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aquejada de tos y ronquera, y ya por entonces propuse una cura ps�quica que no
lleg� a iniciarse porque tambi�n este acceso, que le hab�a durado ya m�s de lo
acostumbrado, acabo por desaparecer espont�neamente. Al invierno siguiente,
hall�ndose pasando una temporada en casa de su t�o, a ra�z de la muerte de la mujer
de �ste, a la cual tanto quer�a la sujeto, enferm� de pronto y con fiebre alta,
diagnostic�ndose su estado como un ataque de apendicitis . Al oto�o siguiente, la
familia abandon� definitivamente la ciudad de B., pues la salud del padre parec�a
ya consentirlo, traslad�ndose primero al lugar donde aqu�l ten�a su f�brica, y
apenas un a�o despu�s a Viena. Dora hab�a llegado a ser entre tanto una gallarda
adolescente de fisonom�a inteligente y atractiva, pero constitu�a un motivo
constante de preocupaci�n para sus padres. El signo capital de su enfermedad
consist�a ahora en una constante depresi�n de �nimo y una alteraci�n del car�cter.
Se ve�a que no estaba satisfecha de s� misma ni de los suyos; trataba secamente a
su padre y no se entend�a ya ni poco ni mucho con su madre, que quer�a a toda costa
hacerla participar en los cuidados de la casa. Evitaba el trato social, alegando
fatiga constante, y ocupaba su tiempo con serios estudios y asistiendo a cursos y
conferencias para se�oras. Un d�a, sus padres se quedaron aterrados al encontrar
encima de su escritorio una carta en la que Dora se desped�a de ellos para siempre,
alegando que no pod�a soportar la vida por m�s tiempo. La aguda penetraci�n del
padre le hizo suponer desde el primer momento que no se trataba de un prop�sito
serio de quitarse la vida, pero qued� consternado, y cuando m�s tarde, despu�s de
una ligera discusi�n con su hija, tuvo �sta un primer acceso de inconsciencia ,
del cual no qued� luego en su memoria recuerdo alguno, decidi�, a pesar de la
franca resistencia de la muchacha, confiarme su tratamiento.