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Antoni Gutiérez-Rubí
Richard Rorty (Estados Unidos, 1931-2007) ha sido uno de los grandes filósofos
norteamericanos. Poco antes de su muerte, escribió un breve y sugerente ensayo,
“Una ética para laicos”[1], en el que reivindicaba una ética que no estuviera
subordinada a la religión, sino que tuviera una autonomía constituyente del rearme
moral de nuestra sociedad y fuera un importante recurso para garantizar el futuro de
la humanidad.
Cada vez es más evidente que una de las causas más profundas de la crisis de la
política es la desconexión entre praxis política y moral política. Una causa a la que no
se dedica, lamentablemente, el tiempo y el coraje necesarios para abordar un debate
imprescindible y urgente sobre el rearme moral en el proceso de renovación y
reformulación de una nueva política de orientación progresista.
Hay que volver lo andado, quizás, para recuperar el espíritu de la política, releyendo y
recuperando en un ejercicio crítico de actualización a los clásicos de todos los
tiempos, sin los cuales no es posible ninguna modernización. Pero no lo
conseguiremos si la política formal no se esfuerza con determinación en buscar una
nueva alianza con la filosofía para renovar y rearmar la dimensión moral y ética de la
acción política. Para rebelarnos contra el determinismo histórico. Para hacer posible lo
urgente y lo necesario.
«Que los filósofos reinen en las ciudades o cuantos ahora se llaman reyes y dinastas
practiquen noble y adecuadamente la filosofía», añoraba Platón en su libro La
República. Y para explicarse mejor introducía la metáfora del barco: un Estado es
como un barco que, para poder llevarnos a buen puerto, tiene que estar bien diseñado
y construido; y, fundamentalmente, dirigido por un buen navegante… por el mejor de
la tripulación. Este mejor piloto, para Platón, en su ciudad ideal, debía ser filósofo, ya
que la filosofía, en la ética platónica, concedía el conocimiento de las ideas del bien y
la justicia, de forma tal que el liderazgo de un filósofo-gobernante se basaba en la
virtud y en el conocimiento de la excelencia. En los años noventa, François Châtelet,
fundador del Collège International de Philosophie de Francia y autor de Una historia
de la razón, entre otras obras fundamentales, recuperaba la doctrina del filósofo-
gobernante e insistía: «conviene que el filósofo sea el rey o que el rey fuese filósofo».
Esta misma pregunta me hacía, hace un par de años, en mi libro Filopolítica: filosofía
para la política. Pero la verdad es que, hoy, la inmediatez táctica y el electoralismo de
demasiadas ofertas políticas nos alejan la ponderación y la distancia que son
necesarias para una política meditada. Esto que denominé filopolítica se opone
diametralmente a la política pop o politainment, la mezcla intencionada entre política y
banalización. Esta espectacularización de la política domina gran parte del espacio
político mundial. Se imponen los ritmos mediáticos y la trivialización del discurso.
Sin embargo, en los últimos diez años, la política latinoamericana ha dado algunas
muestras de renovada filopolítica, y no justamente porque sus líderes fueran filósofos
de profesión. Antanas Mockus, doctor en filosofía y alcalde de Bogotá en el período
2001-2003, fue, creo yo, una de las pocas excepciones en la región; las ocupaciones
de los políticos latinoamericanos tienden a ser, por lo general, abogados,
economistas, militares, ingenieros, médicos, etc. Pero no se trata de eso, sino que la
política latinoamericana parece haberse apropiado del origen etimológico de la
palabra filosofía: amor por la sabiduría. Sus gobiernos hicieron, y hacen, un gran
esfuerzo por la universalización de la educación y buena parte de sus líderes se han
convertido en verdaderos promotores de la cultura letrada.
Educación para la política y políticas para la educación
La filopolítica es una nueva praxis política que recupera la esencia de los valores y las
ideas. Como bien indicaba el filósofo mexicano Fernando Buen Abad Domínguez, la
política se adueña de una «filosofía a la que no lo es posible callar, ser indiferente o
conformarse con este mundo. Una filosofía crítica plena de valores de justicia,
libertad, igualdad, dignidad humana…». Esta filopolítica que propone hacer del debate
público una batalla de ideas está liderada por personalidades que hacen gala de su
intelectualidad y cultura poniéndolas al servicio de su audiencia de forma pedagógica.
Como por ejemplo, lo que actualmente hace el expresidente dominicano Leonel
Fernández, cuando todos los martes recomienda un libro en sus redes sociales.
La otra cara de esta filopolítica latinoamericana está definida por las políticas
educativas. Y aquí hay un gran cambio respecto a Calípolis, la ciudad ideal de Platón:
mientras su pensamiento utópico restringía el acceso a la educación —conforme a la
desigualdad que reinaba en Atenas—, en Latinoamérica se vienen desarrollando,
hace ya varios años, múltiples programas de inclusión educativa. Así, al plan regional
impulsado por la Organización de Estados Iberoamericanos denominado Plan
Iberoamericano de Alfabetización y Educación Básica de Jóvenes y Adultos se
sumaron diversos programas nacionales. El caso más paradigmático es el del
programa cubano «Yo sí puedo», un método nacido en 2001 que, mediante recursos
audiovisuales, ya ha enseñado a leer y a escribir a más de 8,2 millones de personas
en 30 países diferentes.
Es por ello que educación, ciencia, tecnología e innovación serán los temas que
ocuparán la agenda del próximo año de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (CELAC).
[1]“Una ética para laicos”, Richard Rorty. (Presentación: Gianni Vattimo). Katz
Editores. Madrid, 2009