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Traducción, J. Lohest
La humanidad blanca ha
perdido al hombre en camino.
Serge Lier (2)
¿Estamos cerca del final de los tiempos, o del final de un tiempo? ¿Del final de la edad
de hierro? se preguntarán algunos. En cualquier caso, vivimos una época en la que las
nociones tradicionales, degradadas por la confusión de las palabras, se han convertido
en los fermentos de la subversión de los espíritus.
Entre las nociones más equívocas de nuestros días, tenemos las de liberación y
naturaleza. Se trata aquí de la naturaleza humana. Dicen que la moral consiste en seguir
a la naturaleza; reprimirla acarrearía multitud de complejos y frustaciones. Afirmaciones
como éstas son corrientes hoy en día. ¿Cuántos nos han elogiado la psiquiatría que los
desculpabiliza...! Estos términos bárbaros son hoy habituales, al igual que las ideas o,
mejor dicho, los sueños y sentimientos que expresan.
Es nuestra naturaleza quien nos guía, sigámosla pues, liberémonos de los tabúes y
viviremos felices.
¿Y cuál es, pues, esta producción? Lleva el nombre bíblico de Esaú. En hebreo, este
nombre constituye el participio pasado del verbo hacer. Por consiguiente, Esaú es un
hombre hecho, un hombre animal, un hombre realizado para este mundo. Se vuelve
perfecto cuando se cubre de pelo. Esta es su naturaleza y destino. Más allá nada hay
sino corrupción y muerte.
La admirable filosofía judaica trata sutilmente, pero con precisión del hombre y su
destino. Uno de los grandes obstáculos que impide su difusión es el necesario
conocimiento del hebreo y del arameo (3), por eso es poco conocida exteriormente. Esta
filosofía no es, al fin y al cabo, más que un comentario, una explicación del Pentateuco,
los cinco libros de la Revelación mosaica, la famosa Ley de Moisés, término equívoco
heredado de la Setenta, y que preferimos sustituir por la palabra hebrea Torá,
Revelación, es decir, una instrucción viva y vivificante descendida del cielo.
Dicha revelación tiene un objeto, que es el hombre. Este hombre se llama Jacob y es el
hermano gemelo de Esaú. Jacob procede de una raíz hebrea que significa huella, ya que
este hombre lleva la huella del cielo. Se llama también Israel, cuyo sentido es el que ha
vencido la fuerza. La Torá es una revelación dada a Israel. Es el don de Arriba,
transmitido de edad en edad por el Padre a sus hijos en la alianza bendita. En el don de
la Torá, Israel es revelado a sí mismo, a fin de conocerse: ésta es la vía de la verdad,
llamada también cábala, que significa recepción de un don.
El pueblo más monoteísta del mundo no dispone de ninguna palabra para designar a
Dios. Las traducciones que se le dan no son más que aproximativas. El incognoscible,
origen de Todo, no puede definirse. La tradición judaica lo llama Ein Sof, el Sin
Límites, admirable negación que excluye toda definición y que conviene perfectamente
a aquello de que se trata: no se le puede limitar ni conocer. Por consiguiente, no es
objeto de revelación:
«Has de saber», escribe Pérez de Barcelona (4), «que del Ein Sof que hemos
mencionado, no se encuentra ninguna alusión en la Torá, ni en los Profetas, ni en los
Hagiógrafos, ni en las palabras de nuestros sabios (5). Sólo los maestros de la adoración
han aludido alguna vez a ello».
El Ein Sof se piensa a sí mismo o, más exactamente, se sueña, y este sueño es la primera
de todas sus emanaciones (6). Se la llama corona celeste (en hebreo, Keter Elion). Esta
primera emanación del Ein Sof es descrita como una materia muy fluida, la más sutil
que pueda haber, llamada simiente (7) por los Sabios de la Verdad. Pero este
pensamiento divino puede ser alcanzado por el hombre en aquello que se llama
precisamente el don de la Torá o creación. En esta creación, la divinidad se expresa y se
conoce definiéndose. Del mismo modo, contemplándola, Israel se revela a sí mismo,
como en un espejo misterioso. Y todo ello se llama alianza. Así, la Torá y la Alianza no
son más que una sola y misma cosa dada a Israel en el misterio de la bendición.
«Como no podemos alcanzar el Ein Sof del Santo-bendito-sea, (él) ha hecho un lugar
(maqom) que se llama con un nombre que evoca la idea de límite, y aquí está la
existencia del Santo-bendito-sea. La vía del maqom es llamada salida de Egipto en
verdad» (9).
Exiliado de su lugar, el primero está sometido al espíritu que domina el mundo. Su vida
es efímera mientras permanece sometida a la naturaleza animal y al exilio. En cuanto al
segundo, permanece en su lugar, y los sabios han dicho:
Existe una Torá escrita y una Torá no escrita. Esta última es llamada Torá sobre la boca.
Es la tradición oral heredada también del Sinaí y que vivifica la Escritura dándole su
sentido verdadero. Una es para la otra lo que el espíritu es al cuerpo de la letra.
En la época de la gran diáspora, después de la ruina del estado judío bajo el emperador
Adriano, se hizo sentir la necesidad de mantener con rigor el sentido del texto bíblico.
En efecto, a medida que el sentido primitivo se perdía, una vocalización errónea hubiera
dado al texto de la Santa Escritura un sentido totalmente diferente. Así fue como los
masoretas establecieron, al principio de la era cristiana, un sistema gráfico de vocales,
independiente del alfabeto, compuesto por signos, generalmente puntos colocados junto
a las letras y cuya lectura permite vocalizar el texto.
Las consonantes han sido así comparadas al cuerpo de la flauta de siete orificios, siendo
las vocales como los dedos del músico que la anima con su soplo. Tratándose de signos
auxiliares, las vocales nunca se emplean solas, sino que siempre acompañan a una
consonante.
Según una antigua tradición, la vocalización que leemos en el texto bíblico es una
vocalización para el tiempo del exilio.
Cuando venga el Mesías, habrá otras vocales y el sentido del texto, permaneciendo igual
en lo que al cuerpo de la letra se refiere, será totalmente distinto en cuanto al sentido, y
esto es la Torá sobre la boca o cábala: leer en el presente lo que aún está oculto y será
revelado a todos sólo al final de los tiempos.
«Todas las letras son como un cuerpo sin alma. Cuando vienen los puntos, que son el
secreto del alma viva, he aquí que el cuerpo se endereza en su consistencia y, a
propósito de esto, está escrito: Y Adán fue en alma viva (Génesis II, 7). Y todo esto ha
salido de un solo punto, que es la Sabiduría de Arriba...» (13),
Y también:
«Cuando salieron las letras del seno del secreto de Arriba, como hemos aprendido (...)
éstas se desarrollaron y fueron grabadas en el hombre (lo que es el secreto del cuerpo
del primer hombre), luego aparecieron los puntos e insufló en ellas el soplo de vida,
pues los puntos son el secreto del soplo de vida que está en las letras, y las letras se
enderezaron como un hombre que se yergue sobre sus pies por la consistencia del
soplo» (14).
Se comprenderá las consecuencias de una enseñanza como ésta, que hace de Adán el
lugar de los soplos a la vez que el lugar de la Revelación. En efecto, el espíritu no puede
conocerse ni expresarse sin cuerpo, ya que permanecería entonces sin límites, como las
vocales, que no pueden ser pronunciadas sin las consonantes. Así como el cuerpo
muerto no expresa ni conoce nada, así también las consonantes de un texto no pueden
expresarse sin las vocales.
«No podría expresarse mejor», escribe Paul Vulliaud, «la calidad teándrica del Ser, en
cuya aparición se efectuará el misterio de la Unión. El Zohar llama a este Hombre,
Jehovah, el Justo» (15).
*
La intención de los evangelistas fue precisamente poner en evidencia en ciertos
fragmentos del relato de la Pasión, a este Mesías todavía oculto a causa de nuestros
pecados. Este Hombre, en efecto, será siempre impugnado en el curso de nuestra
historia, hasta que se alce la luz del final de los tiempos. Por este motivo, los textos que
vamos a citar tienen un alcance profético:
En el Evangelio según san Juan (16), después de la flagelación, Pilatos, presenta a Jesús
al gentío y exclama: «¡He aquí al hombre (...) os lo traigo fuera!» en griego, exo. Este
término parece expresar la profanación del Hombre, presentado con las manos atadas,
una corona de espinas, revestido de un manto púrpura, etc. Fueron los soldados quienes,
por burla, así lo disfrazaron. Así son los hombres de todos los tiempos que, sin tener que
reflexionar, obedecen a los instrumentos del poder del extranjero; la especie no ha
desaparecido de nuestras grandes religiones sociales.
Es, pues, una cara desfigurada la que el romano presenta al gentío, exo, fuera. Tal es la
idolatría.
En la corte del sumo Sacerdote durante la gran controversia, ante el tribunal de los
hombres, Pedro renegó tres veces de su Señor diciendo: «¡No conozco a este hombre!»
(17). No obstante, cuando cantó el gallo, le reconoció, es decir, al alzarse la aurora,
cuando se disipan las sombras de la noche.
Existe también la noche de la historia, con sus símbolos, imágenes e ídolos que no son
sino las sombras proyectadas en la conciencia humana.
El relato bíblico de Esaú y Jacob constituye lo que en hebreo se llama una hagadá, eso
es, una historia destinada a instruirnos. Se trata de una historia que acaba bien. Al final,
los dos hermanos se abrazan, reconciliados (18).
«Si he hallado misericordia ante tus ojos, tomarás esta ofrenda de mi mano, pues, por
ello he considerado tu faz como el aspecto de la faz de Elohim (19); toma, pues mi
bendición» (20).
«Tengo mucho, (rav) guárdate lo que es tuyo. Y Jacob le respondió: lo tengo todo (kol)
y le acosó tanto que al final, la aceptó...».
Observemos aquí la función de las vocales. El comentario del Zohar (21) nos invita a no
leer «tengo mucho», (rav) sino «tengo querella» (riv). La palabra riv, querella, indica un
culto extranjero, o sea, idólatra, al que Esaú se había entregado con toda naturalidad.
Esta fue la razón de su vacilación. Pero cuando al final, acepta la bendición de su
hermano Jacob, su faz resplandece como la de Elohim.
Jesús enseñaba a sus discípulos a bendecir a sus enemigos con su bendición
transformadora... ¡a condición de que la aceptaran! Es entonces la mejor manera de
librarse de ellos, y convertirlos en amigos y hermanos.