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UNA MIRADA INTRAMUROS

Antes de intentar acometer la realización de un Prediagnóstico Institucional,


comprendimos que era una empresa harto compleja y que, por tal motivo, necesitaríamos, a
priori a nuestros primeros avances; lograr la confluencia de opiniones provenientes de los
más diversos sectores; así como de fuentes que puedan aportar caudal empírico y teórico.
Un eje clave de esta iniciativa constituye el desafío de dilucidar, con la mayor
precisión posible, la VOCACIÓN DEL AGENTE PENITENCIARIO.
Intuimos que esta definición se deriva del mandato social que dio cuerpo al
nacimiento de la institución penitenciaria. Por tal motivo, las respuestas no deberían
encontrarse, exclusivamente, en el ámbito específico de los organismos penitenciarios ni en
personas vinculadas en forma directa con el sistema correccional.
Este incipiente estudio sobre la complejidad del fenómeno de la inseguridad y el
nivel de delincuencia, con su correlato en la realidad penitenciaria, que habremos de
emprender; podría significar una primera acción que aporte a la optimización de los
recursos humanos existentes en nuestra comunidad, como posible respuesta a las
necesidades crecientes del S.P.B.
Alguien dijo: “La mejor política de salud son los hospitales vacíos”.
Consustanciados con este razonamiento creemos que la “mejor política penitenciaria”, sería
la disminución del índice del delito y una exitosa gestión en la reinserción social de los
internos.
La fastuosa y gigantesca tarea asignada al Servicio Penitenciario Bonaerense, cuya
jurisdicción abarca el área geográfica con mayor densidad demográfica y nivel de exclusión
social del país, excede sus potestades y la de cualquier otro organismo estatal.
A la institución penitenciaria se le han asignado el rol de atenuar o revertir los
efectos de una crisis estructural; las secuelas de una sociedad en pugna, que encuentra su
“Armagedón” en el micro mundo de una cárcel.
La titánica misión del servicio penitenciario se dimensiona al tener que compensar
la ausencia o disfunción de otras instituciones por las que el individuo ha pasado y en las
que no ha encontrado las necesarias respuestas a sus demandas emocionales, educativas y
afectivas.
El prolongado periplo social del individuo que inicia su interacción fundante en la
familia, no ha encontrado una suficiente acción educacional y correctiva en la escuela; ni ha
sido contenido por otras instituciones no gubernamentales como los clubes, partidos
políticos o iglesias.
Así como la política sanitaria eficiente tiene su eje crucial en la prevención; en base
a una estratégica campaña de educación y participación de todos los actores sociales, de la
misma manera, una óptima política penitenciaria necesitaría del aporte de la comunidad,
articulado por los organismos competentes del estado.
Una exitosa política penitenciaria quizás resultaría entonces en cárceles
descomprimidas y, por consiguiente; una ostensible disminución en la demanda de
construcción de nuevas unidades.
Frente a esta breve reflexión, fácilmente se infiere que una tarea tan abarcativa y
compleja, excede al restringido microclima de las cárceles o al mejor despliegue que
pudiera efectuar en su tarea de seguimiento y atención el Patronato de Liberados.
CONFLUENCIA DE SABERES Y MIRADAS
Al margen de este, pretendido, prediagnóstico o “paneo general” referido a algunas
facetas salientes de la realidad intramuros, sí pretendemos avanzar hacia un abordaje capaz
de auscultar las debilidades y hallar propuestas eficaces para su superación, deberíamos
intentar la cohesión y consubstanciación de técnicos, profesionales y empíricos del ámbito
penitenciario.
Sólo con esa actitud será posible la confluencia de masa crítica capaz de construir,
diseñar y, hasta incluso, reformular (si fuera estrictamente necesario), la misión del
personal penitenciario. Ese rediseño del eje vector de las misiones y funciones asignadas,
debería articularse con las nuevas demandas sociales y con una visión política
transformadora.
Ese nuevo horizonte político, recreado en la actual gestión, trasciende la fría
evidencia de las estadísticas aún de una realidad cristalizada y difundida por los medios
masivos de comunicación. Más allá del asombro y, a veces, parálisis por replanteos
espontáneos que intentan enfrentar a los emergentes sociales; es hora de emprender un
estudio sostenido e integrado de las causas profundas que los generan.
No pretendemos mediante este abordaje, desestructurado y limitado por el tiempo y
los recursos financieros y humanos, definir un gran espectro de la macro realidad del
Servicio Penitenciario Bonaerense. Creemos, más bien, que este texto está destinado, como
máxima aspiración, a elaborar algunos “disparadores” en torno a la necesidad acuciante de
realizar, desde una descripción vivencial e “in situ”; un estudio más profundo del carácter,
misión, competencia y desarrollo histórico de aquel rol asignado al personal penitenciario.
La dinámica creciente de nuestra sociedad exige, creemos, respuestas innovadoras y
diseñadas a la medida de las ingentes exigencias de nuestro crítico presente y, esas
propuestas superadoras no ciertos tecnócratas o seudo-mesías blandiendo presuntas
fórmulas mágicas. El único camino posible para emprender soluciones eficaces es un
estímulo decisivo a la participación de la comunidad en pleno y la movilización al
compromiso permanente de los actores sociales.
La confluencia de miradas podrán componer el gran espectro con el que será posible
obtener el más certero diagnóstico y para eso es necesario el aporte de profesionales y
empíricos pertenecientes a los más diversos ámbitos y disciplinas.
En definitiva el rol asignado al agente penitenciario es, antes que nada, una
construcción y mandato social tan dinámico como los cambios y transformaciones que
llegaron acompañando a las grandes crisis de nuestro país.

SEMBLANZA DE UN AGENTE
PENITENCIARIO
El intento de una, quizás, difusa descripción de un “perfil promedio” de personal
penitenciario no pretende “pintar” un modelo standart, insinuar cierta homegeneidad ni
involucrar a todos los agentes en el marco de características presuntamente comunes y
claramente identificatorias.
Sí, tal vez, podemos hablar de “tendencias” o ciertos prototipos posibles de
verificarse en el trabajo diario de quienes frecuentamos el mundo de las cárcels
bonaerenses.
Si tomáramos este humilde análisis como una medición o calificación absoluta del
perfil del personal penitenciario, caeríamos en una no simple distorsión de la realidad. No
pretendemos trazar la exacta descripción del agente penitenciario porque tal pretensión
constituiría el riesgo de provocar una mirada errática de la realidad ya que así
estimularíamos la consolidación de ciertos estereotipos que siempre amenazan instalarse en
el imaginario social o, más importante aún; podríamos alentar la legitimación de verdaderos
“estigmas institucionales” que solo sirven para desalentar iniciativas organizacionales al
descalificar a los actores responsables de las necesarias transformaciones.

ALGUNAS ARISTAS
A través de innumerables entrevistas personales e informales, donde surge
espontáneamente la temática del difícil rol que se le asigna al personal penitenciario, se
puede detectar cierto vacío simbólico ante la dificultad de expresar, con precisión, las
falencias en el desempeño del personal.
Con asombro y desazón comprobamos que el personal subalterno; aquel que tiene
contacto permanente y directo con la población penitenciaria, comparte con ella su
procedencia social y han “mamado de la misma crisis socio-económica y cultural que azotó
a nuestros país en los últimos años.
La puja que exacerba la conducta de “gendarmes del orden” en muchos de ellos es
la necesidad imperiosa por “sentar diferencias”; esas que saben no están tan decantadas en
la realidad del orden social imperante.
Es así que, quienes hemos escogido enfrentar el desafío de la capacitación nos
encontramos con un enigma a resolver, a priori, casi inexpugnable como los muros que
rodean a las cárceles.
Cómo hablar de una alternativa de cambio, cuando no se concibe una realidad
sustituta que trascienda la cotidianeidad de ese mundo intramuros que tiende, día a día, con
el aporte y sostén solidario de todos los actores, a consolidar su “statu quo”?
No escasea la buena voluntad por cierto; se habla sincera y hasta entusiastamente de
generar un nuevo sistema pero, las ideas parecen naufragar en un mar de imprecisiones y de
balbuceantes abordajes. Es que; hablar de la realidad, por parte del personal penitenciario,
es también de ellos; de sus potenciales defectos y hasta de un sistema de creencias, premios
y castigos que se ha enarbolado como tótem, a través de generaciones.
Así, el “oficio penitenciario” conlleva tanto orgullo como la portación del uniforme
y las consignas, casi siempre de rasgo marcial, identifican con mayor contundencia que la
pertenencia institucional el color celeste de su investidura, al fin de cuentas siempre
circunstancial y temporal.
En ese contexto, entonces, claro que sí; hay certezas en cuanto a la necesidad de
capacitación pero, a su vez, es inevitable incurrir en una clásica ambigüedad que caracteriza
a las expresiones que intentan diagnosticar las disfunciones organizacionales.
Es que el “vacío simbólico” al que nos referimos se manifiesta en una aguda crisis
de sentido intramuros, donde algunos términos, con estratégico valor semiótico, han
adquirido, debido a los conflictos y crisis institucionales, una significación peligrosamente
difusa. Aunque este fenómeno no suele incluirse en los diagnósticos formales realizados
sobre el S.P.B., no deja de acarrear una dificultad real en la capacitación del personal,
puesto que la estructura simbólica, instituida para describir y analizar la realidad
intramuros, se ha vuelto ineficiente y enajenada de su función representativa.
En síntesis, quizás, nuestra dificultad sea: ¿Cómo hablar de la crucial situación
penitenciaria si aquellos términos que utilizamos para describirla ya se han cargado de otra
significación?.
Alguien dijo que: “aquello que pueda ser representado por una palabra,
sencillamente; NO EXISTE”. Di igual manera, ante situaciones y niveles de complejidad
inéditos; deberíamos asumir el desafío de reformular nuestra estructura simbólica para,
luego, acometer la empresa de transformar la realidad que intentamos describir.
Así, de esta manera, palabras claves, en el micromundo intramuros, como
delincuente o reinserción social o, incluso educación y libertad; obligan a un replanteo y
“nuevo pacto” en esa convención social que significa el sistema de sentido.
a) Ante este panorama, cabe preguntarse entonces: ¿Cómo representar la virtudes
tan vitales para la convivencia como; el respeto, la cortesía, la amabilidad en una
comunidad de personas que nunca han podido decodificar con la mínima precisión esos
términos, porque nunca supieron que representaban esas palabras?. Ante esta evidencia;
¿cómo podríamos pretender que, quienes tienen encomendada la titánica misión de ejecutar
un rol tan crucial como el que le compete al S.P.B. puedan aportar eficazmente a un “micro
clima” o brindar un marco propicio que coadyuve a la rehabilitación y resocialización de
los internos?

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