Вы находитесь на странице: 1из 78

Prisión en chile

Alejandro Witker
Fondo de Cultura Económica
México 1975

Indice
Prólogo

Introducción

1. Pesadilla en la
isla
2. La revancha de
los
terratenientes
3. El golpe en la
Universidad
4. La batalla de
los murales
5. Navidad en el
estadio
6. Chacabuco:
regreso al
origen
7. Locura en
tiempo de
guerra
8. La reja quedó
atrás

A Helia, mi compañera
PRÓLOGO

Me cuesta, me duele escribir este prólogo porque inexorablemente nos hace, a pesar de la
distancia, estar más cerca de tanto compañero que quedó en el camino del asesinato, que no abrió
la boca, que no denunció a nadie, que murió en la dignidad del hombre, del combatiente, del
revolucionario; porque volvemos de alguna manera a convivir con quienes dejamos en los campos
de concentración del largo peregrinar y cuando todavía cientos, miles de ellos siguen poblando las
celdas de la jauría fascista.

No es fácil hacerlo; es como escribir sobre uno mismo al recordar tantas cosas, pero es bueno
hacerlo; cada minuto, cada hora, recordar a cada uno de tantos compañeros que no conocíamos,
que no habíamos visto nunca, que no sabíamos quiénes eran y que terminaron siendo nuestros
hermanos, nuestros compañeros, camaradas del gran combate por días mejores para Chile y su
pueblo. Cada línea, cada página que ha escrito Alejandro Witker, amigo, camarada de mil jornadas
en la Universidad, el partido y los campos de concentración, trae a mi mente mil y una vivencias de
los duros, amargos y combatientes días que compartimos juntos en la gloriosa y estupenda
compañía de innumerables hermanos: hermanos de la solidaridad y la unidad; del pueblo y el
socialismo; del canto y la esperanza; de la lealtad y el valor; de la causa socialista y la revolución.
Larga era la caravana humana que en 1973 y 1974 recorrió, casi Chile entero, en autobús, avión,
barco, tren, a pie, para ser huésped de cuanto campo de concentración levantaron con la fuerza de
su odio de clase la burguesía y el imperialismo, usando como sucios e inmundos peones a unos
traidores que vistiendo el uniforme de 0'Higgins mancillaron, humillaron y vejaron a la patria.

Este libro de Alejandro Witker relata con amenidad, en trazos que marcan con hondura, lo que fue
la vida en los campos de concentración que le tocó recorrer. En páginas claras y limpias, plenas de
honestidad política, de lealtad al partido, al pueblo y su clase obrera, señala cuál fue el
comportamiento de los compañeros, cómo actuaban los militares golpistas, cuál era el carácter de
nuestras conversaciones, cómo recibíamos las malas noticias, cómo vivíamos, cuál era nuestra
organización como prisioneros, las actividades culturales, deportivas, los interrogatorios, el
testimonio de cientos de compañeros. Este libro contiene páginas que pasan a la historia de la
gran lucha de nuestro pueblo, que en un día cercano dará la batalla definitiva para recuperar a
Chile de un régimen que ha merecido el repudio por sus atrocidades y crímenes.

Alejandro Witker realizó sus estudios de Historia en la Universidad de Concepción, donde fue mi
alumno en la Facultad de Filosofía y Educación. En 1964 realizó estudios especializados en El
Colegio de México, y en. 1967 en el Instituto para la Integración de América Latina, de Buenos
Aires. Su labor en la docencia y la difusión cultural es vasta y rica en realizaciones: profesor de
Historia Social de América Latina en la Universidad de Chile, director del Consejo de Difusión de la
Universidad de Concepción, colaborador permanente de diarios y revistas, autor de diversos
trabajos académicos y políticos. Militante desde sus años juveniles del Partido Socialista de Chile,
ha trabajado intensamente en la organización, especialmente en el campo de la educación política,
y ha tenido responsabilidades directivas en el Instituto Chileno Cubano de Cultura y en el
Movimiento Chileno por la Paz. Ha visitado a Cuba en 1962 y 1973 y en ese último año representó
a Chile en la Reunión Preparatoria del Congreso Mundial de Fuerzas de Paz, en Moscú, donde fue
elegido presidente de la Comisión Latinoamericana.

Witker, en los campos de concentración, en esos círculos del infierno, como diría Gonzalo Rojas,
probó la calidad y el temple del militante socialista, forjado en años de lucha junto al obrero,
campesino, estudiante e intelectual de nuestro pueblo. Compañero en las jornadas de isla
Quinquina, del estadio Regional de Concepción y de Chacabuco, todas ellas excelentemente
descritas en su libro. Charlista y profesor en la escuela original y fructífera del desierto que dimos
vida en el campo de Chacabuco, y miembro de la Comisión de Arte y Cultura del mismo, de la que
fui presidente cuando ese gran amigo y combatiente revolucionario, Manuel Cabieses, ocupó el
cargo de jefe del Consejo de Ancianos de ese campo. De Alejandro nos separamos el mes de
septiembre de 1974, sin saber si nos volveríamos a ver. Con otros compañeros seguimos camino
al campo de Melinka y posteriormente a Tres Alamos. Terminamos encontrándonos en la tierra
generosa de México en diciembre pasado, para después vernos rodeados de un grupo importante
de compañeros, hombres del Sur y la lluvia, provincianos, que supieron de cada uno de los vivos y
dramáticos relatos que contiene este libro.

El autor ha cumplido en este libro, con creces, la palabra empeñada un día en la isla Quinquina a
ese gran compañero y amigo asesinado, Fernando Álvarez, de decir en alguna forma, de
denunciar los horrores de los campos de concentración cometidos por los fascistas. Witker ha
tomado su pluma con toda la autoridad moral que le da una vida de lealtad a la causa socialista y
su comportamiento en los campos de concentración. Su trabajo, realizado con un estilo ágil y
periodístico, es un aporte significativo al partido, al movimiento popular y a la unidad de las fuerzas
de izquierda. Unidad forjada en el duro yunque de la represión, del asesinato, la tortura, el
atropello, el vejamen y la villanía sin límites. En suma, unidad forjada con la sangre de nuestros
gloriosos héroes, que tienen su más alta expresión en el ejemplo de lealtad y acción revolucionaria
de Salvador Allende. Libro pleno de calor humano que muestra una parte de la tragedia de nuestro
pueblo; pero lleno de fe, esperanza y espíritu de combate. Libro que muestra la grandeza heroica
de nuestro pueblo, que señala a fuego la diferencia entre el verbalismo revolucionario y la
verdadera y auténtica postura del militante fundido en la clase, y que por sobre poses o frases
ditirámbicas supo en el momento dónde se pone a prueba la lealtad a la ideología, a la clase, al
partido; tener la actitud que corresponde a un militante revolucionario.

Decía que no me era fácil escribir este prólogo, pues al hablar de nosotros mismos se corre el
riesgo de hacer autoalabanza. Pero no; nada de eso hay en este prólogo ni en el contenido del
libro de Witker. Se trata de exaltar nuestros valores, de ponderar toda la riqueza humana y política
que poseemos para derrotar a la Junta y hacer socialista a Chile. Esos valores están en miles de
compañeros, magníficos combatientes, hombres y mujeres, muchos de los cuales no fueron
habitantes de los campos de concentración. Que nadie vea diferencias, que se eleve el espíritu
unitario. ¿Quién puede ser juez? Difícil, después de la derrota que la burguesía y el imperialismo
nos ha infligido. Derrotados, pero no aniquilados. La única diferencia es que algunos han sufrido
más que otros, que su dolor y su pena son inmensos; pero a todos nos une el partido, sus rojos
estandartes, una vida entregada a la causa del pueblo; la decisión de recuperar sus conquistas
más preciadas y seguir avanzando, de cumplir la tarea de la solidaridad y unidad con las fuerzas
que representan y defienden los intereses de nuestro pueblo.

Está cercano el día en que volveremos a transitar por los caminos polvorientos de la patria; que la
lluvia y el viento del Sur golpeará nuestros rostros; que manos hermanas volverán a juntarse bajo
el sol luminoso de Chile, para entonar himnos de victoria; para construir el Chile socialista bajo la
mirada señera y vigilante de nuestros heroicos mártires, volverán las rojas insignias del pueblo a
empinarse en el alto de los mástiles junto al tricolor patrio; volveremos a dar a Chile el respeto y
consideración que se merece en el concierto internacional; volverá la tierra a ser del campesino, la
fábrica del obrero, la mina del minero, el pescador amasará la riqueza del mar, la educación no
será un privilegio, el intelectual y el artista tendrán libertad para crear, el funcionario público, el
empleado, vivirán la dignidad del hombre pleno; el pueblo todo con sus organizaciones conducirá a
Chile a los más altos escalones de la libertad y democracia proletarias; volveremos a iniciar la
marcha, corregiremos errores, seremos más lúcidos y firmes con la dura experiencia vivida,
volveremos a trabajar y a soñar por Chile.

El autor ha cumplido un compromiso más, contraído entre alambradas y metralletas, pero cobijado
por el cariño y afecto de miles de hermanos de prisión. En su libro está el relato palpitante, parte de
la vida y la historia de nuestro pueblo. Que su lectura nos incite a honrar, a los que cayeron, con la
unidad, la autocrítica creadora, el compromiso de seguir la lucha.

¡Adelante en el combate, la resistencia y la solidaridad!

¡Arriba los corazones! Mañana, Chile amanece.

Los niños lloraban espantados. Uno había sido sacado de la cama y despertado
con una metralleta en la cara y el otro había sido empujado sobre un muro. Los
ruegos de mi mujer para un trato más considerado con los niños habían sido
apagados por un vendaval de groserías y amenazas de la mayor cobardía. Pude
advertir que en los dormitorios otros policías estaban buscando las "armas
cubanas", por las que insistentemente me preguntaba el oficial.

-¡Parece que no hay armas. . .! -se escuchó decir en voz alta desde uno de los
dormitorios. Pronto estuvieron en el salón los cuatro carabineros frente a su oficial.
¡Hay que llevarse estos libros. . . hay que quemar esta basura marxista.. .
Busquen maletas, bolsas, y comiencen a retirarlos .. . con estos libros se han
envenenado ustedes y envenenan a otra gente. . . Esto se acabó, señores. . . no
más socialismo ni comunismo. . .!
Se llevaron unos 1 500 volúmenes. Ardieron en la hoguera los 16 tomos de
la Historia de Chile, de Barros Arana; las Obras escogidas, de José Martí;
las Obras completas, de Neruda, novelas de García Márquez y Alejo Carpentier,
centenares de textos de economía, historia, política y filosofía; archivos de prensa
y personales, ficheros, cintas magnetofónicas, discos, etc.

-¡Vamos andando, profesor -exclamó el oficial-; lleve ropa de abrigo, porque va a


tener vacaciones largas. .. Apúrese, que no estamos para perder el tiempo...
todavía nos quedan otros pájaros que agarrar. . .!

A los pocos minutos abordaba el vehículo policial estacionado frente a mi casa.


Tuve que sentarme sobre mis libros, que colmaban el espacio. Traté de mirar por
la ventanilla hacia el cuarto piso del edificio donde habían quedado mi mujer y mis
hijos sollozando, cuando bruscamente un carabinero me recordó en el castizo
lenguaje policial que estaba detenido.

Mientras el vehículo se desplazaba, uno de los policías clavó sus ojos sobre un
libro cuya portada estaba en la superficie. Inevitablemente mi atención se fijó en el
mismo objetivo. El carabinero, al darse cuenta de la situación, comentó a uno de
sus colegas, con aire doctoral:

-Eso es lo que tiene podrido a Chile.. . la política -señalando el libro con el dedo.
Era La política de Aristóteles.

Recordé al instante aquel célebre pasaje del maestro en el que discurre sobre la
sociabilidad del hombre: El hombre es un animal político, vive agrupado para
satisfacer mejor sus necesidades; sólo los dioses y los brutos están al margen de
la organización social, unos porque no tienen necesidades y otros porque no
tienen conciencia de sus necesidades, de ahí la legitimidad de su apoliticismo.
Miré los rostros de mis aprehensores: era evidente que no tenían cara de dioses. .
.

Llegamos a la Cuarta Comisaría de Carabineros. Reinaba una febril actividad.


Gente entraba y salía bajo el control policial; los vehículos se agolpaban frente al
edificio. En el interior, un verdadero caos: órdenes policiales a toda voz, golpes de
botas sobre el pavimento, puertas que se abrían y cerraban con violencia, y de
fondo, el gemido sobrecogedor de los torturados. En el patio interior de la
comisaría, bibliotecas enteras ardían en la hoguera. Las llamas consumían libros,
documentos, libros inéditos, archivos, cintas magnetofónicas, fotografías,
periódicos, carteles, etc. Sobre el fuego fueron lanzados muchos estudiantes,
algunos de los cuales quedaron con sus rostros desfigurados por las quemaduras.
Un oficial estimó que bien podían pasar al patrimonio privado de algunos
carabineros libros "no comprometidos", como diccionarios y enciclopedias, y se
dispuso que un "censor" revisara los textos antes de ir siendo lanzados a las
llamas.

Uno de los estudiantes que pasó por esa hoguera relataba que presenció una
escena pintoresca: un carabinero tuvo dudas de lanzar un libro al fuego y se lo
pasó al censor. El oficial, muy serio, exclamó:
-¡Los libros de religión no se queman.. .!

El estudiante que estaba junto al oficial pudo ver el titulo de la obra salvada de las
llamas: La sagrada familia, de Marx.

En ese torbellino, mi buena estrella brilló como nunca: se olvidaron de mí por


alrededor de una hora. En eso pasó uno de los carabineros que me habían
detenido y sin decir una palabra me metió a empujones a una sala donde estaban
castigando brutalmente a un grupo de unos diez o doce prisioneros. Pero al
instante en que me introdujeron a la sala, por la otra puerta un oficial ordenaba
evacuar el grupo para pasar otro turno a la tortura. Fingiendo dolor, me sumé al
grupo evacuado y pronto estaba a bordo de un nuevo vehículo policial. Me escapé
milagrosamente del castigo. No conocí un caso de gente que pasara por la Cuarta
Comisaría que no recibiera algún castigo físico, además de variados tipos de
vejaciones morales.

El vehículo se desplazó rápidamente hacia la Prefectura de Investigaciones,


donde bajamos los únicos prisioneros que no sangrábamos. El resto siguió con
rumbo desconocido. En esta prefectura habría de permanecer veinticinco horas en
un calabozo inmundo. Entretanto llegaban y salían prisioneros, pero al parecer en
el recinto no se torturaba. Sin embargo, en celdas vecinas había gente que se
quejaba penosamente. Luego supimos que habían sido brutalmente apaleados por
los carabineros en el momento de su captura o en la Cuarta Comisaría. Por esas
celdas pasaron toda clase de gentes, incluso una pareja de novios, con su cura y
padrinos, culpables de haber seguido la fiesta más allá de la hora del toque de
queda. Al día siguiente, se nos comunicó que seríamos trasladados a la isla
Quiriquina:

-¡Allá va a ser la fiesta, señores! -decía con tono burlón un agente de


Investigaciones que durante toda la noche se dedicó a provocarnos, a diferencia
de otros, tal vez la mayoría, que tuvo una actitud considerada, por lo menos con
nuestro grupo.

Ibamos en el autobús unos cuarenta prisioneros. Se nos conminó a viajar con las
manos puestas en la nuca y en absoluto silencio: "Si se observa algún movimiento
extraño, se disparará de inmediato" -gritaba una y otra vez el oficial encargado de
la operación. Llegamos a la Base Naval de Talcahuano, a una media hora de
Concepción. Fuimos embarcados a la isla Quinquina, lugar en el que habríamos
de permanecer hasta comienzos de diciembre.

A fines de octubre, el capellán de la isla me entregó dos notas oficiales


provenientes de la Universidad Nacional Autónoma de México, en las cuales se
me ofrecía la posibilidad de trabajar en sus actividades académicas. Con cierta
ingenuidad pensé que mi liberación estaba próxima, y en torno a esta posibilidad
surgían conversaciones con algunos compañeros:

-¡Si sales, Alejandro, tienes que denunciar lo que has visto. . . no te puedes
quedar callado. . .! -me decían una y otra vez.
Por obvias razones de seguridad, evitaba formalizar compromisos de esa índole a
oídas de algunos prisioneros desconocidos, entre los que había no pocos
soplones de los militares. En algún momento, asediado por un grupo, dije, al
parecer sin tono convincente:

-Haré lo que pueda... no se preocupen.., algo se podrá hacer.. .

El intendente de Concepción, Fernando Álvarez Castillo, amigo desde nuestros


primeros años de luchas universitarias, me enfrentó con firmeza:

-Tú tienes que hablar, no puedes callar; tienes la obligación moral y política de
hacerlo.. .

Días más tarde, Fernando fue asesinado en la Cuarta Comisaría de Carabineros


de Concepción, hasta donde se le había trasladado para el "hábil interrogatorio".

De la isla Quiriquina fui trasladado con un grupo de prisioneros al estadio regional


de Concepción, y el 18 de enero al campo de concentración de Chacabuco,
instalado por los militares en el desierto de Atacama. La permanente preocupación
por mi suerte de diversas unidades académicas de la Universidad Nacional
Autónoma de México, de El Colegio de México, de la Unión de Universidades de
América Latina (UDUAL) y de la Embajada de la República Federal Alemana me
permitió abandonar la prisión el 7 de septiembre de 1974, y luego viajar al exterior.
El 17 de octubre partí rumbo a México. Estaba abierta la hospitalidad de sus
instituciones académicas de nobles tradiciones y la activa solidaridad de su digno
presidente, Luis Echeverría.

Quedaba atrás una etapa de mi vida, de la que afloraban imágenes sucesivas: los
campesinos de mi provincia, con quienes compartí sus primeros combates por la
tierra y la justicia; los estudiantes de mi Universidad, que siempre marchó a la
vanguardia por la transformación de Chile en una auténtica democracia de
trabajadores; las palabras cariñosas y los pañuelos blancos que nos despidieron
en Chacabuco, las manos amigas que llevaron pan y aliento a mi hogar, mi mujer
que respiraba hondo al fin de su larga pesadilla, los niños que recuperaban su
sonrisa y esperanza.

Desde el exilio, siento el rumor lejano del sufrimiento de mis compatriotas que aún
permanecen en los campos de concentración y el eco de las palabras de
Fernando Álvarez Castillo: "Tienes la obligación moral y política de hablar. .."

Y hablaré. Serán estos relatos de la represión en Chile un testimonio vivo de 356


días de experiencias compartidas con otros miles de chilenos. Como nunca,
conocí la grandeza de mi pueblo, su capacidad increíble para sufrir sin apagar
jamás en su espíritu el fuego que encendiera el verbo y el ejemplo de Salvador
Allende y sus partidos. En este tiempo, intensamente vivido, comprobé la hondura
de las raíces nacionales y populares de la izquierda chilena y el flujo de la fuerza
moral que sobre el pueblo proyectan sus héroes: Salvador Allende, José Tohá,
Arsenio Poupin, Miguel Enríquez, Alberto Bachelet, Carlos Prats, Enrique París,
Víctor Jara, Arnoldo Camu, Eduardo Paredes, Isidoro Carrillo, Danilo González,
Fernando Álvarez, Ricardo Lagos Reyes, Reinaldo Poseck, Pedro Ríos, Augusto
Olivares, y tantos otros que en las fábricas, minas, haciendas, universidades y
poblaciones están presentes con sus voces subterráneas llamando a la unidad, a
la organización y a la lucha.

Ese flujo moral también emana de los valientes compañeros que trabajan en la
clandestinidad contra el fascismo arriesgando minuto a minuto sus vidas, y de los
dirigentes encarcelados, torturados, humillados y calumniados, que han
enmudecido a sus verdugos con su dignidad a toda prueba. La tradición constituye
un factor poderoso en todo movimiento revolucionario, y la clase obrera chilena,
con su dilatada historia combatiente, ha conquistado en medio de la derrota
trágica del 11 de septiembre valores morales y experiencias que habrán de
fecundar en sus próximas batallas.

Nuestro testimonio abarcará las experiencias recogidas en la isla Quiriquina, el


estadio regional y Chacabuco, y se referirá en lo fundamental al golpe fascista en
la región del Bío-Bío, que comprende las provincias de Nuble, Arauco, Bío-Bío y
Concepción. En Chacabuco compartimos el presidio con centenares de
compañeros provenientes de las provincias de Santiago, Valparaíso, Atacama,
Coquimbo, Colchagua, Curicó, Linares, Maule y Cautín, pudiendo conocer un
amplio panorama que, en conjunto, nos aproximó a la mayor parte del territorio
nacional. A lo largo de nuestro cautiverio nos tocó convivir muy directamente con
un grupo selecto de compañeros con quienes compartimos alimentos, ropa, penas
y alegrías, y un rico diálogo autocrítico y unitario. Unos están muertos, otros
siguen detenidos, viven en una precaria libertad en Chile o han salido al exilio. De
todos guardo una sincera gratitud por su amistad sin límites, su solidaridad, aliento
y enseñanzas morales y políticas.

Entre estos compañeros debo destacar el nombre del profesor Orlando Retamal
Montecinos, camarada excepcional por sus condiciones humanas y nivel
ideológico, con quien nos dedicamos desde los primeros días al análisis político de
los acontecimientos y de cuyas fraternales discusiones creo haber obtenido, en
buena medida, la claridad, serenidad y optimismo con que siempre miré el
porvenir de nuestra patria que "más temprano que tarde", será socialista.

Hemos solicitado la redacción del prólogo de este libro al profesor Galo Gómez
Oyarzún, con quien compartimos el cautiverio en varios campos de concentración.
Difícilmente podríamos haber obtenido un prologuista más autorizado: Galo
Gómez Oyarzún es una de las figuras más ilustres del socialismo chileno, con
treinta años de militancia que lo han llevado en numerosos periodos al comité
central y a la dirección regional del partido en Concepción. Fue uno de los más
brillantes presidentes de la Federación de Estudiantes de Concepción, y en 1963
conoció la cárcel como dirigente del magisterio violentamente reprimido por el
gobierno de Jorge Alessandri. Catedrático universitario, ocupó, entre 1969 y 1973,
la vicerrectoría de la Universidad de Concepción y luego, hasta el día del golpe
fascista, la presidencia de la Comisión Nacional Científica y Tecnológica
CONACYT. Sin embargo, fue en los campos de concentración, en que estuvo
recluido más de año y medio, en donde sus compañeros habríamos de
reconocerle los mayores méritos políticos y morales: en Chacabuco fue designado
presidente de la Comisión de Cultura, en la que trabajó con entusiasmo y
eficiencia. Extraño a todo sectarismo, supo aunar voluntades y crear condiciones
para una producción intelectual y política de gran calidad. En Ritoque fue
designado presidente del Consejo de Ancianos, labor en la cual otra vez destacó
por sus excepcionales aptitudes de conductor social. Pero fue en la vida cotidiana,
enfrentando solidariamente la arbitrariedad, la incertidumbre y el miedo, cuando su
humanidad se elevó a mayor altura.

Agradecemos profundamente el honor que nos confiere al prologar estos relatos,


que carecen de toda pretensión literaria, que están muy lejos de ser un estudio
sobre el fascismo chileno. Son apenas unas páginas de periodismo combatiente
para denunciar, una vez más, los crímenes contra nuestro pueblo, y el testimonio
de una experiencia compartida con quienes serán, para toda la vida, hermanos de
un mismo sufrimiento y una misma esperanza.

Quisiéramos dejar constancia que somos conscientes de algunas omisiones de


hechos y de sus protagonistas, debido a la imposibilidad de tomar notas en los
presidios por los cuales pasamos y sobre todo, en otros casos, por razones de
seguridad fácilmente comprensibles.

Finalmente, queremos expresar gratitud al Partido Socialista de Chile, que nos


formó, le dio sentido a nuestra vida, nos enseñó a luchar y nos templó el espíritu
con el ejemplo de sus forjadores, de sus dirigentes y su militancia leal y fraterna.
Fue la conciencia partidista y la solidaridad socialista una fuente inagotable de
energía y esperanza revolucionaria en las horas más negras y los días más largos
del cautiverio. Los socialistas sabíamos que éramos hombres y mujeres del
partido de Allende y teníamos la obligación de comportarnos como tales, y ese
deber fue cumplido. Ese deber se cumplió con honor en Dawson, Quinquina,
Estadio Nacional, Chacabuco, Pisagua, Ritoque, Tejas Verdes, Puchuncaví, Chin-
Chin y Tres Alamos, en cárceles, regimientos, estadios, fábricas, haciendas,
hospitales y universidades; desde los jóvenes que junto al comité central bregan
heroicamente en la lucha clandestina, hasta los viejos cuadros como Óscar Waiss,
que al ser trasladado desde el Estadio Nacional a la cárcel desafió a los fascistas
con el puño en alto. Ese puño en alto de Waiss fue todo un símbolo de más de
cuarenta años de historia socialista, de su existencia dramática pero vital,
enraizada en el alma popular y sus problemas, que alzaba sin doblegarse la señal
de su rebeldía. Recoger el legado de esa historia es fundamental para realizar
nuestro proyecto inconcluso; tarea a la cual aspiramos con humildad sirva en parte
este libro, que escribimos con pasión socialista por Chile y su destino.

El autor del presente testimonio ha resuelto destinar los ingresos que provengan
de su edición como una modesta contribución, desde el exilio, a la dirección de
nuestro partido, que, radicada en el interior de Chile, estimula a la militancia y a los
trabajadores con el ejemplo de su consecuencia y lealtad revolucionaria.

A. W.
Notas:

1. Véase: Los documentos secretos de la ITT, Quimantú, Santiago de Chile, 1971, y Uribe,
Armando, El libro negro de la intervención militar en Chile, Siglo XXI, México, 1974

1. Pesadilla en la isla

Nunca en mi vida había sufrido más que bajo las botas y la picana eléctrica en la Cuarta Comisaria
de Carabineros, pero ahora que todo pasó, que comprobé cuánto se puede aguantar, estoy feliz,
seguro que me la "pude"; con orgullo revolucionario... ĄMe la pude, compañeros, me la pude...!

Un minero de Lota, Quiriquina, 1973.

Eran alrededor de las 4 de la tarde cuando la embarcación tocó el muelle de la isla Quiriquina,
situada a una media hora de navegación del puerto de Talcahuano. Formábamos una columna de
unos cincuenta prisioneros y se nos ordenó caminar rumbo a la Escuela de Grumetes. A poco
andar, se nos detuvo en una cancha de fútbol. Comenzó un severo registro de la ropa y la
identificación verbal, hecha por la espalda, por un sargento de infantería de marina. En el grupo
iban unos diez a doce extranjeros, estudiantes universitarios, brasileños, bolivianos, ecuatorianos,
peruanos y panameños, a quienes se separó del grupo dando varios pasos al frente. Se inició una
sesión de vejaciones incalificables.

Un sargento se dirigió a ellos en el conocido lenguaje de los infantes de marina. Los calificó de
"manzanas podridas" que habían traído el veneno de la división y el odio a un país donde todos
eran hermanos. Les reclamó que habían estado "robando" su alimentación, vestuario y educación
al pueblo chileno:

-Ahora, esa deuda que tienen con Chile la tendrán que pagar con trabajo, mierdas...

Frente a nosotros, los estudiantes latinoamericanos fueron obligados a lanzarse de bruces y gritar
ĄViva Chile mierda! Un infante de marina les propinaba una violenta patada en la espalda y los
conminaba a lanzar ese grito de refinado patriotismo de cuartel. Una y otra vez se repetía el
ejercicio. Luego fueron obligados a tenderse sobre el suelo, boca abajo, y a caminar haciendo el
punto y codo:

-Como en la guerrilla, mierdas, como se instruían en los campamentos de guerrilleros...-


exclamaba el sargento, mientras pateaba el cuerpo de los estudiantes.

Los extranjeros fueron reintegrados a la columna, se dio orden de marchar. La columna caminaba
lentamente. żHacia dónde?, żnos irían a fusilar, como se nos había amenazado varias veces? Nos
detuvimos frente a uno de los muros del gimnasio de la Escuela de Grumetes. Se nos ordenó
quitarnos la ropa y permanecer con las manos apoyadas sobre el muro y las piernas abiertas,
mientras infantes de marina se ubicaban a nuestra espalda. Permanecimos en esta posición
alrededor de una hora, o poco más. Nadie nos decía nada, el silencio era absoluto. Por nuestra
mente pasaban las imágenes más queridas y el recuerdo de tantas luchas. Estábamos derrotados
y quizá esa sería nuestra última jornada.

Un grito destemplado nos ordenó vestirnos, luego girar hacia la izquierda y marchar hasta una
piscina sin agua. En el interior estaban contemplándonos, mudos y tensos, varios centenares de
prisioneros políticos. Una fuerte emoción sentimos al ingresar a este recinto, al estrecharnos las
manos con antiguos camaradas del partido, colegas universitarios, líderes sindicales y
estudiantiles, anónimos campesinos y obreros que habían sido arrancados brutalmente de
haciendas y fábricas.
A los pocos instantes pudimos advertir que, más allá de una alambrada, un crecido número de
mujeres prisioneras nos miraban tratando de identificarnos.

-Hay muchas compañeras detenidas -me dijo un dirigente del partido-, las han ultrajado de manera
increíble ... son unas bestias...

Había comenzado la pesadilla de la Quiriquina. Era el 15 de septiembre y allí habría de


permanecer hasta comienzos de diciembre.

El gimnasio de la Escuela de Grumetes se convirtió en la cárcel de casi un millar de prisioneros. El


número oscilaba diariamente con la gente que salía e ingresaba sin arreglo a ningún criterio. La
incertidumbre sobre el destino de cada uno era total. El espacio físico se hizo insoportablemente
estrecho. Hubo instantes en que apenas había alguna posibilidad de desplazamiento en el interior,
y las dificultades de muchos compañeros para hallar un mínimo espacio donde dormir. El
hacinamiento era tal que en muchas colchonetas, y no todos las tenían, solían dormir hasta tres
compañeros tapados con una sola frazada. El gimnasio estaba rodeado de alambradas, y a la
altura de los ventanales se alzaron varias torres con guardias que nos apuntaban noche y día. No
pocas veces los jóvenes grumetes que montaban guardia se distraían, y se les escapaba algún
disparo que ocasionaba viva inquietud entre los prisioneros. En el interior, la vida cotidiana
transcurría bajo fuerte presión psicológica. Por las noches, se abría la puerta principal, y una voz
tronante urgía la presencia de compañeros con destino a la suerte más variada: algunos eran
llevados al Fuerte Borgoño, para ser sometidos a periodos prolongados de torturas; otros,
trasladados a la fatídica Cuarta Comisaría de Concepción, con el mismo propósito; otros más,
castigados ahí mismo en la isla, con descargas de corriente eléctrica, inmersiones en agua,
puntapiés, simulacros de fusilamiento, etc., mientras el resto de nosotros no podía dormir por la
tensión de los continuos disparos durante la noche.

Las condiciones higiénicas eran deplorables. En el interior del gimnasio no había excusados.
Durante las primeras semanas se controlaba estrictamente la salida para satisfacer las
necesidades fisiológicas elementales. Se disponía de uno a dos minutos para esta emergencia y
se debía salir al trote, con las manos en la nuca y seguidos por un infante de marina que corría al
lado, encañonándonos. Los servicios higiénicos eran muy escasos y pronto quedaron inutilizados.
Sólo acercarse a ellos representaba una tortura terrible.

La situación tuvo un cambio positivo cuando la Cruz Roja Internacional obligó a los marinos a
instalar servicios higiénicos de emergencia. Se instalaron pozos sépticos y se aflojó el control para
salir a usarlos. El agua era muy escasa. Sólo el débil chorro que surtía una bomba del grueso de
un dedo meñique era la fuente de suministro para la bebida y el aseo personal. Posteriormente se
obtuvo, como gran concesión, que a las 7 de la mañana se ofreciera la posibilidad de
"manguerearse" con agua de mar, en el interior de la piscina, a campo abierto y con las bajas
temperaturas y los vientos de octubre.

La alimentación era mal preparada y de pobre valor nutritivo. Sin embargo, los días miércoles se
servía una comida especial. żPor qué? Porque para ese día se habían previsto las visitas de
inspección de organismos internacionales, colegios profesionales, personalidades religiosas, etc.
Era indignante ver a los reporteros gráficos de la prensa controlada por los militares aparecer ese
día para hacer reportajes y tomar fotos que publicaban sus diarios y programas de televisión,
mostrando los platos de nuestra alimentación:

-No estuvo mal la comida ayer en Quiriquina -decía un pasquín regional-; muchos presos están
comiendo mejor que en su casa...

La incomunicación con nuestros familiares era total. Gracias a las gestiones de las iglesias
cristianas y de organismos internacionales, se logró, después de varias semanas, establecer un
flujo de correspondencia bajo censura. ĄQué inmenso alivio poder escribir a nuestras mujeres, a
nuestros hijos, y decirles que aún estábamos vivos! ĄQué emoción recibir las primeras cartas que
nos traían el mensaje de aliento y amor de quienes estaban, sin duda, sufriendo más que nosotros
en la incertidumbre, por la brutalidad de los hechos que todos conocían, los rumores agobiantes
que corrían de boca en boca con caracteres de verdad apocalíptica!

Más adelante se autorizaron encomiendas con ropa y alimentos. Seria el comienzo de una fase
menor del botín de guerra de los victoriosos soldados que habían salvado en Chile la propiedad
privada: encomiendas enteras se perdían o llegaban incompletas en diversos grados. ,ĄA quién
reclamarle? Cuando el problema se planteaba a los oficiales de seguridad, de inmediato se
amenazaba con terminar con la recepción de encomiendas:

-Para evitar estas dificultades; por lo demás, ustedes no tienen derecho a nada y de puro buenas
personas que somos les estamos autorizando recibir alimentos y ropas... Es mejor que terminemos
con estos reclamos, porque mi comandante ya está cansado de oír estas quejas...

Los nuevos contingentes que se concentraban en el gimnasio aportaban más leña a la tensión:
relatos sobre el espanto que azotaba los barrios obreros, fábricas, aldeas rurales, aulas
universitarias: fusilamientos sin juicio en los centros de trabajo, en las calles; lanzamientos al mar
desde helicópteros con el cuerpo atado a una piedra; torturas indecibles, violaciones; lanzamientos
sobre hogueras de libros a jóvenes estudiantes, aplicación de corriente eléctrica en los órganos
genitales y en los senos; inmersiones en aguas negras, etc.; eran tan reiterados los relatos de
estos hechos, que se nos aparecían como perspectiva inminente y real para cada uno, incluidas
nuestras familias.

Entre los compañeros que ingresaban al gimnasio, venían algunos que al vernos nos abrazaban y
exclamaban: "ĄPero estás vivo...! Afuera se comenta que te fusilaron..." "ĄQué alegría de verte
vivo, compañero...!"

Más tarde supe que mi familia, como la de muchos compañeros, vivió días y noches de profunda
angustia cuando alguien echó a correr el rumor de que varios de nosotros habíamos sido fusilados.
Las mujeres corrían de una oficina militar a otra, recabando noticias sobre traslados de prisioneros,
muchos de los cuales culminaban con desaparecimientos definitivos o temporales; indagando por
nosotros, llegaban hasta la morgue. Por eso, en medio del terror que sofocaba el gimnasio,
sentíamos como un garfio en el alma el dolor de nuestros seres queridos. Por las noches, éramos
muchos los que rompíamos la oscuridad con cigarrillos sucesivamente encendidos, soñando
despiertos con nuestras mujeres o novias, con los hijos o hermanos, a veces también prisioneros y
sometidos a brutales castigos y humillaciones.

A través de algunos pescadores, familiares de dirigentes que llegaron a la isla, supimos que un
número no precisado de presos políticos habían sido lanzados al mar, frente a la península de
Tumbes. Algunos buzos se encontraron, mientras realizaban sus faenas de pesca, con un macabro
hallazgo en el fondo del mar: decenas de cadáveres atados a piedras y con el vientre abierto. El
rumor encontró fundamentos cuando a los pocos días un bando de la jefatura de la Armada
prohibió no sólo pescar en las inmediaciones de la península, sino acercarse por tierra a la playa:
Tumbes fue declarado "recinto militar".

En Penco se tuvo noticia de dos crímenes escalofriantes: los dirigentes socialistas Mario Avila,
secretario de organización, y Arturo Villegas, secretario político, fueron descuartizados por
carabineros y luego lanzados en la profundidad de una quebrada. Algunos vecinos, que lograron
enterarse del crimen, siguieron la pista que alguien descubrió y dieron con los cuerpos mutilados a
tal punto que sólo a través de la ropa, reconocida por familiares, se pudo comprobar su identidad.

En el vecino puerto textil de Tomé, registramos otro crimen premeditado: la muerte, a


consecuencia de prolongadas torturas, del profesor radical Héctor Velásquez Molina. El profesor
Velásquez tenía 40 años; era casado, con cuatro hijos; un destacado hombre público en el puerto
textil de Tomé, ubicado frente a la isla Quiriquina. Militante del Partido Radical, ocupaba, al 11 de
septiembre, la presidencia de la asamblea comunal, y como dirigente gremial, la presidencia
comunal del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación, sute. Un hombre de esta
significación local no podía escapar a la furia represiva: fue detenido a pocas horas del golpe y
sometido de inmediato a un proceso de lento aniquilamiento físico y moral. Permaneció varios días
sin comer ni beber, encerrado en una celda oscura, hasta que sus verdugos decidieron acabar de
una vez. Fue colgado de las vigas de un galpón, de las manos, y luego lanzado violentamente
contra los muros; el tratamiento se mantuvo por varios días, hasta que el profesor Velásquez
sucumbió víctima de las hemorragias, los hematomas, el hambre y la sed. Su muerte conmocionó
a quienes lo conocían y valoraban como un destacado y honesto luchador social. Como protesta
por su asesinato, jóvenes radicales sacaron clandestinamente un volante denunciando el horrible
crimen. Un grupo de estos muchachos fue detenido y llegó a la isla luego de haber recibido una
descomunal paliza antes de ser embarcados en Tomé. Estaban sin embargo tranquilos y muy
firmes, sentían que habían cumplido su deber.

En octubre. Tomé fue el escenario de otro horrible crimen cometido contra otros jóvenes militantes
del Movimiento (MIR), a quienes, después de torturarlos durante semanas en el Fuerte Borgoño, se
les acusó ante un consejo de guerra de formar parte de un grupo armado. El tribunal militar los
condenó a cuarenta y cinco años de prisión, sanción que a sus captores, los carabineros, les
pareció demasiado benévola. Los prisioneros regresaron al Borgoño, donde fueron nuevamente
torturados hasta dejarlos exánimes y con los rostros irreconocibles. Según la versión que
recogimos en el gimnasio, de un oficial de la marina, los cuatro jóvenes miristas murieron a las
pocas horas, a consecuencia de las torturas. Pero la prensa regional informó que los prisioneros
eran trasladados a Tomé para cumplir en dicha cárcel su condena, y que el convoy militar que los
trasladaba fue atacado por un grupo de guerrilleros; que al producirse el enfrentamiento entre
militares y guerrilleros, los prisioneros trataron de huir, obligando a hacer fuego sobre ellos. Esta
fue la explicación para un asesinato que estaba decidido desde el instante en que los oficiales más
reaccionarios expresaron su disgusto por la "mano blanda del consejo de guerra".

La presión de la Iglesia y de los familiares consiguió que los cadáveres fuesen entregados y se
autorizara el funeral. El cortejo reunió varios miles de trabajadores, que silenciosamente
expresaron su repudio por el crimen de Miguel Ángel Catalán Febrero, Héctor Manuel Lepe y
Carmen Cabrera. La manifestación adquirió tal carácter que nunca más se autorizó en la región un
funeral público de otras víctimas del fascismo.

Entre los compañeros que una noche cualquiera fueron llamados a presentarse a la puerta del
gimnasio, estuvieren los dirigentes del sindicato de empleados de una empresa de ingeniería
industrial (la Sigdo Koppers), Máximo Neira y otro de apellido Chamorro, ambos militantes del MIR.
Fueron trasladados al Fuerte Borgoño y durante días no supimos de ellos hasta que en un diario
regional leímos con indignación que habían sido ejecutados; el pretexto fue el de "haber tratado de
quitar sus armas a los centinelas". La verdad es que, contra los trabajadores de esa empresa,
existía el propósito de reprimir con la mayor violencia, como venganza a sus expresiones de
solidaridad con un grupo de marineros antigolpistas, procesados por la Marina semanas antes del
11 de septiembre. Neira y Chamorro fueron asesinados fríamente por los oficiales fascistas de la
Base Naval de Talcahuano, y su muerte provocó en el gimnasio un profundo dolor.

El principal centro de tortura de los marinos estaba ubicado en el Fuerte Borgoño, en la base Naval
de Talcahuano. Por el Borgoño pasaron centenares de hombres y mujeres de todas las edades,
calificados, "a ojos", como los elementos presuntamente "más peligrosos". Sería interminable y
hasta morboso describir cada caso de tortura que conocimos en los meses de cautiverio en la isla
Quiriquina. Nos limitaremos a dar una versión panorámica que retrata la infinita crueldad, la
degradación moral, el desquiciamiento total, de quienes dirigen y ejecutan estas siniestras
acciones contra la humanidad.

En el equipo de torturadores destacaban el capitán Ariosto Köller; los tenientes Arnoldo Runa, Luis
Silva, Pedro Aretxavala y los médicos Minolletti y Jeria, encargados del "trabajo científico". Al igual
que en todos los aspectos en que se examine la conducta de los militares fascistas chilenos, en el
Fuerte Borgoño campeaba la arbitrariedad más absoluta. Se podría decir que la única constante
del "trabajo" en el fuerte era la crueldad. Las formas específicas de tortura variaban de un preso a
otro, de un día a otro, de un torturador a otro. Nunca se sabía exactamente qué le iban a hacer a
un prisionero, pero éste tenía la certeza de que sería llevado a un martirio enloquecedor.
Comenzando por el régimen de alimentación. Se daba el caso de privar a las víctimas por varios
días de todo tipo de alimento y de agua. Otras veces, se les suministraba diariamente, durante el
día, una comida satisfactoria, y por la noche se les sometía a un castigo incesante. A algunos se
les obligó a tragar los excrementos humanos y la orina de sus torturadores.

Los castigos corporales eran muy variados: descargas eléctricas que se aplicaban en los órganos
sexuales y en el ano, pecho, sobre el corazón; a las mujeres, en ambos senos, en los ojos, en la
nariz. En estos lugares se colocaba un apretador, conectado a un artefacto eléctrico, para luego
accionarlo hasta provocar en el prisionero extenuantes crisis nerviosas, vómitos, desmayos, e
incluso infartos cardiacos que costaron numerosas vidas. Los cuerpos solían ser golpeados con
látigos de goma, cadenas metálicas y palos, y por supuesto por las botas de los torturadores. Se
practicaba el colgamiento de los prisioneros. Unas veces se les mantenía suspendidos de una
viga, atados de los pies con la cabeza hacia el suelo, o bien de las manos fuertemente atadas. De
una u otra manera, el suplicio se practicaba por varios días, incluso semanas, y era matizado con
lanzamientos violentos contra los muros. Las quemaduras eran procedimiento socorrido: en una de
cuyas variantes se procedía a quemar los senos de las mujeres con cigarrillos encendidos.

A algunos prisioneros se les "grabó" a fuego con alguna sigla de su partido en el pecho, o en la
espalda. En el gimnasio de la isla pudimos ver a varios que, olvidados del dolor, mostraban con
orgullo el signo de su organización política marcado sobre el cuerpo. La inmersión en aguas
negras, infestadas de ratas y excremento humano, era quizá la prueba menor a la que se sometía
a la generalidad de los visitantes del Borgoño. A varios compañeros a quienes de antemano se
había "preparado" durante varios días sin alimentos ni agua, se les sacaba por la noche a un patio,
donde se les obligaba a tenderse en el suelo. Contra ellos se lanzaba un vehículo, al que debían
esquivar.

Los simulacros de fusilamiento alcanzaron en algunos casos una crueldad demencial: se hacia
traer a la presencia del detenido a su mujer y a sus hijos de cortos años. Con su presencia, se le
exigían nuevas declaraciones. Si el detenido se negaba, entonces iban sacando sucesivamente a
los hijos y luego a la mujer, contra quienes se disparaba a fogueo a cierta distancia.

Las mujeres despertaban en los torturadores una excitación patológica: se las interrogaba
desnudas, y cuando no respondían satisfactoriamente las preguntas, se desataba una increíble
cadena de vejaciones humillantes y daños físicos del más increíble sadismo: se les introducían en
la vagina ratones, arañas, etc. Los más depravados de los infantes de marina las violaban por
grupos, en presencia de otras mujeres, y se les obligaba a tener relaciones sexuales con los
prisioneros. Hubo casos en que tales depravaciones se cometieron en presencia del esposo, el
padre o los hermanos de las víctimas.

En un párrafo destacado de esta reseña, y entre los testimonios que recibimos en el gimnasio de
centenares de compañeros y compañeras, debe agregarse un hecho que sobrepasa todos los
cálculos de la corrupción moral de los fascistas chilenos: cuando algunos prisioneros eran
considerados "clave", se hacían serios esfuerzos para que no murieran "antes" de confesar. En
estos casos, luego de algún tratamiento severo de los que hemos descrito, se les solía llevar al
hospital naval, donde eran atendidos con efectivo esmero por un equipo de médicos sin duda
coludidos con los torturadores. El "paciente" era sometido a los más eficaces recursos médicos
disponibles y sobrealimentado. Cuando se había "recuperado", los facultativos procedían a darlo
de alta y devolverlo de inmediato al fuerte. El ciclo se volvía a repetir dos, tres o cuatro veces.

En el gimnasio conocimos el caso de cuatro obreros de las industrias textiles de Tomé, quienes
nos contaron detalles de su aventura y algo más: días más tarde les había llegado la notificación
de su despido de las industrias y junto con ella pudimos ver, con nuestros ojos, los descuentos,
distraídos de sus fondos de retiro, por los gastos de hospitalización a que habían sido sometidos
en la Base Naval.

El Borgoño fue un yunque donde se forjó un buen acero para el futuro de la revolución chilena. Hay
una lista de compañeros que soportaron su martirio con una valentía increíble. Los veíamos llegar
apenas de pie, pálidos, con brazos o piernas quebrados, cejas partidas, narices rotas, ojos
perdidos para siempre, sorderas definitivas, hematomas y quemaduras; en fin, con las huellas
vivas del horrible maltrato. Sin embargo, esos hombres venían con el espíritu entero, más
decididos que nunca a no renunciar a sus convicciones, con una profunda satisfacción y con el
orgullo de haberse comportado como hombres y como revolucionarios.

-Yo soy del partido de Allende -decía un obrero socialista-; los socialistas no podemos aflojar... El
compañero murió como hombre... No importa, compañeros, si pierdo el brazo; con el que me
queda seguiré peleando... Allende murió por nosotros...

En el Fuerte Borgoño estuvo largo tiempo un socialista acusado de ser miembro del aparato de
seguridad del partido. Un conjunto de circunstancias lo dejó a merced de sus captores, y ante los
apremios para que revelara los nombres de dirigentes de su partido, asumió toda la
responsabilidad que se le imputaba, corriendo el riesgo evidente de ser condenado a muerte por
un consejo de guerra. Los compañeros que estuvieron junto a él en el Borgoño nos relataron con
admiración su notable firmeza física y moral para enfrentarse a los apremios y su irrenunciable
decisión de ofrecer su vida por salvar a un grupo presumiblemente implicado.

A otros dirigentes socialistas se les castigó también con demencial refinamiento; se les amenazó
innumerables veces con la muerte, se les vejó y humilló a limites que podrían haberlos
enloquecido; incluso a uno le marcaron a fuego la sigla del partido por negarse a repudiar sus
ideas ante los interrogadores. Para los militantes, cuya suerte dependía en buena medida de la
actitud de nuestros dirigentes, su martirio era nuestro propio martirio, y por lo tanto nadie mejor que
(1)
nosotros puede valorar su sacrificio y lealtad revolucionaria.

Otro "héroe del Borgoño" fue el joven comunista Ambrosio Huecher, uno de los hombres más
castigados física y moralmente por los fascistas en la región. Se le golpeó brutalmente; sus heridas
sangraban copiosamente y sus ropas se pegaron al cuerpo, a tal punto que un oficial que lo
levantó con brusquedad mientras dormía le arrancó prácticamente toda la piel de la espalda.
Compañeros de Huecher nos relataron llorando cómo presenciaron impotentes las torturas
aplicadas al joven revolucionario, quien al borde de la muerte no pronunció una sola palabra que
pudiera ser utilizada contra ningún militante de la izquierda chilena.

Era impresionante y alentador que pudieran contarse con los dedos de la mano los hombres o
mujeres que se desplomaban frente a los torturadores. La inmensa mayoría respondía con
fortaleza y honestidad asombrosas. Ningún castigo ni amenaza podía doblegar a la inmensa
mayoría de quienes pasaban por el Fuerte Borgoño. Los cuadros dirigentes y los militantes de
trayectoria revolucionaria soportaron con singular heroísmo todos los castigos y vejámenes,
siempre firmes y leales a sus partidos y a su pueblo. Se registraron muy pocos casos de traición y
todos ellos correspondieron a los afiliados nuevos que inexplicablemente habían escalado
posiciones en la jerarquía en los organismos de partido o en el Gobierno Popular y que se habían
distinguido por su verborrea revolucionaria y bravuconería. Entre los prisioneros había unanimidad
para reconocer como un grave error la entrega de la confianza política a aquellos a quienes no
habían demostrado una trayectoria de lucha y madurez ganada en un tiempo suficiente, condición
sin la cual -se estimaba- no es posible garantizar la lealtad revolucionaria. También era unánime la
comprobación de que había una relación inversa entre la bravuconería y la fortaleza moral. Un
campesino comentaba:

-Yo siempre he desconfiado de esos compañeros que andan con la metralleta en la punta de los
labios... En el campo decimos, "perro que ladra no muerde"... Yo no sé mucha teoría, pero me
parece un juego de niños andar cacareando como las gallinas cuando van a poner el huevo...
Había compañeros que andaban mostrando la pistola a quien quisiera verla, y dárselas así de gran
revolucionario... y esos fueron los primeros que arrancaron...

La gente que ha pasado por los campos de concentración ha desarrollado un espíritu


profundamente crítico y autocrítico. Pero ese espíritu analítico nada tiene que ver con el
resentimiento ni con la amargura de los frustrados, ni con los revanchismos de pequeña capilla.
Los campos de concentración han servido para erradicar mucha de la mala yerba que floreció en la
izquierda chilena hasta obstruirnos el camino: el sectarismo, el verbalismo seudorrevolucionario, el
dogmatismo seudoteórico, el liberalismo anarquizante. La sangre, el dolor y la angustia, han
producido madurez, claridad y realismos suficientes para poner en primer lugar de las
preocupaciones, la unidad de los revolucionarios, la responsabilidad política y la autoridad moral
para asumir tareas de dirección. Si la unidad surge como tarea central, hay también una actitud
tajante para rechazar todos los sectarismos y combatir implacablemente toda actividad divisionista
o diversionista que tienda a anarquizar los partidos y el bloque unitario de los revolucionarios. Hay
también una actitud muy clara frente a los ideólogos de café y los bravucones que juegan a la línea
(2)
dura a favor del viento y corren a las embajadas cuando aparecen las primeras nubes.

Los generales fascistas, para justificar sus crímenes, inventaron la existencia del llamado "Plan
Zeta". El descabellado plan, atribuido a los dirigentes de la Unidad Popular, habría tenido por
objeto asesinar a los oficiales de las fuerzas armadas, a sus esposas e hijos y a miles de dirigentes
políticos y gremiales opositores al régimen de Allende. En cada provincia los fascistas
responsabilizaron de este plan a grupos de dirigentes populares que por ello fueron ejecutados en
sumarísimos consejos de guerra. En Concepción se acusó de "cerebros" del "Plan Zeta" a Isidoro
Carrillo, líder minero del carbón; Danilo González, alcalde de la ciudad minera de Lota; Wladimir
Araneda, profesor primario de Lota, y Bernabé Cabrera, obrero de la Compañía Carbonífera de
Lota. Los cuatro eran dirigentes del Partido Comunista; Carrillo, miembro del comité central, y
Araneda, uno de los principales en el carbón.

La prensa regional desató una furiosa campaña de acusaciones tendientes a preparar a la opinión
pública para el 'crimen. Sostuvimos largas conversaciones con Danilo González, a quien
conocíamos desde nuestros primeros años de luchas políticos estudiantiles. Danilo estaba
preocupado por las acusaciones, pero conservaba una notable serenidad; mientras sus amigos
estábamos cada día más nerviosos con su suerte, él pasaba largas horas jugando ajedrez. Al
despedirse de nosotros, cuando fue evacuado de la isla, recuerdo que nos dijo:

-Si no nos vemos más, no olviden que no pueden aflojar; a mí podrán molerme a palos, podrán
matarme, pero no me obligarán a traicionar a nadie... Las acusaciones son ridículas, pero no se
trata ahora de pedirle sensatez a los fascistas; ellos quieren amedrentar a los mineros, pero se
equivocan; a los mineros del carbón no los doblegará nadie.

Los dirigentes del carbón fueron trasladados a la Cuarta Comisaría de Carabineros de Concepción,
donde el mayor José Elgueta dirigió personalmente las torturas. Luego de varios días de maltratos,
fueron interrogados y acusados de ser los dirigentes regionales del "Plan Zeta". El fiscal pidió 15
años de cárcel para cada uno de los acusados; sin embargo, la prensa fascista exigió "una mano
más dura con los extremistas". Al día siguiente, el consejo de guerra presidido por el general
(3)
Washington Carrasco acordó la pena de muerte.

El fusilamiento se realizó frente a los muros de la Feria Regional del Bío-Bío por el personal del
Servicio de Prisiones, bajo el mando del teniente Raúl de la Fuente, el 22 de octubre de 1973. Los
hombres encargados de disparar sobre los dirigentes mineros fueron presas de un gran
nerviosismo y permanecieron inmóviles ante la orden de hacer fuego. Era evidente que esta
desobediencia había de conducirlos a su propia ejecución. Isidoro Carrillo les habló:

-Somos inocentes. Toda nuestra vida la hemos entregado a la defensa de los intereses de los
trabajadores. No se preocupen. No son ustedes culpables de este asesinato que se cometerá
contra el pueblo. Son los fascistas, los asesinos del presidente Allende; hay miles de mineros
dispuestos a ocupar este lugar de combate que dejamos. Morimos por la patria y cuando se muere
por ella y por la revolución, se vive eternamente. Cumplan con la orden que les han entregado.
ĄViva el Partido Comunista! ĄViva Chile libre!

Los condenados comenzaron a entonar La Internacional, que se interrumpió con la mortal


descarga de los fusileros. Así entraron en la historia estos héroes de la revolución chilena que
murieron con el honor con que caen los verdaderos revolucionarios.
Corrían los primeros días de noviembre y se vislumbraba una baja en la marea represiva cuando
habríamos de sentir el impacto de uno de los crímenes más brutales perpetrados en la región: el
asesinato del intendente de Concepción, Fernando Álvarez Castillo, dirigente regional comunista y
miembro del Consejo Superior de la Universidad de Concepción.

Conocí a Fernando Álvarez desde hacía más de 20 años, desde los primeros tiempos de nuestras
luchas estudiantiles; conocía, por lo tanto, la verdadera dimensión del hombre y del militante, que
lo hacían una personalidad respetada y estimada por todos los sectores. En la isla Quiriquina me
tocó compartir con él, minuto a minuto, aquella pesadilla. Teníamos nuestros lechos vecinos,
compartíamos alimentos, ropas y cigarrillos, y a diario conversábamos sobre lo humano y lo divino.
Había sido detenido el 11 de septiembre, en la madrugada, y trasladado al casino de oficiales de la
Armada; cuando se enteró que a la isla estaban llegando centenares de sus compañeros, exigió
compartir con ellos su suerte. No quería ningún privilegio en razón a su rango de primera autoridad
regional; desde entonces hasta los primeros días de noviembre no había sido interrogado y podría
decirse que había sido incluso tratado con cierta consideración; no obstante, sabía con certeza que
en algún momento habría de ser interrogado. Entretanto, conservaba un magnífico estado de
ánimo y su reconocido buen juicio político.

Cuando llegó a la Quiriquina la noticia del fusilamiento de los dirigentes del carbón, fue Fernando
quien nos leyó la crónica del periódico en medio de un silencio sobrecogedor. Al término de la
lectura tomó asiento sobre su cama y encendió un cigarrillo, y al vernos abrumados nos dijo:
"Firmeza, compañeros". Permaneció silencioso, sin bajar la vista, mientras por muchos rostros
corrían lágrimas de dolor e impotencia. Llegó la noche y fue imposible no volver sobre el tema del
fusilamiento. El recuerdo de Danilo González, viejo amigo común que dormía también junto a
nosotros, no nos abandonaba. Fernando comentó:

-Además del significado político del fusilamiento, estoy pensando en la compañera de Danilo... es
una mujer excelente, pero ella no estaba preparada para un desenlace así... no es el caso de mi
mujer... Adriana sabe que yo, desde el momento en que asumí la Intendencia, corro el mayor
riesgo.

Siempre sereno, se preparó para acostarse y tomó un libro. Yo también trataba de leer; en un
instante, lo vi cerrar el libro y meterse hasta el fondo de su saco de dormir, sin poder retener las
lágrimas. Al ver que algunos compañeros nos dábamos cuenta de su emoción, exclamó:

-ĄJunten odio, miserables! ĄJunten odio... ya verán que las pagarán todas!

El viento implacable del tiempo fue reanimando los espíritus y Fernando continuó compartiendo,
con todos, los avatares del presidio, con su firme personalidad de siempre. Una noche, un marino
anunció en voz alta:

- Mañana a las 7 de la mañana deberán evacuar el gimnasio los siguientes detenidos: Fernando
Álvarez Castillo, Jorge Peña Delgado, Eliecer Carrasco, Julio Sau, Ozren Agnic.

Mientras estos nombres se leían, crecía la tensión en el gimnasio; se trataba de un grupo selecto
de personalidades regionales del Gobierno Popular, contra quienes se había montado una siniestra
campaña de prensa.

Jorge Peña médico y profesor universitario, militante socialista, era el director zonal de Salud y se
encontraba en Brasil al producirse el golpe, cumpliendo una misión del gobierno; regresó al país
para asumir sus responsabilidades. La prensa fascista lo acusaba de organizar clínicas
clandestinas. Carrasco y Sau eran dirigentes regionales socialistas y se les responsabilizaba de
formar grupos armados, y Agnic era presidente del Banco de Concepción, entidad a la que se le
(4)
atribuía el financiamiento de esos grupos.
A la mañana siguiente nos despedimos de todos ellos. Con Fernando nos estrechamos en un
prolongado abrazo. Estaba, sin duda, tenso, pero hacia lo posible por conservar la serenidad. La
verdad es que muchos quedamos con un nudo en la garganta. En una escena parecida nos
habíamos despedido de Danilo, en ese mismo lugar del gimnasio. Entre nosotros estaba su
secretario privado, Alonso Moena, que días antes había sido brutalmente torturado para arrancarle
confesiones que comprometieran al intendente. El trato dado a Moena fue un anuncio de los
siniestros planes que los fascistas tenían preparados para Fernando Álvarez. La noticia de la
muerte de Fernando fue un duro golpe que nos estremeció de espanto. Supimos la noticia por un
obrero que lloraba desconsoladamente. Sobrecogidos, nos quedamos helados ante la increíble
noticia. żEra posible que a esa altura, comienzos de noviembre, sin haberle formulado un solo
cargo, se asesinara a sangre fría a un hombre del significado social de Fernando Álvarez Castillo?
Sin embargo, no sólo ese crimen era posible. El tiempo nos acostumbraría a no asombrarnos de
nada: se había institucionalizado un odio zoológico que legitimaba todos los excesos.

La jefatura militar publicó un breve comunicado de prensa, dando cuenta de su muerte como
consecuencia de una "crisis cardiovascular". Obviamente nadie creyó dicha versión, comenzando
por los propios oficiales de la Marina a cargo del campo de prisioneros de la isla. Estos oficiales se
esforzaron por desvanecer su responsabilidad en el crimen y nos recalcaban que "el señor Álvarez
salió de la isla en perfectas condiciones". Algunos oficiales nos instaron a escribirles a nuestras
familias para informarles que Álvarez había sido evacuado de la isla y que por lo tanto no había
responsabilidad de la Marina en su muerte. El asesinato se produjo en la Cuarta Comisaría de
Carabineros de Concepción, donde Álvarez fue sometido a un despiadado castigo que incluyó
fuertes descargas eléctricas. El equipo responsable del crimen lo formaban el coronel Benjamín
Bustos; el mayor Francisco Linares; el mayor Sánchez; el capitán Ranglianti; el teniente Offermann;
el civil, de Patria y Libertad, Sengers; el sargento Zapata y el detective Muñoz. Este equipo recibió
órdenes del general inspector de Carabineros, Silvio Salgado, y del jefe del Estado Mayor de la
Tercera División del Ejército, Luciano Díaz Neira. El asesinato del intendente causó profunda
impresión en todos los sectores de la opinión pública regional y fue evidente que el hecho influyó
en el relevo del general Washington Carrasco, autoridad máxima del régimen fascista en
Concepción. El general Carrasco fue trasladado a los Estados Unidos como jefe de la misión militar
agregada a la Embajada y remplazado por un fascista todavía más perverso, el general Agustín
Toro Dávila.

Por diversos conductos, incluidos los mensajes de Radio Moscú, los prisioneros nos informábamos
de noticias impactantes que motivaban innumerables círculos de conversaciones:

La muerte de Pablo Neruda nos dejó mudos. Pero la noticia del saqueo de su casa nos dio la
exacta medida de nuestra indefensión total. Si ante ese chileno ilustre, de dimensiones
universales, no se habían detenido, estaba claro que cada uno de nosotros podía esperar cualquier
fin. La providencial escapada al exterior, y la aparición en La Habana de Carlos Altamirano,
provocó una inmensa alegría. Todos expresamos admiración por la audacia con que burló el cerco
de miles de agentes de la seguridad tendidos hasta el último rincón de Chile;

La captura de Luis Corvalán produjo una fuerte impresión. Sin duda era un golpe duro para la
izquierda chilena y pensamos que el líder comunista sería fusilado si la opinión pública
internacional no detenía el gatillo de los fascistas. La heroica resistencia del compañero Allende en
La Moneda. La muerte de Arsenio Poupin y Augusto Olivares. El frío asesinato de Víctor Jara. Los
combates librados en poblaciones de Santiago, la resistencia en los centros fabriles, las masacres
campesinas en el Sur, el arresto de centenares de oficiales constitucionalistas. La vida cotidiana se
matizaba con estas y otras noticias que pronto corrían por el gimnasio; el anecdotario de las
capturas y los interrogatorios del Servicio de Inteligencia Militar, se tornaban círculos de discusión
en los cuales comenzaba a despuntar la autocrítica: żPor qué fracasamos? żPor qué no fuimos
capaces de convertir el formidable movimiento popular en una fuerza invencible? żCuánta
responsabilidad nos corresponde en la derrota y cuánta a la mano de la cía y de las empresas
imperialistas? żCuánto a las debilidades y a la conciliación y cuánto al verbalismo irresponsable de
los impacientes?
Entre los prisioneros había variados estados de ánimo. Los más, nerviosos y tensos, soportaban
aquella prueba con claridad política y la decisión de no doblegarse. Otros buscaban la soledad y
dialogaban horas y horas consigo mismos; tampoco faltaron quienes descubrieron en la religión un
camino de fortaleza y esperanza. Una lección ejemplar fue dada por muchos hombres que ya
habían conocido los campos de concentración de Gabriel González Videla, en 1948. Los viejos
cuadros, de una sola pieza, enteros y lúcidos, firmes y dispuestos a todo, explicaban a los jóvenes
sus experiencias y comparaban aquellas jornadas con éstas, con pasmosa naturalidad.

En el círculo de nuestras relaciones más frecuentes en el campo de prisioneros, contábamos cómo


la formación política de un revolucionario es imposible sin una trayectoria que haya templado
cuerpo y espíritu en grandes y pequeños combates. Luminosa ocasión para acabar con las
controversias sobre quiénes eran los "verdaderos revolucionarios" y quiénes los "reformistas". Los
hechos, los porfiados hechos, rompieron muchos esquemas.

Los interrogatorios caminaban con extremada lentitud. Los llamados solían ser duramente
castigados, trasladados a otros lugares con instalaciones técnicas para retinar los sufrimientos, y
otros eran regresados sin mayor trámite al interior del gimnasio, luego de haber escuchado en su
contra los cargos más increíbles, sin ninguna prueba.

A muchos se nos ofreció la libertad incondicional a cambio de nombres, datos o piscas para las
investigaciones que más les interesaban: los dirigentes de los partidos y los encargados de los
grupos armados de la Unidad Popular o del MIR. En la isla fui interrogado sólo dos veces. La
primera vez fue más bien sólo un fichaje y una destemplada acusación:

-Usted es uno de los jefes del "Plan Zeta"... lo sabemos todo, lo vamos a llamar y va a cooperar
con nosotros... ahora vayase al gimnasio y piénselo...

En ese momento, el equipo que estaba interrogando no torturaba y se limitaba más bien a registrar
el ingreso de prisioneros a la isla bajo la responsabilidad del Ejército. En el gimnasio había dos
tipos de prisioneros: los del Ejército y los de la Marina.

Dos o tres semanas después volví a ser llamado. Fui interrogado con cierta consideración. El día
anterior había recibido de manos del capellán un sobre, en el cual venían ofrecimientos para viajar
a trabajar en la Universidad Nacional Autónoma de México. A este oportuno ofrecimiento se
sumaban otras notas de El Colegio de México, una cierta cantidad de cables de universidades
argentinas y venezolanas, de la Secretaría General de la Asociación de Universidades de América
Latina, también con sede en México, y la permanente preocupación por mi suerte de la Embajada
de la República Federal Alemana. Como tendría ocasión de comprobarlo en el estadio Regional,
este apoyo explica las características de aquel interrogatorio. Se me preguntó por mis actividades
en el Partido Socialista y luego se me pidió reseñar con cierto detalle el funcionamiento del
Consejo de Difusión de la Universidad de Concepción, que yo dirigía. Se me ordenó regresar al
gimnasio:

-No hay problema con usted, profesor -me dijo uno de los agentes-... vayase tranquilo, que va a
salir luego y podrá irse a México con su familia...

Al gimnasio seguían llegando grupos de toda la región del Bío-Bío: Chillán, Los Ángeles, Yungay,
Yumbel, Monte Águila, Coelemu, San Rosendo. Entre estos grupos, venían numerosos dirigentes
campesinos que nos relataron el horrible balance de muerte, despojo y dolor, que desató en el
campo la revancha de los terratenientes.

Comenzaron a ser evacuados los numerosos extranjeros que se encontraban detenidos:


profesores universitarios, médicos, estudiantes de diversas nacionalidades latinoamericanas. La
salida de los ciudadanos extranjeros, bajo la presión diplomática, dio lugar a vergonzosos negocios
impuestos a estos prisioneros por oficiales de la marina. Los oficiales presionaron a algunos
profesores y profesionales para que les vendieran "a buen precio", sus vehículos y menaje de
casa. Nos contaron cómo vendieron, pagados en cheques-dólares contra bancos norteamericanos,
los bienes que les exigían los marinos. Conocimos casos de negocios que surgieron cuando el
capellán, que censuraba la correspondencia, se enteraba por las cartas de que algunos extranjeros
daban instrucciones a sus familiares sobre la venta de sus departamentos y vehículos. El capellán
pasaba el dato al oficial interesado en aprovecharse de la emergencia y pronto el prisionero era
llamado para "conversar sobre el negocio". "Qué hago...? -nos decía un amigo profesional casado
con una europea-, un capitán insiste en quedarse con el auto, pero ofrece una miseria..." Un día
me di cuenta que el compañero ya no estaba. Alguien contó que había sido llevado al aeropuerto
junto con su esposa. El informante decía: "Parece que el marino mejoró la oferta o el compañero
aceptó venderlo como mercadería salvada de incendio..."

Los evangelistas fueron en la isla unos personajes que animaron en buena medida la vida de los
prisioneros. El grupo tenía un líder, Julio Martínez. Se trataba de un hombre de gran sociabilidad,
movido por una auténtica pasión interior. Pronto se transformó en el paño de lágrimas de muchos
prisioneros. Hasta el 11 de septiembre, Martínez se ganaba la vida como sargento de carabineros.
Esa mañana recibió la orden de participar en la ofensiva fascista contra el movimiento obrero y las
fuerzas democráticas de Chile. Se acercó a su jefe superior y sacándose el cinturón, procedió a
entregar su arma de reglamento:

-Yo no puedo cumplir estas órdenes que van contra mi conciencia cristiana -le explicó al superior-;
por favor, acepte de inmediato mi retiro del Cuerpo de Carabineros de Chile.

Martínez fue arrestado y remitido junto con los presos políticos a la isla Quiriquina.

A las pocas semanas, en el gimnasio, Martínez había creado un grupo de evangelistas con
quienes se dedicó a leer y comentar la Biblia. Luego vinieron las oraciones y los cánticos. Primero,
a media voz; más tarde, un grupo se instalaba en una esquina, a las cinco de la tarde, para cumplir
con Dios y su conciencia. El grupo evangélico crecía día a día. Martínez, Biblia en mano, daba
consuelo y esperanza. El liderazgo de Martínez en el gimnasio comenzó a inquietar a los marinos
que nos custodiaban. Lo tenían en la mira telescópica, a la espera de algún pretexto para
someterlo al mismo régimen que sus "enemigos de la Unidad Popular (UP), o el MIR".

Un día apareció un funcionario de la Cruz Roja Internacional, a quien se pudo denunciar uno de los
hechos que más conmovieron a los prisioneros en Quiriquina. Un profesor había sido sacado
durante la noche con destino desconocido. Fue trasladado hasta el vecino puerto de Tomé y de ahí
a Coelemu. Durante una semana lo mantuvieron ensacado y sin comer, hasta que, gracias a la
tenacidad de su esposa que logró enterarse del traslado, se pudo comprobar que había una
confusión de nombre con otra persona a quien se buscaba con orden de fusilarla.

-Te escapaste, viejo -le dijo un carabinero-; ...no, no eres al que hay que dar vuelta... y vas a
regresar a la isla...

El funcionario internacional interrogó al profesor, que permanecía acostado sin poder mover sus
piernas, y tomó nota de sus denuncias en presencia de oficiales de la Marina.

Parece que se culpó al pastor Martínez de haber provocado la entrevista y que como represalia se
le incomunicó.

La reacción en el gimnasio no se hizo esperar. Ese día, cuando llegó la hora de los cánticos
evangélicos, sin el pastor, nosotros sumamos nuestras voces y prácticamente todo el gimnasio
irrumpió, interpretando una sencilla estrofa que ya habíamos aprendido de memoria a fuerza de
oírla una y otra vez:

Sin Dios nada somos en el mundo,


sin Dios nada podemos hacer,
ni las hojas de los árboles se mueven,
si no es por su poder...
A partir de este día, esos versos se convirtieron en la "canción protesta" con que los prisioneros
comenzamos a hostigar moralmente a los infantes de marina. Cuando fuimos trasladados al
estadio, el pastor Martínez fue con nosotros y allá siguió su prédica evangélica, y también fue con
nosotros la "canción protesta". Al atardecer, cuando marchábamos en filas hacia nuestras celdas
para dormir, la pegajosa melodía evangélica se cantaba una y otra vez, causando notorio malestar
a los carceleros. Era evidente que habían captado que cantando esas estrofas, las que no podían
proscribir como subversivas, se recobraba, aunque fuera informalmente, el derecho a hablar en voz
alta en su presencia.

Marxistas y cristianos encontramos así un lenguaje simbólico para cantar juntos en las catacumbas
del fascismo chileno. Contrariamente a esta imagen humana y fraternal de los evangelistas en la
isla, la Iglesia católica estaba representada por un capellán inequívocamente fascista: Gustavo
Tempe. Tempe no tenía en sus palabras ni en sus gestos el menor rasgo de humanidad. Cumplía
sus obligaciones como un funcionario más del SIM, el Servicio de Inteligencia Militar, encargado de
la correspondencia y las encomiendas. Colaboraba con celo hurgando en cada carta, en cada
rumor, alguna pista que pudiera justificar algún interrogatorio, sabiendo perfectamente que de ahí
al fuerte Borgoño había un paso. Era un fraile deshumanizado y buen fariseo: cumplía con la misa
dominical v daba la comunión. En conversaciones con prisioneros procuraba justificar todo; incluso
se atrevió a sostener la tesis que el intendente Fernando Álvarez, asesinado por las torturas,
efectivamente había muerto de un ataque cardiaco "porque estaba enfermo del corazón". Su
fariseísmo quedó al descubierto cuando se consiguió una brigada de trabajo forzado para pintar la
parroquia de la isla y quitar la maleza que había crecido en la escalinata: había que tener flamante
el templo en Navidad, fecha que, nos recordaba, "tenía una profunda significación cristiana". Era
sin duda un cuadro impresionante contemplar, tras la reja del patio del gimnasio, un grupo de
compañeros que trabajaba en la parroquia custodiado por grumetes, metralleta en mano.

Entre los oficiales de seguridad no había un pan que rebanar. Todos tenían una actitud llena de
odio contra nosotros, salvo que, alguno, como el teniente Silva, era evidentemente más imbécil que
el resto. El jefe del campo era el capitán Pedro Arrieta, un insecto que debe quedar clasificado
como de los ejemplares típicos de la mentalidad fascista en la Marina. El capitán Arrieta sostenía
animadas tertulias con algunos compañeros y defendía abiertamente el fascismo y el sistema
imperialista norteamericano.

-Que han cambiado las cosas -solía decir, paseándose con una mano sobre su revólver-; ahora
aquí le podemos dar una patada en el "poto" a un médico, a un abogado, a un profesor
universitario... Ahora estos caballeros están bajo nuestra bota, somos nosotros quienes
mandamos.

El hombre no podía disimular su amargo resentimiento contra la inteligencia y la cultura. Esa


amargura y frustración no eran privativas de este oficial parlanchín y engreído; la inmensa mayoría
de los oficiales experimentaba un extraño placer cuando podían humillar a un hombre que sabía o
tenía algún rango intelectual indiscutible.

-Esto está comenzando, señores -repetía Arrieta-; hemos empezado por ustedes y en enero
comenzarán a llegar los demócratas cristianos; esos son unos demagogos que están esperando
que les entreguemos el gobierno. Se van a pisar la "huasca"; ahora gobernarán sólo los militares, y
sin más políticos; se acabó la política en Chile; sí, señores, no habrá más política, esto es claro y
definitivo...

Sin embargo, estas bravatas no mostraban sino una profunda inseguridad y temor. Cuando
salimos de Quiriquina, las iglesias y organismos internacionales, exigieron se certificara el
abandono del campo de cada prisionero. Se nos entregó un certificado que llevaba la firma de
Pedro Arrieta:
-Con esta firma... -decía medio en serio y medio en broma-, estoy cagado si se da vuelta la tortilla...

Como una manera de bajar la fuerte tensión nerviosa y disipar un poco la nube de amargura que
provocaba la diaria humillación a que se nos sometía, un grupo de compañeros tomó la iniciativa
de organizar algunos programas artísticos. En un improvisado escenario se montaron pequeñas
dramatizaciones, se contaron chistes, se cantó y recitó; incluso se logró la entrada de una guitarra,
que estalló como una bomba moral en el ambiente.

Había una muchacha de Los Ángeles que cautivaba con su voz, de una extraña dulzura; un gordo
de Talcahuano, singularmente dotado para cantar y contar chistes, que desataba oleadas de
carcajadas interminables... Pero nunca olvidaré cuando una enfermera amiga subió al escenario y
comenzó a cantar con guitarra una hermosa canción del folklore argentino:

Andar en la huella,
siguiendo una estrella
que aunque esté muy alta
yo sé que un día la he de alcanzar...

Morir no se muere nunca,


vivir es la ley del hombre...
Nunca lo dijo, pero muchos sabíamos que cantaba en homenaje a nuestro inolvidable intendente
de Concepción, Fernando Álvarez Castillo, que hacía pocos días había sido asesinado por los
carabineros. Ella cantaba convencida "que el hombre no muere nunca", pero humana al fin, nos
transmitió no sólo con su voz, sino también con sus ojos, la profunda pena por la partida sin retorno
de un gran amigo y un revolucionario ejemplar.

En la medida que los consejos de guerra iban culminando sus procesos, se hizo necesario contar
con un recinto especial para recluir a los condenados. Se dispuso la rehabilitación de Rondizzoni,
un antiguo presidio que estaba abandonado en la isla Quiriquina. El presidio está situado en un
lugar inhóspito, extremadamente húmedo, encajonado entre dos quebradas, frente al mar.

Como parte del refinamiento del trato psicológico dado a los prisioneros, la superioridad de la
Armada dispuso que estos trabajos fueran realizados por "brigadas voluntarias" de prisioneros
politices. En medio de la tensión que se vivía, era evidente que negarse a trabajar en tales faenas
significaba un desafío cargado de las peores consecuencias.

Cuando fuimos evacuados de la isla, los trabajos de Rondizzoni avanzaban a plena marcha.

El 10 de marzo de 1974, en El Color, un diario de izquierda incautado por la Junta, se publicó el


artículo del que a continuación transcribimos algunos párrafos que nos ahorran mayores
comentarios tanto sobre el trabajo forzado a que se sometió a los prisioneros en Quiriquina, como
del grado de envilecimiento del "chupafusil" que lo firma, Antonio Álvarez:

"Lo que observé en Rondizzoni era el producto de apenas cuatro meses ininterrumpidos de
esfuerzo y sudor. Aquella inmensa construcción había sido levantada en ese antiguo lapso por los
propios detenidos, con el asesoramiento técnico de personal uniformado y civil de la Armada. Allí
en la isla nos recibió una fuerte y fresca brisa. El próximo paso fue abordar un autobús de la
Escuela de Grumetes. Se agregaron entonces al grupo el director del establecimiento naval capitán
de fragata John Martin y el subdirector del mismo, comandante Eduardo Young.

"Al llegar a un plano e iniciar nuestro descenso, lo primero que vimos fue una gran techumbre
blanca y la interpretación de un himno militar. Como impelidos por la curiosidad, empezamos a
caminar presurosamente, pero siempre cerca de las autoridades que nos precedían. Abajo, frente
a un respetable inmueble casi terminado en su construcción interior, se encontraban los detenidos.
En correcta formación -haciendo cuatro filas-, los 192 hombres aguardaban la llegada del
contralmirante Costa Bobadilla y demás miembros de la comitiva. A su lado, el personal uniformado
que tiene a su cargo la guardia, la banda instrumental y los voluntarios de las diversas
reparticiones navales que habían trabajado en la obra.

"Yo me sorprendí por la calidad de la prisión Rondizzoni. Su gruesa estructura material es muy
apropiada para las condiciones climáticas de la isla, fundamentalmente durante la época invernal.
Observé detenidamente cada rostro allí. Había orgullo flotando en el patio de Rondizzoni. En el
semblante de los detenidos pude ver satisfacción por la faena realizada. El comandante Henríquez
Garat -ahora con el mando del crucero Prat a quien se debe en gran parte lo que en ese lugar
vimos los reporteros-, se los agradeció. Y el contralmirante Costa Bobadilla, también lo hizo.
Recuerdo que el entonces jefe de Estado Mayor les dijo a quienes construyeron el inmueble
Rondizzoni: 'Tengo un encargo del almirante. Él se ha mostrado gratamente impresionado. La
Comandancia, el que les habla, los oficiales y personal civil que ha participado en la construcción
de este nuevo establecimiento, me han hecho llegar el reconocimiento por el esfuerzo desplegado
por todos ustedes. Y -concluyó-: La construcción de Rondizzoni se hizo en cuatro meses de
trabajo. Se hizo para darles las comodidades que ustedes merecen como seres humanos. Más
adelante iremos mejorando esto...'

"Los dormitorios -cuatro en total- pueden albergar 200 personas. Había allí tres dormitorios con 56
camas totalmente habilitadas cada una de ellas, y otro provisto de 24 camas. Se trata de literas
que llegan hasta el mismo cielo raso de Rondizzoni. 'Son bastante altas, pero los más jóvenes
dormirán arriba y los de más edad se ubicarán en los lechos situados abajo' -explicó el
comandante Henríquez Garat. Con respecto al asunto de las camas, quiero destacar la labor del
ahora comandante del crucero Prat. Él, con su dinamismo conocido en la II Zona Naval, bregó
arduamente para conseguir sábanas y frazadas para los reclusos y personal de guardia. A fuerza
de insistir en las industrias y otro tipo de empresas locales, consiguió finalmente ropa de cama para
los 192 hombres y sus guardias. Es que -como lo dijo el comandante allí en Rondizzoni, a modo de
conversación- recién ahora, después de varios meses, los detenidos sabrán lo que es dormir
desvestidos y en un lecho blando y cómodo. De manera que ahora puede venir el invierno nomás.
Creo que Rondizzoni, aparte de haber constituido un producto del esfuerzo de muchos hombres,
es en estos instantes el símbolo probatorio de que allí, en la isla, hay humanidad por sobre otras
tantas cosas. En la ínsula, en fin, flotaba orgullo y se respiraba satisfacción..."

La humillación diaria, el hambre, el frío, la presión psicológica, la tortura y la muerte, dominaban la


escena en el gimnasio de la isla Quiriquina. Fueron meses que parecieron siglos y que sin
embargo habrían de darnos la exacta dimensión de nuestra resistencia física y moral.

Notas:

1. No damos sus nombres por razones de seguridad, pero en el futuro habrán de conocerse como parte de la historia heroica del
socialismo chileno.

2. En los campos de concentración se saludaba con alegría la noticia del asilo de ciertos compañeros que sólo por esta vía podían
salvarse del asesinato. Sin embargo, se estimaba que ningún dirigente, de ningún nivel, podía asilarse sin autorización de su partido
Aquello de "después de mí el diluvio", no podía ser un principio aceptable de la moral revolucionaria. Quienes dirigían debían asumir
sus responsabilidades. Es el riesgo del auténtico liderazgo.

3. La decisión de fusilar a los dirigentes del carbón estaba tomada con antelación al proceso, como lo reconoció el propio general
Washington Carrasco, quien reconoció haber recibido instrucciones de la Junta Militar.

4. Peña, Sau y Carrasco, escaparon milagrosamente de la muerte y dieron impresionantes lecciones de moral revolucionaria.

2. La revancha de los terratenientes


Al compañero Allende lo mataron porque fue el primer
Presidente de Chile que se acordó de nosotros, los campesinos.

Una dirigente campesina.


Isla Quiriquina, septiembre, 1973

Nunca se sabrá cuál ha sido exactamente la cantidad de patriotas asesinados por


orden de los generales traidores. Los fusilamientos, acordados por los
desvergonzados "consejos de guerra", son una minúscula porción de la
interminable cadena de asesinatos cometidos a la sombra de la noche en
poblaciones, centros laborales y presidios. Por las revelaciones recogidas en
Quiriquina, estadio Regional de Concepción y Chacabuco, la mayor cuota de
sangre ha sido derramada en el campo. La revancha de los terratenientes ha sido
monstruosa y corresponde a la profundidad de los cambios que el gobierno del
presidente Allende realizó en el agro. Al 11 de septiembre de 1973, el gobierno del
presidente Allende había destruido totalmente el latifundio, aplicando
resueltamente la Ley de Reforma Agraria aprobada por el gobierno demócrata
cristiano.

La conciencia y la organización campesina adquirió un extraordinario nivel: los


trabajadores del agro se incorporaron definitiva y masivamente a la vida
ciudadana. Los cambios operados en la agricultura tuvieron especial relevancia en
dos provincias vecinas a Concepción: Ñuble y Bío-Bío.

Alrededor de 200 dirigentes campesinos de Bío-Bío fueron trasladados a la isla


Quiriquina, luego de ser sometidos a bestiales torturas por militares y carabineros.
Nos contaron cómo oficiales, enfermos de odio clasista, escupían sus botas y
luego ordenaban a los detenidos limpiárselas con la lengua. Los obligaban a tragar
su orina y sus excrementos; o bien, les servían sus alimentos en los platos usados
previamente por centenares de otros prisioneros. Además de los azotes y
puntapiés, fusilamientos simulados y vejámenes morales increíbles, los prisioneros
eran subidos a los camiones, tendidos y colocados unos sobre otros, hasta colmar
las barandas. Numerosos campesinos, de los que quedaban al fondo, perecieron
asfixiados o aplastados por el peso de sus compañeros.

Entre los asesinatos masivos que logramos registrar en la provincia se cuenta el


de dieciocho dirigentes de Laja, que fueron fusilados sin juicio alguno; se aplicó a
sus cuerpos cal viva para borrar las huellas de las torturas y mutilaciones. Entre
estos dirigentes estaban los socialistas Alonso Macaya y Rubén Campos, y el
mapucista Jorge Lamana. En el fundo forestal El Morro se asesinó fríamente a
entre quince y dieciocho campesinos, acusados de estar preparados militarmente.
Sobre los puentes del alto Bío-Bío fueron ultimados cincuenta campesinos y
dirigentes obreros. Los hombres fueron lanzados sobre el torrente y las rocas de
una altura superior a 70 metros, y cuando iban en el aire se disparaba sobre ellos.
Los muertos en esta provincia alcanzan varios centenares y a muchos miles los
torturados, heridos y lanzados a los caminos con todos sus enseres domésticos.
Una cantidad indeterminada huyó por los flancos cordilleranos hasta la vecina
República Argentina, cruzando a pie la cordillera de los Andes.
Entre las personalidades más destacadas que cayeron en la provincia figura el
economista socialista Pedro Ríos, ex director de la sede de la Universidad de
Concepción, instalada en Los Ángeles. Ríos se encontraba el 11 de septiembre
cumpliendo importantes tareas de gobierno al frente de un organismo de
planificación regional. Pedro Ríos fue detenido y trasladado a Temuco, ciudad en
la cual, como corolario de brutales tormentos, fue fríamente asesinado. Sus
antecedentes de haber trabajado en Cuba durante los primeros años de la
Revolución, lo "marcó" definitivamente ante los fascistas.

El diputado socialista por la región, Arturo Pérez Palavecinos, fue capturado y


sometido a un demencial trato de castigos y humillaciones que podrían haber
enloquecido a cualquiera. Incluso su esposa fue detenida y trasladada a la isla
Quiriquina, no obstante lo cual tuvo valor para resistir, demostrando una vigorosa
personalidad política que terminó por agotar a sus verdugos. Con Pérez
Palavecinos iniciamos juntos nuestra lucha política en el Liceo de Chillán, y
sentimos un verdadero "orgullo generacional" cuando escuchábamos a los
campesinos de su provincia relatarnos con admiración su voluntad de no
doblegarse ante ningún apremio. Entre los oficiales fascistas de Los Angeles, el
capitán Walter Klutz adquirió fama de bestia enferma de odio; personalmente
ejecutaba las torturas y vejaciones. Acostumbraba contar a los prisioneros,
propinándoles a cada uno violentos puñetes en el rostro; o bien, al tenderlos en el
suelo, pasar sobre sus espaldas cargando sus botas y profiriendo toda suerte de
injurias. En una oportunidad llamó a un grupo de prisioneros para invitarlos a
reconocer a algunos militantes de la izquierda regional que aparecían en algunas
fotografías que tenia en sus manos:

-¿Conoces a éste?... y ¿a este otro?... y ¿a este otro? -preguntaba, con una


sonrisa diabólica, y luego exclamaba: ¡a éste lo maté ayer, a este otro esta
mañana y a éste lo mataré esta noche!

La reseña de crímenes en la provincia de Ñ es escalofriante: el alcalde de Chillán,


un ingeniero socialista, Ricardo Lagos Reyes; su esposa, la profesora Sonia
Ojeda, y su hijo, estudiante universitario, Carlos, fueron masacrados en su propio
domicilio por una patrulla de carabineros que buscaban "armas cubanas". Sus
cuerpos fueron paseados por la ciudad en un vehículo policial, para sembrar el
terror, mientras su hogar fue entregado al saqueo. Lagos era un hombre de sólido
prestigio ganado en una vida de esfuerzo y una larga actividad pública. El signo
dominante de su personalidad era la responsabilidad y entrega ilimitada a la causa
revolucionaria. Es evidente que Lagos fue asesinado premeditadamente. Las
autoridades militares lo confirmaron como alcalde de la ciudad, mientras en la
sombra preparaban su aniquilamiento.

El abogado Reinaldo Poseck Pedreros, secretario regional del Partido Socialista,


fue bárbaramente torturado hasta llevarlo a la muerte. Poseck había sido durante
veinticinco años abogado de los sindicatos de la región, trabajo que realizó
siempre con especial dedicación y sin hacer jamás exigencias económicas. Su
labor profesional favoreció especialmente a los campesinos, quienes ganaron
innumerables batallas reivindicativas gracias a su honesta e intransigente defensa
jurídica. Poseck era un destacado dirigente regional del Partido Socialista, en el
que militó desde sus años de estudiante en la Universidad de Concepción y a la
que entregó su vida con auténtica devoción revolucionaria. Era un hombre de una
honestidad poco común. Jamás se deslumbre con las posibilidades mercantiles
que su profesión abre en la provincia donde el título de abogado suele ser una
patente de corso. Modesto hasta la exageración, jamás abrigó ambiciones de
figuración personal. Sentía y vivía con sinceridad los principios éticos del
socialismo.

Poseck logró eludir durante varios días la persecución oficial, ocultándose en


poblaciones obreras donde tenía innumerables camaradas. En una oportunidad un
militar de tropa irrumpió al interior de una modesta vivienda obrera, como parte de
una acción destinada a encontrar al dirigente socialista. El soldado reconoció a
Poseck, pero se retiró sin decir nada, y a pocos metros de la vivienda dio cuenta al
oficial que no había nadie a quien aprehender. Sin embargo, días más tarde
Poseck fue detenido en la población obrera Salvador Allende y sometido a un
violento castigo, a tal punto que sus verdugos, temerosos de que muriera antes de
ser interrogado, lo llevaron al hospital de Chillán. Al poco tiempo, se le trasladó al
Regimiento de la ciudad, para ser interrogado. Abrumado por las torturas y
vejámenes, Poseck no resistió las provocaciones de sus interrogadores y
convencido de que su fin era inminente, se levantó de su asiento y propinó un
violento puñete al agente del SIM, quien al instante descargó su revólver sobre el
dirigente socialista.

Otros socialistas asesinados en Ñ fueron el secretario provincial de la Central


Unica de Trabajadores (CUT), Robinson Ramírez, obrero de la industria del cuero,
con dilatada trayectoria sindical; los dirigentes campesinos Octavio Riquelme,
Sergio Cádiz y Gilberto Pino;

el ex presidente de la Federación de Estudiantes de Ñ y dirigente regional del


partido, Patricio Alarcón Valenzuela, y el jefe de la Brigada Universitaria de la
Universidad de Chile, profesor Francisco Sánchez. Entre los comunistas, fueron
asesinados el dirigente campesino Carlos Montecinos; el dirigente del gremio de
taxistas, Cleofe Urrutia, y dos funcionarios del Ministerio de Agricultura, de apellido
Fetis. Entre los radicales, se registra muerte de los dirigentes de la juventud de
ese partido: Patricio Weitzel Pérez, Arturo Prat Martí, Gregorio Retamal Venegas,
Jaime Vegas y Carlos Sepúlveda Palavecinos, este último asesinado frente a su
casa, en presencia de su esposa e hijos.

El asesinato del dirigente del Partido Radical, Patricio Weitzel Pérez, constituyó
uno de los hechos más escalofriantes de la represión fascista en Ñ. Su esposa
Ana María Morgado Rubilar, de 25 años de edad y madre de 3 hijos, entregó a la
Tercera Reunión Internacional Investigadora de los Crímenes de la Junta Fascista
Chilena un testimonio que merece ser reproducido integralmente. (1)

"El 18 de septiembre de 1973, mi marido, Patricio Weitzel Pérez, se presentó al


cuartel de investigaciones por haber sido requerido públicamente por un bando
militar. Se le acusó de haber participado en el asalto a la emisora 'Los Héroes', de
Chillán, hecho ocurrido en agosto del mismo año. A pesar de la violencia con que
se le trató en los interrogatorios, que duraron 8 días, fue declarado inocente de
dicha acusación y puesto en libertad el 25 de septiembre. Ya en la casa, me contó
que había sido interrogado en la Fiscalía Militar, en presencia del secretario
general de Patria y Libertad, de Chillán, señor Cox, y de otros miembros de este
siniestro grupo. En presencia de ellos fue desnudado, amarrado y colgado de los
pies con la cabeza hacia abajo. Lo mojaban para luego aplicarle corriente eléctrica
principalmente en los órganos genitales. Muchas veces fue atado e introducido en
un tarro de lata. Allí era golpeado con la culata de los fusiles hasta hacerlo
desfallecer de dolor. Una noche lo encapucharon y lo sacaron a un patio, donde le
informaron que sería fusilado. Le dijeron que debía escribir una carta a su mujer y
despedirse en ella de sus hijos, pues había llegado su fin. La comedia terminó
cuando, al momento de disparar, recibió un culatazo que le produjo una larga
inconsciencia. Cuando reaccionó, estaba en la cárcel pública. Al día siguiente, el
octavo de su detención, un ministro militar de visita lo puso en libertad
incondicional por falta de méritos. El primero de octubre, mientras se recuperaba
de las torturas recibidas en los interrogatorios, fue nuevamente detenido por una
patrulla de carabineros al mando del sargento primero Herminio Fernández y el
cabo Francisco Opazo. Junto con mi esposo fueron detenidos dos amigos que en
ese momento lo visitaban. Ellos eran Arturo Prat Martí y Gregorio Retamal
Venegas, egresados de la Escuela Normal de Chillán y ambos militantes de la
Juventud Radical Revolucionaria.

"El 2 de octubre comenzó nuestra desesperada búsqueda de información sobre el


paradero y la suerte corrida por mi esposo y sus compañeros. De nada sirvieron
los ruegos y súplicas; tampoco nuestra angustia. Nadie reconocía haberlos
detenido. Así recorrimos todas las cárceles y campos de concentración en que se
nos permitió consultar. De esta manera transcurrieron tres largos meses de una
angustiosa y desesperada búsqueda, hasta que, en la mañana del 27 de
diciembre del mismo año, llegó al taller de relojería, del cual mi suegro es
propietario, un campesino que deseaba que le repararan un reloj de pulsera. Con
enorme sorpresa y angustia, mi suegro reconoció el reloj de su hijo. Preguntó al
campesino dónde lo había obtenido, pero el hombre, atemorizado, huyó a su
hogar. Hasta allá fue seguido por mi suegro, quien lo interrogó. La respuesta fue
que había sacado el reloj a uno de los cadáveres que se encontraban al otro lado
del río Ñ.

"Inmediatamente nos trasladamos a ese lugar mi suegro y yo. El espectáculo que


descubrimos era realmente patético y siniestro. Yacían ahí 12 cadáveres
carcomidos por el agua, los gusanos y las ratas. Algunos estaban amarrados con
gruesos alambres; otros mutilados, en condiciones irreconocibles, salvo por las
ropas que aún permanecían en sus cuerpos. Reconocí el rostro de mi esposo.
Temerosos de que pudiera desaparecer su cadáver, lo ocultamos inmediatamente
en una pequeña tumba que cavamos cerca.

Al día siguiente nos dirigimos al tercer Juzgado del Crimen de Chillán a denunciar
su asesinato y exigir se levantara el acta de defunción. Después de un largo día
de tramitaciones, logramos obtener lo solicitado. El parte oficial, fechado el 28 de
diciembre de 1973, señala que la causa de la muerte fue: "Anemia aguda con
perforaciones múltiples de bala." Hago notar que junto al cadáver de mi esposo se
encontraba el de Gregorio Retamal Venegas en condiciones similares. El cuerpo
fue también entregado a sus familiares, con el certificado de defunción
correspondiente. El cadáver de Arturo Prat no ha sido hallado hasta ahora.

No bastó a los fascistas lo ya narrado. Los allanamientos a mi hogar continuaron


en forma constante. Finalmente, fui detenida el 15 de enero de 1974 por una
patrulla de carabineros al mando del mismo suboficial que había apresado a mi
esposo: Herminio Fernández. Sin dar ningún tipo de razones, me entregó al
regimiento de Chillán. En cuanto entré al regimiento, fui amarrada de pies y manos
con apretados alambres, y me vendaron los ojos. En estas condiciones, me
arrojaron a un calabozo muy húmedo y estrecho, donde permanecí por espacio de
unas tres horas. Luego fui sacada de allí y conducida a una sala grande, donde
me ataron a un poste. El interrogatorio comenzó con la siguiente frase: '¡Bueno,
mierda! Ya que tu cagada de marido no dijo dónde había armas, tú vas a cantar
ligerito si no quieres que te matemos a ti y después a tus 'huachos'.' Como mi
respuesta fue que jamás vi nada, recibí el primer latigazo con lo que parecía ser
una correa de cuero muy ancha. Al primero siguieron muchos y muchos más. No
podía yo responder lo que ellos querían, por lo que me dijeron: 'Ya que no hablas
te vamos a hacer algo que te hará cantar hasta cómo se llama tu abuela'.

"Así, en medio de insultos y risas grotescas, fui desnudada. Me mojaron con agua
y luego me botaron al piso, con los brazos y las piernas abiertas. Empecé a sentir
fuertes golpes eléctricos. Tanto se repetían las descargas de electricidad que sufrí
numerosos desmayos, y aunque gritaba suplicando que me dejaran, que nada
sabía, que estaban equivocados, de nada servía. A veces me metían a una celda
para que me recuperara y pronto era sacada nuevamente para continuar el
tratamiento. En muchas ocasiones los oficiales llamaron a les soldados
diciéndoles: 'Vengan a entretenerse con ésta un poco, porque lo necesita'. Así fui
vejada y violada muchas veces. Luego, para reaccionar, me metían en unos
tambores con agua durante algunos minutos, y nuevamente desnuda y mojada me
devolvían a mi celda. Así, angustiada, sufriendo constantemente humillaciones,
torturas y vejámenes, viví en el regimiento de Chillán durante 15 días, en los
cuales mi único alimento consistía en té frío y algo de pan remojado.

"Un día, después de ser otra vez violada, me subieron a una mesa y me abrieron
las piernas, introduciéndome alambres eléctricos en la zona vaginal. Sentí un
fuerte golpe de corriente; creí que mi vida ya se terminaba, que me moría. Algo
muy grave estaba pasando, pues entre los continuos desfallecimientos oía voces
que me parecían lejanas diciendo: '¡La cagamos! Avisen para que la botemos'.
Perdí definitivamente el conocimiento. Desperté en la sala de operaciones del
hospital Herminda Martín. Había sufrido la ruptura del útero y tenía una fuerte
hemorragia. Allí permanecí 10 días, al cabo de los cuales fui puesta en libertad
con la advertencia de que si salía de mis labios alguna palabra en relación con las
causas que originaban mi estado, ello me costaría la vida.

"Durante mi permanencia en prisión sólo se me exigió confesar en qué lugar se


encontraban las armas que supuestamente ocultaba mi marido, cosa que jamás
habría podido declarar por ser absolutamente falso. En septiembre de 1974 pedí
asilo en la Embajada sueca en Santiago."
Centenares de cadáveres, a menudo imposibles de identificar por las torturas,
fueron arrojados a los ríos Ñuble, Itata, Chillán, Cato, Niblinto, etc., a tal punto que
la jefatura militar dictó un bando prohibiendo la caza y la pesca 'hasta nueva
orden'...

En Chacabuco pudimos confirmar que el golpe en el agro fue particularmente


brutal. En el sur del país, aldeas completas fueron arrasadas por bombardeos
aéreos; hubo centenares de fusilados sin juicio alguno y muchos en compañía de
toda su familia. Las torturas rayaron en la locura: los prisioneros solían ser atados
de pies y manos, luego colgados de los pies y elevados en un helicóptero y
lanzados contra matorrales espinosos. En el complejo maderero de Panguipulli, un
oficial de la FACH ordenó fusilar familias enteras "para que no quede semilla del
marxismo en el campo chileno".

Los latifundistas regresaron a sus haciendas en gloria y majestad para aplicar su


ley secular: explotar más al hombre que a la tierra. Al cabo de algunos meses, los
generales entregaron el control del sector agropecuario a oficiales del cuerpo de
Carabineros.

Los policías se instalaron en la Corporación de Reforma Agraria, Instituto de


Desarrollo Agropecuario, Servicio Agrícola y Ganadero y de otros organismos
encargados de diversos aspectos de la política agraria. Entre sus primeras
preocupaciones, los carabineros anunciaron que se "devolvería la tierra
injustamente quitada a sus legítimos dueños", y además cancelarían toda
actividad sindical, "para regresar la paz a los campos perturbados por la agitación
política". Un campesino, al escuchar en rueda de amigos comentarios sobre la
"política agraria" de los carabineros, preguntó sinceramente asombrado: "Por qué
les entregaron el agro a los carabineros si no saben nada de agricultura?... A lo
mejor -agregó socarronamente- porque los carabineros saben andar a caballo..."

Notas:

1. Efectuada en México, del 18 al 21 de febrero de 1975.

3. El golpe en la Universidad

Podrán quemar todos los libros de Marx, de Lenin y del Che,


pero no podrán quemar las ideas que iluminan nuestra época.

Un profesor de la Universidad de Concepción,


Isla Quiriquina, octubre, 1973.

Al instalarse el gobierno de la Unidad Popular, en las universidades chilenas se


vivía un proceso de reforma de las estructuras del poder y de la política académica
global. Los cambios en la estructura del poder abrieron participación a estudiantes,
funcionarios administrativos y docentes en la conducción de la Universidad. En la
política académica se expresaron en el llamado "compromiso social de la
Universidad", buscando una vinculación de las actividades académicas con las
tareas del desarrollo nacional y el proceso político que transformaba la sociedad
chilena.

En la Universidad de Concepción (1) la reforma universitaria provocó serios


conflictos, tanto por el carácter marcadamente oligárquico del poder universitario
tradicional, como por la radicalización del movimiento estudiantil.

En 1969, la comunidad universitaria, en votación directa y proporcional, según se


tratara de los estamentos docentes, no académico y estudiantil, eligió como
autoridades máximas al doctor Edgardo Enríquez Frodden y al profesor Galo
Gómez Oyarzún. Ambas personalidades representaban una fórmula de gobierno
universitario de indiscutible solvencia académica y política. El rector Enríquez era
un médico brillante, alto dignatario de la masonería y militante antiguo del Partido
Radical. El vicerrector Gómez era un destacado profesor socialista, dirigente del
magisterio, ex presidente de la federación de estudiantes.

Los rasgos esenciales de la política universitaria, que impulsaron las nuevas


autoridades, podrían ser resumidos en los siguientes aspectos: desarrollo de una
investigación científica, orientada a dar una respuesta académica a urgentes
problemas nacionales, como la producción de nuevos alimentos, tecnología del
cobre, transformación del agro, para cuya materialización se trabajó en
importantes convenios concertados con la Corporación de Fomento de la
Producción. Desarrollo de una docencia que respondiera a las necesidades de
profesionales y técnicos para el trabajo productivo y los servicios. Se crearon
nuevas carreras profesionales, cursos especiales para trabajadores y se ampliaron
notablemente los cupos de matrículas y los programas de asistencia para
favorecer el ingreso a las aulas universitarias a miles de jóvenes de modestos
recursos. Desarrollo de una difusión cultural vinculada a las luchas de los
trabajadores, apoyando sus niveles de organización sindical, vecinal y
cooperativa, otorgando una decidida primacía a proyectos de promoción social y
cultural de la mujer.

Una investigación, docencia y difusión, de tales contenidos, no pudo realizarse


impunemente. El odio de clase contra la Universidad de Concepción se expresó
en violentas agresiones de los partidos políticos reaccionarios, provocaciones de
los colegios profesionales y desusados ataques de la prensa ligada a quienes la
nueva orientación universitaria amenazaba en sus privilegios. En el interior de la
Universidad, el fascismo se aglutinó en torno a una conocida consigna
reaccionaria: "¡Fuera la política de la Universidad!" A la política del compromiso
social de la vida académica, el fascismo opuso las hipócritas voces del
apoliticismo, postulando una tecnocracia y escapismo social tajantemente
reaccionario.

Lamentablemente para el avance del fascismo, el terreno fue abonado por muchos
errores de la izquierda: demandas extemporáneas y demagógicas, a veces
surgidas de la disputa entre fuerzas de la propia izquierda por la influencia
estudiantil; divisionismo suicida entre los diversos grupos estudiantiles de
izquierda; agitación de una propaganda ramplona y sectaria. La vida ha
demostrado que no basta tener una política justa sólo en los principios si no se
sabe implementar la concepción estratégica con una táctica adecuada, sensata,
flexible y coherente; imponer disciplina y tener en cuenta las peculiaridades de
cada frente de lucha.

El vuelco hacia la derecha de los sectores de las capas medias, que se verificaba
en el país desde fines de 1972 por variadas razones surgidas del proceso general
de avances y dificultades del gobierno del presidente Allende, fue favorecido en la
Universidad por serios y reiterados errores de la izquierda. Al producirse, a
comienzos de 1973, las elecciones para rector y vicerrector, el fascismo logró
articular un frente político en la Universidad de Concepción capaz de derrotar a las
fuerzas de izquierda, las que además se presentaron a la elección con dos
candidaturas: una de la Unidad Popular y otra del MIR.

La rectoría fue ganada por Carlos von Pleassing y la vicerrectoría por Lorenzo
González, ambas personalidades de escaso relieve académico, pero sostenidas
con virulencia por quienes ofrecían la despolitización universitaria. No obstante,
los estatutos universitarios establecidos por la reforma universitaria, y que tenían
el carácter de una ley de la república, radicaban la suma del poder académico en
el Consejo Superior. Este organismo estaba integrado por los directores de
escuelas e institutos, por los directores de Investigación Científica y Difusión
Cultural, y por una importante representación estudiantil. El Consejo Superior no
se renovaba paralelamente al nombramiento del rector y del vicerrector, de
manera que la izquierda retuvo un amplio control sobre este cuerpo colegiado.

A las pocas semanas de instaladas las nuevas autoridades en la rectoría y la


vicerrectoría, se hizo evidente que pronto el conflicto de poderes entre estos
personeros y el Consejo Superior sería inevitable. En estas condiciones,
sorprendió el golpe fascista a la Universidad de Concepción. A pocas horas del
golpe, el rector von Pleassing dio en la Universidad su propio golpe: decretó la
disolución del Consejo Superior y asumió todo el poder. La resolución del rector
recibió el respaldo público de los jefes militares más importantes de la región, el
general Washington Carrasco y el almirante Jorge Paredes. El comunicado de los
militares reconocía que, "dentro de los principios de la autonomía universitaria",
corresponde que su propia autoridad estudie y resuelva todas las medidas
conducentes a la reorganización de la Universidad de Concepción. Sin embargo, a
pesar del carácter abiertamente fascista del pronunciamiento universitario del
rector, y de las referencias a la "autonomía universitaria" de los jefes militares de
la región, pronto von Pleassing habría de tener un retiro bochornoso. (2)

Los jefes militares lo desplazaron e instalaron en la rectoría a un capitán de navío


en retiro y que era, hasta hacía algunas semanas, un funcionario administrativo
encardado de los hogares universitarios. Probablemente, a ningún reaccionario de
la Universidad ni de la región le habría pasado jamás por la cabeza que un
individuo como el capitán Guillermo González Bastías pudiera llegar alguna vez a
ser la autoridad máxima de la Universidad de Concepción. El capitán carecía de la
más elemental solvencia académica, sin titulo ni estudios universitarios; además,
había sido separado de su cargo por el Consejo Superior, a petición de los
alumnos, por inmoralidades e incompetencia manifiesta en el manejo de los
hogares estudiantiles.

El capitán González Bastías asumió la rectoría con plenitud de poderes y ha


tratado de ejercerlos desde el primer día. Designó todas las nuevas autoridades
académicas y administrativas. Buscó afanosamente colocar en las direcciones de
escuelas e institutos a gente que "no le hiciera sombra"y, no obstante que logró
reclutar un elenco no despreciable de ilustres mediocridades, la verdad es que
sigue siendo la figura más enana del gobierno actual de la Universidad de
Concepción.

Carente de toda autoridad intelectual y moral, ejerce su poder apoyado en los


carabineros y militares instalados en las puertas de las aulas universitarias, y de
oficiales que controlan cada paso significativo de la vida académica y
administrativa. Incluso, desplazó pronto al secretario general, abogado Ramón
Domínguez, un hombre de reconocidas tendencias reaccionarias, pero que tenía
un grave defecto: un posgrado en Europa y cierto estilo civilizado para tratar a la
gente, que para el capitán-rector no era más que pura "debilidad ideológica". El
abogado Domínguez fue relevado de su cargo por un fiscal de carabineros de
apellido Villagrán, quien de uniforme y con los procedimientos propios de un
policía con poder, cumple sus funciones a plena satisfacción del capitán González
Bastías. El capitán-rector comentó a la prensa, cuando el policía asumió la
Secretaría General de la Universidad: "Se trata de revestir a la autoridad
universitaria del don de mando necesario para asegurar el libre desarrollo del
espíritu que, como se sabe, es el lema de nuestra querida Universidad..."

Una apretada reseña de las tropelías cometidas en la Universidad de Concepción,


iniciadas bajo von Pleassing y continuadas por su capitán-rector, registra los
siguientes hechos principales: 1) Clausura de las escuelas de Sociología y
Periodismo. Expulsión de todos los alumnos y profesores. 2) Clausura del Instituto
del Arte, con expulsión de todos los actores del Teatro Universitario y de otros
numerosos artistas y profesores. 3) Clausura del Consejo de Difusión Cultural, con
expulsión de más del 90% del personal que trabajaba en los programas de acción
social, escuelas de temporada, publicaciones, etc. Ordenó quemar todos los
materiales recopilados para el Museo del Movimiento Obrero Chileno, uno de los
principales proyectos en marcha; destruyó miles de fotografías, cintas
magnetofónicas, libros, folletos, carteles, periódicos, etc. También fueron
quemadas todas las publicaciones del Consejo y la Radio de la Universidad,
dependiente de este organismo, transformada en Radio de las Fuerzas Armadas y
Carabineros de Chile. 4) Despido de más de 400 profesores y funcionarios
administrativos. 5) Expulsión de la Universidad de alrededor de 5 mil estudiantes.
6) Proscripción de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción.

El presidente de la Federación de Estudiantes de Concepción, Enrique Sepúlveda,


fue autorizado para asilarse en la Embajada de Francia, tenazmente perseguido
por las autoridades militares. El secretario general, Antonio Leal, y los dirigentes
Darío Villarroel, Francisco Feres y Mario Ricardi, fueron capturados y llevados a la
isla Quiriquina, donde permanecieron varios meses detenidos. Las torturas y
presiones de todo tipo resultaron inútiles para desmoralizarlos. A Feres le
detuvieron a su esposa, en avanzado estado de gravidez, y resultaba emocionante
verla cuando lograba algunos minutos para hablarle. Con Leal y Villarroel
compartimos muy estrechamente el cautiverio. Nos reconfortaba comprobar su
madurez política, nivel ideológico y fortaleza moral, propia de cuadros que habrán
de jugar un destacado papel en el futuro de la revolución chilena.

Además de estos dirigentes, centenares de estudiantes fueron detenidos y


torturados en diversos lugares de Concepción y algunos llegaron hasta la isla. La
Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción era uno de los
principales blancos del odio fascista, por su trayectoria de lucha que la puso a la
vanguardia de los estudiantes chilenos. La notable politización de la masa
estudiantil, la calidad de sus líderes y sus profundas vinculaciones con los
trabajadores dieron a esta organización estudiantil una importancia política de
carácter nacional. 7) Confinamiento por largos periodos, incluso de más de un
año, de numerosos profesores universitarios: Edgardo Enríquez, Galo Gómez,
Jorge Peña, Orlando Retamal, Marco Antonio Enríquez, Mario Ricardi, Sergio
Arredondo, Jorge Yáñez, Rafael Darricarrere, Iván Salazar, Fernando Enríquez
Barra, Eugenio García, Pablo Aznar, Edgardo Garbuisky, Rigoberto Rivera, Pilar
Campaña, Néstor d'Alessio, Miguel Aignarent, Marcelo Ferrada, Nimia Jaque,
Alejandro Witker, Wenceslao Rioseco, condenado a tres años de cárcel y Pedro
Améstica, condenado a treinta años. 8) Cierre de los hogares de estudiantes y
cancelación de las más importantes conquistas de asistencia estudiantil, sobre la
base de "financiar el presupuesto universitario y que todos sus servicios se
paguen". 9) Persecución ideológica a todas las expresiones del pensamiento
social avanzado, inclusive a personalidades demócratas cristianos. El director de
la Escuela de Medicina, doctor Fructuoso Viel, militante demócrata cristiano, fue
separado de su cargo por no darle suficiente confianza al capitán-rector. 10)
Asesinato por tortura de dos miembros del Consejo Superior: el ingeniero Pedro
Ríos, ex director de la sede de Los Angeles de la Universidad de Concepción y el
periodista Fernando Alvarez Castillo, de Radio Universidad de Concepción. 11)
Degradación del conjunto de la vida académica: calidad de la docencia, opresión
del pensamiento, delación y amenazas.

El capitán-rector ha impuesto la adulación oficial a su persona. En ocasión de su


santo, organiza comidas a las cuales se obliga a asistir a todos los profesores. En
cada escuela se solicitan adhesiones vergonzantes en dos listas, en una deben
firmar los adherentes y en otras quienes se excusan con las razones
correspondientes.

En enero de 1975, el capitán-rector conmovió al país con una de sus medidas


destinadas a "restablecer la disciplina y el principio de autoridad" en la Universidad
de Concepción. Con voz tronante anunció a la prensa que había ordenado la
expulsión de todos los alumnos del cuarto año de la escuela de Medicina, como
represalia por el hecho de que algunos estudiantes, que hacían práctica en un
hospital, habían sustraído anticonceptivos. Era evidente que la medida era
desproporcionada al supuesto delito y que, además, resultaba absurdo sancionar
a un curso entero por faltas cometidas por un grupo de alumnos. Pero el capitán-
rector permanecía inconmovible y respondía en tono doctoral, negándose a los
ruegos de los estudiantes afectados con una de sus máximas preferidas: "La ley
pareja no es dura, y cuando es dura, es como piedra".

Por su parte, el almirante Castro, ministro de Educación, se negaba a intervenir


"porque el gobierno es celoso de la autonomía universitaria y los problemas
académicos deben ser resueltos por las autoridades académicas". El escándalo
trascendió las fronteras: una universidad británica ofreció becas para todos los
alumnos expulsados, incluyendo los pasajes, para su inmediato traslado a
Inglaterra.

Pinochet metió mano en el asunto y ordenó al capitán-rector dejar sin efecto su


medida, para no dar pretextos a la campaña internacional contra su gobierno. El
capitán González, al recibir la orden de su superior jerárquico, recordó que en el
cuartel las voces de mando no se discuten y dejó sin efecto la medida, declarando
que lo hacia "para evitar hacerle el juego al gobierno marxista-leninista-laborista
de su majestad la Reina de Inglaterra".

El capitán-rector realiza su obra destructora en la Universidad convencido de que


cumple una misión histórica; "mientras los norteamericanos se ablandan con
Rusia, nosotros nos endurecemos... Chile será el más firme bastión de Occidente
contra el flagelo rojo que avanza sobre el mundo y ante el cual se derriten las
democracias inoperante de Europa... Chile será un ejemplo para el mundo libre y
en esta cruzada los universitarios de Concepción tenemos que cumplir grandes
responsabilidades...", decía en una entrevista radial, a pocos días de haber
asumido su cargo.

En otra oportunidad, declaró a los medios de difusión: "Somos nacionalistas ciento


uno por ciento... chilenos de tomo y lomo, rechazamos las ideologías foráneas que
destruyan la nacionalidad; no tenemos más bandera que la chilena, más escudo
que el chileno, más canciones que el sagrado himno patrio y el hermoso folklore
de nuestros 'huasos'... somos nacionalistas hasta la médula, por eso rechazamos
el marxismo que es una ideología al servicio de Moscú..." En esa misma ocasión,
anunciaba a la prensa que viajaría a Santiago para obtener el apoyo de la
Embajada de los Estados Unidos para una solicitud que tenia presentada en aquel
país encaminada a la venida inmediata de 150 Cuerpos de Paz; elementos a los
que calificó, como "muy preparados", y que "vendrán a reforzar nuestra docencia y
la investigación científica... sin hacer política".

Notas:

1. Nos referimos solamente a la Universidad de Concepción, principal centro de educación superior


de la región del Bío-Bío. Al 11 de septiembre de 1973, tenía alrededor de 20 mil estudiantes y 1400
profesores.

2. El golpe de von Pleassing en la Universidad de Concepción, superó en brutalidad a todo lo


ocurrido en el resto de las universidades chilenas, antes del nombramiento de los interventores
militares. Tiene el triste honor de ser el único rector que inició la persecución por su propia cuenta,
revelando una increíble cobardía moral y un desprecio absoluto por los valores académicos.
4. La batalla de los murales

ĄAunque corten todas las flores jamás podrán impedir que retorne la primavera!

Un sacerdote prisionero, Regimiento de Copiapó, septiembre, de 1973.

Una de las más heroicas batallas que libraron los militares fascistas contra la
cultura en Chile, en los días que siguieron al golpe, se libró contra la pintura mural:
se ordenó borrar todos los murales que las brigadas "Ramona Parra" y "Elmo
Catalán" habían pintado en numerosos sitios públicos y que expresaban la
eclosión de un vigoroso arte popular y revolucionario. Pero la borratina no se
detuvo ahí. El alcalde de Chillán, Gastón Cruz, oficial retirado del Ejército, ordenó
borrar uno de los murales de mayor calidad artística que existía en Chile: el mural
de Julio Escámez, ejecutado en el Salón de la Ilustre Municipalidad, de la ciudad
natal del prócer Bernardo 0'Higgins. El mural ofrecía un panorama fabuloso de la
sociedad contemporánea, con sus vertiginosos cambios científicos y tecnológicos,
sus luchas sociales, la guerra y la paz. El alcalde Cruz no vaciló en tomar la
decisión y el mural fue borrado.

Las autoridades militares, sin embargo, obligaron al pintor Julio Escámez, como lo
hicieron con los más destacados artistas plásticos regionales, a donar algunas
obras para el Fondo de la Reconstrucción Nacional.

En la sede regional de la Universidad de Chile en Chillán, también se borraron los


murales, que en sus galerías interiores habían ejecutado profesores y estudiantes
durante los Trabajos Sociales de Verano, del año anterior. La misma suerte
corrieron los murales ejecutados en Quirihue, Yungay y San Ignacio. Pero los
combates contra la pintura social no se detendrían ahí. Los militares chillanejos,
más ignorantes aún que sus jefes metropolitanos, lo que es bastante decir, la
emprendieron contra el mural que David Alfaro Siqueiros realizó en la Escuela
México, de Chillán, donada al pueblo chileno por el presidente Lázaro Cárdenas
en 1939.

Siqueiros ejecutó en esa escuela chillaneja una de sus obras más celebradas. Sin
embargo, los militares no pudieron tolerar impasibles que en ese mural, cuya
temática ofrece trazos paralelos de la historia de México y Chile, pudiera figurar el
rostro del fundador del movimiento obrero chileno, Luis Emilio Recabarren, entre
los próceres nacionales. Cuando la decisión de arremeter contra el mural de
Siqueiros estaba tomando cuerpo, algunas personalidades locales menos
afiebradas, vinculados a las autoridades militares, les sugirieron, tímidamente, que
sería bueno obtener un dictamen técnico de Santiago antes de borrar el mural.

Al cabo de algunos días, arribó a Chillán una "misión técnica", que


presurosamente se dirigió a la Escuela México para someter el mural de Siqueiros
a su penetrante crítica de arte. Luego de darle una mirada, uno de los oficiales se
dirigió a las autoridades locales que acompañaban a los "expertos" y les dijo: "No,
señores, este mural no se borrará a pesar de que habría sobrados motivos
históricos y patrióticos para hacerlo de inmediato... habría más líos con la
Embajada de México... el señor Echeverría haría una tremenda alharaca y nos
acusaría de destruir valores de la cultura... Ustedes saben que el señor Echeverría
se ha convertido en un abogado de los allendistas... Hay que dejar el mural tal
como está y luego será tarea de los profesores de la escuela explicarles al público
y a los alumnos que el señor Siqueiros podrá ser un buen pintor, pero aquí ha
tergiversado la historia de Chile... ĄSí, señores!, aquí se ha tergiversado nuestra
historia nacional con fines políticos. De dónde han sacado que ese 'pinganilla' de
Recabarren puede figurar en la galería de los próceres de Chile junto a 0'Higgins?
El señor Recabarren podrá ser importante en Rusia, pero no en Chile, aquí no
tenemos héroes de ese nivel; un agitador social, un agente del comunismo
internacional... de manera, señores, que está claro: no revolvamos más las aguas
con los mexicanos y vamos andando, porque nosotros tenemos mucho trabajo en
la capital y regresamos esta misma noche..." (1)

Por fortuna, la misión no emitió un "informe técnico". Era evidente que traía
instrucciones: no provocar mayores dificultades con la Embajada de México. La
firme actitud del presidente Echeverría salvó también, como puede apreciarse,
esta obra monumental de Siqueiros, tesoro del arte universal.

Notas:

1. El odio de clase de los fascistas los llevó a tratar de hacer desaparecer todo vestigio público de
la fisura de Luis Emilio Recabarren: se ordenó quitar su nombre a poblaciones, calles, centros
comunitarios, sindicatos, clubes deportivos, incluso, destruir el monumento que la Central Única de
Trabajadores le había levantado en la Plaza Almagro de Santiago.

5. Navidad en el Estadio

Hijo mío: no estoy en esta Navidad contigo porque los


mercaderes que Cristo expulsó del templo
gobiernan hoy mi patria y me tienen prisionero
por amar al prójimo como a mi mismo.

Carta de un obrero, Estadio Regional de Concepción, diciembre, 1973.

El traslado desde la isla Quiriquina al estadio Regional de Concepción, se realizó


con las más estrictas medidas de seguridad. La salida fue anunciada de improviso
y al poco rato estábamos formados para evacuar. En el gimnasio reinaba un
optimismo desbordante. Nuestra partida era para todos el anuncio de la liberación.
Con esa perspectiva nos embarcamos hacia la Base Naval de Talcahuano. En la
base fuimos internados en otro gimnasio, donde estaban recluidos centenares de
presos políticos, muchos de los cuales habían pasado alguna temporada en el
fuerte Borgoño.

Grande fue la alegría cuando nos encontramos allí con dirigentes sobre los cuales
se había descargado una implacable campaña de prensa y, desde luego, brutales
castigos en semanas de martirios: había compañeros irreconocibles, con la mitad
de su peso normal, demacrados y con las huellas evidentes de los maltratos, pero
con una asombrosa voluntad de no claudicar. Su moral revolucionaria no sólo
estaba intacta sino notablemente fortalecida.

Hacia la medianoche partimos en dos autobuses rumbo al estadio Regional de


Concepción. Un oficial fanfarrón, cubierto de pistolas, puñales y granadas, además
de su ametralladora de mano, nos advirtió cortante: "A la primera situación
sospechosa se procederá a disparar..." Al día siguiente nos encontramos en las
galerías del estadio con unos quinientos presos políticos. El ambiente era menos
tenso que el reinante en la isla; los malos tratos aquí no habían llegado a los
extremos del fuerte Borgoño ni de la Cuarta Comisaría de Carabineros, de
Concepción, confirmando que en la región los peores cuchillos contra el pueblo
fueron los marinos y los carabineros.

Contribuían también al mejor ánimo de la gente las condiciones higiénicas de los


camarines, dotados de baño y excusado, ahora convertidos en celdas, aunque el
hacinamiento para dormir seguía siendo grave al agruparse a cincuenta y más
personas en un camarín. La comida era mejor que en la isla, aunque esto no
representa ningún elogio, pero también había posibilidades para ingresar
alimentos desde el exterior con mayor frecuencia y seguridad. Pero sin duda el
factor psicológico más influyente en el ánimo de los detenidos provenía de la
acción de curas y pastores, que se preocupaban con verdadero celo por la
situación de los prisioneros, de sus asuntos personales y de amarrar, no siempre
con éxito, las manos de los torturadores. Se preocuparon por establecer un flujo
adecuado de correspondencia y alimentación, evitando los robos de la isla casi en
su totalidad; atendieron los problemas laborales, económicos, médicos, etc.,
siempre con una bondad y espíritu de servicio que denotaba una sincera vocación
cristiana. Los curas y pastores se convirtieron en grandes amigos, y sus nombres,
omitidos por razones obvias, serán inolvidables para quienes sentimos muy de
cerca el calor de su mano amiga y sus palabras cargadas de profunda humanidad.

El tiempo se consumía en interminables tertulias "sobre lo humano y lo divino";


lecturas, ajedrez, fútbol y cantos Los sacerdotes consiguieron ingresar una
guitarra, que de mano en mano animaba círculos de cantores improvisados, los
cuales se renovaban irregularmente. Era habitual que grupos de esos cantores
mantuvieran un clima de altivo desafío moral a nuestros carceleros, cantando
horas y horas. Entre los "guitarreros" estaba un destacado dirigente de la juventud
comunista, sujeto a proceso por graves acusaciones que podrían llevarlo hasta el
fusilamiento; sin embargo, daba verdaderas lecciones de entereza, de la
serenidad propia de un cuadro político, y no le temblaban las piernas cuando se
vislumbraban negras nubes en sus próximos días.

Las lecturas estaban muy controladas. Pero la "censura" se guiaba casi siempre
por el título de una obra. Así, un texto sobre la Revolución industrial o sobre
cubismo, no podía ingresar: "Nada con revoluciones ni con Cuba", había
establecido categóricamente el oficial de seguridad. Con esta vara para medir la
"peligrosidad" de un libro, no hubo problemas para que entrara al estadio Cien
años de soledad. La célebre novela de García Márquez era solicitada por muchos,
no solamente por su reconocida calidad literaria, sino también por la curiosidad
que despertó en quienes no la conocían cuando un abogado descubrió que en sus
páginas estaba descrito magistralmente el "Plan Zeta", que los generales fascistas
le inventaron a la Unidad Popular. La única diferencia estaba en que los malos de
esa película eran los liberales; en Chile, los marxistas, pero la fábula seguía
siendo un buen pretexto para el asesinato político.

-Escuchen... -decía un entusiasta lector- lo que dice aquí: "Los consejos de guerra
son una farsa. .."

En torno a los libros, se formaban círculos que los comentaban con vivo interés y
surgían discusiones que inevitablemente terminaban en la autocrítica de nuestro
proceso: "¡El poder nace de las puntas de los fusiles... lo demás es pura música"
insistía un compañero. Por allá otro le decía:

-Sí, pero las armas sin pueblo no llevan a la revolución ... hay que dar la lucha con
las masas... lo demás es puro voluntarismo pequeño burgués... ¿Por qué no
dejamos las frasecitas del misal a un lado y analizamos la realidad chilena, sus
peculiaridades históricas, su estructura de clases, sus instituciones, su marco
cultural, y de ahí partimos para diseñar una estrategia y una táctica adecuada? -
proponía un tercero.

-Sí, las leyes de la historia son muy claras, y no cabe andar descubriendo otra vez
verdades que son del porte de una catedral... ¿No les parece? -se insistía desde
alguna parte. -¡Pero, compañero!, las verdades universales del marxismo deben
ser aplicadas creadoramente en cada país, de acuerdo con sus peculiaridades
nacionales y dentro de una perspectiva internacional de la lucha de clases... -era
la réplica.

En otro rincón se escuchaba una apasionada discusión sobre la responsabilidad


de los dirigentes de la izquierda en la condición del proceso chileno:

-Yo creo que los dirigentes que nos condujeron al fracaso deben ser relevados...
los generales de la derrota no dan confianza para las próximas batallas.

-Pienso que hay "generales" y "generales" en esta guerra contra los momios y el
imperialismo. Es cierto que nuestros dirigentes tienen gran responsabilidad en el
fracaso de esta batalla... como Fidel la tuvo en el asalto al cuartel Moneada o
como el propio Che de Bolivia, pero los hechos y su conducta probaron su valor,
consecuencia, lealtad y heroísmo. Aquí hubo dirigentes que asumieron sus
responsabilidades al riesgo de sus vidas y también los hubo que huyeron y
desertaron cobardemente. ¿Usted cree, compañero, que las próximas batallas
deberán dirigirlas los "generales" que dejaron todo botado, olvidando sus
responsabilidades y sus palabras sonoras sobre el enfrentamiento?

-Por supuesto que no, pero creo que la izquierda debe renovar sus cuadros
dirigentes.

-La renovación es necesaria, pero los dirigentes no se improvisan; los dirigentes


necesitan ser probados para ganarse la confianza de los trabajadores... y aquí ha
habido pruebas concluyentes... y qué pruebas, compañerito...
-Yo creo que había que salvar cuadros fundamentales, los de las organizaciones
de masas, y que no es justo criticar a todos los que tuvieron que asilarse... ¡Si no
se asilan, los matan!

-Vamos por partes, compañero... claro que había que salvar cuadros; los cuadros
son un capital político que todo movimiento revolucionario debe cuidar, pero son
las organizaciones las llamadas a decidir sobre quiénes deben quedar a salvo de
los mayores peligros y quiénes deben ir al frente al precio que sea... porque ser
dirigente no es sólo un honor, es un riesgo, una responsabilidad; hay un refrán que
dice: "soldado que arranca sirve para otra vez"... pero ese refrán no tiene nada
que ver con la conducta de un revolucionario.

-No hay que ser tan riguroso, camarada... habría que examinar cada caso
particular, ¿no le parece?

El ajedrez o las lecturas, las tertulias o la guitarra, eran interrumpidos de pronto


por alguna noticia que corría de boca en boca: "Hay una lista... me lo contó un
'milico' (1) que es compadre del cuñado de mi vecino... saldrán cincuenta en la
próxima semana... y dice que de ahí se irá desgranando la mazorca, porque hay
mucha presión para que entreguen el estadio... El Deportes Concepción está sin
estadio y dicen que por eso no gana..." -comenta en un extremo un compañero
que siempre estaba "dateado", pero que no "apuntaba" una. "¿Han visto la
asistencia del público a los estadios?... no va nadie... penan las ánimas..." "¡Los
estadios están malditos!..., el pueblo lo sabe... cuando nosotros salgamos va a
pasar lo mismo que en el estadio Nacional; van a ir cuatro gatos al fútbol..." -
comentaban por ahí. "¡Balearon a Calderón... -cuenta nervioso un compañero-, sí,
lo balearon en la Embajada de Suecia... le dispararon desde afuera... ¡cabrones!...
quieren descabezar el movimiento obrero". Calderón era el más destacado
dirigente sindical del Partido Socialista. "¡Está grave, dice un flash; lo llevarán al
hospital militar, pero el embajador sueco pidió un médico a su país, tiene
desconfianza...!" "¡Con lo miserables que se han portado algunos médicos se
puede esperar cualquier cosa!", agrega un compañero muy excitado.

La verdad es que el baleo a Calderón conmocionó fuertemente nuestro relajado


ambiente del estadio. La gente recordaba las luchas campesinas de las que surgió
Calderón, las persecuciones de que fue víctima bajo el gobierno de Frei, su paso
por el Ministerio de Agricultura y la despreciable campaña de prensa que le hizo la
derecha.

-No sabe distinguir una semilla... -vociferaba Rafael Moreno, ... descalificando al
primer campesino que ocupaba un ministerio en la historia de Chile...

-Pero sabe muy bien distinguir un latifundista de un campesino -fue el tapabocas


que le dio Carlos Altamirano.

Cuando tuvimos la noticia que estaba fuera de peligro, hubo un suspiro de alivio
en todos nosotros: Calderón estaba salvado, los campesinos podrían seguir
contando con su vocero más destacado, los socialistas con un gran dirigente.
Otra noticia que hizo efecto en el estadio fue el reportaje que un periodista
brasileño le hizo a Luis Corvalán, en Dawson. "Amo la vida, pero no temo la
muerte si es el precio que debo pagar por defender mis ideas", fue el desafío que
el líder comunista lanzó al rostro a los generales. Encarcelado y amenazado de
exterminio, Corvalán habló al mundo de los horrores de Dawson, la inhospitalaria
isla austral en la que los generales fascistas confinaron un grupo de ministros y
altos dirigentes de la Unidad Popular. ¡Qué demostración más impresionante de
coraje nos entregaba Corvalán a todos los que en algún momento sentimos miedo
o angustia por nuestra suerte! ¿Quién podía escatimar su reconocimiento a una
actitud de ejemplar consecuencia revolucionaria? Posteriormente, Clodomiro
Almeyda denunció ante la opinión pública internacional, con igual valentía: "Me
mantuvieron durante un mes con los ojos vendados y he sufrido toda clase de
vejámenes", tiempo en que desapareció y se temió seriamente por su vida.

Para muchos prisioneros la noticia de estas declaraciones formuladas por


Corvalán y Almeyda desde sus celdas resultó un verdadero impacto. Sólo gente
que ha conocido el terror desatado por los fascistas en el interior de los campos de
concentración puede medir la significación moral de las denuncias de Corvalán y
Almeyda.

En esta línea de consecuencia revolucionaria estuvieron todos los "hombres de


Dawson", isla austral en la que confinaron a los más altos dirigentes de los
partidos y del Gobierno Popular.

Los nombres de: Clodomiro Almeyda, Luis Corvalán, Edgardo Enríquez, Aniceto
Rodríguez, Orlando Letelier, Daniel Vergara, Hugo Miranda, Julio Stuardo, Aníbal
Palma, Alejandro Jiliberto, José Cademártori, Camilo Salvo, Alfredo Joignant,
Enrique Kirberg, Carlos Morales, Orlando Cantuarias, Anselmo Sule, Jaime Tohá,
Pedro Felipe Ramírez, Fernando Flores y otros, se convirtieron en verdaderos
símbolos morales y políticos de la resistencia chilena por su valerosa actitud frente
a los desmanes del fascismo y por su espíritu unitario.

Símbolos igualmente dignos se convirtieron los nombres de los dirigentes


socialistas Carlos Lazo y Erich Schnake, que junto con un grupo de oficiales
constitucionalistas de la Fuerza Aérea fueron llevados ante un desvergonzado
Consejo de Guerra, luego de ser bárbaramente torturados y víctimas de ridículas
acusaciones. Entre estos oficiales, el general Alberto Bachelet murió bajo los
apremios físicos, pero dejó una imagen imperecedera de hombría y lealtad al
pueblo.

Por esos días supimos en el estadio la noticia de la muerte del padre de un


compañero de celda, César Cabrera, fundador del Partido Socialista en Lota. La
vida del viejo luchador se apagó, pero había de librar aún su última batalla por la
causa socialista. Sus familiares envolvieron su cuerpo en el interior de la urna con
la bandera del partido y sobre su pecho pusieron la insignia. Desde la
clandestinidad, los camaradas le hicieron llegar una corona de flores con el dibujo
del escudo socialista. Agentes del SIM se hicieron presentes en el velatorio y
ordenaron el retiro de la ofrenda floral y provocaron un violento incidente para
quitar la bandera, desistiendo finalmente, luego de amenazar a los familiares con
las penas del infierno por el desafío a la autoridad militar. Toda la familia Cabrera
había sufrido desde el primer día del golpe una despiadada persecución: las hijas
fueron vejadas y torturadas en la vía pública, mientras la madre debió luchar
tenazmente para impedir que a su marido agonizante se le llevara detenido. La
suerte de esta familia nos causó profunda emoción, tanto por su tradición
revolucionaria como por el hecho de haber sido profesor de estas muchachas que
desde muy jóvenes revelaron su vocación socialista.

Nuestro compañero de celda era el representante del poder ejecutivo en la


comuna de Lota y sufrió horrendas torturas, las que soportó con notable entereza.
Cuando supo de la muerte de su padre y de los incidentes a que dio lugar su
funeral, nos decía con lágrimas en los ojos: "El viejo murió peleando, con la
bandera de toda su vida; a nosotros no nos doblegarán jamás..."

Luego de una tenaz persecución, fue detenido el profesor Mario Benavente P.,
miembro del comité central del Partido Comunista, quien se entregó cuando fueron
aprehendidos sus hijos y su esposa; no obstante su entrega, sólo se consiguió la
libertad de los hijos. A Benavente se le responsabilizaba de la conducción política
del partido y de la formación de grupos armados en la región. La detención de sus
familiares y una prolongada incomunicación quebrantó seriamente su salud. Con
el propósito de debilitar su fortaleza, Benavente fue nuevamente incomunicado la
noche de Pascua. Su mujer, que estaba también detenida en el estadio, logró
hacerle llegar la siguiente comunicación: "Yo te adoro. Nada del mundo podría
causarme mayor dolor que tu muerte, pero la prefiero a que te transformen en un
delator, en un Judas de tus propios hermanos y compañeros. Fuerza, Mario.
Estamos en esta difícil situación tu mujer y tus hijos, material y espiritualmente
contigo y dispuestos a todo. Con amor. Nimia."

El SIM trabajaba intensamente en el estadio Regional. Todos los días se llamaba


a diversos compañeros a las temibles oficinas donde se efectuaba el "hábil
interrogatorio". El caso más revelador de la bestialidad de estos verdugos dirigidos
por el mayor Sánchez, fue la tortura a que sometió al dirigente minero Isidoro
Carrillo y a sus dos hijos mayores, antes de su traslado a la Quiriquina. Les
destruyeron la dentadura y fracturaron costillas; posteriormente al fusilamiento, los
hijos de Carrillo fueron llamados e informados, con el periódico a la vista, de la
ejecución de su padre, y nuevamente torturados; fueron incomunicados durante 15
días en un último intento para arrancarles declaraciones que justificaran la
ejecución del dirigente minero.

Compartí con uno de los hijos de Carrillo largo tiempo en la isla Quiriquina, el
estadio Regional y Chacabuco, y pude conocer detalles de la vida de su padre y
del drama de una familia de 13 hijos. Formados en la juventud comunista, se
habían sobrepuesto a su dolor y miraban el porvenir con la confianza de los
hombres que sienten fundidas sus vidas a la fuerza irreductible del pueblo. Otro
caso revelador del trato dado a los prisioneros en el estadio Regional fue el del
dirigente minero, también comunista, Romilio Garcés, quien murió a pocos días de
su liberación a consecuencia del maltrato recibido.
En el estadio fue interrogado siete veces. Tres fueron los temas sobre los cuales
había mayor interés en "conversar" conmigo: mi reciente viaje a Cuba, una
inverosímil acusación de infiltración en las fuerzas armadas y un texto de
educación política del que era autor y que había sido encontrado en una "Escuela
de Guerrillas" (2). La verdad es que yo no fui torturado físicamente en los
interrogatorios, aunque sí, en tres ocasiones, se me amenazó con las penas del
infierno; amenazas que se combinaban con el ofrecimiento de la inmediata libertad
a cambio de una adecuada "cooperación". Ante la insistencia de que diera
nombres de dirigentes del partido, decidí ser claro y definitivo:

-Señores, yo asumo plenamente la responsabilidad de mis actos políticos. Soy


socialista. Desde hace unos veinticinco años he luchado por mis ideas,
convencido de que son las mejores para Chile... Me acusan de concientizar
porque he escrito un texto de educación política; sí, efectivamente, soy
responsable de esa actividad, pero no voy a darles los nombres que me piden...
no soy un delator...

Uno de los hombres del SIM me respondió con buenas maneras:

-Quiere decir, profesor, que tendrá que armarse de mucha paciencia... Si no


coopera no va a salir libre y va a tener que pasar un tiempo muy largo detenido...
Usted dirá...

En el transcurso de estas sesiones, temí más de una vez el espanto de ser llevado
a las cámaras de tortura, de las cuales en dos ocasiones, sentí los desgarradores
gemidos de mis compañeros martirizados.

Sin embargo, pude sentir también como una fuerza moral formidable, la vigencia
de la lealtad de mis compañeros. Con qué satisfacción comprobé que en mi
partido la buena madera es infinitamente mayor que los tres o cuatro palos
podridos que no resistieron el temporal. En esa fragua tensa y decisiva, se conoció
la calidad de la gente. Recuerdo el caso de un periodista amigo, sin militancia
partidaria, a quien trataron de vincular a mis actividades y que soportó el presidio,
los apremios y las amenazas, sin acceder a dar el pretexto que los militares
buscaban para llevarme a consejo de guerra, por "infiltración en las fuerzas
armadas".

¿Por qué a mí no me torturaron como a otros prisioneros? Diversos factores


podrían explicar la excepción. Ante todo, al juzgar por las propias palabras de mis
interrogadores, la tenaz presión que algunos amigos hicieron desde el exterior, me
rodeó de cierta "inmunidad universitaria". Además, habría de incluir el azar. No
todos los equipos del SIM eran iguales. Había entre ellos verdaderas bestias
humanas, enfermos de odio, cuya crueldad resulta inconcebible, pero también
algunos elementos solían tener consideración humana con los detenidos y algún
respeto por los universitarios. Por fortuna, la mayor parte de mis interrogatorios
fueron hechos por gente no perturbada por el odio.

A las 6 de la tarde, cesaban todas las actividades y venía la formación de control.


Luego, en sucesivas filas, la gente se marchaba hasta sus celdas. A esta hora se
producía una notoria depresión, que se expresaba a veces en una marcha
silenciosa frente a la mirada satisfecha de algunos oficiales que a esa hora sentían
como nunca la evidencia de su "gloriosa victoria".

En el interior de cada celda se vivía con matices diferentes de acuerdo al tipo de


habitantes, su personalidad, cultura y armonía psicológica.

En mi celda se vivió siempre un ambiente de fraternales relaciones. Gente con un


agudo sentido del humor, sabía encontrar mil y una formas de entretenerse,
inventando coplas, contando chistes, haciendo bromas, inventando cuentos
fantásticos en los que siempre había alguien que creía. Desde las 6:30 hasta las
11 o 12 de la noche, nuestra celda vivía quizá las mejores horas del día. En estas
horas, que para muchos serán inolvidables, se destacaba un personaje
excepcional por su talento nato, su personalidad pintoresca y su simpatía
desbordante: Juanito.

Juanito era un mapuche consciente y orgulloso de su raza. Durante varios días


nos disertó sobre variados aspectos de la vida social y cultural de su pueblo. Nos
transmitía una cosmovisión que reflejaba el "desarrollo combinado" que tenia en la
cabeza: el hombre creía que de un cabello se podía hacer crecer un culebrón
alimentándolo con leche y con el cual algunos hacían pactos con el diablo... Nos
hablaba de terribles "cueros" que había en los ríos del Sur y que atacaban al
hombre... nos daba su imagen fantástica sobre la masonería... pero al mismo
tiempo, nos asombraba con sus conocimientos de historia de la conquista de
América, de la resistencia de Lautaro, del despojo de las tierras de sus
antepasados en la república...

Una vez que alguien le preguntó si estaba cansado de tantos meses preso,
Juanito replicó con voz categórica:

-Mi pueblo peleó varios siglos contra el colonialismo español y yo voy a estar
cansado cuando recién comienzo a pelear contra el colonialismo norteamericano...
No, compañero, esta pelea recién está comenzando... Juanito comenzó a dar
clases de lengua mapuche y leía con extraordinario interés cuanta cosa
relacionada con su raza salía en la prensa, en algún libro que circulaba; siempre
con su sombrero puesto, alegre y firme como un roble.

Era la tarde del 24 de diciembre de 1973. La marcha de las columnas de


prisioneros hasta sus celdas tuvo un sabor más amargo que nunca. Sobre
nosotros se descargaban las imágenes de nuestros hijos y mujeres en tantas
navidades. Se cerraron las puertas de las celdas. En todos los rostros había una
marca de indisimulada tristeza.

-Bueno... -exclamó uno de los compañeros que lidereaba el grupo-, tenemos que
apalear las penas, porque si no, en unas horas más aquí va a quedar la pura
llantería... Organicémonos, juntémonos con todo lo que tengamos y preparemos
una "cena de Pascua", cantemos, contemos chistes; "démosle calor" a la cosa, no
le llagamos el gusto a los "milicos" que deben estar felices con nuestra tristeza...
De todos los sectores salieron voces de aprobación. "No hay que echarse a morir,
compañeros... al mal tiempo buena cara... no hay que aflojar...", repetían unos a
otros.

Así se hizo. Comenzó una algarabía creciente, canciones picarescas, chistes de


todos los tonos, bullicio generalizado, un ambiente festivo. Se compartían frutas,
caramelos, pan de Pascua y otros alimentos que nuestras mujeres nos habían
hecho llegar. Sin embargo, en el tras-fondo de nuestra alegría, en la medida que
avanzaban las horas, una angustia creciente iba apagando una a una las voces y
bajando notoriamente el clima de la euforia. Se acercaban las doce de la noche.
¿Cuántas veces a esa hora gozábamos, con la expectativa dibujada en los ojos,
de nuestros hijos que miraban los regalos junto al árbol de Pascua?

Todo parecía desmoronarse, cuando alguien sintió que tocaban a la puerta; al


abrirse, tremenda fue nuestra sorpresa. Hicieron su entrada dos compañeras
seguidas por un centinela. Una de ellas se adelantó y tomó la palabra para
decirnos: "Queridos compañeros: hemos solicitado permiso para traerles el saludo
de las mujeres detenidas del estadio en esta noche que tanto significa para todos
nosotros... Queridos compañeros, nosotras sabemos que esta noche es para
ustedes más dura que tantas noches vividas en los lugares de reclusión. Ahora
ustedes sienten quizá como nunca la distancia que los separa de sus mujeres y de
sus hijos, de la intimidad de sus hogares. Por eso, queridos compañeros, hemos
decidido venir a traerles con nuestra presencia todo el aliento que podemos
brindarles y decirles esta noche, las mujeres del estadio, que los queremos
fuertes, indoblegables, enérgicos... La mujer siempre ha admirado en el hombre su
coraje, su reciedumbre, su voluntad para luchar, cualidades que deben ser todavía
más sobresalientes en los revolucionarios... Por eso, esta noche les exigimos sean
fuertes, les pedimos que encuentren en su unidad y conciencia la fuerza necesaria
para sobreponerse y seguir mirando la vida con optimismo... Aquí tienen en esta
flor el símbolo de nuestra amistad y afecto..."

Cada palabra de aquella mujer, entera y firme, nos traspasaba el alma con una
descarga de fuertes emociones. Pero había que ser fuertes y pudimos no sólo
escucharla, conteniendo una irresistible necesidad de llorar, sino también
abrazarla y entregarle el testimonio de nuestra entereza revolucionaria. Mientras la
compañera hablaba, por la ventana de la celda, la mano anónima de un militar
entregaba, con destino a muchos compañeros, tarjetas postales confeccionadas
con hojas de todo tipo de papel y con artísticos adornos confeccionados con
recortes de revistas; cajetillas de cigarros, envolturas de conservas, que también
nos enviaban las prisioneras del estadio.

Al día siguiente, tuvimos la oportunidad de recibir la visita de nuestras esposas.


Fueron dos horas de intensa emoción. Mi compañera tenía en el rostro las huellas
de su martirio y el luto de nuestros amigos asesinados: Ricardo Lagos, alcalde de
Chillán, y su esposa, Sonia Ojeda; Reinaldo Poseck, Francisco Sánchez, Patricio
Alarcón, Fernando Alvarez, Danilo González, nombres asociados a tantos
acontecimientos de nuestras vidas. Con verdadera admiración me contó su
encuentro con Adriana Ramírez, esposa de Fernando Alvarez.
-Es una mujer increíble -me dijo. Ha sufrido mucho, pero conserva una entereza y
confianza en el futuro que me ha transmitido fuerzas para sobreponerme... Se
enfrentó al general Carrasco y a los jefes de Carabineros de la Cuarta Comisaría
con una valentía tremenda. Ha incinerado el cuerpo de Fernando y lo tiene en su
casa en un cofre de cobre, sobre el que ha puesto su carnet del Partido
Comunista.

Al regresar a la celda, todos caminábamos radiantes de alegría. No sólo habíamos


podido ver a nuestras compañeras, sino recibir de ellas el aliento y su decisión
irrevocable: no doblegarse. En ese clima de viva emoción, un profesor amigo
resumió la admiración que todos sentíamos por nuestras compañeras: "¡Qué
grandes son nuestras mujeres, camaradas!"

Notas:

1. Denominación popular dada a los militares.

2. Estudio y partido. Apuntes para la educación política. Ediciones del Comité Regional de
Concepción, Partido Socialista de Chile, 1972.

6. Chacabuco: regreso al origen

Los nombres de nuestros héroes caídos en la lucha. Salvador Allende, José Tohá,
Arsenio Poupin, Isidoro Carrillo, Víctor Jara, Amoldo Camú, Miguel Enríquez y
tantos otros, serán los nombres de las calles chilenas de mañana, de sus plazas,
de sus parques y escuelas. Serán los símbolos de la consecuencia revolucionaria,
del coraje moral, de la lealtad al pueblo.

Chacabuco, octubre, 1974.

en las primeras horas de la tarde del 17 de enero, comenzó a leerse una lista
desde las casetas del SIM en el estadio Regional de Concepción. Fuimos
llamados unos sesenta hombres y cuatro mujeres. En una oficina, un oficial de
carabineros, con prepotencia insoportable, iba llamando para ficharnos una vez
más. żCuántas fichas tenía cada uno?

Al caer la tarde, se nos dijo que seríamos evacuados del estadio, con rumbo
desconocido. Comenzaron las gestiones para ver si podríamos tener la
oportunidad de despedirnos de nuestras familias, máxime si nadie sabía hacia
dónde seríamos trasladados. Un oficial dijo que haría las consultas ante el general
y que entre tanto no había más que esperar y prepararse para la partida.

Tuvimos cinco minutos para ir a las celdas a buscar nuestras cosas. Allí nos
esperaban los compañeros, consternados: se decía que seríamos sacados del
estadio para fusilarnos; que iríamos a Chacabuco, un campo de concentración en
el norte de Chile; que partiríamos relegados hacia diversos puntos del país. Una y
otra versión. La tensión era tal, que la despedida adquirió caracteres dramáticos.
Nos abrazábamos, y no faltaron las lágrimas cuando algunos dejaban mensajes
para sus mujeres, sus padres, sus hijos, novias y amigos. Nadie sabía qué iba-a
pasar y cualquier vaticinio era posible: a estas alturas, todos habíamos perdido
definitivamente la capacidad de asombrarnos. "Nos llevarán en avión y nos tirarán
al mar", decía un compañero, al parecer resignado a lo peor.

De pronto se supo que el abogado Pedro Enríquez, del MIR, a quien las
autoridades militares persiguieron durante varias semanas con orden de detenerlo
"vivo o muerto", y que llevaba varios meses en el fuerte Borgoño, había llegado al
estadio y había sido agregado al grupo nuestro. "Si trajeron a Enríquez desde el
Borgoño para llevarlo con nosotros, estamos condenados a lo peor... A Enríquez
lo van a matar, a quién le puede caber alguna duda...", se comentaba en otro
círculo.

"ĄLlegó Galo Gómez!... ĄSí, lo han traído y está también en el grupo!" -informa un
compañero. Galo Gómez, había sido liberado pocos días antes de Pascua y otra
vez estaba de regreso en el estadio.

Pasamos la noche en celdas del lado opuesto del estadio a las ocupadas por el
resto de los prisioneros. La noche fue tensa. Casi todos escribimos a nuestras
mujeres y no pocas cartas fueron escritas como la despedida final.

A la mañana siguiente, salimos hacia el interior del estadio, alrededor de las ocho
de la mañana. Ya estaba el resto de los prisioneros en las galerías, como era
habitual. Caminamos lentamente, portando nuestros bultos. En las galerías había
un silencio sobrecogedor. Al pasar junto a las rejas, a un par de metros de
nuestros compañeros, sentimos como nunca la fuerza de la fraternidad humana:
manos alzadas y pañuelos al viento... Voces de "ĄÁnimo compañeros... firmeza
compañeros!", nos despedían emocionados. Pese a todos los riesgos, ellos
habían desafiado, minutos antes, a las autoridades militares, y se habían negado a
realizar la ceremonia diaria de izamiento del pabellón cantando el himno nacional.

Al trasponer las puertas del estadio, pero aún en sus patios, debimos detenernos y
esperar órdenes. En esos momentos, pudimos despedirnos de algunos vigilantes
de prisioneros (1) que siempre tuvieron, salvo excepciones, una actitud muy
humana con nosotros. No dejaba de ser impactante ver a gente, curtida en su duro
oficio de carceleros, abrazarnos o darnos la mano como evidente afecto. Incluso,
más de un vigilante, emocionado hasta las lágrimas, nos expresaba tácitamente
su solidaridad y su impotencia. La funcionaria encargada de las mujeres
prisioneras, estalló en llanto cuando se despidió con cariñosos abrazos de sus
"prisioneras".

żQué pasaba? La verdad es que la ola de rumores que rodeaba nuestra


evacuación incluía una información que había salido de los propios militares: "Los
van a fusilar". Instantes más tarde, un oficial anunció que nuestros familiares
pasarían a vernos y que tendríamos media hora para despedirnos. Sólo
alcanzaron a llegar algunos que se abrazaron intensa y prolongadamente con
quienes partirían con tan incierto destino. Ya se sabía oficialmente que íbamos a
Chacabuco: żpero qué pasaría allá con nosotros? żPor cuánto tiempo? żCómo
eran las condiciones en ese lejano campamento minero abandonado?

Los buses estaban listos para partir, fuertemente escoltados por vehículos
militares, cuando un oficial anunció: "ĄMujeres no van Chacabuco!", y ordenó
bajar a cuatro compañeras. Una de ellas, esposa de un alto dirigente comunista,
que había permanecido largos días incomunicado en el estadio, rogó la dejaran
partir con su marido. Pero había que cumplir la orden militar. El oficial aclaró que
se llevaba una cantidad de prisioneros "inferior a la capacidad del avión" y que
había que completar la carga de inmediato. Hombres del SIM corrieron al interior
del estadio y tomaron doce o quince compañeros, a los que encontraron a la
mano. Completada la capacidad del avión, los buses partieron del estadio.

Los pasajeros íbamos resignados a la suerte, pero era imposible ocultar la


angustia que se dibujaba en casi todos los rostros. Encaminados hacia el
aeropuerto, fuimos encontrando en el camino a familiares de prisioneros que no
habían alcanzado a llegar al estadio y que estaban ahí para vernos, quizá por
última vez. Encontramos a nuestras mujeres en medio del camino, alzando sus
brazos al paso de los buses. Ahí estaban con sus pañuelos blancos, despidiendo
la caravana y buscando identificarnos a través de los ventanales.

El vuelo se hizo sin problemas, en cuatro horas, hasta el aeropuerto de


Antofagasta. De allí en buses, rumbo al desierto. Cuando los buses entraron en la
infinita soledad de la pampa, un aire escalofriante recorría nuestro espinazo: żEn
qué momento nos bajarán para ultimarnos? Los rostros de los carabineros que
nos encañonaban no presagiaban nada bueno: el odio los transfiguraba. Dos
horas de marcha por una solitaria carretera, sin dejar de sentir el hielo del cañón
frente a los ojos. Por fin las instalaciones de un campamento salitrero, Chacabuco.

Chacabuco era un pueblo minero abandonado, uno de los tantos pueblos


fantasmas de la pampa salitrera del norte chileno, verdaderos monumentos de la
historia del saqueo extranjero de las riquezas nacionales. La explotación de
Chacabuco comenzó en los primeros años del siglo XX y se mantuvo en
producción hasta 1938, con un elenco laboral de alrededor de dos mil
trabajadores. Entre 1938 y 1945, fue un centro administrativo para atender varias

oficinas salitreras en actividad en la zona. El campamento estaba situado a unos


cien kilómetros de Antofagasta y a mas de mil metros de altura. Las temperaturas
nocturnas suelen ser inferiores a cinco arados, y las diurnas, superiores a los
treinta y siete grados.

żQué nos esperaba? żHasta cuando? Había hombres que estaban sobrecogidos,
no sólo por los temores que la prisión provocaba. Eran campesinos que jamás
habían visto algo tan desolador como la pampa, un inmenso cuero reseco y
estrujado. Ahí estaban vivas las huellas del drama del salitre que anunciara la
profecía de Balmaceda. Era el regreso al origen, a la cuna del movimiento obrero
chileno, al escenario donde Recabarren despertó la conciencia de clase del
trabajador pampino y surgió su organización sindical y política: salitre y lucha
obrera, Balmaceda y Recabarren, eran asociaciones inevitables. Otra vez la patria
traicionada. Otra vez su clase obrera sometida al látigo de los cancerberos del
capital extranjero.

Fuimos recibidos al anochecer. El trato fue desconsiderado y grosero, aunque no


hubo violencia física. Luego de un severo registro de los equipajes y chequeo de
nombres en las listas, se nos indicaron los pabellones que deberíamos ocupar. A
los pocos minutos fuimos rodeados por innumerables compañeros que ya estaban
recluidos en Chacabuco y que habían sido trasladados desde el Estadio Nacional
y otros presidios de Santiago. No obstante que la jefatura del campo prohibió a
esos prisioneros, "detenidos sin cargos", tomar contacto con nosotros, a quienes
se nos calificaba de "peligrosos extremistas de Concepción", recibimos de
inmediato una fraternal recepción y la más amplia solidaridad para resolver
nuestros problemas.

En lo personal, experimentamos una profunda emoción cuando nos encontramos


con camaradas con quienes habíamos caminado buen trecho bregando por los
mismos ideales: Augusto Jiménez Jara, ex subsecretario del Trabajo del
presidente Allende y durante muchos años dirigente de la Central Única de
Trabajadores y del partido; Javier Vargas Pereira, dirigente nacional de la juventud
socialista, a quien conocía desde sus primeros pasos como líder estudiantil;
Héctor Mellado Diez, ex presidente de la Federación Bancaria de Chile y dirigente
regional del Partido Socialista en Cautín y Malleco; con los tres, nuestra
fraternidad militante habría de fortalecerse en esta dura etapa en la que pude
conocer y valorar aún más sus cualidades revolucionarias e ilimitada calidad
humana. (2)

Chacabuco era un caserío rodeado por una reja electrificada junto a la cual se
alzaban seis torres de control, con guardia permanente. Los contornos del
campamento estaban minados. La guardia estaba a cargo de un comandante, un
segundo comandante, un oficial de Seguridad, oficiales ayudantes, suboficiales, y
unos ciento cincuenta soldados dotados de equipo moderno, inclusive tanques y
tanquetas. La personalidad de los oficiales era el factor decisivo para el curso de
la vida cotidiana. Había guardias que no se hacían notar más allá de las mínimas
exigencias de un campo de prisioneros: controlar las listas de presos y entregar
informaciones generales. En cambio, no faltaban guardias cuyos oficiales hacían
todo lo posible por fastidiar con exigencias majaderas y ridículas.

Entre estos últimos hay algunos nombres que se ganaron un recuerdo


imperecedero: Carlos Minoletti, Ananías, Acuña y Latorre. Estos oficiales fascistas
experimentaban un verdadero deleite cuando podían crear dificultades, humillar o
provocar. Minoletti torturó personalmente numerosos prisioneros del primer grupo
que llegó de Santiago. "El desierto pide sangre", decía instando a los prisioneros a
cortarse las venas con hojas de afeitar, para ahorrarle trabajo al ejército. En el
colmo de su demencia rodeó en muchas ocasiones los comedores de los
prisioneros con tanques y soldados, apuntando sobre sus "enemigos". Era un
injuriador profesional que llevaba al mayor refinamiento el lenguaje de cuartel y en
el delirio de su vanidad amenazó al profesor Mario Céspedes con enseñarle "la
verdadera historia de Chile"; según Minoletti, el catedrático, que tenía un programa
en la televisión nacional, "no enseñaba historia, sino política".
Ananías era un estúpido diplomado incapaz de hilvanar una frase. Para decirnos
que a las cinco de la tarde había que volver a formar, tenía que leer un papel que
se sacaba de la manga. El tipo no sólo era estúpido, sino además tenía cara de
estúpido. Durante las guardias de Ananías se impuso el trabajo forzado a brigadas
que debían cargar camionadas con fierros viejos y restos de maquinaria que
estaba abandonada en el pueblo.

Acuña era un oficial muy joven, absolutamente descontrolado, y que tenía la


manía de contarnos dos o tres veces por día. Como el hombre tenía dificultades
con los números, se equivocaba en las sumas por pabellones y terminaba
poniendo a los seiscientos o setecientos prisioneros en fila para contarlos de a
uno. Así y todo, era habitual que le sobraran o faltaran prisioneros. Volvía a contar
hasta que, por fin, cuadraba sus cuentas. Los prisioneros lo bautizaron como
"Caballo loco", porque su presencia era motivo de inmediatos conflictos y
dificultades, que trataba de arreglar a gritos histéricos o con sanciones vejatorias y
ridículas. Latorre, era de la misma estirpe fascistoide. Advirtió, una vez que hubo
cierto desorden en la fila: "Tengo cincuenta mil balas para poner orden en
Chacabuco... ándense con cuidado..." Era habitual que el campamento fuese
sobrevolado, a escasa altura, por aviones de la Fuerza Aérea de Chile, con el
evidente propósito de atemorizar a los "enemigos", haciendo una demostración de
superioridad bélica. No faltaba algún oficial fanfarrón que al paso de los aviones
solía decir: "żCómo se sentirían con una bombita en el espinazo?"

Durante nuestra permanencia en Chacabuco, recibimos tres visitas militares de


jerarquía: el general Óscar Bonilla, uno de los cerebros del golpe, entonces
ministro del Interior; el coronel Jorge Espinoza, encargado de la Secretaría
Nacional de Detenidos, y el coronel Moya, de la Primera División de Ejército, con
asiento en Antofagasta.

La visita de Bonilla estuvo rodeada de cierta expectación. Algunos


"caldólogos" (3) habían difundido el rumor de que Bonilla era jefe de un sector
"liberal" del Ejército, partidario de liquidar pronto el problema de los presos
políticos. Se decía que era el general más "político" del grupo fascista. Bonilla nos
habló con inaudita prepotencia :

-Les vamos a tender la mano a algunos, pero óiganlo bien, estamos dispuestos a
responder a cada patada del marxismo con diez patadas... no lo olviden. El
hombre dejó una lamentable impresión:

-Es un gorila igual a todos -dijo un compañero, con desencanto.

-No es igual -alguien le contradijo: -żNo se dieron cuenta de que hablaba de


corrido...?, dice las mismas tonterías que Pinochet, pero las dice "fluidamente"...
en el Ejército lo consideran un intelectual...

El coronel Espinoza llegó al campo en una visita inspectiva, y como era su


costumbre, anunció liberaciones "prontas y masivas". Consciente de que ya nadie
le creía, llegó a decir:
-ĄPor favor créanme, ahora sí que es cierto... palabra de militar...!

Sin embargo, había interés en muchos prisioneros por conocer a este coronel que
tenia un rasgo muy singular. Entre los propios militares tenía fama de tarado.

-ĄCómo sera! -se decía-, cuando escuchaba a un oficial: -"Mi coronel Espinoza no
fue capaz de aprobar su examen para ingresar a la Academia de Guerra, fíjense
en el cuello de su uniforme, no tiene nada, por eso en el Ejército se le llama
"Cogote pelao". Todos los coroneles "Cogote pelao" están incapacitados para
llegar a general y se tienen que jubilar sin ascender.

Mientras el oficial nos contaba la historia de "Cogote pelao", un campesino que


escuchaba dijo, en voz baja:

-Este coronel Espinoza tiene que ser harto tonto para salir mal en un examen que
no tiene que ser muy difícil si hasta Pinochet salió bien...

El ilustre coronel Espinoza no solucionó ningún problema y su viaje no hizo más


que confirmar su fama de tarado.

El coronel Moya llegó un día domingo a librar una de las mas heroicas batallas de
los fascistas contra nosotros en Chacabuco: de un grito derogó todas las
conquistas que se habían obtenido en laboriosas gestiones del Consejo de
Ancianos: la Iglesia, Cruz Roja, etc. "ĄUstedes no tienen derecho a nada!... -
gritaba seguro de sí mismo-, sólo tienen derecho a vigilancia y se las estamos
dando... entendido? ĄTodo el mundo va a comer solamente en los comedores
oficiales; nada de comidas en las casas, prohibido hacer fuego en las casas,
prohibido permanecer en el interior de las casas durante el día!..."

Antes de despedirse, nos dejó abierta una esperanza sobre la posibilidad de


encender fuego en las casas para preparar un café o un mate:

-Volveré el próximo domingo, y si ando de humor, a lo mejor los autorizo para


hacer fuego en las casas, ahora no.

Por fortuna, a pocas horas que el coronel Moya había establecido un reglamento
destinado a hacernos reventar, nadie se acordaba de sus bravatas, comenzando
por los propios oficiales del campo, que calificaron sus ordenanzas de
"descriteriadas".

Habíamos regresado al origen y esa raíz histórica habría de ayudarnos a convertir


el presidio en una trinchera silenciosa de lucha:

-Nosotros cumplimos aquí un importante papel político -explicaba un dirigente-;


nosotros somos una bandera de agitación en la campaña internacional contra la
Junta, no nos desesperemos; la lucha nos ha colocado en esta posición. Nadie
debe caer en la desesperación, por el contrario, hay que estar conscientes de que
un revolucionario debe vengarse de sus carceleros, żcómo?, Ąaprovechando el
tiempo libre que tenemos para prepararnos para el combate! Hay que organizarse,
estudiar, aprender algo útil para nuestro trabajo futuro, iniciar la autocrítica,
reflexionar sobre el futuro... nadie debe abatirse, todos debemos comportarnos
como auténticos hijos del pueblo...

Chacabuco es el fiel reflejo de lo que fue el gobierno de la Unidad Popular, se


decía una y otra vez en los cotidianos comentarios de la vida social, en las charlas
de los paseos de la tarde, alrededor de un mate o una taza de café. Chacabuco
reflejaba diariamente la formidable calidad humana y política de la inmensa
mayoría de los presos, pero también las debilidades ideológicas y morales de
algunos elementos retrasados políticamente o de comportamiento incompatible
con los ideales del socialismo.

Uno de los rasgos más característicos del pueblo chileno es su notable


experiencia organizativa. Los presos de Chacabuco confirmaron esas virtudes
sociales. Se creó una completa organización administrativa encargada de
enfrentarse a una infinidad de problemas derivados de las necesidades materiales
y espirituales de casi un millar de gentes. En cada pabellón se designó un jefe
encargado de representarlo en una junta que fue llamada Consejo de Ancianos.
La curiosa denominación se debió al hecho de que en un primer tiempo los
militares exigieron que esos cargos recayeran sobre las personas de más edad de
cada pabellón. Posteriormente se desestimó este requisito a petición de los
presos.

El Consejo de Ancianos tenía un presidente y un secretario, además de


comisiones de trabajo: cultura, salud, deportes, aseo, etc. El consejo dio vida a
una completa estructura de "servicios públicos", que prestaban una inestimable
contribución a la vida cotidiana del campamento.

Se instaló un policlínico, en el que laboraron, con extraordinaria dedicación,


médicos, dentistas, químico-farmacéuticos, enfermeros, practicantes, y
funcionarios que habían pertenecido a la planta administrativa del Servicio
Nacional de Salud. El policlínico brindaba una eficiente atención, dentro de sus
posibilidades, gracias a la responsabilidad de sus "funcionarios" y a ciertos
recursos mínimos que le proporcionaban la Cruz Roja, la Iglesia y los propios
prisioneros. Cada preso que pasaba por el policlínico era registrado en una "ficha
de salud", con la historia de sus consultas y tratamientos, todo gratuitamente.

Se organizó un servicio de correos, encargado de despachar y recibir la


correspondencia. El correo estaba bajo la tuición del capellán, encargado por la
administración del campo de ejercer la censura a la correspondencia. Las
deficientes condiciones alimentarias del campamento planteaban graves
problemas nutricionales. Luego de laboriosas gestiones de la Iglesia, se obtuvo
autorización para crear una cooperativa de consumo a través de la cual fue
posible adquirir cigarrillos, conservas, café, azúcar, etc. La instalación y
funcionamiento de la cooperativa representó una de las preocupaciones más
absorbentes para el Consejo de Ancianos.
El aseo era una tarea de primera importancia para la salud de los prisioneros. Las
brigadas de aseo libraban una dura batalla contra las moscas, las ratas y la
basura. Participaban en estas faenas, por turnos, todos los prisioneros.

La comisión de cultura (4) desarrolló un trabajo de la mayor importancia para la


conservación y estímulo de la moral de los prisioneros. Fue notable el cultivo del
folklore musical y artesanal, del teatro, cuento, poesía, dibujo, pintura, etc. Surgió
una biblioteca y una escuela. Ángel Parra fundó el "Conjunto Chacabuco", que
alcanzó un magnífico nivel artístico cultivando la canción folklórica
latinoamericana. (5) El conjunto era uno de los números de mayor éxito en los
espectáculos artísticos de la noche de los domingos. Además, actuaban en las
misas, para las cuales Ángel Parra compuso un maravilloso Oratorio basado en
textos bíblicos.

La comisión de cultura organizó concursos literarios, campañas del libro,


exposiciones de artesanías, pintura y dibujo. Una de las exposiciones que mayor
impacto moral provocó en el campo, incluso entre los militares, fue una de dibujo
infantil, con trabajos enviados por los hijos de los prisioneros. Una labor cultural
más sistematizada se realizó a través de un ciclo de charlas sobre variados temas
de cultura general, y de una Escuela de Educación Básica, Media y Superior, que
marcó un verdadero salto en la vida cultural de Chacabuco. Se organizaron
variados cursos de idiomas, gramática, lectura y comprensión, matemáticas
elementales, alfabetización, estadística, geografía y nociones de astronomía, a los
que asistieron más de 360 compañeros. (6) Los alfabetizadores pudieron tener la
satisfacción de enseñar a leer y a escribir a un buen número de obreros y
campesinos, uno de los cuales contaba, a quien quisiera oírlo, cómo ya podía leer
las cartas que le enviaba su mujer y escribirle, a esa altura de su vida, la primera
carta de amor.

Personalmente, tuve una inolvidable experiencia como profesor de geografía,


única materia de ciencias sociales que- autorizaron enseñar los militares. Sin
embargo, estas clases fueron realmente lecciones sobre introducción a las
ciencias sociales. Jamás como profesor había experimentado mayores
satisfacciones profesionales. Entre mis alumnos, tuve obreros y campesinos con
una auténtica sed de conocimientos. Expectantes, tomaban en sus manos por
primera vez un mapa de Chile, y se aproximaban a una comprensión elemental de
la conformación física y humana de su patria.

Durante el curso surgió la idea de rendir un homenaje a 0'Higgins, el 20 de agosto,


en conmemoración de su natalicio. Se acordó que el profesor diera una
conferencia a la cual se invitó a todo el campamento. Uno de mis alumnos
campesinos me dijo al terminar la conferencia:

-Nunca en mi vida había aprendido más que en estos dos meses que lleva
funcionando la escuela en Chacabuco ... sigo clases de gramática, matemáticas y
geografía, y ahora me doy cuenta de saber que las cosas que pasan hoy en Chile
tienen su explicación en el pasado. (7)
El interés de numerosos obreros y campesinos por estudiar era notable y
correspondía a su toma de conciencia del antiguo adagio, "saber es poder".

Recuerdo una acalorada discusión sobre la importancia del conocimiento técnico


en la construcción del socialismo, y cómo un obrero, dirigente nacional de los
trabajadores del vidrio, refutó a quien sostenía que "lo importante no es la
tecnocracia sino el control obrero sobre las empresas".

El dirigente sindical contó su experiencia:

-Nosotros agitamos mucho tiempo la consigna del control obrero y un día se


consagró nuestro derecho a controlar la empresa por diversos canales de
participación, tuvimos acceso a la contabilidad, movimiento bancario,
comercialización, importaciones y exportaciones, y sufrimos un terrible desencanto
cuando ninguno de nosotros sabía qué hacer frente a esos datos. La verdad es
que nos enfrentamos a un muro insalvable debido a nuestra ignorancia... La
asamblea esperaba nuestros informes sobre la realidad de la empresa y fue muy
poco lo que pudimos dar a conocer... Al contar esta experiencia en el partido, un
compañero me aconsejó leer a Lenin acerca del control obrero y sobre la
necesidad de que los revolucionarios sepan contabilidad para ejercer ese control.
Comencé a leer y supe que Lenin otorgaba una importancia muy grande a la
preparación técnica de los dirigentes obreros, y que ridiculizaba a los que viven
agitando consignas sin bases serias... Yo creo que el revolucionario que se
conforme con agitar consignas y no se prepare técnicamente para dirigir la
producción, es un demagogo y no puede ni merece ser dirigente.

Nuestro amigo organizó su estudio en Chacabuco con verdadera pasión


intelectual. Seguía cursos matemáticos, castellano, geografía y alemán,
convencido que en la próxima etapa del proceso revolucionario chileno debería
cumplir un papel de mayor trascendencia política:

-Cuando volvamos al gobierno, repetía, debemos exigir conocimientos y eficiencia


en todos los niveles, la costumbre "echarle para adelante", sin seriedad técnica,
debe ser desterrada... Los obreros hemos aprendido una dura experiencia: el
control obrero no se realiza con palabras sino con conocimientos, la lucha
revolucionaria debe combatir la ignorancia y la ineficiencia con mayor energía...

Como una manera de romper la monotonía de la vida cotidiana y aprovechando la


creciente distensión en el clima represivo interior, un grupo de compañeros
organizó una "peña" folklórica, conocida como "La Chingana", los sábados; se
ofrecía a la población chacabucana una grata velada artística. Por el escenario,
frente a un fogón, desfilaban intérpretes de la música criolla, incluidos payadores y
cantores entre los que destacaban los campesinos de Colchagua. Junto al
espectáculo se podía pedir un plato, "chacabucano", café o mate. La escasa
utilidad que dejaba esta comercialización de alimentos iba para los fondos de
solidaridad social creado por el Consejo de Ancianos y destinado a resolver los
casos de extrema necesidad de algunos prisioneros. Recuerdo una noche
habernos impresionado mucho, cuando uno de los artistas rasgueaba y rasgueaba
la guitarra y no empezaba su canto.
-Estoy recordando, -dijo- cómo en este mismo patio jugué cuando niño. Mi padre
fue trabajador del salitre... yo vivía en esta casa...

El esfuerzo de estos compañeros para instalar la peña, ornamentarla, programar


las presentaciones artísticas, animar las veladas, cocinar, servir y asear el local,
sólo es posible comprenderlo cuando uno conversaba con ellos:

"Conservar la moral de los presos es una tarea política y en eso estamos." Era la
tarea que voluntariamente habían asumido. En el grupo había dirigentes
sindicales, profesores universitarios, trabajadores de diversos oficios; todos
animados por un admirable espíritu de servicio social y de fina sensibilidad para
preparar sesiones de gran calidad artística.

Un día de agosto aparecieron carteles invitando a una velada singular: "Homenaje


a Carlos Gardel." La reunión fue todo un éxito. Por el improvisado escenario
desfilaron verdaderos eruditos en la vida de Gardel y la historia del tango. Luego
vinieron los intérpretes que espontáneamente pasaban a cantar los más famosos
"tangos de la guardia vieja", acompañados de dos guitarras y un bandoneón.

La artesanía fue una de las actividades culturales que atrajo a una mayor cantidad
de gente: los tallados en madera, la orfebrería y los telares, produjeron una
impresionante cantidad de creaciones, muchas de las cuales lograron una
estimable calidad. La comisión de cultura editaba un diario mural, instalado frente
a los comedores, y en sus columnas colaboraba un selecto grupo de periodistas.
El diario entregaba "información oficial" del Consejo de Ancianos, recortes de
prensa y notas de la vida chacabucana, donde no faltaban el buen humor y los
estímulos morales para quienes destacaban en diversas actividades
administrativas, culturales o deportivas.

El culto religioso fue otra importante actividad cultural en Chacabuco. Católicos y


evangélicos tenían sus respectivas capillas y reuniones, que atraían un crecido
número de prisioneros. Era visible que los feligreses católicos eran gente de
extracción urbana; en cambio, en el culto evangélico, casi la totalidad eran
campesinos. Los católicos tenían su misa dominical y reuniones de oración
algunos días a la semana. El capellán les decía la misa y un número importante de
fieles comulgaba. Los evangélicos se reunían diariamente, y sus cánticos y
plegarias colectivas formaban parte del paisaje crepuscular de Chacabuco.

El campamento fue visitado por cuatro obispos católicos: El cardenal Raúl Silva
Henríquez; el obispo auxiliar de Santiago, Fernando Ariztía; el obispo capellán
castrense, Francisco Gilmore, y el obispo de Antofagasta, Carlos Oviedo Cavada.
Estas visitas nos mostraron inequívocamente las dos líneas que dividen la Iglesia
chilena: una corriente social-cristiana progresista, con diversos matices; desde
posiciones centristas, hasta francamente de izquierda, y la otra, la conservadora,
desde el conservadurismo "democrático" hasta el fascismo descarado. El cardenal
Silva y el obispo Ariztía nos mostraron la cara noble y progresista de la Iglesia
chilena; el cardenal, en un discurso nada convencional, y el obispo Ariztía en el
sermón de una misa memorable a la que todos asistimos. Ambos obispos,
rodeados de oficiales, hablaron con la voz de auténticos cristianos, con un sincero
amor al prójimo en desgracia, como verdaderos abogados "de los perseguidos y
ofendidos" (8). El cardenal dejó en Chacabuco una huella de humanidad admirable.
Se llevó un documento que el Consejo de Ancianos elaboró, reseñando nuestros
principales problemas, y con satisfacción pudimos ver que, en documentos del
Episcopado, nuestras denuncias y peticiones encontraron eco. El cardenal ha
tenido de su parte a la gran mayoría de los obispos y se ha jugado entero en
defensa de la vida y el respeto a elementales derechos de los ciudadanos
perseguidos. Su inteligencia y coraje moral ha salvado a la Iglesia del derrumbe
que han sufrido todas las instituciones tradicionales en Chile y ha representado un
muro de contención para la jauría lanzada sobre el pueblo indefenso. El odio que
Pinochet y los grupos privilegiados chilenos tienen al cardenal es proporcional al
cariño y respeto que se ha ganado entre los trabajadores. En cambio, los otros
obispos no pudieron disimular sus simpatías por los militares fascistas. Como
buenos fariseos, hablaron de Dios, de la Virgen, del bien y del mal, de la fe y la
esperanza, pero no tuvieron una palabra de adhesión concreta para los presos
políticos. El obispo de Antofagasta tuvo el descaro de justificar las demoras de los
procesos que presuntamente se nos seguían, "porque el aparato forense tenía un
excesivo recargo de causas y no estaba preparado para ello..." El señor obispo
pretendía ocultar detrás del eufemismo: "aparato forense", a los consejos de
guerra, las cámaras de tortura y los campos de concentración. El obispo castrense
nos entregó un discurso que a ratos parecía una voz salida de un mausoleo: "Los
oficiales del Ejército chileno... -dijo con inaudito cinismo- son gente de excepción,
lo mejor de la sociedad chilena; tengan confianza en ellos... El Señor ha querido
que suframos los chilenos para que regresemos al verdadero camino, del cual nos
estábamos apartando por el canto de sirenas de ideas extrañas al alma nacional...
Tengan fe en Dios, en los militares y en Chile... piensen en esa bandera hermosa
que nos cobija a todos como hermanos, el blanco imponente como la cordillera de
los Andes... el azul como el límpido cielo.. . el rojo, como la sangre de nuestros
héroes..." A este mismo obispo lo pude ver por la TV Nacional el 11 de
septiembre, oficiando una misa de campaña en la Escuela Militar, y escuchar otra
vez su palabra cavernaria: "Dios iluminó la mente de nuestros soldados y los llevó
a cumplir la gloriosa misión de liberar a Chile de la tiranía del materialismo ateo
que se había enseñoreado en ella."

La conducta de este obispo influía en la de muchos capellanes, aunque por


fortuna no en todos. La mayoría de los capellanes se comportaban como
representantes del ejército en la Iglesia y no como representantes de la Iglesia en
el ejército.

Los grupos religiosos desarrollaron sus actividades gozando del mayor respeto y
consideración del resto de los prisioneros. Para todos era claro que las ideas
sobre el otro mundo no debían romper la unidad de los trabajadores sobre los
problemas concretos de éste.

Otras visitas significativas, recibidas en Chacabuco, fueron la de una delegación


sindical australiana y la de miembros de la comisión investigadora de la OEA. Los
dirigentes sindicales australianos nos llevaron el fraternal saludo de los
trabajadores de ese lejano país, hasta el cual habían llegado los ecos de la
barbarie fascista de Chile. Nos informaron de la actitud de su gobierno, favorable a
la emigración de perseguidos políticos chilenos; sus gestiones a diversos niveles
para presionar en favor del respeto a los derechos humanos y las innumerables
expresiones de solidaridad de los sindicatos, partidos políticos progresistas,
prensa y universidades.

Cuando llegaron los juristas de la OEA, la jefatura del campo cayó en un


nerviosismo casi descontrolado. Trataron de convertir la visita en un show en el
cual los presos podrían mostrar sus obras de arte, cantar sus canciones, etc. Sin
embargo, la delegación rechazó estas maniobras y fue directo al grano: entrevistar
a los prisioneros y a solas, sin presencia militar. Los juristas pudieron ver por sus
propios ojos las huellas de las torturas y escuchar escalofriantes denuncias sobre
variados casos por sus propios protagonistas. Profunda impresión causó a la
delegación las denuncias que varios detenidos formularon en contra de oficiales
que trabajan junto al coronel Espinoza en Santiago, por sus proposiciones
deshonestas hechas a esposas y hermanas de los prisioneros a cambio de
conceder a éstos su libertad. El Consejo de Ancianos entregó a la Comisión de la
OEA un documento, con una detallada información, que sin duda debió haber sido
útil a sus investigaciones, a juzgar por los términos de su informe oficial.

La vida chacabucana se alteraba intensamente cuando solían llegar grupos de


esposas a visitarnos, luego de haber vencido las mil dificultades que ponían las
autoridades militares. Para nuestras mujeres, llegar desde Concepción,
recorriendo en buses más de 2 500 kilómetros, para conversar con nosotros dos o
tres horas, representaba un esfuerzo físico y un gasto considerable. En la
obtención de los permisos para llegar hasta Chacabuco y en ,el financiamiento del
viaje, la Iglesia católica intervenía activa y efectivamente.

Las visitas nos traían no sólo el calor humano de nuestros seres queridos; también
informaciones sobre lo que estaba sucediendo afuera de Chacabuco y toda suerte
de cabalas sobre la situación de los presos políticos.

Las noticias más impresionantes provenían del exterior, repulsa del mundo por la
guerra declarada contra el pueblo chileno. En el centro de esta incesante actividad
solidaria aparecía una y otra vez la compañera Hortensia Bussi de Allende,
Tencha como la llamaba el pueblo, golpeando la conciencia del mundo: iba y
venía de un país a otro, sus cartas estremecían a los lectores de muchos
periódicos influyentes, sus informes eran piezas fundamentales para el trabajo de
organismos internacionales, su actividad era recibida por nuestras mujeres como
una esperanza y un ejemplo.

Mi esposa me contó un episodio que ilustra el impacto de Tencha entre las


madres, esposas, novias, hermanas y compañeras de los prisioneros y
perseguidos. Una mujer humilde, familiar de un minero del carbón, llegó a las
puertas del obispado de Concepción, y al darse cuenta que numerosas mujeres
lloraban desesperadas por la suerte de sus seres queridos, les dijo con voz firme: -
"No lloren, compañeras; si la compañera Tencha no hubiese sido capaz de
sobreponerse a su dolor personal y salir a luchar para denunciar al mundo lo que
está sucediendo, ya no quedaría un preso vivo... ĄArriba, ese ánimo,
compañeras!; vamos a tratar de hablar con el obispo, después con los pastores
evangélicos, con la Cruz Roja Internacional, dicen que andan por ahí investigando;
toquemos todas las puertas buscando solidaridad y no nos quedemos con los
brazos cruzados llorando y llorando... ĄSigamos el ejemplo de la compañera
Tencha...!" żCuántos chilenos fueron salvados de la muerte o arrancados de las
manos de los torturadores gracias a la formidable solidaridad internacional?

Desde Quiriquina a Chacabuco, todos seguimos paso a paso las acciones de los
gobiernos progresistas, de organismos internacionales, parlamentos, prensa,
personalidades influyentes de la ciencia, el arte y el derecho, contra el fascismo.
Especialmente, de los países socialistas, del Tercer Mundo y de las fuerzas
democráticas de Occidente.

En el interior del país, en medio del terror desatado, seguía viva la fraternidad
combatiente a pesar de todas las amenazas y de las listas negras, los hombres y
mujeres de la izquierda siempre encontraban alguna manera de prestarse auxilio
material y moral.

Cuando los buses se detenían en el mercado de Antofagasta y nuestras mujeres


compraban frutas y otros alimentos, encontraban entre los comerciantes pequeños
una emocionante solidaridad que se traducía en regalos, precios rebajados y algo
más importante aún: el mensaje de aliento para los detenidos. "Díganles a los
compañeros que se mantengan firmes, que no se desmoralicen, que tengan
ánimo, que resistan; llévenles nuestro saludo cariñoso y la confianza que pronto
volverá la libertad a Chile..."

Aquella visita de nuestras mujeres, del 16 de marzo de 1974, estuvo rodeada de


un excepcional dramatismo, ocurría al día siguiente de la muerte de José Tohá. Mi
compañera me contó que conocieron la trágica noticia cuando el bus se detuvo en
Copiapó, al amanecer del día 16.

"-Una compañera -dijo- compró un periódico, y al leer el principal titular estalló en


llanto; al instante la rodeamos, mientras otra compañera comenzó a leer la noticia
en alta voz. El grupo enmudeció y las lágrimas comenzaron a rodar por nuestras
mejillas... El sacerdote católico Julio Olivares propuso un minuto de silencio, que
guardamos con profunda emoción.

"Al reanudar el viaje -prosiguió- la conversación estuvo centrada en el recuerdo de


la noble figura de José. Nadie dudaba que había sido asesinado y todas
compartimos la opinión que el pueblo chileno perdía uno de sus mejores hijos...
żQuién podía discutir que José había proyectado una de las mejores imágenes del
verdadero revolucionario, ponderado, inteligente, honesto, fraternal y generoso?

"Pensábamos -agregó- que esta noticia causaría profundo dolor en Chacabuco,


como en todos los rincones de Chile... No en vano José era un símbolo para todos
nosotros."

Le conté que en Chacabuco hubo lágrimas y recuerdos sobre la vida de quien


entregó lo mejor de sí por su pueblo. Efectivamente, José demostró desde
temprano su vocación de luchador social. Siendo presidente del centro de
estudiantes del Liceo de Hombres, de Chillán, su ciudad natal, concibió y realizó
un proyecto que muchos miraron como una ilusión juvenil: fundó un liceo nocturno
para obreros y empleados. José y sus compañeros se convirtieron en maestros y,
sin remuneración alguna trabajaron con la responsabilidad de estudiantes
revolucionarios, maduros y consecuentes (9). En esa misma ciudad fue elegido
presidente de la Federación de Estudiantes de Ñ, y más tarde culminó su carrera
de líder estudiantil en la presidencia de la Federación de Estudiantes de Chile,
siendo alumno de Derecho en la Universidad de Chile. A la generación
universitaria de José Tohá correspondió librar una heroica lucha contra el régimen
de Gabriel González Videla, autor de la Ley de Defensa Permanente de la
Democracia y del Pacto Militar con los Estados Unidos. En el centro de esos
combates, su figura alcanzó dimensiones nacionales.

Como militante socialista, José sintió intensamente la tarea partidaria, siempre con
abnegación y ajeno a todo cálculo mezquino, personal o de grupo. En la
organización alcanzó las más altas dignidades: miembro del comité central de la
juventud y del partido. Amigo inseparable de Salvador Allende, no ocultaba su
admiración por el hombre a quien desde temprano visualizó como el líder
indiscutido del movimiento popular chileno. Lo acompañó en sus largas y duras
batallas, siempre con eficiencia y lealtad. Cuando Allende llegó a la presidencia,
fue uno de sus colaboradores más directos: ministro del Interior, ministro de
Defensa y Vicepresidente de la República.

En todos estos cargos, lució su genio de estadista y la transparencia de su calidad


humana. Sin estridencias, impuso su palabra serena y conquistó un sólido
prestigio en la opinión pública. La derecha percibió el significado de Tohá como
jefe político del gabinete del presidente Allende. Mientras Tohá estuviese en el
Ministerio del Interior, no sería fácil deformar la imagen del gobierno. Y además,
como lo reconoció un personaje de los conservadores "los socialistas como el
señor Tohá son los más peligrosos porque con su serenidad dan una imagen
angélica de la revolución..."

-"żPor qué ellos se ensañaron con José? -escribe el general Prats a su esposa
Moy-, porque a cada uno de los cómitres de hoy les torturaba la evidencia de que,
dentro de la Unidad Popular, José era quien mejor los conocía. Los observó
humildes y obsecuentes, los vio hacer genuflexiones y supo de sus miserias
intimas, de sus celos inter armas, de su concupiscencia y frivolidad, de sus
limitaciones intelectuales y culturales y de la farsa de su lealtad. José Tohá tenía
mucho que decir y cada palabra suya, avalada por su incuestionable autoridad
moral, habría tenido la fuerza suficiente para derribar de su auto-erigido pedestal a
los apóstatas del profesionalismo militar. żY cómo podrían contraatacar a José?
żCómo podrían vituperarlo si hasta la mención de sus convicciones ideológicas iba
a serles contraproducente? Porque no les resultaba tolerable ni compatible exhibir
como "marxista" a un ser de tanta sensibilidad social, de tanta nobleza y dignidad
personal y de tanta misericordia humana. (10)

Al 11 de septiembre, José Tohá no ocupaba ningún cargo ministerial ni de


dirección política; sin embargo, su alta responsabilidad revolucionaria y su
invariable lealtad hacia el presidente Allende, lo impulsaron a dirigirse a La
Moneda. Tohá, en la hora definitiva, no olvidó que su nombre se vinculaba al
proceso político sometido a prueba y no vaciló en situarse al lado del presidente
con todos los riesgos que los auténticos líderes no eluden jamás. Tohá fue hecho
prisionero y posteriormente trasladado a la isla Dawson, recibiendo una de las
mayores cuotas de vejaciones y violencia física. Su martirio terminó con su valiosa
vida, privando a la izquierda chilena de uno de sus mejores dirigentes, el 15 de
marzo de 1974. żCómo explicar la extraña muerte de José a una opinión pública
que tenía sobre su personalidad una impresión irreprochable? Cada general dio su
propia versión de la muerte: "Se colgó de la puerta de un ropero..." "se suicidó en
el baño..." Incluso uno, que no pudo evitar la presión invisible de la acusación
pública, se atrevió a decir con inaudito cinismo: "Siento la muerte del señor Tohá."

Pronto supimos del funeral de José Tohá, al que nosotros asistimos desde nuestro
encierro en el pensamiento de muchas horas. Con Tohá se enterraba una parte de
la mejor tradición partidista: una militancia antigua y consecuente que se convierte
hoy en tradición y prestigio para el Partido Socialista de Chile. Supimos que miles
de chilenos desafiaron el terror y lo despidieron en el Cementerio General. Que
desde aquellas columnas acongojadas se lanzó, una y otra vez, como un latigazo
en el rostro de los asesinos, el grito de la rebeldía popular: "ĄJosé Tohá...
Presente. ..!"

Profunda impresión provocó en el campo de Chacabuco la noticia de la presencia


en los funerales de Tohá, de Aniceto Rodríguez, y de su tentativa de hablar a
nombre del partido. Aniceto venía saliendo de Dawson, y con ejemplar actitud
militante asumió la representación socialista en un instante que registrará la
historia.

Entre tanto, en Chacabuco, el tiempo seguía corriendo y tras las rejas, una vida
cotidiana que acumulaba emociones y experiencias.

En las torres de control, jóvenes soldados montaban guardia día y noche.


Muchachos muy jóvenes, hijos de trabajadores, mantenían una actitud de franca
cordialidad con los prisioneros y era común charlar con ellos y escucharles
maldecir sus funciones y el agotador trabajo que se les encomendaba. Por eso es
explicable que una noche, cuando a uno de esos muchachos uniformados se le
escapó un tiro, la reacción solidaria de los prisioneros no se hizo esperar. Todos
los médicos se levantaron y se dispusieron a atender al soldado en un curioso
hospital de campaña que tenían los militares para sus necesidades sanitarias,
pero que carecía de los más elementales recursos. Nuestros médicos
amanecieron luchando por salvarle la vida al soldado. Llamaron a dar sangre a los
detenidos y una masa de gente se dispuso a colaborar. Lamentablemente, la
herida había causado daños irreparables y el joven soldado falleció al amanecer.
Una profunda y sincera emoción recorrió Chacabuco. Todos comprendíamos que
ese hijo de obrero pampino era un hermano nuestro, un hijo del pueblo convertido
por el fascismo en carcelero de sus iguales, y que su sangre, tempranamente
sacrificada, era también un crimen que había que cargar a la cuenta de los
generales traidores. Los más sorprendidos con la reacción de los presos fueron
los oficiales del campo. Al día siguiente, el oficial de seguridad, al realizar su
control matutino, nos dirigió la palabra para expresar a nombre del Ejército su
gratitud por la noble actitud de los detenidos.

-Esto prueba que todos somos chilenos y que las diferencias tienen que terminar,
y confío que sea pronto -dijo el oficial, evidentemente golpeado por el hecho.
Hechos como el señalado, las noticias que de una u otra forma llegaban sobre
muertes y torturas, abusos incalificables, dramas familiares, conformaban un
cuadro de fuerte emotividad que apenas si conseguía ocultarse detrás de las
bromas y las diversas formas inventadas para entretenerse y matar el tiempo.

La noticia de la muerte de un ser querido, el nacimiento de un hijo, el


ajusticiamiento por consejos de guerra de familiares o amigos muy cercanos, la
suerte de nuestros dirigentes encarcelados, perseguidos o procesados, las
dificultades económicas en los hogares, todo aquello golpeaba de una y otra
manera al hombre de Chacabuco y se traducía en estados depresivos, caminatas
solitarias, angustia e impaciencia.

Recuerdo haberme incorporado a un grupo de compañeros que rodeaban a un


profesional que fue llevado a Antofagasta para ser interrogado. Allí permaneció
una noche en una comisaría de Carabineros junto a numerosos presos políticos
recién capturados. Nos contaba que junto a él un obrero se quejó toda la noche; lo
habían golpeado con inaudita brutalidad. Al amanecer, el hombre le dijo:

-No lo dejé dormir compañero... pero es que me patearon en los testículos... Me


duele mucho...

Nuestro amigo le preguntó:

-żCuándo lo tomaron, compañero?

-Anoche mismo, compañero... Estaba con otro camarada escribiendo en un muro,


Ąlibertad para los presos políticos!...

El compañero que relataba el hecho no pudo contener la emoción. Con voz


entrecortada decía:

-Nunca sentí más admiración por nuestra clase obrera... Ese compañero estaba
molido a golpes, pero me alcanzó a decir, antes que me sacaran de la celda: "Si
me llevan para Chacabuco, allá nos vemos, compañero... Si me largan, dígales a
los compañeros que seguiremos haciendo lo que podamos por su libertad..."

El grupo se quedó electrizado; una emoción incontenible nos abrazó a todos. El


compañero que relataba su experiencia pudo calmarse y concluir sus palabras:

-Esta fortaleza y claridad de nuestra clase obrera no podrán ser destruidas jamás
por el fascismo.. .No, compañeros... ese obrero de Antofagasta era un cuadro
auténtico de base, educado por su partido, convencido de que no hay más camino
que la lucha y que la lucha será dura, pero que hay que darla, que al final
venceremos.
Esa noche, la tertulia junto al café giró en torno a la historia de nuestro movimiento
obrero, de los tiempos de Recabarren, de aquellos años cuando ser socialista o
comunista era en sí una sentencia al despido, al hambre, a la cárcel y al
exterminio.

-Me emociona -decía un joven socialista- ver a los viejos dirigentes obreros; son
los más serenos, hablan poco, siempre modestos; escuchan las pláticas de los
intelectuales y rara vez intervienen, pero en su inmensa mayoría están intactos,
serenos seguros de que están librando otra batalla; es la calidad insuperable de la
clase obrera con conciencia de clase, con experiencia de lucha.

-Es cierto, camarada -agregó un profesor de Santiago. Esa es la base granítica del
movimiento popular chileno, żrecuerdan ustedes a esos compañeros de
Valparaíso que estuvieron un tiempo aquí en Chacabuco? Había unos
condenados a cadena perpetua, otros a veinticinco años de cárcel, y estaban
serenos y confiados en el porvenir. Un viejo portuario me dijo una tarde, con una
seguridad increíble: "żPor qué desesperarse por una cadena perpetua o por
veinticinco años de cárcel, si estos 'milicos' de mierda no durarán tres años? El
capitalismo se hunde en el mundo entero en un pozo sin fin... Tres o cinco años
presos no son nada en la lucha de la clase obrera, sobre todo cuando estamos en
víspera del derrumbe final del capitalismo." Otro compañero de Lota me dijo, un
día que me vio muy triste y desanimado: "El com- pañero Allende no murió para
que se nos cayeran los pantalones, sino para enseñarnos a cumplir nuestro deber
revolucionario, porque el socialismo no lo regala nadie, porque no hay otro camino
que la lucha.. . ĄArriba ese ánimo! żNo sabe lo que está pasando en Portugal,
Francia, Italia, España, Grecia, Perú? ĄLa cosa se está poniendo brava en todas
partes; derrota en Chile, pero se avanza en muchos países; no olvide, compañero,
que nuestra lucha es internacional!"

Finalmente, valga algunos alcances sobre patología política, el sectarismo


endémico de algunos militantes de la izquierda, que no podía faltar en Chacabuco.
A decir verdad, el fascismo derribó muchas fronteras y la convivencia entre todos
los sectores era excelente. Sin embargo, no faltaban ciertos individuos que vivían
con la excesiva preocupación sobre el "control", o mayor o menor influencia sobre
las iniciativas comunes en el campamento, de tal o cual partido. Para la gran
mayoría, resultaban increíbles estas "preocupaciones" de injustificado chovinismo
partidista. Nosotros habíamos vivido largos meses en Quinquina y en el estadio
Regional, practicando una efectiva unidad: socialistas, comunistas, miristas,
radicales, cristianos de izquierda y otros grupos; teníamos muy claro que, más allá
de las divergencias del pasado, estaban las tareas del momento y del futuro.
Conveníamos en que la unidad, sin exclusiones, debía ponerse en la orden del
día, como el principal deber de los revolucionarios chilenos, y que las discusiones
deberían desarrollarse con el respeto que corresponde a fuerzas que, con distintos
matices, luchan por un mismo objetivo: un Chile socialista. Pero hay gente que no
tiene remedio:

los sectarios de nacimiento, los divisionistas de la "discrepancia permanente", los


pequeños burgueses enfurecidos y, desde luego, los infiltrados; para todos el
"enemigo" está siempre a su lado y no al frente.
Notas:

1. Servicio especializado en la custodia de reos comunes.

2. Jiménez, Vargas y Mellado, fueron bárbaramente torturados; sin embargo, su moral y fe


socialista jamas se quebrantó un instante.

3. Se denominaba "caldólogos" a los compañeros prisioneros que le sumergían en solitarias y


prolongadas meditaciones. Se decía que estos tomaban "caldo de cabeza", sacando de su
imaginación toda suerte de cabalas y rumores sobre la situación y futuro de los detenidos.

4. En esta comisión tuvieron una destacada dirección Galo Gómez y Manuel Cabieses y
colaboraron, entre otros, Mario Benavente, Eugenio García, Javier Vargas, Máximo Antonioletti y el
autor de este libro. En las actividades artísticas, recordamos a: Rafael H. Salas; Juan C. Saez;
Hugo Valenzuela; Sergio Lidid; Emilio Cisternas; Jorge Valdés; Luis Cabezas; José Becerra;
Román; Acuña y Figueroa, Servando Becerra; Rodolfo Harding. En el periodismo, a Alberto
Gamboa y a Franklin Quevedo

5. Entre los integrantes del "Conjunto Chacabuco", que fueron muchos, recordamos a: Joselesky,
Ipinza, Canto, Vega y Cifuentes. La actividad coral tuvo como principales animadores a Iván
Quezada y Nazim Pualuam.

6. Véase informe del director de la escuela, Patricio Corvalán Carrera, presentado a la Tercera
Reunión Internacional Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar de Chile, México, febrero.
1975.

7. El texto de la conferencia se incluye completo en Revista de la Universidad de México,


septiembre, 1975.

8. El secretario del obispo Ariztía, Francisco Ruiz, se encuentro actualmente detenido en Ritoque.

9. En ese liceo nocturno laboramos sucesivas generaciones de estudiantes sin recibir más estímulo
que la satisfacción de traducir nuestro compromiso político en una comunicación viva y fecunda
con los trabajadores. Uno de los sucesores más brillantes de José Tohá en la rectoría, fue Jorge
Tapia Valdés, compañero suyo en el gabinete de Salvador Allende y luego en la prisión de
Dawson.

10. Carta a Moy de Tohá, Buenos Aires, 29 de agosto de 1974. Publicada en Chile Democrático,
órgano oficial de la izquierda chilena, núm. 14, Roma, noviembre-diciembre, 1974, p. 4.

psicológico, pero se comportaba con ejemplar dignidad. Hidalgo era uno de esos
vapuleados "tecnócratas", tan ingratos a los sectores más "revolucionarios" de la
izquierda chilena, que sin embargo soportó con valentía todos los tormentos. En
Quinquina, Hidalgo conservó una notable tranquilidad:

-Está claro -decía-, que aquí yo apagaré la luz... Bajo la presión de la Cruz Roja
Internacional, los marinos debieron instalar pozos sépticos para resolver el grave
problema higiénico que atormentaba a los prisioneros. Como parte de nuestra
humillación diaria, había que utilizar esos pozos sépticos sobre los que se
instalaban tres asientos en una misma casucha. La falta de privacidad para
realizar la más elemental necesidad biológica del hombre, además de la
podredumbre de todo el sistema, fue en los primeros días una fuerte barrera
psicológica.

No obstante, conocido es el hecho que el ser humano termina por adaptarse a


todo, y que paulatinamente el presidio va rebajando la dignidad hasta limites
insospechados. Así, las inhibiciones terminaron por superarse. Se llegó a un grado
de familiaridad tal, que dos o tres amigos solían invitarse para "hacerla
conversando"...

En una de esas "pláticas" sobre el pozo séptico, el ministro Hidalgo se encontró a


su lado con un campesino de Yumbel que lo miraba, se sonreía, pero no le decía
nada... Inquieto, Hidalgo lo interrogó:

-澳e qué se ríe, compañero?...

-Lo que son las cosas, compañero -le dijo el campesino-; me estoy acordando que
viajé tres veces a Santiago para tratar de hablar con usted cuando era ministro y
yo dirigente sindical y no me pudo recibir... ﹖upieran los compañeros que ahora
hasta cago junto a usted...! 燄e que el golpe tiene también sus cosas buenas... ?

"Somos del mirs"

La prensa había informado de un espectacular robo perpetrado en una zapatería


de Talcahuano, en pleno toque de queda. Los autores fueron dos muchachos, que
cayeron a pocas horas en manos de carabineros. Los jóvenes fueron llevados a
un cuartel de policía donde, dada la confusión reinante, se les introdujo en una
celda con prisioneros políticos. Confundidos con ellos, fueron a dar a la Quinquina.
En el momento de embarcarse, el grupo recibió una poco cordial despedida de
parte de infantes de marina que vigilaban la partida. De pronto apareció un oficial,
que evidentemente no pertenecía a la fracción fascista de la marina, y cortó los
malos tratos con una declaración insólita:

-Son presos políticos... Todavía no se les ha probado nada... No se les debe


castigar...

Nuestros amigos ladrones de la zapatería se grabaron muy bien aquellas


palabras. Bastó una mirada entre ellos para concertar una excelente coartada,
ellos pasarían por presos políticos, la opción era clara y conveniente. Al ser
recibidos en la isla se procedió a su fichaje. Los hombres pasaban en fila frente a
un equipo del SIM que estaba sentado junto a un escritorio en un pasillo de la
Escuela de Grumetes. Al tocar el turno de los ladronzuelos, el primero, se adelantó
al interrogatorio para afirmar:

-Nosotros somos del mirs... Somos presos políticos...

El aspecto de tales sujetos desmentía a simple vista tan categórica afirmación. No


obstante, en ese equipo del SIM había un sujeto que tenía un odio zoológico al
MIR y de inmediato se lanzó sobre el par de desgraciados y comenzó a golpearlos
con la colaboración entusiasta de dos o tres infantes de marina que estaban
siempre listos para descargar su furia homicida a la primera orden.

Los delincuentes recibieron un castigo abrumador, y en cuanto uno pudo sacar el


habla, comenzó a gritar:

-﹑osotros no somos políticos, nosotros robamos en la zapatería, somos ladrones,


no somos políticos! El equipo del SIM, ante esta nueva declaración, ordenó
terminar el castigo. Se dispuso mantenerlos en el interior del gimnasio, separados
en un rincón, sin contacto con los detenidos políticos. La jefatura ordenó su
traslado a tierra con el objeto de juzgarlos conforme a la ley... -"Ellos son
delincuentes comunes, deber ir a la justicia ordinaria..." Le faltó al oficial agregar
que eran gente respetable a la que había que juzgar conforme a la ley...

Y esta suposición no es exagerada. Por esos mismos días, el ministro de Justicia


comunicaba al país que serían liberados algunos miles de delincuentes comunes,
ya que las cárceles estaban sobrepobladas... 燕or quiénes? Por los dirigentes y
militantes de izquierda condenados por los fatídicos consejos de guerra.

Peligrosa motivación pedagógica

Carlos era un profesor inquieto, deseoso de darle a la vida escolar una motivación
que rompiera con la rutina tradicional. El año anterior recibió el consejo de
profesores de su escuela la tarea de preparar la conmemoración histórica del 21
de mayo, Día de las Glorias Navales de Chile. Movido por su espíritu innovador,
se dispuso a preparar una representación dramática de aquella epopeya. Ante la
penuria de recursos didácticos de su escuela y la generalizada pobreza de sus
alumnos, casi todos hijos de modestos campesinos, se dirigió a la Base Naval de
Talca-huano para solicitar alguna colaboración.

En la base, explicó su proyecto y encontró una excelente acogida:

-Hay aquí muchos uniformes dados de baja, profesor -le señaló un oficial-, y
puede usted llevarse los materiales que necesita... Lo felicito, así se desarrolla el
espíritu patriótico en los niños chilenos... Muy bien, profesor...

Terminada la fiesta escolar, satisfecho por el éxito alcanzado, el joven profesor


procedió a guardar en el estante de su sala de clases ocho o diez uniformes que
habrían de servirle para nuevas conmemoraciones históricas. El profesor era
militante del Partido Radical y por lo tanto se conocía su adhesión al gobierno del
presidente Allende. En una aldea rural como Florida, todo el mundo se conocía, y
por lo tanto nuestro amigo estaba desde hacía mucho tiempo fichado por los
golpistas del lugar. A pocas semanas del 11, la escuela de Carlos fue allanada
porque alguien denunció que en ella se habían guardado uniformes militares que
servirían para el "camuflaje" de los comandos ejecutores del "Plan Zeta".
Efectivamente, en el estante de la sala de clases de Carlos, fueron encontrados
uniformes de marino, confirmando ampliamente la participación de este profesor
en los siniestros planes de los partidarios del presidente Allende. Una verdadera
jauría se lanzó a la búsqueda del profesor. Recibió una fenomenal pateadura
antes de ser trasladado a Quiriquina.

Ya en la isla, el hombre vivió días muy difíciles. El cargo que se le hacía daba para
ser llevado a consejo de guerra y fusilado. Su situación era extremadamente
delicada, ya que rara vez existía la posibilidad de dar alguna explicación a los
interrogadores, cuando la detención se vinculaba a acciones armadas. Nunca
supe qué pasó con este profesor, cuya innovación pedagógica lo metió en un lío
del cual no sé si salió vivo o muerto.

澳ónde está la bomba?

El hombre se ganaba la vida en un oficio que le había generado una temprana


enfermedad profesional: el alcoholismo. Trabajaba en una bodega de vino de un
barrio de Talcahuano. Debía chupar la bomba para extraer vino de la pipa y llenar
las damajuanas o botellas, así como el litro para los compadres, que
acostumbraban pasar desde temprano a "arreglar el cuerpo" con tinto o blanco, de
"pasadita".

El hombre llegó esa mañana muy temprano. Las puertas de la bodega no se


abrían aún al público. Había llegado más temprano que de costumbre porque
debía trasvasijar vino de un "fudre" que estaba "virgen" y había que "arreglarlo"
con una adecuada cantidad de agua para "hacerlo rendir". El dueño de la bodega
había insistido que ese vino del fudre estaba "muy cabezón" y que no se podía
vender "sin arreglarlo.,.", había repetido varias veces.

El hombre, que no venía con el cuerpo muy bueno, más torpe que de costumbre,
no podía encontrar la bomba para extraer el vino y comenzó a gritar: "澳ónde
escondieron la bomba...? 澳ónde está la bomba...? 熹uién tomó la bomba... ?" En
ese instante pasaba por la calle un vehículo militar. Al oír mencionar la palabra
"bomba", se detuvo bruscamente. Un piquete de soldados irrumpió violentamente
en la bodega y en un abrir y cerrar de ojos sacaron al hombre de nuestro relato a
la calle.

El hombre fue llevado a la base naval en calidad de "prisionero de guerra" y allí,


dada la gravedad de la denuncia del cabo que conducía la patrulla, un oficial
dispuso su inmediato traslado a la isla Quiriquina, "mientras se investiga y se
desenreda toda la madeja de este arsenal extremista"... El hombre permaneció
varios días detenido en el gimnasio de la Escuela de Grumetes. Se le veía
siempre parado en el mismo sitio, junto a la puerta, haciendo todo lo posible por
diferenciarse del conjunto de prisioneros. No conversaba con nadie y sólo de vez
en cuando se le logró sacar algunas frases en base a las cuales hemos
compuestos este relato.

Los días pasaban y el hombre parecía abrumado. Algunos pensaban que la falta
del "cañonazo" diario de tinto lo atormentaba más que las tensiones políticas que
inundaban el gimnasio. Como los chilenos somos bastante dados al humor negro,
no faltaron los prisioneros que se le acercaban y le preguntaban:
-Amigo... 盥e qué partido es usted?. ., El hombre contestaba:

-Yo no tengo na'que ver con política... Yo no tengo na'que hacer con ustedes...

-Entonces, amigo, a usted lo van a fusilar por las puras huevas...

El hombre irrumpía en un llanto desconsolado. El macabro diálogo se repitió


muchas veces y siempre el borrachito terminaba llorando...

La broma macabra tuvo, sin embargo, su efecto positivo. Los marineros, que
comenzaron a participar de la broma, se convencieron de que este singular
"prisionero de guerra" los estaba poniendo en ridículo, y como de vez en cuando
los militares chilenos se sienten ridículos con sus medidas, declararon,
solemnemente, que aquel hombrecito anónimo "no era un extremista" y fue puesto
en libertad.

Un "paco" salomónico

Dos individuos caminaban con rumbo diferente, acelerando el paso. Se les había
venido la hora del toque de queda y no tenían sino dos o tres minutos para llegar a
sus casas. De pronto, se detuvo bruscamente un furgón de carabineros:

-,lto ahí! ‥evanten las manos! ‥os pilló el toque de queda, huevones, arriba del
furgón... van a pasar una noche de oro junto con los extremistas!...

Los dos hombres se habían aproximado al furgón con las manos en alto. Uno trató
de mostrar su reloj afirmando que le quedaban todavía algunos minutos.

-﹔ué caga de reloj tenis, conchas de tu madre... ya son las 9 de la noche y no hay
más que hablar...

Dicho esto, otros carabineros procedieron a empujarlos violentamente al interior


del vehículo.

En el interior, iban unos cinco o seis hombres más y una mujer. Todos habían sido
golpeados bajo la acusación de estar realizando reuniones políticas del MIR... Sin
embargo, no eran más que sencillos vecinos de una población popular, detenidos
en el interior del templo de su iglesia pentecostal. Uno de los hombres era el
pastor, y la mujer su esposa. Al arribar a la Cuarta Comisaría de Carabineros, la
carga de prisioneros fue dejada en la vereda y recibida por una pareja de
carabineros que burlonamente gritaba:

-Sigue llegando gente al baile... Adelante, caballeros... Ya van a ver cómo bailan
con la picana eléctrica... En el interior, el grupo fue agregado a una masa de
prisioneros que permanecían "a granel" en las dependencias de la comisaría.
Pasaron toda la noche en los pasillos y patios interiores.
A la mañana siguiente, los prisioneros fueron puestos en fila, fichados y separados
en varios grupos: algunos fueron dejados en libertad sin mayor trámite, otros
sacados con rumbo desconocido; los menos, trasladados a la Quiriquina. Al hacer
la clasificación de prisioneros, como siempre, hubo todo tipo de arbitrariedades y
confusiones. Cuando les tocó el turno a nuestros amigos sorprendidos por el toque
de queda, se produjo un hecho insólito: los carabineros no aceptaron sus
explicaciones y uno de ellos fue categórico:

-Ahora todos los huevones han caído por toque de queda... invéntense una
película nueva, tenemos cara pero no somos... ‧n la isla van a repetirles los
marinos el cuento del toque de queda...

-·ero, mi sargento... le juro que a mí y al señor nos tomaron anoche por toque de
queda... Yo no soy político ... Se lo puedo demostrar...

-︳o no soy político... Ni siquiera voté en la última elección... -agregaba el


segundo.

-Así que ni siquiera cumplías con la ley, conchas de tu madre... Tenías que votar...
Claro que no por los marxistas, ésos estaban pagados por Fidel Castro...

Siguió un tira y afloja entre los dos hombres y los "pacos", hasta que un sargento
que dirigía el equipo se paró y con voz tronante cortó la discusión:

-﹖e acabó la discusión señores... Aquí vamos a ser justos, para que no alegue
nadie, fícheme a uno como militante del MIR y al otro póngale Patria y Libertad...
Así no se llenarán el hocico diciendo que Carabineros es parcial... ︳a, a la isla los
dos, uno por el MIR y otro por Patria y Libertad...! ﹖e acabó la fiesta... Vamos
andando...!

Y así se hizo. En la isla ambos infortunados hombres permanecieron casi tres


meses detenidos. Con el tiempo, el asunto se tomó con buen humor, pero la cosa
se puso brava cuando se empezó a correr la noticia que todos los miristas serían
evacuados de la isla y siempre los traslados de prisioneros eran peligrosos...
Nunca supe el destino final de este par de chilenos cuya tragedia había servido,
sin embargo, para mostrar al mundo que la justicia salomónica tenía todavía
algunos adeptos en la policía chilena.

Que pasen los abogados...

Un oficial pidió silencio y dijo en voz alta:

-Que pasen los abogados.

Comenzaron a acercarse al oficial un grupo de abogados que desde el primer día


estaban prisioneros. Un viejo campesino trataba de abrirse paso por entre los
prisioneros, para acudir al llamado. Alguien le dijo:
澤dónde va, compañero?... Si a usted no lo llaman...

El hombre, muy resuelto, le contestó:

-澧ómo que no?, si a mi casi me ahogaron en Curanilahue...

Un libro para la juventud

La quemazón de libros dio lugar a un anecdotario interminable. Cuando allanaron


la casa de Francisco, un estudiante secundario de Talcahuano, militante de la
Juventud Comunista, los carabineros, además de golpearlo brutalmente, le
lanzaron a la calle todos los libros que tenía, incluidos sus textos escolares.

-‧stás envenenado de marxismo, carajo -le decía un "paco" (1) mientras ponía
parafina y fuego a los libros que pronto ardían en la vereda.

En medio del desorden creado por la búsqueda de armas y libros, quedó sobre un
sillón la célebre novela revolucionaria, Así se templó el acero, del escritor ruso
Nikolai Ostrovski. Uno de los policías tomó el libro y con él en la mano, increpó
duramente a Francisco:

-‧sto debes leer, mierda... Chile necesita industrias, trabajo y no política... Te lo


voy a dejar aquí para cuando vuelvas, si vuelves, porque si estás metido en el
"Plan Zeta" te vamos a tirar al mar...

La novela, que forma parte de la mejor literatura revolucionaria, quedó a salvo, y


Francisco se escapó de la furia luego de permanecer tres o cuatro meses
detenido. Seguro que regresó a casa a leer la recomendación bibliográfica del
carabinero.

Guerrilleros en Nahuelhuta

La prensa informó ampliamente de una "Operación Peineta" que 2 mil soldados,


apoyados por helicópteros, tanques y camiones blindados, realizaron a fines de
noviembre, con el propósito de "exterminar una guerrilla marxista que estaría
operando en la Cordillera de Nahuelbuta..." La "Operación Peineta" terminó con un
saldo poco alentador para los rastreadores de guerrilleros. Sólo encontraron,
perdidos en la montaña, a dos humildes campesinos analfabetos, que
probablemente ni siquiera se habían enterado de la caída del gobierno popular.

La columna militar llegó hasta el estadio Regional escoltando el jeep en el que los
traían, maniatados y amordazados. Los campesinos no atinaban a comprender
qué estaba pasando con ellos.

A poco de arribar al estadio, estos singulares prisioneros de guerra fueron


sometidos a un primer interrogatorio. Un equipo del SIM se preparaba para tomar
la punta de un ovillo, que seguramente se extendía hasta los cordones industriales
y desde ahí a La Habana y Moscú. 燕or qué no? Los marxistas son increíbles,
sobre todo si han sido adiestrados por instructores cubanos en alguna montaña de
Vietnam o han sido preparados para la guerra "subterránea" en Corea por el
propio Kim II Sung... Los interrogadores estaban tensos: tenían en sus manos
ganarse un ascenso que, en tiempo de guerra, además de significar más sueldo,
significa gloria y quizá si hasta una medalla de oro, de esas que los militares
estaban confeccionando con los anillos matrimoniales donados por incautos
derechistas como "aporte para la reconstrucción nacional".

-,quí, carajos, tienen que cantar todo...! 燈yeron? Al que no cante se le parte la
cabeza de un tiro... Ya, vamos cantando... Comienza tú.

Los pobres campesinos tiritaban de miedo. En su aporreada vida se habían visto


en una igual.

-︳a canta, hijo de puta... No te vengas a hacer el fruncido comunista de mierda...!

Uno de los hombres, a quien se dirigían las gruesas palabras del interrogador,
sintiendo que no le quedaba más que obedecer, respiró hondo y comenzó a
cantar:

Mataron a la paloma...

Los interrogadores se quedaron perplejos al ver que el campesino comenzaba a


hilvanar una canción con una letra incoherente y una melodía increíble... Los
hombres, a pesar de ser tornillos del SIM, no carecían del sentido del humor y
soltaron una estruendosa carcajada... No era para menos... El "cantor",
avergonzando ante tan sorpresiva reacción de sus interrogadores, se paralizó. Los
hombres del SIM reían descontroladamente...

Pasaron algunos minutos. Uno de los militares salió de la cámara de torturas para
ir a dar cuenta a sus jefes de la clase de individuos que tenían capturados como
presuntos guerrilleros.

Pronto llegó un jefe del SIM, que al parecer no estaba para bromas.

-A ver, caballeros, cómo es la cosa... Vamos cantando de una vez... No tenemos


tiempo.

Ahora el otro campesino tomó la iniciativa y comenzó a entonar una extraña


melodía de letra muy confusa, en la que lo único que se distinguía era que había
plantado un ciruelo en el patio de su casa...

Esta vez, no hubo risas. El jefe, digno de su jerarquía, que se esmeraba de hacer
respetar escrupulosamente, máxime ahora, en "tiempo de guerra", montó en
cólera y gritó destempladamente:

-﹔ué van a ser guerrilleros estos huevones... 熹uién los trajo... ? 澧ómo se les
ocurre... ?; Vayanse a la misma mierda y no vengan a hacer perder el tiempo!
De inmediato procedió a lanzar fuera de la sala a uno de los hombres, pateándolo
brutalmente.

-﹖aquen estas mierdas de aquí! -gritaba como loco, mientras sus ayudantes se
lanzaban sobre el par de infelices. Los golpeaban mientras tomados de los pies
eran arrastrados hasta tirarlos al interior del estadio.

Entretanto, el jefe vociferaba manos en cadera, contemplando la escena:

-Creen que aquí no hay nada que hacer que traen 'huevones' como éstos; den
gracias que no les meto veinte tiros de una vez para acabar con ellos... Los
huevones nos hacen movilizar tanques, camiones, aviones y después resultan ser
unas mierdas... ﹖í, son unas mierdas!...

Los pobres campesinos quedaron tendidos sobre el césped del estadio. Al día
siguiente, fueron lanzados a la calle sin explicación alguna. Fue como si
despertaran de una pesadilla. Pero no era todo: estaban a casi 200 kilómetros de
sus hogares, sin un centavo, muertos de hambre, maltratados y confundidos...
熹ué estaba pasando en Chile? Los hombres no entendían lo que era vivir en
tiempo de guerra.

澴ap o Gap?

El oficial interrogaba a un prisionero:

-澳ónde trabajas?

-Instructor de jap.

(Las jap eran las Juntas de Abastecimiento y Precios, creadas por el gobierno de
Allende para organizar la lucha contra la especulación, el mercado negro y
asegurar un adecuado abastecimiento popular.)

-, la isla con este gap, son los más peligrosos! -gritó el teniente. (Sus miembros
conformaban la guardia privada del presidente Allende y eran las presas
preferidas de los militares.)

-Mi teniente, yo no soy instructor de GAP, sino instructor de jap.

-A la isla con este cabrón... 】ap y gap son la misma huevada! -seguía gritando el
teniente. (2)

El error no era pequeño, uno era un organismo de carácter administrativo y el otro


se vinculaba a los "aparatos armados" del gobierno, calificados de ilegales por los
golpistas. Por fortuna, la confusión no terminó con la muerte de este compañero,
como ocurrió con casi todos los miembros del gap.

Un marxista profundo
En la comisaría de Cabrero, una aldea campesina cercana a Concepción, se
interroga a Pedro Vázquez Peralta, un muchacho campesino de 17 años. Un
sargento se pasea fumando mientras lo interroga. A poca distancia, un cabo está
instalado frente a una máquina de escribir, llenando la ficha del detenido.

-燐ilitancia política? -pregunta el sargento...

-Juventud Socialista, mi sargento -responde Pedro con voz entrecortada. El


muchacho estaba pálido y sentía que una transpiración helada recorría su cuerpo.
Había sido detenido mientras se escondía tras un matorral, hasta donde había
escapado cuando la casa de sus padres fue allanada. En sus oídos estaba fresca
la amenaza de la pareja de carabineros que lo detuvo y trajo a culatazos hasta la
comisaría: "Te vamos a fusilar..."

-燕or qué eres socialista, si no sabes dónde estás parado, estúpido? -prosiguió
interrogándolo, el sargento.

-Bueno... -tartamudeó Pedro-, en mi casa somos socialistas porque no tenemos


tierras propias, somos asalariados, vivimos de nuestro trabajo.

El sargento se acercó al cabo escribiente y le ordenó:

-Póngale marxista profundo...

Dada la peligrosidad del detenido, el sargento ordenó fuera trasladado de


inmediato al estadio Regional de Concepción, para juntarlo con los "pescados
grandes". Pedro era un "ideólogo", que debía ser interrogado por el Servicio de
Inteligencia Militar. Era el diagnóstico del sargento de Cabrero, que lo único que
sabía sobre marxismo, según se lo confesó al detenido, era que "esa cuestión la
inventó un guerrillero argentino que murió en Bolivia".

澳ónde está Solís?

Don Juan era un viejo campesino de unos 60 años, a quien se había detenido
como un "peligroso agitador" el mismo 11 de septiembre, en el fundo donde
trabajaba. Don Juan apenas si sabía dibujar su nombre y no tenía sino una vaga
simpatía por la UP, o "el partido de Allende", como le gustaba decir. En manos del
Servicio de Inteligencia Militar, debía declarar su filiación política antes de
someterse al "hábil interrogatorio".

-澳e qué partido eres...? -interrogaba un militar.

-﹖oy de la UP! -respondía don Juan, mientras sus manos hacían girar su gastado
sombrero de paja a la altura de las rodillas.

-澳e qué Partido, viejo de mierda...? -insistía el interrogador.

-﹖oy de la UP.' -respondía el campesino.


-‥a UP no es un partido, imbécil...!

-﹖oy del partido de Allende!

-﹐ira, viejo huevón, o nos dices de qué partido eres o te meteré todas las balas de
este revólver en el cuerpo!

-·ero, señor, si yo soy de la UP!

-﹐ira, viejo huevón, escucha bien!, 瞠res socialista, comunista, radical?, de cuál
partido, 瞠ntiendes...?

-﹖eñor, yo soy del partido de Allende! Sobre el pobre viejo se descargó una jauría
de militares que lo golpearon sin piedad durante más de media hora. Como pudo,
se paró y fue a quejarse junto al resto de los prisioneros del estadio.

Días después, la escena volvió a repetirse. Don Juan estaba muy lejos de
comprender el sentido de lo que se le preguntara. Para él, Allende era su bandera
y su esperanza y no entendía que hubiese varios partidos con los variados
nombres que se le indicaban. Para don Juan todos los seguidores de Allende eran
la Unidad Popular, y nada más... Cuando fue llamado por tercera vez a
interrogatorio, el pobre hombre caminaba espantado. Sabía lo que le esperaba.
Pero, 盧ómo contestar?, él no sabía nada de socialistas, comunistas, radicales y
otras denominaciones ... Pero se le exigía una definición... 熹ué hacer?... Alguien
se acercó a don Juan y le aconsejó:

-Dígales que es de cualquier partido, al fin da lo mismo.

Don Juan estuvo pronto otra vez frente a los acuciosos investigadores del "Plan
Zeta":

-澳e qué partido eres, viejo conchas de tu madre...? Ahora vas a contestar de una
vez... No vamos a perder un solo minuto... Ya, 盥e qué partido eres...?

El campesino, aterrado ante el tono brutal con que se le emplazaba, recordó el


consejo del compañero y dijo con voz entrecortada:

-Póngale del Partido Comunista.

-。omunista eras, viejo cabrón! Ahora vas a ver lo que es bueno... 澳ónde está
Solís? -Tomás Solís era el jefe regional del Partido Comunista en Concepción, ex
parlamentario, un hombre de gran arraigo en la masa popular y por ello, "pieza
vital" para la escalada represiva.

La verdad es que don Juan jamás había tenido contacto alguno con Solís y mal
podía saber nada de su paradero. De nada valieron sus razones, el hombre fue
molido a palos hasta que sus verdugos se saciaron. 熹ué pasó finalmente con don
Juan? Nunca lo supe.

Lógica militar

Juan Quintana llevaba alrededor de 10 meses detenido. Había llegado del Estadio
Nacional a Chacabuco, luego de pasar algunas semanas en el Estadio Chile. A
esta altura, apenas si quedaba una huella en su cuerpo de la paliza que recibiera,
por partida doble, en ambos campos deportivos.

El compañero Quintana era un diestro artesano, padre de seis hijos, un hombre


tranquilo, sin militancia partidista. Sin embargo, había decidido colaborar a
resolver los problemas del abastecimiento del barrio y se incorporó al comité de
una junta de abastecimiento y precios, jap, organismo que concitó un odio
zoológico de parte de los especuladores. Su familia estaba pasando graves
penurias económicas. Dos hijos habían suspendido los estudios, otro menor
estaba enfermo, la madre estaba vendiendo hasta las herramientas del taller para
poder subsistir.

Apremiada por las circunstancias, doña María se dispuso a plantearle sus


angustias al coronel Espinoza, jefe de la Secretaría Interministerial de Detenidos.
Como ocurría casi siempre, el coronel Espinoza no estaba y debió participar su
problema a uno de los oficiales de su elenco.

Le hizo ver la situación por la que atravesaba la familia y su impotencia para


afrontar los gastos elementales de la alimentación y medicinas para su hijo
enfermo. Suplicó una solución pronta en el proceso que se seguía con su marido.

-Señora... -le explicó el oficial, con un tono cortés-, contra su marido no hay ningún
cargo... No tiene proceso..., está en calidad de detenido preventivo... Hay que
tener paciencia...

-Señor teniente, 積o podrían darle arresto domiciliario? Él no saldría de su casa


por todo el tiempo que ustedes ordenen; como es artesano, podría trabajar y
mantener su hogar... Estamos desesperados, ︾or favor, señor ... Ténganos
compasión...!

-Pero, señora, 積o le estoy diciendo que contra su marido no hay ningún cargo?
En estas condiciones, 盧ómo quiere que le demos arresto domiciliario? Eso sería
darle su casa por cárcel y no nos es posible cuando no existen acusaciones contra
él..., sería privarlo arbitrariamente de la libertad y usted sabe cómo se reclama el
imperio de los derechos humanos... No, señora, está claro; su marido es un
detenido preventivo en virtud del estado de sitio y usted debe estar tranquila, ya
que no irá a proceso; se ha investigado bastante y no hay cargo alguno contra él...
激stá claro?

Doña María quedó absolutamente turbada. 熹ué había propuesto contra su marido
a quien los militares declaraban inocente? Totalmente confundida se retiró de la
oficina con una rara sensación de haber estado a punto de perjudicar a su marido:
"...Sería darle su casa por cárcel cuando no existen acusaciones contra él..." La
lógica militar era implacable.

Salió nerviosa a la calle y tomó el rumbo del paradero de su autobús. Mientras


esperaba movilización, seguía dando vuelta en su cabeza toda clase de
confusiones. No sabía que pensar.

En eso, su vista chocó con los titulares de uno de los periódicos de la Junta: "En
Chile no hay presos políticos, declaró el general Bonilla."

Doña María se confundió todavía más, su marido era un "detenido preventivo en


virtud del estado de sitio", según se lo había recalcado el teniente hacía sólo
algunos instantes. Entonces, 篙enía razón el general Bonilla?, pero, 盧uál era la
diferencia entre un "detenido preventivo" que llevaba diez meses cautivo y un
prisionero político? Definitivamente la lógica de los militares era incomprensible
para doña María.

澳ónde esta el oro?

Un destacado economista chileno que trabajaba en el Banco Central, para los días
del golpe contaba cuánto debió soportar bajo los apremios del SIM. Lejos de los
acontecimientos, mi amigo se moría de la risa recordando aquellas estúpidas
sesiones del Estadio Nacional:

-Me pegaron hasta que se cansaron... -relataba-, hasta que decidieron someterme
al "hábil interrogatorio".

-澳ónde trabajabas tú?

-En el Banco Central.

-熹ué hacían en ese banco...?

-Bueno, el Banco Central cumple varias funciones, es desde luego un instituto


emisor...

-Deja de hablar huevadas, conchas de tu madre... Dime dónde está el oro..., el oro
que se robó la Unidad Popular. .ónde está el oro, carajo! .ónde está el oro...!

Nuestro amigo estaba paralogizado y no atinaba a responder nada; qué podía


responderse ante tan ridícula acusación... Su silencio se rompió cuando sus
quejidos estremecieron la sala: dos agentes del SIM se lanzaron sobre él y lo
golpearon con un odio bestial. El economista fue retirado de la "sala de
interrogaciones" y llevado en vilo por algunos de sus compañeros hasta su celda.
Habían pasado algunos días, cuando otra vez fue llamado. 燉e insistirían en
preguntar por el oro? Muerto de miedo fue avanzando hasta la oficina del SIM.
-,sí que tú has trabajado en Cuba, cabrón!... Eres activista guerrillero. -澧uánto
tiempo estuviste en Cuba?

-Tres años.

-,sí que estás envenenado hasta los huesos con el marxismo, la revolución y
todas esas huevadas de Fidel Castro...! .esnúdate, conchas de tu madre!... ,quí
vamos a ver cuánto aprendiste en Cuba!...

El economista quedó totalmente desnudo, silencioso y trémulo frente a sus


torturadores.

-,hora baila, carajo...! 、aílate un "cha cha cha" de esos que aprendiste en la
isla... Ya... No te vengas a hacer el culijunto... Vamos, bailando...

Nuestro amigo permanecía quieto y silencioso. Por su carácter, no era hombre de


bailes ni de bromas, jamás había bailado un ritmo semejante.

-–as a bailar o no, carajo! -gritó un agente lanzándole un violento puntapié. Ya,
menéate, mierda... menéate... ︸ale... dale... dale...!

No quedaba más que moverse como fuera, independientemente del ritmo. Lo


importante era evitar un mayor castigo. El hombre del SIM, estaba decidido a
degradar a su víctima y contra este designio no había nada que hacer.

-﹑o vis que sabís bailar, carajo... Dale más, dale más, más ritmo..., más
movimiento..., suelta las caderas..., dale..., así..., así..., 〈ué bien!

Pero el hombre del SIM quería todavía más relajo:

-,hora canta, huevón..., canta..., cántate un "cha cha cha"... 。ómo no te vas a
acordar de alguna letrita cubana!

Sin embargo, no se venia a la mente del economista ninguna letra de un ritmo


semejante... Decididamente estaba perdido, era evidente que volvería a ser
golpeado...

Sobre el torpe bailarín se lanzaron dos hombres que lo tiraron de espaldas al


suelo y allí le propinaron varios golpes.

-‥evántate, conchas de tu madre, y canta... No vengas a hacerte el culijunto...


Tienes que cantar...!

En eso, se vino a la mente de nuestro amigo el eco de una melodía que alguna
vez había escuchado en alguna parte y comenzó lentamente a entonarla:

Los marcianos llegaron...


-﹑o vis que sabís cantar, huevón...!, }ravo!, {hora canta y menéate duro, dale
duro, cabrón, dale...!

En un esfuerzo desesperado, nuestro amigo cumplía como podía con el mandato


de sus torturadores hasta que se dieron por satisfechos.

-︳a está bueno... No vis que no era tan difícil...! Ahora nos vas a contar la firme:
︸ónde está el oro...! .ónde escondieron el oro que se robaron en el Banco
Central... Dinos de una vez, que te podís ir cortao...

Por fin, los torturadores se saciaron. El economista regresó a su celda y allí


permaneció hasta que lo trasladaron a Chacabuco... Allá quedó en calidad de
"detenido sin cargo", mientras dure el estado de sitio... Por lo demás, "el estado de
sitio está contemplado en la Constitución..."

Justicia divina

Compañeros de Santiago, que pasaron por la penitenciaría, nos contaron un


hecho que prueba que la justicia

divina existe. Como se sabe, las violaciones eran una práctica generalizada en los
centros de detenciones y en los allanamientos a domicilios privados.

A algunos generales, cuando se les formulaban las denuncias, en público negaban


rotundamente que las violaciones existiesen, pero en privado, solían decirles a los
familiares de las víctimas:

-燙u hija no es marxista, señora? ﹔ué reclama entonces, los marxistas son
partidarios del amor libre..., de qué se queja entonces...!

Una noche, una pareja de carabineros allanó un domicilio en uno de los barrios
distinguidos de Santiago. Se había denunciado a una dama, que vivía sola, de
"recibir extrañas visitas a altas horas de la noche". Los carabineros irrumpieron en
la lujosa habitación y se encontraron frente a una bella mujer que apenas había
alcanzado a ponerse una bata de levantarse.

Las fieras se lanzaron sobre la mujer y abusaron con ella. Luego se retiraron
felices de esta nueva "victoria militar" contra el marxismo-leninismo. A las cuarenta
y ocho horas, los carabineros fueron arrestados por orden superior. 熹ue había
pasado? Simplemente un error. Una lamentable confusión que no es posible
perdonar en "tiempo de guerra": la dama violada era amante de uno de los
generales de Carabineros que figuran entre los cabecillas del fascismo. Los
carabineros fueron llevados a la cárcel y metidos con los delincuentes comunes,
quienes, como es tradición, procedieron a violar a los carabineros. La infortunada
pareja policial fue retirada de esa ingrata compañía de malhechores y metida en
una dependencia donde se recluían presos políticos.

Un militar explicaba con buen humor:


-En verdad estos "pacos" son técnicamente "presos políticos", porque cometieron
un error político: confundieron al enemigo... Los pacos estaban ahora como gatos
mojados entre los dirigentes y militantes de la UP. Nadie les dirigía una palabra.
Se dice que uno de ellos se atrevió a comentarle a un preso:

-Nosotros sabemos que estamos "cagados" mientras estén los militares en el


poder y si vuelven ustedes, también ...

Esta vez sí que no se equivocaban.

Notas:

1. Denominación popular en Chile a los carabineros.

2. La oposición llamaba "Grupo de Amigos Personales", GAP, a la guardia del presidente Allende,
y centró contra ella una intensa propaganda. La guardia fue creada para la protección del
Presidente ante la ola de atentados terroristas que se desató inmediatamente de su victoria en
1970. La mayoría de estos compañeros fueron asesinados por los fascistas.

8. La reja quedo atrás

Díganle a los compañeros que estamos firmes, que no aflojaremos jamás...

Palabras de despedida, Chacabuco, septiembre, 1974.

La noche del 6 de septiembre, un grupo de alrededor de cincuenta prisioneros


fuimos notificados que al día siguiente deberíamos evacuar Chacabuco. Como era
usual, los favorecidos con la liberación fuimos rodeados por un anillo de
fraternidad y sincera alegría.

A las ocho de la mañana se abrieron las puertas de Chacabuco y formamos, para


ser sometidos a una rigurosa revisión del equipaje y la ropa. Estaba
absolutamente prohibido sacar del campo escritos de cualquier tipo, inclusive las
cartas personales. Traspusimos la reja en medio de abrazos que se sucedían
entre lágrimas y palabras de aliento, mensajes para los familiares y una
reafirmación emocionante de la voluntad colectiva de no arrodillarse jamás.
Durante las cuatro horas que duró la revisión, al otro lado de la reja, los
compañeros que se quedaban cantaban y cantaban sin cesar; cuando partimos,
decenas se subieron a los techos de las casas para agitarnos sus pañuelos
incansablemente hasta que nos perdimos en el desierto.

Entre nosotros había una extraña mezcla de alegría y amargura: ĄCómo no sentir
la emoción del retorno al hogar, a la libertad, al reencuentro con el mundo...!
ĄCómo no sentir un verdadero desgarramiento al dejar ahí, enterrada en la arena
una parte de la vida tan intensamente vivida, amistades que serán eternas porque
se forjaron en el yunque de los hechos indesmentibles, lealtades brotadas de la
sangre y el miedo en común, promesas surgidas de experiencias analizadas día a
día, hora a hora, minuto a minuto... Al caer la tarde, nuestro avión aterrizó en
Santiago. Al tocar tierra, fuimos rodeados por carabineros que nos apuntaban
ebrios de odio y atentos al primer pretexto para descargar sus ametralladoras.
Fuimos trasladados en buses hasta la prisión de Tres Álamos, en un barrio de
Santiago. En cada bus iban carabineros armados que nos exigieron absoluto
silencio y mantener las manos puestas sobre la parte superior del asiento
delantero.

En Tres Alamos se verificó una nueva revisión de equipajes. Durante esta


operación, los carabineros aprovecharon de robarse las obras de artesanía que
llevaban algunos prisioneros, y con frío cinismo "separaban" cosas que les
interesaban: radios, dinero, lapiceros, etc. Luego se nos hizo pasar a una oficina
donde se nos tomaron fotografías y se nos conminó a firmar, bajo el efecto
"disuasivo" de una ametralladora, una declaración por la cual reconocíamos que
durante el tiempo de detención no habíamos sufrido "ningún tipo de apremio físico,
psicológico y moral", que no teníamos "ningún reclamo que formular".

Sin decirnos nada, se nos hizo formar y salir con nuestros bultos a la calle.
(."Estábamos libres? Al parecer sí, pero, no aplicarían una vez más la ley fuga?
Dos compañeros fuimos comisionados para aclarar la situación con los
carabineros que montaban guardia en la puerta principal de Tres Alamos:

-ĄEstán libres, hijos de puta... Si no se van luego los vamos a volver a agarrar...
Largúense, carajos... Después del 11 van a volver a tomarse unas vacaciones
bien bailadas... -fue la respuesta de uno de los carabineros de la guardia.

Apresuradamente tratamos de alejarnos del lugar. No teníamos dinero. Del total


del grupo, unos veinte éramos de Concepción y teníamos que llegar hasta la
estación ferroviaria cargados de bultos. Algunas amistades nos auxiliaron y otros
apelaron a la solidaridad de los transeúntes: pidieron limosna en la calle. Por fin
pudimos tomar el tren nocturno. Tomamos boletos en la clase más económica y
pudimos hasta comprar una taza de café para cada tres personas. No habíamos
comido en todo el día.

Durante el viaje, hicimos todo lo posible para evitar que el resto de los pasajeros
se diera cuenta de quiénes éramos. Se nos había advertido que en trenes y buses
viajan agentes del SIM con el oído atento a cualquier conversación "sospechosa"
Al amanecer estábamos en Concepción. A poco rato, tocando las puertas de
nuestros hogares, y pronto, frente a nuestras esposas e hijos, radiantes de alegría
y emoción.

En breve tiempo, la casa estaba llena de familiares y amigos que corrieron a


saludarnos. El cautiverio había sometido también a una buena prueba a las
amistades, incluso las vinculaciones familiares. Ni qué decir, que salvo una que
otra "desteñida", en general, las relaciones se portaron excelentes. Manos amigas
llevaron alimentos a mi casa desde los primeros días de mi detención y nunca
abandonaron a mi familia. Incluso, comerciantes amigos se prodigaron en gestos
de infinita nobleza: no faltaron ni el alimento ni las medicinas.
Hubo amigos que no perdieron el trabajo ni fueron detenidos; se cuidaron de
acercarse a la casa, pero siempre encontraron una forma de hacer llegar sus
preocupaciones y por lo menos un paquete de cigarrillos "para el compañero".

A las pocas horas, abandonaba a Concepción. Era claro que no podía arriesgar
una nueva detención recibiendo mucha gente en mi casa, además estaba
advertido que disponía de una "libertad" limitada para preparar mi salida al
exterior. En "tiempo de guerra", cualquier visita era sospechosa. Viajé a Santiago y
a los pocos días había logrado comunicarme con el partido. Supe que el comité
central, pese a las condiciones extremadamente duras de la represión, trabajaban
en la reagrupación de la militancia e impartían orientación para los diversos frentes
de actividad.

Algunos camaradas me expresaron su voluntad de no salir de Chile sino cuando la


dirección del partido lo estimara conveniente.

-No podemos irnos todos -decían-, hay que dar aquí la pelea principal; las
embajadas no pueden ser el principal objetivo de un revolucionario en apuro... Es
justo que la gente se asile, pero con arreglo a la disciplina del partido y
considerando la responsabilidad que cada uno tiene.

-Ahora no hay lugar para equívocos -agregaron. Los verdaderos revolucionarios


se están probando en el combate diario y aquí, donde las papas queman... muy
importante será lo que ustedes podrán hacer afuera alentando la solidaridad
internacional, pero la lucha decisiva contra el fascismo está aquí, frente al
enemigo, en el seno del pueblo. Ahora se sabrá quienes son los verdaderos
"revolucionarios" o "reformistas".

La reja quedó atrás pero con nosotros salió al exterior parte de la tragedia de
nuestro pueblo avasallado. Se abrió el ancho campo de la solidaridad internacional
para rehacer nuestras vidas, y también nuevas tareas de lucha. Cumplirlas con los
ojos puestos en Chile, en los miles de compatriotas que sufren, tras las rejas del
fascismo, indecibles martirios; en los bravos camaradas que se juegan la vida en
la lucha clandestina; nos hará dignos de sus esperanzas y de la luminosa herencia
moral y político del más grande y consecuente de los revolucionarios chilenos:
Salvador Allende.

Вам также может понравиться