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Alejandro Witker
Fondo de Cultura Económica
México 1975
Indice
Prólogo
Introducción
1. Pesadilla en la
isla
2. La revancha de
los
terratenientes
3. El golpe en la
Universidad
4. La batalla de
los murales
5. Navidad en el
estadio
6. Chacabuco:
regreso al
origen
7. Locura en
tiempo de
guerra
8. La reja quedó
atrás
A Helia, mi compañera
PRÓLOGO
Me cuesta, me duele escribir este prólogo porque inexorablemente nos hace, a pesar de la
distancia, estar más cerca de tanto compañero que quedó en el camino del asesinato, que no abrió
la boca, que no denunció a nadie, que murió en la dignidad del hombre, del combatiente, del
revolucionario; porque volvemos de alguna manera a convivir con quienes dejamos en los campos
de concentración del largo peregrinar y cuando todavía cientos, miles de ellos siguen poblando las
celdas de la jauría fascista.
No es fácil hacerlo; es como escribir sobre uno mismo al recordar tantas cosas, pero es bueno
hacerlo; cada minuto, cada hora, recordar a cada uno de tantos compañeros que no conocíamos,
que no habíamos visto nunca, que no sabíamos quiénes eran y que terminaron siendo nuestros
hermanos, nuestros compañeros, camaradas del gran combate por días mejores para Chile y su
pueblo. Cada línea, cada página que ha escrito Alejandro Witker, amigo, camarada de mil jornadas
en la Universidad, el partido y los campos de concentración, trae a mi mente mil y una vivencias de
los duros, amargos y combatientes días que compartimos juntos en la gloriosa y estupenda
compañía de innumerables hermanos: hermanos de la solidaridad y la unidad; del pueblo y el
socialismo; del canto y la esperanza; de la lealtad y el valor; de la causa socialista y la revolución.
Larga era la caravana humana que en 1973 y 1974 recorrió, casi Chile entero, en autobús, avión,
barco, tren, a pie, para ser huésped de cuanto campo de concentración levantaron con la fuerza de
su odio de clase la burguesía y el imperialismo, usando como sucios e inmundos peones a unos
traidores que vistiendo el uniforme de 0'Higgins mancillaron, humillaron y vejaron a la patria.
Este libro de Alejandro Witker relata con amenidad, en trazos que marcan con hondura, lo que fue
la vida en los campos de concentración que le tocó recorrer. En páginas claras y limpias, plenas de
honestidad política, de lealtad al partido, al pueblo y su clase obrera, señala cuál fue el
comportamiento de los compañeros, cómo actuaban los militares golpistas, cuál era el carácter de
nuestras conversaciones, cómo recibíamos las malas noticias, cómo vivíamos, cuál era nuestra
organización como prisioneros, las actividades culturales, deportivas, los interrogatorios, el
testimonio de cientos de compañeros. Este libro contiene páginas que pasan a la historia de la
gran lucha de nuestro pueblo, que en un día cercano dará la batalla definitiva para recuperar a
Chile de un régimen que ha merecido el repudio por sus atrocidades y crímenes.
Alejandro Witker realizó sus estudios de Historia en la Universidad de Concepción, donde fue mi
alumno en la Facultad de Filosofía y Educación. En 1964 realizó estudios especializados en El
Colegio de México, y en. 1967 en el Instituto para la Integración de América Latina, de Buenos
Aires. Su labor en la docencia y la difusión cultural es vasta y rica en realizaciones: profesor de
Historia Social de América Latina en la Universidad de Chile, director del Consejo de Difusión de la
Universidad de Concepción, colaborador permanente de diarios y revistas, autor de diversos
trabajos académicos y políticos. Militante desde sus años juveniles del Partido Socialista de Chile,
ha trabajado intensamente en la organización, especialmente en el campo de la educación política,
y ha tenido responsabilidades directivas en el Instituto Chileno Cubano de Cultura y en el
Movimiento Chileno por la Paz. Ha visitado a Cuba en 1962 y 1973 y en ese último año representó
a Chile en la Reunión Preparatoria del Congreso Mundial de Fuerzas de Paz, en Moscú, donde fue
elegido presidente de la Comisión Latinoamericana.
Witker, en los campos de concentración, en esos círculos del infierno, como diría Gonzalo Rojas,
probó la calidad y el temple del militante socialista, forjado en años de lucha junto al obrero,
campesino, estudiante e intelectual de nuestro pueblo. Compañero en las jornadas de isla
Quinquina, del estadio Regional de Concepción y de Chacabuco, todas ellas excelentemente
descritas en su libro. Charlista y profesor en la escuela original y fructífera del desierto que dimos
vida en el campo de Chacabuco, y miembro de la Comisión de Arte y Cultura del mismo, de la que
fui presidente cuando ese gran amigo y combatiente revolucionario, Manuel Cabieses, ocupó el
cargo de jefe del Consejo de Ancianos de ese campo. De Alejandro nos separamos el mes de
septiembre de 1974, sin saber si nos volveríamos a ver. Con otros compañeros seguimos camino
al campo de Melinka y posteriormente a Tres Alamos. Terminamos encontrándonos en la tierra
generosa de México en diciembre pasado, para después vernos rodeados de un grupo importante
de compañeros, hombres del Sur y la lluvia, provincianos, que supieron de cada uno de los vivos y
dramáticos relatos que contiene este libro.
El autor ha cumplido en este libro, con creces, la palabra empeñada un día en la isla Quinquina a
ese gran compañero y amigo asesinado, Fernando Álvarez, de decir en alguna forma, de
denunciar los horrores de los campos de concentración cometidos por los fascistas. Witker ha
tomado su pluma con toda la autoridad moral que le da una vida de lealtad a la causa socialista y
su comportamiento en los campos de concentración. Su trabajo, realizado con un estilo ágil y
periodístico, es un aporte significativo al partido, al movimiento popular y a la unidad de las fuerzas
de izquierda. Unidad forjada en el duro yunque de la represión, del asesinato, la tortura, el
atropello, el vejamen y la villanía sin límites. En suma, unidad forjada con la sangre de nuestros
gloriosos héroes, que tienen su más alta expresión en el ejemplo de lealtad y acción revolucionaria
de Salvador Allende. Libro pleno de calor humano que muestra una parte de la tragedia de nuestro
pueblo; pero lleno de fe, esperanza y espíritu de combate. Libro que muestra la grandeza heroica
de nuestro pueblo, que señala a fuego la diferencia entre el verbalismo revolucionario y la
verdadera y auténtica postura del militante fundido en la clase, y que por sobre poses o frases
ditirámbicas supo en el momento dónde se pone a prueba la lealtad a la ideología, a la clase, al
partido; tener la actitud que corresponde a un militante revolucionario.
Decía que no me era fácil escribir este prólogo, pues al hablar de nosotros mismos se corre el
riesgo de hacer autoalabanza. Pero no; nada de eso hay en este prólogo ni en el contenido del
libro de Witker. Se trata de exaltar nuestros valores, de ponderar toda la riqueza humana y política
que poseemos para derrotar a la Junta y hacer socialista a Chile. Esos valores están en miles de
compañeros, magníficos combatientes, hombres y mujeres, muchos de los cuales no fueron
habitantes de los campos de concentración. Que nadie vea diferencias, que se eleve el espíritu
unitario. ¿Quién puede ser juez? Difícil, después de la derrota que la burguesía y el imperialismo
nos ha infligido. Derrotados, pero no aniquilados. La única diferencia es que algunos han sufrido
más que otros, que su dolor y su pena son inmensos; pero a todos nos une el partido, sus rojos
estandartes, una vida entregada a la causa del pueblo; la decisión de recuperar sus conquistas
más preciadas y seguir avanzando, de cumplir la tarea de la solidaridad y unidad con las fuerzas
que representan y defienden los intereses de nuestro pueblo.
Está cercano el día en que volveremos a transitar por los caminos polvorientos de la patria; que la
lluvia y el viento del Sur golpeará nuestros rostros; que manos hermanas volverán a juntarse bajo
el sol luminoso de Chile, para entonar himnos de victoria; para construir el Chile socialista bajo la
mirada señera y vigilante de nuestros heroicos mártires, volverán las rojas insignias del pueblo a
empinarse en el alto de los mástiles junto al tricolor patrio; volveremos a dar a Chile el respeto y
consideración que se merece en el concierto internacional; volverá la tierra a ser del campesino, la
fábrica del obrero, la mina del minero, el pescador amasará la riqueza del mar, la educación no
será un privilegio, el intelectual y el artista tendrán libertad para crear, el funcionario público, el
empleado, vivirán la dignidad del hombre pleno; el pueblo todo con sus organizaciones conducirá a
Chile a los más altos escalones de la libertad y democracia proletarias; volveremos a iniciar la
marcha, corregiremos errores, seremos más lúcidos y firmes con la dura experiencia vivida,
volveremos a trabajar y a soñar por Chile.
El autor ha cumplido un compromiso más, contraído entre alambradas y metralletas, pero cobijado
por el cariño y afecto de miles de hermanos de prisión. En su libro está el relato palpitante, parte de
la vida y la historia de nuestro pueblo. Que su lectura nos incite a honrar, a los que cayeron, con la
unidad, la autocrítica creadora, el compromiso de seguir la lucha.
Los niños lloraban espantados. Uno había sido sacado de la cama y despertado
con una metralleta en la cara y el otro había sido empujado sobre un muro. Los
ruegos de mi mujer para un trato más considerado con los niños habían sido
apagados por un vendaval de groserías y amenazas de la mayor cobardía. Pude
advertir que en los dormitorios otros policías estaban buscando las "armas
cubanas", por las que insistentemente me preguntaba el oficial.
-¡Parece que no hay armas. . .! -se escuchó decir en voz alta desde uno de los
dormitorios. Pronto estuvieron en el salón los cuatro carabineros frente a su oficial.
¡Hay que llevarse estos libros. . . hay que quemar esta basura marxista.. .
Busquen maletas, bolsas, y comiencen a retirarlos .. . con estos libros se han
envenenado ustedes y envenenan a otra gente. . . Esto se acabó, señores. . . no
más socialismo ni comunismo. . .!
Se llevaron unos 1 500 volúmenes. Ardieron en la hoguera los 16 tomos de
la Historia de Chile, de Barros Arana; las Obras escogidas, de José Martí;
las Obras completas, de Neruda, novelas de García Márquez y Alejo Carpentier,
centenares de textos de economía, historia, política y filosofía; archivos de prensa
y personales, ficheros, cintas magnetofónicas, discos, etc.
Mientras el vehículo se desplazaba, uno de los policías clavó sus ojos sobre un
libro cuya portada estaba en la superficie. Inevitablemente mi atención se fijó en el
mismo objetivo. El carabinero, al darse cuenta de la situación, comentó a uno de
sus colegas, con aire doctoral:
-Eso es lo que tiene podrido a Chile.. . la política -señalando el libro con el dedo.
Era La política de Aristóteles.
Recordé al instante aquel célebre pasaje del maestro en el que discurre sobre la
sociabilidad del hombre: El hombre es un animal político, vive agrupado para
satisfacer mejor sus necesidades; sólo los dioses y los brutos están al margen de
la organización social, unos porque no tienen necesidades y otros porque no
tienen conciencia de sus necesidades, de ahí la legitimidad de su apoliticismo.
Miré los rostros de mis aprehensores: era evidente que no tenían cara de dioses. .
.
Uno de los estudiantes que pasó por esa hoguera relataba que presenció una
escena pintoresca: un carabinero tuvo dudas de lanzar un libro al fuego y se lo
pasó al censor. El oficial, muy serio, exclamó:
-¡Los libros de religión no se queman.. .!
El estudiante que estaba junto al oficial pudo ver el titulo de la obra salvada de las
llamas: La sagrada familia, de Marx.
Ibamos en el autobús unos cuarenta prisioneros. Se nos conminó a viajar con las
manos puestas en la nuca y en absoluto silencio: "Si se observa algún movimiento
extraño, se disparará de inmediato" -gritaba una y otra vez el oficial encargado de
la operación. Llegamos a la Base Naval de Talcahuano, a una media hora de
Concepción. Fuimos embarcados a la isla Quinquina, lugar en el que habríamos
de permanecer hasta comienzos de diciembre.
-¡Si sales, Alejandro, tienes que denunciar lo que has visto. . . no te puedes
quedar callado. . .! -me decían una y otra vez.
Por obvias razones de seguridad, evitaba formalizar compromisos de esa índole a
oídas de algunos prisioneros desconocidos, entre los que había no pocos
soplones de los militares. En algún momento, asediado por un grupo, dije, al
parecer sin tono convincente:
-Tú tienes que hablar, no puedes callar; tienes la obligación moral y política de
hacerlo.. .
Quedaba atrás una etapa de mi vida, de la que afloraban imágenes sucesivas: los
campesinos de mi provincia, con quienes compartí sus primeros combates por la
tierra y la justicia; los estudiantes de mi Universidad, que siempre marchó a la
vanguardia por la transformación de Chile en una auténtica democracia de
trabajadores; las palabras cariñosas y los pañuelos blancos que nos despidieron
en Chacabuco, las manos amigas que llevaron pan y aliento a mi hogar, mi mujer
que respiraba hondo al fin de su larga pesadilla, los niños que recuperaban su
sonrisa y esperanza.
Desde el exilio, siento el rumor lejano del sufrimiento de mis compatriotas que aún
permanecen en los campos de concentración y el eco de las palabras de
Fernando Álvarez Castillo: "Tienes la obligación moral y política de hablar. .."
Ese flujo moral también emana de los valientes compañeros que trabajan en la
clandestinidad contra el fascismo arriesgando minuto a minuto sus vidas, y de los
dirigentes encarcelados, torturados, humillados y calumniados, que han
enmudecido a sus verdugos con su dignidad a toda prueba. La tradición constituye
un factor poderoso en todo movimiento revolucionario, y la clase obrera chilena,
con su dilatada historia combatiente, ha conquistado en medio de la derrota
trágica del 11 de septiembre valores morales y experiencias que habrán de
fecundar en sus próximas batallas.
Entre estos compañeros debo destacar el nombre del profesor Orlando Retamal
Montecinos, camarada excepcional por sus condiciones humanas y nivel
ideológico, con quien nos dedicamos desde los primeros días al análisis político de
los acontecimientos y de cuyas fraternales discusiones creo haber obtenido, en
buena medida, la claridad, serenidad y optimismo con que siempre miré el
porvenir de nuestra patria que "más temprano que tarde", será socialista.
Hemos solicitado la redacción del prólogo de este libro al profesor Galo Gómez
Oyarzún, con quien compartimos el cautiverio en varios campos de concentración.
Difícilmente podríamos haber obtenido un prologuista más autorizado: Galo
Gómez Oyarzún es una de las figuras más ilustres del socialismo chileno, con
treinta años de militancia que lo han llevado en numerosos periodos al comité
central y a la dirección regional del partido en Concepción. Fue uno de los más
brillantes presidentes de la Federación de Estudiantes de Concepción, y en 1963
conoció la cárcel como dirigente del magisterio violentamente reprimido por el
gobierno de Jorge Alessandri. Catedrático universitario, ocupó, entre 1969 y 1973,
la vicerrectoría de la Universidad de Concepción y luego, hasta el día del golpe
fascista, la presidencia de la Comisión Nacional Científica y Tecnológica
CONACYT. Sin embargo, fue en los campos de concentración, en que estuvo
recluido más de año y medio, en donde sus compañeros habríamos de
reconocerle los mayores méritos políticos y morales: en Chacabuco fue designado
presidente de la Comisión de Cultura, en la que trabajó con entusiasmo y
eficiencia. Extraño a todo sectarismo, supo aunar voluntades y crear condiciones
para una producción intelectual y política de gran calidad. En Ritoque fue
designado presidente del Consejo de Ancianos, labor en la cual otra vez destacó
por sus excepcionales aptitudes de conductor social. Pero fue en la vida cotidiana,
enfrentando solidariamente la arbitrariedad, la incertidumbre y el miedo, cuando su
humanidad se elevó a mayor altura.
El autor del presente testimonio ha resuelto destinar los ingresos que provengan
de su edición como una modesta contribución, desde el exilio, a la dirección de
nuestro partido, que, radicada en el interior de Chile, estimula a la militancia y a los
trabajadores con el ejemplo de su consecuencia y lealtad revolucionaria.
A. W.
Notas:
1. Véase: Los documentos secretos de la ITT, Quimantú, Santiago de Chile, 1971, y Uribe,
Armando, El libro negro de la intervención militar en Chile, Siglo XXI, México, 1974
1. Pesadilla en la isla
Nunca en mi vida había sufrido más que bajo las botas y la picana eléctrica en la Cuarta Comisaria
de Carabineros, pero ahora que todo pasó, que comprobé cuánto se puede aguantar, estoy feliz,
seguro que me la "pude"; con orgullo revolucionario... ĄMe la pude, compañeros, me la pude...!
Eran alrededor de las 4 de la tarde cuando la embarcación tocó el muelle de la isla Quiriquina,
situada a una media hora de navegación del puerto de Talcahuano. Formábamos una columna de
unos cincuenta prisioneros y se nos ordenó caminar rumbo a la Escuela de Grumetes. A poco
andar, se nos detuvo en una cancha de fútbol. Comenzó un severo registro de la ropa y la
identificación verbal, hecha por la espalda, por un sargento de infantería de marina. En el grupo
iban unos diez a doce extranjeros, estudiantes universitarios, brasileños, bolivianos, ecuatorianos,
peruanos y panameños, a quienes se separó del grupo dando varios pasos al frente. Se inició una
sesión de vejaciones incalificables.
Un sargento se dirigió a ellos en el conocido lenguaje de los infantes de marina. Los calificó de
"manzanas podridas" que habían traído el veneno de la división y el odio a un país donde todos
eran hermanos. Les reclamó que habían estado "robando" su alimentación, vestuario y educación
al pueblo chileno:
-Ahora, esa deuda que tienen con Chile la tendrán que pagar con trabajo, mierdas...
Frente a nosotros, los estudiantes latinoamericanos fueron obligados a lanzarse de bruces y gritar
ĄViva Chile mierda! Un infante de marina les propinaba una violenta patada en la espalda y los
conminaba a lanzar ese grito de refinado patriotismo de cuartel. Una y otra vez se repetía el
ejercicio. Luego fueron obligados a tenderse sobre el suelo, boca abajo, y a caminar haciendo el
punto y codo:
Los extranjeros fueron reintegrados a la columna, se dio orden de marchar. La columna caminaba
lentamente. żHacia dónde?, żnos irían a fusilar, como se nos había amenazado varias veces? Nos
detuvimos frente a uno de los muros del gimnasio de la Escuela de Grumetes. Se nos ordenó
quitarnos la ropa y permanecer con las manos apoyadas sobre el muro y las piernas abiertas,
mientras infantes de marina se ubicaban a nuestra espalda. Permanecimos en esta posición
alrededor de una hora, o poco más. Nadie nos decía nada, el silencio era absoluto. Por nuestra
mente pasaban las imágenes más queridas y el recuerdo de tantas luchas. Estábamos derrotados
y quizá esa sería nuestra última jornada.
Un grito destemplado nos ordenó vestirnos, luego girar hacia la izquierda y marchar hasta una
piscina sin agua. En el interior estaban contemplándonos, mudos y tensos, varios centenares de
prisioneros políticos. Una fuerte emoción sentimos al ingresar a este recinto, al estrecharnos las
manos con antiguos camaradas del partido, colegas universitarios, líderes sindicales y
estudiantiles, anónimos campesinos y obreros que habían sido arrancados brutalmente de
haciendas y fábricas.
A los pocos instantes pudimos advertir que, más allá de una alambrada, un crecido número de
mujeres prisioneras nos miraban tratando de identificarnos.
-Hay muchas compañeras detenidas -me dijo un dirigente del partido-, las han ultrajado de manera
increíble ... son unas bestias...
Las condiciones higiénicas eran deplorables. En el interior del gimnasio no había excusados.
Durante las primeras semanas se controlaba estrictamente la salida para satisfacer las
necesidades fisiológicas elementales. Se disponía de uno a dos minutos para esta emergencia y
se debía salir al trote, con las manos en la nuca y seguidos por un infante de marina que corría al
lado, encañonándonos. Los servicios higiénicos eran muy escasos y pronto quedaron inutilizados.
Sólo acercarse a ellos representaba una tortura terrible.
La situación tuvo un cambio positivo cuando la Cruz Roja Internacional obligó a los marinos a
instalar servicios higiénicos de emergencia. Se instalaron pozos sépticos y se aflojó el control para
salir a usarlos. El agua era muy escasa. Sólo el débil chorro que surtía una bomba del grueso de
un dedo meñique era la fuente de suministro para la bebida y el aseo personal. Posteriormente se
obtuvo, como gran concesión, que a las 7 de la mañana se ofreciera la posibilidad de
"manguerearse" con agua de mar, en el interior de la piscina, a campo abierto y con las bajas
temperaturas y los vientos de octubre.
La alimentación era mal preparada y de pobre valor nutritivo. Sin embargo, los días miércoles se
servía una comida especial. żPor qué? Porque para ese día se habían previsto las visitas de
inspección de organismos internacionales, colegios profesionales, personalidades religiosas, etc.
Era indignante ver a los reporteros gráficos de la prensa controlada por los militares aparecer ese
día para hacer reportajes y tomar fotos que publicaban sus diarios y programas de televisión,
mostrando los platos de nuestra alimentación:
-No estuvo mal la comida ayer en Quiriquina -decía un pasquín regional-; muchos presos están
comiendo mejor que en su casa...
La incomunicación con nuestros familiares era total. Gracias a las gestiones de las iglesias
cristianas y de organismos internacionales, se logró, después de varias semanas, establecer un
flujo de correspondencia bajo censura. ĄQué inmenso alivio poder escribir a nuestras mujeres, a
nuestros hijos, y decirles que aún estábamos vivos! ĄQué emoción recibir las primeras cartas que
nos traían el mensaje de aliento y amor de quienes estaban, sin duda, sufriendo más que nosotros
en la incertidumbre, por la brutalidad de los hechos que todos conocían, los rumores agobiantes
que corrían de boca en boca con caracteres de verdad apocalíptica!
Más adelante se autorizaron encomiendas con ropa y alimentos. Seria el comienzo de una fase
menor del botín de guerra de los victoriosos soldados que habían salvado en Chile la propiedad
privada: encomiendas enteras se perdían o llegaban incompletas en diversos grados. ,ĄA quién
reclamarle? Cuando el problema se planteaba a los oficiales de seguridad, de inmediato se
amenazaba con terminar con la recepción de encomiendas:
-Para evitar estas dificultades; por lo demás, ustedes no tienen derecho a nada y de puro buenas
personas que somos les estamos autorizando recibir alimentos y ropas... Es mejor que terminemos
con estos reclamos, porque mi comandante ya está cansado de oír estas quejas...
Los nuevos contingentes que se concentraban en el gimnasio aportaban más leña a la tensión:
relatos sobre el espanto que azotaba los barrios obreros, fábricas, aldeas rurales, aulas
universitarias: fusilamientos sin juicio en los centros de trabajo, en las calles; lanzamientos al mar
desde helicópteros con el cuerpo atado a una piedra; torturas indecibles, violaciones; lanzamientos
sobre hogueras de libros a jóvenes estudiantes, aplicación de corriente eléctrica en los órganos
genitales y en los senos; inmersiones en aguas negras, etc.; eran tan reiterados los relatos de
estos hechos, que se nos aparecían como perspectiva inminente y real para cada uno, incluidas
nuestras familias.
Entre los compañeros que ingresaban al gimnasio, venían algunos que al vernos nos abrazaban y
exclamaban: "ĄPero estás vivo...! Afuera se comenta que te fusilaron..." "ĄQué alegría de verte
vivo, compañero...!"
Más tarde supe que mi familia, como la de muchos compañeros, vivió días y noches de profunda
angustia cuando alguien echó a correr el rumor de que varios de nosotros habíamos sido fusilados.
Las mujeres corrían de una oficina militar a otra, recabando noticias sobre traslados de prisioneros,
muchos de los cuales culminaban con desaparecimientos definitivos o temporales; indagando por
nosotros, llegaban hasta la morgue. Por eso, en medio del terror que sofocaba el gimnasio,
sentíamos como un garfio en el alma el dolor de nuestros seres queridos. Por las noches, éramos
muchos los que rompíamos la oscuridad con cigarrillos sucesivamente encendidos, soñando
despiertos con nuestras mujeres o novias, con los hijos o hermanos, a veces también prisioneros y
sometidos a brutales castigos y humillaciones.
A través de algunos pescadores, familiares de dirigentes que llegaron a la isla, supimos que un
número no precisado de presos políticos habían sido lanzados al mar, frente a la península de
Tumbes. Algunos buzos se encontraron, mientras realizaban sus faenas de pesca, con un macabro
hallazgo en el fondo del mar: decenas de cadáveres atados a piedras y con el vientre abierto. El
rumor encontró fundamentos cuando a los pocos días un bando de la jefatura de la Armada
prohibió no sólo pescar en las inmediaciones de la península, sino acercarse por tierra a la playa:
Tumbes fue declarado "recinto militar".
En Penco se tuvo noticia de dos crímenes escalofriantes: los dirigentes socialistas Mario Avila,
secretario de organización, y Arturo Villegas, secretario político, fueron descuartizados por
carabineros y luego lanzados en la profundidad de una quebrada. Algunos vecinos, que lograron
enterarse del crimen, siguieron la pista que alguien descubrió y dieron con los cuerpos mutilados a
tal punto que sólo a través de la ropa, reconocida por familiares, se pudo comprobar su identidad.
En octubre. Tomé fue el escenario de otro horrible crimen cometido contra otros jóvenes militantes
del Movimiento (MIR), a quienes, después de torturarlos durante semanas en el Fuerte Borgoño, se
les acusó ante un consejo de guerra de formar parte de un grupo armado. El tribunal militar los
condenó a cuarenta y cinco años de prisión, sanción que a sus captores, los carabineros, les
pareció demasiado benévola. Los prisioneros regresaron al Borgoño, donde fueron nuevamente
torturados hasta dejarlos exánimes y con los rostros irreconocibles. Según la versión que
recogimos en el gimnasio, de un oficial de la marina, los cuatro jóvenes miristas murieron a las
pocas horas, a consecuencia de las torturas. Pero la prensa regional informó que los prisioneros
eran trasladados a Tomé para cumplir en dicha cárcel su condena, y que el convoy militar que los
trasladaba fue atacado por un grupo de guerrilleros; que al producirse el enfrentamiento entre
militares y guerrilleros, los prisioneros trataron de huir, obligando a hacer fuego sobre ellos. Esta
fue la explicación para un asesinato que estaba decidido desde el instante en que los oficiales más
reaccionarios expresaron su disgusto por la "mano blanda del consejo de guerra".
La presión de la Iglesia y de los familiares consiguió que los cadáveres fuesen entregados y se
autorizara el funeral. El cortejo reunió varios miles de trabajadores, que silenciosamente
expresaron su repudio por el crimen de Miguel Ángel Catalán Febrero, Héctor Manuel Lepe y
Carmen Cabrera. La manifestación adquirió tal carácter que nunca más se autorizó en la región un
funeral público de otras víctimas del fascismo.
Entre los compañeros que una noche cualquiera fueron llamados a presentarse a la puerta del
gimnasio, estuvieren los dirigentes del sindicato de empleados de una empresa de ingeniería
industrial (la Sigdo Koppers), Máximo Neira y otro de apellido Chamorro, ambos militantes del MIR.
Fueron trasladados al Fuerte Borgoño y durante días no supimos de ellos hasta que en un diario
regional leímos con indignación que habían sido ejecutados; el pretexto fue el de "haber tratado de
quitar sus armas a los centinelas". La verdad es que, contra los trabajadores de esa empresa,
existía el propósito de reprimir con la mayor violencia, como venganza a sus expresiones de
solidaridad con un grupo de marineros antigolpistas, procesados por la Marina semanas antes del
11 de septiembre. Neira y Chamorro fueron asesinados fríamente por los oficiales fascistas de la
Base Naval de Talcahuano, y su muerte provocó en el gimnasio un profundo dolor.
El principal centro de tortura de los marinos estaba ubicado en el Fuerte Borgoño, en la base Naval
de Talcahuano. Por el Borgoño pasaron centenares de hombres y mujeres de todas las edades,
calificados, "a ojos", como los elementos presuntamente "más peligrosos". Sería interminable y
hasta morboso describir cada caso de tortura que conocimos en los meses de cautiverio en la isla
Quiriquina. Nos limitaremos a dar una versión panorámica que retrata la infinita crueldad, la
degradación moral, el desquiciamiento total, de quienes dirigen y ejecutan estas siniestras
acciones contra la humanidad.
En el equipo de torturadores destacaban el capitán Ariosto Köller; los tenientes Arnoldo Runa, Luis
Silva, Pedro Aretxavala y los médicos Minolletti y Jeria, encargados del "trabajo científico". Al igual
que en todos los aspectos en que se examine la conducta de los militares fascistas chilenos, en el
Fuerte Borgoño campeaba la arbitrariedad más absoluta. Se podría decir que la única constante
del "trabajo" en el fuerte era la crueldad. Las formas específicas de tortura variaban de un preso a
otro, de un día a otro, de un torturador a otro. Nunca se sabía exactamente qué le iban a hacer a
un prisionero, pero éste tenía la certeza de que sería llevado a un martirio enloquecedor.
Comenzando por el régimen de alimentación. Se daba el caso de privar a las víctimas por varios
días de todo tipo de alimento y de agua. Otras veces, se les suministraba diariamente, durante el
día, una comida satisfactoria, y por la noche se les sometía a un castigo incesante. A algunos se
les obligó a tragar los excrementos humanos y la orina de sus torturadores.
Los castigos corporales eran muy variados: descargas eléctricas que se aplicaban en los órganos
sexuales y en el ano, pecho, sobre el corazón; a las mujeres, en ambos senos, en los ojos, en la
nariz. En estos lugares se colocaba un apretador, conectado a un artefacto eléctrico, para luego
accionarlo hasta provocar en el prisionero extenuantes crisis nerviosas, vómitos, desmayos, e
incluso infartos cardiacos que costaron numerosas vidas. Los cuerpos solían ser golpeados con
látigos de goma, cadenas metálicas y palos, y por supuesto por las botas de los torturadores. Se
practicaba el colgamiento de los prisioneros. Unas veces se les mantenía suspendidos de una
viga, atados de los pies con la cabeza hacia el suelo, o bien de las manos fuertemente atadas. De
una u otra manera, el suplicio se practicaba por varios días, incluso semanas, y era matizado con
lanzamientos violentos contra los muros. Las quemaduras eran procedimiento socorrido: en una de
cuyas variantes se procedía a quemar los senos de las mujeres con cigarrillos encendidos.
A algunos prisioneros se les "grabó" a fuego con alguna sigla de su partido en el pecho, o en la
espalda. En el gimnasio de la isla pudimos ver a varios que, olvidados del dolor, mostraban con
orgullo el signo de su organización política marcado sobre el cuerpo. La inmersión en aguas
negras, infestadas de ratas y excremento humano, era quizá la prueba menor a la que se sometía
a la generalidad de los visitantes del Borgoño. A varios compañeros a quienes de antemano se
había "preparado" durante varios días sin alimentos ni agua, se les sacaba por la noche a un patio,
donde se les obligaba a tenderse en el suelo. Contra ellos se lanzaba un vehículo, al que debían
esquivar.
Los simulacros de fusilamiento alcanzaron en algunos casos una crueldad demencial: se hacia
traer a la presencia del detenido a su mujer y a sus hijos de cortos años. Con su presencia, se le
exigían nuevas declaraciones. Si el detenido se negaba, entonces iban sacando sucesivamente a
los hijos y luego a la mujer, contra quienes se disparaba a fogueo a cierta distancia.
Las mujeres despertaban en los torturadores una excitación patológica: se las interrogaba
desnudas, y cuando no respondían satisfactoriamente las preguntas, se desataba una increíble
cadena de vejaciones humillantes y daños físicos del más increíble sadismo: se les introducían en
la vagina ratones, arañas, etc. Los más depravados de los infantes de marina las violaban por
grupos, en presencia de otras mujeres, y se les obligaba a tener relaciones sexuales con los
prisioneros. Hubo casos en que tales depravaciones se cometieron en presencia del esposo, el
padre o los hermanos de las víctimas.
En un párrafo destacado de esta reseña, y entre los testimonios que recibimos en el gimnasio de
centenares de compañeros y compañeras, debe agregarse un hecho que sobrepasa todos los
cálculos de la corrupción moral de los fascistas chilenos: cuando algunos prisioneros eran
considerados "clave", se hacían serios esfuerzos para que no murieran "antes" de confesar. En
estos casos, luego de algún tratamiento severo de los que hemos descrito, se les solía llevar al
hospital naval, donde eran atendidos con efectivo esmero por un equipo de médicos sin duda
coludidos con los torturadores. El "paciente" era sometido a los más eficaces recursos médicos
disponibles y sobrealimentado. Cuando se había "recuperado", los facultativos procedían a darlo
de alta y devolverlo de inmediato al fuerte. El ciclo se volvía a repetir dos, tres o cuatro veces.
En el gimnasio conocimos el caso de cuatro obreros de las industrias textiles de Tomé, quienes
nos contaron detalles de su aventura y algo más: días más tarde les había llegado la notificación
de su despido de las industrias y junto con ella pudimos ver, con nuestros ojos, los descuentos,
distraídos de sus fondos de retiro, por los gastos de hospitalización a que habían sido sometidos
en la Base Naval.
El Borgoño fue un yunque donde se forjó un buen acero para el futuro de la revolución chilena. Hay
una lista de compañeros que soportaron su martirio con una valentía increíble. Los veíamos llegar
apenas de pie, pálidos, con brazos o piernas quebrados, cejas partidas, narices rotas, ojos
perdidos para siempre, sorderas definitivas, hematomas y quemaduras; en fin, con las huellas
vivas del horrible maltrato. Sin embargo, esos hombres venían con el espíritu entero, más
decididos que nunca a no renunciar a sus convicciones, con una profunda satisfacción y con el
orgullo de haberse comportado como hombres y como revolucionarios.
-Yo soy del partido de Allende -decía un obrero socialista-; los socialistas no podemos aflojar... El
compañero murió como hombre... No importa, compañeros, si pierdo el brazo; con el que me
queda seguiré peleando... Allende murió por nosotros...
En el Fuerte Borgoño estuvo largo tiempo un socialista acusado de ser miembro del aparato de
seguridad del partido. Un conjunto de circunstancias lo dejó a merced de sus captores, y ante los
apremios para que revelara los nombres de dirigentes de su partido, asumió toda la
responsabilidad que se le imputaba, corriendo el riesgo evidente de ser condenado a muerte por
un consejo de guerra. Los compañeros que estuvieron junto a él en el Borgoño nos relataron con
admiración su notable firmeza física y moral para enfrentarse a los apremios y su irrenunciable
decisión de ofrecer su vida por salvar a un grupo presumiblemente implicado.
A otros dirigentes socialistas se les castigó también con demencial refinamiento; se les amenazó
innumerables veces con la muerte, se les vejó y humilló a limites que podrían haberlos
enloquecido; incluso a uno le marcaron a fuego la sigla del partido por negarse a repudiar sus
ideas ante los interrogadores. Para los militantes, cuya suerte dependía en buena medida de la
actitud de nuestros dirigentes, su martirio era nuestro propio martirio, y por lo tanto nadie mejor que
(1)
nosotros puede valorar su sacrificio y lealtad revolucionaria.
Otro "héroe del Borgoño" fue el joven comunista Ambrosio Huecher, uno de los hombres más
castigados física y moralmente por los fascistas en la región. Se le golpeó brutalmente; sus heridas
sangraban copiosamente y sus ropas se pegaron al cuerpo, a tal punto que un oficial que lo
levantó con brusquedad mientras dormía le arrancó prácticamente toda la piel de la espalda.
Compañeros de Huecher nos relataron llorando cómo presenciaron impotentes las torturas
aplicadas al joven revolucionario, quien al borde de la muerte no pronunció una sola palabra que
pudiera ser utilizada contra ningún militante de la izquierda chilena.
Era impresionante y alentador que pudieran contarse con los dedos de la mano los hombres o
mujeres que se desplomaban frente a los torturadores. La inmensa mayoría respondía con
fortaleza y honestidad asombrosas. Ningún castigo ni amenaza podía doblegar a la inmensa
mayoría de quienes pasaban por el Fuerte Borgoño. Los cuadros dirigentes y los militantes de
trayectoria revolucionaria soportaron con singular heroísmo todos los castigos y vejámenes,
siempre firmes y leales a sus partidos y a su pueblo. Se registraron muy pocos casos de traición y
todos ellos correspondieron a los afiliados nuevos que inexplicablemente habían escalado
posiciones en la jerarquía en los organismos de partido o en el Gobierno Popular y que se habían
distinguido por su verborrea revolucionaria y bravuconería. Entre los prisioneros había unanimidad
para reconocer como un grave error la entrega de la confianza política a aquellos a quienes no
habían demostrado una trayectoria de lucha y madurez ganada en un tiempo suficiente, condición
sin la cual -se estimaba- no es posible garantizar la lealtad revolucionaria. También era unánime la
comprobación de que había una relación inversa entre la bravuconería y la fortaleza moral. Un
campesino comentaba:
-Yo siempre he desconfiado de esos compañeros que andan con la metralleta en la punta de los
labios... En el campo decimos, "perro que ladra no muerde"... Yo no sé mucha teoría, pero me
parece un juego de niños andar cacareando como las gallinas cuando van a poner el huevo...
Había compañeros que andaban mostrando la pistola a quien quisiera verla, y dárselas así de gran
revolucionario... y esos fueron los primeros que arrancaron...
Los generales fascistas, para justificar sus crímenes, inventaron la existencia del llamado "Plan
Zeta". El descabellado plan, atribuido a los dirigentes de la Unidad Popular, habría tenido por
objeto asesinar a los oficiales de las fuerzas armadas, a sus esposas e hijos y a miles de dirigentes
políticos y gremiales opositores al régimen de Allende. En cada provincia los fascistas
responsabilizaron de este plan a grupos de dirigentes populares que por ello fueron ejecutados en
sumarísimos consejos de guerra. En Concepción se acusó de "cerebros" del "Plan Zeta" a Isidoro
Carrillo, líder minero del carbón; Danilo González, alcalde de la ciudad minera de Lota; Wladimir
Araneda, profesor primario de Lota, y Bernabé Cabrera, obrero de la Compañía Carbonífera de
Lota. Los cuatro eran dirigentes del Partido Comunista; Carrillo, miembro del comité central, y
Araneda, uno de los principales en el carbón.
La prensa regional desató una furiosa campaña de acusaciones tendientes a preparar a la opinión
pública para el 'crimen. Sostuvimos largas conversaciones con Danilo González, a quien
conocíamos desde nuestros primeros años de luchas políticos estudiantiles. Danilo estaba
preocupado por las acusaciones, pero conservaba una notable serenidad; mientras sus amigos
estábamos cada día más nerviosos con su suerte, él pasaba largas horas jugando ajedrez. Al
despedirse de nosotros, cuando fue evacuado de la isla, recuerdo que nos dijo:
-Si no nos vemos más, no olviden que no pueden aflojar; a mí podrán molerme a palos, podrán
matarme, pero no me obligarán a traicionar a nadie... Las acusaciones son ridículas, pero no se
trata ahora de pedirle sensatez a los fascistas; ellos quieren amedrentar a los mineros, pero se
equivocan; a los mineros del carbón no los doblegará nadie.
Los dirigentes del carbón fueron trasladados a la Cuarta Comisaría de Carabineros de Concepción,
donde el mayor José Elgueta dirigió personalmente las torturas. Luego de varios días de maltratos,
fueron interrogados y acusados de ser los dirigentes regionales del "Plan Zeta". El fiscal pidió 15
años de cárcel para cada uno de los acusados; sin embargo, la prensa fascista exigió "una mano
más dura con los extremistas". Al día siguiente, el consejo de guerra presidido por el general
(3)
Washington Carrasco acordó la pena de muerte.
El fusilamiento se realizó frente a los muros de la Feria Regional del Bío-Bío por el personal del
Servicio de Prisiones, bajo el mando del teniente Raúl de la Fuente, el 22 de octubre de 1973. Los
hombres encargados de disparar sobre los dirigentes mineros fueron presas de un gran
nerviosismo y permanecieron inmóviles ante la orden de hacer fuego. Era evidente que esta
desobediencia había de conducirlos a su propia ejecución. Isidoro Carrillo les habló:
-Somos inocentes. Toda nuestra vida la hemos entregado a la defensa de los intereses de los
trabajadores. No se preocupen. No son ustedes culpables de este asesinato que se cometerá
contra el pueblo. Son los fascistas, los asesinos del presidente Allende; hay miles de mineros
dispuestos a ocupar este lugar de combate que dejamos. Morimos por la patria y cuando se muere
por ella y por la revolución, se vive eternamente. Cumplan con la orden que les han entregado.
ĄViva el Partido Comunista! ĄViva Chile libre!
Conocí a Fernando Álvarez desde hacía más de 20 años, desde los primeros tiempos de nuestras
luchas estudiantiles; conocía, por lo tanto, la verdadera dimensión del hombre y del militante, que
lo hacían una personalidad respetada y estimada por todos los sectores. En la isla Quiriquina me
tocó compartir con él, minuto a minuto, aquella pesadilla. Teníamos nuestros lechos vecinos,
compartíamos alimentos, ropas y cigarrillos, y a diario conversábamos sobre lo humano y lo divino.
Había sido detenido el 11 de septiembre, en la madrugada, y trasladado al casino de oficiales de la
Armada; cuando se enteró que a la isla estaban llegando centenares de sus compañeros, exigió
compartir con ellos su suerte. No quería ningún privilegio en razón a su rango de primera autoridad
regional; desde entonces hasta los primeros días de noviembre no había sido interrogado y podría
decirse que había sido incluso tratado con cierta consideración; no obstante, sabía con certeza que
en algún momento habría de ser interrogado. Entretanto, conservaba un magnífico estado de
ánimo y su reconocido buen juicio político.
Cuando llegó a la Quiriquina la noticia del fusilamiento de los dirigentes del carbón, fue Fernando
quien nos leyó la crónica del periódico en medio de un silencio sobrecogedor. Al término de la
lectura tomó asiento sobre su cama y encendió un cigarrillo, y al vernos abrumados nos dijo:
"Firmeza, compañeros". Permaneció silencioso, sin bajar la vista, mientras por muchos rostros
corrían lágrimas de dolor e impotencia. Llegó la noche y fue imposible no volver sobre el tema del
fusilamiento. El recuerdo de Danilo González, viejo amigo común que dormía también junto a
nosotros, no nos abandonaba. Fernando comentó:
-Además del significado político del fusilamiento, estoy pensando en la compañera de Danilo... es
una mujer excelente, pero ella no estaba preparada para un desenlace así... no es el caso de mi
mujer... Adriana sabe que yo, desde el momento en que asumí la Intendencia, corro el mayor
riesgo.
Siempre sereno, se preparó para acostarse y tomó un libro. Yo también trataba de leer; en un
instante, lo vi cerrar el libro y meterse hasta el fondo de su saco de dormir, sin poder retener las
lágrimas. Al ver que algunos compañeros nos dábamos cuenta de su emoción, exclamó:
-ĄJunten odio, miserables! ĄJunten odio... ya verán que las pagarán todas!
El viento implacable del tiempo fue reanimando los espíritus y Fernando continuó compartiendo,
con todos, los avatares del presidio, con su firme personalidad de siempre. Una noche, un marino
anunció en voz alta:
- Mañana a las 7 de la mañana deberán evacuar el gimnasio los siguientes detenidos: Fernando
Álvarez Castillo, Jorge Peña Delgado, Eliecer Carrasco, Julio Sau, Ozren Agnic.
Mientras estos nombres se leían, crecía la tensión en el gimnasio; se trataba de un grupo selecto
de personalidades regionales del Gobierno Popular, contra quienes se había montado una siniestra
campaña de prensa.
Jorge Peña médico y profesor universitario, militante socialista, era el director zonal de Salud y se
encontraba en Brasil al producirse el golpe, cumpliendo una misión del gobierno; regresó al país
para asumir sus responsabilidades. La prensa fascista lo acusaba de organizar clínicas
clandestinas. Carrasco y Sau eran dirigentes regionales socialistas y se les responsabilizaba de
formar grupos armados, y Agnic era presidente del Banco de Concepción, entidad a la que se le
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atribuía el financiamiento de esos grupos.
A la mañana siguiente nos despedimos de todos ellos. Con Fernando nos estrechamos en un
prolongado abrazo. Estaba, sin duda, tenso, pero hacia lo posible por conservar la serenidad. La
verdad es que muchos quedamos con un nudo en la garganta. En una escena parecida nos
habíamos despedido de Danilo, en ese mismo lugar del gimnasio. Entre nosotros estaba su
secretario privado, Alonso Moena, que días antes había sido brutalmente torturado para arrancarle
confesiones que comprometieran al intendente. El trato dado a Moena fue un anuncio de los
siniestros planes que los fascistas tenían preparados para Fernando Álvarez. La noticia de la
muerte de Fernando fue un duro golpe que nos estremeció de espanto. Supimos la noticia por un
obrero que lloraba desconsoladamente. Sobrecogidos, nos quedamos helados ante la increíble
noticia. żEra posible que a esa altura, comienzos de noviembre, sin haberle formulado un solo
cargo, se asesinara a sangre fría a un hombre del significado social de Fernando Álvarez Castillo?
Sin embargo, no sólo ese crimen era posible. El tiempo nos acostumbraría a no asombrarnos de
nada: se había institucionalizado un odio zoológico que legitimaba todos los excesos.
La jefatura militar publicó un breve comunicado de prensa, dando cuenta de su muerte como
consecuencia de una "crisis cardiovascular". Obviamente nadie creyó dicha versión, comenzando
por los propios oficiales de la Marina a cargo del campo de prisioneros de la isla. Estos oficiales se
esforzaron por desvanecer su responsabilidad en el crimen y nos recalcaban que "el señor Álvarez
salió de la isla en perfectas condiciones". Algunos oficiales nos instaron a escribirles a nuestras
familias para informarles que Álvarez había sido evacuado de la isla y que por lo tanto no había
responsabilidad de la Marina en su muerte. El asesinato se produjo en la Cuarta Comisaría de
Carabineros de Concepción, donde Álvarez fue sometido a un despiadado castigo que incluyó
fuertes descargas eléctricas. El equipo responsable del crimen lo formaban el coronel Benjamín
Bustos; el mayor Francisco Linares; el mayor Sánchez; el capitán Ranglianti; el teniente Offermann;
el civil, de Patria y Libertad, Sengers; el sargento Zapata y el detective Muñoz. Este equipo recibió
órdenes del general inspector de Carabineros, Silvio Salgado, y del jefe del Estado Mayor de la
Tercera División del Ejército, Luciano Díaz Neira. El asesinato del intendente causó profunda
impresión en todos los sectores de la opinión pública regional y fue evidente que el hecho influyó
en el relevo del general Washington Carrasco, autoridad máxima del régimen fascista en
Concepción. El general Carrasco fue trasladado a los Estados Unidos como jefe de la misión militar
agregada a la Embajada y remplazado por un fascista todavía más perverso, el general Agustín
Toro Dávila.
Por diversos conductos, incluidos los mensajes de Radio Moscú, los prisioneros nos informábamos
de noticias impactantes que motivaban innumerables círculos de conversaciones:
La muerte de Pablo Neruda nos dejó mudos. Pero la noticia del saqueo de su casa nos dio la
exacta medida de nuestra indefensión total. Si ante ese chileno ilustre, de dimensiones
universales, no se habían detenido, estaba claro que cada uno de nosotros podía esperar cualquier
fin. La providencial escapada al exterior, y la aparición en La Habana de Carlos Altamirano,
provocó una inmensa alegría. Todos expresamos admiración por la audacia con que burló el cerco
de miles de agentes de la seguridad tendidos hasta el último rincón de Chile;
La captura de Luis Corvalán produjo una fuerte impresión. Sin duda era un golpe duro para la
izquierda chilena y pensamos que el líder comunista sería fusilado si la opinión pública
internacional no detenía el gatillo de los fascistas. La heroica resistencia del compañero Allende en
La Moneda. La muerte de Arsenio Poupin y Augusto Olivares. El frío asesinato de Víctor Jara. Los
combates librados en poblaciones de Santiago, la resistencia en los centros fabriles, las masacres
campesinas en el Sur, el arresto de centenares de oficiales constitucionalistas. La vida cotidiana se
matizaba con estas y otras noticias que pronto corrían por el gimnasio; el anecdotario de las
capturas y los interrogatorios del Servicio de Inteligencia Militar, se tornaban círculos de discusión
en los cuales comenzaba a despuntar la autocrítica: żPor qué fracasamos? żPor qué no fuimos
capaces de convertir el formidable movimiento popular en una fuerza invencible? żCuánta
responsabilidad nos corresponde en la derrota y cuánta a la mano de la cía y de las empresas
imperialistas? żCuánto a las debilidades y a la conciliación y cuánto al verbalismo irresponsable de
los impacientes?
Entre los prisioneros había variados estados de ánimo. Los más, nerviosos y tensos, soportaban
aquella prueba con claridad política y la decisión de no doblegarse. Otros buscaban la soledad y
dialogaban horas y horas consigo mismos; tampoco faltaron quienes descubrieron en la religión un
camino de fortaleza y esperanza. Una lección ejemplar fue dada por muchos hombres que ya
habían conocido los campos de concentración de Gabriel González Videla, en 1948. Los viejos
cuadros, de una sola pieza, enteros y lúcidos, firmes y dispuestos a todo, explicaban a los jóvenes
sus experiencias y comparaban aquellas jornadas con éstas, con pasmosa naturalidad.
Los interrogatorios caminaban con extremada lentitud. Los llamados solían ser duramente
castigados, trasladados a otros lugares con instalaciones técnicas para retinar los sufrimientos, y
otros eran regresados sin mayor trámite al interior del gimnasio, luego de haber escuchado en su
contra los cargos más increíbles, sin ninguna prueba.
A muchos se nos ofreció la libertad incondicional a cambio de nombres, datos o piscas para las
investigaciones que más les interesaban: los dirigentes de los partidos y los encargados de los
grupos armados de la Unidad Popular o del MIR. En la isla fui interrogado sólo dos veces. La
primera vez fue más bien sólo un fichaje y una destemplada acusación:
-Usted es uno de los jefes del "Plan Zeta"... lo sabemos todo, lo vamos a llamar y va a cooperar
con nosotros... ahora vayase al gimnasio y piénselo...
En ese momento, el equipo que estaba interrogando no torturaba y se limitaba más bien a registrar
el ingreso de prisioneros a la isla bajo la responsabilidad del Ejército. En el gimnasio había dos
tipos de prisioneros: los del Ejército y los de la Marina.
Dos o tres semanas después volví a ser llamado. Fui interrogado con cierta consideración. El día
anterior había recibido de manos del capellán un sobre, en el cual venían ofrecimientos para viajar
a trabajar en la Universidad Nacional Autónoma de México. A este oportuno ofrecimiento se
sumaban otras notas de El Colegio de México, una cierta cantidad de cables de universidades
argentinas y venezolanas, de la Secretaría General de la Asociación de Universidades de América
Latina, también con sede en México, y la permanente preocupación por mi suerte de la Embajada
de la República Federal Alemana. Como tendría ocasión de comprobarlo en el estadio Regional,
este apoyo explica las características de aquel interrogatorio. Se me preguntó por mis actividades
en el Partido Socialista y luego se me pidió reseñar con cierto detalle el funcionamiento del
Consejo de Difusión de la Universidad de Concepción, que yo dirigía. Se me ordenó regresar al
gimnasio:
-No hay problema con usted, profesor -me dijo uno de los agentes-... vayase tranquilo, que va a
salir luego y podrá irse a México con su familia...
Al gimnasio seguían llegando grupos de toda la región del Bío-Bío: Chillán, Los Ángeles, Yungay,
Yumbel, Monte Águila, Coelemu, San Rosendo. Entre estos grupos, venían numerosos dirigentes
campesinos que nos relataron el horrible balance de muerte, despojo y dolor, que desató en el
campo la revancha de los terratenientes.
Los evangelistas fueron en la isla unos personajes que animaron en buena medida la vida de los
prisioneros. El grupo tenía un líder, Julio Martínez. Se trataba de un hombre de gran sociabilidad,
movido por una auténtica pasión interior. Pronto se transformó en el paño de lágrimas de muchos
prisioneros. Hasta el 11 de septiembre, Martínez se ganaba la vida como sargento de carabineros.
Esa mañana recibió la orden de participar en la ofensiva fascista contra el movimiento obrero y las
fuerzas democráticas de Chile. Se acercó a su jefe superior y sacándose el cinturón, procedió a
entregar su arma de reglamento:
-Yo no puedo cumplir estas órdenes que van contra mi conciencia cristiana -le explicó al superior-;
por favor, acepte de inmediato mi retiro del Cuerpo de Carabineros de Chile.
Martínez fue arrestado y remitido junto con los presos políticos a la isla Quiriquina.
A las pocas semanas, en el gimnasio, Martínez había creado un grupo de evangelistas con
quienes se dedicó a leer y comentar la Biblia. Luego vinieron las oraciones y los cánticos. Primero,
a media voz; más tarde, un grupo se instalaba en una esquina, a las cinco de la tarde, para cumplir
con Dios y su conciencia. El grupo evangélico crecía día a día. Martínez, Biblia en mano, daba
consuelo y esperanza. El liderazgo de Martínez en el gimnasio comenzó a inquietar a los marinos
que nos custodiaban. Lo tenían en la mira telescópica, a la espera de algún pretexto para
someterlo al mismo régimen que sus "enemigos de la Unidad Popular (UP), o el MIR".
Un día apareció un funcionario de la Cruz Roja Internacional, a quien se pudo denunciar uno de los
hechos que más conmovieron a los prisioneros en Quiriquina. Un profesor había sido sacado
durante la noche con destino desconocido. Fue trasladado hasta el vecino puerto de Tomé y de ahí
a Coelemu. Durante una semana lo mantuvieron ensacado y sin comer, hasta que, gracias a la
tenacidad de su esposa que logró enterarse del traslado, se pudo comprobar que había una
confusión de nombre con otra persona a quien se buscaba con orden de fusilarla.
-Te escapaste, viejo -le dijo un carabinero-; ...no, no eres al que hay que dar vuelta... y vas a
regresar a la isla...
El funcionario internacional interrogó al profesor, que permanecía acostado sin poder mover sus
piernas, y tomó nota de sus denuncias en presencia de oficiales de la Marina.
Parece que se culpó al pastor Martínez de haber provocado la entrevista y que como represalia se
le incomunicó.
La reacción en el gimnasio no se hizo esperar. Ese día, cuando llegó la hora de los cánticos
evangélicos, sin el pastor, nosotros sumamos nuestras voces y prácticamente todo el gimnasio
irrumpió, interpretando una sencilla estrofa que ya habíamos aprendido de memoria a fuerza de
oírla una y otra vez:
Marxistas y cristianos encontramos así un lenguaje simbólico para cantar juntos en las catacumbas
del fascismo chileno. Contrariamente a esta imagen humana y fraternal de los evangelistas en la
isla, la Iglesia católica estaba representada por un capellán inequívocamente fascista: Gustavo
Tempe. Tempe no tenía en sus palabras ni en sus gestos el menor rasgo de humanidad. Cumplía
sus obligaciones como un funcionario más del SIM, el Servicio de Inteligencia Militar, encargado de
la correspondencia y las encomiendas. Colaboraba con celo hurgando en cada carta, en cada
rumor, alguna pista que pudiera justificar algún interrogatorio, sabiendo perfectamente que de ahí
al fuerte Borgoño había un paso. Era un fraile deshumanizado y buen fariseo: cumplía con la misa
dominical v daba la comunión. En conversaciones con prisioneros procuraba justificar todo; incluso
se atrevió a sostener la tesis que el intendente Fernando Álvarez, asesinado por las torturas,
efectivamente había muerto de un ataque cardiaco "porque estaba enfermo del corazón". Su
fariseísmo quedó al descubierto cuando se consiguió una brigada de trabajo forzado para pintar la
parroquia de la isla y quitar la maleza que había crecido en la escalinata: había que tener flamante
el templo en Navidad, fecha que, nos recordaba, "tenía una profunda significación cristiana". Era
sin duda un cuadro impresionante contemplar, tras la reja del patio del gimnasio, un grupo de
compañeros que trabajaba en la parroquia custodiado por grumetes, metralleta en mano.
Entre los oficiales de seguridad no había un pan que rebanar. Todos tenían una actitud llena de
odio contra nosotros, salvo que, alguno, como el teniente Silva, era evidentemente más imbécil que
el resto. El jefe del campo era el capitán Pedro Arrieta, un insecto que debe quedar clasificado
como de los ejemplares típicos de la mentalidad fascista en la Marina. El capitán Arrieta sostenía
animadas tertulias con algunos compañeros y defendía abiertamente el fascismo y el sistema
imperialista norteamericano.
-Que han cambiado las cosas -solía decir, paseándose con una mano sobre su revólver-; ahora
aquí le podemos dar una patada en el "poto" a un médico, a un abogado, a un profesor
universitario... Ahora estos caballeros están bajo nuestra bota, somos nosotros quienes
mandamos.
-Esto está comenzando, señores -repetía Arrieta-; hemos empezado por ustedes y en enero
comenzarán a llegar los demócratas cristianos; esos son unos demagogos que están esperando
que les entreguemos el gobierno. Se van a pisar la "huasca"; ahora gobernarán sólo los militares, y
sin más políticos; se acabó la política en Chile; sí, señores, no habrá más política, esto es claro y
definitivo...
Sin embargo, estas bravatas no mostraban sino una profunda inseguridad y temor. Cuando
salimos de Quiriquina, las iglesias y organismos internacionales, exigieron se certificara el
abandono del campo de cada prisionero. Se nos entregó un certificado que llevaba la firma de
Pedro Arrieta:
-Con esta firma... -decía medio en serio y medio en broma-, estoy cagado si se da vuelta la tortilla...
Como una manera de bajar la fuerte tensión nerviosa y disipar un poco la nube de amargura que
provocaba la diaria humillación a que se nos sometía, un grupo de compañeros tomó la iniciativa
de organizar algunos programas artísticos. En un improvisado escenario se montaron pequeñas
dramatizaciones, se contaron chistes, se cantó y recitó; incluso se logró la entrada de una guitarra,
que estalló como una bomba moral en el ambiente.
Había una muchacha de Los Ángeles que cautivaba con su voz, de una extraña dulzura; un gordo
de Talcahuano, singularmente dotado para cantar y contar chistes, que desataba oleadas de
carcajadas interminables... Pero nunca olvidaré cuando una enfermera amiga subió al escenario y
comenzó a cantar con guitarra una hermosa canción del folklore argentino:
Andar en la huella,
siguiendo una estrella
que aunque esté muy alta
yo sé que un día la he de alcanzar...
En la medida que los consejos de guerra iban culminando sus procesos, se hizo necesario contar
con un recinto especial para recluir a los condenados. Se dispuso la rehabilitación de Rondizzoni,
un antiguo presidio que estaba abandonado en la isla Quiriquina. El presidio está situado en un
lugar inhóspito, extremadamente húmedo, encajonado entre dos quebradas, frente al mar.
Como parte del refinamiento del trato psicológico dado a los prisioneros, la superioridad de la
Armada dispuso que estos trabajos fueran realizados por "brigadas voluntarias" de prisioneros
politices. En medio de la tensión que se vivía, era evidente que negarse a trabajar en tales faenas
significaba un desafío cargado de las peores consecuencias.
Cuando fuimos evacuados de la isla, los trabajos de Rondizzoni avanzaban a plena marcha.
"Lo que observé en Rondizzoni era el producto de apenas cuatro meses ininterrumpidos de
esfuerzo y sudor. Aquella inmensa construcción había sido levantada en ese antiguo lapso por los
propios detenidos, con el asesoramiento técnico de personal uniformado y civil de la Armada. Allí
en la isla nos recibió una fuerte y fresca brisa. El próximo paso fue abordar un autobús de la
Escuela de Grumetes. Se agregaron entonces al grupo el director del establecimiento naval capitán
de fragata John Martin y el subdirector del mismo, comandante Eduardo Young.
"Al llegar a un plano e iniciar nuestro descenso, lo primero que vimos fue una gran techumbre
blanca y la interpretación de un himno militar. Como impelidos por la curiosidad, empezamos a
caminar presurosamente, pero siempre cerca de las autoridades que nos precedían. Abajo, frente
a un respetable inmueble casi terminado en su construcción interior, se encontraban los detenidos.
En correcta formación -haciendo cuatro filas-, los 192 hombres aguardaban la llegada del
contralmirante Costa Bobadilla y demás miembros de la comitiva. A su lado, el personal uniformado
que tiene a su cargo la guardia, la banda instrumental y los voluntarios de las diversas
reparticiones navales que habían trabajado en la obra.
"Yo me sorprendí por la calidad de la prisión Rondizzoni. Su gruesa estructura material es muy
apropiada para las condiciones climáticas de la isla, fundamentalmente durante la época invernal.
Observé detenidamente cada rostro allí. Había orgullo flotando en el patio de Rondizzoni. En el
semblante de los detenidos pude ver satisfacción por la faena realizada. El comandante Henríquez
Garat -ahora con el mando del crucero Prat a quien se debe en gran parte lo que en ese lugar
vimos los reporteros-, se los agradeció. Y el contralmirante Costa Bobadilla, también lo hizo.
Recuerdo que el entonces jefe de Estado Mayor les dijo a quienes construyeron el inmueble
Rondizzoni: 'Tengo un encargo del almirante. Él se ha mostrado gratamente impresionado. La
Comandancia, el que les habla, los oficiales y personal civil que ha participado en la construcción
de este nuevo establecimiento, me han hecho llegar el reconocimiento por el esfuerzo desplegado
por todos ustedes. Y -concluyó-: La construcción de Rondizzoni se hizo en cuatro meses de
trabajo. Se hizo para darles las comodidades que ustedes merecen como seres humanos. Más
adelante iremos mejorando esto...'
"Los dormitorios -cuatro en total- pueden albergar 200 personas. Había allí tres dormitorios con 56
camas totalmente habilitadas cada una de ellas, y otro provisto de 24 camas. Se trata de literas
que llegan hasta el mismo cielo raso de Rondizzoni. 'Son bastante altas, pero los más jóvenes
dormirán arriba y los de más edad se ubicarán en los lechos situados abajo' -explicó el
comandante Henríquez Garat. Con respecto al asunto de las camas, quiero destacar la labor del
ahora comandante del crucero Prat. Él, con su dinamismo conocido en la II Zona Naval, bregó
arduamente para conseguir sábanas y frazadas para los reclusos y personal de guardia. A fuerza
de insistir en las industrias y otro tipo de empresas locales, consiguió finalmente ropa de cama para
los 192 hombres y sus guardias. Es que -como lo dijo el comandante allí en Rondizzoni, a modo de
conversación- recién ahora, después de varios meses, los detenidos sabrán lo que es dormir
desvestidos y en un lecho blando y cómodo. De manera que ahora puede venir el invierno nomás.
Creo que Rondizzoni, aparte de haber constituido un producto del esfuerzo de muchos hombres,
es en estos instantes el símbolo probatorio de que allí, en la isla, hay humanidad por sobre otras
tantas cosas. En la ínsula, en fin, flotaba orgullo y se respiraba satisfacción..."
Notas:
1. No damos sus nombres por razones de seguridad, pero en el futuro habrán de conocerse como parte de la historia heroica del
socialismo chileno.
2. En los campos de concentración se saludaba con alegría la noticia del asilo de ciertos compañeros que sólo por esta vía podían
salvarse del asesinato. Sin embargo, se estimaba que ningún dirigente, de ningún nivel, podía asilarse sin autorización de su partido
Aquello de "después de mí el diluvio", no podía ser un principio aceptable de la moral revolucionaria. Quienes dirigían debían asumir
sus responsabilidades. Es el riesgo del auténtico liderazgo.
3. La decisión de fusilar a los dirigentes del carbón estaba tomada con antelación al proceso, como lo reconoció el propio general
Washington Carrasco, quien reconoció haber recibido instrucciones de la Junta Militar.
4. Peña, Sau y Carrasco, escaparon milagrosamente de la muerte y dieron impresionantes lecciones de moral revolucionaria.
El asesinato del dirigente del Partido Radical, Patricio Weitzel Pérez, constituyó
uno de los hechos más escalofriantes de la represión fascista en Ñ. Su esposa
Ana María Morgado Rubilar, de 25 años de edad y madre de 3 hijos, entregó a la
Tercera Reunión Internacional Investigadora de los Crímenes de la Junta Fascista
Chilena un testimonio que merece ser reproducido integralmente. (1)
Al día siguiente nos dirigimos al tercer Juzgado del Crimen de Chillán a denunciar
su asesinato y exigir se levantara el acta de defunción. Después de un largo día
de tramitaciones, logramos obtener lo solicitado. El parte oficial, fechado el 28 de
diciembre de 1973, señala que la causa de la muerte fue: "Anemia aguda con
perforaciones múltiples de bala." Hago notar que junto al cadáver de mi esposo se
encontraba el de Gregorio Retamal Venegas en condiciones similares. El cuerpo
fue también entregado a sus familiares, con el certificado de defunción
correspondiente. El cadáver de Arturo Prat no ha sido hallado hasta ahora.
"Así, en medio de insultos y risas grotescas, fui desnudada. Me mojaron con agua
y luego me botaron al piso, con los brazos y las piernas abiertas. Empecé a sentir
fuertes golpes eléctricos. Tanto se repetían las descargas de electricidad que sufrí
numerosos desmayos, y aunque gritaba suplicando que me dejaran, que nada
sabía, que estaban equivocados, de nada servía. A veces me metían a una celda
para que me recuperara y pronto era sacada nuevamente para continuar el
tratamiento. En muchas ocasiones los oficiales llamaron a les soldados
diciéndoles: 'Vengan a entretenerse con ésta un poco, porque lo necesita'. Así fui
vejada y violada muchas veces. Luego, para reaccionar, me metían en unos
tambores con agua durante algunos minutos, y nuevamente desnuda y mojada me
devolvían a mi celda. Así, angustiada, sufriendo constantemente humillaciones,
torturas y vejámenes, viví en el regimiento de Chillán durante 15 días, en los
cuales mi único alimento consistía en té frío y algo de pan remojado.
"Un día, después de ser otra vez violada, me subieron a una mesa y me abrieron
las piernas, introduciéndome alambres eléctricos en la zona vaginal. Sentí un
fuerte golpe de corriente; creí que mi vida ya se terminaba, que me moría. Algo
muy grave estaba pasando, pues entre los continuos desfallecimientos oía voces
que me parecían lejanas diciendo: '¡La cagamos! Avisen para que la botemos'.
Perdí definitivamente el conocimiento. Desperté en la sala de operaciones del
hospital Herminda Martín. Había sufrido la ruptura del útero y tenía una fuerte
hemorragia. Allí permanecí 10 días, al cabo de los cuales fui puesta en libertad
con la advertencia de que si salía de mis labios alguna palabra en relación con las
causas que originaban mi estado, ello me costaría la vida.
Notas:
3. El golpe en la Universidad
Lamentablemente para el avance del fascismo, el terreno fue abonado por muchos
errores de la izquierda: demandas extemporáneas y demagógicas, a veces
surgidas de la disputa entre fuerzas de la propia izquierda por la influencia
estudiantil; divisionismo suicida entre los diversos grupos estudiantiles de
izquierda; agitación de una propaganda ramplona y sectaria. La vida ha
demostrado que no basta tener una política justa sólo en los principios si no se
sabe implementar la concepción estratégica con una táctica adecuada, sensata,
flexible y coherente; imponer disciplina y tener en cuenta las peculiaridades de
cada frente de lucha.
El vuelco hacia la derecha de los sectores de las capas medias, que se verificaba
en el país desde fines de 1972 por variadas razones surgidas del proceso general
de avances y dificultades del gobierno del presidente Allende, fue favorecido en la
Universidad por serios y reiterados errores de la izquierda. Al producirse, a
comienzos de 1973, las elecciones para rector y vicerrector, el fascismo logró
articular un frente político en la Universidad de Concepción capaz de derrotar a las
fuerzas de izquierda, las que además se presentaron a la elección con dos
candidaturas: una de la Unidad Popular y otra del MIR.
La rectoría fue ganada por Carlos von Pleassing y la vicerrectoría por Lorenzo
González, ambas personalidades de escaso relieve académico, pero sostenidas
con virulencia por quienes ofrecían la despolitización universitaria. No obstante,
los estatutos universitarios establecidos por la reforma universitaria, y que tenían
el carácter de una ley de la república, radicaban la suma del poder académico en
el Consejo Superior. Este organismo estaba integrado por los directores de
escuelas e institutos, por los directores de Investigación Científica y Difusión
Cultural, y por una importante representación estudiantil. El Consejo Superior no
se renovaba paralelamente al nombramiento del rector y del vicerrector, de
manera que la izquierda retuvo un amplio control sobre este cuerpo colegiado.
Notas:
ĄAunque corten todas las flores jamás podrán impedir que retorne la primavera!
Una de las más heroicas batallas que libraron los militares fascistas contra la
cultura en Chile, en los días que siguieron al golpe, se libró contra la pintura mural:
se ordenó borrar todos los murales que las brigadas "Ramona Parra" y "Elmo
Catalán" habían pintado en numerosos sitios públicos y que expresaban la
eclosión de un vigoroso arte popular y revolucionario. Pero la borratina no se
detuvo ahí. El alcalde de Chillán, Gastón Cruz, oficial retirado del Ejército, ordenó
borrar uno de los murales de mayor calidad artística que existía en Chile: el mural
de Julio Escámez, ejecutado en el Salón de la Ilustre Municipalidad, de la ciudad
natal del prócer Bernardo 0'Higgins. El mural ofrecía un panorama fabuloso de la
sociedad contemporánea, con sus vertiginosos cambios científicos y tecnológicos,
sus luchas sociales, la guerra y la paz. El alcalde Cruz no vaciló en tomar la
decisión y el mural fue borrado.
Las autoridades militares, sin embargo, obligaron al pintor Julio Escámez, como lo
hicieron con los más destacados artistas plásticos regionales, a donar algunas
obras para el Fondo de la Reconstrucción Nacional.
Siqueiros ejecutó en esa escuela chillaneja una de sus obras más celebradas. Sin
embargo, los militares no pudieron tolerar impasibles que en ese mural, cuya
temática ofrece trazos paralelos de la historia de México y Chile, pudiera figurar el
rostro del fundador del movimiento obrero chileno, Luis Emilio Recabarren, entre
los próceres nacionales. Cuando la decisión de arremeter contra el mural de
Siqueiros estaba tomando cuerpo, algunas personalidades locales menos
afiebradas, vinculados a las autoridades militares, les sugirieron, tímidamente, que
sería bueno obtener un dictamen técnico de Santiago antes de borrar el mural.
Por fortuna, la misión no emitió un "informe técnico". Era evidente que traía
instrucciones: no provocar mayores dificultades con la Embajada de México. La
firme actitud del presidente Echeverría salvó también, como puede apreciarse,
esta obra monumental de Siqueiros, tesoro del arte universal.
Notas:
1. El odio de clase de los fascistas los llevó a tratar de hacer desaparecer todo vestigio público de
la fisura de Luis Emilio Recabarren: se ordenó quitar su nombre a poblaciones, calles, centros
comunitarios, sindicatos, clubes deportivos, incluso, destruir el monumento que la Central Única de
Trabajadores le había levantado en la Plaza Almagro de Santiago.
5. Navidad en el Estadio
Grande fue la alegría cuando nos encontramos allí con dirigentes sobre los cuales
se había descargado una implacable campaña de prensa y, desde luego, brutales
castigos en semanas de martirios: había compañeros irreconocibles, con la mitad
de su peso normal, demacrados y con las huellas evidentes de los maltratos, pero
con una asombrosa voluntad de no claudicar. Su moral revolucionaria no sólo
estaba intacta sino notablemente fortalecida.
Las lecturas estaban muy controladas. Pero la "censura" se guiaba casi siempre
por el título de una obra. Así, un texto sobre la Revolución industrial o sobre
cubismo, no podía ingresar: "Nada con revoluciones ni con Cuba", había
establecido categóricamente el oficial de seguridad. Con esta vara para medir la
"peligrosidad" de un libro, no hubo problemas para que entrara al estadio Cien
años de soledad. La célebre novela de García Márquez era solicitada por muchos,
no solamente por su reconocida calidad literaria, sino también por la curiosidad
que despertó en quienes no la conocían cuando un abogado descubrió que en sus
páginas estaba descrito magistralmente el "Plan Zeta", que los generales fascistas
le inventaron a la Unidad Popular. La única diferencia estaba en que los malos de
esa película eran los liberales; en Chile, los marxistas, pero la fábula seguía
siendo un buen pretexto para el asesinato político.
-Escuchen... -decía un entusiasta lector- lo que dice aquí: "Los consejos de guerra
son una farsa. .."
En torno a los libros, se formaban círculos que los comentaban con vivo interés y
surgían discusiones que inevitablemente terminaban en la autocrítica de nuestro
proceso: "¡El poder nace de las puntas de los fusiles... lo demás es pura música"
insistía un compañero. Por allá otro le decía:
-Sí, pero las armas sin pueblo no llevan a la revolución ... hay que dar la lucha con
las masas... lo demás es puro voluntarismo pequeño burgués... ¿Por qué no
dejamos las frasecitas del misal a un lado y analizamos la realidad chilena, sus
peculiaridades históricas, su estructura de clases, sus instituciones, su marco
cultural, y de ahí partimos para diseñar una estrategia y una táctica adecuada? -
proponía un tercero.
-Sí, las leyes de la historia son muy claras, y no cabe andar descubriendo otra vez
verdades que son del porte de una catedral... ¿No les parece? -se insistía desde
alguna parte. -¡Pero, compañero!, las verdades universales del marxismo deben
ser aplicadas creadoramente en cada país, de acuerdo con sus peculiaridades
nacionales y dentro de una perspectiva internacional de la lucha de clases... -era
la réplica.
-Yo creo que los dirigentes que nos condujeron al fracaso deben ser relevados...
los generales de la derrota no dan confianza para las próximas batallas.
-Pienso que hay "generales" y "generales" en esta guerra contra los momios y el
imperialismo. Es cierto que nuestros dirigentes tienen gran responsabilidad en el
fracaso de esta batalla... como Fidel la tuvo en el asalto al cuartel Moneada o
como el propio Che de Bolivia, pero los hechos y su conducta probaron su valor,
consecuencia, lealtad y heroísmo. Aquí hubo dirigentes que asumieron sus
responsabilidades al riesgo de sus vidas y también los hubo que huyeron y
desertaron cobardemente. ¿Usted cree, compañero, que las próximas batallas
deberán dirigirlas los "generales" que dejaron todo botado, olvidando sus
responsabilidades y sus palabras sonoras sobre el enfrentamiento?
-Por supuesto que no, pero creo que la izquierda debe renovar sus cuadros
dirigentes.
-Vamos por partes, compañero... claro que había que salvar cuadros; los cuadros
son un capital político que todo movimiento revolucionario debe cuidar, pero son
las organizaciones las llamadas a decidir sobre quiénes deben quedar a salvo de
los mayores peligros y quiénes deben ir al frente al precio que sea... porque ser
dirigente no es sólo un honor, es un riesgo, una responsabilidad; hay un refrán que
dice: "soldado que arranca sirve para otra vez"... pero ese refrán no tiene nada
que ver con la conducta de un revolucionario.
-No hay que ser tan riguroso, camarada... habría que examinar cada caso
particular, ¿no le parece?
-No sabe distinguir una semilla... -vociferaba Rafael Moreno, ... descalificando al
primer campesino que ocupaba un ministerio en la historia de Chile...
Cuando tuvimos la noticia que estaba fuera de peligro, hubo un suspiro de alivio
en todos nosotros: Calderón estaba salvado, los campesinos podrían seguir
contando con su vocero más destacado, los socialistas con un gran dirigente.
Otra noticia que hizo efecto en el estadio fue el reportaje que un periodista
brasileño le hizo a Luis Corvalán, en Dawson. "Amo la vida, pero no temo la
muerte si es el precio que debo pagar por defender mis ideas", fue el desafío que
el líder comunista lanzó al rostro a los generales. Encarcelado y amenazado de
exterminio, Corvalán habló al mundo de los horrores de Dawson, la inhospitalaria
isla austral en la que los generales fascistas confinaron un grupo de ministros y
altos dirigentes de la Unidad Popular. ¡Qué demostración más impresionante de
coraje nos entregaba Corvalán a todos los que en algún momento sentimos miedo
o angustia por nuestra suerte! ¿Quién podía escatimar su reconocimiento a una
actitud de ejemplar consecuencia revolucionaria? Posteriormente, Clodomiro
Almeyda denunció ante la opinión pública internacional, con igual valentía: "Me
mantuvieron durante un mes con los ojos vendados y he sufrido toda clase de
vejámenes", tiempo en que desapareció y se temió seriamente por su vida.
Los nombres de: Clodomiro Almeyda, Luis Corvalán, Edgardo Enríquez, Aniceto
Rodríguez, Orlando Letelier, Daniel Vergara, Hugo Miranda, Julio Stuardo, Aníbal
Palma, Alejandro Jiliberto, José Cademártori, Camilo Salvo, Alfredo Joignant,
Enrique Kirberg, Carlos Morales, Orlando Cantuarias, Anselmo Sule, Jaime Tohá,
Pedro Felipe Ramírez, Fernando Flores y otros, se convirtieron en verdaderos
símbolos morales y políticos de la resistencia chilena por su valerosa actitud frente
a los desmanes del fascismo y por su espíritu unitario.
Luego de una tenaz persecución, fue detenido el profesor Mario Benavente P.,
miembro del comité central del Partido Comunista, quien se entregó cuando fueron
aprehendidos sus hijos y su esposa; no obstante su entrega, sólo se consiguió la
libertad de los hijos. A Benavente se le responsabilizaba de la conducción política
del partido y de la formación de grupos armados en la región. La detención de sus
familiares y una prolongada incomunicación quebrantó seriamente su salud. Con
el propósito de debilitar su fortaleza, Benavente fue nuevamente incomunicado la
noche de Pascua. Su mujer, que estaba también detenida en el estadio, logró
hacerle llegar la siguiente comunicación: "Yo te adoro. Nada del mundo podría
causarme mayor dolor que tu muerte, pero la prefiero a que te transformen en un
delator, en un Judas de tus propios hermanos y compañeros. Fuerza, Mario.
Estamos en esta difícil situación tu mujer y tus hijos, material y espiritualmente
contigo y dispuestos a todo. Con amor. Nimia."
Compartí con uno de los hijos de Carrillo largo tiempo en la isla Quiriquina, el
estadio Regional y Chacabuco, y pude conocer detalles de la vida de su padre y
del drama de una familia de 13 hijos. Formados en la juventud comunista, se
habían sobrepuesto a su dolor y miraban el porvenir con la confianza de los
hombres que sienten fundidas sus vidas a la fuerza irreductible del pueblo. Otro
caso revelador del trato dado a los prisioneros en el estadio Regional fue el del
dirigente minero, también comunista, Romilio Garcés, quien murió a pocos días de
su liberación a consecuencia del maltrato recibido.
En el estadio fue interrogado siete veces. Tres fueron los temas sobre los cuales
había mayor interés en "conversar" conmigo: mi reciente viaje a Cuba, una
inverosímil acusación de infiltración en las fuerzas armadas y un texto de
educación política del que era autor y que había sido encontrado en una "Escuela
de Guerrillas" (2). La verdad es que yo no fui torturado físicamente en los
interrogatorios, aunque sí, en tres ocasiones, se me amenazó con las penas del
infierno; amenazas que se combinaban con el ofrecimiento de la inmediata libertad
a cambio de una adecuada "cooperación". Ante la insistencia de que diera
nombres de dirigentes del partido, decidí ser claro y definitivo:
En el transcurso de estas sesiones, temí más de una vez el espanto de ser llevado
a las cámaras de tortura, de las cuales en dos ocasiones, sentí los desgarradores
gemidos de mis compañeros martirizados.
Sin embargo, pude sentir también como una fuerza moral formidable, la vigencia
de la lealtad de mis compañeros. Con qué satisfacción comprobé que en mi
partido la buena madera es infinitamente mayor que los tres o cuatro palos
podridos que no resistieron el temporal. En esa fragua tensa y decisiva, se conoció
la calidad de la gente. Recuerdo el caso de un periodista amigo, sin militancia
partidaria, a quien trataron de vincular a mis actividades y que soportó el presidio,
los apremios y las amenazas, sin acceder a dar el pretexto que los militares
buscaban para llevarme a consejo de guerra, por "infiltración en las fuerzas
armadas".
Una vez que alguien le preguntó si estaba cansado de tantos meses preso,
Juanito replicó con voz categórica:
-Mi pueblo peleó varios siglos contra el colonialismo español y yo voy a estar
cansado cuando recién comienzo a pelear contra el colonialismo norteamericano...
No, compañero, esta pelea recién está comenzando... Juanito comenzó a dar
clases de lengua mapuche y leía con extraordinario interés cuanta cosa
relacionada con su raza salía en la prensa, en algún libro que circulaba; siempre
con su sombrero puesto, alegre y firme como un roble.
-Bueno... -exclamó uno de los compañeros que lidereaba el grupo-, tenemos que
apalear las penas, porque si no, en unas horas más aquí va a quedar la pura
llantería... Organicémonos, juntémonos con todo lo que tengamos y preparemos
una "cena de Pascua", cantemos, contemos chistes; "démosle calor" a la cosa, no
le llagamos el gusto a los "milicos" que deben estar felices con nuestra tristeza...
De todos los sectores salieron voces de aprobación. "No hay que echarse a morir,
compañeros... al mal tiempo buena cara... no hay que aflojar...", repetían unos a
otros.
Cada palabra de aquella mujer, entera y firme, nos traspasaba el alma con una
descarga de fuertes emociones. Pero había que ser fuertes y pudimos no sólo
escucharla, conteniendo una irresistible necesidad de llorar, sino también
abrazarla y entregarle el testimonio de nuestra entereza revolucionaria. Mientras la
compañera hablaba, por la ventana de la celda, la mano anónima de un militar
entregaba, con destino a muchos compañeros, tarjetas postales confeccionadas
con hojas de todo tipo de papel y con artísticos adornos confeccionados con
recortes de revistas; cajetillas de cigarros, envolturas de conservas, que también
nos enviaban las prisioneras del estadio.
Notas:
2. Estudio y partido. Apuntes para la educación política. Ediciones del Comité Regional de
Concepción, Partido Socialista de Chile, 1972.
Los nombres de nuestros héroes caídos en la lucha. Salvador Allende, José Tohá,
Arsenio Poupin, Isidoro Carrillo, Víctor Jara, Amoldo Camú, Miguel Enríquez y
tantos otros, serán los nombres de las calles chilenas de mañana, de sus plazas,
de sus parques y escuelas. Serán los símbolos de la consecuencia revolucionaria,
del coraje moral, de la lealtad al pueblo.
en las primeras horas de la tarde del 17 de enero, comenzó a leerse una lista
desde las casetas del SIM en el estadio Regional de Concepción. Fuimos
llamados unos sesenta hombres y cuatro mujeres. En una oficina, un oficial de
carabineros, con prepotencia insoportable, iba llamando para ficharnos una vez
más. żCuántas fichas tenía cada uno?
Al caer la tarde, se nos dijo que seríamos evacuados del estadio, con rumbo
desconocido. Comenzaron las gestiones para ver si podríamos tener la
oportunidad de despedirnos de nuestras familias, máxime si nadie sabía hacia
dónde seríamos trasladados. Un oficial dijo que haría las consultas ante el general
y que entre tanto no había más que esperar y prepararse para la partida.
Tuvimos cinco minutos para ir a las celdas a buscar nuestras cosas. Allí nos
esperaban los compañeros, consternados: se decía que seríamos sacados del
estadio para fusilarnos; que iríamos a Chacabuco, un campo de concentración en
el norte de Chile; que partiríamos relegados hacia diversos puntos del país. Una y
otra versión. La tensión era tal, que la despedida adquirió caracteres dramáticos.
Nos abrazábamos, y no faltaron las lágrimas cuando algunos dejaban mensajes
para sus mujeres, sus padres, sus hijos, novias y amigos. Nadie sabía qué iba-a
pasar y cualquier vaticinio era posible: a estas alturas, todos habíamos perdido
definitivamente la capacidad de asombrarnos. "Nos llevarán en avión y nos tirarán
al mar", decía un compañero, al parecer resignado a lo peor.
De pronto se supo que el abogado Pedro Enríquez, del MIR, a quien las
autoridades militares persiguieron durante varias semanas con orden de detenerlo
"vivo o muerto", y que llevaba varios meses en el fuerte Borgoño, había llegado al
estadio y había sido agregado al grupo nuestro. "Si trajeron a Enríquez desde el
Borgoño para llevarlo con nosotros, estamos condenados a lo peor... A Enríquez
lo van a matar, a quién le puede caber alguna duda...", se comentaba en otro
círculo.
"ĄLlegó Galo Gómez!... ĄSí, lo han traído y está también en el grupo!" -informa un
compañero. Galo Gómez, había sido liberado pocos días antes de Pascua y otra
vez estaba de regreso en el estadio.
Pasamos la noche en celdas del lado opuesto del estadio a las ocupadas por el
resto de los prisioneros. La noche fue tensa. Casi todos escribimos a nuestras
mujeres y no pocas cartas fueron escritas como la despedida final.
A la mañana siguiente, salimos hacia el interior del estadio, alrededor de las ocho
de la mañana. Ya estaba el resto de los prisioneros en las galerías, como era
habitual. Caminamos lentamente, portando nuestros bultos. En las galerías había
un silencio sobrecogedor. Al pasar junto a las rejas, a un par de metros de
nuestros compañeros, sentimos como nunca la fuerza de la fraternidad humana:
manos alzadas y pañuelos al viento... Voces de "ĄÁnimo compañeros... firmeza
compañeros!", nos despedían emocionados. Pese a todos los riesgos, ellos
habían desafiado, minutos antes, a las autoridades militares, y se habían negado a
realizar la ceremonia diaria de izamiento del pabellón cantando el himno nacional.
Al trasponer las puertas del estadio, pero aún en sus patios, debimos detenernos y
esperar órdenes. En esos momentos, pudimos despedirnos de algunos vigilantes
de prisioneros (1) que siempre tuvieron, salvo excepciones, una actitud muy
humana con nosotros. No dejaba de ser impactante ver a gente, curtida en su duro
oficio de carceleros, abrazarnos o darnos la mano como evidente afecto. Incluso,
más de un vigilante, emocionado hasta las lágrimas, nos expresaba tácitamente
su solidaridad y su impotencia. La funcionaria encargada de las mujeres
prisioneras, estalló en llanto cuando se despidió con cariñosos abrazos de sus
"prisioneras".
Los buses estaban listos para partir, fuertemente escoltados por vehículos
militares, cuando un oficial anunció: "ĄMujeres no van Chacabuco!", y ordenó
bajar a cuatro compañeras. Una de ellas, esposa de un alto dirigente comunista,
que había permanecido largos días incomunicado en el estadio, rogó la dejaran
partir con su marido. Pero había que cumplir la orden militar. El oficial aclaró que
se llevaba una cantidad de prisioneros "inferior a la capacidad del avión" y que
había que completar la carga de inmediato. Hombres del SIM corrieron al interior
del estadio y tomaron doce o quince compañeros, a los que encontraron a la
mano. Completada la capacidad del avión, los buses partieron del estadio.
żQué nos esperaba? żHasta cuando? Había hombres que estaban sobrecogidos,
no sólo por los temores que la prisión provocaba. Eran campesinos que jamás
habían visto algo tan desolador como la pampa, un inmenso cuero reseco y
estrujado. Ahí estaban vivas las huellas del drama del salitre que anunciara la
profecía de Balmaceda. Era el regreso al origen, a la cuna del movimiento obrero
chileno, al escenario donde Recabarren despertó la conciencia de clase del
trabajador pampino y surgió su organización sindical y política: salitre y lucha
obrera, Balmaceda y Recabarren, eran asociaciones inevitables. Otra vez la patria
traicionada. Otra vez su clase obrera sometida al látigo de los cancerberos del
capital extranjero.
Chacabuco era un caserío rodeado por una reja electrificada junto a la cual se
alzaban seis torres de control, con guardia permanente. Los contornos del
campamento estaban minados. La guardia estaba a cargo de un comandante, un
segundo comandante, un oficial de Seguridad, oficiales ayudantes, suboficiales, y
unos ciento cincuenta soldados dotados de equipo moderno, inclusive tanques y
tanquetas. La personalidad de los oficiales era el factor decisivo para el curso de
la vida cotidiana. Había guardias que no se hacían notar más allá de las mínimas
exigencias de un campo de prisioneros: controlar las listas de presos y entregar
informaciones generales. En cambio, no faltaban guardias cuyos oficiales hacían
todo lo posible por fastidiar con exigencias majaderas y ridículas.
-Les vamos a tender la mano a algunos, pero óiganlo bien, estamos dispuestos a
responder a cada patada del marxismo con diez patadas... no lo olviden. El
hombre dejó una lamentable impresión:
Sin embargo, había interés en muchos prisioneros por conocer a este coronel que
tenia un rasgo muy singular. Entre los propios militares tenía fama de tarado.
-ĄCómo sera! -se decía-, cuando escuchaba a un oficial: -"Mi coronel Espinoza no
fue capaz de aprobar su examen para ingresar a la Academia de Guerra, fíjense
en el cuello de su uniforme, no tiene nada, por eso en el Ejército se le llama
"Cogote pelao". Todos los coroneles "Cogote pelao" están incapacitados para
llegar a general y se tienen que jubilar sin ascender.
-Este coronel Espinoza tiene que ser harto tonto para salir mal en un examen que
no tiene que ser muy difícil si hasta Pinochet salió bien...
El coronel Moya llegó un día domingo a librar una de las mas heroicas batallas de
los fascistas contra nosotros en Chacabuco: de un grito derogó todas las
conquistas que se habían obtenido en laboriosas gestiones del Consejo de
Ancianos: la Iglesia, Cruz Roja, etc. "ĄUstedes no tienen derecho a nada!... -
gritaba seguro de sí mismo-, sólo tienen derecho a vigilancia y se las estamos
dando... entendido? ĄTodo el mundo va a comer solamente en los comedores
oficiales; nada de comidas en las casas, prohibido hacer fuego en las casas,
prohibido permanecer en el interior de las casas durante el día!..."
Por fortuna, a pocas horas que el coronel Moya había establecido un reglamento
destinado a hacernos reventar, nadie se acordaba de sus bravatas, comenzando
por los propios oficiales del campo, que calificaron sus ordenanzas de
"descriteriadas".
-Nunca en mi vida había aprendido más que en estos dos meses que lleva
funcionando la escuela en Chacabuco ... sigo clases de gramática, matemáticas y
geografía, y ahora me doy cuenta de saber que las cosas que pasan hoy en Chile
tienen su explicación en el pasado. (7)
El interés de numerosos obreros y campesinos por estudiar era notable y
correspondía a su toma de conciencia del antiguo adagio, "saber es poder".
"Conservar la moral de los presos es una tarea política y en eso estamos." Era la
tarea que voluntariamente habían asumido. En el grupo había dirigentes
sindicales, profesores universitarios, trabajadores de diversos oficios; todos
animados por un admirable espíritu de servicio social y de fina sensibilidad para
preparar sesiones de gran calidad artística.
La artesanía fue una de las actividades culturales que atrajo a una mayor cantidad
de gente: los tallados en madera, la orfebrería y los telares, produjeron una
impresionante cantidad de creaciones, muchas de las cuales lograron una
estimable calidad. La comisión de cultura editaba un diario mural, instalado frente
a los comedores, y en sus columnas colaboraba un selecto grupo de periodistas.
El diario entregaba "información oficial" del Consejo de Ancianos, recortes de
prensa y notas de la vida chacabucana, donde no faltaban el buen humor y los
estímulos morales para quienes destacaban en diversas actividades
administrativas, culturales o deportivas.
El campamento fue visitado por cuatro obispos católicos: El cardenal Raúl Silva
Henríquez; el obispo auxiliar de Santiago, Fernando Ariztía; el obispo capellán
castrense, Francisco Gilmore, y el obispo de Antofagasta, Carlos Oviedo Cavada.
Estas visitas nos mostraron inequívocamente las dos líneas que dividen la Iglesia
chilena: una corriente social-cristiana progresista, con diversos matices; desde
posiciones centristas, hasta francamente de izquierda, y la otra, la conservadora,
desde el conservadurismo "democrático" hasta el fascismo descarado. El cardenal
Silva y el obispo Ariztía nos mostraron la cara noble y progresista de la Iglesia
chilena; el cardenal, en un discurso nada convencional, y el obispo Ariztía en el
sermón de una misa memorable a la que todos asistimos. Ambos obispos,
rodeados de oficiales, hablaron con la voz de auténticos cristianos, con un sincero
amor al prójimo en desgracia, como verdaderos abogados "de los perseguidos y
ofendidos" (8). El cardenal dejó en Chacabuco una huella de humanidad admirable.
Se llevó un documento que el Consejo de Ancianos elaboró, reseñando nuestros
principales problemas, y con satisfacción pudimos ver que, en documentos del
Episcopado, nuestras denuncias y peticiones encontraron eco. El cardenal ha
tenido de su parte a la gran mayoría de los obispos y se ha jugado entero en
defensa de la vida y el respeto a elementales derechos de los ciudadanos
perseguidos. Su inteligencia y coraje moral ha salvado a la Iglesia del derrumbe
que han sufrido todas las instituciones tradicionales en Chile y ha representado un
muro de contención para la jauría lanzada sobre el pueblo indefenso. El odio que
Pinochet y los grupos privilegiados chilenos tienen al cardenal es proporcional al
cariño y respeto que se ha ganado entre los trabajadores. En cambio, los otros
obispos no pudieron disimular sus simpatías por los militares fascistas. Como
buenos fariseos, hablaron de Dios, de la Virgen, del bien y del mal, de la fe y la
esperanza, pero no tuvieron una palabra de adhesión concreta para los presos
políticos. El obispo de Antofagasta tuvo el descaro de justificar las demoras de los
procesos que presuntamente se nos seguían, "porque el aparato forense tenía un
excesivo recargo de causas y no estaba preparado para ello..." El señor obispo
pretendía ocultar detrás del eufemismo: "aparato forense", a los consejos de
guerra, las cámaras de tortura y los campos de concentración. El obispo castrense
nos entregó un discurso que a ratos parecía una voz salida de un mausoleo: "Los
oficiales del Ejército chileno... -dijo con inaudito cinismo- son gente de excepción,
lo mejor de la sociedad chilena; tengan confianza en ellos... El Señor ha querido
que suframos los chilenos para que regresemos al verdadero camino, del cual nos
estábamos apartando por el canto de sirenas de ideas extrañas al alma nacional...
Tengan fe en Dios, en los militares y en Chile... piensen en esa bandera hermosa
que nos cobija a todos como hermanos, el blanco imponente como la cordillera de
los Andes... el azul como el límpido cielo.. . el rojo, como la sangre de nuestros
héroes..." A este mismo obispo lo pude ver por la TV Nacional el 11 de
septiembre, oficiando una misa de campaña en la Escuela Militar, y escuchar otra
vez su palabra cavernaria: "Dios iluminó la mente de nuestros soldados y los llevó
a cumplir la gloriosa misión de liberar a Chile de la tiranía del materialismo ateo
que se había enseñoreado en ella."
Los grupos religiosos desarrollaron sus actividades gozando del mayor respeto y
consideración del resto de los prisioneros. Para todos era claro que las ideas
sobre el otro mundo no debían romper la unidad de los trabajadores sobre los
problemas concretos de éste.
Las visitas nos traían no sólo el calor humano de nuestros seres queridos; también
informaciones sobre lo que estaba sucediendo afuera de Chacabuco y toda suerte
de cabalas sobre la situación de los presos políticos.
Las noticias más impresionantes provenían del exterior, repulsa del mundo por la
guerra declarada contra el pueblo chileno. En el centro de esta incesante actividad
solidaria aparecía una y otra vez la compañera Hortensia Bussi de Allende,
Tencha como la llamaba el pueblo, golpeando la conciencia del mundo: iba y
venía de un país a otro, sus cartas estremecían a los lectores de muchos
periódicos influyentes, sus informes eran piezas fundamentales para el trabajo de
organismos internacionales, su actividad era recibida por nuestras mujeres como
una esperanza y un ejemplo.
Desde Quiriquina a Chacabuco, todos seguimos paso a paso las acciones de los
gobiernos progresistas, de organismos internacionales, parlamentos, prensa,
personalidades influyentes de la ciencia, el arte y el derecho, contra el fascismo.
Especialmente, de los países socialistas, del Tercer Mundo y de las fuerzas
democráticas de Occidente.
En el interior del país, en medio del terror desatado, seguía viva la fraternidad
combatiente a pesar de todas las amenazas y de las listas negras, los hombres y
mujeres de la izquierda siempre encontraban alguna manera de prestarse auxilio
material y moral.
Como militante socialista, José sintió intensamente la tarea partidaria, siempre con
abnegación y ajeno a todo cálculo mezquino, personal o de grupo. En la
organización alcanzó las más altas dignidades: miembro del comité central de la
juventud y del partido. Amigo inseparable de Salvador Allende, no ocultaba su
admiración por el hombre a quien desde temprano visualizó como el líder
indiscutido del movimiento popular chileno. Lo acompañó en sus largas y duras
batallas, siempre con eficiencia y lealtad. Cuando Allende llegó a la presidencia,
fue uno de sus colaboradores más directos: ministro del Interior, ministro de
Defensa y Vicepresidente de la República.
-"żPor qué ellos se ensañaron con José? -escribe el general Prats a su esposa
Moy-, porque a cada uno de los cómitres de hoy les torturaba la evidencia de que,
dentro de la Unidad Popular, José era quien mejor los conocía. Los observó
humildes y obsecuentes, los vio hacer genuflexiones y supo de sus miserias
intimas, de sus celos inter armas, de su concupiscencia y frivolidad, de sus
limitaciones intelectuales y culturales y de la farsa de su lealtad. José Tohá tenía
mucho que decir y cada palabra suya, avalada por su incuestionable autoridad
moral, habría tenido la fuerza suficiente para derribar de su auto-erigido pedestal a
los apóstatas del profesionalismo militar. żY cómo podrían contraatacar a José?
żCómo podrían vituperarlo si hasta la mención de sus convicciones ideológicas iba
a serles contraproducente? Porque no les resultaba tolerable ni compatible exhibir
como "marxista" a un ser de tanta sensibilidad social, de tanta nobleza y dignidad
personal y de tanta misericordia humana. (10)
Pronto supimos del funeral de José Tohá, al que nosotros asistimos desde nuestro
encierro en el pensamiento de muchas horas. Con Tohá se enterraba una parte de
la mejor tradición partidista: una militancia antigua y consecuente que se convierte
hoy en tradición y prestigio para el Partido Socialista de Chile. Supimos que miles
de chilenos desafiaron el terror y lo despidieron en el Cementerio General. Que
desde aquellas columnas acongojadas se lanzó, una y otra vez, como un latigazo
en el rostro de los asesinos, el grito de la rebeldía popular: "ĄJosé Tohá...
Presente. ..!"
Entre tanto, en Chacabuco, el tiempo seguía corriendo y tras las rejas, una vida
cotidiana que acumulaba emociones y experiencias.
-Esto prueba que todos somos chilenos y que las diferencias tienen que terminar,
y confío que sea pronto -dijo el oficial, evidentemente golpeado por el hecho.
Hechos como el señalado, las noticias que de una u otra forma llegaban sobre
muertes y torturas, abusos incalificables, dramas familiares, conformaban un
cuadro de fuerte emotividad que apenas si conseguía ocultarse detrás de las
bromas y las diversas formas inventadas para entretenerse y matar el tiempo.
-Nunca sentí más admiración por nuestra clase obrera... Ese compañero estaba
molido a golpes, pero me alcanzó a decir, antes que me sacaran de la celda: "Si
me llevan para Chacabuco, allá nos vemos, compañero... Si me largan, dígales a
los compañeros que seguiremos haciendo lo que podamos por su libertad..."
-Esta fortaleza y claridad de nuestra clase obrera no podrán ser destruidas jamás
por el fascismo.. .No, compañeros... ese obrero de Antofagasta era un cuadro
auténtico de base, educado por su partido, convencido de que no hay más camino
que la lucha y que la lucha será dura, pero que hay que darla, que al final
venceremos.
Esa noche, la tertulia junto al café giró en torno a la historia de nuestro movimiento
obrero, de los tiempos de Recabarren, de aquellos años cuando ser socialista o
comunista era en sí una sentencia al despido, al hambre, a la cárcel y al
exterminio.
-Me emociona -decía un joven socialista- ver a los viejos dirigentes obreros; son
los más serenos, hablan poco, siempre modestos; escuchan las pláticas de los
intelectuales y rara vez intervienen, pero en su inmensa mayoría están intactos,
serenos seguros de que están librando otra batalla; es la calidad insuperable de la
clase obrera con conciencia de clase, con experiencia de lucha.
-Es cierto, camarada -agregó un profesor de Santiago. Esa es la base granítica del
movimiento popular chileno, żrecuerdan ustedes a esos compañeros de
Valparaíso que estuvieron un tiempo aquí en Chacabuco? Había unos
condenados a cadena perpetua, otros a veinticinco años de cárcel, y estaban
serenos y confiados en el porvenir. Un viejo portuario me dijo una tarde, con una
seguridad increíble: "żPor qué desesperarse por una cadena perpetua o por
veinticinco años de cárcel, si estos 'milicos' de mierda no durarán tres años? El
capitalismo se hunde en el mundo entero en un pozo sin fin... Tres o cinco años
presos no son nada en la lucha de la clase obrera, sobre todo cuando estamos en
víspera del derrumbe final del capitalismo." Otro compañero de Lota me dijo, un
día que me vio muy triste y desanimado: "El com- pañero Allende no murió para
que se nos cayeran los pantalones, sino para enseñarnos a cumplir nuestro deber
revolucionario, porque el socialismo no lo regala nadie, porque no hay otro camino
que la lucha.. . ĄArriba ese ánimo! żNo sabe lo que está pasando en Portugal,
Francia, Italia, España, Grecia, Perú? ĄLa cosa se está poniendo brava en todas
partes; derrota en Chile, pero se avanza en muchos países; no olvide, compañero,
que nuestra lucha es internacional!"
4. En esta comisión tuvieron una destacada dirección Galo Gómez y Manuel Cabieses y
colaboraron, entre otros, Mario Benavente, Eugenio García, Javier Vargas, Máximo Antonioletti y el
autor de este libro. En las actividades artísticas, recordamos a: Rafael H. Salas; Juan C. Saez;
Hugo Valenzuela; Sergio Lidid; Emilio Cisternas; Jorge Valdés; Luis Cabezas; José Becerra;
Román; Acuña y Figueroa, Servando Becerra; Rodolfo Harding. En el periodismo, a Alberto
Gamboa y a Franklin Quevedo
5. Entre los integrantes del "Conjunto Chacabuco", que fueron muchos, recordamos a: Joselesky,
Ipinza, Canto, Vega y Cifuentes. La actividad coral tuvo como principales animadores a Iván
Quezada y Nazim Pualuam.
6. Véase informe del director de la escuela, Patricio Corvalán Carrera, presentado a la Tercera
Reunión Internacional Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar de Chile, México, febrero.
1975.
8. El secretario del obispo Ariztía, Francisco Ruiz, se encuentro actualmente detenido en Ritoque.
9. En ese liceo nocturno laboramos sucesivas generaciones de estudiantes sin recibir más estímulo
que la satisfacción de traducir nuestro compromiso político en una comunicación viva y fecunda
con los trabajadores. Uno de los sucesores más brillantes de José Tohá en la rectoría, fue Jorge
Tapia Valdés, compañero suyo en el gabinete de Salvador Allende y luego en la prisión de
Dawson.
10. Carta a Moy de Tohá, Buenos Aires, 29 de agosto de 1974. Publicada en Chile Democrático,
órgano oficial de la izquierda chilena, núm. 14, Roma, noviembre-diciembre, 1974, p. 4.
psicológico, pero se comportaba con ejemplar dignidad. Hidalgo era uno de esos
vapuleados "tecnócratas", tan ingratos a los sectores más "revolucionarios" de la
izquierda chilena, que sin embargo soportó con valentía todos los tormentos. En
Quinquina, Hidalgo conservó una notable tranquilidad:
-Está claro -decía-, que aquí yo apagaré la luz... Bajo la presión de la Cruz Roja
Internacional, los marinos debieron instalar pozos sépticos para resolver el grave
problema higiénico que atormentaba a los prisioneros. Como parte de nuestra
humillación diaria, había que utilizar esos pozos sépticos sobre los que se
instalaban tres asientos en una misma casucha. La falta de privacidad para
realizar la más elemental necesidad biológica del hombre, además de la
podredumbre de todo el sistema, fue en los primeros días una fuerte barrera
psicológica.
-Lo que son las cosas, compañero -le dijo el campesino-; me estoy acordando que
viajé tres veces a Santiago para tratar de hablar con usted cuando era ministro y
yo dirigente sindical y no me pudo recibir... ﹖upieran los compañeros que ahora
hasta cago junto a usted...! 燄e que el golpe tiene también sus cosas buenas... ?
Carlos era un profesor inquieto, deseoso de darle a la vida escolar una motivación
que rompiera con la rutina tradicional. El año anterior recibió el consejo de
profesores de su escuela la tarea de preparar la conmemoración histórica del 21
de mayo, Día de las Glorias Navales de Chile. Movido por su espíritu innovador,
se dispuso a preparar una representación dramática de aquella epopeya. Ante la
penuria de recursos didácticos de su escuela y la generalizada pobreza de sus
alumnos, casi todos hijos de modestos campesinos, se dirigió a la Base Naval de
Talca-huano para solicitar alguna colaboración.
-Hay aquí muchos uniformes dados de baja, profesor -le señaló un oficial-, y
puede usted llevarse los materiales que necesita... Lo felicito, así se desarrolla el
espíritu patriótico en los niños chilenos... Muy bien, profesor...
Ya en la isla, el hombre vivió días muy difíciles. El cargo que se le hacía daba para
ser llevado a consejo de guerra y fusilado. Su situación era extremadamente
delicada, ya que rara vez existía la posibilidad de dar alguna explicación a los
interrogadores, cuando la detención se vinculaba a acciones armadas. Nunca
supe qué pasó con este profesor, cuya innovación pedagógica lo metió en un lío
del cual no sé si salió vivo o muerto.
El hombre, que no venía con el cuerpo muy bueno, más torpe que de costumbre,
no podía encontrar la bomba para extraer el vino y comenzó a gritar: "澳ónde
escondieron la bomba...? 澳ónde está la bomba...? 熹uién tomó la bomba... ?" En
ese instante pasaba por la calle un vehículo militar. Al oír mencionar la palabra
"bomba", se detuvo bruscamente. Un piquete de soldados irrumpió violentamente
en la bodega y en un abrir y cerrar de ojos sacaron al hombre de nuestro relato a
la calle.
Los días pasaban y el hombre parecía abrumado. Algunos pensaban que la falta
del "cañonazo" diario de tinto lo atormentaba más que las tensiones políticas que
inundaban el gimnasio. Como los chilenos somos bastante dados al humor negro,
no faltaron los prisioneros que se le acercaban y le preguntaban:
-Amigo... 盥e qué partido es usted?. ., El hombre contestaba:
-Yo no tengo na'que ver con política... Yo no tengo na'que hacer con ustedes...
La broma macabra tuvo, sin embargo, su efecto positivo. Los marineros, que
comenzaron a participar de la broma, se convencieron de que este singular
"prisionero de guerra" los estaba poniendo en ridículo, y como de vez en cuando
los militares chilenos se sienten ridículos con sus medidas, declararon,
solemnemente, que aquel hombrecito anónimo "no era un extremista" y fue puesto
en libertad.
Un "paco" salomónico
Dos individuos caminaban con rumbo diferente, acelerando el paso. Se les había
venido la hora del toque de queda y no tenían sino dos o tres minutos para llegar a
sus casas. De pronto, se detuvo bruscamente un furgón de carabineros:
-,lto ahí! ‥evanten las manos! ‥os pilló el toque de queda, huevones, arriba del
furgón... van a pasar una noche de oro junto con los extremistas!...
Los dos hombres se habían aproximado al furgón con las manos en alto. Uno trató
de mostrar su reloj afirmando que le quedaban todavía algunos minutos.
-﹔ué caga de reloj tenis, conchas de tu madre... ya son las 9 de la noche y no hay
más que hablar...
En el interior, iban unos cinco o seis hombres más y una mujer. Todos habían sido
golpeados bajo la acusación de estar realizando reuniones políticas del MIR... Sin
embargo, no eran más que sencillos vecinos de una población popular, detenidos
en el interior del templo de su iglesia pentecostal. Uno de los hombres era el
pastor, y la mujer su esposa. Al arribar a la Cuarta Comisaría de Carabineros, la
carga de prisioneros fue dejada en la vereda y recibida por una pareja de
carabineros que burlonamente gritaba:
-Sigue llegando gente al baile... Adelante, caballeros... Ya van a ver cómo bailan
con la picana eléctrica... En el interior, el grupo fue agregado a una masa de
prisioneros que permanecían "a granel" en las dependencias de la comisaría.
Pasaron toda la noche en los pasillos y patios interiores.
A la mañana siguiente, los prisioneros fueron puestos en fila, fichados y separados
en varios grupos: algunos fueron dejados en libertad sin mayor trámite, otros
sacados con rumbo desconocido; los menos, trasladados a la Quiriquina. Al hacer
la clasificación de prisioneros, como siempre, hubo todo tipo de arbitrariedades y
confusiones. Cuando les tocó el turno a nuestros amigos sorprendidos por el toque
de queda, se produjo un hecho insólito: los carabineros no aceptaron sus
explicaciones y uno de ellos fue categórico:
-Ahora todos los huevones han caído por toque de queda... invéntense una
película nueva, tenemos cara pero no somos... ‧n la isla van a repetirles los
marinos el cuento del toque de queda...
-·ero, mi sargento... le juro que a mí y al señor nos tomaron anoche por toque de
queda... Yo no soy político ... Se lo puedo demostrar...
-Así que ni siquiera cumplías con la ley, conchas de tu madre... Tenías que votar...
Claro que no por los marxistas, ésos estaban pagados por Fidel Castro...
Siguió un tira y afloja entre los dos hombres y los "pacos", hasta que un sargento
que dirigía el equipo se paró y con voz tronante cortó la discusión:
-﹖e acabó la discusión señores... Aquí vamos a ser justos, para que no alegue
nadie, fícheme a uno como militante del MIR y al otro póngale Patria y Libertad...
Así no se llenarán el hocico diciendo que Carabineros es parcial... ︳a, a la isla los
dos, uno por el MIR y otro por Patria y Libertad...! ﹖e acabó la fiesta... Vamos
andando...!
-‧stás envenenado de marxismo, carajo -le decía un "paco" (1) mientras ponía
parafina y fuego a los libros que pronto ardían en la vereda.
En medio del desorden creado por la búsqueda de armas y libros, quedó sobre un
sillón la célebre novela revolucionaria, Así se templó el acero, del escritor ruso
Nikolai Ostrovski. Uno de los policías tomó el libro y con él en la mano, increpó
duramente a Francisco:
Guerrilleros en Nahuelhuta
La columna militar llegó hasta el estadio Regional escoltando el jeep en el que los
traían, maniatados y amordazados. Los campesinos no atinaban a comprender
qué estaba pasando con ellos.
-,quí, carajos, tienen que cantar todo...! 燈yeron? Al que no cante se le parte la
cabeza de un tiro... Ya, vamos cantando... Comienza tú.
Uno de los hombres, a quien se dirigían las gruesas palabras del interrogador,
sintiendo que no le quedaba más que obedecer, respiró hondo y comenzó a
cantar:
Mataron a la paloma...
Pasaron algunos minutos. Uno de los militares salió de la cámara de torturas para
ir a dar cuenta a sus jefes de la clase de individuos que tenían capturados como
presuntos guerrilleros.
Pronto llegó un jefe del SIM, que al parecer no estaba para bromas.
Esta vez, no hubo risas. El jefe, digno de su jerarquía, que se esmeraba de hacer
respetar escrupulosamente, máxime ahora, en "tiempo de guerra", montó en
cólera y gritó destempladamente:
-﹔ué van a ser guerrilleros estos huevones... 熹uién los trajo... ? 澧ómo se les
ocurre... ?; Vayanse a la misma mierda y no vengan a hacer perder el tiempo!
De inmediato procedió a lanzar fuera de la sala a uno de los hombres, pateándolo
brutalmente.
-﹖aquen estas mierdas de aquí! -gritaba como loco, mientras sus ayudantes se
lanzaban sobre el par de infelices. Los golpeaban mientras tomados de los pies
eran arrastrados hasta tirarlos al interior del estadio.
-Creen que aquí no hay nada que hacer que traen 'huevones' como éstos; den
gracias que no les meto veinte tiros de una vez para acabar con ellos... Los
huevones nos hacen movilizar tanques, camiones, aviones y después resultan ser
unas mierdas... ﹖í, son unas mierdas!...
Los pobres campesinos quedaron tendidos sobre el césped del estadio. Al día
siguiente, fueron lanzados a la calle sin explicación alguna. Fue como si
despertaran de una pesadilla. Pero no era todo: estaban a casi 200 kilómetros de
sus hogares, sin un centavo, muertos de hambre, maltratados y confundidos...
熹ué estaba pasando en Chile? Los hombres no entendían lo que era vivir en
tiempo de guerra.
澴ap o Gap?
-澳ónde trabajas?
-Instructor de jap.
(Las jap eran las Juntas de Abastecimiento y Precios, creadas por el gobierno de
Allende para organizar la lucha contra la especulación, el mercado negro y
asegurar un adecuado abastecimiento popular.)
-, la isla con este gap, son los más peligrosos! -gritó el teniente. (Sus miembros
conformaban la guardia privada del presidente Allende y eran las presas
preferidas de los militares.)
-A la isla con este cabrón... 】ap y gap son la misma huevada! -seguía gritando el
teniente. (2)
Un marxista profundo
En la comisaría de Cabrero, una aldea campesina cercana a Concepción, se
interroga a Pedro Vázquez Peralta, un muchacho campesino de 17 años. Un
sargento se pasea fumando mientras lo interroga. A poca distancia, un cabo está
instalado frente a una máquina de escribir, llenando la ficha del detenido.
-燕or qué eres socialista, si no sabes dónde estás parado, estúpido? -prosiguió
interrogándolo, el sargento.
Don Juan era un viejo campesino de unos 60 años, a quien se había detenido
como un "peligroso agitador" el mismo 11 de septiembre, en el fundo donde
trabajaba. Don Juan apenas si sabía dibujar su nombre y no tenía sino una vaga
simpatía por la UP, o "el partido de Allende", como le gustaba decir. En manos del
Servicio de Inteligencia Militar, debía declarar su filiación política antes de
someterse al "hábil interrogatorio".
-﹖oy de la UP! -respondía don Juan, mientras sus manos hacían girar su gastado
sombrero de paja a la altura de las rodillas.
-﹐ira, viejo huevón, o nos dices de qué partido eres o te meteré todas las balas de
este revólver en el cuerpo!
-﹐ira, viejo huevón, escucha bien!, 瞠res socialista, comunista, radical?, de cuál
partido, 瞠ntiendes...?
-﹖eñor, yo soy del partido de Allende! Sobre el pobre viejo se descargó una jauría
de militares que lo golpearon sin piedad durante más de media hora. Como pudo,
se paró y fue a quejarse junto al resto de los prisioneros del estadio.
Días después, la escena volvió a repetirse. Don Juan estaba muy lejos de
comprender el sentido de lo que se le preguntara. Para él, Allende era su bandera
y su esperanza y no entendía que hubiese varios partidos con los variados
nombres que se le indicaban. Para don Juan todos los seguidores de Allende eran
la Unidad Popular, y nada más... Cuando fue llamado por tercera vez a
interrogatorio, el pobre hombre caminaba espantado. Sabía lo que le esperaba.
Pero, 盧ómo contestar?, él no sabía nada de socialistas, comunistas, radicales y
otras denominaciones ... Pero se le exigía una definición... 熹ué hacer?... Alguien
se acercó a don Juan y le aconsejó:
Don Juan estuvo pronto otra vez frente a los acuciosos investigadores del "Plan
Zeta":
-澳e qué partido eres, viejo conchas de tu madre...? Ahora vas a contestar de una
vez... No vamos a perder un solo minuto... Ya, 盥e qué partido eres...?
-。omunista eras, viejo cabrón! Ahora vas a ver lo que es bueno... 澳ónde está
Solís? -Tomás Solís era el jefe regional del Partido Comunista en Concepción, ex
parlamentario, un hombre de gran arraigo en la masa popular y por ello, "pieza
vital" para la escalada represiva.
La verdad es que don Juan jamás había tenido contacto alguno con Solís y mal
podía saber nada de su paradero. De nada valieron sus razones, el hombre fue
molido a palos hasta que sus verdugos se saciaron. 熹ué pasó finalmente con don
Juan? Nunca lo supe.
Lógica militar
Juan Quintana llevaba alrededor de 10 meses detenido. Había llegado del Estadio
Nacional a Chacabuco, luego de pasar algunas semanas en el Estadio Chile. A
esta altura, apenas si quedaba una huella en su cuerpo de la paliza que recibiera,
por partida doble, en ambos campos deportivos.
-Señora... -le explicó el oficial, con un tono cortés-, contra su marido no hay ningún
cargo... No tiene proceso..., está en calidad de detenido preventivo... Hay que
tener paciencia...
-Pero, señora, 積o le estoy diciendo que contra su marido no hay ningún cargo?
En estas condiciones, 盧ómo quiere que le demos arresto domiciliario? Eso sería
darle su casa por cárcel y no nos es posible cuando no existen acusaciones contra
él..., sería privarlo arbitrariamente de la libertad y usted sabe cómo se reclama el
imperio de los derechos humanos... No, señora, está claro; su marido es un
detenido preventivo en virtud del estado de sitio y usted debe estar tranquila, ya
que no irá a proceso; se ha investigado bastante y no hay cargo alguno contra él...
激stá claro?
Doña María quedó absolutamente turbada. 熹ué había propuesto contra su marido
a quien los militares declaraban inocente? Totalmente confundida se retiró de la
oficina con una rara sensación de haber estado a punto de perjudicar a su marido:
"...Sería darle su casa por cárcel cuando no existen acusaciones contra él..." La
lógica militar era implacable.
En eso, su vista chocó con los titulares de uno de los periódicos de la Junta: "En
Chile no hay presos políticos, declaró el general Bonilla."
Un destacado economista chileno que trabajaba en el Banco Central, para los días
del golpe contaba cuánto debió soportar bajo los apremios del SIM. Lejos de los
acontecimientos, mi amigo se moría de la risa recordando aquellas estúpidas
sesiones del Estadio Nacional:
-Me pegaron hasta que se cansaron... -relataba-, hasta que decidieron someterme
al "hábil interrogatorio".
-Deja de hablar huevadas, conchas de tu madre... Dime dónde está el oro..., el oro
que se robó la Unidad Popular. .ónde está el oro, carajo! .ónde está el oro...!
-Tres años.
-,sí que estás envenenado hasta los huesos con el marxismo, la revolución y
todas esas huevadas de Fidel Castro...! .esnúdate, conchas de tu madre!... ,quí
vamos a ver cuánto aprendiste en Cuba!...
-,hora baila, carajo...! 、aílate un "cha cha cha" de esos que aprendiste en la
isla... Ya... No te vengas a hacer el culijunto... Vamos, bailando...
-–as a bailar o no, carajo! -gritó un agente lanzándole un violento puntapié. Ya,
menéate, mierda... menéate... ︸ale... dale... dale...!
-﹑o vis que sabís bailar, carajo... Dale más, dale más, más ritmo..., más
movimiento..., suelta las caderas..., dale..., así..., así..., 〈ué bien!
-,hora canta, huevón..., canta..., cántate un "cha cha cha"... 。ómo no te vas a
acordar de alguna letrita cubana!
En eso, se vino a la mente de nuestro amigo el eco de una melodía que alguna
vez había escuchado en alguna parte y comenzó lentamente a entonarla:
-︳a está bueno... No vis que no era tan difícil...! Ahora nos vas a contar la firme:
︸ónde está el oro...! .ónde escondieron el oro que se robaron en el Banco
Central... Dinos de una vez, que te podís ir cortao...
Justicia divina
divina existe. Como se sabe, las violaciones eran una práctica generalizada en los
centros de detenciones y en los allanamientos a domicilios privados.
-燙u hija no es marxista, señora? ﹔ué reclama entonces, los marxistas son
partidarios del amor libre..., de qué se queja entonces...!
Una noche, una pareja de carabineros allanó un domicilio en uno de los barrios
distinguidos de Santiago. Se había denunciado a una dama, que vivía sola, de
"recibir extrañas visitas a altas horas de la noche". Los carabineros irrumpieron en
la lujosa habitación y se encontraron frente a una bella mujer que apenas había
alcanzado a ponerse una bata de levantarse.
Las fieras se lanzaron sobre la mujer y abusaron con ella. Luego se retiraron
felices de esta nueva "victoria militar" contra el marxismo-leninismo. A las cuarenta
y ocho horas, los carabineros fueron arrestados por orden superior. 熹ue había
pasado? Simplemente un error. Una lamentable confusión que no es posible
perdonar en "tiempo de guerra": la dama violada era amante de uno de los
generales de Carabineros que figuran entre los cabecillas del fascismo. Los
carabineros fueron llevados a la cárcel y metidos con los delincuentes comunes,
quienes, como es tradición, procedieron a violar a los carabineros. La infortunada
pareja policial fue retirada de esa ingrata compañía de malhechores y metida en
una dependencia donde se recluían presos políticos.
Notas:
2. La oposición llamaba "Grupo de Amigos Personales", GAP, a la guardia del presidente Allende,
y centró contra ella una intensa propaganda. La guardia fue creada para la protección del
Presidente ante la ola de atentados terroristas que se desató inmediatamente de su victoria en
1970. La mayoría de estos compañeros fueron asesinados por los fascistas.
Entre nosotros había una extraña mezcla de alegría y amargura: ĄCómo no sentir
la emoción del retorno al hogar, a la libertad, al reencuentro con el mundo...!
ĄCómo no sentir un verdadero desgarramiento al dejar ahí, enterrada en la arena
una parte de la vida tan intensamente vivida, amistades que serán eternas porque
se forjaron en el yunque de los hechos indesmentibles, lealtades brotadas de la
sangre y el miedo en común, promesas surgidas de experiencias analizadas día a
día, hora a hora, minuto a minuto... Al caer la tarde, nuestro avión aterrizó en
Santiago. Al tocar tierra, fuimos rodeados por carabineros que nos apuntaban
ebrios de odio y atentos al primer pretexto para descargar sus ametralladoras.
Fuimos trasladados en buses hasta la prisión de Tres Álamos, en un barrio de
Santiago. En cada bus iban carabineros armados que nos exigieron absoluto
silencio y mantener las manos puestas sobre la parte superior del asiento
delantero.
Sin decirnos nada, se nos hizo formar y salir con nuestros bultos a la calle.
(."Estábamos libres? Al parecer sí, pero, no aplicarían una vez más la ley fuga?
Dos compañeros fuimos comisionados para aclarar la situación con los
carabineros que montaban guardia en la puerta principal de Tres Alamos:
-ĄEstán libres, hijos de puta... Si no se van luego los vamos a volver a agarrar...
Largúense, carajos... Después del 11 van a volver a tomarse unas vacaciones
bien bailadas... -fue la respuesta de uno de los carabineros de la guardia.
Durante el viaje, hicimos todo lo posible para evitar que el resto de los pasajeros
se diera cuenta de quiénes éramos. Se nos había advertido que en trenes y buses
viajan agentes del SIM con el oído atento a cualquier conversación "sospechosa"
Al amanecer estábamos en Concepción. A poco rato, tocando las puertas de
nuestros hogares, y pronto, frente a nuestras esposas e hijos, radiantes de alegría
y emoción.
A las pocas horas, abandonaba a Concepción. Era claro que no podía arriesgar
una nueva detención recibiendo mucha gente en mi casa, además estaba
advertido que disponía de una "libertad" limitada para preparar mi salida al
exterior. En "tiempo de guerra", cualquier visita era sospechosa. Viajé a Santiago y
a los pocos días había logrado comunicarme con el partido. Supe que el comité
central, pese a las condiciones extremadamente duras de la represión, trabajaban
en la reagrupación de la militancia e impartían orientación para los diversos frentes
de actividad.
-No podemos irnos todos -decían-, hay que dar aquí la pelea principal; las
embajadas no pueden ser el principal objetivo de un revolucionario en apuro... Es
justo que la gente se asile, pero con arreglo a la disciplina del partido y
considerando la responsabilidad que cada uno tiene.
La reja quedó atrás pero con nosotros salió al exterior parte de la tragedia de
nuestro pueblo avasallado. Se abrió el ancho campo de la solidaridad internacional
para rehacer nuestras vidas, y también nuevas tareas de lucha. Cumplirlas con los
ojos puestos en Chile, en los miles de compatriotas que sufren, tras las rejas del
fascismo, indecibles martirios; en los bravos camaradas que se juegan la vida en
la lucha clandestina; nos hará dignos de sus esperanzas y de la luminosa herencia
moral y político del más grande y consecuente de los revolucionarios chilenos:
Salvador Allende.