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Instituto Universitario “Santo Tomás de Aquino”

Palmira- Estado Táchira


VI Semestre de Teología/ Materia: Teología Espiritual.
PÉREZ SÁNCHEZ Ángel Gerardo
SÍNTESIS DE CONFIGURADOS A CRISTO SACERDOTE
Manual de Espiritualidad del Presbítero Diocesano
MORONTA RODRÍGUEZ Mario del Valle

El Manual de Espiritualidad del Presbítero Diocesano surge ante la necesidad de una vivencia autentica de
la espiritualidad del sacerdote diocesano, con la finalidad de ofrecer ideas que le permitan una mayor
profundización de su vida espiritual, de su vocación bautismal y sacerdotal; y del llamado universal a la
santidad del cual también él es partícipe. Dicha vocación está definida desde la caridad pastoral que es fuente de
la espiritualidad del sacerdote diocesano.
El punto de partida para entender la espiritualidad del sacerdote diocesano, así como la de todo cristiano
es la vocación bautismal que es la llamada a vivir como hijo de Dios, que manifiesta la elección divina del
hombre como un misterio de amor de Dios, pero es también responsabilidad del hombre discernir dicho llamado
para aceptarlo o rechazarlo. La llamada de Dios involucra toda la existencia del hombre que dentro de este
llamado tiene como primera vocación ser verdaderamente humano, recordando que el hombre creado a «Imagen
y semejanza de Dios» (cf. Gen 1,26) tiene la capacidad de entrar en dialogo con Él y recibe la dignidad de ser
hijo. La experiencia de ser hijos de Dios es la base de toda espiritualidad cristiana que debe ser profundizada y
vivida; entendiendo que por el bautismo nos convertimos en sagrarios de Dios y templos vivos de la Santísima
Trinidad, que mediante su gracia quiere alcanzar para nosotros la plenitud de la vida. En el bautismo nos
hacemos miembros de la Iglesia en la que todos somos hermanos iguales en dignidad llamados a vivir en
comunión, instaurando en el mundo el Reino de Dios.
La respuesta del hombre a la llamada de Dios debe ser decidida, con una actitud de disponibilidad en el
ejercicio de su libertad y en comunión con Dios. Por ello requiere de generosidad, apertura de corazón y mente,
para entrar en sintonía con la gracia de la llamada. El seguimiento de Jesús es la opción que el hombre hace por
Él, por su palabra, por su obra, por su Iglesia, esta respuesta a su llamada ayuda a identificarse con Cristo, a
tener sus mismos sentimientos, para así seguirle en todo momento, lugar o situación. El Seguimiento nos hace
discípulos del Maestro que enseña, guía y ayuda a madurar para que el discípulo camine y progrese en la
perfección. El efecto de dicha respuesta mediante: la generosidad, el seguimiento y el discipulado es el
identificarse con Jesús muerto y resucitado, pues el bautizado recibe una transformación profunda de su
existencia: la de la nueva creación instaurada por Cristo mediante su muerte y resurrección, el bautizado es un
hombre nuevo a muerto al pecado y resucitado a la vida de la gracia, se reviste de Cristo, asumiendo su propia
existencia y entrando en comunión con Él, para vivir según el espíritu, como herederos, como hijos de Dios.
El Bautismo debe ser vivido desde la vocación particular, ya sea como casados, como laicos o en una
consagración especial. Los laicos viven su llamada como miembros del Pueblo de Dios y participan del triple
oficio de Jesucristo: sacerdote, profeta y rey. Esta vivencia deben realizarla en el contexto en el que se
desarrollan, conocido como secular; es lo que diferencia a los laicos de los consagrados y sacerdotes, en ésta
realidad los laicos están llamados a vivenciar el ser luz y sal de la Tierra. Por otra parte el matrimonio realiza su
vivencia bautismal, siendo testigos vivientes de la alianza de Cristo con la Iglesia, que es indisoluble y tienen
como valores principales: la fidelidad, la fecundidad y el amor. Los Consagrados son testigos del Reino de Dios
viviendo los concejos evangélicos desde su vocación bautismal y enriquecida por la doctrina de sus padres y
madres fundadores. Los Presbíteros Diocesanos están llamados a incorporarse a Cristo, los diáconos a Cristo
Servidor y el Sacerdote a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote.
El Sacerdote está llamado a participar de la vida íntima de Cristo y su misión de Pastor Supremo, de allí
que el Sacerdote es el que está configurado a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. Esta realidad la recibe de la
llamada gratuita de Dios: Haced esto en Memoria mía, y es en el seminario donde debe darse el discernimiento
para responder a este llamado. Desde estas palabras Jesús instituye el sacramento de la Eucaristía y el del
Orden, como un llamado-mandato, no para ser sacerdote a ratos, sino para toda la vida. El hacer memoria no se
trata pues de un simple recordatorio, sino de hacer presente a Cristo, que actúa por medio del sacerdote. La
vivencia de este misterio ayuda al crecimiento espiritual del sacerdote y lo aleja de convertirse en un profesional
de lo religioso.
La respuesta de esta llamada ha de hacerse con las mismas palabras de Jesús: «esto es mi cuerpo esta es
mi sangre», comprometiendo de esta manera la existencia del sacerdote. En estas palabras se da la entrega total
de Cristo por la salvación y el sacerdote haciéndolas suyas también debe hacer ofrenda de su cuerpo para que
Cristo a través de él siga entregándose al Padre por la salvación de la humanidad. El sacramento del Orden
tienen un efecto y una acción en quien es ordenado, imprime carácter, es decir produce una transformación
interior para siempre y transmite la potestad espiritual participando de la autoridad con la cual Jesucristo,
mediante su Espíritu guía a la Iglesia. Es un sacerdocio por elección de Dios y no por herencia, que no pude ser
visto como un prestigio mundano o de imposición sobre los demás, sino vivido desde una actitud oblativa y
sacrificial, que a ejemplo de Cristo esta llamado para servir y no para ser servido. Debe tenerse los mismos
sentimientos de Cristo, una estrecha comunión con Él, mediante la oración, la palabra, los sacramentos y la
caridad. El sacerdote es el mediador por excelencia entre Dios y los hombres y viceversa, teniendo siempre
presente su misión de predicar, pastorear y santificar a su grey.
La fuente de la vida espiritual de sacerdote es: la caridad pastoral, que es imitar a Cristo en su
entrega. Es la donación de sí por parte del sacerdote que ha recibido en su ordenación éste don del Espíritu
Santo y que debe traducirse en el amor del pastor que da la vida por sus ovejas, es la coinmolación con Cristo.
El ser buen pastor debe tener como virtudes: la cercanía, la disponibilidad, el dialogo. Es conocer y dejarse
conocer por su rebaño, cuidarlo, guiarlos, alimentarlo… este es el radicalismo del amor. Es necesario pues que
el Sacerdote sea consiente de ser mediador con un oído en su pueblo y el otro en Dios, así como de testimoniar
el amor que vive para así santificar a su grey y esto será posible si el sacerdote se encarna dentro de la misma,
de lo contrario puede convertirse en un mercenario. En la ordenación el Obispo dice al sacerdote: imita lo que
tratas, con éste imperativo invita a que pueda hacer vida lo que celebra en los oficios sacerdotales, entregar su
cuerpo y su sangre, ser palabra viva, perdonar con el mismo amor de Dios; es hacerse precisamente testigo de
Cristo a tiempo y destiempo, hasta llegar al martirio de ser necesario.
El sacerdote debe tener una vivencia de los misterios del Reino. Posible solo si el sacerdote es el hombre
del Reino de Dios, por tanto actuando en nombre de Cristo hace presente su Reino en el mundo. Es dar
continuidad a la obra sacerdotal de Cristo, quien con su mediación acerco la humanidad a Dios; y por tanto
encarnar los valores del Reino, para hacerse testigo del mismo. Estos valores están bien representados en las
Bienaventuranzas, el sacerdote debe convertirse en pobre de espíritu, capaz de reconocer su pequeñez y
necesitado de consuelo, por tanto humilde y misericordioso, con sed de justicia, constructor de la paz,
consciente de que puede ser perseguido, incomprendido o burlado y con un corazón limpio. Viviendo estos
valores todo cristiano y más el sacerdote alcanza la plenitud, posible solo con una actitud de desprendimiento
(kenosis) de lo que no es necesario.
Todo bautizado esta llamados vivir los consejos evangélicos que son signos y estímulos de la caridad. El
sacerdote para una mayor identificación con Cristo debe hacer vida los consejos evangélicos, la obediencia al
Obispo, al Papa, a la Iglesia, no es solo hacer caso de algo que se exige, sino que va más allá, es encontrar su
dimensión espiritual: hacer la voluntad del Padre. La castidad es más que una renuncia, es la entrega generosa
de lo más grande que un hombre tiene: su paternidad, para una entrega mucho más grande; el sacerdote es de
todos y para todos y se convierte en padre espiritual del pueblo de Dios. La castidad y el celibato se convierten
en un signo del Reino para el mundo. La pobreza no significa miseria, es no apegarse a bienes materiales, ni
espirituales, ni a privilegios. La pobreza es un signo de esperanza, de desprendimiento de lo terreno para
alcanzar la riqueza de la eternidad, convirtiéndose en una manera de vivir la caridad. La pobreza en el sacerdote
debe llevarlo a vivir más cerca de los necesitados, su opción preferencial por los pobres en todas las formas de
pobreza existentes
El sacerdote es un ministro en, con y para la Iglesia, es esta la dimensión eclesial de su llamado a una
vivencia de la comunión, es un hombre de comunión que refleja la comunión trinitaria, pues el sacerdote actúa
en nombre de Cristo, pero también de la Iglesia. El sacerdote debe caracterizarse por su sentido de Iglesia no
está llamado a vivir aisladamente sino en comunidad esto es parte de su identidad. El poder que se le ha dado no
es para dividir o excluir, sino para estar en comunión con la Iglesia Universal, su Obispo, el Presbiterio y su
propia comunidad, por este motivo debe conocer la Iglesia, su Magisterio, para poder actuar en su nombre y
según sus exigencias. Es un hombre de dialogo para atraer a todos a la unidad y debe animar la inculturación del
evangelio, por ello debe encarnarse en la comunidad para realizar su servicio de comunión desde dentro de la
misma humanidad, haciéndose así mediador para la comunión con Dios, con los hombres y consigo mismo,
pues el sacerdote une la misericordia de Dios con la miseria humana; su misma humanidad es garantía de dicha
mediación. Esta mediación se realiza mediante el misterio eucarístico, que no se reduce solo a lo cultual, sino
que abarca toda la vida del sacerdote y también en el misterio de la reconciliación en la que restaura la ruptura
ocasionada por el pecado y restablece la comunión con el Padre y con los hermanos, derribando los muros de
división, acercándose al pecador para devolverle la comunión.
Otro de los temas de interés es el de la fraternidad sacramental con el presbiterio, los que comparten el
sacramento del orden comparten una misma identidad: están configurados a Cristo, desde está realidad se
entiende que el vínculo existente es más que uno de sangre, pues participan del mismo sacerdocio y de la misma
misión y deben ser los primeros en dar testimonio del mandamiento del Señor de amarse los unos a los otros.
También debe existir unión del Presbiterio con su obispo, pues él se presenta como un padre para el presbítero y
estando unido a él se unen a la Iglesia Universal.
El carisma es un don especial del Espíritu que le permite al sacerdote cumplir con su responsabilidad en
nombre de Dios y de la Iglesia, la dimensión carismática del presbítero diocesano está marcada por unos
dones propios del Orden que son: el carisma de la mediación para crear comunión entre Dios y los hombres y de
los hombres entre sí, es ser puente y ejemplo de vida. También el carisma pastoral que es el don de ser pastor, al
que se llama celo pastoral a ejemplo del Buen Pastor. La profecía es el carisma que hace al sacerdote portavoz
de la Palabra de Dios, para anunciar la verdad y denunciar el pecado iluminando el camino del Pueblo de Dios.
Otro carisma es la diocesanidad que le permite actuar en persona de la Iglesia. en comunión con el Obispo y el
Presbiterio, haciéndole sentir parte de una diócesis que debe amar y servir. El carisma de la fraternidad
sacramental que permite entender que pueden haber diferencias de opiniones y de servicios pastorales, pero por
el sacramento todos los sacerdotes tienen la misma dignidad y están llamados a ser familia en la comunión.
En el tesoro de la espiritualidad de la Iglesia es importante definir los alimentos para la vida espiritual
del Presbítero Diocesano, el primero de ellos es la palabra de Dios y la Tradición de la Iglesia. La palabra es el
alimento del cual el sacerdote se nutrirá para sus reflexiones personales y homilías mediante la letio divina, asi
como la lectura de los Padres de la Iglesia y de la teología de la liturgia. Otro alimento es el Magisterio, el sentir
con la Iglesia debe llevar al sacerdote a conocerla más, para poder servirle mejor. Para este conocimiento es de
gran ayuda la lectura de los documentos magisteriales del episcopado y de la Iglesia Universal. La vida
sacramental representa un alimento que enriquece la espiritualidad del sacerdote, el sacramento de la
reconciliación, la eucaristía, la unción de los enfermos… vividos desde la contemplación darán una mayor
vitalidad y sentido al ejercicio del ministerio sacerdotal.
El sacerdote debe tener una constante dirección espiritual y la revisión de vida, para calibrar su ministerio
y evaluar su vida espiritual, es por eso importante propiciar momentos de compartir sacerdotal para poder
encontrarse con sus hermanos sacerdotes y compartir su fe, sus problemas y su alegría sacerdotal. El sacerdote
debe ser el modelo de todo orante, la oración tiene un lugar privilegiado en el día a día del sacerdote, debe tener
una vida contemplativa, su oración debe ser de mediación por el Pueblo de Dios y debe contemplar las
situaciones de su grey para hacerlas oración. El rezo del oficio divino es la oración oficial de la Iglesia con ella
el sacerdote ora en, con, por y para la Iglesia, no rezarla es silenciar la voz de la Iglesia y perder esta comunión
universal.
La práctica del propio ministerio también debe llevar al sacerdote a su santificación y la de su pueblo,
otros alimentos importante de la vida espiritual son: la lectura espiritual y el conocimiento y devoción de los
santos en especial de la Santísima Virgen María pues el vínculo espiritual del sacerdote con ella es muy
especial, pues como lo recordaba Juan Pablo II: «el sacerdocio debemos vivirlo en unión con María…allí será
custodiado en sus manos y guardado en su corazón». También es importante: el estudio, el dialogo con otros
sacerdotes y laicos.
Lo que hace el sacerdote lo hace bajo el impulso del Espíritu Santo, es Él quien permite vivir una vida
espiritual. La imposición de manos y la oración consecratoria durante la ordenación sacerdotal, tienen la
intencionalidad de transmitir la fuerza del Espíritu Santo, otorgándole la potestad sacerdotal, haciéndole para
siempre de Cristo y de la Iglesia. El ministerio del sacerdote es posible solo por el Espíritu Santo quien lo
mueve, guía y lo unge para proclamar la buena nueva a los pobres, la libertad a los cautivos, dar vista los
ciegos… es decir el Espíritu posibilita la misión del sacerdote. La Eucaristía y el Orden son fruto de la acción
del Espíritu Santo, Él es el gran protagonista de la vida espiritual, que aviva por medio de sus dones.
El sacerdote en el ejercicio de su ministerio hace memoria del futuro escatológico, busca alcanzar la
plenitud de la eternidad, la función mediadora sacerdotal hace del Presbítero: Sacerdote-Hostia, pues éste a
ejemplo de Cristo que es Sacerdote y victima debe ofrecer el sacrificio por la humanidad y ofrecerse a sí mismo
como víctima al Padre. Todos los creyentes están llamados a participar de ésta realidad en cada Eucaristía en
espera de la plenitud de la vocación cristiana: la vida eterna. Por ello el sacerdote debe contagiar esperanza de
su llamada a ser santo y a santificar, haciendo presente la vida eterna cuando celebra la Eucaristía, dando el Pan
de vida eterna que es anticipo del banquete del Reino.
Como conclusión es importante «reavivar la gracia recibida por la imposición de las manos» (2 Tim
1,6), es decir mantener viva la llamada de Dios y la respuesta a su llamada, dejando que el Espíritu Santo sea
quien guie el ministerio sacerdotal. La espiritualidad del sacerdote no es aislada a la espiritualidad bautismal y
debe ser vivida en comunión con la Iglesia, haciendo presente a Cristo en el mundo mediante el oficio
sacerdotal, viviendo los concejos evangélicos como expresión de la vivencia del Reino, siendo testigos de lo
que celebran. Pero el mayor servicio del sacerdote es el de identificarse estrechamente con Cristo haciéndose
víctima-hostia, que se ofrece a sí mismo por la salvación de sus hermanos.
Es importante seguir profundizando en la espiritualidad del presbítero diocesano para así alcanzar una
mayor vivencia de lo que le es propio y da plenitud a su ministerio sacerdotal: la caridad pastoral.

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