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Control mental para adelgazar

Muchas veces, las dificultades para adelgazar se deben a nuestra predisposición


inconsciente y, a pesar de los esfuerzos, las dietas resultan inútiles. El control
mental nos brinda un método eficaz para vencer los fantasmas que nos impiden
estar más delgados. .
El sobrepeso, sabemos, no es un simple problema estético. Constituye, además, un serio riesgo para
la salud. Generalmente, detrás del exceso de peso, se oculta una personalidad con baja autoestima y
graves problemas de comunicación. Una persona obesa o con tendencia a padecer esta enfermedad,
utiliza la comida como una forma de descargar sus tensiones y calmar su ansiedad. Por ejemplo, es
habitual que ante una situación conflictiva busque en un chocolate o en un trozo de torta la
gratificación que las circunstancias externas le niegan.
La adicción a la comida es igual de compleja que la del tabaco o el alcohol. Por eso, si bien en quien la
padece puede existir una férrea voluntad al encarar una dieta, la mayoría de las veces el sacrificio se
convierte en un absoluto fracaso. Los kilos perdidos vuelven a ser recuperados al poco tiempo.
Aunque nuestra conciencia no lo registra, siempre existen estrategias para poner en marcha el deseo
compulsivo de comer. Se produce una situación que nos resulta frustrante, que nos angustia, y esto
hace que el cuerpo se predisponga emocionalmente para calmarse con la ingestión de alimentos. La
clave consiste, entonces, en desmontar ese plan inconsciente. Es decir, detectar qué cosas activan las
ganas de comer y, en lugar de correr hacia la heladera para arrasar con todo, poner en práctica una
nueva estrategia: la del autocontrol. Este “yo puedo” mejora la autoestima, frena la compulsión y se
convierte en el primer paso hacia la solución definitiva.
Por supuesto, esto parece muy fácil de decir pero difícil de hacer. Sin embargo, no es tan así.
El mecanismo no consciente es el siguiente: existe una parte de nuestra personalidad que quiere
adelgazar y sentirse mejor, y otra que se niega sistemáticamente a ello. Lo primero será disociar las
partes en conflicto. Un buen ejercicio para lograrlo es visualizar mentalmente una parte y otra: en la
mano derecha pongo todo lo positivo y en la mano izquierda, lo negativo. De esta forma, enfocados
por separado, los aspectos en pugna terminarán integrándose y, sumado al “yo puedo”, terminará por
prevalecer la voluntad de sentirse bien. Frente al deseo compulsivo de comer, instantáneamente hay
que evocar la imagen del cuerpo anhelado y la sensación de tranquilidad que experimentamos toda
vez que resistimos la tentación de tomar la heladera por asalto.
Otra de las cuestiones para poder ganar esta batalla es planificar el cambio. ¿Para cuándo quiero
lograr mi objetivo? A partir de esta pregunta, tratar de situarse mentalmente 6 ó 7 meses después
luciendo el cuerpo deseado y, desde allí, aconsejarse a sí mismos los pasos que supuestamente se han
implementado para alcanzar esa meta.

El primer paso: borrar las actitudes negativas


La adicción a la comida siempre va acompañada de una serie de pensamientos negativos que será
necesario desterrar. Algunos ejemplos de ellos son los siguientes:
1- Debo hacer. Las imposiciones inflexibles son contraproducentes, pues aumentan la angustia.
“Debo ir al gimnasio”. “Debo perder un kilo por semana”.
2- El fatalismo. El siempre no existe. “Nunca podré lograrlo, siempre me sucedió lo mismo”.
3- El no puedo. “Me ofrecen bombones y no puedo decir que no”. “Abro la heladera, veo un trozo de
torta y no me puedo resistir”.
4- El no fui capaz. El sentimiento de culpa también funciona como disparador de la ansiedad por
comer y, por ende, es una excusa inconsciente para seguir haciéndolo. “No fui capaz de bajar ni un
solo gramo”.
5- El no importa. La resignación engañosa ante el temporario fracaso. “Bueno, si no puedo
adelgazar, no me importa” .
6- Las excusas. “Si como una factura, no pasa nada... desde mañana seré más estricto”.
7- Los rótulos. “Soy perezoso, no tengo fuerza de voluntad”. Con frases como ésta nos
autoconvecemos de que carecemos de voluntad para bajar de peso.

“Yo puedo”. Claro que si


A diferencia de lo que ocurre con la adicción al tabaco o al alcohol, en la que la cura consiste en dejar
de consumirlos para siempre, no podemos dejar de comer. Esto significa que lo que debe cambiar es
nuestra relación con la comida. Será necesario entonces entrenarse una y otra vez, recurriendo a esta
simple estrategia de control:
1- Una “x” situación nos hace pensar en comida.
2- Visualizamos el estómago y comprobamos cómo se siente.
3- Traemos a la mente una porción posible de alimento: pechuga de pollo, ensalada, panaché de
verduras, bife con apio y tomate, etcétera.
4- Imaginemos que comemos alguno de esos platos. Pensamos en su sabor, en cómo llega al
estómago y evaluamos cómo nos sentiremos si lo comemos en ese momento (¿bienestar o culpa?).
5- A continuación visualizamos otro alimento: un plato de ravioles, pizza, tarta de jamón y queso con
puré, etcétera.
6- Repetimos los mismos pasos que en el punto 4.
7- Cuando nos sentimos satisfechos en la consideración de distintas opciones e interpretamos que han
sido suficientes, recordemos cuál de todas ellas nos ha hecho sentir mejor, no sólo en el momento de
la ingesta, sino a lo largo del tiempo. Ese es el alimento que ciertamente consumiremos.

Otra simple estrategia


Una “x” situación dispara nuestra ansiedad por comer. Visualicemos nuestro cuerpo tal cual está. La
pancita voluminosa, los rollitos en la cintura, la papada... Luego, visualicemos cada una de esas
partes, estéticamente armoniosas, sin exceso de grasa. Una a una. Ante la visualización de cada una
de esas imágenes, palpemos la zona correspondiente de nuestro cuerpo. Mientras lo hacemos, decir:
“Voy a lograrlo”.

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