinete presidencial: durante el breve
gobierno de Guido juraron en total cincuenta ministros y secretarios de Estado.
Presionado por la Marina (el sector más “gorila” de las Fuerzas Armadas), el Poder Ejecutivo anuló los
comicios del 18 de marzo y envió quince interventores. El peronismo mostró legalmente su rechazo a
esta situación: por medio de un acta, Framini (gobernador electo por la provincia de Buenos Aires)
constaba que se le impedía hacerse cargo del puesto ganado en las elecciones. El presidente Guido
declaró estar “identificado plenamente con los ideales de la Revolución Libertadora” y dispuso el
receso del Congreso y la caducidad de las autoridades de los partidos políticos.
Para eliminar la influencia del voto peronista, se estableció que para las próximas elecciones se pondría
en funcionamiento el sistema de representación proporcional. Éste permite que mayor cantidad de
partidos obtengan bancas en el Congreso, por lo que, al tener los partidos más chicos posibilidad de
acceder a diputaciones, se atomizaría el electorado restándole posibilidades o fuerzas al peronismo. De
todos modos, éste estaba inhibido de actuar porque se lo consideraba un “totalitarismo”, y los partidos
“totalitarios” estaban prohibidos. Más directamente, se volvió a poner en vigencia el decreto 4161 de
Aramburu, por el que se proscribía cualquier símbolo peronista o la simple mención del nombre de su
líder.
Azules y Colorados
A partir de la “revolución libertadora”, las Fuerzas Armadas estuvieron atravesadas por el
enfrentamiento entre dos facciones rivales, que se identificaron como colorados y azules, colores que
distinguían a los bandos en las maniobras militares. En 1962, los militares colorados eran
profundamente antiperonistas; y los azules estaban de acuerdo con permitir un acceso condicionado a
ciertos dirigentes peronistas con e! fin de lograr la normalización institucional.
El enfrentamiento se había originado por las distintas posiciones que estas facciones militares tenían en
relación con la participación de! Peronismo en la vida social y política de la sociedad argentina. Pero
hacia 1962, el conflicto se había profundizado. Cada bando luchaba para lograr el control sobre el
conjunto de las Fuerzas Armadas y, de ese modo, estar en condiciones de ejercer la tutela sobre el
gobierno y establecer el rumbo que debía seguir la política nacional.
Desde el derrocamiento de Frondizi, el gobierno de Guido estaba controlado por los colorados,
integrados por la Marina y la infantería y la artillería del Ejército. Azules eran la Fuerza Aérea y la
caballería del Ejército.
Los enfrentamientos entre estas facciones tuvieron una primera etapa que fue caracterizada como una
batalla de declaraciones. Durante unos meses, los jefes de distintos cuerpos y guarniciones dieron a
conocer bandos, proclamas, radiogramas y comunicados con el objetivo de hacer conocer a sus
subordinados y al conjunto de la sociedad sus ideas sobre qué era lo que debía o no debía hacer el
gobierno y –consecuentemente- cuáles eran los pasos que debían seguir las Fuerzas Armadas para
asegurar las acciones deseadas,
Cuando el 6 de setiembre de 1962 el Poder Ejecutivo, bajo tutela colorada, disolvió el Congreso
Nacional, el conflicto se profundizó. Muchos civiles consideraron que con este acto el gobierno había
perdido la legalidad y le retiraron su apoyo. Desde entonces, los colorados comenzaron a ser
considerados abiertamente golpistas.
Las candidaturas
Los principales partidos políticos –la UCRI y los partidos Conservador Popular, Federal, Demócrata
Cristiano y Unión Federal- decidieron constituir un Frente Electoral Nacional y Popular, que incluía al
Movimiento Justicialista (nombre que se habían dado los peronistas proscritos). En marzo de 1963 se
reunieron en la que llamaron la Asamblea de la Civilidad y firmaron un Acta de Coincidencia. Esta
decisión volvió a plantear la cuestión de los límites de la proscripción del peronismo.
En abril de 1963, un grupo de militares encabezados por el general Benjamín Menéndez se sublevó con
el fin de hacer saber la oposición de un sector de las Fuerzas Armadas al retorno del peronismo,
concretado a través del otorgamiento de la personería electoral a la Unión Popular, nombre que se dio
el Frente. En realidad, el movimiento había sido impulsado por el almirante Rojas y los jefes de la
Marina, pero éstos no se pronunciaron públicamente. Onganía controló a sus subordinados.
Sin embargo, las presiones militares y las disidencias entre los integrantes del Frente sobre la fórmula
para presidente y vice terminaron quebrando la unidad y debilitando sus apoyos electorales. Frondizi
mantuvo su compromiso con la Unión Popular que llamó a votar en blanco. La UCRI llevó como
candidato a presidente a Oscar Alende y la UCRP consagró la fórmula Illia-Perette,
Por su parte, algunos grupos de derecha impulsaron la creación de otro Frente: Unión del Pueblo
Argentino –UDELPA- que impulsó la candidatura del general Pedro E. Aramburu.
Finalmente, las elecciones se realizaron el 7 de julio de 1963 y la Unión Cívica Radical del Pueblo
obtuvo la mayor cantidad de votos: el 25% del electorado eligió la fórmula Illia-Perette. La UCRI
obtuvo el segundo lugar, con el 16%, y UDELPA el tercero, con el 7,5%. Sin embargo, el porcentaje de
votos en blanco alcanzó más del 19%, constituyéndose, en realidad, en la segunda fuerza.
El crecimiento económico
Illia trató de soslayar en su gobierno los fuertes condicionamientos del FMI. Después de dos años de
fuerte recesión, se dio un crecimiento desacostumbrado del PBI, incrementándose la producción
industrial en un 18,7% en 1964 y 28,6% en 1965, además de haber obtenido buenas cosechas. En
realidad no es que la industria hubiera crecido en términos reales, sino que se estaba recuperando la
capacidad ociosa que se había producido por la crisis y los despidos en los años anteriores; pero en
líneas generales fue positiva su política económica.
El ministro de Salud Pública Oñativia propuso una ley sobre medicamentos, para recortar el poder de
los laboratorios, regulando y controlando e! aumento de los precios, tanto en sus etapas de producción
como comercialización. Los laboratorios multinacionales ejercieron gran presión contra el gobierno, ya
que calificaban al texto legislativo como “monstruoso decreto”.
Los empresarios monopolistas, los banqueros y los productores rurales desconfiaban del gobierno de
Illia, y se oponían al mismo. No existía un clima propicio para las inversiones extranjeras, y el
gobierno prefería controlarlas, para no abultar la ya importante deuda externa. Los hombres de
negocios hablaban de “déficit fiscal” y tomaban a las leyes sociales aprobadas por Illia como si fueran
atentados contra la Nación; decían que la Ley de Salario Mínimo, Vital y Móvil tenía efectos
inflacionarios, y que el control de precios al consumidor era “totalitario”. El cártel (organización de
empresarios de una rama de la producción con el fin de dominar y monopolizar. El mercado) de la libre
empresa declaró inconstitucional y fuera de la ley a la intervención del Estado en la vida económica. El
boicot empresarial hacia el gobierno se llevó adelante negándose a pagar los impuestos y las cargas
sociales, lo que saboteó el plan de recuperación económica de! Gobierno radical.