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CANONICIDAD

A. CONSIDERACIONES BÁSICAS

En esta sección vamos a tratar principalmente dos preguntas importantes:

¿Por qué consideramos a un determinado número de libros inspirados y a otros,


sin embargo, no?

¿Es realmente fiable el texto básico en hebreo, arameo y griego de la Biblia o


sufrió cambios durante el proceso de la transmisión?

La Biblia contiene una colección de 66 libros inspirados. Ellos forman parte de la


Biblia porque son inspirados, pero no son considerados inspirados porque forman
parte de la Biblia. La Iglesia nunca declaró inspirado a un libro sino simplemente
reconoció la inspiración de determinados libros. Los 66 libros de la Biblia son
llamados el "canon”.

La palabra "canon” viene del hebreo "qaneh” y tiene el significado básico de caña
(posiblemente incluso la raíz de la palabra castellana tiene raíces semíticas). En
un sentido más amplio significa "norma” , "pauta” o "regla”. Ezequiel 40:3 usa la
palabra y es traducida "caña de medir”. En este sentido, es usado también en el
NT, por ejemplo, en Gálatas 6:16 (kanóon = "regIa”). Orígenes habló de las
Escrituras como canon. En los tiempos de Atanasio (296 - 373) se empezó a usar
la palabra en el mismo sentido como hoy en día: "lista de libros que tienen
autoridad bíblica”.

B. PRINCIPIOS Y CRITERIOS PARA LA FORMACIÓN DEL CANON

¿Cuáles son los criterios que los libros de la Biblia tenían que cumplir para ser
considerados "canónicos”? Los siguientes criterios no tenían importancia:

No por ser un libro antiguo. Hay libros antiguos que nunca llegaron a formar parte
del canon, por ejemplo, el libro de Jaser (Josué 10:13) o el "libro de las batallas
del Señor" (Números 21:14). Por otro lado, libros muy "jóvenes” formaron
inmediatamente parte del canon (Malaquías, etc.).

No por tener un lenguaje especialmente sagrado o elevado. Hay partes del AT que
salen en arameo. El arameo era el idioma del pueblo, no de los religiosos (Esdras
4:8 - 6:18; 7:12 - 26; Jeremías 10:11 y Daniel 2:4b - 7:28).

No por estar de acuerdo con la Torá. Hay libros apócrifos que están de acuerdo
con la Torá y no forman parte de la Biblia (Eclesiástico, por ejemplo).

Todas estas teorías no pueden explicar la formación del canon. La única


explicación principal es la siguiente: ningún líder religioso o secular de los judíos o
de la Iglesia cristiana jamás autorizó un libro para que formase parte del canon.
Los concilios judíos o cristianos simplemente reconocieron la autoridad o
inspiración de un libro. Un libro es canónico cuando demuestra tener la autoridad
de Dios y ser inspirado por El.

Este proceso de reconocimiento de los libros inspirados lo vamos a examinar


ahora. Pero primeramente tenemos que explicar los criterios, según los cuales un
libro podía ser reconocido como canónico.

1. El criterio profético o apostólico.

Sin lugar a dudas es el criterio más importante: el carácter profético o apostólico


de un libro. Si alguien era profeta reconocido de Dios, entonces era obvio para
todo el mundo que sus escritos no provenían de su propia voluntad, sino del
Espíritu de Dios (2 Pedro 1:20 y 21). Dios habló a los padres por los profetas
(hebreos 1:1) y cuando un libro fue escrito por un apóstol tenía que ser aceptado
como canónico (Gálatas 1:1.8.9.11.12). Por otro lado, no existe ningún caso donde
un libro profético o apostólico fuese rechazado como no-canónico. Sin embargo,
los creyentes rechazaron libros que no cumplieron el criterio de la apostolicidad
inmediatamente (2 Tes. 2:2).

En el AT se encuentran únicamente libros "proféticos” (escritos por una profeta).


Moisés fue considerado profeta (Dt. 18:15 y18). Los libros históricos y poéticos
fueron escritos por profetas como Josué, Samuel, Jeremías y Esdras. También
David y Daniel caen en la categoría de profetas. Esto es evidente si consideramos
que la división más antigua del AT no tenía tres partes (ley, profetas y escrituras
[torá, nabyim, Ketubim]), sino dos. Antes y durante el exilio babilónico los judíos
hablaron de la ley de Moisés y de los profetas (Daniel 9:2.6.11; Zacarías 7:12;
Nehemías 9:14.29.30). También en el NT encontramos casi siempre esta división
del AT (Mateo 5:17.18; 22:40; Lucas 16:16.29.31; 24:27; Hechos 13:15; 24:14;
26:22). El AT se compone, por lo tanto, exclusivamente de libros escritos por
hombres con un ministerio profético.

Los libros del NT fueron escritos también por hombres con un ministerio muy
particular. De los 8 autores conocidos del NT (excepción: Hebreos tiene un autor
desconocido), tres eran discípulos del Señor (Mateo, Juan y Pedro) y, por lo tanto,
apóstoles. Pablo era apóstol (Romanos 1:5). Santiago, el medio hermano de
nuestro Señor era apóstol (Gálatas 1:19). Judas, hermano de Santiago y, por lo
tanto, medio hermano de Jesucristo, pertenecía al círculo de los apóstoles
(Hechos 15:27). Los evangelios de Marcos y Lucas fueron autorizados por Pedro y
Pablo, respectivamente. Para el NT el criterio de apostolicidad no significaba
necesariamente que un apóstol tenía que haber escrito el libro personalmente,
sino que fuese autorizado por los apóstoles. Eso explica la tardanza en admitir el
libro de 2 Pedro al canon, porque durante algún tiempo la Iglesia dudaba de la
autoría de Pedro. Cuando esta pregunta se decidió favorablemente, no hubo duda
alguna que formaba parte del canon.

2. El criterio de la autoridad.

A veces la llamada de un profeta no era obvia a primera vista o existieron dudas


en cuanto a la autoría de un libro, por ejemplo, en el caso de hebreos. En un caso
así, este criterio juega un papel primordial.

Cada libro de la Biblia habla con tono autoritativo y en el nombre de Dios, muchas
veces incluso usando las palabras: "así dice el Señor”. En los libros históricos
encontramos afirmaciones autoritativas sobre las acciones de Dios. En los libros
de enseñanza leemos, lo que los creyentes deben hacer. Los apóstoles y profetas
ejercían la autoridad de su Señor (1 Corintios 14:37; Gálatas 1:1.12).

No es siempre fácil darse cuenta de la autoridad divina. Existen libros apócrifos


que pretenden tener también carácter divino. Por otro lado, hay libros que a
primera vista no parecen hablar con autoridad divina. Un ejemplo de esta
categoría sería el libro de Ester, que ni siquiera menciona el nombre de Dios. Pero
finalmente, los judíos se dieron cuenta de que la mano protectora de Dios para
con su pueblo se manifestaba en el libro muy claramente y le fue concedido su
lugar en el canon.

El hecho de que a veces se tardara bastante en tomar una decisión, nos


demuestra hasta que punto los líderes religiosos tomaban en serio su gran
responsabilidad. Si existía la menor duda de la inspiración de un libro, este era
descartado.

3. El criterio del contenido.

El contenido del libro tenía que demostrar un carácter espiritual y servir para la
edificación y renovación de las iglesias. Este aspecto no siempre fue reconocido
inmediatamente. Por ejemplo, el Cantar de los Cantares no fue admitido en el
canon, hasta que quedó claro que su contenido no era solamente sensual, sino
que contenía enseñanzas muy profundas y espirituales.

4. El criterio de la exactitud histórica y dogmática.

Este criterio fue usado sobre todo en el sentido negativo. Si un libro contenía
errores o contradicciones con revelaciones reconocidas y dadas con anterioridad,
no fue considerado inspirado, por la simple razón de que la Palabra de Dios no
puede contener errores o contradicciones.

El libro de Judit está repleto de inexactitudes y errores históricos y otros libros (2


Macabeos) contienen recomendaciones para adorar o sacrificar a los muertos. Si
un libro no contenía error, esto todavía no significaba que se trataba de un libro
inspirado. Pero si el libro contenía errores o contradicciones, entonces
automáticamente era descartado. Por lo tanto, la gente de Berea comprobaron con
cuidado la doctrina de Pablo para saber si la "nueva doctrina” coincidía con las
revelaciones antiguas (Hechos17:11).

C. EL CANON DEL AT

1. La historia de su formación

En los tiempos de Nehemías y Malaquías (aprox. 400 a.C.) el canon del AT estaba
prácticamente completo. El NT cita casi todos los libros de AT como autoritativos.
Al mismo tiempo, el NT cita a veces acontecimientos de un libro apócrifo (2 Tim.
3:8; Judas 9.14). Esto, sin embargo, no significa que todo el libro es reconocido
como inspirado.

Como ya hemos visto, el NT confirma la división en tres partes del AT: la ley, los
profetas y los salmos (Lucas 24:44). Las últimas dos partes son llamadas
normalmente "los profetas”. Jesucristo criticó la tradición judía en muchos
aspectos, nunca, sin embargo, su concepto del canon.

La triple división del AT es mencionada por primera vez en el prefacio que el


traductor griego (nieto del autor) del libro de Eclesiástico añadió a aquel libro en
132 a.C. El habla en este prefacio varias veces de la ley, los profetas y los demás
libros. Por lo tanto, el canon hebreo ya debe haber existido. Lo mismo vemos en
las obras de Filón, el judío de origen alejandrino. Filón reconoce la autoridad de
los libros canónicos y rechaza a los libros apócrifos. Esto es interesante, porque
nos demuestra que los libros apócrifos no fueron considerados inspirados por los
judíos a pesar de haber sido incluidos en la LXX.

También es importante el testimonio de Flavio Josefo, al final del siglo I. En su


obra "Contra Apion” (1,8), Josefo declara que los judíos solamente reconocen 22
libros (coincidiendo con nuestros 39 libros del AT). Josefo confirma que el canon
fue concluido con el libro de Malaquías. El Talmud también coincide con esta
afirmación y enseña además que los profetas profetizaron hasta los tiempos de
Alejandro Magno y que luego el Espíritu profético salió de Israel.
Para terminar este tema es importante hacer algún comentario sobre el famoso
"concilio de Jamnia”. Muchos teólogos piensan que el canon del AT no fue
concluido hasta este supuesto concilio, alrededor del año 90. Pero no se trataba
de un concilio en el cual participaron líderes judíos representativos, sino
simplemente una reunión de escribas judíos. En aquel "concilio~” ningún libro fue
admitido al canon, sino que se habló simplemente sobre libros que hace tiempo ya
pertenecieron al canon. El concilio de Jamnia era una simple confirmación formal
del canon ya existente.

En cuanto a la aceptación del canon del AT por la Iglesia podemos decir lo


siguiente: el canon más antiguo del AT es el de Melito, obispo de Sardis (170). Su
lista, que Eusebio menciona en su historia de la Iglesia, contiene todos los libros
del AT menos Ester. Parece que Ester era poco conocido en Siria. Una lista de la
misma época que es mencionada en un manuscrito de la biblioteca del patriarcado
de Jerusalén menciona al canon hebreo completo. Orígenes, que describe al
canon completo, incluye en él, sin embargo, una apócrifa "carta de Jeremías”.
Jerónimo (400) finalmente nos da una lista completa del canon del AT en su
prefacio a su comentario de Daniel.

2. La tradición y conservación de su texto

Las partes más antiguas del AT tienen 3.500 años. La pregunta lógica que se nos
presenta ante un documento de tanta antigüedad es simplemente ésta: El texto
hebreo que hoy día tenemos, ¿ es idéntico con el que se escribió hace miles de
años? En otras palabras: ¿Cómo podemos estar seguros de que no se ha
cambiado el contenido de los manuscritos?

a. Los autores y redactores

Los autores del AT como Moisés, Josué, Samuel y Jeremías, por ejemplo,
recibieron revelaciones nuevas de parte de Dios, pero a su vez usaron material ya
existente. Moisés fue educado en la corte de Faraón y tenía acceso a los archivos
de los egipcios.
Como ya hemos visto, podemos partir del hecho de que todo el AT estaba hecho y
terminado sobre el año 450 a.C.

b. Los escribas (hebr.: Soferim)

Los escribas tenían la tarea de preservar el texto original de la manera más


perfecta posible. Originalmente los escribas eran oficiales de las casas reales.
Después del exilio babilónico se dedicaron enteramente a la conservación del
texto bíblico.

Sorprendentemente sus copias eran casi perfectas. Los escribas siguieron


algunas reglas que les permitió transmitir un texto en perfecto estado y
prácticamente idéntico con el original:

La anchura de cada línea (entre margen y margen) era exactamente de 30 letras.

Solamente se podía usar tinta negra.

Las copias podían ser elaboradas solamente de manuscritos autorizados.

Ninguna palabra podía ser escrita de memoria.

El copista debía ser judío.

Después de haber hecho la copia, los escribas controlaron la exactitud de la copia


usando, entre otras medidas, las siguientes:

Se contó las letras, y las palabras de la copia comparándolas con el original.

Se estableció el lugar exacto de la palabra central o de la letra central de un libro.

Se puede decir incluso, que las copias normalmente eran mejores que el original,
porque el estado del material sobre el cual se escribió era mucho mejor. Una vez
hecha la copia, el original fue destruido o echado al trastero de la sinagoga. Por lo
tanto, existen pocos manuscritos viejos del AT.

c. Los masoretas (masora = tradición en hebreo)


Después de la redacción de los originales y de la labor de los escribas vino la
tercera fase de la tradición del texto hebreo que comprende aproximadamente 500
años entre los años 500 y 1000 DC. Este tiempo es caracterizado por la
estandarización del texto bíblico. Se añaden las vocales a los textos. Esto llegó a
ser una necesidad porque en aquel tiempo el hebreo ya había dejado de ser un
idioma hablado.

Los masoretas tenían dos importantes centros de estudio: uno se encontraba en


Babilonia y el otro en Palestina. Igual que los escribas, los masoretas contaron
todas las letras, palabras, versículos y letras centrales de los libros e incluso del
AT. Ellos confeccionaron estadísticas averiguando cuantas veces salen ciertas
palabras y cuantas veces cada letra del alfabeto.

Con estas medidas - que nos pueden parecer exageradas - los judíos lograron una
conservación casi perfecta de los textos del AT, no perdiendo ni una letra. La
escuela más famosa de los masoretas era la de Ben Asher de Tiberias en Galilea.

d. Los manuscritos.

Hasta el siglo pasado, el manuscrito más importante que los eruditos del AT tenían
a su alcance era el Codex Leningradensis del año 1008. Era el único manuscrito
completo del AT. Hubo algunas otras colecciones de libros del AT como por
ejemplo el Codex de Aleppo del principio del siglo X y el Codex del Cairo de 895,
que contenía los profetas.

En el año 1890 se hizo, sin embargo, un hallazgo muy importante. Durante las
obras de la reconstrucción de la sinagoga del Cario se descubrió una vieja geniza,
un tipo de basurero de antiguos manuscritos. El número de los manuscritos
hallados ascendió a 200.000, todos de los siglos VI al VIII.

Aparte de la tradición judía existe el Pentateuco de los samaritanos. Los


samaritanos son un pequeño grupo con propias tradiciones religiosas que han
sobrevivido hasta hoy. Ellos solamente reconocen el Pentateuco de Moisés como
literatura sagrada e inspirada. Lógicamente, el Pentateuco samaritano tiene su
propia historia de tradición, pero muestra poquísimas diferencias con el texto judío.

Podemos mencionar también a los Targumim. Los Targumim son paráfrasis del
texto del AT en arameo. Su creación llegó a ser una necesidad en el momento en
que los judíos de Palestina ya no entendían el hebreo de los textos sagrados. Por
lo tanto, era necesario crear este tipo de paráfrasis para facilitar la comprensión
del texto. Los Targumim son una ayuda muy importante para poder comprender
partes del texto del AT donde el hebreo es difícil de comprender.

También la Septuaginta (LXX), que llegó a ser la primera traducción del AT a otro
idioma, es una ayuda grande para poder reconstruir las partes difíciles de
comprender del texto hebreo.

e. Los rollos de Qumrán

El descubrimiento de los famosos rollos de Qumrán era un acontecimiento


fundamental que apoya la exactitud y fiabilidad del texto masorético. En el año
1947, el joven beduino Muhamed adh-Dhib buscó una cabra perdida al oeste del
Mar Muerto, 12 kilómetros al sur de Jericó. En una cueva él encontró unos
contenedores de barro que contenían rollos. Cuando los beduinos se dieron
cuenta que hubo interés por los rollos, vendieron algunos al arzobispo del
monasterio sirio-ortodoxo de Jerusalén. Poco a poco, los científicos lograron
hacerse con este hallazgo importantísimo, al cual luego se añadieron más
contenedores con más rollos de otras cuevas.

El descubrimiento de los rollos de Qumrán es el hallazgo arqueológico más


importante de todos los tiempos en Palestina. Se trata de una parte de la
biblioteca de la comunidad religiosa de los esenios. Ellos ocultaron sus libros en
las cuevas por temor a los romanos. En total, se podían recuperar centenares de
manuscritos. El más importante de ellos es un rollo del profeta Isaías del II siglo
a.C. completamente preservado. En la cueva IV se encontró un fragmento del libro
de 1 Samuel del siglo IV antes de Cristo.
En total, se encontraron suficientes manuscritos para establecer todos los libros
del AT de forma completa (con la única excepción de Ester) en una forma 1000
años más antigua que los manuscritos hasta entonces existentes. Comparando los
manuscritos de Qumrán con el Codex Leningradensis y otros manuscritos
masoréticos, el resultado fue sorprendente: era una confirmación rotunda de la
exactitud del texto maso- rético.

El libro de Isaías, por ejemplo, de los rollos de Qumrán está en un 95% del texto
absolutamente idéntico con los manuscritos masoréticos. Los 5% de diferencia se
refieren a faltas ortográficas o pequeñas diferencias en la agrupación de las letras
sin importancia para el sentido del texto.

f. Resumen

Todo indica que el texto del AT que poseemos es idéntico con los originales.

D. EL CANON DEL NT

1. La historia de su formación

Por la gran extensión del cristianismo en los primeros siglos y por los problemas
de comunicación, la definición del canon neotestamentario tardaba varios siglos.
Pero aun los padres apostólicos como Policarpo e Ignacio eran muy conscientes
de que existiera una diferencia entre sus cartas y las de los apóstoles. Ignacio
escribe en una carta: "No quiero mandaros nada como Pedro o Pablo: ellos eran
apóstoles”. En las cartas de Bernabé y 2 Clemente, palabras del evangelio de
Mateo son citadas como Santa Escritura. Justino el Mártir (150) nos comunica que
en las reuniones de las iglesias son leídos "los evangelios y los escritos de los
apóstoles" juntamente con "los escritos de los profetas." Sin embargo no
específica cuales eran los evangelios y los libros apostólicos.

A partir de Ireneo (180) las dudas se despejan. Ireneo era discípulo de Policarpo
que a su vez era discípulo de Juan. De sus obras sabemos que los cuatro
evangelios, los Hechos, las cartas de Pablo, 1 Pedro, 1 y 2 Juan y Apocalipsis
fueron considerados canónicos. Santiago y hebreos todavía no formaban parte del
canon. Llama la atención que la existencia de los cuatro evangelios estuviera ya
universalmente reconocida por las iglesias.

Tertuliano (200) conoce los cuatro evangelios, los Hechos, 13 cartas de Pablo, 1
Pedro y 1 Juan, así como Judas y Apocalipsis. De aquella época proviene el
canon Muratori, una lista de los libros del NT de Roma. Esta lista es una protesta
de la Iglesia en contra del canon de Marción. El canon Muratori contiene los 4
evangelios, Hechos, 13 epístolas de Pablo, Judas, 1 y 2 Juan y Apocalipsis. Faltan
curiosamente Hebreos y 1 Pedro. Pero esto puede ser debido a que no se trata de
un documento completo (por eso se habla también del "fragmento de Muratori”).

La falta de comunicación entre la iglesia del este y del oeste es evidente por los
libros que contienen las traducciones antiguas. La vieja traducción en latín no
contiene algunos libros conocidos en oriente (hebreos, Santiago y 1 Pedro). Sin
embargo, la traducción vieja siria carece de libros conocidos en occidente, como 2
y 3 Juan, Judas y Apocalipsis. Juntamente, las dos traducciones contienen todo el
canon del NT, salvo 2 Pedro.

No nos sorprende que encontremos la primera lista completa del canon en un


lugar intermedio entre Roma y Siria. Orígenes (230) de Egipto publica una lista
completa de libros que es reconocida universalmente por los cristianos. Orígenes
menciona que Hebreos, 2 Pedro 2 y 3 Juan, Santiago y Judas todavía son
considerados como sospechosos por algunos. El rechaza estas posturas y
menciona expresamente que el autor de hebreos es Pablo.

La lista completa más antigua del canon del NT es de Atanasio, obispo de


Alejandría. Ella presenta en su carta por motivo de la fiesta de la Pascua en 367.
Finalmente el canon del NT es confirmado en esta forma en los concilios de Hipo
(393) y Cartago (397 y 419) de forma oficial. Otra vez es importante mencionar
que estos concilios no deliberaron cuales serían los libros que debería formar
parte del canon, sino simplemente reconocieron oficialmente, cuáles son los libros
que desde siempre fueron reconocidos como canónicos por la Iglesia Universal.

Para terminar este apartado es importante aclarar algunos términos:


Homologoumena: libros que desde el inicio fueron reconocidos por todos.

Pseudepígrafos: libros que nunca fueron reconocidos: Salmo 151, Asunción de


Moisés, etc. Hay centenares de ellos.

Antilegómena: libros canónicos que en algún momento fueron disputados: Ester,


Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Ezequiel, Hebreos, Santiago, 2
Pedro, 2 y 3 Juan, Judas, Apocalipsis.

Apócrifa: libros reconocidos por segmentos del cristianismo.

Sobre todo, el tema de los apócrifos es importante porque la Iglesia Católica


reconoce una serie de ellos como libros canónicos. La LXX contiene los apócrifos
católicos con la excepción de 2 Esdras. La lista de estos libros comprende los
siguientes:

1 y 2 Esdras, 1 y 2 Macabeos, Tobías, Judit, capítulos añadidos a Ester, capítulos


añadidos a Daniel, Sabiduría de Salomón, Eclesiástico, Baruc.

Las iglesias ortodoxas y protestantes no reconocen estos libros como inspirados


por varias razones:

Estos libros:

No pretenden ser libros proféticos

No hablan con la autoridad de Dios

No contienen material original y ninguna profecía y

Contienen errores históricos y dogmáticos.

Los judíos nunca aceptaron estos libros como inspirados, ni tampoco Jesucristo o
los autores del NT.La mayoría de los padres apostólicos o de los padres de la
Iglesia los rechaza. Ninguno de los concilios ecuménicos de los primeros siglos los
reconoce.
Es cierto que en los concilios locales de Hipo y Cartago, bajo la influencia de
Agustín fueron reconocidos como canónicos, pero incluso Agustín los consideraba
solamente parcialmente canónicos. Jerónimo criticó a Agustín duramente por su
actitud y se negó rotundamente a traducirlos al latín. No fue hasta después de la
muerte de Jerónimo, que los apócrifos fueron añadidos a la vulgata.

El hecho de que los apócrifos forman parte de la LXX no es ninguna prueba de


que fuesen considerados como libros inspirados auténticos. La LXX no pretende
establecer un canon. En las viejas colecciones de manuscritos se encuentran los
libros apócrifos simplemente para tenerlos a mano para el estudio como literatura,
pero sin darles el reconocimiento como libros inspirados.

Cuando el concilio de Trento declaró los apócrifos como libros canónicos, se


trataba de una decisión muy polémica. En las disputas con Lutero, muchos
teólogos católicos se referían a los dos libros de los Macabeos para justificar, por
ejemplo, las oraciones por los muertos. Después de que Lutero rechazase estos
libros como apócrifos, la Iglesia Católica los declaró canónicos. Esta decisión era
una medida obvia para contrarrestar la Reforma y, por lo tanto, subjetiva. Esto se
demuestra entre otras cosas por el rechazo del Concilio de Trento de 2 Esdras
porque ese libro contiene una advertencia explícita contra la adoración de los
muertos.

2. La tradición y conservación de su texto

La tradición y la conservación de los textos del NT tienen unas características bien


distintas de las del AT.

a. Los autores y redactores

Igual que en el caso del AT, tampoco quedan los originales del NT. La mayoría de
los libros del NT fueron escritos en la segunda parte del siglo I, en ciudades
diferentes y se dirigieron a iglesias en diferentes lugares del Imperio Romano.
Pasaron más de tres siglos hasta que las iglesias disponían de una colección
completa de todos los libros que componen el NT.
Sabemos que la iglesia de Roma en el año 95 ya tenía una colección de una serie
de libros del NT. Los apóstoles animaron a las iglesias a leer sus cartas y los
evangelios públicamente en los cultos y, por lo tanto, existen muchas copias de los
textos sagrados desde el primer momento.

b. Los primeros hallazgos de manuscritos

Hasta el siglo XII, el Codex más antiguo que contenía los libros del NT era el
Codex Bezae del sigo VI. Aparte del Codex Bezae ningún manuscrito era más
antiguo que del siglo XI. Las primeras traducciones de los tiempos de la reforma
(por ejemplo la Reina Valera) se hizo a base de estos textos.

Hoy por hoy, la distancia entre los originales y las copias más antiguas que
tenemos a nuestra disposición no es de más de 50 años o incluso menos.

En el año 1627, el rey Carlos I de Inglaterra recibió un regalo del patriarca de


Constantinopla: un Codex que tiene su origen en Alejandría en la primera parte del
siglo IV. Este Codex (llamado Alexandrinus) contiene toda la Biblia griega (AT y
NT) enteramente con letras mayúsculas.

Otro Codex famoso es el Codex Vaticanus que fue escrito entre 325 y 350 y que
se encontraba desde el siglo XV en la biblioteca del Vaticano, aunque de su
existencia no se sabía nada fuera del Vaticano hasta el año 1889. A base de estos
textos importantes se empieza a reconstruir el "texto recibido” (textus Receptus), o
sea: el texto tradicional con la ayuda de los nuevos hallazgos.

c. Los hallazgos de Tischendorf

El alemán Tischendorf es sin lugar a dudas uno de los científicos más destacados
del siglo pasado. El dedicó su vida a la búsqueda de manuscritos bíblicos en
lugares desérticos del medio oriente. Sólo el clima desértico puede reunir las
condiciones necesarias para la conservación de manuscritos durante siglos. Otra
condición importante era que los lugares no hubieran sido saqueados por los
musulmanes durante la conquista árabe.
En 1844 Tischendorf viajó al monasterio de Santa Catalina en el Sinaí. El
monasterio se encuentra allí desde el año 530. Tischendorf recibió el permiso de
buscar en la biblioteca del monasterio por manuscritos antiguos. Al final encontró
una cesta, llena de viejos pergaminos. Los monjes le explicaron que ya habían
quemado dos cestas de "estos trastos”. Allí, y literalmente en un cubo de basura,
Tischendorf encontró 120 páginas del AT en griego, más antiguos que ningún
manuscrito hallado hasta este mo- mento. Aunque Tischendorf buscó
desesperadamente, no encontró el resto de las páginas.

Tischendorf volvió dos veces en 1853 y 1859. Cuando la última estancia casi llegó
al final, el jefe del monasterio le enseñó una vieja copia: era lo que Tischendorf
había buscado: el resto del AT y el NT completo. Desde el monasterio de Santa
Catalina, este Codex, que recibiría el nombre "Codex Sinaiticus” llegó al Cairo.
Finalmente, el zar de Rusia recibió el Codex por un donativo de 9.000 rublos. Los
ingleses a su vez selo compraron al zar en 1933. Hoy se encuentra en el museo
británico.

Gracias al Codex Sinaiticus estamos en condiciones de "mejorar” el "texto


recibido” en algunos detalles. Sin embargo, otra vez se confirma la exactitud de las
copias. Ninguna afirmación central del NT tiene que ser corregida.

d. Los papiros

Al final del siglo pasado aconteció otra serie de hallazgos: los papiros. Estos
documentos que contienen libros neotestamentario datan de los primeros siglos.
Los papiros se hallan primordialmente en Egipto, en tumbas o basureros de zonas
áridas.

En 1597 se descubrió un depósito de papiros en Oxyrhyncho en Egipto. Se trata


de papiros del siglo III que a su vez confirman al texto bizantino (o recibido). Los
demás papiros encontrados confirman un hecho interesante: el NT está escrito en
el griego común de la época (koiné).

e. Los papiros más completos.


En 1930, cerca de Fayum al lado este del Nilo, unos árabes encontraron algunos
cántaros en un cementerio cóptico que contenía papiros antiguos. En los cántaros
apareció una buena parte del NT, por ejemplo, el papiro p 46 del siglo II e incluso
un pequeño fragmento de algún versículo de Juan 18: 31-33.37 y 38 del año 125 o
130 (p 52).

f. Resumen de los manuscritos más importantes

Papiros: p 52, p 46 (siglos II y III)

Manuscritos en pergamino (300 d.C.): Codex Sinaiticus, Alexandrinus, Vaticanus

Manuscritos con minúsculas. 2650 ejemplares de los siglos IX al XV traducciones


antiguas

Versión siriaca (año 200)

Diatessarón de Tatíano (año 170)

Citas de los padres de la iglesia: 30.000 - 40.000, que contienen prácticamente


todos los versículos de la Biblia.

g. La documentación del texto bíblico del NT en comparación con otros textos


seculares

Man. más
Obra Escrito en Diferencia Man. en total
ant

Guerra de las Galias de


100-44 aC 900 1000 10
Cesar

La Ilíada de Homero 900 aC 400 aC 500 643

Obras de Aristóteles 384-322 aC 1,100 1400 49

Suetón: De vita caesarum 75-160 950 800 8

NT 40-100 125 25 >24,000


h. La reconstrucción del texto básico de los manuscritos existentes

En total existen unas 200.000 variantes del texto griego. ¿Quiere decir esto que el
texto que forma la base del NT no es fidedigno? Considerando el tipo de variantes,
nos damos cuenta que su número no influye en absoluto en su credibilidad:

El 95% de las variantes (190.000) se pueden descartar de antemano porque es


obvio que no son representaciones auténticas del texto original.

De los 10.000 variantes que quedan, el 95% tiene que ver con diferencias
ortográficas, gramaticales o con la secuencia de las palabras en el texto.

Este tipo de errores no tiene ninguna influencia sobre el contenido. De las 500
variantes que quedan, sólo 50 tienen que ver con el contenido del versículo, y
ninguna variante toca alguna doctrina cristiana importante.

¿Cuáles son las variantes que existen? Son una mezcla entre variantes no-
intencionales y variantes intencionales. Las variantes no-intencionales tienen que
ver con letras que faltan o que fueron añadidos, o al escribir el texto por dictado
ocurrió algún despiste. Algunas veces se incluyeron comentarios que en un
manuscrito fueron puestos al margen en el texto.

Se ha establecido una serie de criterios internos que nos ayudan a decidir cuáles
son las variantes más probables o menos probables:

Una variante difícil es más probable que una que es fácil.

Una variante breve es más probable que una variante larga.

Una variante antigua es más probable que una variante de un manuscrito joven.

Una variante que puede explicar otras variantes del mismo texto es probablemente
la auténtica.

El 99% del texto original es absolutamente verificable. Podemos decir más: el


texto griego que tenemos en nuestras manos hoy por hoy, es prácticamente
idéntico con los originales.
DESARROLLO DEL CANON DE LAS
SAGRADAS ESCRITURAS

¿Quién estableció la lista de los libros que forman parte de la Biblia?


¿Por qué reconocemos el Evangelio de Juan y no el de Judas?

Veamos un poco de historia...

Por el año 605 Antes de Cristo, el Pueblo de Israel sufrió una dispersión o, como
se le conoce bíblicamente, una "diáspora". El rey Nabucodonosor conquistó
Jerusalén y llevó a los israelitas cautivos a Babilonia, comenzando la "Cautividad
de Babilonia” (cf. 2 Reyes 24,12 y 2 Reyes 25,1).

Pero no todos los israelitas fueron llevados cautivos, un "resto" quedó en


Israel (cf. 2 Reyes 25,12; 2 Reyes 25,22; Jeremías 40,11; Ezequiel
33,27). También un número de Israelitas no fueron cautivos a Babilonia sino que
fueron a Egipto (cf. 2 Reyes 25,26; Jeremías 42,14; Jeremías 43,7).

El rey Ciro de Persia conquistó Babilonia (cf. 2 Crónicas 36,20; 2 Crónicas 36,23)
y dio la libertad a los israelitas de regresar a Israel, terminando así su
esclavitud. Algunos regresaron a Palestina (cf. Esdras 1,5; 7,28 y Nehemías 2,11)
pero otros se fueron a Egipto, estableciéndose, en su mayoría, en la ciudad
de Alejandría (fundada por Alejandro Magno en el 322 a.C, que contaba con la
biblioteca más importante del mundo en esa época). Así que los judíos
estaban disgregados aun después del fin del cautiverio, unos en Palestina y otros
en la diáspora, sobre todo en Alejandría. En el tiempo de los Macabeos había mas
judíos en Alejandría que en la misma Palestina (cf. 1 Macabeos 1,1)
La Traducción de los Setenta (Septuagésima)

En el siglo III antes de Cristo, la lengua principal de Alejandría, como en la mayor


parte del mundo civilizado, era el griego. El hebreo cada vez se hablaba menos,
aun entre los judíos (Jesús y sus contemporáneos en Palestina hablaban arameo)
Por eso había una gran necesidad de una traducción griega de las Sagradas
Escrituras.

La historia relata que Demetrio de Faleron, el bibliotecario de Ptolomeo II (285-246


a.C.), quería unas copias de la Ley Judía para la Biblioteca de Alejandría. La
traducción se realizó a inicios del siglo tercero a.C. y se llamó la Traducción de los
Setenta (por el número de traductores que trabajaron en la obra). Comenzando
con la Torá, tradujeron todas las Sagradas Escrituras, es decir todo lo que es hoy
conocido por los católicos como el Antiguo Testamento. Introdujeron también una
nueva organización e incluyeron Libros Sagrados que, por ser más recientes, no
estaban en los antiguos cánones pero eran generalmente reconocidos como
sagrados por los judíos. Se trata de siete libros, llamados hoy deuterocanónicos.

El canon de los Setenta (Septuagésima) contiene los textos originales de algunos


de los deuterocanónicos (Sabiduría y 2 Macabeos) y la base canónica de otros, ya
sea en parte (Ester, Daniel y Sirac) o completamente (Tobit, Judit, Baruc y 1
Macabeos).

El canon de la Septuagésima (Alejandrino) es el que usaba Jesucristo y los


Apóstoles

El canon de alejandrino, con los siete libros deuterocanónicos, era el más usado
por los judíos en la era Apostólica. Este canon es el utilizado por Cristo y los
escritores del Nuevo Testamento. 300 de las 350 referencias al Antiguo
Testamento que se hacen en el Nuevo Testamento son tomadas de la versión
alejandrina. Por eso no hay duda de que la Iglesia apostólica del primer siglo
aceptó los libros deuterocanónicos como parte de su canon (libros reconocidos
como Palabra de Dios). Por ejemplo, Orígenes, Padre de la Iglesia (+254), afirmó
que los cristianos usaban estos libros aunque algunos líderes judíos no los
aceptaban oficialmente.

Los judíos establecen un nuevo canon después Cristo

Al final del primer siglo de la era cristiana, una escuela judía hizo un nuevo canon
hebreo en la ciudad de Jamnia, en Palestina. Ellos querían cerrar el período de
revelación siglos antes de la venida de Jesús, buscando así distanciarse del
cristianismo. Por eso cerraron el canon con los profetas Esdras (458 a.C.),
Nehemías (445 a.C.), y Malaquías (433 a.C.). Por lo tanto dejaron fuera del canon
los últimos siete libros reconocidos por el canon de alejandrino.

Pero en realidad no hubo un "silencio bíblico" (una ausencia de Revelación) en los


siglos precedentes al nacimiento de Jesús. Aquella era la última etapa de
revelación antes de la venida del Mesías. Los judíos reconocían el canon
alejandrino en tiempo de Jesús. Por eso la Iglesia siguió reconociéndolo.

De esta forma surgieron dos principales cánones del Antiguo Testamento:

1: El canon Alejandrino: Reconocido por los judíos en la traducción de los Setenta


al griego. Este canon es el más utilizado por los judíos de tiempo de Cristo y por
los autores del Nuevo Testamento. Este canon contiene los libros
"deuterocanónicos" y es el reconocido por la Iglesia Católica.

2: El canon de Jamnia: Establecido por judíos que rechazaron el cristianismo y por


lo tanto quisieron distanciar el período de revelación del tiempo de Jesús. Por eso
rechazaron los últimos 7 libros reconocidos por el canon alejandrino.

XV siglos después de Cristo, Lutero rechaza el canon establecido por la Iglesia


primitiva y adopta el canon de Jamnia. Este es el canon que aceptan los
protestantes.

La Vulgata de San Jerónimo


La primera traducción de la Biblia al latín fue hecha por San Jerónimo y se llamó la
"Vulgata" (año 383 AD). El latín era para entonces el idioma común en el mundo
Mediterráneo. San Jerónimo en un principio tradujo del texto hebreo del canon de
Palestina. Por eso no tenía los libros deuterocanónicos. Esto produjo una polémica
entre los cristianos de aquel tiempo. En defensa de su traducción, San Jerónimo
escribió: "Ad Pachmmachium de optimo genere interpretando", la cual es el primer
tratado acerca del arte de traducir. Por eso se le considera el padre de esta
disciplina. Ahí explica, entre otras cosas, el motivo por el cual considera mejor
traducir directo del hebreo. San Jerónimo no rechazó los libros
deuterocanónicos. La Iglesia aceptó su traducción con la inclusión de los libros
deuterocanónicos. Por eso la Biblia Vulgata tiene los 46 libros.

La Iglesia establece el Canon de la Biblia

Es importante entender que la Iglesia fundada por Cristo precede al Nuevo


Testamento. Es la Iglesia la autoridad que establece el canon de la Biblia y su
correcta interpretación y no al revés, como creen algunos protestantes. Cuando en
el N.T. habla de las "Escrituras" se refiere al A.T. El nombre de "Nuevo
Testamento" no se usó hasta el siglo II.

Con el tiempo, un creciente número de libros se presentaban como sagrados y


causaban controversia. Entre ellos muchos eran de influencia gnóstica. Por otra
parte, algunos, como los seguidores de Marción, rechazaban libros generalmente
reconocidos por los Padres. La Iglesia, con la autoridad Apostólica que Cristo le
dio, definió la lista (canon) de los Libros Sagrados de la Biblia.

Los concilios de la Iglesia Católica - el Concilio de Hipo, en el año 393 A.D. y


el Concilio de Cartago, en el año 397 y 419 A.D., ambos en el norte de África
- confirmaron el canon Alejandrino (con 46 libros para el Antiguo Testamento) y
también fijaron el canon del Nuevo Testamento con 27 libros.

Para reconocer los libros del Nuevo Testamento los Padres utilizaron tres criterios:
1- que fuesen escritos por un Apóstol o su discípulo.
2- que se utilizara en la liturgia de las iglesias Apostólicas. Ej. Roma, Corintio,
Jerusalén, Antioquía, etc.
3- que estuviera en conformidad con la fe Católica recibida de los Apóstoles.

Al no satisfacer estos criterios, algunos evangelios atribuidos a los Apóstoles (ej.


Ev. De Tomás, Ev. de Pedro) fueron considerados falsos por la Iglesia
y rechazados. Por otra parte fueron aceptados libros (ej. Evangelio de San Juan y
Apocalipsis) que por largo tiempo habían sido controversiales por el atractivo que
ejercen en grupos sectarios y milenaristas.

La carta del Papa S. Inocencio I en el 405, oficialmente recoge el canon ya fijo de


46 libros del A.T. y los 27 del N.T. El Concilio de Florencia (1442) confirmó una
vez más el canon, como lo hizo también el Concilio de Trento.

A la Biblia Protestante le faltan libros

En el 1534, Martín Lutero tradujo la Biblia al alemán. Pero rechazó los últimos
siete libros del A.T. porque estos contradecían sus nuevas doctrinas. Por ejemplo,
al quitar los libros de Macabeos, le fue más fácil negar el purgatorio ya que 2
Macabeos 12, 43-46 da por supuesto que existe una purificación después de la
muerte. Lutero dice que Macabeos no pertenece a la Biblia. Sin embargo Hebreos
11,35 (Nuevo Testamento) hace referencia a 2 Macabeos: "Unos fueron
torturados, rehusando la liberación por conseguir una resurrección mejor". Los
únicos en el Antiguo Testamento a quienes se aplica este pasaje es a los mártires
Macabeos, que fueron torturados por conseguir la resurrección (2 Mac. 7:11, 14,
23, 29, 36).

¡Lutero consideró conveniente optar por el canon de Jamnia que los judíos habían
establecido para distanciarse del cristianismo!. Lo prefirió a pesar que le faltaban
libros que Jesús, los Apóstoles y la Iglesia desde el principio habían reconocido
(ver arriba). Agrupó los libros que quitó de la Biblia bajo el título de "apócrifos",
señalando: "estos son libros que no se tienen por iguales a las Sagradas
Escrituras y sin embargo son útiles y buenos para leer".
Lamentablemente Lutero propagó sus errores junto con su rebelión. Por esa
razón a la Biblia Protestante le faltan 7 libros del AT. Los consideran libros que
ellos llaman "apócrifos".

Tobías

Judit

Ester (protocanónico con partes deuterocanónicos)

Daniel (protocanónico con partes deuterocanónicos)

I Macabeos

II Macabeos

Sabiduría

Eclesiástico (también llamado "Sirac")

Baruc

Lutero no solo eliminó libros del Antiguo Testamento sino que quiso eliminar
algunos del Nuevo Testamento e hizo cambios en el Nuevo Testamento para
adaptarlo a su doctrina.

Martín Lutero había declarado que la persona se salva sólo por la fe (entendiendo
la fe como una declaración legal), sin necesidad de poner la fe en práctica por
medio de obras. Según él todas las doctrinas deben basarse solo en la Biblia, pero
la Biblia según la acomoda e interpreta él. Por eso llegó incluso a añadir la palabra
"solamente" después de la palabra "justificado" en su traducción alemana de
Romanos 3, 28. También se refirió a la epístola de Santiago como epístola "de
paja" porque esta enseña explícitamente: "Veis que por las obras se justifica el
hombre y no sólo por la fe". (Ver: Fe y obras; Estado actual del diálogo Católico-
Luterano al respecto)
Lutero además se tomó la libertad de separar los libros del Nuevo Testamento de
la siguiente manera:

Libros sobre la obra de Dios para la salvación: Juan, romanos, Gálatas, Efesios, I
Pedro y I Juan

Otros libros canónicos: Mateo, Marcos, Lucas, Hechos, el resto de las cartas de
Pablo, II Pedro y II de Juan

Los libros no canónicos: hebreos, Santiago, Judas, Apocalipsis y libros del Antiguo
Testamento.

Gracias a Dios, los Protestantes y Evangélicos tienen los mismos libros que los
católicos en el Nuevo Testamento porque no aceptaron los cambios de Lutero para
esta parte del canon. Pero se encuentran en una posición contradictoria:
Reconocen el canon establecido por la Iglesia Católica para el Nuevo Testamento
(los 27 libros que ellos tienen) pero no reconocen esa misma autoridad para el
canon del A.T.

Es interesante notar que la Biblia Gutenberg, la primera Biblia impresa, es la Biblia


latina (Vulgata), por lo tanto, contenía los 46 libros del canon alejandrino.

El reformador español, Casiodoro de Reina, respetó el canon católico de la Biblia


en su traducción, la cual es considerada una joya de literatura. Pero
luego Cipriano de Valera quitó los deuterocanónicos en su versión conocida
como Reina-Valera.

Posición de la Iglesia Anglicana

Según los 39 Artículos de Religión de la Iglesia de Inglaterra (1563), los libros


deuterocanónicos pueden ser leídos para "ejemplo de vida e instrucción de
costumbres", pero no deben ser usados para "establecer ninguna doctrina"
(Artículo VI). Consecuentemente, la Biblia, versión "King James" (1611) contenía
estos libros entre el N.T. y el A.T. Pero Juan Lightfoot (1643) criticó este orden
alegando que los "malditos apócrifos" pudiesen ser así vistos como un puente
entre el A.T. y el N.T. La Confesión de Westminster (1647) decidió que estos
libros, "al no ser de inspiración divina, no son parte del canon de las Escrituras y,
por lo tanto, no son de ninguna autoridad de la Iglesia de Dios ni deben ser en
ninguna forma aprobados o utilizados más que otros escritos humanos."

Los Concilios modernos confirman el Canon

La Iglesia Católica, fiel a la encomienda del Señor de enseñar la verdad y refutar


los errores, definió solemnemente, en el Concilio de Trento, en el año 1563, el
canon del Antiguo Testamento con 46 libros siguiendo la traducción griega que
siempre habían utilizado los cristianos desde el tiempo apostólico. Enseñó que los
libros deuterocanónicos deben ser tratados "con igual devoción y reverencia". Esto
fue una confirmación de lo que la Iglesia siempre enseñó.

Esta enseñanza del Concilio de Trento fue una vez más confirmada por el Concilio
Vaticano I y por el Concilio Vaticano II (Constitución Dogmática Dei Verbum sobre
la Sagrada Escritura). El Catecismo de la Iglesia Católica reafirma la lista completa
de los Libros Sagrados, incluyendo los deuterocanónicos.

La Biblia es un regalo del Señor, presentado como obra terminada a través de un


largo proceso en el que el Espíritu Santo ha guiado a la Iglesia Católica a la
plenitud de la verdad. Por la autoridad de la Iglesia se establece el canon
definitivo.

Ante los que quieren introducir libros en el Canon, por ejemplo, el "Evangelio de
Judas", los protestantes más conocedores han tenido que recurrir a la autoridad
de la Iglesia Católica para declarar que el canon de las Escrituras ha sido fijado en
los Concilios del siglo IV y no se puede cambiar.
¿COÓ MO FUERON ELEGIDOS LOS
LIBROS DE LA BIBLIA?
MO FUERON ELEGIDOS LOS LIBROS
DE LA BIBLIA?
Los 39 libros del Antiguo Testamento forman la Biblia del Judaísmo, mientras que
la Biblia cristiana incluye esos libros y también los 27 libros del Nuevo Testamento.
Esta lista de libros incluidos en la Biblia se conoce como el canon. Es decir, el
canon se refiere a los libros considerados como inspirados por Dios y autorizados
para la fe y la vida. Ninguna iglesia creó el canon, pero las iglesias y los consejos
gradualmente aceptaron la lista de libros reconocidos por los creyentes en todas
partes como inspirados.

En realidad no fue sino hasta el año 367 d.c. que el padre de la iglesia Atanasio
primero proporcionó la lista completa de los 66 libros que pertenecen al canon.

 Distinguió aquellos otros libros que fueron ampliamente difundidos y señaló


que esos 66 libros eran los únicos y universalmente aceptados.

 El punto es que la formación del canon no vino todo a la vez como un rayo,
sino que fue el producto de siglos de reflexión.

Veamos primero el Antiguo Testamento. Obviamente los primeros cinco libros (a


veces llamado la Torá o el Pentateuco) fueron los primeros en ser aceptados como
canónicos. No estamos seguros de cuándo ocurrió esto, pero probablemente fue
durante el siglo V antes de Cristo. Por supuesto, los hebreos tenían la “Ley”
durante muchos siglos, pero ciertamente no prestaron mucha atención a ella.
Probablemente fue la obra de los profetas Esdras y Nehemías la que la restauró
para uso general y la fijó de una vez por todas como autoritaria.

¿Y el resto del Antiguo Testamento? Los escritos de los profetas tampoco fueron
reunidos en una sola forma hasta aproximadamente el año 200 aC. Los libros
restantes del Antiguo Testamento fueron adoptados como canónicos aún más
tarde. Probablemente la lista del Antiguo Testamento no fue finalmente fijada
mucho antes del nacimiento de Cristo. El pueblo judío estaba muy disperso por
este tiempo y realmente necesitaban saber qué libros eran la auténtica Palabra de
Dios porque tantos otros escritos que reclamaban autoridad divina estaban
flotando alrededor. Con la fijación del canon se convirtieron en un pueblo de un
Libro, y este Libro los mantuvo juntos.

Tampoco hay una sola fecha en que podamos decir que el canon del Nuevo
Testamento fue decidido. En el primer y segundo siglo después de Cristo, muchos,
muchos escritos y epístolas estaban circulando entre los cristianos. Algunas de las
iglesias estaban usando libros y cartas en sus servicios que eran definitivamente
falsas. Poco a poco se hizo evidente la necesidad de tener una lista definitiva de
las Escrituras inspiradas. Los movimientos heréticos se elevaban, cada uno
eligiendo sus propias Escrituras, incluyendo documentos como el Evangelio de
Tomás, el Pastor de Hermas, el Apocalipsis de Pedro y la Epístola de Bernabé.

Poco a poco quedó claro qué obras eran verdaderamente auténticas y que
mezclaban la verdad con la fantasía. A finales del siglo IV, el canon se estableció y
se aceptó definitivamente. En este proceso, los cristianos reconocen la
providencia de Dios al darnos su revelación escrita de sí mismo y su propósito con
el universo.

Siguen surgiendo preguntas sobre el canon. Algunos se preguntan por qué sólo
estos 66 folletos fueron elegidos. ¿Por qué no 65 o 67? ¿Por qué se incluyó el
libro de Judas, a veces desconcertante, con exclusión de otras escrituras
edificantes? A estas preguntas respondemos que estos libros son los que Dios
mismo ha elegido preservar para nosotros, y no nos ha dicho exactamente por
qué. Juntos forman un tesoro inconmensurable, y en ellos encontramos el
inigualable regalo de Dios para su pueblo. Aquí nos movemos simplemente a
confiar en su providencia mientras guiaba a su pueblo a través de los años y nos
dio el volumen más honrado, poderoso y reconfortante en la historia de la
humanidad, el libro conocido como la Biblia.

Y en su providencia ha proporcionado este tesoro para ti también. ¡Toma estas


antiguas palabras y mandatos y vive por ellos! A medida que te empinas en sus
páginas, tu corazón encontrará al fin la paz.

POR QUEÓ NO ACEPTAMOS LOS


LIBROS APOÓ CRIFOS

Papiro del Evangelio de Judas

Roberto Lloyd

En este apéndice queremos ampliar lo expresado antes en este libro en relación


con los libros apócrifos porque circulará en una región donde predomina el
catolicismo romano. Es por ello que nos es menester tener un conocimiento más
profundo de este tema.

Mucho se podría escribir sobre asuntos técnicos de la historia y texto de esos


libros, pero queremos ser más prácticos. Por eso, nos proponemos contestar
brevemente la pregunta: ¿Por qué los evangélicos no aceptamos los apócrifos?
Antes de entrar de lleno en la respuesta, es pertinente hacer dos aclaraciones. La
primera tiene que ver con la terminología. En círculos evangélicos se habla de dos
clases de libros: canónicos y apócrifos (no canónicos). Los católico romanos
llaman a los primeros protocanónicos y a los segundos deuterocanónicos. Así que,
para ellos existen en teoría dos grados de canonicidad. Todos sus 46 libros del
Antiguo Testamento son canónicos, pero los 39 que tienen en común con los
evangélicos son de primer grado (proto) y los 7 apócrifos son de segundo grado
(deutero). Cuando se habla con un católico romano acerca de ellos, es mejor
referirse a ellos como libros deuterocanónicos.

En segundo lugar, hay que reconocer que los apócrifos se tienen que considerar
como una unidad. Lo que se dice de uno de los libros se hace extensivo a todo el
conjunto. Si hay equivocaciones en uno, entonces se puede hablar de toda la
colección como falible. Si uno de ellos es útil, se puede aplicar esa cualidad al
conjunto. Siempre se reconoce que unos libros son más útiles o falibles que otros
y viceversa. La colección se acepta o se rechaza como unidad. Los evangélicos la
rechazamos y es necesario saber por qué.

A continuación desarrollaremos cinco razones por las cuales no aceptamos como


canónicos esos libros.

No son inspirados

Cuando uno lee los 39 libros canónicos del Antiguo Testamento de inmediato
resaltan frases que se usan con mucha frecuencia, tales como: “Así dice Jehová”,
“Habló Jehová a…”, “Vino a mí palabra de Jehová” y “Jehová el Señor ha dicho
así”. Estas y otras expresan la convicción del autor humano de que su mensaje no
es de él, sino que lo recibió directamente de Dios. Lo que el autor dijo o escribió
no se originó en su mente, sino que fue una comunicación divina.

El hecho irrebatible es que esas frases se hallan por lo menos 3,800 veces. Estas
declaraciones forman una de las bases que apoyan la doctrina de la inspiración
del Antiguo Testamento. Solo los libros inspirados son canónicos. Por eso los
primeros padres de la iglesia al hacer la evaluación de un libro siempre buscaban
tales enunciados. Si no se encontraban se dudaba de la inspiración y, por ende,
de su canonicidad.

¿Qué de los libros apócrifos? ¿Se encuentra en ellos esta evidencia divina?
Contestamos estas preguntas con una negativa absoluta. Uno busca en vano
encontrar semejantes declaraciones en ellos. Ninguno de sus autores asevera que
escribe bajo inspiración divina. Esta evidencia interna brilla por su ausencia.

Por otro lado, encontramos por lo menos dos porciones en que los libros indican
que son producto del genio humano. En el Epílogo al libro de 2 Macabeos el autor
se expresa como sigue: “Yo también terminaré aquí mismo mi relato. Si ha
quedado bello y logrado en su composición, eso es lo que yo pretendía; si
imperfecto y mediocre, he hecho cuanto me era posible” (15:37b-38)1.

El libro de Eclesiástico fue compuesto en hebreo alrededor del año 180 a.C. Su
autor fue “Jesús hijo de Sirá” (51:30). Alrededor del año 130 a.C., su nieto tradujo
el libro al griego. En su Prólogo (7-14) afirma:

“Mi abuelo Jesús, después de haberse dado intensamente a la lectura de la Ley,


los Profetas y otros libros de los antepasados y haber adquirido un gran dominio
de ellos, se propuso también él escribir algo en lo tocante a la instrucción y
sabiduría, con ánimo de que los amigos del saber lo aceptaran y progresaran más
todavía en la vida según la Ley”.

Jesús hijo de Sirá escribió su libro después del estudio intensivo de los libros
canónicos y lo compuso no siendo inspirado por Dios sino por su propia
determinación. En Eclesiástico encontramos la sabiduría de Jesús hijo de Sirá, la
cual se basa en la Palabra inspirada de Dios.

Alguien ha escrito que “existe una falta de convicción de autoridad divina en los
apócrifos. Cuando uno pasa de los libros canónicos a los apócrifos, es como dar
un paso de la luz del sol de la inspiración divina a la luz artificial de la vela de la
sabiduría humana que a veces es muy tenue” (Geisler y Nix, A General
Introducción to the Bible, Introducción General de la Biblia, p. 175).
Dios ha puesto su sello de autoridad sobre los libros que él ha inspirado tan
patente como la diferencia entre la luz solar y la de una vela. El libro que contiene
esa confirmación es inspirado por Dios y en consecuencia pertenece al canon. El
que no, es producto de la creatividad humana. Este es el caso con los libros
apócrifos. Esta es la primera razón por la cual no los aceptamos.

No son proféticos

Hay una segunda razón, y es que no fueron escritos por profetas o portavoces de
Dios. Para ser canónico, un libro tenía que haber sido escrito por un profeta
reconocido por el pueblo de Dios. Todos los eruditos reconocen que los apócrifos
fueron escritos después de la época de Esdras y Malaquías, aproximadamente de
200 a.C. – 30 a.C. Así que todos ellos se compusieron en la época en que no
existían profetas. Josefo, erudito judío del primer siglo cristiano, enseñó (Contra
Apión I.8) que el período profético duró desde Moisés hasta Artajerjes (Rey persa
465-523 a.C.) En el mismo contexto y refiriéndose específicamente a los apócrifos
escribió:

Cierto es que nuestra historia ha sido escrita desde tiempos de Artajerjes, pero lo
que se ha escrito desde entonces no tiene igual autoridad que los primeros
escritos antes mencionados [los 22 libros del canon hebreo]. Esto es así porque
no ha habido una exacta continuidad de profetas desde aquellos días… de ahí
que, desde entonces, nadie se atreve a añadir nada ni a quitar nada…

Otro testimonio que respalda el hecho de que no hubo profetas después de


Malaquías se encuentra en el Talmud Babilónico. En su sección sobre el Sanedrín
enseña que “después de los profetas posteriores Hageo, Zacarías y Malaquías, el
Espíritu Santo se apartó de Israel”, indicando que el agente de inspiración dejó de
ejercer su función.

Aun el mismo libro apócrifo de 1 Macabeos reconoce que en su época no existían


profetas. En 3:48 encontramos al pueblo judío en una situación en que querían
averiguar la voluntad divina. En vez de buscar un profeta “desenrollaron el libro de
la Ley para buscar en él lo que los gentiles consultan a las imágenes de los
ídolos”. En una nota explicativa, La Biblia de Jerusalén interpreta correctamente:
“como ya no hay profetas, se abre al azar el libro de la Ley para encontrar en él
una respuesta divina…”

El testimonio de 1 Macabeos 9:27 es aun más claro. “Tribulación tan grande no


sufrió Israel desde los tiempos en que dejaron de aparecer profetas”. Según
Josefo y el Talmud, los profetas dejaron de aparecer en la época de Artajerjes y
Malaquías. Así que cuando los libros apócrifos se escribieron, Dios no hablaba por
profetas sino por la Escritura ya inspirada y aceptada. Los apócrifos no fueron
escritos por profetas, por ende, no son canónicos y no los aceptamos.

No son inerrantes

Una de las características de las Escrituras inspiradas es la inherencia. Esto


significa que están exentas de todo error. Dios es el autor de ellas (2 Timoteo 3:16,
2 Pedro 1:21) y él no miente (Tito 1:2, Números 23:19). Por esto sabemos que en
la Biblia encontramos solamente la verdad (Juan 17:17, Salmos 12:6). Todas las
declaraciones de la Palabra de Dios son verdaderas y dignas de toda nuestra
confianza. La Biblia es completamente veraz.

No así los apócrifos. En ellos se descubren errores doctrinales, morales, históricos


y geográficos. La presencia de estas equivocaciones hace imposible que sean
inspirados por Dios y si no son inspirados por él no los podemos aceptar como
canónicos.

He aquí, una breve tabulación de algunos de los errores más obvios.

Tobías 5:6 “Hay dos jornadas de camino entre Ecbátana y Ragués, pues Ragués
está en la montaña y Ecbátana en el llano.” La introducción general al libro explica:
“En realidad Ecbátana se hallaba mucho más alta que Ragués, (a 2,000 m. de
altura) y los kilómetros que separaban a ambas ciudades eran 300”. (Biblia de
Jerusalén p.499)

6:5-9, 17 El ángel recomienda el uso de métodos paganos de adivinación.


12:9 Enseña salvación por obras, a través de las limosnas.

Judith 1:1, 7,

11, 2:1-4 Aseveran que Nabucodonosor era rey de Asiria

9:13, 10 Pide que Dios le asista en formular una buena mentira para engañar al
enemigo.

Sabiduría 10:1-4 Asegura que el diluvio divino vino por culpa de Caín.

11:17 Enseña que la creación fue realizada por Dios usando la materia ya
existente en vez de ser formada de la nada.

Eclesiástico 12:6,

7 y 25:26 Prohíben la caridad a los malos.

Baruc 1:1 Asevera que el autor, secretario de Jeremías, escribió su libro desde
Babilonia cuando en realidad se encontraba en Egipto (Jeremías 43:1-7).

2 Macabeos

12:41-46 Aprueba las oraciones y sacrificios expiatorios por los muertos.

14:37-46 Alaba el suicidio.

15:12-16 Da su aprobación a la intercesión de los santos muertos a favor de los


vivos.

Adiciones a

Daniel 3:38 Afirma que “ya no hay, en esta hora, príncipe y profeta ni caudillo”. En
realidad, vivían y ejercían su ministerio profético Daniel, Jeremías y Ezequiel.

La tercera razón es que no son inerrantes, más bien se distinguen por los errores
y equivocaciones que contienen.

No son creíbles
En los 39 libros aceptados por todos como canónicos se encuentran muchas
narraciones históricas y relatos biográficos. Todos ellos se caracterizan por su
sobriedad y falta de elementos espectaculares (excepto los milagros). Todos los
relatos son creíbles. Sus eventos bien pudieron haber sucedido. No hay nada
fantástico o irreal acerca de ellos. Son obras no ficticias. Dios, al relatarlos, no se
vale de la ficción.

Cuando uno analiza la literatura apócrifa encuentra que hay varios libros
obviamente ficticios. En vez de ser relatos serios de eventos históricos narran
sucesos increíbles que se acercan a la fantasía. Nadie cree que lo relatado en
realidad haya sucedido. Estos libros se clasifican bajo el género literario de “ficción
religiosa”. Cabe recalcar que este género no se usa en los 39 libros canónicos.
Los libros apócrifos Tobías, Judit, las Adiciones a Ester y las Adiciones a Daniel (El
cántico de los tres jóvenes, Susana y Bel y el Dragón) pueden clasificarse como
novelas religiosas.

El Señor sí se vale de figuras literarias como la parábola y la alegoría, pero ellas


se reconocen como figuras basadas en la realidad. Dios no recurre a lo ficticio
para revelar la verdad. Es el hombre quien utiliza lo irreal para comunicar ideas.
Los apócrifos, siendo de origen humano, usan este género literario y por eso no
los aprobamos.

No fueron aceptados por los judíos y los primeros cristianos

Se puede afirmar con toda seguridad que los 39 libros canónicos


fueron unánimemente recibidos. Como vimos en el texto principal de este libro, 5
de ellos fueron discutidos por el Concilio de Jamnia para determinar si debían
quedar dentro del canon o no. Todos salieron aprobados. Judíos y cristianos,
católico romanos y protestantes, todos aceptan los 39 libros.

Cuando consideramos los deuterocanónicos encontramos que hasta el año 1546


fueron uniformemente rechazados por judíos y cristianos.
En Romanos 3:2 se halla una declaración muy importante para nuestro estudio.
Hablando acerca de los judíos, Pablo declara “que les ha sido confiada la Palabra
de Dios (el Antiguo Testamento)”. Todos los autores del Antiguo Testamento eran
judíos y el canon fue establecido por ellos bajo el liderazgo de Esdras. Todo judío
sabía cuáles libros venían de Dios y cuáles no.

Al fijarse el canon, ninguno de los libros apócrifos había sido escrito. En el año 90,
fecha del Concilio de Jamnia, todos circulaban. En ese concilio estos escritos
fueron excluidos definitivamente por los judíos. Los cristianos siguieron la pauta
establecida ya que el Señor encargó a su pueblo su palabra.

Además del Concilio de Jamnia podemos agregar el testimonio de dos judíos del
primer siglo. Filón, filósofo judío de Alejandría (20 a.C.-40 d.C.), citó textualmente
el Antiguo Testamento con mucha frecuencia pero jamás lo hizo con un libro
apócrifo. Lo mismo se puede decir de Josefo (30-100 d.C.) historiador judío. El,
además excluyó explícitamente esos libros del canon cuando escribió en Contra
Apión I:8.

Nosotros no tenemos una multitud de libros contradictorios y discordes entre sí,


sino solamente 22, los cuales contienen una relación de todos los tiempos
pasados, y que con justicia creemos divinos; de estos, cinco pertenecen a Moisés,
y contienen sus leyendas y tradiciones del origen del género humano hasta su
muerte; los profetas que existieron después de Moisés escribieron lo que se hizo
después de sus tiempos, en trece libros, hasta el reinado de Artajerjes, rey de
Persia; los cuatro libros restantes contienen himnos a Dios y preceptos para la
conducta.

Concluimos que los judíos del primer siglo cristiano rechazaban los libros
Deuterocanónicos.

¿Qué de Cristo y los apóstoles? ¿Usaron algún libro apócrifo como base para dar
alguna enseñanza? Definitivamente no. Esto es muy significativo cuando tomamos
en cuenta el hecho de que el Antiguo Testamento que usaban y citaban era la
versión griega de los Setenta. Esta es precisamente la versión en que los libros
apócrifos se encuentran. Recalcamos que no se encuentran en ningún manuscrito
hebreo.

En el Nuevo Testamento hay 280 citas directas del Antiguo. La gran mayoría de
ellas fueron tomadas de la versión de los Setenta en vez del texto hebreo. En
ninguna ocasión los autores citan un libro apócrifo. Jamás las usan como Escritura
inspirada y autoritativa. Cierto es que hay alusiones a esas obras; se usan en
forma ilustrativa en la misma manera en que Pablo en tres ocasiones citó autores
paganos (Hechos 17:28, 1 Corintios 15:35; Tito 1:12). El hecho de que los cite no
significa que sus escritos sean canónicos. Archer tiene razón cuando escribe:

La mera cita no establece necesariamente la canonicidad, con todo, es


inconcebible que los autores del Nuevo Testamento hubieran considerado
canónicos los catorce libros aceptados por la Iglesia Católica Romana y no hayan
citado, ni siquiera hecho referencia a ninguno de ellos. (Reseña Crítica de una
Introducción al Antiguo Testamento, p. 81).

En cuanto a su uso en los primeros siglos de la iglesia cristiana se puede decir


que por un lado se aceptaban y por otro se rechazaban. Algunos padres, como
Ireneo, Tertuliano y Clemente de Alejandría los utilizaron con frecuencia. Otros se
opusieron vigorosamente a su uso (por ejemplo, Orígenes, Cirilo de Jerusalén y
Atanasio). El Concilio de Laodicea, 363 d.C. prohibió su lectura en las iglesias. Los
concilios de Hipona, 393 d.C., y Cartago, 397 d.C. (ambos concilios pequeños,
regionales y dominados por Agustín) fueron los primeros que aprobaron su uso.

La actitud de la iglesia primitiva se puede resumir en las posturas de Jerónimo y


Agustín. Ambos ejercieron sus ministerios a fines del cuarto siglo y principios del
quinto. El primero era erudito bíblico y el segundo perito teológico.

Agustín incluyó los apócrifos en su catálogo de libros canónicos y bajo su


influencia, los concilios de Hipona y Cartago lo hicieron. ¿Quiere decir esto que
Agustín los aceptó todos en su canon como igualmente inspirados y canónicos?
De ninguna manera. En sus escritos hace una distinción muy clara entre los
protocanónicos y los deuterocanónicos. Refiriéndose a éstos dijo:
No se encuentran en el canon de los libros recibidos por el pueblo de Dios [los
judíos], porque una cosa es poder escribir como hombres con la diligencia de
historiadores y muy otra cosa escribir como profetas bajo inspiración divina; lo
primero tiene que ver con el incremento de conocimiento, lo último con la
autoridad en la religión en la cual se mantiene el canon. (La Ciudad de Dios, XVIII:
36)

Limitó la palabra “canónico” en su sentido técnico, al canon hebreo de escritos


inspirados y rechazó los apócrifos en asuntos doctrinales. En una ocasión “cuando
un antagonista apeló a un pasaje de 2 Macabeos, para reforzar un argumento,
Agustín le replicó que la causa que defendía era sin duda débil si tenía que recurrir
a un libro que no estaba en la misma categoría que los libros recibidos y
aceptados por los judíos” (Archer, p. 81).

Aunque no los consideraba inspirados por Dios, Agustín los aceptó como literatura
devocional de bastante valor. Podían usarse para la edificación personal y para la
lectura pública en los cultos.

La postura de Agustín se puede resumir como sigue:

1. Los incluyó en su catálogo de libros canónicos.

2. Reconoció que no eran inspirados y por eso no eran canónicos en el sentido


técnico.

3. No se debían usar para respaldar enseñanzas doctrinales.

4. Se podían usar para devocionales.

Jerónimo definitivamente los excluyó de su catálogo de libros canónicos. Para él,


solamente el canon hebreo tenía los libros inspirados divinamente. Como base
para su traducción al latín del Antiguo Testamento (La Vulgata) se valió del texto
hebreo que no incluye los apócrifos. Después de mucha discusión y bajo mucha
presión accedió a traducir Tobías y Judit. Los demás libros apócrifos fueron
introducidos en la Vulgata Latina después de su muerte. En su prólogo a La
Vulgata hace muy claro que los libros de Sabiduría, Eclesiástico, Judit, Tobías, 1 y
2 Macabeos no son libros canónicos por no encontrarse en el canon hebreo. Solo
los libros aceptados por los judíos fueron recibidos como canónicos en el sentido
técnico.

Aunque los rechazó como canónicos no los desechó totalmente. Vio en ellos valor
eclesiástico. Los consideró “libros eclesiásticos” o sea, libros que la iglesia debía
preservar, leer y usar pero no como autoridad en asuntos doctrinales porque no
son inspirados por Dios.

Agustín los incluyó en su catálogo y Jerónimo los excluyó del suyo pero en lo
demás estos dos padres están de acuerdo en que:

1. No se encontraban en el canon hebreo.

2. No eran inspirados y por ende, no eran canónicos en el sentido técnico.

3. No debían usarse para formular doctrina.

4. Sí tenían valor devocional y eclesiástico y por eso debían ser preservados y


usados.

Los evangélicos de fines del siglo XX rechazamos la canonicidad de los libros


apócrifos porque:

1. No son inspirados

2. No son proféticos

3. No son inerrantes

4. No son creíbles

5. No fueron aceptados por los judíos y primeros cristianos

Nos unimos en aprobar que:


“La evidencia histórica no es ambigua, concluimos de nuestra investigación
histórica que los libros apócrifos no merecen ser incluidos en las Escrituras si es
que limitamos esa designación a los libros que Jesús, los judíos y la iglesia
primitiva usaron y aprobaron como Escritura” (Henry, La Revelación y la Biblia, pp.
184-85).

En conclusión, el valor de los apócrifos estriba en que pueden usarse como


documentos históricos y literarios. Son indispensables en el estudio del judaísmo
del período Intertestamentario y del trasfondo del Nuevo Testamento. En las
palabras de José Grau:

…no estamos en contra de la publicación de la literatura apócrifa judía–como


material útil para la investigación histórica y literaria–siempre que se haga en
volumen independiente. A lo que nos oponemos, pues, no es a los apócrifos como
tales, sino a su inclusión en un mismo volumen juntamente con los libros
inspirados”.

Razones del por queé los Apoé crifos no


pertenecen a la Biblia
Los católicos y protestantes están en desacuerdo con relación al número exacto
de libros que pertenecen a las Escrituras del Antiguo Testamento. La disputa entre
ellos es acerca de siete libros, parte de lo que es conocido como los Apócrifos: 1º
y 2º Macabeos, Sirácides/Sirácida (Eclesiástico), Sabiduría (Sabiduría de
Salomón), Libro de Baruch, Tobit o Tobías, Judit y adiciones a Daniel y Ester.1Sin
embargo, existe un número de razones del por qué los Apócrifos del Antiguo
Testamento no deberían ser parte del Canon o de los escritos estándares de la
Escritura.

Rechazo de estos por parte de Jesús y los Apóstoles

1) No existen citas claras, definitivas en el Nuevo Testamento de los Apócrifos por


parte de Jesús o de los apóstoles. Mientras que pueden haber alusiones a los
Apócrifos en el Nuevo Testamento, no hay declaraciones autoritativas como “Así
dice el Señor”, “Como está escrito”, o “Así dicen las Escrituras”. Hay referencias
en el Nuevo Testamento a los pseudepígrafos o libros con títulos falsos (Jud 14-
15) y aún citas de fuentes paganas (Hch 17:22-34), pero ninguna de estas
referencias son mencionadas como Escritura inspirada y son aún rechazadas por
el Catolicismo Romano. En contraste, los escritores del Nuevo Testamento citan al
Antiguo Testamento numerosas veces (Mateo 5; Lc 24:27; Jn 10:35), y usan frases
como “Así dice el Señor”, “Como está escrito”, o “Así dicen las Escrituras”,
indicando la aprobación de ellos en cuanto a la inspiración de Dios en la Escritura
del Antiguo Testamento.

2) Implícitamente, Jesús rechazó los Apócrifos como Escritura al referirse al


Canon Judío de la Escritura totalmente aceptado: “desde la sangre de Abel [Gn
4:8] hasta la sangre de Zacarías, [2 Cr 24:20] que murió entre el altar y el templo;
sí, os digo que será demandada de esta generación.” (Lucas 11:51; cf. Mateo
23:35).

En el Antiguo Testamento, particularmente en el Génesis, a Abel se le considera el


primer mártir mientras que a Zacarías se le considera el último en el Libro de
Crónicas. En el Canon Hebreo, el primer libro era Génesis y el último, Crónicas.
Estos contenían todos los mismos 39 libros estándares aceptados hoy día por los
protestantes, pero arreglados de forma diferente. Por ejemplo, todos los 12
profetas menores (Desde Oseas hasta Malaquías) estaban contenidos en un solo
libro. Esta es la razón por lo que hoy la Biblia Hebrea contiene sólo 24 libros.
Cuando Jesús se refirió desde Abel a Zacarías, estaba plasmando todo el Canon
de las Escrituras Hebreas el cual incluía los mismos 39 libros que hoy aceptan los
Protestantes. Por lo tanto e implícitamente, Jesús rechazó toda escritura apócrifa.

Rechazo de estos por parte de la Comunidad Judía

3) Los “oráculos de Dios” le fueron dados a los Judíos (Ro 3:2) y ellos rechazaron
los Apócrifos del Antiguo Testamento como parte de esta revelación inspirada. De
forma interesante, Jesús tuvo muchas discusiones con los Judíos, pero nunca
discutió con ellos con relación al alcance de la revelación inspirada de Dios.

4) Los Rollos del Mar Muerto no suministran comentario alguno de los Apócrifos,
sin embargo, sí suministran comentarios de algunos de los libros Judíos del
Antiguo Testamento. Esto probablemente indica que la comunidad Judía de los
Esenios no los consideraron tan importantes como los libros Judíos del AT.

5) Muchos judíos en la antigüedad rechazaron los Apócrifos como Escritura,


incluido Filo. Josefo explícitamente los rechazó y enumeró el Canon Hebreo en 22
libros. De hecho, la comunidad Judía reconocía que los dones proféticos habían
cesado en Israel antes que los Apócrifos fueran escritos.

Rechazo de estos por parte de algunos en el Catolicismo Romano

6) El Catolicismo Romano no siempre ha aceptado los Apócrifos. Estos, fueron


oficialmente aceptados en 1.546 en el Concilio de Trento, y fue más una reacción
negativa de los Romanos hacia la Reforma Protestante.

7) Muchos Padres de la Iglesia rechazaron los Apócrifos como Escritura así como
muchos otros los utilizaron con propósitos devocionales. Por ejemplo, Jerónimo, el
gran erudito Bíblico y traductor de la Vulgata Latina, sin embargo rechazó los
Apócrifos como Escritura, y supuestamente bajo presión le tocó traducirlos
urgentemente. De hecho, la mayoría de los Padres de la Iglesia en los primeros
cuatro siglos rechazaron los Apócrifos. Junto con Jerónimo, se incluyen nombre
como Orígenes, Cirilo de Jerusalén y Atanasio.

8) Los libros Apócrifos fueron colocados en la Biblia antes y después del Concilio
de Trento, pero fueron colocados en una sección separada ya que estos no eran
igual en autoridad. Aun cuando son usados como devocionales, nunca
reemplazarán la inspiración de la Palabra de Dios.

Falsas Enseñanzas
9) Los Apócrifos contienen un número amplio de falsas enseñanzas (Ver: Errores
en los Apócrifos):

La aceptación de usar magia:

Tobit 6:5-8: “El ángel añadió: «Abre el pez, sácale la hiel, el corazón y el hígado y
guárdatelo, y tira los intestinos; porque su hiel, su corazón y su hígado son
remedios útiles». 6 El joven abrió el pez y tomó la hiel, el corazón y el hígado. Asó
parte del pez y lo comió, salando el resto. Luego continuaron su camino, los dos
juntos, hasta cerca de Media. 7 Preguntó entonces el muchacho al ángel:
«Hermano Azarías, ¿qué remedios hay en el corazón, el hígado y la hiel del pez?»
8 Le respondió: «Si se quema el corazón o el hígado del pez ante un hombre o
una mujer atormentados por un demonio o un espíritu malo, el humo ahuyenta
todo mal y le hace desaparecer para siempre.”

La limosna libra de la muerte:

Tobit 4:10: “Porque la limosna libra de la muerte e impide caer en las tinieblas:”

Tobit 12:9: “La limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado. Los que dan
limosna gozarán de una larga vida.”

Los ángeles ni son santos ni son benditos:

Tobit 11:14: “Y añadió:"¡Bendito sea Dios! ¡Bendito sea su gran Nombre! ¡Benditos
sean todos sus santos ángeles! ¡Que su gran Nombre esté sobre nosotros!
¡Benditos sean los ángelespor todos los siglos! ”.

La Iglesia Católica Romana reza por los muertos y enseña a ofrecer dinero para
sacrificio de los pecados como se enseña en este libro Apócrifo:

2º Macabeos 12: 42-43: “y rezaron al Señor para que perdonara totalmente ese
pecado a sus compañeros muertos. El valiente Judas exhortó a sus hombres a
que evitaran en adelante tales pecados, pues acababan de ver con sus propios
ojos lo que sucedía a los que habían pecado. 43. Efectuó entre sus soldados una
colecta y entonces envió hasta dos mil monedas de plata a Jerusalén a fin de que
allí se ofreciera un sacrificio por el pecado. Todo esto lo hicieron muy bien
inspirados por la creencia de la resurrección,”

Los libros Apócrifos no son proféticos ni contienen profecía

Los libros Apócrifos no comparten muchas de las características de los libros


Canónicos: No son proféticos, en estos, no existe ninguna confirmación
sobrenatural de alguno de sus escritores, no hay profecía, ninguna revelación real
acerca del Mesías, no son mencionados como autoritativos por alguno de los
libros proféticos escritos después de estos y aun reconocen que no había profetas
en Israel en el tiempo en que fueron escritos:

1º Macabeos 9:27: “Fue una gran prueba en Israel, como nunca se había
visto desde que terminó el tiempo de los profetas.”; 14:41: “También el rey tomó en
cuenta el que los judíos y los sacerdotes habían resuelto que Simón fuera su jefe y
Sumo Sacerdote hasta la aparición de un profeta digno de fe.” (Énfasis Añadido).

¿Le faltan libros a la Biblia protestante,


o le sobran a la Biblia catoé lica?
Saludos y respondo a tu inquietud. La Biblia esta dividida en dos partes
principales: Antiguo Testamento y Nuevo Testamento. Cada una de estas partes
son una serie de libros, de ahí su nombre de Biblia que en griego es "Biblos" y
significa=libros ó o conjunto de libros. A esta "lista de libros inspirados por Dios" se
le llama: "cánon bíblico".

En el Nuevo Testamento tanto los católicos como los protestantes tenemos 27


libros, en eso no hay desacuerdo. Pero en el Antiguo Testamento si es diferente,
pues los católicos tenemos 46 libros y los hermanos protestantes tienen 39. La
diferencia son 7 libros a los cuales se les llama deuterocanónicos (Tobías, Judit,
Baruc, Sabiduría, Eclesiástico y 1 y 2 de Macabeos).

¿Por qué? He aquí la respuesta.


1.- El Antiguo Testamento en tiempos de Cristo.

Cuando Jesucristo inicia su ministerio público obviamente no existía nada del


Nuevo sino solamente del Antiguo Testamento, y de este había dos cánones o
listas que eran usadas, La primera lista con 47 libros era la llamada versión de los
70 ó canon Alejandrino; El otro canon tenía menos libros pues era de 39 y se le
conocía como canon hebreo ó palestinense. Las dos se usaban, pues no existía
una sola lista cerrada que todos debieran de seguir. Hasta este momento si alguno
optaba por usar una lista u otra era relativamente poco importante.

2.- Los Apóstoles y sus discípulos usaron estos siete libros.

Como la versión de los setenta estaba escrita en griego y era ampliamente


conocida, los Apóstoles de Jesús usaron también estos libros al citar pasajes del
Antiguo Testamento, incluyendo los siete que hoy en día algunos protestantes no
aceptan y que los católicos si para seguir el ejemplo de los Apóstoles.
Aproximadamente dos terceras partes de las citas que los Apóstoles mencionaron
están tomadas del canon alejandrino, es decir, de la lista que incluye estos siete
libros deuterocanónicos.

Por lo tanto un primer comentario importante que hacer es que si los Apóstoles y
sus discípulos los usaron seguramente es porque ellos los veían como libros
sagrados y por eso, años después, cuando se escribe el Nuevo Testamento que
fue hecho casi totalmente en griego, no dudaron en usar esos siete libros y en
dejarlos con referencias de haberlos usado. Un ejemplo clarísimo esta en Hebreos
11 que nos anima a seguir el testimonio de los héroes del Antiguo Testamento:

"las mujeres recibieron a sus muertos por la resurrección. Algunos fueron


torturados, rehusando aceptar ser liberados, para poder levantarse nuevamente a
una vida mejor" (Heb 11, 35).
Si buscamos donde esta eso en la Biblia en ninguna parte del Antiguo Testamento
Protestante se encontrara, desde el principio hasta el final, desde el Génesis hasta
Malaquías - no hay alguien siendo torturado y rehusando aceptar ser liberado, por
su esperanza de una mejor resurrección.

Si quiere encontrar eso que se menciona en la carta a los hebreos, tiene que mirar
en el Antiguo Testamento de una Biblia Catolica -en los libros deuterocanónicos
que nosotros tenemos y que ellos quitaron a la Biblia-. La historia donde se nos
narra esa situación se encuentra en 2 Macabeos capitulo 7. Entonces no es a los
católicos a los que no sobran libros, sino a nuestros hermanos separados a los
que les faltan. De hecho muchos de ellos no saben porque ó cuando les quitaron
esos libros a sus Biblias.

También en Hech 7,43 Esteban habla del "dios Refán", eso esta tomado de la
versión griega de los setenta que contiene los deuterocanónicos, pues en la otra
versión que no los tiene se le llama "dios Quiyun"(Am 5,26). Asi que si Esteban
uso la palabra "Refán" es porque para ellos era normal la versión de "los setenta"
que contiene los 7 libros que los protestantes rechazan y nosotros al igual que
Esteban si los aceptamos.

3.-La Iglesia Católica fué la que estableció el canon bíblico (lista de libros
inspirados).

Otra razón del porque en la Iglesia Católica se usan estos libros en la Biblia es
porque se quiere ser fiel a la lista que se aprobó en un principio por el cristianismo.
Pongamos un ejemplo para que sea más sencillo: Si tenemos un libro X y una
persona nos dice que le faltan páginas y otra nos dice que le sobran, una forma
muy segura de saber quien tiene la razón es buscando al autor del libro y el libro
original, de esa manera saldremos de dudas al comparar lo que nos dicen con lo
que fué originalmente. En el caso de la Sagrada Escritura: ¿Quién? y ¿Cuándo?
se tomó la decisión de definir que libros deberíamos de tener en la Biblia.

Encontrémoslo en la historia: El canon de la Escritura, Antiguo y Nuevo


Testamento, empezó a ser definido en el Concilio de Roma en el año 382, bajo la
autoridad del Papa Dámaso I.

Después se confirmó en el Concilio de Hipona en el 393 y en el Concilio de


Cártago en el 397. Es importante hacer notar que todos estos cánones eran
idénticos a la moderna Biblia Catolica, y todos ellos incluían los deuterocanónicos.

Así que si alguien dice que son más ó menos hay que recurrir a la Iglesia Católica,
que fué la única de las actuales que decidió cuantos y cuales libros eran
reconocidos como Palabra de Dios. Ella los reunió, ella los aprobó. Yo digo que los
protestantes cada noche deberían en su oración de dar gracias a la Iglesia
Católica, pues si ellos la tienen es gracias a esta Iglesia.

4.- Los judíos se quedaron con el canon corto y los cristianos con el largo.

Mirando hacía lo que los judíos decidieron encontramos que ellos


aproximadamente en el año 90-100 también establecieron su canon ó lista del
Antiguo Testamento y se quedaron con el canon corto, principalmente porque para
ellos si no estaba escrito en hebreo no tendría el mismo valor y con esto hicieron a
un lado la lista más larga y por supuesto cualquier otro libro escrito en griego como
lo fue el Nuevo Testamento.

Entonces los judíos se quedaron sin esos siete libros y los cristianos si los
incluyeron. ¿Si somos cristianos a quien vamos a obedecer? Por supuesto que a
los responsables cristianos de aquellos tiempos. Esta es otra razón por la que en
la Biblia Catolica si son incluidos, por ser fieles al cristianismo primitivo. Incluso,
hay algunos judíos como los de Etiopia que siguieron con el canon largo que
incluye los siete libros que tenemos.

Recuerde que todos los puntos que estamos explicando los puede confirmar por
usted mismo buscando, libros y enciclopedias que hablen sobre este tema.

5.- La Iglesia Primitiva también usó los deuterocanónicos.

Para comprobar esto citaremos al estudioso protestante Sr. J. Kelly que dice:
"Debería observarse que el Antiguo Testamento entonces admitido como
autorizado en la Iglesia era algo mayor y comprendía más que el [Antiguo
Testamento Protestante]... Siempre incluía, aunque con varios grados de
reconocimiento, los llamados libros deuterocanónicos.

La razón para esto era que el Antiguo Testamento que pasó en primera instancia a
las manos de los cristianos era la traducción griega conocida como versión de los
setenta... la mayoría de las citas bíblicas que se encuentran en el Nuevo
Testamento se basan en ella más que en la Hebrea... En los primeros dos siglos...
la Iglesia parece haber aceptado como inspirados todos, o la mayoría, de estos
libros adicionales, y haberlos tratados como Escritura sin más cuestión."

Recuerde que esto lo dijo un profesor protestante. Entonces, si la Iglesia los usó
en los primeros siglos con mayor razón nosotros. Un último detalle importante es
que durante muchos siglos la Biblia protestante también tenía estos siete libros.
Incluso Lutero, Zwinglio y Calvino los tuvieron en sus Biblias al menos como un
apéndice.

Fue apenas en el año 1835 la primera vez que la imprimieron sin ellos. De hecho
hoy en día gracias a la investigación, al ecumenismo y al amor a la verdad hay
cada vez más protestantes serios que están volviendo a incluirlos en sus nuevas
ediciones bíblicas.

LOS LIBROS CANÓNICOS


HISTORIA DEL CANON DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS

III. HISTORIA DEL CANON DEL NUEVO


TESTAMENTO

4. Los libros deuterocanónicos del Nuevo Testamento hasta el


siglo VI.- En el recorrido que hemos hecho de los diversos Padres,
hemos podido observar que, a fines del siglo IV y en el siglo V, todos los
libros del Nuevo Testamento, incluyendo también los deuterocanónicos,
eran reconocidos como canónicos. Sin embargo, hemos aludido a las
dificultades por las que tuvieron que atravesar ciertos libros deuterocanó-
nicos del Nuevo Testamento hasta entrar definitivamente a formar parte
del canon. Vamos, pues, a hacer algo de historia sobre esta cuestión.

a) Epístola a los Hebreos.- En Oriente nunca se dudó de su


canonicidad ni de su autenticidad paulina. La Epístola de Bernabé parece
conocerla ya (8, 1-2). Los Padres Panteno, Clemente Alejandrino,
Orígenes y Eusebio de Cesarea defienden su autenticidad[1]. También se
encuentra en la versión siríaca llamada Peshitta.

En Occidente, en cambio, los escritores eclesiásticos parecen no


conocerla hasta mediados del siglo IV. Una excepción sin embargo, la
encontramos en San Clemente Romano[2], que probablemente alude a la
epístola a los Hebreos 2,7; 3,1; 4,14; 5,1.5. No se encuentra en
el Fragmento de Muratori. Para San Ireneo, la epístola a los Hebr no era
de San Pablo, lo mismo que para San Hipólito y Tertuliano, el cual la
atribuye a Bernabé y la excluye del canon. Tampoco la encontramos en
los escritos de San Cipriano, lo cual parece confirmar la práctica de la
Iglesia de África, hacia mediados del siglo III, atestiguada por Tertuliano.

Un siglo más tarde, es decir, hacia fines del siglo IV, la mayor parte de los
escritores latinos la conocen y la reciben como canónica. San Hilario de
Poitiers (+368), por ejemplo, la considera como inspirada y canónica. San
Ambrosio de Milán la considera como escrita por el mismo San Pablo. El
Ambrosiáster (hacia 370), sea cual fuere su identidad, la considera como
canónica, aunque no paulina. Prisciliano (+385) la cuenta entre los libros
canónicos. San Filastrio de Brescia, en su obra Diversarum Hereseon
liber (hacia el año 383), da una lista en la que es omitida la epístola a los
Hebr; pero en otros lugares de esa misma obra habla de ella como un
escrito de San Pablo. También San Jerónimo defiende la autenticidad
paulina de la epístola a los Hebreos[3], aunque menciona las dudas y
vacilaciones de los escritores anteriores a él[4]. San Agustín, por su
parte, admite al menos la canonicidad de la epístola a los Hebr, y afirma
que prefiere seguir la práctica de las Iglesias orientales, que la tenían en
el canon, aun cuando haya bastantes que la consideraban como
incierta[5].

b) El Apocalipsis.- Hasta el siglo III todos los escritores, tanto del


Oriente como del Occidente, admitían el Apocalipsis como canónico y
auténtico. Así piensan Papías, San Justino, San Ireneo,
Tertuliano, Fragmento de Muratori, San Hipólito Romano, Clemente
Alejandrino y Orígenes. Solamente Marción y el presbítero Cayo se
atrevieron a rechazarlo.

Más tarde, sin embargo, a causa del error milenarista, que se


apoyaba en el Apocalipsis (20,2-6) para sostener dichas doctrinas,
algunos escritores católicos llegaron hasta negar la autenticidad
apostólica del Apoc con el fin de echar por tierra las doctrinas
milenaristas. El primero de éstos fue San Dionisio Alejandrino (+265),
que, no pudiendo apoyarse en documentos históricos ni de tradición, se
VIo obligado a servirse de argumentos de crítica interna[6]. San Dionisio
Alejandrino, aun obrando con la mejor buena fe, ejerció una influencia
nefasta sobre Eusebio de Cesarea, que incluso llegó a negar la misma
canonicidad del Apoc. Eusebio, a su vez, influenció a los demás
escritores palestinenses, a los antioquenos, y en especial a los sirios
orientales, los cuales no recibieron el Apoc hasta la versión Filoxeníana
(año 508).

En la segunda mitad del siglo IV todavía encontramos a San


Gregorio Nacianceno y San Cirilo de Jerusalén que no hacen uso del
Apocalipsis. San Anfiloquio afirma que algunos admitían el Apoc. San
Juan Crisóstomo nunca cita el Apoc, y San Jerónimo escribe que en su
tiempo no era recibido por los griegos. Tampoco se encuentra en el can.
60 del concilio Laodicense.

No obstante esto, en el Oriente admiten el Apoc San Basilio


Magno, San Gregorio Niseno y San Epifanio. Más tarde, principalmente a
partir del concilio de Trulo II (año 692), los orientales volvieron a recibir el
Apoc como canónico, Solamente los nestorianos, bajo la influencia de
Teodoro de Mopsuestia, lo rechazaron.
La Iglesia latina siempre consideró el Apoc como canónico y nunca
surgieron dudas de importancia acerca de su canonicidad.

c) Epístolas católicas menores.- Son éstas las epístolas de Sant, 2


Pe, 2-3 Jn y Jds, acerca de cuya canonicidad y autenticidad hubo dudas
durante varios siglos.

En Oriente, especialmente en las Iglesias de Alejandría y


Palestina, todas estas epístolas suelen ser recibidas en el canon de las
Sagradas Escrituras. Sin embargo, Orígenes (+254) nos refiere que en su
tiempo algunos negaban la autenticidad de la 2 Pe y de la 2-3 Jn[7],
Eusebio de Cesarea (+340) coloca las cinco epístolas católicas menores
entre los escritos que él llama antilegómenos, es decir, los escritos que
no eran aceptados por todos[8]. San Anfiloquio (+ después de 394) duda
de la canonicidad de la 2 Pe, 2-3 Jn y Jds. San Gregorio Niseno (+394)
sólo cita la 1 Pe y la 1 Jn. En cambio, admiten todas las epístolas San
Gregorio Nacianceno (+389) y San Epifanio. En el papiro Bodmer VII-IX
(s. III), recientemente descubierto, se encuentran la epístola 2 Pe y la de
Judas, lo cual es de suma importancia.

Los Padres antioquenos también dudan de las epístolas católicas


menores. Apolinar de Laodicea cita solamente la 1 Pe y la 1 Jn; Diodoro
de Tarso alega únicamente la 1 Pe, 1 Jn y 2 Pe. San Juan Crisóstomo y
Teodoreto parece que omitieron la 2 Pe, 2-3 Jn y Jds. Teodoro de
Mopsuestia rechaza todas las epístolas católicas.

Entre los Padres sirios encontramos igualmente muchas


vacilaciones acerca de estas epístolas. Afraates (+356) no alega ninguna
de las epístolas católicas. La Doctrina de Addai tampoco las tiene.
Un Catálogo siríaco (hacia el 400) las omite también. San Efrén (+373),
en la versión griega de sus obras, cita todas las epístolas. Pero se duda
que esta versión represente su auténtico pensamiento; tanto más cuanto
que, en las obras siríacas que han llegado hasta nosotros, sólo alega la 1
Pe, la 1 Jn y probablemente también Sant. La versión Peshitta sólo tiene
Sant, 1 Pe y 1 Jn.

Por lo dicho se ve que los Padres antioquenos y los sirios


coinciden en no aceptar como canónicas todas las epístolas católicas.
Generalmente reciben las tres que contiene la versión Peshitta: Sant, 1
Pe y 1 Jn. Los nestorianos conservaron la versión Peshitta con su canon
limitado de las epístolas católicas. Sin embargo, al comienzo del siglo VI,
las dudas sobre estas epístolas y el Apocalipsis desaparecen. Por eso,
Filoxeno, en su versión siríaca (año 508), recibe las cuatro epístolas
católicas menores y el Apocalipsis. Los griegos también aceptaron el
canon completo del Nuevo Testamento en el concilio Trulano II (año 692),
que conservan hasta hoy.
En Occidente se manifiesta una mayor fidelidad en conservar los
escritos, que habían sido transmitidos como procedentes de los
apóstoles. Sin embargo, en el siglo III eran poco conocidas las epístolas
de Sant y 2 Pe, como se puede ver por los escritos de Tertuliano y de
San Cipriano. Un siglo más tarde son ya conocidas y admitidas por San
Hilario (+367). Se da, pues, una evolución progresiva en lo referente a la
autoridad de las epístolas católicas en Occidente. Esto mismo es
confirmado por las primeras decisiones oficiales de las Iglesias de África
en los concilios de Hipona (año 393) y III y IV de Cartago (años 397 y
419)[9]; y en Italia, por la carta de San Inocencio I (año 405) a Exuperio,
obispo de Tolosa[10].

Hacia principios del siglo V las dudas desaparecen; pero aún hay
autores que expresan ciertas vacilaciones a propósito de nuestras
epístolas. San Jerónimo advierte, a propósito de la epístola de Sant:
“Pretenden algunos que esta carta haya sido escrita por otro bajo su
nombre, aunque poco a poco haya ido ganando en autoridad”. Y sobre la
2 Pe comenta: “La mayoría niega que esta carta sea de él (de Pedro),
teniendo en cuenta la diferencia de su estilo por relación a la primera”. De
la 2 y 3 Jn afirma: “Ambas epístolas son atribuidas a Juan el presbítero”.
Y, finalmente, de Judas dice: “Esta epístola es rechazada por la mayoría;
sin embargo, ha merecido autoridad a causa de la antigüedad y del uso,
y es contada entre las Escrituras Sagradas”[11]. Las dudas a las que
alude San Jerónimo se refieren a las que habían agitado a los escritores
orientales y occidentales, que en su tiempo se consideraban ya
felizmente superadas.

5. El canon del Nuevo Testamento después del siglo VI.- En el siglo V


se llega a un acuerdo completo entre los escritores latinos y también
entre los griegos sobre el número de los libros canónicos del Nuevo
Testamento. Por eso, desde el siglo VI en adelante todos los autores
eclesiásticos se mantienen unánimes -salvo rarísimas excepciones- en
admitir la canonicidad de los 27 libros del Nuevo Testamento. Entre esas
raras excepciones hay que contar a Junilio Africano (mediados del s. VI),
que atribuía menor autoridad al Apocalipsis y a las epístolas católicas
menores. Cosme Indicopleustes (hacia 547) no admite ninguna de las
epístolas católicas ni el Apocalipsis. Nicéforo Constantinopolitano (+829)
considera como dudoso el Apoc.

San Isidoro de Sevilla (+636) recuerda las dudas que habían surgido a
propósito del origen apostólico de algunos libros del Nuevo Testamento:
Hebr, Sant, 2 Pe, 2-3 Jn. Pero él personalmente los considera como
inspirados y canónicos.
En la Edad Media todavía se advierten ciertas discusiones bastante
esporádicas acerca de la epístola a los Hebreos. Pero tanto Santo Tomás
de Aquino (+1274) como Nicolás de Lira (+1340) se declaran en favor de
su autenticidad paulina, haciendo desvanecerse las últimas vacilaciones.
En el siglo XVI, Erasmo (+1536) volvió a recordar las dudas que muchos
Padres antiguos habían expresado a propósito del origen apostólico de
Hebr, Sant, 2 Pe, 2-3 Jn y Apoc. Él, sin embargo, nunca puso en duda la
canonicidad de dichos libros[12]. El cardenal Cayetano (+1534) fue
todavía más lejos, pues no solamente dudó de la autenticidad de esos
escritos, sino también de su misma canonicidad. Los libros dudosos para
Cayetano eran: Hebr, Sant, 2-3 Jn y Apoc. Para defender su postura
bastante extremista se apoyaba en la autoridad de San Jerónimo y en el
origen apostólico de los libros[13]: como no constaba claramente del
origen apostólico de Hebr, Sant, 2-3 Jn y Jds, Cayetano las considera de
menor autoridad; y refiriéndose a la epístola a los Hebr, concluye: “Quo fit
ut ex sola huius epistulae auctoritate non possit, si quod dubium in fide
acciderit, determinari” (“por lo cual tenemos que si consideramos esta
carta –a los Hebreos- en sí misma, no podríamos resolver con su
autoridad, una eventual duda de fe que se nos apareciera”).

También Lutero (+1546) y los protestantes siguieron criterios


propios para juzgar de la canonicidad e inspiración de los Libros
Sagrados. Para Lutero, la autoridad de los Libros Santos se ha de juzgar
en conformidad con su enseñanza sobre Cristo y sobre la justificación por
la sola fe. Por este motivo excluyó del canon la epístola a los Hebreos, la
de Santiago, la de Judas y el Apocalipsis. Pero no todos los reformadores
le siguieron en esto. Carlostadio aceptaba todos los libros del N. T.
Zwinglio no admitía el Apoc. En cambio, Ecolampadio rechazaba todos
los libros deuterocanónicos.

El concilio Tridentino reaccionó fuertemente contra las tendencias de


Lutero y de sus discípulos. En su decreto Sacrosancta, del 8 de abril de
1546, definió solemnemente el canon de las Sagradas Escrituras tanto
del Antiguo como del Nuevo Testamento. En adelante ya no hubo más
controversias entre los católicos acerca de la extensión del canon del
Nuevo Testamento.

6. El canon del Nuevo Testamento en las decisiones de la


Iglesia.- A propósito de las decisiones de la Iglesia sobre el canon del
Nuevo Testamento, tenemos que decir casi lo mismo que ya dejamos
dicho sobre las mismas decisiones de la Iglesia acerca del Antiguo
Testamento (ver en documento aparte).

Las primeras decisiones de la autoridad eclesiástica sobre el


canon bíblico las encontramos en tres concilios del norte de África: el
concilio de Hipona (año 393), que nos ofrece el canon completo de la
Sagrada Escritura; pero, al hablar de las epístolas paulinas, tiene esta
expresión: “Pauli apostoli epistulae tredecim, eiusdem ad Hebraeos
una”[14] (“las trece cartas de Pablo apóstol, y de él también una a los
hebreos”), en la que parece aludir a las dudas que habían surgido
anteriormente entre los autores eclesiásticos acerca de Hebr. Este mismo
canon es dado por el concilio III de Cartago (año 397)[15]. El concilio IV
Cartaginense (año 419) presenta también el canon completo, pero con
esta diferencia, que en lugar de la frase “Pauli apostoli epistolae
tredecim, eiusdem ad Hebraeos una”, dice más claramente: “epistolarum
Pauli apostoli numero XIV” (“de las epístolas de Pablo apóstol la número
catorce”. Y al final añade: “Quia a Patribus ista accepimus in Ecclesia
legenda” (“porque estos libros los hemos recibido de los Padres, para ser
leídos en la Iglesia”)[16].

El mismo canon lo hallamos en una carta del papa San Inocencio I


dirigida a San Exuperio, obispo de Tolosa[17]. Al mismo tiempo, el Papa
afirma que todos los libros apócrifos no sólo han de ser rechazados, sino
también condenados.

El concilio IV de Toledo, celebrado bajo la presidencia de San


Isidoro, en el año 633, declara excomulgados a los que no reciban en el
canon el Apocalipsis. Esta grave decisión debió ser determinada por
alguna razón particular. Los estudiosos creen que dicha razón ha de
buscarse en el hecho de que los Visigodos, que acababan de convertirse
del arrianismo al catolicismo, poseían la Biblia gótica, hecha por el obispo
arriano Ulfilas, que no contenía el Apocalipsis.

También el concilio Trulano o Quinisexto (año 692) da el


canon completo tanto para el Nuevo como para el Antiguo Testamento.

Las decisiones de la Iglesia universal tuvieron lugar principalmente


en los concilios ecuménicos Florentino, Tridentino y Vaticano I.

a) CONCILIO FLORENTINO.- Este concilio nos presenta el primer


catálogo oficial de la Iglesia universal sobre los Libros Sagrados, dado
bajo el papa Eugenio IV (4 febrero 1441). En el decreto en favor de la
unión de los jacobitas a la Iglesia latina, el concilio, después de expresar
su fe en la inspiración de las Sagradas Escrituras, da el catálogo de los
Libros Santos, en el que se contienen todos los libros, tanto los proto
como los deuterocanónicos[18]. El decreto del concilio Florentino no
constituye ninguna definición, sino tan sólo una profesión de fe, es decir,
la exposición de la doctrina católica.

b) CONCILIO TRIDENTINO.- El 8 de febrero de 1546 comenzaron


en Trento las discusiones acerca de la epístola de Santiago, del
Apocalipsis, de la epístola a los Hebreos y otros libros discutidos. Estas
discusiones conciliares continuaron el 18 y 26 de febrero, el 27 de marzo
y el 1, 5 y 7 de abril, hasta que en la sesión 4.a, del 8 de abril de 1546, se
promulgó el decreto Sacrosancta[19]. En dicho decreto, después de
declarar: “El sacrosanto ecuménico y general concilio Tridentino... recibe
y venera con el mismo piadoso afecto y reverencia todos los libros, así
del Antiguo como del Nuevo Testamento, por ser un mismo Dios el autor
de ambos”, da el catálogo completo de todos los Libros Sagrados.
Inmediatamente después del catálogo, el decreto añade las siguientes
palabras: “Si alguno no recibiere como sagrados y canónicos estos
mismos libros íntegros con todas sus partes, como ha sido costumbre
leerlos en la Iglesia católica y se contienen en la antigua versión Vulgata
latina, o si despreciare con conocimiento y deliberación las referidas
tradiciones, sea anatema”[20]. Con estas palabras, el concilio Tridentino
definió solemnemente el canon de la Sagrada Escritura.

Ocasión del decreto.- El motivo de este decreto fueron algunas


dudas que existían en aquel tiempo sobre los libros deuterocanónicos
principalmente. El cardenal Del Monte se expresaba a este propósito de
la manera siguiente: “Aliqui debiles sunt et adeo titubantes, ut iam nec
evangeliis quidem ubique plenam fidem adhibeant”[21]. Estas palabras se
refieren no solamente a los protestantes, sino también a los católicos.
Incluso en el seno del mismo concilio hubo Padres que abogaron por una
distinción entre libros proto y deuterocanónicos. Sin embargo, la mayor
parte de los Padres se opuso a una tal distinción.

No hay duda que el decreto miraba principalmente a los protestantes. Y


como éstos negaban algunos Libros Sagrados y la Tradición, quiso el
concilio comenzar expresando su fe en las fuentes de la revelación[22].

Finalidad y objeto del decreto. -Se propone precisar las fuentes de la


revelación, con el fin de tener un fundamento sólido para ulteriores
definiciones dogmáticas. Esta es la razón de que asocien las tradiciones
no escritas a los libros escritos de la Biblia, porque como decía una carta
de los Padres tridentinos al cardenal Farnese, “la fe en Jesucristo no está
toda escrita en el Nuevo Testamento, sino también en el corazón de los
hombres y en la tradición de la Iglesia”. El decreto tridentino declara
canónicos todos los Libros Sagrados íntegros y con todas sus partes, tal
como venían leyéndose en la Iglesia católica y se contienen en la Vulgata
latina, y la razón de esto hay que buscarla en la guerra que los
protestantes habían declarado contra la Vulgata, acusándola de estar
llena de errores.

Valor del decreto.- Antes del concilio Tridentino, los documentos


eclesiásticos se limitaban a exponer la doctrina de la Iglesia sobre la
canonicidad de los Libros Sagrados. El decreto tridentino, en cambio,
constituye una verdadera definición dogmática, como se ve por el
anatema lanzado contra los que negaren el canon completo de la
Escritura.

Esta verdad podía, ya antes del concilio Tridentino, ser


considerada como verdad de fe, por el hecho de estar claramente
enseñada por la Tradición. Mas la definición del concilio Tridentino la ha
convertido en verdad de fe católica, de tal modo que en adelante, si
alguno osase dudar o negar la canonicidad de algún libro sagrado o de
alguna parte de él, sería considerado como hereje. Según esto, el
católico podrá discutir críticamente la autenticidad de un libro o de un
trozo de algún escrito sagrado, pero no su canonicidad.

Extensión de la canonicidad.- El concilio Tridentino declara


canónicos a todos los Libros Sagrados íntegros y con todas sus
partes. La frase todos los libros se refiere a los que acaba de mencionar,
es decir, a todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, sin
distinción de protocanónicos y deuterocanónicos. El inciso íntegros hace
referencia a las partes deuterocanónicas de Daniel y Ester[23], que eran
rechazadas por los protestantes, y también a algunos fragmentos
evangélicos[24] discutidos por los protestantes e incluso por algunos
católicos[25]. La expresión con todas sus partes viene a ser una
explicación del adjetivo “íntegros” y se refiere principalmente a todas las
partes de la Sagrada Escritura que eran discutidas.

c) CONCILIO VATICANO I.- Este concilio, en la sesión 3.a (24 de


abril de 1870), renovó y confirmó la definición tridentina, debido
seguramente a ciertas dudas que aún se manifestaban de vez en cuando
entre los mismos católicos[26]. Después el concilio afirma la inspiración
de los Libros Sagrados con estas palabras: “La Iglesia tiene por sagrados
y canónicos (los libros del Antiguo y Nuevo Testamento) no porque,
habiendo sido escritos por la sola industria humana, hayan sido después
aprobados por su autoridad, ni sólo porque contengan la revelación sin
error, sino porque, habiendo sido escritos por inspiración del Espíritu
Santo, tienen a Dios por autor, y como tales han sido entregados a la
misma Iglesia”[27]. Y, finalmente, define solemnemente la inspiración de
la Sagrada Escritura: “Si alguno no recibiese como sagrados y canónicos
los libros de la Sagrada Escritura íntegros, con todas sus partes, como
los describió el santo sínodo Tridentino, o negase que son divinamente
inspirados, sea anatema”[28].

d) CONCILIO VATICANO II.- La Constitutio dogmatica “Dei Ver-


bum” de Divina Revelatione, promulgada el 18 nov. 1965, se limita a
repetir la doctrina de los concilios Tridentino y Vaticano I, casi con las
mismas palabras: “La santa madre Iglesia, fiel a la fe de los Apóstoles,
reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con
todas sus partes, son sagrados y canónicos...”
Como conclusión podemos decir que las decisiones del Magisterio
eclesiástico sobre el canon bíblico no hacen más que proponer de modo
solemne la doctrina ya muchas veces repetida por la Tradición. Esta
venía enseñando desde los primeros siglos de la Iglesia cuáles y cuántos
eran los libros inspirados y canónicos.

El canon definido solemnemente por el concilio Tridentino es


confirmado por la práctica de las Iglesias orientales no católicas, que
admiten el mismo canon que la Iglesia romana. Así sucede con la Iglesia
ortodoxa griega, con la Iglesia armena, con la copta, la siria, la etiópica,
la nestoriana.

Por lo que se refiere a los protestantes, conviene advertir que en


las ediciones del Nuevo Testamento ordinariamente conservan los 27
Libros Sagrados. Carlostadio aceptó todos los escritos del Nuevo
Testamento. Lutero, en cambio, rechazó como apócrifos la epístola a los
Hebr, la de Sant, la de Jds y el Apoc. Calvino, por su parte, volvió de
nuevo al canon completo, lo mismo que la Confesión Gálica (año 1559) y
la Ánglica (año 1562). Hoy los protestantes liberales ya no suelen hablar
de Libros Sagrados, sino de “literatura cristiana primitiva”.

Canon de la Escritura es un término que designa los libros de la Biblia


aceptados como autoritativos.

 Canon del Antiguo Testamento. Historia entre los judíos. Relato


tradicional del surgimiento de la colección

o La teoría de la sinagoga

o Crítica de las dos teorías

 Exposición positiva. El Pentateuco; el denominado "primer canon."

o Libros histórico-proféticos y distintivamente proféticos; el


"segundo canon."

o Hagiógrafos; el "tercer canon."

o Testigos de la segunda y tercera parte del canon

o Supuesta disidencia judía sobre el canon

 Historia del canon del Antiguo Testamento entre los judíos. La triple
división
o Orden

o Número de los libros canónicos

 El canon del Antiguo Testamento en la Iglesia. Escritores patrísticos y


medievales

o Antiguas versiones orientales

o La Iglesia católica

o La Iglesia griega

o La Iglesia protestante

 Canon del Nuevo Testamento. Términos usados

o Nuevo Testamento, 170-220

o Los cuatro evangelios

o Las cartas de Pablo

o Hechos de los apóstoles

o Apocalipsis

o Epístolas católicas

o Escritos estimados temporalmente como canónicos

o Resumen

 El Nuevo Testamento, 140-170

o La Biblia de Marción

o La Biblia de los valentinianos

o Escritos apostólicos en Justino Mártir

 Huellas más antiguas y origen de las colecciones de los escritos


apostólicos
o La colección de cartas de Pablo

o El "evangelio."

o Otros escritos

 Orígenes y su escuela

 El Nuevo Testamento original de los sirios

 Luciano y Eusebio

 Atanasio

 Desarrollo en el oriente hasta el tiempo de Justiniano

 Asimilación en el oeste

La palabra "canon" (griego kanon) significa primariamente una vara recta,


luego una vara de medir y de ahí, figuradamente, lo que es una guía o
modelo ya sea artística, científica o éticamente; por eso en el uso cristiano
primitivo (Gálatas 6:16; Filipenses 3:16; Clemente de Roma, i. 7, 41) el
canon era una idea directriz, un principio preceptivo. El siguiente cambio de
significado (indicado por Clemente de Alejandría, Strom., VII. xvi. 94) fue
hacia un tipo de doctrina cristiana, la ortodoxa opuesta a la herética. Desde
el año 300 la forma plural "cánones" se ha usado para las regulaciones
eclesiásticas. Pero dado que las doctrinas cristianas estaban basadas sobre
las Escrituras, los escritos mismos fueron naturalmente conocidos como el
canon y la prueba de canonicidad de cualquier escrito particular fue su
recepción por la Iglesia. El uso más antiguo de la palabra en este sentido lo
encontramos en el canon 59 del concilio de Laodicea (363), "no se leerán
salmos de autoría privada en la iglesia, ni libros no canónicos, sino sólo los
libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento" y contemporáneamente
en Atanasio (Epistola festalis, i. 961, París, 1698). Unos años más tarde el
uso era general.
Canon del Antiguo Testamento
Historia entre los judíos

Relato tradicional del nacimiento de la colección.


La teoría, que fue recibida casi universalmente durante 1500 años, de que
Esdras fue el autor del canon del Antiguo Testamento, procede del primer
siglo de la era cristiana; en 4 (2) Esdras xiv. 44 se dice que Esdras fue
inspirado a dictar durante cuarenta días a cinco hombres 94 libros, de los
cuales 24 se publicarían. Esos 24 evidentemente son los 24 libros del canon
hebreo, según la relación dada más abajo y los 70 restantes son
los apócrifos judíos aludidos en el evangelio de Nicodemo xxviii. Lo que
los Padres tienen que decir sobre el asunto se deriva en parte de 4 Esdras y
es igualmente fabuloso.

La teoría de la sinagoga.
La teoría mencionada se ha supuesto que fue prevaleciente entre los judíos
mismos. Pero eso no tiene otro apoyo que lo que los eminentes
rabinos David Kimchi (muerto en 1240) y Elías Levita (1472–1549)
especificaron sobre la obra de Esdras y los hombres de la Gran Sinagoga,
que ordenaron los 24 libros en sus divisiones. El único pasaje
del Talmud que se puede citar directamente en su favor es Baba Bathra; las
otras citas meramente demuestran el cuidado de Esdras y los hombres de
la Gran Sinagoga por la ley, no por el canon; de hecho, principalmente por
la ley oral y también algo por las alteraciones en el texto. El pasaje es el
siguiente:

"El orden de los profetas es Josué y Jueces, Samuel y Reyes, Jeremías y


Ezequiel, Isaías y los Doce. Oseas es el primero, porque está escrito,
"Comienzo de la palabra del Señor por Oseas (1:2). ¿Habló entonces Dios a
Oseas primero? ¿No ha habido muchos profetas entre él y Moisés? Rabí
Johanan explicó que el significado es que Oseas fue el primero de los
cuatro profetas que profetizaron en ese tiempo: Oseas, Isaías, Amós y
Miqueas. ¿Por qué, entonces, no fue puesto primero? Porque su profecía
está con la de los últimos profetas, Hageo, Zacarías y Malaquías; él es por
tanto contado con ellos. ¿Debería este profeta haber sido insertado antes
de Jeremías? No; era tan pequeño que fácilmente se podría haber perdido.
Ya que Isaías vivió antes de Jeremías y Ezequiel, ¿no debería haber sido
puesto antes que ellos? No, porque Reyes acaba con la destrucción,
Jeremías está enteramente ocupado con ella y Ezequiel comienza con ella
pero acaba con la consolación, mientras que Isaías es todo consolación; de
ahí que no podemos relacionar destrucción con destrucción y consolación
con consolación. Pero Job vivió en el tiempo de Moisés; ¿No debería haber
sido puesto el primero? No, pues no se debe comenzar con desgracia.
¿Contiene desgracia Rut? Ciertamente, pero acaba en gozo ¿y quién los
escribió? Moisés escribió su libro y la sección de Balaam y Job. Josué
escribió su libro y ocho versos en la ley (Deuteronomio 34:5-12). Samuel
escribió su libro, Jueces y Rut. David escribió los Salmos por diez ancianos.
Jeremías escribió su libro, Reyes y Lamentaciones. Ezequías y sus
compañeros escribieron Isaías, Proverbios, Cantares y Eclesiastés. Los
hombres de la Gran Sinagoga escribieron Ezequiel, los Doce, Daniel y
Ester. Esdras escribió su libro y las genealogías en Crónicas hasta su
tiempo. Esto está apoyado por el dicho del Rab, pues Rabí Jehudá dice, en
el nombre del Rab, "Esdras no dejó Babilonia hasta que hubo escrito su
propio registro de familia." ¿Quién lo acabó? Nehemías, el hijo de Hacalías."
El entendimiento de este pasaje depende de la palabra "escribió" que se
usa en diferentes sentidos, de autoría verdadera, de edición y de
meramente recopilación de los libros que anteriormente no habían estado
relacionados. Se percibirá que el pasaje no dice nada sobre el cierre del
canon, pero también proporciona fundamento para la idea de que el canon
se cerró en el tiempo de Esdras y la Gran Sinagoga.

Crítica de las dos teorías.


Ambas teorías concuerdan al asignar la colección del Antiguo Testamento a
Esdras y sus compañeros y sucesores y también al afirmar que la división
en ley, profetas y hagiógrafos fue primitiva. Pero contra esto se levantan dos
objeciones: (1) La investigación crítica asigna la primera parte del libro de
Daniel, a causa de sus palabras griegas, a un tiempo cuando se entendía el
griego y la segunda parte a la época macabea; (2) la posición de algunos de
los libros históricos, por ejemplo Esdras y Daniel entre los hagiógrafos, es
inexplicable si el canon se hizo de una vez. Maimónides, David Kimchi
y Abarbanel explicaron el hecho por una diferencia en la inspiración. Pero
Cristo llama a Daniel profeta (Mateo 24:15; Marcos 13:14).

Exposición positiva
El Pentateuco; el denominado "primer canon."
Los hebreos, como otros antiguos pueblos, preservaron sus escritos
sagrados en lugares sagrados. Por eso la ley fue puesta junto al arca del
pacto (Deuteronomio 31:26), con sus añadiduras por Josué (Josué 24:26);
Samuel colocó la ley del reino "delante del Señor" (1 Samuel 10:25); Hilcías,
el sumo sacerdote bajo Josías, encontró el libro de la ley "en la casa del
Señor" (2 Reyes 22:8). Podemos, por tanto, con seguridad creer que desde
el tiempo de Moisés los documentos y el entendimiento sobre la ley,
además de las tablas del pacto, y también todo lo que sobre ley e historia
había escrito Moisés, fue cuidadosamente preservado en el santuario
(Éxodo 24:4,7; 34:27; Números 33:2). Los sacerdotes también retendrían
información parcialmente oral y parcialmente escrita respecto a muchos
asuntos similares. La existencia de un código autoritativo se demuestra (a)
por el uso del "Libro del pacto" en Deuteronomio, (b) por Oseas 8:12 y (c)
por 2 Reyes 22. Los libros de Reyes, acabados durante el exilio, mencionan
por nombre el "libro de la ley de Moisés", por el que se significa solo
Deuteronomio (cf. 2 Reyes 14:6; Deuteronomio 24:16; 1 Reyes 2:3; 2 Reyes
23:25). La mención del libro de la ley de Moisés (Josué 1:7-8; 8:31,34; 23:6)
no se puede tomar sin limitación, ya que procede del editor Deuteronomio
de Josué. Hageo 2:11-13 muestra la existencia de un código sacerdotal que
trata con dos estatutos de ese código. La hipótesis de Wellhausen de que el
código sacerdotal fue posesión privada de Esdras hasta el año 445 a. C. y
que Nehemías 8-10 habla de la introducción de la ley, está en contradicción
incompatible con ese pasaje. La fecha más baja para la separación de
Josué [del Pentateuco] es el tiempo de Nehemías y el cisma samaritano.

Libros histórico-proféticos y distintivamente proféticos; el "segundo


canon."
Los profetas fueron los persuasores y guías espirituales del pueblo y por
tanto fueron tenidos en alta estima por los fieles, cuyo natural deseo de
tener una colección de sus escritos es presumible que se viera pronto
cumplido. En todos los aspectos es bastante evidente, por los paralelos
proféticos, que los profetas conocían lo que otros habían escrito. La pérdida
de tanta literatura sagrada en la destrucción de Jerusalén por los caldeos
hizo que la colección de los restantes libros históricos así como de los
proféticos fuera algo imperativo. La consecución de una colección de libros
históricos se vio impulsada por el hecho de que Josué continuó la narrativa
del Pentateuco. Ya que Reyes continúa la historia de 1 y 2 de Samuel y se
puede situar en la segunda mitad del período del exilio, la estrecha relación
con los primeros profetas les dio el nombre de "profetas primeros" y les
procuró una alta estima al regreso de Babilonia.

Hagiógrafos; el "tercer canon."


David y Salomón comenzaron el ordenamiento del servicio de alabanza en
el templo, añadiéndose una colección de salmos y posteriormente
colecciones y salmos individuales. El tiempo de Nehemías fue muy
productivo. La división en cinco libros es más antigua que la de Crónicas. La
primera colección de los Proverbios de Salomón (cf. Proverbios 10:1-22:16)
fue tan grandemente valorada que Ezequías ordenó que se preparara una
segunda (Proverbios 25:1). El nombre del sabio fue suficiente para
recomendar Cantares; su edad y contenido al libro de Job. Lamentaciones
apelaba directamente a todo patriota judío durante el exilio y fue aceptado
como sagrado. Rut, por edad y especialmente por su genealogía de David,
fue puesto en el tercer canon y formó una introducción al Salterio. Esos
primeros escritos fueron seguidos gradualmente por otros, Esdras,
Nehemías, 1 y 2 Crónicas, Eclesiastés, Ester y finalmente Daniel. Tras ello y
hasta la destrucción de Jerusalén por Tito, 70 d. C., la nación fue tan
influenciada por las costumbres griegas y se vio dividida por el crecimiento
de las facciones rivales, fariseos y saduceos, que su desarrollo religioso se
vio impedido para que cualquier obra recibiera reconocimiento universal y
por tanto fuera considerada canónica. La recepción de Daniel en el canon
parece explicable porque una narrativa de Daniel, el fundamento de Daniel
2-7, ya existía (cf. Ezequiel 14:14,20; 28:3). No mucho después de
los Macabeos, la segunda colección o canon recibió su nombre, los
profetas, descriptivo no sólo de una porción de su contenido, sino de su
autoría y de este modo las tres divisiones del canon del Antiguo Testamento,
ley, profetas y hagiógrafos, proceden del siglo segundo a. C. Valentín
Löscher (De causis linguæ Hebrææ, p. 71, Leipzig, 1706) dijo
correctamente: "El canon no vino, por así decirlo, por un acto del hombre,
sino gradualmente de Dios."

Testigos de la segunda y tercera parte del canon.


Jesús Sirac (Eclesiástico 46-49, especialmente 49:10) muestra conocer sólo
los profetas en el sentido amplio del "segundo canon." Su nieto testifica de
la tercera división también. El segundo libro de Macabeos, fechado por
Niece (Kritik der beiden Makkabäerbücher, Berlín, 1900) en 125-124 a. C.,
en la sección i. 10–ii. 18 contiene un relato de la recuperación del fuego
sagrado, una cita de los "registros" de Jeremías (un escrito apócrifo perdido)
y luego sigue 2:13: "Y las mismas cosas también fueron relatadas en los
registros, esto es, las memorias de Nehemías [otro escrito apócrifo] y como
él, al crear una biblioteca, reunió los libros sobre los reyes y profetas y los
de David y las epístolas de los reyes sobre los dones santos." Esta
referencia a las "cartas de reyes sobre los dones santos" no puede referirse
al libro de Esdras, sino sólo a una colección de documentos sobre asuntos
internacionales, tales como los que serían de valor para un estadista como
Nehemías y que tendrían conexión con el templo y sus ofrendas. Por tanto,
da testimonio de la colección de Nehemías del segundo canon
sustancialmente como la tenemos hoy, además de los Salmos y los
documentos tan importantes para la reedificación de la ciudad. El siguiente
versículo "y en semejante manera también Judas reunió todos esos libros
que habían estado dispersos por causa de la guerra que tuvimos y están
con nosotros", se aplica sólo al tercer canon. Por tanto, la última ampliación
del canon hebreo tuvo lugar bajo Judas Macabeo; aunque probablemente la
mayoría de los libros del tercer canon se habían preservado previamente en
los archivos del templo.

Filón tuvo el mismo canon que nosotros (cf. C. Siegfried, Philo, p. 161, Jena,
1875) y cita de casi todos los libros; mientras que de los apócrifos no hace
extractos ni citas, no dándoles el honor que atribuye a Platón, Hipócrates y
a varios otros escritores griegos. El Nuevo Testamento contiene citas
principalmente del Pentateuco, Profetas y Salmos, como puede conjeturarse
de su alcance, pero reconoce la triple división del canon (Lucas 24:44). En
este versículo "los Salmos" no supone todos los hagiógrafos, pues lo que
nuestro Señor quería subrayar era el hecho de que los Salmos hablaban de
él. El uso de la frase "la ley y los profetas" (Mateo 5:17; Hechos 28:23) no
implica una división en dos partes. Los sirios usaron la misma expresión
para todo el Antiguo Testamento. La ausencia de citas en el Nuevo
Testamento de algún libro del Antiguo Testamento no es argumento contra
su canonicidad. Y el uso por el Nuevo Testamento de apócrifos o pseudo-
epígrafos no respalda la canonicidad de los libros citados. Josefo (Apion,
391 i. 8) aporta el testimonio más vigoroso para el canon y evidentemente
expresa la opinión nacional, no la suya privada. El pasaje en cuestión dice
así: "Tenemos 22 libros que contienen los registros de todos los tiempos
pasados y que justamente se consideran inspirados. Cinco de ellos son de
Moisés. Contienen sus leyes y las tradiciones desde el origen de la
humanidad hasta su muerte. Desde Moisés a Artajerjes los profetas
componen el registro en trece libros. Los restantes cuatro libros
contienen himnos a Dios y preceptos para la conducta de la vida humana.
La historia escrita desde ese día, aunque segura, no es tan estimada,
porque no ha habido una exacta sucesión de profetas. Nadie se atreve a
añadir, quitar o alterar, sino que todos los judíos estiman que esos libros
contienen doctrinas divinas y están dispuestos a morir por ellos." Los libros
mencionados no son mera literatura, sino una colección sagrada, divina.
Enumera 22 libros; los cinco libros de la ley; los trece profetas, contando los
doce profetas menores como un libro y las Lamentaciones con Jeremías;
los cuatro hagiógrafos, Salmos, Proverbios, Eclesiastés y Cantares.

Supuesta disidencia judía sobre el canon.


Esta disidencia no es real, sino sólo aparente, aunque se han hecho
apelaciones (a) a las controversias talmúdicas sobre ciertos libros, por
ejemplo Ester, aunque un examen más profundo de esas "controversias"
demuestra que son meramente intelectuales, no habiendo intención de
rechazar ningún libro. (b) Se dice que el libro de Sirac es mencionado como
Escritura, pero no hay pruebas de que fuera estimado como tal, y las dos o
tres citas son memoriter y probablemente hechas bajo un malentendido de
su fuente. (c) Se alega un alto aprecio por el libro de Baruc, pero toda la
literatura judía no proporciona pruebas. Por otro lado, el origen tardío del
libro va contra esa suposición; depende de Daniel 9 y no fue compuesto
hasta después de la captura de Jerusalén por Tito. (d) Algunos suponen que
la Septuaginta muestra que los judíos alejandrinos tenían un canon
diferente al de los palestinense, porque hay libros añadidos a los 24
canónicos y adiciones a algunos de los canónicos. Pero la idea palestinense
de un canon (es decir, las composiciones de profetas inspirados, una clase
de hombres que entonces no existía) no era desconocida en Alejandría,
donde, por el contrario, la sentencia del libro de Sabiduría vii: 27: "[La
sabiduría] en todas las edades, al entrar en las almas santas, forma en ellas
amigos de Dios y profetas" era completamente creída, igual que por Filón
(cf. De cherubim, ix) y Josefo (Guerras, I. iii. 5, II. viii. 12, III. viii. 3, 9),
quienes incluso declararon que ellos mismos habían sido a veces realmente
inspirados y otorgaron generosamente el hecho a otros. Por tanto, para un
judío alejandrino, no había nada impropio en ampliar la traducción griega del
Antiguo Testamento, no sólo por adiciones de secciones a los libros
canónicos, sino de libros totalmente nuevos. El gran respeto hacia la
Septuaginta se extendió a esas adiciones, pero sin darles a éstas ninguna
autoridad canónica. No hubo un canon alejandrino; pues ni el número ni el
orden de los libros añadidos fueron fijados.

Historia del canon del Antiguo Testamento entre los judíos

La triple división.
La triple división del canon hebreo está testificada en el prólogo a Sirac y en
el Nuevo Testamento (Lucas 24:44). La Septuaginta abandonó esa división
en favor de una diferente, el actual ordenamiento cristiano de los libros en
historia, poesía y profecía, e insertó los libros y las secciones apócrifas en
lugares apropiados.

Orden.
El orden de los libros en el canon hebreo es como sigue: 1. La Torah o "ley",
los cinco libros de Moisés; 2. Los Nebiim o "profetas", (a) los "profetas
primeros", Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes; (b) los "profetas
postreros", Isaías, Jeremías, Ezequiel y los doce profetas menores; 3.
Los Ketubim ("escritos") o hagiógrafos, Salmos, Proverbios, Job, Cantares,
Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester, Daniel, Esdras, Nehemías, 1 y 2
Crónicas, en total 24 libros. La idea sostenida en algún tiempo de que Rut y
Lamentaciones estuvieron una vez en el canon segundo y fueron
transferidos al tercero, cuando se formó, no tiene apoyo. El principio de
arreglo de los libros histórico-proféticos es cronológico. La Mishná ordena
los libros proféticos propiamente dichos por orden de extensión: Jeremías,
Ezequiel, Isaías y los Doce. Los masoretas pusieron a Isaías primero. En
algunos manuscritos del canon tercero el libro más importante, Salmos,
introducido por Rut, está al principio, luego Job y los tres libros relacionados
con el nombre de Salomón y los cuatro últimos libros al final. Los masoretas
ordenan así: Crónicas, Salmos, Job, Proverbios, Rut, Cantares, Eclesiastés,
Lamentaciones, Ester, Daniel y Esdras. Los manuscritos difieren
grandemente en el orden de esos libros.
Número de los libros canónicos.
La tradición judía, salvo cuando estuvo influenciada por Alejandría,
unánimemente cita el número de 24. No obstante, es usual decir que el
reconocimiento original fue de 22. Si, de alguna manera, los testigos para la
segunda cifra no son contados sino sopesados, está claro que la autoridad
en la que descansan es alejandrina y esta es de poco valor para tener el
reconocimiento primitivo, porque los judíos alejandrinos no sólo alteraron el
orden y división de los libros, sino que les añadieron otros que no estaban
en el canon. Más aún, los alejandrinos llegaron al número 22 al unir Rut con
Jueces y Lamentaciones con Jeremías. Al llegar a dicho número quedaron
impresionados por su coincidencia con el número de letras en el alfabeto
hebreo. Se pensó que esta idea era importante, parte de la intención divina
de hecho, con lo que quedó grabada en la mente judía. Los Padres de la
Iglesia la aceptaron en su estilo no crítico y de esta manera ha llegado a
nuestros días. Josefo menciona primero 22, pero él hizo mayor uso de la
Septuaginta que del original hebreo. Es digno de mención
que Epifanio y Jerónimo, quienes reconocen 22 libros, mencionan también
27, es decir, las 22 letras hebreas más las cinco letras finales (letras que
tienen una forma especial al final de la palabra); para ello separan los libros
dobles, Samuel, Reyes, Crónicas y Esdras. Pero esta doble cuenta era sólo
posible para judíos que usaran la Septuaginta, ya que el original no divide
esos libros. Más aún, ni en el Talmud ni en el Midrash hay la menor huella
de cualquier conocimiento del número 22, sino, al contrario, siempre se
menciona el número 24, no porque se corresponda con las 24 letras
griegas, sino simplemente porque es el resultado general del gradual
surgimiento del canon. En la actual Biblia hebrea el número es 39, contado
de manera similar, aunque no en el mismo orden, al de las
Biblias protestantes.

El canon del Antiguo Testamento en la Iglesia

Escritores patrísticos y medievales.

Los Padres no impugnaron la autoridad Antiguo Testamento, pero, a causa


del uso universal de la Septuaginta, reconocieron como Escritura lo que
nosotros estimamos como apócrifos. Orígenes, quien cuenta sólo los libros
del canon hebreo, habla no obstante de Jeremías, Lamentaciones y la
epístola como un libro. Justino Mártir usó las adiciones a
Daniel; Ireneo, Tertuliano, Clemente de Alejandría, Cipriano y otros usaron
los apócrifos con la misma fórmula de citación que cuando usaban el
Antiguo Testamento. Desde el siglo cuarto los Padres griegos hacen cada
vez menos uso de los apócrifos, mientras que en la Iglesia latina la acción
conciliar justificó y potenció su uso. Solo Jerónimo habla decididamente del
canon hebreo. Durante la Edad Media los apócrifos no fueron reconocidos
por la mayoría de los griegos, mientras que los latinos hicieron lo opuesto,
aunque algunos siguieron a Jerónimo.
El libro de Ester, a causa de su contenido, a veces fue excluido del canon
del Antiguo Testamento cristiano. Melitón de Sardis 170 d. C.) lo omite de su
lista (ver Eusebio, Hist. eccl., IV. xxvi), aunque tal vez haya sido dejado
después de Esdras, en tanto en otras listas viene después de este nombre.
También lo omiten Atanasio (Epistola Festalis, i. 961, edición de
Bendición), Gregorio de Nacianzo (Carm., xxxiii) y en el siglo
sexto Junilio (De partibus legis divinæ, i. 3–7). Por otro lado, está incluido en
el canon por Orígenes, Cirilo de Jerusalén y Epifanio.

Antiguas versiones orientales.


La antigua Iglesia siria no recibió los apócrifos. No están en la Peshíta,
aunque se encuentran en una traducción siríaca posterior. Efrén Sirio (†
373) no les adjudica autoridad canónica. Afraates (siglo cuarto) cita de cada
libro canónico, pero usó los apócrifos esporádicamente y no en forma tal
que puedan ser considerados canónicos. Es perceptible una gran diferencia
en la Peshíta entre Crónicas y los otros libros. Ello suscitó la investigación
de si Crónicas fue aceptado como canónico por la Iglesia siria.
Los nestorianos ciertamente lo rechazaron y a Ester. La traducción etíope
no sigue la Septuaginta totalmente y contiene no sólo los canónicos sino
también los libros apócrifos, excepto que 1 y 2 Macabeos los sustituye por
dos libros propios bajo el mismo nombre y algunos pseudo-epígrafos de los
que el texto griego ahora no existe; la Iglesia etíope hace menos diferencia
que la alejandrina entre libros canónicos y no canónicos.

La Iglesia católica.
La Iglesia católica está comprometida con el uso de los apócrifos como
Escritura por decisión del concilio de Trento en la cuarta sesión. Para
normalizar el texto, se publicó una Biblia en Roma en 1592 bajo la orden y
cuidado del papa. En la misma se menciona el comentario de Jerónimo, de
que las adiciones a Ester y Daniel no están en el texto hebreo y en un tipo
tipográfico más pequeño se hace el cándido anuncio como prefacio a la
oración de Manasés y al tercer y cuarto libros de Esdras de que, aunque es
verdad que no están en el canon de la Escritura del concilio de Trento, a
pesar de ello se incluyen porque son citados ocasionalmente por ciertos
Padres, hallándose en copias manuscritas e impresas de la Biblia latina. El
decreto del concilio no fue aprobado sin oposición y posteriores católicos,
tales como Du Pin, Dissertation préliminaire ou prolegómenos sur la Bible,
París, 1699 y B. Lamy, Apparatus biblicus, II. v. 333, Lión, 1723, se
propusieron establecer dos clases de libros canónicos: los proto-canónicos
y los deutero-canónicos, atribuyendo a los primeros una
autoridad dogmática a los segundos sólo ética; pero esta decisión
contraviene la decisión de Trento y ha hallado poco apoyo.
La Iglesia griega.
En tiempos antiguos y en la Edad Media muchos distinguieron tres clases
de escritos: Los canónicos, los reconocidos y los apócrifos. Por ejemplo así
lo hace la "Carta Pascual" de Atanasio.
Los sínodos de Constantinopla (1638), Jassy (1642) y Jerusalén (1672)
expresamente rechazaron la idea de Cirilo Lucar, patriarca de
Constantinopla, y otros, que distinguen la forma canónica de la apócrifa. Y el
tercero, que es el más importante en la historia de la Iglesia oriental, definió
su posición sobre los apócrifos en respuesta a la tercera cuestión añadida a
la Confesión de Dositeo, en la que se mencionan expresamente Sabiduría,
Judit, Tobías, la Historia de Bel y el dragón, la historia de Susana, los
Macabeos (cuatro libros) y Eclesiástico como canónicos. Reuss (Geschichte
der heiligen Schriften, § 338, Brunswick, 1878) dice que la edición oficial
moscovita de la Biblia de 1831 tenía todos los apócrifos, Esdras, en ambas
recensiones, con Nehemías y 1-4 de Macabeos al final de los libros
históricos y los profetas antes de los siete libros poéticos o sapienciales.
Pero el "Catecismo mayor" de Filareto (Moscú, 1839), la norma doctrinal
más autoritativa de la Iglesia ortodoxa greco-rusa, elimina especialmente los
libros apócrifos de su lista, porque "no existen en hebreo"
(cf. Schaff, Creeds, ii. 451).

La Iglesia protestante.
Los símbolos luteranos no proporcionan ninguna declaración expresa contra
los apócrifos. No obstante, se les niega valor dogmático. Lutero los tradujo,
aunque, no 3 y 4 Esdras y los recomendó para lectura privada, salvo Baruc
y 2 Macabeos. En la primera edición completa de la Biblia (Zurich, 1530) los
apócrifos se pusieron al final. Con esto concuerdan las decisiones de las
otras iglesias reformadas: La Confesión Galicana 1559, §§ 3, 4;
la Confesión Belga 1561, §§ 4–6 y los Treinta y Nueve Artículos, 1562 § 6
(cf. Schaff, Creeds of Christendom, iii). El Libro de Oración Común contiene
lecturas de los apócrifos y recomendación especial de porciones de la
Sabiduría y Sirac. En el sínodo de Dort (1618), Gomar y otros suscitaron
una animada discusión al demandar la exclusión de los apócrifos Esdras,
Tobías, Judit y Bel y el dragón de la Biblia. El sínodo rechazó hacerlo,
aunque se posicionó en contra de los apócrifos. Igualmente se opuso a ellos
la Asamblea de Westminster, 1647, Confession of Faith, i. 3;
los arminianos, Confessio... pastorum, qui... remonstrantes vocantur, i. 3, 6,
los socinianos(Ostorodt, Unterrichtung von den vornehmsten
Hauptpunckten der christlichen Religion, Rakau, 1604) y
los menonitas (Johann Ris, Præcipuorum Christianæ fidei articulorum brevis
confessio, xxix) concuerdan con los demás protestantes.
Nombres del Antiguo Testamento y de sus principales divisiones.
(a) Hebreo. Nehemías 8:8 tiene la expresión mikra, "lectura" que ahí puede
significar la ley. Daniel 9:10 tiene sepherim, "los libros"; kitebe hakkodesh,
"los escritos sagrados" es talmúdica. La división en tres partes es común en
el Talmud, con los nombres Torah, Nebiim y Ketubim, "ley, profetas y
escritos". A veces el conjunto está contenido en el término Torah. La primera
parte se llama también "los cinco quintos de la ley." La primera parte del
canon profético se denomina "profetas primeros"; la segunda parte "profetas
postreros." La tercera parte se conoce como "escritos" y "escritos
sagrados." Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés y Ester están
clasificados juntos como Megillot, "rollos." La segunda y tercera parte a
veces se nombran juntas como kabbalah.
(b) Griego. Se puede concluir que hacia el tiempo del traductor del
Eclesiástico las palabras "libros" ya estaban en uso, ya que él habla de
"otros [libros]" y "el resto [de los libros]." En el Nuevo Testamento son
denominados "Escritura" "Santas" o "Sagradas Escrituras"; al Pentateuco se
le denomina "antiguo pacto" en 2 Corintios 3:14. Entre los Padres griegos se
usaron los siguientes nombres: "libros del antiguo pacto", "escritos sagrados
del antiguo pacto", "antiguo pacto", "veintidós libros del antiguo pacto",
"libros del pacto" y "ley y profetas".
(c) Latín. Vetus testamentum traduce el hebreo berith, "pacto";
usándose instrumentum, totum instrumentum utriusque testamenti, vetus
scriptura, vetus lex y veteris legis libri.

Canon del Nuevo Testamento


Términos usados.
Junto a la palabra canon, que expresa la idea del conjunto de las Escrituras,
se usaron los términos "pacto" (derivado del Antiguo Testamento, Éxodo
24:27), "Escritura" o "Escrituras" con las palabras calificadoras "santa",
"sagrada", "divina" o "del Señor", también "ley y evangelio", "profetas
y apóstoles." La palabra endiathekos, "contenido del pacto" se opuso
a apokryphos, "apócrifo", conteniendo a veces la primera palabra el
significado de "usado en el servicio público."

Nuevo Testamento, 170-220.


Ya que no hay informes específicos sobre el origen del Nuevo Testamento,
hay que hacer un examen de los hechos que pueda arrojar luz para
descubrir su origen. Un punto de partida se encuentra en el período de la
lucha contra las sectas gnósticas, particularmente los marcionista y
los valentinianos. El movimiento montanista estaba ya en marcha durante
este período, aunque preocupado no tanto con el Nuevo Testamento como
asunto principal. La Iglesia ya tenía un Nuevo Testamento comúnmente
denominado así, frente a la pretensión montanista de un nuevo período de
profecía ya inaugurado que abriría el camino a un desarrollo más amplio. La
Iglesia estimaba que la época de la revelación ya había terminado con la
muerte del último apóstol y que el canon del Nuevo Testamento estaba
completo, aunque había discusiones sobre la inclusión de algunos libros en
el mismo. En oposición a Marción y Montano la Iglesia tuvo la certeza de
que tenía una posesión inviolable en los dos Testamentos y los montanistas
mismos los distinguieron del cuerpo de la "nueva profecía."

Los cuatro evangelios.


En oposición al evangelio que Marción preparó para sus comunidades,
al Evangelium veritatis usado por los valentinianos junto a los cuatro
evangelios de la Iglesia, siendo el evangelio de Juan desechado por
los alogosi y otras partes de la Iglesia que usaban exclusivamente Mateo o
Marcos, está la declaración de Ireneo de que el Espíritu que creó el mundo
había dado a la Iglesia su evangelio en forma cuádruple (Hær., III. xi. 8),
cuya violación era un pecado contra la revelación de Dios y el Espíritu
Santo. La unidad de los cuatro está afirmada en la designación unitaria "el
evangelio" (en singular) y en los títulos "el evangelio según Mateo", etc.
Clemente de Alejandría en su discusión sobre el origen del evangelio trata
sólo con los cuatro. Pronto se perdió el recuerdo de que un evangelio que
no estaba entre los cuatro había luchado para ser retenido en uso en el
servicio público y que uno de los cuatro se había tenido que ganar su lugar
entre ellos. Pero incluso los alogos no negaron que el cuarto evangelio
perteneciera a la época de Juan y que desde entonces hubiera estado en la
Iglesia. La preparación por parte de Taciano para los sirios
del Diatessaron testifica por su propio título del hecho de que para
confeccionar un libro eclesiástico de los evangelios no se concebía otra
fuente que los cuatro. El mismo permiso dado por Serapión de Antioquía (c.
200) a ciertos de sus feligreses para leer un evangelio llamado de Pedro,
que les dio sin leer el libro y por confianza en ellos, confirma lo ya dicho, al
igual que la posterior anulación del permiso. Orígenes resume la práctica de
ese periodo en el dicho: "La Iglesia valora sólo los cuatro evangelios." (1
Hom. in Lucam).

Las cartas de Pablo.


Generalmente se recibieron trece cartas de Pablo. Si en el canon
maratoniano se justifica la recepción de cuatro cartas privadas, parece
deberse no tanto al recuerdo de una posterior introducción de ellas en el
servicio público sino a una idea del autor, que iguala en forma simbólica las
siete cartas de Pablo a las comunidades con las cartas a las siete iglesias
de Apocalipsis. No se hace declaración sobre ningún sentimiento favorable
hacia las cartas a los laodicenses y a los alejandrinos que son rechazadas.
Existió gran diferencia de opinión en cuanto a la de los hebreos. Los
alejandrinos la estimaban paulina y Orígenes la supuso sustancialmente
paulina en pensamiento, aunque escrita por uno de los discípulos de Pablo,
posición que fue ampliamente adoptada en la Iglesia oriental. Pero la Iglesia
occidental disputó su autoría paulina, aunque teniéndola en alta estima.
Éste fue el caso en Lión, Roma y Cartago. En las iglesias montanista y
novaciana hubo una decidida tendencia a atribuirla a Bernabé.

Hechos de los apóstoles.


Del libro de los Hechos todo lo que se puede decir es que su nombre, su
reconocimiento general de Lucas como autor, su posición entre los
evangelios y las cartas paulinas en el canon maratoniano, su abundante uso
por Ireneo, Tertuliano y otros y la condenación de Tertuliano hacia Marción
por rechazarlo, hablan abundantemente de su canonicidad.

Apocalipsis.
Hay pruebas sólidas de la recepción del Apocalipsis por todas las secciones
de la Iglesia. Fue citado por Teófilo de Antioquía hacia el año 180 y por la
Iglesia de Lión en 177 como "Sagrada Escritura." Ni Ireneo ni el canon
maratoniano estiman necesaria ninguna defensa. Contra el alto valor
asociado al libro por los montanistas, los alogos lo criticaron acerbamente
como obra de Cerinto. Cayo de Roma también asumió esta actitud
e Hipólito lo defendió contra él. Pero el sentimiento general de la Iglesia fue
que el libro era inspirado, escrito hacia el año 95 d. C., siendo la conclusión
apropiada al Nuevo Testamento.

Epístolas católicas.
La posición de las epístolas católicas hacia el año 200 fue muy variada,
aunque hacia el 300 eran conocidas como una división del Nuevo
Testamento. 2 y 3 Juan debe haber estado asociado a 1 Juan, si se
entiende su historia en la Iglesia y su preservación. Hay testimonios sobre 2
Juan procedentes de Ireneo y Clemente de Alejandría; que 3 Juan no la
mencione Clemente no daña realmente el caso. La duda que se presentó al
reconocimiento incondicional de 2 y 3 Juan se desvaneció enseguida. Es
casi seguro que el canon maratoniano designó a las dos cartas menores
como reconocidas. Por su brevedad se entiende la escasez de citas y su
poco uso en público, pero igualmente eso vale contra cualquier
cuestionamiento serio. Judas, como una de las epístolas católicas, fue
asunto de comentario por Clemente de Alejandría. El canon maratoniano la
cita como recibida. Tertuliano la citó como un escrito convincente de un
apóstol, aunque Orígenes señaló que no fue recibida generalmente. En el
siglo cuarto estaba entre los antilegómena (Eusebio, Hist. eccl., III. xxv. 3).
La canonicidad que tuvo en los tiempos antiguos se perdió posteriormente
en un amplio círculo de la Iglesia. Santiago, aunque leída en el oeste en
tiempos antiguos y conocida probablemente tanto por Ireneo como por
Hipólito, no estuvo hasta mediados del siglo cuarto en el Nuevo Testamento
en la Iglesia occidental. El canon maratoniano guarda silencio; entre los
griegos del este estuvo entre las Escrituras generalmente reconocidas.
Aunque Orígenes la colocó entre los antilegómena, en el Codex
Claromontanus está puesto antes de 1 Juan. Una nota destacable es
que Metodio equivocadamente la atribuye a Pablo. En 325 era considerada
por muchos no genuina y Eusebio la puso entre los antilegómena (Hist.
eccl., III. xxv. 3). El reconocimiento general de 1 Pedro hacia el año 200 está
comprobado por Ireneo, la carta de Lión, Clemente de Alejandría, Tertuliano
e Hipólito. El silencio del canon maratoniano habría sido inexplicable y a ello
debe referirse la observación de que una carta de Pedro es recibida como lo
es el Apocalipsis. Contra 2 Pedro hubo muchas protestas. En Roma no era
desconocida, pero no estaba al mismo nivel que 1 Pedro. Es dudoso si
Ireneo la conocía. La opinión personal de Orígenes era favorable, pero
comenta que hay una opinión dividida en la Iglesia sobre la carta. En el este
su posición fue diferente de la de 1 Pedro (Eusebio, Hist. eccl., IV. xxv. 8).
Ya en 380 Dídimo la consideró no canónica y los sirios la rechazaron
decididamente. De la carta de Bernabé se puede decir que Clemente de
Alejandría parece haberla incluido entre las epístolas católicas, pudiendo
decirse lo mismo de Orígenes. El Codex Claromontanus la sitúa tras las
siete epístolas católicas y antes de Apocalipsis. Es pertinente aquí destacar
que la primera y segunda epístola de Clemente son puestas por
los Canones Apostolorum lxxxv, entre la epístola de Bernabé y la Didaché. 1
Clemente se considera epístola católica; en Corinto fue usada
ocasionalmente en el servicio público, uso que se esparció a Alejandría y
Siria. Fue citada por Clemente de Alejandría y por Orígenes. Pero su
relación con el Nuevo Testamento fue menos firme incluso que la de
Bernabé; en el oeste no fue considerada canónica e Ireneo parece haberla
empleado como perteneciente a la edad sub-apostólica.

Escritos estimados temporalmente como canónicos.


El Pastor de Hermas fue usado como Escritura por Ireneo, Clemente de
Alejandría y en Antioquía. A principios del siglo tercero había en círculos
católicos y montanistas una imprecisión sobre la relación entre este libro y el
canon. Tertuliano, contrariamente a su anterior práctica, debido a la laxitud
de la disciplina atribuida a este libro, declaró que debía ser considerado
apócrifo e incluso falso. El canon maratoniano lo excluyó de la lectura
regular y pública de las Escrituras, aunque se permitió su examen e incluso
fue promovido. Este fue el primer intento de formar un canon secundario.
Hay dos traducciones del libro y un obispo romano desconocido lo citó como
Escritura, mientras que Novaciano y Comodiano lo defienden y
las liturgias latinas muestran su influencia. Pero por una decisión
eclesiástica entre 200-210 el Pastor fue sacado del canon. Aunque
Clemente de Alejandría no incluyó el Pastor en su breve comentario, sí trató
el Apocalipsis de Pedro, un librito de unas 300 líneas. Este libro cerraba al
canon del Codex Claromontanus, pero la lista armenia lo puso entre los
apócrifos y Eusebio (Hist. eccl., III. xxv. 4, cf. iii. 2) declaró su
autenticidad. Sozomeno dice que fue usado hasta 430 en Tierra Santa en
Pascua. La Didaché fue citada y usada como escritura por Clemente y
Orígenes durante el siglo siguiente y tal fue su estatus en Egipto. Eusebio
(Hist. eccl., III, xxv. 4) la pone entre los antilegómena del segundo grado.
Fue conocida en las inmediaciones de Antioquía y en el oeste. Los Hechos
apócrifos de los apóstoles fueron a veces leídos en la Iglesia antigua sin
cuestionar. Los Hechos de Pablo estuvieron cerca de obtener autoridad
canónica y recibieron recomendación favorable de Clemente y Tertuliano.

Resumen.
El Nuevo Testamento de las Iglesias griega y latina de 170-220 incluía como
autoridad bien definida a los cuatro evangelios, trece cartas de Pablo,
Apocalipsis, 1 Pedro, 1 Juan (a la que estaban asociadas 2 y 3 Juan) y
probablemente también Judas. Hasta el año 210 el Pastor también estuvo
incluido. Por otro lado, hubo cuestionamientos sobre Santiago, Hebreos, 2
Pedro, Apocalipsis de Pedro, Didaché, Bernabé, 1 y 2 Clemente, Hechos de
Pablo y el Pastor. La polémica contra Marción, los gnósticos y los alogos
hizo que la discusión del canon del Nuevo Testamento fuera primordial en el
tiempo de Ireneo y de Clemente de Alejandría. El Nuevo Testamento de
hacia el año 200 no fue resultado de una revolución que ocurrió entre 150 y
170, sino de un amplio desarrollo que fue variado. El canon rígidamente
limitado de Marción había señalado el camino para una definición de
canonicidad que la Iglesia iba a emprender pronto.

El Nuevo Testamento, 140-170


Valentín había fundado su escuela que estaba dividida en muchas
secciones y esparcida desde el Ródano al Tigris, teniendo una rica actividad
literaria y un consenso general de acción en aquel entonces. Marción fundó
su Iglesia en Roma tras separarse de la Iglesia católica probablemente
hacia 147. Junto a la polémica contra esos movimientos, los escritores
cristianos se ocuparon de la apologética de la Iglesia que había de
enfrentarse a los gobernantes y poblaciones paganas. Sin embargo, la
apologética tuvo muchas menos ocasiones de tratar con las Escrituras
cristianas que con los escritos contra los herejes.

La Biblia de Marción.
El conocimiento de la Biblia de Marción se debe principalmente a Tertuliano,
que echó mano del Nuevo Testamento del hereje como arma contra él. Tras
Tertuliano viene Epifanio como fuente de conocimiento (Hær., xlii) y varias
citas de griegos y sirios hasta el siglo quinto que permiten reconstruir con
bastante seguridad el canon de Marción. Éste publicó no sólo su Nuevo
Testamento sino también su Antithesiscomo defensa de su posición
dogmática y de su edición crítica del Nuevo Testamento, lo que se convirtió
en base doctrinal de su Iglesia y siendo estudiado por Tertuliano, Efrén Sirio
y otros. Su Biblia consistía de un "evangelio" y un "apóstol", ambos
anónimos. Ya que Pablo le parecía el único predicador del evangelio no
adulterado, su "apóstol" abarcaba diez epístolas de Pablo en el siguiente
orden: Gálatas, 1 y 2 Corintios, Romanos, 1 y 2 Tesalonicenses,
Laodicenses (es decir, Efesios), Colosenses, Filipenses y Filemón. Por
supuesto es evidente que esta colección debe haber sido recibida por él de
la Iglesia. Procuró mostrar que la carta a los Efesios era la carta a los
laodicenses mencionada en Colosenses 4:16. Apreciaba grandemente la
carta a los Gálatas por su polémica antijudía. 1 y 2 Timoteo y Tito las
desecha por ser cartas privadas. Filemón fue admitido porque era una carta
dirigida a una iglesia en una casa. Para hacer la crítica de los escritos que
recibió no dependía de la tradición histórica ni de los testimonios de
historicidad. Su fundamento era su propia concepción subjetiva de lo que
era el verdadero cristianismo y lo que el evangelio paulino era; a partir de
ahí procedía toda su crítica textual. Que reconoció el evangelio de Lucas,
fundamento del suyo propio, como obra de alguien de la escuela paulina se
muestra por su eliminación de las palabras "el médico amado"
en Colosenses 4:14. Su evangelio, hasta donde el texto se puede elaborar,
demuestra que tenía ante sí el tercer evangelio y éste, a consecuencia de
su larga asociación con el primer y segundo evangelio, había recibido
ampliaciones de su texto de ellos. Pero no hay huella que se haya podido
demostrar de influencia debida a evangelios extra-canónicos sobre Marción.
De esto se deduce que el canon de los evangelios de la Iglesia de Roma
hacia el año 140 era el de los cuatro evangelios. El canon de Marción de las
epístolas coincide con el del canon maratoniano. Es natural que no le diera
valor a las cartas de Pedro, Juan o Santiago, nombrando especialmente al
último en vista de Gálatas 2:9,12. Hechos y Apocalipsis los rechazó
expresamente. En comparación con el Nuevo Testamento eclesiástico no
sólo de sus tiempos sino de los dos siglos siguientes variando en sus
límites, el canon de Marción es una rígida obra de arte elaborada en
miniatura, aunque fue la obra de un legislador arbitrario.

La Biblia de los valentinianos.


Lo que Marción realizó con cuchillo y borrador, los valentinianos procuraron
hacerlo por medio de la exposición. Ya que no se separaron
voluntariamente de la Iglesia, sino que meramente se distinguieron de
los comunes eclesiásticas, no levantaron objeciones a la edición común de
los "profetas y apóstoles." No necesitaban una Biblia especial. Usaban los
evangelios libremente, particularmente el cuarto. Aparte del prólogo a este
último, la estructura de la serie de eones de Valentín es ininteligible.
Heraclión comentó los cuatro evangelios. En las diferentes ramas de esta
secta, Efesios, Colosenses y 1 Corintios se estimaron grandemente, aunque
también se usaron Romanos, 2 Corintios, Filipenses y Gálatas. En su crítica
de los evangelios subrayaron una tradición secreta. Usaron también
un Evangelium veritatis, un quinto evangelio, que probablemente contenía el
resumen de la tradición apócrifa, derivada, según Serapión no de
los docetas sino de sus precursores. El evangelio de Pedro puede haber
surgido hacia el año 150 de la rama oriental en Antioquía como
el Evangelium veritatisentre la escuela occidental de los valentinianos. A una
rama de la escuela valentiniana de Asia Menor perteneció Leucio, que fue el
autor de los Hechos de Pedro y Juan. Probablemente usaron también el
Evangelio de la Infancia. Leucio escribió también "Viajes de Juan", sugerido
por las "cartas a las siete iglesias" de Apocalipsis. En resumen, el
fundamento del canon de las escuelas más importantes de los gnósticos,
140-170, es el de la Iglesia del año 200, sólo que esos "hombres del
espíritu" usaron junto a los escritos canónicos una masa de otras tradiciones
y creaciones poéticas y subjetivas que no eran empleadas por los
ortodoxos.

Escritos apostólicos en Justino Mártir.


En su corta descripción del domingo tal como era observado por los
cristianos en las ciudades y en el campo, Justino menciona que en primer
lugar se hacía la lectura de las "memorias de los apóstoles", "que son
denominados evangelios "(1 Apología, lxvi-lxvii) y la "colección de los
profetas". El "evangelio" en singular lo usan también el judío Trifón y Justino
como un término colectivo. Por deferencia a sus lectores que no estaban
familiarizados con el término "evangelio", Justino comúnmente usó el
término Apomnemoneumata, "memorias." Aunque generalmente tales
memorias tomaban su nombre del autor, Justino las citó por el asunto, "las
memorias de nuestro Salvador." Como bajo el término "profetas" se incluye
a todo el Antiguo Testamento, el término memorabilia en Justino puede
incluir los escritos del Nuevo Testamento. La respuesta a la cuestión de lo
que entiende por evangelios viene de atrás, aquellos comúnmente usados
hacia el año 150 en los lugares que Justino visitó o vivió en Éfeso y Roma,
en el servicio público y conocidos como elaboración de los apóstoles o sus
discípulos. Trifón (Dialogue, x) habla del "denominado evangelio" como una
totalidad, como una unidad. No puede ser otro que el que Marción criticó y
que los valentinianos emplearon libremente. En un lugar Justino
expresamente discriminó entre los apóstoles y sus discípulos, en un pasaje
que retrocede a Lucas 22:44 (Dialogue, ciii). Llamó al segundo evangelio
"los recuerdos de Pedro", una designación que implica la antigua tradición
de la relación del evangelio con el apóstol. Lo que parcial o totalmente
produjo la idea de que las "memorias" de Justino no son los evangelios de
la Iglesia es primero la ambigüedad e inexactitud de la cita y en segundo
lugar el material adicional de hechos o informes que no se encuentran en
los evangelios. Pero la exactitud de las citas de Justino no es mayor que la
que se espera de las de Clemente y mucho que a nosotros nos parece
apócrifo pudo haber sido leído en los evangelios de su tiempo. Justino
estimó al Apocalipsis como obra del apóstol Juan y un verdadero testimonio
de profecía cristiana.

La investigación de sus escritos muestra el contacto de Justino con


Romanos, 1 Corintios, Gálatas, Efesios, Colosenses, 2 Tesalonicenses,
Hebreos, 1 Pedro, Hechos y la Didaché; más cuestionablemente con
Filemón, Tito, 1 Timoteo y Santiago.

Huellas más antiguas y origen de las colecciones de los escritos


apostólicos

Del precedente despliegue de hechos se desprende que hacia el año 140


en todo el círculo de la Iglesia católica la colección que comprendía los
cuatro evangelios y las trece cartas de Pablo era leída junto a los escritos
del Antiguo Testamento y que en una parte u otra de la Iglesia otros escritos
tales como Hechos, Apocalipsis, Hebreos, 1 Pedro, Santiago y las cartas de
Juan eran tenidas en alto honor.

La colección de cartas de Pablo.


La colección de cartas paulinas retrocede al siglo primero, a juzgar por 1
Clemente, las cartas de Ignacio y Policarpo. Los obispos de Esmirna y
Antioquía tienen un conocimiento de Pablo que supone la familiaridad con
sus cartas y la forma en que las emplean muestra que las cartas eran
anteriores a ellos. Policarpo aconsejó a los filipenses que leyeran las cartas
de Pablo para su edificación; Ignacio conocía Efesios bajo el título usado
posteriormente por Marción como parte de una colección eclesiástica.
Policarpo incluyó Filipenses y Tesalonicenses en un grupo dirigido a los
macedonianos, tal como Tertuliano las conoció un siglo después. Clemente
parece hacer comenzar la colección con 1 Corintios, orden que el canon
maratoniano apoya, acabando con Romanos. Esta adición, que contenía
también el orden Filipenses-Tesalonicenses y el título "A los Efesios" circuló
antes del año 97. Que hubo un intercambio de cartas entre las iglesias
antes de que esta colección se hiciera se desprende de Colosenses 4:16,
pero la circulación y uso implicados en 2 Pedro 3:15 supone una colección
en un manuscrito, tal vez no oficial sino privado. El pasaje citado de 2 Pedro
supone una carta paulina a los judíos cristianos y 1 Corintios
5:9 y Filipenses 3:1implica otras cartas de Pablo que no han sobrevivido.
Esos hechos sugieren una selección deliberada de las cartas disponibles de
Pablo, hecha probablemente en algún centro importante del cristianismo,
que llegaron a ser de uso general y estuvieron disponibles para el servicio
público. Pero el establecimiento del orden del arreglo supone que la
colección se hizo muy pronto, poco después de la muerte de Pablo. Dónde
se hizo no puede determinarse, aunque el lugar de 1 y 2 Corintios al
principio sugiere Corinto. Roma es también candidata, al cerrarse esta
colección con la epístola a los Romanos.

El "evangelio."
La palabra euaggelion, que, en 150-200, designó la colección de los cuatro
Evangelios, se encuentra tan frecuentemente en la literatura antigua que
debe entenderse por ella una exposición escrita de las palabras y hechos de
Jesús en posesión de las iglesias y conocida generalmente de las
comunidades (Didaché, viii. 2; 2 Clem., viii. 5; Ignacio, Smyrna, v.
1; Philadelphia, viii. 2). Que "evangelio" fue el documento autoritativo. El
conocimiento general de su contenido supone su uso regular en el servicio
público. Fue citado con la fórmula "el Señor dice" con o sin la adición "en el
evangelio" y con la fórmula (usada con citas del Antiguo Testamento) "está
escrito." Pero ¿cuál fue este "evangelio" Existió un claro entendimiento de lo
que era entre los escritores del período 90-140 y sus
lectores. Papias declaró que Mateo en hebreo se usó en la provincia de Asia
con la ayuda de la traducción oral hasta que lo sustituyó una versión griega.
Incluso el cuarto evangelio repite las mismas palabras de Marcos y Lucas
(T. Zahn, Einleitung, Leipzig, 1900, páginas 505–506, 520). El pasaje
de Marcos 16:9-20 se deriva de Lucas, Juan y Papias. Los primeros
evangelios de la infancia y los evangelios de Pedro y Marción retroceden a
los evangelios canónicos. En la literatura de 95-140 entre una masa de
ordenanzas para la dirección eclesiástica sólo hay cuatro citas del evangelio
que no son trazables a los cuatro evangelios (2 Clem., v. 2, 4, viii. 5, xii. 2–6;
Ignacio, Smyrna, iii. 2). Tales dichos no canónicos como esos cuatro
circularon tanto oralmente como en escrito; Papias hacia 125 recogió
muchos de ellos. Del origen de la elaboración del canon del evangelio no
hay informe confiable, ni se puede decir dónde tomó forma.

Otros escritos.
Otros escritos que se encuentran posteriormente asignados al Nuevo
Testamento no quedaron unificados en una colección como lo fueron los
evangelios y las cartas de Pablo. Aparecen primero como partes
indisputables o debatidas del Nuevo Testamento. Un uso muy amplio en
círculos extendidos de la Iglesia durante el servicio público es probable para
1 Pedro, 1 Juan, Apocalipsis y el Pastor, no siendo ninguno de ellos
originalmente dirigido a una sola comunidad.

Orígenes y su escuela.
Durante el siglo tercero el Nuevo Testamento no experimentó cambio
esencial. El logro de Orígenes fue la comparación del contenido de la
posición tradicional de diversas comunidades. Su vida y viajes le dieron
oportunidad de conocer mediante la observación la existencia de variantes;
su preparación filológica y su decidida vocación por el saber al servicio de la
Iglesia lo calificaron para pronunciar un juicio discreto. Antes de 217 s le dio
la bienvenida en Roma como una de las rutilantes estrellas de la Iglesia; sus
viajes le llevaron a Atenas, Antioquía y Cesarea en Capadocia, mientras que
sus últimos años los pasó en Tierra Santa. Los estudiantes se congregaban
a su alrededor, tanto en Alejandría como en Tierra Santa. Pero aunque
estudioso de la Biblia como era, no fue totalmente crítico. Citó Proverbios
22:28 en referencia a la discusión del canon; la tradición era para él la
última palabra, aunque de hecho la tradición debía ser investigada. De ahí
que proclamara la distinción entre los homologoumena, los escritos
universalmente reconocidos como escritura y los antilegómena, o aquellos
que más o menos se discutían. A los primeros, según Orígenes, pertenecían
los cuatro evangelios, las trece cartas de Pablo, 1 Pedro, 1 Juan, Hechos y
Apocalipsis, que cerraba el Nuevo Testamento. A los segundos pertenecían
hebreos, 2 Pedro, 2 y 3 Juan, Santiago, Judas, Bernabé, el Pastor,
la Didaché y el evangelio de los Hebreos. La carta a los Hebreos era
frecuentemente citado por él como paulina y canónica, especialmente en
sus primeros escritos, defendiendo su carácter paulino a través de un
discípulo de Pablo más que de Pablo mismo. 2 Pedro fue también
frecuentemente citada por él como Escritura, en lo que le siguió Firmiliano.
Santiago también fue frecuentemente citada como Escritura y como "el
apóstol Santiago." Judas parece haber sido valorada por él, aunque no
aparece muchas veces en sus escritos. Bernabé es llamado una epístola
católica y en el Onomasticon la pone con las otras epístolas católicas.
Estimó el Pastor como una obra inspirada y útil. Parece haber citado
la Didaché como Escritura. El evangelio de los hebreos no lo menciona en
su lista de evangelios apócrifos; por otro lado, a veces lo cita con la fórmula
que usaba para tales escritos. Claramente discriminó las comunidades
judeocristianas de las heréticas ebionitas, sobre la base de que las primeras
sostenían la norma eclesiástica de fe.

La interpretación alegórica por la cual Orígenes se propuso reconciliar los


materiales más divergentes y los escritos más variados y unirlos en una
Biblia halló oposición. La composición de Nepos, obispo de Arsinoe, "Contra
los alegoristas" promovió y difundió un milenarismo que al obispo Dionisio
de Alejandría hacia 260 le parecía insoportable. Para Orígenes el
Apocalipsis fue escrito por un hombre inspirado de la edad apostólica
llamado Juan, pero la diferencia en estilo y concepto con el cuarto evangelio
no permitía su atribución al apóstol. Era especialmente un libro para la
aplicación del método alegórico.

El Nuevo Testamento original de los sirios.


Sobre los comienzos de la iglesia en Edesa hay un informe legendario en
siríaco, The Doctrine of Addai, edición de Phillips, Londres, 1876, que
contiene algunas importantes palabras sobre los libros introducidos allí para
uso en el servicio. A Addai, fundador de la iglesia de Edesa, se le hace decir
expresamente que además del Antiguo Testamento no se leerá ninguna
Escritura más que el evangelio, las epístolas de Pablo y los Hechos. Y por el
evangelio entiende sin duda el Diatessaron de Taciano. Por otro lado, Efrén
conocía bien los cuatro evangelios y un canon siríaco contenía no
el Diatessaron sino los cuatro evangelios en nuestro orden. La colección
siria de las cartas paulinas abarcaba, hacia 330-370, según los comentarios
de Afraates y Efrén, Hebreos y la apócrifa 3 Corintios, pero no Filemón. Esta
última no aparecía en el por otro lado completo comentario de Efrén. Un
registro de Sinaí sitúa Filemón al final y no contiene 3 Corintios; por otro
lado tiene 2 Filipenses, que puede ser otro nombre para 3 Corintios. Ahora
se sabe que ese escrito apócrifo no es sino una sección de los Hechos de
Pablo que pertenece al período del año 170 como muy pronto. Por tanto, no
pudo pertenecer al canon original sirio. Taciano se hizo cristiano en Roma y,
según la leyenda, el canon de las epístolas lo recibió de Roma. Eusebio
(Hist. eccl., IV. xxix. 6) escuchó un oscuro informe de que existía una
recensión de las epístolas paulinas hecha por Taciano. El texto sirio más
antiguo de las epístolas y de los evangelios tiene una relación con el texto
occidental. El resumen de Sinaí arroja nueva luz sobre el asunto. El orden
de las epístolas es Gálatas, 1 y 2 Corintios, Romanos, Hebreos, etc., siendo
el orden en el que Efrén las comentó y el de Marción, no siguiendo nadie
más probablemente las huellas de Marción que Taciano. Es muy destacable
también que en el resumen siríaco se menciona 2 Timoteo, pero se omite 1
Timoteo. La Iglesia siria no pudo mantener su individualidad original.
Aunque antes del tiempo de Afraates y en el siglo tercero recibió hebreos y
1 Timoteo, no pudo excluir todas las epístolas católicas. La traducción
siríaca de la Historia Eclesiástica de Eusebio, que Efrén diligentemente
había leído, familiarizó a los sirios con la antigua historia del Nuevo
Testamento. En el siglo cuarto surgieron relaciones entre las Iglesias griega
y siria, apareciendo griegos y Biblias griegas en Edesa; no es por tanto
asombroso que Efrén estuviera familiarizado con todas las epístolas
católicas. En la Peshíta había una selección de Santiago, 1 Pedro, 1 Juan,
mientras que 2 Pedro, 2 y 3 Juan, Judas y Apocalipsis quedaron excluidos.
Luciano y Eusebio.
Mientras que el Nuevo Testamento de la antigua iglesia en Antioquía tuvo su
individualidad, el canon de Crisóstomo fue exactamente el de la Peshíta y
refería la exclusión de 2 y 3 Juan a la decisión de los Padres. Esto no se
puede deber a los esfuerzos de Eusebio, ya que él puso a un lado el
Apocalipsis, pero reconocía las siete epístolas católicas; para llegar a la raíz
del asunto es preciso ir al comienzo de la escuela exegética de Luciano. Los
informes dicen que Luciano nació en Samosata y que trabajó en Edesa,
donde fue sacerdote y fundador de la escuela de Antioquía. Es
indudablemente cierto que él extendió su obra crítica textual al Nuevo
Testamento y que su recensión así como la de la Septuaginta se difundió
hasta Constantinopla. El texto de la escuela antioquena de hacia 380-450
probablemente retrocede hasta Luciano y fue un compromiso entre las
tradiciones de Edesa y Antioquía. Apocalipsis quedó excluido mientras que
se recibieron Santiago, 1 Pedro y 1 Juan de las epístolas católicas, algo que
sin duda influenció a la Peshíta.

En Tierra Santa a los estudios bíblicos de Orígenes siguieron los


de Pánfilo y Eusebio. Pero Eusebio fue influenciado tanto por la tradición
origenista como por la escuela antioquena, con cuyos representantes
estuvo relacionado en el debate sobre la Trinidad. En su historia
eclesiástica, según su promesa, proporcionó diligentemente los
pronunciamientos de los escritores anteriores sobre los antilegómena del
Nuevo Testamento y también información interesante sobre escritos
reconocidos y dudosos. Igual que Orígenes conceptuó dos
clases, homologoumena y antilegómena; a la segunda dividió en dos
subclases, conteniendo la primera los libros que él había reconocido y la
otra los notha o "espurios." Su tabla es como sigue: (1) Homologoumena,
evangelios, Hechos, catorce epístolas paulinas, 1 Pedro, 1 Juan y
Apocalipsis; (2) Antilegómena, (a) la mejor clase, Santiago, Judas, 2 y 3
Juan y (b) los notha, Hechos de Pablo, el Pastor, Apocalipsis de Pedro,
Bernabé y Didaché. Pero el tratamiento de Eusebio no siempre es claro ni
consistente. Usa un término endiathekos, "dentro del Nuevo Testamento"
como sinónimo de homologoumena y por tanto parece excluir del Nuevo
Testamento la primera clase de los antilegómena. Por otro lado, al llamar a
la segunda división de los antilegómena "espurios" parece admitir la
autenticidad de la primera subdivisión. Pero para él las siete epístolas
católicas son una colección cerrada. Fue sobre Apocalipsis que Eusebio
halló difícil llegar a una decisión. Muchas veces lo cita y aduce el fuerte
testimonio de su importancia eclesiástica (Hist. eccl., IV. xviii. 8, xxiv. 1, xxvi.
2, V. viii. 5, xviii. 14, VI. xxv. 9). Pero cuando en III. xxiv. 18 discute la
vacilación de opinión sobre el libro, llama la atención a la influencia de la
escuela de Luciano. Lo cita como "el denominado Apocalipsis de Juan" (III.
xviii. 2, cf. xxxix. 6), brevemente refiere la vituperación de Cayo (III. xxviii) y
menciona la crítica más cauta de Dionisio (VII. xxiv. 5). Expone con
diligencia su conjetura de que lo escribió otro Juan y en interés de esta
hipótesis procura demostrar la existencia de un presbítero Juan distinto del
apóstol. Igualmente despoja al libro de su indumentaria apostólica y lo retira
del Nuevo Testamento, aunque nunca proclama expresamente esta
decisión. A causa de su reconocimiento bastante universal en la Iglesia deja
abierta la elección entre situarlo entre los homologoumena o entre los notha.
Sin embargo, aparte de este libro su Nuevo Testamento es el mismo que el
nuestro. La elaboración de cincuenta copias del Nuevo Testamento en
pergamino para Constantino le dio oportunidad de difundir sus opiniones,
mostrando el resultado que se inclinaba a la forma del texto de Luciano en
lugar de la de Orígenes, aunque incluyendo por tanto las epístolas católicas
menores.

Atanasio.
La Carta Pascual de 367, en la que se da una idea del uso indiscriminado
continuo de toda clase de apócrifos como Escritura, proporciona a Atanasio
una oportunidad de establecer un canon limitado definido en el orden de
libros y en grupos. Fue el primero en nombrar los 27 libros del Nuevo
Testamento como exclusivamente canónicos. Ignoró la oposición a la que
varios de ellos habían quedado sujetos, especialmente 2 Pedro, al que
Dídimo continuaba oponiéndose. Pero para no romper completamente con
la tradición alejandrina, puso en clara distinción de los libros "canónicos" e
igualmente de los apócrifos una clase de anagignoskomena. Los Padres los
habían designado para ser presentados a los catecúmenos para su
instrucción. Incluyen la Sabiduría de Salomón, Eclesiástico, Ester, Judit,
Tobías, Didaché y el Pastor. La Didaché tuvo gran influencia sobre la liturgia
de Egipto y al Pastor Atanasio mismo le concedió gran valor. La frase en la
Carta Pascual que alude a estos libros recomendables para lectura de los
catecúmenos es la siguiente:

«Existen otros libros, además de éstos, no incluidos por cierto en el canon,


pero que han sido seleccionados por los Padres para que los lean quienes
acaban de incorporarse a nosotros: la Sabiduría de Salomón, y la Sabiduría
de Sirac, y Ester, y Judit, y Tobías, y el libro que lleva por nombre la
Doctrina de los doce Apóstoles, y el Pastor.»
Sin embargo, el elemento sorprendente es el silencio total sobre otros
escritos que al menos en Alejandría habían sido igualmente reconocidos,
con la Didaché y el Pastor, con escritos del Nuevo Testamento. Serapión, el
amigo de Atanasio, había citado a Bernabé como "el muy honrado apóstol
Bernabé", junto con la carta a los Romanos de Pablo y en el Codex
Sinaiticus está entre Apocalipsis y el Pastor. El Nuevo Testamento de 27
libros parecía estar firmemente establecido como lo había estado el de 26
de Eusebio. Esta idea fue la que tuvo victoria en la Iglesia, eliminando
finalmente el canon más corto de Eusebio y dejando una clase de libros
meramente para la instrucción de los catecúmenos.

Desarrollo en el oriente hasta el tiempo de Justiniano.


La peculiar crítica de Teodoro de Mopsuestia no cambia esencialmente la
situación establecida por Luciano y Eusebio. El concordante testimonio del
oponente de Teodoro, Leoncio, y de su admirador Jesudad es que Teodoro
rechazó las siete epístolas católicas. Y ya que como antioqueno rechazó el
Apocalipsis, su Nuevo Testamento fue el sirio del año 340. En el
ordenamiento de las epístolas paulinas (Romanos, 1 y 2 Corintios, Hebreos,
Efesios) siguió el uso sirio tocante a Hebreos y el griego respecto a
Romanos y Gálatas. Defendió la canonicidad de Filemón, pero rechazó 3
Corintios. No es sorprendente que, admirado como era por los nestorianos
sirios, éstos adoptaran su canon. Y el nestoriano Jesudad (siglo noveno)
todavía estimó las tres epístolas mayores católicas como una especie
de antilegomena. Cuán tenaz fue la oposición a Apocalipsis, igual que a las
cuatro epístolas católicas menores, ya se ha mostrado. No obstante, hacia
el siglo sexto el Apocalipsis había obtenido reconocimiento desde Jerusalén
a Constantinopla. Si Filoxeno de Mabug, c. 508, había traducido Apocalipsis
y las epístolas católicas menores por vez primera al siríaco, ello significa
que en la provincia griega eclesiástica contigua, en el patriarcado de
Antioquía, el Apocalipsis ya no fue ignorado como lo fue c. 400, siendo
recibido de nuevo. Hacia el año 500 Andrés escribió en Cesarea su gran
comentario sobre el Apocalipsis, en el que con una cierta asiduidad
mediante apelaciones a los antiguos maestros, desde Papias a Cirilo,
defendió la inspiración del libro y en una nota sobre Apocalipsis 22:18-
19 atacó las críticas. Hacia el año 530 Leoncio designó, en alocuciones
pronunciadas en el monasterio en Jerusalén, al "Apocalipsis del Santo
Juan" como el último libro canónico de la Iglesia.

Asimilación en el oeste.
La Iglesia latina no se vio inmediatamente afectada por la vacilación y los
intentos en la fijación que el canon experimentó en el este. Hasta el siglo
cuarto se excluyó a Hebreos del Nuevo Testamento, teniendo un canon
incompleto de las epístolas católicas, pero incluyendo el Apocalipsis, que
fue seriamente atacado sólo por Cayo. Los sucesos del siglo cuarto hicieron
el aislamiento imposible. La residencia de Pierio, "el nuevo Orígenes", en
Roma fue un paso importante. Luego vinieron los concilios, el exilio de
Atanasio en Trier (336–337), en Roma (340–343) y en otras partes del oeste
(hasta 340), las influencias de Hilario de Poitiers en Asia Menor (356-360),
de Lucífero de Cagliari, Eusebio de Vercelli y otros; también la larga
estancia de Jerónimo y Rufino en Tierra Santa, Egipto y Siria, además de la
estrecha relación de la literatura de la Iglesia latina, especialmente la
exegética, con modelos griegos. La conciencia ecuménica de la Iglesia
traspasó todas las barreras y afectó incluso al canon. La influencia de
Atanasio en este aspecto no ha de ser infravalorada, especialmente en
relación con la producción de una recensión de la Biblia en Roma en 340-
343.

Hebreos, apreciado por los novacianos, como una elaboración de Bernabé,


comenzó tras el tiempo de Hilario y Lucífero a ser citado más y más en el
oeste como paulina y, por tanto, canónica. El crecimiento del sentimiento en
favor de Santiago tuvo lugar imperceptiblemente, como el de las epístolas
católicas menores. El canon africano (350-365), publicado por Mommsen,
tiene un aire más o menos oficial; no menciona Hebreos, Santiago ni Judas,
pero incluye 1 y 2 Pedro, 1, 2 y 3 Juan; fue corregido por un revisor que
omitió 2 Pedro y 2 y 3 Juan. En un sínodo de c. 382 el espíritu controlador
fue Jerónimo, por lo que 2 y 3 Juan fueron recibidos como del presbítero,
mientras que el resto de las epístolas católicas fueron atribuidas a los
apóstoles. Hebreos fue reconocida como la decimocuarta carta paulina. La
influencia de Agustín fue dominante en los sínodos de Hipona (383) y
Cartago (397), cuyo pronunciamiento fue en favor de trece epístolas
paulinas, a las que se añadió Hebreos.

La historia del canon se cerró en el oeste a comienzos del siglo quinto, cien
años antes que en el este.

El Canon Bíblico

El Canon del Antiguo Testamento


por Fernando Saraví

A menudo se nos pregunta qué diferencia hay entre la «Biblia Católica» y la «Biblia Evangélica». La
respuesta es que son idénticas en el Nuevo Testamento, pero las Biblias católicas incluyen en el
Antiguo Testamento algunos libros y porciones de libros que no se encuentran en las Biblias
evangélicas.

Si a continuación se nos preguntan la razón de esta diferencia, una respuesta breve es que nosotros
(Cristianos Evangélicos) nos apegamos al canon hebreo (palestino), en tanto que los Católicos
definieron otro canon más largo en el siglo XVI, en el Concilio de Trento convocado por la Iglesia
Católica en contra del movimiento de Reforma Protestante.

La siguiente es una lista corregida de mensajes que puse en un foro [de debate] católico como
respuesta a un escrito que presentaba los argumentos en favor del canon "largo" definido en Trento,
bajo el provocativo título “La Biblia Católica: Escritura Completa”. Los párrafos en negrita
corresponden a dicho documento [opiniones forista católico], al cual respondo de manera detallada.

La Biblia Católica: Escritura completa


¿Porqué las Biblias católicas y protestantes tienen más o menos libros? ¿Cuál es la auténtica? La
Biblia protestante es diferente de la católica. Mirando el índice de libros que contiene la Biblia
contamos 66 libros, mientras que la Biblia católica y la Biblia ortodoxa contienen siete libros más.

En su canon del Antiguo Testamento, tanto las Biblias protestantes como las ortodoxas difieren de
las católicas. Las protestantes tienen menos libros, y las ortodoxas más libros, que las católicas. .

Además de los libros del AT que se encuentran en nuestras Biblias, la Biblia católica incluye:

Adiciones a Daniel
Adiciones a Esther
Baruc
Carta de Jeremías
Eclesiástico (Sabiduría de Jesús ben Sirá)
Sabiduría
Judit
Tobías
1 Macabeos
2 Macabeos

Las Biblias ortodoxas griega y eslava incluyen, además del canon católico del AT, los siguientes
libros:

1 Esdras (= 2 Esdras en eslavo = 3 Esdras en el apéndice a la Vulgata).


Oración de Manasés (en el Apéndice a la Vulgata)
El Salmo 151, que sigue al 150 en la Biblia griega
3 Macabeos
En la Biblia eslava (y en el apéndice a la Vulgata)
2 Esdras (= 3 Esdras en la eslava = 4 Esdras en el Apéndice a la Vulgata)
(Nota: en la Vulgata latina, Esdras y Nehemías = 1 y 2 Esdras)

En un apéndice a la Biblia griega:

4 Macabeos

De modo que es erróneo afirmar que las Biblias ortodoxas reconozcan el mismo canon del AT que las
católicas. Y si el criterio de ser “completa” fuese tener la mayor cantidad de libros, entonces las
Biblias ortodoxas serían más completas que la católica.
(Fuente: The Holy Bible with Apocrypha. New Revised Standard Version. New York: American Bible Society, 1989, p. vi).

En la Biblia protestante faltan 1 y 2 Macabeos, Tobías (o Tobit), Judit, Baruc, Sabiduría, y Eclesiástico
(o Sirácides) conocidos como "deuterocanónicos”.
La denominación de “deuterocanónicos” data del siglo XVI. Por cierto, según el autor del artículo
“Canon del Antiguo Testamento” en la Encyclopedia Catholica, “deuterocanónicos” es un
término poco feliz.

Los hermanos no católicos llaman a los siete libros deuterocanónicos "Apócrifos", aunque no es un
término muy exacto para lo que se quiere señalar, ya que "apócrifo" significa etimológicamente
"escondido", haciendo alusión al autor, que es "desconocido" y suele "esconderse" tras un
pseudónimo.

Si se esconde bajo un pseudónimo debe hablarse propiamente de literatura pseudoepigráfica.

Los evangélicos les llamamos apócrifos porque fue el calificativo con el cual se les conoció desde
muchos siglos antes que se pergeñara el término “deuterocanónicos” después del Concilio de Trento.
Otra forma, tal vez la más correcta, es llamarlos “libros eclesiásticos”.

En este sentido hay otros libros "apócrifos" que sin embargo forman parte de los libros inspirados
(como la carta a los Hebreos, que no fue escrita directamente por Pablo, pero que lleva su nombre).

Error. La carta a los Hebreos es anónima, como lo son en sentido estricto, entre otros, los cuatro
Evangelios canónicos y las cartas de Juan. ¿Quién habrá asesorado al autor de este artículo?

Como sea, la realidad es que los protestantes no admiten estos libros como inspirados.

Bien dice, “como sea”: ese es el punto que desea tratar. La precisión parece un asunto secundario.

¿Por qué la diferencia?


Fue solamente en el año 393 d.C. que los obispos se unieron con los sacerdotes y laicos para
discernir cuáles libros son inspirados, o también "canónicos".

¿De veras? ¿A nadie antes se le había ocurrido considerar el asunto?

El autor hace aquí referencia a un sínodo reunido en Hipona, cuyas actas no se conservan. Sus
decisiones fueron sostenidas, empero, en otros de Cartago de 397 y 419. Todos ellos bajo la
influencia de San Agustín sobre cuya opinión podemos hablar más tarde. Estos tres Concilios, sin
embargo, fueron sínodos locales carentes de autoridad vinculante para la Iglesia universal; y
prueba evidente de ello es que muchos Padres ortodoxos y diversos escritores eclesiásticos
posteriores mantuvieron la distinción entre los libros del canon hebreo y los llamados apócrifos o
eclesiásticos.

La Iglesia tenía el poder de hacer eso porque Jesús le dio el poder de atar y desatar (Mt 18, 18) y
prometió enviar al Espíritu Santo para la plenitud de la verdad (Jn 14, 26).

De acuerdo, pero no es posible poner “el carro delante del caballo”. Aunque los protestantes
discrepemos en otras enseñanzas católicas, estamos de acuerdo con esta declaración acerca de la
naturaleza de los libros canónicos:

“Ahora bien, la Iglesia los tiene por sagrados y canónicos, no porque compuestos por sola industria
humana, hayan sido luego aprobados por ella; ni solamente porque contengan la revelación sin
error; sino porque escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y
como tales han sido transmitidos a la misma Iglesia.” (Concilio Vaticano I, Sesión III del 24 de abril
de 1870; Constitución dogmática sobre la fe católica, Capítulo 2, De la revelación; Denzinger #
1787; negritas añadidas).

Dado que los libros sagrados tienen una autoridad intrínseca que proviene de su Autor, su
carácter canónico no depende de la sanción humana en general, ni eclesiástica en particular. La
Iglesia no decidió ni decretó el canon, sino que lo discernió o reconoció, y a continuación
lo confesó y proclamó. En esto cumplió su vocación como columna y baluarte de la verdad.

En el siglo XV Martín Lutero pensó que los primeros cristianos usaban el "canon judío de Palestina"
(los libros escritos en hebreo), 39 libros.

Martín Lutero (1483-1546) no había entrado a la Universidad ni mucho menos había sido ordenado
al finalizar el siglo XV. Es obvio que nuestro autor no es muy cuidadoso en sus afirmaciones.

Además, las opiniones del Dr. Lutero no diferían mucho de las sostenidas muy poco antes que él por
algunos ilustres y muy ortodoxos biblistas católicos (sin contar los Padres).

Pero en realidad los 46 libros del "canon Alejandrino" o "traducción de los Sesenta" (la traducción al
griego de los libros hebreos, pues el griego era el idioma internacional de este tiempo) era aceptado
por la gran mayoría de los judíos dispersos por todo el mundo (la "diáspora"). Alejandría era el más
grande e importante centro judío en el mundo de habla griega.

Lo del "canon Alejandrino" es una leyenda que ya no puede sostenerse. Una cosa es que los judíos
helenísticos emplearan la Septuaginta, y otra muy diferente es que tuvieran un canon diferente del
Hebreo. Durante mucho tiempo se habló de un “canon Alejandrino” más amplio que el Hebreo. Sin
embargo, no existe evidencia de que tal canon más amplio haya existido jamás. Copio a
continuación dos citas representativas del estado actual de la opinión:

El canon Alejandrino
El Antiguo Testamento, tal como ha venido en traducción griega de los judíos de Alejandría
por vía de la Iglesia Cristiana difiere en muchos aspectos de las Escrituras hebreas. Los
libros de la segunda y tercera divisiones [Trad., Profetas y Escritos] han sido redistribuidos y
dispuestos según categorías de literatura – historia, poesía, sabiduría y profecía. Ester y
Daniel contienen materiales suplementarios, y muchos libros no canónicos, sea de origen
hebreo o griego, se han entremezclado con las obras canónicas. Estos escritos
extracanónicos comprenden I Esdras, la Sabiduría de Salomón, Eclesiástico (ben Sirá),
adiciones a Ester, Judit, Tobit, Baruc, la carta de Jeremías, y adiciones a Daniel, como se
enumeran en el manuscritos conocido como Codez Vaticanus. (ca. 350 E.C.). La secuencia
de los libros varía, empero, en los manuscritos y en las listas sinódicas y patrísticas de las
Iglesias occidentales y orientales, algunas de las cuales incluyen también otros libros, como
I y II Macabeos.
Debiera notarse que el contenido y la forma del inferido canon judío alejandrino original no
puede no puede ser determinado con certeza porque todas las Biblias griegas existentes son
de origen cristiano. Los mismos judíos de Alejandría pueden haber extendido el canon que
recibieron de Palestina, o ellos pueden haber heredado sus tradiciones de círculos palestinos
en los cuales los libros adicionales habían ya sido considerados como canónicos. Es
igualmente posible que las adiciones a las Escrituras hebreas sean de origen cristiano.
Encyclopedia Britannica
...........................

En contra de lo que se pensó durante largo tiempo, no existió nunca un verdadero «canon
alejandrino» de lengua griega, que pudiera ser considerado como un canon paralelo al
«palestino» de lengua hebrea...
La teoría tradicional sobre la existencia de un «canon alejandrino», que supuestamente
incluía más libros que el canon palestino, se basaba, entre otros datos, en el hecho de que
los códices de LXX contenían varios de los libros apócrifos. Sin embargo, es preciso tener en
cuenta que los grandes códices del s. V tenían una extensión muy superior a la de los
códices de siglos anteriores ... Los códices griegos reflejan en definitiva la situación de los
ss. IV y V, que no es comparable en modo alguno con la de siglos anteriores.
Es frecuente suponer que Filón y los judíos helenistas no compartían el parecer de los
rabinos de Palestina, según el cual el espíritu de profecía había cesado hacía siglos... De
hecho las obras de Filón no citan ni una sola vez los libros apócrifos, lo cual invalida toda la
hipótesis de un canon helenístico. Por otra parte, sería bien extraño que un libro como 1
Mac[abeos], que insiste en que la profecía había cesado hacía tiempo (4,46; 9,27; 14,41)
pudiera formar parte de un supuesto canon helenístico, cuya existencia se apoya
precisamente en la afirmación de que la profecía no ha cesado todavía, en una época incluso
posterior.
La teoría del canon alejandrino tenía otros dos soportes que se han venido igualmente a
tierra. El primero era que el judaísmo helenístico y el judaísmo palestino eran realidades
distintas y distantes. El segundo era que los libros apócrifos fueron compuestos en su
mayoría en lengua griega y en suelo egipcio.
Julio Trebolle Barrera, La Biblia judía y la Biblia cristiana. Madrid: Trotta, 1993, p. 241-242.

Es bien sabido que el filósofo judío, Filón de Alejandría, a pesar de vivir en la ciudad donde
supuestamente se originó el canon alternativo, jamás cita los apócrifos/deuterocanónicos.

Alrededor de los años 90-100 d.C. algunos líderes judíos se reunieron para tratar el tema del canon
(conocido como el canon de Palestina) quitando los siete libros, su objetivo era regresar al canon
hebreo, y distinguirse así de los cristianos. Pensaban que lo que no fue escrito en hebreo no era
inspirado (aunque Eclesiástico y 1 de Macabeos estaban originalmente escritos en hebreo y Arameo).
Sin embargo, la discusión entre ellos siguió por muchos años, y sus decisiones no fueron
universalmente reconocidas.

Las discusiones de los rabinos en Jamnia (entre 85 y 115), en una academia establecida por
Yohanan ben Zakkai, no “quitaron” siete libros que nunca estuvieron allí en primer lugar. Las
discusiones giraron en torno a la propiedad de la pertenencia de algunos libros como Ezekiel,
Cantares, Qohélet (Eclesiastés) y Ester, que ya eran aceptados. Y de hecho, no modificaron en
absoluto lo que hacía tiempo estaba establecido.

“El resultado de sus debates [de Yohanan ben Zakkai y otros] fue que, pese a las
objeciones, Proverbios, Eclesiastés, Cantares y Ester fueron reconocidos como canónicos;
Eclesiástico no fue reconocido (TB Shabbat 30 b; Mishná Yadaim 3:5; TB Magillah 7 a; TJ
Megillah 70 d). Los debates de Jamnia «no tienen que ver con la aceptación de ciertos
escritos dentro del Canon, sino más bien con su derecho a permanecer allí» (A. Bentzen,
Introduction to the Old Testament, i [Copenhagen, 1948], p. 31). Hubo alguna discusión
previa en la escuela de Shammai acerca de Ezekiel, que ya hacía mucho estaba incluido
entre los Profetas, pero cuando un rabino ingenioso mostró que realmente no contradecía a
Moisés, como se había alegado, se allanaron las dudas (TB Shabbat 13 b).”
F.F. Bruce, Tradition Old and New. The Paternoster Press, 1970, p. 133, n. 1 (TB = Talmud de Babilonia; TJ = Talmud de
Jerusalén).

Lo más significativo de las conclusiones de estos rabinos fue su resolución de no innovar.

Si se me permite resumir lo expuesto hasta ahora:

1. El canon católico no es igual ni al ortodoxo ni al protestante.


2. Los libros de los que tratamos se denominan históricamente “apócrifos” o “eclesiásticos”. La
denominación “deuterocanónicos” es tardía (siglo XVI).
3. No hubo decisión taxativa y precisa de ningún concilio ecuménico acerca de la extensión del
canon antes del gran cisma del siglo XI. Las decisiones de sínodos locales no obligan a toda la
cristiandad.
4. Las opiniones de Lutero sobre el canon del Antiguo Testamento no diferían de la de muchos
Padres ni de las de eruditos católicos contemporáneos suyos.
5. No hay evidencia de que haya existido un “canon alejandrino” a la par del canon hebreo del
Antiguo Testamento.
6. Los rabinos reunidos en Jamnia no introdujeron modificaciones. Tras muchas deliberaciones,
terminaron ratificando el canon que era aceptado desde mucho tiempo atrás, probablemente de la
era precristiana.

Había mucho desacuerdo entre los diferentes grupos y sectas judíos. Los saduceos solamente
confiaban en el Torá, los fariseos no podían decidir sobre Ester, Cantares y Eclesiastés. Solamente en
el segundo siglo los fariseos decidieron 39 libros.

Como ya dije, es un error sostener que los fariseos “decidieran” 39 libros en el siglo II. Más bien, en
ese tiempo quedó formalmente establecida la posición sostenida por mucho tiempo antes de su
“oficialización”. En cuanto a los saduceos, la noción de que solamente admitían la Torá (los cinco
libros de Moisés, o Pentateuco) parece haber surgido de una confusión de algunos Padres como
Hipólito, Orígenes y Jerónimo. He aquí el juicio de dos referencias confiables:

La opinión de numerosos Padres de la Iglesia en el sentido de que los saduceos reconocían


únicamente el Pentateuco y rechazaban los Profetas no cuenta con apoyo alguno en Josefo
y, en consecuencia, es considerada errónea por la mayor parte de los investigadores
modernos.
Emil Schürer, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús. Edición revisada por Geza Vermes y otros. Trad. Cast. Madrid:
Cristiandad, 1985, vol. 2, p. 530-531.

Su actitud fundamental es una fidelidad al sentido literal de la escritura, el mantenimiento


de la Sola Scriptura, frente a las tradiciones y a la ley oral de los fariseos: los sacerdotes son
los únicos intérpretes auténticos de esta Torah... los saduceos, contrariamente a lo que
afirmaron algunos padres de la Iglesia, admitían como Escritura otros libros además del
Pentateuco, por más que éste tuviese a sus ojos valor preponderante...
R. Le Déaut, Los saduceos. En Augustin George y Pierre Grelot (Dir.), Introducción Crítica al Nuevo Testamento. Trad. Cast.
Barcelona: Herder, 1982, vol. 1, p. 159.

En sus discusiones con los saduceos y fariseos, Jesucristo nunca se dirigió a ellos como si los
primeros aceptasen un canon y los segundos otro. La principal diferencia era que los fariseos
sostenían la existencia de dos Leyes, la escrita (en particular el Pentateuco) y la oral, que también
habría sido dada a Moisés en el Sinaí. Los saduceos no aceptaban la presunta “torah oral” que para
los fariseos era vinculante. Y si bien es cierto que los saduceos consideraban al Pentateuco como
dotado de una autoridad especial por encima de los Profetas y los Escritos (la segunda y tercera
divisiones del canon hebreo), también los fariseos tenían al Pentateuco en particular estima. Por
ejemplo, en el Talmud -que refleja la tradición farisea- se establece que puede venderse un rollo de
los Profetas para adquirir uno de la Ley, pero que lo inverso es ilícito.

El apóstol Pablo, que viajó por todo el mundo de hablar griego, utilizaba la versión de los LXX.

No cabe duda de que la Septuaginta (versión de los LXX, una traducción del Antiguo Testamento al
griego producida en Alejandría entre los siglos III a I a.C.) fue la Biblia empleada corrientemente por
los apóstoles, los escritores del Nuevo Testamento y los primeros cristianos. Pero este hecho no
convalida la autoridad canónica de los libros eclesiásticos, por varias razones.

En primer lugar, porque en la época apostólica no había otra traducción a la cual apelar.

En segundo lugar, porque el Nuevo Testamento jamás cita un libro apócrifo/eclesiástico como
Escritura (no porque sus autores no los conocieran).

En tercer lugar, porque no hay evidencia de que en la era precristiana la Septuaginta circulase en
códices con todos los libros compilados en una misma encuadernación. El modo usual era el rollo,
por lo cual el texto bíblico circulaba como rollos separados.

Cuando a San Jerónimo se le pidió que tradujera la Biblia en latín (en 382 d.C.) optó por seguir la
decisión de los judíos y rechazó los siete libros, llamándolos "apócrifos". Esta decisión de Jerónimo
fue rechazada por los concilios ya mencionados Y Jerónimo aceptó la decisión de los concilios.

Difícilmente pudieran decirse más inexactitudes en igual espacio.

1. En 382 nadie le pidió a Jerónimo que tradujese “la Biblia” al latín. Por ese año, el obispo de Roma,
Dámaso I, le solicitó a Jerónimo, a quien tenía en gran estima como erudito bíblico, que revisara los
Evangelios y los Salmos de la antigua versión latina. Jerónimo puso manos a la obra y completó la
tarea con bastante rapidez.

2. Luego de la muerte de Dámaso en 384, Jerónimo emigró al Oriente, y en 386 se estableció en


Belén de Judea. Allí continuó por su propia cuenta (sin encargo oficial) con una traducción al latín
basada en el texto de la Septuaginta. Pero llegó a la conclusión de que para hacer bien su tarea,
debía basarse en el texto hebreo. De modo que aproximadamente entre 391 y 404 Jerónimo se
ocupó de esta labor.

3. Los concilios provinciales de Hipona (393) y Cartago (397) tomaron como texto estándar no la
Vulgata de Jerónimo –que estaba en plena preparación y por siglos no sería conocida por tal
nombre- sino la versión Latina Antigua.

4. Jerónimo expresó su punto de vista sobre el canon del Antiguo Testamento privadamente en el
prefacio a Samuel y Reyes, dirigido a sus amigos Eustoquio y Paula, que data de 391.

Jerónimo enumera el canon hebreo exactamente, y da cuenta de la doble numeración como 24 ó 22,
según si Ruth y Lamentaciones se contasen por separado o añadidos, respectivamente, a Jueces y
Jeremías: “Y así hay también veintidós libros del Antiguo Testamento; esto es, cinco de Moisés, ocho
de los profetas, nueve de los hagiógrafos, aunque algunos incluyen Ruth y Kinoth (Lamentaciones)
entre los hagiógrafos, y piensan que estos libros han de contarse por separado; tendríamos así
veinticuatro libros de la Antigua Ley”. Desde luego, los 22 ó 24 se corresponden exactamente con el
canon hebreo y protestante; la diferencia entre los 39 contados por este último se debe a que
Esdras-Nehemías, Samuel, Reyes y Crónicas se cuentan como dos libros cada uno (suma 4), y los
Profetas menores, que se incluían un solo rollo en la Biblia hebrea, se cuentan por separado (suma
11). Luego prosigue Jerónimo:

“Este prólogo a las Escrituras puede servir como un prefacio con yelmo [galeatus] para todos los
libros que hemos vertido del hebreo al latín, para que podamos saber –mis lectores tanto como yo
mismo- que cualquiera [libro] que esté más allá de estos debe ser reconocido entre los apócrifos.
Por tanto, la Sabiduría de Salomón, como se la titula comúnmente, y el libro del Hijo de Sirá
[Eclesiástico] y Judit y Tobías y el Pastor no están en el Canon.”

Jerónimo trazó la diferencia entre los libros canónicos y los eclesiásticos como sigue:

“Como la Iglesia lee los libros de Judit y Tobit y Macabeos, pero no los recibe entre las Escrituras
canónicas, así también lee Sabiduría y Eclesiástico para la edificación del pueblo, no como autoridad
para la confirmación de la doctrina.”

De igual modo, subrayó que las adiciones a Ester, Daniel y Jeremías (el libro de Baruc) no tenían
lugar entre las Escrituras canónicas.
Fuente: Prefacio a los Libros de Samuel y Reyes. En Nicene and Post-Nicene Fathers, 2nd Series, vol. 6, p. 489-490.

5. No hay la menor indicación de que Jerónimo se hubiese dado por enterado de las decisiones de
los sínodos africanos. Varios años más tarde, en 403, escribió una larga carta a Laeta, quien le había
consultado sobre la crianza de su hija Paula. Jerónimo da una serie de consejos; entre ellos, que la
instruya en las Escrituras, sugiriendo el orden en que ha de leerlas. Luego agrega:

"Que [Paula] evite todos los escritos apócrifos, y si ella es llevada a leerlos no por la verdad de la
doctrinas que contienen sino por respeto a los milagros contenidos en ellos, que ella entienda que
no son escritos por aquellos a quienes son adjudicados, que muchos elementos defectuosos se han
introducido en ellos, y que requiere una discreción infinita buscar el oro en medio de la suciedad."
Epístola 107:12 (Nicene and Post-Nicene Fathers, 2nd Series, vol. 6, p. 194) ; negritas añadidas.

6. Finalmente, Jerónimo no realizó traducciones de los libros apócrifos, con excepción de Judit y
Tobías, que tradujo apresuradamente del arameo por pedido de algunos amigos. Los restantes
apócrifos fueron añadidos a la versión de Jerónimo tal como estaban en la versión Antigua Latina.
Como puede verse, el autor del artículo simplemente desconoce los hechos.

Al fin y al cabo, los judíos expulsaron a los cristianos de la sinagoga y no les dejaron participar en la
decisión sobre el canon. Hoy en día muchos se basan en las decisiones judías sobre el canon. Ahora
bien, esos mismos judíos habían ya decidido rechazar a Jesús como Mesías: ¿por qué dar a ellos la
autoridad sobre el canon del AT?

¿Por qué, diría yo, dar autoridad a los judíos de la diáspora por encima de los de Judea?

Este argumento es uno de los más extraños que presenta el autor de este curioso escrito. Primero
apela a la existencia de un supuesto “canon Alejandrino” más amplio que el Hebreo. Ahora
argumenta que los judíos no tenían autoridad en primer lugar para decidir qué libros del Antiguo
Testamento eran canónicos. En otras palabras, les niega a los judíos palestinos la autoridad que les
reconoce a los judíos de la diáspora. ¿con qué criterio? ¿no son unos y otros judíos? ¿los judíos de
Roma que aparecen en Hechos 28, o los de Tesalónica, etc, eran más judíos que los residentes en
Palestina?

Si se arguye que la decisión fue tomada en Jamnia a fines del siglo I, replico que se equivocan.
Como ya indiqué antes, en Jamnia sólo se ratificó un consenso que venía de mucho antes.

Martín Lutero y los demás reformadores decidieron seguir la decisión judía de basar el canon del AT
sobre el idioma hebreo y sacaron los siete libros de su Biblia. Los llamaron "apócrifos" siguiendo la
idea de San Jerónimo. Así comenzó la Biblia Protestante.

Otro concentrado de inexactitudes a las cuales nos tiene acostumbrado el anónimo autor. Lutero en
particular no era lo que se dice un apasionado de las opiniones judías. Los Reformadores admitieron
el canon Hebreo porque su autenticidad era indudable, y porque los más doctos eruditos y Padres
eran de igual opinión.

Sí es correcto que los llamaron apócrifos, siguiendo a Jerónimo. Pero no es cierto que los sacaron de
la Biblia. Por siglos continuaron siendo incluidos en las principales versiones protestantes, a menudo
agrupados entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. En general, con la advertencia de Jerónimo, de
que debían emplearse para edificación pero no para formular o defender doctrinas.

-En el tiempo de la Reforma, Lutero (1534) introdujo la idea de calificar los varios libros del NT según
lo que él consideraba su autoridad.
- Otorgó un grado secundario a Hebreos, Santiago, Judas y Apocalipsis, los puso al final de su
traducción.
-Hizo igual con los siete libros del AT, pero no los quitó de la Biblia.
-Dijo que no son iguales a las Sagradas Escrituras, pero sí son útiles y buenos para leer (Artículo VI
de los 39).

¿En qué quedamos? Primero dice que los quitó, ahora que no los quitó...

El criterio distintivo de Lutero fue hasta qué punto cada libro daba testimonio de Cristo. Pero
la idea de un “canon dentro del canon” no nació con Lutero. Puede remontarse a Ireneo, trazarse en
Orígenes y Eusebio de Cesarea, y poco antes de Lutero, en sus contemporáneos católicos Erasmo de
Rotterdam y el Cardenal Tomás de Vío (conocido como Cayetano).

Los 39 artículos son anglicanos. No fueron escritos por Lutero.

-En 1643 el profesor John Lightfoot les llamó ”apócrifa desgraciada”.


-En 1827 la Sociedad Británica y Extranjera de la Biblia los omitió completamente en su Biblia.
-Luego, otras editoriales hicieron lo mismo.

La decisión definitiva de la SBBE se tomó en 1826 y se sostuvo hasta 1968. Los excluyeron por
razones prácticas, ya que de todos modos no los consideraban inspirados. Otras Sociedades Bíblicas
continuaron incluyéndolos conforme al uso eclesiástico establecido.

Algunos hermanos dicen que la Iglesia católica añadió estos siete libros en el Concilio de Trento
(siglo XVI), pero Lutero no hubiera podido rechazar estos libros si ellos no hubieran estado ya en el
canon.

Los libros se incluían en los manuscritos y en las primeras versiones impresas. Ello no les confería
condición canónica, sino que daba testimonio de un uso antiguo. Durante siglos los libros
apócrifos/eclesiásticos/deuterocanónicos habían estado allí, lo que no significaba que se los
considerase canónicos al mismo nivel que el canon hebreo. Lo que tuvo de particular la decisión de
Trento es que por primera vez un concilio que pretendía ser ecuménico se arrogó la potestad de
establecer como artículo de fe la lista de libros canónicos incluyendo los apócrifos, con el
acostumbrado anatema para quienes la rechazaren.

Como es bien sabido, en los grandes concilios ecuménicos de la antigüedad (antes del cisma entre la
Iglesia Occidental y la Oriental) participaban cientos de obispos. No ocurrió otro tanto en Trento, el
concilio que determinó dogmáticamente la posición católica con respecto al canon de la Biblia.

Es un hecho que el Concilio de Trento tuvo una historia tan larga como accidentada. Fue inaugurado
el 13 de diciembre de 1545 tras inevitables dilaciones, “con la asistencia de sólo 31 obispos, en su
mayoría italianos... El concilio se había asignado además su propia forma, que se alejaba
notablemente del estatuto de los concilios del siglo quince.” (Hubert Jedin, S.J., Breve historia de los
Concilios. Barcelona: Herder, 1963, p. 115, 116). Luego se agregaron más obispos. Una de las
primeras cosas a considerar fue el tema de la revelación y las relaciones entre Escritura y Tradición.

“Se gestó considerable debate sobre si debía hacerse una distinción entre dos clases de libros
(Canónicos y Apócrifos) o si debían identificarse tres clases (Libros Reconocidos; Libros Disputados
del Nuevo Testamento, luego generalmente reconocidos; y los Apócrifos del Antiguo Testamento).
Finalmente el 8 de abril de 1546, por un voto de 24 a 15, con 16 abstenciones, el Concilio
sancionó un decreto (De Canonicis Scripturis) en el cual, por vez primera en la historia de la
Iglesia, la cuestión del contenido de la Biblia fue hecho un artículo absoluto de fe y confirmado con
un anatema.”
Bruce M. Metzger, The Canon of the New Testament- Its origin, development, and importance. Oxford: Clarendon Press, 1987, p. 246;
negritas añadidas.

No había allí 318 obispos de toda la cristiandad, como en Nicea, ni 600 como en Calcedonia, ni
siquiera 150 como en I Constantinopla. No, nada más que 55 obispos, la mayoría italianos. Y el
desdichado decreto sobre el canon se sancionó con el voto favorable de menos de la mitad de los
presentes.

Resumen:

1. No hay evidencia de que los saduceos reconocieran un canon escritural diferente del reconocido
por los fariseos.

2. La Septuaginta fue ampliamente usada por los cristianos, pero no hay evidencia de que en la
época apostólica circulase en forma de códice (libro) encuadernado con inclusión de los apócrifos.
Tampoco hay evidencia de que Jesús o los apóstoles considerasen inspirados estos libros.

3. La traducción de Jerónimo del AT no fue encomendada por autoridad eclesiástica alguna, ni


sancionada oficialmente hasta el Concilio de Trento.

4. Los cánones de Hipona y Cartago no eran vinculantes para toda la cristiandad, y Jerónimo
continuó firme en su opinión después de ambos sínodos.

5. Jerónimo no tradujo la mayoría de los apócrifos, excepto Judit y Tobías a pedido de amigos.

6. La opinión de Lutero con respecto al canon no es singular. Además, no excluyó los apócrifos de su
edición de la Biblia.

7. En el Concilio de Trento, en 1546, un puñado de obispos occidentales (mayormente italianos)


declaró por vez primera como artículo de fe para todos los cristianos que los libros apócrifos eran
Escritura sin distinción con el canon hebreo en cuanto a su canonicidad ni inspiración.

Otros dicen que no se citan en el NT. Pero, tampoco el Nuevo Testamento cita Ester, Abdías y Nahum,
y sin embargo los hermanos los aceptan en su Biblia.

No hay comparación posible. Para la época de Jesús la división tripartita del canon –Torah, Profetas,
Escritos- estaba muy claramente establecida, como lo demuestran las propias palabras del Maestro:

Después les dijo: «Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con
vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y
en los Salmos acerca de mí.» (Lucas 24:44)

Los expertos coinciden en entender aquí la referencia a los Salmos como una sinécdoque de los
denominados “Escritos”. Ester formaba parte de ellos, y por tanto su canonicidad es indirectamente
atestiguada aunque no se lo cite, probablemente porque los autores del NT no necesitaron hacerlo.

Igualmente, Abdías y Nahum formaban parte de un único libro, el de los Doce Profetas menores.
Estos constituían un único rollo, de modo que el hecho que se citen otras partes del mismo rollo
(megillah-séfer), como Amós, Miqueas, Joel y Malaquías avala todo su contenido.

En conjunto hay alrededor de 250 citas directas del canon hebreo del Antiguo Testamento en el
Nuevo (las alusiones alcanzan 10 veces más). Sin embargo, ningún libro apócrifo/deuterocanónico
se cita siquiera una vez como Escritura. Consideradas por título, se citan el 80% de los
pertenecientes al canon hebreo, cifra que asciende a 90% si se consideran por rollo. Valores harto
significativos comparados con el 0% de los deuterocanónicos/ apócrifos.
Los cristianos usaban el rollo grande más que el pequeño por ser escrito en griego. El griego, idioma
universal de este tiempo, era el idioma del NT.

Antes de la era cristiana (y aún hoy en el uso litúrgico de la Biblia hebrea) las Escrituras no venían
encuadernadas todas juntas, sino en rollos individuales. Esto se debía a varias razones. Una de ellas
era práctica: el formato limitaba la extensión del texto que podía incluirse en cada rollo individual.
Por ejemplo, el gran rollo de Isaías recuperado entre los manuscritos del Mar Muerto se aproxima a
este límite con una altura de 25 cm y una extensión de algo más de siete metros. En cambio, como
dije, los Profetas Menores podían ser incluidos todos en un único rollo. Era virtualmente imposible
contar con todo el AT manuscrito en un solo rollo.

Retornando a la afirmación de nuestro apologista, a principios de la era cristiana no existía el


Antiguo Testamento en un “rollo grande” y otro “rollo pequeño”.

No fue sino hacia fines del siglo I de nuestra era ó principios del siguiente que los manuscritos
bíblicos comenzaron a coleccionarse en códices (formato similar al de los libros modernos). El códice
era menos voluminoso y mucho más cómodo para buscar textos que el rollo, en el cual había que
desenrollar un extremo y enrollar el otro hasta hallar el texto deseado; es la misma diferencia que
buscar una pista en una casete y buscarla en un CD.

Ahora bien, excepto por algunos fragmentos, los principales códices de la Septuaginta que han
llegado a nosotros son de origen cristiano, de modo que mal pueden emplearse para sostener un
presunto “canon palestino”. Los cristianos coleccionaron escritos que eran reconocidos
unánimemente como canónicos junto con otros que no lo eran, tanto para el Antiguo como para el
Nuevo Testamento. De modo que la mera presencia de un libro en un códice antiguo no lo torna ni
canónico ni inspirado por esta sola causa (ver más abajo).

Justino Martir escribió que la Iglesia tenía un AT distinto al de los judíos. Sin embargo, por
consideración a los judíos, sobre todo en las controversias, algunos representantes aislados de la
Iglesia, por lo menos en la práctica, no pusieron ya desde el principio, los siete en la misma línea con
los otros 39.

Sí, es cierto que en el fragor de la controversia Justino acusó a los judíos de haber adulterado las
Escrituras. No sé cuál texto tiene en mente el autor católico, pero yo recuerdo haberlo leído en el
Diálogo con Trifón el judío, capítulo 73. Allí dice: Y del salmo noventa y cinco, de las palabras de
David, suprimieron estas breves expresiones: “De lo alto del madero”. Pues diciendo la palabra:
«Decid entre las naciones: El Señor reina desde lo alto del madero», sólo dejaron: “Decid entre las
naciones: El Señor reina”.

Esta frase cuya omisión cuestiona Justino es desconocida en los manuscritos tanto hebreos como
griegos. Por tanto, cabe pensar que Justino estaba errado y que su interlocutor tenía razón.

Habitualmente cuando Justino menciona las Escrituras se refiere al Antiguo Testamento, al cual
conoce fundamentalmente en la antigua versión Septuaginta. Un aspecto interesante es que en la
actualidad los católicos apelan al hecho de que los manuscritos de la Septuaginta incluyan los libros
que desde el siglo XVI llaman “deuterocanónicos” (y nosotros apócrifos) como prueba de la
existencia de un imaginario “canon alejandrino” similar si no idéntico al establecido dogmáticamente
en el Concilio de Trento. Ahora bien, el maestro y mártir Justino emplea la Septuaginta, de la cual
cita profusamente del Pentateuco, de los profetas y de los salmos. Sin embargo, el examen de sus
escritos muestra que jamás cita textos de los apócrifos/deuterocanónicos.
Justino conoce también y cita los Evangelios sinópticos, a los cuales llama “memorias de los
Apóstoles”, y menciona que se leían en los cultos cristianos. La mayor parte de las citas evangélicas
provienen de Mateo, pero también apela a Lucas y ocasionalmente a Marcos. Rara vez apela al
Evangelio de Juan, aunque debió conocerlo.

Además hay en sus obras, particularmente en el Diálogo con Trifón, alusiones a algunas cartas
paulinas, en concreto Efesios, Romanos y 1 Corintios; asimismo, una alusión en el capítulo 81 del
citado Diálogo..., muestra que conocía el Apocalipsis y le atribuía autoridad apostólica.

Los judíos de Palestina decidieron el canon del AT alrededor de los años 90-100, como se dijo,
rechazando los siete libros escritos en griego.

Como ya he dicho y repetido, las discusiones de Jamnia no resultaron en ninguna novedad, sino en
la reafirmación de lo que ya se creía desde mucho antes. No por mucho repetir una falacia se torna
verdadera.

Algunos hermanos se basan en Ro 3, 1-2 para decir que el cristiano debe reconocer esta decisión
judaica palestina: "¿Qué ventaja tiene pues el judío? Primero ciertamente que les ha sido confiada la
palabra de Dios". Sin embargo, de aquí no se sigue que ellos tengan más autoridad que la Iglesia del
Nuevo Testamento para aprobar los libros sagrados. ¿Cómo puede ser que rechacen al Mesias, si a
ellos había sido confiada precisamente la Palabra de Dios? El hecho de que Dios les haya dado la
Palabra de Dios no garantiza que sean infalibles en su interpretación o discernimiento; si lo hubiesen
sido, nunca hubiesen rechazado al Mesias. Además: ¿quiénes tenían que decidir el canon? ¿Qué
judíos? ¿Qué autoridad? ¿Quiénes se reunieron en Jamnia para esa decisión? ¿Hay algún
documento?

Los resultados de las discusiones de Jamnia se conservan en el Talmud. De nuevo, no decidieron el


canon, sino que simplemente ratificaron, frente a algunas objeciones, el consenso precristiano.

El resto de las objeciones son insustanciales. En el griego dice que «les han sido confiados los
oráculos [logia] de Dios». El verbo griego es pisteuô que significa “creer”, “confiar”, “tener fe”, y en
voz pasiva (como en este caso), “confiar” algo a alguien. Aparece en este último sentido en otros
tres sitios del Nuevo Testamento: Lucas 16:11, 1 Timoteo 1:11 y Tito 1:3. Lucas 16:11 es una
pregunta retórica de Jesús: “El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es
injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho. Así, pues, si no fuisteis fieles en el Dinero injusto,
¿quién os confiará lo verdadero?” (vv. 10-11). Aquí “confiar” o “encomendar” significa claramente
entregar en depósito a alguien confiable.

Los otros dos pasajes, ambos de Pablo, son todavía más relevantes (añado negritas):

"..según el Evangelio de la gloria de Dios bienaventurado, que se me ha confiado." (1 Timoteo


1:11)

"Pablo, siervo de Dios, apóstol de Jesucristo para llevar a los escogidos de Dios a la fe y al pleno
conocimiento de la verdad que es conforme a la piedad, con la esperanza de vida eterna, prometida
desde toda la eternidad por Dios que no miente, y que en el tiempo oportuno ha manifestado su
Palabra por la predicación a mí encomendada según el mandato de Dios nuestro
Salvador..." (Tito 1:1-3)
Como puede verse, en las palabras del Señor se trata de confiar algo verdadero para ser custodiado.
En las otras dos referencias de Pablo, el depósito de que se habla es nada menos que el Evangelio y
su predicación. Por tanto, cuando el Apóstol dice que a los judíos les fueron confiados los dichos u
oráculos de Dios, debe entenderse sin duda la totalidad de la revelación del Antiguo Testamento,
hecho admitido por comentaristas católicos:

A la pregunta formulada por el imaginario interlocutor responde Pablo, en general, que la


superioridad es grande en muchos aspectos. Ante todo –y como fuente de todos los privilegios no
enumerados aquí [cf. Romanos 9:1-5- Fernando D. Saraví]- , a los judíos les ha sido confiada la
revelación de Dios, especialmente las promesas mesiánicas [Nota al pie: Entendemos por
logia todo el A.T., sobre todo las promesas...].
José Ignacio Vicentini, S.I. Carta a los Romanos. En La Sagrada Escritura. Texto y comentario por Profesores de la Compañía de Jesús,
2ª Ed. Madrid: BAC, 1965, NT vol. II, p. 199; negritas añadidas.

Además, el mismo Pablo refutó de antemano las objeciones de nuestro anónimo defensor de los
apócrifos; pues el mismo texto que él cuestiona, prosigue:

"Pues, ¿qué? Si algunos de ellos fueron infieles, ¿frustrará, por ventura, su infidelidad la fidelidad de
Dios? ¡De ningún modo! Dios tiene que ser veraz y todo hombre mentiroso, como dice la Escritura:
Para que seas justificado en tus palabras y triunfes al ser juzgado." Romanos 3:3-4

De manera que resulta muy impropio rebajar la declaración de Pablo en Romanos 3:2 cuestionando
la prerrogativa divinamente otorgada a los hebreos de ser receptores, guardianes y
custodios de la revelación del Antiguo Pacto. Y que esto no es modificado en absoluto por la
infidelidad de una parte de Israel lo afirma explícitamente el Apóstol en el mismo texto.

Además, los judíos demostraron efectivamente ser diligentes y celosísimos conservadores y


guardianes de las Escrituras, como lo muestra la fidelidad de la transmisión del texto hebreo a lo
largo de los siglos.

Los manuscritos más antiguos del AT (por mil años) contienen los Deuterocanónicos. Salvo la
ausencia de Macabeos en el Codex vaticanus, el más antiguo texto griego del AT, TODOS LOS
DEMAS manuscritos contienen los siete libros.

Si nos limitamos a los más antiguos códices de la Septuaginta que se conservan, es decir el
Alejandrino (A), el Vaticano (B) y el Sinaítico (Alef), vemos que:

El Códice Alejandrino, del siglo V, incluye las adiciones griegas a Ester y Daniel, Baruc, Tobit, Judit,
1 y 2 Macabeos, la Sabiduría de Salomón, y la Sabiduría de Jesús ben Sirá (= Eclesiástico).
Pero también incluye libros que la Iglesia Católica nunca admitió como canónicos, a saber: 1 Esdras
(no confundir con el Esdras canónico), 3 y 4 Macabeos y, en el Nuevo Testamento, 1 y 2 Clemente y
los Salmos de Salomón.

El Códice Vaticano, del siglo IV, incluye la Sabiduría, el Eclesiástico, adiciones a Ester y Daniel,
Judit, Tobit, Baruc con la epístola de Jeremías, pero también 1 Esdras, nunca aceptado como
canónico, y excluye los libros de los Macabeos.

El Códice Sinaítico, también del siglo IV, incluye Tobit, Judit, 1 Macabeos y ambas
Sabidurías. Faltan Baruc y 2 Macabeos, pero están 4 Macabeos y, en el NT, la Epístola de Bernabé y
un fragmento de El Pastor de Hermas, libros nunca tenidos por canónicos por la Iglesia Católica.

Por tanto, la presencia de los libros eclesiásticos/deuteros/apócrifos en estos códices no es más


garantía de su canonicidad que la de 3 y 4 Macabeos, 1 Esdras ,1 y 2 Clemente, la Epístola de
Bernabé o El Pastor de Hermas.

“De los 850 documentos de los que han hallado restos en Qumrán, unos 223 son copias de distintos
libros del Antiguo Testamento; se hallan representados casi todos los libros de la Biblia hebrea
(menos Ester), y algunos deuterocanónicos (Tobías, y Ben Sira o Eclesiástico)...
Como se sabe, la actual Biblia hebrea tiene como base un manuscrito de Leningrado copiado el año
1008 D.C., y representa el texto consonántico oficial rabínico (Texto Masorético), fijado con toda
precisión en el siglo II d. C., y transmitido sin variantes hasta nuestros días. Frente a él, los cristianos
de Oriente y los occidentales no reformados utilizaron habitualmente los libros y el texto
representados por la antigua versión griega de los LXX... Al publicarse los primeros manuscritos
bíblicos de Qumrán, en concreto, dos rollos de Isaías encontrados en la cueva 1, se encontró que
estos textos -mil años más antiguos que los manuscritos medievales en que se basan las biblias
hebreas y anteriores a la unificación masorética.- eran prácticamente iguales al texto conocido”.
Los documentos del Qumrán, ¿qué aportan al cristianismo, por Eulalio Fiestas Le-Ngoc en Palabra,
Octubre 1994, p. 71.

Perfecto, esto corrobora la fidelidad con la que los escribas judíos conservaron el depósito de los
oráculos de Dios, de lo cual habla Pablo en Romanos 3:2 y 9:1-5.

La existencia de libros apócrifos/deuteros en Qumran no les confiere ningún valor canónico, pues se
hallaron allí muchos otros libros muy apreciados por la secta que nunca ingresaron al canon
hebreo ni tampoco al católico, como la Regla de la Congregación, el Génesis Apócrifo, el libro de
los Jubileos y La guerra de los hijos de la luz contra los hijos de la oscuridad.

Nota F.F. Bruce:

« Pero los hombres de Qumran no han dejado una declaración indicando precisamente cuáles de los
libros representados en su biblioteca tenían categoría de sagrada escritura en su estimación, y
cuáles no. Un libro que establecía la regla de la comunidad para la vida o la práctica litúrgica era sin
duda considerado como autoridad, del mismo modo que lo es (o lo era) el Libro de Oración Común
en la Iglesia de Inglaterra, pero esto no le daba status escritural.
...
Es probable, de hecho, que para comienzos de la era cristiana los esenios (incluida la comunidad de
Qumran) estuviesen en sustancial acuerdo con los fariseos y los saduceos acerca de los límites de
la Escritura hebrea.
F.F. Bruce, The Canon of Scripture. Downers Grove: InterVarsity Press, 1988, p. 39,40; negritas añadidas.

Los Padres conciliares (de Trento) sabían que los concilios africanos (Hipona, Cártago) del siglo IV
habían aceptado los libros deuterocanónicos; resulta curioso, que Trento, al aceptar un canon más
largo, parece haber conservado un auténtico recuerdo de los primeros días del cristianismo, mientras
que otros grupos cristianos, en su reconocido intento de volver al cristianismo primitivo, se
decidieron por un canon judío más reducido que, si están en lo cierto algunos investigadores
protestantes como A.C. Sundberg y J.P. Lewis, era una creación de época posterior".
¡Estos investigadores protestantes descubrieron que la Iglesia primitiva usaba el rollo grande!

Como dije, “el rollo grande” significando la Septuaginta con apócrifos, solamente existe en la
imaginación del autor. Las copias de la Septuaginta con apócrifos y otros libros no canónicos que se
han conservado no están en forma de rollo, sino de códice (libro).

Nada puede resultar “curioso” de Trento, si se recuerda que entre los obispos allí presentes
difícilmente habría alguno que estuviese enterado de los hechos históricos, mucho menos de los
resultados de la erudición más reciente. Tengo para mí que los obispos tridentinos obraron así
porque no conocían otra cosa. La conclusión de los eruditos protestantes que nombra (sin citar)
no le hace justicia a las enseñanzas de la vasta mayoría de los eruditos bíblicos que hasta el mismo
siglo XVI opinaron sobre el canon.

Cuando los autores del NT citan algo del AT, lo citan según la traducción griega de los Setenta el 86%
de las veces. Algunos hermanos admiten esto pero tratan de decir que los siete libros eran
"suplemento" del rollo grande, y por eso Cristo y los apóstoles no los citaron. Pero los autores del NT
no hacían esta distinción. Citar el rollo era admitir que todo ello es inspirado. Si eran falsos,
agregarlos como "suplemento" hubiera sido hacer impuro todo el rollo (y el culto en el cual se les
utilizaba). Sabemos la reverencia de lo judíos hacia las Sagradas Escrituras. Cuando Jesús entró en
la sinagoga para leer del libro (Lc 4, 6-17) hubiera sido un momento provechoso para decir que entre
los libros había siete que no eran inspirados.

Todo este párrafo se basa en el error ya apuntado de creer que todo el AT circulaba como un único
rollo ya fuera en su versión “corta” o “larga”. Todo indica que no era así, pues en tiempos de Jesús y
los Apóstoles se empleaban con exclusividad rollos separados para los diferentes libros (con algunas
excepciones como Esdras-Nehemías y los Doce Profetas Menores); ver Lucas 4:17, “el volumen de
Isaías” (= el rollo de Isaías; la palabra latina volumen significaba “algo enrollado”); posiblemente
también 2 Timoteo 4:13 atestigua este uso.

Por tanto, los Apóstoles y sus discípulos perfectamente podían usar los rollos de los libros canónicos
de la Septuaginta sin por eso avalar los rollos de los apócrifos.

Además, los siete sí son citados en la Tradición oral, como demuestran los padres apostólicos. Y son
citados directa o indirectamente en los siguientes: Mt 6, 7 alude a Eclo 7, 14. Mt 6, 14 alude a Eclo 28,
2; Ro 1, 19-32 alude a Sab de 12, 24 a 13, 9; Ef 6, 14 la idea está en Sab 5, 17-20, y Stg 1, 19 es
influenciado por Eclo 5, 13. 1 P 1, 6-7 se ve en Sab 3, 5-6. Compara Heb 1, 3 y Sab 7, 26-27 1 Co 10, 9-
10 con Jud 8, 24-25, 1 Co 6, 13 y Eclo 36, 20, etc. Es importante recordar que los hermanos aceptan
libros del AT que nunca son citados en el NT como Rut, Eclesiastés, Cantares, y que ¡la Carta de
Judas (vv. 14 y 9) cita a 1 Enoc y la “Asunción de Moisés”! ¿Por qué aceptar algunos libros, pero no
todos cuando fue la misma Iglesia que decidió aceptar toda la Biblia de una vez como la tienen los
católicos?

De nuevo, las decisiones de los sínodos locales de Hipona y Cartago no fueron vinculantes para la
Iglesia Universal o Católica.

Sobre el hecho de que algunos libros del canon hebreo no se citan en el Nuevo Testamento ya
hablamos antes.

Es cierto que el Nuevo Testamento hace alusión en Judas a un incidente que se narra en 1 Enoc,
pero esto no bastaría para conceder status canónico a este libro tardío. Primero, porque es posible
que ambos dependan de una fuente común. Lo que le concede status canónico a la tradición de Enoc
es precisamente que es citada en el Nuevo Testamento, no al revés. Y por otra parte este libro en
particular, 1 Enoc, jamás fue aceptado por católicos ni protestantes.
Por lo demás, en el Nuevo Testamento también hay citas de autores paganos (Hechos 17:28,
palabras que aparecen en el Himno a Zeus de Cleantes y en los Phaenomena de Arato; Tito 1:2,
palabras de Epimínides; y otros posibles ejemplos). Ello no le otorga estado canónico a estos autores
de la gentilidad. (Véase Poets, Pagan, Quotations from, en Merril C. Tenney, Ed., The Zondervan
Pictorial Bible Dictionary. London-Edinburgh: Marshall, Morgan & Scott, 1963 p. 672.)

Es asimismo correcto que en el NT existen alusiones a libros apócrifos/deuterocanónicos y a otros


que no pertenecen al canon católico (pseudoepigráficos, que los católicos llaman apócrifos). La
compilación más extensa que he podido hallar de estas alusiones, ¡treinta páginas! se encuentra en
las pp. 190-219 de la obra de Craig A. Evans, Noncanonical Writings and New Testament
Interpretation (Peabody: Hendrickson, 1992).

Lo que el entusiasta apologista católico no da señales de entender es que precisamente este gran
número de alusiones constituye la evidencia más palmaria de que los autores inspirados del Nuevo
Testamento conocían bien estos libros, y sin embargo no los citan jamás como Escritura.

Como hebreos que eran en su mayoría, es natural que conociesen mucha literatura judía no
canónica, hecho que es reflejado a menudo en su lenguaje, pero aún así no extrajeron ni siquiera
un texto de los apócrifos para citarlo formalmente como Escritura. Con lo cual esta
evidencia, lejos de probar la tesis católica, la refuta de manera terminante.

En resumen:

1. En el Nuevo Testamento se citan como Escritura el 80 % de los libros canónicos (ó 90 % si se los


cuenta como rollos) y 0 % de los apócrifos/deuterocanónicos.

2. En el tiempo de Jesús el Antiguo Testamento no se reunía en un libro, sino en rollos individuales


con un solo libro o varios breves. Era imposible escribir todo el Antiguo Testamento en un único rollo
de dimensiones manejables.

3. Romanos 3:1-2 y 9:1-5 enseña que las Escrituras del Antiguo Pacto (los oráculos de Dios y las
Promesas) les fueron confiadas a los judíos, y que la infidelidad de algunos de ellos no invalidaba
este hecho. Por tanto, los cristianos debemos admitir el canon hebreo.

4. Los más antiguos códices cristianos (Alejandrino, Vaticano y Sinaítico) difieren entre sí en cuanto
a los apócrifos/deuterocanónicos que incluyen, y además contienen libros que nunca fueron
admitidos como canónicos; por tanto la mera presencia de un libro apócrifo allí no es prueba de su
canonicidad.

5. La existencia de algunos apócrifos en la biblioteca del Mar Muerto tampoco es prueba de un canon
más amplio que el hebreo, por cuanto no tenemos una lista esenia de libros canónicos y además
había allí muchos libros que no se encuentran en el canon católico.

6. Es cierto que Justino empleó la Septuaginta, pero llamativamente no cita a los escritos
apócrifos/deuterocanónicos.

7. El Nuevo Testamento contiene numerosas alusiones a los apócrifos/deuterocanónicos, lo que


demuestra que los apóstoles y sus discípulos sí conocían estos libros. A pesar de ello, no los citan
jamás como Escritura.

Al fin y al cabo el debate sobre si los siete libros son apócrifos o no, es un debate sobre cómo
sabemos si ellos son inspirados. Y vimos que sin la Iglesia no podemos saber esto. El católico sabe
con certeza que la Biblia es inspirada porque la Iglesia católica dijo que lo era, la última vez en el
concilio de Trento.

¡Ajá! Hasta que por fin lo dijo...Toda la discusión está encaminada a justificar una autoridad
extralimitada de la Iglesia. Que no sería lo que hoy llamamos “Iglesia Católica”, sino la
auténticamente católica Iglesia antigua, que comprendía toda la cristiandad y no sólo parte de la
cristiandad occidental.

Según esto, un católico hubiera permanecido en la incertidumbre por más de quince siglos, ya que
no había decisión explícita previa de ningún concilio ecuménico. Y porque además, como explico más
abajo, la lista de libros canónicos del Antiguo Testamento de Hipona y Cartago no coincide
exactamente con la de Trento.

Los miembros de la Iglesia no sabemos que son inspirados por nosotros mismos, sino por el
testimonio del Espíritu Santo.

Martín Lutero en su Comentario sobre San Juan dijo: "Estamos obligados de admitir a los Papistas
que ellos tienen la Palabra de Dios, que la hemos recibido de ellos, y que sin ellos no tendríamos
ningún conocimiento de ésta".

Correcto, porque el Dr. Lutero se formó como “papista”, fue ordenado en la Iglesia Católica y,
naturalmente, conoció las Escrituras allí. No hubiera dicho otro tanto si hubiera nacido en Bizancio o
Antioquía.

Esta Iglesia pronunció que TODOS los 73 libros que componen el Antiguo y Nuevo Testamento son
revelación.

Sí, en 1546, en una decisión sin precedentes tomada por un puñado de obispos mal informados. El
Concilio había sido inaugurado el 13 de diciembre de 1545.

“El asunto de la Sagrada Escritura y la Tradición fue entonces traído para su discusión preliminar el
12 de febrero. Cuatro artículos tomados de los escritos de Lutero fueron propuestos a consideración
o más bien para su condenación. De estos, el primero afirmaba que la Escritura sola (sin tradición)
era la única y completa fuente de doctrina; el segundo que solamente el canon hebreo del Antiguo
Testamento y los libros reconocidos del Nuevo Testamento debían ser admitidos como provistos de
autoridad. Estos dogmas fueron discutidos por cerca de treinta eclesiásticos en cuatro reuniones.
Sobre el primer punto hubo un acuerdo general. Se admitió que la tradición era una fuente de
doctrina coordinada con la Escritura. Sobre el segundo punto hubo gran variedad de opiniones.
Algunos propusieron seguir el juicio del Cardenal Cayetano y distinguir dos clases de libros como, se
argumentó, había sido la intención de Agustín. Otros deseaban trazar la línea de distinción aún más
exactamente, y formar tres clases, (1) los Libros Reconocidos, (2) los Libros Disputados del Nuevo
Testamento, como habiendo sido luego generalmente recibidos, [y] (3) los Apócrifos del Antiguo
Testamento. Un tercer partido deseaba dar una mera lista, como la de Cartago, sin ninguna
definición adicional de la autoridad de los libros incluidos en ella, de modo de dejar el asunto abierto
todavía. Un cuarto partido, influenciado por una falsa interpretación de las decretales papales
previas, insistió en la ratificación de todos los libros del canon ampliado como de autoridad
igualmente divina. La primera opinión luego se fusionó con la segunda, y el 8 de marzo se
confeccionaron tres minutas comprendiendo las tres opiniones persistentes. Estas fueron
consideradas privadamente, y el 15 [de marzo] la tercera fue aceptada por una mayoría de voces. El
decreto en el cual fue finalmente expresada fue publicada el 8 de abril, y por primera vez la cuestión
del contenido de la Biblia fue hecho un artículo absoluto de fe y confirmado con un anatema.

Este decreto fatal, en el cual el Concilio, acosado por el miedo a los críticos laicos y “gramáticos”, le
dio un nuevo aspecto a toda la cuestión del canon, fue ratificado por cincuenta y tres prelados, entre
los cuales no había ningún alemán, ningún estudioso distinguido por su erudición histórica, ni uno
que fuese apto mediante especial estudio para el examen de un asunto en el cual la verdad
solamente podría ser determinada por la voz de la antigüedad. Cuán completamente opuesta era la
decisión al espíritu y la letra de los juicios originales de las Iglesias griega y latina, cuánto difería en
la igualación doctrinal de los libros disputados y reconocidos del Antiguo Testamento con la opinión
tradicional del Occidente, cuán absolutamente sin precedentes fue la conversión de un uso
eclesiástico en un artículo de fe...”
Brooke Foss Westcott, The Bible in the Church, 3rd Ed. London-Cambridge: Macmillan & co., 1870, p. 255-257.

Al condenar pocos días después de la muerte de Martín Lutero (ocurrida el 18 de febrero de 1546) la
doctrina de Sola Escritura, los obispos de Trento creyeron transitar una vía segura. Se adherirían a
la decisión de Cartago, la cual había sido enviada a Roma para su corroboración, aunque ésta nunca
ocurrió de manera oficial. Empero, más tarde el papa Inocente I, en una carta de 405 dirigida al
obispo de Tolosa, Exuperio, dio una lista idéntica a la de Cartago para el Antiguo Testamento (ver #
96 en Enrique Denzinger, El Magisterio de la Iglesia. Manual de los Símbolos, Definiciones y
Declaraciones de la Iglesia en Materia de Fe y Costumbres. Versión directa de los textos originales
de Daniel Ruiz Bueno. Barcelona: Herder, 1955, p. 37). Y algún tiempo después la misma lista
apareció en una serie de Decretales atribuidas variablemente a los papas Dámaso (366-384),
Gelasio (492-496) u Hormisdas (514-523), que en realidad parecen haber sido fruto de
una compilación privada hecha en el siglo VI en algún lugar de Italia. Además, en el Concilio de
Florencia (Bula Cantate Domino del 4 de febrero de 1442, Denzinger #706) había impuesto la
misma lista a los cristianos jacobitas. Al parecer, esto fue suficiente para los obispos tridentinos. He
aquí la declaración de Trento sobre el canon del Antiguo Testamento:

Ahora bien, [el sacrosanto, ecuménico y universal Concilio de Trento] creyó deber suyo escribir
adjunto a este decreto un índice [o canon] de los libros sagrados, para que a nadie pueda ocurrir
duda sobre cuáles son los que por el mismo Concilio son recibidos. Son los que a continuación se
escriben: del Antiguo Testamento, 5 de Moisés; a saber: el Génesis, el Exodo, el Levítico, los
Números y el Deuteronomio; el de Josué, el de los Jueces, el de Rut, 4 de los Reyes, 2 de los
Paralipómenos, 2 de Esdras (de los cuales el segundo se llama de Nehemías), Tobías, Judit, Ester,
Jod, el [i]Salterio de David, de 150 salmos, las Parábolas, el Eclesiastés, Cantar de los Cantares, la
Sabiduría, el Eclesiástico, Isaías, Jeremías con Baruch, Ezequiel, Daniel, 12 Profetas menores, a
saber: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías,
Malaquías; 2 de los Macabeos: primero y segundo.
Denzinger #783-784; p. 223.

Para los no avezados, aclaro que los cuatro de Reyes son 1 y 2 Samuel y 1 y 2 Reyes; que
Paralipómenos es otro nombre de Crónicas, y que Parábolas se refiere a Proverbios. El conjunto es
muy parecido a lo decidido en Cartago.

Pero había un error fatal. La decisión del III Concilio de Cartago sobre el canon de la Sagrada
Escritura decía lo siguiente para el Antiguo Testamento:
Can. 36 (ó 47). [Se acordó] que, fuera de las Escrituras canónicas, nada se lea en la Iglesia bajo el
nombre de Escrituras divinas. Ahora bien, las Escrituras canónicas son: Génesis, Exodo, Levítico,
Números, Deuteronomio, Jesús Navé [Josué], Jueces, Rut, cuatro libros de los Reyes, dos libros
de los Paralipómenos, Job, Psalterio de David, cinco libros de Salomón (Proverbios, Eclesiastés,
Cantar, Sabiduría, Eclesiástico), doce libros de los profetas, Isaías, Jeremías, Daniel, Ezequiel,
Tobías, Judit, Ester, dos libros de Esdras, dos libros de los Macabeos.

En la transcripción de esta decisión en la obra de Denzinger (#92, p. 35) se omite mencionar los
dos libros de Esdras. Esto es particularmente notable porque precisamente allí está la
discrepancia entre el canon proclamado por los obispos de Cartago y el sancionado por los de
Trento.

En efecto, hay que tener en cuenta que los obispos del norte de Africa empleaban por aquella época
la traducción de la Septuaginta conocida como la Antigua Latina, o Itala. Como además por entonces
los códices de la Septuaginta incluían otros libros además de los pertenecientes al canon hebreo, no
es extraño que incluyesen aquéllos entre los libros canónicos. Sin embargo, los dos libros de
Esdras de los que habla Cartago no son los mismos a los que se quiso dar sanción
canónica en Trento. Esto se explica por una diferencia entre las versiones Antigua Latina y la
Vulgata de Jerónimo.

Había en realidad cuatro libros atribuidos al sacerdote y escriba Esdras. El autor católico Charles L.
Souvay observa:

“No poca confusión surge de los títulos de estos libros. Esdras A [= 1 Esdras] de la Septuaginta es el
3 Esdras de San Jerónimo, mientras que el Esdras B [= 2 Esdras] griego corresponde a 1 y 2 Esdras
de la Vulgata, los cuales estaban originalmente unidos en un libro. Los escritores protestantes, de
acuerdo con la Biblia de Ginebra, llaman 1 y 2 Esdras de la Vulgata respectivamente Esdras y
Nehemías, y 3 y 4 Esdras de la Vulgata respectivamente 1 y 2 Esdras. Sería deseable contar con una
uniformidad de títulos.”
s.v. Esdras (Ezra) en The Catholic Encyclopedia, vol 5, 1909.

En la Septuaginta cristiana, como en la Antigua Latina basada en ella que empleaban Agustín y los
africanos, 2 Esdras era lo que hoy conocemos como Esdras y Nehemías. Por su parte, 1 Esdras era
un apócrifo que incluía algún material original sobre el retorno de Zorobabel junto con otro sacado
mayormente de Crónicas y del Esdras canónico. Los cartaginenses admitieron este libro en su canon.
Pero en la Vulgata que conocían los prelados de Trento, 1 y 2 Esdras correspondían a Esdras y
Nehemías, mientras que el libro 1 Esdras de Cartago se encontraba en un apéndice a la
Vulgata como] 3 Esdras (4 Esdras es el llamado Apocalipsis de Esdras).

En resumen, el Concilio de Trento de hecho dejó fuera de su Canon un libro que había sido
sancionado como canónico en Cartago. Debido a este yerro, los cánones de Trento y de Cartago
no son de hecho iguales entre sí en lo que al Antiguo Testamento respecta.

Hay que añadir que además de invalidar lo decidido en Cartago, en Trento se contradijo de hecho
además al papa Inocente I (y quizás a otros) que se había adherido a la lista cartaginesa basada en
la Antigua Latina.

En 1615 el Arzobispo Anglicano de Canterbury proclamó una ley que llevaba un castigo de un año en
la cárcel para cualquier persona que publicara la Biblia sin los siete libros deuterocanónicos, ya que
la versión original de la King James los tenía. "Ha sido decidido que nada sea leído en la Iglesia
aparte de las Escrituras divinas. Las Escrituras canónicas son las siguientes: Génesis, Éxodo,
Levítico, Números, Deuteronomio, Josué...Tobít, Judit,... los dos libros de Macabeos, dos libros..."
(Canon N° 3).
Muy bien, pero no se trata de una “definición infalible”.

Los Treinta y Nueve Artículos de la Iglesia de Inglaterra establecieron la posición oficial anglicana
con respecto a los libros apócrifos en 1563, en los siguientes términos: Y los otros Libros (como dijo
Jerónimo) la Iglesia los lee para ejemplo de vida e instrucción de costumbres; pero no se dirige a
ellos para establecer doctrina alguna. (Artículo VI).

Hermano, imaginemos que un cristiano solamente tiene el Evangelio de Marcos, le faltaría mucho en
su conocimiento de Jesucristo, no sabría nada de su infancia, porque esto se encuentra solamente
en Lucas y Mateo; nada del Padre Nuestro (no está en Marcos), la parábola del hijo pródigo, la boda
de Caná, etc. Si un hermano tuviera solamente una hoja de la Biblia, ¿podría pensar que sabe toda la
revelación de Dios? Sin la Biblia católica un hermano difícilmente sabría toda la revelación de Dios
sobre:
-Los difuntos y el purgatorio (2 Mac 12, 45; Sab 3, 5-6), sobre el alma (Sab 3,1),
-El buen uso del vino (Eclo 31, 25-27),
-María, la madre de Jesús (Jdt 13, 18-20),
-La intercesión de los Santos para nosotros (2 Mac 15,13-14)
Y muchas otras cosas. ¿Por qué no pedir a Dios luz sobre este asunto importante?

Habría que analizar cada uno de estos textos en su contexto para ver si realmente apoyan lo que se
dice. De momento, simplemente notaré que la mayoría de las cosas que se mencionan ora son
enseñadas en otros textos, ora son doctrinas específicamente católicas, y de allí el obvio interés
en conservar estos libros dentro del canon. No se trata de si son inspirados o no, sino si sirven
para ser empleados como textos de prueba para doctrinas que poseen escaso o nulo apoyo en el
canon hebreo o en el Nuevo Testamento.

¿Qué dijo la Iglesia primitiva? Entre los padres de la Iglesia


-Clemente cita a Judit, Tobías y Ester. En su Carta al los Corintios (27, 5). Cita Sab. 12, 12.
-Didajé cita Eclo 4, 31 (en 4, 5) y Sab12, 5 (en 5, 2).
-Carta de Bernabé cita a Sab 2, 12 (en 6, 7).
-Policarpo, en su Carta a los Filipenses (10:2) cita a Tobías 4, 10.
También los siete libros "deuterocanónicos" ofrecieron a los antiguos artistas cristianos materia para
decorar las catacumbas.

Es una lástima que no haya explicitado las citas de Judit, Tobías y Ester. Me parece que el autor
confunde a Clemente de Roma con su homónimo que vivió en Alejandría en el siglo siguiente (no le
importa, lo fundamental es probar la propia tesis). Es cierto que Clemente de Roma reproduce el
texto de Sabiduría 12:12 en su carta a los corintios (27:5), pero también es cierto que no introduce
dicho texto como si fuese Escritura.

Clemente, uno de los varios obispos que por entonces había en Roma, hacia fines del siglo I escribió
una extensa carta a los corintios. Demuestra conocer muy bien tanto el Antiguo Testamento como
los escritos apostólicos. Cita de los Evangelios, las cartas de Pablo, de Pedro y de Santiago. También
Hebreos, epístola con la cual muestra gran afinidad. Del Antiguo Testamento cita las tres divisiones,
Ley, Profetas y Salmos, estos últimos con mucha frecuencia. Sin embargo, no cita ninguno los libros
eclesiásticos si bien unas pocas alusiones indican que conocía la Sabiduría de Salomón (hecho ya
mencionado). He aquí pues, un pastor romano del primer siglo que descuella en su
conocimiento de las Escrituras y que jamás cita los libros eclesiásticos (apócrifos,
deuterocanónicos) como Escritura.
La Didajé (4:5) no introduce Eclesiástico 4:31 como una cita escritural. Y del largo versículo 12:5 de
Sabiduría, en 5:2 solamente coincide (de nuevo sin citarlo como Escritura) en las palabras “asesinos
de sus hijos”.

La Epístola de Bernabé dice en 6:7 “Como quiera, pues, que había el Señor de manifestarse y sufrir
en la carne, fue de antemano mostrada su pasión. Dice, en efecto, el profeta contra Israel: ¡Ay del
alma de ellos, pues han tramado designio malo contra sí mismos! Atemos al justo, porque nos es
molesto.”

Por su parte, Sabiduría 2:12 dice: “Tendamos lazos al justo que nos fastidia, Se enfrenta a nuestro
modo de obrar, Nos echa en cara faltas contra la Ley Y nos culpa de faltas contra nuestra
educación.”

Sin embargo, tanto Bernabé como Sabiduría parecen depender del muy canónico Isaías: “¡Ay de
ellos, porque han merecido su propio mal! Decid al justo que bien, Que el fruto de sus manos
comerá. ¡Ay del malvado! Que le irá mal, que el mérito de sus manos se le dará.” (Isaías 3:9-11,
Biblia de Jerusalén)

Finalmente, Policarpo reproduce las palabras de Tobías 4:10, “la limosna libra de la muerte”, pero
nuevamente sin citarlas como Escritura.

Es cierto, por otra parte, que otros escritores cristianos primitivos, como Clemente de Alejandría,
fueron más amplios en sus citas de los apócrifos. Sin embargo, virtualmente todos los Padres que
se pronunciaron explícitamente sobre el canon ponen a los apócrifos/deuterocanónicos en un nivel
inferior al del canon hebreo, como libros “eclesiásticos”, en contra de lo que siglos más tarde se
decidió en Trento.

En resumen:

1. Si se hubiese necesitado la autoridad infalible de la Iglesia Católica Romana para conocer el canon
del Antiguo Testamento, todo cristiano hubiese permanecido en el error o al menos en la
incertidumbre hasta 1546.

2. Tras algunas deliberaciones de unos pocos obispos, el Concilio de Trento condenó de hecho los
puntos de vista de Lutero sobre la suficiencia de la Escritura y sobre el canon del Antiguo
Testamento (donde Lutero coincidía con San Jerónimo).

3. La posición oficial de la Iglesia Anglicana coincide con la de San Jerónimo y Lutero.

4. En el Concilio de Trento se hizo del contenido preciso de la Biblia, por primera vez en la historia
de la Iglesia, un artículo de fe obligatorio, sancionado con un anatema.

5. Sin embargo, por un grueso error, el Canon del Antiguo Testamento sancionado en Trento dejó
fuera del canon un libro (1 Esdras de la Antigua Latina = 3 Esdras del Apéndice a la Vulgata) que
había sido declarado canónico por el Concilio de Cartago y por varios papas.

6. Una razón por la cual la Iglesia Católica defiende tan decididamente los apócrifos/
deuterocanónicos es que cree hallar en ellos apoyo para algunas de sus doctrinas peculiares.

7. Otra razón es que si se admite su autoridad para decidir el canon, por fuerza habrá de admitirse
su autoridad en otros asuntos.

8. Es cierto que los Padres Apostólicos conocían los Apócrifos, pero no los citan como Escritura.

9. Otros fueron más amplios en la práctica, pero la mayoría admitió la distinción entre libros
canónicos (los del canon hebreo) y libros eclesiásticos, de valor pero no al mismo nivel que aquéllos.

Como llegaron hacer 66 libros

Es sorprendente que por lo general la misma palabra “Biblia” no se encuentra en


el texto de traducciones de las Santas Escrituras al español o a otros idiomas. Sin
embargo, para el siglo II A.C. a la colección de los libros inspirados de las
Escrituras Hebreas se la llamaba ta bi·blí·a en griego. En Daniel 9:2 el profeta
escribió: “Yo mismo, Daniel, discerní por los libros [...]”. Aquí la Septuaginta tiene
bí·blois, la forma plural del dativo de bí·blos. En 2 Timoteo 4:13 Pablo escribió:
“Cuando vengas, trae [...] los rollos [griego: bi·blí·a]”. En sus diversas formas
gramaticales, las palabras griegas bi·blí·on y bí·blos aparecen más de 40 veces en
las Escrituras Griegas Cristianas, y por lo general se traducen “rollo(s)” o “libro(s)”.
Posteriormente bi·blí·a se usó en latín como palabra en número singular, y del
latín la palabra “Biblia” pasó al español.

Canon: de origen griego, ουσ. Κανόνας, κανόνας; caña de medir, regla, principio,
dogma, doctrina. Comportamiento justo de las reglas.

El estudio del canon de las Santas Escrituras es el examen del proceso mediante
el cual se determinó que los libros actualmente contenidos en ellas son de
verdadera inspiración divina, expresando la voluntad de Dios para todos los
hombres.

Los libros canónicos son llamados así porque dependen de una sola medida, (la
Inspiración divina).

Libros inspirados: significa que Dios es el autor de dichos escritos, usando un agio
grafo ó escritor humano.

Libro canónico: cuando la Iglesia legitima ó reconoce, a través de un concilio que


es un escrito inspirado por Dios
Historia del Canon del Antiguo Testamento

Aparentemente no existieron libros de la Biblia escritos antes de Moisés. Dios


hablaba directamente con los patriarcas y profetas. Estos a su vez hablaban a los
hombres en nombre de Dios, tal como lo hizo Abraham (Génesis 20.7).

La primera parte del Antiguo Testamento es llamada por los judíos "la Tora" (Ley),
y muy a menudo se le menciona en el Nuevo Testamento como "la ley de Moisés".
Nosotros llamamos a estos cinco libros el Pentateuco, palabra griega que
significaba al principio "cinco vasijas" o "instrumentos", y que luego a interpretarse
como "libro", o sea "el libro en cinco tomos".

Algunos teólogos creen que este proceso para determinar que escritos eran de
inspiración divina comenzó en el periodo de Esdras quien es así considerado
como el padre del Antiguo Testamento , el Tanaj judío (siglo V a.C..)Esdras fija la
regla en base a un proceso previo que ya reconocía la Tora o Ley Mosaica como
inspirada por Dios (2 de Reyes).
Los "libros" de la Biblia jamás debieron ser considerados como libros separados,
sino como una historia continua de la relación e instrucciones de Dios para la
humanidad, con la intervención de diversos profetas para seguir la relación de esta
grandiosa historia. Josué mismo no dice haber escrito un libro, sino más bien: "Y
escribió Josué estas palabras en el libro de la ley de Dios" (Josué 24.26). O lo que
es lo mismo, agregó su sección a los escritos de Moisés ya existentes. Este es un
punto de mucha importancia y seguramente no lo comprenden los críticos
modernistas actuales, que desprecian la idea de que Moisés haya escrito el
Pentateuco, haciendo la siguiente pregunta: ¿Cómo hubiera podido escribir el
relato de su propia muerte que se encuentra en Deuteronomio 34? Debido a que
la revelación de Dios era continua y no en nuestra equivocada concepción de
muchos libros, los capítulos o secciones adicionales del solo y único libro con un
propósito eterno, se iban agregando aun cuando estuvieran escritos por otros
autores, siempre bajo la dirección de un Espíritu y Mente infinitos. Es así que las
palabras de Josué empiezan en Deuteronomio 34 y terminan en Josué 24.28. La
convicción que había en los profetas de que ellos escribían una historia continua,
muy a menudo los llevó a agregar un apéndice a la obra de autores anteriores, a
fin de correlacionar sus escritos con los que les precedían. Así, Josué agregó el
relato de la muerte de Moisés de Deuteronomio 34, en la misma forma que el
autor de Jueces añadió el relato de la muerte de Josué en el libro de su mismo
nombre (Josué 24.29-33).
Hay muchos casos en que un libro menciona a otro libro de la Biblia como
canónico. Algunos de estos ejemplos son 2 Crónicas 36.21, en que se cita a
Jeremías 25.11 como autoridad. Daniel 9.2 cita el mismo pasaje de Jeremías
diciendo que estaba "en los libros ... de que habló Jehová al profeta Jeremías".
Jeremías 26.18 cita a Miqueas 3.12 como una profecía. Las anteriores y muchas
otras citas afirman la validez de estos libros como Palabra de Dios en la mente de
los profetas.

Todas las conclusiones anteriores son rechazadas por los críticos destructores,
que afirman que el Pentateuco fue añadido al canon alrededor del año 400 a. de
Cristo; que los libros de los profetas se agregaron aproximadamente 200 a. de
Cristo, y que los escritos varios no fueron agregados sino hasta el año 90 a. de
Cristo. De hecho, rechazan a todos los libros del Antiguo Testamento como
canónicos.

Sin embargo, el descubrimiento de los rollos del Mar Muerto ha venido a echar por
tierra las fechas de canonización fijadas por los críticos destructores. Estos rollos
tienen fechas que van desde 225 a. de Cristo a 70 d. de Cristo, y tienen copias de
todos los libros del Antiguo Testamento, a excepción de Ester. Este testimonio
antiguo relativo a nuestro canon, contenido en los rollos del Mar Muerto, destruye
por tanto la teoría que rechazaba los libros del Antiguo Testamento del canon de
las Escrituras. Los críticos destructores han sostenido siempre que ninguno de los
libros del Antiguo Testamento fue escrito con el propósito de ser canónico, sino
que los judíos, primero, amaban ciertos libros; luego, los veneraban y por fin, los
canonizaban.

Las Biblias en hebreo de nuestro tiempo tienen tres divisiones: La Ley, con cinco
libros; los profetas, con ocho libros, y los escritos varios, con once libros. Esa
división de los libros puede rastrearse hasta el Talmud judío, aproximadamente del
año 400 de nuestra era; pero no hay ningún escrito anterior que apoye esta
división.

En el periodo del reinado del rey Josías, este oficializa la Tora ante todo el pueblo
como libros inspirados por Dios, rescatando una copia que había sido encontrada
en el templo (2da de Reyes 22.1-20), Josías hace una reforma que centraliza todo
el culto judío en Jerusalén.

Primer grupo: La Ley ó La Tora

En hebreo "Torá" significa "enseñanza, dirección, instrucción."


La Torá está formada por los cinco primeros libros del Antiguo Testamento:
TORÁH
1) Bereshit/Génesis

2) Shemot/Éxodo

3) Vaikrá/Levítico

4) Bemidbar/Números

5) Devarim/Deuteronomio

Segundo grupo: Los Profetas ó Nebim

1) Yehoshúa/Josué

2) Shoftim/Jueces

3) Shemuel/Samuel

4) Melajim/Reyes

5) Yeshaiau/Isaías

6) Yirmiyahu/Jeremías

7) Yejezkel/Ezequiel

-Trei Asar

8) Oshea/Oseas
9) Yoel/Joel

10) Amós

11) Ovadiá/Abdías

12) Yoná/Jonás

13) Mijá/Miqueas

14) Najum/Nahum

15) Jabacuc/Habacuc

16) Tzefaniá/Sofonías

17) Jagai/Ageo

18) Zejariá/Zacarías
19) Malají/Malaquías

Tercer grupo: Otros escritos ó Ketubim

1) Tehilim/Salmos
2) Mishle/Proverbios
3) Iyov/Job
4) Shir HaSHirim/Cantar de los Cantares
5) Rut
6) Eijá/Lamentaciones
7) Kohelet/Eclesiastés
8) Ester
9) Daniel
10) Ezrá-Nejemiá/Esdrás-Nehemías
11) Divre Hayamim/Crónicas
Alrededor del siglo I a. C. se reunió el primer concilio judío para establecer la regla
ó canón para determinar cuántos de los escritos que circulaban entre el pueblo
judío eran de inspiración divina (excepto la Ley que ya había sido oficializada por
el rey Josías).

Canon Judío para el Antiguo Testamento

Primer concilio: concilio de Jamnia (97ª.C. al siglo I d.C.)

(Ptolomeo, hijo de Lago, cerca del año 250 a.C., ansioso por adornar su biblioteca
en Alejandría, con las mejores obras religiosa de todas las culturas conocidas,
requirió al sumo sacerdote en Jerusalén obtener una traducción de Tanaj judío al
griego conocida como la Septuaginta, tomando su nombre del numero redondeado
de traductores que trabajaron en ella la cual si incluía los escritos de el
Eclesiástico, la Sabiduría, Baruc, Judit, Tobías, los dos libros de los Macabeos y
las partes griegas de Ester y Daniel) en griego, los judíos ortodoxos de habla
hebrea-aramea, comenzaron a considerarse todos los escritos con alta influencia
griega helenista y que habían sido escritos en su original en griego no eran de
inspiración divina, por lo tanto apócrifos.

El canon hebreo de 39 libros, en realidad fue establecido en el Consejo de Jamnia,


posiblemente en el año 90 después de Cristo. Sin embargo, estudiosos como
Leonard Rost demuestran que las decisiones tardaron demasiado en ser
aceptadas y no ha tenido aceptación en algunas comunidades judías, como el
caso de los Judíos de Egipto, Eritrea y Etiopía.

El Consejo de Jamnia rechazó todos los libros y otros escritos y su consideración


como apócrifos, o no tenía ninguna prueba de la inspiración de Dios y fuente de la
fe. Ha habido muchos debates sobre la adopción de ciertos libros, como Ester y
Cantar de los Cantares, como registró Mishina.

Debido a estos problemas se crea el primer concilio de Jamnia en el 97 a.C. Este


concilio estableció las primeras bases del canon.

Los libros debían estar escritos en su original en hebreo arameizado, que


contuvieran una sana enseñanza y una calidad literaria.

Los primeros escritos que aprobó el concilio conocido como Protocanónicos o


primeros escritos canónicos o que cumplieron con las reglas o medidas
establecidas, constaba de 39 escritos.

Segundo concilio. Concilio de Alejandría (siglo I a.C.)


Los judíos que Vivian en Alejandría enojados por la desacreditación de los escritos
en griego, forma un segundo concilio que añade a los 39 libros ya aprobados los
otros siete escritos que fueron excluidos por el primer concilio.

Este grupo de libros es llamado deuterocanónicos o segundo canón.

Esta última revisión del concilio de Alejandría es oficializada más tarde por la
iglesia Católica quien a su vez sufriría una división ideológica con el concilio griego
y añadiría capítulos y versículos a los libros de Daniel y Ester.

Conclusión

Es así que la iglesia Católica avala en canón del concilio de Alejandría que
considera 46 escritos, mientras que la Iglesia cristiana avalaría el primer canón del
concilio de Jamnia que considera solo 39 escritos.

Historia del Canón del Nuevo Testamento

A través de un proceso largo y complicado que abarco un tiempo de seis siglos, en


las Iglesias se leían los veintisiete escritos conocidos en la actualidad del nuevo
testamento y muchos otros por ejemplo:

Evangelio de Felipe
Evangelio de Tomás
Evangelio de Marción
Evangelio de María Magdalena
Evangelio de Judas
Evangelio apócrifo de Juan
Evangelio de Valentín o Evangelio de la Verdad
Evangelio de los egipcios
Evangelios de natividad e infancia
Evangelios de la infancia de Tomás
Evangelio árabe de la infancia
Evangelio armenio de la infancia
Evangelio de la natividad de María
Protoevangelio de Santiago
Evangelio del pseudos-Mateo
Evangelios de Pasión y Resurrección
Evangelio de Bartolomé
Evangelio de Nicodemo, también llamado "Hechos de Pilatos" (Acta Pilati)
Evangelio secreto de Marcos
Evangelio de Pedro
Evangelio del Pseudos-Santiago
Evangelio cátaro del pseudos-Juan
Evangelio de los hebreos
Evangelio de los ebionitas
Evangelio de Bernabé
Evangelio de Taciano
Evangelio de los nazarenos
Evangelio de Ammonio
Evangelio de la Venganza del Salvador
Evangelio de la muerte de Pilato
Evangelio apócrifo de Galilea

Sin que hubiera una norma canonica. Tres fueron las causas principales que
aceleraron la formación del canon del Nuevo Testamento: 1) La difusión de
muchos apócrifos, que eran rechazados por la Iglesia a causa de las doctrinas
peligrosas que contenían; 2) la herejía de Marción, que seguía un canon propio.
Rechazaba todo el Antiguo Testamento, y del Nuevo sólo admitía el evangelio de
San Lucas y diez epístolas de San Pablo; 3) la herejía de los montanistas, que
añadía nuevos libros al canon de la Iglesia y afirmaba que había recibido nuevas
revelaciones del Espíritu Santo.

Canón de Marción.

Marción (año 140-170) es el testigo principal del siglo II en lo referente a la historia


del canon. En su obra Antítesis rechaza todo el Antiguo Testamento, por provenir
del Dios del temor, distinto del Dios del amor del Nuevo Testamento. De los
escritos del Nuevo Testamento admite el evangelio de San Lucas, pero abreviado.
Rechaza los dos primeros capítulos de Lc por tener cierto sabor hebraico. Y
también reconoce como canónicas diez epístolas paulinas, exceptuando las
pastorales y la de los Hebr. Los demás libros del Nuevo Testamento no son
considerados como canónicos por Marción.

Aunque no fue Marción el primero que formó un canon del Nuevo Testamento,
como afirman algunos autores. Antes de él ya existían colecciones de escritos
sagrados que eran considerados por algunos como inspirados solo que no existía
una norma clara ó reconocida por toda la Iglesia Primitiva. Esto se deduce de los
testimonios que poseemos de aquel tiempo. Además, el canon mutilado del mismo
Marción supone que ya existía en la Iglesia un canon, del cual se sirve a su
manera. Por ejemplo:

Epístola de las iglesias Lugdunense y Vienense (hacia 177), que nos demuestra
que en la Galia eran conocidos Lc, Jn, Act, Rom, Ef, Fil, 1 Tim, 1 Pe, 1 Jn, y muy
probablemente Hebr, 2 Pe, 2 Jn. Es citado el Apoc como “Escritura”.

San Teófilo Antioqueno (hacia el año 180) considera a los evangelistas como
inspirados, y cita a Mt y Lc. También afirma que Juan, el “Pneumatóforo”, fue el
autor del cuarto Evangelio. Se sirve de casi todas las epístolas de San Pablo, y en
algunos lugares cita la epístola a los Rom y la 1 Tim con la fórmula: “la palabra
divina” (gr. “ho theios logos”).

San Ireneo (año 175-195) enseña que los escritos del Nuevo Testamento son de
origen apostólico [7]. Los evangelios fueron escritos por San Mateo en hebreo, por
San Marcos, el intérprete de San Pedro; por San Lucas, el compañero de Viajes
de San Pablo, y por San Juan, el discípulo amado del Señor [8]. En sus escritos,
San Ireneo cita o alude a todos los libros del Nuevo Testamento, a excepción de la
epístola a Filemón, la 2 Pe, la 3 Jn y la de Jds

Canon del Nuevo Testamento

La Iglesia, con motivo del canon de Marción y para aponerse a sus doctrinas
erróneas, debió de poner más empeño y diligencia en determinar el verdadero
canon.

1.-Que el libro fuese escrito por un apóstol, o por uno que llevaba una relación
estrecha con un apóstol (es decir, con autoridad o aprobación apostólica, Efesios
2:20; Juan 16:13; Hechos 2:42).

2.-Que el libro demostrase el carácter espiritual de libro divino.

3.-Que el libro tuviese aceptación universal, es decir, por todas las iglesias locales.

4.-Que el libro mostrara evidencia de haber sido inspirado por Dios.

A partir del año 393 diferentes concilios, primero regionales y luego ecuménicos,
fueron precisando la lista de los Libros "canónicos" para la Iglesia.

En los primeros cuatro siglos solo se aprobaron veinte escritos: conocidos como
protocanónicos (primeros libros canonicos)

Los libros deuterocanónicos (segundos en canonizar)como la Carta a los Hebreos


-especialmente en Occidente-, la de Santiago, la segunda de san Pedro, la
segunda y tercera de san Juan ,la de san Judas y el Apocalipsis no fueron
incluidos por algunas dudas que se prolongaron hasta el siglo V y en Siria entrado
ya el siglo VI, por ejemplo Santiago enfatiza la salvación por obras, en aparente
contradicción (solo aparente por la falta de comprensión de la Iglesia) con la
carta a los Romanos y Apocalipsis era dificil comprender para la Iglesia Primitiva.

Consilio de Hipona (419d.C.)

El concilio considero una segunda revisión debido a que la Iglesia le gustaba libros
como hebreos por el sacerdocio de Cristo, y Santiago.

Consilio de Cartago- Africa (397d.C.)

Se incorporan seis libros más, Santiago, la segunda de san Pedro, la segunda y


tercera de san Juan, la de san Judas y hebreos, este ultimo todavía con
dificultades debido a que no fue escrito ni avalado por ningún apostol.

Consilio de Cartago (419 d.C.)

Se incluye Apocalipsis pero no de forma unánime debido a que no había un


acuerdo total para Apocalipsis y hebreos.

Consilio de Toledo (633 a.C.)

Presidido por Isidoro de Toledo un gran biblista y teólogo, se concluyo que


Apocalipsis era un libro inspirado por Dios. La Iglesia proclamo que todo aquel que
rechase Apocalipsis sea anatema.

La Iglesia ortodoxa y la Iglesia Griega aceptaron los veintisiete lobros como


inspirados.
El Canon De Las Escrituras

C2 - La Iglesia Mundial

C3 - Por qué Hizo Dios Al Hombre

C4 - Señales Y Maravillas Hoy

C5 - Los Cinco Dones Del Liderazgo

C6 - La Restauración De La Iglesia

C7 - La Doctrina De La Seguridad Eterna

C8 - Los Diezmos Y Las Ofrendas

C9 - Las Mujeres En El Ministerio

C10 - Las Siete Fiestas Del Señor

C11 - Los 500 Años Entre Los Testamentos

SECCIÓN
EL CANON DE LAS ESCRITURAS
Por Bob Weiner, Fundador de las Iglesias Maranatha Campus Gainesville,
Florida, E.U.A.

Capítulo 1
¿Cómo Viene Un Libro A Formar Parte De La Biblia?

A. CANONIZACIÓN

B.
¿Qué libros pertenecen a la Biblia? ¿Cómo fue decidida tal cosa?

Canonización, es el proceso mediante el cual los libros de la Biblia reciben su


aprobación y aceptación final por los líderes de la iglesia. ¿Cómo fueron
aceptados los libros de la Biblia como parte del canon de las Escrituras?

¿Cómo reconocería uno un libro inspirado si lo viera? ¿Cuáles son las


características que distinguen una declaración divina, de una puramente humana?
Varios criterios estaban envueltos en el proceso de un reconocimiento como éste.
El pueblo de Dios tenía que buscar ciertas marcas distintivas para la autoridad
divina.

1. Los Principios Para El Descubrimiento De La Canonización


Los libros falsos y los falsos escritos no eran escasos. Su amenaza siempre
presente, hacía necesario que el pueblo de Dios revisara cuidadosamente su
colección sagrada.

a. Dos Categorías De Escritos Sagrados. Dos categorías de escritos


sagrados tenían que ser examinados:

1) Los libros aceptados por algunos creyentes, pero no por otros; y

2) Los escritos aceptados, pero cuestionados más tarde.


(En siglos previos, se pensaba que eran libros inspirados por Dios, pero ahora se
considera que su origen es cuestionable.)

Los manuscritos de ambas categorías, fueron examinados por los concilios de


iglesias para verificar si estos debiesen ser parte de la Biblia.

b. Cinco Criterios Básicos

1) Autoritativo. ¿Es el libro, autoritativo? ¿Clama éste ser de Dios?

2) Profético. ¿Es tal libro, profético? ¿Fue escrito por un siervo de Dios?

3) Auténtico. ¿Es auténtico? ¿Dice el libro la verdad acerca de Dios, el hombre,


etc.?

4) Dinámico. ¿Es el libro dinámico? ¿Posee poder para transformar vidas?

5) Aceptado. ¿Acaso es tal libro recibido o aceptado por las personas para
quienes fue originalmente escrito? ¿Es reconocido como que es de Dios?

2. Los Cinco Criterios Básicos En Detalle


a. La Autoridad De Un Libro. Cada libro en la Biblia conlleva la autoridad divina.
Muy a menudo, encontramos en ellos: "Así dice Jehová Dios". Otras veces el tono
y las exhortaciones revelan su origen divino. Siempre hay articulación divina. En la
literatura más didáctica (de enseñanza) hay articulación divina acerca de lo que
los creyentes deberán hacer.

En los libros históricos, las exhortaciones están más implícitas y las articulaciones
autoritativas se refieren más a lo que Dios ha hecho en la historia de Su pueblo. Si
un libro carecía de la autoridad de Dios, no era considerado canónico y se
rechazaba su inclusión en la Biblia.
Ilustremos este principio de autoridad en su relación con el canon. Los libros de
los profetas fueron fácilmente reconocidos por este principio de autoridad.

La repetición de la declaración: "Y Jehová Dios me dijo", o "La palabra de Jehová


Dios fue sobre mí", es evidencia abundante de su reclamación de autoridad divina.

Algunos libros carecen de esa reclamación de ser divinos y por ello fueron
rechazados como canónicos. Quizás, éste fue el caso del libro de Jaser y el Libro
de las Guerras del Señor. También hubo otros libros que fueron cuestionados y
retados con relación a su autoridad divina, pero finalmente fueron aceptados en el
canon, tal es el caso del libro de Ester.

No fue hasta que todos vieron completamente obvio que la protección y


articulaciones de Dios sobre Su pueblo estaban incuestionablemente presentes en
Ester, que su libro recibió un lugar permanente en el canon judío. El hecho de que
algunos libros canónicos fueron puestos en tela de juicio, asegura que los
creyentes los estaban discriminando. A menos que ellos fueran convencidos de la
autoridad divina del libro, éste sería rechazado.

b. La Autoridad Profética De Un Libro. Los libros inspirados vienen únicamente


a través de hombres ungidos del Espíritu Santo conocidos como profetas (2 P
1:20,21). La Palabra de Dios es dada a Su pueblo únicamente a través de Sus
profetas. Cada autor bíblico tuvo un don o función profética, aun cuando no fuera
un profeta por ocupación (He 1:1).

Pablo argumentó en Gálatas que sus enseñanzas y escritos deberían ser


aceptados debido a que era un apóstol "…no de hombres ni por hombre, sino por
Jesucristo y por Dios el Padre…" (Ga 1:1). Su libro (epístola), debería ser
aceptado porque era apostólico: era de un portavoz o profeta nombrado por Dios.

Los libros tenían que ser rechazados si no venían de profetas de Dios, así como
en las amonestaciones de Pablo de que no aceptaran un libro de alguien que
reclamara falsamente ser un apóstol (2 Ts 2:2), y como en la advertencia a los
corintios acerca de los apóstoles falsos (2 Co 11:13).

Las amonestaciones de Juan acerca de los falsos Mesías y el probar los espíritus,
caen en la misma categoría (1 Jn 2:18, 19; 4:1-3). Fue debido a este principio
profético que la segunda epístola de Pedro fue disputada por algunos en la Iglesia
primitiva. No fue hasta que los líderes de antaño fueron convencidos de que no
era una falsificación sino de que realmente había venido de Pedro el Apóstol como
lo reclamaba este versículo (2 P 1:1), que recibió un lugar permanente en el canon
cristiano.

c. La Autenticidad De Un Libro. Otra marca sobresaliente de inspiración, es la


autenticidad. Cualquier libro con errores doctrinales (juzgado por revelaciones
previas), no podría ser inspirado por Dios. Él no puede mentir; Su Palabra tiene
que ser la verdadera y consistente. En vista de este principio, los bereanos
aceptaron las enseñanzas de Pablo y escudriñaron las Escrituras para ver si lo
que Pablo les había enseñado estaba realmente en armonía con la revelación de
Dios en el Antiguo Testamento (Hch 17:11). La simple armonía con la revelación
previa, por sí misma, no haría que una enseñanza fuera inspirada. Pero la
contradicción de una revelación previa, indicaría claramente que una enseñanza
no fue inspirada.
La mayoría de los libros Apócrifos fueron rechazados debido al principio de
autenticidad. A pesar de su formato autoritativo, sus anomalías históricas y
herejías teológicas, hicieron imposible aceptarlos como obras inspiradas por Dios.
No podían venir de Dios y contener errores al mismo tiempo.

Algunos libros canónicos fueron cuestionados sobre las bases de este mismo
principio. ¿Podría la carta de Santiago ser inspirada, si contradecía la enseñanza
de Pablo sobre la justificación por la fe y no por las obras? Hasta que esa esencia
de compatibilidad no fuera vista, la epístola de Santiago estaría en tela de juicio
por algunos.
Otros cuestionaban la de Judas, porque citaba libros apócrifos que no eran
auténticos (vs 9, 14). Un día se entendió que las citas de Judas no conferían
mayor autoridad que la que Pablo dio a las citas de libros de poetas no cristianos
(lea también Hechos 17:18 y a Tito 1:12), entonces, no había razón alguna para
rechazar la epístola de Judas.

d. La Naturaleza Dinámica De Un Libro. La cuarta prueba para la canonización,


no era tan evidente como algunas de las otras. Ésta, era la habilidad (dinámica)
para transformar la vida del lector.

"Porque la palabra de Dios es viva y eficaz" (He 4:12). Como resultado, puede ser
usada "...para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en toda justicia"
(2 Ti 3:16).

El Apóstol Pablo reveló que la habilidad que los escritos inspirados tienen para
transformar la vida, estaba envuelta en aceptar toda la Escritura, lo cual, es
comprobado por 2 Timoteo 3:16,17. Pablo le escribió a Timoteo: "...las Sagradas
Escrituras... te pueden hacer sabio para la salvación" (v 15). Pedro habla acerca
del poder de edificar y evangelizar que reside en la Palabra (1 P 1:23; 2:2).

Otros mensajes y libros fueron rechazados porque sostenían una esperanza falsa
(1 R 22:6-8), o porque sonaban una falsa alarma (2 Ts 2:2). Así que, no conducían
a la edificación del creyente en la verdad de Cristo. Jesús dijo: "Y conoceréis la
verdad, y la verdad os hará libres" (Jn 8:32). La enseñanza falsa nunca libera;
únicamente la verdad tiene poder libertador.

Algunos libros bíblicos, tales como Cantar de los Cantares y Eclesiastés, fueron
cuestionados porque algunos consideraron que carecían de ese poder dinámico y
edificador.

Una vez fueron convencidos de que Cantar de los Cantares no era un libro
sensual, sino profundamente espiritual, y que Eclesiastés no era escéptico y
pesimista, sino más bien positivo y edificante (véase capítulo 12:9,10), entonces,
toda duda fue disipada en relación con su canonización.

e. La Aceptación De Un Libro. La marca de fábrica distintiva de un escrito


autoritativo es su reconocimiento por el pueblo de Dios, para quien fue
inicialmente escrito.

La Palabra de Dios, expuesta a través de Su profeta y con Su verdad, tiene que


ser reconocida por Su pueblo. Generaciones de creyentes subsiguientes
investigaron para verificar este hecho. Si el libro era recibido y usado como la
Palabra de Dios por aquellos para quienes fue escrito originalmente, entonces, su
canonización era establecida.

Debido a los medios de comunicación y transportación en los tiempos antiguos, a


los líderes de antaño de la Iglesia a veces les tomaba mucho tiempo y esfuerzo
determinar tal reconocimiento. Por esa razón, el reconocimiento final y completo
de los 66 libros del canon de parte de toda la Iglesia, fue una tarea que tomó
muchos, pero muchos siglos.

Los libros de Moisés fueron aceptados inmediatamente por el pueblo de Dios.


Fueron coleccionados, citados, preservados y aun impuestos sobre las
generaciones futuras.

Las epístolas de Pablo fueron recibidas inmediatamente por las iglesias a las
cuales habían sido escritas (1 Ts 2:13) y, aún, por otros apóstoles (2 P 3:16).

Otros escritos fueron inmediatamente rechazados por el pueblo de Dios por la falta
de autoridad divina (2 Ts 2:2). Los falsos profetas (Mt 7:21-23) y los espíritus de
mentira tenían que ser probados y rechazados (1 Jn 4:1-3), como era indicado por
muchos ejemplos dentro de la misma Biblia (Jer 5:2; 14:14).
Este principio de aceptación, dirigió a algunos a cuestionar durante un tiempo
ciertos libros bíblicos, tales como las epístolas de 2 y 3 de Juan. Su naturaleza
privada y de limitada circulación siendo lo que eran, era de esperarse que habría
renuencia o indisposición para aceptarlas hasta que se estableciera que las cartas
fueron recibidas por los creyentes del primer siglo como venidas de parte del
Apóstol Juan.

Es casi innecesario agregar que al inicio no todos otorgaban reconocimiento al


mensaje de un profeta. Dios defendía a Sus profetas de quienes los rechazaban
(ej. 1 Reyes 22:1-38), y de quienes los retaban; Él designaba quién era Su pueblo.
Cuando la autoridad de Moisés fue retada por Coré y otros, la tierra se abrió y se
los tragó vivos (Números 16).

El papel del pueblo de Dios era decisivo en el reconocimiento de la Palabra de


Dios, la cual, determinaba la autoridad de los libros del canon. No obstante, Su
pueblo tenía el deber de descubrir qué libros eran autoritativos y cuáles no lo eran.
Para ayudarlos en este descubrimiento, tenían que poner en práctica las cinco
pruebas de canonización delineadas anteriormente.

3. El Procedimiento Para El Descubrimiento De La Canonización


No debemos imaginarnos un comité de líderes de la Iglesia con una inmensa
hilera de libros y estos cinco principios de evaluación ante ellos, cuando hablamos
del proceso de canonización. El proceso era mucho más natural y dinámico.
Algunos principios están implícitos únicamente en el proceso.

Aunque todas las cinco características estén presentes en cada escrito inspirado,
no todas las normas de reconocimiento son aparentes en la decisión sobre cada
libro canónico. No siempre era inmediatamente obvio para el antiguo pueblo de
Dios que algunos libros históricos fueran "dinámicos" o "autoritativos". Más obvio
para ellos, era el hecho de que ciertos libros eran "proféticos" y "aceptados".

Uno puede ver con facilidad que la declaración "así dice Jehová Dios", jugó un
papel muy significativo en el descubrimiento de los libros canónicos que revelan el
plan de redención completo de Dios.
Sin embargo, lo opuesto algunas veces es verdad; por ejemplo, el poder y la
autoridad de un libro, son más aparentes que su autor original (ej. Hebreos).

De cualquier modo, las cinco características estaban envueltas en el


descubrimiento de cada libro canónico, aunque algunas eran utilizadas
implícitamente.

El simple hecho de que un libro fuera recibido en algún lugar por algunos
creyentes, no quería decir que esto probaba su inspiración. La recepción inicial de
parte del pueblo de Dios, quien estaba en la mejor posición de probar la autoridad
profética de un libro, era crucial.

Se tomó algún tiempo para que las generaciones subsiguientes estuvieran


totalmente informadas respecto a las circunstancias originales de un libro. Así que,
la aceptación de éstas era importante, aunque más bien era un soporte para las
canonizaciones anteriores.

El principio esencial, sobrepasa a todos los demás. En la base de todo el proceso


de reconocimiento, yace un principio fundamental: la naturaleza profética del libro.

Si un libro era escrito por un profeta acreditado de Dios, reclamando exponer una
articulación autoritativa de Él, entonces, no había necesidad de formular las
demás preguntas.

El decir que la falta de autenticidad descalificaría un libro profético, es hipotético.


Ningún libro dado por Dios, puede ser falso. Si un libro que reclama ser profético
parece tener falsedad indiscutible, entonces, las credenciales proféticas deben ser
examinadas nuevamente. Dios no puede mentir. De esa manera, los otros cuatro
principios sirven como un examen del carácter profético de los libros del canon.

Hemos creído conveniente en este artículo dar una visión general del origen del
canon de la Biblia para que el lector no se pierda entre la enorme complejidad de
datos y detalles que habitualmente se dan a la hora de explicar y justificar los
actuales cánones bíblicos de católicos, ortodoxos y protestantes. Pretende ser esto
un marco genérico fácil de entender y que ayudará al lector también a poder
asimilar con más facilidad otros artículos más densos que sobre el mismo tema
podrán encontrar en muchas partes. Es pues esta una visión general. Para datos
más concretos pueden también ver nuestros artículos sobre el canon del Antiguo
Testamento y del Nuevo Testamento. Al final del artículo añadimos tres apéndices
en los que podrá encontrar el primer canon conservado (el Fragmento Muratoriano
del año 170), las declaraciones de los concilios sobre el canon y también la
perspectiva protestante de este asunto.

En la Iglesia primitiva no se plantearon como cuestión importante la definición de


un canon de las Sagradas Escrituras porque para ellos las escrituras eran algo
secundario que reflejaba por escrito las doctrinas oficiales de la Iglesia, que eran
las transmitidas por la Tradición apostólica oral. Estas doctrinas se reflejaban con
mayor o menor claridad en muchos libros diferentes, aunque desde el principio
haya una preocupación genuina por discernir qué escrituras eran las
verdaderamente inspiradas.

En cuanto al Antiguo Testamento, la mayoría de los cristianos al principio eran de


habla griega, por lo que naturalmente usaban la versión griega de la Biblia, la
llamada Septuaginta o canon alejandrino (que incluía los libros deuterocanónicos
hoy rechazados por los protestantes). Luego estaban los 4 evangelios, que eran
considerados algo así como “la biografía oficial de Jesús”, y después los libros
escritos por los apóstoles, que por ser suyos se consideraban reflejo puro de la
Tradición que ellos mismos habían predicado. Esta noción de las cosas es la que
hizo que se dudara de algunos libros que hoy consideramos canónicos, y así por
ejemplo se dudó al principio sobre la sacralidad del libro de Hechos porque Lucas
no era un apóstol, y se dudó del Apocalipsis y de dos cartas de Juan porque
algunos creían que su autor no era el apóstol Juan sino el llamado “Juan el
presbítero”, que sería discípulo suyo, y por tanto no fueron aceptados
automáticamente, así como varias epístolas de cuya autoría había dudas.

Pero frente a estos libros, que serían los “Number One” de los libros sagrados,
había otros considerados fiel reflejo de la doctrina, y por tanto eran usados en
mayor o menor grado por unas u otras comunidades para su formación y su
liturgia del mismo modo que los anteriores. Así alcanzaron un gran reconocimiento
libros hoy no canónicos pero que eran considerados inspirados en muchas partes,
como por ejemplo El Pastor de Hermas (de mediados del s.II), la Didaché
(catecismo de la 2ª mitad del siglo I), Epístola del papa Clemente (año 96),
Apocalipsis de Pedro (primer tercio del siglo II).

Y por último estaría “la tercera división”, con otra serie de libros que no se
consideraban “perfectos” ni libres de errores doctrinales, pero que eran
ampliamente usados en muchas zonas (aunque no en la liturgia) porque también
en ellos se podían encontrar cosas verdaderas; y ahí tenemos desde libros
apócrifos hasta las cartas y libros de los padres de la Iglesia.

LA IGLESIA PRIMITIVA

Jesús no escribió nada, y sus apóstoles tampoco escribieron nada hasta años
después de morir Jesús (y la mayoría ni eso), así que el cristianismo comenzó
transmitiéndose oralmente y usando las Escrituras judías no para buscar doctrinas
sino para demostrar con ellas que Jesús es el Mesías. Luego van poco a poco
apareciendo cartas de los apóstoles y otros libros, como los evangelios. Estos
escritos van lentamente difundiéndose y usándose como apoyo a la predicación de
los apóstoles y, muertos estos, de sus seguidores. Esta predicación oral es la que
sobre todo durante los tres primeros siglos se considera la auténtica base de la fe
cristiana. Los escritos sólo irán ganando importancia como fundamento de la fe
poco a poco, y más o menos en el siglo IV podríamos pensar que Tradición y
Escritos se constituyen como las dos columnas sobre las que se asienta la doctrina
cristiana, pero siendo la Tradición el fundamento último. Las siguientes opiniones
de los primeros Padres reflejan muy bien esta percepción de las Escrituras como
algo secundario:

Porque he oído a ciertas personas que decían: Si no lo encuentro en las escrituras


fundacionales (antiguas) [o sea, el Antiguo Testamento], no creo que esté en el
Evangelio [o sea, el mensaje de Jesús]. Y cuando les dije: “Está escrito”, me
contestaron: “Esto hay que probarlo”. Pero, para mí, mi escritura fundacional es
Jesucristo, la carta inviolable de su cruz, y su muerte, y su resurrección, y la fe por
medio de Él; en la cual deseo ser justificado por medio de vuestras oraciones. (San
Ignacio de Antioquía, Carta a los Filadelfios 8, c. 107)
…pero la fuerza de la Tradición es una y la misma. Las iglesias de la Germanía no
creen de manera distinta ni transmiten otra doctrina diferente de la que predican
las de Iberia o de los Celtas, o las del Oriente, como las de Egipto o Libia, así como
tampoco de las iglesias constituidas en el centro del mundo (San Ireneo de
Lyon, Contra las herejías I,10,2. Año 180)
Siendo, pues, tantos los testimonios, ya no es preciso buscar en otros la verdad
que tan fácil es recibir de la Iglesia, ya que los Apóstoles depositaron en ella, como
en un rico almacén, todo lo referente a la verdad, a fin de que «cuantos lo quieran
saquen de ella el agua de la vida» […] Entonces, si se halla alguna divergencia aun
en alguna cosa mínima, ¿no sería conveniente volver los ojos a las Iglesias más
antiguas, en las cuales los Apóstoles vivieron, a fin de tomar de ellas la doctrina
para resolver la cuestión, lo que es más claro y seguro? Incluso si los Apóstoles no
nos hubiesen dejado sus escritos, ¿no hubiera sido necesario seguir el orden de la
Tradición que ellos legaron a aquellos a quienes confiaron las Iglesias? (San Ireneo
de Lyon, Contra las herejías III,4,1. Año 180)

Fíjense que San Ireneo defiende que en caso de dudas doctrinales hay que
consultar a las Iglesias antiguas, guardianas de la Tradición, en lugar de pedir que
se acudan a las Escrituras, e incluso habla de las Escrituras como algo (importante
pero) innecesario, pues tenemos la Tradición para decidir qué es o no doctrina
verdadera. Esta postura, que hoy puede chocar, es lógica si tenemos en cuenta
que a la hora de aceptar o rechazar los libros del canon del Nuevo Testamento se
tuvo en cuenta si eran escritos apostólicos, con lo cual han de ser aceptados por
venir de la misma fuente que la predicación oral, o si contenían alguna doctrina
errónea. O sea, si un libro chocaba con la Tradición se rechazaba, así que era la
Tradición la vara de medir de toda doctrina, y también de las Escrituras, y por
tanto en caso de duda no tenía sentido acudir a los escritos, sino a la fuente
misma de esos escritos, que era la predicación apostólica custodiada
especialmente en las iglesias fundadas por ellos (Roma, Alejandría, Éfeso, etc.)

LA POSTURA DE ORIENTE

Oriente tardó siglos en tomarse en serio el canon, y aunque muchos padres de la


Iglesia dan listas de qué libros consideran sagrados y aptos para la liturgia (listas
que nunca coinciden del todo), su concepto de “canon” sigue siendo diferente al
nuestro. Incluso pensando en los libros aptos para la liturgia (o “para leer en la
iglesia” como suelen decir), es frecuente encontrar casos como San Atanasio (año
367), que para el Nuevo Testamento ya da la misma lista actual, pero para el
Antiguo diferencia entre los libros para el canon litúrgico (o simplemente “canon”
como él dice) y los libros que no son para la liturgia pero que son necesarios
igualmente para la formación de los cristianos, a los cuales en otros momento cita
también como sagradas escrituras (incluso hoy los griegos no incluyen en su canon
litúrgico varios libros del Antiguo y Nuevo testamento que sí consideran
canónicos). Frecuente es también la actitud de Eusebio de Cesarea (263-339), que
clasifica la importancia de los libros de acuerdo a su uso y aceptación general en
todas las iglesias, y así diferencia entre los aceptados, los discutidos y los
heréticos. Pero si la actitud hacia el canon del Nuevo Testamento era avanzar
hacia una definición aceptada por todos, en el Antiguo Testamento tal asunto se
veía como algo mucho menos importante, pues sus repercusiones doctrinales
también eran mucho menores. Con la excepción del Apocalipsis, que pasó por
sucesivas fases de aceptación y duda hasta el siglo IX, podemos decir que el canon
actual del N.T. alcanzó el consenso en el siglo IV, aunque no sintieron la necesidad
de proclamarlo de modo oficial. En el 367 San Atanasio nos da la primera lista de
libros del Nuevo Testamento idéntica a la actual, aunque se halla en una carta
litúrgica dirigida a su iglesia de Alejandría, y sigue sin tener carácter de
declaración oficial sino más bien describe lo que hay, y establece su postura con
respecto a los libros que aún se disputaban, por lo que no se impide que otros
sigan teniendo puntos de divergencia con respecto a su elección.

LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA
En este punto recordemos que la Iglesia normalmente sólo ve necesario hacer una
declaración oficial, y más aún dogmática, cuando una verdad de la fe es atacada, y
así por ejemplo Jesús fue siempre considerado Dios ya por los mismos apóstoles,
que lo llaman Señor, pero el dogma de la divinidad de Jesús no se promulgó hasta
el Concilio de Nicea (año 325), precisamente porque fue entonces cuando el
arrianismo atacó esta doctrina. Por eso mismo, como el canon del Nuevo
Testamento tuvo pocas divergencias y poco a poco se fue alcanzando un consenso,
la Iglesia no sintió al principio la necesidad de proclamarlo oficialmente. La base
del cristianismo estaba (y está) en la Tradición, y ésta, cuando no era o es
desafiada, no necesita de ninguna declaración oficial (papa o concilios) para ser
sostenida. Pero eso no significa que la Iglesia como institución se desentendiera
del asunto, pues su papel de árbitro autorizado fue decisivo y lo único que puede
asegurar certeza frente a las opiniones diversas.
Es la Tradición la que en gran medida crea y elige el canon con la guía del Espíritu
Santo, pero desde el Concilio de Laodicea en oriente (año 363) y desde el de Roma
en occidente (año 382) se añade también la noción de que es la autoridad de la
Iglesia la que puede y debe intervenir para fijar el canon y eliminar dudas, y así
diferentes concilios de oriente y occidente (locales primero y ecuménicos después)

ofrecen listados normativos de qué libros se pueden y qué libros no se pueden leer
en la liturgia. Dios guía y ayuda a los primeros cristianos a discernir qué libros son
los inspirados, pero esta guía no se produce sólo a nivel de Iglesia-personas, pues
nunca hubo un consenso total espontáneo, sino también y en última instancia a
través de la autoridad que para atar y desatar concedió a su Iglesia-institución.

LA POSTURA DE OCCIDENTE
En armonía con la Iglesia oriental, aunque con diferentes circunstancias y
funcionamiento, está la Iglesia occidental. En ella Roma es la referencia
indiscutible (autoridad algo más difusa en el caso oriental) y se encuentra mucho
menos expuesta a las múltiples herejías que van surgiendo en oriente, por lo cual
se da la aparente paradoja de que a pesar de hallarse en la periferia de los
debates actúa más frecuentemente como guardiana de la ortodoxia y es menos
tolerante que la oriental a tener “zonas grises”. En Occidente se siente una mayor
necesidad de fijar las doctrinas y dejar las cosas claras, y por ello hay también una
mayor tendencia a la normativa. En este contexto no debe extrañarnos que en el
siglo IV no se conformen con tener más o menos un consenso, sino que se busca
establecerlo de forma oficial y normativa para no seguir con las eternas
discusiones sobre algunos libros. Desde el punto de vista doctrinal también está el
hecho de que siendo considerado el papa como el sucesor de Pedro y cabeza de la
Iglesia, había menos reparos para zanjar las desviaciones doctrinales cuando se
presentaban, algo que los orientales tenían más complicado de hacer por las
divisiones de poder y la lejanía de Roma.

De este modo en el siglo IV aparece ya una lista del canon bíblico, no sólo del
Nuevo sino también del Antiguo Testamento, proclamada por el papa Dámaso I en
el Concilio de Roma (año 382). No falta quien pone en duda que esa lista
conservada fuera realmente parte del concilio o escrita por el papa, pero en
cualquier caso la lista estaba ahí y reflejaría el canon aceptado en ese momento, el
cual es idéntico en todo al canon católico actual en ambos testamentos. En ese
mismo concilio se decide celebrar un concilio para la iglesia africana, precisamente
porque también allí eran incapaces de llegar a un consenso total sobre el canon y
se vio necesario que la Iglesia actuara con autoridad en este asunto. Así
comenzamos con los concilios de Hipona (año 393), Cartago III (año 397)
y Cartago IV (año 419). El concilio de Hipona confirma el canon del de Roma para
toda la iglesia africana occidental. Cuatro años más tarde en Cartago III se vuelve
a confirmar el canon romano y de nuevo se da una lista de libros idéntica a la
Biblia católica actual. En Cartago IV la lista vuelve a ser la misma. De este modo, a
donde no llegó el consenso, actuó la autoridad de la Iglesia.

Las actas del concilio romano están incompletas, las del de Hipona no se
conservan (aunque aparecen resumidas en el de Cartago), pero de Cartago sí
tenemos las actas completas; por eso cuando se habla de cuándo se declaró
oficialmente el canon bíblico algunos mencionan al concilio de Roma (o al papa
Dámaso I directamente), otros Hipona y otros a Cartago. A efectos prácticos bien
podemos establecer al papa Dámaso I en el Concilio de Roma como la primera
declaración oficial del canon bíblico católico.

Para los que dudan de que este canon fuera el del papa Dámaso I tenemos otro
dato sin polémica en su tercer sucesor tan sólo 9 años más tarde: el papa
Inocencio I (401-417). Este papa le escribe una carta a san Exuperio, obispo de
Tolosa (Francia) el 20 de febrero del 405. En esta carta el papa responde a una
pregunta sobre los libros inspirados, y la lista que en ella le escribe el papa es la
misma de Dámaso I, la misma de los concilios africanos, la misma de Trento, la
misma que hoy sigue teniendo la Iglesia católica.

Pero así llegamos al siglo V y la Iglesia católica occidental, a pesar de haber


declarado el canon oficialmente a través de papas y concilios, tampoco ve ninguna
necesidad de hacer una declaración dogmática porque no hay ningún ataque serio
a este canon que parece ser aceptado por todos. Las dudas sobre algún libro o
fragmento (especialmente relativo al Antiguo Testamento) pudieron surgir, y
puesto que no era asunto dogmático dichas dudas eran posibles, pero como nunca
supusieron un peligro real, ni un ataque organizado, ni una herejía, la Iglesia
siguió sin ver la necesidad de una declaración dogmática sobre el canon, que ya
quedaba suficientemente clarificado.

LA IGLESIA CATÓLICA ENTERA: ORIENTE Y OCCIDENTE

A medida que las Escrituras iban ganando mayor peso como base de las doctrinas
cristianas, disminuyó también la tolerancia a las disensiones y aumentó la
necesidad de tener claro qué era y qué no era escritura. Pero este proceso fue
muy lento. Mientras que Occidente ya en el siglo IV había zanjado el canon de
forma oficial, Oriente todavía aceptaba el canon por puro consenso, y al no estar
oficialmente cerrado seguimos listas que difieren entre sí en algunos puntos. Es de
suponer que “el canon de Dámaso” vigente ya en Occidente fuese visto también en
Oriente como una especie de estándar o referencia, pero ninguna postura oficial
había sido tomada para Oriente y las disputas y divergencias continuaron. Esto
hizo que en el concilio griego llamado Quinisexto o Trulano, celebrado en
Constantinopla en el 692, los orientales se planteasen oficialmente el asunto del
canon, como ya había hecho Occidente en sus concilios. En este concilio no se
hace una lista del canon, sino que se remite a las listas ya aceptadas,
especialmente al catálogo del Concilio de Cartago III, que como hemos visto es el
de Dámaso I. En la práctica podemos pues decir que en este concilio la Iglesia de
oriente acepta ya oficialmente el mismo canon que la de occidente, pero también
explica por qué el debate sobre el canon no desapareció por completo en oriente,
pues este concilio no sólo remite al canon de Cartago III, sino que también alude a
las llamadas “Constituciones Apostólicas”, que divergían de Cartago en algún que
otro punto.
Alguien podría decir aquí que si el papa Dámaso I ya había promulgado el canon
en el concilio de Roma y el de Hipona se supone que su decisión debería haber
sido vinculante también para los griegos, pero cuestiones de obediencia aparte, el
papa promulgo el canon en concilios locales, que no eran vinculantes para la
Iglesia universal, por lo que los griegos quedaban fuera de su ámbito. Podríamos
decir aquí que el papa actuó como obispo de Roma y no como cabeza de la Iglesia.
Se proclama un canon oficial, pero no es un canon dogmático. Esta diferencia en
esa época no tenía importancia pues el canon no se veía amenazado y por ello no
era necesario blindarlo.

Y así quedaron las cosas, con un mismo canon oficial aceptado por todos, aunque
sin poner fin a algunas pequeñas disensiones aquí y allá, y oficializado
separadamente por Oriente y Occidente. Ya no volvemos a encontrar ninguna
nueva proclamación o reafirmación del canon hasta el siglo XV porque no era
necesario.

En el año 1054 se produce el Gran Cisma que rompe a la Iglesia Católica por la
mitad, separando a Oriente y Occidente. Los motivos doctrinales para esta ruptura
fueron tan pequeños que hoy podrían parecernos casi ridículos, pero las
verdaderas causas eran políticas, y eran demasiado poderosas. La cristiandad
oriental, que ya en parte estaba bajo el yugo del Imperio árabe, sufre unos años
más tarde una amenaza aún mayor cuando los turcos empiezan su expansión por
Asia Menor hasta acabar con Constantinopla y su imperio en 1453, y a partir de
entonces será el propio sultán el que se encargue de impedir cualquier intento de
acercamiento entre ambas mitades de la Iglesia.

Pero desde la ruptura hasta la invasión turca ambas iglesias hicieron varios
intentos de reunificación. En estos intentos tampoco la política fue ajena, pues los
bizantinos buscaban la ayuda de Occidente para rechazar al invasor. Pocos años
antes de la caída de Constantinopla se celebra un concilio ecuménico al que
asistirán las dos iglesias y que producirá una corta reunificación. Será el Concilio
de Florencia (1431-1445). Y es en este concilio cuando por primera vez la Iglesia
oriental y la occidental tomen conjuntamente una postura oficial con respecto al
canon. Puesto que ambas por separado habían fijado ya oficialmente su canon, no
es ninguna sorpresa que el canon que desgrana el concilio sea el mismo que ya
vimos en los concilios de Roma y África. Es normal que algunos señalen Florencia
como el concilio donde se fija el canon bíblico, pues aunque ya estaba fijado, es
aquí donde por primera vez se expone el primer catálogo oficial de libros sagrados
de la Iglesia universal. Pero de nuevo el decreto no es propiamente una definición
dogmática solemne, sino más bien una profesión de fe que presenta la doctrina
católica tal como era aceptada universalmente. El decreto reproduce el canon
completo, siguiendo las definiciones de los sínodos cartaginenses.
Y ya no volvemos a encontrar ningún motivo para volver sobre este asunto hasta
que no aparece una amenaza seria contra el canon universal con la llegada de
Lutero.

LA RUPTURA PROTESTANTE
En el canon bíblico, como en tantas otras cosas, Lutero rechaza las enseñanzas de
la Iglesia. Abandona el canon alejandrino del Antiguo Testamento, que era el que
mayoritariamente usaban los primeros cristianos y el único reconocido en todos los
concilios, y en su lugar aceptaba el canon judío, que no era como entonces
pensaban un canon hebreo más antiguo que el alejandrino, sino un canon fijado
por los judíos de finales del siglo primero en un momento en el que parte de su
interés era situarse frente a un cristianismo que se expandía a gran velocidad.

Es cierto que algunos Padres de la Iglesia prefirieron también este canon al


alejandrino, pero ya dijimos que el asunto del canon del A.T. para los antiguos era
un asunto bastante difuminado, y muchos Padres había que preferían el canon
alejandrino tradicional del cristianismo, que en cualquier caso era el más
generalizado. Los judíos habían rechazado en su canon los libros y fragmentos
escritos en griego bien por haber sido redactados en esa lengua o bien porque los
originales hebreos se habían perdido, pero para los cristianos orientales, de habla
griega (igual que para los judíos de la diáspora), el idioma griego no suponía
ningún problema, más bien al contrario. Pero las desavenencias no llegaron sólo al
Antiguo Testamento, sino que también alcanzaron al nuevo. Lutero rechazó varios
libros del Nuevo Testamento: Apocalipsis y las epístolas de hebreos, Judas y
Santiago, aunque finalmente su propuesta de retirarlos no llegó a cuajar entre los
protestantes e incluso él mismo terminó por dar marcha atrás muchos años
después. Por primera vez el canon quedaba desafiado, rechazado, y la Iglesia
entonces sí vio necesario no sólo reafirmarlo, como había hecho otras veces, sino
dogmatizar el asunto para evitar que por influencia de estas nuevas ideas los
cristianos católicos abrieran debates que lo hicieran peligrar.

El Concilio de Trento (1546-1565) vuelve pues con el tema del canon. En la


sesión del 8 de abril de 1546 el Concilio no sólo reafirmó el canon, sino que esta
vez definió “semel pro sempre” (de una vez por todas) el canon de los libros
sagrados. La lista de libros, idéntica a la actual y a la de Dámaso I, comienza con
estas palabras:
“[El Concilio] estima deber suyo añadir junto a este decreto el índice de los libros
sagrados, para que nadie pueda caber duda de cuáles son los libros que el Concilio
recibe”.
Noten que el Concilio, a pesar de estar haciendo una declaración dogmática, no se
presenta como el creador del canon, sino como el que despeja toda posible duda
sobre “los libros que recibe”. Por tanto es consciente de que lo que hace es
reafirmar, ahora dogmáticamente, el mismo canon que le llegó a través de la
Tradición, que incluye los anteriores concilios. Así mismo despeja dudas sobre si
algunos libros eran más sagrados que otros proclamando que todos los libros del
canon poseen “igual autoridad normativa”, sin que pueda existir diferencias entre
ellos, y determina también la extensión de la canonicidad: alcanza los “libros
íntegros con todas sus partes”, para evitar ideas protestantes que quieren quitar
de algunos
libros ciertos fragmentos. Es por este motivo, por su dogmatismo y por su
precisión, que también hay gente que considera que el canon quedó cerrado en el
Concilio de Trento, aunque en nuestra opinión una declaración dogmática debe ser
interpretada como una defensa para evitar alteraciones, no siempre como una
proclamación, y menos aún como creación, por lo que seguimos defendiendo la
idea de que el canon se cerró con Dámaso I, al menos en lo que a la Iglesia
occidental se refiere.

LA PARADOJA PROTESTANTE
No se puede ignorar que entre la declaración del Concilio de Roma (382) y el de
Trento (1546) no todas las Biblias cristianas son exactamente iguales. Algunas
omiten o añaden algunas cosas que otras sí presentan, aunque no parece que ello
reciba la condena de Roma. Este hecho es usado por algunos protestantes para
defender que el canon bíblico no fue fijado por los católicos hasta Trento.

Esta idea presentaría para los protestantes un problema aún mayor que para los
católicos. A los católicos no nos debería suponer ninguna diferencia pensar que el
canon bíblico se cerró hace mil años o hace tres días, porque el papa y los concilios
tienen autoridad e inspiración divina para fijar la doctrina de modo infalible, así
que nuestra Biblia sería tan libre de error habiendo sida fijada ayer como hace dos
mil años. Pero los protestantes no tienen nada semejante. Ellos no pueden “crear”
un canon bíblico a partir de escritos diversos, ellos necesitan partir de un canon
bíblico ya creado para que todas sus doctrinas tengan sentido, pues toda su
teología se basa en la Sola Scriptura, la cual afirma que toda la verdad está en y
sólo en la Biblia, así que si no hay Biblia no hay doctrinas, y para que sus doctrinas
sean verdaderas esa Biblia necesariamente tiene que ser verdadera, sin que falte
ningún libro ni tampoco que sobre.

La Iglesia católica basó su doctrina en las enseñanzas de Jesús y los apóstoles, y


sólo después los escritos que hoy forman parte de la Biblia fueron desarrollándose
y siendo aceptados, y aunque la mayoría de esos textos llegaron al canon por
consenso, fue también necesaria la autoridad del papa y los concilios (bajo
inspiración divina) para poder fijar el canon sin posibilidad de error, pues el
consenso no era total. Pero el protestantismo no reconoce ninguna autoridad fuera
de la Biblia, por lo que no tendría ningún mecanismo para decidir un canon bíblico
si no estuviera ya creado. Es por eso que para el Nuevo Testamento aceptó como
infalible el canon establecido por la Iglesia Católica, y para el Antiguo Testamento
aceptó como infalible el canon establecido por los judíos de finales del siglo
primero.

La infalibilidad católica podría tener para ellos cierto sentido, pues aunque nos
consideren apóstatas somos cristianos. Mucho más sorprende que asuman como
infalible la decisión de un concilio (o algún mecanismo similar) formado por judíos
décadas después de Cristo, por lo que desde el punto de vista cristiano sería un
concilio herético sin ninguna protección divina en sus conclusiones. Esta paradoja
se debe a dos cosas: por un lado Lutero prefería apartarse del canon católico por
marcar diferencias y porque los libros en disputa daban apoyo bíblico a doctrinas
que él rechazaba; y por otro lado porque en aquellos tiempos no sabían que ese
canon había sido definido después de Cristo, sino que pensaban que ese canon era
el mismo que tenían los judíos de Jerusalén en tiempos de Jesús, y por tanto sí
sería un canon de inspiración divina, lo cual hoy sabemos que no es cierto.

En nuestro artículo sobre el canon del Antiguo Testamento explicamos con detalle
el asunto de los cánones judíos, pero como resumen digamos que el canon de
Jerusalén no estaba cerrado ni definido enteramente, así que cuando los judíos
quisieron cerrar su canon para blindarlo de la influencia cristiana, tuvieron que
definirlo y rechazar algunos libros que sí se habían usado en la Jerusalén de Jesús.
Las primeras evidencias que tenemos de un canon judío cerrado nos las da Flavio
Josefo en el año 93 d.C. y el escritor de Esdras IV de la misma época o posterior.
Por el contrario el canon alejandrino estaba mucho más fijado (aunque no sin
algunas diferencias) por hallarse en la traducción griega de la Septuaginta, y por
tanto fue creado no después de Cristo, sino mucho antes de él; la traducción al
griego de la Septuaginta comenzó en el III a.C. y el canon se cerró a finales del II
a.C. con la inclusión de Macabeos. Además, aunque no falta polémica, parece
probado que los escritores del Nuevo Testamento que escribieron en griego
utilizaban sobre todo la versión griega de la Biblia (la Septuaginta) para sus citas
del Antiguo Testamento, pues también estaban escribiendo en griego. Es de notar
también que los originales en hebreo de Macabeos terminaron perdiéndose porque
los judíos de finales del siglo primero no lo incluyeron en su canon (aunque San
Jerónimo aún llegó a ver una copia en hebreo), por lo que la única versión que se
conserva es la griega, precisamente porque los primeros cristianos sí la tenían en
sus biblias y así se pudo conservar. Igualmente la Iglesia primitiva de los siglos I y
II reconoce unánimemente como inspirados a los libros deuteronómica (de la
Septuaginta pero que no fueron incluidos en el posterior canon judío) y los cita con
la misma autoridad que cita los demás. Las dudas sobre ellos aparecerán más
tarde, en los siglos III y IV, volviendo la unanimidad en el V. Si los apóstoles, que
conocían ambos cánones, permitieron que sus seguidores usaran el canon
alejandrino sin hacer ningún reproche, está claro que no tenían nada que objetar
en ello o su obligación habría sido dejar claro que el canon alejandrino no era
correcto.

A menudo se presenta el canon alejandrino y el canon jerosolimitano como si


fuesen dos cánones opuestos y excluyentes, cuando simplemente estamos
hablando de colecciones de libros usadas en las zonas de habla griega y la zona de
Palestina. La mayoría de los palestinos eran bilingües, y creemos que Jesús y al
menos parte de los apóstoles también lo eran, así que elegir entre uno y otro
canon era probablemente más cuestión de elegir idioma de lectura que otra cosa.
La creencia de que en Palestina existía un canon hebreo cerrado y delimitado es
errónea, pues lo que encontramos son diferentes cánones que iban desde el más
restringido (sólo el Pentateuco) hasta el más amplio (el de la Septuaginta), lejos
de un consenso claro sobre qué libros eran inspirados y cuáles no. Además, Jesús
no es de Jerusalén sino de Galilea, con mayor influencia helénica, y se crió y formó
en el pueblecito de Nazaret, junto a la ciudad helenizada de Séforis, de donde se
cree era María y donde residirían los abuelos de Jesús, así que es fácil suponer que
Jesús estaba familiarizado con el canon griego de la Septuaginta.

En cualquier caso la concepción que los judíos tenían sobre el canon era parecida a
la que vimos entre los cristianos del principio, que más que tener concepto de una
colección de libros cerrada tenían diferentes grados de consenso. En el caso judío
el Pentateuco era aceptado por todos, los libros proféticos eran aceptados por la
mayoría, y luego hay otros libros con diferentes grados de consenso, y ahí es
donde tenemos a Jesús, en lo que hoy podríamos llamar “un canon líquido”. Por lo
tanto lo que los protestantes llaman “el canon hebreo” no es el canon de la época
de Jesús, sino el canon que los judíos fijaron décadas después de su muerte.

El caso es que los protestantes se encuentran ahora en la extraña posición de que


su infalible Biblia, base de toda su doctrina, se apoya en una columna cristiana
(católica) y en una columna judía (post-alianza) que no garantiza al 100% la
verdad, pues siendo el canon judío una decisión humana sin inspiración divina,
basta con que uno de los libros o fragmentos rechazados en él lo haya sido por
error para que su Biblia deje de ser infalible, o al menos le falte parte de la
verdad, con impredecibles consecuencias, pues una verdad menos supone como
mínimo un error más.

ANTIGUAS DIFERENCIAS EN LAS BIBLIAS


Pero volvamos ahora al asunto antes iniciado sobre por qué existían biblias
católicas que no recogían todos los libros del canon o que añadían libros no
canónicos. Frente a quienes ven en esto una prueba de que el canon no estaba
cerrado, daremos aquí las verdaderas razones que permitían estas pequeñas
variaciones a pesar de que el canon sí estaba cerrado y oficialmente sancionado.
Para empezar, ya vimos que en la Iglesia cristiana anterior al protestantismo el
asunto del canon bíblico, con ser importante, no era tan fundamental como lo es
para los protestantes, y ni siquiera tan fundamental como lo es ahora para los
católicos. La Tradición siempre estaba ahí como garante de la doctrina, y la Biblia
era la consecuencia de la Tradición, y no la fuente doctrinal absoluta. A esto
añadimos que antes de Lutero el canon bíblico no estaba amenazado, así que no
se necesitaba vigilar el asunto con demasiado celo. Si hoy se vendiera una Biblia
con un libro apócrifo, la gente podría tomar ese libro como fuente de doctrinas y
poner en peligro sus creencias creyendo que tal libro demuestra ciertas verdades
erradas. Antes de Trento la fuente y autoridad doctrinal estaba en la Tradición,
custodiada por Roma, así que a la gente normal no se le ocurría sacar doctrinas de
la Biblia, pues para empezar la gran mayoría de la gente, que ni siquiera sabía
leer, no manejaba la Biblia, sino que las doctrinas eran las que Roma enseñaba. Si
un editor no se sujetaba al canon al 100% no había ningún peligro para la doctrina
católica, que seguía siendo custodiada y enseñada por Roma. Mientras el papa y
los obispos tuvieran claro qué libros formaban el canon, no era tan

necesario controlar cada Biblia que se escribía o editaba en Occidente.

Esta falta de control exhaustivo posibilitaba que algunos editores y universidades


publicaran Biblias que no se ajustaba totalmente al canon. Por otra parte no
suponía para la Iglesia ningún problema que alguien incluyera en su Biblia algún
libro apócrifo. Supuestamente si se incluye un libro apócrifo se ponía al final, con
un prólogo que explica que es apócrifo y por qué se incluye en esa edición, pero
esto algunas veces no se hacía así y el libro parecía integrado como uno más, lo
que no significa que el lector quedara confundido o engañado. Recordemos de
nuevo que en aquellos siglos la Biblia no era algo al alcance de la gente normal,
sino sólo usada por los clérigos y gente muy culta, y esa clase de gente no se
llevaba a engaños al encontrar un libro que saben que no es del canon.

Cuando hablamos de estas pequeñas variaciones pensamos sobre todo en cuatro


libros que aparecen en algunas ediciones de la vulgata latina. Se trata de Esdras 1
y 2, de la oración de Manasés y a veces también de la Epístola a los Laodicenses
en el N.T. Algunos dicen que estos libros estaban en la vulgata y que Trento los
quitó del canon, pero ya hemos visto que ninguna de las declaraciones oficiales
sobre el canon menciona a ninguno de esos libros, así que aparecieran o no en
algunas biblias, la Iglesia oficialmente nunca las había incluido en el canon y por
tanto Trento no tuvo que “quitar” nada del canon anterior.
Para conocer el canon oficial hay que acudir a Roma y a los concilios, no a esta o
aquella biblia editada por tal o cual editor de Amberes o Valladolid. El hecho de
que esos libros fueran traducidos por San Jerónimo tampoco demuestran que al
principio formaran parte del canon, pues buena parte de los libros del Antiguo
Testamento (apócrifos o canónicos) los escribió inicialmente a petición de algún
amigo y dirigido expresamente a ellos, como lo demuestra lo que dicen Jerónimo
en los prólogos a esos libros, que son más bien cartas que adjunta a sus amigos
junto con la traducción que les envía. Por eso tampoco resulta extraño que al
imprimir o copiar una biblia, incluyan libros no canónicos pero que habían sido
traducidos por San Jerónimo, y que de todas formas, como ocurría luego con las
biblias protestantes, se consideraba que algunos libros apócrifos, aun no siendo
sagrados, tenían material de interés para los fieles.

También pudo ocurrir en algunos casos que hubiera confusión en el compilador,


pues por ejemplo la apócrifa oración de Manasés no es en sí misma un libro
aparte, sino un añadido al final de Crónicas 2, así que un editor, sabiendo que
Crónicas 2 es un libro canónico, pudiera usar una copia que incluía dicha oración
apócrifa sin que necesariamente se diera cuenta. Y lo mismo ocurre con algunos
otros libros, que en algunas copias aparecen formando parte de otro libro que sí
está entre los canónicos. Que algunos apócrifos se tradujeron como añadidos de
otros libros canónicos lo sabemos, que algunos compiladores incluyeran uno de
esos apócrifos añadidos sin darse cuenta que lo eran es ya especulación nuestra,
no conocemos datos al respecto pero nos parece fácil que ocurriera en ocasiones.

Es por eso que un listado de libros canónicos no basta para fijar con exactitud las
Escrituras Sagradas. Por eso Trento no se limita a listar el canon una vez más, sino
que se refiere a la vulgata como el modelo del canon y a continuación hace una
“edición oficial” de la vulgata en la cual se incluyen todos y sólo los libros y partes
de los libros que la Iglesia reconoce como sagrados. En 1590 ya estaba lista esta
edición oficial, llamada Vulgata Sixtina (por el papa Sixto V), que corregía los
errores de transcripción y edición y canon que pudiera haber en otras biblias que
circulaban por entonces. Era, por decirlo de algún modo, en sí misma el canon
sagrado. Unos años más tarde Clemente VIII saca una nueva edición en la que se
incluyen tres apócrifos que frecuentemente venían en las biblias anteriores, los
mencionados Esdras 1 y 2 y la oración de Manasés, pero en un apartado final y
claramente etiquetados como apócrifos; una prueba más de que no es lo mismo el
canon de la Biblia que los libros que vienen incluidos en una biblia. Esta vulgata
fue la edición oficial de la Iglesia Católica hasta 1979, cuando sale la nueva edición
llamada Nova Vulgata, con una traducción latina mejorada y ya sin anexo de
apócrifos.

Es por todo esto que Roma no se tomaba el interés ni veía la necesidad de ejercer
un férreo control sobre si todas las Biblias se ajustaban fielmente al canon o no, y
por qué la existencia de esas biblias con pequeñas variaciones no puede ser usada
como prueba de nada.

FLUCTUACIONES
Y nos queda aún una última cuestión que ha creado confusión en muchos artículos
y discusiones sobre este asunto. Al final publicamos en un apéndice los listados del
canon de los diferentes concilios de los que hablamos, y al compararlos se ven
algunas ligeras

variaciones. No son idénticos. De ahí concluyen algunos varias cosas, según cómo
lo interpreten:

1- La autoridad del papa no era respetada en aquella época porque Dámaso I


cerró el canon pero ni los orientales ni los africanos se dieron por aludidos y
necesitaron sus propios concilios.
2- Los concilios no son inspirados por el Espíritu Santo porque ante una misma
cuestión no coinciden entre sí.
3- El canon no quedó cerrado antes de Trento porque lo que dice un concilio lo
cambia otro.
Ya explicamos antes que ni el papa ni los concilios de Roma, Hipona y Cartago
fueron proclamaciones de la Iglesia universal, por lo tanto eran vinculantes para
sus respectivas zonas de influencia y no para todo el mundo, y que ni él ni el
concilio griego ni el ecuménico de Florencia proclamaron el canon como dogma, así
que las opiniones divergentes no eran consideradas heréticas, sino simplemente
erróneas. Es Trento el que convierte el canon en dogma, así que técnicamente
hablando, y en lo que se refiere al canon, para un católico Lutero antes de Trento
estaba equivocado, pero después de Trento defendía una herejía.

Los puntos 2 y 3 se refieren a una misma cosa: que el canon de los diferentes
concilios no coincide. Esto sencillamente no es cierto, todos los listados son
idénticos, lo que varía en algunos casos es la forma de enunciarlos. Por ejemplo el
libro de Esdras comenzó siendo un solo rollo, y por lo tanto un único libro.
Posteriormente se dividió en cuatro partes: Esdras I, II, III y IV. Luego se cambió
en muchas zonas el nombre de las dos primeras partes a Esdras(antiguo Esdras I)
y Nehemías (Esdras II), con lo que Esdras III pasó a llamarse Esdras I
mientras que Esdras IV pasó a llamarse Esdras II, y así a veces lo que en un sitio
llamaban Esdras IV en otros se llamaba Esdras II. Reyes I, II, III y IV pasaron
luego a llamarse Samuel I y II y Reyes I y II. El libro
de Jeremías incluía Lamentaciones, Carta de Jeremías y Baruc, pero en otros sitios
se separa Jeremías de Lamentaciones, en otros sitios se separa la Carta y en otros
también a Baruc (lo que hace que algunos erróneamente afirmen que el libro
de Baruc entró tardíamente en el canon o que ninguna Biblia lo traía hasta el siglo
IX). También hay cambio de opinión sobre el autor de algunos libros, así que el
concilio de Roma cita Proverbios, Eclesiastés y el Cantar de los Cantares como
obras de Salomón y luego añade Sabiduría y Eclesiástico, pero en Cartago no
encontramos Proverbios ni el Cantar de los Cantares ni el Eclesiastés; allí
mencionan “los 5 libros de Salomón, incluyendo Sabiduría y Eclesiástico”, siendo
que esos otros tres libros que faltan se consideraban obra de Salomón y por eso
les bastó decir “los 5 de Salomón” para dejarlos incluidos en el canon. De igual
modo algunos libros cambiaron de nombre, y así Eclesiástico en algunos concilios
se menciona con el nombre de Sirac, Josué es a veces llamado Jesús de
Navé, Crónicas también recibe el nombre
de Paralipomenos, Lamentaciones también puede llamarse libro de Cinoth. Pero
estas diferentes formas de listar el mismo canon (algunas aún vigentes) pueden
confundir a quien no conoce la materia, mas no suponen ninguna dificultad para el
familiarizado con ella, así que no estamos especulando con nada, estamos
explicando por qué el profano puede sacar conclusiones equivocadas de unos
listados que son claramente idénticos.

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