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para suscitar una respuesta positiva, inmediata y urgente. Los temas de urgencia y
obediencia se combinan así en una invitación clara a los lectores.
4:8–10 El reposo verdadero de Dios no vino por medio de Josué o Moisés, sino
de Jesucristo, quien es mayor que ambos. Josué condujo a la nación de Israel en la
tierra de su reposo prometido (vea la nota sobre 3:11; Jos. 21:43–45). Sin embargo,
ese solo fue el reposo terrenal que apenas era la sombra de lo que incluía el reposo
celestial. El hecho mismo de que Dios todavía ofreciera su reposo en el tiempo de
David (mucho después del establecimiento de Israel en la tierra), significaba que el
reposo ofrecido era espiritual y superior al obtenido en tiempos de Josué. El reposo
terrenal de Israel estuvo plagado por ataques enemigos y el ciclo diario de trabajo,
mientras que el reposo celestial se caracteriza por la plenitud de la promesa celestial
(Ef. 1:3) y la ausencia de cualquier tipo de trabajo para obtenerla.
4:9 reposo. Aquí se introduce una palabra griega diferente para “reposo” que
significa “descanso del día de reposo” o “reposo sabático”, y solo ocurre aquí en el
NT. El escritor eligió la palabra para llamar la atención de los lectores al “séptimo
día” mencionado en el v. 4 y para preparar la explicación en el v. 10 (“ha reposado
de sus obras, como Dios de las suyas”).
4:11–13 Esta es la tercera y última parte de la exposición del Salmo 95:7–11.
Aquí se destaca la responsabilidad que se asigna a los que han oído la Palabra de
Dios. La Biblia registra los ejemplos de aquellos que estuvieron en el desierto con
Moisés, los que entraron a Canaán con Josué y los que recibieron la misma
oportunidad en el tiempo de David. Es la Palabra que debe ser creída y obedecida,
así como la misma Palabra que juzgará a los desobedientes (cp. 1 Co. 10:5–13).
4:12 espada de dos filos. Mientras que la Palabra de Dios suministra consuelo y
alimento espiritual a los que creen, también es un instrumento de juicio y ejecución
para los que no se han encomendado a Jesucristo. Algunos de los hebreos solo
aparentaban pertenecer a Cristo y en parte estaban persuadidos en su intelecto, pero
en lo más profundo de su ser no estaban comprometidos con Él. La Palabra de Dios
pondría al descubierto la superficialidad de sus creencias e incluso sus intenciones
falsas (cp. 1 S. 16:7; 1 P. 4:5). partir el alma y el espíritu. Estos términos no
describen dos entidades separadas, así como “los pensamientos y las intenciones”
tampoco lo son, sino que se emplean como si uno dijera “corazón y alma” con el fin

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de expresar la totalidad de la persona (cp. Lc. 10:27; Hch. 4:32; vea la nota sobre 1
Ts. 5:23). En otro pasaje estos dos términos son intercambiables y se usan para
describir la parte inmaterial del ser humano, su persona interior y eterna.
4:13 abiertas a los ojos de aquel. La palabra que se traduce “abiertas” es un
término especializado que solo se utiliza aquí en el NT. Su significado original era
exponer el cuello, bien fuera en preparación para el sacrificio o para decapitar a la
víctima. Quizás el uso de “espada” en el versículo anterior motivó la inclusión del
término. Cada individuo es juzgado no solo por la Palabra de Dios (cp. Jn. 12:48),
sino por Dios mismo. Todos hemos de rendir cuentas a la Palabra viva y escrita (cp.
Jn. 6:63, 68; Hch. 7:38) así como al Dios vivo quien es su autor.
4:14–7:28 En esta sección el escritor expone el Salmo 110:4 que fue citado en
5:6. Cristo no solo es superior como apóstol a Moisés y Josué, sino a Aarón como
sumo sacerdote (4:14–5:10; cp. 3:1). En medio de su exposición, el escritor da una
exhortación relacionada con la condición espiritual de sus lectores (5:11–6:20). Al
concluir la exhortación, vuelve al tema del sacerdocio de Cristo (7:1–28).
4:14 traspasó los cielos. Así como el sumo sacerdote bajo el antiguo pacto tenía
que atravesar tres áreas (el atrio exterior, el lugar santo y el lugar santísimo) para
hacer el sacrificio expiatorio, Jesús pasó a través de tres cielos (el cielo atmosférico,
el cielo estelar y la morada de Dios; cp. 2 Co. 12:2–4) tras hacer el sacrificio
perfecto y definitivo. Una vez al año en el día de la Expiación, el sumo sacerdote de
Israel entraba al Lugar santísimo para hacer expiación por los pecados del pueblo
(Lv. 16). Ese tabernáculo fue apenas una copia limitada de la realidad celestial (cp.
8:1–5). Cuando Jesús entró al Lugar santísimo celestial tras haber llevado a cabo la
redención, la copia terrenal fue reemplazada por la realidad del cielo mismo. La fe
cristiana se caracteriza por lo celestial porque ha sido librada de toda conexión
terrenal (3:1; Ef. 1:3; 2:6; Fil. 3:20; Col. 1:5; 1 P. 1:4). Jesús el Hijo de Dios. El
uso simultáneo del título humano (Jesús) y el divino (Hijo de Dios) es significativo.

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