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Parte I
CONCEPCIÓN DE PSIQUE.
Primeras reflexiones occidentales sobre qué es el mundo y
cómo somos los humanos.
¿Cuándo se engendró Psique?, ¿quiénes fueron los responsables de su
concepción? La respuesta no es fácil. Cualquier intento de responder de forma
inmediata implica suponer ya de salida quién es Psique. Algo que hemos dicho que
vamos a abstenernos de hacer; pues nuestro objeto, recordemos, es aproximarnos a
Psique a través de lo que los demás han dicho de ella, no de lo que nosotros podamos
creer, o creer saber, que es Psique. Para responder a esta pregunta no vamos, entonces, a
entrar en disquisiciones sobre en qué momento de la evolución se puede empezar a
hablar de psiquismo, ni en qué homínido se puede hablar ya de una psique humana. Lo
que vamos a hacer aquí es fijarnos cuándo y cómo se empieza a hablar de ella. Algo que
sólo podemos hacer escuchando los ecos que nos llegan de las voces pronunciadas en el
pasado, fijándonos, al mismo tiempo, en quiénes eran quienes emitieron esas voces y
dónde y cómo hablaron.
El objeto de este capítulo es, pues, presentar los primeros discursos sobre Psique
o, de manera más precisa, cómo se dieron las condiciones para que pudiera empezar a
hablarse de Psique. Para ello vamos a viajar a tiempos remotos para observar cómo
Psique pudo germinar en el lenguaje y a desarrollarse en él. Esto nos llevará a fijarnos
en sus progenitores: los hombres que empezaron a hablar de ella, así como en las
situaciones que les llevaron a darle su primer ser. Así, nos situaremos en un ámbito
temporal que abarca desde los orígenes de la civilización hasta el periodo que hoy
conocemos como la antigüedad clásica, moviéndonos en el espacio geográfico del
Mediterráneo oriental, desplazándonos en ocasiones aún más al este, y nos fijaremos en
cómo la aparición de diversos elementos culturales fueron configurando el material
genético que finalmente llegó a constituir la morfología de Psique recién nacida. En
definitiva, vamos a narrar cómo se conforman los elementos que hicieron posible la
aparición de la primera psique “de papel” sobre la cual se empezó a edificar la noción
que ahora tenemos de ella.
1
Manuscrito no publicado. Sólo para uso de los alumnos de Historia de la Psicología de la UAM. (2016)
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cuando éstos, para construir su visión de un pasado humano, pueden empezarse a usar
documentos que nos han llegado de entonces, cuando no sólo tienen que recurrir al
examen de datos arqueológicos. Debemos pues comenzar dando cuenta del origen de la
civilización y de la escritura misma; vamos a empezar hablando de la cuna de Psique.
y es más difícil cuando la sociedad se va haciendo más compleja. Entonces, junto a los
elementos acarreados del pasado conjunto, junto a los derivados de toda estructura de
grupo (liderazgo, obligaciones mutuas, actividades compartidas, ética del
agradecimiento y del honor, etc.) o de los elementos compartidos (necesidades, objetos
materiales, lenguaje) aparecen discursos explicativos de quién es ese “nosotros”, de
dónde viene y adónde va o debe de ir. En definitiva, discursos explicativos del ser
colectivo que, a su vez, se ligan con los discursos explicativos del ser de las cosas y del
mundo mismo. Son modos de explicar la realidad y la existencia, de prever el futuro, de
reducir la incertidumbre, de compartir una visión del mundo y de la vida, el sufrimiento
y la muerte y, además, de justificar cómo son las cosas y la estructura social. Así surgen
los mitos, las epopeyas y los poemas épicos que utilizan la rima como procedimiento de
ayuda para el recuerdo, toda vez que estas historias han de pasar de boca en boca
recitadas de memoria. Estas sociedades, entonces, utilizan el tiempo de ocio, el que les
dejan las necesidades de supervivencia más inmediatas, a celebrar su ser colectivo y a
justificar la división del trabajo que en ellas se establece. Así se establecen ritos de paso
y de pertenencia, de homenaje a los héroes o a los dioses y, junto a ellos, el arte (la
poesía, el teatro, la pintura, la escultura, la arquitectura, etc.). Para poder llevar a cabo
estas actividades aparece otra clase social dedicada a asegurar esa ligazón entre los
miembros del grupo, para religarlos entre sí. Aparece la religión (una forma de
institucionalizar esa visión compartida del mundo, de la vida y de la muerte, de la
estructura social, de la ética y del futuro) y, con ella, la clase sacerdotal. Una clase que,
al igual que la militar, la funcionarial o la de los gobernantes, se dedica en exclusiva a
su labor y debe ser sostenida por los recursos allegados por quienes trabajan la tierra, al
igual que éstos son los que deben suministrar el sustento a comerciantes y artesanos.
Nos hallamos pues en un momento en que las tareas a realizar en este grupo
complejo son ya muy diferentes a las que se llevaban a cabo en la horda de cazadores-
recolectores. Aparecen actividades, necesidades muy diferentes, lo que lleva a una
división del trabajo y a la aparición de nuevos instrumentos, unos para producir bienes
materiales (comidas, herramientas) y otros para regular la interacción social (leyes,
mitos, religión, arte). Conforme la sociedad se va haciendo más complicada también lo
es lo que hay que hacer en ella, especialmente, por parte de quienes tienen que mantener
en la memoria todo lo que hay que hacer (cuánto trigo hay en el granero, quién tiene
deudas con quién, qué regla hay que aplicar ante una disputa, dónde estaban los límites
de un campo con el vecino antes de que el desbordamiento del río alterara el paisaje de
esa zona, etc., etc., etc.). Empiezan entonces a aparecer instrumentos de ayuda para la
realización de esas tareas. Se crean ayudas de memoria, en forma de representaciones de
la autoridad, de representaciones simbólicas de los castigos que amenazan a los
delincuentes, símbolos del valor de los bienes y servicios (el dinero), sistemas de
notación para el registro de los bienes almacenados o enviados en una expedición
comercial, etc. El resultado es la aparición de la escritura. Un sistema que permite fijar
de forma externa las consecuencias de la actividad colectiva. Junto a este nuevo
instrumento aparece un nuevo tipo de artesano, el escriba, quien debe aprender
trabajosamente los secretos de un saber esotérico, a escribir (primero en piedra, luego en
barro, en pieles de animales, en papiros o en papel) un conjunto de signos arbitrarios e
incomprensible para quienes no están entrenados en este arte.
Esas ciudades compiten entre ellas, se hacen la guerra y unas ganan y otras
pierden. Las vencedoras constituyen reinos que agrupan varias ciudades y luego
imperios, cuando algunos de esos reinos conquistan a los demás. Eso hace que la
administración se haga más compleja, que unos lenguajes, unas religiones, unos mitos,
unas notaciones escritas se impongan sobre otras hasta hacerlas desaparecer. Al mismo
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tiempo que las clases se hacen más nítidas, más especializadas y profesionales y,
también, que la ortodoxia se haga más rígida, que los códigos se hagan más tajantes,
que las tecnologías de la identidad se hagan más eficientes al objeto de garantizar la
cohesión del imperio frente a las amenazas interiores y exteriores.
La clase sacerdotal, por la naturaleza de sus funciones, casi diríamos que
también por su horario de trabajo, era la más firme candidata para el desarrollo de un
nuevo tipo de actividad y de instrumentos: el saber teórico. Ellos tienen como
obligación la creación de símbolos y discursos y la observación de la sociedad y de sus
conexiones con la naturaleza. Así observan el cielo y el movimiento de las estrellas, las
crecidas de los ríos, los registros de los cambios en el mundo y en el grupo, generan
explicaciones sobre ello y las comunican a la sociedad en la que viven para la mejor
previsión del futuro. Así surge la astronomía (mezclada con la astrología), las primeras
matemáticas (útiles para prever el movimiento de los astros, pero también para llevar la
administración del dinero), la geometría (para medir las parcelas y reconstruir sus
límites tras las crecidas de los ríos), los preceptos morales sobre las relaciones grupales,
y todo ello ligado entre sí a través de relatos sobre el origen y la constitución del mundo
y del grupo. Estos saberes, expresados en lo que hoy llamaríamos una mezcla de mito,
religión y ciencia, ayudan a prever el futuro, reduciendo la angustia de la incertidumbre
ante lo por venir y la muerte, y llegan a cristalizar en una ortodoxia religiosa que actúa
como cemento para unir los heterogéneos elementos de lo que ya cabe denominar
civilización. No tiene nada de particular que la clase sacerdotal, depositaria del mundo
de los símbolos y, por tanto, del saber acumulado por el grupo a través de las
generaciones, resulte imprescindible para el poder político, pues es la detentadora no
sólo de las tecnologías de identidad y de lealtad, sino también de saberes
imprescindibles para el funcionamiento de la propia máquina estatal: los procedimientos
para el registro de la experiencia, de la administración, de las leyes y de las reglas de
comportamiento social. En definitiva, para el control de las conciencias de los súbditos.
Pero hay otras clases sociales que también se ven obligadas a la observación de
la naturaleza y de sus congéneres, y deben hacerlo contrastando fuentes muy diversas,
además de que, por la propia naturaleza de su labor, precisan de registros externos y de
apoyaturas simbólicas: son los artesanos y los comerciantes. Un grupo de los primeros
van a ser los encargados de ir desarrollando sistemas simbólicos, los que representan al
poder político, a los dioses o a las fuerzas de la naturaleza; son ellos quienes diseñan las
monedas, los que distribuyen los espacios y construyen los palacios, los templos o las
plazas. Los comerciantes, por su parte, han de registrar los contenidos de sus almacenes,
las deudas que contraen o las que otros les deben, confeccionar los inventarios de los
bienes transportados por las caravanas que contratan o los buques que fletan; pero,
además, visitan otros imperios y encuentran a gentes con lenguas, costumbres, sistemas
políticos, religiones, símbolos y sistemas de notación muy diferentes. De este modo,
actúan como difusores de innovaciones tecnológicas, pero también simbólicas, al
mismo tiempo que se ven forzados a ser más tolerantes con la diversidad, al precio de
aparecer como más díscolos ante las ortodoxias.
Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, China, India, son casos, cada uno con sus
peculiaridades, del desarrollo civilizatorio, casi en paralelo en el tiempo, que acabamos
de describir. En todos estos casos se construyeron imperios y civilizaciones de larga
duración (alguno, como es el caso de China, ha llegado hasta nuestros días con una
evolución ininterrumpida). En ellos se produjeron avances técnicos y desarrollos de
formas de saber importantísimos. Se construyeron edificios y ciudades que asombran, se
produjeron obras de arte de una belleza que nos siguen dejando sobrecogidos, se
establecieron sistemas sociales muy complejos y estables y se diseñaron sistemas
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escribir. Las consecuencias fueron tremendas. Por una parte resultaba muy fácil que
cualquiera pudiera aprender a escribir y a leer, con lo que la lectoescritura salió del
estrecho gremio de los escribas iniciando una democratización que aún necesitaría de un
par de milenios para generalizarse. Por otro lado, el mensaje escrito era nítido y directo,
idéntico a lo que se decía. El lector sólo necesitaba traducir al habla oral los sonidos
registrados en un soporte físico para que sonaran del mismo modo que pretendía quien
lo había escrito. Pero además, y sobre todo, esta nueva forma de notación se liberaba de
la tiranía de lo concreto, ya no era preciso buscar una imagen, o un garabato, para
referirse a un concepto, que necesariamente siempre tiene un grado de abstracción, sino
que el propio ejercicio de aprender a escribir y leer era él mismo un ejercicio de análisis
y síntesis del lenguaje, una reflexión sobre el lenguaje mismo.
Un grupo próximo al de los fenicios, no sólo geográficamente - nos referimos a
los griegos - adoptó rápidamente la invención de las vocales y las incorporó a su sistema
de notación propio. Este invento fue uno de los elementos que hizo posible el origen de
la filosofía occidental y con ella el nacimiento de Psique.
1.4. ¿De qué podían hablar los griegos cuándo hablaban sobre Psique.
Cómo enseguida veremos, los griegos fueron quienes dieron a Psique su nombre,
además de atribuirle un conjunto de propiedades con las que aún seguimos batallando.
Esto lo hicieron hablando sobre ella, pero para poder hablar sobre algo hacen falta
palabras, por eso para crear a Psique lo hubieron de hacer con los elementos que les
daba su léxico. Un léxico que conocemos a través de la literatura que de ellos nos ha
llegado y que los expertos en filología clásica han escudriñado.
Nuestras fuentes son pues la poesía, el teatro o la filosofía misma. Estas fuentes
parecen señalar que existe una clara evolución de Psique dentro de la misma cultura
griega, aunque parece que nunca sabremos, más allá de las hipótesis, de si se trata de
una evolución de Psique misma o de las formas en las que los griegos hablaban sobre lo
que podían darse cuenta de sus propias psiques; aunque lo más probable es que las dos
cosas vayan más juntas de lo que a primera vista pudiera parecer, y ello no sólo para los
griegos de entonces, sino también para las gentes de todos los lugares y de todas las
épocas.
Empezaremos, pues, por fijarnos en lo usos que algunos términos psicológicos
recibían antes de que apareciera la filosofía.
Psijé, el término de donde Psique toma su nombre, en su origen tiene un
significado bastante más modesto del que después le hemos dado. Quería decir
fundamentalmente algo así como principio vital, lo que hace que un ser material esté
vivo. Cuando alguien muere la psique lo abandona, aunque curiosamente esa muerte no
acabe con el individuo, sino que lo traslada al Hades (el reino de la muerte), adonde
llega cruzando la laguna Estigia en la barca de Caronte, y allí sigue viviendo con su
apariencia corporal, aunque su cuerpo esté enterrado en su tumba.
Lógos es otro término que entre sus usos tiene algunos directamente
psicológicos. Se utiliza para significar palabra o expresión lingüística, pero también
orden, razón, inteligencia, juicio o pensamiento. Nuestro término lógica y el sufijo –logía
encuentran su origen en esta palabra griega.
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Noos recibe usos más cognitivos, diríamos hoy. Se usa como refiriéndose a la
inteligencia, la mente, o el pensamiento, pero también para la memoria, razón, intelecto e
incluso significado. El prefijo no- (como en noción) deriva de él.
Frén (y el verbo de él derivado frenó) se refiere tanto al diafragma como a la
envoltura del corazón o, por extensión a las vísceras, pero también al corazón, o incluso a
significados prácticamente sinónimos con los de psijé (como alma), de noos, o a los
afectivos de zímos que ahora veremos, de donde toma también a veces el sentido de
voluntad. Como verbo significa también traer a razón, conocer, informar, enseñar, corregir,
dar muestras de prudencia. Está en el origen de la raíz freno- que tendrá un largo uso en la
psicología posterior frenopático, frenología, con significados que muchas veces hacen
referencia a aspectos físicos, a los nervios.
Zímos tiene un uso más bien oréctico, vinculado con los aspectos más emocionales.
Se usa para referirse a lo que hoy denominamos ánimo, aliento, afecto, pasión, fuerza,
energía, deseo, impulso, o incluso temperamento o forma de ser. Es el vocablo que da
origen al adjetivo tímico.
Persona encuentra su origen en el teatro, es la máscara que utilizaba el actor en el
teatro primitivo cuando, actuando en solitario, debía representar de manera sucesiva a
diversos personajes en sus diálogos con el coro.
En el terreno moral hay algunas conexiones curiosas que hoy nos resultan algo
extrañas. Agazós significaba bueno, en el sentido de valioso, recto, noble, pero también de
útil. Se conecta también con el término que generalmente traducimos por virtud (areté) que
resumía en una sola palabra excelencia, valor, mérito, gloria, prosperidad, dicha,
perfección de cuerpo y/o espíritu. Unos significados que casi coinciden con los de la
palabra kalós que generalmente traducimos por belleza, pero que para ellos significaba
también nobleza, de ánimo, pero también como aristocracia. Parece pues que para los
griegos clásicos bondad, virtud, valor, reconocimiento y belleza eran cuestiones que
caracterizaban al individuo, pero en los que se mezclaban aspectos sociales corporales y
psicológicos. Cualidades que pueden adquirirse pero con más facilidad cuando uno es de
alta cuna.
Por último, siguiendo en el terreno moral hay que señalar que los guardianes de la
justicia son los dioses, ellos son los encargados de que no haya maldad sin castigo, lo que
sugiere que no se fiaban mucho de la capacidad de sus congéneres para actuar de forma
justa.
Parece pues que, por lo menos en principio, los griegos disponían de un buen
número de términos (no hemos pretendido ser exhaustivos) de carácter psicológico, pero
no siempre, como luego veremos con más detalle, hay una clara distinción de lo que más
tarde se llamará cuerpo y alma (tendían a ser poco dualistas), mientras que las nociones
morales están mucho menos preocupadas por lo que después será la responsabilidad moral
individual y están mucho más volcadas en los aspectos sociales. En parte la tragedia
clásica cumplirá una labor en la formulación más expresa de estos principios morales.
Estos fueron algunos de los mimbres con los que urdieron su discurso sobre Psique.
donde se compartían no sólo las ideas, sino también la vida y las preocupaciones. Pero
estos grupos tardaron en constituirse en instituciones claramente establecidas, para ello
habrá que esperar a la Academia de Platón o al Liceo de Aristóteles. Este carácter de
actividad compartida hizo que la filosofía griega se caracterice por su carácter dialógico
y abierto, al mismo tiempo que, al mantener su vista puesta en los asuntos que
preocupaban a las gentes en su vida, los filósofos no dudaban en involucrarse en
política, o en otros aspectos de la vida civil o militar.
Platón es el primer autor del que se dispone de un amplio corpus de obras
completas que hayan llegado hasta nosotros. De los filósofos anteriores a él sólo nos
han llegado fragmentos originales, además de referencias a ellos ofrecidas por fuentes
clásicas posteriores al momento en que vivieron. Por eso, junto a algunos otros motivos
que ahora no son del caso, la historiografía de la filosofía distingue un periodo
presocrático, que en ocasiones incluye al propio Sócrates, y el periodo clásico y luego el
helenístico y el religioso, ya en la época del imperio romano. En este capítulo nos
centraremos solamente en las contribuciones anteriores a Platón, las cuales, típicamente3
se clasifican en contribuciones cosmológicas y antropológicas; es decir, las
preocupadas por el estudio del universo y del hombre, cuyos representantes se suelen
denominar fisistas y sofistas.
3
Cfr. Abbagnano (1973), vol. I, pp. 8-9.
4
A la hora de datar la cronología de los autores de esta época se suele citar la época de su florecimiento
(cuando supuestamente tenían alrededor de 40 años de edad), pues a menudo se desconocen las fechas de
su nacimiento y muerte.
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sofista más famoso, Protágoras (fl. 444), decía que “el hombre es la medida de todas las
cosas”, algo que le llevaba a sostener un relativismo moral y cultural, al mismo tiempo
que cognitivo, señalando que no podían sostenerse reglas universalmente válidas que
permitieran alcanzar la verdad, o que garantizaran un bien absoluto, al mismo tiempo
que se posicionaba en un agnosticismo religioso. Para él cada ciudad establece sus
normas de belleza o de justicia. En definitiva, algo así como que cada uno (individuo o
grupo) debe de establecer su verdad o sus normas estéticas y morales. Otro sofista
contemporáneo suyo fue Gorgias, quien presenta una tesis opuesta (aunque
curiosamente puede interpretarse también como coincidente) que puede parecer
demoledora, que resumimos del siguiente modo: nada existe, si existiera no sería
cognoscible por el hombre y, si fuera cognoscible, no sería comunicable. Su nihilismo
parece absoluto, pero en el fondo coincide con Protágoras en la negación de la
objetividad. Es precisamente la imposibilidad de cualquier objetividad lo que da fuerza
a la palabra, a la retórica, como motor explicativo de la acción humana, pues no puede
encontrar límites en ningún valor objetivo.
En una postura radicalmente antitética a la que acabamos de presentar se sitúa
Sócrates (470-399 a.C), quien difícilmente puede considerarse como un sofista, ya que
él mismo entendía su función no como la de enseñar, sino más bien como la búsqueda
de la verdad y el estímulo para que cada uno la buscara por sí mismo. Una investigación
que debe centrarse en uno mismo y en los demás, en busca de los límites del
conocimiento para hacerse justo. De ahí su lema, tomado del oráculo de Delfos,
“conócete a ti mismo”, un programa que se inicia con el reconocimiento de la
ignorancia propia (“sólo sé que no sé nada”), pues sólo desde este inicio puede
procurarse la sabiduría. Algo radicalmente opuesto al supuesto de la sofística de
transmitir saber sobre cómo convencer. Su instrumento de enseñanza es la ironía, la
interrogación continua tendente a poner de manifiesto la ignorancia de cada uno para
incitarle a la investigación. Frente al intento de convencer que guía al sofista, Sócrates
contrapone el afán de autenticidad, no la búsqueda del asentimiento. En definitiva, su
fin es la búsqueda del saber, de la virtud y la justicia. De este modo, no puede decirse
que Sócrates se fije en qué es la psique, pero sí delimita su ámbito de estudio (centrado
sobre todo en la moral y en la teoría del conocimiento) en el terreno de la
autodesarrollo, la autoconsecuencia y el autoconocimiento. No desarrolla una teoría
sobre la psique, pero sí marca una parte del territorio sobre el que trabajarán quienes
vendrán después de él.
Los griegos fueron también los iniciadores de una forma saber que, a través del
tiempo, llevó a la medicina como hoy la conocemos. En el curso de este desarrollo se
trataron un conjunto de temas y se construyeron un conjunto de conceptos, que dejaron
su huella en el proceso de constitución y desarrollo de Psique.
Como suele ser común en todas las culturas la demanda de alivio del sufrimiento
que provoca la enfermedad fue respondida de maneras diferentes. Por una parte, a través
de una mezcla de hechicería y de artes adivinatorias, por otra, con el desarrollo de
algunas técnicas de curación a base del uso de remedios naturales (hierbas, cocciones,
manejo de la dieta, normas de higiene, etc.) y con la invención de técnicas quirúrgicas,
y, a menudo, con una mezcla de las dos.
La Grecia antigua no fue una excepción. Por lo que sabemos, ya en la etapa
preclásica había una especie de gremio de sanadores, conocidos a veces como los
Concepción de Psique 13
“Afirma Alcmeón que la salud está sostenida por el equilibrio de las fuerzas: lo
húmedo y lo seco, lo frío y lo cálido, lo amargo y lo dulce, y las demás. El
predominio de una de ellas es causa de enfermedad. Pues tal predominio de una de
las dos es pernicioso. La enfermedad sobreviene, en lo tocante a su causa, a
consecuencia de un exceso de calor o de frío; y en lo que concierne a su motivo, por
un exceso o defecto de alimentación; pero en lo que atañe al dónde, tiene su sede en
la sangre, en la médula, o en el encéfalo. A veces se originan las enfermedades por
obra de causas externas: a consecuencia de la peculiaridad del agua o de la comarca,
5
En esta época no existía la distinción actual entre fisiología y anatomía (aná – hacia atrás – y tomos –
división, por tanto división en partes originales), pues ésta última requeriría de la disección de cadáveres,
cosa que parece que por causas religiosas no se practicó hasta la etapa helenística. En estos momentos
sólo se estudiaban cadáveres de animales.
Concepción de Psique 14
6
Citado por Laín Entralgo (1982), p. 79. Ésta es la fuente principal utilizada para esta sección.
Concepción de Psique 15
Como hemos visto a lo largo de este capítulo, para que Psique aparezca en el
papel fue preciso, primero, que existiera la escritura, y que ésta se desarrollara de
manera que pudiera plasmarse en ella reflexiones provenientes del diálogo. Cuando tal
cosa sucedió, el vocabulario de que se disponía se refería a partes del cuerpo, a
emociones, a funciones que se atribuían a los hombres en el ejercicio de su trabajo e
interacción social, o en el arte, como la poesía o el teatro.
Pero para que Psique pudiera existir como entidad de la que se pudiera hablar,
primero había que fijar su naturaleza; dicho de otra manera, decir qué clase de entidad,
qué tipo de cosa es. Para ello hubo que empezar fijando una concepción de la
naturaleza. A esto se dedicaron los fisistas en su empeño de fijar, primero, cuál es el
principio que explica todas las cosas. Un empeño que no puede dejar de admirarnos,
pues establecieron que las cosas son materiales y que su comportamiento puede
explicarse por principios naturales, aplicables por igual a todas las cosas, como dijo
Concepción de Psique 16
larga infancia, propia de toda criatura humana, se prolongará por bastantes más. Su
parto será el objeto del relato del que se ocupa el capítulo siguiente.
Parte II
NACIMIENTO DE PSIQUE.
1. El nacimiento de Psique.
Si nos preguntáramos quiénes fueron los padres de Psique, sin duda habría que
contestar que Platón y Aristóteles, aunque esta respuesta requiere ser matizada. Algo
que vamos a hacer enseguida. Pero, antes, vamos a fijarnos en cómo era la casa en la
que nació.
Cuando nace Psique, en los dos primeros tercios del siglo IV (a. C.), la antigua
gloria ateniense estaba ya en irresistible declive. El periodo glorioso que siguió a la
victoria sobre los persas, con el predominio de Atenas en los mares y el comercio, y los
grandes logros artísticos del siglo V (a.C.) con Pericles al frente de la ciudad, se vieron
enturbiados por la larga guerra del Peloponeso, de la que finalmente Atenas salió
derrotada por Esparta. De capital imperial pasó a ser, muy debilitada, una ciudad más
entre otras muchas. Su decadencia culminó cuando, ya pasada la mitad del siglo IV
(a.C.), toda Grecia fue unificada por Filipo, rey de Macedonia, cuyo hijo Alejandro, de
quien Aristóteles fue preceptor, expandiría la cultura griega por todo Oriente, abriendo
el periodo helenístico.
Concepción de Psique 18
mortal, que es más un estorbo que una ayuda para la investigación, e ir a la búsqueda
del ser en sí, la idea. Las ideas constituyen los criterios para juzgar las cosas sensibles
(la idea de igual o diferente, la de justo o bello, etc.), por eso son también ellas mismas
valores. Y, lo que es más importante, las ideas son las causas de las cosas naturales, la
razón de lo que son. Por eso, la psique misma es también una idea. El mito de la caverna
resume esta doctrina. Lo que la sensibilidad nos ofrece es similar a las sombras que se
proyectan sobre el fondo de una cueva cuando se está encadenado de espaldas a la boca
de ésta. Son sombras mudables e imperfectas del ser de las cosas mismas. Estas últimas
son copias de entes matemáticos, los cuales, a su vez, son copias de sustancias eternas
que constituyen el mundo del ser, que es el mundo de la unidad y el orden absoluto; por
eso los entes matemáticos y las figuras geométricas reproducen el orden y la perfección
del mundo del ser. Esta es la razón por la cual recurrimos a la medida para juzgar la
realidad de las cosas. En definitiva, una metafísica idealista, basada en el supuesto de
que disponemos de una entidad (la psique) con un conocimiento innato del mundo todo,
que se puede actualizar mediante el uso de la investigación racional, en la forma de una
matemática asimismo innata, la cual, además, coincide con la ordenación racional del
mundo mismo, con lo que el círculo se cierra. Platón así conjuga a Parménides,
Pitágoras y Sócrates en un sistema metafísico y epistemológico unificado. Y lo hace
siguiendo el legado socrático de buscar el conocimiento verdadero, la armonía, la
belleza, el bien y la justicia.
La búsqueda que acabamos de mencionar es resultado de la insuficiencia del
hombre mismo que busca completarse, por eso busca al ser en sí y se asocia con otros
para conseguirlo, en una relación que va más allá de lo intelectual. Esa fuerza que busca
la perfección y el completamiento es el amor (eros). El amor busca la belleza, el bien, la
sabiduría, referida a los cuerpos, pero también a las psiques y, por encima de ellas, la de
las instituciones y las leyes, la de las ciencias y, coronándolas a todas, la idea de la
belleza en sí misma, que es eterna, perfecta, siempre igual a sí misma y fuente de toda
otra belleza. El amor, entonces, guía a la psique en el camino de su perfección.
Pero la psique humana está encarnada, por lo que no puede seguir sólo lo que le
dicta el amor a la idea de la belleza. Para expresar cómo se comporta la psique Platón
recurre a otro mito; el del auriga y el carro. La psique es como un auriga que conduce
un carro de dos caballos, uno muy bueno y otro muy malo. La psique trata de conducir
el carro hacia la región donde habita el ser, la región por encima del cielo, donde se
puede contemplar la verdadera sustancia, el reino de la razón y la belleza absoluta. Pero
esta contemplación es breve, pues el caballo malo le impulsa de nuevo hacia abajo,
volviendo a encarnar a la psique en otro cuerpo, olvidando, más o menos (en la
diferencia entre la fuerza de los caballos reside la explicación de por qué unos hombres
tienen más tendencia a la búsqueda de la sabiduría que otros) lo que ha visto, pero la
contemplación de las formas de belleza en el mundo despierta de nuevo el deseo de las
sustancias ideales. Eros, entonces, vuelve a actuar como impulso para la búsqueda del
ser, convirtiéndose en procedimiento racional para la investigación, en dialéctica. Esta
dialéctica, según él, no se parece a la sofística, pues no busca persuadir, sino ser ciencia
del ser en sí y, a la vez, ciencia del alma, para persuadirla de conducirse hacia el ser. De
este modo, Platón, no sólo ofrece una teoría de la psique, sino que también esboza una
psicología, un método sobre como estudiar a la psique misma, que, como no podía ser
de otra manera, dados los presupuestos de su filosofía, tiene los mismos fundamentos
que la investigación sobre cualquier otra forma del ser, como ya hemos visto más arriba.
Pero Platón no es un místico, aunque a veces lo parezca, su interés por la política
no terminó con la muerte de Sócrates. Para él, una vez elaborada su filosofía, el punto
más alto de ésta no estaba en la mera contemplación del bien como causa suprema, sino
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Macedonia, para instruir a Alejandro, entonces príncipe heredero. Cuando éste subió al
trono volvió a Atenas, fundando el Liceo, una escuela que seguía el modelo de la
Academia, pero que en contraste impartía lecciones con lo que hoy llamaríamos un
currículo fijo. De hecho, buena parte de la obra de Aristóteles está constituida por los
textos dedicados a esa enseñanza. A la muerte de Alejandro dejó Atenas, exilándose y
muriendo al poco tiempo.
La deuda de la cultura occidental con Aristóteles es inmensa. Él sistematizó el
saber de la antigüedad y puede decirse que estableció una ordenación disciplinar, de una
extensión auténticamente enciclopédica, que ha llegado a nuestros días. Si Platón es
quien establece la filosofía con un pie firme, apoyado en los trabajos que Psique debe
hacer para conocer y, así alcanzar la belleza y la justicia, alumbrando de este modo la
organización social y política, Aristóteles separa distintas disciplinas y, además, las
desarrolla. No sólo hace filosofía, sino que dentro de ella distingue la Retórica, la
Lógica, la Ética y la Metafísica, además de establecer la Física, la Historia de los
Animales, hacer escritos Sobre la Psique, la Economía o la Política o la Poética, temas
todos ellos que son, al mismo tiempo, títulos de obras suyas. No sólo da nombre a
disciplinas que ya no lo perderán nunca, sino que traza sus límites y las sistematiza. Una
obra inmensa que abarca los ámbitos de la filosofía, pero también de lo que hoy
llamamos ciencias naturales, formales, biología, ciencias sociales y crítica literaria.
Así, Aristóteles pone las bases sobre las que se construirán las ciencias
modernas, y entre ellas la psicología. Pero para que podamos comprender su concepción
de la psique necesitamos previamente referirnos a algunos aspectos de su filosofía sin
los cuales resultaría imposible explicarla.
Aristóteles distingue entre dos ámbitos de conocimiento: lo referido a lo posible
(lo que puede ser, independientemente de que lo sea de un modo u otro), y el de lo
necesario, lo que no puede ser de modo distinto a lo que es. El dominio de lo posible
está abierto a la acción (praxis) y a la producción (poiesis, que quiere decir creación); es
el dominio de la técnica, de la ética o de la política (disciplinas prácticas) y del arte
(disciplinas poiéticas). El dominio de lo necesario es objeto de los saberes especulativos
o teoréticos (la matemática, la física y la filosofía primera o metafísica). Todas ellas
tienen por objeto abstraer a las cosas de todas sus determinaciones particulares, para
ascender a su ser fundamental sobre la base del principio de contradicción - es imposible
que una cosa sea y no sea al mismo tiempo - que actúa como principio básico tanto
lógico como ontológico.
Está, pues, de acuerdo con Platón en que el conocimiento es el de las ideas que
dan (explican) su ser a las cosas, pero se separa de él cuando sostiene que las ideas no
son previas (no originan) a las cosas, sino que están encarnadas en ellas, pudiéndose
alcanzar como resultado de la abstracción (una operación de la psique) que realizamos
sobre las cosas; lo cual no es óbice para que sean las ideas las que permiten explicar por
qué las cosas son como son necesariamente. Es esta concepción la que le permite
distinguir entre sustancia y accidentes. La sustancia es lo que hace que algo sea lo que
es, lo que explica el ser necesario de esa cosa, como distinta a otras. En este sentido, la
sustancia es la forma de los seres materiales, la que la hace pertenecer a una especie de
cosas, es el concepto (lógos) de esa cosa. Así podríamos decir que la “humanidad”, es lo
que hace que un hombre sea un hombre, al mismo tiempo que el concepto que lo
explica; si no participa de la humanidad ningún objeto es humano, aunque lo parezca,
como es el caso de una estatua o un cadáver. Por el contrario los accidentes están en la
cosa, pero no determinan su ser necesario; alguien puede ser gordo o flaco, rubio,
moreno o calvo, pero eso no es lo que hace que sea un hombre (que participe de la
especie “hombre”), aunque sí son rasgos propios de ese hombre particular.
Concepción de Psique 22
Este punto de vista es lo que hace que Aristóteles haga fuerte hincapié en la
necesidad de la observación de las cosas (su empirismo), pero, al mismo tiempo, insiste
también en la necesidad de una explicación racional y especulativa. A la hora de
estudiar las cosas particulares hay que explicar lo que esa cosa es, pero también cómo
ha llegado a ser lo que es y cómo puede llegar a ser otra cosa. Esto le conduce a
formular su teoría de las cuatro causas. Todo lo que cambia (todo ser natural), tiene una
causa eficiente, que ha producido que llegue a ser lo que ahora es, tiene también una
forma, lo que le hace ser lo que es; además, tiene materia, la cual contiene en sí misma
la potencia (dínamos) de todas las posibles formas que puede llegar a tomar esa materia.
De este modo, una semilla (que tiene materia y una forma determinada en un momento),
contiene la potencia de convertirse en una planta adulta (mediante la fuerza eficiente del
sol, del agua y de la tierra), pero también en alimento de los pájaros. Ni la materia ni la
forma se crean, son eternas, cosa válida tanto para las cosas naturales como también
para las resultado de la industria del hombre. Si un artesano toma barro y hace una
vasija cilíndrica, usa una materia y le da una forma, pero no crea ninguna de las dos,
ambas existen previamente, aunque la forma no pueda existir en la cosa sin encarnarse
en materia, aunque esa forma se pone en acto (energeia) como resultado de la acción
eficiente. A estas tres causas (eficiente, material y formal) añade una cuarta, la causa
final (télos), la función, el para qué de esa cosa, lo que la convierte en útil. La sustancia,
lo que cada cosa es necesariamente, viene determinada por estas cuatro causas,
residiendo su potencia en la materia y su actualidad en la forma.
Así la potencia está en la materia y el acto en la forma. Distingue también entre
potencia pasiva (la madera puede arder), de la activa, la de producir un cambio en sí
mismo o en otro. La potencia pasiva es propia de la materia, la potencia activa es
propia del principio de acción o causa eficiente. Esta potencia activa puede considerarse
como movimientos (kinesis) y como acciones (praxis). Estas últimas son movimientos
que tienen su fin contenido en sí mismos (ver, pensar, entender), mientras que el
movimiento no cabe confundirlo con la acción, pues alcanza su objetivo fuera de sí
mismo, como es el caso de caminar (hacia un lugar), aprender (una destreza), construir
(un objeto). La acción perfecta, la que contiene en sí misma su finalidad perfecta (télos)
sin ninguna potencia posterior, la que le convierte en su ser final, es lo que Aristóteles
llama entelequia (la que consigue actualizar el ser final, telos, de ese ser particular,
ente), a diferencia del movimiento que sólo acerca a ese fin.
El objeto del conocimiento es entonces la forma y sus causas, quedando la
materia como mero principio necesario pero incognoscible, como materia prima a la que
no se puede llegar si está desprovista de forma. El objeto de la investigación es entonces
determinar la forma y sus causas (eficiente y final) de los entes naturales en los que la
sustancia da forma a la materia. Pero como la sustancia es precisamente lógos, es un
concepto, podríamos conocerla si dispusiéramos de órganos para ello. Y eso se puede
hacer observando los seres naturales y razonando sobre ellos. Esto es lo que hace que
Psique se convierta, también para Aristóteles, en una encrucijada central en su sistema
teórico.
Psique es entendida por Aristóteles como parte de la física, como un ser natural
pues es forma incorporada a la materia, es la sustancia que hace que un cuerpo esté
vivo, definiéndose como entelequia, es decir: “el acto primero de un cuerpo que tiene
vida en potencia”. Psique, entonces, es la entidad que da la vida, pero es un entidad que
no tiene materia, cuyo ser es actuar puro. Es forma, es principio de acción, es logos. Lo
que cabe estudiar, entonces, cuando uno se dirige a Psique como objeto de estudio, es lo
que hace: sus funciones.
Cuatro son las funciones que Aristóteles atribuye a Psique:
Concepción de Psique 23
a) Función vegetativa. Es propia de todos los seres vivientes, de las plantas, los
animales y los hombres. Es la potencia nutritiva y reproductiva.
b) Función sensitiva. Existe en los animales y los hombres. Comprende el
movimiento, la sensibilidad, la imaginación y la memoria.
Aristóteles especifica cinco sentidos (vista, oido, olfato, gusto y tacto), que
suministran sensaciones específicas, las cuales se unen en el sensorio (o sentido)
común, suministrando una imagen del objeto idéntica al objeto mismo. De este
modo, la sensación en acto coincide con el objeto sensible. La imaginación, a su
vez, es resultado de la puesta en acto de lo que la sensación ofrece en potencia.
La memoria es una forma de imaginación, que funciona según tres principios de
asociación (similaridad, contraste y contigüidad) por los cuales una sensación
llama a otra. Es involuntaria y automática. Además, estas asociaciones se
fortalecen con la repetición y se ven afectadas por factores emotivos (amor,
repulsión, miedo), además de por la ordenación, de manera que se recuerda
mejor lo ordenado que lo desordenado.
c) La apetición (el deseo) es también una función propia de los animales y de los
hombres, muy vinculada a la función sensitiva, pues es una consecuencia de ella,
ya que toda sensación provoca agrado o desagrado, provocando una reacción
que es la causa eficiente inmediata del movimiento. El objeto que provoca el
movimiento es, entonces, el motor de éste.
d) Función intelectiva. Reservada sólo al hombre. Es la que permite conocer las
sustancias, las verdades universales. Aristóteles distingue entre el intelecto
agente o activo, que es el que conoce, y el intelecto pasivo o potencial que es el
que contiene el conocimiento resultado de los actos del intelecto agente. La
comprensión intelectual - que actúa sobre la base de lo que los sentidos nos
informan, pero a la que añade el razonamiento - nos ofrece la verdad misma.
Como él mismo nos dice “el conocimiento intelectual en acto es idéntico con su
objeto”. Una afirmación que suele denominarse como punto de vista realista7.
Pero, además, la función intelectiva, en el caso humano, transforma también a la
función mnemónica y a la apetitiva, haciendo así posible, en el segundo caso, la
voluntad como transformación del deseo en resolución de acción después de la
deliberación racional y, en el primero, el recuerdo voluntario, guiado por la
razón. De este modo, el humano puede no sólo aprender de la experiencia (por
asociación), sino aplicar su intelecto a la resolución de problemas y, además,
aunque no puede dejar de desear lo que desea, puede controlar su
comportamiento, abriéndose así a la responsabilidad moral.
Si el intelecto activo es capaz de producir conocimiento verdadero, se hace
entonces importante investigar sobre el modo en el que procede este intelecto
para alcanzar conocimiento verdadero. Eso es, precisamente, lo que Aristóteles
hace en su Lógica.
7
Se denomina realismo a la postura que sostiene que conocemos lo que cosas (re, en latín cosa)
verdaderamente son. Hay otras posturas diferentes, como el idealismo que sostiene que las ideas son el
fundamento de las cosas (Platón sería su representante prototípico), o el relativismo, que sostiene que
todo conocimiento depende del punto de vista que se adopte.
Concepción de Psique 24
razonamiento. Pero, además, dado que el conocimiento, para ser verdadero, ha de ser
idéntico con el objeto que pretende conocer, su Lógica es, también, un estudio del ser de
la sustancia. Ello es lo que permitirá que el concepto (resultado del trabajo del intelecto)
pueda ser verdadero. Por eso, la lógica estudia el lenguaje apofántico (de faíno, lo que
ilumina, declara, explica; desde fuera, apó), el que revela el ser.
Siguiendo este empeño, Aristóteles distingue entre el léxico concreto de cada
lenguaje, que es convencional y distinto entre una lengua y otra, y el hecho de que las
palabras se refieren a “afectos del alma que son los mismos para todos y constituyen
imágenes de objetos que son los mismos para todos”. Dicho de otra manera, el
vocabulario es distinto, pero hay una unidad en la sintaxis, de manera que el lenguaje
apofántico no es convencional, es universal, lo que es preciso es buscar su fundamento
para justificar el saber teórico. La cuestión, entonces, es cómo combinar una palabras
con otras para producir conocimiento. Al estudiar cómo se hace esto, de hecho se está
investigando, al mismo tiempo, la estructura del conocimiento y la del ser mismo.
Por una parte, para que se pueda decir verdad es preciso que en una expresión se
atribuya un predicado a un sujeto y que lo que así se diga corresponda a lo que puede
observarse (p.e., el perro es blanco), lo que sería un enunciado empírico. Pero no se
puede atribuir verdad o falsedad a los términos mismos, sino a las combinaciones entre
ellos. Por eso, Aristóteles comienza haciendo una ordenación de los términos en
categorías, que al mismo tiempo es una ontología , distinguiendo las siguientes:
sensación y del recuerdo, y cuando este último se repite, decimos que adquirimos
experiencia. Sobre la base de ésta última es como se llega a intuir la sustancia, que es
idéntica en un conjunto de objetos. Pero, a partir de aquí el intelecto ya no puede
proseguir actuando por intuición, tiene que aprender a razonar, lo que se consigue
estableciendo hábitos del intelecto. Lo que pretende la lógica es precisamente dilucidar
mediante investigación cómo deben ser esos hábitos para que la razón pueda proceder
hasta alcanzar un conocimiento válido. Por eso la lógica no es innata, sino que precisa
de investigación para descubrir los principios, éstos sí pertenecientes al orden de lo
trascendental, que permitan establecer los procedimientos para guiar al intelecto en su
esfuerzo para alcanzar un saber verdadero.
Precisamente Aristóteles distingue entre la lógica y la dialéctica, por el carácter
necesario de los principios de la primera, mientras que los de la segunda son solamente
probables. Precisamente su Retórica estudia los argumentos que se manejan en las
discusiones jurídicas, políticas, etc., con lo que la saca del ámbito de las ciencias
teoréticas, situándola en el terreno de la persuasión en contextos particulares. De este
modo, la dialéctica pasa de ser el terreno para ascender al conocimiento, como era para
Platón, a ser un arte, no vinculado directamente al conocimiento, sino dirigido a la
persuasión. Aspecto que Aristóteles examina con su habitual perspicacia, pero
distinguiéndola claramente del proceso de construcción del saber verdadero.
De este modo, Aristóteles nos ofrece toda una cartografía psíquica, creando,
además, la noción de funciones de la psique; es decir, estableciendo lo que la psique es a
través de lo que la psique hace, y para qué sirve lo que hace. Lo que, a su vez, tiene que
ver con su propia noción del cambio (su teoría del acto y la potencia), ofreciéndonos
una sutil manera de enlazar el presente con el futuro, pues una facultad es la capacidad
de hacer algo no actual, que está por venir. De Aristóteles se ha dicho muchas veces que
era un naturalista, que construía su sistema teórico a través de la cuidadosa observación
de la naturaleza. Pero, al mismo tiempo, también es un discípulo de Platón. Para él la
forma sigue siendo lo que hace que una cosa sea lo que es, incluso las transformaciones
de las cosas son un modo de adquirir una forma pre-existente. Pero, en cualquier caso,
Aristóteles nos dice una cosa muy importante: la psique es lo que la psique hace, la
psique es real, es un ente, es una cosa, pero su ser no es material, es acción pura sin
materia. Una afirmación que a algunos puede sorprender, pues no es muy lejana a la
afirmación del siglo XX de que Psique es conducta, es decir, lo que un organismo vivo
hace.
principio cognitivo y moral. Habrá que esperar aún un poco para que Psique (universal)
se convierta en la psique de cada uno.
En definitiva. Si puede decirse que Platón fue quien alumbró a Psique,
Aristóteles fue quien le dio una morfología compleja, estableció funciones y la puso en
relación con todas las ramas de saber en el seno de un edificio teórico muy sofisticado.
Como tendremos ocasión de ver enseguida, la obra de estos dos autores viene a ser algo
muy parecido a los cimientos sobre los cuales se construye un edificio (el del saber
teórico y, dentro de él el de la psicología), de manera que, aunque sufra muchas
reformas, o incluso sea reconstruido muchas veces, no puede nunca ignorar los
fundamentos sobre los que descansa. No debe, pues, sorprendernos que estas ideas,
muchas veces objeto de poco aprecio por viejas (y supuestamente archiconocidas),
vuelvan a aflorar una y otra vez a lo largo de los siglos por venir, adornándose con
elementos pertenecientes al paisaje cultural de cada época, poniéndose al servicio de
instituciones diversas o, inspirando nuevas formas de contemplar el mundo y de
concebir a Psique misma, pero que siempre dejan ver detrás de sus añadidos la firme
estructura que las subyace. No en vano los adjetivos platónico o aristotélico vienen a ser
los ancestros de racionalismo y empirismo, idealismo o materialismo, estructuralismo o
funcionalismo, susceptibles de ser utilizados, unas veces como banderas bajo las que
cobijarse, y otras como proyectiles para arrojarse unos a otros.
(quizás por haber sido antes ciudadano) en individuo, en un ser autónomo cuya
individualidad se disocia del ámbito del ejercicio del poder en el dominio público, pero
que puede ejercerlo en otro privado, dentro del cual sigue reclamando el ejercicio de su
capacidad de decisión. Si a ello unimos la progresiva creación de un código jurídico,
cada vez más general y unificado, nos encontramos ante un cambio muy significativo.
Aparece así la individualidad y la idea misma de libertad.
Hacia los inicios de la era cristiana podemos hablar de un imperio, el romano,
que se extiende desde el Rin y el Danubio hasta el Sahara, y desde el extremo occidente
(Britannia e Hispania) hasta las fronteras de Persia y el desierto arábigo, con una lengua
común, el latín, y una cultura cuya helenización se profundizará aún, aunque pronto
aparecerán nuevo elementos que contribuirán a alterarla profundamente.
Entre los nuevos elementos culturales que aparecen en este momento están
instituciones como la escuela, la ley y la ciudadanía. Ellos contribuyeron a crear la idea
de responsabilidad individual, de derechos y obligaciones, de deber para con la
República, aunque ésta tenga un príncipe (el primer ciudadano, que también es
emperador, que en latín sólo quería decir inicialmente general del ejército), que más
tarde se convertirá ya en lo que hoy entendemos por emperador en el sentido
monárquico, aunque siempre con cierto cuidado por legislar, por regular la vida civil del
estado. De hecho, los grandes códigos legales romanos son precisamente del final del
periodo imperial. Como muestra de la importancia de la ley romana para este cambio de
mentalidad baste señalar que, mientras los griegos entendían que el crimen cometido
por un individuo debía de pagarlo su grupo familiar, generando una espiral de agravios
colectivos, los romanos establecieron que era responsabilidad individual y que el
castigo debía ser proporcional al daño causado, valorándolo en términos de la utilidad
que debía cumplir lo dañado. Un criterio utilitario que aún usamos, y que, además, evita
los círculos de venganza a través de la mediación del magistrado cuya sentencia,
además, está reglada por la ley.
Es en este periodo, de decadencia griega, pero de esplendor helenístico y
romano, cuando surgen un grupo de doctrinas filosóficas conocidas como filosofías
morales que tienen interés para el empeño que aquí tenemos en biografiar el desarrollo
de Psique. Entre ellas están el cinismo, el epicureismo y el estoicismo. Esta última tuvo
especial importancia, por su mayor influencia histórica y su aportación a las
características de Psique y, además, porque fue algo así como la filosofía oficial romana
hasta la imposición del cristianismo.
fortalecimiento físico. Ni que decir tiene que su desprecio por la riqueza, la política y
las convenciones de la vida pública era absoluto, debido a su convicción de la inutilidad
del poder, dado que la felicidad proviene del interior del hombre y no de fuera de él. La
consecuencia es la negación de todo patriotismo y un anarquismo y cosmopolitismo
extremo.
voluntad, la alegría y la precaución del sabio, resultado del equilibrio racional, que le
previene de la tristeza, pues conoce la perfección del universo. El sabio, pues, busca la
indiferencia a toda emoción, la apatía. Todo ello les lleva a creer en una ley universal
que entienden como el fundamento de la ley natural que debe fundamentar toda ley de
cualquier estado.
En definitiva, los estoicos, como el resto de las filosofías morales de su tiempo,
cambian la orientación de la investigación filosófica misma. El objetivo ya no es
conocer como valor intrínseco, sino conocer para saber cómo comportarse, cómo dirigir
la conducta propia de manera que se alcance la felicidad. Así reivindican la libertad y
plantean como problema cómo usarla racionalmente en términos de armonía con las
leyes de la naturaleza.
En definitiva, para las filosofías morales helenísticas Psique ya no es una entidad
universal abstracta, sino que opera utilitariamente en cada individuo y sirve para guiar a
la conducta. No es muy desajustado decir que estas escuelas de pensamiento crearon al
sujeto psicológico preocupado por cómo conducirse, por cómo actuar, reivindicando su
libertad, aunque con diferentes énfasis en cómo hacer uso de ella.
La psique, que sigue siendo entendida como el principio vital, surge de la mezcla
de las cuatro cualidades (frío, caliente, húmedo, seco), manteniéndose la división
tripartita de Platón (racional, irascible y concupiscible), cada una de las cuales, reside,
respectivamente, en el cerebro, en el corazón y en hígado. De este modo, la psique es
considerada como un principio exclusivamente natural, que da su naturaleza al hombre,
y que se explica, ella misma, por el equilibrio humoral.
La psique se expresa en sus facultades (dynameis), que actúan como causa
eficiente (potencia) para todo movimiento corporal. Esto hace que Galeno multiplique el
número de estas facultades para dar cuenta de cada uno de los movimientos que dan
vida al individuo (la vida es entendida como automovimiento). Estas facultades se
dividen en cuatro principales: las naturales (que permiten crear materia a partir del
alimento, el crecimiento y la reproducción), las vitales (funciones cardiorrespiratorias y
de producción de calor), las psíquicas (la sensibilidad y la locomoción) y, finalmente,
las que caracterizan el ser de cada individuo como totalidad, lo que abre la puerta a
múltiples especulaciones sobre la explicación del ser de cada persona. De estas
facultades principales se derivan otras secundarias, teniendo en cuenta, además, que
cada parte del cuerpo tiene también sus facultades, de manera que las generales toman
una forma particular en cada caso. El resultado es una enorme multiplicación de las
formas que toma este principio explicativo.
Para la puesta en ejercicio de sus actividades específicas, las facultades deben
estar activadas por un principio exterior, a éste lo denomina Galeno espíritu (pneuma,
aire, soplo, hálito), que no es algo inmaterial, sino sustancias materiales sutiles, capaces
de atravesar las partes sólidas del cuerpo, lo que les permite penetrar en ellas y
desarrollar las potencias que les caracterizan. Vendría a ser una especie de fluido sutil
capaz de transmitir fuerza y que explicaría de forma física los movimientos corporales
que se observan en forma de facultades. Habría entonces tres tipos de pneuma: el físico
o natural (que se originaría en el hígado, crearía la sangre y se encargaría de la creación
de la digestión de los órganos de generación y del calor); el vital (que surge del corazón,
regulando el calor innato del cuerpo a través del fluir de la sangre, y la nutrición del
pneuma psíquico); y el psíquico (originado en el cerebro y que corre también por los
nervios, haciendo posible la sensación y el movimiento). En último término, estas
diversas formas de pneuma son sustancias materiales físicas.
El calor innato es un principio general que permite la vida, es producido por la
alimentación y la respiración, distribuido por la sangre y regulado por el cerebro. Para
explicarlo acude a la metáfora del fuego y a su necesidad de disponer de combustible y
de aire para que pueda arder.
La influencia del naturalismo aristotélico en Galeno se deja ver también en su
nosología. Agrupa sus observaciones naturalistas sobre la enfermedad, en géneros y
especies de enfermedades, fijándose no en sus síntomas, sino en las características
esenciales que le dan su ser en relación con el del cuerpo del enfermo. Es decir, por un
método más explicativo que puramente fenoménico, aunque tampoco renuncia a las
descripciones por síntomas. Así, distingue cuatro tipos de enfermedades simples:
enfermedades humorales (cuando se altera el equilibrio de los humores o se corrompe
uno de ellos), las enfermedades de partes similares (arterias, nervios, huesos, cartílagos,
ligamentos, membranas, que son producidas por tensión o relajación inmoderadas),
enfermedades de partes instrumentales (cerebro, corazón, pulmón, hígado, bazo, ojos,
estómago, riñón), y enfermedades por continuidad de unos órganos a otros (idiopáticas
cuando sólo se afecta una parte del cuerpo, y simpáticas cuando una parte enferma por
influencia de otra, pudiendo en este último caso llegar a afectar al cuerpo entero).
Concepción de Psique 32
Podemos, pues, decir, que en el periodo helenístico Psique es una criatura recién
nacida, pero ya bien formada. Se ha constituido como entidad de papel a través de
discursos elaborados desde la filosofía con la intención de explicar el conocimiento, la
vida social, la moralidad y la política y, también, la felicidad individual y, a veces, la
más difícil armonía colectiva. Pero también Psique es un principio explicativo biológico
y, por consiguiente, tiene que ver con la vida y con la salud, por eso se convierte
también en materia de estudio para la medicina. Nos encontramos, pues, con que sus
primeros retratos aparecen en escritos producidos desde estas prácticas epistémicas
entonces incipientes. Son escritos realizados a mano sobre rollos de papel y que sólo
podían reproducirse mediante copia manual realizada por escribas; un procedimiento
lento y caro, lo que convertía a esta forma de saber en algo muy restringido, al alcance
de muy pocos. No tiene nada de particular que la acumulación de saber, que requiere
que se registren innovaciones sobre la base de las tradiciones conservadas, fuera
también lenta, pues depende de la misma velocidad de reproducción y difusión de los
escritos.
Psique, de ser en su origen un principio vital (lo que da vida a la materia) pasa
pronto a ser el órgano para el conocimiento del mundo y para gobernar la acción de los
individuos y los grupos. En sentido estricto nace al mismo tiempo que el conocimiento
teórico, pues Psique es la entidad de cuyo trabajo depende la posibilidad de conocer: la
Concepción de Psique 33
cognición. Pero, al mismo tiempo, nunca pierde su carácter de entidad natural: Psique es
propia de todo ser vivo, existiendo en las plantas, los animales y los humanos, si bien en
el caso de éstos últimos tiene la capacidad de alcanzar la verdad trascendental, aunque
para ello tenga que trabajar de firme. Con Platón y Aristóteles esta psique de papel tiene
ya estructura y funciones claras, alcanza un lugar en la vida pública lo suficientemente
importante como para que la política la tenga en cuenta (o, al revés, incluso para
justificar la ordenación social). Con las filosofías morales se convierte también en el
órgano, para discriminar entre lo bueno y lo malo, para guiar el comportamiento hacia la
felicidad individual, en el instrumento para la autodeterminación individual y la
administración de una libertad responsable con la comunidad y lo que hoy llamaríamos
la historia. Pero todo ello sin perder de vista, como pone de manifiesto Galeno, que
Psique sigue siendo un ser de este mundo, que no sólo está encarnada en el cuerpo, sino
que es cuerpo mismo. Pero al ser lo que hace que ese cuerpo esté vivo, se mueva,
conozca y se autodirija, es también objeto del pensamiento moral, es también, hasta
cierto punto, extrasomática.
Psique, así, se sitúa en una posición incómoda. Es corporal, pero, al mismo
tiempo, no se agota sólo en la materia, sino que es acción, es autodominio, es
posibilidad. Está encarnada, pero es también algo más que carne. Esta ambigüedad
sobre el ser de Psique será causa de muchos de los avatares que sufrirá a lo largo de su
vida. Para unos Psique es parte de la física, mientras que para otros es una entidad
inmaterial. Enseguida veremos como, ya en el último periodo de la Antigüedad, Psique
intenta desencarnarse, sublimarse, para convertirse un ser de otro mundo. La historia de
cómo esto fue posible la relatamos en el capítulo siguiente.
Parte III
EL BAUTISMO DE PSIQUE.
Roma alcanzó su máxima extensión y poderío durante los siglos I y II, pero su
inestabilidad se iba haciendo crónica. Por una parte los golpes de estado se iban
haciendo más frecuentes, el ejercito se había hecho mercenario, enrolándose bárbaros en
su seno. Además, probablemente por una serie de cambios climáticos que fueron
desecando el Asia Central, se produjo un gran desplazamiento de población hacia el
oeste y el sur, lo que produjo una creciente presión en las fronteras imperiales. A partir
del s. III las ciudades habían perdido población, la propiedad del campo se había ido
concentrando en forma de latifundios con trabajadores en régimen de servidumbre y una
economía basada en el trueque. Esto producía un declive del comercio y del intercambio
monetario, vaciando más las arcas del estado y haciéndolo más vulnerable. El resultado
fue un largo periodo de anarquía y bandidaje. Restaurado el orden, Domiciano dividió
en imperio en dos el año 293, con sus respectivas capitales en Roma y Bizancio (luego
Constantinopla), subdivididas, a su vez, en diócesis que agrupaban a las provincias. A
pesar de estos intentos la inestabilidad, las guerras civiles y las presiones fronterizas
volvieron a reproducirse. A principios del s. V el imperio de occidente se colapsó
definitivamente bajo las sucesivas invasiones de suevos, vándalos, alanos, godos,
francos, anglos, sajones, lombardos y hunos. El imperio de oriente (ya bizantino)
intentó una reconquista en el s. VI, pero ésta, aunque exitosa, fue efímera. Occidente
perdió la unidad política y entró en un fuerte declive económico. Sin embargo, del
esplendor imperial quedaron muchas cosas: la estructura administrativa de la iglesia
(superpuesta a la civil imperial), las obras públicas y la tecnología, los códigos de
justicia, el latín como lengua de la Iglesia y de la administración y, sobre todo, el
recuerdo del imperio, como unión de estado e Iglesia, siendo esta última la que daba la
legitimidad.
particulares son partes del alma del mundo, estando todas ellas unidas como los
miembros de un mismo organismo. Es sobre esta unidad de las almas de donde surge un
concepto que hace que Plotino se haga importante para una historia del crecimiento de
Psique: la conciencia. La conciencia es algo que estaba ya en la preocupación de los
estoicos, pero con Plotino toma una importancia central, pues para conocer no hay que
salir de sí, basta con mirar al interior de uno mismo, la reflexión, la introspección. Es
esta reflexión interior la que permite llegar a Dios, liberándose de toda relación corporal
y purificándose de la exterioridad a través de las virtudes (inteligencia, sabiduría,
templanza, fortaleza y justicia) y utilizando la música, el amor y la filosofía como
métodos para alcanzar a Dios. Plotino, pues, establece a la conciencia como el territorio
para la investigación filosófica y plantea un método, la reflexión o introspección (mirar
hacia dentro) como manera de alcanzar el saber. Ambas son cuestiones de largo alcance
para lo que siglos después sería la psicología.
Plotino era él mismo politeista (creía que la unidad de Dios tenía que manifestarse
de múltiples formas), pero su doctrina nos sitúa ya en los umbrales de lo que será la
primera filosofía cristiana.
El cristianismo pasó de ser una de las muchas religiones orientales a religión oficial
del Imperio Romano con el Edicto de Milán, promulgado por el emperador Constantino
el año 323. Pero antes pasó por ser una religión de clases bajas y, poco a poco, fue
ascendiendo en la escala social romana. Como se proclamaba la única religión
verdadera, y se negaba a participar en el culto de los emperadores divinizados, fue en
ocasiones perseguida, además de ridiculizada por las clases cultas romanas. Dado que
uno de los mandatos de esta nueva religión era la conversión de los descreídos, pronto
apareció la apologética, como un primer intento cristiano de establecer una justificación
teórica de la religión, llegando a producir escritos dirigidos al propio emperador, ya en
el siglo II. La apologética evolucionó enseguida hacia la patrística, la primera filosofía
cristiana, que, al mismo tiempo, establecía la primera doctrina, diríamos que “oficial”de
la Iglesia, que se convirtió en ortodoxia, cuando el cristianismo pasó a ser la religión del
estado, de manera que las desviaciones a estas ideas oficiales se convirtieron en herejías
que debían perseguirse, tanto por ir en contra del Estado, como por estar en desacuerdo
con el saber revelado, cuyos únicos intérpretes autorizados ocupaban la jerarquía
eclesiástica.
Aurelio Agustín (354-430) fue el primer gran filósofo cristiano. Vivió en el actual
territorio de Túnez en el periodo final del imperio romano de occidente. Llegó a ser
obispo de Hipona, muriendo cuando esta ciudad estaba sitiada por los vándalos. Estuvo
muy influido por Plotino, compartiendo con él la idea de que el fin de toda filosofía es
establecer la relación entre el alma y Dios, al extremo de que estas dos entidades
constituyen el objeto a estudiar para alcanzar conocimiento. Su orientación para ello es
claramente religiosa más que filosófica, pero al hacerlo introduce algunas cuestiones
importantes para el desarrollo de Psique tal como hoy la conocemos.
El fin de la vida humana es volver a Dios. Eso es posible porque la naturaleza
humana es imagen de la naturaleza divina. “Yo soy, yo conozco, yo quiero. Soy en
cuanto sé y quiero; sé que soy y quiero; quiero ser y saber. Vea quien pueda cómo en
estas tres cosas hay una vida inseparable, una vida única, una mente única, y cómo la
Concepción de Psique 36
distinción es inseparable, y, sin embargo, existe”8. Estos tres aspectos (ser, saber,
querer) corresponden a tres facultades del alma humana: memoria, inteligencia y
voluntad; las tres están unidas en la sustancia del alma, siendo un reflejo de la trinidad
divina. De este modo, la propia estructura del hombre hace posible buscar a Dios en el
interior de uno mismo.
El platonismo de Agustín se muestra también en su metafísica. Dios ha creado todas
las cosas por la palabra, el Verbo, Lógos o hijo de Dios (como dice el inicio del
evangelio de San Juan), es quien tiene en sí las ideas (las formas o las razones
inmutables de las cosas), de las cuales nacen y mueren los objetos que vemos. Dios no
sólo ha creado las cosas, sino al tiempo mismo, separándolo de la eternidad (la
permanencia constante sin tiempo) estableciendo así un antes y un después y un
presente en el gozne entre ambos. El tiempo está fluyendo constantemente, pero, a pesar
de ello, nosotros distinguimos entre un tiempo largo y un tiempo corto, entre el pasado y
el futuro. ¿Cómo podemos medirlo? La respuesta está en el alma. Tenemos memoria
para el pasado, expectación para el futuro y atención para el presente. Estas tres
capacidades del alma permiten la tensión de la vida subjetiva que conserva dentro de sí
el pasado y tiende a un futuro a través de su acción presente. Agustín, al incorporar al
neoplatonismo la idea de creación, junto con la de salvación, rompe la noción clásica de
un mundo eterno e inventa, simultáneamente, la subjetividad y la historia,
sosteniéndolas sobre la actividad del alma. Entendiendo a la historia como la lucha entre
la carne y el espíritu que se da en la subjetividad de cada uno en busca de su fin último,
la patria celestial, cuya consecución es lo que da sentido a la vida. De este modo se
produce un isomorfismo entre la vida individual y la del mundo, partiendo de una
creación y volviendo a Dios con la muerte corporal o con el Apocalipsis. La vida, así, se
convierte en historia, tiene un fin y un sentido guiada por el amor divino, que se hace
presente en cada uno en el amor del alma para con Dios.
Pero esta orientación de la vida y de la historia hacia Dios tiene también algunas
otras consecuencias. Los únicos objetivos del conocimiento que merecen la pena son
Dios y el alma, que actúa como medio de llegar a Él. Siendo éstas las únicas fuentes
seguras del conocimiento, lo que pone al mismo nivel la revelación divina, que alcanza
directamente al alma, y los conocimientos empíricos, que a través de la sensibilidad se
muestran en la conciencia. Esta concepción inaugura la visión medieval del mundo que
concibe la vida como un tránsito hacia la vida eterna y al estudio de Dios como el único
legítimo, subordinando a este fin toda otra forma de investigación.
Agustín es considerado como el último filósofo clásico, al mismo tiempo que el
primer filósofo cristiano y medieval. Su legado, intelectual y religioso, impregnará toda
la Edad Media. Por otra parte, añade algunas cosas a Psique de las que conviene
recapitular las más importantes. No sólo retoma muchas cosas de los neoplatónicos,
sino que a la conciencia añade la subjetividad y algo nuevo: el tiempo y la historia y,
con ellas, la noción de sentido de la existencia.
Ahora ya no se trata sólo de un sujeto humano sea capaz de alcanzar conocimiento
verdadero por las facultades del alma y de la sensibilidad; ya no es tampoco suficiente
la consecución de la paz individual por la aceptación del destino o de las leyes de la
naturaleza, ni incluso basta con que la conducta se guíe por la búsqueda de la justicia, la
virtud y la felicidad individual o colectiva. Ahora se trata, ni más ni menos, de que la
vida tiene un significado preciso que, además, es trascendental. No se trata de que cada
uno tenga que buscar individualmente su propio camino hacia la felicidad (ya sea
entendida como ataraxia o como apatía), sino que todo el mundo (ahora ya entendido
8
Confesiones, XIII, 11 (citado por Abbagnano, o.c.).
Concepción de Psique 37
como la creación de Dios) tiene como fin la vuelta a su origen divino (que además es
racional, pues Dios mismo es logos). A partir de este momento no sólo la vida de cada
hombre tiene sentido, la búsqueda de Dios, sino que la vida social misma tiene un
significado objetivo, una regla para medirse y una dirección, tender hacia la ciudad de
Dios, el reino de la gracia divina.
Ahora, Psique se nos ha convertido en alma cristiana, imagen de Dios mismo, tiene
una estructura semejante a la de Él y, por consiguiente, tiene dentro de sí todos los
principios que le permiten alcanzar el conocimiento seguro. Podría decirse, por una
parte, que apenas hay nada nuevo respecto a lo que ya había anunciado Platón; pero, por
otra, que Agustín recoge también las aportaciones de los estoicos y del neoplatonismo,
construyendo una doctrina mística aunque también racional, pero siempre volcada a lo
trascendente y buscando algo “que no es de este mundo”. En cualquier caso, lo que no
puede negarse es que el espíritu naturalista de Aristóteles fue dejado de lado. Como
veremos, su recuperación tardará bastante en producirse.
Con la caída del Imperio de Occidente, las clases dirigentes latinas fueron
sustituidas por gobernantes de las nuevas etnias (los bárbaros venidos del norte y del
este), quedando la administración en buena parte en manos de eclesiásticos, que eran los
únicos que podían dedicar tiempo a instruirse en las escuelas de los monasterios, únicos
remansos de paz en aquellos turbulentos tiempos. Allí se establecieron escuelas de
copistas que conservaban y copiaban libros sagrados, pero también manuscritos que
conservaban el saber de la antigüedad. A las invasiones que antes mencionamos se
unían las incursiones de los paganos vikingos, con lo que la inestabilidad era constante.
Suele hablarse de una mentalidad medieval, sostenedora de la estructura social y
política, además del modo de pensar de sus gentes. Una forma de pensar fundamentada
en el estoicismo y en neoplatonismo, con algunos elementos aristotélicos subordinados.
El mundo es entendido como una estructura perfecta y necesaria en la que cada cosa y
cada uno tiene su sitio y su función predeterminados, a los que debe plegarse, de manera
que su libertad debe usarse para esta conformidad. Las instituciones políticas y
eclesiásticas son guardianes de este orden natural e instrumentos de su funcionamiento.
Esto es lo que hace que apareciera como natural que esas instituciones fueran
guardianas de la disciplina que debía guiar cualquier tipo de indagación racional.
En Oriente las cosas no iban mucho mejor para los romanos. Mahoma (571-632)
fundó una nueva religión, el islamismo, en el sur de Arabia, que pronto inició una
expansión imparable. A principios del s. VII había ya derribado el imperio persa (el
gran rival de Roma en el este) y, enseguida, ocupó Siria, Palestina, Egipto y el norte de
África y, a principios del siglo siguiente Hispania. De este modo, las partes más cultas
del imperio de oriente quedaron bajo dominio musulmán. El Imperio Romano de
Oriente lograría resistir hasta principios del siglo XV, pero bajo la enorme presión
militar de árabes, búlgaros y turcos, siendo estos últimos quienes finalmente ocuparán
su territorio, llegando luego hasta el corazón de Europa, sitiando Viena dos veces, ya en
el s. XVI y en el XVII.
los planetas y en la medición de los tamaños aparentes del sol y la luna en los eclipses,
y, por otro, en el tamaño de las sombras de los objetos en diversas localizaciones de la
superficie terrestre, los astrónomos, geógrafos y matemáticos de la antigüedad habían
establecido ya entonces la concepción de una tierra esférica, los conceptos de latitud y
longitud, y una estimación de los tamaños relativos del sol, la luna y la tierra y las
distancias entre ellas.
Un discípulo de Platón, Eudoxo de Cnido (490-356 a.C.) expuso un sistema
astronómico que compaginaba ideas de su maestro con los elementos que acabamos de
señalar. Su concepción, que perduraría durante mucho tiempo, es la de que cada
movimiento simple de un astro estaba explicado por la rotación de una esfera (el
círculo y la esfera eran figuras perfectas según Platón) cuyo centro coincidía con el de la
tierra, que permanecía estática. Este sistema necesitaba de un número importante de
esferas concéntricas, cuyos ejes de rotación se encastraban en las esferas
inmediatamente superiores. Así, Eudoxo necesitaba de veintisiete esferas, una para las
estrellas fijas, tres para la luna y otras tantas para el sol y cuatro para cada uno de los
planetas entonces conocidos, de manera que pudieran explicar sus movimientos
aparentes mediante composiciones de movimientos circulares. Conforme las
observaciones se fueron haciendo más precisas el número de esferas hubo de
multiplicarse para dar cuenta de los movimientos observados, si bien a veces se
plantearon soluciones intermedias que creaban grupos de esferas interconectadas con el
fin de simplificar y ordenar el sistema. En el siglo V d.C. Proclo, un astrónomo
bizantino, estableció un sistema de nueve esferas, una para cada planeta (Luna, Sol,
Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno), otra para las estrellas fijas y otra externa
que constitúa el Primum Mobile. Pero, ¿por qué se movían estas esferas? Dionisio9
supuso que era a consecuencia del impulso que sobre ellas ejercían los seres angélicos
mencionados en las escrituras (serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes,
potestades, principados, arcángeles y ángeles, mencionados en orden descendente). De
este modo, había un orden jerárquico de seres celestiales, jerarquía supralunar que
continuaba en el mundo sublunar (el de la materia corruptible) con las jerarquías
sociales y eclesiásticas.
Esta visión, aunque fue la más extendida, no gozaba de total unanimidad. Por
una parte, había quienes sostenían que Dios al crear el mundo le había conferido un
ímpetu a las esferas que no se agotaba con el paso del tiempo, del mismo modo que a
los objetos pesados sublunares les había dotado de la tendencia a caer en tierra (según el
supuesto de la física aristotélica). Esta teoría del ímpetus suponía la existencia del vacío,
un concepto cuya posibilidad de existencia suscitaría no pocas discusiones durante la
Edad Media. Por otro lado, nunca llegaron a desaparecer del todo algunas creencias
arcaicas que consideraban a la tierra como una superficie plana rodeada de aguas
inferiores y por una esfera de aguas superiores, o, incluso, la idea de que la estructura
del universo se modelizaba sobre la del tabernáculo, pero éstas últimas visiones eran
consideradas ya entonces como menos fundamentadas.
En definitiva se trataba de una visión de un universo creado estático y perfecto
desde el principio, girando alrededor de la tierra, y constituido por diversas esferas
jerarquizadas por orden de perfección, que incluían entes espirituales y materiales
también jerarquizados. El espíritu era el causante de los movimientos del universo y de
los seres vivos, mientras que los objetos del mundo sublunar sólo se movían bien fuera
por la aplicación de una fuerza aplicada desde fuera, o por una causa final, la de
9
Un neoplatónico discípulo de Proclo que es conocido también como el Pseudodionisio, al habérsele
confundido por algún tiempo con Dionisio el Aeropagita.
Concepción de Psique 39
recuperar su estado natural, el estar apoyado sobre la tierra, tal como señalaba la física
de Aristóteles.
10
La importancia del modo de notación se puede comprobar intentando realizar algunas operaciones
matemáticas sencillas sobre el sistema de numeración romano (p.e. dividir 1.128 entre 8, expresándolo
como MCXXVIII entre VIII), sin operar nunca con números árabes.
Concepción de Psique 40
3.3. La escolástica.
En occidente se alcanza una relativa estabilidad con el llamado renacimiento
carolingio (siglo IX), estabilidad que se va asentando con la cristianización de los
pueblos nórdicos y eslavos y la progresiva implantación de feudos jerarquizados en
reinos, con el emperador de Sacro Imperio Romano y el Papa en la cúspide. A la altura
del s. XII la situación política y económica permite que, de nuevo, las ciudades crezcan,
se reinicien obras públicas y, con ellas la construcción de catedrales, sedes episcopales
que venían a ser como un monasterio en la ciudad. Estas catedrales tenían anejas, como
sucedía en los monasterios, una escuela que, pronto recibiría el nombre de universidad.
En estas escuelas se enseñaba en latín (que seguía siendo la lingua franca) y se
formaban los eclesiásticos y lo que, poco a poco, vendría a ser la clase funcionarial de
los estados que poco a poco se iban asentando. El currículo docente se agrupaba en dos
programas: el trivium (gramática, lógica o dialéctica, y retórica) y quatrivium
(geometría, aritmética, astronomía y música), a los que en el siglo XIII se añadió la
medicina, sobre todo importada de los árabes, con lo que se separa una forma de
medicina teórica (fisiológica, en el sentido griego que señalamos en el capítulo 2),
basada en las contribuciones de Hipócrates y Galeno.
En estas universidades sería donde se reiniciará la investigación filosófica en
occidente, correspondiendo a París un lugar central, aunque no exclusivo, en el inicio de
este proceso. De San Anselmo, San Buenaventura o Pedro Lombardo, que en el s. XII
planteaban que la fe se puede apoyar en la razón, pronto se pasó a Pedro Abelardo que
importó el averroísmo y denominaba a Aristóteles el príncipe de los filósofos. El punto
culminante se alcanza con Tomás de Aquino (1225-1274), quien plantea que se puede
llegar a la verdad por dos vías diferentes pero paralelas: la investigación racional y la
revelación, las cuales necesariamente han de converger, pues Dios no puede
contradecirse entre su obra y su revelación. Santo Tomás va a ser responsable de una
reinterpretación cristiana de Aristóteles que, tras la inicial resistencia de la Iglesia a
renunciar al monopolio de la revelación como única fuente de conocimiento seguro, se
convertirá en la filosofía oficial, pasando a ser enseñada en todas las escuelas, por lo
que la doctrina tomista llegó a adueñarse del término escolástica que antes designaba a
la enseñanza universitaria, en general, y que hasta entonces había estado más
preocupada por el entrenamiento en el comentario de los textos que transmitían la
verdad, que en investigarla de manera autónoma.
Tomás de Aquino sigue bastante de cerca la interpretación que Avicena hace de
Aristóteles, con la transformación de las funciones en facultades, pero también muestra
algunas diferencias, siendo la más importante de ella la vuelta del intelecto agente al
alma individual, haciéndola así de nuevo inmortal y acorde con la doctrina cristiana. Por
otra parte, Tomás realiza una ruptura con el agustinismo digna de reseñarse; por un
lado, el lugar natural del alma es el cuerpo, y éste no es un estorbo contra el que hay que
luchar para alcanzar conocimiento; por otra parte, y en consecuencia con lo anterior, el
conocimiento del mundo es siempre empírico, por vía de los sentidos, sólo podemos
conocer a Dios a través de su obra. De este modo, se vuelve a abrir la posibilidad de
investigación empírica y racional, despejando así el camino para el renacimiento. En
cualquier caso, la obra de Santo Tomás puede caracterizarse, en lo que a su tratamiento
Concepción de Psique 41
óptica (que llevaría a tallar cristales, construyendo lentes), o la alquimia (que buscaba
transformar la naturaleza de los elementos naturales). Todas estas prácticas, que en sus
desarrollos cristianos debían muchísimo a las aportaciones árabes y judías, tenían en
común la creencia de que había un orden natural que actuaba con una causalidad
eficiente sobre los eventos del mundo y que, conocida esta causalidad, podría
anticiparse el futuro y, eventualmente, actuar sobre él (por ejemplo, encontrando la
piedra filosofal que permitiera producir oro a partir de otros metales, o alcanzar la
panacea, la medicina que permitiera aliviar todos los males). Pero este orden natural se
creía gobernado por el espíritu, con lo que mediante la intervención de agentes
sobrenaturales malignos (el demonio) se podrían cambiar acontecimientos (magia
perversa o negra), mientras que conociendo las cualidades ocultas de las cosas se podría
utilizarlas en beneficio propio (magia buena, blanca o natural). Así, para estas gentes los
logros actuales de la tecnociencia serían inequívocamente atribuidos al desarrollo de
conocimientos de magia benéfica. De este modo, los avances que durante siglos se
produjeron en el conocimiento de la naturaleza mezclaban un pensamiento místico,
mágico y naturalista. Habrá que esperar hasta el siglo XVII para que la separación entre
estas formas de pensar se hiciera nítida.
En el s. XII la llamada escuela de Chartres había ya señalado que la naturaleza,
como parte del ciclo creador divino era objeto digno de ser investigado. Pero serán los
franciscanos de la escuela de Oxford quienes ofrezcan las contribuciones más
importantes. Esta escuela de inicia con Roberto Grosseteste (1175-1253), quien, por
razones más místicas que filosóficas, se interesa por el estudio de la luz, considerándola
el origen de todas las cosas. Pero lo más importante de su contribución son sus ideas
sobre el método que sostiene que el estudio debe comenzar con el análisis de los objetos
compuestos que nos ofrecen los sentidos, lo que permitiría aislar los principios que
actúan sobre ellos y, por tanto, remontarse a las causas. El paso posterior sería
recomponer el fenómeno para, finalmente, mostrar por deducción cómo el efecto
particular se desprende de la causa general. Un procedimiento que combina el método
inductivo con el deductivo.
Será Roger Bacon (1214-1294), discípulo del anterior, quien exponga con mayor
fuerza la importancia de la experiencia para alcanzar conocimiento. Según él, la
autoridad sólo nos transmite conocimiento si nos da razones de lo que nos dice, pero las
razones por sí mismas son incapaces de desterrar la duda, pudiendo a lo sumo producir
credulidad, que es una de las más comunes fuentes de error. Únicamente el
conocimiento de las razones y de las causas obtenidos por experiencia es capaz de
producir sabiduría. La experiencia es, entonces, la única fuente segura del
conocimiento. Esta experiencia puede ser externa (la que nos dan los sentidos) e interna
(la que se nos da por iluminación divina). Esta última incluye una forma de revelación
primitiva al hombre, que viene a ser el concurso de Dios a la posibilidad de conocer el
orden natural, que incluye a la lógica y a las matemáticas, dando por supuesto que todas
las determinaciones de las cosas (cualidad, relación, espacio, tiempo) dependen de la
cantidad, que es el objeto de las matemáticas. Es por ello por lo que esta disciplina es la
única capaz de dar demostraciones verdaderas y exentas de toda duda, de manera que
las matemáticas son las que permiten que las otras ciencias se constituyan y procuren
conocimiento cierto.
Pero Roger Bacon era un franciscano medieval y, consecuentemente,
agustiniano y místico, al mismo tiempo que filósofo, alquimista y mago. Para él la
revelación divina no se limitaba a lo que acabamos de señalar, que consideraba
únicamente como la forma más baja de revelación, a ella se sumaban también otros
grados de revelación, consecuencia de la gracia divina, que permitían alcanzar las
Concepción de Psique 43
virtudes, los dones del Espíritu Santo, las bienaventuranzas, la paz de Dios y, por
último, el arrobamiento místico.
En definitiva, Bacon establece ya de forma expresa las bases que luego retomará
Galileo para exponer el método científico, pero lo hace desde una concepción
plenamente medieval y con objetivos plenamente medievales. Precisamente su
justificación del uso de las matemáticas se inserta en la visión neoplatónica del universo
que, también, estará en la base del desarrollo de la ciencia moderna.
un signo sea capaz de significar la realidad “al modo que el humo significa el fuego, el
gemido del enfermo el dolor y la risa la alegría interior”11. Así la justificación del
conocimiento ya no depende de la capacidad abstractiva y de la intuición de las
esencias, sino de principios de asociación entre esos símbolos y las experiencias
sensibles (hábitos) cuya relación se establece a través de la intencionalidad.
Esta concepción del proceso de conocimiento abre camino a lo que será el
empirismo moderno, lo que se completa, además, con el modo en que Ockham entiende
la inducción. Al contrario que Aristóteles, no considera que la inducción12 deba ser
completa (observando todos los casos posibles para poder ascender a lo universal), sino
que llega a admitir el caso único, sobre la base del principio de las causas del mismo
género producen también efectos del mismo género, es decir, estableciendo el principio
de uniformidad causal de la naturaleza.
La concepción de la psique que se desprende de su obra es bien distinta de la de
sus antecesores y parece preludiar los aires modernos que más adelante examinaremos.
Ockham no nos dice qué es el alma, sino lo que de ella conocemos por nuestra
experiencia externa (la intuición de las cosas y de las cualidades, y de la relación entre
ambas, que es automática, sin intervención de la voluntad) e interna (que permite que
nos demos cuenta de que pensamos, percibimos, queremos, etc.). Pero no hay nada en
nuestra experiencia que nos diga que dispongamos de una pretendida sustancia
incorruptible a la que pertenezcan nuestros actos de conciencia. Por eso no podemos
afirmar que existe en base a la experiencia, ni tampoco mediante el razonamiento.
Dicho de otra manera, para Ockham lo que sabemos de la psique es lo que de ella
experimentamos y no se puede ir más allá de ello.
Por otro lado, defiende la existencia de la voluntad y, consecuentemente, de la
libertad, considerándola como fundamento de la valoración moral. La libertad para él es
la capacidad de elegir cosas concretas diferentes, de manera que se produzca uno u otro
efecto. Además, esta libertad de querer hacer algo es también observable
empíricamente, lo que para él es un argumento incontrovertible.
Por último Ockham indica claramente que no se puede demostrar la existencia
de Dios (discrepando de Sto. Tomás) y separando la fe (producto de la gracia) de la
razón y de la experiencia, lo que es otro signo de cómo estaban ya cambiando las cosas.
En concordancia con ello se opone a la autoridad absoluta del Papa o del concilio en el
terreno doctrinal (dice que eso sería solamente atribuible a la Iglesia como comunidad
de creyentes) y propugna la separación total del poder civil y eclesiástico, además de,
como buen franciscano, defender la pobreza de la iglesia y denunciar la riqueza del
papado, entonces radicado en Avignon. Esto le lleva a ponerse de lado del emperador en
sus disputas con el Papa Juan XXII, lo que le trajo no pocos disgustos también con los
pontífices que le sucedieron, llevándole a buscar la protección del emperador. Su
doctrina fue prohibida por la Iglesia, pero ello no impidió que se difundiera por la
universidades dando lugar a toda una escuela de ockhamistas que le sobrevivió a lo
largo del s. XIV poniendo en crisis a la escolástica.
El largo periodo de tiempo conocido como Edad Media se extiende por todo un
milenio. Ya nos hemos referido, aunque con mucha brevedad, al paso del mundo
11
Summa totius log., I, I, 14 (citado por Abbagnano, o.c.).
12
Se entiende por inducción el producir una afirmación universal sobre la base de afirmaciones
particulares, al contrario de la deducción que haría una afirmación particular a partir de otra universal.
Concepción de Psique 45
antiguo al medieval, a la alta edad media, y al tránsito hacia la baja edad media. Ahora
vamos a referirnos a los cambios que se producen en este último periodo, que acaban
conduciendo al Renacimiento.
En este periodo se produce un asentamiento de la situación política y económica,
con el consiguiente desarrollo de las ciudades y de su población, compuesta por
artesanos, comerciantes, prestamistas, etc., crecientemente organizados en gremios y
asociaciones. Esta situación contrastaba con la del campo, cuyos habitantes estaban
sometidos a la servidumbre de la nobleza. El sistema feudal estructuraba políticamente a
la sociedad, actuando como señores tanto miembros de la nobleza como del alto clero
(obispos y abades). El poder real se presumía que tenía una legitimidad emanada de
Dios, pero que administraba la Iglesia. Cuando los soberanos trataban de ejercer el
poder político se encontraban con la resistencia tanto de los nobles como de la Iglesia.
Esto llevó a los reyes a ejercer una política de apoyo a las ciudades, al objeto de
atraérselas a su bando, y a un intento de establecer una separación entre poder civil y
eclesiástico (cuyo poder temporal y militar no era pequeño), lo que condujo a no pocos
enfrentamientos, a menudo sangrientos. Por si esto fuera poco, en el siglo XIV Europa
se vio afectada por la plaga de la peste negra que mató más de un tercio de la población,
produciendo, además, una importante crisis económica
Gradualmente las monarquías consiguieron imponerse13, reduciendo a la nobleza
y pactando con el poder eclesiástico, aunque las relaciones con éste no siempre fueran
fáciles. Este proceso ocupa los siglos XIV y XV, en los que se produjo el llamado
Cisma de Avignon (llegó a haber hasta tres papas simultáneamente, cada uno apoyado
por diferentes reyes y nobles, en función de sus intereses) y guerras feudales de gran
crueldad y duración, como la guerra de los cien años entre los reinos de Inglaterra y
Francia ligados entre sí por toda una maraña de relaciones feudales. El resultado fue la
aparición de las monarquías modernas, caracterizadas por un fuerte poder real,
centralizado en la corte, que irán desarrollando una administración, un ejército y una
marina dependientes del soberano y sufragados por impuestos extraídos sobre todo de
las ciudades. La cuantía de estos impuestos se acordaban en asambleas (parlamentos,
estados generales, cortes) en los que el rey negociaba con los representantes de las
ciudades, del clero y de la nobleza, de acuerdo con los fueros de cada reino. Esto
condujo a una creciente importancia de la actividad política, al crecimiento del número
de personas involucradas en ella, y al desarrollo de la burocracia y la administración,
siendo precisas cada vez un mayor número de personas capaces de leer y escribir.
Paralelamente a estos cambios políticos surge también la teorización sobre la
política. Nicolás Maquiavelo reflexiona sobre la acción del príncipe y Jean Bodin sobre
la legitimidad del poder real y su contraposición a la tiranía, considerada como ajena a
la moral e ignorante de las necesidades de los súbditos, que se consideraban como
obligaciones a las que el monarca debía ajustar su conducta.
Una de las consecuencias de esta expansión de la alfabetización, siempre
restringida a las clases altas y a la burguesía, fue el desarrollo de la literatura en lengua
vulgar, es decir la que se hablaba en la calle, distinta al latín que continuaba siendo la
lengua de la Iglesia, de la burocracia, de la diplomacia y de la universidad. Esta
literatura, que en principio recogía por escrito los poemas épicos, sacros o amatorios
que recitaban los juglares, pasó a ser pronto forma directa de expresión, contribuyendo a
fijar estas lenguas vernáculas, a darles respetabilidad intelectual, y a expandir algunas
de ellas, a costa de otras. Así el inglés empezó a predominar sobre las lenguas gaélicas
13
El uso de la pólvora, cuyas fábricas acabaron siendo un monopolio real, junto con la artillería, muy cara
y por ello más fácilmente al alcance del rey, fueron factores importantes para asegurar el poder real con la
demolición de las fortalezas feudales.
Concepción de Psique 46
de Gran Bretaña e Irlanda; el toscano sobre otros dialectos latinos en Italia; la lengua de
Île de France, sobre el occitano o el bretón en Francia, y el castellano, el catalán y el
gallego sobre otras lenguas en lo que hoy es el territorio español, por citar sólo algunos
ejemplos. La introducción de la imprenta de tipos móviles a mediados del s. XV abarató
de forma muy importante los libros, poniéndolos al alcance de capas más amplias de la
población, facilitando aún más la difusión de estos productos literarios, la de las lenguas
en las que se escribía y la difusión de los escritos producidos14. En pocos años las
lenguas no impresas decayeron rápidamente.
La Iglesia, como ya hemos mencionado, estaba en crisis. Por una parte, las
monarquías querían arrebatarle poder, por otra, su riqueza, corrupción e intolerancia le
alienaba del respeto de los intelectuales, del bajo clero y de parte del pueblo mismo.
Además, el absolutismo papal y el uso del latín, la hacía aún más lejana y opresiva para
algunas poblaciones. En este ambiente se presentan un conjunto de propuestas de
reforma de la Iglesia que pronto serán tachadas de herejías. Si bien en muchos casos el
propio poder civil (cuya propia legitimidad, recordemos, estaba apoyada por la Iglesia
misma) reprimió estas desviaciones, en otros, lo favoreció como manera de ganar poder
político. Así fue como triunfaron algunas de las iglesias protestantes, pero para eso
habrían de producirse un buen número de guerras que ensangrentarían Europa durante
los siglos XVI y XVII.
Nos encontramos, pues, que en el periodo que va del s. XIV al XVI se producen
unos cambios socio-culturales de enorme trascendencia. Se separa el poder político y
espiritual, se crean las grandes monarquías, se desarrolla la literatura en lengua vulgar,
aparecen nuevos géneros literarios (como la novela, que habla de la vida, de la biografía
de personajes individuales, sujetos a pasiones y deseos), se amplía el número de lectores
y la difusión de las ideas. A esto hay que añadir la influencia de la Reforma Protestante
con el énfasis que Lutero (un monje agustino) en la interpretación individual de las
escrituras como forma de revelación individual, libre de la interpretación oficial de la
Iglesia. Esto tuvo como efecto la traducción de la Biblia a las lenguas vulgares y a su
lectura individual. La consecuencia de todos estos procesos combinados es la aparición,
por primera vez, de una masa de lectores importante, con importantes consecuencias
para la difusión de la cultura escrita y para la constitución de tradiciones intelectuales,
las cuales ya no serán más paneuropeas (es decir, de la cristiandad), sino que pasarán a
constituir las bases de lo que luego serán las tradiciones nacionales, articuladas
alrededor de las lenguas vernáculas. Así la idea de un imperio cristiano, legitimado por
la iglesia se va poco a poco diluyendo. Las guerras de religión de los siglos XVI y XVII
consagran en su lugar, primero, que cada príncipe tiene derecho a imponer su religión a
los súbditos y, segundo, que cada principado es soberano, sin que pueda interferir el
emperador o la Iglesia. Europa se fracciona y, además, religión y estado se separan.
Otro factor importante a tener en cuenta en el tránsito del medievo a la
modernidad es la ampliación de los conocimientos geográficos. Ya en el siglo XIII se
producen intercambios con China (Marco Polo), y en siglo XV los descubrimientos
geográficos de portugueses y castellanos que circunnavegan África, llegando a la India,
y alcanzan el continente americano, hasta entonces desconocido. Las nuevas especies
vegetales y animales que aparecen, junto con las nuevas culturas y razas que se
descubren, causarán un fuerte impacto en la cultura europea de la época.
14
La primera impresión de un texto en Europa se hizo el año 1455. En 1500 ya se habían impreso 35.000
ediciones con veinte millones de ejemplares (uno por cada cinco habitantes). Para entonces ya había
imprentas en doscientas cuarenta y cinco ciudades. En el siglo siguiente se imprimieron entre 150 y 200
millones de libros. Esto representó una auténtica revolución.
Concepción de Psique 47
naturaleza todo es “número, peso y medida”. Este lema toma nueva fuerza ahora,
inspirando, en línea con el espíritu empírico, pero también cabalístico, mágico y
alquímico, el intento de explicar la naturaleza por estos principios formales,
matemáticos y geométricos. El resultado es un énfasis por la experimentación y la
observación, pero también por la especulación matemática. Entre los frutos que surgirán
de este espíritu está la revolución copernicana, que sustituye la cosmología medieval
geocéntrica, por otra heliocéntrica, simbolizando con ello el carácter natural de los
humanos, sacándoles del centro de la creación y, así, mostrándolos como una parte más
de la naturaleza. Aparece así la idea de una filosofía natural, basada en la observación y
el uso de los sentidos como manera de entrar en contacto con el mundo, yendo mucho
más allá que del mero comentario de los clásicos. De lo que se trata de es de recuperar
el espíritu investigador de los clásicos, no de limitarse a comentar lo que ya ellos
dijeron. Pero todavía la preocupación religiosa y moral es predominante, aunque ahora,
con Bernardino Telesio (1509-1588), se va incluso a la búsqueda de un fundamento
natural a la moral. El paso siguiente será la formulación de la ciencia tal como ahora la
entendemos, pero ese paso se dará ya definitivamente en el siglo XVII.
En la primera mitad del siglo XIV se inició en algunas universidades (la más
importante inicialmente fue Bolonia) la práctica de disecciones del cuerpo humano. Esto
se llevaba a cabo en invierno (no había refrigeradores para conservar los cadáveres) y
típicamente consistía en que un cirujano diseccionaba durante varios días seguidos el
cuerpo de un hombre y una mujer (empezando por la cavidad abdominal, debido a la
mayor rapidez de su descomposición), mientras que el profesor leía desde su cátedra
textos de anatomistas clásicos, como Galeno. Esta práctica condujo a que aparecieran
nuevos tratados de anatomía en donde se fue desarrollando una terminología
unificada15. Los mismos artistas tenían gran interés por los estudios anatómicos,
asistiendo a las disecciones y cumpliendo un papel destacable, no sólo en la difusión de
los nuevos descubrimientos, siendo participando activamente en ellos16.
Este modo escolástico y autoritario de realizar disecciones empezó a cambiar en
París en la segunda mitad del siglo XVI, cuando algunos profesores, en compañía de sus
alumnos, realizaban disecciones en privado con ánimo de investigación que
progresivamente se fue liberando del sesgo confirmatorio de los hallazgos de Galeno.
El gran anatomista renacentista fue, sin duda, Andrés Vesalio (1514-1564), un
bruselense que estudió en París y Lovaina, doctorándose en Padua, en cuya universidad
enseguida actuó como profesor de cirugía, efectuando él mismo las disecciones,
separándose así de la tradición que hemos señalado. Esta práctica le hizo popular entre
los estudiantes, lo que condujo a que el juez del tribunal criminal de Padua le entregara
los cuerpos de todos los ajusticiados, lo que le suministró material de observación sin
precedentes hasta entonces. Las observaciones que esto le permitió hacer condujeron a
su descubrimiento de las incorrecciones de la anatomía galénica y a afirmar,
correctamente, que los datos de Galeno estaban tomados de animales y no de cuerpos
humanos. Rápidamente se hizo famoso, enseñando primero en Bolonia y, luego,
convirtiéndose en médico del emperador Carlos V, primero, y luego de su hijo Felipe II,
algo de lo que luego se arrepentiría, pues de dedicarse a la anatomía tuvo que pasar a
15
Los tratados clásicos en muchos casos provenían de traducciones del árabe, lo que hacía que la
terminología utilizada por los traductores, a menudo legos en anatomía, fuera confusa.
16
Donatello y Leonardo da Vinci realizaban disecciones ellos mismos.
Concepción de Psique 49
17
Los cirujanos barberos eran considerados como una profesión distinta y de rango inferior a la de
médico, quienes nunca tocaban a un enfermo. No está documentado que Paracelso alcanzara el preceptivo
título en medicina, aunque sí lo está que fue trabajó como médico para algunas administraciones y fue
incluso profesor universitario de esta materia, lo que hace suponer que disponía del título
correspondiente.
Concepción de Psique 51
del objeto (lo que llama su cuerpo astral) haciendo posible el conocimiento. Eso es lo
que me permite conocer el principio sanador de una hierba o una sustancia, su arcano,
su principio espiritual esencial, el cual puede ser usado para contraponerse al arcano de
la enfermedad y producir la curación. Un conocimiento posible por la estrecha
correspondencia entre el macrocosmos (el mundo de las cosas) y el microcosmos (el
interior del sujeto).
Paracelso desarrolló así su iatroquímica, una concepción de la medicina basada
en la idea de que cada enfermedad particular tenía una causa concreta que se podía
tratar con la aplicación de un principio químico particular. Así, empezó a utilizar
remedios inorgánicos particulares contra enfermedades particulares, tratando de ajustar
las dosis (el mercurio contra la sífilis o sales de hierro contra la anemia) en busca de
resultados óptimos. Aunque esta aplicación con frecuencia era correcta, a veces las
razones para aplicarlas eran un tanto pintorescas (por ejemplo, los anémicos tienen poca
sangre y Marte es el planeta así denominado en honor al dios de la guerra, el hierro y la
sangre). Por otro lado, junto a estas prácticas modernizadoras continuaba con otras
directamente supersticiosas, como podría ser el aplicar emplastos sobre una espada con
el objeto de hacer que sanara la herida que ésta había causado. Una muestra de cómo
principios más o menos correctos pueden llevar a actuaciones unas veces adecuadas y
otras completamente ridículas.
Paracelso es pues un médico alquimista, mago y místico que, además, ejerció
una notable influencia sobre el avance de la química, la farmacopea y la práctica
médica. Sus enseñanzas se expandieron sobre todo por Alemania, aunque recibieron una
fuerte crítica por parte de los médicos y su enseñanza llegó a estar prohibida en las
universidades. Su recepción por parte de algunos de gremios rivales, como el de los
boticarios, fue bien distinta, pues la iatroquímica les daba un fundamento teórico a sus
tratamientos. Como resultado de esto los boticarios se separaron de los especieros a
principios del s. XVII y recibieron la autorización para tratar pacientes en Inglaterra a
principios del siglo XVIII; algo que no sería revocado hasta el s. XIX. Como tendremos
ocasión de ver más adelante, la iatroquímica se fue refinando con el paso del tiempo,
ejerciendo una influencia no desdeñable sobre el desarrollo de la filosofía alemana
posterior y sobre la propia aparición de la química.
7. Psique en el Renacimiento.
lo que alma hace, sus operaciones, más que en lo que el alma es. Para ello se centró en
el estudio de las operaciones del alma con la idea de que sus resultados fueran útiles
para la educación y la moral. Su punto de vista era empírico (inductivo y casi podríamos
decir fenomenológico), al mismo tiempo que ecléctico, recogiendo ideas de Aristóteles,
Platón y Galeno. Destacan sus trabajos sobre memoria, con especial énfasis en la
asociación, poniendo de manifiesto la importancia que para ésta tienen los aspectos
emocionales. También señala la importancia de las pasiones18 corporales (amor-odio,
alegría-tristeza, deseo-temor) para la orientación a la acción y su influencia para el
desarrollo de la moral. Su influencia posterior, más importante fuera de España, se debe
precisamente a su perspectiva empírica y asociacionista.
Gómez Pereira fue un médico castellano - de quien apenas se conocen detalles
de su vida - que en 1554 publicó en Medina del Campo un libro titulado Antoniana
Margarita (en honor de los nombres de sus padres). Este libro, que alcanzó una difusión
bastante limitada, ofrece un punto de vista muy original cuya influencia posterior es
objeto de discusión. En él se niega la existencia de psiquismo en los animales, sobre la
base de que si se les reconociera alguna capacidad sensorial o estimativa19 ello traería
consigo la necesidad de atribuirles algunas capacidades de juicio y entendimiento,
propias del alma racional, diluyendo así la separación entre el hombre y los animales e,
incluso, sugiriendo la necesidad de atribuirles un alma inmortal, lo que le parece
absurdo. Su opción es negar a estos últimos toda característica psicológica,
reduciéndoles a meros mecanismos responsivos, negándoles toda capacidad de actuar
espontáneamente. Así todo lo que un animal hace es como respuesta a una “especie que
recibe el cerebro” (hoy diríamos estimulación) que le lleva a mover sus miembros por
una cualidad oculta, semejante a cómo el imán mueve al hierro. Algo similar sucedería
como consecuencia del entrenamiento, en el que una voz (el aire que ésta mueve) haría
que se pusiera en marcha una pauta de movimientos antes ya realizada. El caso de los
instintos sería mucho más complejo, lo atribuye a una cadena de causalidades, situadas
en el entorno y en el propio cuerpo del animal, pero nunca a un movimiento
autoiniciado. Resulta indudable que el punto de vista de Pereira pone de manifiesto una
naturalización de algunos aspectos de lo psicológico que preludia lo que sucederá a lo
largo de los tiempos que enseguida vendrán.
Una aportación más conocida es la de Juan Huarte de San Juan (1529-1579), un
médico radicado en Úbeda, pero nacido en San Juan de Pie de Puerto (en la zona
transpirenaica de Navarra, que pasó a soberanía francesa en el s. XVI). Su libro, titulado
Examen del ingenio para las ciencias (Úbeda, 1575) suele considerarse como un
antecedente del estudio de las diferencias psicológicas individuales. En este caso se trata
de un libro muy difundido, escrito en castellano, no en latín (la lengua culta de la época)
traduciéndose al inglés, al francés y al italiano en el mismo siglo XVI, y reeditándose
múltiples veces a lo largo de los siglos venideros, incluso en español, donde hubo de ser
reformado varias veces (por sus hijos) por exigencia de la censura de la Inquisición que
en 1581 permitía su publicación si se eliminaban algunas partes, y eso a pesar de que su
primera edición se publicó ya con licencia eclesiástica y estaba dedicada a Felipe II a
quien se ensalzaba tanto en la dedicatoria como en el capítulo dedicado al oficio de rey.
El planteamiento de Huarte es plenamente naturalista, fundamentándose en la
visión galénica de la medicina de su época. Las cuatro cualidades sensoriales y los
cuatro elementos primigenios, que ya había citado Empédocles, dan como origen los
18
Por pasión se entiende aquello en lo que el alma es pasiva, de manera que se ve afectada por
movimientos del cuerpo. Sería lo opuesto a la acción.
19
La función estimativa de la tradición aristotélico-tomista, se refería a la capacidad de distinguir lo
placentero de lo doloroso, lo bueno de lo malo.
Concepción de Psique 53
cuatro humores galénicos, los cuales dan origen al temperamento, que, a su vez, y en
función del predominio de una u otras cualidades, hace que predominen unas u otras
facultades en el cerebro. Así, si en éste predominan el calor, la humedad o la sequedad,
las facultades más desarrolladas serían, respectivamente, la imaginación, la memoria o
el entendimiento, cuyo predominio conduce a un tipo especial de ingenio adecuado para
el estudio y el trabajo en las diferentes ciencias. De este modo, el latín y la gramática
pertenecen a la memoria; la dialéctica al entendimiento; y la astrología a la imaginación.
Una vez aclarado estos aspectos, Huarte dedica un grupo importante de capítulos a
examinar las características de diversas profesiones de la época: teología, derecho,
medicina, arte militar, e incluso el oficio de rey. En definitiva, cada ocupación requiere
de un tipo especial de habilidad natural, o una mezcla de ellas. Además, estas
habilidades se pueden tener en tres grados diferentes: a) el que permite comprender sólo
las cuestiones claras y fáciles; b) el que puede dominar todas las reglas y
consideraciones de un oficio, pero que sólo pueden hacerlo con buenos maestros que se
las den ya organizadas “porque necesitan de buenos maestros que sepan mucho, y tener
copia de libros, y estudiar en ellos sin parar” (p. 130)20, a los que llamaba ingenios
oviles, porque “tienen la propiedad de la oveja, la cual nunca se sale de las pisadas del
manso, ni se atreve a caminar por lugares desiertos y sin carril, sino por veredas muy
holladas, y que alguno vaya delante”(p.132); y c) los ingenios inventivos, “que no han
menester de maestros que los enseñen”, quienes se asemejan a “la cabra en el andar y
pacer; ésta jamás huelga por llano: siempre es amiga de andar a sus solas por los riscos
y alturas, y asomarse a grandes profundidades” (p. 131). Finalmente, dedica un capítulo
a aspectos aplicados, donde se explican “las diligencias que se han hacer para que los
hijos salgan ingeniosos y sabios (p. 310), varones y no hembras (p.314) [y] para
conservar el ingenio después de estar formados y nacidos” (p. 314), ofreciendo consejos
también sobre “qué mujer con qué hombre se ha de casar para que pueda concebir”;
teniendo buen cuidado de advertir que “la dificultad que tiene esta materia es no poderse
tratar con términos tan galanos y honestos como pide la vergüenza natural que tienen los
hombres (p. 310) [, por eso] procuré salvar los términos duros y ásperos de esta materia,
y rodear por algunas maneras blandas de hablar; y donde no se pudiere excusar,
habráme de perdonar el honesto lector” (p. 314).
En definitiva, Huarte ofrece una visión plenamente naturalista del ingenio, que
sitúa en el cuerpo, no en el alma espiritual, pues ésta, por su naturaleza, es siempre
igual, usando al cuerpo como instrumento para sus acciones. Al mismo tiempo,
manifiesta una preocupación aplicada, si bien a la hora de la verdad no ofrece
instrumentos para su puesta en uso eficaz. Su punto de vista no es exclusivamente
nativista, pues llama la atención sobre la importancia de aspectos ambientales como los
cuidados prenatales, la alimentación, el medio ambiente y la crianza. Pero hay que decir
que su argumentación es plenamente galénica, estando su originalidad en la inclusión de
observaciones anecdóticas y en la interpretación que de ellas hace.
Nos encontramos, pues, con que en el siglo XVI Psique y alma inmortal
empiezan a separarse de nuevo. Incluso el ingenio (una forma de referirse a la
inteligencia) se sitúa en algunos casos en el cerebro, al mismo tiempo que, de forma
algo contradictoria, llega a plantearse que el funcionamiento del cuerpo es explicable
por principios puramente físicos, no ya siquiera fisiológicos. Una naturalización que
viene acompañada con el énfasis por la observación empírica.
20
Las citas que aquí se señalan están tomadas de la edición de 1976 del libro de Huarte publicada en
Madrid por la Editora Nacional
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