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Relatos de mitos y leyendas de la Provincia Cordillera.

“En cuanto relato oral, como una práctica discursiva social sobre los acontecimientos sagrados y
primordiales ocurridos en el principio de los tiempos, entre seres sobrenaturales, y que dan
cuenta de la cosmogonía, de la antropogonía y del origen de algo en el mundo como los elementos
naturales y los pertenecientes a los derivados de la naturaleza humana.”

Según lo anterior, y aplicando parte de la competencia que tengo en relación al tema, el


mito corresponde a una narración situada en un tiempo primordial, anterior al tiempo histórico y
como tal, a la presencia del ser humano. Es un relato colectivo- y por ende, anónimo debido a
que su creación no está asociada a un autor individual- en donde se desarrollan acontecimientos
que se articulan como un sistema de creencias sagradas, de ahí su carácter religioso, los cuales
explican, a través de la intervención de personajes de carácter sobrehumano como dioses,
semidioses, titanes, gigantes, etc., algunos hechos importantes: el origen del mundo, del hombre,
del bien y el mal, entre muchos otros. De esto se desprende que el mito tiene un carácter
universal, ya que trata de dar respuestas a trascendentales preguntas que se ha hecho el ser
humano a lo largo de toda su existencia, ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿por qué estoy aquí?,
¿cómo se creó el mundo?, etc.

Por su parte, las leyendas corresponden a relatos, en un principio orales,


de una historia que trata sobre el origen de un personaje, una institución o cualquier elemento
natural o cultural que forma parte de una tradición. Según el Diccionario de la Real Academia de la
Lengua Española corresponde a una “relación de sucesos que tienen más de tradicionales o
maravillosos que de históricos o verdaderos”. Se presentan, al igual que los mitos, como historias
verídicas y con una función etiológica, es decir, explican la causa o el principio de algo, por ejemplo
el de un volcán, un lago, un río o del poder político de determinado linaje o raza. Sin embargo, a
diferencia de los mitos, muchas poseen elementos históricos y las acciones narradas son
desarrolladas por personajes en lugares que son claramente reconocibles por los receptores, tal
como lo afirma García de Diego “una narración tradicional fantástica esencialmente admirativa,
generalmente puntualizada en personas, época y lugar determinados". Otra característica que
también comparten con los mitos es la presentación de hechos y personajes sobrenaturales, pero
en este caso, encontramos brujos, diablos, seres alados, etc.

Un claro ejemplo de lo que hemos expuesto se encuentra en la leyenda El


pacto del diablo con Ramón Subercaseaux en donde se le atribuye al demonio el origen de la
riqueza natural del valle de Pirque:
“Es una de las más conocidas leyendas de esta zona junto con la de El casillero del Diablo de la
viña Concha y Toro. Basada en el asombro de quienes aún no creen que las aguas del canal La
Sirena puedan ascender por las laderas de los cerros para regar el valle de Pirque, como se ve
desde el camino a San José de Maipo.

Don Ramón Subercaseaux, un personaje de la historia de Pirque, fue dueño de gran parte de estas
tierras e impulsor de su progreso. En aquella época las tierras eran de secano no permitiendo
grandes cultivos por la falta de riego. Sin embargo, don Ramón se propuso la construcción de un
canal que trajera al valle de Pirque el apreciado don del agua, extrayéndola del río Maipo, más
arriba de la bocatoma de La Obra y lo logró a pesar de las inmensas dificultades técnicas y
geológicas de su construcción. Este fue el canal La Sirena.

El agua transformó los campos de Pirque y permitió la riqueza de las viñas y el vino de tanta
importancia en nuestra historia local y nacional.

Los lugareños al ver tanta riqueza imaginaron que era el producto del pacto entre don Ramón y el
mismo demonio quien lo ayudaría a construir el canal para hacerse rico a cambio de su alma.

El plazo se cumplía y el demonio iba en busca del alma del enriquecido personaje.

Esa tarde don Ramón salió de su inmensa casona y parque en un carruaje tirado por cuatro
caballos y conducido por su auriga, quien se sentaba en el pescante, aislado de su importante
pasajero.

Al atravesar el puente de San Ramón el auriga se dio cuenta de que su carruaje no avanzaba y
comenzó a guasquear a sus caballos que bufaban estrepitosamente. Sin embargo, no se movían,
era como que si una extraña fuerza los detuviera en ese lugar. El campesino, preocupado, miró
hacia atrás y en ese momento vio salir del carruaje a don Ramón Subercaseaux junto a un
personaje alto, de bigotes en punta, totalmente vestido de negro bajándose del carruaje y
perdiéndose en los laberintos de la noche. Era el demonio que había venido a cobrar la otra parte
del pacto juramentado.”[5]

Los elementos históricos que encontramos en ella son principalmente el canal La Sirena o canal
Pirque, cuya construcción comenzó, según diversas fuentes consultadas, en 1834[6], y la presencia
del personaje llamado Ramón Subercaseaux, quien nació el 10 enero del año 1790 en la aldea
Nancoto y falleció el 30 octubre de 1859 en la ciudad de Santiago. Este importante señor, primero
se destacó como comerciante en La Serena, luego se estableció en Valparaíso, donde tuvo su casa
de comercio, después adquirió la hacienda Pirque y posteriormente compró El Llano que lleva su
nombre y el Colmo. También fue uno de los principales accionistas del Ferrocarril de Valparaíso a
Santiago. Senador entre los años 1840 y 1849, y desde el año 1852 hasta el día de su
muerte[7].Un personaje con gran poder económico, político y social como se puede inferir.

Como más arriba se indicó, a diferencia del mito, el cual responde a preguntas
trascendentales de la humanidad, la leyenda posee lugares que son perfectamente identificables y
esto se debe a su temática localista. En este caso, el espacio corresponde a Pirque, una de las
comunas de la Provincia Cordillera.

Si ahora nos concentramos en el origen y el desarrollo del relato en cuestión, puedo afirmar
que éstos ocurren por razones que se interrelacionan entre sí. La primera de ellas es mencionada
en forma explícita en el texto y se debe al “asombro de quienes aún no creen que las aguas del
canal La Sirena puedan ascender por las laderas de los cerros para regar el valle de Pirque”.
Efectivamente, Ramón Subercaseaux “(…) no pudo sufrir por largo tiempo esa burla continua que
le hacía el Maipo con el ruido de esa turbia i sonante corriente”[8] y decidió conducir sus aguas
hacia la hacienda pircana por medio de un canal, cuyas obras de construcción se iniciaron bajo sus
órdenes a partir del año 1834[9] . Esta tarea fue considerada una locura por la mayoría de la
gente, pues se debió cavar el resistente mármol y cortar profundamente las montañas. Además,
los obreros se mantuvieron en pie solamente amarrados para no caer en los hondos abismos
donde aún fluye el río, los cuales tenían 70 metros de profundidad aproximadamente. Un trabajo
sobrehumano fue el que se llevó a cabo para desviar las aguas maipinas hasta la hacienda
pircana. Nunca resultó una tarea fácil, alguna extraña presencia tuvo que actuar en la construcción
del cauce. Así fue, qué duda cabe, si hasta la misma Asociación de Canalistas del Canal de Pirque
habla sobre la participación de fuerzas sobrenaturales:

“La leyenda cuenta que don Ramón decidió construir un canal para regar la Hacienda de Pirque
(hasta el sector de Santa Rita). La labor era una empresa deproporciones para la época, por lo que,
se dice, don Ramón decidió hacer un pacto con el diablo, quien le ayudaría a terminar el canal, a
cambio de su alma. Así, entre los obreros empezó a circular el rumor de que durante las noches el
diablo trabajaba en la construcción y terminación del canal sin descanso.”[10]

La segunda razón, según mi parecer, se encuentra gatillada por la impensada


transformación que sufrió Pirque, cuyas tierras de secano se convirtieron en nutritivos campos
gracias al canal.

“(…) obra osada i perfectamente conducida desde la boca – toma hasta la Puntilla de San Juan
que es donde comienza a regar los terrenos de la hacienda. Gracias a él esta posesión se halla al
presente completamente transformada, en vez de desiertos e incultos montes i de áridas i
pedregosas llanuras se ven ahora vastas y estensas campiñas de verdes pastos o amarillas mieses,
orladas de grandes hileras de álamo que formando interminables i umbrosas alamedas permiten
al viajero contemplar libre del calor de un sol de verano, los prodijiosos efectos producidos por las
fecundas aguas del Maipo.”[11]

La leyenda El pacto del diablo con Ramón Subercaseaux señala que “El agua transformó los
campos de Pirque y permitió la riqueza de las viñas y el vino de tanta importancia en nuestra
historia local y nacional” a la que también debemos sumar su carácter internacional, ya que el año
2012 la más importante de sus viñas, Concha y Toro, fue “reconocida como “La Marca de Vinos
Más Admirada del Mundo””[12] y en la actualidad “es el principal exportador de vinos de
Latinoamérica y una de las marcas vitivinícolas más importantes a nivel mundial. Desde el año
2001, la compañía forma parte del Club des Marques (Club de Marcas), transformándose en la
única viña latinoamericana que integra esta asociación, la cual reúne a las marcas más destacadas
de la industria vitivinícola mundial.”[13] Motivos, entre varios otros, por los cuales muchos
consideran a Pirque “La Capital del vino”[14]. No está de más decir que muy ansiosos esperamos
el mes de abril para celebrar la Fiesta del Vino de esta comuna… ¡salud! Lo siento, no lo pude
evitar.

La pregunta inevitable que surge en estos momentos es, ¿por qué, entonces, no se le
atribuyó la obra a Dios, quien por medio de Jesucristo ayudó al señor Subercaseaux Mercado?
Creo que por la sencilla razón de que, tal cual lo señala La Sagrada Biblia, no se puede amar a Dios
y al dinero:

“Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y
dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; / porque raíz de todos los males
es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de
muchos dolores. / Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad,
la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.”[15]

“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al
uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.”[16].

No tengo la menor duda de que dichos pasajes se les enseñaban a los innumerables peones en las
capillas a través de las periódicas misas costeadas por quien se convirtió en un hombre
poderosamente rico, el que incluso en un determinado momento se adueñó de todas estas tierras
y de sus aguas “Hubo una época en que Pirque pertenecía hasta tal punto a los Subercaseaux, que
Don Ramón hizo poner una puerta, candado y cadena en el puente que lleva su nombre”[17] con
el fin de evitar robos y saqueos. Seguramente, alguna vez algún parroquiano le preguntó por la
situación y conducta de su patrón a quien oficiaba la ceremonia, o por temor a perder su empleo,
lo hizo mientras se confesaba, ante lo cual el presbítero respondía que contra los propósitos de la
Divina Providencia estaba prohibido atentar, pues ella sabía por qué hacía las cosas y todos
debían aceptarlas, sin excepción alguna. Insistía en que los campesinos debían preocuparse
solamente de trabajar la tierra para el dueño, que contribuía con la producción del país, y cuyo
aporte iba para el Estado, quien entregaba puntualmente el diezmo a la Santa Iglesia Católica. El
labrador, inquieto y disconforme con la respuesta obtenida, le recordaba lo aprendido en las
misas, pero el cura, por su parte, le decía, con el fin de tranquilizarlo, que no se preocupara, ya
que Dios se encargaría del Juicio Final e incorporaba a su discurso religioso otros pasajes bíblicos,
como los que cito a continuación:

“No juzguéis, para que no seáis juzgados. / 2 Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados,
y con la medida con que medís, os será medido. / ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu
hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? / ¿O cómo dirás a tu hermano:
Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? / ¡Hipócrita! saca primero la viga
de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.”[18]

Finalmente, le recordaba que gracias a la labor de Ramón Subercaseaux Mercado, iluminado por
Dios, ellos tenían trabajo. Sin embargo, el campesino, que solo pedía lo justo, no quedaba
satisfecho con la plática y salía de la capilla a reafirmar el rumor de la estrecha relación entre el
diablo y el magnate de Pirque. Rumor que con el paso del tiempo se convirtió en leyenda y cuyos
efectos llegaron hasta el día de hoy, y de los cuales, obviamente, también se hicieron parte sus
familiares, como su nieto Julio Subercaseaux, quien de esta manera lo recuerda:“(…) una vez un
capataz nos mostró un banco de piedra partido por un rayo y nos dijo que ahí el diablo se había
sentado con el patrón don Ramón, mi abuelo”[19]

Volvamos al texto en donde aparece la leyenda que nos interesa para hablar de su desenlace. Ya
se dijo que este tipo de relato surge de la oralidad, y como bien sabemos al ir compartiéndose por
este medio, de interlocutor en interlocutor a través del tiempo, algunos van “poniéndole de su
propia cosecha”. De esta manera, encontramos distintas variantes, o diferentes versiones y El
pacto del diablo con Ramón Subercaseaux, obviamente, no escapa a esta situación. En él aparece
que después de salir de su casona[20], y mientras atravesaba el puente, actualmente conocido
como San Ramón, el carruaje se detuvo, y el demonio, quien es descrito como “un personaje alto,
de bigotes en punta, totalmente vestido de negro”[21], salió del vehículo para cobrar la palabra y
llevarse su alma. Pero también existe otro final, en donde aparece que un carruaje negro, guiado
por jamelgos con alas, desciende al mismo puente para buscar al Sr. Subercaseaux. Patricia O’
Shea Lecaros afirma que a este personaje tan importante para la historia pircana se le atribuye un
pacto con el diablo, “Aunque las razones que tuviera […] varían según a quienes le pregunte (en
general, se dice que fue para que Pirque prosperara), lo que sí se cuenta es que mientras éste
cruzaba el río Maipo, un carruaje negro con caballos alados descendió a buscar a don Ramón”[22].
Esta misma situación se reitera en la novela El Chupacabras de Pirque, en donde la bruja Melisa le
dice a Ricki y a su primo Dante lo siguiente:

“-Pues les contaré que hace mucho más de cien años, el Marqués de Concha y Toro le vendió su
alma al Diablo por preservar una bodega de vinos. No querrán saber ustedes lo que sucedió allí.
Pero eso no es todo. Años después, el señor Ramón Subercaseaux también hizo un pacto con
Lucifer y dicen que cierto día al cruzar el río Maipo, un carruaje negro con caballos alados
descendió a buscar a don Ramón”[23].

Permítaseme la libertad de aplicar el concepto de veracidad al fragmento que acabo de


citar para indicar que el ente ficticio y creo que con él, su autores cubanos, Pepe Pelayo y Batán,
incurren en un desacierto, ya que afirma que el señor Ramón Subercaseaux estableció un trato
con Lucifer después que lo hiciera con Melchor Concha y Toro, ¡craso error histórico!, pues, si mal
no recuerda, los inicios de la construcción del canal La Sirena datan del año 1834, mientras que la
leyenda del Casillero del Diablo, introduce como fecha el año 1883[24]. Comprendo que la bruja
no quiera asustar a Ricki y a Dante, por eso decide no contar la historia de lo que sucedía en la
bodega de vinos. Pero a todos nosotros sí nos interesa saber qué ocurrió en dicho lugar. Sin
embargo, esto quedará reservado para otro estudio, en donde se analizará el Casillero del Diablo:
La leyenda del vino, ya que por ahora mi interés se concentra en la presencia del diablo en el
canal Pirque y su relación con Ramón Subercaseaux Mercado con el fin de profundizar el párrafo
de Oresthe Plath que habla sobre las “Leyendas del diablo”:

“El pueblo, a la vez, recuerda en Chile a numerosas personas que han vendido su alma al Diablo y
que se han salvado de los pactos valiéndose de sus respectivas contras. De aquí, según el pueblo,
los terrenos de rulo que de la noche a la mañana se convierten en fértiles campos de plantío y la
prosperidad de la hacienda o el éxito de los negocios de muchas personas de las cuales se da el
nombre”[25]

Como se puede comprobar, resulta imprescindible hablar del Diablo y esto porque a partir de las
relaciones que establecen con él, tanto Ramón Subercaseaux Mercado como La Llorona, podré
respaldar la afirmación con la cual se inicia este ensayo. Sobre la leyenda de este último
personaje, Stella Rodríguez y Gabriel Verduzco, señalan lo siguiente:

“La leyenda de «La Llorona», en su forma más simple, es la siguiente: «La Llorona» es la historia de
una mujer de tiempos de la Nueva España que, al saberse engañada por el hombre al que ama, se
venga de él matando a sus hijos. Cuando repara en lo que ha hecho pierde la razón y muere para
después aparecer por las noches penando, dando alaridos por las calles de la ciudad lamentándose
por sus hijos muertos. El clásico grito lastimero de la Llorona es: «¡ay, mis hijos!».”[26]

Tal como se indicó más arriba, cuando analizábamos la leyenda El pacto del diablo con Ramón
Subercaseaux, este tipo de relatos sufre alteraciones a través del tiempo y el espacio,
conformando distintas versiones. De esta manera, nos encontramos con que la leyenda de La
Llorona[27] del Cajón del Maipo corresponde a un relato único, del cual no tengo registros de su
existencia en otro lugar hasta el momento. Esta es la siguiente.

“Aproximadamente en el año 1800 llegó a la villa de San José de Maipo, desde Santiago,
acompañada por su esposo y sus hijos, una mujer llamada Norma. San José era un pequeño y
tranquilo poblado en el que vivían unas pocas familias campesinas y los mineros del yacimiento de
San Pedro Nolasco. Norma y su familia se instalaron en una pequeña casita cerca del río, en lo que
hoy llamamos “Camping del Río”. Allí, como cualquier mujer de la época, se dedicó a criar a los
hijos y a plantar y cuidar su huerto, mientras su marido trabajaba en la mina y se aparecía muy de
vez en cuando por casa. Se sabe, sin embargo, que la soledad, la paz, suele hacer surgir desde lo
más hondo de la psique humana aspectos desconocidos y a veces siniestros de la personalidad.
Eso fue lo que aconteció con Norma.

El tiempo pasaba. Ella no lo notó al principio, pero de pronto un día se dio cuenta que su marido
cada vez venía menos a casa. Comprendió que su ausencia se debía al mucho trabajo que él tenía,
pero eso no la consoló. La mujer entristeció al principio, mas quizás qué defensa interior oculta
hizo que se fuera poniendo cada vez más agresiva, y nadie sabe cómo, terminó mezclándose en
magia negra. Esto último fue la gran noticia-copucha que comenzó a rumorearse por esos días por
San José, que la tal Norma que vive cerca del río practica la magia negra y todo tipo de asuntos
raros con el fin de dominar a las personas. Se decía que cuando sus hijos se dormían, ella iba río
arriba, hacia el sur, y sacrificaba guaguas al mismísimo Satanás, a quien también se ofrecía en
cuerpo y alma. Asimismo, contaban que encendía una hoguera y cumplía extraños ritos con los
animales.

Fue un largo tiempo el que pasó mientras Norma se dedicaba a sus oscuras actividades y su
esposo no se aparecía, hasta que un buen o mal día, éste llegó de visita. Antes de ir a casa, en un
lugar de mal beber, se puso al tanto de todas las atrocidades que se rumoreaban sobre su mujer.
Cuando llegó al hogar a orillas del río conversó con ella, pero ésta negó todo. Sin embargo, la
intranquilidad ya se había apoderado del corazón del hombre. Por eso, un día, después de que su
mujer se levantó a medianoche, él la siguió hacia el lugar donde practicaba sus ritos oscuros, y vio,
con horror, cómo quemaba unos bebés en la hoguera y luego se entregaba a juegos prohibidos
con un macho cabrío negro de ojos rojos mientras invocaba al Señor de la Oscuridad.

Presa del pánico, el esposo huyó del pueblo junto a sus hijos esa misma noche, antes de que su
mujer regresara, al amanecer. Nadie lo vio desaparecer y nunca más se supo de él. En cuanto a
Norma, cuando volvió a casa y no encontró a sus hijos, enloqueció de pena, gritando de rabia y
dolor. Sus gritos fueron tan desgarradores y fuertes, que hasta los mismos demonios que vagan
constantemente por la tierra para aquejar a los seres humanos, se espantaron al oírla. Y sucedió
que después de los lamentos, la piel de Norma se secó y su cuerpo se marchitó, y comenzó a llorar
de una forma horrenda y escalofriante por siempre jamás.

La gente que salía a altas horas de la noche contaba que oían a una mujer llorar a lo lejos. Unas
pocas personas que en aquellos tiempos la pudieron ver, luego enloquecieron, gritando que
habían visto un cadáver caminar flotando por el aire, hirviente de gusanos y envuelto en jirones de
ropa manchada de sangre negra. También gritaban que el espectro de esa mujer preguntaba con
lastimera voz por sus hijos, tragándose el alma de aquel que le respondiera. Por eso, todos huían
de ella. En aquellos tiempos fue cuando se la bautizó como la Llorona, mujer de la noche,
tragadora de almas.

La gente comenzó a temerla, y cuando se escuchaba su llanto se cerraban las puertas y ventanas
de todas las casas. Pero algo bueno debe tener su espíritu, pues se dice que si alguien tiene pacto
con el diablo no puede sufrir daño por ella, porque huye, sin querer mezclarse con Satanás, ya que
de él vendría toda su desgracia, que se inició el día en que ella lo prefirió ante la ausencia de su
esposo.
Otra forma de hacerla huir es gritarle su nombre –Norma-, y entonces ella se esfuma. También se
dice que la Llorona busca raptar niños para absorberles el alma y dejar sus cuerpos tirados cerca
del río o en los cerros.”

En La Llorona: análisis simbólico- literario se da cuenta de las distintas variantes de la clásica


leyenda, según cada narrador:

“En primer lugar la mujer a veces es criolla, mestiza o indígena; en segundo lugar, la forma de
cómo la Llorona mata a sus hijos: en algunas es ahogándoles en la laguna y en otras les mata con
un cuchillo; en tercer lugar está el efecto de «La Llorona» como alma en pena: para unos ella viene
a llevarse a los niños —a cualquier niño— ya que la Llorona tiene nostalgia por sus hijos; en otra
variante las personas que llegan a ver a la Llorona pierden la razón. La última variante dice que la
Llorona se deja ver en las noches de luna por aquellas personas, varones principalmente, que
andan en malos pasos, pretendiendo engañar a su [sic.] esposas o prometidas, ya que
aparentemente es una mujer muy atractiva pero cuando es abordada por el galán, ella tiene rostro
de calavera o de caballo.”[28]

Apliquemos cada una de ellas en el relato cajonino que nos interesa:

En primer lugar, al no señalarse si la protagonista es criolla, mestiza o indígena, claramente no


podemos precisar qué origen posee. Pero de lo que sí podemos estar seguros es que el personaje
no asesina a sus hijos, por lo tanto se descarta la segunda variante. Con respecto a la tercera,
muchos afirmarán que no se trata de un alma en pena, ya que en ningún momento se habla del
fallecimiento de Norma. Se sabe que este tipo de alma corresponde a aquella que no logra el
descanso después la muerte, ya que está condenada a vagar por la tierra sin descanso alguno
durante largo tiempo o por toda la eternidad sin tener consciencia de su estado. Las causas son
innumerables, puede ser una defunción inesperada, por ejemplo una muerte súbita, puede ser
que esta alma pena debido a que dejó asuntos irresueltos que tratará de solucionar, o debido al
vehemente deseo de proteger un objeto material o a un sujeto muy querido, como puede ser un
automóvil o un hijo, respectivamente. También puede tratarse de una persona que fue asesinada
y su alma está buscando justicia, etc. En muchas versiones que he oído se habla del suicidio del
personaje, luego de matar a sus hijos, pero en La Llorona del Cajón del Maipo no se hace una
mención explícita de la muerte del personaje. Eso sí, se puede inferir, basándonos en las
descripciones físicas y en la conducta adquirida por Norma, que luego de perder la razón y
producto de la pena, la rabia y el dolor, sufre la muerte corporal para que después su atormentada
alma se dedique a vagar por la zona “enloqueció de pena, gritando de rabia y dolor […] Y sucedió
que después de los lamentos, la piel de Norma se secó y su cuerpo se marchitó, y comenzó a llorar
de una forma horrenda y escalofriante por siempre jamás.”, y algunos “habían visto un cadáver
caminar flotando por el aire”. Siguiendo con esta misma variante, de lo que sí no cabe duda
alguna, es que nuestro personaje se lleva a los niños “También se dice que la Llorona busca raptar
niños para absorberles el alma y dejar sus cuerpos tirados cerca del río o en los cerros”, por
nostalgia señalan Rodríguez y Verduzco. Pero también, ¿por qué no?, puede ser movida por la
venganza. La siguiente variante también está presente, pues existe la pérdida de la razón en las
personas que llegan a verla “Unas pocas personas que en aquellos tiempos la pudieron ver, luego
enloquecieron”. El hecho de que se deja ver por varones que quieren serles infieles a sus esposas
no aparece porque recordemos que la protagonista, a diferencia de otras versiones más
difundidas, no es engañada por el marido, por lo tanto, en este sentido, no tiene por qué castigar a
otros hombres para vengarse, y en cuanto a su apariencia física, en La Llorona del Cajón del Maipo
no se nos dice que sea atractiva ni que cuando se le acerca un galán tiene el rostro de un caballo,
pero sí podemos estar de acuerdo en que tiene rostro de calavera, pues, como recordará, quienes
la han visto hablan de un cadáver. Lo cual, según mi modo de ver, refuerza la idea de que se trata
de un alma en pena.

Ahora conviene hablar de la presencia del Diablo en la leyenda que nos interesa debido a que
Norma se relaciona directamente con él para ofrecerle sacrificios. El Diablo está presente en la
mayoría de las leyendas que se difunden en todo Chile y especialmente en el Cajón del Maipo. En
este territorio tenemos los relatos de La Pata del Diablo, La Carreta del Diablo, La Muchacha de La
Primavera, El Puente del Diablo, entre muchos otros. En el presente ensayo, el sentido que se le
dará al personaje está directamente relacionado con el que aparece en una de las versiones de La
Pata del Diablo:

“[…] dicen que el Maligno siempre reaparece. Aquel ángel caído nos atrae de alguna u otra forma,
con su aire perverso, quizás como reflejo inconsciente de nuestros retenidos e inconfesables
deseos. Por eso aparece y vuelve a aparecer, porque está oculto, soterrado en lo más profundo de
la psique humana.”[29]

En Religiosidad y demonios en la cordillera[30], Nicolás Junqueras, luego de realizar un breve


resumen de la leyenda de La Pata del Diablo, señala que el relato relaciona la figura del apuesto
personaje con el pecado, debido a que su incontrolable deseo lo lleva a perseguir a la hija del
alcalde a cualquier lugar[31]. Después de esto, menciona la leyenda de El Puente Colgante

, la cual corresponde a otra versión de La pata del Diablo, aquí, también después de hacer un
breve resumen del relato, señala que “La creación de la figura maligna del Diablo es construida por
los propios hombres para justificar sus deseos pulsionales”[32] cuando, tal como lo afirma el
maligno personaje “ustedes mismos son responsables de todo el infierno que llevan.” O sea, la
imagen del Diablo es creada por los propios seres humanos, quienes la relacionan con las
pulsiones, es decir con aquellos impulsos psíquicos que buscan ser suprimidos y que en el caso de
la protagonista de la leyenda La Llorona son de carácter sexual. Basta recordar que Norma, al
no soportar la soledad, decide dar rienda suelta a sus pulsiones. “Se sabe, sin embargo, que la
soledad, la paz, suele hacer surgir desde lo más hondo de la psique humana aspectos
desconocidos y a veces siniestros de la personalidad. Eso fue lo que aconteció con Norma.”. Su
deseo carnal desenfrenado debido a la prolongada ausencia del marido, quien trabajaba en la
mina de plata San Pedro Nolasco, trataba de ser apaciguado con Satanás, y es así como “se
entregaba a juegos prohibidos con un macho cabrío negro de ojos rojos mientras invocaba al
Señor de la Oscuridad.” porque “ella lo prefirió ante la ausencia del esposo”.

Aquí debemos detenernos un momento para dedicar algunas palabras al macho cabrío. Esta
figura, de tronco humano con patas, cola y cuernos de carnero, proviene de la mitología griega.
Dicha imagen zoomorfa, tradicionalmente, se asocia a Pan, dios violento y lujurioso, quien a raíz
de un proceso histórico que no explicaremos acá debido a la digresión que generaría, se relaciona
con el apetito sexual, al igual que los sátiros “Todos ellos son esclavos de sus instintos y todos ellos
comparten el gusto por la música, el vino, el sexo y los animales que formaban parte del cortejo
dionisíaco, seres que también se relacionan con las conductas sexuales.”[33] Tengo entendido que
fue en la Edad Media, cuando la Iglesia Católica debido a los cultos paganos que se rendían en
honor a esta deidad le otorgó dichas características al diablo. Como puede apreciar no es producto
del azar ni de capricho alguno que aparezca Norma teniendo sexo con un macho cabrío, pues él
simboliza la lujuria. Este aberrante acto es observado por su marido, quien la siguió, impulsado por
los comentarios que había escuchado sobre su esposa. El minero, presa del terror y el pánico
decidió escapar con sus hijos para nunca más volver. Cuando Norma se percató de este hecho se
originó su eterna congoja, la que está directamente relacionada con el Diablo, pues con él se
iniciaron todos sus males. Por eso, es que escapa de todos aquellos quienes tienen un trato con el
maligno “se dice que si alguien tiene pacto con el diablo no puede sufrir daño por ella, porque
huye, sin querer mezclarse con Satanás, ya que de él vendría toda su desgracia, que se inició el día
en que ella lo prefirió ante la ausencia de su esposo.” Es por esto y por todo lo anterior que afirmo
categóricamente que cuando Ramón Subercaseaux Mercado se dirigía al Cajón del Maipo,
imposible resistirse a los encantos de esta zona, La Llorona huía espantada.

Como puede percatarse, queridísimo lector, este trabajo se concentra en dos relatos de nuestra
Provincia Cordillera, las leyendas El pacto del diablo con Ramón Subercaseaux y La Llorona, e
incorpora para sus análisis, estudios referentes a las leyendas de La Pata del Diablo y de El Puente
Colgante. Por lo tanto, considero que con este trabajo se ha dado un paso adelante, en donde los
primeros fueron la transcripción y la recopilación.

Ahora bien, si no nos basta con relacionar a estos personajes y cuatro leyendas de nuestra zona,
podemos afirmar que la Llorona también escapa del protagonista de otra de las cuatro versiones
que conozco de La Pata del Diablo[34], en donde aparece como protagonista un personaje que
ha hecho un pacto con el demonio. Una mina de oro y una vasija con un vino interminable son las
dos primeras peticiones. La última, antes de entregar su alma al diablo en forma definitiva es la
construcción de un puente en la Noche de San Juan que le sirva como vía para dejar todas las
pertenencias correspondientes a la época de su pobreza en el otro lado del río. El Diablo accede
al último de sus deseos, pero le resulta difícil cumplir el objetivo porque al comenzar a trabajar se
va encontrando con cruces de madera enterradas en cada lugar que va siendo escavado, las
cuales no cumplen otra función que retrasar la demoniaca tarea para que el maligno ser sea
sorprendido por la madrugada y no le quede otra opción que salir arrancando con un impulso que
deja la marca de un pie, una huella.

Y si queremos seguir relacionando más leyendas, tenemos La Carreta del Diablo[35], en donde
Pedro, quien era dueño de una parcelita en El Melocotón se convirtió en Don Pedro al hacer un
pacto con el diablo. Aquel pidió ser multimillonario y buena salud, así que una oscura noche
esperó a que el maligno personaje pasara con su carreta por la vía que actualmente se conoce con
el nombre de Camino al Volcán para hacerle tales peticiones a cambio del sometimiento de su
alma. Don Pedro nunca contó el origen de su repentina fortuna y de tanto callar, olvidó el trato,
pero treinta años después la frialdad, la calma y la oscuridad de la noche atrajeron a Don Pedro
para que saliera a dar un paseo en su ostentoso carruaje arrastrado por caballos de fina sangre.
Nunca más regresó y desde aquella vez no se supo más de él. Solo apareció su chupalla en el
carruaje mucho tiempo después en el sector de El Toyo. (Aprovecho para contar que de este
último relato llama mucho la atención la variedad de nombres que aparecen para referirse al
Diablo: “Príncipe de las Tinieblas”, “Luzbel”, “Maligno”, “Señor Oscuro”, “Satanás”, “Satán” y
“Espíritu del Mal”. De las cuales, cuatro denominaciones se suman a la larga enumeración que
ofrece Oreste Plath[36]).

Paciente lector, se nos acaba el espacio. Por lo tanto, me veo en la necesidad de manifestar a
usted el objetivo de este trabajo, el cual no es otro que transformarse en un aporte para la
enseñanza escolar de la Provincia Cordillera, pues entrega análisis e interpretaciones de leyendas
locales que sin el menor inconveniente pueden ser utilizadas en los colegios de nuestra zona,
tanto por docentes como por estudiantes, debido al lenguaje sencillo que se emplea. De esta
manera, no quepa la menor duda, nos acercaremos a nuestros innumerables personajes y
lugares con la penetración adecuada para conocerlos y reconocernos en ellos. ¿Se imaginan cómo
se complementaría esta información con una salida pedagógica?

Estoy consciente de que un ensayo no necesariamente exige un aparato erudito con citas y notas a
pie de página como el que he expuesto. Pero esto obedece al hecho de querer entregar las
herramientas necesarias para facilitar la difícil labor del docente. Para finalizar, solo me queda
recordar que el título de este ensayo contiene un gerundio. Esta forma invariable no personal del
verbo sirve para nombrar lo que se mantiene en el tiempo, y esto se debe a que este trabajo está
muy lejos de finalizar. Todo lo contrario. Esto recién comienza. Por tal motivo, no me queda más
que invitarlo a que continúe ensamblando las innumerables leyendas de nuestra querida
Provincia Cordillera y a que visite Literatura sobre la Provincia Cordillera[37], blog que con mucho
cariño estoy construyendo para usted.

La Llorona

Recopilado por Julio Arancibia O.

Aproximadamente en el año 1800 llegó a la villa de San José de Maipo, desde Santiago,
acompañada por su esposo y sus hijos, una mujer llamada Norma. San José era un pequeño y
tranquilo poblado en el que vivían unas pocas familias campesinas y los mineros del yacimiento de
San Pedro Nolasco. Norma y su familia se instalaron en una pequeña casita cerca del río, en lo que
hoy llamamos “Camping del Río”. Allí, como cualquier mujer de la época, se dedicó a criar a los
hijos y a plantar y cuidar su huerto, mientras su marido trabajaba en la mina y se aparecía muy de
vez en cuando por casa. Se sabe, sin embargo, que la soledad, la paz, suele hacer surgir desde lo
más hondo de la psique humana aspectos desconocidos y a veces siniestros de la personalidad.
Eso fue lo que aconteció con Norma.

El tiempo pasaba. Ella no lo notó al principio, pero de pronto un día se dio cuenta que su marido
cada vez venía menos a casa. Comprendió que su ausencia se debía al mucho trabajo que él tenía,
pero eso no la consoló. La mujer entristeció al principio, mas quizás qué defensa interior oculta
hizo que se fuera poniendo cada vez más agresiva, y nadie sabe cómo, terminó mezclándose en
magia negra. Esto último fue la gran noticia-copucha que comenzó a rumorearse por esos días por
San José, que la tal Norma que vive cerca del río practica la magia negra y todo tipo de asuntos
raros con el fin de dominar a las personas. Se decía que cuando sus hijos se dormían, ella iba río
arriba, hacia el sur, y sacrificaba guaguas al mismísimo Satanás, a quien también se ofrecía en
cuerpo y alma. Asimismo, contaban que encendía una hoguera y cumplía extraños ritos con los
animales.

Fue un largo tiempo el que pasó mientras Norma se dedicaba a sus oscuras actividades y su
esposo no se aparecía, hasta que un buen o mal día, éste llegó de visita. Antes de ir a casa, en un
lugar de mal beber, se puso al tanto de todas las atrocidades que se rumoreaban sobre su mujer.
Cuando llegó al hogar a orillas del río conversó con ella, pero ésta negó todo. Sin embargo, la
intranquilidad ya se había apoderado del corazón del hombre. Por eso, un día, después de que su
mujer se levantó a medianoche, él la siguió hacia el lugar donde practicaba sus ritos oscuros, y vio,
con horror, cómo quemaba unos bebés en la hoguera y luego se entregaba a juegos prohibidos
con un macho cabrío negro de ojos rojos mientras invocaba al Señor de la Oscuridad.

Presa del pánico, el esposo huyó del pueblo junto a sus hijos esa misma noche, antes de que su
mujer regresara, al amanecer. Nadie lo vio desaparecer y nunca más se supo de él. En cuanto a
Norma, cuando volvió a casa y no encontró a sus hijos, enloqueció de pena, gritando de rabia y
dolor. Sus gritos fueron tan desgarradores y fuertes, que hasta los mismos demonios que vagan
constantemente por la tierra para aquejar a los seres humanos, se espantaron al oírla. Y sucedió
que después de los lamentos, la piel de Norma se secó y su cuerpo se marchitó, y comenzó a llorar
de una forma horrenda y escalofriante por siempre jamás.

La gente que salía a altas horas de la noche contaba que oían a una mujer llorar a lo lejos. Unas
pocas personas que en aquellos tiempos la pudieron ver, luego enloquecieron, gritando que
habían visto un cadáver caminar flotando por el aire, hirviente de gusanos y envuelto en jirones de
ropa manchada de sangre negra. También gritaban que el espectro de esa mujer preguntaba con
lastimera voz por sus hijos, tragándose el alma de aquel que le respondiera. Por eso, todos huían
de ella En aquellos tiempos fue cuando se la bautizó como la Llorona, mujer de la noche, tragadora
de almas.

La gente comenzó a temerla, y cuando se escuchaba su llanto se cerraban las puertas y ventanas
de todas las casas. Pero algo bueno debe tener su espíritu, pues se dice que si alguien tiene pacto
con el diablo no puede sufrir daño por ella, porque huye, sin querer mezclarse con Satanás, ya que
de él vendría toda su desgracia, que se inició el día en que ella lo prefirió ante la ausencia de su
esposo.

Otra forma de hacerla huir es gritarle su nombre –Norma-, y entonces ella se esfuma. También se
dice que la Llorona busca raptar niños para absorberles el alma y dejar sus cuerpos tirados cerca
del río o en los cerros.

Poco más arriba de la confluencia del río Maipo con el del Yeso, hay un puente natural bajo el cual
ruge el torrente del Maipo. Se le llama el Puente del Diablo, hace notar Riso Patrón, no por
leyenda o tradición, sino “por anteposición al puente de fierro que existe más arriba que es
conocido con el nombre de Puente de Cristo”. Error del geógrafo, el primero y seguramente el
único que hiciera en su vida, pues se le conocía como a una persona exacta, como fórmula
matemática. El porteño Adolf Wilckens dejó en alemán una leyenda que Riso Patrón ignoraba y
que traducida dice lo siguiente:

Aun desde hace mucho tiempo, cuando el Señor todavía vagaba por la tierra, corría el río Maipo
de la cordillera al mar. Se apresuraba por un hermoso y fértil valle, con extensos campos verdes a
cada lado. Jesucristo vio que la corriente del río, honda y poderosa, impedía que los seres
humanos pudieran pasar de un lado a otro. Y con su natural compasión quiso ayudarlos, por lo
cual llamó al Diablo y le dijo:
“–Haremos una apuesta; tú y yo, empezando al mismo tiempo, construiremos un puente sobre el
río y veremos quien termina primero”. Se pusieron ambos a trabajar, el Diablo bajo el agua y
Jesucristo sobre ella. El Diablo hizo caer un monstruoso bloque de roca que quedó a horcajadas
sobre el torrente; y el agua, con horrible ruido, logró abrirse paso socavando el lecho del río para
continuar su curso. Así terminó rápidamente y ganó la apuesta. El Señor, por su parte, había
construido un puente sobre una parte profunda del río, el cual siguió corriendo bajo él sin
obstáculos. Y así los seres humanos podían contar ahora con un puente de hierro que podrían
cruzar sin mojarse. Y dijeron: “El Diablo ha ganado la apuesta, pero el puente de Cristo es el
mejor”. (Nota 18 Adolf Wilkens, “ Teufelsbrucke und Brucke Christi” Andina 4,3 (1925) 18-9)

El líder del andinismo nacional, Gastón San Román, nos dejó descrito así el anterior “Puente del
Diablo”:

… un trajinado sendero lleva al cabo de cinco minutos hasta un lugar en que gigantescas

rocas desprendidas de lo alto han formado un puente natural sobre el río Maipo. Bajo el puente se
produce una caída de agua de varios metros, precipitándose por allí toneladas de líquido con un
estrépito ensordecedor; una fina cortina de agua se eleva del fondo formándose continuamente
bellos arcoiris. Para mirar al fondo de esta profunda fosa es necesario atravesar por resbaladizas
rocas, pero el cuadro del río despeñándose por entre las gigantescas murallas es un espectáculo
que bien vale la pena” (Nota 19 Gastón San Román, Guía de excursionismo para la cordillera de
Santiago. Santiago, Federación de Andinismo de Chile, 1977, 85)

La Carreta del Diablo[1]

Recopilado por Julio Arancibia O.

Hace muchos años, el Diablo, transformado en huaso elegante, vestido de negro, solía pasearse
en su incógnita y llamativa carreta por la vía que unía los poblados del Cajón, hoy llamada Camino
al Volcán. Según los que le han visto, la descripción de la escena de la carreta es la siguiente: “Los
caballos que tiraban la carreta apestaban, como su conductor, a putrefacción y azufre, y eran de
color negro azabache, de ojos rojos como la sangre y de aliento de muerte”. Cada vez que se
sentía a lo lejos el ruido de los cascos de los caballos golpeando contra la endurecida tierra y el
rechinar de las ruedas de madera en medio de la noche quieta, todos sabían, secretamente, que
Mefistófeles había salido a buscar almas o a presagiar alguna muerte.
También el relincho de los caballos delataba la presencia del Príncipe de las Tinieblas, esos
relinchos aterradores, como gritos de miles de almas encerradas gimiendo su martirio en lo hondo
y quemante del infierno. Entonces, si la carreta se detenía frente a la propiedad de algún
poblador, todos adivinaban, y desgraciadamente nunca se equivocaban, que allí moriría en poco
tiempo alguno de sus moradores.

Fue por aquella época, bajo la influencia de esa atmósfera, que un hombre ya olvidado (al que
para mejor entendimiento de nuestros lectores le pondremos el nombre de Pedro), dueño de una
pequeña parcela en el pueblito de Melocotón, hizo pacto con Luzbel. Pedro hizo su terrible trato
durante una fría y silenciosa noche. Esperó la carreta y encaró al Maligno en persona. Una vecina,
de esas que suelen husmear lo inacostumbrado y secreto, lo vio esa noche, escondida tras unos
matorrales frondosos, y fue ella la que corrió el rumor que constituye hoy la parte esencial del
relato.

Era una noche fría, oscura y silenciosa. Ya todos dormían y ninguna alma vagaba por las calles. La
mujer vecina de Pedro, que quizás en qué virtuosos o pecaminosos pasos andaba esa noche, sintió
un sonido de cascos de caballos y el rechinar y crujir de maderas. Volvió la cabeza, y entonces la
suave brisa trajo hasta sus narices un efluvio de azufre y pudrimiento. Luego se percató de que el
ruido cesaba, de que el silencio era inmenso, y, oculta tras unas matas, vio la silueta de una
carreta que se detenía. Entonces oyó el infernal relincho de un potro de la muerte y luego el
pausado respirar del Señor Oscuro. Sintió miedo, como si su alma fuera atraída irresistiblemente
por el mal, por el pecado, por la tentación. Sentado bajo un árbol seco y deshojado, esperaba
Pedro. La mujer sintió que su cuerpo temblaba, que su alma se le escapaba por las narices y que
sus huesos se astillaban. Sus sentimientos eran contradictorios. Horrorizada, miró hacia el cielo, y
entonces se identificó con la luna que ahora mostraba su fisonomía de niña enamorada de la
noche y no del sol. Bajó la vista y vio a Satanás ofreciendo a Pedro un papiro arrugado y viejo para
que firmara con su sangre su fatal destino de multimillonario con buena salud. Y Pedro aceptó,
mientras su vecina salvaba su espíritu pensando que más vale un alma pobre y llena de vida que
un potentado sin felicidad ni alma propia...

De un día para otro Pedro ya no fue Pedro, sino Don Pedro, y adquirió riquezas, muchas tierras,
prestigio y fama. Tanta reputación y popularidad, más el incontenible avanzar del tiempo, sin
embargo, hicieron que Don Pedro olvidara su convenio con Satán. Aunque toda la gente de esos
poblados comentaba el famoso pacto entre Don Pedro y el Diablo, este repentino millonario
siempre callaba el origen de sus posesiones. De tanto callar, terminó olvidando.
Pero lo que está escrito y firmado se cumple. Pasaron los años y Don Pedro envejeció, hasta que
treinta años después llegó la noche en que, según el trato olvidado por uno pero no por otro, el
Espíritu del Mal se presentaría para llevarse a su nueva presa. Esa noche, Don Pedro, más
olvidadizo que nunca, se sintió atraído por la fría oscuridad y por el silencio, por la hermosa calma
que todo lo envolvía, y salió en su lujoso carruaje tirado por caballos fina sangre por las desiertas
calles de polvo. El destino se cumplió: en esa ocasión Don Pedro desapareció. Se cuenta que
tiempo después, en lo que hoy se conoce como el sector de El Toyo, una mañana heladísima
apareció el carruaje de Don Pedro, en la que estaba sólo su chupalla. No había ningún rastro de su
cuerpo. Se le buscó por casi todo el valle del Maipo, pero nunca, jamás apareció.

Distintas versiones de la leyenda que trata sobre el origen de La Pata del Diablo.

La Pata del Diablo.[1]

Recopilado por Julio Arancibia O.

Esta leyenda surge desde de una antigua historia, que habla de un singular personaje, un extraño
hombre, que llegó hace muchísimos años a la región del Cajón del Maipo. Era alto como un roble,
apuesto, y vestía todo de negro. Tenía una mirada que espantaba a los hombres e intrigaba a las
mujeres. Su pasatiempo favorito era enamorar a las bellas muchachas, que siempre lo miraban, las
cuales eran muchas, ya que la inconfundible figura de este macho las atraía como un difunto atrae
a las mosquitas. Era difícil que una niña pudiera resistírsele, tan difícil, que un día de sol ardiente lo
encontraron seduciendo a la hija del alcalde de ese entonces. El mayor problema es que esa
muchacha estaba destinada, por su padre, para ingresar en un convento de monjas.

El tiempo pasaba y el hombre de negro seguía haciendo de las suyas. Cualquiera habría dicho que
había venido hasta estas tierras sólo atraído por la belleza de sus mujeres, ya que solamente se
dedicaba a conquistarlas, y, al parecer, con mucho éxito, para desgracia y malhumor de los
hombres. Hasta que una noche de fuerte temporal, en que los cielos del Cajón del Maipo parecían
desmoronarse sobre sus cerros, por el sector de El Toyo, un hombre abandonado de suerte golpeó
con fuerzas a las puertas de un convento de monjas de claustro que por ese entonces había en la
zona. Rogó que le dieran alojamiento por esa terrible noche, ya que era imposible seguir su
marcha con esas condiciones climáticas.

La madre superiora del convento, dado el verdadero diluvio que se dejaba caer sobre las almas y
los cuerpos del lugar, consintió en que el forastero pasara la noche en un cuarto detrás de la
despensa. Le llamó la atención a la superiora, sin embargo, el riguroso negro con que vestía el
forastero, y también el hecho de que durante todo el tiempo que tuvo al personaje frente a ella,
éste permaneció con el rostro oculto tras una bufanda. Pese a la desconfianza de la madre
superiora, el hombre fue conducido a la habitación en que pasaría la noche.

Pero ocurrió lo que tenía que ocurrir. Cuando todas las religiosas habían caído en un sueño
profundo, el hombre de negro se levantó y, como si supiera muy bien hacia dónde dirigirse y como
si fuera inmaterial, atravesó la gruesa pared, llegando de inmediato a la habitación de una de las
novicias del convento, nada menos que la joven hija del alcalde. La pequeña iniciada despertó
asustada, y al ver entre las tinieblas aquella figura aparecida de la nada y al sentir un fuerte olor a
azufre, se le escapó un gritito. De inmediato el hombre se le acercó, le tapó la boca con una mano
y huyó con ella en brazos, rodeado de una nube espesa en la que se escuchaban infernales gritos
de almas capturadas.

Pero la madre superiora, una monja de gran carácter, había oído el grito de su iniciada. Se sentó
en su cama y, afinando el oído, escuchó los ruidos de las botas del diablo huyendo por el patio.
Salió y no tardó en darse cuenta de que una novicia era raptada por el misterioso varón. Rápida
como un rayo, de seguro guiada por su fe, tomó un frasco de agua bendita de la capilla y salió tras
el demonio que poseía a la niña, le dio alcance y, gritando vade retro Satanás, invocando a Dios y
haciendo la señal de la cruz, lanzó el agua bendita. El diablo, liberando con rapidez a su presa, se
transformó de inmediato en una enorme sombra con alas y pies gigantes y huyó saltando el tramo
que separa el río de los cerros. Al hacerlo, su fuerza y rabia eran tales, que dejó impresa en una
roca de un cerro, donde hoy se encuentra una parada para tomar el autobús que recorre desde
San Alfonso hasta Santiago, frente al puente colgante de El Toyo, la huella de uno de sus pies,
estampa que hasta el día de hoy podemos contemplar.

Muchos años han pasado desde entonces. El tiempo, que todo lo muele, lo traga y lo digiere, y lo
vuelve a moler, a tragrar y digerir, ha formado de tales hechos esta leyenda sobre la pata del
diablo, de la cual hay diferentes versiones. Para terminar ésta, sólo resta decir que del convento
nunca más se supo, de las monjas tampoco, y aún menos de las novicias. Hasta el mismo diablo
desapareció del lugar, al parecer herido dolorosamente por el agua bendita.

Sin embargo, dicen que el Maligno siempre reaparece. Aquel ángel caído nos atrae de alguna u
otra forma, con su aire perverso, quizás como reflejo inconsciente de nuestros retenidos e
inconfesables deseos. Por eso aparece y vuelve a aparecer, porque está oculto, soterrado en lo
más profundo de la psique humana.
El puente colgante[2]

Por: Julio Arancibia O.

Otra versión de la leyenda "La Pata del Diablo"

De los muchos proyectos que el alma vaga tiene uno de ellos es el único que no se cumple.

¿Será aquél que en las noches oscuras se limpia de maldades? No será así porque el aire no siente
lo que nuestra alma piensa… Si vendes tu espíritu al fuego no quieras recuperarlo con dinero
aunque las cruces de la cristiandad quieran expulsarte.

Francisco Javier Bécquer.

Don Ramón quería probar al mismísimo diablo, para ver quién de los dos era más astuto y así
demostrarles a sus amigos la hombría que llevaba en sí. Para poder desarrollar su plan, se fue una
media noche de un jueves frío y tenebroso al sector de lo que hoy se conoce como La Pata del
diablo. Allí esperó al demonio para desafiarle a realizar una prueba muy simple.

La noche fría como boca de lobo le mordía los talones y el cuello, pero a pesar de esto su valentía
seguía en pie, junto a su firme corazón. Cuando Satanás apareció, vestido de negro
completamente, don Ramón se sacó la chupalla y con mucho respeto le dijo:

-Don diablito, yo quiero desafiarle a una prueba de valor e ingenio

El diablo, con una seguridad y frialdad propias de él, le respondió:

-¡Quieres desafiarme, tú, pobre e insignificante mortal!

-Pero no se enoje, Su Maligna Majestad…

-¿De qué se trata, gusano?, ¿No sabes que el que me desafía pone en juego su alma?

-Entonces, diablito, si yo gano me dará riquezas y poder. Si pierdo, usted se llevará mi alma.

-Está bien. ¿Pero de qué se trata?

-De construir un puente colgante en este lugar.

Satanás se rió a carcajadas, y sus algazaras resonaron en los cerros de tal manera, que la misma
noche se recogió en su manto de negrura para no seguir escuchando.

-Entonces mañana comenzamos –exclamó don Ramón.


-De acuerdo –dijo el demonio–, pero ya sabes: el que termina el puente primero gana.

-Como usted diga, diablillo.

-¡Y cállate, que tu alma será mía!

Don Ramón comenzó a ejecutar su plan: enterró cruces benditas por los sectores en los que el
diablo tenía que cavar para construir su puente. Todo lo fue preparando con mucha cautela. Este
humilde campesino estaba convencido de que el diablo caería en su trampa.

Cuando llegó el día de la construcción el diablo comenzó a cavar, pero grande fue su sorpresa y
asco al encontrar cruces sembradas por todos lados. Tanta rabia tenía el señor de la oscuridad,
que creciendo de una forma impresionante arrancó hacia la cordillera y dejó marcadas sus pisadas
y sus manos. Al día siguiente de este suceso a Don Ramón le aparecieron dos baúles repletos de
oro. En lo que respecta al demonio no se le vio aparecer durante mucho tiempo.

Dicen que cuando Don Ramón murió el diablo se apareció en su funeral con un saco lleno de
cruces, que las dejó en la puerta de la casa de aquel que le había ganado en un desafío y riéndose
con gran estruendo exclamó:

-¡De nada te sirvió ganarme con engaños, pobre estúpido, igual vengo por tu alma!

Desde el momento en que las nubes se volvieron negras, mi alma asolada de tristeza vagó por
mundos llenos de incoherencias y falsedades de los templos de la muerte. Aquellos templos
malditos en donde la cruz es usada para hacer el mal, donde la sangre inocente corre como en los
tiempos bíblicos en los que se mataba en nombre del extraterrestre Yahvé. Nos han creado un
falso cielo, un paraíso ficticio y un infierno mentiroso, en donde dejan su propia maldad en un
pretexto para culpar al que llaman demonio. Culpáis a Satán de vuestras desgracias y yo os digo
que vosotros mismos sois responsables de todo el infierno que lleváis. A pesar del alma, las nubes
negras se fueron y el demonio se llevó a la doncella y al astuto que supuestamente le ganó. Lo
tiene en el suplicio eterno de su alma ingenua, junto a los creadores de la inquisición. ¡Cómo reiré
con vuestra caída!
LA PATA DEL DIABLO[3]

Oreste Plath

Entre San José de Maipo y Melocotón, junto a la vía férrea, en una piedra del camino, está
impresa profundamente la Pata del Diablo. Se dice que ahí se apoyó para dar un salto sobre el río,
una vez que lo sorprendió la luz del día, con motivo de la construcción de un puente, compromiso
que tenía pactado y del cual salió burlado.

La Pata del Diablo[4]

Recopilado por Ernesto Mosqueira

Se trata de un hombre que hizo un pacto con el diablo, consiguiendo de su poder una mina de oro
y una vasija de vino que no se terminaba nunca, pero se había reservado la tercera petición para
otra ocasión: “Necesito trasladar estas cosas viejas que me dio la pobreza al otro lado del río y
para eso mi tercera petición es que me construyas un puente si es que puedes., pero en la noche
de San Juan.”

Se sonrió el demonio, aceptando la propuesta con un fuerte apretón de manos. Volvió en la noche
indicada y comenzó su tarea picando la tierra para colocar los postes que sujetarían el puente. Al
sacar la tierra del hoyo se encontró con la sorpresa de que estaba sacando una cruz de madera.
Dando un alarido enterró la picota en otro lado y sucedió lo mismo en cada ocasión mientras la
noche avanzaba.

Llegó la madrugada y el diablo tuvo que escapar y dándose un impulso puso sus pies en una roca,
dejando marcada su huella en la ribera sur del río Maipo

Con un gigantesco salto se perdió en la bruma de la niebla del valle sin que nadie más lo viera.”
HISTORIAS DE UN HUASO ARRIERO[5]

LA PATA DEL DIABLO

Humberto Calderón Flores

Según mis creencias, existe una sola respuesta para las preguntas que se plantean al final de
Pirque Inspirador y esta es: el Diablo.

Los lectores que ya conocen gran parte de la historia de este encantador lugar insistirán en
afirmar que se debe a la gestión de Ramón Subercaseaux Mercado, pero permítanme decirles que
sin la ayuda del maligno personaje hubiera sido imposible llevar a cabo la construcción del canal.

Ramón Subercaseaux fue uno de los propietarios de este territorio, quien “(…) no pudo
sufrir por largo tiempo esa burla continua que le hacía el Maipo con el ruido de esa turbia i
sonante corriente”[1] y decidió conducir sus aguas hacia la hacienda pircana por medio de un
canal, cuyas obras se iniciaron bajo sus órdenes a partir del año 1834[2] . Esta tarea fue
considerada una locura por la mayoría de la gente, pues se debía cavar el resistente mármol y
cortar profundamente las montañas. Además, los obreros se mantenían en pie solamente
amarrados para no caer en los hondos abismos donde aún fluye el río, los cuales tenían
aproximadamente tenían 70 metros de profundidad. Esta maravillosa, sorprendente e
inexplicable construcción dio nacimiento a la leyenda El pacto del diablo con don Ramón
Subercaseaux, la cual cito a continuación:

“Es una de las más conocidas leyendas de esta zona junto con la de El casillero del Diablo de la
viña Concha y Toro. Basada en el asombro de quienes aún no creen que las aguas del canal La
Sirena puedan ascender por las laderas de los cerros para regar el valle de Pirque, como se ve
desde el camino a San José de Maipo.

Don Ramón Subercaseaux, un personaje de la historia de Pirque, fue dueño de gran parte de estas
tierras e impulsor de su progreso. En aquella época las tierras eran de secano no permitiendo
grandes cultivos por la falta de riego. Sin embargo, don Ramón se propuso la construcción de un
canal que trajera al valle de Pirque el apreciado don del agua, extrayéndola del río Maipo, más
arriba de la bocatoma de La Obra y lo logró a pesar de las inmensas dificultades técnicas y
geológicas de su construcción. Este fue el canal La Sirena.
El agua transformó los campos de Pirque y permitió la riqueza de las viñas y el vino de tanta
importancia en nuestra historia local y nacional.

Los lugareños, al ver tanta riqueza, imaginaron que era el producto del pacto entre don Ramón y el
mismo demonio, quien lo ayudaría a construir el canal para hacerse rico a cambio de su alma.

El plazo se cumplía y el demonio iba en busca del alma del enriquecido personaje.

Esa tarde don Ramón salió de su inmensa casona y parque en un carruaje tirado por cuatro
caballos y conducido por su auriga, quien se sentaba en el pescante, aislado de su importante
pasajero.

Al atravesar el puente de San Ramón el auriga se dio cuenta de que su carruaje no avanzaba y
comenzó a guasquear a sus caballos que bufaban estrepitosamente. Sin embargo, no se movían,
era como que si una extraña fuerza los detuviera en ese lugar. El campesino, preocupado, miró
hacia atrás y en ese momento vio salir del carruaje a don Ramón Subercaseaux junto a un
personaje alto, de bigotes en punta, totalmente vestido de negro, bajándose del carruaje y
perdiéndose en los laberintos de la noche. Era el demonio que había venido a cobrar la otra parte
del pacto juramentado.” [3]

Antes de concentrarme en el texto, considero necesario establecer las semejanzas y las


diferencias, sobre todo estas últimas, entre el mito y la leyenda con el fin de evitar erróneas
interpretaciones. A mi modo de ver, creo que no es necesario extenderse demasiado en las
definiciones, descripciones y ejemplificaciones de cada uno, pues su estudio requiere un espacio
que excede lo que me he propuesto, además originaría, con toda seguridad, una digresión a la
cual mejor convendría dedicarle un apéndice. Por tal motivo, sólo me limitaré a exponer los rasgos
más importantes de los términos en cuestión.

En Los mitos. Consensos, aproximaciones y distanciamientos teóricos, el profesor Néstor Taipe


señala que disciplinas como el folklore, la epistemología, la etnolingüística, la filología, etc. se han
dedicado a estudiar los mitos, ofreciendo cada una de sus escuelas una definición propia, la que
muchas veces se contrapone con la ofrecida por otra. Sin embargo, en dicho trabajo, después de
un riguroso estudio, define al mito “en cuanto relato oral, como una práctica discursiva social
sobre los acontecimientos sagrados y primordiales ocurridos en el principio de los tiempos, entre
seres sobrenaturales, y que dan cuenta de la cosmogonía, de la antropogonía y del origen de algo
en el mundo como los elementos naturales y los pertenecientes a los derivados de la naturaleza
humana.”[4] Según esto, y aplicando parte de la competencia que tengo al respecto, el mito
corresponde a una narración situada en un momento anterior al tiempo histórico y como tal, a la
presencia del ser humano. Es un relato colectivo, y por ende, anónimo debido a que su creación
no está asociada a un autor individual, en donde se desarrollan acontecimientos que se articulan
como un sistema de creencias sagradas, de ahí su carácter religioso, los cuales explican, a través
de la intervención de personajes de carácter sobrehumano como dioses, semidioses, titanes,
gigantes, etc., algunos hechos importantes, como lo son el origen del mundo, del hombre, del bien
y el mal, etc. De esto se desprende que el mito tiene un carácter universal, ya que trata de dar
respuestas a trascendentales preguntas que se ha hecho el ser humano a lo largo de toda su
existencia, tales como ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿por qué estoy aquí?, ¿cómo se creó el
universo?, entre otras.

Un claro ejemplo lo encontramos en el Génesis, en donde un Dios todopoderoso crea el cielo, la


tierra y todos los seres que habitan en estos lugares. Al respecto, siempre se debe tener presente
que el mito habla de los principios y/o causas de la creación, he aquí su carácter cosmogónico, el
cual se refiere a la explicación del origen del mundo. Además, posee un carácter antropogénico,
o sea, narra la creación del ser humano a partir del polvo de la tierra[5]. Es importante señalar
que este mito tiene características morales, pues se explica la existencia del bien y del mal.
Recordemos cuando la serpiente (para muchos el diablo) ofreció el fruto prohibido por Dios a Eva
y ésta a Adán.

En cuanto a las leyendas, éstas corresponden a relatos, en un principio orales, de una


historia sobre el origen de un personaje, una institución o cualquier elemento natural o cultural
que forma parte de una tradición. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
corresponde a una “relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de
históricos o verdaderos”[6]. Se presentan, al igual que los mitos, como historias verídicas y con
una función etiológica, es decir, explica la causa o el principio de algo, por ejemplo el de un volcán
o del poder político de determinado linaje o raza. Sin embargo, a diferencia de los mitos, muchas
poseen elementos históricos y las acciones que se narran se desarrollan por personajes en lugares
que son claramente reconocibles por los receptores, tal como lo afirma García de Diego “una
narración tradicional fantástica esencialmente admirativa, generalmente puntualizada en
personas, época y lugar determinados"[7]. Otra característica que también comparten con los
mitos es la presentación de hechos y personajes sobrenaturales, como brujos, diablos, seres
alados, etc.
Un claro ejemplo de todo lo que hemos expuesto lo encontramos en la leyenda El pacto del
diablo con don Ramón Subercaseaux, en donde se le atribuye al demonio el origen de la riqueza
natural del valle de Pirque. Los elementos históricos que encontramos en ella son principalmente
el canal La Sirena (actual canal de Pirque), construido, según diversas fuentes consultadas en
1834[8], y la presencia del personaje llamado Ramón Subercaseaux, quien nació el 10 enero del
año 1790 en la aldea Nancoto y falleció el 30 octubre de 1859 en la ciudad de Santiago. Cabe
destacar que este señor, primero se destacó como comerciante en La Serena, después se
estableció en Valparaíso, donde tuvo su casa de comercio, luego adquirió la hacienda Pirque y
posteriormente compró El Llano que lleva su nombre y el Colmo. También fue uno de los
principales accionistas del Ferrocarril de Valparaíso a Santiago. Senador entre los años 1840 y
1849, y desde el año 1852 hasta el día de su muerte[9].Un personaje con gran poder económico,
político y social como se infiere.

Como más arriba se indicó, la leyenda posee lugares que son perfectamente identificables y
ello debido a su temática localista, a diferencia del mito que responde a preguntas trascendentales
de la humanidad. En este caso, el espacio que actualmente corresponde a una de las comunas de
la Provincia Cordillera y que conocemos con el nombre de Pirque.

Si ahora nos concentramos en el origen y el desarrollo del relato en cuestión, puedo afirmar
que ocurren por razones que se interrelacionan entre sí. La primera de ellas es mencionada en
forma explícita por el texto y se debe al “asombro de quienes aún no creen que las aguas del
canal La Sirena puedan ascender por las laderas de los cerros para regar el valle de Pirque”.
Efectivamente, antes de introducir la leyenda, hablé del trabajo sobrehumano que se debía
realizar para desviar las aguas maipinas hasta la hacienda pircana. Nunca fue una tarea fácil,
alguna extraña presencia actuó en la construcción del cauce. Así fue, qué duda cabe, si hasta la
misma “Asociación de Canalistas del Canal de Pirque” habla sobre la participación de fuerzas
sobrenaturales:

“La leyenda cuenta que don Ramón decidió construir un canal para regar la

Hacienda de Pirque (hasta el sector de Santa Rita). La labor era una empresa de

proporciones para la época, por lo que se dice, don Ramón decidió hacer un pacto con el diablo,
quien le ayudaría a terminar el canal, a cambio de su alma. Así, entre los obreros empezó a circular
el rumor de que durante las noches el diablo trabajaba en la construcción y terminación del canal
sin descanso.”[10]
La segunda razón, según mi parecer, se encuentra gatillada por la impensada
transformación que sufrió Pirque que, como ya se mencionó, pasó de tierras de secano a
nutritivos campos.

“(…) obra osada i perfectamente conducida desde la boca – toma hasta la Puntilla de San Juan
que es donde comienza a regar los terrenos de la hacienda. Gracias a él esta posesión se halla al
presente completamente transformada, en vez de desiertos e incultos montes i de áridas i
pedregosas llanuras se ven ahora vastas y estensas campiñas de verdes pastos o amarillas mieses,
orladas de grandes hileras de álamo que formando interminables i umbrosas alamedas permiten
al viajero contemplar libre del calor de un sol de verano, los prodijiosos efectos producidos por las
fecundas aguas del Maipo.”[11]

La leyenda “El pacto del diablo con Ramón Subercaseaux” señala que “El agua transformó
los campos de Pirque y permitió la riqueza de las viñas y el vino de tanta importancia en nuestra
historia local y nacional” a la que también debemos sumar su carácter internacional, ya que el
2012 la más importante de sus viñas, Concha y Toro, fue “reconocida como “La Marca de Vinos
Más Admirada del Mundo””[12] y en la actualidad “es el principal exportador de vinos de
Latinoamérica y una de las marcas vitivinícolas más importantes a nivel mundial. Desde 2001, la
compañía forma parte del Club des Marques (Club de Marcas), transformándose en la única viña
latinoamericana que integra esta asociación, la cual reúne a las marcas más destacadas de la
industria vitivinícola mundial.”[13] Motivos, entre otros varios, por los cuales muchos consideran
a Pirque “La Capital del vino”[14]. No está de más decir que muy ansiosos esperamos el mes de
abril para celebrar la Fiesta del Vino de esta comuna… ¡salud!... lo siento, no lo pude evitar.

La pregunta inevitable que surge en estos momentos es, ¿por qué, entonces, no se le
atribuyó la obra a Dios, quien por medio de Jesucristo, ayudó al señor Subercaseaux Mercado?
Creo que por la sencilla razón que, tal cual lo señala La Sagrada Biblia, no se puede amar a Dios y
al dinero:

“Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y
dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; / porque raíz de todos los males
es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de
muchos dolores. / Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad,
la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.”[15]
“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al
uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.”[16].

No tengo la menor duda de que dichos pasajes se les enseñaban a los innumerables peones en las
capillas, a través de las periódicas misas costeadas por quien se convirtió en un hombre
poderosamente rico, el que incluso en un determinado momento se adueñó de todas estas tierras
y de sus aguas “Hubo una época en que Pirque pertenecía hasta tal punto a los Subercaseaux, que
Don Ramón hizo poner una puerta, candado y cadena en el puente que lleva su nombre”[17] con
el fin de evitar robos y saqueos. Seguramente, alguna vez algún parroquiano le preguntó por la
situación y conducta de su patrón a quien oficiaba la ceremonia; o por temor a perder su empleo,
lo hizo mientras se confesaba, ante lo cual el presbítero respondía que contra los propósitos de la
Divina Providencia estaba prohibido atentar, pues ella sabía por qué hacía las cosas y todos
debían aceptarlas, sin excepción alguna. Insistía en que los campesinos debían preocuparse
solamente de trabajar la tierra para el dueño, que aportaba con la producción del país, y cuyo
aporte iba para el estado, quien entregaba puntualmente el diezmo a la Santa Iglesia Católica. El
labrador, inquieto y disconforme con la respuesta obtenida, le recordaba lo aprendido en las
misas, pero el cura, por su parte, le decía, con el fin de tranquilizarlo, que no se preocupara, ya
que Dios se encargaría del juicio final e incorporaba a su discurso religioso otros pasajes bíblicos,
como los que cito a continuación:

“No juzguéis, para que no seáis juzgados. / 2 Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados,
y con la medida con que medís, os será medido. / ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu
hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? / ¿O cómo dirás a tu hermano:
Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? / ¡Hipócrita! saca primero la viga
de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.”[18]

Finalmente, le recordaba que gracias a la labor de Ramón Subercaseaux Mercado, iluminado por
Dios, ellos tenían trabajo. Sin embargo, el campesino, que solo pedía lo justo, no quedaba
satisfecho con la plática y salía de la capilla a reafirmar el rumor de la estrecha relación entre el
diablo y el magnate de Pirque, rumor que con el paso del tiempo se convirtió en leyenda y cuyos
efectos llegaron hasta el día de hoy, y de los cuales, obviamente, también se hicieron parte sus
familiares, como su nieto Julio Subercaseaux, quien de esta manera lo recuerda:“(…) una vez un
capataz nos mostró un banco de piedra partido por un rayo y nos dijo que ahí el diablo se había
sentado con el patrón don Ramón, mi abuelo”[19]

Volviendo directamente a la leyenda que nos interesa, ahora conviene hablar de su desenlace. Ya
se dijo que este relato surge de la oralidad, y como bien sabemos al ir compartiéndose por este
medio, de interlocutor en interlocutor a través del tiempo, algunos van “poniéndole de su propia
cosecha”. De esta manera, encontramos distintas variantes, o diferentes versiones y El pacto del
diablo con Ramón Subercaseaux, no escapa a esta situación. En él aparece que después que salió
de su casona[20], y mientras atravesaba el puente, actualmente conocido como San Ramón, el
carruaje se detuvo, y el demonio, quien es descrito como “un personaje alto, de bigotes en punta,
totalmente vestido de negro”[21] salió del vehículo para cobrar la palabra y llevarse su alma.
Pero también se conoce otro final, en donde aparece que un carruaje negro, guiado por jamelgos
con alas, desciende al mismo puente para buscar al Sr. Subercaseaux. Patricia O’ Shea Lecaros
afirma que a este personaje tan importante para la historia pircana se le atribuye un pacto con el
Diablo, “Aunque las razones que tuviera (…) varían según a quienes le pregunte (en general, se
dice que fue para que Pirque prosperara), lo que sí se cuenta es que mientras éste cruzaba el río
Maipo, un carruaje negro con caballos alados descendió a buscar a don Ramón”[22]. Esta misma
situación se reitera en la novela El Chupacabras de Pirque, en donde la bruja Melisa le dice a Ricki
y a su primo Dante lo siguiente:

“-Pues les contaré que hace mucho más de cien años, el Marqués de Concha y Toro le vendió su
alma al Diablo por preservar una bodega de vinos. No querrán saber ustedes lo que sucedió allí.
Pero eso no es todo. Años después, el señor Ramón Subercaseaux también hizo un pacto con
Lucifer y dicen que cierto día al cruzar el río Maipo, un carruaje negro con caballos alados
descendió a buscar a don Ramón”[23].

Permítaseme la libertad de aplicar el concepto de veracidad al fragmento que acabo de


citar para indicar que el ente ficticio y con él, su autores cubanos, Pepe Pelayo y Batán, incurren
en un desacierto, ya que afirma que el señor Ramón Subercaseaux estableció un trato con Lucifer
después que lo hiciera con Melchor Concha y Toro, ¡craso error histórico!, pues, si mal no
recuerda, los inicios de la construcción del canal La Sirena datan del año 1834, mientras que la
leyenda del Casillero del Diablo, introduce como fecha el año 1883[24]. Comprendo que la bruja
no quiera asustar a Ricki y a Dante, por eso decide no contarles la historia de lo que sucedía en la
bodega de vinos, a diferencia de todos nosotros, que sí nos interesa saber lo que ocurrió en dicho
lugar. Pero esto queda reservado para un próximo estudio, en donde se analizará el Casillero del
Diablo: La leyenda del vino. Por ahora mi interés sólo se concentraba en la presencia del diablo en
el canal de Pirque y en profundizar con un relato de nuestra Provincia Cordillera el párrafo de
Oresthe Plath que habla sobre las “Leyendas del diablo”:

“El pueblo, a la vez, recuerda en Chile a numerosas personas que han vendido su alma al Diablo y
que se han salvado de los pactos valiéndose de sus respectivas contras. De aquí, según el pueblo,
los terrenos de rulo que de la noche a la mañana se convierten en fértiles campos de plantío y la
prosperidad de la hacienda o el éxito de los negocios de muchas personas de las cuales se da el
nombre”[25]

Como puede apreciar, queridísimo lector, ahora le corresponde a usted aplicar los
contenidos expuestos en este trabajo al texto citado, ¡que lo disfrute!

Son muchas las leyendas que se han escrito y traspasado de boca en boca apelando a la buena
memoria, muchas veces agregando detalles o fantasías de los muchos que las han escuchado,
arregladas a la mejor forma de cada relator. Sin embargo, las comunicaciones, la tecnología, las
iluminaciones excesivas y las entretenciones de ahora, han hecho desaparecer la vieja costumbre
de reunirse alrededor de una fogata en el patio abierto o junto a un brasero en las noches
invernales. Y, cuántas veces en la cálidas noches de verano nos juntábamos sentados en ruedo,
sólo alumbrados por la luna, con la música de fondo de las torrentosas aguas del río golpeando las
enormes piedras de su cauce, el ladrido de los perros, el maullar de un gato, el cantar de un
chuncho que asustaba por ser malagüero. (Se decía que si el chuncho cantaba en el árbol de una
casa una o varias noches, alguien de allí moriría.) En esas alegres tertulias con cánticos, versos y
chistes, siempre se veía pasar alguna estrella fugaz… y hoy escudriñamos en el firmamento
tratando de ubicar el paso de un satélite. ¡Cómo han cambiado los tiempos! Y también, en esas
ocasiones, aparecían las leyendas locales, como La Calchona, La Llorona, La Cuca, La gallina con
pollos, Los entierros y La pata del Diablo. De esta última escuché varias versiones, y la que mejor
recuerdo es la de los hacheros, que paso a relatar…

Se dice que venían los hacheros (leñadores, hombres con hachas) en un verano, por el lado sur del
río Maipo, El Tollo, a cortar leña y a hacer carbón para venderlo en la ciudad para calefaccionar en
invierno. Ellos traían a sus mujeres, niños, animales de carga, etc. Habían pasado varios días en
esta ardua y pesada tarea talando en los verdaderos bosques que existían al otro lado del río, los
que no les permitían tener mayor visibilidad. Un día comenzaron a subir por las faldas del cerro La
Isidora, lo que les permitió mirar hacia el otro lado del río, quedando admirados del poblado que
existía al frente. Comentando lo que veían, uno de ellos, tentado por tantos días de encierro, dijo:

-En este pueblo deben vender trago, deben haber mujeres con quienes bailar un rato… Podríamos
hacer un puente, porque este río no lo podemos pasar a caballo.
Se pusieron a buscar dónde hacer el puente. Lo más apropiado que encontraron fue la parte en
que hoy existe el puente de cimbra, pero igual era muy ancho el río y no tenían palos que les
dieran el largo. Entonces, uno dijo:

-Llamemos a don Sata para que nos haga un puente.

Estaban en eso cuando escucharon una voz que decía:

-¿Me llamaban?

Todos quedaron estupefactos, pero uno dijo:

-Sí, queremos un puente aquí.

Y Lucifer respondió:

-Yo lo hago, pero ¿qué me dan?

Y los leñadores dijeron:

-Toda la leña y carbón que tenemos.

-Eso a mí no me sirve, tengo puro fuego en el Infierno. Se los cambio por el alma cuando mueran.

Todos se miraron y acordaron el trato. El puente debía estar listo al amanecer. Al llegar allí al otro
día se encontraron con que el puente estaba listo y el Cachudo esperándolos. Y uno de los
leñadores le dijo:

-Saque el puente, pues no nos sirve de nada. No tenemos dinero y en el pueblo no nos van a
comprar el carbón y la leña.

El Diablo respondió:

-Eso es lo de menos, aquí tienen esta barra de oro- y la pasó.

El hombre respondió:

-Pero esto no es oro, se… -iba a decir "señor"- …mejante cosa.

El Diablo tomó la barra de oro, la lanzó al suelo y dijo:

-¡Compruébalo!
El hombre tomó su hacha y dio un corte a lo largo de la barra, diciendo:

-Ve, don Sata, esto no es oro.

Y el Diablo insistió:

-¡Es oro!

Entonces el hombre dio otro golpe en la barra, pero esta vez atravesado, formando una cruz. Al
verla, el Diablo arrancó dándole un tremendo golpe a la piedra del frente, dejando estampada su
pata. Y huyó por el cerro gritando:

-¡Desgraciados, me engañaron!

Así pasábamos largos ratos escuchando cuentos de aparecidos y otros, tanto que nos asustaba
volver a la cama en una noche oscura.

Animita Túnel Tinoco

Ubicado a 15 kilómetros de San José de Maipo, se encuentra el túnel Tinoco, que cuenta con un
largo de 600 metros aproximadamente y que fue ocupado por el ferrocarril desde 1914 hasta
1980, año en que la estación más lejana comenzó a ser la Plaza de San José.

Una entrada luminosa de paredes abiertas que muestran los cerros, lugar donde se escucha el
recorrido del río Maipo. Veinte pasos más adelante está la nada misma: la oscuridad, la soledad, el
abandono. Distintos rayados se distinguen en el túnel; marcas de aquellos curiosos y valientes que
se atreven a cruzar, ya sea a pie, en bicicleta o en auto. Pero… ¿es simplemente lo más atractivo
de este sector?

Al final del túnel Tinoco vive un amigo de muchos; su nombre es Guillermo Antonio Rojas Reyes,
más conocido como "el Willy"; un chico que se quitó la vida dentro del túnel y que hoy tiene una
animita que es parte importante de ese sector. Guillermo nació el 25 de junio de 1980 y murió el
20 de julio de 1998. Fue definido por su colegio como un "Gran deportista, joven muy entusiasta,
gran compañero y estudiante, siempre intentó ayudar al otro, disponible, un cercano con el que
tenía problemas, con muchos valores, un gran hijo, hermano, sobrino y nieto, un gran líder en el
Centro de Alumnos", descripción que fue plasmada en papel y que reside en el centro de esta
animita que lo recuerda.

Willy vivía en Santiago, específicamente en la comuna de Peñalolén. Recién había egresado del
colegio y llevaba 5 meses estudiando Ingeniería en Biotecnología en la Universidad de Chile. En
ese punto de su carrera fue cuando tomó la decisión de ir al túnel Tinoco a quitarse la vida. Mucho
se habla acerca de las razones que tuvo, así como también si fue mera casualidad o no, pero Willy
pasaba por una fuerte depresión: factor principal de esta tragedia.

Decenas de personas llegan cada día a visitar a Willy; le piden cosas y le agradecen otras, le dejan
objetos como gorros, zapatitos, monedas, cigarros y lo más importante: remolinos azules. Esto
último porque "Para nosotros Willy habla a través de los remolinos, por favor no lo callen. Sus
padres", inscripción que se encuentra en una piedra con mosaicos de colores alrededor.

Me acerco a una turista y le pregunto por qué viene. Ella me contesta con un español muy forzado
que "Nosotros somos de Brasil. Estamos quedándonos en Santiago, pero como somos montañistas
nos dijeron que viniéramos al Cajón del Maipo. Cuando llegamos a la cabaña de acá, nos dijeron
que fuéramos donde el Willy, que era milagroso y que nos podía ayudar y decidimos pedirle un
favor muy grande. Así es que dejamos las cosas en la cabaña y vinimos a ver al Willy, además de
aprovechar de cruzar el túnel oscuro".

Minutos más tarde se acerca otra persona al lugar. Es de estatura baja y pelo negro con un poco
de canas. Cuando llega a la animita deja una moneda en una pequeña caseta destinada a eso, a
dejar objetos pequeños. El hombre se persigna y comienza un diálogo, que es para sus adentros,
con Willy. Cuando termina lo saludo y entablamos una conversación. Minutos más tarde me
enteraría de que se trata de Jorge Acuña, que viene desde La Florida a visitar a su amigo Willy.

"¿Usted viene muy seguido por acá?" -le pregunto. "Me gustaría po, mijita. Trato de venir lo que
más puedo, pero eso siempre es mínimo una vez al mes". "¿Y por qué razón?, si no es muy
impertinente la pregunta, claro". "Nooo, para nada. A mí me gusta hablar de esto porque siento
que el Willito es alguien al que le debo mucho. El Willy curó a mi hijita que tenía cáncer y yo por
eso vengo siempre a agradecerle. Yo siempre trato de decirle a la gente que venga a verlo porque
él necesita compañía y porque la gente necesita de él, necesita favores y él es cumplidor".

Cuando Jorge se va, Willy se queda: Willy siempre está ahí. Están sus remolinos, sus zapatos, sus
poleras, sus banderas chilenas, sus iniciales (WAR) en el túnel y en las piedras. Sus cruces y sus
flores. Está su alegría, su dolor y su entusiasmo.

Willy siempre quiso estar donde está: a los pies de la cordillera, rodeado de la naturaleza y
haciendo compañía a aquellos que lo necesitan. Ahora su alma descansa reconfortada pensando
que aún vendrán más, que aún habrá gente que lo quiera, lo cuide y lo ayude, gente que sea el
viento que mueve sus remolinos.

La colorida animita se encuentra exactamente en la boca oriental del casi centenario túnel El
Tinoco, que antes era usado por el servicio del pequeño ferrocarril militar del Cajón del Maipo y
que hoy, abandonado, frío y oscuro, es escenario para muchas historias sobre maldiciones y
aparecidos, atrayendo a los visitantes que pasan por allí autoimponiéndose el desafío de cruzar la
lúgubre galería que atraviesa al cerro, paralela al estrecho Camino al Volcán (Ruta G-25).

En las rocas y arcos del túnel están rayadas las iniciales WAR, pertenecientes al homenajeado:
Willy Antonio Rojas Reyes. Cantidades de remolinos, hélices de viento, flores giratorias y veletas,
en algunos casos de gran tamaño, se encuentra allí sobre el sitio consagrado popularmente a su
memoria. La mayoría están amarrados sobre una reja divisoria de un terreno, que sale allí justo
por el costado del túnel. Rotan vertiginosamente en cada soplo de viento, llenando de ánimo y
colores el lugar. Miles de adornos, ofrendas y regalos se encuentran allí también, además de las
clásicas placas de agradecimiento y las peticiones de favores solicitadas en papelitos doblados o
inscripciones.

Willy era un joven nacido el 25 de junio de 1980, hijo mayor de una familia residente en Peñalolén.
Las fotografías expuestas de él en su animita, lo muestran como un muchacho de ojos
transparentes y mirada amplia, pero un tanto triste. Era hincha del club deportivo de la
Universidad de Chile, y tal vez por eso la mayoría de sus remolinos son azules. Alto, delgado y
atlético, amaba la música y el karate, y tenía gran sensibilidad por la justicia social. Una biografía
suya colocada entre las ofrendas, lo destaca como gran deportista, compañero y estudiante, líder
del Centro de Alumnos de su casa de estudios. Se lo recuerda, además, como una persona
brillante, talentoso y totalmente fuera de lo común, que cursaba el primer año de Ingeniería en
Biotecnología Molecular en la Universidad de Chile, al momento de su desgracia.

Su muerte sucedió en este lugar el lunes 20 de julio de 1998, cuando viajó al Cajón del Maipo
decidido a quitarse la vida en algún lugar en torno a la naturaleza que tanto quería, haciéndolo en
la entrada del túnel, donde está su animita. Su radical determinación fue a raíz de una profunda
depresión, según creen algunos devotos provocada por una decepción amorosa. Hay varias
versiones sobre el método que utilizó, pero la más comentada es la de haberse ahorcado, aunque
la verdad es que lo hizo con dos tiros de un arma: una en el pecho y otra en la sien. Tenía sólo 18
años al momento de concretar su dura decisión de partir de este mundo.

Como Willy dejó una carta de despedida donde pedía a sus seres queridos visitarlo allá en la
cordillera que eligió para su muerte, la familia construyó esta animita inicialmente con un túmulo
de piedras y una cruz, pero fue tomando características de santuario luego que empezaran a
decorarla con remolinos de viento (inicialmente, ellos colocaban uno al mes). La primera animita
estaba un poco más atrás de la actual, junto a un desaparecido alambre de púas. Después se
levantó la reja que actualmente está allí y que sirve no sólo de apoyo a la animita, sino también de
soporte a los remolinos, adornos y ofrendas.

Willito, comenzó a ser llamado el finado por los visitantes, echando manos a esa connotación
infantil que siempre se proporciona para acentuar el rasgo angelical e inocente del fallecido.
Desde entonces, su fama es la de generoso otorgador de ayuda para problemas económicos, de
salud y también para dar consuelo. Señalada con una gran cruz blanca, muchos juguetes de niños
figuran a sus pies o colgados entre los regalos, además de camisetas y gorros del club
universitario, flores de plástico, flores reales, poemas, cartas, estampas, tarjetas, pendones,
tazones, rosarios, etc. En agradecimiento se le han agregado otras casuchas junto a los restos de la
más antigua, y hay cajones o casuchitas especialmente habilitadas a las ofrendas personales "al
paso", donde se observan lápices, anteojos, cuadernos para mensajes, dulces, alfajores, monedas,
miniaturas ornamentales, cigarrillos, toallas de papel y cuanta cosa pudo sacar de su bolsillo el
visitante, improvisando así un regalo para el ánima.
Aunque el túnel ya cargaba con ciertas historias espeluznantes desde que fuera retirado el servicio
del tren en los ochenta, tras el suicidio de Willito su leyenda ha crecido con reportes de supuestos
quejidos, apariciones y presencias extrañas. De hecho, en más de una ocasión han ido hasta allí
investigadores de fenómenos paranormales pretendiendo establecer su opinión sobre El Tinoco,
que también fue usado en un conocido programa de misterio de la televisión nacional, para la
presentación.

No obstante el poco tiempo que lleva de ocurrida la tragedia que dio origen a la animita, las
versiones que cundieron entre los lugareños y los visitantes sobre su origen son varias. Se habla,
por ejemplo, de un excursionista o de un montañista muerto por una caída; o bien de un
muchacho que habría sido asesinado. Por otro lado, el hecho de que hayan existido por un tiempo
dos casuchas principales en el conjunto, ha generado una leyenda adicional sobre su origen, como
siempre involucrando niños: dos pequeños que habían estado jugando dentro del túnel y que
murieron por un derrumbe de una piedra del techo, colocándose el par de animitas en su
memoria. Se agrega que serían sus fantasmas los que asustan a los extraños que penetran al túnel,
aunque otros los adjudican también a un suceso ocurrido en los ochenta, cuando supuestamente
unos tipos borrachos murieron de frío dentro de su automóvil al quedarse a dormir dentro del
túnel. Empero, como la cantidad de casuchas ha crecido con el tiempo, la gente menos informada
ha hecho correr otro mito aterrador: que corresponderían a animitas de varias personas que han
entrado al túnel y nunca más salieron.

A pesar de estas leyendas siniestras de El Tinoco, el lugar de la animita tiene un bello simbolismo
espiritual y se lo concibe dentro de una esperanza de vida eterna, de perpetuidad: gracias a los
remolinos, aquí el viento "conversa", y se escucha permanentemente su paso, no alcanzando a ser
tragado por el cantar del río Maipo, más abajo. Una piedra colocada sobre el grupo, lleva la
siguiente inscripción, originalmente en mayúsculas y donde se explica todo:

"Para nosotros, Willy habla a través de los remolinos.

Por favor no los calles.

Sus Padres".

Cabe hacer notar que éste es un sector cordillerano por el que, debido a la forma del valle, corre
una gran cantidad de viento estrellándose justo hacia la boca del túnel, así que el coro de
remolinos nunca parece detenerse. Las velas duran poco encendidas allí, por lo mismo.

La animita es especialmente popular entre los habitantes de San José de Maipo, poblado ubicado
a sólo 15 kilómetros de este punto específico junto al camino. Se resalta su valor como algo
esperanzador, como un consuelo de vida. Por eso, un mensaje dedicado a Willito dice allí en una
hoja, colgando de la reja:

¡Escucha a ti mismo, aun cuando todo esté claro!


¡La sonrisa sólo existe donde se da,

y nadie es tan pobre que no puede darla!

¡La vida es como la naturaleza!...

¡Los felices aprecian la flor,

quien sufre sólo ve maleza!

¡Escucha con atención y aprenderás a oír!

Hoy, son varias casuchas las que señalan el lugar donde se recuerda y venera al alma de Willito,
junto a un túmulo de piedras. Sin embargo, el año pasado se agregó otra pequeña animita al
conjunto, con su propia tragedia: bajo una bandera chilena y entre otro grupo de piedras, apareció
una con forma de grutita, también recibiendo pequeñas ofrendas y compartiendo el mismo
espacio de regalos y remolinos con la primera de las almas "moradoras".

Esta nueva animita corresponde a la de Cristián Vera D., cuyas fechas de nacimiento y muerte
aparecen escritas allí en la misma animita de concreto: 1971-2011. Su fotografía al interior de la
misma, lo muestra como un hombre de estilo más bien juvenil, con anteojos de sol y camiseta con
el nombre de un conocido grupo rock, aunque esto no fue óbice para que recibiera de ofrenda un
pequeño conejito de peluche, acompañado de una nota explicando el regalo, afirmada con unas
piedras para evitar que volara con el mismo viento que anima a los remolinos.

Desconozco por ahora cuál será la razón exacta por la que esta animita de Cristián Vera Duarte se
encuentra allí, vecina a Willito, aunque es casi seguro que se trate de un accidente, pues tengo
entendido que ha habido muchos en esta curva y el tramo de camino, al punto de que las animitas
descritas a veces han sido asociada erróneamente, también, a las víctimas de choques y
volcamientos allí sucedidos. Nacido en 1971 y fallecido aquí el 11 de diciembre de 2011, pareciera
que Cristián era un ciclista y quizás murió practicando este deporte, según se comenta.

Muchos visitantes llegan a las animitas no directamente en el sector oriental del túnel, sino
atravesando El Tinoco desde la boca poniente, como siguiendo un oscuro y temido camino
iniciático por la muerte antes de alcanzar los altares de remolinos justo al final, en la salida, allí
donde se retorna a la luz y se "renace". Nada de fábulas de fantasmas ni apariciones hallará allí,
pues la experiencia espiritual e histórica es otra. Algunos comerciantes incluso ha aprovechado de
vender linternas en el acceso al túnel, para facilitar el tránsito de los paseantes. En febrero de este
año, además, el equipo de reportajes al cierre de "Meganoticias", noticiario del Canal Mega, hizo
un pequeño pero aclarador reporte sobre Willito, titulado "El joven de los remolinos" y que, por
haber sido entrevistados sus familiares, dejó atrás muchas de las dudas y leyendas que rondaban
sobre su muerte. Allí se mostró también, cómo los Rojas Reyes tienen decorada su casa con la
misma clase de veletas y remolinos azules que hay en la animita, "hablando" con el viento.
El Camino del Volcán está lleno de animitas, por ser una ruta peligrosa y propensa a los accidentes
y atropellos. Sin embargo, por la devoción que provoca, por la cantidad de decoraciones y por el
número de visitantes que recibe regularmente y convencidos de las capacidades milagrosas del
fallecido, este santuario de remolinos debe ser la animita más importante de todo el Cajón del
Maipo, en los terrenos cordilleranos de la Región Metropolitana de Chile.

Hospital de tuberculosos San José de Maipo

Hoy tengo tiempo y ánimo para concluir este texto dedicado al Complejo Hospitalario San José de
Maipo, en el que he estado de visita tantas veces sólo por el gusto de seguir conociéndolo. La
deuda de publicar esto es otra deuda contraida más conmigo que con el hospital, por lo tanto,
pero será útil para reunir la información que he ido recolectando de la historia del ex sanatorio.

Tantos episodios bellos y tristes se han conocido en este sitio, levantado sobre la localidad de San
José de Maipo y casi colgando del borde de los cerros, unos 50 ó 60 metros sobre el poblado, con
sus ventanales a 1100 metros sobre el nivel del mar relucientes en verano y tocados por la nieve
en invierno. Casi un siglo de historias de recuperaciones y vidas salvadas hay acá, pero también
historias de muerte y sufrimiento conmovedoras. La mayoría se ha ido perdiendo, arrastrada por
la ventisca cordillerana o las aguas del río Maipo, y hasta la propia historia del complejo aparece a
veces mal contada, imprecisa e incompleta.

Nuestra primer Premio Nobel de Literatura, la gran Gabriela Mistral, pudo observar estas casonas
sanitarias en su paso por San José de Maipo. Fue en una de ellas, además, donde el poeta Miguel
Serrano conoció a Irene Klatt, su amada Allouine, cuando era atendida por la misma enfermedad
que llevaría a la muchacha alemana a la muerte, poco después, en una hermosa pero trágica
historia de amor que revelara con detalles en sus memorias. También sería en sus jardines, salas y
pabellones en donde el literato peruano Ciro Alegría escribió algunos cuentos como "Desmonte"
en los años treinta, mientras se recuperaba de la tuberculosis y cuando casi muere por las
complicaciones de un neumotórax. Cuentan que los párrocos de la iglesia en este pueblo
montañés, como el Padre Luis Farré Ortego, a veces subían por el camino empedrado y empinado
que lleva al complejo, para atender las angustias de los pacientes y, cuando no, dar la triste
extrema unción. Y aquí mismo escribió parte de su dramático diario Lucía Manterola, hija del Dr.
Benjamín Manterola de la Fuente, mientras residió entre 1921 y 1923, extraordinario documento
que fue guardado por su sobrina Soledad Manterola y publicado recién a fines de 2011 por la
Unidad de Patrimonio Cultural de la Salud con colaboración del equipo de divulgación "Dedal de
Oro", con el título "Diario de Lucía Manterola 1903-1927. Una joven tuberculosa", obra que
concluye con la propia muerte de la muchacha a los 24 años, al perder la lucha contra este mal el
12 de mayo de 1927.

Se mezclan aquí ciencia médica, tragedias y esperanzas, patrimonio cultural, apariciones de


fantasmas y arquitectura ecléctica, en la precordillera del Cajón del Río Maipo. Un sitio dotado de
senderos que bordean montañas rocosas, caminos entre un pequeño bosque propio de coníferas,
eucaliptos y restos de monumentos vetustos que ya han desaparecido o se volvieron
irreconocibles. El complejo es visible desde todo San José de Maipo y sus calles. Sólo un talud
contorneado por senderos menores lo separan de los faldeos del cerro y de sus amenazadas de
rodados, aparentando volcarse encima del complejo con toda su enormidad geológica.

La ubicación de este lugar entre paisajes de cerros y valles no es antojadiza ni aleatoria: fue
elegida precisamente por el limpio y seco aire que domina aquellos parajes de la cadena andina
pasando por la Región Metropolitana, todavía abundantes en saludable vegetación y eucaliptos
que impregnan el viento del hospital con olores mentolados. Fue por esta característica que se
escogió tal lugar, en un panorámico predio sobre el camino al Volcán San José, para instalar el
primer edificio que daría origen al complejo hospitalario existente, cuando la aristocrática dama
Carolina Doursther decidió convertir la propiedad en el sanatorio.

Es una verdadera clase histórica de la salud en Chile la que se encuentra pasando la vieja caseta
del control en el acceso, muy bien reflejada en las tres etapas-edificios principales del complejo: la
Casa de Salud, el Pabellón Roosevelt y el Pabellón Central, unidos por el sendero interior de calle
Dr. Octavio Gay Pasche. Los iremos viendo uno a uno, a continuación, aunque apartaré -por ahora-
los casos de otras dos etapas del sanatorio correspondientes al Hospital de Agudos y Sanatorio
Laennec, por ser sectores bastante aislados del núcleo principal hospitalario a pesar de hallarse en
el mismo San José de Maipo.

PABELLÓN CASA DE SALUD

Coordenadas: 33°38'37.78"S 70°21'0.66"W

El nacimiento del hospital está en el edificio más antiguo e imponente del complejo, su primera
etapa como sanatorio, que puede verse al Norte del mismo e imponiéndose perfectamente en el
paisaje si se lo mira desde el nivel del poblado. En sus primeros años fue conocido como la Casa de
Salud "Carolina Doursther de Toconal", homenajeando a su fundadora y benefactora. Sin
embargo, no es cierta una creencia que lo apunta como el primer sanatorio de tipo respiratorio en
Chile, pues ya habían existido otras experiencias incluso en esta misma zona, como la del cercano
Hotel Sanatorium del Alfalfar, que a 1.460 metros de altitud funcionó entre 1886 y 1889; y
también está el caso del Gran Hotel de Francia, fundado en 1894 en el mismo poblado de San José
de Maipo, pasando en los años treinta a manos del Seguro Obrero Obligatorio que lo convirtió en
el mencionado Sanatorio Laennec. Más información al respecto puede encontrarse en el artículo
"Sanatorios para tuberculosos en Chile: primeros establecimiento (1886-1920)" de Ignacio Duarte
y Marcelo López, publicado en los "Anales chilenos de la historia de la medicina" (Volumen 16 Nº
2, noviembre 2006).

La propiedad del sanatorio de nuestra atención, data del siglo XIX: era del comerciante y joyero de
perlas belga-holandés Juan José Doursther, pasando después a manos de su hija Carolina
Doursther Villavicencio, casada con don Manuel Tocornal Grez, del célebre clan de los Tocornal. Al
verse afectada por la mortal enfermedad muy temida en la época, la tuberculosis, doña Carolina
adaptó y remodeló la residencia de descanso familiar para ser su morada de convalecencia,
esperando recuperarse allí ante la escasez de recintos hospitalarios disponibles para
enfermedades respiratorias y a pesar de que el Consejo Superior de Higiene venía presentado
propuestas al Ministerio de Interior para crear un buen centro de este tipo, desde 1897. Su
inspiración parece hallarse en los "sanatorios de altura" que habían ido implementando en Europa
visionarios como el médico alemán Hermann Brehmer, y la idea ya rondaba desde el I Congreso
Médico Latinoamericano realizado en Santiago, en enero de 1901, cuando el Dr. Ernesto Soza
propuso la creación de la Liga Contra la Tuberculosis y la promoción de albergues para enfermos
tísicos.

Interpretando que el clima benigno de la zona y las características de su aire habían ayudado en su
mejoría, doña Carolina dispuso hacia 1900 en su testamento, que el terreno de diez hectáreas
fuera entregado para el tratamiento de personas enfermas. Ya en años de la Guerra del Pacífico,
además, el Dr. Sandalio Letelier y la Revista Médica de Chile habían hablado de las potencialidades
de este sector de la cuenca del Maipo para pacientes pulmonares, por lo que sus propiedades eran
bien conocidas. La voluntad de la fallecida fue cumplida por su hijo mayor don Juan Enrique
Tocornal, renombrado abogado y político de la época, al traspasar el terreno a la Honorable Junta
de Beneficencia de Santiago el 25 de agosto de 1911. Así pues, no fue la mansión hasta hoy visible
allí la que traspasaría doña Carolina a la Junta, como aseguran erróneamente varios textos en
internet, sino el suelo de su propiedad en el que ésta sería construida y sus fondos.

Las obras de construcción que del edificio se ejecutaron hacia 1917 y pertenecen al arquitecto
Ricardo Larraín Bravo, aunque no tengo plena seguridad de si se levantó reemplazando al edificio
anterior (de 1870 aproximadaente, según la mayoría de las fuentes) o si este mismo fue sometido
a una remodelación total. Como sea, resultó de esto una suerte de mansión palaciega con aires
neoclásicos aunque no puristas. Sobre su sólido y alto sillar de piedra -hecho en tales proporciones
para nivelar la pendiente del terreno- se levantan terrazas, balcones abundantes en madera,
arcadas de medio punto, torreones laterales (originalmente de tres pisos, hoy de sólo dos) y
escaleras dobles de gran elegancia, de cara al poniente y hacia el poblado con y el río a sus pies.
Lucía detallismos decorativos de evocación afrancesada, con hermosos jardines; patios y paseos
hoy casi desaparecidos la rodeaban antes. También se levantarían bloqueos y forestaciones para el
viento Sur, haciendo mejores las condiciones interiores del sanatorio.

El 28 de septiembre de 1919, se funda el flamante edificio como centro terapéutico y se declara


creada allí la Casa de Salud de Mujeres "Carolina Doursther de Toconal". En la ocasión, el
administrador del sanatorio don Alberto Mackenna Subercaseaux, dijo en el solemne discurso
inaugural, según lo que transcriben Duarte y López:

"Abre sus puertas hoy el primer pabellón de una obra de vasto desarrollo futuro que ha de
contribuir a robustecer los medios de defensa contra los avances de la mas terrible enfermedad. El
deseo de la Junta de Beneficencia era ofrecer un amplio refugio en este sitio, a todos los que
necesitaren el clima reparador de la montaña: pero la escasez de recursos y la dificultad
permanente para obtenerlos, le ha impedido, por el momento, realizar su anhelo. Mas tarde se
han de levantar en esta pintoresca región muchos otros pabellones, en los cuales han de encontrar
caloroso (sic) albergue los que carecen de recursos, y son, por lo tanto, las víctimas fatales del
terrible mal. De esta suerte quedará cumplida en todas sus partes la intención del generoso
donatario de este terreno… Mientras se realizan los propósitos futuros, damos hoy el primer paso
en un terreno nuevo: la experiencia que resulte de este ensayo servirá para proseguir la obra
iniciada, mejorándola y perfeccionándola".

Con el prestigioso Dr. Antonio Vega Macher como su primer Director General y llamado también
Sanatorio de Beneficencia, el edificio tenía 35 habitaciones disponibles, laboratorios, oficinas
administrativas, salas de reposo y de maquinarias médicas. En el reglamento se establecía que la
estadía en cada cuarto del sanatorio tenía un valor sólo $15 diarios; todos los alimentos e insumos
que estuviesen fuera del programa diario eran cobrados por la Junta de Beneficencia sin utilidades
ni intereses, a precio de costo. Importante en los tratamientos y métodos de recuperación
dispuestos allí fue el trabajo del Dr. José Grossi, de brillante servicio médico tras el terremoto de
Valparaíso de 1906 y contra plagas o pestes. Un pequeño tramo al centro del corredor principal
del edificio fue convertido, hasta nuestros días, en un verdadero altar de conmemoración y
agradecimiento para doña Carolina Doursther, con su retrato observando a los visitantes.

Más tarde, el albergue pasó a ser llamado Sanatorio de San José de Maipo, atendiendo a los
pacientes que se consideraba "curables": los convalecientes de enfermedades del pulmón,
pretuberculosos o que experimentaran los primeros síntomas de la tuberculosis. Esta condición la
acreditaba un certificado extendido por el Doctor Juan de la Vega en Santiago que era verificado
después por su colega el Dr. Vega Macher, según exigía la Junta de Beneficencia a todo paciente
para ser internado. Eran rechazados aquellos con complicaciones como cardiopatías, anemias
pronunciadas, estados nerviosos de consideración, úlceras de laringe y diagnósticos de
tuberculosis de evolución rápida, entre otras, además de los niños menores de 5 años. Había
estrictos protocolos de desinfección de los pasajeros y sus equipajes, además del dormitorio, sus
muebles y todo lo que ocuparan los pacientes en su estadía.

En 1920, la Junta eligió a don Juan Enrique Tocornal como subadministrador del sanatorio, y en
1922 al Dr. Ernesto Soza, iniciándose también labores de ampliación y mejoramiento del recinto.
Importantes eminencias de la historia de la medicina chilena pasarán por aquí, como el Dr. Otto
Lenck y el entonces internista Félix Bulnes Cerda, quien realizó en este servicio su memoria de
título sobre tratamiento de tísicos ("Ensayo de cura dietético-higiénica en el tratamiento de la
tuberculosis pulmonar", 1923) dedicándose después al combate de esta enfermedad de la que él
mismo se contagió y sobrevivió años después, en 1952.

Por razones desconocidas, sin embargo, pero en un hecho que aparece perfectamente señalado y
descrito en el diario de Lucía Manterola, la casa permaneció cerrada (o en uso muy reducido, no lo
sabemos con seguridad) entre 1923 y 1929, por decisión de la Junta de Beneficencia, período en
que los alojados serían trasladados hasta el Sanatorio Laennec, abajo en el poblado de San José de
Maipo, como comenta el encargado de la Unidad de Patrimonio Cultural del Servicio de Salud
Metropolitano Suroriente, don Alejandro Vial Latorre, en el artículo "Diario de Lucía Manterola"
publicado en la revista "Dedal de Oro" de enero 2012. Empero, en ese mismo último año el edificio
fue reinaugurado como un sanatorio mixto, para hombres y mujeres afectados por tuberculosis de
diagnóstico curable, con cerca de medio centenar de camas distribuidos en sus habitaciones. Se le
habilitó también un pabellón popular, recuperación del lugar que se debió al esfuerzo del Jefe
Nacional de los Servicios para Tuberculosos de la Caja de Seguro Obrero, don Héctor Orrego
Puelma, quien asumió como Director por tres años.

El edificio contaría con adiciones e instalaciones de tres pisos laterales, con extensiones atrás
rodeando el patio, y una pequeña capilla en el bosque adyacente, aunque el terremoto del 4 de
septiembre de 1958 dañó gravemente parte de estas dependencias en los extremos, obligando a
demoler y reconstruir. Lamentablemente, su bello segundo piso está prácticamente en desuso
desde otro cataclismo: el terremoto de 1985, que dañó parte del corredor en donde antes había
un pabellón de camas con vista al valle. Toda su tabiquería, pisos de madera y marcos de ventana
son originales, existiendo propuestas como la del arquitecto Humberto Espinosa para recuperar
este espacio. Además, el elegante patio que ostentó en el pasado el sanatorio ya no es el mismo
que se veía tan esplendoroso como cuando era el parque de los Doursther. Se cuenta también de
historias de fantasmas y aparecidos en este sitio, como era esperable en esta clase de inmuebles,
aunque las versiones no son claras. Ha sido escenario del rodaje algunas películas y series como
"Fuga" de Ricardo Larraín, "Adiós al Séptimo de Línea" de Alex Bowen y un capítulo de "El día
menos pensado" de Carlos Pinto.

Cuando la Casa de Salud dejó de funcionar como hospital respiratorio, sus pacientes y sus
funciones fueron trasladados hasta dependencias del Sanatorio Laennec, esta vez definitivamente.
Desde que quedaron sus espacios dispuestos para el Centro de Responsabilidad de Atención
Cerrada, la mayor parte de los pacientes que allí se atienden llegan con convalecencias como el pie
diabético. Por Decreto Exento N.º 672 del 24 de agosto de 2004, este edificio hito de la historia de
la medicina chilena fue declarado Monumento Histórico Nacional. Desde entonces, su viejo
instrumental, las maquinarias, el mobiliario, los archivos y la biblioteca del ex sanatorio están
resguardados por la administración del hospital bajo el régimen estricto del programa de la Unidad
de Patrimonio Cultural e Histórico del Ministerio de Salud y la exigencias del Consejo de
Monumentos Nacionales002E

PABELLÓN ROOSEVELT

Coordenadas: 33°38'45.68"S 70°20'59.72"W

En 1935, el Consejo de la Caja de Empleados Particulares presentó un proyecto de construcción de


nuevos recintos hospitalarios respiratorios en San José de Maipo y Villa Alemana. Encargando la
tarea al arquitecto Carlos Vera Mandujano, el pabellón propuesto para el sanatorio iba a agregar
capacidad para unos 80 residentes más en el complejo. Tres años después, el hospital pasaba a ser
formalmente el Sanatorio de San José de Maipo, en el mismo año en que era propuesta en el
Congreso Nacional la ampliación de las dependencias, para abrir un pabellón para obreros en el
mismo recinto.
La fama del recinto hospitalario como lugar de curación de enfermedades respiratorias ya era
internacional, a esas alturas, demandando la ampliación de sus capacidades. Su importancia era
tal que una gran cantidad de residentes del poblado serían ocupados en las plazas laborales del
sanatorio, además de permitir una buena recaudación para hostales, hoteles y restaurantes a
partir de pasajeros que iban a visitar a los enfermos. A diferencia de lo sucedido con intentos
anteriores por establecer un buen sanatorio en el Cajón del Maipo, la disponibilidad del ferrocarril
Puente Alto y El Volcán, construido entre 1910-1914, había facilitado enormemente el transporte
hasta este lugar. Según se cuenta en "Historia de la pediatría chilena: crónica de un alegría" de
Nelson A. Vargas Catalán, hacia 1938 el poblado de San José de Maipo tenía cerca de 1.000
habitantes, de los cuales 350 era pacientes tuberculosos que vivían en el sanatorio principal, en
sanatorios menores y en casa particulares o residenciales esperando recuperarse. La incidencia de
la tuberculosis en Chile rondaba los 600 casos por cada 100.000 personas, en esos años.

En 1944 y considerando el proyecto señalado de adición de pabellones, la Junta de Beneficencia


hizo entrega de las instalaciones del sanatorio al Servicio Médico Nacional de Empleados
(SERMENA), bajo cuya administración se construirían los otros dos grandes edificios del complejo.
Un proyecto de colaboración de los Estados Unidos ya había permitido proyectar entonces el gran
pabellón que sería llamado homenajeando el nombre del ex Presidente Franklin Delano Roosevelt,
fallecido precisamente durante esta gestión, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial.

El edificio corresponde a un prolongado pabellón techado a dos aguas e interiormente subdividido


en habitaciones y oficinas, con cerca de 150 metros de largo. Está situado al medio del gran
complejo hospitalario. Su materialidad principal es de albañilería, aunque originalmente se lo
había propuesto de madera en el proyecto de Vera. Estudios de factibilidad y conveniencias
permitieron mejorar el plan con estas características.

Durante el Gobierno de Gabriel González Videla se concretó la construcción de este singular


edificio, en 1947, con grandes agradecimientos al Presidente de los Estados Unidos, Harry S.
Truman, que aún permanecen grabados en las placas metálicas inaugurales del edificio, donde se
destaca la obra como "símbolo de amistad entre los pueblos de Chile y de Estados Unidos de
América". La construcción se realizó bajo la vicepresidencia ejecutiva del Dr. Rolando Castañón S.,
considerado una eminencia en su época en temas de salud respiratoria. A la inauguración
asistieron el Ministro de Salud, representantes del mundo de la medicina y la ilustre visita del Dr.
Theodore Gandy, delegado del Departamento Cooperativo Interamericano del Departamento de
Salubridad y figura de alta cotización científica en Chile, Premio Nacional de Ciencias que, pocos
años después, recibiera el reconocimiento de Ciudadano Honorario de Santiago en honor a varios
méritos, como el haber conseguido becas de estudios especialización de profesionales chilenos en
Universidades de los Estados Unidos.

El extenso edificio, situado justo a espadas del acceso al cerro y al camino del actual talud, se
caracteriza por su largo corredor seccionado y con tramos de grandes ventanales laterales.
Ampliado a cerca de 120 camas, en la actualidad el edificio acoge pacientes de hospitalización,
principalmente, más algunas camas para infectología, geriatría, para la Unidad de Bebedores
Problema y Tratamiento de Adicciones, y para el Área de Cuidados Especiales.

PABELLÓN CENTRAL

Coordenadas: 33°38'50.15"S 70°20'59.34"W

El llamado Pabellón Central en realidad no es "central" por su posición, sino el principal dentro del
complejo y ubicado al Sur del mismo, con un edificio nuclear y adiciones o extensiones del mismo.
Formaba parte del proyecto trazado y ejecutado en los años cuarenta y que dio origen al Pabellón
Roosevelt. Tampoco es un solo edificio, sino varios interconectados y armando una unidad, con
una pequeña área verde llamada Plazoleta de la Esperanza, con una cruz blanca erigida en ella..

Este pabellón es un típico hospital de mediados del siglo XX, tanto en su estilo funcionalista como
en sus distribuciones adaptadas a la necesidad del servicio. No difiere mucho de algunos
elementos arquitectónicos que podemos ver todavía en hospitales santiaguinos como el Barros
Luco, el Sótero del Río o el J. J. Aguirre, aunque también tenía bellos jardines que el tiempo se ha
encargado de hacer desaparecer, reemplazándolos por matorrales y cactos usados como
suplentes más sencillos y menos demandantes de atención.

La fusión de los organismos sanitarios en el Servicio Nacional de Salud sucede hacia 1954,
quedando bajo su jerarquía el recinto. En 1979, SERMENA traspasó el complejo hospitalario al
Servicio de Salud Metropolitano Sur Oriente, cambiándose así el antiguo servicio del lugar como
casa de enfermos respiratorios, con cerca de 200 personas trabajando para este hospital. La época
negra de la tuberculosis en Chile comenzaba a quedar cada vez más atrás, por esos años.

En los noventa se hicieron ampliaciones y mejoramientos, siendo reinaugurado el Pabellón Central


"Dr. Roberto Koch" el día 24 de marzo de 1997. Actualmente, el Pabellón Central del Complejo
Hospitalario San José de Maipo está destinado al alojamiento de los pacientes del Programa de
Derivación Nacional de Tisiología. También acoge pacientes VIH positivo. Un plan de recuperación
del lugar, iniciado en 2005, le ha ido agregando talleres, buscando mejorar el inmueble y
reponeniendo un parque con paseos a su aldededor, conectando los demás edificios que deberían
ser restaurados y con sus senderos interiores abiertos al público.

Las visitas a pacientes se pueden hacer entre 12 y 14 horas, y de 16 a 18 horas. Se pueden hacer
también visitas de curiosos por el exterior del complejo, aunque se pide discreción a quienes
llegan, especialmente con el asunto de las fotografías de los pabellones, el acceso a áreas
restringidas en los edificios y la perturbación de la paz en que reposa este histórico sitio, extendido
en el descanso de su propia antigüedad y de su relevancia en la historia de la medicina chilena.

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