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PJ rimera-edición

unio de 2008

ISBN: 978-84-96571-59-4

Prohibida su reproducción total o


parcial, incluyendo fotocopia, sin la
autorización expresa de los editores.

IB
mpreso en
uenos Aires,
Argentina
Colección Ideas en debate

S erie Historia Antigua-Moderna

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osé Emilio Burucúa
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Ilustración de tapa y detalles de contratapa y lomo:


Marc Chagall, Yo y la aldea,
óleo sobre lienzo, Museo MOMA, Nueva York.

La maquetación, el armado y diseño de cubierta e interior


estuvieron a cargo de Gerardo Miño.
El armado y composición fue realizado por Eduardo Rosende.
Para Valentina
59

Capítulo 3

La economía campesina
en el mundo griego.
Producción, intercambio y autarquía*

Julián Gallego
Universidad de Buenos Aires – CONICET

Introducción

L
a interpretación de la Grecia antigua como un mun-
do asentado en una mayoritaria clase de labradores
autónomos basada en la organización económica de la
granja familiar se ha consolidado como una alternativa
ante el modelo que veía en el modo de producción esclavista el
fundamento material de la pólis griega1. Esto no implica dejar
de lado la posibilidad de comprender determinadas relaciones
productivas a partir del concepto de esclavismo, pero sí limitar
su eficacia explicativa con respecto al funcionamiento de las
formaciones sociales griegas. El asunto cardinal al que estos
problemas nos conducen es el aprovisionamiento de la fuerza
de trabajo agrícola. En este sentido, Jameson ha propuesto
entender el mundo griego de modo esquemático a partir de
tres modelos de uso de la tierra que se corresponderían con tres
tipos de mano de obra2: la hacienda basada en la aparcería, en
la que la tierra era trabajada extensivamente por una clase
servil que producía su propio sustento así como los excedentes
extraídos por la clase dominante (cuyo ejemplo más claro sería
el hilotismo, pero que se aplicaría también a otras situaciones);
la propiedad terrateniente relativamente extensa fundada en la

* El presente artículo forma parte de una investigación más amplia sobre El


campesinado y la comunidad aldeana en la Grecia antigua (siglos VIII–IV a.C.),
que se ha realizado gracias a un subsidio otorgado por la Fundación Antorchas
(Ref. N° 14116-114). Una versión previa, muy abreviada y contiendo algunos
desarrollos aquí no abordados, se ha publicado como: J. Gallego, “Agricultura
familiar y paisajes rurales en la Grecia antigua”, Circe de Clásicos y Modernos,
11 (2007), 135-52.
60 JULIÁN GALLEGO

esclavitud-mercancía, dedicada a la agricultura mixta y/o espe-


cializada característica de muchas regiones griegas; la granja
independiente organizada a partir del trabajo de la familia
labradora, pero que podía poseer algunos esclavos (cuyo tipo
más delineado Jameson encuentra en la Atenas clásica).
Ahora bien, si tal como se ha sugerido para el caso ateniense3,
la masiva presencia de labriegos independientes que usaban
trabajo familiar podía ser un modelo que coexistiera dentro del
mismo espacio económico con el de fincas terratenientes que
utilizaban esclavos-mercancía a escala elevada, entonces el
análisis de las formas de trabajo agrícola presentado por Jame-
son se torna más valioso y dinámico, permitiéndonos pensar la
convivencia de diversos modos de organización de la producción
rural. Y lo mismo podría postularse para las regiones donde la
aparcería parece haber sido la manera en que los terratenientes
explotaron a los productores directos. En efecto, a juzgar por lo
que sabemos de la Esparta clásica, además de la explotación
agraria realizada por los hilotas para su subsistencia y para
hacer frente al pago de excedentes exigido por los espartiatas,
habría que tomar en cuenta que el uso de la tierra por parte de
los periecos debió implicar generalmente una economía basada
en la granja familiar, incluyendo la posibilidad de algún esclavo
si el nivel de riqueza lo permitía4.
En un artículo dedicado a la importancia y magnitud de la
esclavitud para la agricultura de la Atenas clásica, el propio
Jameson había efectuado un estudio sistemático de este mo-
delo5. Según el autor, la utilización de algunos esclavos por los
granjeros independientes áticos les permitía por momentos
descargar las actividades laborales sobre aquéllos, logrando así
tiempo libre para atender los asuntos políticos y militares que
hacían de ellos ciudadanos y soldados con plenos derechos para
participar en la vida institucional de la ciudad. Este argumento
derivó en una importante controversia con Wood, implicando
también a de Ste. Croix en el debate6. Para Wood, la presencia
del trabajo esclavo en la economía campesina es absolutamente
discutible, lo mismo que la importancia asignada a la esclavi-
tud-mercancía para la actividad de las fincas terratenientes.
Según la autora, los campesinos atenienses podían llevar a cabo
las tareas productivas sobre la base del trabajo familiar a la
vez que atender los asuntos políticos y militares directamente,
puesto que el hecho de que estuvieran exentos de pagar rentas
o tributos les permitía no tener que dedicar tiempo a produ-
cir excedentes para otros, tornando posible la compatibilidad
de los trabajos rurales con la participación activa en el plano
político-militar.
CAPÍTULO 3 61

Pero más allá de estas diferencias interpretativas7, de lo


anterior se colige que, económica y socialmente hablando, la
Atenas clásica se basaba en una clase de labriegos independien-
tes, libres y autosuficientes, punto hoy en día bastante acep-
tado8. Lo destacable es que, en la actualidad, esta explicación
ha empezado a aplicarse, salvo algunos casos, a la mayoría de
las ciudades griegas, que se presentan así como comunidades
primordialmente agrícolas fundadas en una clase de pequeños
agricultores autónomos que cultivaban la tierra bajo las condi-
ciones impuestas por la labranza familar9. La posición sostenida
por Wood en cuanto a la inexistencia de esclavos en las granjas
familiares, si bien ha sido aceptada por varios autores10, ha sido
al mismo tiempo fuertemente discutida. Según investigaciones
recientes, la utilización de algunos esclavos en el marco de las
relaciones domésticas de producción podía transformarse en
un factor esencial para la marcha de la pequeña producción
rural independiente11. Parece indudable, entonces, que una
nueva dilucidación del papel del trabajo esclavo y otras formas
de obtención de mano de obra por parte de la granja familiar
griega resulta algo completamente necesario.

La unidad campesina:
condiciones de producción y consumo
Suele definirse a la economía doméstica como una unidad
de producción y consumo12. En la Grecia antigua el oîkos apa-
rece claramente como una entidad de este tipo13, aunque con
atribuciones y funciones más amplias que las mencionadas.
Partiendo de los poemas homéricos Finley define al oîkos como
el centro a cuyo alrededor se organizaba la vida, a partir del cual
se satisfacían no sólo las necesidades materiales, incluyendo
la seguridad, sino también

“… las normas y los valores éticos, los deberes, obligaciones y


responsabilidades, las relaciones sociales y las relaciones con los
dioses. El oîkos no era solamente la familia; era todo el personal
de la casa solariega y sus bienes; de aquí la «economía»…, el arte
de dirigir un oîkos, que significaba manejar una granja, no el
gobierno para mantener la paz en la familia”14.
Con algunos matices, esta definición podría aplicarse al con-
junto de la historia griega entre los siglos VIII y IV a.C., que es
la que aquí consideraremos15.
62 JULIÁN GALLEGO

Según Aristóteles, el oîkos es una “comunidad constituida


naturalmente para la satisfacción de las necesidades cotidia-
nas”, cuyos miembros se definen como los que han sido criados
con un mismo alimento16. Las dos expresiones que utiliza para
delimitar a los integrantes del oîkos, “de la misma panera”
(homosipýous), según Carondas, y “del mismo comedero” (ho-
mokápous), según Epiménides, coinciden plenamente con la
descripción de Chayanov cuando define la noción de familia
para el campesinado ruso:

“En su intento por establecer cuáles eran los contenidos de este


concepto en la mente del campesino, los estadísticos del zemstvo
ruso… establecieron que para el campesino el concepto de la
familia incluye a las personas que comen siempre de la misma
olla o que han comido de la misma olla”17.
La delimitación aristotélica de las funciones de la casa opera
sobre una fluctuación entre dos términos, oîkos y oikía, que
pueden ser traducidos de la misma manera, y así debe hacerse
con el pasaje de la Política donde aparecen18. Sin embargo, la
existencia de los dos vocablos da lugar a ciertas ambigüeda-
des, puesto que oikía y oîkos no significaban necesariamente
lo mismo. Jenofonte pone de relieve que la primera palabra
alude a la casa en el sentido estricto de lugar de residencia,
mientras que la segunda denota no sólo la casa sino también
las propiedades19. Pero esta distinción está lejos de haber sido
plenamente aceptada por los autores griegos. Aristóteles es
clara muestra de ello, y los testimonios de algunos oradores
áticos indican que oikía podía connotar no tan sólo la casa sino
también la familia o la propiedad, de manera que en estos casos
su sentido se superponía con el de oîkos20. En el contexto de la
ley ateniense, de todos modos, era usual que oikía significara
“casa” y oîkos “propiedad” o “familia”. La aplicación de la idea
de oîkos a la propiedad rural permite establecer una asociación
inmediata con la palabra klêros, el lote o hacienda; el sentido
de familia, en cambio, parece haber sido un desarrollo tardío
(siglos V y IV), aunque desde el punto de vista estrictamente
legal no recibió definición alguna21.
Se puede afirmar entonces que el oîkos implicaba la exis-
tencia de un génos –interpretado en el sentido restringido de
familia– asentado en un klêros, es decir, la propiedad de un
lote de tierra22. Estas especificaciones resultan suficientes para
establecer que en la Grecia antigua la posesión de la tierra se
articulaba con la hacienda familiar23. Bajo estas condiciones, la
economía doméstica rural funcionaba como “la unidad básica de
CAPÍTULO 3 63

producción, consumo, posesión, socialización, sociabilidad, apo-


yo moral y ayuda económica mutua”24, por citar una definición
de Shanin que recuerda tanto los aspectos materiales señalados
usualmente por los estudiosos de la economía campesina como
los aspectos psicológicos apuntados por Finley con respecto al
oîkos griego. De este modo, el funcionamiento de los antiguos
hogares rurales griegos se caracterizaría por la interrelación
de cuatro aspectos: co-residencia, parentesco, comensalidad y
cooperación económica25.
Por otra parte, cabe preguntarse si esta definición puede
aplicarse indistintamente al hogar del noble terrateniente como
al del campesino. Se ha indicado que, en la Grecia arcaica,

“… más allá del mundo aristocrático del oîkos se halla la comu-


nidad como un conjunto que en Homero está presupuesto o
vislumbrado en torno a la acción principal, pero que en Hesíodo
ocupa la posición central”26.
Aunque podamos aceptar que en líneas generales no exis-
tían diferencias importantes entre los nobles y los labradores
independientes en cuanto a los elementos constitutivos, las
funciones y la organización de sus oîkoi, de todos modos, la
separación entre ambos grupos a partir del nacimiento y la
consecuente distancia entre sus respectivos estilos de vida mar-
caban profundamente las formas de integración social de unos
y otros27. En verdad, la pequeña comunidad aldeana griega
nos introduce en un mundo de labriegos libres, una “sociedad
campesina”, que implica distintos niveles de organización social,
política, económica, cultural, religiosa28.
Esto requiere varias aclaraciones. La situación de la peque-
ña comunidad aldeana que se percibe en Hesíodo articulada a la
existencia de la aristocracia descripta por Homero en el marco
de una sociedad global podría interpretarse con el concepto de
“sociedad parcial”29. La literatura sobre el campesinado señala
que dicha sociedad parcial suele hallarse en una situación de
dependencia respecto de poderosos sectores que la explotan30.
Pero este modelo no se puede aplicar sin más a la Grecia anti-
gua, y los desarrollos bibliográficos recientes dan buen sustento
a esta afirmación. Por supuesto, esto no conlleva dejar de lado
la relación entre terratenientes y campesinos, pero según la
perspectiva que aquí sostenemos, la articulación entre ambos
grupos ya no supone el sometimiento de los últimos por los
primeros. De hecho, el reciente análisis de Hanson sobre la
situación de los labradores griegos indica que la Grecia de los
siglos VIII a IV se basó en la aparición y extensión de una clase
64 JULIÁN GALLEGO

más o menos homogénea de granjeros independientes (farmers)


que poseían sus parcelas sin cargas y las cultivaban a partir
de una agricultura intensiva, y cuyos esfuerzos para establecer
una comunidad agraria de iguales se perciben claramente en el
desarrollo del conjunto de las póleis griegas31. Así, la extendida
ortodoxia que ha caracterizado a la Atenas clásica como una
democracia de ciudadanos campesinos (peasants), donde los
pequeños propietarios controlaban casi toda la tierra, formaban
la mayoría del cuerpo cívico y detentaban una cuota importante
de poder32, se ha transformado ahora en una imagen modélica
para buena parte de las ciudades-estado griegas33.
En el contexto descripto desarrollaban sus actividades los
granjeros griegos, con una significativa autonomía en lo ati-
nente a la gestión del oîkos. Estos labriegos independientes,
propietarios de sus fincas y protagonistas del avance de una
agricultura intensiva basada en la producción familiar –según
se ha sostenido últimamente34–, debían hacer frente a diversos
requerimientos. En función de asegurar la subsistencia una
de las exigencias principales era el balance entre producción y
mano de obra35. En este sentido, además de la cuestión ya se-
ñalada de la pequeña comunidad como ámbito social específico
de los pequeños labradores que excluía a los áristoi, había una
línea divisoria clara entre los terratenientes y los campesinos:
los primeros contaban con el trabajo de otros; los segundos de-
bían trabajar por sí mismos. Haciendo suya una sentencia de
Hesíodo36, Aristóteles enfatizaba esta distancia al señalar que
lo que hay que procurarse en primer lugar es “«un oîkos, una
mujer y un buey de labranza», pues el buey es el criado (oikétes)
del pobre”37. Para Aristóteles la distinción entre los diferentes
propietarios se podría establecer según tengan servidores o
esclavos o se sirvan de sus bueyes, lo cual resulta útil para
entender una de las formas en que se percibiría en la Grecia
antigua la diferenciación social entre los propietarios de tierra.
Pero es necesario advertir que en Hesíodo aparecería una dis-
tinción entre la mujer adquirida (kteté) y la casada (gameté),
puesto que es aquélla la que se recomendaría en este caso, para
que fuera incluso capaz de seguir a los bueyes38. Esto implicaría
que la distinción trazada por Aristóteles a partir de Hesíodo
se contradiga con los propias afirmaciones del poeta, porque
se trataría en este caso de una mujer comprada que actuaría
como una servidora que, además de otras actividades, debía
eventualmente realizar faenas agrarias.
Por otra parte, si bien el grupo familiar se define de manera
laxa a partir de la crianza con el mismo alimento, el pasaje
CAPÍTULO 3 65

de Hesíodo comentado por Aristóteles no deja lugar a dudas


en cuanto al poder del hombre dentro de la casa. Ciertamen-
te, la fuerza de trabajo de la unidad campesina griega estaba
constituida básicamente por la familia, en la que el titular del
klêros solía ser simultáneamente padre de familia y jefe de la
explotación. Sobre este punto, Pierre Vilar ha perfilado una
crítica a la imagen un tanto idílica de la cooperación familiar
campesina que propone la línea chayanoviana al estudiar este
fenómeno39, puesto que, por lo general, se trata de una explota-
ción más o menos intensa del grupo familiar por parte del jefe de
la unidad40. Citando a Homero, Aristóteles indica que el hombre
“tiene el mando (themisteúei) tanto sobre los hijos como sobre
las mujeres”41, reconociendo que el hombre es, por naturaleza,
el que debe regir sobre mujeres, hijos y esclavos42. En este sen-
tido, el término griego oîkos puede asociarse al latino familia: el
paterfamilias, es decir, la autoridad del hogar, posee el poder
sobre sus hijos, esposa y posesiones (muebles e inmuebles), lo
cual hace resaltar fuertemente el aspecto de la propiedad43. La
organización productiva familiar era básicamente una propie-
dad privada del titular del oîkos, que en el interior de la unidad
doméstica tenía una disposición absoluta sobre los bienes, la
familia y la parcela. Ciertamente, el ejercicio de este derecho
se articula con la ciudadanía, puesto que, en la medida en que
la ciudad-estado surge y se consolida, la posibilidad de acceder
a la propiedad de la tierra va a quedar ligada a la participación
política en la pólis. De este modo, la comunidad aparecía como
la propietaria principal de la cual los ciudadanos tomaban sus
prerrogativas privadas sobre la casa y la tierra44.
Puesto que el objetivo económico que guiaba a las unidades
campesinas era la búsqueda de la autarquía tanto en la produc-
ción como en el consumo, en pos de esto, el trabajo de los campos
de labor era complementado con el trabajo doméstico de las
mujeres en el hogar, que realizaban actividades suplementarias
importantes para la correcta gestión de la producción rural. En
este sentido, Hesíodo indicaría, como ya vimos, la necesidad
de proveerse de una mujer adquirida45, que pudiera incluso ir
detrás de los bueyes46. La existencia de este tipo de dependen-
cia entrañaría, pues, una forma laboral ligada a la producción
doméstica de la unidad campesina. Ciertamente, el poeta sólo
se refiere al trabajo de los campos, por lo cual no encontramos
menciones sobre las actividades desarrolladas en la casa pro-
piamente dicha47. Pero debemos pensar que la función de estas
dependientes estaría junto a la mujer campesina en tanto “ama
de casa”48. Sin embargo, en muchas ocasiones no había criadas,
66 JULIÁN GALLEGO

y las tareas debían ser desarrolladas por la mujer del labrador


y sus hijas, si las hubiere49. En los Salvajes, Ferécrates evoca
un tiempo en el que aún no existía la esclavitud,

“… sino que las mujeres debían encargarse de todo el trabajo de


la casa (oikía). Eran ellas las que, desde el amanecer, debían moler
el grano (sitía); quienes hacían resonar la aldea con el ruido de
sus molinos de mano (mýlas)”50.
Tal es la situación que presenta Eurípides cuando hace decir
a Electra:

“Debo compartir contigo voluntariamente las tareas, aligerando


tu trabajo en la medida de mis fuerzas para que lo soportes mejor.
Ya tienes bastante con las labores del campo (táxothen érga); las
de la casa (dómois) debo disponerlas yo. A un trabajador que
vuelve del campo le resulta agradable encontrar dentro todo
bien dispuesto”.
A lo cual su esposo, labrador, responde:

“Si así te parece, marcha. En realidad, la fuente no está lejos de


casa. Yo al amanecer llevaré los bueyes al campo para sembrar
los surcos (sperô gýas)”51.
Esto nos señala de modo preciso los lugares que ocupaban
el hombre y la mujer en la granja familiar y lo que se esperaba
que la mujer hiciera para suplementar las tareas masculinas,
en un marco donde la división del trabajo se basaba en la forta-
leza corporal respectiva del hombre y la mujer, pero ante todo
en las relaciones de autoridad y propiedad ya indicadas. Sin
embargo, en el marco de una unidad económica campesina no
debe tomarse esto último como regla absoluta, pues como puede
inferirse de los testimonios que acabamos de comentar, o, más
ampliamente, de ejemplos tomados de otras sociedades, sería
habitual que en una familia de labradores las mujeres realiza-
ran no sólo las labores estrictamente domésticas sino también
muchas de las tareas agrarias a la par de los hombres, tareas
que supuestamente corresponderían a éstos en exclusiva.
Por otra parte, un aspecto fundamental que condicionaba
la reproducción del campesinado era la alienabilidad el sue-
lo, no sólo a través de mecanismos de mercado sino mediante
una multiplicidad de formas. Finley ha destacado el punto y
sus conclusiones apuntan a sostener la concomitancia entre
la propiedad privada y la alienabilidad del suelo en la Gre-
cia antigua, más allá de las prohibiciones legales que podían
CAPÍTULO 3 67

recaer sobre el lote de tierra ligado a la familia, justamente


para preservarlo de las enajenaciones usuales52. Cierto es que
el campesino buscaba siempre preservar su parcela. Pero en
ciertas ocasiones esto se quedaba en un mero anhelo. Aquí nos
limitaremos a destacar dos situaciones significativas advertidas
por Hesíodo: la primera, que toca directamente su situación,
señala la necesidad de trabajar la tierra en la forma debida
antes de embarcarse en disputas y reyertas sobre posesiones
ajenas; en la otra aconseja tratar de ganarse el favor de los dioses
“de modo que compres la parcela (onê klêron) de otros, y no otro
la tuya”53. Así pues, aunque no fuera lo más usual, era posible
ya en la época del poeta adquirir o ceder una propiedad a través
de la compra-venta, siendo el jefe de la unidad productiva el
agente capacitado para alienar la hacienda. El primer punto
se asocia además con una situación bien conocida en el mundo
griego: los litigios por la herencia. De hecho, el poema se abre
justamente indicando la importancia adquirida por la práctica
judicial que en el ágora permitía resolver la asignación de la
propiedad de una parcela que se hallaba en disputa54.
Lo anterior nos habla también de la posibilidad cierta de
que el tamaño de las unidades campesinas pudiera ampliarse
o reducirse según el destino que les tocara en suerte. Esta
correlación entre riqueza y tamaño de la granja ha sido ana-
lizada por Shanin, que se apoya en diversos trabajos que han
cuestionado la imagen extendida entre los estudiosos de los
comportamientos demográficos que propone que los pobres sue-
len tener más hijos que los ricos. Sus conclusiones al respecto
subrayan un tema fundamental: en las sociedades preindus-
triales se comprueban correlaciones positivas entre riqueza y
tamaño de la familia y existe incluso una “destrucción biológica
de los pobres”. De lo cual se colige que las unidades campesinas
más ricas tienen más integrantes que las más pobres55. Para la
historia antigua resulta difícil establecer cuadros cuantitativos,
de modo que tendremos que contentarnos con análisis a partir
de “modelos hipotéticos no matemáticos”56. De todos modos,
hay una serie de elementos que puede ser útil para pensar el
problema planteado. Es un punto aceptado que a partir del siglo
VIII se produjo en Grecia un notable aumento poblacional57.
Ligado a este fenómeno se desarrolló la colonización griega de
carácter básicamente agrario, cuya finalidad principal consistió
en encontrar una salida a la población excedente que permi-
tiera establecer un cierto equilibrio entre el factor humano
y las condiciones materiales de existencia58. Ciertamente, en
estas circunstancias las comunidades sufrieron una aguda lu-
cha social por el acceso a la tierra, stásis que aparece como un
68 JULIÁN GALLEGO

fenómeno común al conjunto del mundo griego59. Se ha sugerido


incluso que en este contexto se habría producido una ruptura
en el equilibrio existente entre tierras dedicadas al pastoreo y
tierras de labranza en favor de estas últimas60.
Todas estas circunstancias deben ponerse en conexión con
un dato regular en el mundo griego: la partición de la herencia61,
que era la fuente principal de los pleitos consignados. Como
ya vimos, Hesíodo deja constancia de cómo él mismo se había
visto envuelto en esta situación a raíz de una disputa con su
hermano Perses por la herencia recibida: “dividimos el klêros
y mucho más te has llevado, indebidamente, halagando a los
basileîs devoradores de dones”62. Es por esto que pone de relieve
la conveniencia de tener un solo hijo para mantener el oîkos
paterno, aunque esto quizá se quedara al nivel del deseo63. Si
se tenía más de un hijo, hecho habitual, entonces era menes-
ter dividir la herencia. Pero ciertos mecanismos de regulación
demográfica podían ser útiles a la hora de decidir a quiénes
alimentar así como el futuro de la unidad doméstica. Se sabe
que la exposición de niños era algo común en la antigüedad,
comenzando por los relatos míticos o legendarios como los de
Moisés, Edipo o Rómulo y Remo. Más concretamente, se ha
podido comprobar que el abandono de infantes era frecuente en
el mundo greco-romano, afectando sobre todo a las niñas más
que a los niños, y en este segundo caso el primogénito quedaría
exceptuado. Se ha hablado a veces de infanticidio, cosa posible.
Pero, en rigor, el abandono o la exposición no significaba la
muerte de los infantes, sino una forma de abastecer la demanda
de esclavos o dependientes, hecho que en ciertas circunstancias
podía dar lugar a transacciones directas entre el jefe de familia
y el interesado en adquirir a los infantes64. Aristófanes pone
en boca de un megarense el relato de una situación como ésta,
que podía llegar a ser habitual entre las clases más pobres de
la Grecia antigua:

“Míseras hijitas de un desgraciado padre, salid aquí a ganar el


pan, si lo encontráis en algún sitio, escuchadme y tened pen-
diente de mí vuestra panza. ¿Queréis que os venda o pasar un
hambre canina?”65.
Partiendo de Hesíodo, Finley ha indicado el asunto poniendo
en relación las divisiones de la herencia con los inconvenientes
que ocasionaba al campesinado autosuficiente el exceso de mano
de obra familiar con respecto a las tierras disponibles. Podemos
concluir junto con él que “las elevadas tasas de mortalidad
infantil eran útiles; cuando la naturaleza fallaba, se recurría
CAPÍTULO 3 69

al infanticidio y al abandono de niños”66. Estos elementos nos


llevan a la ya mencionada idea de una destrucción biológica
de los pobres, y suponen, además, una correspondencia entre
el tamaño de la unidad agraria y el número de integrantes de
la familia. En la Grecia antigua, los mecanismos de regulación
demográfica tales como la exposición de niños y la propuesta de
tener un solo hijo nos ayudan a pensar cómo una población podía
adaptarse a los recursos. Pero si no conocemos el tamaño de las
granjas y las posibilidades de acceso a la tierra, es imposible
imaginar cómo y a qué se adecuaba la población, ya que en rigor
son esos factores los que determinan las medidas de adaptación
y las decisiones a tomar por parte de los agricultores67. Para la
Grecia antigua, las evidencias literarias, arqueológicas y epigrá-
ficas disponibles han llevado a los estudiosos a considerar que
las granjas de los labradores autosuficientes, que conformarían
el grueso del cuerpo ciudadano de las póleis, oscilaban entre 40
y 60 pléthra, esto es, entre 3,6 y 5,4 hectáreas, aunque obvia-
mente había propietarios por encima y por debajo de este nivel
medio68. Este sector del campesinado era el capacitado para
poseer una yunta de bueyes, algunos esclavos y el armamento
hoplita, y, según las circunstancias, podía producir excedentes
para ser vendidos. Por otra parte, si tomamos en cuenta quiénes
eran los que se definían como integrantes del oîkos –los que
se alimentan de la misma comida–, es claro que las familias
terratenientes tenían un número mayor de miembros (entre
descendientes y dependientes), y tal vez no tuvieran necesidad
de abandonar o exponer a alguno de sus hijos. Aunque según
señala Bradley refiriéndose al caso romano:

“En todos los niveles de la sociedad, tanto si era debido a la


pobreza como al miedo a sobrecargar un patrimonio con de-
masiadas herencias, el abandono de niños era un hecho que se
repetía”69.
De todos modos, así como la práctica de la unigenitura po-
día quedarse en el mero deseo, así también las regulaciones
demográficas de la unidad podían resultar estériles, porque
dentro del ámbito doméstico, donde la ley de los bajos números
no permite la regularidad estadística sino que el azar se impo-
ne70, las altas tasas de mortalidad podían llevar al fracaso los
intentos por adecuar el número de miembros, el tamaño de la
parcela y la división de la herencia. En tal caso, las granjas se
encontrarían sin herederos, además de haber perdido su propia
mano de obra en el caso campesino71.
70 JULIÁN GALLEGO

En definitiva, el problema central que recorre la serie de


constricciones que hemos analizado hasta aquí, y que la granja
familiar no podía dejar de contemplar a riesgo de perecer, es que
la tierra y sus productos no sólo indicaban la riqueza poseída
sino también, como señala Burford:

“La diferencia entre la supervivencia y la muerte por desnutri-


ción para la mayor parte de la población que no estaba ligada a
modos alternativos de ganarse la vida… La cantidad de tierra que
una familia necesitaba y la cantidad de tierra que podía trabajar,
con un poco de ayuda, eran objeto de un cálculo cuidadoso. La
conexión entre el número de trabajadores necesarios para una
granja de cierto tamaño, las cosechas específicas y el coste de man-
tenimiento que ellos podían requerir no escapaba seguramente a
la atención del propietario de tierras cuidadoso”72.

La mano de obra familiar:


esclavitud, autarquía y comercio
Las constricciones que acabamos de consignar generaban
inconvenientes importantes a los hogares campesinos. En efec-
to, dado que la correlación entre riqueza y tamaño de la fami-
lia agraria se daba en un contexto en que podían combinarse
diferenciación social y excedente poblacional en relación con
las tierras disponibles, y puesto que un modo de hacer frente
a esto era tratar de conservar el patrimonio escapando de las
divisiones de la herencia, la unidad campesina debía buscar
un equilibrio entre producción y consumo, es decir, entre la
mano de obra disponible y las necesidades de subsistencia del
grupo familiar. Si la pretensión de Hesíodo se cumplía, y por
ende el patrimonio paterno no se subdividía, es evidente que
las familias campesinas –incluso las que podríamos ubicar en
los rangos sociales intermedios de acuerdo con el tamaño de sus
propiedades y sus niveles de acumulación de riqueza– tenían
que lograr un adecuado balance entre el número de integrantes,
los requerimientos de fuerza de trabajo para realizar las tareas
productivas y las necesidades de consumo73. La bibliografía
sobre las sociedades campesinas advierte una situación a to-
mar en cuenta: en caso de que los mecanismos de regulación
demográfica resulten ineficaces, y ante la inexistencia de otras
salidas económicas como arriendos, artesanías o comercio, las
pequeñas unidades campesinas tienden entonces a dar traba-
jo a todos sus miembros buscando así “maximizar el insumo
CAPÍTULO 3 71

de mano de obra”74. Algunos han visto en esto una forma de


subempleo crónico75, pero como señala Wood, este juicio implica
un anacronismo, ya que, dice a su vez Burford, lo que importa-
ba al labrador griego no era la eficiencia sino la efectividad de
métodos probados que requerían cierta intensidad de trabajo en
vista de generar los efectos deseados y obtener un rendimiento
adecuado76.
Hesíodo es el que nos presenta las exigencias de mano de
obra de la unidad campesina77, una familia que en este caso
sería capaz de poseer una yunta de bueyes78: un robusto varón
que siguiera a los bueyes –tarea que incluso podría ser desem-
peñada por una mujer comprada79–, aunque el propio campesino
era el que debía realizar la labranza junto con sus servidores
(dmôes)80. Volvemos a hallar referencias a estos servidores en
varios pasajes relacionados con los distintos tipos de trabajo
según el momento del ciclo agrícola81, y Hesíodo también re-
comienda que se incorpore en determinado período del año a
un thês sin hogar, es decir, un jornalero sin propiedad, y una
sirvienta (érithos) sin hijos82. Solón también se refiere al traba-
jador dependiente cuando habla del que “es un siervo (latreúei)
que tras los curvos arados se esfuerza labrando el año entero
la tierra abundante en árboles (gên témnon polydéndreon)”83.
Por otra parte, la posesión de una yunta de bueyes asimila al
labrador hesiódico con el zeugíte ateniense, “el de una yunta”,
que en nuestra fuente es equiparado al ágroikos, y que confor-
me a la organización censitaria de Solón obtenía un ingreso de
entre doscientos y trescientos médimnoi, pues a partir de este
nivel hallamos ya a los hippeîs o caballeros84.
A comienzos del siglo IV, Aristófanes concibe una situación
que se emparenta en parte con la que muestra Hesíodo en
cuanto a la mano de obra utilizada por las granjas familiares85.
Praxágora –cuya procedencia rural queda atestiguada cuando
afirma haber estado viviendo con su marido en la Pnyx durante
los tiempos difíciles86–, imagina que, tras la enorme mutación
por ella impulsada, los encargados de cultivar la tierra deberían
ser los esclavos (doûloi), lo cual constituiría una prueba de que
para los campesinos, de ser posible, el trabajo de los campos
tendría que dejarse en manos de trabajadores dependientes87. Y
a similar conclusión conduce la situación imaginada por Praxá-
gora de una distribución equilibrada entre los ciudadanos de
la tierra y los esclavos (andrápoda)88. El comediógrafo también
presenta al protagonista de los Caballeros, Demo de Pnyx, es
decir, el pueblo ateniense, como un labrador (ágroikos) que
posee al menos un par de criados (oikétai) y que puede incluso
72 JULIÁN GALLEGO

comprar un esclavo (doûlos)89. También Trigeo, el protagonista


de la Paz, aparece como un campesino que tiene dos criados
(oikétai)90. Y lo mismo se deduce a partir de la relación entre
Crémilo y su esclavo en Riqueza91. La función agraria de es-
tos esclavos y dependientes queda testimoniada por el propio
Aristófanes cuando en la Paz el corifeo fantasea con que hace
volver al esclavo del huerto porque la lluvia hace imposible
trabajarlo92. El uso de dependientes también es señalado por
Teofrasto que dice que el ágroikos

“… hace partícipe a sus criados (oikétai) de los asuntos más im-


portantes y les cuenta a los jornaleros (misthotoí) que trabajan
su tierra las deliberaciones de la asamblea”93.
Todos estos textos ponen de relieve que, si su situación
socioeconómica lo permitía, el campesino griego podía utilizar
esclavos o servidores así como trabajadores temporales que se
sumaban a la mano de obra familiar de las unidades domés-
ticas rurales94.
A partir de estas evidencias cabe considerar si lo que to-
mamos como una economía campesina no es ya una economía
esclavista. En esta dirección parecen ir las ideas de Nuss-
baum:

“La principal conclusión que surge de los Trabajos y días mis-


mos es que la posesión de sirvientes, en especial hombres, for-
maba una parte integral e importante de la vida no sólo de los
grandes señores sino también de los granjeros independientes
más pequeños dentro de una sociedad que era completamente
propietaria de esclavos pero aún casi totalmente no consciente
de la esclavitud”95.
Evidentemente, una situación en la que la diferencia en-
tre doûlos y eleútheros aún no ha surgido en el imaginario
social96. Un sentido similar es necesario dar a las reflexiones
de Érnest Will, para quien la existencia relativamente abun-
dante de dependientes en el oîkos descrito por Hesíodo pone
de manifiesto que se trata de un mediano propietario basado
en una economía con mano de obra servil, cuyo modelo podría
incluso asimilarse a los de Jenofonte, Catón o Varrón97. Según
estas posturas, las formas esclavistas de apropiación del trabajo
excedente incluirían también a los campesinos acomodados.
Pero, en mi opinión, el uso de fuerza de trabajo esclava dentro
de las relaciones domésticas de producción no implica un modo
de producción esclavista sino lo que podemos denominar “es-
clavitud sin esclavismo”98.
CAPÍTULO 3 73

Esto significa que los esclavos incorporados a las granjas


campesinas tenían por función completar la cantidad de miem-
bros que conformaban la mano de obra familiar. Hay pues una
racionalidad precisa en las sugerencias de Hesíodo tanto sobre
el tener un sólo hijo como acerca de la utilización de depen-
dientes. La función de éstos era integrar permanentemente la
mano de obra encargada del laboreo de los campos de la granja
familiar, y así lo señala el poeta beocio:

“Cuando se muestre a los mortales la estación de la arada, en-


tonces lanzaos conjuntamente tú mismo y los sirvientes (dmôes)
para cultivar la tierra seca o húmeda”99.
Los esclavos que se insertaban en el ciclo productivo campe-
sino realizaban las labores a la par del dueño100, salvo el hecho
de que tal vez se les asignaran las tareas más pesadas. En tanto
productores su tarea se asemejaba a la de los demás miembros
de la familia campesina, excepto en relación con el desempeño
del jefe de la unidad, que además de trabajar se encargaba
también de programar y dirigir las actividades productivas101.
De este modo, no obstante continuar realizando directamente
la labranza de la tierra –aunque ayudado por sus dependien-
tes– el pequeño productor se procuraba una fuerza de trabajo
adicional para su granja bajo un régimen de dependencia que
podía manifestarse de distintas maneras, pero que en general
tendía a aparecer bajo la forma del esclavo-mercancía (uno,
dos, a lo sumo tres, pero no más)102.
Pero es preciso señalar que el esclavo no era la única forma
de completar el número de efectivos de la mano de obra de la
economía campesina. En efecto, además de la compra de escla-
vos había otros medios para procurarse brazos que reforzaran
la capacidad de trabajo de las unidades familiares. Uno de esos
medios podía ser la adopción. Cuando no había herederos varo-
nes, la adopción era un mecanismo apropiado para incorporar
un descendiente. Una vez integrado a la familia, el adoptado
pasaba a ser un miembro más de la misma, con plenos derechos
dentro del ámbito doméstico de acuerdo con las normas vigen-
tes. Un testimonio importante en este sentido es la ley soloniana
que permitía la adopción en función de que una casa sin here-
dereros no desapareciera103. Pero más allá de la cuestión de la
herencia, el punto que aquí nos interesa es que, al añadirse a la
economía campesina, el hijo adoptivo pasaba a actuar también
como parte de la mano de obra doméstica completando así la
cantidad de recursos humanos de la granja familiar. En rigor,
el adoptado no se diferenciaba del hijo biológico y entrañaba
74 JULIÁN GALLEGO

por ende una mano de obra plenamente familiar. El esclavo,


en cambio, si bien se sumaba a la energía laboral campesina,
era un factor adquirido que podía ser removido de la unidad de
la misma forma en la que había llegado –el mercado–, debido
a su carácter extrafamiliar.
Otro tipo de fuerza de trabajo extrafamiliar que podía re-
sultar necesario para las parcelas domésticas era el trabajador
temporario asalariado. Se ha sugerido que ya desde la época
arcaica, y aunque no fueran propietarios de tierras, los thêtes no
se hallaban totalmente excluidos del goce de algún derecho, es
decir, estaban integrados al pueblo y por tanto formaban parte
de la comunidad, principalmente junto a los labriegos libres104.
Esto implica la posibilidad de pensar que dentro de las pequeñas
aldeas había una relación más estrecha que lo que generalmente
se ha supuesto entre los campesinos y los pobres rurales. De he-
cho, Hesíodo presenta la escasa distancia que media entre el que
vive de su propio trabajo sobre la tierra y el que debe mendigar
entre los vecinos víveres o instrumentos de labranza105. Pero el
poeta menciona asimismo la necesidad de un thês por parte del
labrador, hecho que también es testimoniado por Teofrasto106.
Por otra parte, la presencia de jornaleros rurales es un punto
probado para la Grecia antigua desde la época homérica107. Estos
trabajadores con escasa propiedad o sin ella obtenían parte de
sus medios de subsistencia empleándose temporariamente en
las unidades productivas terratenientes, principalmente para
la época de las cosechas cuando las exigencias de mano de obra
aumentaban108. Pero según se desprende de Hesíodo y Teofrasto,
también los campesinos, sobre todo los que poseían un nivel
de riqueza adecuado, podían necesitar una mano de obra su-
plementaria en el momento de las cosechas, fuerza de trabajo
que podía obtenerse contratando jornaleros.
Los campesinos libres podían encontrar otras formas de
procurarse brazos adicionales. Se ha propuesto que lo más fre-
cuente era la cooperación entre cultivadores vecinos por medio
del préstamo de los esclavos que cada uno tuviera disponible,
con el compromiso de hacer cada uno lo propio cuando se le
requiriera este servicio109. Otra alternativa podía ser que las
familias campesinas se unieran de manera tal que se lograra
una fuerza colectiva de trabajo mediante la cooperación de los
agricultores entre sí, prescindiendo así del uso de mano de obra
no familiar110. Esta fuerza de trabajo conjunta no significa que
estemos en presencia de una propiedad comunal, pues dicha
energía laboral se utilizaría sucesivamente en cada parcela
campesina hasta completar las tareas de recolección de las
cosechas, como modo de evitar la contratación de braceros111.
CAPÍTULO 3 75

Para que esto pudiera implementarse eficazmente eran impres-


cindibles relaciones de buena vecindad112, cosa que no siempre
ocurría, ya que las disputas por alguna franja de terreno, el
desvío de los cursos de agua o cualquier otra razón eran habi-
tuales entre los labradores dentro de las comunidades basadas
en la apropiación privada de la tierra, hecho que es puesto
de manifiesto por la documentación desde Homero y Hesíodo
hasta los textos de las defensas en Atenas que muestran estas
disputas113.
La presencia de esclavos en el oîkos campesino quizá diera
a los labradores independientes griegos la posibilidad de lle-
var a cabo las prácticas aconsejadas por Hesíodo en cuanto a
la organización de la familia y especialmente con respecto a
la descendencia que debía dejarse para no tener que dividir
la herencia114. En efecto, para una granja familiar cuyas di-
mensiones giraran en torno a las 60 pléthra o más, tener un
único hijo podía significar una fuerza laboral escasa. Y esto
también podría afectar a los campesinos que tuvieran menos
de 60 pléthra, ya que los granjeros griegos basaban su orga-
nización agrícola en una producción intensiva en trabajo y en
la utilización de los recursos disponibles. Pero igualmente no
había garantías sólidas para la propuesta de Hesíodo, y los
campesinos solían tener más de un hijo. Dado que en la Grecia
antigua la costumbre y las normas tradicionales imponían el
mandato de partir la hacienda entre los herederos, es evidente
que tener varios hijos acarreaba consecuencias desfavorables
para los campesinos, que al cabo de varias generaciones po-
dían encontrarse produciendo en parcelas insuficientes para
la subsistencia. Como ya vimos, la cuestión que abre el poema
hesiódico es justamente la división de la herencia paterna en-
tre el poeta y su hermano Perses y la disputa que surge ante
el intento de éste de apropiarse de la parte correspondiente
a Hesíodo mediante el favor de los que administran justicia
en la ciudad. Este mismo hecho nos muestra una tendencia
cierta a la fragmentación de las posesiones campesinas con
sus diversas secuelas de empobrecimiento para los pequeños
productores rurales115.
Según Asheri, la práctica del heredero único había desapa-
recido del horizonte legal de la Grecia clásica116. Pero paralela-
mente a esto, muchas ciudades establecieron legislaciones para
que los lotes permanecieran ligados a las familias generación
tras generación117. Sin embargo, las regulaciones establecidas,
por ejemplo, en Atenas durante el siglo VI indican, creo yo,
por una parte, sólo un intento de que los campesinos no trans-
firieran sus posesiones a los terratenientes, y, por la otra, en
76 JULIÁN GALLEGO

función de la pervivencia de las parcelas campesinas, que en


caso de que no existieran herederos se pudiera testar adoptando
a alguien, esto es, que un ápais pudiera hacer un testamento
para que su familia continuara como propietaria del lote118. Pero
nada de esto indica que la herencia no pudiera partirse entre
los hijos en caso de haber más de un heredero. La práctica de
la división igualitaria de la herencia entre todos los hijos en
caso de una sucesión intestada en la Atenas del siglo IV pone de
relieve que la herencia se dividía119. Asimismo, la indicación de
Aristóteles acerca de que en Esparta la tierra se repartía entre
los hijos pone en entredicho las normas ancestrales para que la
herencia no se dividiera y todos los hijos la usufructuaran en
conjunto120. Se ha relacionado esta nueva situación con las leyes
de Epitadeo, que permitió dejar de lado la norma que regulaba
el traspaso de los klêroi de padres a hijos, permitiendo testar
en favor de cualquiera121. Es evidente que no fue a causa de la
ley que las tierras se concentraron en pocas manos, como cree,
por ejemplo, Oliva122. En rigor, hay que considerar aquí un pro-
ceso de diferenciación previa en términos económicos, sociales
y políticos (tanto en lo que respecta a las desigualdades en el
tamaño de las posesiones como en lo referido a una disparidad
demográfica)123. Esto constituye una prueba de que, más allá
de las regulaciones, las prácticas tendían a desarrollarse sola-
padamente o no en el sentido que vemos en Hesíodo en cuanto
a la división de la herencia entre los hijos.
Se podría argumentar en contra de esta idea general a partir
de la estabilidad del campesinado ateniense durante los siglos
VI y V, señalándose que este fenómeno de larga duración su-
pone una tendencia a la conservación de los lotes sin que se
utilizara la tradicional partición de la herencia. Pero no hay
que desechar que los campesinos atenienses buscaran llevar a
cabo la recomendación de Hesíodo en cuanto a la unigenitura,
o, si esto fallaba, otros mecanismos de regulación demográfica.
En rigor, esta estabilidad es antes que nada política, de modo
que es mediante este tipo de regulaciones que el campesinado
ateniense goza durante la época clásica de una situación favora-
ble. Esta estabilidad del campesinado es reflejada por algunas
correlaciones numéricas en torno a la condición socioeconómica
de la población ateniense y por la larga duración de los demos
rurales, que eran básicamente comunas campesinas124. En cuan-
to a la primera cuestión, se tomará en cuenta que, con una po-
blación de alrededor de 25.000 ciudadanos adultos a comienzos
del siglo IV125 –seguramente bastante más antes de la Guerra
del Peloponeso–, unos 2.000 conforman la clase propietaria
más rica126, mientras que a finales del siglo V sólo unos 5.000
CAPÍTULO 3 77

ciudadanos carecerían de tierras127. Por consiguiente, entre


estos dos extremos nos hallamos ante una sociedad campesina,
cuyos miembros podían tener diferentes niveles de riqueza pero
vivían, ante todo, del propio trabajo en sus parcelas.
Se ha indicado que la guerra del Peloponeso significó una
fuerte ruptura para esta sociedad campesina, que produjo la
decadencia definitiva de la clase de los labradores autónomos
atenienses a raíz de los estragos irreparables que los ataques
y saqueos sobre las tierras de labor causaron a las granjas
domésticas128. La incidencia de la guerra sobre la agricultura
ha sido muy discutida recientemente. Un trabajo central al
respecto es el libro de Hanson, que innovó el modo de enten-
der el rol de la guerra y las respuestas de los granjeros para
evitar que las pérdidas en la economía agraria fueran signifi-
cativas129. No obstante, la evaluación que hace el autor de la
magnitud del daño causado por las destrucciones de cosechas e
instalaciones agrícolas ha generado discrepancias. Las pruebas
disponibles para la guerra del Peloponeso y sus secuelas sobre
la economía ateniense han hecho posible un estudio detenido
de la cuestión. A diferencia de la postura consignada en primer
lugar, Hanson y otros proponen que tras la guerra hubo un
rápido restablecimiento, lo cual implica que los labriegos no
padecieron perjuicios importantes130. La posición de Ober, en
cambio, parece ser una intermedia: la producción rural tardó
varios años en recuperarse y requirió importantes inversiones
hasta alcanzar los niveles previos a la guerra, pero después
de la recuperación los agricultores volvieron a ser el funda-
mento de la economía ateniense131. Atenas se volvió entonces
una pólis particularmente preocupada por cuidar su territorio,
organizando para ello una táctica defensiva132. El balance que
realiza Foxhall de estas controversias también estudia el grado
de incidencia de las devastaciones sobre la producción agraria
y las posibilidades de recuperación de las granjas afectadas
por los ataques enemigos133. Uno de los factores considerados
por Foxhall es que los agricultores podían variar sus cultivos
utilizando otros cuyos ciclos de crecimiento y maduración no
coincidieran con los momentos centrales de la guerra. Otro
punto fundamental gira en torno a la pauta de posesión frag-
mentada que caracterizaría a los labradores áticos, aunque
también a los campesinos griegos en general. De acuerdo con
su análisis, los ataques enemigos sólo afectarían a una parte
de las tierras, en especial aquéllas ubicadas en las zonas más
accesibles de los llanos. Pero los lotes localizados en los peque-
ños valles entre montañas o más alejados de las costas o de la
propia ciudad de Atenas no podían ser fácilmente alcanzados
78 JULIÁN GALLEGO

por los hoplitas. Quizá pudieran hacerlo las tropas ligeras, pero
carecían de los instrumentos para producir una devastación
total e irreversible.
En este marco, queda muy claro que la parcelación de las
tierras campesinas en Atenas y en otras partes de Grecia resul-
taría un factor de importancia en caso de guerra, pero también
para la organización productiva de las granjas familiares inten-
sivas. En todo caso, los intentos de regulación establecidos en el
siglo VI habrían buscado que los terratenientes no acaparasen
los lotes de los pequeños productores mediante la compra o la
adopción, mecanismos que dejarían de funcionar en el siglo IV
permitiendo una mayor concentración de la propiedad. Nada
indica, pues, que entre los campesinos atenienses la herencia
no se dividiera entre los hijos. Por otra parte, los terratenientes
griegos quizá lograran evitar estos perjuicios mediante casa-
mientos endógamos que les permitirían consolidar, conservar
e incluso acrecentar sus patrimonios. Aunque para que esto
fuera posible era necesario o bien que la mujer heredara, como
sucedía en Esparta134, o que recibiera tierras como dote, que es
lo que en especial destaca Gallant en su modelo de la economía
campesina griega antigua135.
Según Gallant, a lo largo del ciclo de vida del hogar familiar
rural resulta posible una movilidad de las tierras136. Con la
formación de una familia a partir del matrimonio, mientras
el hombre aporta la herencia que recibe por vía paterna, la
mujer también puede llevar tierras a su nuevo hogar a través
de la dote. De este modo, si bien las particiones provocarían
una reducción paulatina del patrimonio, habría a su vez un
mecanismo de compensación que permitiría que los nuevos
hogares contaran con las tierras necesarias, pues la dote no
sería mucho menor que lo que se repartiría a título de herencia
entre los hijos varones. Por otra parte, puesto que el ciclo vital
está definido por las variaciones de la estructura familiar, a
medida que cada hogar rural crece o decrece según su edad y
tamaño, también crece o decrece su demanda de tierras según
la capacidad laboral y las necesidades de consumo del grupo
doméstico en su conjunto. Así, el ciclo de vida del hogar cam-
pesino supone variaciones en el tamaño del mismo y en las
tierras aprovechables137. Por ende, la integración de una unidad
doméstica rural está sometida a ciertos factores poblacionales
tales como edad de matrimonio, tasas de natalidad y mortali-
dad, tipo de familia, etc., a la vez que el desarrollo del ciclo vital
viene dado por las posibilidades no estáticas sino dinámicas de
acceso a la tierra a partir de la herencia, dote, compra, arriendo,
CAPÍTULO 3 79

fragmentación de la propiedad138. Pero también hay que consi-


derar las formas de adaptación de las prácticas agrarias según
las exigencias de abastecimiento y minimización del riesgo de
la familia. En tanto la economía campesina se define como
una unidad de producción y consumo, durante el ciclo familiar
habrá que lograr un equilibrio adecuado entre los requisitos
de trabajo y las necesidades de manutención. Pero dicho equi-
librio, así como las dimensiones de y la tierra utilizable por la
unidad doméstica, es algo cambiante y subordinado a pautas
que prescriben los períodos de mayor o menor vulnerabilidad
del hogar. Una de ellas depende de las edades del mismo, que
establece las proporciones (variables) entre el trabajo aportado
por los miembros activos y los medios de subsistencia requeridos
por el conjunto de la unidad. A medida que llegan los hijos, y
mientras no se integren al proceso productivo, el crecimiento
del grupo familiar implica un incremento de la demanda de
consumo mientras que la oferta de trabajo permanece limitada,
lo cual entraña una restricción para la extensión de la superficie
sembrada. Cuando los hijos se suman a la producción, se puede
aumentar la cantidad de tierras sembradas y por tanto el total
de alimentos disponibles. Y lo mismo cabe decir respecto de
los ancianos que ya no trabajan y deben ser mantenidos. Son
estas circunstancias las que, según Gallant, permiten pensar
las variaciones en el tamaño de los hogares, tanto en lo concer-
niente a las tierras utilizables como en lo atinente a la cantidad
de miembros. El adquirir o arrendar parcelas se ligaría, den-
tro de ciertos límites, a estas variaciones en la relación entre
oferta de trabajo y demanda de consumo a lo largo del ciclo
de vida del hogar. Pero cuando la prosperidad de la familia lo
permitía, y según la cantidad de tierras, de miembros activos
y pasivos del grupo doméstico, etc., los hogares campesinos
podían adquirir trabajadores dependientes que se integraban
a la unidad productiva.
De esta manera, teniendo en cuenta la norma tradicional
que imponía dividir el klêros paterno entre los hijos, y dado
que tener un único hijo podía implicar una energía laboral
insuficiente para un labrador con un nivel de acumulación de
riquezas suficiente para poseer una yunta de bueyes, la incorpo-
ración de dependientes o esclavos permitía al campesino griego
obtener una fuerza de trabajo que complementaba la mano de
obra familiar pero sin los inconvenientes de las particiones de
la herencia, aunque ocasionando erogaciones monetarias a la
unidad doméstica rural. Los fragmentos ya citados de Hesíodo,
Aristófanes y Teofrasto nos ilustran al respecto y nos permiten
80 JULIÁN GALLEGO

vislumbrar cómo las granjas familiares organizaban la produc-


ción en sus parcelas apelando al trabajo de dmôes, doûloi, an-
drápoda u oikétai para las distintas faenas139.
Ahora bien, cabe preguntarse qué sucede entonces con el
principio que indica que la economía campesina se basa en
la energía laboral de la familia, de acuerdo con un criterio de
autarquía que implica una correspondencia entre producción y
consumo en el interior de la unidad doméstica rural. De algún
modo, la presencia de la esclavitud en el oîkos campesino ponía
en entredicho el ideal de autarquía que guiaba la organización
laboral de la economía familiar puesto que suponía tener que
abastecerse de un elemento productivo que, por definición, era
externo a la unidad agraria. Por otra parte, esta vinculación
con el exterior adquirió bastante tempranamente una forma
mercantil. En efecto, según lo que puede deducirse del testimo-
nio de Solón, el mercado de esclavos estaría difundido ya en el
siglo VI140, y es probable que ya en época de Hesíodo la compra
fuera un mecanismo usado para introducir fuerza de trabajo
dependiente en la granja campesina141. La esclavitud entraña,
pues, la existencia de un mercado de esclavos142. En la medida
en que los campesinos recurren a dicho mercado, esto puede
llegar a significar una reducción de los márgenes de autarquía
real de la unidad doméstica rural143. No obstante, dentro de
ciertos límites, el comercio no iba necesariamente en contra
de la autarquía. Según Millett, aunque

“… con algunos matices, puede decirse que todos los productores


buscaban la autosuficiencia (autárkeia), aunque ello implicaba,
paradójicamente, la producción de superávit canjeable por nu-
merario”144.
Evidentemente, el comercio no era una práctica fuera de lo
común en el mundo agrario helénico. En la Beocia de Hesíodo o
en la Atenas de Aristófanes, esta actividad resultaba habitual
para el campesino griego, pues el labrador mantenía tratos
comerciales con el fin de vender excedentes de producción y, al
mismo tiempo, comprar algunos elementos que pudiera necesi-
tar145, o incluso obtener dinero para arrendar tierras.
En efecto, a partir de esos tratos los campesinos procura-
ban obtener algunos productos para completar sus medios de
subsistencia o de producción, o bien dinero para la compra de
esclavos, o tal vez para arrendar tierras, o para adquirir herra-
mientas. Tal es la imagen que se obtiene del cuadro delineado
por Aristófanes: el campesino que había ido a la ciudad para
vender sus uvas, a su vez podía irse del ágora habiendo com-
CAPÍTULO 3 81

prado harina146. Y lo mismo se deduce de una escena de la Paz


en la que se contrapone al fabricante de hoces con el vendedor
de armas147, ya que nos muestra una situación que nos lleva a
pensar que por lo general los campesinos griegos debían com-
prar los instrumentos de labranza, en especial los de hierro. Un
comercio que tal vez no tuviera lugar en el marco de las aldeas
rurales, tal como señala Osborne a partir de su lectura de la
evidencia arqueológica y de los versos de Aristófanes, pero que
incorporaba al labrador en la medida en que por diversos motivos
su presencia en la ciudad se hacía más fluida148. En tal caso, la
finalidad de los intercambios residiría en la satisfacción de las
necesidades de consumo y no en la búsqueda de una ganancia,
puesto que primaría una lógica centrada en el valor de uso y
no en el valor de cambio. Gallant aduce que los campesinos
griegos no movilizaban regularmente los excedentes de produc-
ción a través del mercado y que en caso de tener que realizar
intercambios mercantiles su función era conseguir valores de
uso149. Tal es el sentido que parece necesario dar a la queja de
Diceópolis, el labrador de Acarnienses:

“Miro hacia el campo (eis tòn agrón), enamorado de la paz;


denostando la ciudad (ásty) y añorando mi aldea (dêmos), que
jamás me dijo: «compra (prío) carbón», o vinagre, o aceite; que
ni siquiera conoce eso de «compra», sino que era ella quien me
llevaba todo y lo de «compra» no existía”150.
La idea de compra que origina el descontento del labrador
aristofánico tal vez entrañe una primacía del valor de cambio
sobre el valor de uso, ligada a una de las características del
comercio en las sociedades precapitalistas que implica una sub-
ordinación de los productores directos a los precios del merca-
do151. En este contexto, las expresiones que Aristófanes pone en
boca de Diceópolis son importantes en cuanto al significado del
ágora, la plaza comercial de la ciudad, para los sectores rurales
independientes, mostrando cómo sus valores se ubicarían no
del lado del mercado sino del de la autosuficiencia, pues como
señalaba el precepto de Hesíodo: “No le preocupa al hombre lo
que está en el oîkos guardado; mejor que esté en el oîkos, pues
lo de afuera es dañino”152.
Por otra parte, las plazas de intercambio a las que los campe-
sinos podían acudir con mayor regularidad –si no se trataba de
las ciudades, como el caso del ágora ateniense o el Pireo– eran
mercados agrarios, estacionales o periódicos, que no tenían
existencia autónoma sino que dependían de la dinámica de la
economía rural153. En este mercado rural se encontraban los
82 JULIÁN GALLEGO

labradores con los artesanos de las aldeas, y aunque es cierto


que el agricultor trataba de producir lo que consumía, había
algunos implementos que eran obtenidos por medio del inter-
cambio con los artesanos. Tal era la situación característica en
la Grecia antigua, sobre todo en las aldeas o ciudades pequeñas,
en las que, si bien podían existir artesanos especializados en
ciertas producciones, en general,

“… los mismos hombres hacen camas, puertas, arados y mesas, y


a menudo incluso construyen casas, y aun están agradecidos si
pueden encontrar bastante trabajo para mantenerse”154.
Se trata, ciertamente, del sector no campesino de una so-
ciedad campesina155. En ciertos casos, las necesidades de los
campesinos que no podían satisfacerse dentro del oîkos no se
resolvían a través del mercado sino por medio de intercambios
basados en la reciprocidad con los vecinos de la aldea. Tal como
lo señala Hesíodo:

“El mal vecino (geíton) es una calamidad, el bueno, en cambio,


una gran ventaja. Tiene en suerte un tesoro el que tiene un vecino
que es bueno; ni un buey se perdería si no fuese malo el vecino.
Mide bien lo que tomas prestado del vecino y devuélvele bien,
en la misma medida, e incluso más si puedes, para que después,
si vuelves a tener necesidad, lo halles seguro”156.
Así pues, en caso de necesidad, se recurría a los aldeanos,
quienes solían responder adecuadamente (siempre que exis-
tieran las relaciones de buena vecindad ya indicadas), sabien-
do que en el futuro la situación podía presentarse de manera
inversa. En este punto se percibe claramente que la unidad
doméstica no dependía sólo de sí misma para la subsistencia
y que, en tales circunstancias, las relaciones con la comuni-
dad aldeana resultaban esenciales. El mecanismo puesto en
práctica era el intercambio recíproco en el ámbito de la aldea
campesina, es decir, la obligatoriedad del don y el contradon.
Apelar a parientes, amigos y vecinos era una manera de hacer
frente a situaciones de riesgo con el compromiso de devolver lo
recibido y estar dispuesto a ayudar cuando otro atravesara una
situación de necesidad similar. Se trata de los lazos de amistad
y ayuda mutua propios de la sociabilidad campesina157. Peter
Garnsey arguye que este tipo de intercambios era complemen-
tario del almacenamiento dentro de la unidad campesina, y si
bien acepta que era inevitable algún trato comercial por parte
de labradores, destaca que para éstos resultaba deseable el
CAPÍTULO 3 83

intercambio recíproco con otros de su misma aldea por afuera


del mercado, porque exponerse a las vicisitudes de este último
podía socavar la base de subsistencia158. Sin embargo, otros
autores han destacado más bien lo contrario, pues sostienen,
como Jameson, que la granja familiar de agricultura intensiva
con algunos esclavos tendía a la producción de excedentes para
ser vendidos en el mercado, un régimen que al decir de Hanson
ya no sería un organización económica para la subsistencia sino
“un sistema empresarial de agricultura”159.
Así, el modelo de Garnsey, lo mismo que el de Gallant160,
hace hincapié en que la lógica que regía la organización econó-
mica campesina era la de la minimización del riesgo, más allá
de que a veces el comercio resultara inevitable para el campe-
sinado. Por otra parte, las posiciones de Jameson y Hanson,
que destacan la importancia fundamental de la producción
para el mercado, parecen estar priorizando la posibilidad de
una maximización de la ganancia161. Pero como ha indicado
Ellis162, la aversión al riesgo es una modificación del modelo
de la maximización de la ganancia, cuya lógica consiste en la
toma de decisiones por parte de los individuos con el objetivo
de maximizar su “bienestar” o “felicidad” personales.

Reflexiones finales
¿Qué conclusión podemos extraer a partir de estas disímiles
interpretaciones según lo visto a lo largo del trabajo163? En
primer lugar, en el mundo griego organizado a partir de la
estructura de la pólis, ninguno de estos modelos puede consi-
derarse exhaustivo, de modo que resulta una quimera querer
establecer un campesino o un granjero griego típico164. Por ende,
para la Grecia de los siglos VIII a IV a.C. es necesario pensar
en una diversidad de situaciones que podrían encuadrarse en
un arco que iría desde el pequeño poseedor libre pobre que
producía para la subsistencia, que desarrollaba intercambios
comerciales ocasionales (pero prefiriendo los intercambios recí-
procos) y que se empleaba circunstancialmente como jornalero
temporario165, hasta el agricultor relativamente próspero, que
poseía algunos esclavos y que se integraba más plena y normal-
mente en los mercados a partir de una cierta especialización de
la producción166. Ahora bien, de uno al otro polo del espectro lo
característico era la inexistencia de una explotación habitual y
sistemática, lo cual les evitaba a los labriegos tener que producir
excedentes regulares para los miembros de una elite social y
84 JULIÁN GALLEGO

política. Sobre este punto de partida común, que se derivaba


del suceso excepcional, extendido a casi todo el mundo griego,
que había comportado la incorporación de los labradores a la
comunidad cívica con plenos derechos para la participación
política, institucional y militar, podemos postular, al igual que
lo acabamos de hacer con respecto a la riqueza de la granja y
su integración al mercado, diferentes circunstancias que se
plantean dentro de un espectro móvil.
En este sentido, quisiéramos sugerir un modelo basado en
ciertos aspectos que pueden derivarse de los análisis de Shanin
sobre el campesinado ruso a comienzos del siglo XX167, modelo
que tiene sus apoyos en los diversos aportes sobre el mundo
rural griego antiguo que hemos citado a lo largo de este artículo.
En primer lugar, es posible señalar la existencia de una dife-
rencia entre hogares más grandes o más pequeños de acuerdo
con el tamaño de la propiedad y la cantidad de miembros que
componían la familia. Como vimos, se debe considerar miembros
de la familia a todos los que comen o han comido del mismo
alimento. Los cultivadores que podían disponer de algún es-
clavo, que trabajaba a la par de los componentes de la familia,
consideraban a los esclavos como parte de la familia, más allá
de que a veces necesitaran venderlos168. En segundo lugar, esta
diferencia de tamaño no tiene que ser pensada como algo fijo
e irreversible sino que podía existir una movilidad derivada
del ciclo de vida del hogar: formación con el matrimonio, naci-
miento de los hijos, adultez y partida de éstos, ancianidad y fin
de la unidad; a medida que crece la unidad puede incorporar
más tierras, y cuando decrece, a la inversa169. Pero esto no
debe interpretarse como la inexistencia de diferencias entre
los cultivadores más ricos y los más pobres. Sin embargo, en
el marco global esas diferencias podían estar sometidas a fuer-
zas centrípetas provocadas por la partición de los hogares más
ricos, por un lado, y la extinción o fusión de los más pobres,
por otro. De manera que tanto desde el punto de vista del ciclo
vital como desde la perspectiva del movimiento económico, las
tendencias centrífugas de la diferenciación y las centrípetas de
la nivelación se compensaban a través de movimientos opuestos
multidireccionales y cíclicos, fases ascendentes y descendentes
que nos llevan a modificar esa imagen fija que sólo da cuenta
de los extremos del arco social, es decir, el cultivador pobre que
suplía los ingresos empleándose como jornalero o el agricultor
rico que poseía algunos esclavos y producía excedentes para
vender en los mercados.
CAPÍTULO 3 85

Bajo estas condiciones, la búsqueda de minimizar el riesgo


en función de hacer frente a las necesidades de subsistencia
familiares no tiene por qué contraponerse a la posibilidad de
maximizar la ganancia por medio de la producción y venta
de excedentes. En efecto, según los ciclos ya mencionados los
pequeños productores agrarios podían por momentos disponer
de más remanentes vendibles –descontada la subsistencia y la
reproducción–, o desarrollar una menor inserción en el mer-
cado y utilizar las reservas para hacer frente a los riesgos de
hambruna: mientras los hogares más pobres se centrarían en
un sistema intensivo de cultivo para asegurar la subsistencia,
los más ricos adoptarían métodos de producción intensiva en
función de conseguir una ganancia. Entre uno y otro comporta-
miento habría toda una gama de posibilidades que permitiría
que los que se movían en ella pudieran volverse más hacia uno
u otro, según los momentos de los ciclos y aquellas circuns-
tancias que pueden ser consideradas como aleatorias desde el
punto de vista de las economías familiares, porque carecen de
capacidad de control sobre ellas (naturaleza, mercados, políti-
cas estatales). Esto no implica que siempre fueran los mismos
los que podían vender y sacar ganancias y los que no podían
hacerlo y se empobrecían paulatina pero sistemáticamente,
sino la existencia de dos conductas inducidas por estrategias
de adaptación a los medios disponibles, alternativas que inclu-
so podían ser adoptadas por un mismo labrador en distintos
momentos de su vida según cómo se combinaran los diferentes
factores analizados.
Conforme a esto y retomando la idea de Shanin de movi-
mientos multidireccionales, existiría la posibilidad de que de-
terminados hogares, prósperos en ciertas fases del ciclo vital
del hogar y según las coyunturas agrarias, se empobrecieran
en otros momentos del ciclo o en el transcurso de las genera-
ciones. Y viceversa, unidades domésticas relativamente pobres
podían transformarse en ricas en otra fase o generación. Esto
sería posible porque, como propone Gallant, si bien “había di-
ferencias basadas en el tamaño de la familia y la riqueza del
hogar”, de todas maneras, “sólo una línea fluida separaba a los
hogares campesinos ricos de los pobres”170, y porque, como señala
Hanson, la posibilidad de que “algunos granjeros prosperaran
mientras que otros no” era algo “de esperar dadas las amplias
diferencias de talento agrícola natural y de suerte luego de que
los granjeros poseedores de propiedades privadas estuvieron
fuera del control de reyes y señores”171. En definitiva, lo impor-
tante consiste no en privilegiar una perspectiva sobre la otra
86 JULIÁN GALLEGO

sino en pensar en modelos dinámicos que permitan tomar en


cuenta la movilidad que desarrollaban las unidades familiares
campesinas a lo largo de su existencia, y en su articulación con
la aldea rural y la ciudad-estado en cuyos marcos se incluían.

Notas
1. Sobre estos cambios y los problemas derivados, con bibliografía reciente, J.
Gallego, “Perspectivas sobre la historia agraria de la Grecia antigua”, Phoînix,
7 (2001), 195-234; “La historia agraria de la Grecia antigua: una introducción a
las interpretaciones recientes”, en J. Gallego (ed.), El mundo rural en la Grecia
antigua, Madrid, 2003, 13-42.
2. Ver M.H. Jameson, “Agricultural labor in ancient Greece”, en B. Wells (ed.),
Agriculture in ancient Greece, Estocolmo, 1992, 135-46. Cf. M.-C. Amouretti, Le
pain et l’huile dans la Grèce antique. De l’araire au moulin, París, 1986, 199-222.
A. Burford, Land and labor in the Greek world, Baltimore, 1993, proporciona
un análisis exhaustivo de las fuentes literarias. Sobre la aparcería, S. Hodkinson,
“Sharecropping and Sparta’s economic explotation of the helots”, en J.M. Sanders
(ed.), Philolakon. Lakonian studies in honour of Hector Catling, Londres, 1992,
123-34; y sus recientes Property and wealth in classical Sparta, Londres, 2000,
125-31, y “Spartiates, helots and the direction of the agrarian economy: towards
an understanding of helotage in comparative perspective”, en N. Luraghi & S.E.
Alcock (eds.), Helots and their masters in Laconia and Messenia. Histories,
ideologies, structures, Washington, D.C. 2003, 248-85.
3. Ver R. Osborne, “‘Is it a farm?’ The definition of agricultural sites and settlements
in ancient Greece”, y L. Foxhall, “The control of the Attic landscape”, ambos
en Wells (ed.), Agriculture in Greece (op. cit. n. 2), 21-25 (en 23-25) y 155-59
(en 156-57), respectivamente.
4. G. Shipley, “Perioikos: the discovery of classical Lakonia”, en Sanders (ed.),
Philolakon (op. cit. n. 2), 211-26; J. Gallego, “The Lakedaimonian perioikoi:
military subordination and cultural dependence”, en V.I. Anastasiadis & P.N.
Doukellis (eds.), Esclavage antique et discriminations socio-culturelles. XXVIIIe
Colloque du GIREA (Mytilène, 5-7 décembre 2003). Berna, 2005, 33-57.
5. M.H. Jameson, “Agriculture and slavery in classical Athens”, Classical Journal
(= CJ), 73 (1977-78), 122-45; “Agricultural labor” (op. cit. n. 2), 142-45.
6. E.M. Wood, “Agricultural slavery in classical Athens”, American Journal of
Ancient History (= AJAH), 8 (1983), 1-47; cf. Peasant-citizen and slave. The
foundations of Athenian democracy, Londres, 1988, 51-80; ver G.E.M. de Ste.
Croix, The class struggle in the ancient Greek world, Londres, 1981, 120-74,
226-43, 255-59, 504-9.
7. Para un balance de la discusión, V.D. Hanson, “Thucydides and the desertion of
Attic slaves during the Decelean war”, Classical Antiquity, 11 (1992), 210-28,
que afirma que los granjeros áticos utilizaban regularmente algunos esclavos.
8. Ver M.I. Finley, “La libertad del ciudadano en el mundo griego”, en La Grecia
antigua: economía y sociedad, Barcelona, 1984, 103-23; cf. “La esclavitud por
deudas y el problema de la esclavitud”, en ibid., 167-88, en 188; Esclavitud antigua
e ideología moderna, Barcelona, 1982, 114. El autor también plantea (La economía
de la antigüedad, México, 1974, 132 y n. 2) que la admisión del campesinado como
integrante de la comunidad política con plenas facultades fue un acontecimiento
CAPÍTULO 3 87

pocas veces repetido, y destaca esta excepcionalidad contrastándola con la


habitual sujeción del campesinado, para lo cual cita a T. Shanin (ed.), Peasants
and peasant societies, Harmondsworth, 1971. Por su parte, de Ste. Croix, Class
struggle (op. cit. n. 6), 213, 225, ve al campesinado como una clase explotada
porque su análisis tiende a destacar que, de un modo u otro, el mundo clásico
se hallaba organizado por diversas relaciones de explotación. Sin embargo, tuvo
que reconocer que en ocasiones –las democracias griegas– resultaba conveniente
categorizar a ciertos grupos como un campesinado libre de explotación. Véase
P. Garnsey, Cities, peasants and food in classical antiquity, Cambridge, 1998,
91-105, en 93. También R. Osborne, Demos: the discovery of classical Attika,
Cambridge, 1985, 142; Wood, “Agricultural slavery” (op. cit. n. 6); Peasant-citizen
(op. cit. n. 6).
9. Cf. A. Burford, “The family farm in ancient Greece”, CJ, 73 (1977-78), 162-75;
Land and labor (op. cit. n. 2), 167-73, 223-30; R. Osborne, Classical landscape
with figures. The ancient Greek city and its countryside, Londres, 1987; “Orgullo
y prejuicio, sensatez y subsistencia: intercambio y sociedad en la ciudad griega”,
en Gallego (ed.), Mundo rural (op. cit. n. 1), 185-209, en 187; P. Garnsey,
Famine and food supply in the Graeco-Roman world. Responses to risk and crisis,
Cambridge, 1988, 43-68; T.W. Gallant, Risk and survival in ancient Greece.
Reconstructing the rural domestic economy, Cambridge, 1991; S. Isager & J.E.
Skydsgaard, Ancient Greek agriculture. An introduction, Londres, 1992, 113-14;
M.H. Jameson, “Class in the ancient Greek countryside”, en P.N. Doukellis &
L.G. Mendoni (eds.), Structures rurales et sociétés antiques, París, 1994, 55-63;
V.D. Hanson, The other Greeks. The family farm and the agrarian roots of western
civilization, Nueva York, 1995.
10. Wood no ha estado sola al plantear que los labradores áticos no usaban esclavos.
Ver Osborne, Demos (op. cit. n. 8), 144-45. Cf. J. Ober, Fortress Attica. Defense
of the Athenian land frontier 404-322 B.C., Leiden, 1985, 22-23, que descarta el
uso de esclavos por los campesinos áticos debido al costo del sustento, y señala
que la granja de subsistencia en pequeña escala era la regla. En Mass and elite
in democratic Athens, Princeton, 1989, 24-7, el autor da cuenta de las posturas
de Jameson, de Ste. Croix y Wood acercándose a esta última; en The Athenian
revolution, Princeton, 1996, 123-24, 135-39, analiza la posición de Wood y da un
encuadre al problema según las líneas aún abiertas. Ver R. Sallares, The ecology
of the ancient Greek world, Londres, 1991, 56, que plantea inferencias similares
a las de Ober en cuanto al costo de manutención del esclavo y su inviabilidad
para las pequeñas posesiones agrarias. Gallant, Risk and survival (op. cit. n. 9),
30-33, traza un balance de las posiciones de Jameson y Wood y se sitúa entre
ambos, proponiendo que en los niveles medios del campesinado la posesión de
esclavos se subordinaba a las demandas de trabajo del oîkos según la etapa de su
ciclo de vida.
11. Además de las obras de Jameson ya citadas, varios son los autores, a los que
haremos referencia a lo largo del trabajo, que se han pronunciado de distintas
formas a favor de esta posibilidad.
12. Para un análisis del funcionamiento de este tipo de unidad en el marco de la Grecia
antigua, véase Gallant, Risk and survival (op. cit. n. 9), 62-81.
13. S.B. Pomeroy, Families in classical and hellenistic Greece, Oxford, 1997, 17-66;
C.B. Patterson, The family in Greek history, Cambridge, Mass., 1998, 43-69.
14. M.I. Finley, El mundo de Odiseo, 2ª ed. México, 1978, 67-68; cf. 59-130. Sobre la
noción de “economía”, Finley, Economía de la antigüedad (op. cit. n. 8); D. Musti,
L’economia in Grecia, Roma-Bari, 1981, 134-43; R. Descat, “Aux origines de
l’oikonomia grecque”, Quaderni Urbinati di Cultura Classica, 28 (1988), 103-19.
88 JULIÁN GALLEGO

Para críticas al modelo de Finley, cf. Osborne, “Orgullo y prejuicio” (op. cit. n.
9); I. Morris, “The Athenian economy twenty years after The ancient economy”,
Classical Philology (= CPh), 89 (1994), 351-66, reseña de E.E. Cohen, Athenian
economy and society. A banking perspective, Princeton, 1992, que deriva en una
consideración global sobre los actuales enfoques de la economía de la Grecia
antigua.
15. Para un estudio de las funciones del oîkos según las fuentes disponibles para el
caso ateniense, C.A. Cox, Household interests. Property, marriage strategies,
and family dynamics in ancient Athens, Princeton, 1998, 130-67.
16. Aristóteles, Política, 1252b 12‑4; véase Gallant, Risk and survival (op. cit. n.
9), 11-15.
17. A.V. Chayanov, La organización de la unidad económica campesina, Buenos
Aires, 1974, 48.
18. Aristóteles, Política, 1252b 9-22; M. Golden, Children and childhood in classical
Athens, Baltimore, 1990, 80-81, 141-42.
19. Jenofonte, Económico, I, 5. Jameson, “Agricultural labor” (op. cit. n. 2), 142,
estudia el pasaje y señala que en inglés oikía se corresponde con el término house
y oîkos con household o family; véase Isager & Skydsgaard, Greek agriculture
(op. cit. n. 9), 127.
20. Cf. Iseo, VI, 18; Isócrates, XIX, 7. D.M. MacDowell, “The oikos in Athenian
law”, Classical Quarterly (= CQ), 39 (1989), 10-21, en 10-11, analiza esta
información y la de los textos de Aristóteles y Jenofonte. Ver ahora Cox,
Household interests (op. cit. n. 15), 130-41.
21. Cf. Cox, Household interests (op. cit. n. 15); A. Biscardi, Diritto greco antico,
Varese, 1982, 96.
22. Sobre las relaciones entre estos factores, Sallares, Ecology of Greek world (op.
cit. n. 10), 195-202.
23. Burford, Land and labor (op. cit. n. 2), 33-48; L. Foxhall, “Household, gender
and property in classical Athens”, CQ, 39 (1989), 22-44, en 25-32; Hanson, The
other Greeks (op. cit. n. 9), 51-55, 59-60. Esto implica la articulación entre una
población y la tierra, es decir, demografía y agricultura, aspectos básicos que
constituyen lo que Sallares, Ecology of Greek world (op. cit. n. 10), 4-6, passim,
define como “ecología”; cf. S.C. Bakhuizen, “Social ecology of the ancient Greek
world”, L’Antiquité Classique (= AC), 44 (1975), 211-18. Al amparo del auge de
lo que cabe denominar “conciencia ecológica” los trabajos sobre el mundo rural
griego encuadrados en este marco comienzan a multiplicarse: por ejemplo, P.
Halstead & G. Jones, “Agrarian ecology in the Greek islands: time stress, scale
and risk”, Journal of Hellenic Studies (= JHS), 109 (1989), 41-55; O. Rackham,
“Ecology and pseudo-ecology: the example of ancient Greece”, en G. Shipley &
J. Salmon (eds.), Human landscapes in classical antiquity, Londres, 1996, 16-43;
J.F. Rodríguez Neila, Ecología en la Antigüedad clásica, Madrid, 1996. Para una
visión general del asunto, R. Ellen, Environment, subsistence and system. The
ecology of small-scale social formations, Cambridge, 1982; T.P. Bayliss-Smith,
The ecology of agricultural systems, Cambridge, 1982.
24. T. Shanin, La clase incómoda. Sociología política del campesinado en una
sociedad en desarrollo: Rusia 1910-1925, Madrid, 1983, 55.
25. Ver Gallant, Risk and survival (op. cit. n. 9), 13.
26. O. Murray, Grecia arcaica, 2a ed. Madrid, 1983, 56. El autor discrepa (ibid.,
282) con la cronología de la sociedad homérica propuesta por Finley, Mundo de
Odiseo (op. cit. n. 14), 56. Según Murray, habría que rebajarla en un siglo y situar
el contexto de los poemas homéricos hacia fines de la Edad Oscura. Esto permitiría
CAPÍTULO 3 89

complementar a Homero con Hesíodo (cf. ibid., 37-55); véase R. Osborne, La


formación de Grecia, 1200-479 a.C., Barcelona, 1998, 166-93.
27. Murray, Grecia arcaica (op. cit. n. 26), 67, 56.
28. Al respecto, J. Gallego, “«Costumbres en común», de Hesíodo a Aristófanes.
Las prácticas de sociabilidad campesina en la Grecia antigua”, Anales de Historia
Antigua y Medieval, 30 (1997), 7-70; cf. E.K.L. Francis, “The personality types of
the peasant according to Hesiod’s Works and Days”, Rural Sociology, 10 (1945),
275-95; P. Millett, “Hesiod and his world”, Proceedings of the Cambridge
Philological Societies, 210 (1984), 84-115.
29. En el propio poema hesiódico, la relación de la aldea con la ciudad en la que actúan
los “basileîs devoradores de dones” da precisamente esta idea; cf. Trabajos y
días, 27-39. Sobre la noción de sociedad parcial, J. Redfield, Peasant society and
culture, Chicago, 1956, 23-39. Cf. J.D. Powell, “Sobre la definición de campesinos
y de sociedad campesina”, en L.J. Bartolomé & E.E. Gorostiza (eds.), Estudios
sobre el campesinado latinoamericano. La perspectiva de la antropología social,
Buenos Aires, 1974, 45-53; P. Worsley, “Economías campesinas”, en R. Samuel
(ed.), Historia popular y teoría socialista, Barcelona, 1984, 169-76.
30. Por ejemplo, E.R. Wolf, Los campesinos, Barcelona, 1971, 12, 18-20; T. Shanin,
“Peasantry: delineation of a sociological concept and a field of study”, European
Journal of Sociology, 12 (1971), 289-300, en 296; Naturaleza y lógica de la
economía campesina, Barcelona, 1976, 8.
31. Cf. Hanson, The other Greeks (op. cit. n. 9), 25-45. Osborne, Formación de
Grecia (op. cit. n. 26), 422, discute la idea de Hanson de una Edad Oscura basada
esencialmente en el pastoreo y el cambio revolucionario que habría significado
la aparición durante el siglo VIII de una agricultura familiar intensiva a raíz del
aumento de población. Véase P. Guiraud, La propriété foncière en Grèce jusqu’à
la conquête romaine, París, 1893, 635; Amouretti, Pain et huile (op. cit. n. 2),
199-200.
32. Foxhall, “Attic landscape” (op. cit. n. 3), 155 y n. 1, da las referencias
bibliográficas. El comentario de Foxhall que tomamos no es su opinión sino su
síntesis de las perspectivas respecto de la cuestión.
33. Sobre la pertinencia de los conceptos ingleses farmer y peasant destacados en
nuestra exposición, J. Gallego, “¿Peasant o farmer? Definiendo a los antiguos
labradores griegos”, Ancient History Bulletin, 15 (2001), 172-85.
34. Ver J. Gallego, “La agricultura en la Grecia antigua. Los labradores y el despegue
de la pólis”, Historia Agraria, 32 (2004), 13-33.
35. Osborne, Formación de Grecia (op. cit. n. 26), 81-83, 87-90.
36. Cf. Hesíodo, Trabajos y días, 405.
37. Aristóteles, Política, 1252b 10-12. Sobre la voz oikétes como un modo de
designar la situación de esclavitud, ver D. Plácido, “Los «oikétai» entre la
dependencia personal y la producción para el mercado”, en M. Moggi & G.
Cordiano (eds.), Schiavi e dipendenti nell’ambito dell’“oikos” e della “familia”,
Pisa, 1997, 105-16; Hanson, “Desertion of Attic slaves” (op. cit. n. 7), 222 y n.
25.
38. Hesíodo, Trabajos y días, 406. Esto debe ser tomado con recaudo, ya que este
verso se considera espurio. De todos modos, no deja de ser una posible indicación
de una situación interesante.
39. Chayanov, Unidad económica campesina (op. cit. n. 17), 69-95; Chayanov y
la teoría de la economía campesina, México, 1981 (con artículos del propio
Chayanov, B. Kerblay, D. Thorner y M. Harrison); E.P. Durrenberger (ed.),
Chayanov, peasants, and economic anthropology, San Diego, 1984; A. Schejtman,
90 JULIÁN GALLEGO

“Economía campesina: lógica interna, articulación y persistencia”, Revista de la


Cepal, 11 (1980), 121-40; E. Archetti, “Una visión general de los estudios sobre
el campesinado”, en Campesinado y estructuras sociales en América Latina, Quito,
1981, 13-48; K. Heynig, “Principales enfoques sobre la economía campesina”,
Revista de la Cepal, 16 (1982), 115-42.
40. Ver P. Vilar, “¿Economía campesina?”, en Iniciación al vocabulario del análisis
histórico, Barcelona, 1980, 265-311, en 275. Esta crítica a la visión chayanoviana
no es la única; cf. U. Patnaik, “Neo-populism and Marxism: the Chayanovian view
of the agrarian question and its fundamental fallacy”, Journal of Peasant Studies
(= JPS), 6 (1979), 375-420. Pero otros han tratado de hacer afines estos enfoques:
M. Harrison, “The peasant mode of production in the work of A.V. Chayanov”,
JPS, 4 (1977), 324-36; “Chayanov and the Marxists”, JPS, 7 (1980), 86-100; F.
Cortés y O. Cuéllar, “Lenin y Chayanov, dos enfoques no contradictorios”,
Nueva Antropología, IX, 31 (1986), 63-101.
41. Aristóteles, Política, 1252b 22-3; cf. Homero, Odisea, IX, 114.
42. Aristóteles, Política, 1252a 24-1252b 23.
43. Finley, Economía de la antigüedad (op. cit. n. 8), 16-17. Cf. P. Garnsey & R.
Saller, El Imperio romano. Economía, sociedad y cultura, Barcelona, 1991,
151-76.
44. Cf. Isager & Skydsgaard, Greek agriculture (op. cit. n. 9), 120-34; Burford, Land
and labor (op. cit. n. 2), 15-48. Ver M.H. Jameson, “Private space and the Greek
city”, en O. Murray & S. Price (eds.), The Greek city from Homer to Alexander,
Oxford, 1990, 171-95; D. Lewis, “Public property in the city”, en ibid., 245-63;
S. Isager, “Sacred and profane ownership of land”, en Wells (ed.), Agriculture in
Greece (op. cit. n. 2), 119-22. En cuanto a Atenas, ver M.I. Finley, Studies in land
and credit in ancient Athens, 500-200 B.C. The Horos inscriptions, 2a ed. New
Brunswick, 1985, 74-78; Osborne, Demos (op. cit. n. 8), 47-63. Acerca de Esparta,
S. Hodkinson, “Land tenure and inheritance in classical Sparta”, CQ, 36 (1986),
378-406; Property and wealth (op. cit. n. 2), 65-112; J.M. Casillas, “Propiedad
fundiaria y riqueza económica en Esparta. Un acercamiento a la herencia”, en D.
Plácido et al. (eds.), Imágenes de la Polis, Madrid, 1997, 135-60.
45. Hesíodo, Trabajos y días, 405-6, 602-3.
46. Lo cual implica que esta última posibilidad, si bien cierta, no fuera la más común,
pues para llevar a cabo la labranza era necesario, de ser posible, tener un esclavo
y, además, el propio campesino debía arar el suelo afanosamente junto con sus
dependientes. Cf. Hesíodo, Trabajos y días, 436-41, 458-62.
47. Pero véase al respecto Homero, Odisea, XXIV, 511-2; Aristófanes, Paz, 1138-9;
Jenofonte, Económico, VII, 35; [Aristóteles], Económico, 1344a 3-6; Alcifrón,
III, 25, 2; 26. Cf. Sallares, Ecology of Greek world (op. cit. n. 10), 83.
48. Sobre la esclavitud femenina, P. Vidal-Naquet, “Esclavitud y ginecocracia en la
tradición, el mito y la utopía”, en Formas de pensamiento y formas de sociedad
en el mundo griego. El cazador negro, Barcelona, 1983, 241-61; también de Ste.
Croix, Class Struggle (op. cit. n. 6), 98-111; J. Redfield, “El hombre y la vida
doméstica”, en J.-P. Vernant (ed.), El hombre griego, Madrid, 1993, 175-210,
en 200-4, y en especial D. Plácido, “La mujer en el oîkos y en la pólis: formas
de dependencia económica y de esclavización”, en F. Reduzzi & A. Storchi
(eds.), Femmes-esclaves. Modèles d’interprétation anthropologique, économique,
juridique, Nápoles, 1999, 13-19.
49. De la abundante producción sobre el lugar de la mujer griega en el hogar ver C.
Mossé, La mujer en la Grecia clásica, Madrid, 1990, 15-39, y esp. D. Plácido,
“Pólis y oîkos: los marcos de la integración y de la «desintegración» femenina”,
CAPÍTULO 3 91

en M.J. Rodríguez Mampaso et al. (eds.), Roles sexuales. La mujer en la historia


y la cultura, Madrid, 1994, 15-21; N. Demand, Birth, death, and motherhood in
classical Greece, Baltimore, 1994, 1-32; M. Romero Recio, “Mujer, producción
y reproducción en el mundo colonial griego arcaico”, en P. Ortega et al. (eds.),
Mujer, ideología y población. II Jornadas de roles sexuales y de género, Madrid,
1998, 61-68. Para un análisis general del rol femenino dentro de la economía
campesina, F. Ellis, Peasant economics. Farm households and agrarian
development, 2ª ed. Cambridge, 1993, 171-80; R. McC. Netting, Smallholders,
householders. Farm families and the ecology of intensive, sustainable agriculture,
Stanford, 1993, 67-70.
50. Ferécrates, fr. 10 (Kock, I, 147) = Ateneo, VI, 263b.
51. Eurípides, Electra, 71-79; cf. 307-9, donde se habla de la confección de ropa como
tarea habitual de la mujer campesina.
52. M.I. Finley, “La alienabilidad del suelo en la Grecia antigua”, en Uso y abuso
de la historia, Barcelona, 1977, 236-47; véase Burford, Land and labor (op. cit.
n. 2), 49-55; J. Gallego, “La sociedad campesina: del territorio rural al espacio
cívico. Tierra y política en la Grecia antigua”, Anuario del Instituto de Estudios
Histórico-Sociales, 11 (1996), 273-99, en 280-84.
53. Hesíodo, Trabajos y días, 341; 336-40. Hanson, The other Greeks (op. cit. n. 9),
108. Sobre la venta o hipoteca de la tierra en caso de imperiosa necesidad del
hogar campesino, Gallant, Risk and survival (op. cit. n. 9), 128-29.
54. Hesíodo, Tabajos y días, 27-36.
55. Shanin, La clase incómoda (op. cit. n. 24), 97-101. Sobre el lazo entre riqueza
y tamaño de la familia con respecto a la superficie de la granja, Netting,
Smallholders, householders (op. cit. n. 49), 12-15, 263-74; cf. Ellen, Environment,
subsistence and system (op. cit. n. 23), 267-71.
56. Cf. M.I. Finley, Historia antigua. Problemas metodológicos, Barcelona, 1986,
18, 95-96, 103.
57. Al respecto, A. Snodgrass, La Grèce archaïque. Le temps des apprentissages,
París, 1986, 20-23; Sallares, Ecology of Greek world (op. cit. n. 10), 42-293;
cf. Osborne, Formación de Grecia (op. cit. n. 26), 91-104. Recientemente,
W. Scheidel, “The Greek demographic expansion: models and comparisons”,
JHS, 123 (2003), 120-40, en 126-31, ha planteado un embate definitivo contra
el hecho de que los enterramientos sean una evidencia sólida para el aumento
poblacional.
58. Snodgrass, Grèce archaïque (op. cit. n. 57), 15-42. Cf. Murray, Grecia arcaica
(op. cit. n. 26), 97-115; Sallares, Ecology of Greek world (op. cit. n. 10), 86-92,
202-3; A. Domínguez Monedero, La polis y la expansión colonial griega. Siglos
VIII-VI, Madrid, 1993, 86-89, 97-134; Osborne, Formación de Grecia (op. cit.
n. 26), 84-87, 91-111, 130-58, 235-40.
59. M.I. Finley, La Grecia primitiva: la Edad de Bronce y la era arcaica, Barcelona,
1983, 114-24; Domínguez Monedero, Polis y expansión colonial (op. cit. n. 58),
150-53. Según Hanson, The other Greeks (op. cit. n. 9), 39: “La colonización de
los siglos VIII y VII no alivió la necesidad del cambio agrícola local, sino que
más bien fue un síntoma de que tal transformación estaba ya ocurriendo en la
propia Grecia” (subrayado original).
60. D. Foraboschi, “Esiodo e i pascoli arcaici”, Athenaeum, 72 (1984), 275-80.
Hanson, The other Greeks (op. cit. n. 9), 27-46, brinda una análisis del contexto
histórico en el que ocurriría el cambio del equilibrio entre pastoreo y agricultura.
Para una crítica a las visiones que conjeturan una Edad Oscura pastoril contrapuesta
a las etapas previa y posterior, ambas plenamente agrícolas, J.F. Cherry,
92 JULIÁN GALLEGO

“Pastoralism and the role of animals in the pre- and protohistoric economies of
the Aegean”, en C.R. Whittaker (ed.), Pastoral economies in classical antiquity,
Cambridge, 1988, 6-34, en 26-30; Osborne, Formación de Grecia (op. cit. n. 26),
76-77, 81-83.
61. R. Lane Fox, “Aspects of inheritance in the Greek world”, en P. Cartledge &
F.D. Harvey (eds.), Crux. Essays in Greek history presented to G.E.M. de Ste.
Croix on his 75th birthday, Londres, 1985, 208-32.
62. Hesíodo, Trabajos y días, 37-39. Cf. D. Asheri, “Laws of inheritance, distribution
of land and political constitutions in ancient Greece”, Historia, 12 (1963), 1-21,
en 5-6.
63. Hesíodo, Trabajos y días, 376-78.
64. G. Cambiano, “Hacerse hombre”, en Vernant (ed.), Hombre griego (op. cit. n.
48), 101-37, en 103-5, destaca que la exposición de niñas debió ser mayor que
la de niños y que esto, por lo general, no afectaba al primogénito. Cf. D. Engels,
“The problem of female infanticide in the Greco-Roman world”, CPh, 75 (1980),
112-20; Golden, Children and childhood (op. cit. n. 18), 86-90; W.V. Harris,
“The theoretical possibility of extensive infaticide in the Graeco-Roman world”,
CQ, 32 (1982), 114-16; Garnsey, Famine and food supply (op. cit. n. 9), 63-68;
P. Brulé, “Infanticide et abandon d’enfants. Pratiques grecques et comparaisons
anthropologiques”, Dialogues d’Histoire Ancienne, 18 (1992), 53-90. Sobre la
exposición de niños como fuente de aprovisionamiento de esclavos, ver Finley,
Esclavitud antigua (op. cit. n. 8), 167 y n. 17; Gallant, Risk and survival (op.
cit. n. 9), 131-33; K. Bradley, Esclavitud y sociedad en Roma, Barcelona, 1998,
52, 61.
65. Aristófanes, Acarnienses, 731-34; cf. 735-37.
66. Finley, Economía de la antigüedad (op. cit. n. 8), 146.
67. Los problemas del tamaño de la unidad y la disponibilidad de tierras son temas
que, obviamente, resultan recurrentes en los estudios sobre el campesinado y
la toma de decisiones en función de las estrategias de explotación agraria. Ver
J.A. Roumasset, Rice and risk. Decision making among low-income farmers,
Amsterdam, 1976, 79-100; H.N. Barnum & L. Squire, A model of an agricultural
household. Theory and evidence, Baltimore, 1979, 5-13; P.F. Barlett (ed.),
Agricultural decision making. Anthropological contributions to rural development,
Orlando, 1980; M. Strange, Family farming. A new economic vision, San
Francisco, 1988, 84-100; Ellis, Peasant economics (op. cit. n. 49), 201-22;
Netting, Smallholders, householders (op. cit. n. 49), 146-56.
68. Finley, Land and credit (op. cit. n. 44), 58-59; V.N. Andreyev, “Some aspects
of agrarian conditions in Attica in the fifth to third centuries B.C.”, Eirene, 12
(1974), 5-46, en 14-16; cf. D.M. Lewis, “The Athenian rationes centesimarum”,
en M.I. Finley (ed.), Problèmes de la terre en Grèce ancienne, París, 1973, 187-
212; Burford, “Family farm” (op. cit. n. 9), 168-72; Land and labor (op. cit.
n. 2), 67-72; V.D. Hanson, Warfare and agriculture in classical Greece, 2a ed.
Berkeley, 1998, 42-43; The other Greeks (op. cit. n. 9), 181-201; Ober, Fortress
Attica (op. cit. n. 10), 22-23; Garnsey, Famine and food supply (op. cit. n. 9), 46;
Gallant, Risk and survival (op. cit. n. 9), 82-87; Isager & Skydsgaard, Greek
agriculture (op. cit. n. 9), 78-79; Osborne, “Is it a farm?” (op. cit. n. 3), 24-25;
Foxhall, “Attic landscape” (op. cit. n. 3), 156-58; Jameson, “Class in Greek
countryside” (op. cit. n. 9); también T.D. Boyd & M.H. Jameson, “Urban and
rural land division in ancient Greece”, Hesperia, 50 (1981), 327-42.
69. Bradley, Esclavitud en Roma (op. cit. n. 64), 52.
CAPÍTULO 3 93

70. C. Meillassoux, Mujeres, graneros y capitales. Economía doméstica y capitalismo,


México, 1977, 67-74.
71. Ver los argumentos para el caso romano desarrollados por Garnsey & Saller,
Imperio romano (op. cit. n. 43), 170-73. Cf. infra, el problema de la adopción.
72. Burford, Land and labor (op. cit. n. 2), 77.
73. Meillassoux, Mujeres, graneros y capitales (op. cit. n. 70), 54-77.
74. S.H. Franklin, The European peasantry: the final phase, Londres, 1969, 1 y 19
(citado por Finley, Economía de la antigüedad (op. cit. n. 8), 147). Al respecto,
ver Ellis, Peasant economics (op. cit. n. 49), 208-11; Netting, Smallholders,
householders (op. cit. n. 49), 102-22.
75. Ver R.E. Seavoy, Famine in peasant societies, Nueva York, 1986, 18-24, 358-
66, que critica la idea de subempleo aplicada a la economía campesina, aunque
reconoce que es posible una intensificación del trabajo campesino, pero subordina
esto a la indolencia hacia el trabajo manifestada por los campesinos según los
requisitos de consumo, lo cual lo acerca a la posición de Chayanov, Unidad
económica campesina (op. cit. n. 17), 69-95, que subordina la producción, y por
ende el esfuerzo laboral, a la satisfacción de las necesidades de consumo, pero
dentro de un ciclo vital en que la cantidad de tierra, el tamaño de la familia y
la edad biológica de la misma hacen variar las exigencias de trabajo. Gallant,
Risk and survival (op. cit. n. 9), 87-92, ha aplicado este modelo al análisis de la
situación del campesinado en la Grecia antigua.
76. Wood, Peasant-citizen (op. cit. n. 6), 61-63; Burford, Land and labor (op. cit.
n. 2), 77-78.
77. Sobre el uso de mano de obra dependiente para el trabajo cotidiano dentro de
la unidad campesina, según se desprende del poema hesiódico, G. Nussbaum,
“Labour and status in the Works and Days”, CQ, 54 (1960), 213-20. Hesíodo no
era un granjero indigente sino que pertenecía a un sector acomodado capaz de
utilizar cierto número de trabajadores sometidos; Finley, Grecia primitiva (op.
cit. n. 59), 154; “Entre esclavitud y libertad”, en Grecia antigua (op. cit. n. 8),
127-47, en 143; cf. W. Beringer, “«Sevile status» in the sources for early Greek
history”, Historia, 31 (1982), 13-32; T. Rihll, “The origin and establishment of
ancient Greek slavery”, en M.L. Bush (ed.), Serfdom and slavery. Studies in legal
bondage, Londres, 1996, 89-111, en 90-101.
78. Hesíodo, Trabajos y días, 405, 436-38.
79. Ibid., 441-47 y 405-6, respectivamente.
80. Ibid., 458-61.
81. Ibid., 502, 573, 597, 608, 766: sirvientes en plural (dmôes); 430, 470: sirviente
en singular (dmôos). Cf. Homero, Odisea, XXIV, 208-10, sobre la existencia de
sirvientes (dmôes) en la granja de Laertes.
82. Ibid., 602-3.
83. Solón, fr. 13, 47-8 (West).
84. Cf. Aristóteles, Constitución de Atenas, VII, 3-4; cf. XIII, 2.
85. Respecto de esclavitud y su relación con la granja familiar en las obras
aristofánicas, Y. Garlan, Les esclaves en Grèce ancienne, París, 1982, 73-74,
que traza un cuadro con la cantidad de esclavos que tenían los labradores áticos
según los datos que brinda Aristófanes y concluye que, en promedio, poseerían
alrededor de tres cada uno. Cf. M.-M. Mactoux, Douleia. Esclavage et pratiques
discursives dans l’Athènes classique, París, 1980, 125-77.
86. Aristófanes, Asambleístas, 243-44. Es interesante comprobar la sorpresa que
provoca el discurso de Praxágora en las otras mujeres; por un lado, por ser mujer,
94 JULIÁN GALLEGO

pero, por otro, seguramente debido a la excepcionalidad de que alguien del pueblo
pudiera manejar el discurso oral de manera tan desenvuelta. Esta situación ha
sido vinculada con razón a la del campesino que debía soportar la arrogancia de
la gente de la ciudad; V. Ehrenberg, L’Atene di Aristofane. Studio sociologico
della commedia attica antica, Florencia, 1957, 123. Cf. infra, n. 127. El traslado
de los campesinos del Ática a la ciudad se produjo a causa de la estrategia de
Pericles. Cf. Tucídides, II, 16-17.
87. Aristófanes, Asambleístas, 650-51. Cf. Ehrenberg, L’Atene di Aristofane (op.
cit. 86), 114-21; S.C. Humphreys, “Economy and society in classical Athens”,
Annali della Scuola Normale Superiore di Pisa (= ASNP), II, 39 (1970), 1-26, en
16; Gallant, Risk and survival (op. cit. n. 9), 32.
88. Aristófanes, Asambleístas, 591-93.
89. Aristófanes, Caballeros, 40-44; cf. Avispas, 136.
90. Aristófanes, Paz, 44-80; cf. Acarnienses, 243, 259; también Avispas, 433, 443-
47.
91. Aristófanes, Pluto, 26-29, 254, 510-21, 1105. Al respecto, cf. J. Gallego,
“Campesinos y esclavos en el Plutos de Aristófanes. El mundo rural ateniense
a comienzos del siglo IV a.C.”, en P.A. Cavallero et al., Aristófanes, Riqueza.
Introducción, versión y notas, Buenos Aires, 2002, 243-49.
92. Aristófanes, Paz, 1146-48; cf. 1249: en agrô toîs oikétaisin; Jenofonte,
Memorabilia, II, 3, 3; Económico, VII, 35.
93. Teofrasto, Caracteres, IV, 6; cf. Menandro, Labrador, 56; Díscolo, 328-31.
94. También podía ocurrir que los labradores alquilaran esclavos. Véase R. Flacelière,
La vida cotidiana en Grecia en el siglo de Pericles, Madrid, 1993, 70.
95. Nussbaum, “Labour and status” (op. cit. n. 77), 218-19.
96. Sobre la significación histórico-social de los dmôes en la Grecia arcaica, Beringer,
“Servile status” (op. cit. n. 77), 27-28.
97. E. Will, “Hésiode: crise agraire? ou recul de l’aristocratie?”, Revue des Études
Grecques (= REG), 78 (1965), 542-56, en 547-49, 555-56.
98. Sobre este concepto, C. Astarita, “Esclavitud y servidumbre en la Alta Edad
Media. En torno a un artículo de Pierre Bonnassie”, Anuario de Historia, 12 (1987),
45‑46. Cf. B. Hindess y P.Q. Hirst, Los modos de producción precapitalistas,
Barcelona, 1979, 113-17 y 338, n. 1.
99. Hesíodo, Trabajos y días, 458-60.
100. Según Filocoro, FGrHist, 328 F 97 = Macrobio, Saturnalia, I, 10, 22, el esclavo
del labrador se sumaba a la familia tanto en lo relativo a las tareas de cultivo como
en lo concerniente a la alimentación en la misma mesa.
101. Y así lo deja ver Hesíodo a lo largo de todo el poema, pues sus consejos se dirigen
al campesino que debe saber llevar a cabo las tareas en el momento apropiado así
como asignar los trabajos necesarios a quienes de él dependen.
102. La existencia de este tipo de fuerza de trabajo como parte de la unidad campesina
griega había sido sugerida, aunque sin ser argumentada, por Ehrenberg, L’Atene
di Aristofane (op. cit. 86), 114; Flacelière, Vida cotidiana (op. cit. n. 94), 70; M.I.
Finley, “¿Se basó la civilización griega en el trabajo esclavo?”, en C. Mossé et al.,
Clases y luchas de clases en la Grecia antigua, Madrid, 1977, 103-27, en 107. C.
Mossé, El trabajo en Grecia y Roma, Madrid, 1980, 84. Para demostraciones más
acabadas, Jameson, “Agriculture and slavery” (op. cit. n. 5); “Agricultural labor”
(op. cit. n. 2), 142-45; Amouretti, Pain et huile (op. cit. n. 2), 215-16; Burford,
Land and labor (op. cit. n. 2), 208-22; Hanson, “Desertion of Attic slaves” (op.
cit. n. 7); The other Greeks (op. cit. n. 9), 63-70. Gallant, Risk and survival (op.
CAPÍTULO 3 95

cit. n. 9), 33, hace hincapié en las dificultades que traía a los campesinos griegos
la compra de esclavos, coincidiendo así con Wood, Peasant-citizen (op. cit. n.
6), 63. Véase el reciente balance de A.L. Chevitarese, O espaço rural da pólis
grega. O caso ateniense no período clássico, Río de Janeiro, 2000, 93-117.
103. Sobre la adopción, Asheri, “Laws of inheritance” (op. cit. n. 62), 7-9; Cox,
Household interests (op. cit. n. 15), 148-51.
104. Murray, Grecia arcaica (op. cit. n. 26), 56.
105. Hesíodo, Trabajos y días, 393-400, 451-54, 646-47.
106. Ibid., 602; Teofrasto, Caracteres, IV, 6. Cf. asimismo Aristófanes, Avispas, 712,
y la alusión a los pobres del campo en Pluto, 219. Ver Finley, “Trabajo esclavo”
(op. cit. n. 102), 107. Sobre este tipo de trabajo en el mundo griego, cf. Y. Garlan,
“Le travail libre en Grèce ancienne”, en P. Garnsey (ed.), Non-slave labour in
the Greco-Roman world, Cambridge, 1980, 6-22; de Ste. Croix, Class struggle
(op. cit. n. 6), 179-88; G. Nenci, “Il problema della concorrenza fra manodopera
libera e servile nella Grecia classica”, ASNP, III, 8 (1978), 1287-1300.
107. Homero, Ilíada, XXI, 441-52; Odisea, XI, 489-91; XVIII, 346-61. Cf. Finley,
Mundo de Odiseo (op. cit. n. 14), 67-69.
108. Ver P. Garnsey, Cities, peasants and food (op. cit. n. 8), 134-48, y J.E.
Skydsgaard, “Non-slave labour in rural Italy during the late Republic”, en Garnsey
(ed.), Non-slave labour (op. cit. n. 106), 65-72 Fo. Pero es necesario aclarar que
Garnsey, refiriéndose a las haciendas esclavistas romanas, indica que el trabajo
temporal era aportado por campesinos pobres, es decir, propietarios con parcelas
pequeñas.
109. Cf. Mossé, Trabajo en Grecia y Roma (op. cit. n. 102), 84-85.
110. Iseo, IX, 18: syngeorgoûntes, “que labran conjuntamente”; cf. Aristófanes,
Pluto, 223-25. Ver Finley, “Trabajo esclavo” (op. cit. n. 102), 107; Osborne,
Demos (op. cit. n. 8), 144-45 y n. 52; Gallego, “Costumbres en común” (op. cit.
n. 28), 34. También P. Millett, “La economía”, en R. Osborne (ed.), La Grecia
Clásica, 550-323 a.C., Barcelona, 2002, 31-62, en 38; Chevitarese, Espaço rural
(op. cit. n. 102), 117-29.
111. Hemos elaborado esta idea a partir de M.I. Finley, “Homero y Micenas: propiedad
y tenencia”, en Grecia antigua (op. cit. n. 8), 260: “Nada de lo que he dicho hasta
aquí excluye la posibilidad de que hubiera labranza bajo una disciplina comunal, en
un sistema de campo libre. Uno de los paneles del escudo de Aquiles, realmente se
presta fácilmente a esa interpretación (Homero, Ilíada, XVIII, 541-9)… [Pero] un
sistema de campo libre puede coexistir con cercas y caseríos… En segundo lugar,
el trabajo «comunal» de la tierra nunca presupone, como correlativo necesario, la
posesión comunal de la tierra. En tiempos históricos se encuentra más a menudo
lo primero que lo segundo. En tercer lugar, no existe un proceso fijo de evolución,
por el cual el sistema de campo libre sea siempre la forma de organizar el trabajo
de labranza más primitiva, y el de cercas y caseríos la más moderna”. Véase F.
Gschnitzer, Historia social de Grecia, Madrid, 1987, 56-57.
112. Gallego, “Costumbres en común” (op. cit. n. 28), 19-28; Gallant, Risk and
survival (op. cit. n. 9), 155-58. Sobre el Ática, Osborne, Demos (op. cit. n. 8),
127-53; Cox, Household interests (op. cit. n. 15), 194-202.
113. Sobre esto último, con fuentes y bibliografía, Gallego, “Costumbres en común”
(op. cit. n. 28), 30-37.
114. Jameson, “Agricultural labor” (op. cit. n. 2), 131-32.
115. Cf. Asheri, “Laws of inheritance” (op. cit. n. 62), 5-6.
116. Ibid., 3.
117. Véase Hanson, The other Greeks (op. cit. n. 9), 189-91.
96 JULIÁN GALLEGO

118. Asheri, “Laws of inheritance” (op. cit. n. 62), 7-10.


119. Cf. Iseo, VI, 25; I, 2; 35; también [Demóstenes], XLVIII, 19.
120. Aristóteles, Política, 1270b 5-6.
121. Plutarco, Agis, V, 3.
122. P. Oliva, Esparta y sus problemas sociales, Madrid, 1983, 191-96; cf. también D.
Asheri, “Sulla legge di Epitadeo”, Athenaeum, 39 (1961), 45-68.
123. P. Cartledge, Sparta and Lakonia. A Regional History 1300-362 BC, Londres,
1979, 167-68, 307-17, y esp. Hodkinson, Property and wealth (op. cit. n. 2), 90-
94.
124. Respecto de la importancia del campesinado en la Atenas clásica, cf. supra, n. 8.
El campesino estaba mejor amparado en las democracias griegas debido a medidas
políticas. En este sentido, véase la comparación entre la Atenas democrática y la
República romana que realiza Garnsey, Cities, peasants and food (op. cit. n. 8),
91-105. Sobre los demos rurales, Osborne, Demos (op. cit. n. 8); D. Whitehead,
The demes of Attica 508/7‑ca. 250 BC. A political and social study, Princeton, 1986;
M.K. Langdon, “The territorial basis of the Attic demes”, Symbolae Osloenses,
40 (1985), 5-15; F.J. Frost, “The rural demes of Attica”, y G.R. Stanton, “The
rural demes and Athenian politics”, ambos en W.D.E. Coulson et al. (eds.), The
archaeology of Athens and Attica under the democracy, Oxford, 1994, 173-74 y
217-24, respectivamente. Cf. I. Morris, “Village society and the rise of the Greek
state”, en Doukellis & Mendoni (eds.), Structures rurales (op. cit. n. 9), 49-53,
que generaliza el modelo de la comuna aldeana como base para el desarrollo de
la pólis griega en tanto estado segmentario, no jerárquico, entre los siglos VIII y
IV a.C.
125. M.H. Hansen, “Demographic reflections on the number of Athenian citizens
451-309 BC”, AJAH, 7 (1982), 172-89; The Athenian democracy in the age of
Demosthenes. Structure, principles and ideology, Oxford, 1991, 90-94; J.M.
Williams, “Solon’s class system, the manning of Athens’ fleet, and the number
of Athenian thêtes in the late fourth century”, Zeitschrift für Papyrologie und
Epigraphik, 52 (1983), 241-45. Asimismo, Osborne, “Is it a farm?” (op. cit. n.
3), 24; Foxhall, “Attic landscape” (op. cit. n. 3), 156, que toman un número de
ciudadanos similar al estimado aquí y analizan cómo pudo haber estado distribuida
la tierra según el tamaño de las propiedades.
126. Ver las conclusiones de J.K. Davies, Wealth and the power of wealth in classical
Athens, Salem, 1984; también La democracia y la Grecia clásica, Madrid, 1981,
89-115. Cf. P. Demont, “A propos de la démocratie athénienne et de la cité
grecque”, REG, 108 (1995), 198-210.
127. En su Argumentum a Lisias, XXXIV (Sobre la constitución ancestral), Dioniso
de Halicarnaso, XXXII (Sobre las oraciones de Lisias), asegura que si se hubiera
aceptado la propuesta de un tal Formisio de limitar la ciudadanía a aquellos
que poseyeran tierras, sólo 5.000 ciudadanos hubieran quedado excluidos de
la ciudadanía. Cf. Asheri, “Laws of inheritance” (op. cit. n. 62), 2; también P.
Lévêque, “Las diferenciaciones sociales en el seno de la democracia ateniense del
siglo V”, en C.E. Labrousse et al., Ordenes, estamentos y clases, Madrid, 1973,
5-17, en 15. Las consecuencias de este hecho son asumidas plenamente por C.
Mossé, “Le statut des paysans en Attique au IVe siècle”, en Finley (ed.), Problèmes
de la terre (op. cit. n. 68), 179-86; “Las clases sociales en Atenas en el siglo IV”,
en el volumen de Labrousse et al. recién citado, 16-25; “El siglo IV (403-336)”,
en E. Will, C. Mossé & P. Goukowsky, El mundo griego y el Oriente. Tomo II.
El siglo IV y la época helenística, Madrid, 1998, 9-219, en 99-101; Hanson, The
other Greeks (op. cit. n. 9), 357-403.
CAPÍTULO 3 97

128. En los trabajos citados en la nota anterior, tanto Lévêque como Mossé señalan
este hecho desde un punto de vista socioeconómico. Cf. D. Plácido, La sociedad
ateniense. La evolución social en Atenas durante la guerra del Peloponeso,
Barcelona, 1997, 144-57. A partir de las comedias de Aristófanes, el punto también
ha sido indicado por Ehrenberg, L’Atene di Aristofane (op. cit. 86), 103-33. La
cuestión fue retomada recientemente desde una perspectiva político-cultural en
la que el ágroikos se degrada respecto del asteîos; cf. P. Borgeaud, “El rústico”,
en Vernant (ed.), Hombre griego (op. cit. n. 48), 323-38; F. Hartog, Mémoire
d’Ulysse. Récits sur la frontière en Grèce ancienne, París, 1996, 131-36. Véase
Osborne, Demos (op. cit. n. 8), 185-87; A. Fouchard, Aristocratie et démocratie.
Idéologies et sociétés en Grèce ancienne, París, 1997, 342-49. En este contexto,
no es extraño que se pudiera afirmar que la crisis de la pólis implicó un “abandono
del ideal del campesino ciudadano”; M. Austin & P. Vidal-Naquet, Economía y
sociedad en la Grecia antigua, Barcelona, 1986, 135-38, 147-48.
129. Hanson, Warfare and agriculture (op. cit. n. 68); The western way of war. Infantry
battle in classical Greece, 2ª ed. Berkeley, 2000, 27-39; The other Greeks (op.
cit. n. 9), 291-323. Cf. P. Harvey, “New harvests reappear: the impact of war on
agriculture”, Athenaeum, 64 (1986), 205-18.
130. Hanson, Warfare and agriculture (op. cit. n. 68), 129-73. Por ejemplo, Andreyev,
“Agrarian conditions” (op. cit. n. 68), 18-19, y E. Will, “Le territoire, la ville et
la poliorcétique grecque”, Revue Historique, 253 (1975), 297-318, en 301-4.
131. Ober, Fortress Attica (op. cit. n. 10), 13-14. Ver B.S. Strauss, Athens after the
Peloponnesian war. Class, faction and policy 403-386 BC, Ithaca, 1986, 43-45.
132. Ober, Fortress Attica (op. cit. n. 10), 191-222; M.H. Munn, The defense of Attica.
The Dema wall and the Boiotian war of 378-375 BC, Berkeley, 1993, 3-33, 187-95;
Y. Garlan, Guerre et économie en Grèce ancienne, París, 1989, 93-142; Hanson,
Warfare and agriculture (op. cit. n. 68), 77-128.
133. L. Foxhall, “Labranza y combate en la Grecia antigua”, en Gallego (ed.), Mundo
rural (op. cit. n. 1), 210-21.
134. S. Hornblower, El mundo griego 479‑323 AC, Barcelona, 1985, 278‑89, señala
la diferencia existente entre Esparta y Atenas respecto de la posición de las mujeres
como transmisoras de herencia: “la libertad matrimonial –concluye– significaba
que el dinero tendía a casarse con el dinero”. En Atenas, en cambio, la tendencia fue
restringida artificialmente a partir de la prohibición que pesaba sobre las epiklêroi.
Sobre esto, L. Gernet, “Sur l’épiclérat”, REG, 34 (1921), 337-79; Asheri, “Laws
of inheritance” (op. cit. n. 62), 16-20; Lane Fox, “Aspects of inheritance” (op. cit.
n. 61), 220-28. En cuanto a Atenas, Golden, Children and childhood (op. cit. n.
18), 108-12, 119-22; cf. G.E.M. de Ste. Croix, “Some observations on the property
rights of the Athenian women”, Classical Rreview, 20 (1970), 273-78, 387-90. Para
Esparta, P. Cartledge, “Spartan wives: liberation or licence?”, CQ, 31 (1981),
84-105. Estos problemas han sido investigados por Hodkinson, “Land tenure and
inheritance” (op. cit. n. 44), 394-404; “Inheritance, marriage and demography:
perspectives upon the success and decline of classical Sparta”, en A. Powell
(ed.), Classical Sparta. Techniques behind her success, Norman, 1989, 79-121,
en 80-89, y Property and wealth (op. cit. n. 2), 94-103. Las cuestiones indicadas
nos derivan hacia el asunto del matrimonio en el mundo griego; cf. H.J. Wolff,
“Marriage law and family organization in ancient Athens”, Traditio, 2 (1944),
43-95, y esp. el reciente trabajo de Cox, Household interests (op. cit. n. 15). Sobre
el matrimonio en el mundo homérico, la era arcaica y la clásica, ver M.I. Finley,
“Matrimonio, venta y regalo en el mundo homérico”, en Grecia antigua (op. cit.
n. 8), 266-78; J.-P. Vernant, “El matrimonio”, en Mito y sociedad en la Grecia
98 JULIÁN GALLEGO

antigua, Madrid, 1982, 46-68; J.H. Hannick, “Droit de cité et mariages mixtes
dans la Grèce classique”, AC, 45 (1976), 133-48.
135. Gallant, Risk and survival (op. cit. n. 9), 41-45; cf. Lane Fox, “Aspects of
inheritance” (op. cit. n. 61), 219; Pomeroy, Families in Greece (op. cit. n. 13), 53.
136. Gallant, Risk and survival (op. cit. n. 9), 15-112.
137. Al respecto, cf. Chayanov, Unidad económica campesina (op. cit. n. 17), 63-67.
138. Sobre el arrendamiento, R. Osborne, “Social and economic implications of the
leasing of land and property in classical and hellenistic Greece”, Chiron, 18 (1988),
279-323, y la lectura de Gallant, Risk and survival (op. cit. n. 9), 41-45, 82-87.
139. Sobre estos términos, ver Finley, “Trabajo esclavo” (op. cit. n. 102), 104-6.
140. Cf. Solón, frs. 4, 23-25; 36, 8-10 (West).
141. Hesíodo, Trabajos y días, 405-6: gunaîka… ktetén (tal vez el pasaje sea una
interpolación). También puede implicarse una relación de este tipo en el pasaje en
el que recomienda introducir una sirvienta sin hijos (ibid., 602-3).
142. Cf. Finley, Esclavitud antigua (op. cit. n. 8), 84-118; Garlan, Guerre et économie
(op. cit. n. 132), 74-92.
143. Humphreys, “Economy and society” (op. cit. n. 87), 13-14, opina que durante
el siglo V ateniense, el lazo con el mercado llevó a un quiebre de la autarquía
campesina.
144. Millett, “Economía” (op. cit. n. 110), 38.
145. A la cita de Hesíodo en cuanto a la adquisición de una mujer hay que sumar los
testimonios sobre el comercio del mismo Hesíodo, Trabajos y días, 618‑32, 643-94.
Esta relación de los campesinos con el mercado también se halla en Aristófanes,
Asambleístas, 817‑21; Avispas, 170; Caballeros, 316‑18; Acarnienses, 836‑41.
146. Aristófanes, Asambleístas, 817-19.
147. Aristófanes, Paz, 1198‑1210.
148. Osborne, Classical landscape (op. cit. n. 9), 96. Sobre la inexistencia de mercados
y la preponderancia de las estrategias de subsistencia dentro de las aldeas, ibid.,
108, 130; cf. 27-52, 93-112; ver Wood, Peasant-citizen (op. cit. n. 6), 63, 108,
que sigue la posición de Osborne.
149. Gallant, Risk and survival (op. cit. n. 9), 98-101.
150. Aristófanes, Acarnienses, 32-36. Sobre lo inherente a esta concepción, ver
D.M. Schaps, The invention of coinage and the monetization of ancient Greece,
Michigan, 2004, 163-74.
151. Ver K. Marx, El capital. Crítica de la economía política, 2ª ed. México, 1959, t.
III, 313-25. Respecto del vínculo del campesino con el mercado, R. Firth, “Capital,
saving and credit in peasant societies: a viewpoint from economic anthropology”,
en R. Firth & B.S. Yamey (eds.), Capital, saving and credit in peasant societies.
Studies from Asia, Oceania, the Caribbean and Middle America, Londres, 1964,
15-34; Shanin, Naturaleza y lógica (op. cit. n. 30), 28-33, 48-49; H. Bernstein,
“Concepts for the analysis of contemporary peasantries”, en R.E. Galli (ed.), The
political economy of rural development: peasants, international capital, and the
state, Albany, NY, 1981, 3-24, en 5-6; ver Ellis, Peasant economics (op. cit. n.
49), 5-6, 9-11; Netting, Smallholders, householders (op. cit. n. 49), 288-94.
152. Hesíodo, Trabajos y días, 364-65.
153. Esta idea de periodicidad de los días de mercado aparece expresada por
Aristófanes, Avispas, 169-70: “Sólo deseo salir a vender el burro con alforjas y
todo, que hoy es luna nueva”; también, Teofrasto, Caracteres, IV, 15. Cf. Finley,
Economía de la antigüedad (op. cit. n. 8), 148; Mossé, Trabajo en Grecia y Roma
CAPÍTULO 3 99

(op. cit. n. 102), 83-84; Gallant, Risk and survival (op. cit. n. 9), 95, 100 y n. 16.
Osborne, Classical landscape (op. cit. n. 9), 95-96.
154. Jenofonte, Ciropedia, VII, 2, 5.
155. Cf. Powell, “Definición de campesinos” (op. cit. n. 29), 50-51; Worsley,
“Economías campesinas” (op. cit. n. 29), 170.
156. Hesíodo, Trabajos y días, 346-51. Teofrasto, Caracteres, IV, 14, también
señala el hecho del préstamo en el ámbito campesino, aunque con su habitual
desacreditación del ágroikos.
157. Gallant, Risk and survival (op. cit. n. 9), 143-58; ver Gallego, “Costumbres
en común” (op. cit. n 28), 19-28.
158. Garnsey, Famine and food supply (op. cit. n. 9), 56-58.
159. Jameson, “Class in Greek countryside” (op. cit. n. 9), 58; Hanson, The other
Greeks (op. cit. n. 9), 107, 400.
160. Como ya vimos, el modelo de Gallant, Risk and survival (op. cit. n. 9),
plantea que el ciclo vital depende de las diferentes edades que atraviesa la unidad
doméstica: las granjas pueden ser mayores o menores según dichas edades;
pero dado que para la Grecia antigua no funciona la comuna redistributiva al
modo del mir ruso, la parcelación de la herencia, la dote, la venta, el arriendo o
la fragmentación resultan ser los mecanismos mediante los cuales los hogares
logran incorporar las tierras necesarias para lograr el equilibrio entre medios y
necesidades.
161. El modelo más acabado de este funcionamiento es el que propone Hanson, The
other Greeks (op. cit. n. 9), que al comparar a los antiguos pequeños poseedores
griegos con los granjeros estadounidenses lleva a pensar en pequeños empresarios
autónomos que se autoexplotan logrando así una ganancia en los mercados.
Respecto de los modelos de Gallant y Hanson, ver J. Gallego, “La granja familiar
en la Grecia antigua. En torno a dos modelos de interpretación”, Tempus, 29 (2001),
73-84.
162. Ellis, Peasant economics (op. cit. n. 49), 90, 279; cf. 65-145.
163. Se retoman aquí las reflexiones con que concluíamos un artículo previo referido
a cuestiones conexas a las aquí abordadas: Gallego, “¿Peasant o farmer?” (op.
cit. n. 33), 183-85.
164. Cf. Garnsey, Famine and food supply (op. cit. n. 9), 47.
165. Ver Jameson, “Class in Greek countryside” (op. cit. n. 9), 61-62, que cita a R.
Osborne, “Buildings and residence on the land in classical and hellenistic Greece:
the contribution of epigraphy”, Annual of the British School at Athens, 80 (1985),
119-28, en 127, y dice que “para el pobre simplemente no tenemos evidencia”.
Cf. S. Hodkinson, “La crianza de animales en la polis griega, en Gallego (ed.),
Mundo rural (op. cit. n. 1), 134-84, en 141; Foxhall, “Attic landscape” (op. cit.
n. 3), 157.
166. Cf. Jameson, “Class in Greek countryside” (op. cit. n. 9), 58: “La impresión
que uno recibe por ahora, y no podemos ir mucho más allá de impresiones, es de
granjeros más acomodados que apuntan a producir significativamente más que
para las necesidades de subsistencia de sus familias”.
167. Shanin, La clase incómoda (op. cit. n. 24), 97-172.
168. Gallant, Risk and survival (op. cit. n. 9), 11-12, 30-33, 127-28.
169. Cf. Chayanov, Unidad económica campesina (op. cit. n. 17), 47-68.
170. Gallant, Risk and survival (op. cit. n. 9), 4.
171. Hanson, The other Greeks (op. cit. n. 9), 183.

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