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2° Básico
SELECCIÓN DE LECTURAS
2º Básico
Semestre I
ÍNDICE
UNIDAD 1 ................................................................................................................................ 3
LA RUTINA ............................................................................................................................................................. 3
UNIDAD 2 ..............................................................................................................................23
CHILE .................................................................................................................................................................... 23
MEDIOPOLLITO ................................................................................................................................................ 27
EL PEINE Y LA CARACOLA............................................................................................................................. 33
UNIDAD 4 ..............................................................................................................................54
LA RUTINA
Saúl Schkolnik
—Ricardo, se acabaron
las vacaciones
— me dice mi madre desde la cocina—;
volvemos de nuevo a la rutina.
Si es lo que ella opina,
¿qué le puedo responder?
—Por supuesto —le digo—,
hay que volver
otra vez a la rutina.
Sin embargo
tengo una duda,
y aunque es una duda
muy chica
prefiero pedirte ayuda:
—Dime, rutina,
¿qué significa?
MAMÁ Y PAPÁ
Efraín de la Fuente
Había una vez tres osos que vivían en su casita en medio de un bosque. Eran
el Papá Oso, la Mamá Osa y el Osito.
Cada uno tenía su propio plato para comer: un plato grande para el Papá Oso,
un plato mediano para la Mamá Osa y un plato pequeño para el Osito.
Tenían tres cucharas: una cuchara grande para el Papá Oso, una cuchara
mediana para la Mamá Osa y una cuchara pequeña para el Osito.
Tenían tres sillas para sentarse: la silla grande para el Papá Oso, la silla mediana para
la Mamá Osa y la silla pequeña para el Osito.
Cada uno tenía una cama para dormir: el Papá Oso tenía una cama grande, la
Mamá Osa tenía una cama mediana y el Osito tenía una cama pequeña.
Un día prepararon una rica sopa. Como estaba muy caliente, la pusieron en los
platos y se fueron a pasear por el bosque mientras la sopa se enfriaba, pues no
querían quemarse la lengua.
Mientras los osos estaban paseando, llegó al lugar una niñita que se llamaba
Ricitos de Oro. Ricitos de Oro vio la casita en medio del bosque y le gustó mucho.
Primero miró por la ventana; luego miró por el ojo de la llave. Cuando vio que no
había nadie, empujó la puerta, que estaba entreabierta, y entró.
Miró la casita por dentro y también le gustó mucho.
Cuando vio los platos de sopa encima de la mesa se puso muy contenta, pues
tenía mucha hambre. Y decidió probar un poco. Primero probó la sopa del plato
grande, que era la del Papá Oso. Pero la encontró muy caliente y dejó caer la cuchara
dentro del plato. Luego probó la sopa del plato mediano, la de Mamá Osa. Pero
estaba demasiado fría. Y por fin probó la del plato pequeño, la del Osito, que no
estaba ni fría ni caliente, sino justo para su gusto.
— ¡Qué rica sopa! —exclamó. Y la encontró tan buena que se la comió toda.
Entonces Ricitos de Oro buscó una silla para sentarse. Primero se sentó en la
silla del Papá Oso, pero era muy dura. Luego se sentó en la silla de la Mamá Osa, pero
era demasiado blanda. Al fin se sentó en la silla del Osito, y vio que no era ni muy
dura ni muy blanda, sino justo para su gusto. Pero se sentó con tanta fuerza que la
silla se rompió y Ricitos de Oro cayó al suelo.
La niña se levantó y quiso seguir conociendo la casita. Subió por la escalera al
piso de arriba y encontró el dormitorio de los tres osos. Ricitos de Oro tenía mucho
sueño y decidió acostarse. Primero se acostó en la cama del Papá Oso, pero la
almohada era demasiado alta. Luego se acostó en la cama mediana, pero la
almohada era demasiado baja. Finalmente se acostó en la cama pequeña, que no era
ni demasiado alta ni demasiado baja. Tan bien se encontraba en ella, que enseguida
se durmió.
Mientras tanto regresaron a la casa los tres osos. Venían con mucho apetito
después del paseo.
¿Cómo te llamas?
Todos los seres humanos tienen un nombre. En algunos lugares de la Tierra es
usual que uno tenga un nombre de pila y un apellido. En otros casos, se llama a las
personas por un solo nombre.
Probablemente todos conozcamos a algún niño chino. ¿Cómo se llama? ¿Su
nombre le causara problemas como al protagonista de este cuento?
León Tolstoi
Hermanos Grimm
Cerca de un gran bosque vivía un pobre leñador junto a su mujer y sus dos
hijos; el niño se llamaba Hansel y la niña Gretel. Tenían poco para comer, y un buen
día, como en el país reinaba una terrible hambruna, el leñador no pudo conseguir ni
siquiera el pan diario. Llegó la noche y el hombre, pensando en esto, se daba vueltas
en la cama, lleno de angustia. Suspirando le dijo a su mujer:
-¿Qué será de nosotros? No podremos siquiera: alimentar a nuestros pobres
hijos... Y tampoco tenemos suficiente para nosotros mismos.
—Te diré una cosa, marido —contestó la mujer—. Mañana muy temprano
llevaremos a los niños al bosque, allí donde es más espeso. Les encendemos un
fuego allí y le damos a cada uno un trozo de pan; luego nos vamos a trabajar y los
dejamos solos. No encontrarán el camino de regreso a casa y así nos libraremos de
ellos.
—No, mujer —dijo el marido—, yo no hago eso. ¿Cómo voy a tener corazón
para dejar a mis hijos solos en el bosque? Pronto aparecerían los animales salvajes y
los destrozarían.
—Oh, qué tonto eres —gruñó ella—. Tendremos entonces que morir todos
de hambre. Ya puedes ir cepillando las tablas para los ataúdes.
Y no lo dejó en paz hasta que él consintió.
—Pero la suerte de mis pobres niños me sigue doliendo, desde luego —se
lamentaba el leñador.
Los dos niños no habían podido dormirse tampoco esa noche, a causa del
hambre, y habían oído lo que la madrastra le había dicho al padre. Gretel lloró
amargamente y le dijo a Hansel:
—Ahora estamos perdidos.
—Tranquila Gretel —dijo Hansel—. No te aflijas, ya buscaré yo el modo de
ayudarnos.
En cuanto los padres se durmieron, se levantó, se puso su chaqueta, abrió la
hoja inferior de la puerta y se deslizó hacia fuera. En ese momento lucía la luna
intensamente y los blancos guijarros que había ante la casa brillaban como monedas.
Hansel se agachó y metió tantos como cupieron en el pequeño bolsillo de su
chaqueta. Luego regresó a la habitación, y le habló así su hermana:
—No tengas miedo, querida hermanita, y duérmete tranquila. Verás cómo el
buen Dios no nos va a abandonar.
Y se metió de nuevo en la cama. Cuando se hizo de día y antes de que el sol
saliera, llegó la mujer y despertó a los dos niños:
— ¡Levántense, perezosos! vamos a ir al bosque a coger leña.
Luego le dio a cada uno un trozo de pan.
Raúl
Hay investigaciones que demuestran que las madres delfines, al nacer sus
hijos, les silban varias veces para que sus bebés reconozcan su voz y logren que cada
delfín cree un silbido personal que es único, como la huella digital de las personas.
Pueden fabricar y utilizar utensilios que usan en su vida diaria. Por ejemplo,
un palo para atrapar termitas y hormigas. Son capaces de fabricar una esponja
masticando hojas, con esta logran absorber agua. En peleas y frente al enemigo,
defienden su espacio tirando piedras, ramas o golpeando con un palo.
Para descansar construyen un nido con hojas y ramas en las copas de los
árboles de la selva y se ponen cómodos para dormir.
La Araña
Sube, sube una araña
por el brazo de una guagua.
Baja, baja de una vez
y la pica en los pies.
Pipirigallo
Pipirigallo
monta caballo
con las espuelas de tu
tocayo.
Corre el anillo
“Corre el anillo por un portillo,
paso un chiquillo
comiendo huesillos.
A todos les dio
menos a mi.
E-cha-pren-da
seño-rita caba-llero
quién lo tiene 1,2, 3.”.
Este dedito
Este dedito compró un huevito,
este lo cocinó,
este le echó la sal,
este lo probó,
y este pícaro gordo
se lo comió.
Mis dedos
Yo soy Gastón muy gordo y barrigón
Yo soy Andrés, saludando al revés
Y yo soy la violeta, alta, flaca y coqueta
Yo soy José, y un anillo me pondré
Y yo me llamo Aníbal, miro a todos para arriba
Después de saludar, vamos todos a bailar...
CHILE
Chile es la cumbre
de la montaña:
violeta oscura,
corona blanca.
Chile es el campo
de las espigas:
Sur de copihues,
Norte de minas.
Chile es el valle,
canto sencillo,
que por el trébol
se lleva el río.
Chile es el aire
de tierra libre.
Chile es mi casa.
¡Mi Patria es Chile!
Vivían en un corral varias gallinas: unas gordas, gordas, y otras, flacas, flacas.
Mientras el cocinero llevaba las gallinas gordas, gordas, de las patas para
matarlas, éstas miraban con envidia a las gallinas flacas, flacas, que se habían librado
de la muerte.
Una vez, una gallina se echó en su nido a empollar. Al cabo de veintiún días, los
pollitos comenzaron a salir del cascarón. Nacieron nueve hermosos pollitos. Pero el
último en romper el cascarón era muy extraño. Sólo tenía un ojo, un ala y una patita.
La mamá, al verlo, lo llamó Mediopollito.
Mediopollito brincaba por todo el corral detrás de sus hermanos, tip tap, tip tap,
con su única patita, y hacía siempre lo que le daba la gana. Cuando la mamá llamaba
a los pollitos, cló cló, cló cló, para que vinieran al nido, Mediopollito se escapaba.
Cuando la mamá les enseñaba a escarbar y a picotear el suelo, Mediopollito se
acostaba a dormir.
Un día, Mediopollito le dijo a su mamá:
—Estoy fastidiado de este corral. Me voy al palacio a ver al rey.
—El palacio queda muy lejos -le dijo la mamá- y tú eres muy pequeñito para
viajar solo. No vayas ahora. Algún día, yo te llevaré.
Pero Mediopollito no quería esperar así que meneó su media cabecita y dijo:
—Me iré hoy mismo.
Y así fue. Tip tap, tip tap, se alejó del corral brincando con su única patita.
Pronto, Mediopollito se encontró con un arroyo que estaba lleno de malezas.
—Mediopollito -le dijo el arroyo-, ayúdame. Quita estas malezas con tu medio
piquito porque me están ahogando y no dejan a mi agua seguir su curso. Pero
Mediopollito le contestó:
Voy al palacio a ver al rey; no tengo tiempo que perder. Y tip tap, tip tap, siguió
muy de prisa su camino. A poco andar, Mediopollito se encontró con un fuego que
estaba a punto de apagarse.
—Mediopollito -le dijo el fuego-, ayúdame. Busca unas ramas secas con tu medio
piquito y me las traes, para que no me muera.
Pero Mediopollito le contestó:
- Voy al palacio a ver al rey; no tengo tiempo que perder.
Y tip tap, tip tap, siguió muy de prisa su camino.
Más adelante, Mediopollito se encontró con el viento enredado en unas matas.
—Mediopollito -le dijo el viento-, ayúdame, aparta estas matas con tu medio
piquito para que yo pueda seguir soplando.
Pero Mediopollito le contestó:
- Voy al palacio a ver al rey; no tengo tiempo que perder.
Y tip tap, tip tap, siguió muy de prisa su camino.
Por fin, Mediopollito llegó al palacio.
—Ahora podré ver al rey -dijo muy contento.
Pero en ese mismo momento, el cocinero de palacio lo vio, lo cogió del pescuezo
y se lo llevó a la cocina.
Cierta vez, una semilla de encina comenzó a volar de un lugar a otro, llevada
por el viento, hasta que cayó en un campo recién arado.
Una mañana despertó. La tierra estaba húmeda, pero en el cielo brillaba el sol.
¡Cómo calentaba! ¡Qué suave estaba el aire! La semilla sintió latir de felicidad su
corazón. Notó que le habían crecido unos brazos y los levantó para gozar de la
tibieza del día.
Pasó el tiempo y la semilla creció tanto que llegó a ser una hermosa encina
fuerte y alta. Su tronco se fue poniendo duro y resistente.
Poco a poco los árboles fueron formando una gran familia. Y así nació el
bosque.
Lejana y misteriosa,
rodeada de agua está,
su eterno villancico
lo está cantando el mar.
Su barco está lleno de redes y bodegas. Cuando sale de Iquique, las redes
están enrolladas y las bodegas están vacías.
Cuando está en medio del mar, lanza sus redes al agua y espera
tranquilamente.
Cuando las redes están pesadas, las saca del agua; vienen llenas de peces.
EL VIEJO PESCADOR
Clementina Maldonado
El joven aceptó. Se sentó a la orilla del río y sujetó la caña de pescar. Pasó un
largo rato cuando sintió que los peces picaban. Llenó dos canastos con pescados.
EL PEINE Y LA CARACOLA
Ronne Randall
Cada verano, Lucía y su familia pasaban las vacaciones en una casita junto al
mar. A Lucía le encantaba la playa y todos los días, cuando bajaba la marea, buscaba
tesoros en la arena.
Un día Lucía encontró una concha blanca y brillante con motitas rosa y
perladas; otro día encontró una piedra ovalada y lisa que tenía los colores de una
puesta sol; y otro día encontró una moneda antigua que tenía grabada la cara de un
rey.
Lucía llevó todos sus tesoros a la casita y los guardó en una caja de zapatos
que escondió bajo la cama.
Muchas tardes, los papás de Lucía y su hermano José iban a nadar al mar.
Lucía les acompañaba pero sólo se mojaba los pies.
—Está demasiado fría —decía.
O bien:
—Puede que mañana. Hoy sólo miraré.
Y no es que no supiera nadar. A Lucía le encantaba nadar en la piscina de la
escuela, pero el mar era profundo y oscuro, y estaba lleno de terribles secretos.
Una mañana, mientras Lucía paseaba por la orilla, vio algo que brillaba en la
arena y se agachó para ver qué era.
-¡Un peine! Era un peine plateado y brillante con una hilera de gemas verdes y
púrpura situadas en la parte superior. Lucía le dio vueltas y más vueltas en la mano,
admirando aquel objeto tan bonito. Después corrió a casa a esconderlo en su caja de
los tesoros.
A la mañana siguiente, cuando Lucía iba a la caza de nuevos tesoros, oyó un
ruido extraño. Al escuchar con atención, se dio cuenta de que alguien estaba
llorando.
Lucía miró a su alrededor y vio a una niña que se movía lentamente en el
agua. Su larga melena rubia y resplandeciente flotaba detrás de ella. La niña lloraba
como si su corazón fuera a partirse en pedazos.
—Hola —le dijo Lucía en voz baja—. Me llamo Lucía. ¿Qué te pasa?
—Me llamo Meriel —contestó la niña— y he perdido mi peine. Perteneció a
mi abuela y es muy, muy valioso. Creo que ayer se me cayó por aquí, y ahora no
puedo encontrarlo por ninguna parte.
Lucía notó que su cara enrojecía y la barriga le hacía cosquillas.
— ¿Se trata de un peine plateado con gemas verdes y púrpura en la parte de
arriba? —preguntó.
— ¡Sí! —dijo Meriel—. ¡Así es! ¿Lo has visto?
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2º Básico
Semestre I
—Sí —respondió Lucía en voz baja. Sentía que las lágrimas asomaban a sus
ojos—. Lo encontré. Si vienes a mi casa, te lo daré.
—No puedo ir contigo —dijo Meriel.
— ¿Por qué no? —preguntó Lucía.
—Mira —dijo Meriel mientras sacaba del agua una espléndida cola plateada
con tonos verdes y púrpura que resplandecía al sol.
— ¡Ohhhh! —exclamó Lucía con los ojos abiertos como platos por la sorpresa.
Entonces, dio media vuelta y corrió hacia la casa. Cinco minutos más tarde
regresó con su caja de los tesoros.
—Toma —le dijo a Meriel, alargándole el peine—. Es el mejor tesoro que he
encontrado jamás pero me alegra que puedas recuperarlo.
— ¡Gracias! —dijo Meriel—. ¡Muchas gracias! —y mientras deslizaba el peine
entre su pelo dorado, miró a Lucía.
—No puedo ir a tu casa, pero... ¿te gustaría visitar la mía? —preguntó.
Lucía miró el mar, profundo y oscuro. Después dirigió su mirada a Meriel.
—Creo que no —dijo negando con la cabeza—. Pero te lo agradezco.
—¡Por favor! —insistió Meriel, tendiéndole la mano—. Es muy bonita y te
prometo que cuidaré de ti. Por favor, ven conmigo, aunque sea sólo un ratito.
Lucía introdujo los dedos de un pie en el agua. Después, el pie entero. Con
cuidado, Meriel tomo su mano y la condujo hacia abajo, abajo, hacia el fondo del
mar.
¡Qué visión para los ojos de Lucía! ¡No estaba oscuro en absoluto! El agua
estaba repleta de luces trémulas y colores brillantes. Las estrellas de mar doradas y
plateadas centelleaban en el lecho marino y los caballitos de mar saltaban a su
alrededor. Las conchas de las almejas y las ostras mostraban reflejos rosa y blancos.
Los pequeños peces de vivos colores se movían con rapidez hacia uno y otro lado, y
los cangrejos y las langostas saludaban chasqueando con sus pinzas.
—Éstos son mis amigos —dijo Meriel—. Y ahora también los tuyos.
Lucía y Meriel nadaron entre cascadas de delicadas algas hasta que llegaron a
una cueva de corales.
—Aquí es donde vivo —dijo Meriel—. Espera, voy a buscar una cosa para ti.
Se deslizó al interior de la cueva y salió con una caracola que tenía forma de
trompeta. Brillaba tenuemente y mostraba un pequeño agujero en la parte superior.
Meriel le ató una cinta de alga y la anudó alrededor del cuello de Lucía.
—Es un regalo de mi parte... y del mar —dijo—. Ahora el mar formará parte de
ti y tú formarás parte de él. Lo mismo que yo.
—Gracias —susurró Lucía. Y Meriel tomó de la mano a Lucía y nadaron juntas
hacia la superficie. Cuando llegaron al lugar donde se habían conocido, Meriel dijo:
—Ahora debo despedirme; no te olvidaré nunca. Gracias por recoger mi peine
y guardarlo en un lugar seguro.
—Gracias por la caracola —dijo Lucía—. La llevaré siempre conmigo, para
acordarme de ti.
TE PITO O TE HENUA
§ Cuando hagas fogatas al aire libre, debes elegir un lugar despejado, nunca
bajo los árboles. Rodea con piedras el sector para evitar que el fuego se
propague.
§ Que no se te olvide que es peligroso que los niños y niñas jueguen con
fósforos, porque pueden provocar incendios forestales o bien accidentarse.
El pingüino
emperador pasa el
invierno en la
Antártica mientras
espera que sus
polluelos salgan del
huevo. En verano,
desde diciembre a
marzo, se acercan al
mar con sus crías.
ORIGEN DE CONDORITO
Esto ocurrió porque Pepo se indignó al ver el filme de Walt Disney llamado
“Saludos” donde se rendía homenaje a Latinoamérica. Había varios personajes que
representaban a diversos países como Brasil, Argentina, entre otros. Chile era
interpretado por Pedrito, un avión pequeño que a penas lograba cruzar la cordillera
de los Andes.
Este hecho hizo que Pepo pensara en la idea de que si algo nos podía
representar era un cóndor, ya que estaba en nuestro escudo. Así surge Condorito,
cuyas historias y bromas son leídas por millones de hispanoparlantes.
UNIDAD 3
EL PEQUEÑO MELIÑIR
Víctor Carvajal
LA YERBA MATE
Cuentan que unos diez mil o cien mil o un millón de años después de que
fuera creada, la Luna tuvo ganas de dar un paseíto por la Tierra. Al cabo de tanto
tiempo debía de estar aburrida de tanto cielo y tanto cielo, ¿verdad?
La cuestión es que estaba triste porque pensaba que jamás podría hacer su
viajecito y se pasaría la eternidad allí donde la habían colocado.
Empezó a suspirar más de la cuenta. Las estrellas lo advirtieron y, como
querían mucho a su compañera, urdieron un plan para que ésta pudiera descender a
la Tierra y pasarse allí una temporada. En efecto, todas ellas determinaron que
algunas se unirían como una espesa neblina que impediría ver el cielo con nitidez,
mientras que otras rodearían a la Luna como una especie de gasa que le daría
apariencia humana, a la que el arcoíris prestó un poco de color para que este cuento
no fuera tan blanco, tan blanco.
A la Luna le parecía mentira que al fin se hiciera realidad su sueño. Y así fue.
Una noche, vestida con su túnica de estrellas pequeñitas, empezó a bajar
lentamente. ¡Cómo disfrutaba la Luna con esa lentitud!
Hasta que estuvo a un palmo de la Tierra, era una blanca cara redonda
desdibujada, pero no bien tocó la superficie del planeta se transformó en una niña.
Una niña asombrada que ya no tenía diez mil, ni cien mil, ni un millón de años, sino
sólo seis, seis añitos.
Había aterrizado en un lugar muy verde y no cesaba de asombrarse de los
pájaros multicolores (a quienes vio dormidos, porque llegó de noche), las flores, los
riachuelos… e incluso del cielo, aunque estaba velado por los motivos que todos
conocemos. Había aterrizado en la selva paraguaya.
Al cabo de andar casi una legua, se quedó paralizada, muda de asombro,
fascinada: aquello se parecía a los arroyitos que había observado, pero era diez, cien,
mil veces más grande que ellos. Su agua corría como un ejército bravío: rugía,
corcoveaba, echaba espuma. Nunca había visto nada semejante en el cielo. Era el río
Paraná.
—Ven conmigo —le dijo el Paraná, que era tan viejo como la Luna y la había
reconocido enseguida—, te mostraré la mayor maravilla de esta Tierra. No tengas
miedo, ven conmigo, no te haré daño.
Y así fue como el astro de la noche, transformado ahora en una niña
embelesada, fue llevado tierra adentro hasta que llegaron a un pequeño poblado.
Amanecía.
—Debo dejarte —dijo el río—, pero si te diriges hacia aquellas lucecitas, verás
algo más vivo que un árbol, una flor, un pájaro o, sin ir más lejos, un río. Son los
hombres.
— ¿Los qué...?
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2º Básico
Semestre I
Pero el Paraná no dio detalles y siguió su viaje.
La Luna dio algunos pasos cautelosos. La luz del día, aunque era todavía poca,
le resultaba extraña. Llegó cerca de las luminarias que le había señalado el río y
entonces, frente a ella, encontró a un animal de piel manchada y penetrantes ojos de
pupilas verticales, posado sobre sus cuatro patas y pasándose la lengua grande y
rosada por el hocico.
— ¿Eres el... Hombre? —preguntó la Luna.
Pero el Jaguar se aprestó a abalanzarse sobre la niña para devorarla. Justo
cuando estaba en la mitad de la trayectoria de su salto, cayó al suelo al tiempo que
por su boca se derramaba un reguero de sangre.
Detrás había otro animal, pero éste se alzaba sobre dos patas y no tenía
manchas ni pelos en la piel. Llevaba una escopeta en la mano, todavía humeante.
—¿Eres el... Hombre? —preguntó la Luna.
—¿Qué clase de nena tan extraña eres? ¡Claro que soy un hombre! ¿Quién
eres y qué haces a estas horas exponiéndote a esta fiera?
La Luna le contó su historia. El hombre, que era un campesino del lugar, se
divirtió mucho escuchándola, pero no se creyó ni una palabra. No obstante, halló
que aquella niña era tan graciosa y estaba tan sola que decidió llevársela a su
ranchito. Allí le presentó a su esposa.
A la niña le bastó conocer a aquella pareja para entender lo que era la
pobreza. «¿Qué comeremos mañana? —decía la mujer—. Se ha acabado el maíz.»
«Ten paciencia, mujer, que Dios no se olvidará de nosotros.»
Al otro día hubieron de cocinar un caldo con algunas hierbas y un par de
huevos de pájaros del lugar, y así día tras día. La pareja se encariñó con la niña, pero
los apuros que pasaban no le permitían prestarle demasiada atención.
Así que al cabo de una semana de estar en la Tierra, la Luna decidió que
estaba de más y que ya era hora de volver al cielo. En realidad, lo añoraba: al fin y al
cabo, era su casa desde diez mil, cien mil o un millón de años atrás. Sin embargo, al
pensar que debía irse de la Tierra, se le saltaron las lágrimas. ¡El viajecito tanto tiempo
soñado se había acabado!
Pero lo que más le apenaba era haber podido ayudar tan poco al Hombre.
Entonces advirtió que, al caer al suelo, sus lágrimas penetraban en la Tierra y se
convertían en raíces. Remontó su vuelo (ahora sabía lo que era volar pues había visto
pájaros) y confió en que sus lágrimas no hubieran sido en vano.
Cuando al amanecer el buen hombre salió de la casa, se quedó maravillado a
causa de unos arbustos desconocidos que habían brotado por doquier. Entre el
verde oscuro de las hojas asomaban unas pequeñas flores blancas. Llamó de
inmediato a su mujer, y era tanta el hambre que ésta tenía que se dispuso a preparar
una infusión con esta planta nueva, y al beberla se sintieron todos mucho mejor y
con ánimo.
Los indios de Pascamayo y los habitantes de la costa del Perú, creían que la
Luna tenía poderes y que era la causante entre otras cosas de la calma o alboroto en
el mar, de los rayos, truenos, etc. Por esto la adoraban. Creían que era más poderosa
que el Sol, ya que la podían ver no sólo en la noche, sino también a veces en el día, a
diferencia del Sol que sólo se dejaba ver durante el día.
Los indios, celebraban con los eclipses de Sol el triunfo de la Luna y hacían
bailes fúnebres y lloraban mientras duraban los eclipses de Luna.
También adoraban a las estrellas que hoy conocemos como Las Tres Marías.
Ellos creían que la estrella de al medio era un ladrón y que la Luna lo había castigado
durante un eclipse. También que había enviado a dos estrellas como guardianas,
para que lo llevaran preso y lo entregaran a los buitres, que son las cuatro estrellas
que están más abajo. Estas siete estrellas están en el cielo como recuerdo de ese
castigo.
Había vez y vez un pajarito que le pidió a un sastre que le hiciese un vestidito
de lana. Fue en seguida a un sombrerero y le mandó hacer un sombrerito, y por
último, fue a un zapatero.
Se vistió el pajarito con su ropa nueva y se fue al jardín del Rey y se posó sobre
un árbol que había delante del balcón del comedor, y se puso a cantar mientras el
Rey comía:
Más bonito estoy con mi vestidito de lana, que no el Rey con su manto de
grana.
Más bonito estoy con mi vestidito de lana, que no el Rey con su manto de
grana.
Y tanto cantó que el Rey se enojó y mandó que le cogiesen y se le trajesen
frito. Así sucedió. Después de desplumado y frito, se quedó tan chico, que el Rey se lo
tragó enterito.
Cuando se vio el pajarito en el estómago del Rey, empezó sin parar a dar
sendos picotazos a derecha e izquierda.
El Rey comenzó a quejarse de que la comida le había caído mal y que le dolía
el estómago.
Vino entonces el médico y le dio un remedio para que vomitara y lo primero
que salió fue el pajarito, que voló rápidamente y se lavó en la fuente. Enseguida se
fue a una carpintería y se untó todo el cuerpo con cola.
Les contó a todos los pájaros lo que le había ocurrido y le pidió a cada uno
una plumita, y se la iban dando. Y como estaba untado de cola, se le iban pegando.
Como cada pluma era de un color diferente quedó el pajarito más bonito que antes,
con tantos colores como un ramillete. Entonces se puso a dar vueltas por el árbol que
estaba delante del balcón del Rey, cantando:
¿A quién pasó lo que a mí?
En el Rey me entré, del Rey me salí.
El Rey dijo:
-¡Que cojan a ese pícaro pajarito!
Pero él, que estaba sobre aviso, echó a volar y no paró hasta posarse sobre las
narices de la luna.
RUCA: Vivienda.
COPUCHA: Chisme.
GUATA: Estómago.
Las cabañuelas son una creencia popular que en América provienen de los
mayas y que se han extendido por todo el continente de forma oral de padres a hijos.
A través de ellas las personas pronostican cómo será el clima durante el año.
Lo hacen observando el tiempo durante los primeros 12 días del mes de enero,
correspondiendo cada día a un mes del año. Por ejemplo el 2 de enero indicaría
como va a estar el tiempo en febrero, el 3 de enero en marzo y así sucesivamente,
hasta llegar al 12 de enero que indicaría el tiempo de diciembre. De esta forma se
podría determinar si un mes será lluvioso o seco, frío o caluroso, etc.
Las cabañuelas son universales, se pueden practicar en cualquier parte del
mundo, pero no en todos los lugares se utilizan los mismos días para realizar el
pronóstico. Así, por ejemplo, en España y en general en el Hemisferio Norte, la
predicción se hace en el mes de agosto y los hindúes lo hacen en la mitad del
invierno.
Otra forma de pronosticar el tiempo está basada en algunas observaciones
del sol, la luna, el cielo, los animales y en nuestro país existen diferentes maneras que
permiten adelantar cómo estará el tiempo en los próximos días y que han dado
origen a diferentes refranes.
Por ejemplo, en el campo, los campesinos dicen que el canto de los
queltehues y los tiuques anuncia la lluvia:
«Cuando grita el queltehue
quiere decir que llueve».
Si la luna nueva tiene los cachitos para arriba, se supone que lloverá, lo mismo
si el cielo está empedrado:
«Cielo empedrado,
suelo mojado».
Otras creencias son la de pensar que cuando las gallinas se van a su gallinero
temprano, es porque va a haber mal tiempo al día siguiente, lo mismo si la casa se
comienza a llenar de hormigas.
Los profesores también tienen sus propias observaciones, ya que creen que
cuando los niños andan muy inquietos, es señal de que el tiempo se echará a perder.
¿Será así?
Hoy en día, en que la meteorología está muy avanzada y podemos ver en la
televisión o escuchar por radio los pronósticos del tiempo, sería interesante
comprobar estas creencias que vienen del conocimiento popular.
UNIDAD 4
LA PALOMA Y LA HORMIGA
Fabula de Esopo
Esta fábula de la paloma y la hormiga nos enseña que toda buena acción tiene su
recompensa.
Cuento siberiano
Antiguamente los sauces no eran como ahora, que tienen largas ramas
colgando hacia los esteros en actitud melancólica. Era al revés. Se erguían orgullosos
con sus ramas verticales hacia el cielo, y aun las hojas, pequeñas y lanceoladas, tenían
un aire vanidoso y se empinaban también mirando hacia lo alto. Los demás árboles
comentaban entre sí y se sentían un poco ofendidos porque el sauce, muy altivo,
nunca se mezclaba entre ellos. Allí estaba siempre, ignorando el bosque, en actitud
desafiante, con sus ramas muy ufanas hacia el firmamento. Cuando llegaba el otoño,
todos los árboles se tornaban amarillos y perdían sus hojas, en tanto que el sauce
seguía siempre verde y nunca se volvía lánguido. Era un verdadero motivo de
murmuración...
Ocurrió que, al llegar la primavera, los viejos robles del bosque decidieron
hacer un concurso de belleza entre los árboles. Podían competir árboles de todo el
mundo, fueran grandes o pequeños, de hojas perennes o de ramas desnudas, con
flores o sin ellas; lo importante era ser simplemente un árbol, procediese de un jardín,
huerto, valle o patio abandonado.
Los pájaros se encargaron de transmitir las bases del concurso y volaron de
rama en rama, invitando al arrayán, a la haya y al inmenso ombú. Los colibríes le
fueron a avisar al hybiscus de flores rojas, al laurel en flor y por supuesto al magnolio.
A las mariposas más veloces se adelantaron y fueron a convidar al árbol de la corona
del Inca y al almendro en flor que tenía muchas posibilidades. Las viejas golondrinas
se encargaron de visitar a los árboles que vivían en los lugares más remotos. Algunas
viajaron al Egipto en busca de sol y aprovecharon para invitar a las palmeras de los
oasis. Estas fueron las primeras en acicalarse para asistir al concurso. Se miraron entre
sí y por decisión unánime escogieron como delegada a la más antigua, que no por
ser vieja era menos coqueta.
Llegada la fecha, la palmera se desenterró de la arena y partió al lugar
indicado, caminando de puntillas por el ardiente desierto, pisando con sus raíces con
sumo cuidado para no quemarse. Fue fatigoso el camino porque como era un
poquito grande se iba enterrando en la arena, pero finalmente llegó, disimulando lo
exhausta que se encontraba.
En el antejardín fue recibida por las buganvillas que se inclinaron respetuosas
saludando a la palmera. Las rosas y las clavelinas se deshacían en reverencias porque
nunca habían visto un árbol de semejante rareza y de tronco tan arrugado.
—Viene un poco despeinada—comentó por lo bajo un pensamiento morado.
—Vengo de los países tórridos —dijo la palmera—, y represento al Egipto. Soy uno
de los pocos árboles que figuran en la Biblia. Cuando Jesucristo entró en la ciudad de
Jerusalén, sus habitantes cortaron ramas de mis antepasadas, adornaron con ellas los
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2º Básico
Semestre I
pórticos y las ventanas, y las mujeres confeccionaron complicados ramos para
batirlos en señal de regocijo. Y aún hoy, en domingo de Ramos, se recuerda esta
fecha, y en los atrios de las iglesias del mundo, mujeres pobres venden carteritas y
ramos trenzados con mis hojas.
— ¡Qué importante! —dijeron los lirios admirándola.
Las begonias le abrieron paso y la elegante palmera avanzó contoneándose
como una señora por un caminillo de ágatas y caracolillas de río.
— ¿Dónde puedo arreglarme un poco? —dijo la palmera. Y las begonias, que
eran las anfitrionas, la llevaron donde estaban los otros árboles postulantes. Allí
estaban todos juntos a un arroyo, refrescándose, y los más vanidosos se miraban en
una cascada tan maravillosamente plateada que uno se podía mirar en ella mejor
que en un espejo.
—Háganme sitio -dijo la palmera. Y el viento le escarmenó las ramas y le hizo
tintinear los ramilletes de dátiles que eran los aros que llevaba puestos.
El sol se puso más radiante y los clarines de enredadera se pusieron a tocar
una marcha, anunciando el inicio del concurso. La primera en presentarse fue la
mimosa con sus racimos de flores amarillas. Las begonias la anunciaron y la mimosa
avanzó por un largo puentecillo de bambú que era la pasarela sobre el río.
— ¡Qué belleza! —comentaron los robles en la ladera del cerro.
—Yo soy la mimosa —dijo la mimosa—. Y me llaman así porque soy muy
mimosa...
Los robles, perplejos, se miraron entre sí.
—Y en otros países me llaman aromo... porque aromo...
—Mmm, se parece un poco al espino —comentó displicente un roble joven.
— ¡Qué ofensa! -dijo la mimosa—. El espino también tiene flores amarillas,
pero tiene espinas y además carece de perfume, en tanto que yo...
Vino una brisa y la mimosa aprovechó para soltar una inmensa bocanada que
hizo suspirar a los robles del jurado, un poco viejos pero muy enamoradizos...
— ¡Qué mimosa más vanidosa!—dijeron los otros árboles que se preparaban
para la competencia.
Seguidamente le tocó el turno al ulmo, quien se presentó con todo su
espléndido ropaje de flores blancas.
—Con mis flores, los hombres preparan una miel que quien la prueba cae en
un inmediato estado de nostalgia.
Luego vino un inmenso árbol cuajado de camelias, tirando a su paso pesadas
flores rojas con frutos maduros.
—Yo he adornado las habitaciones de coquetas damas de otro siglo.
Inspirado en mi belleza, un escritor antiguo escribió La dama de las camelias.
El níspero habló de sus nísperos, el nogal de sus nueces y el olivo de sus,
aceitunas. El manzano dijo que era el primer árbol de la creación, que de sus
manzanas Eva había tomado el fruto del pecado. El pino avanzó engalanado con
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2º Básico
Semestre I
adornos de Navidad, cubierto con guirnaldas, globos de vidrio y una estrella con
escarcha plateada en su punta. El ciprés se paseó solemne, aduciendo que él crecía
en los cementerios y por eso tenía ese aire grave y misterioso.
La lenga dijo que sus hojas semejaban algas marinas; el arrayán dijo que era
de la época de las cavernas; la araucaria dijo que sólo crecía en el sur de Chile, en la
tierra de los mapuches, allí donde crece silvestre la enredadera rosada de los
copihues.
No hubo problemas durante el desarrollo del concurso. Sólo un postulante
fue descalificado: el diamelo de flores blancas y moradas, que se presentó como
árbol y en realidad era un arbusto.
— ¿Y cómo aceptan a esos árboles enanos? —dijo indignado el diamelo
mirando por sobre sus ramas una fila de siete árboles enanos, enviados de la China, y
que no alcanzaban el tamaño de una violeta.
La otra fuera de concurso resultó la encina que llevaba de sombrero un
enorme nido con tres cigüeñas paradas con sus alas extendidas.
— Demasiado estrafalaria—dijeron los jueces, descalificándola.
Siguieron los abedules, los naranjos, los perales, los eucaliptos y los álamos. La
pobre parra también fue descalificada porque no era árbol “propiamente tal” y se
tuvo que ir desesperada de rabia. Y así sucesivamente desfilaron todos los árboles de
la creación, cada uno hablando de su belleza y luciendo sus atributos, hasta que le
tocó el turno al altivo sauce que a esas horas ya estaba impaciente y se había
dedicado a alisarse las ramas que estaban muy tiesas, almidonadas como sables.
—A continuación, el sauce— anunciaron las begonias—. Lleva las ramas
puntiagudas mirando hacia el cielo, y su nombre de sociedad es Saxis Babilónica.
El sauce, muy ufano, subió a la pasarela sin mirar a nadie y comenzó a
balancearse, contoneándose con tan mala suerte que una de sus raíces se hundió
entre los bambúes del puentecillo; perdió el equilibrio y cayó pesadamente a un
costado, primero, y al mismo río después. Allí se sumergió por breves segundos, ante
el estupor de todos, y tornó a aparecer en la superficie, tan desfigurado, pero tan
desfigurado, que casi no lo podían reconocer.
— ¡Oh! —exclamaron todos los árboles.
El sauce se levantó del agua, todo empapado y disimulando que no había
pasado nada, cuando en realidad había pasado todo. Sus ramas salieron mojadas y
ya no se erguían hacia la altura, sino que se desplomaban lánguidas, colgando hacia
el río completamente empapadas. Y he aquí que en su ridiculez el sauce se vio
hermoso, Y al salir, se contempló en la cascada y se avergonzó de sí mismo.
—Fui un orgulloso —se dijo, y rompió a llorar desconsolado, sintiéndose el
más desesperado de los árboles.
Y siguió llorando el sauce, mientras los robles del jurado lo contemplaban
atónitos al otro lado de la pasarela, porque ahora el sauce presenta otro aspecto y se
había favorecido absolutamente en la transformación. Y cuando al sauce llorón se le
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Semestre I
acabaron las lágrimas, quedó con sus ramas lacias y la brisa las meció suavemente
como peinándolas, como acariciándolas…
Y las ufanas ramas de antes ya no se empinaban sino que languidecían,
languidecían…Entonces el sauce llorón fue premiado por su melancólica belleza y
destinado a los delicados parques japoneses donde sirve de elegante motivo de
ornamentación.
Y dicen que aún llora el sauce llorón, y ciertas noches de eclipse hasta es
posible escuchar su sollozo junto a un estero. Y para atenuar la tristeza, las ramas de
los sauces han tenido desde entonces por misión cobijar bajo ellas a los “santos
inocentes” del mundo, que son los niños y los enamorados. Por eso nunca un juego
es más entretenido, un sueño más profundo, o un beso más dulce, como cuando
jugamos, dormidos o amamos, bajo las nobles ramas de un sauce.
LLEGÓ LA VERDURA
Felipe Alliende
EXTRAÑA BODA
Popular
Las plantas nos aportan productos para la industria como madera para la
fabricación de muebles, pasta de papel, leña, carbón y fibras como el cáñamo, el
algodón, el lino, para elaborar ropa, sábanas, manteles, entre otros.
Algunos ejemplos:
"El zoológico no tenía una cebra y fue una idea inteligente pelar a un burro y pintarlo
como si fuera una cebra. Le digo, nadie puede ver la diferencia", afirmó hoy
Quassim, de 39 años, en Gaza.
El objetivo era llevarles alegría y felicidad a los niños palestinos, con motivo del "Eid
al-Fitr", la festividad religiosa islámica que marca del fin del Ramadán, el mes del
ayuno.
La buena acogida llevó al director del zoológico a hacer pintar rayas a un segundo
burro. El efecto fue el mismo y entretanto, los dos animales se convirtieron en los
preferidos del público.
Esto es tan valiente como la creación del zoológico: la mayoría de los inicialmente
200 animales fueron traídos por contrabando a Gaza a través de un túnel por debajo
de la frontera con Egipto.
Al final, se logró una colección de lobos, zorros, hienas, víboras y monos saltando en
las jaulas junto con el orgullo del zoológico: un león y una leona.
Querido Andrés:
Te escribo para contarte la excursión que hice ayer con mis compañeros.
¿Sabes dónde fuimos? Al zoológico a ver los animales.
Había de todas clases: leones, tigres, elefantes de la India y de África, cebras,
distintos tipos de monos, lobos de mar y osos polares. Los pájaros estaban en otro
sitio, encerrados en grandes jaulas, diferentes para cada especie. El búho y la lechuza
son aves nocturnas, como les molesta la claridad, se encontraban en un lugar más
oscuro.
Me gustaron mucho los hipopótamos. Había uno muy grande metido en una
laguna, ¡parecía su piscina! Y abría una boca tan enorme que habrían cabido dentro
de ella dos niños sentados. ¿Me crees?
Un guía nos fue explicando muchas cosas de los animales que íbamos viendo.
Me llamaron mucho la atención los elefantes. Parecen todos iguales; pero no : los que
viven en África son mucho más grandes que los de la India, y pueden llegar a pesar
siete mil kilos. ¡Imagínate que uno te pisara un dedo del pie…! Los elefantes tienen
colmillos que les sirven como defensa y son de marfil. Me explicaron que el marfil es
una sustancia blanca y muy dura que tenemos en los
dientes. Los colmillos de los elefantes son muy
apreciados por su valor y muchos de ellos han muerto
por la ambición de los que querían su marfil; por eso
ahora son especies protegidas.
Ahora me están llamando a comer. Luego te
contaré cuál es mi animal favorito. Ya sabrás cuál es y
por qué me gusta tanto.
Hasta pronto, tu gran amigo
Ricardo.
Cuando llega el otoño las hojas de los árboles cambian de color. Los verdes
bosques cambian sus tonalidades habituales por naranjas, ocres, oro, cafés y rojos. Lo
hemos visto muchas veces, pero ¿sabemos por qué ocurre?