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AUTOIMAGEN Y AUTOCRÍTICA EN LA TERCERA EDAD.

La tercera edad ha sido objeto de estudio desde diferentes ámbitos, entre ellos la terapia familiar,
que hace una observación de la interacción familiar y considera que una patología no es de un
individuo, sino de un sistema familiar. Freud señalaba que el psicoanálisis era de utilidad limitada
para el adulto mayor porque aumenta la inflexibilidad con la edad y porque el psicoanálisis requería
de mucho tiempo para la anamnesis y el material clínico-histórico que las personas mayores
expondrían. Jung, por su parte, señalaba que los mejores años para analizarse eran de los 40 a los
60 años.
Se ha identificado una similitud entre la edad avanzada y la adolescencia, ya que ambas implican un
periodo de cambio físico rápido y en los dos periodos surgen cambios sociales que obligan a una
redistribución del poder familiar, además para ambos y especialmente para los adultos mayores,
son importantes las redes extendidas (parientes y amigos) porque les permite socializar.
Una herida narcisista es saber que somos inmortales y es la vejez quien preludia ese fin. Esta herida
narcisista hace que el narcisismo elemental intrafamiliar, se convierta en autoestima, auto aprecio
y valores. De esta manera, la autoimagen y la autocrítica se dan a través de la vida y en la vejez surge
la inquietud sobre “quién soy yo y qué he hecho”, “¿dónde me detuve? Con esto la autora señala
que la vejez reconquista el derecho sobre el tiempo y ejerce una autocrítica. Para la vejez
incomprendida el tiempo es un fenómeno irracional que hay que hacer racional. La vejez implica
considerar mi ser para el otro y cuál es la consecuencia que tomo de mí mismo a través del otro. En
mí, el otro es el que tiene edad, la vejez es más clara a los otros que al sujeto mismo, porque el
cuerpo manda señales que son enfatizadas por los otros. Por lo que para descubrir la verdadera
condición de los viejos debe oírse su voz.
Sabemos que el superyó sirve para la autocrítica, cuando compara la función individual con la
idealizada y valora el grado de conformidad o transgresión existente entre ambas. Cuando hay una
discrepancia entre la actual representación y el criterio ideal, se induce agresivamente a la
autocrítica, al reproche y el castigo, generalmente en forma de afectos dolorosos como la
vergüenza, la culpa, la ansiedad, la depresión o sentimientos de inferioridad, con lo que surge una
pérdida de la autoestima. Por lo tanto, en psicoterapia de la vejez, hay que reducir las influencias
del superyó racional y destacar que, aunque la vejez se asocia con enfermedad, no necesariamente
es así. Hay que provocar a través de la familia y las redes familiares una respuesta comunitaria de
carácter humanístico, reeducar a la familia revelando la importancia de las raíces y el origen. Se trata
de que el anciano tenga lo necesario y lo suficiente para empezar a ser amigo de sí mismo y no estar
sólo, para evitar su auto jubilación. Si bien la vejez es el presagio del cierre del ciclo, el vivir también
implica convivir con las pérdidas. De eso se trata la vida, del cambio continuo. Es también una etapa
productiva, ya que el anciano conserva sus facultades mentales, es creativo, tal como puede verse
por ejemplo en el Mtro. Santiago Ramírez.

BIBLIOGRAFÍA
Novelo, A. M. (Compil.) (2007). Psicoanálisis: Tiempo y Naturaleza Humana. Edit. Ateneo Horme Psicología de
hoy. México. Págs. 44-54.

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