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Imágenes de tiempo en Deleuze

Autor: Pál Pelbart, Peter

Las tesis mayores de Deleuze sobre el tiempo reaparecen de manera dramatizada en sus
libros sobre cine, en los cuales conquistaron una operacionalidad estética que las ilumina en
su conjunto. Tomemos la idea más enigmática que organiza esos libros, el tema de la
emancipación del tiempo. The time is out of joint, exclama Hamlet. ¡El tiempo está fuera de
los ejes! ¿Qué significa un tiempo salido de los ejes, devuelto a sí mismo, el tiempo puro?
Deleuze alude a un tiempo liberado de la tiranía del presente que antes lo cubría, y
disponible de ahora en adelante a las más excéntricas aventuras. En otro contexto, Bruno
Schulz dice, que el tiempo es un elemento desordenado que sólo se mantiene en disciplina
gracias a un incesante cultivo, a un cuidado, a un control, a una corrección de sus excesos.
“Privado de esa asistencia, él queda inmediatamente propenso a transgresiones, a una
aberración salvaje, a travesuras irresponsables, a una payasada amorfa”. [1] Schulz
recuerda que llevamos una carga excesiva que no entra en el tren de los hechos y en el
tiempo de los carriles que lo sustentan. Para este contrabando precioso llamado
Acontecimiento, existen las fajas laterales del tiempo, desvíos ciegos, donde quedan
“suspendidos en el aire, errantes, sin hogar”, en un entramado multilineal, sin un “antes” ni
“después”, ni “simultáneamente”, ni “por consiguiente”, el más remoto murmullo y el más
lejano futuro comunicándose en un inicio virginal. Así, en el tiempo continuo de los
presentes encadenados (Cronos) constantemente se insinúa el tiempo del Acontecimiento
(Aion), en su lógica no dialéctica, impersonal, impasible, incorpórea: “la pura reserva”,
virtualidad pura que no deja de sobrevenir.

Con ese propósito, Deleuze demuestra un procedimiento cinematográfico que consiste en


desvincular las puntas del presente de su propia actualidad, subordinando ese presente a un
flujo que lo atraviesa y sobrepasa, en el cual justamente ya no existen más entrelazados
pasado, presente y futuro que estarían en el acontecimiento “simultáneo inexplicable”. En
el Acontecimiento coexisten las puntas del presente desactualizadas, o incluso un mismo
acontecimiento se distribuye en mundos distintos según tiempos diferentes, de modo que lo
que para uno es pasado, para otro es presente, para un tercero es futuro -pero es el mismo
acontecimiento (El año pasado en Marienbad). Tiempo sideral o sistema de la relatividad,
dice Deleuze, porque incluye una cosmología pluralista, en que un mismo acontecimiento
se distribuye en versiones incompatibles en una pluralidad de mundos. He aquí no un dios
que elige el mejor de los mundos posibles, sino un Proceso que pasa por todos ellos,
afirmándolos “simultáneamente”. Es un sistema de variación: dado un acontecimiento, no
rebatirlo sobre un presente que lo actualiza, sino hacerlo variar en diversos presentes
pertenecientes a distintos mundos, aunque en un cierto sentido -más genérico- ellos
pertenezcan a un mismo mundo pulverizado. O, dado un presente, no agotarlo en sí mismo,
sino encontrar en él el acontecimiento por el cual se comunica con otros presentes en otros
mundos, sumergirse en la naciente del acontecimiento común en que todos están
implicados: el Enmarañado Virtual.

Se supone ahí una gigantesca Memoria ontológica, constituida por lienzos o yacimientos de
pasado, especie de estratos, que se comunican entre sí para estrecharse ejerciendo presión
sobre una punta de presente. Por ejemplo, algunos personajes de Alain Resnais pasando de
un estrato a otro, paseando entre los niveles, atravesando edades del mundo,
transversalizando el Tiempo o recreando cada vez más las distancias y proximidades entre
los diversos puntos singulares de sus vidas. Para tomar una imagen accesible, pensemos el
tiempo como un pañuelo. Cada vez que nos sonamos la nariz, nosotros lo metemos de
nuevo en el bolsillo, acomodándolo de distintas maneras, de tal forma que los dos extremos
del pañuelo que antes estaban distantes y no se tocaban (como dos momentos de la vida
lejanos entre sí, según una línea de tiempo) ahora se tornan contiguos, o incluso coinciden.
O, por el contrario, dos extremos al principio cercanos ahora se alejan irremediablemente.
Como si el tiempo fuese una gran masa de arcilla, que en cada modelado recompone las
distancias entre los puntos en ella señalados. Curiosa topología donde asistimos a una
transformación incesante, modulación, que reinventa y hace variar las relaciones entre los
diferentes lienzos y sus puntos centelleantes, cada reacomodamiento creando algo nuevo,
memoria plástica, siempre rehecha, siempre por venir. Masa del tiempo moldeable o mejor
dicho, Masa del tiempo modulable y sobre la cual llega hasta exclamar, cual Cristóbal
Colón: ¡Es la tierra! Medio vital cenagoso. Cuando el cine se adentra en ese orden de
coexistencia virtual, él inventa sus lienzos paradójicos, hipnóticos, alucinatorios, indecisos.
En ese manantial bergsoniano, la memoria deja de ser una facultad interior del hombre, es
el hombre quien habita el interior de una vasta Memoria, Memoria-Mundo, gigantesco cono
universal, una multiplicidad virtual -de la cual somos un grado determinado de distensión o
contracción. Incluso el filósofo y el cerdo, como en una metapsicosis, retoman el mismo
cono, la misma vida en distintos niveles -bromea Deleuze.

El tiempo pasa a ser concebido ya no como línea sino como enmarañado, no como río sino
como tierra, no como flujo sino como masa, no sucesión sino coexistencia, no como círculo
sino como torbellino, desorden -variación infinita. En vez de remitirlo a una conciencia del
tiempo, antes cabría aproximarlo a la alucinación. Enloquecimiento de ese tiempo fuera de
los ejes, no sin relación con la temporalidad de aquellos que, fuera de los ejes, son
designados locos.

Tiempo y locura

Siempre que Deleuze habla del tiempo, evoca su desregulación: tiempo descentrado,
salvaje, paradójico, fluctuante o incluso hundido. No parece abusivo considerar que el
enloquecimiento del tiempo, tal como Deleuze lo trabaja, se relaciona directamente con la
temporalidad de la locura llamada “clínica”. En cuanto a eso, como contrapartida, buena
parte de la literatura sobre las psicosis se ve enteramente desarmada frente a las múltiples
figuras temporales que proliferan ante nuestros ojos en la clínica, y que las teorías “psi”
tienen dificultad en abarcar, teniendo en vista una normatividad temporal, de la cual son
habitualmente prisioneras. Es muy raro que se piense la temporalidad de la psicosis por otro
sesgo que no sea bajo el modo privativo. Incluso en el abordaje fenomenológico o
existencial de las psicosis, desde Minkovski, Binswanger hasta Maldiney, o también en
Jaspers, aunque tengan un interés descriptivo innegable, en ellos la multiplicidad constatada
termina refiriéndose a una modalidad presupuesta como ideal, priorizando -por ejemplo-
ciertas estructuras de estar-en-el-mundo, la trascendencia, la anticipación, el proyecto, a
partir de un presente originario etc... Pero también en el interior de la literatura
estrictamente psicoanalítica, salvo raras excepciones, la no-unicidad de la experiencia
temporal psicótica es sometida a malograr su futuro, en la forma de las representaciones
atemporales. De modo que, hay una inmanencia caótica que siempre es rechazada en
nombre de un más allá significante, precisamente no asumible por el psicótico. En fin, toda
una apología de la historicidad, cuyo punto de apoyo es el Yo historiador, como diría Piera
Aulagnier. Así, de algún modo la temporalidad termina siendo identificada con la
historicidad. Con todo lo que esa perspectiva pueda tener de interesante, o útil y hasta
necesario en la clínica, tiene el inconveniente de dificultar la recepción de los devenires en
la psicosis. La reflexión de Deleuze y Guattari al contraponer los devenires a la historia,
podría ayudar a repensar esa heterogeneidad temporal de la psicosis que tanto desafía al
tiempo de la razón, incluso psicoanalítica.

Deleuze lo dice claramente: la Historia es un marcador temporal del Poder. [2] Las
personas sueñan con comenzar de cero, y también temen adónde van a llegar o caer.
Siempre buscamos el origen o el fin de una vida, en un vicio cartográfico pero desdeñamos
el medio, que es una anti-memoria. Es ahí que se alcanza la mayor velocidad, donde los
más variados tiempos se comunican y se cruzan, donde está el movimiento, la velocidad, el
torbellino, dice literalmente Deleuze. [3] Y la pregunta que se impone es sencilla: ¿De qué
figura temporal disponemos para pensar el torbellino o ese medio, es decir, multiplicidad
virtual? De cualquier modo, no debería dejar de intrigarnos el hecho de que ciertos
fenómenos de perturbación psíquica exponen, más que cualquier otros, la virtualidad pura
en la condición de virtualidad, precisamente despegada de cualquier actualización centrada
u orientada. Las incongruencias temporales que aparecen en determinadas configuraciones
subjetivas, y que también marcaron al cine desde su inicio, como se ve repercuten en la
propia materia filosófica.

El filósofo y el esquizofrénico

Pero ¿de qué serviría aproximar los tiempos de Deleuze a la temporalidad de la locura? Por
cierto, no para sugerir que el filósofo estaría en posesión de una teoría del tiempo que el
dominio psi haya tenido dificultad de elaborar -pretensión que contrariaría la idea misma
que se plantea Deleuze de la relación entre la filosofía y la no-filosofía, ya que no le cabe a
la filosofía legislar sobre otros dominios, ni les cabe a esos dominios aplicar conceptos
filosóficos, visto que cada disciplina construye sus instrumentos “con sus propios medios”.
Sería necesario partir de la relación de Deleuze con la esquizofrenia o, mejor dicho, de la
relación intrínseca que establece el filósofo y el esquizofrénico que lo habita, ese
esquizofrénico “que vive intensamente en el pensador y lo fuerza a
pensar”, [5] desencadenando un “acontecimiento demasiado fuerte”, de naturaleza distinta,
sin embargo, del “estado vivido por demás difícil de soportar” que acomete al
esquizofrénico-entidad clínica, el tipo psicosocial. ¿Qué perturbaciones temporales
produce, entonces, el esquizofrénico en el interior del filósofo? O sea, ¿qué tiempos
engendra en él ese personaje conceptual? ¿Qué pensamiento del tiempo es el filósofo
impelido a forjar, a partir de ahí, y qué imágenes de tiempo “enloquecidas” está él tentado
de liberar? Y, por último, ¿cómo se ve asediada su filosofía, de punta a punta, por esas
imágenes?

Para decirlo de un modo más sencillo: varias imágenes de tiempo compiladas en el bloque
anterior, a partir de una problemática de la locura, por más que desentonen de las imágenes
de tiempo tomadas de Deleuze -tal como las referimos brevemente aquí- pueden entrar en
un juego libre con ellas, hecho de distancia y proximidad, contrastes e interferencias,
sepulturas, superposiciones, trans-variaciones, remisiones, raptos y dones. La potencia de
indagación que se desprende de ese acorde discordante, tanto en relación a los tiempos de la
filosofía con sus racionalidades propias, cuanto a los tiempos de la locura con sus
desrazones, no debería ser subestimada.

Tiempo y pensamiento

El cine le habría servido a Deleuze para revelar algunas de esas conductas del tiempo,
dando de ellas imágenes diversas, evolutivas, circulares, espiraladas, declinantes,
quebradas, salvadoras, excedidas, ilocalizadas, multivectoriales. Tiempo como bifurcación,
desfasaje, desborde, oscilación, escisión, modulación, etc… Es plausible presumir que el
interés que le dedicó Deleuze venga de una determinación más radical que él mismo dejó
entrever, al evidenciar la ambición del cine en penetrar, aprehender y reproducir el
pensamiento mismo. Desde luego, el pensamiento y el tiempo estarían así, en una relación
de co-pertinencia indisoluble. En efecto, lo que se desprende de los textos de Deleuze,
respecto del tiempo es que el pensamiento mismo no podría permanecer ajeno al proyecto
de liberarse de una cierta idea de tiempo que lo formateó, o del eje que lo somete. En ese
sentido, la exclamación enigmática de Hamlet sobre el tiempo que se sale de los ejes, va a
la par con la exigencia de un pensamiento fuera de los ejes, es decir, un pensamiento que
por fin dejase de girar en torno de lo Mismo.

Así como critica la apatía de una imagen del pensamiento dogmático, Deleuze fustiga una
imagen del tiempo hegemónica. Al reivindicar un pensamiento sin imagen, para que puedan
advenir al pensamiento otras imágenes, Deleuze también reclama un tiempo sin imagen
para que se liberen otras imágenes de tiempo. La imagen del pensamiento dogmático es
bien conocida: ella es explorada desde Nietzsche y la filosofía hasta ¿Qué es la filosofía?
Pero ¿cuál sería la imagen de tiempo hegemónica, rechazada por Deleuze? Lo diremos
rápidamente: es la del tiempo como círculo. No se trata propiamente de un tiempo circular,
sino del círculo como una estructura profunda, en que el tiempo se reconcilia consigo
mismo, en que riman comienzo y fin, como dice Hölderlin. Lo que caracteriza al círculo es
su monocentrismo en torno del Presente, de su Movimiento encadenado y orientado, así
como su totalización subyacente. El círculo, con su centro, metáfora de lo Mismo. Y
aunque el Presente se sitúe en un pasado remoto y nostálgico, o en un futuro escatológico,
no por eso deja de seguir funcionando como eje que curva el tiempo, en torno del cual él
gira, rediseñando el círculo del cual pensábamos haber apenas escapado. En última
instancia, ahí se trata, entonces y siempre, del tiempo de la Re-presentación.
Al tiempo como círculo, Deleuze contrapone el tiempo como Rizoma. Ya no como
identidad reencontrada, sino Multiplicidad abierta. La lógica de la multiplicidad fue
expuesta y trabajada, entre otros textos, en la descripción del Rizoma en Mil Mesetas. En
un rizoma se entra por cualquier lado, cada punto se conecta con cualquier otro, él está
hecho de direcciones móviles, sin inicio o fin, sino apenas un medio, por donde crece y se
expande, sin remitir a una unidad o sin derivar de ella, sin sujeto ni objeto. Entonces, ¿qué
sería el tiempo, cuando pasa a ser pensado como multiplicidad pura u operando en una
multiplicidad pura? El rizoma temporal no tiene un sentido (el sentido de la flecha del
tiempo, el buen sentido, que va de lo más diferenciado a lo menos diferenciado), ni
reencuentra una totalidad previa que él se encargaría -aboliéndose- de explicitar en el
Concepto. Él no posee un sentido y es ajeno a cualquier teleología.

Pero ¿será ésa la última palabra de Deleuze respecto del tiempo? Pues esa multiplicidad
virtual está como labrada y mezclada en todos sus puntos, en toda su extensión, ya no por
un Círculo que el autor rechaza, sino por lo que se podría llamar -y la expresión ya está en
el Timeo de Platón- de un Círculo del Otro. Un Círculo cuyo centro es el Otro, ese otro que
jamás puede ser centro precisamente porque es siempre otro: círculo descentrado. Es la
figura que mejor conviene para la lectura original que Deleuze hace de Nietzsche: en la
repetición sólo retorna lo no-Mismo, lo Desigual, lo Otro -Ser del Devenir, Eterno Retorno
de la Diferencia.

Futuro se puede llamar a ese Otro (la repetición regia es la del futuro, dice Diferencia y
repetición). Pero si existe en Deleuze como en Heidegger un privilegio del futuro, no es
deducible de una problemática de la Finitud, sino de la Obra, que rechaza sus andamiajes,
Hábito, Memoria, Agente. Para el hombre, el futuro no es una anticipación de su propio fin,
de su propia muerte, la posibilidad extrema de su ser, nada que aparente un ser-para-la-
muerte, ya que no es a partir de que pueda ser pensado ipso-facto, sino de un flujo proto-
óntico. Si en la elaboración de ese futuro hecha por Deleuze lo abierto es una referencia
importante, ella ahí remite al Afuera, más que al Ser. Digamos que lo Abierto de Deleuze
es más para Blanchot que para Heidegger. Por lo tanto, es bajo el signo de la Exterioridad,
que el pensamiento puede ganar una determinación de futuro.

El tiempo de la creación

Como ya se ha dicho, la crítica de Deleuze a una imagen dogmática del pensamiento está
hecha en nombre de un pensamiento sin imagen. Entonces, eso significa que el
pensamiento, sin un Modelo previo de lo que sea pensar (por ejemplo, pensar es buscar la
verdad) se abre a otras aventuras (por ejemplo, pensar es crear). Todo cambia de uno hacia
otro. [6] Deleuze dice que son dos planos de inmanencia diferentes, el clásico y el moderno,
el de la voluntad de verdad, por un lado y el de la creación, por el otro. Y cada uno es
inseparable de un cierto concepto de tiempo que lo abarca. ¿No sería el caso de suponer que
una filosofía de la diferencia, tal como la de Deleuze, se dio por tarea cubrir ese plano de
inmanencia moderno con un concepto de tiempo propio a un pensamiento definido como
creación, y ya no como voluntad de verdad?

La teorización deleuziana del tiempo, a pesar de sus innumerables oscuridades, tendría


entonces por función pensar un tiempo congruente a la fuerza de lo nuevo. Si ahí existe una
fidelidad profunda respecto del proyecto bergsoniano, sólo puede ser llevada a buen
término cuando, con Nietzsche, el tiempo fuera elevado a su potencia última, al hacer
retornar… la diferencia. Sólo el eterno retorno selectivo, afectando lo nuevo, igualándose a
lo Desigual en sí, sólo el Tiempo como Diferencia puede inaugurar con el Futuro
discontinuo, disruptivo, una relación de exceso, por ejemplo de la Obra o del Más-allá-del-
hombre, para el cual ni Zarathustra está maduro y que sin embargo él anuncia. El fututo
como lo incondicionado que el instante afirma -es lo que Nietzsche había denominado
Intempestivo y cuya importancia Deleuze no deja de resaltar.

Si Michel Serres tiene razón en atribuir a la filosofía la función de “inventar las condiciones
de la invención”, es necesario agregar que en el contexto que nos ocupa, eso significaría
también y por sobre todo reinventar las condiciones de la invención de otros tiempos que
no sean los ya consagrados por la historia. Se trata, en el límite, de deshacer la solidaridad
entre Tiempo e Historia, con todas las implicaciones éticas, políticas y estratégicas de tal
ambición. Al pensar las multiplicidades sustantivas y los procesos que operan en ellas,
desenterrando ahí las más inusitadas temporalidades en el arco que va de lo Intempestivo
hasta el Acontecimiento, ¿Deleuze no habrá dado voz a aquellos que, como dice él en un
eco benjaminiano, “la Historia no cuenta”? [7] Evidentemente, no se trata sólo de los
oprimidos o de las minorías, aunque siempre se trate de ellos también, sino de los
devenires-minoritarios de todos y de cada uno: no exactamente el pueblo, sino “el pueblo
que falta”, el pueblo por venir.

Este texto corresponde a un capítulo del libro de Peter Pál Pelbart: A vertigem por um
fío: políticas da Subjetividade contemporânea (El vértigo por un hilo: políticas de la
subjetividad contemporánea), Iluminuras Editora. São Paulo, Brasil, año 2000.
Traducción: Andrea Álvarez Contreras

(T.A.A.) Traducción autorizada por el autor

Buenos Aires, 21 de septiembre de 2001.

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