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TOMÁS DE MERCADO

COMENTARIOS
LUCIDÍSIMOS
AL TEXTO
DE PEDRO HISPANO

U N IV ER SID A D N A CIO N A L A U TÓ N O M A D E M ÉX IC O
IN S T IT U T O DE I N V E S T I G A C IO N E S F IL O S Ó F IC A S

C olección : E s t u d io s C l á s ic o s

D irector: D r. L eó n O livé
Secretaria: M tra. C orina Y tu rbe
TOMÁS DE MERCADO

COMENTARIOS LUCIDISIMOS
AL TEXTO DE PEDRO HISPANO

Introd u cción y traducción de

M a u r ic io B euch o t

U N IV E R SID A D N ACIO N AL A UTÓ N O M A D E M ÉX ICO -

M É X IC O , 1986
Primera edición: 1986

D R © 1986, Universidad Nacional Autónoma de México


Ciudad Universitaria, Coyoacán 04510, México, D . F .

D irección G eneral de P ublicaciones

Impreso y hecho en México

ISB N 968-837-736-8
IN T R O D U C C IÓ N

1. Vida γ obras de Tomás de Mercado

La obra de Mercado que introducimos1 marca un hito en la historia


filosófica del México colonial o Nueva España. En efecto, después
de los esfuerzos fundadores de Alonso de la Vera Cruz —que inclu­
yeron la preparación de textos filosóficos depurados de cuestiones y
doctrinas inútiles— vino la época de conservación y promoción del
legado intelectual así como del espíritu didáctico de Fray Alonso·, espe­
cialmente en vistas a la docencia. En ese espíritu trata de incardinar
Mercado su obra.
Tomás de Mercado nació en Sevilla, España, hacia 1523.2 Muy
joven todavía, pasó a México. E n la capital novohispana ingresó a la
Orden de Predicadores (frailes dominicos), probablemente el año de
1552, ya que, según consta en las Actas de Capítulos Provinciales,
profesó en abril de 1553 y fue asignado al convento de Santo Domingo
de México. Recibió las órdenes de subdiácono en 1555 y las de sacer­
dote en 1558.
Realizó sus estudios de filosofía y teología primero en el Colegio del
mismo convento de Santo Domingo y después en la Real y Pontificia

1 Esta introducción es una versión, un tanto modificada, de nuestro artículo


“La lógica formal en las Súmulas (1 5 7 1 ) de Tomás de Mercado”, aparecido en
C uadernos Salm antinos d e F ilosofía, Salamanca, España, 10 (1 9 8 3 ), pp. 141-156.
Véase un estudio más amplio en M . Beuchot - W . Redmond, L a lógica m exicana
en el Siglo d e O ro, México: Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNA M , en
prensa.
2 Cfr. M . Beuchot, “Mercado, Fray Tomás de, O. P .” , en D ictionnaríe des
P hilosophes, Paris: Presses Universitaires de France, y un artículo más completo,
del mismo nombre, en la E n ciclop ed ia d e la Iglesia C atólica en M éxico, México:
Enciclopedia de México. Hemos utilizado sobre todo las crónicas de la Orden
Dominicana de Agustín Dávila Padilla y de Alonso Franco Ortega (la primera
de 1625, la segunda de 1 6 4 5 ). E l único autor que da la fecha de nacimiento de
Mercado es nuestro amigo A. Ibargüengoitia, Sum a filo só fica m exicana, México:
Porrúa, 1980, p. 85. Cfr. también O. Robles, “ Fray Tomás de Mercado, O. P.,
traductor de Aristóteles y comentarista de Pedro Hispano en la Nueva España
del siglo X V I ” , en F ilosofía y Letras, 10 (1 9 4 5 ), pp. 203-215.
6 MAURICIO BEUCHOT

Universidad de México, siendo uno de sus profesores más notables


el dominico Pedro de Pravia, formado en la Universidad de Salamanca,
España, con Vitoria y Soto, por lo cual era considerado como· un exce­
lente tomista. Mercado accedió al grado de maestro en artes (i.e. en
filosofía) y en teología por la Universidad mexicana.
Desde recién ordenado sacerdote fue nombrado lector, o sea, pro­
fesor de artes en el convento de Santo Domingo; esto se confirma
por la mención que de él se hace en relación a un alumno brillante
que tuvo —si bien durante pocos meses—, a saber, Fray Alonso López,
de singular talento y que murió prematuramente en 1558. Mercado
ejerció dicho profesorado hasta 1562. Por algún tiempo fue prior de
este convento de México, siendo después destinado a. España. Allí pro­
fundizó sus estudios, en Salamanca y en Sevilla. En esta última ciudad
enseñó filosofía, teología moral y derecho, y fue asesor moralista de los
mercaderes. Durante su estancia en España publicó sus obras, que ya
eran producto de su docencia en México, según lo sugieren varias in­
dicaciones contenidas en ellas. D e su enseñanza de artes o filosofía
proceden su comentario a los Tractatus o Summulae de lógica de
Pedro Hispano, su traducción y comentario del Organon de Aristóteles
y un Opúsculo de argumentos selectos sobre lógica. D e sus lecciones,
discusiones y asesorías morales proviene su obra teólógico-económica
sobre los tratos y contratos comerciales.
D e regreso a su provincia de Santiago de México, es afectado por
una grave enfermedad. Muere y es sepultado en el mar, frente a las
costas veracruzanas de San Juan de Ulúa, en 1575.
La producción de Mercado abarca la filosofía y la teología. Tomando
en cuenta que el opúsculo de argumentos sobre lógica se editaba anexo
a su comentario de las súmulas, tenemos la siguiente lista de sus obras
impresas: Suma de tratos y contratos, Salmanticae: M atthiae Guast,
1569; Hispali (Sevilla): Ferdinandi Diaz, 1571 y 1587; versión italiana,
Brixiae (Brescia): Petri Mariae M archetti, 1591; Comentarii lucidissimi
in textum Petri Hispani Reverendi Patris Thom ae de Mercado Ordinis
Praedicatorum artium, ac sacrae Theologiae professoris Prima editio
cum argumentorum selectissimorum Opusculo quod vice Enchyridii
esse potest Dialecticis omnibus, Hispali: Fernandi Diaz, 1975; In logicam
magnam Aristotelis commentarii, cum nova translatione textus ab
eodem auctori, Hispali: Fernandi Diaz, 1571.8
3 Cfr. V . Muñoz Delgado, “Fuentes impresas de lógica hispano-portuguesa del
siglo X V I ” , en R epertorio de ¡as ciencias eclesiásticas en España, 1 (1 9 6 7 ), p. 457;
INTRODUCCIÓN 7

La que mayor fama le ha dado es la Suma de tratos γ contratos,


tenida por obra clásica en el ámbito de la moral económica. En ella
trata primeramente de la ley natural, como fundamento de la justicia
económica positiva. Continúa relacionando con la ley natural y con la
ley positiva o autoridad el tema que le ocupa: las relaciones comercia­
les (dedicando varios capítulos a estos problemas tal como se daban
en las Indias). V iene en seguida la pragmática del trigo. Trata después
de los cambios y de las transacciones bancarias. Dedica el libro siguiente
a los préstamos y la usura. La obra se cierra con un tratado sobre la
restitución.
Sin embargo, dado que nosotros nos ocupamos aquí de la lógica,
nos centraremos en las obras de Mercado tocantes a esta rama de la
filosofía.

2. Su obra lógica

E n su comentario a los Tractatus o Summulae logicales de Pedro


Hispano, esto es, a las súmulas, pequeños tratados o compendios de
lógica, Mercado da una interpretación de la misma acorde a la escuela
de Santo Tomás de Aquino, siguiendo —con escasas innovaciones-
la línea de comentadores tomistas (una de las “vías” realistas, junto
con la escotista, por oposición a la nom inalista), entre los que sobre­
salen Juan Versor y Domingo Soto. E s lo que se conocía como lógica
menor (logica minor o parva logicalia). Con la misma perspectiva de
Soto, se propone tratar sucintamente los temas propios de la lógica
formal, dejando para la. lógica mayor (o magna), para el opúsculo de
los argumentos y para otros lugares, temas que son más bien ontoló-
gicos o psicológicos. Ésta es la perspectiva que prepara la división que
hará Juan de Santo Tomás en el siglo xvn entre lógica formal y lógi­
ca m aterial.4 Pone de relieve que en las súmulas sólo debe tratarse
la lógica formal, de una manera bastante aproximada a lo que en la
actualidad se entiende por esta disciplina. Trata de la forma lógica
del raciocinio o argumentación, para lo cual examina detenidamente
los términos y los enunciados o proposiciones; pues los términos se

Id em , “Lógica hispano-portuguesa hasta 1600’’, en Ib id ., 4 (1 9 7 2 ), p. 102; W .


Redmond, B ibliography o f th e P hilosophy in th e Iberian C olon ies o f A m erica, The
Hague: Martinos N ijhoff, 1972.
4 Cfr. M . Beuchot, “Introducción” a J. de Sto. Tomás, C om p en d io de logica,
México: Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNA M , en prensa.
8 MAURICIO BEUCHOT

ordenan en vistas a la proposición y ésta al argumento. Es, pues, un


análisis o teoría de la argumentación formalmente válida, que toma en
cuenta la estructuración de los elementos para lograr esa forma o estruc­
tura lógica. Se estudian las definiciones, divisiones y propiedades
de tales elementos, y de acuerdo a esa forma lógica resultan las reglas de
formación y transformación de los mismos, que hacen válida la inferen­
cia, consecuencia o argumentación, como lo veremos en su lugar más
adelante. E l opúsculo de los argumentos toca los problemas que no se
adaptan a la marcha de los principiantes, sino que más bien, por su
dificultad, serían un obstáculo; por eso se reserva dicho opúsculo para
cuando ya estén más avanzados.
E l comentario a la Lógica magna o “lógica mayor”, efectuado sobre
una elegante traducción de las obras lógicas de Aristóteles que queda­
ban pendientes después de las súmulas, explícita los cimientos más
profundos de la lógica misma y de la ciencia en general. Dedica el
proemio a tratar brevemente acerca de la naturaleza de la lógica, su
función e importancia. Pasa a comentar la Eisagoge de Porfirio, intro­
ducción obligada y acostumbrada a las Categorías de Aristóteles —con
las que propiamente se inicia la lógica aristotélica—, y en este punto
examina los diferentes predicables. Comenta en seguida los Predica­
mentos o categorías, aclarando que lo hace al modo lógico, y sin
entrometerse en el campo metafísico; de esta manera trata los ante­
predicamentos, los predicamentos propiamente dichos y los pospredi­
camentos. Y , ya que en las súmulas ha tratado lo referente al De
Interpretatione y los A nalytica Priora de Aristóteles —al discutir sobre
la proposición y el silogismo—, se centra en los Analytica Posteriora,
que corresponden al tratado de la demostración, es decir, a lo cons­
titutivo de la ciencia. Es un tratado notable este último, pues delimita
el alcance y la fuerza de la demostración; distingue lo condicional
(hipotético) de lo propiamente científico (apodictico); y expone las
condiciones requeridas para que el conocimiento sea auténticamente
científico en el sentido aristotélico.3

3. Las súmulas de lógica

Comenzaremos con una breve descripción de las Súmulas de Mercado,


para pasar después a presentar su contenido. Tras la portada y el
Privilegjio real, viene un Epigrama de Jacobo Donio; en él su autor
INTRODUCCIÓN 9

alaba a Mercado por haber cortado de tajo —lo compara con H ércu les-
todas las cuestiones - inútiles y sofistiquerías con que la escolástica
decadente de ese tiempo, en especial la nominalista, había recargado
los manuales y cursos de lógica, a tal punto que eran un espanto
para los jóvenes, y más los alejaban del estudio de la filosofía que
los atraían a él. Y es que, a i verdad, los libros de lógica se hallaban
infestados de elementos superfluos y hasta nocivos que hacían muy
dificultoso el estudio de esta disciplina de suyo tan difícil y tan ardua.
Son cosas cuya dificultad apreciamos sobre todo ahora, gracias a la
utilización y aplicación a esos problemas de formalismos lógico-mate­
máticos. Fue un mérito de Mercado el haberse sumado a la corriente
de pensadores deseosos de extirpar esa plaga H e complicaciones. Des­
pués va la dedicatoria de la obra a Cristóbal de Rojas y Sandoval; este
tipo de dedicatorias —que nos extrañan por lo ampulosas y excesivas—
eran un género trillado en aquella época y no se veían como falsas
adulaciones, sino sencillamente como eso: un conjunto de agradeci­
mientos y deseos expresados a alguna celebridad. Sigue el Proemio al
lector, en el que Mercado expone su intención de depurar la lógica
formal, quitándole las complicaciones que ha recibido. Se cierran estos
documentos prefatorios con un Encomio del mismo Jacobo Donio, en
el estilo usual de la época. De hecho, el volumen contiene dos obras,
pues, además de las Súmulas, aparece como apéndice un Opúsculo de
argumentos en el que Mercado resuelve numerosas objeciones que
se planteaban a los temas tratados; ya de suyo resuelve otras muchas
a lo largo de la exposición, pero pone éstas aparte para no abultar
demasiado la obra y facilitar el aprendizaje, congruente con su inten­
ción de excluir las complicaciones que hacían farragosos otros textos
de lógica.5
La obra presenta la siguiente estructura: además del Prólogo, en el
que expresa su concepción de la naturaleza de la lógica, divide su
trabajo en cinco libros. E l primero trata del signo, el lenguaje y los
términos; el segundo expone la oración, los modos de saber, la pro­
posición, sus partes y las propiedades de los términos; el tercero explica
las relaciones entre proposiciones categóricas asertóricas e incluye un
tratado sobre las proposiciones modales; el cuarto versa sobre las pro-

5 Sin embargo, los argumentos recogidos en este opúsculo corresponden sólo


a los temas tratados en los dos primeros libros, de los cinco que componen las
Súm ulas completas.
10 MAURICIO BEUCHOT

posiciones hipotéticas y las exponibles; y el quinto está dedicado a la


silogística. Procuraremos entresacar los rasgos más notables.

4. Naturaleza de la lógica

Mercado emplea el vocablo “lógica"’ como sinónimo de “dialéctica”,


según era costumbre. Esto ya es significativo, pues lo que era consi­
derado como dialéctica por Aristóteles ha sido la parte de su lógica
que se prestó a los más ricos desarrollos. 6 En lugar de definir la
lógica por los entes de razón, como insiste la vía realista del tomismo
—a. la que él pertenece—, Mercado considera mejor delimitarla por
aquello que, dentro de ese objeto formal especificativo (la “relación
de razón de segunda intención”, harto difícil de comprender), sería el
objeto de principalidad y, por lo mismo, la finalidad de la lógica.:
los modos de saber (modi sciendi), esto es, la definición, la división
—junto con la proposición— y la argumentación. Con ello se inserta
en una línea de pensamiento que conducirá a estimar el carácter formal
y metodológico de la lógica.7 Dentro de los modos de saber, el que
propiamente constituye lo principal de la lógica es el último, la argu­
mentación, porque da vertebración a la lógica, entendida como una
teoría general de la inferencia o consequentia. Tan importante le parece
esto a Mercado, que adelanta un excursus introductorio y pedagógico
dedicado a la argumentación o discusión escolástica, sin llegar, empero,
a oonstituir un tratado de obligationibus.
La lógica es ciencia y arte a la vez, así como también es docens y
utens. Es ciencia, porque tiene principios con los que demuestra sus
conclusiones, y la demostración es la característica de la ciencia. Es
arte, porque establece preceptos o reglas; pero es arte liberal, que se
equipara a la ciencia, cosa que no hace el arte servil. Por lo demás,
tiene carácter de instrumento, modo o método, por enseñar el proce­
dimiento común a todas las ciencias, lo cual la hace la primera en el
orden de la adquisición o aprendizaje. E n efecto, al tiempo que es una
teoría de la inferencia y todo lo que a ella concierne, es también el
método para todas las ciencias, constituidas por la demostración. Es

e Cfr. I. M . Bochenski, H istoria de la lógica form al, Madrid: Gredos, 1963;


A. Dumitriu, History o f L og ic, Tunbridge W ells, Kent: Abacus Press, 1977, vol.
II, pp. 160-161.
7 Cfr. V . Muñoz Delgado, L a o b ra lógica de P edro d e la Serna, Madrid: Eds.
de la revista Estudios, 1966, p. 42.
INTRODUCCIÓN 11

muy relevante el qué Mercado vea cómo lo principal de la naturaleza


de la lógica formal el estar vertebrada por la doctrina de la conse­
quentia; pues, aunque dedica el ultimó libro de las Súmulas al silo­
gismo, la silogística viene a ser sólo una parte del aparato inferencial,
y la consequentia dirige todos los tratados, les da unidad y hasta de
alguna manera se halla presente en cada uno de ellos. 8

5. Los elementos lingüísticos

D e manera semejante a la actual filosofía analítica, las consideracio­


nes sobre el signo y el lenguaje en la escolástica —lo que podríamos
llamar su semiótica — forman cuerpo con la lógica. Mercado inicia su
estudio tratando el signo y la significación, pues el término es el ele­
mento primero de la lógica, y lo que más de inmediato ostenta el
término es la significación, y estudiar la significación lleva a estudiar
el signo. Así pues, comienza por el signo mismo, examinando las defi­
niciones que de él dan San Agustín, Pedro Hispano y Domingo de
Soto, 9 siguiendo más de cerca a este último. D e tal manera, el signo
es aquello que representa algo distinto de sí mismo a la facultad
cognoscitiva (tanto sensible como intelectual, pero sobre todo a la
intelectual). En ello ha coincidido Charles S. P eirce.10
Mercado explica el constitutivo del signo, que es la representación
—concretamente la representación instrumental—; por ella la presencia
de un objeto en la facultad nos lleva al conocimiento de otra cosa.
Aclarada la naturaleza del signo, procede a dividirlo. Encontramos
la acostumbrada división en signo natural y signo convencional. E l
signo consuetudinario que añaden otros autores es reducido por Mer­
cado —al modo como lo hace Soto— al signo natural.

8 Cfr. Ph. Boehner, M edieval L ogic, Manchester-Chicago: The University o í


Chicago Press, 1952, p. 89; E . A. Moody, T ruth an d C on sequ en ce in M edieval
L ogic, Amsterdam: North Holland Publ. Co., 1953, p. 64; mantiene ciertas reservas
sobre esta relación, dado que le parece no explicitada por los mismos autores
escolásticos, la historiadora de la lógica E . J. Ashworth, “The Theory of Conse­
quence in the Late Fifteenth and Early Sixteenth Centuries” , en n otre D am e
Journ al o f F o rm a l L ogic, 14 (1 9 7 3 ), p. 289; Id em , Langu age an d L o g ic in the
P ost M edieval P eriod, Dordrecht: Rcidel, 1974, pp. 118-119.
9 Cfr. M . Beuchot, “La doctrina tomista clásica sobre el signo: Domingo de
Soto, Francisco de Aráujo y Juan de Santo Tomás” , en Crítica, X I I / 3 6 (1 9 8 0 ),
pp. 39-60.
10 Cfr. Ch. S. Peirce, C o llec te d Papers, Cambridge, Mass.: T h e Belknap Press,
1965, 2.228; M . Beuchot, E lem en to s d e sem iótica, M éxico: UNAM , 1979, p. 139.
12 MAURICIO BEUCHOT

E l lenguaje, en su aspecto pragmático de instrumento cultural, recibe


por parte de Mercado una exposición considerable. Recoge las dos
tesis alternas en cuanto al origen del lenguaje, que encuentran curiosas
resonancias en las modernas tesis de Chomsky y Saussure. Por una
parte, reporta el naturalismo o innatismo lingüístico de línea plató­
nica, representado por el gramático P. Nigridio; y, por otra, el arti-
ficialismo o convencionalismo de línea aristotélica. Mercado se adhiere
al convencionalismo aristotélico: el lenguaje depende de la institución
social (institutio o impositio), la cual —aunque hay lenguajes restrin­
gidos— no pertenece a cualquier persona privada, sino máximamente
a la autoridad pública. Apoya esta postura convencionalista con argu­
mentos tomados del origen y cambio de las palabras. Y es que el
lenguaje se compone de voces, vocablos o palabras. Hay voces signifi­
cativas y otras no significativas por convención (como los gritos, los
gemidos e incluso palabras oomo “blitiri” que, aun cuando tengan
oiertas propiedades de los términos, no tienen otras que son exigidas
para ser cabalmente térm inos). La finalidad de los términos es com­
poner proposiciones, y esto lo cumplen tanto el término oral como el
escrito. E l término mental tendría esa característica también, pero
Mercado lo excluye de la lógica y lo remite al D e Anima, para evitar
una digresión psicologista en el seno de la lógica. Asimismo, se centra
en el término oral, alegando que cubre el ámbito de lo que puede
decirse sobre el escrito.
En esta perspectiva, pues, procede al tratamiento de los términos.
E l término es el signo constitutivo de la proposición simple o cate­
górica, y recibe las siguientes divisiones:
Según la significación, de la que ya ha hablado, el término se divide
en unívoco y equívoco. Unívoco es el que representa sus significados
con el mismo concepto. Equívoco es el que lo hace con varios con­
ceptos. E l equívoco puede ser casual o absoluto, y sistemático o aná­
logo. Mercado excluye de la ciencia los equívocos absolutos y ofrece
reglas para determinar el significado de los análogos.
Por el modo de significar, los términos unívocos se dividen en cate-
goremáticos y sincategoremáticos. Categoremático es el que puede con
propiedad ser sujeto o predicado en la oración, y por sí mismo significa
algo (aliquid o aliqua). Sincategoremático es el que sólo puede entrar
en la oración acompañando a los categoremáticos, y únicamente signi­
fica de alguna manera ( aliqualiter ), lo cual es un modo imperfecto
de significar. .
INTRODUCCIÓN 13

Atendiendo a la cosa significada, los términos adquieren para M er­


cado varias divisiones, formando parejas: (i) singulares y comunes,
(n ) absolutos y connotativos, (m ) de primera intención y de segunda
intención, (iv) incomplejos y complejos.
Término común es el que significa muchas cosas de manera divisiva
(p. ej. “león” ). Térm ino singular es el que significa una sola cosa, y
puede ser propio (p. ej. “Sócrates” ), determinado (p. ej. “este hom­
bre” ) y vago (p. ej. “un hombre” ). E l más estrictamente singular
es el nombre propio; los otros dos, por su orden, se acercan más al
común. E l nombre vago es el más importante, porque en la actualidad
se ha detectado que tiene cierta correspondencia con las constantes
individuales de la lógica m atem ática.11 Tam bién se discuten los nom­
bres colectivos y divisivos, los plurales y los que van acompañados de
un cuantificador.
Térm ino absoluto es el que significa algo como subsistente por sí
(p. ej. “hombre” ). Térm ino connotativo12 es el que significa algo
como adyacente a otra cosa (p. ej. “justo” ). Se divide en positivo
(p. ej. “blanco” ) y privativo (p. ej. “ciego” ). Mercado explica las
características del connotativo. Primeramente, el significar algo como
adyacente. Esto hace que el connotativo sea tal, pues tiene dos signi­
ficados: aquello que es adyacente a algo y aquello a lo que algo es
adyacente. E l primero ha recibido el nombre de “significado formal”
y el segundo el de “significado material” .
Térm ino de primera intención es el que significa algo según lo que
tiene en la realidad (p. ej. “caballo” ). Térm ino de segunda intención
es el que significa algo según lo que tiene por virtud del intelecto
(p. ej. “nombre”, “predicado”, “oración” ). Los de primera intención
corresponden a las cosas o a los modos de las cosas que les son real­
mente convenientes. Los de segunda intención representan sólo lo que
les corresponde según el orden de la razón. La intentio estaba muy
relacionada con la impositio de los térm inos.13

11 Cfr. W . Redmond, “Extensional Interpretation of General Sentences in


Sixteenth-Century Ibero-American Logic”, en Crítica, X I I I /3 9 (1 9 8 1 ), p. 56.
12 Cfr. V . Muñoz Delgado, “Connotatio”, en H istorisches W o r te rb u ch der
P h ilosophic, Basel-Stuttgart: Schwabe, 1971, vol. I, p. 1031.
13 Cfr. L . Hidcman, “Impositio prima/secunda”, en H istorisches W orterb u ch
der P hilosophie, Basel-Stuttgart: Schwabe, 1976, vol. IV , pp. 269-270; Id em ,
M odern T h eo ries o f H igher L ev el P redicates. S econ d In ten tion s in th e “N eu zeit",
M ünchen: Philosophia Verlag, 1980, p. 52. Cabe notar, sin embargo, que Hiclcman
usa la expresión de Risse “N eu zeit” para designar a la lógica escolástica post­
medieval, lo que ha sido considerado como incorrecto por Muñoz Delgado.
14 MAURICIO BEUCHOT

Térm ino incomplejo o simple es aquel cuyas paites no son signifi­


cativas en el (p. ej. "león” ). Incluye los llamados “de figura com­
puesta”, esto es, los que constan de dos nombres pero como formando
uno solo (p. ej. “paterfamilias” ). Término complejo es aquel cuyas
partes significan algo en él (p. ej. “hombre blanco” ). La complejidad
o complexión se toma no en cuanto a los vocablos, sino en cuanto a
la significación; y la significación, a su vez, se toma en cuanto a la
cosa significada y en cuanto al modo de significar. Por lo cual, si dos
términos unidos significan la misma cosa del mismo modo, tienen
una sola significación, y constituyen un término incomplejo, y, a la
inversa, si hubiera un nombre que constara de una sola sílaba y signi­
ficara cosas diversas, sería com plejo.14

6. L a proposición , sus elementos y las propiedades de los términos

Mercado atiende acto seguido al oficio y uso de la significación en


orden a la proposición; con arreglo a este criterio, los términos prin­
cipales se dividen en nombre y verbo. La definición de ambos es la
de Aristóteles, mediada por Pedro Hispano. Mercado insiste en la fun­
ción de estos elementos en la proposición: el verbo efectúa la compo­
sición, y los extremos que se componen son los nombres, pero no
según el esquema sujetoeópula-predicado, sino simplemente sujeto-
predicado, ya que la cópula forma parte del predicado mismo. Porque
la función del nombre es nombrar, y la del verbo copularse él mismo al
sujeto y copular todo lo que forma —junto con él— el predicado
al sujeto. Aquí encontramos cierto paralelismo con Russell. E n efecto,
para Mercado el nombre tiene como función el nominare, i.e. algo
semejante al naming del que habla Russell siguiendo a Stuart M . 1 1 .15
Y la fundón del verbo se asemeja a la que tiene para Russell el functor
predicativo entendido como relación (n-ádica) con respecto a los nom­
bres lógicos en la proposición.16*18

14 Cfr. L. Hickman, “Incomplexum/Complexum” , en H istorisches W orterb u ch


der P hü osophie, Basel-Stuttgart: Schwabe, 1976, vol. IV , pp. 277-279.
15 Cfr. R . J. Clack, Russell’s P hilosophy o f Language, T h e Hague: Martinus
N ijhoff, 1969, pp. 7-8; es, asimismo, una doctrina aristotélica que ha defendido
P. T . ¿ e a c h , "Nominalism”, en A. Kenny (e d .), A quinas. A C o llectio n o f Critical
Essays, London: Macmillan, 1970, p. 140; M . Beuchot, L a filo so fía del lenguaje
en la E d a d M ed ia, México: Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM , 1981,
pp. 89 ss.
18 Cfr. B . Russell, An Inquiry into M eaning a n d T ru th, Harmondsworth: Pen-
INTRODUCCIÓN 15

Mercado explica las definiciones del nombre y del verbo aducidas


por Aristóteles según cada una de sus notas. Algo relevante es su ex­
plicación del “ser nota de la predicación”, que para, él es ser cópula.
Y el verbo, aun cuando él mismo sea predicado, está copulando algo
al nombre. Pues el verbo propiamente es predicado; y, por lo mismo,
es a un tiempo predicado y cópula. Y entonces, en ambos casos, es
nota de que algo se predica. Por eso el esquema preposicional de
Mercado, siguiendo la tradición aristotélico-tomista, no es meramente
sujeto-cópula-predicado, sino en realidad sólo sujeto-predicado, en un
sentido próximo al de Strawson y G ea eh .17
La oración entra como tema preparatorio a la proposición, pues
entre los varios tipos de oración (indicativa, optativa, imperativa, de­
precativa, etcétera), Mercado señala a la indicativa o asertiva como
la única que puede ser propiamente proposición.
Y a que se expresan mediante oraciones, los “modos de saber” (modi
sciendi) son tratados por Mercado después de la oración, también
para enmarcar el tratamiento de la proposición. Ellos son el núcleo
de la lógica, y, por lo mismo, debe esclarecerse la relación que la
proposición tiene con ellos. Así, Mercado explica que la definición
es preparación para la proposición; en la división se inserta la propo­
sición misma; y la argumentación procede a base de proposiciones que
forman un sistema inferencial.
En efecto, la argumentación o consequentia se basa en las funciones
de verdad para la proposición hipotética condicional: “Si la conse­
cuencia es buena, y el antecedente es verdadero, el consecuente debe
ser. verdadero.” Pero, además, la consecuencia es un todo, el cual
encierra los aspectos parciales que concurren en la proposición y en
la inferencia. D e esta manera, la consequentia va estructurando toda la
lógica. Por eso Mercado antepone la teoría general de la consecuencia
al mismo tratado de la proposición, al de la inferencia silogística y al
de las inferencias no-silogísticas, como para trazar el cuadro general.
E n primer lugar, la consequentia se divide en buena y mala (i.e. en

guin, 1973, p. 90; M . Beuchot, E lem en to s d e sem iótica, ed. cit., pp. 117-118.
Y , a pesar de las apariencias, este tratamiento no sería susceptible de las críticas
a la llamada “teoría de los dos nombres”, atacada por P. T . Geach, A History
o f th e C orruptions o f L o g ic, Leeds: University Press, 1968, p. 10.
17 Cfr. P. T . Geach, “ Subject and Predicate” , recogido en su obra R eferen ce
a n d G enerality, Ithaca-London: Cornell University Press, 1970, pp. 22-46; P. F.
Strawson, S u bject an d P redicate in L o g ic an d G ram m ar, London: M ethuen, 1974,
p. 35; Id em , “Tire Asymmetry of Subjects and Predicates”, en su obra L ogico-
Linguistic Papers, London: Methuen, 1977, pp. 96 ss.
16 MAURICIO BEUCHOT

correcta e incorrecta). E n la consecuencia buena el consecuente se


infiere correctamente del antecedente; en la consecuencia mala lo hace
inepta o fraudulentamente. E n segundo lugar, la consequentia se divide
en racional, causal y condicional, según lleve las partículas correspon­
dientes. Sobre todo resalta la condicional, que Mercado interpreta
como implicación m aterial,1819 aduciendo las regulae consequentiarum
que se han hecho famosas. Por lo demás, a lo largo de toda la obra
-va explicitando las numerosas reglas de consecuencia o loci arguendi
que surgen en cada tema. E n tercer lugar, la consequentia se divide
en formal y material, según dependa sólo de la disposición (forma)
que tienen las proposiciones en ella, o además requiera atender a los
significados (materia) para una buena ilación.
Siguiendo a Aristóteles y a Pedro Hispano, Mercado define la pro­
posición como la oración que significa indicando la verdad o la false­
dad. Mercado aclara que no añade las modalidades ni temporalidades
lógicas, pues van implícitas en tal definición. Asimismo, aclara que
no se refiere al aspecto ontológico de la verdad, sino a la verdad lógica
(la significación de lo que es así o no es así). Por eso la primera
división de la proposición es en verdadera o falsa. Mercado menciona
las proposiciones “autofalsificantes”, pero las remite al tractatus de
insolubilibus que, sin embargo, no desarrolla.191 Después se divide en
necesaria, contingente e imposible. Para Mercado, la posible se iden­
tifica con la contingente. O tra división importante es en categórica
e hipotética. La primera tiene como partes sujeto, cópula y predicado;
la segunda tiene como partes otras categóricas copuladas por partículas
sincategoremáticas. Pero en la categórica la cópula se reabsorbe en el
predicado, ya se trate de un verbo substantivo (el verbo “ser” ), ya
se trate de un verbo adjetivo (todos los demás); pues el verbo subs­
tantivo (“esse” ) se considera en cierta forma como sincategoremático.20

18 Cfr. Μ . Beuchot, “Notas históricas sobre la implicación material” , en


D iánoia, 27 (1 9 8 1 ), pp. 242-252; Id em , L a filo so fía del lenguaje en la E d ad
M edia, ed. cit., Introducción.
19 Cfr. V . Muñoz Delgado, “Autofalsifikation”, en H istorisches W orterb u ch
d er P h ilosop h ie, vol. I, pp. 693-694; L. Hickman, “ Insolubilia” , Ibid., vol. IV ,
pp. 396-400; A. Dumitriu, “The Logico-mathematical Antinomies: Contemporary
and Scholastic Solutions”, en Internation al P hilosophical Quarterly, 14 (1 9 7 4 ),
pp. 310-328; M . Beuchot, “Las falacias y las paradojas lógico-semánticas en la
Edad Media”, en las A ctas del III Coloquio Nacional de Filosofía, México, 1983.
20 Sincategoremático no por el significado, sino por la función. Cfr. C . Hedwig,
“E sse purum dictum . Un aspecto de la lógica escolástica en M éxico” , en D iánoia,
25 (1 9 7 9 ), p. 216.
INTRODUCCIÓN 17

Mercado trata, además, la cualidad y la cantidad de la proposición.


Con respecto a la cualidad, estudia especialmente la negación y la
manera como varias negaciones pueden producir afirmación o negación.
La cantidad de la proposición es efecto de la cuantificación; Mercado
ve con recelo que algunos la llamen “distribución”, pues de hecho
esto ya lo cumple la predicación misma, a través de la suposición.21
Tam bién examina la relación de la negación con los cuantificadores.
Por lo demás, Mercado habla de la cuantificación del predicado, a la
que después dedicará un estudio más extenso en el libro quinto, a
propósito de la silogística.22
Pasa Mercado a desarrollar el importante tratado de las propiedades
de los términos en la proposición. Pone como la principal a la supo­
sición, y con base en ella estudia la ampliación, la restricción y la alie­
nación. 23 En efecto, dice que la suposición es la substitución que hace
un término de su significado. Y la noción de suposición le sirve para
definir las otras; así, la ampliación es el paso de una suposición menor
a una mayor, la restricción es el paso de una suposición mayor a una
menor, y la alienación es el paso de una suposición propia a una im­
propia.
Divide Mercado la suposición primeramente en material y fonnal.
La material se da cuando el término supone por sí mismo y los de la
misma forma (p. ej. “ ‘hombre’ es bisílabo” ) , la fonnal se da cuando
supone por su significado (p. ej. “el hombre es racional” ), i.e. por algo
extrailingüístico. Estas suposiciones cumplen con el cometido que asigna
Frege a la distinción entre mención y uso de una expresión, que origina
la distinción entre metalenguaje y lenguaje o b jeto .24 La suposición
formal se divide en impropia (cuando el término supone por un sig­
nificado extraño o figurado, p. ej. “él prado ríe” ) y propia (cuando
supone por su significado ordinario, p. ej. “el prado está florido” ).
La propia se divide en simple y personal; la simple se da cuando el
término representa un concepto (p. ej. “el hombre es una especie” ),

21 Esto se aproxima a lo que actualmente defiende P. T . Geach, “Distribution


and Suppositio” , en M in d, 85 (1 9 7 6 ), p. 4 33,
22 Cfr. W . Redmond, “ Un ejemplo de cuantificación múltiple en la lógica del
siglo X V I ”, en R evista de F ilosofía, México, 14 (1 9 8 1 ), pp. 27-37.
23 La appellatio, que solía contarse entre las proprietates term inorum , es con­
siderada en el lib. IV , con un sentido ya distinto del que tenía, p. ej., en Pedro
Hispano. Cfr. M . Beuchot, “La filosofía del lenguaje de Pedro Hispano” , en
R evista de F ilosofía, México, 12 (1 9 7 9 ), p. 229; W . y M . Kneale, E l desarrollo
d e la lógica, Madrid: Tecnos, 1972, p. 245.
24 Cfr. M . Beuchot, E lem en tos de sem iótica, ed. cit., pp. 22-23.
18 MAURICIO BEUCHOT

la personál se da cuando representa a los individuos (p. ej. “el hombre


tiene cerebro” ). La personal puede ser natural, cuando el término
recibe un predicado esencial, y accidental, cuando recibe un predicado
no esencial. La accidental se divide en singular y común.
Con ellas se pasa, como lo ha mostrado Moody, del aspecto semán­
tico del sentido y la referencia al aspecto sintáctico de la cuantifica-
ción. 2526 La singular se da cuando el término representa un individuo,
sea por tratarse de un nombre singular, o porque se trata de un
nombre común cuantificado por un signo singular determinado ( “este” )
o vago ( “un” ). La suposición común se divide en universal o distri­
butiva (lleva cuantificador universal), determinada (no lleva cuanti-
ficador o lleva cuantificador particular) y confusa (el término afectado
mediatamente por un cuantificador universal afirmativo, o afectado
por un signo especial de confusión); como se ve, están muy relacio­
nadas con los diversos cuantificadores. Además de las reglas argumen­
tativas de las suposiciones, Mercado expone el procedimiento usual
para distinguir las últimas clases de suposición mediante la aplicación
del ascenso y descenso lógicos, que de alguna manera corresponden
a la generalización y la instanciación en lógica m atem ática.28 Tam ­
bién expone la famosa suposición de los relativos gramaticales. Y, a
partir del ascenso lógico, desemboca en la inducción, de la que pre­
senta una defensa que en la actualidad sería muy discutible. En efecto,
son muchas las dificultades que ofrece la inducción aristotélica para
un lógico actual, prestándose a muy diversas interpretaciones. 27

7. Relaciones entre proposiciones categóricas. Proposiciones modales

Después de estudiar las propiedades de los términos en la proposición,


Mercado pasa a estudiar las propiedades de las proposiciones en sí
mismas. D e ellas considera la oposición, la equipolencia y la conversión.

25 Cfr. E . A. Moody, “T h e Medieval Contribution to Logic”, en su obra Stu­


dies in M edieval P hilosophy, S cien ce a n d L ogic, Berkeley: University of California
Press, 1975, p. 381.
26 Hemos presentado la formalización, con un cálculo sortal, de estos proce­
dimientos. Cfr. M . Beuchot, “La semántica en la lógica de Tomás de Mercado” , en
C rítica, X I V /4 2 (1 9 8 2 ), pp. 49-63.
27 Cfr. J. Hintikka, “Aristotelian Induction”, en R evu e In ternation ale de Philoso-
p h ie, 34 (1 9 8 0 ), pp. 422-439; J. R . W einberg, A bstraction, R ela tio n a n d In d u c­
tion, Madison-Milwaukee, 1965, pp. 121 ss.; S. F . Barker, In du cción e hipótesis,
Buenos Aires: E U D E B A , 1963, passim .
INTRODUCCIÓN 19

Las proposiciones que tienen el mismo sujeto y predicado son relacio­


n a r e s de diferentes formas, que son las mencionadas.
La primera relación que Mercado analiza es la de oposición. Las
oposiciones son las tradicionales de la lógica aristotélica de términos:
contradicción, contrariedad, subcontrariedad y subalternación. Mercado
ubica la subaltemación como inclusión de proposiciones, más que como
oposición propiamente dicha. E n cuanto a estas relaciones, reporta las
reglas de verdad y sus respectivos loci arguendi. Curiosamente, explica
aquí la oposición de los términos, en lugar de hacerlo en el libro
primero, que ha dedicado a los términos en general.
La segunda relación tomada en cuenta es la equipolencia entre pro­
posiciones. La equipolencia, según explica, es lo mismo que la equiva­
lencia. Las proposiciones equivalen de muchas maneras: por sinonimia
de los términos, por identidad de las cosas significadas, y por otras
causas. Pero aquí sólo trata de la equivalencia por equipolencia, que
se efectúa mediante la introducción de negaciones. Mercado insiste en
que se refiere a la negación “negante”, y no a la negación infinitante
ni a la privativa. Esta introducción de la negación, que produce equipo­
lencia, puede aplicarse a todas las clases de la oposición, pero en las
subcontrarias no lo hace con propiedad. D e acuerdo con ello, se esta­
blecen las reglas inferenciales para las oposiciones restantes.
La tercera relación es la de conversión entre proposiciones. Mercado
la expone siguiendo aquí también el modo tradicional. Consiste en el
cambio de extremos aplicado a las proposiciones que participan de
ambos términos, pero no con el mismo orden. La considera como una
consequentia, y aclara que hay casos en que el predicado no la permite,
i.e. cuando un predicado no puede ponerse como sujeto; por ejemplo,
cuando el predicado es un adjetivo, como en “homo est albus” - “albus
est homo”, lo cual no es coherente ni lo mismo (Geach diría, con
expresión que se ha vuelto clásica, que no habría substitución salva
congruitate); aunque, según dice Mercado, lo permiten los lógicos
iuniores. Ni tampoco es posible cuando el verbo es de tal naturaleza
que exige diversa suposición en el sujeto y el predicado, como lo hacen
las cópulas extrínsecas (i.e. los verbos que no van en tiempo presente,
el cual es considerado como “cópula intrínseca” ). Estas cópulas ex­
trínsecas amplían el sujeto y restringen el predicado, como en “equus
fuit niger” . Y es necesario que en la conversión se conserven las pro­
piedades de los términos. En ambos casos se podría hacer la conver­
sión, pero sería muy obscura o forzada. Por tanto, la conversión es
20 MAURICIO BEUCHOT

útil en las proposiciones de presente, con cópula simple de inherencia


y con extremos igualmente simples. La conversión es doble: simple y
accidental. Solían ponerse tres clases, añadiendo a las anteriores la
conversión por contraposición, pero a Mercado le parece discutible.
Tam bién aquí se explicitan las reglas inferenciales correspondientes.
Las proposiciones modales se estudian a continuación, pero formando
casi un tratado aparte. En él se esfuerza Mercado por integrar al ámbito
de las proposiciones modales lo que ha expuesto sobre las relaciones de
las categóricas de inesse. -

8. Proposiciones hipotéticas y proposiciones exponibles

La parte de las proposiciones hipotéticas, tratada por Mercado, es la


que mayor relevancia tiene para la teoría de la consequentia, y —si­
guiendo la tradición de los estoicos—, guarda una notable analogía
con la actual lógica de proposiciones sin analizar.28 Porque Mercado
estudia la lógica de proposiciones siguiendo la teoría de la consequen­
tia propia de las proposiciones hipotéticas, y la lógica de términos (o
de proposiciones analizadas) siguiendo la teoría de la consequentia
silogística, donde predominan las categóricas. Pero ambas forman parte
de la teoría general de la consequentia, siendo más básica la primera,
y la segunda dla silogística) otra parte solamente, que se apoya en la
anterior.
E n su tratamiento de las hipotéticas, Mercado habla de lo que
ahora llamaríamos evaluación veritativo-funcional y también de las
reglas de inferencia para cada tipo de proposición. Análogamente a
la lógica formal contemporánea, considera a las hipotéticas como pro­
posiciones moleculares cuyo valor de verdad depende del valor de
verdad de las proposiciones atómicas. Esto permite —en una lógica
bivalente, como la que tratamos— “tabular” el valor de verdad de la
proposición hipotética según las posibles combinaciones de verdad y
falsedad que tengan las proposiciones componentes.29
Tres son las hipotéticas que explica Mercado: la copulativa o con­

c it e m o s analizado esta semejanza, aplicando los métodos formales de la lógica


matemática. Cfr. M . Beuchot — W . Redmond, L a lógica m exicana en el Siglo de
O ro, México: Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNA M , en prensa.
i29 Cfr. Ch. S. Peirce, C o llecte d P apers, ed. cit., 2.199 y 3.279 ss.; L . W ittgens­
tein, T ractatus L ogico-P hilosophicu s, Frankfurt am M ain: Suhrkamp, 1969, 4.25
ss.; M . Beuchot, E lem en tos d e sem iótica, ed. cit., p. 343.
INTRODUCCIÓN 21

juntiva, la disyuntiva y la condicional. Da por supuesto que puede


intervenir la negación como functor preposicional, y además se dis­
ponía de un recurso para suplir el functor o conectivo Incondicional,
a saber, mediante la condicional m utua.30
A pesar de que no expone las funciones de verdad en forma tabular
completa, sino de manera abreviada —como era lo usual—, coincide
con las tablas de verdad que para cada una de estas clases de propo­
siciones establece la lógica moderna. La proposición copulativa o con­
juntiva es la que tiene varias categóricas (o varias hipotéticas) unidas
por la partícula “y” como conectivo principal. Es verdadera cuando
ambas componentes son verdaderas, y es falsa cuando una de ellas es
falsa. La proposición disyuntiva es la que tiene varias categóricas unidas
por la partícula “o”, que recibe una interpretación de disyunción in­
clusiva. Para su verdad basta con que una de las componentes sea verda­
dera; para su falsedad se requiere que ambas sean falsas. La proposición
condicional es la que tiene varias categóricas o hipotéticas unidas por
la partícula “si” como functor o conectivo dominante. E n ella propia­
mente la primera proposición se llama antecedente y la segunda con­
secuente. Esto es muy importante, porque la condicional es, por así
decir, el patrón o modelo de la consequentia. Mercado la interpreta
como implicación material, aunque conoce otros tipos de implicación
formal o estricta. La condicional es falsa sólo cuando el antecedente
es verdadero y el consecuente falso; en los demás casos es verdadera.
Dentro de los casos en los que es verdadera, Mercado se detiene a
explicar el caso en el que el antecedente es falso y el consecuente es
verdadero, pues esta combinación es considerada como paradójica (de
lo falso se seguiría lo verdadero); aduce reglas para ellas y se esfuerza
por diluir ese carácter en apariencia paradójico.
Son muy abundantes las reglas de consecuencia o inferencia que
aporta para estas proposiciones. Haciendo caso omiso de muchas
que expresa, destacamos su conocimiento de algunas que en la lógica
actual son muy usadas. Para la conjunción, encontramos la regla de
simplificación, formulada así: “D e toda la copulativa afirmativa, a
cualquiera de sus partes, se concluye correctamente, pero nunca a la
inversa”, y una de las llamadas reglas de D e Morgan: “D e la copulativa
negativa a la disyuntiva afirmativa, compuesta de las contradictorias
de sus partes, es válido.” Para la disyunción, la regla de adición: “D e

so Cfr. E . J. Ashworth, Langu age an d L o g ic in th e P ost-M edieval P eriod, ed.


cit., p. 156.
22 MAURICIO BEUCHOT

una parte afirmativa de la disyuntiva, a toda ella, es buena consecuen­


cia, pero a la inversa no vale, esto es, de toda ella a su parte”, y el
modus tollendo ponens: “D e toda la disyuntiva, con la negación de
una parte, a toda la otra parte, es consecuencia válida.” Para la con­
dicional, el modus ponendo pfOnens: “D e toda la condicional afirma­
tiva, con la afirmación del antecedente, a la afirmación del conse­
cuente, es una deducción óptima”, y el modus tollendo tollens-. “De
toda la condicional afirmativa, con la negación del consecuente, a la
negación del antecedente, se infiere correctamente.” Aparecen otras
reglas de inferencia, y aún deben añadirse las que se hallan dispersas
a lo largo de toda la obra.
Las proposiciones exponibles son aquellas que, por razón de algún
término, exhiben un sentido obscuro, y piden ser aclaradas o expuestas.
Mercado las divide en exclusivas, exceptivas, reduplicativas, apelantes,
comparativas, superlativas y otras especiales. Cada una de éstas no sólo
puede, sino que debe, exponerse en otras más claras que se siguen
consecuencialmente de ella.31 Sin embargo, Mercado se opone a los
lógicos iuniores, que exigen para la exposición que la exponible y la
exponente sean equipolentes.
Las exclusivas llevan “tantum”, “solum” y otras partículas semejan­
tes, que pueden afectar al sujeto, a la cópula o al predicado. E n el
primer caso, se trata de una proposición exclusiva simple; en el segundo,
de una proposición de cópula excluida; en el tercero, de una propo­
sición de extremo excluido. Mercado se detiene a analizar algunas
partículas exclusivas. Después divide las proposiciones exclusivas en
cuatro clases: puramente afirmativas (donde se afirma tanto el verbo
como el m odo), puramente negativas (donde ambos se niegan), afir­
mativas de modo y negativas de verbo, y negativas de modo y afirma­
tivas de verbo. Las de la primera clase se explican por una copulativa
que contiene la proposición original y una universal negativa que ex­
cluye el predicado de todo lo que no es el sujeto. Las de la segunda
clase, por una disyuntiva que consta de la negación de la proposición
original y otra que afirma el predicado del sujeto exclusivo. Las de la
tercera clase, por una copulativa que consta de la proposición original
y otra que afirma el predicado de todo aquello que es distinto del

31 En efecto, la relación (de convertibilidad) entre la proposición exponible


y sus proposiciones exponentes se consideraba como consequ entia. Cfr. J . Pinborg,
L o g ik und Sem antik im M ittelalter, Stuttgart — Bad. Canstatt: Fromann— Holz-
boog, 1972, p. 106.
INTRODUCCIÓN 23

sujeto. Las de la cuarta clase, con una disyunción que es la inversa


de la anterior. Mercado explica también las de extremo excluido y
algunas reglas de inferencia que surgen de todas las exclusivas.
Las exceptivas llevan “praeter” y otras partículas por el estilo. Se
dividen de manera semejante a las anteriores, con arreglo a la afir­
mación o negación del modo y del verbo. Se estudia la naturaleza
de las partículas exceptivas, y, de acuerdo con ella, se establece la
explicación de las cuatro clases de exceptivas. Las del primer género
se explican por tres proposiciones unidas mediante conjunción: la
subyacente con la partícula “distinto de” en lugar de la exceptiva, una
universal afirmativa y una universal negativa. Sin embargo, a Mercado
le parece que basta con la primera para exponerlas. Las del segundo
género se exponen por una disyuntiva que consta de las contradictorias
de las del género anterior. Las del tercer género se explican por una
conjunción de tres proposiciones: la subyacente y dos universales afir­
mativas, una que predica el término exceptuado de la parte exceptuada
y otra en la que se afirma el predicado del sujeto que es la parte
exceptuada. Pero, según su opinión, basta una proposición con “solum”
o “dumtaxat”. Las del cuarto género se explican por una disyunción
de tres proposiciones que serían las contradictorias de las del tercer
género. Mercado examina la suposición en estas proposiciones y añade
las reglas inferenciales correspondientes.
Las reduplicativas llevan “secundum quod”, “ut sic”, “quatenus”, y
otras partículas de esta suerte. Se dividen como las anteriores. Pero
Mercado cree que, para tener una mejor comprensión de ellas, es
pertinente tratar primero de las proposiciones appellantes; por lo cual,
estudia la appellatio, entendida no al modo de los lógicos antiguos:
como la suposición por lo existente, sino como la aplicación del signi­
ficado formal de un término al significado formal de otro, 32 por
ejemplo en “Agustín es un gran lógico”, donde la grandeza no se
aplicaría propiamente a Agustín en cuanto tal, sino en cuanto estudioso
de esta disciplina. Explica sus reglas consecuenciales y pasa a tratar
expresamente de la exposición de las cuatro clases de reduplicativas,
tomando en cuenta cómo se da la suposición en ellas.
Por último dedica un pequeño apartado a otras exponibles, como

32 Sobre este cambio en la noción de appellatio, cfr. V . Muñoz Delgado, L a


lógica nom inalista en la U niversidad d e Salam anca, Eds. de la revista Estudios,
1964, pp. 244-247.
24 MAURICIO BEUCHOT

las que llevan “incipit”, “desinit” o “differt”, así como las qué incluyen
comparativos o superlativos.

9. El silogismo

Mercado repite que el objeto propio de la lógica son los modi sciendi
y que, dentro de ellos, la argumentación o consecuencia es el principal.
Siguiendo una clasificación frecuente, la divide en inducción, silogismo,
ejemplo y entimema. En este apartado la importancia se carga hacia
la consequentia silogística, pues el silogismo es aquí la argumentación
más perfecta que ejemplifica la deducción: el paso d é lo más universal
a lo menos universal. La inducción es el camino inverso: el paso de
lo menos universal a lo más universal. E l ejemplo es una clase imper­
fecta de la inducción, que no llega a lo universal. Y el entimema es
un silogismo trunco o incompleto, al que le falta una premisa para
llegar a ser completo. Sin embargo, es bien sabido que el estudio del
entimema influyó mucho en el desarrollo de las consequentiae . 33
E n su exposición de la silogística, Mercado procede según el modo
tradicional. Describe la estructura del silogismo, explicando su materia
remota (térm inos), su materia próxima (proposiciones) y su forma
(disposición consecuencial) que es lo propiamente constitutivo del
mismo. E n cuanto a la materia remota, pone de relieve la función
capital del término medio. Y , en cuanto a la forma, lo estudia como
consecuencia formal. Asimismo, detalla las exigencias que plantea su
adecuada construcción.
Divide el silogismo, primeramente, por su materia remota, en figu­
ras. Y después, por su materia próxima, en modos. Cada figura se
divide en sus modos correspondientes. Acepta tres figuras, seguramente
por conocer las dificultades que desde antiguo se señalaban para la
famosa “cuarta figura” . La primera figura es la más perfecta. Además,
el silogismo que tiene un término medio más universal es más inte­
lectual y noble; en cambio, el que tiene un medio menos universal es
menos intelectual, noble y perfecto, cual es el silogismo expositorio.
A este respecto, dice algunas cosas sobre la distributio.
Habla de la primera figura, tanto del silogismo con proposiciones
asertóricas como del que consta jde proposiciones modales, y explica

33 Cfr. A. J. Moreno, ‘‘Lógica medieval” ,, en Sapientia, 16 (1 9 6 1 ), p. 253;


A. Dumitriu, History o f L ogic, ed. cit., vol. II, p. 152.
INTRODUCCIÓN 25

la conclusión directa y la indirecta. Menciona las posibles combina­


ciones, que darían varios modos, pero los reduce a nueve, cuatro directos
y cinco indirectos, representados por las célebres palabras mnemotéc-
nicas: Barbara, Celarent, Darii, Ferio, Baralipton, Celantes, Dabitis,
Fapesmo, Frisesomorum. Para los cinco modos indirectos aporta reglas
de reducción a los modos directos, por lo cual dice que aún los mo­
dos de la primera figura pueden reducirse a cuatro.
La segunda figura se divide en cuatro modos: Cesare, Camestres,
Festino, Baroco. Mercado aclara por qué excluye otras combinaciones
posibles. D ice cómo se reducen a los cuatro modos directos de la pri­
mera figura, explicando, además, la reducción indirecta o per impossi­
bile, y establece las reglas propias de esta figura.
La tercera figura tiene seis modos: Darapti, Felapton, Disamis,
Datisi, Bocardo, Ferison. Explica su composición, el modo como se
reducen a la primera figura y sus reglas propias.
Finalmente, Mercado pasa a tratar los principios del silogismo. Para
él son tres: (i) el principio de conveniencia —“dos cosas que convienen
con una tercera convienen entre sí”—, (ii) el principio del dictum
de omní y del dictum de nullo, y (iii) la reducción de todos los modos
silogísticos imperfectos a los cuatro modos perfectos o directos de la
primera figura.
E n primer lugar, prueba que los dos primeros principios del silo­
gismo se cumplen óptimamente en los cuatro modos directos de la
primera figura, por eso todos los demás modos se reducen a ellos.
Aclara que esto es hacer una resolución, y en lógica hay dos tipos de
resoluciones: la resolución priorística, basada en la naturaleza de la
consequentia, y la posteriorística, concernida con la verdad de las pro­
posiciones. Corresponden estas resoluciones a lo que estudia Aristóteles,
respectivamente, en los A nalytica Priora y Posteriora. La que compete
aquí es la resolución priorística.
En segundo lugar, prueba la validez y utilidad de la resolución por
el dictum de omni y el dictum de nullo, de los cuales deriva el que
los modos imperfectos deban reducirse a los perfectos. Refiere, además
de la reducción directa, la reducción indirecta o per impossibile, basán­
dose en el principio que establece: “en toda consecuencia buena, del
opuesto del consecuente se sigue el opuesto del antecedente”. Añade
el modo de evitar las falacias que frecuentemente se cometen. Mencio­
na la invención del medio, diciendo que es un tratado que algunos han
considerado como original de Pedro Hispano, pero que los peritos saben
26 MAURICIO BEUCHOT

que no lo es. E n definitiva, las falacias se explican porque violan el


principio de la consequentia (que de lo verdadero nunca se siga lo
falso). Y , aunque algunos lógicos iuniores se esfuercen por encontrar
reglas con las cuales se lleguen a construir silogismos en contra de
ese principio, ni Aristóteles ni Pedro Hispano lo imaginaron siquiera.
En tercer lugar, trata de manera particular la resolución del silo­
gismo que tiene un medio común y la del que tiene un medio par­
ticular (silogismo expositorio). Para probar la validez de ambos, recurre
a la noción de consequentia , diciendo que, además de las formales y
las materiales, las hay mixtas de ambas, según grados, por ejemplo las
reglas tópicas. Pero la consecuencia silogística es la más formal. Exa­
mina algunos problemas en cuanto al término medio y la resolución
silogística, sobre todo relativos a la distribución, para evitar la falacia
de pasar de lo indistribuido a lo distribuido, y otros problemas pro­
pios de los silogismos que contienen proposiciones exponibles. Por
último, trata algunos problemas tocantes a la resolución del silogismo
expositorio.
E l Opúsculo de los argumentos forma un apéndice bastante consi­
derable, pero que abarca solamente las cuestiones relativas al contenido
de los libros I y II.

10. Advertencias a la traducción

Hemos traducido a partir de la única edición impresa de la obra de


Mercado sobre las Súmulas de Pedro Hispano, a saber, la edición
de Sevilla, en la imprenta de Fernando Díaz, año de 1571.
La advertencia más importante es que hemos excluido el Opúsculo
de los argumentos que aparece publicado como apéndice al comen­
tario a las Súmulas. La principal razón por la que hemos decidido
omitirlo es que no trata directamente de lógica formal, sino que está
compuesto por cuestiones más cercanas a lo que ahora llamaríamos
lógica material, lugar en el que se trataban todas aquellas cosas que
tenían que ver con la ontología, la gnoseología y hasta la psicología.
Por lo demás, este Opúsculo de argumentos abarca sólo dos de los
cinco libros de que consta el comentario de Mercado. Lo que sí pre­
sentamos íntegro es el texto traducido del comentario a las Súmulas,
en sus cinco libros.
C O M E N T A R IO S L U C ID IS IM O S A L T E X T O

D E P E D R O H IS P A N O ,

DEL REVERENDO PADRE TOMAS DE MERCADO,


DE LA ORDEN DE PREDICADORES, PROFESOR DE ARTES
Y SAGRADA TEOLOGIA

PRIMERA EDICIÓN

CON PRIVILEGIO

SEVILLA

EN LA IMPRENTA DE FERNANDO DIAZ, CALLE DE LA SIERPE

1571
E p ig r a m a de J a c o bo D o n io V e l is io , b a c h il l e r en f il o s o f ía

Y EN AMBOS DERECHOS, SOBRE LAS MERITÍSIMAS ALABANZAS DEL AUTOR

Es fama que la Hidra sucumbió bajo los brazos de Hércules


Y , al cambiar su faz, depuso sus engaños
La que, cuantas veces podía morir, tantas pudo renacer
Y hacer crecer sus daños:
Si Alcides había cortado acaso una cabeza,
E n seguida ella procreaba siete cabezas gemelas.
Así creció hasta ser un inmenso monstruo invencible,
Que exigía una obra superior a las fuerzas humanas.
Al punto él se prepara a destruir con la astucia y el arte
A la que no podía destrozar con fuerza alguna.
Amontona toda una selva y le suministra llamas.
Así el monstruo feroz fue calcinado en la hoguera.
T ú , Tomás, eres un nuevo Alcides en la astucia y en la fuerza,
Que vences a un monstruo con habilidad no menos semejante.
A las tiernas mentes de los jóvenes había aterrorizado la Dialéctica,
Hecha intransitable con mil caminos perdidos,
Y que había alzado innúmeras cabezas, funestas de horribles modos,
Que exhalaban un virus pestífero.
Pero al fin un enorme portento apagó los incendios,
Y de la Hidra salió un Fénix nuevo.
A l I l u s t r ís im o y R e v e r e n d ís im o S e ñ o r C r is t ó b a l d e R o ja s y San­
d o val , A r z o b ispo de Se v i l l a , F r a y T omás de M erc a d o , d e l a O rden
de P r ed ica d o r es , m uy atentam ente l e d ic e :

H e comprobado por experiencia una opinión muy verdadera de todos


los antiguos, a saber, que la virtud es de suyo en todas las naciones
bellísima y muy recomendable. Sobre todo las virtudes que respectan
a las costumbres: la justicia, la fortaleza, la modestia, y la prudencia,
indagadora sagacísima de todas las cosas. Las cuales vuelven al hombre
idóneo y muy preparado para moderar cualquier cetro, para regir cual­
quier imperio, para gobernar cualquier ciudad, para administrar las
cosas de la guerra y del derecho, de manera adecuada y tranquila.
Finalm ente (según enseña Séneca en su epístola centésima décima
segunda), la virtud templa los reinos, las ciudades y provincias. Y en
qué consiste su ornato y decoro, lo muestra en la tragedia novena, con
estas palabras: “Es hermoso descollar entre los varones ilustres, velar
por la patria, abstenerse del asesinato, dar tiempo· a la ira, al mundo
calma, al propio siglo paz.” Y no sin motivo hizo consistir el esplendor
de la virtud en salvaguardar la paz. Pues, si es bellísima la adecuada
proporción de los miembros, la debida variedad de colores ordenados
con gracia, si la modulada composición de nuestro pequeño cuerpo es
tan risueña que en una mente son ordenadas por la misma forma
gobernante, cuánto más bella y agraciada aparecerá al que la contempla
la quietud y tranquilidad de todo un reino. Donde cada quien viva
seguro según su condición, use pacíficamente sus cosas, donde tan
grande es el número de hombres, tan grande la diversidad de las lenguas
y, finalmente, tan grande el concierto de los deseos. Sin duda es egre­
gio y casi divino el moderar estas cosas de tal suerte, y entrelazarlas
en tal forma con el vínculo y nexo de la sociedad de tal manera que,
al pasar por los diversos lugares, se ordenen en tal serie, que constituya
con ellos un cuerpo político uno y convenientemente dispuesto. No
puede pensarse nada más hermoso que esta admirable disposición de
la república. Con lo que sucede que nadie dude jamás que la virtud
y la honestidad son excelentísimas. Puesto que sus obras y efectos
aparecen a los ojos de la mente admirablemente jocundos y deleitables.
32 TOMÁS DE MERCADO

Y ciertamente no podía no ocurrir así; ya que se considera a la virtud


como hija de la misma sabiduría suma, que aventaja en el fulgor de la
forma a todo lo creado con máxima distancia (según lo atestigua
Salomón, aquel rey tan sabio). Enseña (dice) la sobriedad y la pru­
dencia, la fortaleza y la justicia, más útil que las cuales nada hay
en la vida para los hombres. D e todo lo cual encuentro razones no
fútiles, argumentos no leves en autores probados, tanto nuestros como
de los gentiles; pero esto me lo fijan ante los ojos de manera más
fuerte y evidente las cosas que produce en mí la excelentísima virtud
de tu ilustrísima dominación. A saber, gozos profundísimos y cierto
placer íntimo de tu completa felicidad, la cual distribuyó en ti el
Dios máximo a manos llenas, al llevarte a tan sublime altura de honor,
y a tan preclaro ápice de dignidad. Cosa que demuestra de manera
clarísima mi amor vehemente hacia ti, pues sólo el amor puede pro­
ducir gozo y ser el origen de todos los afectos que son dirigidos por
nuestro albedrío y la causa ciertísima, principalmente, del placer y de
la alegría. Del cual amor es tan peculiar alegrarse con la posesión
de la felicidad que disfrutamos o que el amado disfruta, como moverse
por el deseo y angustiarse por el anhelo de la fortuna y del provecho
ausentes. D e donde se sigue que el placer que recibo al contemplarte,
como aumentado cada vez más con tantas insignes dignidades, títulos
honoríficos y honores eximios, es un símbolo evidentísimo de mi amor
hacia tu excelencia. El cual es argumento no vulgar de tu máxima
prestancia y prudencia muy singular, así como de tu profundísima
doctrina, puesto que tales aguijones pudieron no únicamente sedu­
cirme al amor de ti mismo, que me eras desconocido, por su sola fama,
sino aun empujarme y traerme (como dicen) con el cuello torcido.
Ya que por estas cosas, sólo con el vapor suavísimo de la vista de su
nombre, excitarían amores vehementes de él mismo. Esto llevó desde
las últimas regiones del orbe a aquella reina de Saba, por arduos y
quebrados caminos, hasta Jerusalén; a una mujer delicada, rica, y pro­
vista de todo caudal de cosas, para conocer en persona al rey Salomón,
cuya fama de sabiduría la aficionaba. Cicerón, en ese libro que llamó
D e la amistad, pronunció estas palabras, dignas de un hombre cristiano.
Nada más amable que la virtud, nada que mueva más a la amistad. Lo
cual es muy cierto, pues, a causa de las virtudes y de la probidad, a
aquellos que nunca hemos visto, de algún modo los hemos amado. Y
en el libro D e la naturaleza de los dioses, presenta a los dioses mismos
arrobados por el amor de la virtud. Nada (dicen) es más eminente
COMENTARIOS LUCIDÍSIMOS AL TEXTO DE PEDRO HISPANO 33

que la virtud, y el que la tenga, dondequiera que esté, será amado por
nosotros. Lo cual atribuiremos nosotros con mayor verdad, siguiendo
a la Escritura, al único y verdadero Dios nuestro: que es muy amante
de la virtud, y es su poderoso creador y el que generosamente la con­
cede. Por tanto, en testimonio de su voluntad, todo lo que pertenece
a este oficio generosamente te lo ofrezco, rogando igualmente que
sea recibido benigna y humanamente, pues ha salido de un amor puro,
sincero y sólido. Aunque el príncipe recibe con faz serena los obsequios
que se dan al buscar la gracia de algunos cargos, y es equitativo con
ánimo generoso, con cuánto más regocijado pecho los que superan en
dignidad deben recibir lo que les es ofrendado por sus inferiores, si
tienen averiguado que proceden de una voluntad desinteresada y muy
allegada. Si tener aceptado el cargo, y agradecer ampliamente con las
palabras, y proclamar con la cosa misma que se ha recibido un gran
cúmulo de beneficios, invita a recibir para sí nuevos oficios, y el asiduo
recuerdo suele halagar el ánimo del que bien lo merece y conceder
los beneficios mayores que se han de conferir; bien está el recibir con
ánimo no menos grato lo que se ofrece; ya que no precedió ningún
cargo ni obligó ningún oficio, que pudieran desmerecer del que ofrece
el obsequio. Aunque te tiñas de ira, nadie puede en gran manera ser
obligado por tus letras y virtudes, de modo que todos deban obsequiarte
y obedecerte; pero hay un género de gratitud, los monumentos y obse­
quios que a la eternidad de tu nombre los teólogos presentaremos.
Pues tú eres príncipe de su misma literatura y, por ello mismo, eximio
y singularísimo príncipe en la Iglesia. Y , aunque podría aquí reseñar
otras muchas cosas dignas de tu grandeza con rara e increíble memoria,
tanto las preclaras hazañas de tus mayores, como también tus propios
hechos, que a muchos sabios varones obscurecen, y finalmente la ale­
gría y el gozo de todos los de esta ciudad máxima, de ciudadanos
que se glorían de tener tal patrono y arzobispo, que recrea las almas
con su singular doctrina y las apacienta con la saludable disciplina;
sin embargo, no quise aducir aquí ninguna causa común, sino única­
mente la peculiar que me ha excitado.
P r ó lo g o d el R everen d o P adre T om ás d e M er c a d o , d e l a O r d en de

P r ed ic a d o r es , P r o f e s o r de F il o s o f ía y T e o lo g ía , a las Sú m u la s

No pocos días me tuvo en suspenso el pensamiento de iniciar este


libro y de adentrarme en su disertación, el hecho de que muchos
antes que yo han tratado sobre esta facultad, dedicándose a su comen­
tario, con cuya erudición y letras no puedo compararme, ya no digamos
en la realidad, sino ni siquiera en el pensamiento; tanto dista el que
arrogue y ostente su múltiple doctrina. M ucho temía ser acusado de
ocio y pereza si deseaba seguir la órbita trillada por las cuadrigas
de tantos hombres eruditos, o ser acusado de osadía si me esforzaba en
avanzar más alto de lo que otros más doctos han avanzado. Mas, ya
que quería en mi interior lograr lo mismo que esos varones gravísimos,
con ánimo generoso y con no menos amplios estudios, muy de intento
se han esforzado en ilustrar con sus elucubraciones sobre el arte dia­
léctica (lo cual podría hacerse con suma diligencia), cobré ánimos y
fuerzas, para escribir, los cuales tomé del estudio de muchos días de
sus mismas doctrinas. Todo lo cual considero que no sólo se puede
hacer sin el temor de la reprensión, el cual debe obviarse completa­
mente. Pues, ya que esta facultad es la entrada y el vestíbulo de las
demás disciplinas, a la cual hemos de entrar primero, y la que abarca
como en raíz y fuente todos los riachuelos y ricos manantiales de las
ciencias, por eso mismo nos enseña a entretejer los principios de todas,
y a: disponer lo entretejido, y finalmente a resolver las conclusiones
en lo dispuesto. Y tengo dos cosas muy exploradas por la práctica.
Una, que se hace mucho en cualquier asunto arduo y difícil, si los
mejores auspicios e inicios se toman (como dicen) con diestro genio.
La otra, que mientras más eminentes son las cosas, son tanto más
difíciles, y debemos los hombres indagar y poseer los principios felices
de estas cosas. Pero la más laboriosa de las obras humanas es investigar
el conocimiento perfecto y absoluto, y adquirir la noticia de lo más
supremo y lo más ínfimo (lo cual, sin embargo, es la suma de toda
la filosofía, que únicamente desarrollamos). Por eso fue tenida en
tanto durante los siglos pasados. Por lo cual, yo mismo me persuado
vehementemente de que siempre han sido muy arduos los comienzos
COMENTARIOS LUCIDÍSIMOS AL TEXTO DE TEDRO HISPANO 35

de esta filosofía, a saber, limar con las letras las artes liberales, princi­
palmente la dialéctica, de tal modo que puedan ser para todos como­
didad y descanso. Y sólo entonces, ¡por Hércules!, pueden aprovechar:
cuando sus puertas y entradas tienen gracia y belleza, recibiendo ale­
gremente a los que han de ingresar en el castillo de la sabiduría; y, a
causa de ello manifiestan, de modo que todos puedan percibirlo, un
ingreso tan alegre, que todos quieren a porfía entrar. Este género es
el genuino principio de la filosofía, que se acomoda, a nuestra captación
e imbecilidad, conociendo suficientemente por qué causa tan leve sue­
len los hombres desviar el pie de los óptimos pensamientos, si en los
mismos obstáculos y cárceles del curriculo la dificultad aterra los ánimos
inexpertos, o la repugnancia de las cosas y la lucha les inculca el
horror; principalmente en esas cosas que conciernen al ánimo, en las
cuales (las más de las veces) los mortales despliegan los menores es­
fuerzos. Por lo cual debe ser venerado lo sancionado y establecido por
la antigüedad (lo cual no cabe duda que ha emanado de la sabiduría
m ism a), de modo que los maestros y preceptores comiencen en cual­
quier arte por lo más conocido. Para que la misma suavidad del pensa­
miento y la facilidad alcanzada para cultivar los estudios impulsen
y den aliciente a los ánimos tiernos. Por lo cual, pienso que importa
mucho conducir con la máxima perspicacia la facultad dialéctica. Para
que, ya que en ella no podemos gozar misterios y arcanos maravillosos,
como en las demás en las que se aposenta la majestad y prestancia
de las cosas y alimenta el intelecto siempre deseoso de esas nuevas y
grandes cosas, al menos deleite en ella el mismo gusto de la facilidad
y del esplendor, y con esta leche de claridad nutra a los estudiantes
hasta que puedan pasar a otros alimentos más fuertes, sólidos y firmes.
Por eso, puesto que la observancia de la ley y norma correcta de enseñar
postula guardar cierto silencio, sabiamente se acallarán las cosas que
sólo hayan de decirse oscuramente. Y no incurriremos en el vicio
opuesto de la brevedad si se instituye la disciplina con un resumen
y compendio más conducentes. La luz de nuestro intelecto y el de los
otros demuestra abiertamente que esta manera de proceder es más
ajustada y apta, y su misma naturaleza y condición lo manifiestan:
que lo que es más recóndito y abstruso debe investigarse por lo más
conocido y claro. Lo cual declaramos intentar con nuestro discurso.
Además, comprobamos cuánto detrimento hemos sufrido durante tanto
tiempo, pues nuestros mayores han edificado esta puerta de la sabi­
duría no suntuosa y alegre, sino más bien difícil y tenebrosa, de modo
36 TOMÁS DE MERCADO

que ningún ingenio, a menos que sea sutil y sublime, puede penetrar
en ella; y conformada con un género de pinturas tal, que ahuyentan,
exterminan y repelen a todos, atónitos por el estupor de imágenes tan
terribles. T al entrada a nadie invita, ciertamente, sino que casi a todos
llena de horror, y los deja impedidos con un miedo tan inmenso, que
sería necesario un vigor como el de Hércules o una fuerza como la de
Atlas para que los que han de entrar no vuelvan la espalda. Fuerza
tan rara como preclara, a muy pocos divinamente concedida, pues a la
mayoría de los escolares, casi en los mismos inicios de la dialéctica,
se les diluye el ánimo, y regresan a ese género de letras que sólo germina
hojas y florecillas, a saber, la pericia de las lenguas y los ornamentos
magníficos de la retórica. Y no se atreven a pasar al castillo admirable
de la filosofía, donde se contemplan las naturalezas y propiedades de
las cosas, y las cosas divinas, con las que comprenderían mejor los
arcanos de las dos teologías, una de las cuales es llamada “mística”
por Mercurio Trismegisto y Horus Apolíneo, quienes dieron origen a
la traición de la memoria; y la otra es la infusa por Dios en nuestras
mentes, con la cual se adquiere el conocimiento de lo ultramundano;
todo lo cual es muy sabido. Para qué poner en la débil y tenue materia
de las artes tan ingente hacinamiento de distinciones, tal multitud
innumerable de reglas, tan grande y vasto cúmulo de opiniones, que
no vale aquello de que “tantas sentencias cuantas cabezas”, sino tantos
miles de sentencias; a las tiernas y no acostumbradas mentes de los
jóvenes no ofrecen sino espectros horribles, larvas temibles, lémures
horrendos y finalmente fantasmas espantosos; con los cuales, así como
se aterran los ojos corpóreos, así con estos prodigios se ciegan los de la
mente, y se aturden con inanes delirios. ¿Qué son esas maquinaciones
que los muy sofistas suelen mezclar con las enseñanzas de la dialéctica?
Como ese inmenso caos que excogitaron acumulando fingidas rapsodias
de letras “a a a . b b b ”, y redes de insolubles y de reflexivas que no
pueden desanudar sino los centauros, gigantes de cien manos, verda­
deros cíclopes, y lestrigones; y producen mayor estrago en las mentes
que el daño que podrían hacer esos monstruos portentosos si la natu­
raleza los engendrara. Aunque deploramos todos estos males, nadie
hasta ahora se ha ocupado de ellos, nadie ha brindado la medicina.
Pues, aunque excitados por este tábano, y agitados por esos estímulos,
algunos se precipitan al otro extremo, a saber, a entrar desencadenados
en esta disciplina, y reducen a unos cuantos los preceptos, sin la media­
ción de libros que contienen argumentos y discusiones, sino que desvían
COMENTARIOS LUCIDÍSIMOS AL TEXTO DE PEDRO HISPANO 37

y esparcen tanta lluvia de sofismas, absteniéndose del estilo acostum­


brado en las escuelas, sin ventilar ninguna cuestión, sino avanzando
con definiciones ayunas y divisiones exangües. Pero ése no es el fin a
alcanzar, la vía pública a seguir, sino que eso es desencaminarse por
desviaciones a otras cosas. Lo cual tanto se opone al símbolo pitagórico
y al arte choraulico. Antes bien, por este camino nunca se llegará a la
cumbre y al ápice de la filosofía. Pues esta facultad es la única para
obtener las otras, y es el método y el camino cuya naturaleza y virtud
están dispuestos de tal manera, que aducen los medios y modos con
los que se engendrarán las otras, las cuales nunca se conquistarán sin los
estímulos de los argumentos y los arietes de las objeciones. Por ello,
el que disertare sin tomar en cuenta las discusiones, vuelve las cerra­
duras fuera de los pilares, y se frustra su propio fin. Ciertamente lo
digerido con tanta sequedad, ni se aprende, ni sirve para investigar
otras cosas. Pues ninguna se prepara sin ejercicio, principalmente la
dialéctica, que no ha sido puesta tanto para penetrar su propio objeto
(ya que tiene la mínima entidad), cuanto para explicar sus erotemas,
que enseñan las reglas para argumentar. Por eso se considera como
dialéctico consumado entre todos el que usa doctamente el ejemplo y
argumenta convenientemente. Y esta facultad, no sólo no agobia el
ánimo con la numerosa multitud de sus reglas, sino que máximamente
lo eleva, y vuelve el filo de nuestro intelecto más agudo y brillante,
para que a los mismos arcanos en la majestad de la naturaleza por
los dichos los corte intactos y los seccione con movimiento fácil, y
para que haga penetrables las sutilezas de la metafísica y la teología.
Pues cuando preguntamos y respondemos, el intelecto se agudiza, y
cuando se esfuerza en romper y disolver las objeciones, no sólo apa­
rentes, sino a veces urgentes, se agiliza y se pule. Es decir, para que
los argumentos sean la piedra de afilar, y el cardenillo el agua con que
el intelecto se agiliza. D e modo que surja terso, brillante y tan afilado,
que corte de por medio, en cien partes, un tenue cabello de la cabeza.
A saber, para que el dialéctico encuentre en las delgadas y simplicísimas
quididades las quinientas razones formales diferentes entre sí. Pues no
podría discernir átomos tan exiguos a menos que tuviera ojos de lince
o de águila. Por lo cual es muy necesario que esta facultad se enseñe
con muchas discusiones, con tal que sean de peso. Y que, mientras
las desata, se haga más rápida la agudeza de la mente. Aun el fingirlas
a la mente conduce a las mismas reglas. Pues tan inmensamente se
dilata su número, que sin ejercicio, por más que la memoria trabaje
38 TOMÁS DE MERCADO

cuanto se quiera, nunca las aprenderá. Por tanto, es conveniente que


esta puerta de la sabiduría sea construida amplia y espaciosa al mismo
tiempo, y con ese género de piedras que agudicen e instiguen a los
que entran, pues todo intelecto humano entra agobiado en su consi­
deración a conocer las verdades de las otras facultades, y toda humana
perspicacia con semejantes ojos lagañosos. Por lo cual, conviene que
se agudice en las respuestas y objeciones. Pero cuando la piedra de
afilar no es plana ni pesada, la mano del cortador extenúa el hierro
del cuchillo y lo disminuye; o la misma fuerza se duplica.; así, cualquier
ingenio se agotará cuando las artes que se han de aprender son ense­
ñadas sin esplendor y con una claridad herrumbrosa; o se acumulan
los argumentos redundantes, principalmente los sofísticos. Pues con
tan densa niebla toda luz de la mente se obnubila y entenebrece. Pero
a nadie se le oculta lo arduo y difícil que es tener tan diestra la mano
para agudizar las mentes de los filósofos principiantes, que se raspen
y pulan. Por lo cual los hombres adornados con una erudición de
muchos yugos nunca se cansaron de disponer mejor y pulir esta facultad
con todo arte; afanándose con todas sus fuerzas en exhibir y presentar
una letra perfecta a los estudiosos. Por ello nadie podrá con razón
acusamos de temeridad si, con el mismo ánimo que nuestros mayores,
agitamos de nuevo la misma muela, aligerándola con nuestra mano, si
acaso podemos sortear el peligro, haciéndola perfecta y apta. Pues que
nadie hasta ahora le devolvió sus números, lo muestra muy manifiesta­
mente el tedio de todos los aprendices. Por tanto los filósofos, instrui­
dos con el consejo aportado en el libro I de la Metafísica, a saber, que
cada quien no sólo aproveche las cosas dichas verdaderamente y los
hechos correctos de los antiguos, sino que advierta de manera circuns­
pecta quiénes han caído en tales cosas por ceguera, para que se duela de
sus errores y los evite; por eso hemos considerado atentamente dónde
fallaron los que nos han precedido en esta arte, para corregirlo con
nuestro esfuerzo. Y he aquí de repente mil pedestales y mil bloques
de mármol, con los cuales han sido alucinados quienes desean plas­
marlos, con no leve detrimento suyo y nuestro. Pues nuestros errores
y defectos son de tal manera manifiestos, que no sólo aparecen al
punto, sino que son burlados con dicterios y diatribas. De modo que
siempre me he devanado los sesos [pensando] con ánimo diligente
por qué varones tan eruditos, tan próvidos y cautos han tropezado en
cosas tan perspicuas. Y sólo he hallado esta causa: Ninguno antes
de cien años osó escribir sobre la opinión del estilo, y ajustar al método
COMENTARIOS LUCIDISIMOS AL TEXTO DE PEDRO HISPANO 39

que conviniera sus escritos en los papeles, para no exponerse a la burla


del vulgo de los sofistas, y ha preferido asentir al deseo de ellos más
que defender su facultad, o desechar y expurgar con la doctrina tanta
maraña de suciedades que aquéllos han aumentado y que ellos por
su parte (lo cual viene a lo mismo) no han disminuido. Pues los
excesos desbordan de tal manera los límites, que quienes también
los hemos infestado, mucho lo hemos reconocido, y nos reímos ahora
de nuestras nugas; pero lloremos a los dialécticos seducidos por trampas
incomparables y enredados en las zarzas punzantes de los sofismas. Y
cuál de los preceptores, al leer, cuando brindó a los discípulos sus
dictados, no recibió a carcajadas tantos portentos de letras que con
nuestro solo pensamiento invierten la suposición de los términos y
perturban la resolución; y no diluyó con gran risa las diversas y múlti­
ples acepciones de los signos “ambos”, “uno de ellos”, “ninguno de
ellos”. Y quién no necesitará al menos, para adquirir la comprensión
de esto, que lo finja y lo invente sin ningún verdadero fundamento,
sino sólo por nuestra estimación, como cuelgan en el aire aquellos
jardines del huerto de Semiramis, y se libran con un invento (como
dicen) tan difuso, que parecen cosas más afines a las ficciones de los
poetas, que ajustadas a nuestra dialéctica. Qué diré de muchos que
reclaman tan abiertamente la verdad y son tan enemigos de la claridad,
que ninguno de los que en este tiempo son indulgentes con el estilo,
deja de confesar sinceramente que no escriben lo semejante a ellos
tan mal como lo describen; y con ese ánimo las ponen en letras tales,
que las hacen bastante estólidas. Por lo cual, para alcanzar ese fin,
decidí con firme ánimo entrar de una vez en este rápido y resistir el
torrente, y disgustar a los tontos y pueriles sofistas; para dirigir a los
prudentes, que prefieren ser instruidos en estas artes sinceras; para que
resplandezca su fulgor y su luz, y se limpie la maravillosa faz de su
belleza. Y , aunque con odio renovado execren y opongan cosas falsas
y ficticias, es bastante evidente por ello mismo que son para todos el
único camino para buscar la verdad; a no ser que nos hayamos per­
suadido de que la verdad no se puede indagar sin la falsedad, o que
la luz no se mira sino en las tinieblas. Pero, ya que he decidido tratar
solamente su materia propia y genuina, extirparé las cosas que hasta
ahora se han entrometido de manera velada o franca, y que son in­
trusos por la fuerza. Y creo que no aparecerá despeinada [ = desarre­
glada], aunque no se vista con ajenos vestidos y plumas, como la
corneja de Esopo. Pues sólo la misma dialéctica sincera, expurgada,
40 TOMÁS DE MERCADO

tersa y con el oro granado más puro, tiene la fuerza, los poderes y la
virtud, tanto de gobernar y moderar las operaciones del intelecto, como
de pulirlas y purificarlas. Antes de que fuera desterrado, el tratado de
las concepciones mentales se ofrecía resumido intempestivamente en
el primer volumen. Materias traídas de los arcanos ocultísimos y secre­
tísimos de la filosofía. Siendo que no es decente inculcar en el mismo
exordio lo que debe ser revocado hasta el coronamiento. Y que en
estas cosas no sólo es difícil la entrada, sino también la salida, se ve
en que aun para los que han progresado en muchas letras la aproxi­
mación era muy temible, y para todos espantosa. Así, con el mismo
método, hemos rehuido todas las cuestiones inciertas para este asunto.
A saber, si la equivocación se da en la mente ultimada, si en ella se
dan actos sincategoremáticos, si con uno y el mismo concepto se per­
ciben los casos oblicuos y el caso recto, si la proposición mental es
una cualidad simple o una cualidad compuesta, con otras innúmeras
cuestiones muy difíciles de captar, demasiado confusas, y aun de poco
provecho si se llegan a entender. ¿En qué parte de la dialéctica, pre­
gunto, tan profunda como abstrusa doctrina, una vez acabado el primer
volumen, da fruto al dialéctico, qué provecho le hace? N o otra cosa
que oprimir y romper las alas, y con su tiniebla embotar a cualquiera.
Qué aprendiz y principiante no se espantará, si lo que filósofos de
gran nombre han tratado en el De Anima o excelsos teólogos en el
I de las Sentencias apenas alcanzan, a saber, la producción de los
conceptos y la esencia de las especies intelectuales, se proponen en
la misma puerta al que va a entrar, y se obliga a los disoípulos a que
entiendan lo que aun los mismos maestros de edad más avanzada
ya casi desconocen. Una tercera cosa es que, para suavizar la molestia
del peso y el trabajo, decidí no sólo no seguir las opiniones (que más
propiamente deberían llamarse errores), cuyo número no es pequeño,
sino ni siquiera refutarlas. Porque el mismo trabajo costaba a nuestros
dialécticos tanto el impugnarlas como el seguirlas. Principalmente, para
abordar una sentencia, conviene que se explique, y que se aclaren
justamente los fundamentos en los que se apoya. Por lo cual, de nin­
guna tiniebla huye el que no sigue estos errores, si permanece encan­
dilado por ellos. E n cuarto lugar, he decidido cortar de raíz ese
laberinto de las proposiciones exponibles con las palabras “comienza”,
“termina”, “se construye”, etcétera. Y a que, por más que se han expli­
cado, nunca han sido claras para los jóvenes. Pues, ¿cuál die los sumu-
listas ha conseguido alguna vez en las súmulas la comprensión de la
COMENTARIOS LUCIDÍSIMOS AL TEXTO DE PEDRO HISPANO 41

naturaleza de la generación y la corrupción? Nadie la conocerá hasta


llegar a los libros de la investigación Física, por más esfuerzo que
gaste. Qué del océano de los instantes y momentos, doctrina más
que tenebrosa, y hasta aquí enteramente de ninguna importancia en
filosofía, a no ser que se conduzca por resquebrajadas y abisales rocas
a los dialécticos que hacen el camino. Tam bién me abstuve de darles
el discurso acerca de las causas, el cual nunca aportó erudición alguna
a los estudiosos de las súmulas. Antes bien, cuanto cuidado que puse
en alejar cosas ajenas y ertrañas, tanto trabajo y afán puse en explicar
y dilucidar las que eran propias del arte; no sólo estableciendo las
leyes y preceptos que han de observarse, sino presentando muchos
argumentos con los que se conozca la verdad, y hagan menos obtuso
el filo del intelecto. Por lo cual, nuestro instituto [ = nuestra decisión]
es llevar esta disciplina de modo que sea útil y frugal, expurgada de
todas aquellas cosas como de una Lerna de males, y vestida con su
natural luz y esplendor. Quiera Dios que con tan íntegro ánimo
se reciba este trabajo, como sincero fue nuestro deseo. Y mueva a los
sentidos "esquebrajados y obstinados en sus errores para que alguna
vez se deleiten en transitar fuera de los caminos silvestres y monta­
ñosos, y avancen por caminos Topiarios y planos, cubiertos de variadas
flores, hacia nuestra dialéctica.
L as S ú m u l a s d el R . P. T o m á s de M erc ad o , O. P., P r o f e s o r de A rtes
y S agrada T e o lo g ía , c o m ie n z a n f e l i z m e n t e

PROLO GO

L a dialéctica es el arte de las artes y la ciencia de las ciencias, la


cual suministra los medios aptos para adquirir todas las disciplinas
y ciencias, en cuanto que enseña la definición, la división y la argu­
mentación, con las cuales se adquieren las ciencias en su totalidad.
Por ello los doctos la consideran ya desde hace mucho tiempo como
la primera de todas por derecho propio. Ahora bien, el término es
aquello de lo que ella toma su principio de la manera más apropiada.

LECCIÓN PRIMERA

A punto de tratar los preceptos acerca del discurso dialéctico, lo pri­


mero que me fue necesario estudiar máximamente fue en qué forma
y con qué método introduciría a los principiantes a este arte del modo
más rápido y útil. E n efecto, la mayor utilidad reside (como lo juzgan
dondequiera todos los más sabios y entendidos entre las gentes) en
que cualquier negocio avance prósperamente, lo cual se da si se toma
convenientemente el principio. Y de ese modo, siempre he juzgado, en
cuanto a los que se inician en la filosofía, que lo harán muy próspera­
mente si su principio fuera rudo y deforme (por así decir), de modo
que (si no me equivoco) por esa misma deficiencia del comienzo,
tendría tanto una esperanza segurísima, como cierta raíz y principio
de la futura suficiencia y del máximo incremento. Y creo no equivo­
carme, antes bien, conocerlo por el mucho uso de las cosas y por la
rica experiencia de los tiempos en los que incesantemente he ejercido
el oficio de preceptor de toda la filosofía, por la familiaridad con este
arte, y por la consideración de la naturaleza de nuestro ingenio. Prime­
ramente advierto que esta lógica, especialmente la menor (que los
modernos llaman “súmulas” ) no es muy fácil de captar, sino tal vez
COMENTARIOS LUCIDISIMOS AL TEXTO DE PEDRO HISPANO 43

algo difícil, tanto por la multitud de reglas y divisiones, como por


(para hablar libremente) la incertidumbre de las mismas, por cuanto
la mayor parte de ellas según el modo común de concebir y hablar
apenas se sostienen: el cual [modo] no puede no ser dudoso y algunas
veces variado; y, por ello, a veces las hace tambalear y como amenazar
ruina. Pero los que se esfuerzan en volverlas estables y firmes, como lo
reclama su misma naturaleza (y muchos se esfuerzan incansablemente
en ello), se ven precisados a introducir densas tinieblas en la disciplina,
usando innumerables distinciones, fútiles y vacilantes, dando cabida a
muchas excepciones, ya que dentro de los propios canceles del arte
se han enseñado tantas reglas y distinciones que convenía muchísimo
que se redujeran a un número menor (si pudiera hacerse), objetando
argumentos eficaces a las reglas y agregando soluciones más que resol­
viendo los argumentos. Todo lo cual, según mi parecer, daña mucho
el débil intelecto de los jóvenes, obnubilándolo con su sutileza, por
no decir con su obscuridad, y en nada le aprovecha. Un principio
semejante, reforzado con gran cantidad de doctrinas, lleno de hojarasca
y ampuloso, que por el solo aspecto aterra, gusta mucho a los hombres
de nuestro tiempo, ya que, cuando atenderían mucho más cómoda­
mente al asunto de la dialéctica, quien del ingente acervo de reglas
y divisiones quitara una parte no pequeña. Pues, aun cuando cortara
una mayor, tal vez no quitara ninguna necesaria. Y las que siguieran
siendo útiles, exponerlas y defenderlas en la medida en que lo permite
la naturaleza de la cosa y lo pide la necesidad. A este método de
enseñar, aunque sea por ello agraciado y erudito, yo lo llamo deforme,
porque ya todos nos hemos acostumbrado al estilo de enseñanza ampu­
loso y extenso. Además, los preceptos de este arte son muy universales,
muy conducentes a adquirir todas las ciencias y ayudan tanto en la
explicación de los secretos de la naturaleza y en la dilucidación de
las abstracciones metafísicas, como también para escrutar los arcanos
de la sagrada teología. Y para que conste a los principiantes cuánta
facultad se adquiere conociendo esos principios, y vean con propias
miradas cuánto aprovechan para todo tales principios, los apropiados
y aun los probables, reconozcan aquí a los escritores en las materias
de las demás disciplinas, donde ejemplifican las reglas sumulistas y
las extienden; y muchas veces las tratan a la ligera cuan graves y ar­
canas son. Las cuales, así como se detienen fuera de los límites de
este arte, así debían ser entregadas al silencio, para que los jóvenes ni
siquiera las olfatearan. En el primer libro ventilan si “Dios” es un
44 TOMÁS DE MERCADO

término increado, si el concepto de ente dice algo común a Dios y


las creaturas, y si Cristo es unívocamente hombre al igual que noso­
tros. Cuestiones sacadas de obscuros lugares de la teología de manera
muy intempestiva. Discuten estas cuestiones y otras mil semejantes
que pertenecen a la metafísica, a saber, cuál es la división del ente
en diez predicamentos, si en los sentidos externos se forma una noti­
cia, si se dan en la naturaleza de las cosas las especies intencionales,
y en qué género concurren para elicitar las noticias, porque Agustín
dice que del objeto y de la facultad se da una noticia semejante.
Más aún, aquí se comentan completos los libros acerca del alma,
tenidos por muy difíciles entre los filósofos antiguos, cuando discuten
acerca de todo concepto de la mente y de toda noticia. Sin embargo,
todo esto lo refiero con sorpresa. Pues me parece que tal principio,
lleno de tanta variedad de cuestiones, no confiere enseñanza, sino que
con tanto peso de razones recarga e infringe la mente débil, y con la
luz de la verdad demasiado densa, o disgrega los ojos miopes, o los
ciega por completo. Y por eso siempre he expresado la opinión de que
el exordio de este arte no responde a su dignidad y potestad, sino que
morigera la facultad y el ingenio de los principiantes; de modo que in­
troduzcamos en ella una mutilación, para que no se enseñe nada falso,
y aun se callen muchas cosas verdaderas, dejándolas para otro lugar
más propio y apto, como me esforzaré en hacerlo, con la ayuda de
Dios, para dedicar toda nuestra atención y empeño a lo que interesa
en lo presente. Así, pues, seguiré ampliamente lo nuestro, dejando lo
ajeno y peregrino. Aunque sé con certeza que, aun cuando nos deten­
gamos en exponer las materias propias más que los dialécticos atenien­
ses no deben ser vistos como comentadores de las súmulas, sino como
sumadores, pues hasta ahora se tratan en las súmulas muchas más cosas
extrañas que propias. Y de aquí reciban respuesta de por qué no nos
preocupamos de repetir lo mismo muchas veces, los que en lo sub­
siguiente preguntaren por qué omitimos algunas materias sutiles (que
entre los varones doctos se discuten aquí con graves razones de una
y otra parte) o, en cuanto a las divisiones acostumbradas, [por qué]
las silenciamos, o las privamos de algunos miembros, o dejamos de
lado muchas cosas que parecería que deberían decirse con erudición
y elegancia. Pues no buscamos dónde puede insertarse la doctrina, sino
dónde debe ser enseñada, y que los expositores más fácilmente la des­
arrollen, y los oyentes más claramente la entiendan.
Toda obra que sobre cualquier asunto de filosofía han instituido
COMENTARIOS LIVIDÍSIMOS AL TEXTO DE PEDRO HISPANO 45

hasta ahora los hombres, la han subdividido en dos partes, siguiendo


el testimonio y la experiencia de Cicerón, a saber, en proemio y tra­
tado. Pues, antes de que abordes la materia, es necesario que des
razón de ti y de la obra instituida; con lo cual, como preparando a
los oyentes, los hagas benévolos, atentos y dóciles. Y esto lo hace cada
quien cuando en el vestíbulo de la obra desarrolla brevísimamente la
utilidad o dignidad, la materia y el orden de proceder; esto lo hemos
hecho en el texto con breve discurso, a saber, con tres proposiciones.
Pues aquellas ocho cosas sobre las cuales, en el libro I de la Física,
texto 1, opina el Comentador [Averroes] que debe disertarse al
principio de una obra, no deben tratarse todas de tal modo que se
juzgue que muchas se tratan en exceso. La primera de nuestras tres
proposiciones es que la dialéctica es el arte de las artes y la ciencia
de las ciencias, porque se ocupa en exponer la naturaleza de la defini­
ción, la división y la argumentación. Esto lo enseña la dialéctica como
su objeto, y, enseñándolo, vuelve dóciles a los oyentes. En efecto, el
objeto de cualquier arte es aquello sobre lo que el arte versa, como
el objeto de la gramática es la locución correcta, pues enseña de qué
modo los hombres hablan y escriben correctamente, y la retórica [tiene
como objeto la locución] adornada y elegante, puesto que en ella se
intenta hacerlo en cuanto a todas sus partes. Por tanto, al modo como
el objeto de la gramática es la oración congruente, y el de la retórica
[la oración] elegante, así el de la dialéctica es la argumentación, la
definición y la división, porque nos da la noticia exacta de todas estas
cosas. En la primera parte, a saber, en los predicables y predicamentos,
enseña a definir y a dividir; en la segunda, expone detalladamente todos
los modos de argumentar, en dieciséis libros. Pero preguntas qué son
la definición, la división y la argumentación. N o es asunto de la obra
tan pronto, sino hasta que se llegue al segundo libro, de modo que
por ahora basta saberlo no más exactamente que como lo saben vulgar­
mente los gramáticos cuando discuten acerca de sus reglas, o si el
argumento es el raciocinio que se aduce para probar alguna cosa.
La división es cierta partición de la cosa hecha mediante palabras,
como la que se hace de la figura de los nombres en dos miembros,
a saber, en uno de especie primitiva y otro de especie derivativa, y la
que da Cicerón del género de las causas en torpe, honesto y delibera­
tivo o judicativo. La definición es la oración que expone la naturaleza
de la cosa, como “el hombre es animal racional”. Pues bien, este
supuesto, es fácil probar eficazmente la proposición de que “es el arte
46 TOMAS DE MERCADO

de las artes y la ciencia de las ciencias”, porque enseña estas tres cosas,
y por eso se ha de poner en primer lugar; primero, porque, ya que
se requiere sobremanera que se aprendan estas cosas, y ninguna ciencia
fuera de ella expone esa doctrina, como le será manifiesto al que las
examine una por una, resulta que la dialéctica diserta sobre estas cosas.
Y se confirma porque, entre todas, sólo la dialéctica expresa el modo
de todas. Y el modo de adquirir las ciencias es la definición, la divi­
sión y la argumentación, ya que en toda parte de la filosofía, o se
declara una cosa obscura o complicada, y esto se hace por definición;
o una cosa compleja se corta en sus partes, y esto se hace por división; o
se prueba una cosa ambigua, y esto se resuelve por argumentación.
Luego, muy justamente se considera que debe discutir de estas cosas,
que son los medios, aquella ciencia que, según la opinión de todos,
es y se llama el modo y el medio de todas las disciplinas. Por lo cual
el filósofo [Aristóteles] en la Metafísica la llama "la ciencia común”,
porque es algo general a todas las disciplinas exigir el uso de esta
facultad en su adquisición, y constituirse y proceder con sus reglas y
estatutos. Es muy patente en cuánta estima deben tener los varones
sapientísimos a la dialéctica, y consta porque nos da la noticia de
aquellas cosas sin las cuales no pueden conocerse ni la doctrina de la
filosofía ni la de la sabiduría, más sublime y divina que la cual nada
encontramos en las cosas humanas. Y no sólo vindica para sí el nom­
bre y la realidad de ser la ciencia y el modo común por su objeto
propio, sino que además ha obtenido entre todos con el mayor derecho
el de arte de las artes y ciencia de las ciencias, puesto que aporta las
reglas y las enseñanzas con las que vayamos por recto camino a la
filosofía y con las que la adquiramos más fácil y prontamente. Pues
ésta es la intención principal y la de sus partes singulares, que es la
más eminente de todas las cosas: discernir lo verdadero de lo falso,
definir lo que es cada cosa, convencer a ambas partes discutiendo,
manifestar una cosa si está oculta, o —si es lícito explicar lo mismo
con otras palabras comunes— conocer las naturalezas y causas de las
cosas, comprender su multitud y entender sus propiedades; lo cual sin
los preceptos de este arte nadie alcanza nunca, a no ser que avance
sin soldados. Pues es necesario que el deseoso de la verdad (a la que
todos deseamos de manera natural y vehemente), al mismo tiempo
investigador habilísimo de la verdad (lo cual acontece en muy pocos),
sepa en qué camino debe conducir la búsqueda e indagación de la
verdad, para que no caiga en el acto de avanzar, o le acontezca
COMENTARIOS LUCIDÍSIMOS AL TEXTO DE PEDRO HISPANO 47

desviarse. Pero la búsqueda de la verdad es —como lo sintió Aristó­


teles— la argumentación, que la dialéctica exactísimamente enseña,
y la forma de definir y dividir. Por esa razón los antiguos acomodaron
esa nomenclatura y título, aunque ilustrísimo y sublime, de manera
circunspecta a este arte.
Contra esto hay algunas objeciones. En primer lugar, que Aristóteles
distingue entre arte y ciencia en el libro V I de la Ética; luego falsa­
mente se dice que la dialéctica es arte y ciencia. Se responde que el
arte es doble, a saber, mecánico y liberal; esta distinción es tan célebre,
que hasta los campesinos la entienden, y por eso aquí no viene al caso
insinuar el modo como difieren estos miembros, ni es el lugar. Pero
decimos que el arte liberal no difiere de la ciencia, sino las artes mecá­
nicas y serviles, y por eso la lógica, que es arte liberal, puede al mismo
tiempo ser óptimamente ciencia.
E n segundo lugar, que el objeto de una disciplina (como todos lo
atestiguan decididamente) debe ser único; luego mal asignamos noso­
tros tres objetos a este arte, a saber, la definición, la división y la
argumentación. Se responde que es único el objeto en la dialéctica,
al igual que en las demás ciencias, y este objeto abarca todas esas
cosas, esto es, el modo de saber. Sin embargo, para hablar más clara­
mente, usamos esos tres nombres. Un ejemplo de ello lo da la retórica,
que trata del exordio, de la narración y de la división, junto con las
demás cosas suyas, y su objeto íntegro no es quintuple, sino que es la
oración adornada y elegante, a cuya confección concurren todas esas
partes.
La segunda proposición del texto es: ‘da dialéctica es la primera
de todas las ciencias en la adquisición” . Lo cual parece inferirse nece­
sariamente de lo anterior: pues si aporta los medios con los que se
adquieren las ciencias, es congruente que primero se la tenga a ella,
pues el medio antecede al fin. Además, al que aprende cualquier
arte, le es necesario conocer primero los términos del arte y de los
instrumentos, y la dialéctica expone los términos que todas las cien­
cias usan y contienen, como lo veremos un poco más adelante; por
tanto, es necesario que sea la primera en poseerse. Así, Aristóteles
piensa que es absurdo que alguien se empeñe en aprender al mismo
tiempo el modo de saber, i.e. la dialéctica, y la ciencia, í.e. alguna
de las otras disciplinas, ya que, si procedemos correctamente, a ésta
se le debe dedicar primero el trabajo y el estudio. Y , aunque pueda
ser el legítimo sentido de la misma sentencia que aun cuando puede
48 TOMÁS DE MERCADO

ser que el tiempo y el ingenio pidan que alguien estudie diversas


ciencias (como lo comprobamos frecuentemente en las escuelas), si
se ignora la lógica, de ninguna manera se podrá hacer, a menos que
se quiera perder el óleo y la obra; tanto así se exigen necesariamente
las enseñanzas dialécticas para adquirir las otras disciplinas. Confieso
que alguna vez fue asunto muy controvertido entre filósofos graves y
sabios por cuál arte debían comenzar quienes quisieran adquirir toda
la filosofía. Pero, como la naturaleza y la razón postularan que se co­
menzara por la dialéctica, en breve tiempo se disolvió la cuestión, y
todos estuvieron de acuerdo en que comenzaran por ella todos los que
desearan proceder en su estudio por un camino recto y bien empedrado.
En contrario, sin embargo, se ofrece inmediatamente un argumento:
que la retórica, la poética y la gramática se aprenden las más de las
veces antes que la lógica. Se responde que la dialéctica es la primera
de todas las ciencias; y que, en cambio, las artes mencionadas no son
propiamente ciencias. Pues la balanza con la que ponderamos si algún
arte es ciencia es ésta, a saber, si procede por definición y división, y
si convence de sus leyes con argumentos eficaces irrefutables. Sólo si
inclinas la balanza de la mente a la poética y a la retórica, encontrarás
que suelen proceder por definiciones y divisiones no muy exactas y
absolutas, y aducir razones sólo probables y no muy exactas. Así, tienen
una parte de la ciencia, pero no toda. Por eso, para que nuestra pro­
posición sea verdadera, a saber, que la dialéctica es la primera de todas
las ciencias, no es necesario que se adquiera antes de estas artes, ya
que no son ciencias, al menos perfectas. Y para que disciernas con
cuánto derecho la dialéctica debe ser antepuesta a todas estas cien­
cias, aun estas ciencias, pues participan algo de la ciencia, considera
que aun cuando alguien las investigue primero, no profundizará en
ellas hasta que se impregne de las letras dialécticas, lo cual confiesan
sinceramente los principales oradores, a saber, Cicerón y Quintiliano.
E n segundo lugar, [se objeta que] doctores nuestros muy graves,
Hilario, Remigio, Gregorio, Bernardo, y otros semejantes, parecen
haber bebido hasta la saciedad de la fuente de la sabiduría, aun la
humana, sin la dialéctica, y editaron numerosos códices relacionados
con diversas disciplinas y artes, en los que a veces atestiguan que la
lógica les es odiada, y sólo falta que hayan dedicado inútilmente su
estudio [o esfuerzo] a la vida santa. Luego no es la primera de todas.
Se responde que todos los nuestros que brillaron por su sabiduría y
ciencia, antes de adquirir tal sabiduría, de jóvenes dedicaron sus manos
COMENTARIOS LUCIDÍSIMOS AL TEXTO DE PEDRO HISPANO 49

y su ánimo a la lógica, lo cual demuestran manifiestamente sus elu­


cubraciones, exhibiendo en todas partes las enseñanzas lógicas. Pues
hubo un tiempo en que no sólo los varones aprendían las artes libe­
rales, sino incluso las doncellas ilustres. Y esto la Iglesia lo canta de
nuestros héroes principalmente en sus solemnidades. Por lo cual Jeró­
nimo atestigua, en la Apología contra Rufino , q. 95, que él enseñó los
siete modos de la conclusión en los elementos dialécticos, y en su
escrito Sobre Ezequiel expone brevemente cuánto aprovecha esta facul­
tad a la religión cristiana. Verdaderamente (dice) todo lo que en este
siglo se considera robusto en lo que atañe a los dogmas perversos y
que pertenece a la ciencia terrena, se destruye con el arte dialéctica,
y los disuelve como cenizas y chispas de un incendio, de modo que se
tenga en nada lo que se reputaba muy robusto. Y Agustín en el con.
bres. [?], 2. 1, (dice) “No me preocupo de si la dealéctica se llama
disciplina de la discusión, más bien me preocupo, todo lo que puedo,
de saber y poder discutir, esto es, discernir la verdad y la falsedad al
hablar; porque si no me preocupo de esto, erraré de manera muy perni­
ciosa”, y más abajo: “la doctrina cristiana nunca teme a este arte (que
llaman dialéctica), como el Apóstol [San Pablo] no lo temió en los estoi­
cos, a los que, como desearan hablar con él no rechazó”. Por lo cual, los
santos nunca menospreciaron a la dialéctica, a la. que se refiere Agustín
con alabanzas tan subidas que llegan a las estrellas. Pero algunos la
consideran de poca utilidad, siguiendo a Salomón, el cual dice que
quien habla sofísticamente es odioso para Dios; pero igualmente nos­
otros (pues es igual) a ése también lo abominamos. Pues argüir
cavilosamente para engañar es un gran vicio, pero conocer los para­
logismos no para usarlos, sino para evitarlos en nosotros y en los
demás, es útilísimo. Al modo como al médico le atañe conocer las
hierbas saludables para suministrarlas al enfermo, y las mortíferas,
para prevenirlas.
La tercera proposición, i.e., que se debe comenzar por el término,
aunque no aparece tan evidente como las anteriores, es muy verosímil.
En efecto, la intención de este arte es que los hombres conozcan la
naturaleza y las cualidades del argumento. Pero el argumento consta
primeramente de proposiciones completas y perfectas; después, cada
proposición consta de dicciones simples, y a la dicción simple la llamo
término. Por tanto, el orden correcto postula que trate de las partes
menores el que expone la naturaleza del argumento. Pues los términos,
en la composición de la razón, se relacionan como las partes materiales
50 TOMÁS DE MERCADO

lo hacen en la estructura de la casa. Y el que la construye hace primero


las partes menores con rudimentos y segmentos agregados, y después las
paredes mayores, y finalmente el techo. Así conviene que el que
desea legar al conocimiento- de todo el argumento, conozca primero
las partes más pequeñas, y después las mayores según su grado, para
que, habiendo conocido las partes, conozca fácilmente el todo. Otra
razón de esta proposición es que, según enseña Aristóteles en el I de la
Física, debemos comenzar en cada disciplina por lo más fácil y cono­
cido, para que el principio en cuanto al devenir pueda siempre ser tan
fácil y tan lúcido negocio al que instruye, y disipe la obscuridad a los
que han de ser instruidos. Pero el término, o, lo que es equivalente,
la dicción simple, ya es conocida a los que vienen de la gramática.
Pues ya han aprendido qué es el nombre, qué el verbo y las demás
dicciones simples. Por lo cual, por óptima razón y camino, a los que
inician la dialéctica les anteponemos el discurso de los términos, sobre
todo para que, al tratar de esas dicciones, que ya desde antes les son
muy conocidas, les parezca que continúan cosas anteriores, y así, mien­
tras creen tratar de cosas antiguas, los hacemos pasar sensatamente a
otras nuevas. Según mi parecer, la gran facilidad y suavidad del prin­
cipio, máxime del principio de las súmulas, se ha hecho hasta ahora
no sólo difícil, sino que siempre me he dolido de que hacíamos casi
inaccesible lo que es tan cómodo, y se incurriría en el inconveniente
opuesto si tomáramos el principio de otros. Es costumbre y uso invio­
lable de los intérpretes de este arte enseñar desde la primera lección
a los jóvenes que reciben para instruir, el modo de argumentar peri­
patéticamente y no ex cathedra , aunque dejan hasta el segundo libro
el tratar la naturaleza del argumento. Proceder introducido con tanta
necesidad y razón, que la costumbre y la observancia lo han confirmado
después. En efecto, es necesario que los dialécticos argumenten y
discutan, aun sea de modo balbuciente, para que reciban mejor la
doctrina, y agudicen y pulan el ingenio para captar cosas más elevadas.
Por tanto, para que no parezcamos transgresores de este precepto,
aunque profesamos no ser adeptos suyos, hay que advertir que el argu­
mento es aquella, oración en la que se encuentra una de estas dos dic­
ciones: “por tanto” o “luego”, p. ej. “el león es animal; luego el león
es sensible”. Y consta necesariamente de tres partes, a saber, de ante­
cedente, consecuente y signo de ilación. E l antecedente es lo que se
asume para ser probado y su sitio se conoce porque precede a la ila­
ción, como, en el ejemplo, “el león es animal”. E l consecuente es lo
COMENTARIOS LUCIDÍSIMOS AL TEXTO DE PEDRO HISPANO 51

que se infiere del antecedente y sigue a la ilación, como, en el ejemplo,


"‘el león es sensible”. La ilación son las mismas dicciones con las que
como de un antecedente se deduce el consecuente, o con lo que ambos
se unen, pues hace ambas cosas. Pero el antecedente, aunque las más
de las veces es compuesto, a veces es simple, a saber, cuando contiene
una única oración, como en el ejemplo aducido. Y entonces ella sola
se dice antecedente, y no es de extrañar, pues antecede a la cópula.
Es compuesto si tiene dos oraciones con fuerza de dos, como “el hom­
bre es viviente; y Pedro es hombre; luego Pedro es viviente”. Enton­
ces ambas integran al mismo tiempo el antecedente, pero la primera
se llama “mayor” y la segunda “menor”. Para que el argumento sea
lícitamente expuesto, se tiene el modo de proponerlo y de responderlo,
y se hace de viva voz, por tradición, en las escuelas. A saber, que el
propugnador refiera tranquilamente, sin cambiar ninguna dicción, lo
que le han objetado contra alguna definición, división o regla del texto
o comentario, para que mientras tanto lo comprenda en la mente, de
manera tácita y en silencio, y convenga en las palabras con el argu­
mentante, y, pronunciada la razón íntegra, la repita así, retardándose
premeditadamente, para que responda a cada una de sus partes, pues
cada una tiene fuerza y peso en el argumento. Así, pues, retomando la
mayor, cuando el antecedente es hipotético, esto es, compuesto, si a
juicio del que responde es verdadero, se concede; si falso, se niega; si
dudoso, se distingue; si parece impertinente a la ilación, se dice “pase”,
Si la respuesta es ahí infecta, es del interés del proponente el probar­
la. Si se distingue muchas veces, cesa el oficio del respondiente ^ r e p l i ­
cante]; en cambio, admitida, del signo se pasa a la menor, tratándola
con el mismo método; pero si llega a la consecuencia, si es buena, con­
cédase; si es mala, niéguese; pero si es dudosa, no se distinga. Pues si
una ilación titubea, el origen de su debilidad proviene de alguna anfi­
bología o equivocación de la proposición inferida. La cual se considera
entonces que debe ser distinguida, llamándola “el consecuente”, y en
un sentido se admite la inferencia, y en otro se rechaza. Pero cuando
por modo de consecución se induce un argumento, como “se sigue que
la diléctica no es ciencia; pero el consecuente es falso; luego también
el antecedente”, la primera se llama “secuela”, la segunda “menor” y
la otra “consecuente”.
L IB R O I: D E LO S T É R M IN O S

C A P IT U L O I

TEXTO [DE PED R O HISPAN O]

E l término es el signo constitutivo de la proposición categórica, como


“Sócrates”. Y es doble, a saber, vocal y escrito. E l término vocal es
la voz significativa por convención, con la cual se confecciona la pro­
posición simple. De manera semejante, el término escrito es la escritura
significativa por convención, con la cual se confecciona la proposición
simple. Y el signo es aquello que representa algo distinto de sí mismo
a la facultad cognoscitiva, como una imagen. Lo cual acontece de
dos maneras, a saber, de manera natural y de manera convencional.
E l signo convencional es el que representa por virtud de una institu­
ción, como la voz “Platón”. En cambio, el signo natural es el que
representa por virtud de su misma naturaleza, como el gemido del
enfermo.

LE C C IÓ N P R IM E R A

El término, que es la dicción simple, como lo decíamos en el prólogo,


es lo primero que debemos conocer nosotros que entramos en la
dialéctica, ya que es el primer fundamento de la arquitectura lógica.
Mas, para conocer aquí exactamente al término, que investigamos aquí
con todo estudio, no es necesario que tratemos todo lo que contiene
en sí mismo, pues tiene muchas cosas que de ninguna manera atañen
a nuestro objetivo. E n primer lugar, es una voz y sonido proferidos con
la boca y los órganos humanos. Y el saber qué sea la voz y qué sea
el sonido, a nadie le parece ya que de alguna manera tenga relación
con lo que nos interesa al presente. Era una cuestión antigua y perpe­
tua, durante un tiempo agitada entre los más nobles de los filósofos,
la de si la voz és un cuerpo o es incorpórea. Pero, sin controversia ya,
nos consta qué es la voz y que no debemos discutir lo que es, sino
54 TOMÁS DE MERCADO

que su tratamiento pertenece a los filósofos que escrutan atentamente


las cosas naturales. Pues el término sólo cae en la consideración de la
lógica porque compone de manera primaria las oraciones y los argu­
mentos. Pero los compone, en cuanto significa; por lo tanto, la sig­
nificación es lo único que debemos considerar en los términos; y por
eso no debe ser reprendido Pedro Hispano, porque, sin descono­
cer esta razón, comenzó por el sonido, pues parece haberlo hecho para
mayor abundancia de la doctrina, aunque nosotros no deseamos entrar
aquí en él en esa medida. Además, el número de las sílabas, la cantidad
y el acento, los cuales, puesto que sirven para hacer poemas, por dere­
cho propio vindican para sí los poetas, no conviene ciertamente que los
tratemos aquí nosotros, aunque deseamos conocer exactísimamente la
naturaleza de los términos. Por tanto, según el texto expuesto y la de­
finición, aptísimamente comenzará el que constituye las voces como
términos, ya que se tiene ahora el capítulo de los términos, y esto es
la significación.
Tratar de la significación es lo mismo que tratar del signo. E l signo
es lo que representa algo a la facultad cognoscitiva, como la efigie
representa al emperador, la imagen al héroe, “piedra” a la piedra y
“hombre” al hombre. Pues, viendo u oyendo los signos, se ofrecen a
nuestra memoria las cosas importadas [por ellos]. Se llama facultad
cognoscitiva tanto al sentido interior como al exterior, y no sólo de los
hombres sino también de los que carecen de razón, los cuales, como
lo vemos por experiencia, utilizan muchos signos que, pues han sido
dados por la naturaleza, se conocen por instinto natural. En efecto,
la voz del lobo aterra a las ovejas, y las hace darse a la fuga, para
prevenir intempestivamente el peligro. Y la facultad cognoscitiva no
es sólo el sentido, sino principalmente el intelecto, el cual percibe de
manera máxima, más fácil y natural por signos, y se extiende por vir­
tud de ellos a las cosas ausentes. Los signos hacen su representación
a todas las facultades. Pero no basta, para que una cosa se considere
signo, el que represente (pues todas representan algo, ya sea a sí mis­
mas u otra cosa), sino que representen algo distinto de sí mismas, por
lo cual se añade a la definición “representa algo distinto de sí mismo”,
pues el representar se da de dos maneras: de manera objetiva e ins­
trumental. Toda cosa presente a algún sentido se le representa objeti­
vamente, como resulta del común modo de hablar. Pues decimos “me
le presenté” y “le dieron la orden de presentarse a juicio tal día”, lo
cual es declarar un citatorio. Representar objetivamente consiste en
LIBRO I : DE LOS TERMINOS 55
ser objeto en acto de alguna facultad cognoscitiva. Y representar ins-
trumentalmente consiste (como lo dice Agustín en el libro D e la doc­
trina cristiana) en que la cosa, además de su conocimiento, conduce
al que la aprehende al conocimiento <3e otra cosa, a saber, como lle­
vando de la mano a la facultad, lo cual no compete a todos los objetos,
pues si veo la pared, no conozco otra cosa que la pared. Pero en los
objetos con la consideración de imagen, la conozco y, conducido por
ella, entiendo la cosa significada. Esto es representar instrumental-
mente, pues la imagen fue para mí el instrumento por el que llegué
a la noticia de su significado, del cual quizás no me hubiera acordado
si no fuera excitado por la imagen de la representación. Pues bien,
ese representar instrumentalmente es el significar.
Pero, en contra de la definición, se arguye: “caballo”, en un libro
cerrado, es un signo convencional, y, sin embargo, no representa, pues
no está presente ninguna facultad cognoscitiva a la que proponga su
signo; luego la definición es mala. Para la solución de esta objeción,
y para la inteligencia de todas las definiciones futuras, hay que
tener presente una regla de los sumulistas, a saber, que las palabras
en la definición no indican acto, sino aptitud. Los verbos (digo), i.e.
la segunda parte de la oración, o los participios (pues en otra signifi­
ca ción más universal todas las partes de la,oración se llaman verbos),
cuando sean insertos en las definiciones (lo cual acontece muy rara­
m ente) no expresan en ella su acción en acto, sino en aptitud, p. ej.
“confecciona”, en la definición del término, y “representa”, en la del
signo, significan acciones ejercidas, pero puestas en las definiciones sólo
importan la aptitud para ejercerlas. Así, el sentido es el siguiente: el
signo es lo que puede representar a la facultad cognoscitiva algo dis­
tinto de sí mismo. Y el término es la voz significativa por convención,
con la cual puede confeccionarse la proposición simple. Pero esta
aptitud que dicen los verbos en las definiciones se entiende como
próxima, no como remota; es decir, la que no exige adquirir nada para
llegar al acto. Pues las dicciones escritas significarán sin ninguna mu­
tación introducida, con sólo que se presente la facultad a la que re­
presenten. E n cambio, los colores guardados en los recipientes, con los
cuales mañana se pintará la imagen, ciertamente no son signos, ya que
exigen ser plasmados con mutación y disposición por varios trazos.
Luego, al argumento, niéguese la menor. Pero se replica que las diccio­
nes escritas en un códice, aun abierto, en caso de que un griego lea
letras latinas, o un latino lea letras griegas, son signos, y, sin embargo,
56 TOMÁS DE MERCADO

no representan instrumentalmente, ya que de ninguna manera condu­


cen al que lee a la noticia de otras cosas; luego tampoco basta que
esté presente la facultad. Se construye el mismo argumento en cuanto
a los signos vocales, si los profiere o escucha alguien ajeno a su idioma.
Lo mismo en cuanto a las imágenes y en cuanto a todo aquello, en
general, cuyo significado y uso se ignora. Se responde que, para que el
signo pueda prestar servicio, es necesario que se conozca lo que
significa, pues ignorando lo que las voces importan, serán ellas cierta­
mente signos, pero no podrán servir como signos, sino que, como dice
el Apóstol [San Pablo], si no conozco la virtud de la palabra, esto es,
su significación, seré un bárbaro para aquél a quien hablo, y será un
bárbaro para mí el que me habla. Y conocer la significación es saber
que algo es signo y saber de qué es signo. Pues, ¿de qué aprovecha
saber en confuso que algo es un signo, si no se sabe en particular qué
significa esta cosa determinada? Al argumento dígase que la presencia
de la facultad no es necesaria para que los signos sean signos en acto:
sino que, para que los signos presenten en acto, basta la potencia pre­
sente que conoce la virtud del signo, pues si no la conoce, estará
presente, pero como si estuviera ausente. Así, los términos e imágenes
son signos, aunque el libro esté cerrado, y ya esté presente o ausente
la facultad. A lo mismo se arguye nuevamente que “hombres” es signo,
y, sin embargo, no significa algo a la potencia cognoscitiva; luego. . .
Se prueba la menor: “Algo” y “uno” son lo mismo, pero la dicción
plural no representa una cosa, sino muchas; luego no representa alguna
cosa, sino algunas cosas. Para la solución de esto, nótese que, de entre
los signos, algunos significan una cosa, esto es, algo; y otros significan
muchas cosas, esto es, algunas, como “caballos” . Otros significan
de alguna manera, esto es, de algún modo, como “todo” y los adverbios.
Pero nosotros, para componer las definiciones en forma más breve (lo
cual debe observarse máximamente en las definiciones), encerramos
estas tres cosas del significar en una partícula, a saber, “algo". Porque,
en verdad, algunas cosas, por pocas que sean, son algo. Por lo cual, en
el argumento distinguimos la menor, pues concedemos que no significa
una cosa o algo de manera simple, pero negamos el que no represente
algo en el sentido de la definición.
E l signo (se añade en el texto) es doble: natural y convencional.
E l signo convencional es el que representa por institución, y el natu­
ral es el que tiene el representar por su naturaleza o por sí mismo,
excluida toda imposición. Si la significación le compete al signo por­
LIBRO I : DE LOS TERMINOS 57

que los hombres se la impusieron, y lo hicieron significativo, es el signo


convencional, a saber, el que adquiere significación por el beneplácito
y la voluntad humana, como la voz “caballo”. Por su naturaleza es
un sonido, pero el que nos represente a los caballos, lo tiene por el
decreto de los latinos. Los cuales, aunque la aplicaron a esta voz y
estas sílabas, bien pudieron haberla adjudicado a otra voz, y dejar a
ésta sin representación. Luego esta voz representa por elección, pues
fue tomada de entre otras muchas que eran igualmente aptas para ser
tomadas. Pero si el signo tiene de suyo la significación, y no adjudi­
cada por la voluntad, es signo natural, ya que es significante por su
propio naturaleza. En efecto, lo que cada cosa tiene por sí misma,
parece tenerlo de manera natural, como el gemido de los enfermos
indica el dolor a los que circundan al enfermo, oculto las más de las
veces a la mirada; y el grito expre.sa la vehemencia del deseo del
deseoso; y el humo por naturaleza significa el fuego del que procede.
También suele, y con razón, explicarse negativamente esta definición
de la significación natural, para que se entienda mejor, esto es, diciendo
que representa no por la imposición de los hombres, sino por su natu­
raleza.
Pero acerca de cada uno de estos miembros hay que advertir algunas
cosas, a saber: Los signos convencionales no sólo son las voces y las
escrituras, sino cosas las más de las veces permanentes, como los títulos
de límites significan los términos de la propiedad o jurisdicción,. y las
vestiduras frecuentemente indican la condición y estado de los hom­
bres. Vemos que Jacob, cuando se le apareció Dios, roció de aceite la
piedra, y la constituyó para sí en signo. D e manera semejante la cir­
cuncisión, antigua ceremonia de los hebreos, se dice con justeza signo
de la fe que tuvo el fiel Abraham a la solicitación divina, creyendo
en la esperanza contra toda esperanza. Abraham (dice Pabló) recibió el
signo de la circuncisión como marca de la justicia de la fe. Sobre
el arco iris dice el Génesis, 9: “Este es el signo de la alianza, que
hago entre ustedes y yo; pondré mi arco en las nubes del cielo, y será
signo de mi alianza entre mí y la tierra.” En efecto, estas cosas y
muchas otras semejantes representan por institución, ya que pueden
existir y ser completas sin tener ninguna significación, por lo cual la
significación les adviene del beneplácito. Ésta es la libra y balanza con
la que conocerás los signos por institución.
Además, los signos de esta suerte tienen dos diferencias: Algunos son
generales y comunes a un pueblo, reino, raza o religión. Otros son pecu­
58 TOMÁS DE MERCADO

liares a algunos. Pero esta diversidad sólo dimana de que, así como en
todos ellos la significación depende de la institución, así también la
extensión o restricción de la significación. D e esta manera, algunos
usan a veces signos que solamente son conocidos para ellos.
Los signos naturales, por consiguiente, además de la diferencia im­
portada por sus definiciones, difieren de éstos primeramente en que
son universales y comunes a todos, ya que tien ea su significación por
naturaleza, y la naturaleza es común a todos, madre y nodriza de todos,
y no es más clemente y favorable con unos hombres que con otros.
Y por eso sus signos, en cuanto les atañe, representan lo mismo para
todos. Y les es tan singular [o peculiar] esta propiedad, que por ella
definió Pedro Hispano al signo natural, diciendo que es aquel que
representa lo mismo para todos; como si explicara óptimamente la
naturaleza de la significación natural el hecho de que sea indiferente
y general para todos; y ciertamente esta definición es tal, que los
sumulistas pueden usarla seguramente, aunque se suele argumentar
contra ella del modo que referiremos en el opúsculo de los argumentos.
Pues bien, estos signos tienen una doble diferencia: Unos significan
por la sola institución de la naturaleza. Otros son meramente natura­
les. Los primeros parecen ser los que han recibido de la naturaleza el
que representen. Por ejemplo, el gemido del doliente, el ladrido de
los perros, el relincho de los caballos, el mugido de los bueyes, el
berrido de los cameros, el balido de las ovejas, el bramido del elefante,
él gorjeo de las urracas, el graznido de los gansos, y otras muchas voces
o acciones de los animales, de manera natural han sido puestas cierta
y principalmente para representar el sentido del deseo, del dolor o de
la necesidad. E n cambio, otros significan porque son efecto o causa
d é aquello que significan, como el humo que procede de la humedad
cálida naturalmente sugiere a la memoria su causa, y sin embargo no
fue hecho por la naturaleza para que realizara eso. Asimismo, la huella
del animal transeúnte impresa en el polvo no fue dejada para que
signifique al que pasó, sino que queda como efecto del paso, y por
eso representa al animal. Así, pues, éstos significan naturalmente, es
decir, no por imposición, pero tampoco por instinto de la naturaleza,
sino más bien con cierto discurso nuestro; ya que, para que estos signos
representen algo, es necesario que preceda cierta experiencia y cierto
discurso, con el cual frecuentemente nos damos cuenta de que de tales
causas surgen efectos semejantes; y, una vez vistos los efectos, discurri­
mos hacia las causas. En cambio, en los que significan por instinto
LIBRO I: DE LOS TERMINOS 59

ninguna de estas cosas se encuentra, pues cuando se emite un suspiro


o un gemido, les es tan natural la representación que, sin ningún dis­
curso previo, no sólo los adultos, sino aun los niños, se percatan al
punto de la tristeza o del dolor. Por esta razón, y con motivo, se
considera que significan, pues se dice que los animales lo hacen por
instinto, porque lo hacen sin que los instigue o impela ninguna racio­
nalidad propia, sino la naturaleza. Luego, ¿por qué no se llaman signos
por instinto aquellos cuyo significado, atribuido por la naturaleza, se
conoce sin discurso, y que sirven a los animales carentes de razón?
Pues con ellos refieren y conocen sus apetitos y también sus enferme­
dades.
Contra la definición del significar se arguye que el perro suelto en
la casa antes de que el dueño entre, significa la entrada del dueño.
Y el mantel, donde el uso de la mesa de comer lo ha arraigado, re­
presenta la comida; pero no lo hace de manera natural, ni convencio­
nal; luego . . . Pues el perro no ha sido impuesto, ni significa de suyo,
como lo hace el humo. Algunos suelen añadir a esta distinción bimem­
bre un tercer miembro, a saber, el significar por costumbre; cuando,
así como en los signos convencionales la imposición es el fundamento
de la significación, y en los naturales la naturaleza de la cosa, así en
ellos la costumbre es el fundamento y principio de que signifiquen
algo, lo cual acontece con frecuencia. A esto se responde, en primer
lugar, que, pues esta materia del significar sirve a nuestro intento en
la medida en que entendamos el signo convencional, nuestra inten­
ción no fue ni debió ser el tratarla ex profeso de tal manera, y tratar
cada una de sus partes como si todas fueran propias. Sino que, cen­
trados- sólo en esta parte, hemos restringido las demás para entender
mejor ésta, y por eso propusimos pocas cosas acerca de la significa­
ción natural, aunque contiene muchas otras dignas de ser conocidas; a
saber, las que parecieron tocar y pertenecer de alguna manera a nuestro
objetivo. Las demás cosas que, a mi parecer, los autores tratan con
demasiado detenimiento, las cortamos por utilidad, ya que parecerían
pertenecer a una facultad más alta, y postular ingenios más agudos.
También por ello no dimos importancia al probar prolijamente con
muchas palabras la suficiencia de esta división. En segundo lugar,
fácilmente se responde que esta significación consuetudinaria sin duda
se puede reducir a la natural, en cuanto que la costumbre suele con­
siderarse como una segunda naturaleza.
Contra la definición del signo convencional se aduce este argumento:
60 TOMÁS DE MERCADO

Las escrituras son los signos de las voces, y las voces de los conceptos;
y, sin embargo, ellos mismos no representan; luego no son signos con­
vencionales, porque no son instrumentales. La mayor resulta clara por
Aristóteles, quien dice que- las cosas que se dan en la voz son signos
de las pasiones que se dan en el alma, y las que se dan en las escrituras
son notaciones de las que se dan en la voz. La menor se prueba, porque
quien ve las escrituras no es conducido a la noticia de las voces del
que escribe, ni el que oye la voz es llevado a la noticia de la mente
del que habla, sino que ambas cosas llevan al conocimiento de las
cosas significadas: la audición de “piedra” sólo representa a la piedra.
Para la solución de esto se debe notar que las voces representan nues­
tros conceptos. Pues buscamos las voces para que mediante ellas resul­
ten patentes a otros nuestros pensamientos o deseos, y, de manera
semejante, las escrituras son signos de las voces. Porque tratamos con
caracteres aquello que trataríamos con las voces si no estuvieran lejos
aquellos a quienes escribimos. Pues escribir es cierto género y modo
de locución. En cambio, significar o ser signo acontece de dos modos:
De un primer modo, en lugar de aquello que se ha de expresar; y, de
un segundo modo, en lugar de aquello que es llevar al oyente al cono­
cimiento de la cosa designada, sugiriéndola a su memoria. Y ambos
modos de significar son propios de los instrumentos, y así se acostu-
bra a hacerlos y llamarlos. Pues el instrumento significativo es aquel
por el que expresamos algo, y, de manera semejante, el instrumento
representativo es aquel por el que llevamos a otro al conocimiento de
las cosas. En efecto, decimos: “quiero expresarte lo que pienso”, “darte
mayor certeza de mis pensamientos”, “no te ocultaré mi intención”;
y ciertamente acallamos y soltamos el afecto, cuando damos a conocer
el ánimo al amigo. Pues hay cierto placer en revelar la pasión: como
para mitigar o sacar, hablando, un fuego que quema interiormente.
Y de ambos modos se entiende la definición del significar instrumen­
talmente, a saber, representar algo a la facultad cognoscitiva, ya sea
sólo expresando la cosa, ya sea presentándola a la facultad. En el pri­
mer sentido, las voces son signos de los conceptos, y las letras lo son
de las voces, pues las expresan sin llevar al oyente al conocimiento de
las mismas, al menos no directamente. Pues nada impide que yo,
indirectamente y por cierta reflexión, conozca por lo que oigo el afecto
o el intelecto del que habla conmigo. Los sumulistas pueden entender
esta distinción con un ejemplo: el gobernador, el virrey, el pretor y
la imagen representan al rey. E l virrey, como haciendo las veces del
LIBRO I: DE LOS TERMINOS 61

rey y tomando su lugar. La imagen no así, sino conduciendo a los que


la ven al conocimiento del rey, lo cual de ninguna manera hace el
gobernador. Pues no es como una semejanza del rey, ni por él llegamos
al conocimiento o a la noticia del rey. Así, las escrituras hacen las
veces de las voces, y las voces de los conceptos y, así, los representan
expresándolos, pero no sugiriéndolos. Por lo cual se responde al ar­
gumento con distinción de la menor.
Contra la definición del significar natural se arguye: La imagen
significa de manera natural (como varias veces se ha dicho) y, sin
embargo, no lo hace de suyo, sino por el beneplácito del pintor, pues
si el pintor no la hubiera pintado, nada significaría. Y se confirma,
porque así como la imposición libre dio significación a las voces, así
también el diseño libre le dio a la imagen el que significara. Acerca de
este argumento se ha de observar que la naturaleza de la imagen es
que la semejanza dimane de las líneas trazadas con variada disposición
de colores, y que de la semejanza surja, la significación. Así, el ser
imagen lo tiene eficientemente del arte, y, una vez hecha, la imagen re­
presenta de suyo, no por beneplácito. Pues el fundamento o la materia
del significar no es la acción del artífice, sino la semejanza, que inhiere
en la imagen de manera completamente intrínseca y natural. Un ejem­
plo de esto se da en el humo, el cual para existir depende frecuente­
mente de la industria y la voluntad humanas. Pues, a menos que el
leño sea quemado por el hombre, su humedad no cedería al calor ni
exhalaría vapores. Pero el que, una vez hecho el fuego, signifique, esto
lo tiene por naturaleza. Pero se replica: Tam bién el término, cuando
ya está constituido, significa de suyo y por su naturaleza, aunque
depende de nuestro arbitrio ( lo cual declaro con franqueza) el que
el término exista; luego, si eso basta para que la imagen represente
de manera natural, no hay por qué juzgar que el término no significa
naturalmente. En primer lugar, ya se ha dado el juicio de que a los
signos naturales les es natural aquello de donde su significación surge
y les conviene, como la semejanza lo es en la imagen, y en el humo
lo es el mismo ser producido por el fuego; pero aquello de donde
proviene la significación en las voces es el solo beneplácito. Y por
eso con justeza se dice que representan por convención. Pero se capta
de manera muy patente la diferencia de estos signos, pues si la imagen,
el humo y las voces significan, los hombres no podemos hacer que
sean imagen / humo y que no signifiquen; en cambio, muy fácilmente
podemos hacer que sean voces y no representen. También se puede
62 TOMÁS DE MERCADO

hacer, de manera más sutil, otra discriminación, a saber, que a la


imagen le es natural e inseparable la significación. Pero a la voz y
al término, aun después de que el término haya sido creado, no le es
natural, sino más bien distinta y diversa, y por eso no se puede decir
que represente de suyo; antes bien, nunca tendrá significación en sí
mismo, sino por imposición. Y (si nos damos cuenta) la voz y la ima­
gen llegan a ser tales por una razón completamente desemejante y
muy diversa. Pues la imagen recibe su existencia de la voluntad; pero,
ya existente, tiene por naturaleza la significación. En cambio, la voz
ciertamente es por naturaleza voz, pero adquiere significación por el
decreto de nuestro arbitrio.
Habiendo expuesto en lo que era necesario la naturaleza del signifi­
car, resulta muy fácil de conocer la definición del término, a saber:
el signo convencional constitutivo de la proposición categórica, pues
lo que pertenece al signo convencional ya lo hemos declarado con
precisión; y, ya que es la primera parte de la definición, por ella verás
primeramente que los signos naturales están muy alejados de la razón
del término. Pero ha)? que considerar sobremanera la convención que
constituye las voces, porque aun cuando los términos se hacen por
institución, no basta cualquier institución, ni de cualquiera, para cons­
tituir la voz de los términos, sino que es necesario que sea obra de aquel
que tenga la autoridad para imponer los nombres. Pues hay cierta
jurisdición y potestad para dar nombres a las cosas, con los cuales
sean llamadas. E l primer hombre, cuyo epíteto es “Adán”, protoplasma
común del género humano, que fue el primer inventor e impositor
de los nombres (para que entiendas lo connatural que es al hombre usar
las voces, pues apenas fue creado, en' seguida usó las voces) era cabeza
y príncipe de toda la república, más aún, de todo el orbe, y de manera
semejante la república dirige con la misma potestad. Y , entre noso­
tros, el sacerdote o su ministro, cuando aplica el sagrado bautismo al
infante, le asigna un nombre por el que se le llame desde ese momento
y lo distinga. Y de esa manera la república engendra los nombres de las
cosas, asuntos que suele llevar ele la mejor manera con prudente consejo
y atenta meditación. Así, ¡por Hércules!, mucho nos equivocaremos
si pensamos que los nombres fueron aplicados a las cosas con temeri­
dad; máxime en los idiomas regulares, a saber, el hebreo, el caldeo, el
griego y el latín. E n los que se cree que, para la imposición, siempre
se ha atendido a la razón de las cosas, de la naturaleza y de las propie­
dades. Principalmente en los nombres de figura compuesta. Pues del
LIBRO I : DE LOS TERMINOS 63
talento y del estudio de los sabios dimanan las etimologías de los nom­
bres, de las cuales fue un curiosísimo investigador nuestro San Isidoro
en su tiempo, y nada serían si los nombres hubieran sido hechos sin
ninguna razón, sino por mera confusión y casualidad. También se
debe juzgar que por el mismo camino y modo fueron instituidas aque­
llas voces que fueron inventadas antes de cualquiera de esos idiomas
bien pensados y eruditos, ofrecidas al uso común de la multitud del
pueblo, y por esa misma multitud poco a poco y al paso del tiempo
fueron aceptadas. Más aún, una vez constituidos los idiomas, ese solo
método es el de imponer los nuevos vocablos y de suprimir los anti­
guos. Pues en la longitud de los tiempos no se acostumbraron de
inmediato, y se juzgan instituidos y destituidos por la república. Y si
entre algunos particulares se impone alguna voz, lo cual no es raro
en las escuelas, los términos deben considerarse como disminuidos y
según algún respecto. Pero, ya que nuestra definición se da sobre los
términos perfectos, debe entenderse del signo convencional auténtica­
mente instituido. Pero esta doctrina de la significación de los términos,
durante un tiempo, se recibía no sin controversia y sin contradicción,
como aun ahora entre nosotros. Pues más bien era una cuestión célebre
que varones eruditísimos agitaban por una y otra parte. Platón estima­
ba que las voces representaban de manera natural, lo cual suscribe la
mayoría de los gramáticos. Entre ellos, P. Nigidio fingió muchos argu­
mentos para enseñar que los nombres y verbos habían nacido no de
la imposición, sino de cierta fuerza y razón de la naturaleza. D e ellos,
insertamos un trozo de Aulo Gelio en estos comentarios de las súmulas,
porque nos pareció ingenioso·. Cuando decimos (explica) “Vosotros”,
con cierto movimiento conveniente de la boca, cuando usamos la mis­
ma palabra con [señalamiento], y movemos despacio los labios, proyecta­
mos primeramente la cosa, el espíritu y el alma hacia lo lejos, y hacia
aquellos con los que hablamos. Y , al contrario, cuando decimos “Noso­
tros”, no lo pronunciamos con una exhalación de voz provocada ni
intencionada, ni con los labios proyectados, sino que coercionamos el
espíritu y los labios como hacia dentro de nosotros mismos. Lo mis­
mo se hace al decir “T ú ”, “yo”, “para ti” y “para mí” . Pues así como
cuando asentimos o disentimos, ese movimiento de la cabeza o de los
ojos no desdice de la naturaleza de la cosa que significa, así en esas
voces, como cierto gesto, eso es natural a la boca y al espíritu [o
exhalación], Y también advertimos que la misma razón que se da en
los vocablos griegos, se da en los nuestros. Pero en contrario tenemos
64 TOMÁS DE MERCADO

que, si los términos fueran naturales, serían los mismos para todas
las gentes, al modo como mostramos que los demás signos naturales
son comunes a todos; o, si fueran diversos, esta diversidad tendría una
causa y un fundamento naturales, como los tiene nuestra diferencia de
colores. A saber, como unos somos negros y otros blancos, aun partici­
pando todos de la misma naturaleza, lo cual dimana del diverso clima
de las regiones o de la diversa mezcla y temperamento de los humores.
Pero a nadie se le oculta la diversidad de idiomas, y que debe ser
atribuido al arbitrio de la voluntad el usar unas voces y dejar otras.
Su abandono es para nosotros libre y perfecto. Vemos que un mismo
idioma, pasados algunos años, cambia casi por entero; que lo antiguo
se hace costumbre, o se pule con elegancia, o se afea con barbarie,
de modo que parece introducido de nuevo. ¿Qué otra cosa deploran
los italianos al presente, sino que la lengua latina, íntegra y elegante
en tiempo de Cicerón, ahora está viciada y desflorada? ¿Quién más
excelente que Cicerón? Hortensio, Bruto, y los demás preclaros ora­
dores (con los que la república llegó a su mayor esplendor en esa
edad) se jactaban de haber conducido al pueblo romano, y de haber
pulido la lengua humilde y rústica de sus progenitores, y haberla vuelto
muy hermosa. Así, pues, es tan evidente que no necesita prueba, que
en todas estas cosas el uso y la costumbre prevalecen y predominan
por completo. Y los términos no existen por naturaleza, y su diferen­
cia no se funda sino en el beneplácito de los hombres, o se basa en su
aceptación. Por lo cual Agustín, en el libro 3 D e la música, dice:
Es muy manifiesto que los nombres han sido impuestos como a cada
quien le plugo, lo cual se ve máximamente por la autoridad y la cos­
tumbre. Y en el libro D e las 83 cuestiones dice: E l vocablo está en
la potestad del que instituye, con el cual desea que cada quien llame
la cosa que ha conocido. Y Jerónimo, en su Comentario sobre Ezequiel,
16, dice:.Nombres nuevos se imponen a las cosas nuevas. Pero, ya que
consta suficientemente el asunto, no conviene tratarlo corroborándolo
con muchas cosas y así volverlo dudoso. Sin embargo, puesto que nos
pareció ingeniosa la observación y curiosa la advertencia de Nigidio,
la hemos transcrito, mas no porque no esté desierta y vacía de las
fuerzas de la verdad. Por lo tanto, el término es un signo convencional.
Se añade: “constitutivo de la [proposición] categórica”. Por el nom­
bre de “proposición categórica” se entiende aquí la proposición simple,
o (lo que es lo mismo) una oración en modo indicativo. Por lo cual,
el sentido de la definición es que el término es apto para confeccionar
LIBRO i : DE LOS TERMINOS 65

la oración simple, porque es su fin próximo y su oficio principal, a


saber, componer las proposiciones. Pues para eso buscamos los términos,
para hacer proposiciones, u oraciones perfectas, con las que nuestra
mente se explique de la mejor manera, lo cual en todas estas cosas
intentamos principalmente. De donde se sigue que los animales, puesto
que carecen de razón, consiguientemente no tienen términos, porque
no pueden alcanzar el fin de éstos, a saber, componer proposiciones.
En contra de ello se argumenta que, suponiendo que los términos
ya estén inventados (como sucede en la realidad), si fingimos que
con ellos no se podrían componer proposiciones, no por ello dejarían
de ser términos; luego de suyo no se ordenan a confeccionar la proposi­
ción, pues si tendieran a este objetivo, suprimido él, no permanecerían
ellos. En la solución de esta objeción se deben considerar antes dos
cosas. La primera, que el caso es imposible; a saber, que, al menos
naturalmente (como después lo diremos), los hombres nunca hablen,
o que nunca usen las proposiciones, siendo necesario que cualquier
dotado de razón quiera de inmediato expresar su raciocinio, con una
propiedad tan innata a la naturaleza, que los niños a los que todavía
no alumbra la luz de la razón, se esfuerzan en formar palabras de
manera balbuciente, con deseo y esfuerzo; pues, siendo naturalmente
ínsitas, de ninguna manera pueden arrancarse o quitarse de ahí. La
segunda es que, pues no es posible hacer eso, aunque fingiéramos
hacerlo, los términos permanecerían y servirían al menos para hablar
imperfectamente entre nosotros. Pues el término significa primeramente
una cosa simple, como “animal” significa la naturaleza del animal y
“caballo” la del caballo; y, significándola, cuando se copula con . otra
voz u otras voces, teje una oración. Por lo cual, aunque perdiera esto
segundo, a saber, que ni siquiera compusiera la oración ni pudiera hacer
coherencia con otras voces, todavía serviría para que consiguiéramos
lo primero, a saber, que, significando una cosa simple, profiriéramos
un género de locución mutilada. Como nos ocurre a nosotros si desea­
mos hacer uso del habla en ciertas partes del desierto; y serían además
términos perfectos y absolutos, pues son de suyo aptos y dispuestos
para confeccionar oraciones, aunque no puedan ser una oración. Por
lo cual, el término se define correctamente por esta aptitud, que no
puede faltarle o perder. Por tanto, al argumento se niega la secuela.
Como debería negarse si después de que son construidas las casas, de
inmediato todos los hombres se murieran; a causa de lo cual, las que
se edificaron para habitar permanecerían desiertas y deshabitadas; luego
66 TOMAS DE MERCADO

el fin de la casa no es la habitación de los hombres, pues la ciudad no


se construye por gracia de los ciudadanos, aunque si se destruye, queden
las murallas; porque, aun cuando queden, a menos que también se
destruyan, fueron construidas a causa de los ciudadanos, que fueron
asesinados. E n efecto, cada quien debe saber que la cosa depende del
fin en el hacerla, no del ser hecha, como si el pintor traza una imagen
a causa tuya, tú ciertamente fuiste la causa de que te pintara, y si
no hubieras vivido, tal vez no habría sido delineada. Y ya pintada, esto
es, trazada, aunque murieras el último día, la imagen permanecerá;
luego, ya que el fin de los términos es la proposición, si, una vez
impuestos los términos, se destruyeran las proposiciones, no por eso
los términos dejarían de existir.
E l término es doble, uno vocal y otro escrito. E l término vocal es
la voz significativa por convención con la cual se confecciona la pro­
posición simple. Esta es la división del término. Pues es costumbre
de los filósofos, después de definir algo común y universal, dividirlo
en partes si las tiene, como el animal primero es definido por el filóso­
fo, y después se lo divide en racional e irracional. Así también se
debe hacer con el término, de modo que, una vez definido, se divida
en estos miembros; costumbre que conservaremos siempre de ahora en
adelante. No es necesario probar la bondad de esta definición, pues le
conviene la regla y la propiedad de la buena definición. La regla es que,
de todas las cosas que no están en lo definido, se le añadan las
que le son más próximas. Como esta definición del hombre: “animal
racional”, se conoce que es buena porque, mediante las dos partes
expuestas, el hombre de manera semejante se distingue de cualquier
otra cosa que también sea animal; así ahora, por esta definición: “voz
significativa” con las demás [partículas], se distinguen del término vocal
incluso los escritos, los cuales son las más próximas a él de todas
las cosas. Pues por “voz” se excluyen, en primer lugar, las escrituras.
Se pone “significativa”, para que excluyas las voces no significativas,
como “blitiri”, “nico servus”, “arete” y semejante. “Por convención”,
a causa de las que representan naturalmente, como el gemido de los
enfermos. La última dicción ya ha sido suficientemente expuesta, pues
por ella se excluyen las proposiciones mismas, a las que de cierta
manera les convienen las partículas anteriores, pues ella es una voz
significativa por convención, pero no una con la cual se confecciona
la proposición simple. Y, una vez que se ha expuesto y entendido esta
definición del término vocal, la del escrito no encierra ninguna difi-
LIBRO i : DE LOS TERMINOS 67

■ cuitad, pues no dista de la primera más que una uña atravesada, y


sólo en la dicción.
Contra la exposición de la segunda partícula se arguye: Ninguna voz
es no significativa, pues al menos representa al que la pronuncia; luego
de manera inepta se pone “significativa” para excluir a las no signifi­
cativas. Se responde que a las voces se les atribuye aquella significa­
ción peculiar por la que expresan el afecto o el concepto de la mente.
Pues para esto usamos los hombres las voces. Por lo cual se estima
que, las que no expresan algo de estas cosas, de ninguna manera
significan de ese modo como suelen significar las voces; aunque signi­
fiquen otras cosas y por la razón común; de lo cual se sigue que
“blitiri” y sus semejantes, muy frecuentes entre los dialécticos, se
consideran no significativas. Pero se replica que esta clase de voces
son términos; luego son significativas. Se prueba el antecedente: Tienen
las propiedades de los términos, y consiguen su fin, que es confeccionar
oraciones; luego . . . Hay que advertir que toda voz humana articulada,
aun la no significativa, es apta para entrar en la proposición. Lo cual
no alcanzan las voces de los demás animales, tanto porque los hom­
bres, a quienes pertenecen las voces, hacen oraciones y los otros anima­
les no las hacen, como porque la voz es materia idónea para entrar
en composición donde no puede entrar la imagen o cualquier otro
signo. Así, aunque no signifique, el fin de las significativas se consigue
en parte, pero no totalmente. Pues los términos componen significando
y los otros sólo entrando materialmente, sin embargo, no se sigue que
son términos porque alcanzan el fin de los términos, a menos que
llames “ángeles” a los hombres porque se ordenan y tienden al mismo
•fin, a saber, la bienaventuranza. Pues se exigen muchas otras cosas
para que se tomen como términos, esto es, para que gocen de la natura­
leza del término.

C A PIT U L O II

TEXTO

D e los términos, uno es el unívoco, otro el equívoco. E l unívoco es


■ el que representa sus significados con la misma razón, como “león” .
E l equívoco es el que representa sus significados con diversas razo­
nes. Éste, a su vez, es doble, uno equivoco absoluto, otro equívoco
68 TOMÁS DE MERCADO

análogo. El absolutamente equívoco es el que significa muchas cosas


con razones completamente distintas y dispares. E l análogo es el que
representa sus significados con razones no completamente diversas, sino
semejantes, o que tienen proporción.

LE C C IÓ N P R IM E R A

Aunque en el capítulo anterior dividimos el término en escrito y vocal,


sin embargo, en las divisiones presentes y futuras no tomamos separa­
damente al escrito y al vocal, sino a ambos conjuntamente. Pues tanto
el escrito como el vocal son unívocos y equívocos, lo cual debe suponer­
se a partir de este momento en las divisiones que seguirán. Aristóteles
trata de los equívocos en los Antepredicamentos, antes de dirigir su
pluma hacia la lógica, en el mismo exordio y vestíbulo, y lo hizo guiado
por sobrada razón; pues, ya que tenía que discutir muchísimas cosas
en la dialéctica, juzgó con razón que era conveniente, y nosotros debe­
mos juzgarlo igualmente, excluir ya desde la misma entrada las cosas
que no atañen a la disciplina, para después extenderse en todas las
cosas que conciernen al arte, para no vagar por las extrañas. Además,
es una regla observada diligentemente en todas las disciplinas el que,
separando los unívocos de los equívocos, siempre los filósofos se dedi­
quen a lo que es como de su oficio, pues los equívocos siempre son
ajenos a toda ciencia y arte, como resultará claro en los Antepredica­
mentos. Por lo cual, antes de todo, el conocimiento de esta materia
es muy necesario al que entra en la filosofía, aunque no de una manera
exacta y perfecta. Ciertamente de ninguna manera lo consumado por
las gentes daña de suyo, si nuestro ingenio ya es capaz; pero dañará
mucho esta materia tan abstrusa y recóndita, si deseáramos iniciar
ahora a los terministas desde los fundamentos. Pues exige ingenios
más agudos y más versados en las disciplinas, a causa de su sutileza.
Por tanto, trataremos de la naturaleza de los unívocos y equívocos en
la medida en que hemos percibido que aprovecha a la facultad del
arte y a la capacidad de los jóvenes, dejando de lado lo más elevado
y sutil para los Predicamentos.
E n primer lugar, nuestras definiciones intercaladas en el texto (como
me parece) son fáciles de entender, siempre y cuando los jóvenes sepan
qué es significar muchas Cosas con la misma razón o con diversa razón.
Lo cual conocerán de manera mucho mejor con ejemplos claros que
LIBRO i : DE LOS TERMINOS 69

con reglas. Ciertamente “hombre” significa a todos los hombres, y a


todos con la misma razón. (Sépase que llamamos aquí “razón” a aque­
llo con lo que se responde convenientemente al que pregunta “¿por
qué esto es eso?”; como si se pregunta “¿por qué Platón es hombre?”,
se responde “porque es animal racional”. Si se pregunta “¿por qué lo
es Sócrates?”, también se responde “porque es animal racional”, y así
de cualquier hombre sobre el que se pregunte.) Lo mismo acontece
con “caballo”, el cual representa a todos los individuos de esta natura­
leza con una misma razón, como “Favelo es caballo porque es un
animal capaz de relinchar”, y Brúñelo se llama “caballo” por la misma
causa. Por tanto, estos términos y todos en general, cuando se pregunta
por qué sus significados son tales, y se responde con verdad lo mismo,
hallarás que son unívocos. De modo opuesto, el equívoco importa sus
significados con muchas razones, como “can” significa al capaz de
ladrar, al pez y al astro, y a cada uno de ellos con una razón peculiar.
E l pez es el can que es un animal. El doméstico es un can, porque
es un animal que es capaz de ladrar. E l astro es un can, porque es
una estrella que tiene la figura del can terrestre o sus propiedades,
pues conduce a la rabia a los seres animados. “Pedro” también significa
al hombre y al loro, a los cuales, sin embargo, no se asignará ninguna
razón común según ese nombre. Y “reír” significa la alegría del hom­
bre, y lo florido del prado (pues vulgarmente se dice que ambos ríen);
pero el hombre ríe porque se alegra, y el prado ríe porque florece y
verdea. Y “león” significa a la fiera viva y a su efigie. Pero significa a
la verdadera fiera porque es un animal capaz de rugir, y, en cambio,
a la pintada no porque sea animal, antes bien, carece de toda sensa­
ción y vida, sino porque se asemeja a la viviente. He aquí cómo con
diversas razones tales términos importan sus significados: de modo
que éstos se consideren equívocos y los otros, en cambio, unívocos.
Sin embargo, en contra del ejemplo aducido del can, se arguye:
E l capaz de ladrar y el pez son animales vivos, y por eso participan
de una razón común; luego el término les es unívoco. Hay que advertir
que, así como los términos son significativos y denominan a las cosas
en el ser significadas, así los términos univocan y equivocan; en cambio,
se dice que las cosas son equivocadas o univocadas; así, entre los
sumulistas, las voces se llaman “equívocas equivocantes” o “unívocas
univocantes”; las cosas, en cambio “unívocas univocadas” [o “equívo­
cas equivocadas”]. Luego, ya que los nombres hacen univoeación en
las cosas, no debemos mirar de manera absoluta las naturalezas de las
70 TOMÁS DE MERCADO

cosas significadas para juzgar cuáles son los términos, sino más bien
la significación de los mismos términos por la que las cosas gozan
de diversa nomenclatura. Pues acontece que dos cosas relacionadas
con un nombre sean absolutamente unívocas; relacionadas a dos, sean
equívocas. Pues si alguna voz las importa, son unívocas, y el término
es unívoco; pero, si importa diversas, son equivocadas: en dos cosas
o en muchas, algunas son comunes, otras singulares; por lo que con­
viene que un término universal refiera muchas cosas. Luego el nombre
que significa cosas comunes será unívoco a ellas, y el que signifique
cosas singulares, equívoco. Por ejemplo, los animales aducidos en el
argumento, a saber, el pez y el capaz de ladrar, pues ambos son ani­
males, pero no son ambos acuáticos o terrestres; a cada uno le es propia
una. de estas cosas. Luego “animal”, que importa para ellos una razón
general, será unívoco. Pero “can”, ya que significa aquellas cosas que
distan entre sí, será equívoco. Por lo cual, al argumento se niega la
consecuencia.
Contra la distinción se arguye: Son muchos los términos unívocos
qua al mismo tiempo son equívocos; luego falsamente los hemos
separado como dos miembros diversos. E l antecedente resulta claro,
porque “león”, con respecto de los vivos, es unívoco, pues refiere a
ellos con la misma razón. Pero si se refiere a ellos y a sus cadáveres,
es equívoco. Del mismo modo se puede argüir con respecto a muchos
otros. Para la solución de esto, se ha de notar que el término equívoco
tiene muchas significaciones, no una; y ya que significa por conven­
ción y por libre institución, nada impide que no se acomoden muchas
significaciones a una sola voz. Como de hecho se acomodan, y si se
toma según todas ellas, es equívoco, y si se toma según una, es unívo­
co; y, ya que no hay ningún equívoco que no tenga muchas, no hay
ninguno que se tome de ambos modos y no pueda considerarse tal.
Así, todo equívoco puede tomarse como unívoco, pero no por ello
se dividen mal entre sí tomados absolutamente. Pues, si el equívoco se
toma absolutamente, no es unívoco; a menos que se distingan mal,
y se diga lo semejante por los desemejantes, porque cosas iguales y
semejantes se encuentran en uno y cosas desemejantes se encuentran
en otro. Por eso, así se debe filosofar acerca del término, a saber, que
respecto de algunas cosas es unívoco y respecto de otras es equívoco.
Pero contra la definición de los unívocos se arguye: Este [término]
copulado: “Pedro y Platón” es unívoco; y, sin embargo, importa sus
significados con diversas razones; luego la definición es mala. La mayor
LIBRO I : DE LOS TERMINOS 71
es patente, porque las partes son unívocas, luego también el todo.
La menor se prueba: Representa bajo la razón de Pedro y bajo la
razón de Platón, y consta que esas razones son diferentes, ya que las
propiedades de un hombre no son las de otro. Se responde que, aunque
son dos parciales, es una sola íntegra total, lo cual basta para la uni-
vocación; en cambio, el equívoco representa con muchas razones ínte­
gras y completas, que no componen algo unitario según ese nombre.
Contra la misma definición se arguye: “Pedro”, en cuanto término
unívoco y nombre propio (pues, en cuanto importa muchos Pedros,
es equívoco), significa una sola cosa; luego falsamente se pone en la
definición que debe significar muchas cosas. Para la solución de esta
objeción se debe notar que se llaman unívocas las cosas que tienen
una sola naturaleza y una sola voz; y equívocas las que sólo se equiparan
en la voz. Así, en la univocación hay conveniencia omnímoda, a saber, en
la cosa significada y en el término significante; pero en la equivoca­
ción hay diversidad e igualdad. Y ya que todas las cualidades postulan
pluralidad, por eso en la definición exigimos multitud de significados.
Por lo cual, el término singular propiamente no es unívoco, aunque
puede ser propiamente equívoco. Pero, no obstante esto, los filósofos
de este tiempo no hablan estrictamente, sino que consideran como
unívocos a todos los singulares tomados según una significación, por­
que importan un individuo con una única razón. Así, aunque hayamos
dicho “significados”, en número plural, respondemos que de ninguna
manera hace al caso que signifique muchas cosas, pues consta que el
término que importa una cosa singular la significa con una sola razón.
D e donde se sigue que, en la definición, por el nombre de “significa­
dos” se entienden uno o muchos, como en la definición del signifi­
car hemos interpretado el nombre “algo” como alguna cosa o algunas
cosas.

LECCIÓN SEGUNDA

E n el texto, se subdivide el equívoco en absolutamente equívoco y aná­


logo, el cual no participa por completo de la naturaleza de la equivo­
cación, sino que queda como intermedio entre el unívoco y el equívoco.
Pues, ya que la equivocación consiste en la unidad de nombre y la
diversidad de razones, a veces acontece que ni el nombre es simple­
mente común a ciertas cosas ni la razón es diversa, y entonces se da
la analogía. Sobre lo cual hay que considerar que la univocación plena
exige que el nombre se predique de manera absoluta y la razón signi-
72 TOMÁS DE MERCADO

ficada sea (como hemos dicho) exactamente la misma de uno o de


muchos, lo cual es patente en el término “hombre”. D e esta identidad
perfecta de nombre y razón dista como extremo opuesto la equivocación
exacta, a saber, cuando el nombre es absolutamente común y la razón
es por completo diversa, como en “can” . Y cuando el término conviene
a muchos, pero no igualmente, de modo que, en alguna medida, en el
nombre mismo no coinciden ni convienen, y en la razón de las cosas
importadas no discrepan completamente, entonces este medio es la
analogía, como “hombre”, dicho del hombre y de su cadáver. Pues
la voz “hombre” no se aplica de modo simple al cadáver, y no se llama
“hombre” sino con el añadido de “muerto”; pero tampoco la naturaleza
del cadáver difiere completamente de la humanidad, pues incluye una
parte esencial de la humanidad, a saber, el cuerpo. Así pues, aunque las
razones difieren, no lo hacen tanto que no se asemejen. También
“Nerón” primeramente representa a ese emperador dado a la crueldad
y la ferocidad, del que se dice de manera absoluta; y secundariamente
[representa] a los que son feroces y crueles; a los que llamamos “Nero­
nes” porque se asemejan a él, pero en menor medida. Luego la analogía
carece de perfecta equivocación; en primer lugar, porque en la equivo­
cación el nombre conviene perfectamente a todos los significados, mien­
tras que en la analogía no les conviene en igual grado, sino perfecta­
mente al significado primario y a los demás menos exactamente, y las
más de las veces sólo según algún respecto; en segundo lugar, la razón,
que debería ser totalmente diversa, es semejante en cierta medida.
Pero de estas dos condiciones (que hasta aquí hemos expuesto como
requisitos) la primera, a saber, que el nombre no competa perfecta­
mente a todos, no es por completo universal, ni es necesario que sea
universal, aunque (lo confieso sinceramente) pueda defenderse como
aparentemente general o quizá como verdaderamente general. Pero la
segunda [condición] está fuera de controversia, a saber, la que consti­
tuye la analogía y por la cual se reconoce. Pues, en cuanto a la primera,
encontrarás muchos análogos que se verifican absolutamente de sus
significados. E n efecto, el “bien” y el “ente” se dicen analógicamente
de Dios y de las creaturas. Ya que Dios es ente y bueno, de manera
semejante sus creaturas, a las que hizo ser imperándolo, y las hace que­
riéndolo. Luego, de estas dos condiciones, la primera es ciertamente
universal, y la segunda se verifica en todas sin excepción, ya que esta
tercera corre de forma semejante, a saber, que de aquellas cosas que
importa el nombre análogo, significa una de manera anterior y otra
LIBRO i : DE LOS TERMINOS 73
de manera posterior; pues dondequiera que se halle la analogía, no
pueden faltar lo anterior y lo posterior. Como “bueno” significa de
manera anterior al Creador, y de manera posterior a la creatura. Así,
Cristo, interrogado acerca del bien, respondió: “¿Por qué me preguntas
sobre el bien? Nadie es bueno sino sólo Dios”, (es decir) el ente Dios
excede en bondad con un intervalo infinito; en cambio, las creaturas
son buenas de manera posterior, pues para que cualquiera de ellas sea
buena es necesario que se conceda por muchas causas, que se suprimen
[ = omiten] de lo presente, al menos por el honor del mismo Creador,
a saber, para que, siendo óptimo, no se considere como autor de malas
obras. Por esto los dialécticos toman de aquí la división del significar
convencionalmente, a saber, que el análogo significa dos cosas: una de
manera anterior y otra de manera posterior. Pero discutir con exactitud
estas condiciones necesarias en el presente lugar sería (según mi parecer)
rebasar los límites de la facultad, y (como dicen) salirse más allá de la
valla; y, exponiéndolas, hacer obscuras a las cosas claras. Por medio de
ejemplos se propone con mayor claridad y utilidad ahora a los jóvenes
la doctrina, y la dependencia de estas condiciones con respecto de los
sofismas y su surgimiento se pospone hasta la Lógica. Por tanto, la
analogía consiste en cierta producción, o en la semejanza de las cosas
significadas. Por eso el análogo siempre conllevará muchas cosas de
manera desigual, a saber, una de manera anterior y otra de manera
posterior, y lo que es anterior se llama significado principal, y lo que
es posterior se llama significado menos principal; por ejemplo, “león”
significa principalmente a los vivos y a las fieras, y menos principal­
mente a sus efigies. Y aun haciendo esto, necesariamente suele haber
entre los hombres ambigüedad en la locución y obscuridad en la ora­
ción. Pues alguien podrá dudar, y con derecho, por cuál de sus desig­
nados se coloca el análogo en la oración, (quiero decir) de cuál de
ellos se habla, pues se coloca en lugar de muchos, y se puede tener
por muchos. Luego, para eliminar esta anfibología, los dialécticos suelen
establecer dos reglas con las cuales, entendido el precepto y retenido
en la memoria, fácilmente disciernas por cuál designado se toma el
análogo; y podré establecerlas mejor, si antes disuelvo el siguiente
argumento:
Contra la significación análoga, se seguiría: “hombre” y otros seme­
jantes son análogos a los vivos, lo cual es claramente falso. Y se prueba
la secuela: Significa de manera anterior al hombre en común, y de
manera posterior a los individuos; luego, si esta condición es muy cierta
74 TOMÁS DE MERCADO

de los análogos (como lo hemos aseverado), parece ciertamente análogo.


Acerca de este argumento, nótese que significar una cosa de manera
primaria y otra de manera secundaria no es lo mismo que significar una
cosa de manera anterior y otra de manera posterior. Ciertamente “hom­
bre” significa de manera primaria y por sí a la naturaleza (como lo
expusimos en el capítulo del térm ino); pero significa a Sócrates, Pla­
tón, Calías y los demás individuos de manera secundaria; y, sin embar­
go, a ninguno lo significa de manera anterior o posterior. Pues significar
de manera posterior es representar algo por la semejanza o proporción
que tiene con el significado anterior. Por ejemplo, lo florido se dice
“risa” de manera posterior, pues el prado florido tiene proporción con
el hombre risueño y alegre. Pero “hombre” no significa a Pedro porque
es semejante al hombre, o porque guarde proporción con él, sino por­
que tiene verdadera naturaleza de hombre. Y, así se niega la secuela.
La primera de las reglas es: tales son los sujetos cuales lo permáten
sus predicados, a menos que haya algún impedimento. La segunda es:
el análogo, tomado por sí, está en lugar del significado más frecuente.
Para la. inteligencia de estas reglas, se ha de suponer que, ya que el
análogo puede ser sujeto o predicado, la primera habla de él cuando es
sujeto, y el sentido es: el sujeto análogo significa según la exigencia
del predicado; si el miembro principal es sujeto, de manera semejante
está por él, y, si el predicado posterior es su signado, se entenderá
como análogo en el mismo sentido. Por ejemplo, “hombre” significa al
hombre vivo, al pintado y al muerto; en cambio, en ésta: “el hombre
es animal racional”, sólo se habla del vivo; en ésta: “el hombre está
muerto”, sólo por el cadáver, y en ésta: “el hombre está pintado
gráficamente”, está por la efigie. Un mismo análogo ha sido tomado
sin ambigüedad por todas esas cosas en diversas oraciones porque tales
eran los predicados. La razón de esta regla es que en muchos (lo cual
es lo mismo) los sujetos dependen de los predicados, y los acompañan;
pues consta que ésta: “el hombre es blanco”, se toma por los varones,
y ésta: “el hombre es blanca”, por las mujeres: sólo por la diversidad del
predicado. Pero, ya que estas partes distan mucho, se considera de
mayor eficacia y peso cualquier restricción añadida al sujeto antes del
verbo, que el predicado. Por lo cual, aquí: “el hombre sensible está
pintado”, la restricción “sensible” quita la restricción del predicado, y
por lo mismo impide que no sean tales los sujetos cuales los predicados.
Pero cuando el sujeto se adjunta al predicado de manera absoluta, sin
ningún vestigio o marca de restricción inmediata, observa su restric­
LIBRO i : DE LOS TÉRMINOS 75

ción, máxime cuando el predicado es simple; pues si es complejo, cons­


tando de ambos significados, como en “este hombre es vivo pintado”,
aunque pueda decirse que sigue a la parte más principal, sin embargo,
es más cierto que no hay ninguna regla cierta de su acepción, aunque
no hace al caso ninguna regla, ya que tales proposiciones serán las más
de las veces monstruos de proposiciones más bien que proposiciones;
las cuales fingen los termínistas en las súmulas para examinar o (hablan­
do más propiamente) para afear las reglas de este arte. En ellas reúnen
dos o tres significados de un análogo como predicado; linaje de
oración que, por- lo común y con serio consejo, nunca usamos. De
donde se sigue que esta regla y muchas más, están ofuscadas en la
dialéctica con algunas cavilaciones sutiles como con nieblas y tinie­
blas, pero en los filósofos serios resplandecen con su perspicacia, de
modo que son claras y fáciles. La segunda es: el análogo, tomado
en sí mismo, está por el significado más famoso. Se toma en sí
mismo cuando no se restringe, o por el predicado, si es sujeto, o por
algún otro adyacente puesto con él. Pues la razón y la equidad pos­
tulan que, si un término significa algo de manera anterior y más
principal, se estime que siempre está por él, y si en alguna parte no
se insinúa otra cosa; y por ello, cuando se toma en sí mismo, como
dotado de libertad, se habla de su significado más importante. Y si
preguntas: ¿de dónde se deducen estas reglas, o de dónde se estable­
cen ya deducidas? Se coligen sólo del común modo de hablar, pues
todas las concebimos según su tenor. Y las oraciones aducidas paten­
temente exhiben estos sentidos a los oídos.
Pero contra estas cosas mencionadas se arguye: “Bueno” y “ente”
se dicen analógicamente de Dios y de las creaturas y, sin embargo,
les compete la definición de los unívocos, a saber, que con una misma
razón refieren sus significados. Pues si preguntas por qué Dios es
bueno, se responderá que porque es amable. Y lo mismo de las crea-
turas. Y si también preguntas por qué Dios es ente, se dirá que porque
tiene ser; y se dará la misma causa, si preguntas por qué el hombre
es ente. Luego, o estos términos no son análogos, o la analogía y la
univocidad coinciden. Respondemos que, así como la analogía es un
medio (según lo expusimos), así participa de ambos extremos, y
tiene cierto comercio con ambos; coincide con los unívocos en que
representa sus significados con la misma razón, pero disminuida y
débilmente la misma (a saber, proporcional o sem ejante); y no com­
pletamente la misma, como lo haría “hombre”, que se verifica de
76 TOMÁS DE MERCADO

todos los hombres perfectamente con la misma razón. Y cuanto la


razón en los análogos es menos la misma, tanto es más desemejante y
diversa, en lo cual comunican con los equívocos. Además, hay grados
en esta disparidad o diferencia de razón. A veces el análogo representa
sus significados con razón y causa tan iguales, que casi sería completa,
como “ente” respecto de la substancia y el accidente. Pero las más de
las veces es tan pequeña la semejanza de las razones, que se encuentra
una gran disparidad. Esto supuesto, al argumento se niega la menor.
Pues la bondad de las creaturas, aunque haya emanado del Creador,
es excedida en tal manera que dista con un intervalo infinito. Así, no
se dice de ambas con la misma razón, sino semejante o (lo que pensa­
mos que es igual) proporcional.
Contra las dos reglas de los análogos se arguye que no se da nin­
guna del análogo como predicado. Luego, ¿qué juzgaremos cuando
sea análogo?, lo cual sucede frecuentemente. Y se confirma: Esta pro­
posición (si la segunda regla se toma universalmente) sería falsa: “el
prado ríe”, porque se toma [el análogo] en cuanto tal, a menos que
digas (lo cual hasta ahora nadie ha dicho) que el sujeto restringe
al predicado. La solución sincera de esta objeción es una confesión
franca, a saber, que no siempre bastan estas reglas para juzgar acerca
de los análogos. Sin embargo, no por ello dejan de tener mucha
utilidad. Pues, en primer lugar, hacen que en el sujeto análogo no
haya ninguna confusión; y, en segundo lugar, aclaran y enseñan, con
un mínimo esfuerzo, cómo se conoce la acepción del predicado. Pues
es fácil y obvio en ésta: “el prado ríe” tomar el predicado por lo
florido. Y por eso, con el patrocinio de estas reglas, y por el común
modo de entender, se puede conocer la suposición o la acepción del
predicado análogo.
Contra la primera regla se arguye: Si fuera verdadera generalmente,
se concederían estas oraciones: “todo hombre está pintado”, “todo
ente es accidente”, y otras semejantes que, sin embargo, siempre son
negadas por todos como falsas, o sólo aparentes de oídas. La secuela
resulta patente si tales son los sujetos cuales los predicados. Pues
sonarían: “todo hombre pintado está pintado”, “todo ente accidental
es accidental”, y nada es más verdadero. Respondemos que, ya que
las reglas se toman sólo según el modo común de pensar, no es
válido extenderlas tanto que disuenen del uso general de hablar. Sin
que, más bien, conviene que se circunscriban a sus límites, encerradas
en los cuales, cuadren a la concepción de todos. Sin embargo, las pro­
LIBRO I : DE LOS TÉRMINOS 77

posiciones insertadas patentemente convencen de falsedad, por eso


colijo la inteligencia de las reglas de este modo. A saber, que la pri­
mera regla es general, esto es: “tales son los sujetos cuales son los
predicados”, cuando el sujeto no se distribuye. Pero cuando se modi­
fica con universalidad, si el predicado es el miembro más importante,
el sujeto está por aquello también con distribución, exceptuando la
analogía del ente y de sus propiedades, en los cuales hay excepción
y singular causa de excepción; como “todo hombre es animal”, “todo
león corre”, “todo risible es hombre”, son todas verdaderas, y no lo
serían si los sujetos supusieran por otros distintos de los verdaderos
y vivos. Y la razón de esto es (si no me equivoco) que el significado
más noble vindica el derecho de que también el análogo distribuido
se tome por sí mismo. Pero exceptuamos al ente, porque es costumbre
entre los filósofos tomarlo como distribuido por sus significados ante­
riores y posteriores; como en éstas: “todo ente es substancia”, “todo
acto de ser es infinito” . E l sujeto se toma por todos aun cuando el
predicado sea la parte principal, y por eso se niegan. Y que los me-
tafísicos enseñen la causa de esto a sus alumnos, pues a ellos pertenece
dilucidar con exactitud esto, pues a nosotros nos basta probar la ver­
dad de esta doctrina para el sentido común de los dotados de sentido
común, a saber, que en tales oraciones como “todo ente es Dios”,
“todo ente es substancia”, sólo se predica la parte señalada más ex­
celente y suprema. Y sin embargo se conceden en otros análogos
sin ninguna unión: “todo hombre es viviente”, “todo león es capaz
de rugir”, “todo ángel es espíritu” . Por lo tanto, la interpretación de
la regla es cabal y correcta, a saber, que un análogo distribuido [está]
por su significado más frecuente, si el predicado es tal, exceptuando
el ente y sus propiedades. Pero cuando el predicado es el más innoble
( = el menos famoso o frecuente), si el sujeto se toma en general,
no está por él, ni puede, tomado en general, coartarlo por sí mismo.
Lo cual encontrarás, sin excepción del ente o de sus semejantes, como
aquí: “todo hombre está pintado”, “todo ente es accidente” . Pero,
¿qué decir de ésta comúnmente admitida? “todos los reyes de España
están esculpidos en la fortaleza de Segovia”, pues parece que infringe
nuestra doctrina, puesto que se concede la que es de sujeto distri­
buido y de predicado innoble. Pero esto de ninguna manera obsta,
pues su sentido es: que ahí está pintada la efigie de todos los verda­
deros reyes de España; de modo que si no estuviera esculpida la
efigie de alguno de todos ellos, la proposición no se admitiría. Y es
78 TOMÁS DE MERCADO

un argumento evidente que el sujeto no está distribuido por los pinta-


dos. Pues si lo estuviera, por pocos que estuvieran dibujados, la propo­
sición sería verdadera. Por tanto, sin duda se toma por los verdaderos,
y la sentencia es: “todos los reyes, cuantos estuvieron vivos, ahí están
pintados”. Supuesto lo cual, se responde al argumento que ciertamente
la regla falla cuando el predicado es el [miembro de la proposición]
menos principal y el sujeto análogo se distribuye.
Contra la definición de la analogía se da este argumento: “Ángel”
es análogo a las substancias abstractas y a sus imágenes; pues decimos:
“ese ángel está pintado ingeniosamente” y, sin embargo, no hay nin­
guna semejanza o proporción. Pues si hubiera alguna, la habría en
cuanto a la figura (porque en cuanto a la naturaleza no la hay, ni
siquiera de manera aparente); pero ellos no tienen figura, ya que
carecen de cuerpo; lu eg o. . . Se responde que, en cuanto a la realidad,
no hay ninguna proporción; pero, ya que nosotros sólo entendemos
lo espiritual a través de lo material, también explicamos lo espiritual
por aquello que conocemos de lo corporal. Pero esos espíritus son
incorruptibles, fuertes, hermosísimos, veloces y ágiles. Así, a los rústi­
cos, que no pueden escrutar lo espiritual en sí mismo, se lo damos a
conocer por esta efigie con la belleza de un joven, alado y alegre.
En la alegría de los gestos, se expresa la gloria; en la juventud, la
incorruptibilidad; en la belleza, la hermosura; en las plumas, la veloci­
dad. Por lo cual, a la forma del argumento se distingue la menor:
que no hay ninguna proporción en cuanto a la realidad, se concede; que
no la hay en cuanto a nuestro modo de entender, se niega.
D e las partes de la analogía (que son sus especies), los doctores
tratan aquí muchas cosas muy difíciles de entender y de explicar; y
de poca utilidad (según me parece) para captar las reglas y precep­
tos de las súmulas. Y por eso, ya que necesariamente trataremos de
nuevo el tema de los análogos en los Antepredicamentos, más con­
venientemente (según mi deliberación) se detallan ahí todas esas cosas.
Por tanto, tomando en cuenta el ingenio de los sumulistas, hemos
desechado las cosas más obscuras en cuanto nos ha sido posible.

C A P IT U L O III

TEXTO

D e los términos unívocos uno es categoremático y otro sincategore-


mático. E l categoremático es el que de suyo significa algo, como
LIBRO I: DE LOS TERMINOS 79

“Sócrates”. E l sincategoremátieo, que también se llama consignifica·


tivo, significa de alguna manera, como “todo”.

LECCIÓN ÚNICA

En la presente división y las subsiguientes, ya no dividimos el término


en general, como hasta ahora se ha hecho, sino sólo el unívoco. Pues
por eso discurrimos mucho sobre los equívocos en el exordio, para
que los sumulistas los conocieran y, conociéndolos, si tal vez chocan
con ellos, puedan salir intactos, o (como dicen) los distingan. En
efecto, los filósofos siempre dan la definición de los unívocos, y a
continuación los tratan. Así pues, el término unívoco se divide en
categoremático y sincategoremátieo. Vocablos que, como muchos otros,
los latinos los han tomado del griego. Si interpretas la significación según
la etimología, equivalen a predicativo y compredicativo, esto es, el cate­
goremático puede ser sujeto o predicado en la oración, pero el sincate-
goremático solo de ninguna manera puede hacerlo, sino puesto en
compañía de los otros, es decir, de los categoremáticos; y, para expresar
el acompañamiento que exige, se interpreta como compredicativo. Pues
la dicción “con”, en la composición de todas, dice conjunción y agrega­
ción. Pero, dejando de lado la etimología, se definen de manera más
apta y clara a través de la significación. E l categoremático es el que
significa algo, como “león”; el sincategoremátieo es el que significa de
alguna manera, como “todo” . Se pone “algo” en la primera definición
con el mismo sentido con el que se puso en la del signo tomado uni­
versalmente, que describimos más arriba, de modo que también incluya
“algunas cosas”. En efecto, con un solo nombre, en aras de la breve­
dad (que es muy requerida en las definiciones) congruentemente se
explican ambos. Y qué sea significar algo, o algunas cosas, puesto que
ya se ha enseñado, ya no hay nadie que no lo vea. Pero qué sea el
significar de alguna manera, necesita explicación. Lo cual suelen pre­
guntar y explicar los sumulistas con cosas muy obscuras y que, una
vez entendidas, aun así difícilmente satisfacen. Por eso pienso que se
responderá más clara y verdaderamente si exponemos la cosa con ejem­
plos conocidos y tratados, más bien que con muchas reglas y signos.
V eo que en la gramática con exposición simple los gramáticos saben
bien qué es el adverbio, a saber, el adverbio es lo que, añadido al
nombre o al verbo o al participio, aumenta su significación, o la cambia,
80 TOMÁS DE MERCADO

o la disminuye, como “ama mucho”, “no ama”, “ama menos”, “bas­


tante docto”. ¿Por qué no explicamos de modo igual en las súmulas la
naturaleza de los sincategoremáticos? Principalmente, porque la mayo­
ría de las dicciones son adverbiales e indeclinables; por tanto, el signi­
ficar de alguna manera consiste en que, ya que el término de suyo
nada indica, sin embargo lo hace añadido a otro, de modo que aquel
al que se copula se tome de una u otra manera, y el que lo lea o lo
escuche, lo entienda de alguna manera. Así, como que (según han
dicho) aumenta o modifica la significación, copulado (digo) a otro
término u oración. Por ejemplo, “el hombre corre” dice de manera
absoluta que el hombre corre; pero si se añade al sujeto “todo”, ya
no significa que uno u otro hombre ejerce el correr, sino todo hombre.
Y esta oración: “el león duerme”, asevera que el león está preso del
sueño. Pero si se le añade un “no”, hará el sentido opuesto. He aquí
cómo, aunque de suyo no signifiquen algo, los sincategoremáticos mo­
deran el sentido y la acepción [de los categoremáticos]. Por lo cual,
suelen compararse adecuadamente a las cifras en el algoritmo; pues,
solitarias, no tienen ninguna importancia, pero añadidas a otras, acre­
cientan el monto.
Pero contra todo esto no faltan muchos argumentos. E l primero:
El verbo substantivo y, más aún, todos los adjetivos, son unívocos, y
no están contenidos en ninguno de estos miembros. Pues no son sin­
categoremáticos, ya que son partes principales de la oración. Y no
parecen ser categoremáticos, porque (como lo hemos atestiguado) el
categorema es lo mismo que el predicado; en cambio, el verbo no es
predicado ni sujeto, sino cópula. Por tanto, la división es mala. E l se­
gundo: Los nombres oblicuos, como “del león”, “para el león”, según
la exposición del significar de alguna manera, parecen ser sincategore­
máticos; pues de suyo no pueden ser colocados regularmente en la
oración, sino siempre adjuntos a otras dicciones, y coherentes a aque­
llas cuya significación modifican. Lo cual suena a que ellos sgnifican
de alguna manera. Pero, ya que el nombre se toma como igual al
caso recto (pues en verdad es lo mismo declinado en varios casos),
no es inteligible si el caso recto es un categorema, al modo como los
oblicuos son sincategoremas.
Al primer argumento se responde que los verbos muchas veces son
predicados; y, más aún, los adjetivos siempre (como se verá en el
libro segundo). Pero, aunque nunca lo hicieran, de todas formas serian
categoremas, porque (como dije) no se definen aquí según la etimolo­
LIBRO i : DE LOS TERMINOS 81

gía. Así, no se debe mirar tanto el oficio que ejercen en la oración,


cuanto la significación que tienen. Pero íntegramente los verbos, signi­
fican perfectamente algo; como “amo”, el amor, “alecciono”, la lección,
y “soy”, la existencia y la vida. E l segundo argumento se resuelve con
el mismo arte: en primer lugar, los oblicuos son sujetos, principalmente
con verbos impersonales; en segundo lugar, siempre significan algo igual,
a saber, lo mismo que el caso recto y, por consiguiente, se consideran
de la misma naturaleza que él.
Contra la definición del término sincategoremático se arguye en
primer lugar: “Sabiamente” y “justamente” significan algo, ya que
quien los oye entiende algo, a saber, la sabiduría y la justicia; y, sin
embargo, son sincategoremáticos; luego la definición es mala. E n se­
gundo lugar se arguye: “Mañana” perfectamente significa algo, a saber,
el día siguiente; y, sin embargo, es un sincategorema, ya que es un
adverbio según los gramáticos.
Para resolver lo primero, se ha de advertir que el significar sin-
categoremático se da de dos modos: de un modo, cuando por parte
del objeto le corresponde algo distinto del mismo término (como en
los ejemplos de la argumentación), así, a “velozmente” le corresponde
en cierta medida la velocidad, y a “sabiamente” la sabiduría. Ύ hay
otros a los que nada les corresponde en la realidad diverso de la mis­
ma dicción, como “no”, “y”. Sin embargo, la naturaleza de todos los
sincategoremáticos no radica en el significado, sino en el modo de
significar; pues, ya que son bipartitos, unos que importan algo y otros
que no importan nada, su naturaleza consistirá en aquello que se
encuentre como general a ellos. Y eso es el modo de significar, pues
significan de alguna manera, esto es, de manera disminuida, imperfecta
y mutilada; como “sabiamente” importa ciertamente la sabiduría, pero
de manera disminuida, y “velozmente” comporta a “velocidad”, pero
esta última dicción lo hace de manera exacta, y la otra de manera
imperfecta; por eso significan sólo de alguna manera. A lo segundo
se responde que es un categorema, porque representa absolutamente el
día de mañana, y no es sólo adverbio sino además nombre indeclinable.
Y si los gramáticos lo consideran adverbio, no por ello es sincategorema,
porque así como muchos nombres son declinables, por ejemplo “todo”,
y ninguno es sincategorema, así también, a la inversa, algunos adverbios
son categoremas.
Contra la misma definición se arguye: “Todo”, “no” y los demás
significan de alguna manera; luego su significado es sólo de alguna
82 TOMÁS DE MERCADO

manera; y, por consiguiente, siempre significarán algo, aunque de ma­


nera imperfecta. La consecuencia procede de la activa a la pasiva.
Respondemos que no vale el paso de la activa a la pasiva, a no ser
cuando la fuerza del verbo pasa al acusativo, pero no cuando sólo es
un modo adverbial; por ejemplo, “ama justamente; luego justamente
es amado”, porque el verbo no recae sobre el adverbio. Y así acontece
en lo presente, pues cuando decimos “significa de alguna manera”, la
fuerza del verbo “significa” no pasa al adverbio de modo que “de
alguna manera” [“aliqualiter’’] sea el significado.

C A PIT U L O IV

TEXTO

D e los términos categoremáticos, uno es común y otro singular. Es


común el que significa muchas cosas de manera divisiva, como ‘le ó n ”.
Es singular el que significa sólo una, como “Sócrates”. E l cual es
triple, uno propio, como “Pedro”, otro determinado, como “este hom­
bre”, y otro vago, como “algún hombre”. Además, por principio, el
categoremático es en parte colectivo y en parte divisivo. Es colectivo
el que representa muchas cosas de manera copulada, como “México”,
y es divisivo el que representa una sola cosa o muchas cosas de manera
divisiva, como “caballo”.

LECCrÓN ÚNrCA

Hasta aquí hemos hablado de los términos según su significación y su


modo de significar. En lo sucesivo hablaremos de ellos según la cosa
significada; y por eso aquí se divide el categoremático en aquel que
importa alguna cosa o muchas cosas. Ya la misma etimología de los
definidos declara suficientemente las definiciones. Pues se considera
común al que se acomoda a muchas cosas, y singular al que sólo sirve
a una. De donde se sigue que ambas definiciones son claras, y que
sólo se necesita exponer a qué llamamos significar de manera divisiva.
Pues bien, es representar muchas cosas de tal manera que también se
representa a cada una por separado. A saber, que signifique una de
ellas, y la otra, etcétera, lo cual se reconoce de modo patente y lúcido
LIBRO i : DE LOS TERMINOS 83

como por un signo, si se verifica de cualquiera de ellas. Por ejemplo,


“hombre” significa a todos y cada uno de los hombres. Pues de cual­
quiera que, señalado, se diga verdadera y adecuadamente, ése es hom­
bre. Se entenderá mejor esto por comparación con los otros. Algunos
piensan que “Platón” significa muchas cosas, al menos por accidente,
a saber, las partes de Platón: el cuerpo y el alma. Y , sin embargo, no
las significa divisivamente, porque no significa el alma ni significa
el cuerpo; pues no se verifica expresamente de ninguno de ellos. Y
“Rom a” no significa una ciudad dispuesta con arte, ingenio y orden,
sino más verdadera y formalmente a los ciudadanos congregados por
la razón y las leyes. Los cuales, ya que sólo pueden ser muchos para
configurar la ciudad, [el término] significará muchos, y, sin embargo,
de cada uno (según consta) no puede decirse “éste es Roma”; por
lo cual no los significa divisivamente. Por consiguiente, el significar
divisivamente consiste en que se represente señaladamente a cada uno
de sus designados, y los conlleve; pero “Pedro” representa a uno solo,
puesto que es un nombre propio. Sin embargo, si fuera general a mu­
chos, dejaría de ser propio. Por lo cual, a nadie le parecerá que en el
presente lugar hablamos de los unívocos, ya que “Pedro” se verifica
equívocamente de muchos.
E l término singular se subdivide en tres, pero el nombre propio es
el que de manera más estricta es singular, y los demás carecen de su
grado y orden, y se aproximan a los comunes. En efecto, el determi­
nado es el término común con un signo demostrativo, como “este caba­
llo”; siempre y cuando el signo sea de restricción exactísima, cual
“este” y “ese” pueden hacerlo. Pues “aquel” no coarta y constriñe tanto
al término, y por eso constituye (según me parece) al singular vago.
Pues el vago es el común modificado con el signo particular, como
“cierto león”, “aquel filósofo”. Porfirio, en los Predicables, añade a
éstos otro singular, que se ha llamado “por suposición”. Por ejemplo
(para usar el suyo), “Sofronisco engendró sólo a Sócrates”, por lo cual
“hijo de Sofronisco”, dada esta suposición, será término singular, el
cual de otra manera (a menos que lo admitas de antemano) es común,
ya que puede procrear a muchos. Y este modo de hablar es filosófico y
sumamente magistral. Pero los sumulistas, que atienden a la significa­
ción del término, no deben llamar singular a ese término, el cual no
ostenta ninguna determinación, sino más bien generalidad. Además,
muchos términos hasta ahora considerados comunes por todos, se con­
siderarían a fortiori singulares, como “Dios”, “sol”. Ya que no sólo por
84 TOMÁS DE MERCADO

suposición hay un solo Dios, sino que por necesidad absoluta sólo
puede haber uno.
Contra la división se arguye: “Hombres” es categoremático y, sin
embargo, no es común ni singular. Pues si fuera alguno de éstos, máxi­
mamente sería común; pero el significar divisivamente de ninguna
manera le compete al que no puede referir sólo a uno. Luego, o la
división es insuficiente, o la exposición nula. A este argumento suele
responderse, y correctamente, que el término plural se juzga por el
singular, ya que es el mismo nombre llevado y derivado a varios casos
y diversos números. Y si no se da, (como frecuentemente acontece)
ha de fingirse; al modo como el gramático enseña el acento de los
verbos, a saber, conociendo e indagándolo a él y al número de sílabas
en la segunda persona de la voz activa, incluso en los deponentes. De
donde se sigue que “hombres” es común, y que significa muchas cosas
divisivamente según el caso recto singular, que es la medida de los
otros casos. En segundo lugar, nosotros respondemos que también de
suyo significa muchas cosas divisivamente. Pues cuando hemos dicho
que debe importar a uno cualquiera, no se entiende uno en número,
sino a uno cualquiera de los supuestos, de modo que “hombres” se
verificará óptimamente de cada pareja de hombres, pero al menos supo­
ne por la pareja. Pero entonces se replica que sería colectivo, a lo cual,
sin embargo, responderemos de inmediato.
Se argueye, en segundo lugar: “Dios”, “sol”, “mundo” y “orbe” ni
son singulares ni, mucho menos, comunes, pues de ninguna manera
importan muchas cosas. Se responde que son comunes, porque cier­
tamente, en cuanto está de su parte, significan muchas cosas. Pues las
voces se imponen para significar las cosas en cuanto son entendidas
por nosotros, y nosotros, aunque hay un solo Dios en el cielo y en la
tierra, acostumbramos a entender y nombrar muchos. Por lo cual el
Apóstol dice: “Sabemos que nada es el ídolo en el mundo, y que no
hay sino un Dios, pues aunque haya quienes son llamados dioses, ya
en el cielo, ya en la tierra (de modo que resultan muchos dioses y
muchos señores), sin embargo, para nosotros hay un solo Dios Padre,
del que procede todo, y nosotros en Él, y un solo Señor Jesucristo.”
Principalmente porque los antiguos, engañados, rindieron culto a mu­
chos, buscaron una voz con la cual pudieran expresar a todos los dioses.
Además, preguntamos acerca de otro sol y otro orbe, si son posibles.
En lo cual evidentemente captamos que estos términos significan mu­
chas cosas y que, por consiguiente, son comunes; en cambio, “Febo”
LIBRO I : DE LOS TERMINOS 85 '

es singular, pues es el nombre propio de este sol nuestro (como lo


dicen los poetas).
Pero, de manera peculiar, se duda acerca de qué es “todo hombre” .
Se responde que es común, porque, si existiera hoy un solo hombre en
el orbe, él sería todo hombre; y si mañana, muerto él, resurgiera de inme­
diato otro, sería todo [hombre], y esto unívocamente. Pero se replica:
Aquí sólo se divide el categoremático, y este que se inserta en el argu­
mento es mixto, y compuesto de ambos; luego no es ningún miembro
de esta división. Respondemos que “todo” es categoremático, porque
la denominación y la naturaleza se toman de la parte principal, y no
sería legítimo que “todo” tuviera la naturaleza de otro, o se le dismi­
nuyera. Para otros complejos, que suelen ponerse aquí a discusión, una
de cuyas partes es común y la otra singular, y para otras combina­
ciones semejantes, tampoco podemos establecer al presente ninguna
regla que pueda ser comprendida, por los sumulistas, ya que no hemos
aclarado hasta ahora ni la multitud ni la naturaleza de los complejos.
Y por eso, si alguien quiere disolver las argucias de los sofistas, lo hará
fácil y cómodamente si dice que ahora establecemos nosotros las defi­
niciones sólo de las dicciones simples, y de los complejos trataremos
después hasta el cansancio. Y no obsta lo que hemos dicho acerca de
“todo hombre”, que suele considerarse al presente como simple, en
cuanto que consta de un solo categorema, y lo juzgamos de acuerdo a
su parte principal.
Entre los términos comunes suelen destacarse como obeliscos, a
causa de su gran generalidad, unos pocos, los cuales por ello se llaman
trascendentes, y son en número de seis, que se denotan con estas dic­
ciones: “reu bau” [iniciales de “res”, “ens”, “unum”, “bonum”,
“aliquid”, “uerum”], a saber “ente”, “uno”, “cosa”, “algo”, “verdadero”
y “bueno”. Pues nada hay en el orbe de lo que no se verifiquen. Inclu­
sive hay otros que tienen un significado más amplio, que se llaman
supertrascendentes, como “inteligible”, “imaginable” y semejantes, que
se dicen de todas las cosas existentes y de muchas no existentes.
E l término, desde el principio, se divide en colectivo y divisivo, lo
cual no coincide ni con la división anterior ni con alguno de sus miem­
bros. Pues de entre los comunes, muchos son colectivos, y muchos
divisivos; como “pueblo”, “colegio” y “convento” son de la primera
clase, en cambio “caballo”, “cielo” y “fuego” son de la segunda. Por
tanto, cualquiera conocerá la naturaleza de estos términos si pone los
ojos en la cosa significada. Pues el colectivo necesariamente exige sig­
86 TOMÁS DE MERCADO

nificar muchas cosas. Y es que no se da ninguna colección o agregación


a menos que haya multitud; y, por más que se quiera, ningún individuo
de esa multitud es tal que el término colectivo lo signifique primaria­
mente; lo cual colegirás sin esfuerzo con sólo que veas si se dice o no
de él. Por ejemplo, “pueblo” significa todos los ciudadanos, pero
ninguno de ellos tomado aisladamente es la ciudad, ya que de ninguno
de ellos se verificaría el nombre “pueblo”. Luego esto es representar
copuladamente, a saber, los que se significan en cierta sociedad y con­
junción.
E n un sentido completamente opuesto, el término divisivo representa
una o muchas cosas. Pero contra esto se arguye: Todo término común
es divisivo, pues significa muchas cosas, cada una de las cuales es
aquello que representa. Pues esto es significar divisivamente, tal como
lo expusimos antes. Luego en esta división no entra el común. Pero
tampoco el singular, porque es colectivo el que importa muchas cosas;
y, en cambio, el singular sólo lleva consigo una cosa. Luego ningún
singular queda encerrado en esta división. Fácilmente se responde, al
primer argumento, que todo término común es divisivo, ya que importa
muchas cosas de manera divisiva. Pero no por eso ninguno de ellos es
colectivo, ya que puede ser uno y otro según diversas razones. Son
divisivos en cuanto significan muchas cosas, de cualquiera de las cua­
les se verifican. Y son colectivos en cuanto que cada cosa que repre­
sentan consta y surge de muchas, pues un solo supuesto en número
puede constar de una colección, como “pueblo” importa divisivamente
a los pueblos singulares, y a cada uno colectivamente, y también el
término singular es colectivo, como “Roma”.

C A P IT U L O V

TEXTO

Además, el término categoremático se divide en absoluto y connota-


tivo. E l absoluto es el que significa algo a modo de subsistente por
sí, como “caballo”. E l connotativo es el que representa algo a modo
de adyacente a otro, como “justo”. Y éstos a veces connotan positiva­
mente, como “blanco”, y a veces privativamente, como “ciego”.
LIBRO I: DE LOS TERMINOS 87

L E C C IÓ N ÚNICA

Esta materia de los connotativos es ciertamente muy necesaria a los


sumulistas, pero llena de muchas ambigüedades según la enseñan
los modernos. Sin embargo, dada su gran utilidad, tanto mayor, si fuera
necesario, debía hacerse el esfuerzo para enseñarla con más claridad.
Así, nosotros, libres de un peligro ajeno, si, para huir de sus vericuetos,
usamos algo de ingenio y brevedad, máximamente adelantaremos aquí
extirpando muchas cosas y tratando aquellas que de verdad pertenecen
al tema. Pero en estas definiciones no hay ninguna novedad ni obscu­
ridad, excepto en la última dicción; por eso, sólo ella debemos esbozar.
A saber, qué es significar a modo de subsistente por sí o a modo de
adyacente a otro; y ciertamente se aborda m ejor esta materia con ejem­
plos que con reglas. El hombre, el aire y el agua existen por sí; en
cambio, la blancura, la negrura, y la figura son adyacentes a otra
cosa. Significar a modo de subsistente es expresar de tal manera la
cosa como si existiera por sí, por ejemplo “cabra” y “leño”. Por otra
parte, representa a modo de adyacente a otro el término que expresa
algo como conveniente a cualquier otra cosa, por ejemplo “blanco”.
En efecto, significa la blancura como inherente a otra cosa. Y (para
que lo percibas más claramente) toma estos dos nombres: “justo” y
“justicia” . Pues consta que ambos expresan de manera semejante la jus­
ticia, pero “justicia” significa esa virtud de manera absoluta, como sub­
sistente por sí; y “justo” lo mismo, pero como inherente. De lo cual
se infiere que el nombre connotativo tiene doble significado, uno es
aquello que adyace, y el otro es el que denota aquello a lo que adyace.
Por ejemplo, “blanco” significa primariamente la blancura inherente
al hombre, y secundariamente al mismo hombre. Pero ambos son el
designado completo e íntegro. Lo cual ciertamente conlleva el nombre,
pues connotar dice muchas cosas, a saber, significar una insinuando
la otra, como “fuerte” patente y expresamente dice la fortaleza, e insi­
núa también aquello que es fuerte. Lo cual sin asombro captamos al
expresar su significación, porque, al ser interrogados acerca de qué sig­
nifica, no podemos no expresar ambas cosas; y lo que el nombre significa
abiertamente se llama significado formal, y aquello en lo que connota
que eso inhiere, material.
En contra de esto hay varios argumentos. E n primera lugar: “Bon­
dad”, “virtud” y otras voces semejantes significan cualidades que no
88 TOMÁS DE MERCADO

pueden subsistir por sí, pues unas y otras se encuentran en los espíri­
tus. En efecto, son capaces de esas cualidades. Sin embargo, no son
connotativos, sino absolutos. Y , a la inversa, “racional” significa una
substancia, a saber, el alma existente por sí misma en cuanto inmortal,
y, sin embargo, no es absoluto, sino connotativo de la substancia.
E n segundo lugar: E l término connotativo tiene doble significado;
luego es equívoco y, por consiguiente, no es categoremático. Y se con­
firma, porque significa uno de manera anterior y otro de manera pos­
terior. Pero dondequiera que hay anterior y posterior hay analogía;
luego por lo menos es análogo. Para resolver la primera objeción, debe
advertirse que los modernos suelen definir estos términos de varias y
múltiples formas. Algunos así: el absoluto es el que significa a modo de
substancia, el connotativo es el que significa a modo de accidente.
Definiciones que en realidad equivalen a las nuestras. Pero las nues­
tras son mejores, porque son más calaras y más perspicuas. Pues el
modo de la substancia es subsistir por sí, y el modo del accidente es
adyacer a otro. Por lo cual, quienes definen así, tienen que exponer sus
descripciones mediante las nuestras; pues, si se les pregunta cuál es el
modo de substancia y cuál el de accidente, se ven obligados a responder
con nuestras palabras. Además, las descripciones mencionadas obligan
por completo a los sumulistas a escrutar la cosa significada, ya que
insertan el modo de substancia y el de accidente en las definiciones,
que, por lo tanto, debe ser escrutado, y (a mi juicio) esto no sólo no
es lícito, sino que además no es expedito, pues es oneroso y muy difícil.
Asimismo, aunque la naturaleza del término depende de la cosa desig­
nada, sin embargo, de manera más completa depende del modo de
significar, y por eso de manera más viable interesa establecer su natu­
raleza por la significación más bien que por lo significado, y por eso
lo explicaremos con nuestras reglas y no por la cosa significada. Y no
nos interesa saber qué o cuál es la cosa importada, sino de qué modo
es importada. Por lo cual debemos atender no tanto a la cosa signifi­
cada cuanto al modo de significar. Y, ya que el accidente puede signi­
ficarse a modo de subsistente por sí, y la substancia a modo de adya­
cente a otra cosa, sólo se debe atender diligentemente al modo de la
cosa, y su naturaleza debe abandonarse por el momento. Así, al argu­
mento se responde suficientemente. Y si alguien desea saber la raíz
de esto, es la naturaleza de nuestro intelecto, capacitado para aprehen­
der un accidente sin sujeto de manera absoluta, aunque él mismo no
pueda subsistir por sí, sino siempre adherido a otra cosa; y, al contra­
LIBRO i : DE LOS TERMINOS 89
rio, el alma viviente por sí como existiendo en otro; y, ya que las voces
significan las cosas no como son en sí mismas, sino en cuanto son
entendidas, el accidente se puede significar de manera absoluta, y la
susbstancia de manera connotativa.
Al segundo argumento principal se responde que el equívoco signi­
fica muchas cosas que no hacen una, sino que cada una es expresada
e importada separadamente con una significación totalmente distinta.
En cambio, el connotativo representa una cosa que tiene como mate­
rial y como formal; por ejemplo, “Sevilla” significa muchos ciuda­
danos, pero ninguno individualmente, sino todos en cuanto integran
una ciudad. A la réplica, se niega la regla de que dondequiera que
haya algo anterior y algo posterior hay analogía, si lo anterior y lo
posterior se refieren a un término como si fuera una cosa y no dos;
por ejemplo, la comida y el animal son dos significados del término
“sano”; pero el cuerpo y la blancura son uno y el mismo significado
del término “blanco” . Se responde, además, que en esta materia no
hay anterioridad y posterioridad, sino algo más principal y algo menos
principal, cosas muy diversas, como lo veremos en otro lugar. Tam ­
bién se ofrece una cuestión muy importante, a saber, si el más princi­
pal de éstos es significado por el connotativo, puesto que para ambas
tesis hay autores graves y razones eficaces. Con todo, esta cuestión
se ventila antes de tiempo, pues tiene su lugar oportuno y propio en
los Antepredicamentos. Y también se coloca ahí todo lo que aquí dis­
cuten muy ampliamente tras muchas polémicas. Por lo cual, lo deja­
mos —y con razón— para ese lugar. Mientras tanto, los sumulistas
consideren como más principal el significado formal.
Además, contra las mismas definiciones se arguye: E l término con­
notativo y el adjetivo parecen equivalentes, tanto por los mismos nom­
bres como por las definiciones. Pues, así como nosotros definimos
que el connotativo significa algo a modo de adyacente a otro, ellos
dicen que el adjetivo es el que significa a modo de accidente, lo cual
en realidad (como lo hemos admitido) es lo mismo. Pero los términos
“maestro”, “padre” y “señor” no son adjetivos, sino substantivos.
Luego, o son absolutos, o la definición de los connotativos no es buena.
En segundo lugar: “Ciego” y “muerto” son connotativos y, sin em­
bargo, no significan a modo de adyacente a otro, sino más bien como
no adyacentes, pues significan a modo de carencia. En efecto, “ciego”
significa que éste no tiene vista, y “muerto” significa que el cadáver
90 TOMÁS DE MERCADO

carece de vida; por lo cual, dicen que estas cualidades no adyacen y


no que inhieren; luego la definición es trunca e insuficente.
Para la solución del primer argumento, nótese que se dice “adjetivo”,
y viene de “adyacencia”, porque puede unirse o adyacer a un substan­
tivo. Pues los gramáticos, a los que sólo les interesa meditar sobre la
coherencia de las voces, llaman nombre substantivo al que es apto para
estar de suyo en la oración, y adjetivo al que siempre exige unirse a
otro. Pero los dialécticos en este tratado consideran cómo significa
el término. D e donde se sigue que el connotativo aquí no denota el
adyacer a un substantivo, sino que dentro del ámbito de su significa­
ción denota que el significado formal inhiere al material. Así, son muy
diferentes la consideración del adjetivo y la del connotativo. Y aunque
parezcan iguales las definiciones, el sentido de las mismas difiere
mucho. Pues “a modo de accidente” en la definición del adjetivo se
refiere al substantivo, esto es, que adyace al substantivo; pero en la
descripción del connotativo se refiere a que adyace a su significado ma­
terial. Y hay muchos nombres substantivos connotativos que, aun cuan­
do pueden estar de suyo en la oración, sin embargo, significan a modo
de adyacente a otro. Pero considérese aquí atentamente (aunque está
implicado) que no es lo mismo concreto y connotativo, por más que
parezcan equivalentes. Pues hay muchos nombres concretos que tam­
bién son absolutos. Por ejemplo “hombre”, “animal” y semejantes.
Pero la causa de esto la dejamos para los Antepredicamentos.
E n vista de lo segundo, algunos añaden a la definición “o no adya­
cente”. Pero, según me parece, de ninguna manera se requiere. Pues
la definición, en cuanto lo permiten la verdad y la suficiencia, debe
ser compendiosa y breve; para observar lo cual, excluimos esa partícula.
Porque esos términos en verdad significan a modo de adyacente a otro,
el uno ciertamente la carencia de vista, y el otro la carencia de vida.
Pero significan tales negaciones como adherentes y convenientes a
otro. Pues se dice “cadáver muerto”, porque no tiene vida; y, sin .
embargo, tiene el no tener vida. Y “ciego” significa que este hombre
tiene la ceguera, no menos que “blanco” significa el que tenga la
blancura; aunque en la realidad hay diferencia, pues la ceguera no es
nada en el ojo; mientras que, por el contrario, la blancura es algo
en el cuerpo.
Suelen establecerse aquí dos reglas, para reconocer el término abso­
luto y el término connotativo, en cuya exposición y defensa se gasta
mucho trabajo y esfuerzo, ya que debe demostrarse que no tienen fal­
LIBRO i : DE LOS TÉRMINOS 91

sedad e insuficiencia; pero las omitimos, para que no parezcamos des­


parramar palabras y perder el tiempo. Principalmente porque cualquiera
los discernirá sin esfuerzo con nuestras definiciones y soluciones a los
argumentos.
Se añade, por último, la división de los connotativos, en connota-
tivos positivos y connotativos privativos, que, mezclados, han sido sufi­
cientemente tratados y expuestos en las consideraciones anteriores.

C A P IT U L O V I

TEXTO

De los términos categoremáticos, uno es de primera intención, y otro


de segunda intención. E l término de primera intención es el término
que significa algo según aquello que tiene en la realidad, como “hom­
bre”. E n cambio, el término de segunda intención significa algo según
aquello que tiene por el intelecto, como “nombre” y “oración” .

LEC C IÓ N ÚNICA

Esta materia de las intenciones segundas es muy sutil y muy necesaria


(como se verá en los Predicables y Predicamentos, y en ese lugar la
trataremos exacta y detalladamente). Se ha querido tratar al presente
porque conviene dar a los estudiantes alguna noticia de estas cosas
sutiles, superiores y elevadas (como dicen) con crasa Minerva. Lo cual
me esforzaré en obviar con pocas cosas, tomando cómodamente de aquí
el principio. Ya que los términos han sido humanamente inventados
para que expresemos las cosas, los modos de las cosas y sus propie­
dades, es necesario que, según la pluralidad y diversidad de las cosas,
también los términos difieran y se multipliquen. Pues los signos deben
ser iguales y correspondientes (lo que es lo mismo) a los designados,
ya que mutuamente se corresponden. Pero entre las cosas que se dicen
de las cosas, algunas les convienen de suyo, y otras de ninguna manera
les convendrían si el intelecto y la razón no negociaran algo acerca
de ellas. Doctrina que con ejemplos muy conocidos será captada por
su signo.
Establezcamos aquí a Pedro, que es hombre, animal, racional, cuan-
92 TOMÁS DE MERCADO

tificado y blanco; y que ninguna de estas cosas le ha dado el intelecto,


sino que todas le convienen naturalmente. Pero, además de esto, tiene
el ser significado por este nombre: “Pedro”, lo cual no tendría de
ninguna manera si el intelecto no lo significara e impusiera el término
para significarlo. De este género y condición son muchas propiedades
que la razón produce en las cosas y, producidas, se las atribuye, como
“especie”, “género”, “silogismo”, “argumentación” y “oración”. Cierta­
mente las voces son sonidos (pues ésta es la naturaleza de las voces).
Pero el que signifiquen y se dispongan a modo de oración, es negocio
del intelecto. Así, las cosas que se predican de las cosas constituyen
una doble diferencia: unas les son naturales y realmente adyacentes,
otras sólo son encontradas y aplicadas por el intelecto. Y ya que los
términos se dividen a semejanza de la división de las cosas, es· necesario
que unas de ellas importen las propiedades del primer género, y otras
las del segundo. De donde se sigue que el significar algo realmente
conveniente a la cosa, será de primera intención; y el significar algo
según el orden a la razón, se estimará de segunda intención. Por
ejemplo, “hombre”, “animal”, “cantidad”, “cualidad” y “acción”, ex­
presan las cosas que convienen a las cosas por naturaleza o por arte.
Pero “silogismo” y “demostración” significan aquello que el intelecto
hace en las cosas o en las voces. Y de aquí se colige la razón de estos
nombres, a saber, de primera intención y de segunda intención. Y no
sorprende que aquellas cosas que competen realmente son de primera
intención, y primariamente inhieren. Pues la primera intención es la
de la naturaleza en cuanto primer operante, y las cosas que son creadas
por nuestra intención de manera apta se llaman de segunda intención,
porque llegan de manera secundaria y al último.
Algunos suelen definir el término de segunda intención así: significa
siempre alguna propiedad de gramática, o de lógica, o de retórica,
porque estas disciplinas y artes tratan de las operaciones de la razón.
Con todo, esta proposición es ciertamente una sentencia verdadera,
pero mala definición, teniendo más bien la forma de una división.
Y, por ser esta materia de las segundas intenciones muy abstrusa y
metafísica, no queremos agitar aquí ninguna dificultad, para no su­
mergir a los sumulistas en el piélago de la obscuridad. Y el que quiera
el asunto discutido exactamente, diríjase al opúsculo de nuestros argu­
mentos, donde discutimos la materia según todas sus partes, en la
medida en que (si no me equivoco) pertenece a los sumulistas.
LIBRO i : DE LOS TERMINOS 93

C A PIT U L O V II

D E L O S TÉRMINOS COMPLEJOS

TEXTO

Finalmente, algunos de los términos categoremáticos son complejos,


como “hombre blanco” y otros incomplejos, como “león”. Son comple­
jos aquellos cuyas partes de suyo significan algo. Son incomplejos
aquellos cuyas partes no son ahí significativas; y entre ellos también
se cuentan los términos que los gramáticos llaman de figura compuesta.

LECCIÓN ÚNICA

Ninguna necesidad había de iniciar antes la discusión sobre los térmi­


nos complejas, ya que el conmplejo no es otra cosa que dos o tres
términos simples, sobre los cuales hemos tratado bastante hasta aquí;
y era tan obvio a cualquier intelecto, que no requería ninguna doctrina
especial. Pues ¿quién no se da cuenta de que dos o más términos
simples aglutinados son un compuesto? Pero más bien a causa de los
términos simples que parecen compuestos de una multitud de partes,
es necesario tratar de ambos. Así, pues, el complejo es el término cuyas
partes son en él significativas, como “hombre blanco”, donde “hombre”
y “blanco” significan algo. En cambio, “dominus” es simple, aunque
“do” y “minus”, pronunciados de manera disyunta fuera de la dicción,
representen algo; pero, dentro de ella, nada. Lo cual captarás fácil­
mente si examinas su 'Significado; pues, ya que “do” significa la dona­
ción, y “minus” la pequeñez, si conservaran sus significaciones, “domi­
nus” significaría dar poco; pero nada hay más alejado de su significación
propia que esto, y así esas partes no significan ninguna cosa; y, si
hablamos lógicamente, no es necesario recurrir a esta distinción, a saber,
que las partes dentro del término no significan, y separadas significan.
Pues, ya que los dialécticos no tratan de las sílabas, sino de las diccio­
nes significantes, y dado que no lo son, no se juzga que “do” y “minus”,
que constituyen “dominus”, sean las mismas dicciones, pues “do” es
un verbo y “minus” un adverbio. Aunque para nosotros no son las
mismas voces, podemos y debemos decir, absolutamente, que esas
94 TOMÁS DE MERCADO

partes no significan ni dentro ni fuera. Pero “hombre blanco” es un


complejo absolutísimo, en cuanto que sus partes sin controversia
representan algo. E n cambio, el término incomplejo es aquel cuyas
partes no significan, y en muchos es manifiesta la naturaleza de sim­
ples, y en los que tienen la apariencia; pero en muchos es obscuro,
pues, siendo en realidad simples, parecen compuestos. Estos son los
que llaman de figura compuesta, como “equiferus”, “respublica”,
“terranova”, “novahispania”. Y los gramáticos dividen estos nombres
en tres clases, a saber, en compuestos de dos íntegros, como “respu­
blica”, de dos fraccionados, como “armiger”, o mixtos de fraccionados
y de íntegros, como “equiferus”. Pero esta distinción a nosotros, que
no nos ocupamos de las sílabas, de ninguna manera nos atañe; y, en
cambio, nos compete determinar firmemente acerca de todas las que
significan, ya sean neutras, o partidas, o mutiladas, o íntegras. Lo cual
Se manifiesta con muchos argumentos. En primer lugar: Ningún tér­
mino complejo es un nombre, sino dos nombres; no una dicción,
sino doble para los gramáticos. Pero el nombre de figura compuesta,
tanto para nosotros como para ellos, se juzga por completo uno, pues
según la razón de nombre no lo es menos “respublica” que “hombre”,
del cual consta que es uno. Por tanto, no hay partes significantes en
la figura compuesta. E n segundo lugar: E l nombre de figura com­
puesta y el simple no difieren según la naturaleza del nombre, sino
sólo en el accidente. Por tanto, la naturaleza simple se da tanto en los
compuestos como en los simples. Pues ser complejo o incomplejo, o
tener partes significantes, o carecer de ellas, pertenece a la razón de
nombre, no a la cualidad. D e donde se sigue que estas distinciones
contienen cosas muy diversas, a saber, las figuras de nombre, y de tér­
mino, el complejo y el incomplejo. E n tercer lugar: E l nombre de
figura compuesta, para los dialécticos, exactísimamente es nombre;
luego carece de partes, porque (como lo veremos) para la razón de
nombre se exige la simplicidad de partes. E n cuarto lugar: Para que
haya nombre de figura compuesta, es indiferente que las partes per­
manezcan en su integridad o se mutilen, solamente se requiere que
se originen de dos dicciones que significan cosas distintas. Es de figu­
ra compuesta tanto si sus partes son truncas como si permanecen
íntegras. Pero cuando son fraccionadas, de ningún modo significan;
luego tampoco cuando son íntegras, porque también es accidental el
que permanezcan íntegras. Por lo cual, ya que el juicio sobre todos
ellos debe ser semejante, y ambos son igualmente de figura compuesta,
LIBRO I : DE LOS TERMINOS 95

se infiere que no tienen ninguna de sus partes como significativa, ya


que las más de las veces carece de ellas tan manifiestamente que ni
parece tenerlas. Y por ello (a menos que nos dejemos guiar por apa­
riencias) diremos lo mismo también de los que parecen tenerlas. En
quinto lugar: La significación de estos nombres frecuentemente es
diversa de las significaciones de las partes y, sin embargo, cuando las
partes significan, de acuerdo a su significación es la representación del
todo. Pues el todo resulta de ellas no sólo en cuanto a la voz, sino
también en cuanto a la significación. Como el nombre “respublica”,
con la fuerza de dos veces, no representa al campo, ni al délo, a los
que, sin embargo, sus partes importan separadamente, en cuanto cosas
máximamente públicas. Y “equiferus” no significa un caballo bronco
y feroz, sino uno silvestre en los campos y que vive en los prados. Ya
que los domesticados también muchas veces se ponen feroces. Es ver­
dad que la significación del todo algo tiene de semejante con la de
las partes. Pues no se debe configurar el nombre con cualesquier
dicciones, sino con las que en en cierta medida suelen expresarlo, por­
que entonces discernimos que las expresamos con el vocablo compacto.
Como “respublica” ciertamente de suyo refiere cosas manifiestas, pues
la ciudad es una cosa lo bastante conocida y conspicua como para
llamarla con razón república. Pero esto no prueba que las partes sig­
nifican aquello de donde se toma el origen, ya que al imponer los
nombres simples frecuentemente acontece que se instituya el nombre
por otra razón u otra propiedad que en ninguna medida significa. En
efecto, la mujer se llama “virago”, porque fue tomada del varón, y la
roca se llama “lapis”, porque hiere al pie [laedit pedem], y el varón
se llama “homo”, porque fue formado del barro [ex humo]. Y , sin
embargo, “piedra” no expresa lo que ofende los pies, ya que muchas
veces se golpean con otras cosas. Ni “hombre” [expresa] cualquier cosa
hecha de tierra, (pues ¿qué cosa no nace de la tierra, la cual es con
derecho juzgada como la madre de todo?). N i “virago” todo loque
está hecho del varón. D e lo cual aparece de modo muy manifiesto
cuán verdaderamente dijo Santo Tomás que una cosa muy diversa
es aquello de donde se impone a veces el nombre, y aquello para
expresar lo cual entra en substitución. Pero este origen de dicciones
que de otra manera significan en los nombres de figura compuesta
prueba ciertamente bien la distinción que ingeniosamente advirtió
Aristóteles entre los compuestos y los simples. En el nombre “equife­
rus” (dice) nada significa de por sí al mismo caballo como lo significa
96 TOMÁS DE MERCADO

en esta oración: “el caballo es fiero”; pero no sucede en ella como en


los nombres simples y en los compuestos. Pues en los simples de nin­
guna manera la parte es significativa; en cambio, en los compuestos
parece serlo, pero, separada no significa nada. Con muchas cosas se
podría dirimir esta controversia, que he resuelto suficientemente con
pocas, a causa de los jóvenes, que, cuando gozaron la gramática, se les
inculcó que el nombre de figura compuesta tenía partes significantes.
Pues lo definen con esas mismas palabras, de donde creen como algo
cierto que significa tal como lo han aprendido. Y , para que rechacen
de su ánimo esta opinión, he juzgado necesario mostrarlo con tantas
y tan eficaces razones, pues por el solo aspecto (como enseña Aristó­
teles) fueron engañados quienes han descrito de esta forma la figura
compuesta.
Contra la definición del término complejo se arguye: Se seguiría que
la proposición es un término, pues sus partes significan, y, sin embargo,
se aparta completamente de la razón de término. Se responde que en
estas definiciones de los términos, suprimido el término mismo (el cual,
sin embargo, es común a todos), se debe entender de esta manera: E l
complejo es el término cuyas partes. . . Y esta definición íntegra no
compete a la proposición, puesto que no es término. Además, del hecho
de que una parte de la definición competa a algo distinto de lo definido,
no se sigue defecto en la definición, ya que, para que sea mala, debe
convenirle toda ella. Pero se replica: Si le conviene la última parte,
que es la diferencia, es necesario que toda se verifique de él, pues [por
ejemplo] todo lo que es racional es hombre. Luego, si la diferencia de
esta definción, a saber, tener partes significativas, conviene a la propo­
sición, será término. Se responde que así se entiende en las definiciones
perfectas y absolutas, pero esto no es muy exacto, sino cierta descrip­
ción, y por eso es necesario que le competa toda, y no una parte.
En segundo lugar: “Todo hombre” es un término complejo, y, sin
embargo, una parte no significa algo, sino de alguna manera, y no es
significante, sino consignificante; luego . . . La mayor es clara, porque
no es incomplejo, pues no es un término, sino dos, no es una dicción
simple, sino compuesta; luego es complejo. Se responde que para la
complexión basta o que ambos sean categoremas, o al menos uno. Y
significar algo, o ser significativo, se toma aquí exactamente del mismo
modo en que hemos definido la significación en común, a saber, sig­
nificar es representar algo a la facultad cognoscitiva, y el término es la
LIBRO i : DE LOS TERMINOS 97
voz significativa por convención, en lo cual se contienen sin duda los
sincategoremas.
Contra la misma definición se arguye: “Gladius” y “ensis” son
términos incomplejos y, sin embargo, tienen partes significativas. Pues
cada una de suyo es término, dentro y fuera; luego las partes significan.
E l mismo argumento vale para estos vocablos: “Marco Tubo Cicerón”,
que, al ser muchos y significantes, son términos incomplejos. Lo mis­
mo en cuanto al nombre y apellido de los hombres, como “Diego de
Segura”, pues expresan una cosa simple, a saber, una persona y, sin
embargo, las partes significan. Para la solución de esto, nótese que de
dos maneras acontece el que dos términos signifiquen lo mismo, a
saber, del mismo modo o de modo diverso. Así, “blanco” y “blancura”
significan el mismo color, pero de modo diferente: “blanco” de manera
connotativa, “blancura” de manera absoluta. “Hombre” y “animal
racional” significan lo mismo pero de modo diverso: “hombre” de
manera confusa, “animal racional” de manera distinta. Los términos
que significan o cosas diversas, o la misma de diverso modo, tomados
conjuntamente sin duda forman un término complejo. Pero los que
significan lo mismo y del mismo modo, constituyen dos diferencias:
unos son idénticos en la voz y en la significación, como una dicción
repetida a causa del énfasis o también sin causa, como “Dios, Dios”,
“hombre, hombre”. Y tal combinación no es la complexión del térmi­
no, sino más bien repetición, y el mismo término repetido. Pero los
términos que, aun difiriendo en la articulación de la voz, significan lo
mismo y del mismo modo, se llaman sinónimos, y por ellos se definen
los verbos. Pues la sinonimia postula identidad de significación y dife­
rencia de voz, como “vestido” y “traje”, “enfermedad” e “indisposi­
ción”, “muerte” y “defunción” . Todas estas parejas de vocablos, aun
difiriendo en la pronunciación, refieren exactamente a lo mismo, al
menos en cuanto al uso. D e ellos se pregunta si alguna pareja es térmi­
no complejo, y se prueba la tesis afirmativa, porque son dos términos,
y no como la misma dicción repetida. Por tanto, es un complejo. Pero
(según mi opinión) ambos, tomados al mismo tiempo, son términos
incomplejos. Pues la complexión se considera en cuanto a la signifi­
cación, y la significación en cuanto a la cosa significada y al modo.
De donde se sigue que, pues significan lo mismo y del mismo modo,
la significación de ambos sólo puede ser una y la misma y, por consi­
guiente, no son términos complejos. Pues la representación compleja
exige a la compuesta, y la simple de ninguna manera basta. Por lo
98 TOMÁS DE MERCADO

cual negamos que baste el que sean dos términos, a menos que difieran
en la significación. Y con ello respondemos al argumento de los sinóni­
mos. A lo otro del nombre y el apellido, como “Tomás de Aquino”,
“Alfonso de Segura”, la pregunta es si ambos son un término complejo;
pero (a mi juicio) es incomplejo. E n primer lugar, porque significan
lo mismo y del mismo modo, a saber, la misma persona. E n segundo
lugar, no son dos nombres, sino un nombre completo. Y el signo de
esto es que el apellido ciertamente de suyo no 'se predica propia­
mente del individuo, pues no decimos, al señalar al rey, “éste es
Austria”, sino “Felipe de Austria”. Así, no se añade el apellido al
nombre propio como un nuevo nombre, sino (según el mismo nombre
lo indica) como un nombre con otro [cognomen], a saber, como un
complemento del nombre. Pues el nombre tiene, entre otras muchas
cosas, el ser un distintivo de la cosa, y no se distingue ni se conoce
exactamente, sino por el nombre y el apellido. Por lo cual, ambos deben
sin duda reputarse como simples e íntegros.
Si “berla” se impusiera para significar un cuerpo que tiene negrura,
sería complejo; y, sin embargo, no se le encuentran partes; luego lo
definido competerá a algo y no lo hará la definición. Con respecto a
esto, nótese que (como repetidas veces hemos enseñado) la complexión
del término no se considera según la voz, sino según la significación.
Y si en ella tiene partes, aunque sea sólo una dicción, o una simple
sílaba, se considerará complejo; como, de manera diversa, hemos conce­
dido que, por más que las voces se coarten, si la significación de todas
es la misma, de todas ellas juntas no resultará nada más allá del
incomplejo. Por lo cual, al ejemplo del argumento, concédase que es
complejo, y se satisfaría la razón con esta distinción común de todos
los dialécticos. O también, y doctamente, que las partes significantes
tienen un doble modo de estar, a saber, formal y virtualmente; formal­
mente es complejo, cuando las partes se ven evidentemente en la
significación y en la voz, como “Coriseo” y “músico”; virtualmente,
cuando sólo en la significación. Pues la significación es la virtud de
la voz, y la virtud las más de las veces está latente, no manifiesta.
Pero de cualquiera de los modos es suficiente que tenga partes para
que sea término complejo.
E n cuarto lugar, se arguye a lo mismo: “Blanco” es incomplejo, ya
que refiere a lo mismo que “el cuerpo que tiene blancura” y, sin
embargo, no se le encuentran partes; luego . . . Se niega, ciertamente,
que “blanco” signifique en verdad lo mismo que esas cinco partículas,
LIBRO I : DE LOS TERMINOS 99

pues “cuerpo” y “que tiene” refieren a muchas cosas a las que no re­
fiere “blanco” . “Cuerpo” ciertamente a los colores simples; “que tiene”
a los que posee, y ambos a cosas innumerables. Es verdad que aque­
llo que significa “blanco” es el cuerpo que tiene blancura; pero esto
no se significa por el término, lo cual sucede a muchas cosas y
muchas veces. “Alfonso” significa a una persona sabia, poderosa y be­
lla, pero el nombre mismo no significa ninguna de esas cosas, ni sabio
ni sabiduría, ni poderoso ni poderío. Ni es necesario que de esa manera
se signifique lo que cada cosa es; ni que el nombre exprese una sola
cosa; pues de otra manera en vano se predicarían muchas cosas de un
individuo. Por tanto, “blanco” significa la blancura en concreto, con
significación (como se ve) incompleja aunque connotativa. Pero se
replica: Es blanco; luego es un cuerpo que tiene blancura. Y a la
inversa; luego significan lo mismo. Sin embargo, se niega esta inferen­
cia, pues no es el caso que si se siguen correctamente el antecedente
y el consecuente, signifiquen lo mismo. Pues se infiere bien: “se ríe;
luego es risible”, y, sin embargo, tan diverso es el significado del
antecedente y del consecuente como diverso es el reír y el ser risible.
Pero se replica: Estos dos son equivalentes, a saber, “blanco” y “cuer­
po con blancura”; luego significan lo mismo. Pero los dialécticos dicen
que la equivalencia es doble, una en la consecuencia, otra en la signifi­
cación; en la significación equivalen los sinónimos, en la consecuencia
aquellos cuyos significados son los mismos, aunque se expresen con
diversos nombres. Y , así, los términos de nuestro argumento equivalen
en la consecuencia, no en la significación. Algunos suelen satisfacer
fácilmente este argumento diciendo que esos nombres significan lo
mismo pero no del mismo modo, para que haya distinción en el modo
de significar, no en la cosa significada. Y ciertamente, en cuanto a
la significación total, no rechazo tal solución.
Contra la definición del término incomplejo: En los nombres de
figura compuesta las palabras siempre conservan su significación, pues
absurdamente se juzga que “res” deja de ser término porque se añade
y copula al adjetivo “publica”. Se responde que las partes ni conservan
su significación ni la pierden, porque nunca la tuvieron. Pues aunque
parezcan serlo, no son las mismas voces a las que les fue conferida
la significación. En efecto, los hombres no las impusieron de cualquier
manera con las voces pronunciadas, sino cuando se profieren como un
nombre íntegro de suyo. Algunos admiten el significar, pero no ahí.
Otros, convencidos por este argumento, a saber, que no han perdido
100 TOMÁS DE MERCADO

la significación, responden que significan ahí, pero no en cuanto están


ahí, y mezclan de manera ignorante otras mil disticiones. Siendo que,
en verdad, tales partes nunca fueron significativas.
Algunos suelen tratar aquí sobre los términos impertinentes y per­
tinentes, según todas las especies de oposición. Doctrina que invita a
los oyentes más avanzados, y por ello (a mi juicio) se discute aquí
de manera impertinente y bastante intempestiva; por lo cual, la tratare­
mos de manera más apta y cómoda en el libro tercero.
L IB R O I I: D E LA EN U N C IA C IÓ N

C A P IT U L O I

D E L NOM BRE

TEXTO

E l nombre es la voz significativa por convención, sin tiempo, ninguna


de cuyas partes, separadas, significa algo, finita y recta. Se pone “voz”
para excluir los demás signos que no son voces. “Significativa”, para
diferenciarlo de la voz no significativa. “Por convención”, para diferen­
ciarlo de la voz que significa por naturaleza. “Sin tiempo”, para ex­
cluir al verbo, que significa con él. “Ninguna de cuyas partes, separadas,
significa algo”, para diferenciarlo de la oración, cuyas partes son signi­
ficativas. “Finita”, para excluir el nombre infinito, que, según el lógico,
no es nombre, sino con una añadidura que lo disminuye, a saber,
nombre infinito, como “no hombre”, “no caballo” . “Recta”, para di­
ferenciarlo de los oblicuos, como “de Catón”, “para Catón”, que,
según el lógico, no son nombres, sino casos del nombre. Por lo cual
sólo se considera como nombre el caso recto.

LECCIÓN [ÚNICA]

Presupuesto ya el conocimiento de los términos (en la medida que


juzgamos pertinente), queda que pasemos (si así les place) a dilucidar
la naturaleza de la enunciación. Pues, ya que nos acercamos a mostrar
la fuerza de la composición y de la argumentación, es necesario que
tratemos antes acerca de sus partes. En efecto, la argumentación es
cierta estructura artificiosa del intelecto, tejida en primer lugar por
proposiciones, las cuales están formadas por términos, ya que las pro­
posiciones están compuestas de términos. Por tanto, estableciendo
como fundamentos las definiciones y reglas de los términos, con paso
seguro llegamos al tratado de la proposición. Y la proposición o - (lo
102 TOMÁS DE MERCADO

que es lo mismo) la enunciación (pues con ambos nombres se designa


indiferentemente lo mismo entre los sumulistas), aunque difieren algo
(como lo veremos en el libro quinto) son el sujeto de este libro, así
como el término lo fue del precedente. Pero de inmediato obstaculiza
nuestro avance este problema: por qué intercalamos un discurso acerca
del nombre y del verbo, que son partes de la proposición, si la enun­
ciación se compone de términos, de los cuales hemos tratado hasta
ahora con tanta abundancia. La misma enunciación debería ser el
principio de este libro, puesto que es su objeto, y puesto que sus
partes y miembros ya nos son conocidos por el tratado anterior. Sin
embargo, la razón de este orden es que en el libro terminado se trata
de manera absoluta de los términos, tomando su naturaleza en cuanto
son ciertas dicciones simples, donde se contienen promiscuamente los
nombres y los verbos. Pero aquí, ya que hemos llegado a la proposi­
ción, las aplicamos como partes a un edificio. Allá las labramos y
pulimos, aquí las esculpimos como induciendo la forma a la materia.
E n cuya aplicación no pocas cosas se nos ofrecen para discutir, hasta
ahora razonablemente silenciadas. Pues en primer lugar, ya que la
enunciación no consta de igual manera de todos los términos, se ve
la importancia de advertir cuáles son los principales y primarios, a
saber, los nombres y los verbos, y después asignar sus diferencias. En
segundo lugar, respondemos (y la opinión es la misma) que ya se ha
tratado antes de la significación, y aquí trataremos del oficio y uso
de la significación que el nombre y el verbo ejercen en la proposición.
Pues el verbo significa la composición, la cual no se puede entender
sin los extremos, en la cual composición los nombres se conjuntan y
el verbo los copula. Por tanto, con razón se trata del nombre y del
verbo.
Pedro Hispano, siguiendo la costumbre de los filósofos, teniendo que
definir el nombre (que es una voz), comenzó por el sonido y la voz,
diciendo: [el sonido] la voz es aquello que se percibe propiamente y
de suyo por el oído, y la voz es el sonido formado por la boca del
animal y con los órganos naturales. Pero, ya que es manifiesto que
nosotros aquí sólo hablamos de la voz humana, que a todos es cono­
cida, nos afanaremos en vano extendiéndonos en una materia ajena.
Así, muchas veces ya los doctores con razón suprimen de su doctrina
este capítulo, y lo remiten a los tratados menores de física. Lo cual
también hizo Aristóteles en el presente lugar, viendo que pertenecía
a otra facultad más alta. Por tanto, el nombre es una voz significativa
LIBRO Π : DE LA ENUNCIACIÓN 103

por convención. Las tres primeras partes de la definición tienen las


mismas exposiciones que explicitamos con muchas palabras en el capí­
tulo de los términos. La cuarta [partícula] es “sin tiempo”, en la cual
difiere del verbo, lo cual los gramáticos lo saben evidentemente, y
ahora nosotros mostraremos más exactamente qué es. Ahora, imitando
al Filósofo, será suficiente usar abundantemente de los ejemplos.
E l cual ha dicho que “salud” es ciertamente un nombre y “sana”
un verbo, “sanar” tiene tiempos y modos, y el nombre solamente casos.
“Salud” importa la incolumidad, absuelta de todo tiempo, pero “sanar”
en cuanto alguien en presente está ahora sano, y lo disfruta. Así, el
nombre significa sin tiempo, y ninguna de sus partes, separada, es
significativa. E l nombre debe ser una dicción simple, y una voz única,
y un término incomplejo, pues es parte primordial de la proposición,
lo cual no podría ser si estuviera compuesto. Pues cualquier composi­
ción, por mínima que sea, de las dicciones, las vuelve oración. Luego,
para que el nombre no sea oración, lo cual se requiere mucho, es
necesario que no haya partes del nombre. “Finita” se pone para ex­
cluir los nombres infinitos. Esta materia de los nombres infinitos y
finitos debe parecer nueva a los principiantes, pues ni siquiera han
■ oído hasta ahora estos nombres. E l nombre se llama finito porque
tiene significación cierta y delimitada. E n efecto, el nombre es como
el notamen por el que algo se conoce. Pues (aunque es una voz) su
significado se distingue mucho de los otros como cierta propiedad
suya, como si tuviera un signo impreso en su cuerpo. Pues no hay
poca diferencia en llamar a éste “Platón”, y “Sócrates” a aquél.
Luego, ya que el nombre distingue y marca, es necesario que tenga
una significación cierta y delimitada. Porque si no importa nada deli­
mitado, ¿cómo se le puede distinguir de los otros, o puede ser nota
de algo? Luego con derecho se exige la dicción finita, para que o
signifique cierta naturaleza, como “hombre”, o cierta persona, o un
individuo, como “Platón” y “Favelo”, ya sea nombre o pronombre,
pues ambos se consideran como nombres entre los lógicos. Pero hay
ciertas voces infinitas, que significan todo, a saber, indistintamente los
existentes y los no existentes, de modo que nada cierto conozca el que
los oye, como “no hombre”, “no caballo” . Y Aristóteles dice que tales
voces no son nombres, porque significan sin ninguna distinción lo
que existe y lo que no existe en la naturaleza de las cosas. Pues refieren
en confuso a cualquier cosa que no sea hombre o que no sea caballo.
En efecto, todas las cosas que no son hombres, ciertamente exceptuando
104 TOMÁS DE MERCADO

al hombre, sean entidades reales o ficticias, son no hombres, y así se


verifica de todas ellas. Pero estas dicciones, como no son nombres,
no se encuentran en el uso de ningún idioma. Pues (dice el Filósofo)
no ha sido impuesto el nombre con el que convenga llamarlos, sino
que a partir de él se llaman nombres infinitos. Porque los inventores
de las lenguas estatuyen aquellas voces que conducen al objetivo y fin
del hablar, a saber, aquellas con las cuales se pueda notar, llamar, y
señalar las cosas y las propiedades de las cosas. Lo cual sólo se cumple
con los nombres finitos. Por eso todos los nombres usuales son finitos.
Los dialécticos confeccionan los nombres infinitos tal vez sin ninguna
necesidad real, sólo para que ejerzan una ampliación (lo cual les
agrada mucho) de la negación. Pero los forman anteponiendo nega­
ciones a cualquiera de los nombres finitos, como “hombres” - “no
hombre” (o “león” - “no león” ), que, exceptuando a los hombres,
comporta todas las cosas. Pues, ni el ángel, ni el cielo, ni los elementos
simples, ni los mixtos insensibles, ni las bestias son hombres. Por lo
cual, todas éstas son verdaderas: “el ángel es no hombre”, “el león
es no hombre”, y así de cada uno. Sin embargo, verás claramente que
por ellas nada entendemos acerca de las cosas, sino que conocemos lo
que no son más bien que lo que son. En lo cual discernirás manifiesta­
mente que ni son nombres, ni ejercen oficio de nombres. Nada notan,
nada explican de las cosas, lo cual es el oficio de los nombres. Luego,
por esa razón, se pone que es necesario que sean finitos, para que
se entiendan los infinitos como excluidos de la definición.
Además, el nombre debe ser recto, no oblicuo (esto es) debe ser
nominativo. Pues los demás casos, según la etimología de la voz, de­
generan algo de la razón de nombre. E n efecto, el oblicuo en su
género expresa algo imperfecto. Y la razón es que, pues el nombre
nombra a la cosa, nunca se nombra perfectamente la cosa sino con el
caso recto; y por los oblicuos se comporta no tanto la cosa misma
cuanto alguna relación suya. Así, se considera como nombre el que va
en caso recto, y los demás casos toman origen de él. Y de ahí el nombre
es la parte principal de la proposición, pues con él y con el verbo se
integra, y vemos que surge regularmente del nombre en caso recto y del
verbo. Si al recto añade un verbo, significa lo verdadero o lo falso,
pero con un caso oblicuo raramente resulta la proposición, ni se ex­
presa un sentido o una opinión. Ciertamente los impersonales a menudo
exigen oblicuos; y nada extraña el que los verbos irregulares se copulen
con nombres (digo) irregulares, imperfectos y deficientes.· Por eso, ya
LIBRO II: DE LA ENUNCIACIÓN 105

que los dialécticos aquí escrutan las partes de la enunciación, mucho


menos que los gramáticos juzgan que los oblicuos sean nombres. Por­
que no sirven para la composición de la proposición, que es regular­
mente su cometido. Por tanto, para nosotros el nombre es la voz signi­
ficativa por convención, sin tiempo, ninguna de cuyas partes, separada,
es significativa, finita y recta.
Pero se argumenta en contra de ello; y, en primer lugar, contra la
condición exacta de que sea sin tiempo: “Día”, “año” y “tiempo” son
nombres, y significan con tiempo. Pues el tiempo es un significado de
ellos, y ciertamente parece muy difícil que el tiempo se signifique sin
tiempo, Respondemos que difieren mucho el significar con tiempo
y significar el tiempo; pues cada uno de ellos, por separado, se encuen­
tra sin el acompañamiento del otro. Primeramente los verbos adjetivos
como “amo” y “leo”, sin discusión significan con tiempo, pero no el
tiempo. Si se pregunta qué significan, nadie, ¡por Hércules!, respon­
derá que el tiempo, sino que “amo” significa el amor, “leo” significa
la lectura y “camino” significa el paseo. Luego, al modo como los
verbos evidentemente representan con tiempo, y no el tiempo, así tam­
bién los nombres significan el tiempo, no con tiempo.
E n segundo lugar, se arguye contra la quinta partícula (“ninguna de
cuyas partes . . . ” ) : “Cuerpo blanco” absolutamente es término; luego
también absolutamente es nombre. Se prueba la consecuencia: La com­
plexión no dirime la unidad del término; luego tampoco la del nom­
bre. Pero tanto la parte primera de la proposición es término como
también el nombre. Se busca aquí la diferencia entre el nombre y el
término, a saber, por qué la naturaleza de uno admite composición y
la del otro la excluye. Pues si se tratara del nombre, ¿quién prohibe
que llamemos a “hombre blanco” nombre complejo así como lo llama­
mos término complejo? Y hay gran diferencia, porque el término
complejo es perfectamente término, y la apelación de la complexión no
quita la integridad del término, pero afecta tanto a la razón de
nombre, que la quita. E n efecto, no es nombre, como tampoco es nom-,
bre infinito. Por tanto, se ha de notar que no hay ninguna secuencia
del término al nombre, porque si ambos tuvieran la misma razón, se
trataría muy en vano del término por separado, habiendo desarrollado
ya la discusión de los términos. Por lo cual hay una doble diversidad.
La primera: la naturaleza del término consiste en la significación, a la·
cual no le repugna la complexión; más aún, la significación simple
se ordena a la compuesta; por lo cual definimos al término en orden
106 TOMÁS DE MERCADO

a la proposición. Pero la naturaleza del nombre es ser la nota por la


cual algo se distingue. Pero se distingue por lo último, que es uno y
simple (y así, por el complemento, dice Santo T o m ás), el nombre de
cualquier cosa se impone a aquello, a causa de lo cual, cualquier com­
posición obsta por la razón de nombre. Pues habría entonces dos notas,
de las cuales nunca se hará congruentemente una sola. Y si los jóvenes
no perciben exactamente esta distinción, captarán fácilmente esta otra.
A saber, que (según se ha dicho) él nombre y el verbo no sólo son
partes de la proposición, sino también de la oración, para la cual es
suficiente mostrar dos nombres. Luego, para que el nombre difiera
de la oración como la parte del todo, es necesario que no tenga nin­
guna composición de dicciones, por lo cual el argumento queda resuelto.
• Contra la penúltima partícula, “finita”, se arguye: E l nombre infi­
nito se aparta suficientemente de la razón de nombre con la dicción
precedente ( “ninguna de cuyas p a r te s ...” ), ya que consta de partes
significantes; luego ésta es redundante. Pues está inserta sin ninguna
necesidad. Es ambiguo, y en disputa entre los doctores, si la negación
y el categorema representan algo en el nombre infinito. Acerca de lo
cual se debe advertir que comúnmente se dice que el nombre infinito
se compone de negación infinitante y de término infinitado; y lla­
man término al que se añade a la negación, como “caballo” en
“no caballo”. Pues ya que antes “hombre” representaba de manera
delimitada, ahora se considera infinitado de manera indiferente a
todo, como proyectado o extraído fuera de sus límites establecidos,
a lo inmenso, y la negación añadida se considera como infinitante.
Según esto, es válido, el argumento de que la negación significa ahí.
Porque si infinita, ya que nada podría hacer sino por su significación,
se infiere que ahí la ejerce. Pues infinita adentro, no afuera. Pero
juzgo más verdadero lo que enseña Santo Tomás en el comentario
al Perihermeneids, a saber, que la dicción simple carece de partes. Lo
cual .se prueba con muchos argumentos. En primer lugar, el todo se
dice de la cosa, cuando queremos enunciar de ella algo uno, a saber,
que es no hombre. Pues como del león aseveramos que es fuerte, así
enunciamos que es no hombre. Por lo cual la de significado comple­
tamente simple parece ser predicado. E n segundo lugar, si una nega­
ción y otra dicción retienen ahí su significación, con ambas cierta­
mente no se hará nada, más que negar de la cosa la naturaleza del
hombre; no incluiría nada positivo;, y, sin embargo, todos dicen que
?e incluye el supuesto y el significar, no sólo cuando en , la oración
LIBRO Π : DE LA ENUNCIACIÓN 107

decimos: “es no hombre”, sino que, pronunciado por sí mismo, “no


hombre” significa cualquier cosa que no sea hombre. Por tanto, ahí
la negación o el categorema nada significan separadamente. E n tercer
lugar, si la negación significa ahí, “hombre” no significará menos, y
así en el complejo “no hombre”, ya que se importa la negación, se
expresará también el hombre; principalmente porque el categorema
es la parte principal. Y si se significa -el hombre, falsísimamente se
dice que significa todo lo que es no hombre. Pues significaría cosas
contradictorias, a saber, al hombre y al no hombre, aunque no se
verificaría el todo de lo primero, a causa de la negación añadida. Por:
tanto, al primer argumento se niega el antecedente: Y al segundo
[argumento se responde] que esa composición de infinitante e infini­
tado no se debe entender formalmente, sino materialmente. E l sentido
es que, así como las partes del nombre de figura compuesta.las más
de las veces se toman de otros que tienen ■ significación de diferente
manera, y de la cual carecen al estar conjuntos, así, ya que “hombre”,
significa al hombre, pero con una negación adjunta no significa al
hombre sino a las cosas restantes, dicen los dialécticos, considerando
esto según el intelecto, que fue infinitado; pero en verdad ni el cate­
gorema se infinita realmente, ni es una negación lo que ahí se opera,
sino que de ambas dicciones, como de dos íntegras, el nombre de
figura compuesta se hace término infinito.' Y si alguien estima que
las partes ahí significan, lo cual puede fácilmente verse, dice frecuen­
temente que por la penuria de nombres acontece que los hombres
usen circunloquios, como antes lo dijimos en cuanto al término vocal
y al término escrito. Y, ya que expresamos una especie simple del
término, usamos un circunloquio, no teniendo el nombre propio de
ello. Así, ya que no tenemos un solo nombre, por el cual expresamos
todo lo que no es hombre, por ello usamos el complejo, que apta
y perspicuamente representa nuestro concepto e intento. La solución
ciertamente es fácil y clara de entender. Al argumento principal se
responderá que fue necesario añadir esa partícula, aunque se quitara
la anterior, porque ella bastaría para excluir toda ambigüedad. Y al
segundo porque la significación ilimitada no es menos enemiga y
adversa a la razón de nombre que la complexión. O todo lo que
se juzgue de las partes, debía por ese impedimento segregarse igual­
mente de la definición. Pero que de la definición se removiera algo
con dos partículas, no es inconveniente, si lo que está separado tiene
dos causas de su remoción. Pero se replica: Muchos nombres tienen
108 TOMÁS DE MERCADO

significación más amplia que el nombre infinito; luego a causa de


su amplitud no debe expelerse. Se prueba el antecedente: “Inteligi­
ble”, “imaginable” y “ente” significan muchas más cosas que “no
león”. Pues representan a los hombres, los no hombres, todas las
fieras, los existentes y los imaginarios, y también son absolutamente
nombres. Respóndase que la significación, máximamente la de los
connotativos, se toman según su [significación] formal. Pues la forma
da el ser. Pero estos nombres, aunque materialmente importen muchas
cosas, formalmente significan una razón cierta y positiva, a saber, la
inteligibilidad, la ficción, el ser. Y así tienen significación cierta y
delimitada. Pero sobre esto se tratará con mayor abundancia en el
opúsculo de los argumentos.
Contra la última partícula' se objeta: E l caso recto y el oblicuo son
el· mismo nombre; luego falsamente se corta de su raíz. También la
razón de la separación es nula, a saber, que, añadido el verbo, no
se hace proposición; ya que también padecen el mismo defecto los
nombres adjetivos, que son absolutamente nombres. Por ejemplo,
“es blanco” no es ninguna proposición. E n cuanto a este argumento,
advierto que no se deben observar aquí exactamente las reglas de la
gramática. La gramática y la dialéctica son disciplinas diversas, y, por
lo mismo, proceden con diverso trámite. Ellos dicen que muchas
cosas son distintas que nosotros consideramos idénticas, y a la in­
versa. Entre ellos el género distingue y multiplica los nombres; en
cambio, entre nosotros “el blanco”, “la blanca” y “lo blanco” son el
mismo nombre por más que varíe el género, como “este hombre” y
cualquier dicción repetida.
Estos nombres de figura simple y compuesta en gramática difieren
mucho, en lógica no hay ninguna distinción de figuras. A la inversa,
ellos consideran el caso recto y el oblicuo como el mismo nombre
en la declinación y en el origen, nosotros separamos tanto las cosas
de la razón de nombre, que no los consideramos nombres. Así se
responde al primer argumento. Al segundo respondemos (sobre este
asunto, en el capítulo V se discutirá ampliamente si “es blanco” es
proposición) que la razón fundamental por la que los nombres obli­
cuos no son nombres es que, ya que el nombre es aquello con lo
que nombramos una cosa, solamente por el caso recto se denomina
la cosa propia y absolutamente; por el genitivo “del hombre” de nin­
guna manera se nombra al hombre, sino en cuanto significamos
que es poseedor. Y se comprueba por la experiencia que cuando
LIBRO π: DE LA ENUNCIACIÓN 109

queremos nombrar una cosa cualquiera, lo hacemos también hablando


en el caso recto. Y , ya que este oficio es esencial al nombre, razo­
nablemente se excluyen los oblicuos y se conservan los adjetivos.

C A P ÍT U L O II

D EL VERBO

TEXTO

E l verbo es la voz significativa por convención, con, tiempo, ninguna


de cuyas partes, separada, significa algo, y que es recta. Se pone
“con tiempo” para diferenciarlo del nombre, que significa sin tiempo.
Se pone “recta” para diferenciarlo del verbo oblicuo, como “corrió”,
“corría”; los cuales, según el dialéctico lógico, no son verbos, sino
verbos oblicuos. D e donde se sigue que, para el lógico sólo se dice
que el verbo en tiempo presente del modo indicativo es verbo. En
cambio, los demás verbos del mismo modo o de los otros modos se
llaman verbos oblicuos. Las demás partículas se ponen aquí en el
mismo sentido en que se ponían en la definición del nombre. Y se
ha de saber que él dialéctico lógico sólo toma en cuenta dos partes
de la oración, a saber, el nombre y el verbo, y a las demás las llama
sincategoremáticas, esto es, significativas junto con otras.

LECCIÓN PRIMERA

Aunque esta definición sólo difiere de la anterior en una dicción


a saber, “con tiempo”, en las demás hay algunas cosas propias del
verbo que se deben considerar; aunque debemos insistir principal­
mente en ésta, ya que es su diferencia propia. Por tanto, acerca de
ella adviértase que una cosa es connotar el tiempo, otra cosa distinta
es significar el tiempo, y otra cosa distinta aún es significar con tiem­
po. Las dos últimas las hemos tratado brevemente en el capítulo
anterior. Connotan el tiempo “cena”, “almuerzo”, y otros términos
semejantes que significan ciertos actos que se acostumbra efectuar
en un tiempo determinado. “Desayuno” representa la comida hecha
por la mañana, "almuerzo” la que se hace al mediodía, y “cena” la
110 TOMÁS DE MERCADO

que se hace por la noche. Pero “año” y “mes” refieren absolutamente


a la misma cosa que es él tiempo, cualquiera que sea. N o nos detendre­
mos ahora en la naturaleza del tiempo, sino que hablamos del tiempo
como lo harían todos los que ignoran la filosofía. Pues, como pruden­
temente advierte San Agustín, ¿quién no sabe que el tiempo existe?,
aunque muchos no sepan lo que es. E n cambio, significar con tiempo
es importar la acción según la que se ejerce, y está en uso y en de­
venir. Lo cual se conoce por ejemplos más que explicarse por defini­
ciones; por ello, advierto que con este método Aristóteles aclaró fácil­
mente esta dificultad: “sanidad” (dice) es un nombre, y “sana” es
un verbo. “Leo” significa la lectura, y “corro”, la carrera. “Amor”, el
amor sin ninguna modificación, y “amo”, lo mismo, pero en cuanto
se ejerce y pasa del amante a la cosa amada. “Carrera”, absolutamente
todo lo que se haga por tal acto, presente o futuro, por cualquiera
y en cualquier momento. Y “corro”, lo mismo, pero en cuanto se
hace y se ejerce, y ciertamente significar la acción o la pasión en
cuanto están en acto, es referirlas en cuanto se hacen y salen del
agente o se reciben en el paciente; pues así se ejercen en la cosa
misma, cuando son dicitadas por su causa. Y ésta es la razón por la
cual el verbo exige supuestos, personas y tiempos; porque es necesario
que sea hecho por algo y se reciba en algo que es o primera, o se­
gunda, o tercera persona, y que se ejerza en el presente, o se espere
en el futuro, o se signifique como pasado; de donde se sigue que
toda la estructura de los verbos dimana de los casos que rigen antes
de ellos o después de ellos. Pues los casos de esta índole significan
los actores o los receptores de sus acciones; y se dice que el impor­
tar de esta manera la acción es significar con tiempo, porque el ejercicio
de esta acción y su continuidad se da las más de las veces en el tiem­
po, y con el tiempo medimos su longitud o su brevedad. Por tanto,
así como “blanco” y “blancura” refieren a lo mismo, y difieren en el
modo, pues “blancura” importa el color de manera absoluta y “blan­
co” en cuanto es adyacente a otro, lo cual constituye diversos modos,
uno absoluto y otro connotativo, así también significar la acción en
cuanto está en devenir y en flujo constituye al verbo; y significarla
de manera absoluta, en cuanto es cierta cosa, constituye al nombre.
“R ecta” designa, para los lógicos, que el verbo sólo se toma én
presente de indicativo, al modo como el nombre sólo se toma en casó
recto. Y la razón de esto es que, entre todos los modos y tiempos,
sólo él significa de manera simple con tiempo. Pues ¿qué otra cosa
LIBRO π : DE LA ENUNCIACIÓN 111

es sirio significar la acción o 'l a pasión?; y no se dice que alguien’


actúe o padezca de manera perfecta y completa, a no ser el que actúe
o padezca ahora. Haber padecido o haber de padecer, o haber actua­
do o haber de actuar, distan tanto del verbo cuanto —según todos—'
lo hacen decir “hago” o “hice”. Pues de todos sólo “hago” existe,
e “hice” y “hare” no son nada, pues uno ya pasó, y el otro será en
el futuro; lo cual tiene lugar insigne en casi todas las materias, ya
que en todas ellas importa mucho ser, haber sido y haber de ser.
Pues ni el muerto ni el que ha de nacer son hombres, sino sólo el
que existe. Así, los demás modos y tiempos caen, esto es, son deficien­
tes, en cuanto a la razón de verbo. Además, significar con tiempo
es significar la acción en su ejercicio, y ciertamente no se ejerce una
acción futura rii una pretérita, sino la que se da y es presente. Por
eso únicamente “amo” significa de manera consumada con tiempo;
en cambio, los demás lo hacen imperfectamente y en orden al presen­
te, del cual se derivan. Así, los casos del verbo y los verbos oblicuos
no se llaman verbos.
Contra la definición se arguye: “No amo” y “no oigo” no son
verbos, porque son verbos infinitos, y, sin embargo, ninguna partícula
de la definición los excluye; lu e g o ... Se confirma: Aristóteles, Pedro
Hispano y cuantos comentadores han escrito sobre ellos hasta ahora
añaden a esta definición del verbo y a la del nombre la partícula
“finita” . Acerca de esta cuestión se debe advertir que Aristóteles fin­
gió tales nombres y verbos infinitos, o más bien promulgó unos ya
formados por otros, y por ambas razones separó cosas que con increí­
ble aplauso en asunto tan nuevo con los ojos cerrados se siguen a
pie juntillas. Aun para hacerlo (a fin de no parecer un desertor del
camino común) yo mismo me esforcé muchísimo, pero ciertamente
no lo logré. Para subrayar al hombre lo que en esta materia ya se ha
borrado, y sin previa censura, discierno que por semejantes posiciones
de los verbos pululan entre los dialécticos tantos absurdos y dificul­
tades inextricables; y a nadie he visto hasta ahora que se libre de
ellos. Primeramente, entre los dialécticos es muy ambiguo si la finali­
dad dé los términos les puede convenir a semejantes dicciones, a
saber, el que confeccionen una oración. Muchos y muy graves doctores
consideran que no pueden de manera congruente y significativa colo­
carse en una oración. Y ciertamente el intelecto muy difícilmente
percibe que ésta sea afirmativa: “Pedro no corre”, lo cual se daría
necesariamente si el verbo es infinito. Luego, ¿qué caso tiene, para
112 TOMÁS DE MERCADO

construir proposiciones, fingir términos tan ineptos, completamente


incongruentes y deslucidos? Pero no hay ánimo para aducir aquí todos
los argumentos y razones eficaces con los que, como fortísimos arietes,
se embista y destruya esta opinión. Los cuales juzgué tan expedito
dejar en silencio, que pienso es necesario borrar esta opinión de la
mente de los dialécticos (en la que todavía permanece) si se pudiera
hacer. Pues esta materia es de condición tal que, quien la defienda,
habitará en el antiguo caos de las tinieblas, y 'el que la ataque,
mientras se esfuerce en difuminar y disipar tan densas tinieblas, las
palpará con la mano, las revolverá y, al revolverlas, envolverá a los
jóvenes. Sin embargo, tratamos al dedillo esta cuestión aparte en el
Opúsculo de los argumentos, para los provectos en la dialéctica, donde
con argumentos eficaces mostramos cuán desviada y deformada es
esta doctrina de los verbos, y cuán inútil, y que no brinda ni un
pedacito de buena erudición, sino que más bien es como un cuerpo
opaco que impide la luz de la verdad. Y no me extraña mucho que
el Filósofo se oscureciera tanto en percibir una cosa tan grácil y
sutil, si en otras doctrinas más graves realizó un intento que prome­
tía poco, las cuales se ofrecían al intelecto del que escribió, y fue
persuadido por una conjetura aparente, y por eso propuso verbos y
nombres infinitos. Más bien me admiraría si hubiera visto de inme­
diato una distinción tan oculta. Pues sólo con largo tiempo y con
muchas razones discutidas de una y otra parte encontraría que se da
una razón tan diversa en los verbos y los nombres, que tienen un
aspecto y una apariencia tan semejantes. Por tanto, para que al recha­
zar esta posición no ofusquemos a los jóvenes con densa tiniebla,
dígase resolutoriamente que no hay verbos infinitos, ni pueden infini­
tarse los verbos, como tampoco los nombres y los participios. Por
ello eliminamos de la definición del verbo la dicción “finita”, que
hasta ahora era usual insertar.
Todavía se insta contra la definición: Aristóteles, además de estas
partículas, añadió otra a la definición del verbo, a saber, “y es la
nota de las cosas que se predican de otra”. E n efecto, define así:
el verbo es lo que consignifica el tiempo, ninguna de cuyas partes
significa fuera de él, y es siempre la nota de aquellas cosas que se
predican de otra. Sin embargo, Pedro Hispano (según consta) excluyó
esta dicción; luego o Aristóteles al definir abundó (lo cual es en las
escuelas un vicio más torpe que la prodigalidad en las costumbres),
o el autor mutiló la definición. Para solución del argumento, consi­
LIBRO Π: DE LA ENÚNCIAClÓN Π3

dérese lo que es ser nota, para que se discierna si se encierra en nues­


tra definición o si negligentemente se omitió, lo cual sabremos sin
esfuerzo si ponemos los ojos en la proposición. Pues eii ella el predi­
cado se une al sujeto; y esta conjunción la hace el verbo; pues éste
copula, si hay algo que copular. Por tanto, ser la nota de aquellas
cosas que se dicen de otra es ser cópula, por la cual el predicado se
adjunta al sujeto, lo cual encontramos necesariamente en toda pro­
posición, ya que sin ello es imposible que resulte la proposición.
Y esto no sólo es verdad cuando decimos “Pedro es blanco”, donde
evidentemente el verbo copula, sino también cuando sólo aseveramos
“Pedro es”. Pues ahí se sobreentiende que el ente se predica de Pedro,
y por ló mismo, ahí se le une. Lo mismo en cuanto al verbo adjetivo,
como en “Sócrates ama a Alcibiades”. Aunque en éstas el verbo no
une tan claramente, pues más bien parece que es unido a ambos,
sin embargo, en verdad lo hace tácitamente. E n primer lugar, el mis­
mo verbo es predicado. Pues ¿qué otra cosa es el predicado sino lo
que se predica de otro? Y ¿qué se predica de Pedro en “Pedro ama
a Dios” sino el amar? Luego el verbo es predicado; por lo cual, cuando
se deba necesariamente juntar al sujeto, debe mediar la cópula. Por
eso siempre el verbo en la proposición es la nota de aquellas cosas
que se predican de otra. Y en “Platón enseña filosofía”, “enseña”
es el predicado y la nota del predicado, pues el mismo verbo se copula
al sujeto. Preguntamos: ¿por qué calló Pedro Hispano del compuesto
esta naturaleza o propiedad del verbo? Ciertamente la encontraba
exacta en Aristóteles, a quien seguía. Además, atribuye a Aristóteles
otra expresión no menos célebre entre los filósofos y puesta en boca
de todos, a saber, que el verbo dice composición, la cual no se puede
entender sin extremos. Y es muy de admirar que Pedro Hispano no
se haya acordado de su proverbio; máxime cuando por sus dichos se
ve que no es opinión ambigua sino verdadera y constante. Pero, si
no me engaño, creo que Pedro Hispano no calló las dos, sino que
más bien ingeniosamente incluyó a ambas en la partícula “significar
con tiempo”. Primeramente, ambas son una cosa, no dos. Digo que
es uno y lo mismo ser nota de aquellas cosas que se predican de otra
y decir composición, la cual no se percibe sin extremos. Pues (como
vimos) ser nota no era sino ser conjunción que uniría el predicado
al sujeto, y pertenecer al verbo unir los extremos es importar la com­
posición de los extremos. Así, pues, es lo mismo ser nota y conllevar
la composición. D e modo que uno y otro son lo mismo que significar
114 TOMÁS DE MERCADO

con tiempo, o emanan de él; pues aun el que medite qué es significar
el tiempo, por sí solo y sin maestro, fácilmente lo entenderá. E n efec­
to, es decir acción o pasión (como constantemente lo hemos referido
y más constantemente deberá repetirse) en cuanto están en flujo y
en devenir, esto es, en cuanto surgen de y son ejercidas por el agente.
Luego si el verbo importa este respecto, surgimiento o emanación,
a saber, del agente, por necesidad copulará éste a aquél, como en
ésta: “Ildefonso lee”, el verbo parece atribuir la lectura a Ildefonso,
lo cual es ser nota de aquellas cosas que se predican de otra, a saber,
aplicar con el verbo el predicado al sujeto, lo cual aparece evidente­
mente en los verbos adjetivos, y lo mismo se debe filosofar de los
verbos substantivos. Pero esto mismo, a saber, ser nota, es decir com­
posición, la cual no se conoce exactamente sin extremos. Así, pues,
significar con tiempo, o es toda la naturaleza del verbo, a saber, ser
unitivo de extremos y expresar su composición, o es ciertamente el
origen y la fuente de donde surgen ambas cosas. Y por eso el autor
describió suficientemente con esas palabras la naturaleza del verbo.
Pues instar todavía si la expresa tal como Aristóteles, conduciría a
una búsqueda vana (pues estamos en posesión de la cosa), máxime
que Aristóteles no expresó ambas, sino una en la definición y la otra
fuera de ella, como si manara de la misma definición.
Contfa la cuarta [ + tercera] partícula, “con tiempo”, se arguye.
[En primer lugar:] Si esto es lo que expusimos, que significa acción
o pasión en cuanto fluyen, entonces “descanso” y “yazco” no serían
verbos, puesto que no importan acción, sino reposo y privación de
acción. En segundo lugar: E l verbo substantivo “es” no significa nin­
guna de esas cosas, sino el ser y la vida; luego no sería verbo. E n
tercer lugar, si los verbos significan con tiempo, ya que la acción y
el movimiento refieren lo que (según dice Aristóteles) es medido
por el tiempo, entonces “generar” y “entender”, que importan acciones
instantáneas, no mensuradas por el tiempo, no tendrían este modo de
significar, lo cual parece desviado y absurdo. Juzgo muy conveniente
que los jóvenes entiendan qué es significar con tiempo, y para que
lo perciban exactamente, es necesario que aprendan algunas reglas, y
que alejen de su ánimo las que recibieron de la gramática. Así; pues,
entiendan que el verbo (como ya comenzamos a enseñar) no significa
el tiempo, ni en verdad alguna diferencia de tiempo, lo cual conocerán
consultando con tranquilidad los oídos y la mente. Pues las voces re­
presentando que los oyentes entienden al percibirlas, y resulta patente
LIBRO .11: DE LA ENUNCIACIÓN 115

porque cuando oigo “tiempo”, entiendo el tiempo, pero cuando oigo


“leo”, entiendo la lectura, cuando oigo “camino”, entiendo el paseo,
y así “leo” no significa ningún tiempo. Pero éstas: “sana” y “salud”
refieren lo mismo, y sólo difieren por el modo de significar; luego,
si difieren sólo en el modo de significar y no en la cosa significada,
“sana” no significa el tiempo, ya que “salud” no lo significa. En
segundo lugar, entiendan que la razón del verbo no exige que se
signifique verdadera acción o verdadera pasión, pues aunque las, más
de las veces se expresan verdaderas acciones o pasiones, a veces (como
consta por. los verbos aducidos al argumentar) se representan sus
privaciones; sino que la naturaleza del verbo es referir el movimiento,
o algo por modo de movimiento, lo cual es significar algo en cuanto
fluye y se ejerce. Pues tal es el modo singular del movimiento, o de
la acción y la pasión (pues son lo mismo que é l), a saber, ser ejer­
cidos y continuados. E n efecto, sólo permanecen en tanto que conti­
núan, y lo que deja de hacerse deja también de existir, pues los
hechos no permanecen, sino que perecen. Por lo cual, “es” significa
el ser, el vivir y el existir como si éstos se hicieran, porque los refiere,
en cuanto que el que es ejerce el ser y lo usa. Con esto se resuelven
los argumentos primero y segundo. Pero preguntas ¿qué es entonces
significar con tiempo? E n verdad no otra cosa que significar algo por
modo de acción y pasión, las cuales en nosotros son casi siempre
de tal manera que se miden por el tiempo y le subyacen como medi­
da. Y ya que es tan frecuente en nosotros medir con el tiempo nues­
tros actos, se dice que el verbo, que significa las acciones, significa
con tiempo; porque significa lo que se hace con tiempo. Pero de
suyo el verbo no postula ningún tiempo ni añade ninguna diferencia
de tiempo. Por lo cual, después del fin del mundo, cuando se deten­
ga el movimiento y (según lo atestigua la Escritura) cese el tiempo,
aún hablaremos con nombres y verbos, y hablaremos de este modo
cuando ya no haya ningún tiempo. En consecuencia, el verbo tiene
por accidente el significar la acción que se haga en un instante; si la
significa en cuanto está en flujo y tendencia,· la significa como si
saliera de un agente. Y así lo. entiendo tanto de nuestra intelección
como del conocimiento del ángel, que se dice que significa con tiem­
po, porque esto no es importar el tiempo, ni lo que se importa se
mide con el tiempo real, sino que significa la acción o la pasión en
cuanto se hacen y se ejercen.- C on esto creo que se satisface al . tercer
argumento. Pues, ya se refiera ,a la acción instantánea, ya a la tempo­
116 TOMÁS DE MERCADO

ral, el verbo significará con tiempo, dado que esto no es otra cosa
que representar algo en cuanto fluye, o transcurre, como “genera”
y “generó”.
Contra la misma partícula se arguye: E l participio no es verbo, y,
sin embargo, significa con tiempo; luego la definición es nula; ya que
el participio debía excluirse de la razón de verbo según lo que es propio
del verbo y no según lo que es común. Pues si no es verbo, y parti­
cipa del verbo, participa de lo común; luego está definición no contiene
lo que es peculiar al verbo, ya que significar con tiempo (como hasta
ahora hemos insistido) era propio de él. Pero se prueba la menor del
antecedente: E n primer lugar, el participio se divide según los tiempos
presente, pretérito y futuro. En segundo lugar, “amaturus” no significa
menos la acción, en orden a la diferencia del futuro, que “amará”;
luego significa con tiempo. E n tercer lugar, Aristóteles juzga que el
participio significa con tiempo, y por eso añadió a la definición: “y
es la nota de aquellas cosas que se predican de otra”, con lo cual
patentemente excluye al participio, ya que no es cópula, sino más bien
está copulado y unido al sujeto; luego la definición de Pedro Hispano
es disminuida.
Para los dialécticos siempre es molesto el participio, y siempre su
inteligencia da trabajo en esta materia, no pudiendo discernirse clara­
mente si significa con tiempo. Y ciertamente la dificultad no es la
defensa de la definición. Pues muy fácilmente se diluye el primer argu­
mento, respondiendo que no es recta, esto es, presente del modo indi­
cativo, y negando la inferencia. Pues consta que él caso del verbo no
es verbo, ni se excluye por el significar con tiempo, lo cual es propiedad
del verbo, sino por la última partícula: “recta”. Pues ya que “amara”
y “haya amado” son casos oblicuos, nada prohíbe que el participio
tenga igualmente casos, y sólo queda que sea excluido por la cuarta
dicción. Máxime que significar con tiempo no es tan propio del verbo
dialéctico, que no convenga a ningún otro, ya que se encuentra que
conviene a los casos. Se dice que es un propio suyo en cuanto distin­
gue toda la clase del verbo con respecto al nombre. Pero la dificultad
se encuentra en la definición defendida en cuanto a la cosa misma, si
significa con tiempo. Sobre lo cual se ha de advertir que el participio
es cierto medio entre el nombre y el verbo estrictamente dicho, y, en
cuanto medio, participa de los extremos. Tom a (digo) algo del nom­
bre y del verbo, ya que sigue al nombre por la declinación y los casos,
lo cual es muy ajeno al verbo. Y participa del verbo en los tiempos.
LIBRO I I: DE LA ENUNCIACIÓN 117

Luego la cuestión es si también comunica en el significar con tiempo;


y, a mi juicio, si lo significa, imperfectamente significa con él. Lo cual
demuestro con muchas y manifiestas razones. E n primer lugar: No hay
ninguna diferencia entre “amante” y “prudente”, ambos tienen el
mismo modo de significar; pero éste no significa con tiempo; luego . . .
Pues que “prudente” no tenga verbo del cual se derive, nada importa.
Porque sólo tratamos de la significación. Más aún, por eso lo adujimos
en el ejemplo, porque era más evidente que de ninguna manera signi­
fica con tiempo; aunque, sin embargo, participa con “amante” comple­
tamente del mismo modo de significar (según aparece). E n segundo
lugar: Cuando el participio es nombre no significa con tiempo; luego
tampoco cuando es verbo. Porque el tomarlo como nombre o verbo
sólo varía la acepción, no la significación, de la cual justamente trata­
mos ahora. Además, en esta proposición: “Pedro fue amante”, nadie
hasta ahora ha estimado que “es amante” son dos dicciones que signi­
fican con tiempo, sino sólo una, a saber, un verbo, y, sin embargo,
¿se toma aquí participialmente? pues ¿dónde mejor que aquí? Luego
no significa con tiempo. Se confirma, en primer lugar: “Amado” no
importa absolutamente la pasión en orden al pasado, ya que óptima­
mente y con verdad, si Pedro comienza ahora a ser amado, diríamos
“Pedro es amado” . Se confirma, en segundo lugar: Porque ser la nota
de aquellas cosas que se predican de otro justamente (como vimos)
surge del significar con tiempo; por lo cual, del hecho de que no es
nota, se infiere que no representa nada, o muy poco, con tiempo.
Juzgo que el significar con tiempo compete primaria y principalmente
al modo indicativo, y a los demás modos de manera menos perfecta.
Pues no tan cierta y exactamente significan la acción o la pasión en
cuanto están en devenir y en flujo; y a los participios, gerundios y
supinos tanto menos les conviene cuanta es su separación con respecto
al verbo, y su discontinuidad, y su diversa conjugación. Pues están
fuera de la declinación propia del verbo, teniendo forma propia las
partes del verbo. Al modo como la sangre y los cabellos del hombre
están ciertamente juntos, pero discontinuos. Además, todas estas cosas
son en verdad intermedias y parecidas a la naturaleza del nombre, y
muy cercanas, por lo cual no negamos que en cierta medida comportan
el significado de éste, en orden a alguna diferencia de tiempo. Pero de
manera tan disminuida e imperfecta, que por la dicción “significar con
tiempo” bien y suficientemente son excluidos de la razón de verbo.
Contra la cuarta partícula, “ninguna de cuyas partes. . . ”, se arguye:
118 TOMÁS DE MERCADO

E l verbo adjetivo es complejo, pues “amo” es tanto como “soy aman­


te”, “amé” tanto como “fui amante”; precisamente, todos los verbos
adjetivos se resuelven a través de un participio y el verbo substantivo.
Por tanto, esa condición es nula. Desde el principio en que decidí
comentar las súmulas, con firme decreto establecí no sólo no gastar
esfuerzo en combatir opiniones tontas (de las cuales ya hay en el arte
un montón no pequeño, si es. que debe llamarse “opinión” a la que
no se apoya en ninguna razón), a fin de no parecer igualmente tonto,
según la sentencia del Filósofo; pero ni siquiera reseñarlas, sino, en
cuanto me sea dado, callarlas. Las he juzgado muy indignas de la
memoria de los sabios, o de que se mencionen entre los sabios, porque
se apartan y distan mucho del recinto de la. verdad, y, para hablar con
mayor propiedad, contradicen tan manifiestamente la verdad. Por ello,
he creído que haría un servicio más útil a los dialécticos sumergién­
dolas en el río Leteo, de manera que nunca emergieran, que si las
refiriera. Por tanto, movido por el beneplácito de algunos en esta,
materia, se ha de advertir que el verbo es doble: uno adjetivo, otro
substantivo. Este último sólo abarca al verbo “es”, “soy”, “eres”, “fui”;
a no ser que se considere a “existo” como substantivo;, todos los
demás son adjetivos. Se llama “substantivo” porque la substancia, la
existencia y el ser de la cosa, y también la vida, que se considera como
la substancia de la cosa. E n cambio, los otros se llaman “adjetivos”
•porque importan acciones o pasiones, que son como accidentes que
advienen al existente, como “camino”, “escribo”, “muevo”. Y cierta­
mente esta distinción no se toma del modo de significar, sino de la
cosa significada; pues, si se tomara del modo de significar, muchos
serían substantivos. Pues ¿quién prohibiría que muchos participaran de
tal modo de significar? Por lo cual, no es semejante á la distinción
de los términos en absoluto, y connotativo. E n efecto, ambos son
connotativos. Com o tampoco es semejante a la distinción del nombre
entre los gramáticos en substantivo y adjetivo, sino que sólo difieren
en el significado material, en cuanto que uno significa el ser y el otro
la acción, pero ambos con tiempo. E n segundo lugar, se debe consi­
derar que el verbo adjetivo puede resolverse en el substantivo y su
correspondiente participio, como “escribo” en “soy escribiente”. Por­
que significan acciones o pasiones, las cuales presuponen el ser. Pues
quien escribe, lee o camina, primero es y después camina. Pero no
sólo es propio del adjetivo el que congmen temen te se resuelva de
manera simple, sino que también lo hace el substantivo. Pues apta­
LIBRO II: DE LA ENUNCIACIÓN 119
mente, expresamos “Pedro es” como “Pedro es ente”. Más bien es
cierta razón mayor y una distinción un tanto más sutil en los adjetivos
el qué por el verbo y el participio expresan diversamente la cosa, por
ejemplo “soy caminante”; en cambio, en el substantivo se expresa lo
mismo con ambas dicciones. Aunque, si se habla de la resolución,
por él se resuelve también el adjetivo. Expuesto lo cual, se responde
negando el antecedente. E n efecto, es inopinable que el adjetivo sea
complejo y el substantivo incomplejo (com o ellos conceden). En
primer lugar, porque no difieren según el modo de significar, sino
según la cosa significada; y, sin, embargo, lo complejo y lo incomplejo
se distinguen en el modo. E n segundo lugar, si fuera complejo por­
que se resuelve, lo mismo se podría hacer en el substantivo. Por lo cual,
se debe tomar como cierto que el verbo adjetivo es tan incomplejo
como el substantivo. Y no vale la inferencia: Se resuelve o se expone
en un complejo, luego es un complejo. Pues “hombre” (que es incom­
plejo) se explica por su definición. Máxime que esta resolución del
adjetivo no se hace necesariamente, sino voluntariamente. Y cuando
oigo “Pedro lee”, no lo.entiendo o lo concibo de otro modo. Pero
se replica: Si no se resuelve necesariamente, y sólo son equivalentes
en la consecución y no en el significar, ¿de qué forma y por qué
camino se verifica del verbo adjetivo el ser la nota de aquellas cosas
que se predican de otra? Pues en “Pedro escribe” el verbo no une
nada, ya que fuera de él no hay nada que unir. Luego si es necesario
que la cópula difiera de los copulados, conviene que ésta: “Pedro
escribe” sea ésta: “Pedro es escribiente”. Pero se retuerce demasiado
intempestivamente el argumento; si, para que sea nota, se requiere
la resolución, ciertamente el verbo adjetivo no será verbo, en cuanto
que no es cópula. Porque si en “Pedro escribe” no es cópula, sino en
“Pedro es escribiente”, aquí el participio no es la cópula, sino el “es”.
Así, generalmente nunca le competerá al verbo adjetivo ser nota. En
segundo lugar, esta oración, formalmente como está: “Pedro escribe”,
es una perfecta proposición; luego tiene una cópula perfectísima. Pues
sin la cópula y la nota de aquellas cosas que se predican de un sujeto,
no resulta ninguna proposición; luego óptimamente hay una nota en
“Pedro escribe”, y por ello une, e importa la composición del pre­
dicado con el sujeto.
Por fin, se pregunta por qué razón los verbos son términos connota-
tivos. Pues, en primer lugar, no significan el accidente a modo de
adyacente a otro, sino más bien la acción en cuanto sale del agente.
120 TOMÁS DE MERCADO

Y , en,segundo lugar, el connotativo connota su significado material en


el que inhiere, y el verbo no parece-connotar sino el modo de la
acción en cuanto se ejerce. Hay que advertir que tanto “blanco” como
“amo” dicen composición,.pues “blanco” importa la blancura en cuanto
está en otro, y “amo” la acción en cuanto es hecha por otro;, de lo
cual se sigue que la composición del verbo es la composición de la
acción o la pasión con el sujeto. Más aún, porque significa la acción,
que necesariamente pasa de una cosa a otra, al -menos por el modo
de significar, aduce la composición de ambos extremos, y por eso
también consignifica algo material, si los otros connotativos hacen
esto y significan algo a modo de adyacente a otro. Y si aun quedan
otras cosas sobre el verbo o en el verbo, se dirán más convenien­
temente en el capítulo de la proposición.

C A P ÍT U L O III

D E L A O R A C IÓ N

TEXTO

La oración es la voz significativa por convención cuyas partes significan


algo, como “Pedro [es] blanco” . Y es doble, una perfecta, la cual pro­
duce un sentido completo en el ánimo del oyente, como “Pedro habla” .
La otra, imperfecta, la cual engendra un sentido incompleto, como
“Platón, enseñando. . . ” . D e las perfectas, una es indicativa, como
“el hombre corre”; otra imperativa, como ’’Pedro enciende el fuego;
otra optativa, como “ojalá yo sea docto”; otra subjuntiva, como “si
vienes conmigo, te daré un caballo”; otra deprecativa, como “ten
compasión de mí, oh Dios, según tu gran misericordia”. Pero de estas
oraciones, solamente la indicativa es proposición.

LECCIÓN ÚNICA

La definición de la oración es la misma que la del término complejo,


a no ser porque no se pone el nombre “término” al frente de la defini­
ción, por lo mismo que la partícula “proposición” se excluye, para
que no sea término complejo; aquí, por el contrario, queremos incluir
LIBRO η : DE LA ENUNCIACIÓN 121

la proposición, para que sea oración. Pero dimos la definición por


“voz”, para que haya un modo común de definir a todos, a saber, al
nombre, al verbo, al término y a la oración, de los cuales tratamos
hasta aquí. “Cuyas p a r t e s ...” : ya la oración se constituye por el
nombre y el verbo como el todo por sus partes, pues aquéllos careéerían
de éstas, y (como consta) todo término complejo es oración, pero
no, a la inversa, toda oración término complejo. Habiendo expuesto
y conocido su naturaleza en su lugar, esta definición no necesita de
una exposición más amplia. También la división añadida es tan clara
que no necesita comentario. Sólo es conveniente exponer qué sean
sentido perfecto o imperfecto. La cosa es bastante clara: tal sentencia,
en cuanto le es posible, significa de tal manera que no deja pendiente
y solícita la mente del que oye, como “Pedro lee”, “Pablo, aléjate”,
“ojalá sea bueno”, “si estudio, adelantaré”. Tales oraciones significan
de manera señalada, y lo hacen tan íntegra y absolutamente que el
oyente no se ve forzado a esperar todavía el fin de la locución, como
acontece muy a menudo. Pues si dices “yo amo a Dios”, el oyente
espera, como fin de la locución, qué quiere para sí o a qué tiende el
que la pronuncia. En cambio aquí: “Platón discute”, nada más se
espera. Y no es necesario que el oyente asienta o disienta, o que la
proposición sea verdadera o falsa, pues por muy imposible que sea,
como “el hombre es piedra”, o repudie al que la concibe, habrá sentido
perfecto y oración perfecta. Sólo se debe atender a la significación
de la oración. Y si se quieren excluir fácilm ente todas las tonterías
y trucos, defínase de esta forma: la oración perfecta es la que significa
una sentencia íntegra, y es imperfecta la que profiere una sentencia
mutilada y trunca; y, para decirlo más claramente, es un aborto de
sentencia, como “Pedro sano”, “Juan escribiendo”. Además, la oración
perfecta es quintuple.
Santo Tomás demuestra ingeniosa y doctamente, como en todo lo
demás, la suficiencia de esta división por su fundamento. Para cono­
cimiento de lo cual conviene saber que, como lo referimos de Aristó­
teles en el libro anterior, las cosas que se dan en la voz son signo de
las intelecciones del alma. Pues, para expresar a los hombres nuestras
concepciones, instituimos las voces y las escrituras, lo cual logramos
mucho mejor con las oraciones que con las voces simples tomadas de
manera aislada. Pues a unos les proferimos una sentencia íntegra, a
otros los instruimos, a los soldados les mandamos, gobernamos y
dirigimos la república, y finalmente ¿qué se esconde en el interior que
122 TOMÁS DE MERCADO

no saquemos fuera con las voces? Por lo cual, la oración vocal y escrita
es cierto instrumento de la razón y del alma mediante el que comunica -
sus sentidos. D e este fundamento surgen dos corolarios. El primero:
se definen bien la oración perfecta y la imperfecta por la expresión del
sentido íntegro o trunco, ya que el instrumento se define muy correcta­
mente por su fin, como la sierra por el corte de los leños, los arados
por el surcado de la tierra y el cultivo del sembradío, y el cálamo por
la escritura. Por tanto, ya que el fin que la mente persigue con el uso
de las oraciones es entregar sus sentidos a aquellos con los que habla,
estas oraciones se definirán adecuadamente por la perfección o imper­
fección de la expresión; en cuanto instrumento único de la mente
para conseguir ese fin. E n segundo lugar, se infiere (lo cual pertenece
a la comprensión de la presente división) que son tan necesarias las
oraciones perfectas cuanto lo exige la razón para alcanzar su objetivo.
Pero a la fuerza del intelecto le pertenece no sólo concebir en sí mismas
las naturalezas de las cosas, sino también ordenar y preceptuar las
cosas que se han de hacer. Pues el orden de cualesquiera cosas, ya
naturales, ya artificiales, es efecto singularísimo del intelecto; lo cual
es imposible a menos que en el intelecto se encuentre la capacidad de
ordenar. Por esta regla verdaderísima, que nos muestra y enseña la
luz natural, los filósofos antiguos conocieron que Dios existe. Porque
es necesario que exista alguna mente de la cual dimane el orden
admirable de las cosas, el concierto de las partes del orbe, y su dulce
armonía. Luego el intelecto expone lo que entiende, lo que ama o
desea, y lo que ordena y dirige en cuanto a sí mismo o a los otros.
Para expresar los juicios sirven el indicativo y el subjuntivo, como
veremos en el capítulo siguiente. E l optativo, para insinuar y hacer
explícita la inclinación de la voluntad. E l imperativo, para ordenar a
los otros, pues impera a los inferiores; y el deprecativo, para rogar
a los superiores. Por tanto, hay cinco oraciones perfectas: indicativa,
subjuntiva, optativa, imperativa y deprecativa.
Contra la definición de la oración se arguye: “amo” y ‘llueve” son
oraciones perfectas y, sin embargo, carecen de partes; incluso lo es la
sola sílaba “sí” (que también se usa en latín ), con la que se responde
cuando alguien se le pregunta: “¿está Pedro en casa?” . “Sí” genera
un sentido perfecto, y es incompleja. Respondemos que las oraciones
deben tener partes significantes en sí no por la bondad del que
entiende, o que suple algo, como no lo son esas dicciones, sino que por
la costumbre y el uso que le da una primera persona la otra sobre­
LIBRO π: DE LA ENUNCIACIÓN 123

entiende su naturaleza.. Y “sí” equivale a la interrogación que la pre­


cede, : no de suyo, sino porque ella le precede; pues, para que fuera
oración debería, dondequiera que se coloque, participar como propias
esas partes. Pero en contra de la definición de la oración perfecta
tenemos: “Platón lee” es perfecta, en cuanto está en indicativo, y, sin
embargo, no genera un sentido perfecto, ya que todavía esperamos
oír qué lee. Por la misma fuerza del verbo permanece eii suspenso,
ya que exige pasar a otra cosa, y no pasa: cuánto más estará en sus­
penso el oyente. Respóndase que no es necesario que se profiera tan
exactamente y con todos sus números la sentencia absoluta, de modo
que no se le pueda añadir algo. Basta que signifique de tal manera que
forme una sentencia y pueda aquietar al oyente. Pues en el expresar
un sentido perfecto se encuentran ciertos grados. Aristóteles dice que,
de todas estas oraciones, sólo la indicativa abarca nuestra consideración,
y tratar de las otras pertenece a otra disciplina. Así, pues, sólo discu­
tiremos del indicativo, dejando de lado —lo que es igual— a todos los
restantes.
Pero, como se ha venido diciendo hasta aquí que el término com­
plejo, tomado universalmente, es oración, pero que ésta no es término
generalmente, con razón al calce de este capítulo' se pregunta ¿en qué
medida y hasta qué límite la oración es término complejo? ¿O todas
las oraciones que no sean proposiciones serán consideradas como tér­
minos complejos? Por una parte, sólo la proposición parece excluirse
de la razón de término y del terminar, como se ve en la primera
definición: “con la cual se configura la proposición simple”; por otra
parte, parece inconveniente e incómodo hacer términos a las oraciones
perfectas de los otros modos, principalmente porque no se ordenan
a las proposiciones simples. Pues no se ve de qué modo la proposición
pueda componerse de una oración optativa. En esta cuestión yo estimo
que ninguna oración perfecta es término complejo. Pues, aunque los
términos principalmente se dirigen a expresar el juicio del intelecto,
también la voluntad es una potencia principal del hombre y reina de
las demás. Y no es menos propio de él su querer, que el entender
del intelecto; ni es poco expresar a alguien su deseo. Por lo cual, nin­
guna oración que expresa un sentido perfecto es lo mismo que el
término, sino que todo debe ser apreciado en su género. Y así, conse­
cuentemente juzgo que en la definición del término la partícula “con
la cual se configura la proposición simple” excluye a todas las oracio­
nes perfectas, pero las imperfectas con óptimo derecho se juzgarán
124 TOMÁS DE MERCADO

términos, en cuanto que, así como lo imperfecto suele ordenarse a


lo perfecto, ellas son instituidas para configurar a las perfectas. De
otra manera habrá muchos términos en los que sin ninguna discusión
esa definición (a saber, “el término es el signo constitutivo de la
proposición” ) no les competa. Pues “amar”, “ame” y “ama”, pregunto:
¿que proposición componen formal y significativamente (tal como
se requiere)? Ciertamente no pueden componer a ninguna de modo
indicativo. Por tanto, bajo el nombre de “proposición” congruente­
mente puede entenderse la oración perfecta, y también los complejos
preposicionales (como lo veremos a continuación), pues Pedro His­
pano, definiendo la hipotética, dice que se compone de dos categó­
ricas, entendiendo bajo el nombre de “categóricas” también a las ora­
ciones de los otros dos, y, por consiguen te, no hay por qué juzgar
término a una oración perfecta, sino más bien fin del término.

C A P IT U L O IV

D EL MODO DE SABER

TEXTO

E l modo de saber es la oración manifestativa de algo ignorado, como


“el hombre es animal racional”, Y es triple: definición, división, argu­
mentación. La definición es la oración que expone la naturaleza de
una cosa, como “el triángulo tiene tres ángulos iguales a dos rectos”,
‘la blancura es el color que disgrega la vista”. L a división es la oración
que distribuye a una cosa en sus partes, como “el animal se divide
en racional e irracional”. La argumentación es la oración en la que,
a partir de una cosa, se infiere otra, como “Pedro ríe, luego es risible” .

L E C C IÓ N P R IM E R A

Es muy necesario y útil que los sumulistas conozcan esta materia


del modo de saber con pingüe Minerva, pero no es necesario que la
traten exhaustivamente. Pues sería nocivo si casi se ignorara en lo
sucesivo, e igualmente estorbaría si ahora se enseñara de manera
completa. Efectivamente, toda la lógica es cierto modo de saber, en
LIBRO π: DE LA ENUNCIACIÓN 125

cuánto que toda ella versa sobre la forma y la multitud de las defini­
ciones, divisiones y argumentaciones. Y en esto es de gran ayuda,
máxime si no queremos quitar la fuerza del orden natural, que no
se conozca perfectamente el modo de saber sino hasta que hayan
recorrido y lustrado toda la. disciplina íntegra. Y por eso siempre me
ha parecido que actúan erróneamente los que exponen el modo de
saber en esta parte de tal manera que no explique más profusamente
en el subsiguiente progreso del arte. Ciertamente en la exposición
del modo se ha de observar un modo [juego de palabras por “mode­
ración’'], para que los que enseñan el modo de saber no enseñen más
allá del modo [“moderación”, “medida”]. Y se ha de observar un
modo [“medida”] de manera que se explique en general la naturaleza
del modo, y se dejen sus especies particulares para los lugares donde
es adecuado conocerlas. Así, pues, el modo de saber es la oración
manifestativa de algo ignorado. Pues el óptimo arte y la forma de
saber es que se manifieste lo ignorado, ya que no tiene sentido inves­
tigar el modo de conocer lo ya conocido, porque el modo es como
el medio, el cual, sin embargo, no lo buscamos sino para adquirir
lo que no tenemos, Y el modo de saber debe ser siempre una ora­
ción que aprendamos, ya sea de la misma naturaleza como maestra,
ya sea de algún preceptor que nos instruya. Pues también en la mente,
cuando nosotros mismos aprendemos por invención, lo que aprende­
mos son, a su modo, oraciones y proposiciones, lo cual muestran de
modo manifiesto las mismas oraciones vocales. E n efecto, las voces
formadas exteriormente (com o hace poco decíamos) son vicarias de
las oraciones que se ocultan en la mente. Con las cuales manifesta­
mos nuestro ánimo a los amigos. Lo cual es argumento evidente de
que también sucede lo mismo en la mente, a saber, que hay oracio­
nes y argumentaciones en ella. Aún más, experimentamos que, con
la boca cerrada y con la lengua en reposo, interiormente y en silencio,
discurrimos, razonamos, hablamos y formamos un discurso completo.
Lo cual prueba que nada hacemos en la voz que antes no hayamos
hecho con las palabras mentales. Por tanto, el modo de saber, cual­
quiera que sea y dondequiera que lo aprendamos, siempre es la ora­
ción manifestativa de algo ignorado. E l cual de inmediato se divide
en tres, a saber, definición, división y argumentación. Y éstas no
son otra cosa que distintos medios, por los cuales sabemos cosas diver­
sas y de diversa manera. Porque (como lo trataremos [al comentar]
los Andlíticos Posteriores) acontece saber una cosa no de un solo modo,
126 TOMÁS DE MERCADO

sino de muchos modos. Ahora bien, la suficiencia de esta división'fre­


cuentemente se colige por esta vía: lo ignorado, o es complejo o
incomplejo, este último se aprende por la definición y la división, el
primero, por la argumentación. Y la razón de esto (como lo entendere­
mos mejor después) es que de una cosa incompleja sólo preguntamos y
podemos preguntar ¿qué es?, ¿qué clases tiene?, ¿qué cantidad tiene?,
y otras preguntas semejantes, las cuales se satisfacen por la definición y
la división. Pero si algo complejo se nos oculta (y llamamos “com­
plejo” a la proposición), es necesario manifestarlo por un argumento.
Pues al conocerlo sólo queda que conste su verdad, lo cual se realiza
en la argumentación.
Contra la primera definición se arguye, en primer lugar: muchas
veces definimos lo qué es conocido, y probamos lo que es manifiesto
a todos. E n segundo lugar: rio todo modo de saber es oración, ya
que el mejor modo de saber y él principal es la experiencia de las
cosas, es decir, experimentar sus propiedades, como consta en la
medicina, y lo (fice Aristóteles al principio de la Metafísica. Para
solución de estas cosas, nótese qüe algo anteriormente ignorado es
conocido por nosotros de muchas maneras; primero, por revelación
divina, como Adán, los profetas, Salomón, los apóstoles, sea en todo,
sea en algunas cosas, fueron inspirados celestialmente; por lo cual
Pedro dice acerca de los autores de las sagradas escrituras que, nin­
guna vez la Escritura fue efectuada por voluntad humana, sino que
los hombres santos hablaron inspirados por el Espíritu Santo de Dios.
Sobre este género de enseñanza habla Daniel, lib. 2, de Nabucodono-
sor, rey de Babilonia, diciendo que Dios da la sabiduría a los sabios,
y la ciencia y la disciplina a los inteligentes; Él revela lo profundo,
lo escondido. Y nuevamente ahí mismo: “es Dios en el cielo quien
revela los misterios” . Y a los discípulos de esta doctrina, David los
llama justamente felices, diciendo: “Bienaventurado aquel a quien
Tú enseñas, Señor” . Pero a nosotros no nos toca definir aquí este
modo de saber, pues no depende de ninguna definición, ya que es
sobrenatural, múltiple y no frecuente. Otro modo de saber es la in­
vención, en cuanto conocemos lo desconocido sin enseñanza, sólo
siguiendo la experiencia. Pero después de que casi todo ha sido ya
descubierto por el trabajo y el estudio de los antiguos, se usa muy
raramente, para que cualquiera indague y adquiera por sí mismo
algún arte. Además, la doctrina y la disciplina son mucho más fáciles y
ciertas para aprender. Pues, aunque la experiencia ayuda mucho, sin
LIBRO Π : DE LA ENUNCIACIÓN 127

embargó, la. cosa se'conoce mucho mejor por su definición. Por lo


cual Agustín, en el D e doctrina Christiana, aunque hay muchos signos
de las cosas, atribuye a las voces la primacía en el significar y en el
manifestar las cosas. En segundo lugar, respondemos que la oración
es el modo de conocer próximo, y la experiencia el remoto. Porque
la experiencia misma se dirige y tiende a conseguir la definición y la
división. En tercer lugar, respondemos que la experiencia no es el
modo general para todos los casos. Pues hay ciertas disciplinas que
disertan sobre cosas tan sublimes, que nunca las podremos experimen­
tar o mostrar a los sentidos. En cambio, la oración manifestativa vale
para todos los casos. Y la causa de esto es que la experiencia se sujeta
a los sentidos, que se extienden sólo a lo corporal y singular, mientras
que la oración dimana de la mente, por la cual (como enseña Aristó­
teles) uno se puede hacer todas las cosas; y puede —digo yo— conocer
todas las cosas, tanto las singulares y corpóreas como las espirituales.
Por tanto, al argumento, respóndase distinguiendo la proposición ante­
cedente, que es verdadera de acuerdo a estas distinciones. Al segundo,
respóndase diciendo que, ya que la definición es la misma manifesta­
ción de la cosa, no podemos definir la cosa ya conocida antes de ser
definida. Ciertamente se puede hacer cuando es conocida, pero no
plenamente; y puede también ser conocida para el que define por la
misma definición, pero no para aquel a quien se da la definición.
E n segundo lugar, decimos que, por más conocido que sea algo que
se define, comparado con su definición, que es más perspicaz, apare­
cerá como desconocido. Contra la división del modo de saber se da
este argumento: muchas cosas que antes eran desconocidas, se hacen
patentes sin definición, división o argumentación; como cuando apren­
demos a pintar, cuando oímos cosas hechas en la curia, o cuando nos
llegan rumores increíbles de la India. Sin embargo, ya que nosotros
no hablamos aquí de cualquier ciencia, tampoco nos referimos a cual­
quier modo de saber. Es decir, “ciencia” puede tomarse de manera
tan amplia como si dijéramos saber cualquier cosa y de cualquier
manera que la entendamos; sin embargo, ya que hablamos de ella
Con filósofos, lo hacemos de manera muy estricta, y las ciencias estric­
tamente dichas no son más que estos tres modos de adquirirlas. Luego,
la definición es la oración que expone la naturaleza de una cosa, como
“el hombre es animal racional”. Algunos la definen así: es la oración
que expone la naturaleza de una cosa o la significación de un término.
Poco importa, aunque la anterior es más breve y suficiente, pues la
128 TOMÁS DE MERCADO

significación de un término es su naturaleza. Pero la naturaleza de


una cosa puede aclararse de muchas maneras; a saber, o por su esencia,
o por algunas propiedades, como lo hacen los médicos, que por los
efectos de las hierbas buscan sus definiciones. D e cualquier modo
que se haga, se llama definición. Pero cuando definimos una cosa,
aunque usemos un término, no definimos el término, sino la cosa
significada. Como en ésta;· “la blancura es el color que disgrega la
vista”, describimos la blancura, cuya naturaleza · se explica, y no el
vocablo que la significa. Pero a veces sólo definimos la voz, como
cuando preguntamos qué significa un término, como “Dios” o “rector”,
y respondemos “la substancia primera”, o algo de este estilo;· enton­
ces no tratamos de la naturaleza de la cosa significada, sino de la
significación del término significante. Por esta causa los dialécticos
suelen decir que la definición es doble, una de la cosa y otra del
nombre, a saber, una que explica la naturaleza de la cosa importada
por la voz, y otra que declara la significación de la misma voz.
Y exponen esta división de la definición (para insinuarla en la misma
definición) con este modo disyunta de definir, a saber: es la oración
que expresa la naturaleza de la cosa o la significación del término.
Pero no hay que insistir más en esto, ya que ambas sentencias son
la misma. Pero, acerca de la definición real, hay que advertir que
pongo dos definidos, a saber, uno próximo y otro principal. Llaman
“próximo” al mismo término puesto al frente y al margen. Pues, ya
que las definiciones se dan por los términos como substitutos en
lugar de las cosas, los términos no pueden dejar de considerarse de
alguna manera como lo definido, y próximo, tanto porque es más
próximo a la definición formal, como porque es próximo a la consi­
deración lógica. E n cambio, el principal es la misma cosa cuya quidi­
dad se significa. Y “quididad”, “esencia”, “razón” y “naturaleza”,
cuando versa sobre las cosas el discurso de los dialécticos, se usan en
lugar de lo mismo. La definición suele tomarse de dos modos: de un
modo, por toda la oración que consta de lo definido y la significación,
y tomada así siempre será proposición, ya que en ella la definición se
predica de lo definido. Otras veces sólo por la definición, en cuanto
se separa de lo definido, como “animal racional” es la definición
de hombre, y “voz significativa por convención, a partir de la que
se confecciona la proposición simple”, es la del término. Y ésta es
la causa por la cual la definición no se dice verdadera o > falsa,
sino buena o mala; y no es de extrañar, porque no es proposición.
LIBRO Π: DE LA ENUNCIACIÓN 129

Y en esta acepción (que le es propia) suelen decir los dialécticos que


la bondad de cualquier definición exige dos condiciones.. La primera,
que signifique más clara y distintamente que lo definido. Pues, ya
que la definición es la explicación de lo definido, si no fuera más
clara y perspicaz, no sería; buena explicación. Por ello, hay que poner
mucho cuidado en que lo definido no entre en la definición; pues,
de otro modo, cómo podría ser más lúcida si contiene en sí las
tinieblas y la obscuridad de lo definido. Más. bien, es necesario usar
otros términos más claros, y no uno, sino muchos, porque uno solo,
cualquiera que fuese, significaría igualmente a lo definido, y lo hará
de manera incompleja y confusa. La segunda condición es que la
definición sea adecuada, teniendo exactamente ,1o. que es necesario
para explicar la naturaleza de la cosa, y no más ni menos, para que'
no sea redundante ni mutilada y disminuida. Así, pues, debe ser pro­
pia (como dicen), lúcida, compendiosa, y hacerse lo más breve posible;
como “el león es un animal capaz de rugir” expresa la. naturaleza
del león, y nada más. D e lo cual se siguen tres corolarios muy dignos
de ser considerados. E l primero es que la definición y lo definido son
convertibles, esto es, de suyo mutuamente predicables, aun con dis­
tribución, como “todo hombre es animal racional” y “todo animal
racional es hombre”, “todo modo de saber es una oración manifes­
tativa de algo desconocido” y “toda oración manifestativa de algo
desconocido es un modo de saber”, y así de todas. E l segundo es
que de cualquier cosa de la que se verifique lo definido también se
verifica la definición, y a la inversa. Más aún (y éste es el tercer
corolario), de cualquier cosa que se diga uno de ellos con un añadido,
también se dice el otro con ese mismo añadido. Porque, ya que son
idénticos y convertibles, cualquier cosa que se añada a uno se añade
simultáneamente al otro, como, “si es hombre blanco, será animal
racional blanco”. D e estos corolarios, los dos primeros no tienen ni
pueden tener ninguna excepción; y el tercero, aunque es igualmente
verdadero, no es tan claro. Pues postula muchas cosas que no se
cumplen fácilmente, a saber, que al hacer la inferencia no cambie
ninguna propiedad lógica, lo cual, sin embargo, acontece frecuente­
mente en esta especie de argumentaciones, porque ese añadido se
pone en el antecedente de manera distinta que en el consecuente.
D e aquí se siguen dos lugares argumentativos en esta materia. E l
primero es: de lo definido a la definición, y a la inversa, tanto afirma­
tiva como negativamente, es consecuencia válida. (Digo) en cuyo
130 ': TOMÁS DE MERCADO

antecedente se afirma o se niega lo definido y en el consecuente se


puede poner de manera semejante la definición. Pues pasar de la
afirmación o la negación de lo definido a la afirmación o negación
de la definición, y' a la inversa, es consecuencia ciertísima. Y , si se
viola esta regla, se convence de defecto en la definición, esto es, si
a algún definido le conviene lo que no le convenga a la definición
o a la inversa. Porque así como son términos convertibles, también
en cuanto a la verificación son completamente idénticos e iguales.
E l segundo lugar argumentativo es: de lo definido a cualquier parte
de k definición, pero no a la inversa. Como “si ‘hombre’ es nombre,
luego es voz significativa por convención”, “Brúñelo es caballo, luego
es capaz de relinchar”, “si el isósceles es un triángulo, luego es una
figura” . Pero no vale a la inversa, “esta cosa es animal, luego es hom­
bre”, esto es, de la parte al todo. Los lugares argumentativos son
ciertas bases de los argumentos, y ciertas reglas generales de las que
toma su fuerza la ilación, y su número en la dialéctica es grande.
Pero conviene mucho fijarlos en la memoria, ya que son como los
huesos y nervios de los argumentos. D e modo que si, habiendo for­
mado las consecuencias, alguien las negara, siendo ciertas y eficaces,
el oponente puede darles fuerza diciendo que es válido pasar del
definido a la definición. Pues, ya que estos lugares son como bos­
ques sagrados consagrados muchas veces, es una enorme impiedad
viokrlos o infringirlos, y ciertamente los viola quien niega un lugar
argumentativo, dudando de la firmeza o verdad de ese lugar. Mas,
por eso, conviene que sólo se estatuyan esos lugares que son muy fir­
mes y verdaderos. Pues la gran autoridad que tienen los lugares para
los dialécticos, ¿de dénde la reciben si no es de la irrefragable certeza
que ofrecen? Y es congruente que el primer lugar argumentativo se
colija aptísimamente del primer modo de saber, esto es, de la defini­
ción, el cual, así como tiene las primicias, así quizá es el origen y
principio de los demás.
Contra la división de la definición se arguye: no hay ninguna de­
finición de la cosa que no explique totalmente la significación, y,
a la inversa, la definición del nombre en alguna medida explica la
naturaleza de la cosa. Como esta definición: “animal racional”, ex­
plica bien la significación del nombre; y ésta del término “blanco” :
“el cuerpo que tiene blancura” en cierta medida da razón de la
naturaleza de lo blanco; luego mal se dividen. En cuanto a esto hay
que advertir que (como doctamente enseña Boecio) la significación
LIBRO II: DE LA ENUNCIACIÓN 131
del término y la oosa significada por él están tan unidas en cuanto
a la explicación, que.es-necesario usar el discernimiento del intelecto
para conocerlas y distinguirlas a ambas. Y entre ellas se da la siguien­
te distinción: la definición de la cosa, por virtud de las condiciones
aludidas, explica más clara y distintamente la naturaleza de la cosa;
en cambio, la nominal declara la cosa significada, dejando de lado
su naturaleza. Como “el cuerpo que tiene blancura” es la misma
cosa significada por “blanco”, sin explicar nada de su naturaleza.
Pues “cuerpo” y “blancura”, . que ponemos ahí, no explican de nin­
guna manera que sea el cuerpo y qué sea la blancura. Pero “animal
racional” no explica “hombre”, sino la quididad del hombre. Algunos
■ estiman que el término absoluto no puede definirse adecuadamente,
. sino sólo el connotativo, porque la significación del término absoluto
no se explica a menos que se exponga la razón de la cosa; lo cual
patentemente se convence de falsedad; porque si alguien, habiéndo­
sele interrogado qué significa “hombre”, respondiera “nosotros”, de­
fine suficientemente la significación. Porque si la definición del nom­
bre es la explicación de la significación del mismo, entonces, ya que
ahí se expresa correctamente la significación, debe considerarse a su
modo como definición. Y , así, ambas definiciones difieren, porque
una nos conduce al conocimiento de la quididad de la cosa y la otra
sólo al conocimiento de la cosa misma. Y ciertamente, si bien mira­
mos, tal vez ambas definiciones a veces se tocan, porque la definición
real no explica la significación del nombre, puesto que no es formal­
m ente aquello que significa. E n efecto, “animal racional” no significa
al hombre, sino al animal y al racional.
Para que nadie se equivoque en cuanto a la definición nominal,
se ha de advertir que una cosa es la interpretación del nombre, otra
la etimología y la definición. Esta última es aquello por lo que cono­
cemos la cosa significada. La etimología es cierta deducción de la
causa por la cual los impositores se vieron llevados a construir los
nombres simples y a imponerlos a tales cosas; de esta manera Cicerón,
en el I Acad. probaba también la explicación de las palabras, esto es,
por qué causa han sido nombradas así las cosas, a lo cual llaman eti­
mología, como “ingenioso” se dice como si fuera “el que tiene dentro
la capacidad de generar”, “angula” porque repta angulosa o sinuosa­
mente y nunca directamente, “prudente” como el que ve sin dudas,
“noche” como si fuera nociva, “dogma” viene de pensar, “facundo”
como el que puede hablar con facilidad, “elocuente” .como claro
132 TOMÁS DE MERCADO '

de , lengua y de discurso lúcido; las cuales no son definiciones, ni


siquiera nominales. Por ello Santo Tomás, en la Summa Theologiae,
II-II, q. 92, a. 1, ad 2, dice que una cosa es la etimología del nombre
y otra cosa el significado del nombre; a la primera se atiende según
aquello por lo cual se impone el nombre para que lo signifique, ,como
“piedra” [“lapis”] se impone por “lesión del pie” [“laesio pedis”].
Pero no significa esto, pues, de otra manera el hierro, ya que lesiona
el pie, sería piedra. Luego, por estas razones no concemos. la cosa
significada. Pues “prudente” no significa que ve desde lejos, ya que
también hay muchos linces imprudentísimos. Por- otra parte, la inter­
pretación es la translación de la significación en otros idiomas, por
lo cual se dice “intérprete” como alguien que media las partes entre
dos idiomas, por ejemplo “iudei” se interpreta como “confesores”,
“mártires” como “testigo”, “Ecclesia” como “convocación”, “anget’
como “nuncio”, “catholicus” como “universal”, “eucharistia” como
“buena gracia”, “propheta” como “vaticinador”, porque habla a la
distancia y enuncia las verdades futuras, “patriarcha” como “príncipe
de los padres”, “monacus” como “solitario” .

LECCIÓN SEGUNDA

La división es la oración que distribuye a la cosa en sus partes, como


“el término se divide en vocal y escrito”, “la oración se divide en
perfecta e imperfecta”, “el modo de saber se divide en definición,
división y argumentación” . Por lo cual, la división se toma de dos
maneras, a saber, o por toda la oración que consta de lo dividido y
los miembros dividentes, o sólo por las partes. Tomada del primer
modo, siempre es proposición, aun si no se expresa con una cópula,
porque conviene sobreentenderla. La segunda acepción de la división
exige para su bondad dos propiedades. La primera es que se asigne
no por muchas partes sino por las menos posibles. Ya que, al ser
un modo de saber, debe ser claro y breve, para que sea fácil ,de tratar
y se adhiera a la memoria más eficazmente. Pues la demasiada mul­
titud de tales partes introduce dificultad y obscuridad. Por lo cual,
cuando son muchas (como sucede frecuentemente), se suele acudir
al arte y al ingenio para que se reduzcan a pocas, a saber, a dos.
D e las cuales, una es la que aventaja a las otras partes y la otra va
en lugar de las restantes, expresada por oposición. Como las innúme­
LIBRO π: DE LA ENUNCIACIÓN 133
ras especies del animal (¿y quién las ha conocido alguna vez sufi­
cientemente, dada su multitud?) se distribuyen todas en dos partes,
a saber, racional e irracional. Y el número, partible al infinito, se
divide en par e impar. Pero si las partes de lo dividido son sólo tres
o cuatro, eruditamente pueden señalarse todas y la división puede
ser cuatrimembre. Pero, si fuera mayor, ya sería demasiado obesa' y
deformemente gruesa. Así, la condición es que sea breve, pero no se
requiere que sea de tal manera breve, que siempre sea bimembre.
Porque a veces algunos divididos tienen tan pocos miembros, que es
más expedito expresarlos cada uno y positivamente, que callarlos por
negación. Como el bien se divide mucho más claramente en honesto,
deleitable y útil, que si lo divides en deleitable y no deleitable, y
este último en honesto y útil. Y las matemáticas especulativas tam­
bién se dividen claramente en cuatro: aritmética, música, geometría
y perspectiva. Pero es tan frecuente que sean tantas las especies de
cualquier género, que casi siempre hace falta usar el ingenio y la
forma al construir las divisiones. A saber, que se asigne en dos partes
opuestas. Por lo cual, de esa frecuencia surgió como proverbio, entre
los dialécticos, que la división debe ser bimembre. Pues, aunque no
sea tan perspicua y clara con la negación inserta, incluyendo casi a
todas las partes, que si se explicaran positivamente, sería mucho más
obscura la misma agregación de todas ellas. La segunda propiedad
es que cada uno de los miembros sea inferior a lo dividido. Y a porque
son miembros, y cada uno es menor que el cuerpo, ya porque son
partes, las cuales son contenidas por el todo, y el continente es mayor
que lo- contenido, por eso conviene que éste las exceda a ellas toma­
das divisivamente. La tercera condición es que todas simultáneamente
se adecúen a él, de modo que ni él exceda a los miembros tomados
simultáneamente, ni sea superado por ellos. Porque nada hay en lo
dividido, si se trata de una división apta y suficiente, que no se ex­
plique en los dividentes, ni éstos deben tener algo que no resida en
todo el cuerpo. Así, pues, la división es como cierta definición de la
amplitud de lo dividido y por eso no debe tener ni más ni menos
que lo que abarca lo dividido según esa consideración. La cuarta
propiedad es que los miembros sean formalmente diversos, de modo
que entre sí (digo) difieran, y no coincidan. Pues lo dividido es como
un cuerpo que necesariamente consta de diversas partes. Si todo el
cuerpo fuera ojo (como teologiza el Apóstol), no habría cuerpo. Pues
la multitud y diversidad de las partes es requerida en las cosas de esta
134 TOMÁS DE MERCADO

índole. Por analogía con lo cual filosofamos que en las divisiones


las partes son distintas.-Porque, si. fueran, iguales, falsamente se separa­
rían. Y sería partir en vano lo dividido si las partes coincidieran.
Por tanto, es una condición muy requerida el que las partes difieran
formalmente entre sí. Lo cual, aun levemente considerado, no parece
ser sólo la bondad de la división, sino su misma naturaleza; no una
condición, sino su quididad; pero, bien explicada, aparece como con­
dición exacta, y enseña doctrina excelente. Por- eso hay que advertir
que a veces las partes distan con tan gran intervalo, que son varias
cosas. Como el color se divide en blanco, verde y amarillo; el animal,
en caballo, elefante, rinoceronte, etcétera. Y estas divisiones se llaman
reales, a saber, donde los miembros se distinguen realmente. Pero no
siempre son así, ya que muchas veces sólo se distinguen por la razón.
Como el bien se divide en deleitable y honesto. Pues no distan , de
tal manera que ningún bien deleitable sea honesto, al modo como
ningún elefante es águila, máximo que la mayor honestidad siempre
está unida a la delectación. Y , a la inversa, muchas cosas honestas
deleitan vehementemente el ánimo estudioso, de modo que es un
signo de tener la virtud ínsita e l . que alguien realice su obra con
gozo y alegría. Y , sin embargo, lo deleitable y lo honesto son dos
razones distintas. Pues en la medida en que uno es de suyo óptimo
y deseable, tiene razón de honesto, así como el que alegra a la volun­
tad o al apetito con su presencia, es deleitable. Semejante distinción
se llama de razón. Luego decimos que el que las partes se distingan
es la naturaleza de la división, pero de qué modo deban distinguirse
(ya que pueden hacerlo de muchas y variadas maneras) pertenece
a la bondad de la misma. Y decimos que siempre conviene que se
distingan formalmente, a saber, que tengan razones diversas. Y cuando
esto no se observa, las partes coinciden. Y casi todos los argumentos
que militan contra las divisiones en las disciplinas filosóficas tienden
a probar que los miembros no son diversos. Porque ninguna cosa
compete tanto a la división.
La división encuentra su primera partición en tres: equívoca, análoga
y unívoca. Y si se recuerda lo que en el cap. 3 hicimos notar amplia­
mente, se entenderá. A saber, si un dividido es equívoco y tomado
equívocamente según toda significación, la división es equívoca; si
es unívoco y tomado también así, es unívoca; y si es análogo, ella es
■ análoga. Pero acerca de la primera división, adviértase que, ya que
por lo equívoco no se comporta ninguna razón común; y solamente el
LIBRO π: DE LA ENUNCIACIÓN 135

nombre se verifica de las partes, esta división se llamará mejor división


nominal; pues ¿qué se separa en ella sino diversas significaciones?
Por eso entre los filósofos las más de las veces se llama división nomi­
nal más bien que división equívoca. E n cambio, la análoga, cuando
se importa una razón idéntica' según alguna relación, aptamente se
llama división real, y del análogo en sus analogados, como la división
del término en categoremático y sincategoremático, y la división del
ente en substancia y accidente. Pero cuando no refiere una razón
común, como la división de la risa aplicada al gozo y a lo verde [del
prado], entonces la división es también nominal. La división unívoca es
la más perfecta y es en la que, se deben observar exactamente todas las
condiciones. Pues tales son las divisiones científicas y disciplínales;
pero las equívocas, como los términos mismos, se excluyen, y por
eso en ellas dicha observancia no se debe supersticiosamente buscar.
Pues en ésta: el can se divide en el que es capaz de ladrar y en otro
que es pez, cada miembro es inferior a lo dividido. Y en los análogos,
mientras más se alejen de la univocidad, tanto más fallan en el cum­
plimiento de esas condiciones. Pues hay muchos que se acercan bas­
tante a la equivocidad. D e muchos otros modos suele la división
partirse en otras, que deliberadamente dejamos de lado, hasta llegar
a los Predicables,
En esta materia se siguen tres lugares argumentativos. E l primero:
D e lo dividido a toda la división y, ¡a la inversa, de la división a lo
dividido, afirmativa y negativamente. Ya que, al ser términos conver-,
tibies (como resulta patente por la condición), hay consecuencia
mutua entre ellos. Por ejemplo, “si es término, entonces es vocal o
escrito”, “no es animal, luego no es racional ni irracional”, “esto es
honesto o deleitable, luego es un bien”, “esto no es movimiento,
luego no es acción ni pasión”. E l segundo: D el miembro dividente
a lo mismo dividido, afirmativamente. Si en el antecedente se afirma
el dividente, en el consecuente se puede afirmar lo dividido. Como
son válidas: “es hombre, luego es animal”, “es par, luego es número”,
“es útil, luego es un bien”. Pero negativamente no se sigue. Porque,
negado un miembro, puede convenir lo dividido, ya que puede con­
venir el otro miembro. E l tercer lugar es: D e lo dividido, negativa­
mente, a cualquier miembro, es buena consecuencia, porque, negado
el superior, no pueden no negarse de él los inferiores.
Contra la definición de la división se arguye. En ésta: “el animal
se divide en hombre, león, etcétera”, los dividen tes no,son partes de
136 TOMÁS DE MERCADO

animal, sino animales íntegros; luego no se divide la cosa en sus partes.


Se responde que no se deben entender las partes como la mitad de
un leño partido, sino con cierta semejanza. Ya que el animal contiene
cabe sí al hombre y a los demás animales, los filósofos llaman a las
especies contenidas “partes subjetivas” de lo dividido. Contra la pri­
mera condición se arguye: Cuando por negación se explican las partes
positivas restantes, no se conoce ni la quididad de la cosa ni su plura­
lidad; luego no es un modo de saber; pues, con ello la condición des­
truye la naturaleza de la división. Se prueba el antecedente, porque
por negación nada se sabe. E n efecto, ¿qué sabemos que es el elefante
cuando sabemos que no es hombre? Luego es mejor que se enumeren
todas las partes, y no procurar tanto la brevedad, que nada se procure
con tal brevedad. Respondo que por la sola negación poco o nada
se conoce de la cosa, pero, por la afirmación y la negación simultánea­
mente, se conoce mucho, según todos los modos. Pues el que entiende
que el hombre es animal racional, y no capaz de rugir, ni de relinchar,
ni árbol, ni cuerpo simple, adquiere una noticia más perfecta de la
cosa. Pero nosotros nunca hemos enseñado que se deban explicar
negativamente todas las partes, sino que se explica positivamente una
de ellas que sea la más noble, y las demás (cuando fueren muchas)
se encerrarán en alguna negación. Pero obsta para que no se enumeren
todas el que muchas veces se ignoran. Pues las diferencias de las cosas
(como dice Aristóteles) nos son desconocidas. ¿Quién ha conocido
alguna vez cuántas especies de animales nadan en el agua, cuántas
surcan el aire con sus alas, y cuántas se alimentan en el campo? Pero
nada impide que todas las especies contenidas en esa diferencia nega­
tiva se conozcan aunque no sea exactamente. Porque la división n o
es tanto un modo de saber propio de las partes y de las especies, cuanto
de lo dividido. Y , ya que esto consta, se ve mucho más daro en esta
forma de dividir. E n segundo lugar, aunque se congreguen, la división
será tiertam ente un modo sin modo [ = medida]. Por d io negamos
que no se conozca más fácilmente de esta forma lo dividido que si se
computaran los dividentes.
Se arguye contra la segunda condición. E n ésta: “el cuerpo se divide
en sensible e insensible”, el último miembro no es inferior sino muy
superior a lo dividido, pues las substancias inmateriales son cosas insen­
sibles que son incorpóreas. Se responde que en los miembros siempre se
encierra táritam ente lo dividido. Y el sentido es: uno es el cuerpo
sensible, y otro el cuerpo insensible; y esto se requiere sobre todo en
LIBRO Π: DE LA ENUNCIACIÓN 137

los miembros explicados negativamente. Y por todos ellos se abre a los


dialécticos un dilatado campo, para investigar de qué modo sean
las divisiones precedentes, si unívocas o equívocas, y además si son per­
fectas. Y , en primer lugar, en esta división del modo de saber parece
faltar el que un miembro, a saber, la definición, se convierta con lo
dividido. Pues, por ejemplo, “la oración manifestativa de algo desco­
nocido” se convierte con “ modo de saber”, porque son lo definido
y la definición. Y , en segundo lugar, en la división del término en
unívoco y equívoco, un miembro dividente incluye todo el dividido,
dado que es división unívoca. Pero recuerdo haber tratado estas cosas
y otras semejantes en el Opúsculo de argumentos. Sólo nótese que se
puede constituir casi la misma división de la definición, al menos en
cuanto a los dos miembros. Ciertamente de modo que una definición
sea unívoca, a saber, cuando lo definido es unívoco a los definidos
secundarios; y que la otra sea análoga, la cual acontece raramente, a
saber, cuando se define algún análogo, como “el ente es lo que tiene
ser”, “el uno es lo que es indiviso”. Pero no puede ser equívoca, porque
lo equívoco en cuanto tal no se define, sino que se divide. Pues lo equí­
voco representa sus significados con muchas razones; pero la razón
es la definición, luego su definición no es única sino múltiple.
La argumentación es la oración en la cual de una cosa se infiere
otra. Como “el hombre es racional, luego es capaz de aprender” . Y
recibe muchos nombres. Pues se llama “discurso”, “argumento”, “me­
dio”, “consecuencia” y “razón”. Los cuales, aunque ya se toman pro­
miscuamente en lugar de lo mismo, sin embargo, cada uno tiene en la
argumentación su razón particular. Se llama “discurso” en cuanto es;
la obra del intelecto por la que se pasa de una parte a otra. E l medio»
es sólo el antecedente que se asume para inferir algo, ya pruebe correc­
tamente o no. E l argumento es el mismo antecedente, pero sólo cuando,
prueba en verdad. Por lo cual, definiendo Pedro Hispano el argumen­
to, dice que hace creíble la cosa dudosa. D e la cual de ninguna ma­
nera se puede tener opinión si no se prueba de algún modo. La conse­
cuencia es la misma ilación o secuela del consecuente a partir del
antecedente. Por lo cual es algo intermedio entre el antecedente y el
consecuente, separado de uno y otro para unirlos de inmediato en los
lugares y reglas argumentativos. Pues se expresan de esta forma: “si la
consecuencia es buena, y el antecedente es verdadero, el consecuente
debe ser verdadero”. La argumentación es como cierta totalidad que
encierra en sí todos los aspectos particulares. Pero ya no está en usa
138 TOMÁS DE MERCADO

esta distinción de nombres tan curiosa o supersticiosa, y se toman


todos en lugar de lo mismo. Así, pues, la argumentación es la oración
en la que de una parte se infiere la otra. Pero Boecio y Pedro Hispano
(como lo citamos) la definen de esta manera: es la oración que hace
creíble la cosa dudosa, la cual definición (como conviene a tan graves
doctores) es magisterial. Pues, tomada literalmente, ni conviene a todos
los argumentos correctos (pues hay muchos que superan el hacer creí­
ble algo, a saber, los que generan ciencia y conocimiento evidente)
ni tampoco a los incorrectos, pues hay muchos que no aportan creen­
cia, sino que sólo ostentan su apariencia. Por lo cual, considérese que
la consecuencia es doble, a saber, correcta e incorrecta. La primera
es aquella en la que verdadera y correctamente del antecedente se
infiere el consecuente. A saber, donde, concedido el antecedente, no
puede negarse la secuela. La incorrecta es aquella en la que una cosa
se deduce de otra de manera inepta y fraudulenta. Como “Pedro es de
cabeza grande, luego es ingenioso”. Por lo cual consta que la defini­
ción de Pedro Hispano sólo conviene a los argumentos válidos que al
menos aportan credibilidad. Pero no por eso no es buena. Porque
entre los artistas se da el problema de si el paralogismo y el elenco,
esto es, el argumento vicioso, sea argumento y consecuencia. Y en
esta duda algunos se inclinan hacia la parte afirmativa, tanto por la
presente distinción de la consecuencia en buena y mala, tanto por­
que, aun cuando se niega, se llama consecuencia. Otros se inclinan
a favor de la parte negativa, porque negar una consecuencia es negar
que se sigue, y, si no se sigue, no es consecuencia. Pero ciertamente
la cuestión es de poco o ningún interés, con tal que, cualquiera que
sea la verdadera decisión de este asunto, no abandonemos el modo
■ común de hablar y llamemos a unas y a otras “consecuencias”, igual
que los demás. Y quizá Pedro Hispano sostenía la parte afirmativa,
y por eso únicamente designó la definición a las argumentaciones
correctas. Y en verdad la argumentación no es simplemente tal si no
es buena, ni esta división es completamente unívoca, sino análoga:
porque la consecuencia incorrecta no tiene tanto la naturaleza cuanto
la apariencia de consecuencia. Pero, ya que en cierta manera es con­
secuencia, en su grado la encierra nuestra definición. La argumentación
es patente de manera más amplia que el signo, explicado por nosotros
en el libro I, y esas dicciones no son las únicas notas de la ilación,
sino otras muchas, a saber, “porque”, “si” . E n efecto, estas oraciones
patentemente son consecuencias: “si él hombre vuela, tiene alas”, “si
LIBRO II: DE LA ENUNCIACIÓN 139

el cielo se mueve, hay una causa primera motriz”, “porque el hombre


es racional, el hombre es risible”, “ya que Dios es bueno, .se encamó” .
Pero no debíamos proponer a los alumnos discursos tan universales,
por eso coartamos el signo a esas notas que son más frecuentes al
comenzar la dialéctica. Pero ahora se ha de advertir que, ya que por
la ilación la oración es argumento, es triple el género de los argumen­
tos, como es triple la diversidad de la ilación. Uno es argumento ra­
cional, otro es causal, otro es condicional. E l racional se da donde
el consecuente se infiere bajo la forma de un raciocinio, lo cual se hace
con estas dicciones: “por lo tanto”, “luego”. E l causal se da donde
formalmente se da la causa del consecuente por la ilación causal, con:
“Porque”, “ya que”, “por eso” y semejantes. E l condicional se da
dande el consecuente se sigue de la condición del antecedente. Todos
los cuales aparecen en los ejemplos aducidos, de los cuales trataremos
más laboriosamente, Dios mediante, en el lib. III. Al presente consi­
deramos suficiente apretarlos con el mayor yugo.
Así como la definición y la división producen sus peculiares lugares
argumentativos, así también la argumentación (aunque ella misma es
su propio lugar) tiene reglas ciertas, no para confirmar las ilaciones
(ya que la argumentación es la ilación), sino para manifestar la ver­
dad o la falsedad de las proposiciones que se asumen en el argumento.
De las cuales al presente sólo referiremos dos (pues son muchísimas,
como lo veremos en el lib. III, donde las expondremos todas), que
mientras tanto puedan usar los jóvenes en sus redarguciones, ya que
son útiles y fáciles. La primera es: Si la consecuencia es buena, y el
antecedente es verdadero, el consecuente es verdadero. Pues de lo ver­
dadero (como cualquiera puede experimentarlo con un mínimo es­
fuerzo de su ingenio) no se sigue sino lo verdadero. Y a que cualquier
cosa verdadera, por mutable que sea, mientras es verdadera, no puede
engendrar lo falso, lo cual es ajeno a la primera e infinita verdad, a
saber, la verdad primera, que es Dios, la cual no puede ser mentirosa,
ni decir mentira, ni urdir fraudes, ni engañar, ni engañarse. Por lo cual
Agustín dice que aun cuando nuestro Dios es omnipotente, cierta­
mente no puede hacer eso, pues para E l es sumamente detestable la
falsedad. D e aquí toman los dialécticos un principio inconmovible,
y, una vez recogido, lo celebran, a saber, que sería imposible en una
buena consecuencia que el antecedente fuera verdadero y el conse­
cuente falso. Lo cual dimana de la regla en la que se enseña que lo
verdadero sólo produce lo verdadero. Luego lo producido (esto es,
140 TOMÁS DE MERCADO

ilado) por un antecedente verdadero no puede ser falso. Y el empleo


de esta regla es entre los dialécticos múltiple y útil. En primer lugar,
ayuda mucho a probar la verdad de una proposición, infiriéndola de
alguna verdadera en una buena consecuencia. E n segundo lugar, para
convencer de la maldad de una ilación. Pues, si se da un antecedente
verdadero y un consecuente falso, esto es un signo evidentísimo e infa­
lible de su nulidad. En lo cual muy frecuentemente se centra con gran
adecuación el máximo esfuerzo de los sumulistas, a saber, en poner
al descubierto, anular y rebatir las consecuencias falaces y aparentes.
Pues los dialécticos usan estas mismas palabras prudentemente cuando
demuestran la verdad del antecedente y la falsedad del consecuente.
Pues de ninguna manera puede hacerse que de la verdad se deduzca
lá falsedad. No sea que un fruto tan podrido tenga raíz tan sana. Pero,
aun cuando lo verdadero sólo infiera lo verdadero, sin embargo, puede
inferirse de lo falso. Y se sigue de ambos, a saber, de lo falso y de
lo verdadero. Por lo cual, si la consecuencia es buena, y el consecuente
es verdadero, nada se colige de ahí con respecto a la cualidad del
antecedente, ya que puede ser uno y otro. Como esta proposición:
“Pedro es animal” se infiere de ésta; “Pedro es hombre” y de ésta: “Pe­
dro es caballo” . Y de dónde provenga tan prodigiosa diversidad, a
saber, que lo verdadero sólo produzca lo verdadero, y lo falso pueda
producir lo verdadero y lo falso, no lo busquen aquí ansiosamente los
dialécticos. Se dirá parcialmente en metafísica, y más plenamente en
teología; porque, así como los bienes son aquellos en los que no hay
ningún mal y, sin embargo, ningún mal está tan afectado que no se
encuentren en él muchos bienes o por lo menos alguno; así las verda­
des son aquellas en las que no se esconde ninguna falsedad, pero
también es rara la falsedad en la que no se contenga alguna verdad
que pueda extraerse de ahí por ilación. La segunda regla es: Lo falso
no se sigue sino de lo falso. Si la consecuencia es buena, y el conse­
cuente es falso, el antecedente debe ser falso. Y la razón original de la
regla es que, ya que lo falso no puede surgir de lo verdadero, no queda
sino que se infiera de lo falso. E l uso de esta regla tiene tantos modos
como la anterior y es semejante a ella. A saber, para manifestar la
falsedad de una' proposición, porque nada más manifiestamente falso
se sigue de ella; y para ostentar el defecto de una consecuencia, a
saber, si el consecuente es falso y el antecedente verdadero. E l modo
de proponer y responder a los argumentos, ingenioso y breve entre los
dialécticos, lo hemos esbozado en el Prólogo. Sólo queda aquí que
LIBRO Π: DE LA ENUNCIACIÓN 141

recomendemos su observancia a nuestros dialécticos, ya que es muy


requerido y útil para todo en filosofía. Y si lo sostienen y ejercen cons­
tantemente y con todas las fuerzas, sé suficientemente que ellos ad­
quirirán tanto la fuerza de ingenio (una prenda por demás am able),
como la destreza para argüir y la facilidad para responder (y no hay
en las escuelas gracia más hermosa y deleitable). A saber, si diluimos
todos los argumentos capciosos con nuestras tres palabras ya célebres
por todo el mundo: “concedo”, “niego” y “distingo” (aunque sean
ridiculizadas por algunos bufones). Ellas bastan, sólo añade el ingenio
y el trabajo quien aprende a pronunciarlas inteligentemente y a ejer­
cerlas en todo uso. Y no deben ser escuchados (sino como silbidos
de basiliscos) quienes, aunque estimen muy necesario este modo de
discurso breve, desean la facundia ática en las escuelas. Pues, aunque
no es tan suficiente y universal que no haya algunas objeciones o
interrogaciones muy capciosas, sin embargo, las satisfaremos con estas
simples respuestas. La censura y, sobre todo, la agudeza de ingenio,
más bien que la mucha erudición, que con elegante estilo (como las
más de las veces) insertó Aulo Gelio en sus N oches, hacen que nos
complazca citar sus palabras, para que vean los escolásticos con qué
débil argumento se oponen los que maliciosamente insultan la sabi­
duría de los filósofos.
Es una ley (dice) de la disciplina: si se investiga alguna cosa, o se
disputa sobre ella, y se te pide que respondas, entonces no digas sino
lo que se te pide, o que afirmes o que niegues (el autor calla “o
distingas” ) ; y los que no observen esta ley, y respondan más de lo
que se les pregunta o de otra manera que como se les pregunta, son
considerados incultos e ignorantes, y que no tienen la costumbre ni la
razón del discutir. Y ciertamente esto que dicen en la mayoría de las
discusiones sin duda conviene que se haga. Pues se haría indefinido e
inexplicable el discurso, a menos que sea determinado por interroga­
ciones y respuestas simples. M as parece haber algunas en las que se
cae en una trampa aun cuando respondas brevemente y a aquello
que se te pregunta. Pues si alguien interroga con estas palabras: “te
pido que respondas, ¿dejarías o no de ser adúltero?” y le respondes
siguiendo la ley dialéctica, ya afirmes, ya niegues, caerás en la tram­
pa. Pero caerá el que ignore el uso de nuestra ley para responder.
Pues alguien esforzado en ese género de lucha, ciertamente se escapará
burlando la trampa, no sólo ileso, sino también como vencedor glorioso,
si, respondiendo con la ley dialéctica, puede llevar la parte negativa
142 TOMÁS DE MERCADO

de manera segura y resuelta, a saber, que no dejó de ser adúltero.


Y de ahí no se colige que ahora es adúltero, pues no somos todas las
cosas que hasta ahora no hemos dejado de ser, si nunca comenzamos
a ser tales. Pero, avanzando más, dice qué hacen los propugnadores
de esta ley en esa trampa en la que es necesario que caigan si no
responden más que lo que se les pregunta. Pues, si pregunto a alguno
de ellos: “lo que no has perdido, ¿lo tienes o no lo tienes?, te pido
que afirmes o niegues”, tan pronto como responda brevemente, caerá.
Pues, si niega que no tiene lo que no ha perdido, se colegirá que no
tiene los ojos, que no ha perdido; y, si afirma que lo tiene, se colegirá
que tiene los cuernos, que no ha perdido. Por lo cual, engañados por
una sola especie de elenco, sólo reprenden la ley santísima los que
ignoran la suficiencia y virtud de dicha ley. Cuánto más verdadera­
mente son atrapados y envueltos por las terribles tinieblas de la igno­
rancia. Pues qué más fácil para el perito en nuestra ley que satisfacer
plenísimamente esa interrogación con las mismas palabras de la ley.
Luego, a la proposición con que se objeta: “todo lo que no has per­
dido, lo tienes”, se responde negando. Y recta y verdaderamente niego
que yo tenga lo que no he perdido. Pues ésta es falsa: “todo lo que no
he perdido, lo tengo”, y ésta es verdadera: “no tengo todo lo que
no he perdido” . Pero de ahí nadie inferirá que no tengo ojos, a menos
que no tenga él vivos los ojos de la mente. H e puesto estos ejemplos
para que se convenzan los jóvenes de que, si dan paso al intelecto
y al ejercicio, no habrá pregunta tan revuelta ni proposición tan com­
plicada, que no se pueda fácilmente desatar con la distinción, la afir­
mación o la negación. Pero, ya que aconsejamos brevedad a los re­
plicantes, así también amonestamos a los propugnadores que procuren
proponer muy sucintamente los argumentos, y formen las pruebas de
modo que se juzgue que se mantienen dentro de la misma ley y el
mismo derecho, que es la equidad.
Sin embargo, conviene que, antes de seguir adelante, los dialécticos
hayan visto que la consecuencia es doble, a saber, material y formal.
La materia de cualquier argumento es la cosa significada por las pro­
posiciones, de las cuales consta el argumento; y la forma es la disposi­
ción de las mismas proposiciones, es decir, la ilación de una a partir
de otra o de otras. E l sentido de esta distinción es que algunas conse­
cuencias son legítimas sólo por virtud de su materia, esto es, a causa
de la naturaleza de lá cosa significada: porque es tal. Por ejemplo,
en ésta: “Pedro es animal, luego todo hombre es animal”, si se consi­
LIBRO π: DE LA ENUNCIACIÓN 143

dera la ilación, ciertamente es nula; pero, si se atiende a la cosa signifi­


cada, es así que Pedro es animal y que todo hombre es animal. Pero si
quieres discernir si vale sólo por virtud de la materia, cámbiala y no
valdrá. Como no vale: “Pedro corre, luego todo-hombre corre” . Es
formal aquella en la que la disposición de las proposiciones y los tér­
minos es tan correcta y regular, que vale dondequiera, como “todo
hombre corre; Pedro es hombre; luego Pedro corre”, “si es animal, es
viviente; pero es viviente; luego es cuerpo”. La diferencia entre ellas
es que la consecuencia material sólo vale por la materia, pero tales
consecuencias no se sostienen, porque, al cambiar la materia, las des­
truye. E n cambio, la formal se sostiene en ella misma y en las seme­
jantes. Y, para que una consecuencia sea semejante a otra, se requiere
primeramente que pertenezca al mismo lugar argumentativo, por ejem­
plo esta: “Pedro es hombre, luego es animal racional”, tiene como
semejante a ésta: “la blancura es un color, luego es una cualidad
sensible”, y “Rafael es espíritu, luego es una substancia intelectual”;
y, así, cuantas partes tenga, tantas proposiciones semejantes en canti­
dad y cualidad, con tal que se entienda que en el mismo argumento
muchas veces se tiene cantidad particular e indefinida. Pero esto se
examinará más atentamente en la quinta parte del libro tercero.

C A P IT U L O V

D E L A PROPOSICIÓN

TEXTO

La proposición es la oración que significa indicando lo verdadero ó


lo falso.

LECCIÓN ÚNICA

Habiendo discutido hasta ahora sobre las partes de la proposición (pues


el nombre y el verbo son como las partes físicas, al modo como el
alma y el cuerpo en elhom bre, y “oración” viene a ser como “animal”
en la definición de éste), con fácil esfuerzo se conoce la naturaleza de
la proposición, ya que por la noticia de las partes la naturaleza
del todo se ve sin dificultad. Por lo cual, Aristóteles no lo mostró
144 TOMÁS DE MERCADO

con otras exposiciones redundantes, pues ya había disertado sobre lás


partes hablando con sentencia muy simple. Así, pues, no toda oración
es proposición, sino aquella en la que hay verdad o falsedad. Siguiendo
su ejemplo, Pedro Hispano la definió con estas palabras: “La proposi­
ción es la oración que significa indicando lo verdadero o lo falso” .
D e esto, sólo hace falta que expongamos qué es significar lo verdadero
o lo falso. Aunque no estoy suficientemente seguró de si esta exposi­
ción sea aquí redundante, pues la veo preterida por Aristóteles, sin
embargo (a mi ju icio), él puso· de manifiesto con ejemplo la definición
y qué sea significar lo verdadero o lo falso, pero no añadió la explica­
ción de la definición. Dice que no toda oración es enunciativa, sino
sólo aquella en la que hay verdad o falsedad, lo cual no compete a
todas las oraciones. Pues aquella en la que alguien desea algo, como
“ojalá lea”, ciertamente es oración, pero no es ni verdadera ni falsa.
Se puede ejemplificar lo mismo en las oraciones de imperativo, de
subjuntivo y de infinitivo. Sólo con estas palabras me parece que ya
queda expuesta muy claramente esta definición. Sólo falta hacer que
sea útil y cómo ese grupo de dicciones que juntan los doctores para
exponer la proposición verdadera o falsá. Pero démoslo al tiempo, y
comencemos a mitad del camino, para que, con las pocas cosas que
usa Aristóteles para exponer esto de otra manera, se defina lo que es
significar verdadera o falsamente. Significar verdaderamente es signifi­
car que la cosa es tal com o es, y significar falsamente es significar que
la cosa es de otra manera de como es. Y con estas palabras, siempre
y cuando se entiendan, ya no es necesario añadir otra cosa. Definidas
con ellas suficiente y compendiosamente, la verdad y la falsedad se
aclaran con los ejemplos aducidos, como se verá. Esta oración: “el
hombre es risible”, significa verdaderamente al significar que el hom­
bre es -risible, como sucede por parte de la cosa. Y ésta: “es de
día”, sólo representa lo verdadero porque efectivamente es de día
como ella lo asevera. Y ésta: “el hombre no es piedra”, es también
verdadera, porque, así como expresa que no es piedra, encontramos en
realidad que no lo es. Y ésta: “Juan no es etíope”, es muy verdadera
si éste es blanco, ya que es tal como por ella se expresa. Y éstas:
“Abrahán engendró a Isaac” y “Rómulo fundó la ciudad”, son igual­
mente verdaderas y significan tal como es, a saber, que Abrahán lo
engendró, como en verdad lo hizo. Y , ya que explicamos esta parte
en proposiciones verdaderas, contingentes, necesarias, tanto de tiempo
intrínseco como de tiempo extrínseco, así también debe explicarse la
LIBRO Π : DE LA ENUNCIACIÓN 145

otra parte, a saber, el significar falsamente. Y esas palabras, pocas en


número pero muchas en sentido, expresan suficientemente qué es signi­
ficar verdadera o falsamente, y están de sobra otras mil dicciones con
las que los lógicos recientes sobrecargan la definición. Pues dicen que
significar verdaderamente es significar que es así como es, o que no
es así como no es, o que fue como fue, o que será como será, o que es
posible, necesario o contingente como es posible, necesario o contin­
gente. Y a cada una de estas partes positivas hacen acompañar las
negativas, que aun leerlas da tedio, con lo cual distan mucho de obser­
var la forma y brevedad de la definición, cosa sumamente requerida.
Por lo tanto, ya que están desbordando los cauces, sean coartados al
litoral de la filosofía, y vuelvan al antiguo saco de Aristóteles. Máxime
que ésta: “el caballo necesariamente es animal”, tiene dos cosas: el
ser verdadera y el ser necesaria, y se constituye en razón de verdadera
porque significa que la cosa es como es, pero sobre su necesidad hay
que juzgar aparte. Por lo cual, con aquellas palabras relucen la verdad
y la falsedad en la medida de lo conveniente. Así, Aristóteles, exponien­
do qué es la proposición verdadera y qué es la falsa, no usó otros
rodeos, sino un discurso simple, y dice: según lo que la cosa es o no
es, la proposición se dice verdadera o falsa. Y yo añado: si la cosa
se da tal como se significa, ya digas que ella es algo, ya que no es
algo, con tal que así sea, la proposición que la significa es verdadera.
Pero si la cosa se da de otra manera que como se la significa, la propo­
sición es falsa, por más que sea de pretérito o de futuro. E n efecto,
ambas convienen en el común modo de hablar, y aplicamos estas pala­
bras: “así es” o “no es así” . Pues si alguien dijera que Abrahán engen­
dró a Noé, respondemos “no es así”, pero no decimos “no fue así” .
Véase, por tanto, cuán breve y claramente son definidas cosas de otro
modo tan ocultas, a saber, la verdad y la falsedad. H e dicho “clara­
mente”, y no sólo “brevemente”, porque mucho más clara y cierta­
mente se definen estas cualidades en orden a la cosa importada, que
en orden al juicio del intelecto; e igualmente explican (como lo hacen
algunos) tanto lo que es arduo y de difícil entendimiento, a saber,
qué sea el mismo juicio del intelecto y cuándo se da, como también
lo que se considera la verdad del mismo juicio intelectual en orden
o la cosa significada por la proposición. E n efecto, ¿por qué el juicio
“Pedro es blanco” es verdadero en el alma, sino porque se cumple en
la realidad que Pedro es blanco? Luego nos desviaremos del camino
146 TOMÁS DE MERCADO

curvo y circular, y avanzaremos con pie derecho, si exponemos la verdad


y la falsedad por las cosas significadas.
Pero, ¿qué pretende la dicción “indicando”?, pues sin ella la defi­
nición sería completa. É n efecto, “la oración que significa lo verdadero
o lo falso” expresaría suficientemente la quididad de la proposición.
Así, Aristóteles no añadió ninguna otra dicción. Y aun parece estorbar,
porque, si se exige “indicando” para que la pración sea de indicati­
vo, ¿qué diremos de las hipotéticas con subjuntivo, como “si Pedro
discutiera, sería docto”, y otras semejantes? Pues absolutamente son
proposiciones. Respondemos que el sentido de esa añadidura es “que
significa aseverando”. Y en verdad la partícula no es muy necesaria
a la definición, ya que va incluida en lo anterior: “que significa ver­
dadera o falsamente” . Pues toda oración que representa verdadera
o falsamente indica y asevera. En efecto, significar lo verdadero o lo
falso consiste en la aserción. Y toda proposición, ya afirme, ya niegue,
asevera. Más aún, por eso las oraciones de imperativo, de optativo, y
de los demás modos no significan verdadera o falsamente, ni son pro­
posiciones, porque en ninguna de ellas se asevera algo, sino que expresan
el afecto del apetito. Y , sin embargo, no se añade suprefluamente
esa partícula, pues tiene el objeto de dar mayor claridad a los novicios,
para quienes ya era más evidente y conocido qué sea indicar, que sig­
nificar lo verdadero o lo falso. Así, esta dicción es como la explicación
de la anterior. Por lo cual, al segundo argumento respondemos que
“indicando” no restringe la oración sólo a la de indicativo o a la que in­
dica y asevera, pues en ella sé contienen las hipotéticas. Ciertamente
la categórica es una oración simple siempre de indicativo (pues la
oración simple sólo puede expresar de ese modo lo verdadero o lo
falso), y, en cambio, la hipotética es la que (para usar las palabras de
Aristóteles) es una por conjunción, esto es, aquella en la que se unen
varias categóricas; por ejemplo, “Pedro enseña y Juan aprende”; aun
formada con partes en subjuntivo, óptimamente significa y asevera,
como “si Platón viviera, de otro modo se gobernaría Atenas”. Y ambas
se definen aquí, en cuanto que ambas significan aseverando lo verda­
dero o lo falso.
Contra la definición se arguye: “verdadero” y “falso” significan lo
verdadero y lo falso, y, sin embargo, no son proposiciones, sino nombres;
luego significar lo verdadero no es algo propio de la proposición, sino
común también a otras cosas. Algunos responden a esto que la proposi­
ción no significa lo verdadero, sino verdaderamente, ni lo falso, sino
LIBRO Π: DE LA ENUNCIACIÓN 147

falsamente. Y pueden decirlo con verdad, pero seles presenta el mismo


argumento con relación a estos adverbios. Por lo cual, ya que es igual
la solución de ambos argumentos, es más prudente dejar, siguiendo
a Santo Tomás, la definición como está. Así, pues, significar lo verda­
dero o lo falso acontece de dos maneras. D e un modo, que lo mismo
verdadero o falso sea sólo significado por las voces, como sucede en
las dicciones “verdadero”, “verdaderamente”, “verdad”, “falso”, “fal­
sedad” . De otro modo, que lo verdadero se contenga y se ejerza en
la significación. Entonces, “verdadero” significa la verdad, al modo
como “blanco” significa la blancura, y se verifica de cualquier cosa
que tenga verdad; pero la verdad sólo se da en la proposición. Por lo
cual, aptamente decimos “esta proposición es verdadera y aquélla es
falsa”. Pero en la significación de estos términos no hay ninguna ver­
dad ni se da ninguna falsedad. Así, no decimos ni podemos decir que
“verdadero” sea verdadero o que “falso” sea falso. Luego la proposi­
ción tiene en sí la verdad y la ejerce, y así se llama verdadera a la que
significa verdaderamente y es verdadera.
Suele en este punto dividirse la proposición en verdadera y falsa
(lo cual se extrae de la definición), y además en necesaria, contingente
e imposible; de las cuales, las dos primeras han sido definidas, y las
demás se coligen de la siguiente forma. A saber, la que significa que
algo es necesario, es necesaria. Com o “el hombre es risibe”, pues que el
hombre sea risible no sólo es verdadero, sino necesario. Lo mismo se
ha de considerar sobre las negativas; como “el hombre no es piedra”.
Es contingente la que significa lo que puede ser y puede no ser; y
puede encontrarse (digo) que sea falsa y verdadera de manera sucesiva,
como “Juan habla” y “hoy llueve” . Por lo cual, la proposición falsa
en acto las más de las veces es contingente. Es imposible la que sig­
nifica lo que no* puede ser, como “la blancura es negrura”, “el león es
cabra”, “la piedra es hierba” . No considero que se requiera añadir
un sexto miembro, que veo que muchos han añadido, a saber, el de
los posibles. Porque (comoveremos en el lib. I I I ) ese modo no cons­
tituye una proposición distinta de la contingente y de la necesaria.
Por eso, no es lícito sin necesidad multiplicar las partes o especies.
Además de éstas, hay otras proposiciones que llaman falsificantes
o reflexivas, y no es de extrañar, pues se destruyen a sí mismas de tal
manera que, a partir de lo que es y de lo que significan, se inferirán
como falsas, y a la inversa. Por ejemplo “esta proposición es falsa”,
señalando la misma oración como nombre suyo, y “esta proposición
148 TOMÁS DE MERCADO

no es verdadera”. Pues, en realidad, si es verdadera, no es verdadera.


Porque su verdad consiste precisamente en ser falsa, en cuanto que
asevera eso mismo. Pero éstas son muy pocas, y que además no confieren
ninguna enseñanza, a .las cuales, por eso, remití para ser tratadas en
el opúsculo de los insolubles, para los que tengan ocio y quieran jugar.
Solamente nótese, entre tanto, que todas las reglas de las súmulas
(aunque no se exprese cada una) deben entenderse como excluyendo
o exceptuando a las insolubles o reflejas. Con esta constancia se di­
luirán inumerables objeciones que por causa de las reflexivas (su­
ficientemente lo creo) se opondrán a nuestras definiciones.
Se arguye contra la definición. Estas oraciones: “quisiera ser feliz”,
“ojalá sea docto”, por ser simples y aunque no sean de indicativo, sig­
nifican verdadera o falsamente; lu eg o. . . Se prueba el antecedente:
Son aptas para establecerse al menos antes de un juramento, y a ambas
aserciones podemos disentir; pues bien, ambas cosas son signo e indicio
evidente de que ahí se contiene verdad. Porque sólo se afirma juran­
do la aserción de algo que se ha hecho o que se hará, y sólo negamos
lo verdadero o lo falso. E n cuanto a este argumento, nótese que, así
como con la mente entendemos y amamos, así, de las oraciones que
han sido inventadas para expresar el interior de nuestro ánimo, algunas
expresan los conceptos del intelecto y otras los afectos de la voluntad.
Pero la verdad y la falsedad sólo se dan en el intelecto, no en el apetito.*
Por esa razón, ninguna de las que se han insertado en el argumento
es verdadera ni falsa. Pero ya que, cuando deseamos algo tenemos el
deseo de ese algo, eso hace que muohas veces tales oraciones sean
equipolentes a proposiciones, y se tomen en lugar de ellas, a saber:
“quisiera ser feliz” en lugar de “tengo el deseo de la felicidad”, lo
cual es peculiar del verbo “quiero” . Pues en ningún otro verbo de
modo subjuntivo se encontrará esta equipolencia ni esta acepción,
por ejemplo “que yo ame”, “ojalá enseñe” y semejantes. Por tanto,
no porque sean equipolentes en la consecuencia, se deben considerar
como proposiciones en el significar.
Contra la misma definición; “el hombre es animal” en ésta: “ ‘el
hombre es animal’ es una proposición”, y “el caballo cone” en ésta:
“es verdad que el caballo corre”, son oraciones perfectas, que signifi­
can verdadera o falsamente, y, sin embargo, no son proposiciones;
lu eg o. . . Se prueba la menor: Son partes de proposiciones; luego no

* Por lo cual, ninguna oración que expresa directam ente el apetito es verdadera
ni falsa, sino sólo aquella que expresa el juicio del intelecto.
LIBRO Π : DE LA ENUNCIACIÓN 149

son proposiciones, porque la parte y el todo son distintos. Es una


cuestión célebre entre los dialécticos, y ya ventilada por muchos, si la
parte de una proposición, que tomada en sí misma sería una proposi­
ción, deba también considerarse tal dentro de aquélla. Y , a fin de
separar lo cierto de lo incierto, adviértase que una proposición es parte
de otra de muchas maneras; sin embargo, la cuestión no las discute a
todas. Pues, si son partes de una hipotética, es claro para todos que
ahí son proposiciones; pero en las categóricas sólo se pregunta si la
parte es de tal manera que en verdad sea un todo, como cuando
el signo cuantificador se le añade aparte; como aquí: “todos los hom­
bres corren velozmente”, ¿es una proposición “los hombres corren veloz­
mente”? O cuando totalmente es algún extremo (como lo pusimos
en el ejemplo del argumento). Y ciertamente parece proposición; pues
toda la oración es verdadera, lu e g o ... Es así como se afirma; pero
se afirma que “el hombre es animal” es una proposición, luego es una
proposición. Máxime que no veo que falte algo para la exacta razón
de la proposición, sino que se toma materialmente, lo cual, sin
embargo, para nada obsta. Pues también aquí: “ ‘hombre’ es un térmi­
no”, el sujeto se toma materialmente, y, sin embargo, es un término.
Pero quiero decir que en aquélla no hay proposición, lo cual se mani­
fiesta de muchas maneras. E n primer lugar, no es una oración que
signifique lo verdadero o lo falso; lu eg o. . . Pruebe el antecedente:
Dése por supuesto que en una proposición simple sólo hay una verdad
o una falsedad, pues, de otro modo, la proposición seria múltiple (de
la cual hablaremos en otra parte); pero la. verdad se considera de acuer­
do a la composición de toda la proposición (pues, según que el pre­
dicado convenga o no convenga, la proposición es verdadera o falsa);
luego hasta que el predicado se enuncie no significa verdadera o falsa­
mente; luego el sujeto no puede ser una proposición. Se confirma:
En ésta: “ ‘el hombre es animal’ es una proposición” sólo afirmo una
cosa, luego sólo significo una verdad. Porque la verdad y la falsedad
(según dijimos) consiste en aseverar. Luego ahí “el hombre es animal”·
no afirma ni niega nada. Y , por consiguiente, no significa verdadera
ni falsamente. En segundo lugar, se seguiría que una misma categórica
sería simultáneamente verdadera y falsa, lo cual es imposible. Se prueba
la secuela. Tom o ésta: “Pedro es un hombre blanco” (supuesto que
sea un etíope); si “Pedro es hombre” es ahí una proposición, será ver­
dadera y necesaria, luego tiene verdad. Pero la completa es falsa. Luego
es simultáneamente ambas cosas. Se confirma: D e manera semejante,
150 TOMÁS DE MERCADO

la proposición simplemente imposible sería al mismo tiempo necesaria,


como ésta: “Dios es una substancia defectuosa”; y, a la inversá, la
necesaria seria imposible, como “Dios no es pecador” . Pues “Dios no
es” es proposición una vez que la separas como parte que por sí sola
sería proposición, y debe juzgarse lo mismo cuando está dentro de
aquélla. Por tanto, si se debe tomar la misma razón y con el mismo
grado corren el significar la verdad o la falsedad y el ser una proposi­
ción, se sigue que la oración que no es verdadera, ni falsa, ni imposible,
ni necesaria, de ninguna manera es proposición, sino que es o un
extremo complejo, o una parte lo grande que se quiera. Alguien podría
pensar que esas razones se pueden diluir, c o n . la siguiente distinción:
es muy distinto ser considerada como proposición y ejercer el oficio de
proposición (pues siempre la naturaleza se distingue de la operación),
y que estos argumentos proceden del oficio o efecto de la proposición.
Sin embargo, la distinción ciertamente es verdadera, pero falsamente
aplicada. Pues la naturaleza de la proposición es significar verdadera
o falsamente, ya que tal es su definición. Quizá el oficio será afectar
al oyente en cuya mente produce el asentimiento; pero su quididad
es la significación de la verdad y la falsedad, de la cual (como es
patente) proceden nuestros argumentos, y, por consiguiente, de la
naturaleza, no del efecto. Pero su naturaleza es aseverar una cosa de
otra, afirmando o negando. Pues el que niega asevera que el sujeto
no le conviene al predicado; de otra manera, no sería ni veraz ni men­
tiroso. Y aquí se ofrece advertir que no basta para constituir la propo­
sición cualquier significación, sino la asertiva y copulativa del predicado
con el sujeto, y que esos términos no se dan como aquí se indica.
Por lo cual, de paso se resuelven algunos argumentos que suelen opo­
nerse a la definición, tomados de estas oraciones: “que corre”, o “el
hombre que corre”, o “si Pedro discute”, las cuales son de indicativo.
Ciertamente no se consideran proposiciones, sencillamente porque no
significan aseverando. Así, al argumento principal, respóndase que
esa proposición es verdadera, pero no significa que el sujeto sea ahí una
proposición, sino que asevera que lo es tomada absolutamente, para lo
cual basta que en sí y por sí sea tal, pero no en cuanto está puesta
dentro de aquella proposición. Pero se replica: Tom o “Pedro es hom­
bre”, la cual (como consta) es una proposición, y añado “blanco”; es
muy de admirar que ese añadido quite a la anterior proposición el
ser cual antes era.
. Pero si se consultan los oídos, y se advierte' que tales cosas artificia-
LIBRO Π : DE LA ENUNCIACIÓN 151

les consisten en cierta composición, ciertamente deja de ser algo admira­


ble el que, cambiada la composición, aunque permanezcan las partes,
se cambia la forma del todo. Júzguese con ánimo si estas dos aseveran
lo mismo: “el hombre es animal” y “ 'el hombre es animal’ es una
proposición”, o estas dos: “Pedro es hombre” y “Pedro es hombre blan­
co” . ¿Son las mismas composiciones? Se discernirá de qué manera,
permaneciendo las partes, se altera la forma del todo. En ésta: “Pedro
es hombre” se afirma un ser substancial, y en ésta: “Pedro es hombre
blanco” un ser accidental. A la confirmación respóndase que no es
igual la razón de los términos simples y la de la proposición. Pues
la forma del término es la significación, y la de la proposición es la
significación aseverativa, que ahí se pierde, permaneciendo íntegras las
significaciones de las partes. Al argumento puesto al comienzo del párra­
fo, respóndase que ese sujeto es oración, no proposición.
Contra lo que se dice de que la proposición necesaria es verdadera,
se arguye: “E l caballo es animal” es necesaria, pero no es verdadera si
suponemos que no existe ningún caballo, lo cual es posible; entonces
no es tal como se significa si no existe ningún caballo o animal. En
cuanto a este argumento, adviértase que se trata de una proposición
necesaria de verdad perpetua, la cual nunca puede cambiarse de verda­
dera a falsa, pues lo que pasa de un extremo a otro es contingente.
Así como es imposible la que no puede dejar de ser falsa y hacerse
verdadera. Luego la proposición es necesaria; y ya que siempre debe
ser verdadera, y puede suceder que la cosa significada por el sujeto y
el predicado alguna vez no exista, es necesario que ahí el verbo no
exprese existencia. Por lo cual, el sentido de ésta: “el hombre es ani­
mal” no es que el hombre exista como animal, lo cual es contingente,
sino que el ser animal pertenece a la naturaleza y razón del hombre.
Se dice que en tales proposiciones la cópula se absuelve del tiempo.
Pues significar con tiempo era importar una acción o pasión en cuanto
se hacía y se ejercía en orden a alguna diferencia de tiempo, porque
el verbo que significa con tiempo copula al sujeto con el predi­
cado siempre en orden a su diferencia, lo cual es denotar que el predicado
conviene al sujeto en esa diferencia de tiempo. Como aquí: “el hombre
fue blanco” se denota que le convenía la blancura, y en ésta: “el hom­
bre será blanco” se denota que le será inherente. A este juntar así
los extremos en orden a su diferencia los dialécticos lo llaman restrin­
gir los extremos según la diferencia importada, para que supongan por
los que existen en ella. E n cambio, llaman absolver del tiempo no al
15Z TOMÁS DE MERCADO

no significar con tiempo, pues esto le es esencial, sino al impedir que


restrinja a los extremos en orden a una diferencia. Así, de estas dos
cosas, a saber, conjuntar los extremos y restringirlos, el absolver del
tiempo consiste en que se ejerza lo primero y no lo segundo. La solu­
ción es clara a los dialécticos, y buena; de ahí que la proposición ne­
cesaria siempre permanece verdadera, porque no significa que los ex­
tremos existan, sino que naturalmente se convienen o se repugnan.
Lo cual era verdadero antes de la creación del mundo.
Contra la misma definición se arguye: “el perro es substancia” es una
oración que significa la verdad, y, sin embargo, no es una proposición,
porque no es una sola proposición, sino muchas; lu ego. . . Siempre
que un equívoco, tomado como equívoco, se pone en el sujeto, se da
entre los dialécticos la cuestión de qué es esa proposición, ¿una o
muchas? Y ciertamente parece ser equipolente a muchas en el signifi­
car, a saber, “el perro marino es substancia”, y así de los demás. Y
Aristóteles, en el Perihermeneias, lib. I, lecc. 12, dice: si a dos cosas
se les ha impuesto un mismo nombre, de lo que no es uno no hay
una afirmación. Por ejemplo, alguien pone el nombre “túnica” al hom­
bre y al caballo, y dice: “la túnica es blanca”, ésta no es una afirma­
ción ni una negación. En efecto, ésta: “el hombre y el caballo son
blancos” en nada parece diferir de aquélla; pero nada difiere tanto
como “el caballo es blanco” y “el hombre es blanco” . Y si éstas signifi­
can muchas cosas y son varias, resulta patente que aquella primera
significa muchas o no significa nada. Con respecto a lo cual, Aristó­
teles considera que a veces es múltiple aquella a la que los escritores
posteriores llaman .“proposición múltiple” y (a mi juicio) verdadera y
correctamente. Pues no se puede dudar de que es proposición, ya que
en ella hay verdad o falsedad. Pero consta que no es absolutamente
muchas, porque, aun cuando el sujeto incluya en sí tres cosas mezcla­
das, no lo hace como complejas; y, sin embargo, el predicado y la
cópula tienen una acepción en ella; y, así, no es múltiple por tddas
partes, sino por parte del sujeto. Y en el significar no es equipolente
a tres complejas, sino a ésta: “el perro marino, el que ladra y la cons­
telación son substancias”, la cual (según dice el Filósofo), siendo
categórica, por hacer algo que hacen tres, resulta hipotética. Pero tam-
poco es completamente una, por no tener un solo sujeto, sino tres.
Por tanto, que se llame proposición y oración múltiple, de modo que
se tome como en parte una y en parte múltiple. Y , al argumento, res­
póndase que igualmente es proposición y oración,, y es ambas con el
LIBRO II: DE LA ENUNCIACIÓN 153

añadido. Así se hacen coherentes lo definido y la definición: Pero se :


pregunta si cuando se pone un equívoco en la parte del predicado esto
hace múltiple a la proposición. Respondemos que no se toma común­
mente de manera equívoca en la parte del predicado. Pues el equívoco,
¿de qué se predica sino de alguno de sus miembros por el cual se toma
ahí? Pero, aunque alguna vez acontezca tomarlo equívocamente, como
en ésta: “el ente es can”, no se llamará proposición múltiple, porque
(como veremos) las proposiciones se denominan por el sujeto, que es
en ellas como la materia; por lo cual, resulta una distinción y una
pluralidad numéricas.

C A P IT U L O V I

D E LA D IVISIÓ N D E LA PROPOSICIÓN

TEXTO

La proposición es doble, una categórica, otra hipotética. La categórica


es la que tiene predicado, sujeto y cópula como partes principales
suyas, como “el hombre es blanco”, “Pedro disputa”. Pues en esta últi­
ma “Pedro” es el sujeto, “disputa” es el predicado y lo que conjunta
a uno con el otro es la cópula, como se ve resolviéndola en “el hombre
es disputante”. Y se llama “categórica”, de “cathegorizo”, “-as”, que es
lo mismo que “predico”, “-as” . E l sujeto es aquello de lo que algo
se dice, a saber, el predicado. Y el predicado es lo que se dice de otro,
a saber, del sujeto.

LECCIÓ N ÚNICA

Una vez que se ha conocido la naturaleza de la proposición, se la


divide en categórica e hipotética, la última de las cuales se difiere
para ser expuesta hasta el comienzo del lib. IV . Y la categórica, en
cuanto más simple, se define por el tener predicado, cópula y sujeto
como partes principales suyas. Con lo cual se distingue bien de la
hipotética, que tiene estas partes-como mínimas, pues se compone de
proposiciones completas, como “el león ruge y el caballo relincha”. E n
efecto, la categórica es, en el edificio lógico, como la parecí en la arqui­
tectura, cuyas partes mayores y principales son las piedras y los maderos;
154 TOMÁS DE MERCADO

la hipotética es como las habitaciones, cuyas paredes tienen techo;


y él argumento es como todo el edificio. Así, pues, las partes de la
categórica son el predicado y el sujeto, y lo que son se ve en el texto.
Pues las definiciones óptimas son las que explican suficientemente la
quididad de los definidos. Acerca del predicado, adviértase que frecuen­
temente se identifica con el verbo, a saber, siempre que es un verbo
adjetivo, el cual siempre es el predicado, y, hablando más correctamente,
es el predicado total. E n primer lugar, es el predicado, porque en ésta:
“el hombre ama a Dios”, lo que se afirma del hombre es “amar a
Dios”, y, sin embargo, “ama” es la cópula. Y , para que esto aparezca
más evidentemente, suelen los dialécticos resolver este tipo de verbo
en el verbo substantivo y su correspondiente participio, como la men­
cionada se resuelve en ésta: “el hom brees amante de Dios”. H e dicho
que si hablamos más correctamente, es el predicado total, porque
ciertamente en esa proposición sólo se asevera que ama, siendo el acu­
sativo la determinación del amor. Y esto bien se comprueba porque el
amor sólo se verifica del hombre; en cambio, Dios no se verifica de
él; y el amor se significa de modo directo; en cambio, Dios se significa
de manera oblicua. Y , además, comúnmente en casos semejantes sólo
se considera como predicado parcial. Pero es muy importante explicar
las palabras de la definición del predicado. En efecto, no exigen que
el predicado se verifique, se afírme o se niegue, sino sólo que se diga
de otro. Lo cual es más universal, pues tanto lo que se predica falsa o
verdaderamente como lo que se asevera o se atribuye, se dice. Y por
eso sólo se mira si se dice. Y la manera como se dice no da ni quita
el ser predicado. Lo que hicimos notar sobre esta parte, adviértase
también sobre el sujeto. Por lo cual en ésta: “te disputante, ego
sedebam ” [“mientras tú discutías, yo estaba sentado”], el sujeto es
sólo el pronombre “ego” [“yo”], y “te disputante” [“mientras tú dis-
cutías”] es un ablativo absoluto. A la inversa, en ésta: “el caballo es
cuerpo”, el predicado sólo es “cuerpo” . Donde ves que en la proposi­
ción no sólo los términos sincategoremáticos, sino muchas veces los
categoremáticos, son partes menos principales, a saber, ni predicado ni
sujeto. No es necesario advertir especialmente que con frecuencia estas
partes son complejas, aunque las más de las veces son incomplejas.
Contra la división textual surge un argumento. Esta proposición:
“Pedro, quien discute, habla”, no es hipotética ni categórica, aunque
parezca constar de dos oraciones. Y ésta: “Pedro y Pablo discuten”,
(como lo tomamos de Aristóteles) en nada difiere de ésta: “Pedro
LIBRO II: DE LA ENUNCIACIÓN 155

discute y Pablo discute”; luego no es categórica, y, sin embargo, tiene


predicado y sujeto como partes principales. Para entender esto, nótese
que el relativo se coloca de dos modos. D e un modo, en la parte del
sujeto, y se llama cópula de implicación, esto es, la que se junta y se
implica en el sujeto (como la que pusimos en el argumento), y enton­
ces toda la proposición es formalmente categórica. Y a veces se coloca
en la parte del predicado, y, si se refiere al sujeto, generalmente es
hipotética, como “el caballo es animal, el cual es capaz de relinchar”,
pero si se refiere al predicado, las más de las veces es categórica. Y la
razón de estas cosas no es otra sino que el relativo, puesto en la parte
del predicado o del sujeto, al referirse a él, forma un solo extremo
con él, y es como su restricción o modificación. Pero, cuando se coloca
en el predicado, y se refiere al sujeto, forma una sentencia aparte, y
así se vuelve hipotética. D ije que las más de las veces constituye una
categórica si, puesto en el predicado, se refiere a él, porque algunas
veces es ambiguo; y por eso hay que atender al sentido. Por eso la pro­
posición del argumento es categórica, pues en ella se asevera princi­
palmente una sola cosa. A lo segundo respondemos que son equipolen­
tes en la consecuencia, no en la significación. Pero Aristóteles no aten­
dió al modo de significar, como lo hacemos nosotros, sino a la cosa
significada.
Contra la definición de la proposición categórica: Las divisiones
muchas veces carecen de esa forma, como “de los bienes, uno honesto,
otro útil, otro deleitable”, donde no aparecen ni el sujeto, ni el predi­
cado, ni la cópula, y, sin embargo, son proposiciones. Y ésta: “me da
tedio de la vida”, aunque exhibe un sentido perfecto, no parecen
resplandecer en ella tales partes. Y en ésta: “en el Sena no hay peces”,
al menos no se encuentra ningún sujeto. Para entender esto, hago notar
que de dos maneras acontece ser categórica, a saber, formal y virtual­
mente. Del primer modo es la que consta de predicado y sujeto en
la voz. Pero el predicado y el sujeto (aun en la voz) se encuentran
de manera múltiple, en cuanto es múltiple la naturaleza y la exi­
gencia de los verbos. Uno exige caso recto, otro exige caso oblicuo.
Pero, si por la exigencia del caso se constituye la proposición, es for­
malmente categórica, aun cuando no tenga sujeto en caso recto. Como
en “os conviene humillaros”, “os” es el sujeto al que se dice que es
congruente la humillación; y en “me da tedio de la vida”, “me” se
sujeta y el tedio de la vida se predica. Y que así se deba considerar,
se muestra con la siguiente razón. Son muy exactamente proposiciones
156 TOMÁS DE MERCADO

categóricas. (en cuanto que en ellas de manera absolutísima se da la


verdad o la falsedad); luego constan de sujeto y predicado en la voz,
ya que nada necesita ahí ser suplementado. Se prueba la consecuen­
cia, porque no puede ser verdadera o falsa si no se enuncia algo; y no
se puede enunciar sino aquello que se dice de algo. Ahora bien, lo
que se dice es el predicado, y de lo que se dice es el sujeto. Luego tie­
nen tales partes. Lo que de paso dijimos sobre la exigencia y naturaleza
de los verbos debe filosofarse en las figuras de dicción y en los tropos,
que los poetas usan mucho en los versos. Algunos consideran que
esas proposiciones no se toman como están, ni suelen los oyentes cap­
tarlas como suenan, sino que de ésta: “me da tedio de la vida” se
forma este sentido en los oídos y en la mente del que la capta: “mi
alma tiene tedio de m i vida”, y de ésta: “me conviene leer” se forma:
“mi cargo, o mi utilidad, es leer” . Nosotros decimos que, aun cuando
sean equipolentes, no hace falta concebirlas de manera diferente a
como suenan, y que no es suficiente que sean equipolentes en cuanto
a la sentencia para que se conozcan del mismo modo. Pues “hombre”
y “animal racional” claramente significan lo mismo, y, sin embargo,
“hombre” es incomplejo y su definición es compleja. Y ciertamente
las proposiciones, como están, significan perfectamente lo verdadero
o lo falso; luego, como están, tienen lo que se enuncia; y, por consi­
guiente, como están, tienen predicado y sujeto. Además, comprobamos
por la experiencia que, para captar el sentido de “me da tedio de
la vida”, no nos acordamos del verbo “tengo”. Pero se pregunta: si
significan lo mismo, ¿cómo es que no se entienden del mismo modo?
Más aún, justamente la diversidad de explicaciones ha emanado de
esos varios modos de concebir. En efecto, la misma cosa y el mismo
sentido se pueden concebir de muchas y diversas maneras. Y no es
mayor la abundancia de locuciones que la de concepciones. Por lo
cual, en la lengua vernácula y en cualquier idioma regular, tanto la
abundancia conio la riqueza de las palabras han nacido de la multipli­
cidad de las intelecciones. La proposición virtual es aquella que tiene
partes.no en la significación vocal, sino en el sentido significado, de
modo que en la oración se sobreentiende o el sujeto, o el predicado,
O la cópula. Habiendo tratado de estas cosas en universal, respóndase
a cada argumento. Al primero, sobre las divisiones, respóndase que,
cuando la división (según hemos enseñado) se toma como proposición
en lugar del agregado de lo dividido y los miembros dividentes, el
sujeto es lo dividido y la cópula se suple. Al segundo ya se ha res­
LIBRO Π : DE LA ENUNCIACIÓN 157
pondido. Al tercero, respóndase que, puesto que en los verbos adje­
tivos el predicado lleva en el verbo mismo la acción importada, así
del verbo substantivo a menudo se retira el predicado o el sujeto.
Por lo cual, en la proposición: “en el Sena no hay peces”, el sujeto son
los entes incluidos en la cópula, y el sentido es: “ningunos entes en
el Sena son peces” . Y , si quieres construir “peces” como sujeto, se
deduce el predicado de la cópula, como “ningunos peces en el Sena
existen”.

C A P IT U L O V I I

DE LA CUALIDAD DE LA PROPOSICIÓN

TEXTO

D e las proposiciones categóricas, una es afirmativa y otra negativa.


Es afirmativa aquella en la que el predicado se afirma del sujeto,
como “el hombre discute” . Es negativa aquella en la que el predicado
se niega del sujeto, como “el hombre no discute” .

LEC C IÓ N ÚNICA

La primera división de la proposición categórica es en afirmativa y


negativa, cuyas definiciones son tan claras én el texto, que no necesitan
de ningún comentario. Sólo adviértase que, aquí, afirmar algo es lo
mismo que aseverarlo, ya sea verdaderamente, ya sea falsamente. Y
si se quiere escribir una cosa clara obscuramente, afirmar el predicado
es que la cópula lo una al sujeto, y negar es que lo desuna. Pues el
verbo importa la composición de los extremos, a la cual la negación
dirime y excluye, pues separa a los extremos, no los conecta. Por lo
cual, el Filósofo en los libros del Períhermeneias llama afirmativa a
la composición y negativa a la división. Y , definiendo a ambas, dice: la
afirmación es la enunciación de algo sobre algo; la negación, la enun­
ciación de algo desde algo, donde insinúa la separación. Por lo cual,
según la cópula verbal (pues son muchas las llamadas con otros nom­
bres) se piensa la cualidad de la proposición, esto es, la afirmación y
la negación. Si la negación puesta en la proposición no toca con su
158 TOMÁS DE MERCADO

virtud a la cópula, no es negativa, como en “el hombre es no piedra”,


“no piedra es el león”, sino que se toma en sentido infinitante. Pero
considérese que este tipo de cópula es doble, a saber, principal y menor.
La principal es aquella mediante la cual se copulan los extremos ma­
yores de la proposición, ya afirmativa, ya negativamente. Las demás
son menos principales. Com o en ésta: “Platón, quien fue muy sabio,
opinó que el mundo comenzó en el tiempo”, hay tres verbos: el
primero es “fue” (y ésta es la cópula de implicación), el segundo
es “opinó” (la cual es la principal), y la tercera es “comenzó”. Y que
“opinó” sea la más importante, se colige del sentido de la misma aser­
ción. Pues no intentamos aseverar que Platón fue excelente en sabi­
duría, sino que con su prudencia trató el principio del mundo. Y ,
hablando generalmente, ya que con mucha frecuencia son varias las
cópulas, no hay regla más cierta y firme para discernir cuál es la
principal, que atender al sentido. Y aquella con la que está conjuntado
aquello que principalmente se enuncia, ella es la principal entre las
demás. D e ninguna manera pasaré a las negaciones, sino para advertir
qué confiere: si al negarse la cópula principal la proposición es negativa,
aunque las demás cópulas se afírmen; o si al permanecer aseverada la
cópula principal la proposición es afirmativa, por más que las otras
copulas se nieguen. Por lo cual, si se dice (para permanecer en d mismo
ejem p lo): “Platón, que nunca fue inexperto, opinó que el mundo no
fue eterno”, la proposición es afirmativa, porque “opinó” se afirma.
Luego al mismo tiempo se ha detectado cómo es la cópula principal y
cómo se señala y conoce la afirmadón o la negación. Pues debe rastrear­
se de acuerdo a la cópula principal. Pero ésta, a su vez, es doble, a saber,
simple y compuesta o compleja, es decir, o un verbo, o muchos de
diversos tiempos. Como “discute”, “discutirá” son cópulas simples; “es
y fue”, “camina o caminará” son complejas. Y si en ella se afirman
ambas partes, es afirmativa, y si ambas se niegan, es negativa; como
“Sócrates no es ni fue lascivo”. Pero si una parte se niega y la otra se
afirma, como “el anticristo no existe, pero existirá”, “Platón no existe,
pero existió”, entre los dialécticos se pelea, con razones grandes y efi­
caces, de qué tipo se han de considerar. Pero, dejando de lado las
opiniones, digo, en primer lugar, que ninguna de ellas puede ser simul­
táneamente afirmativa y negativa. Pues, para que sea afirmativa, es
necesario que la cópula principal se afirme, y mediante ella el predi­
cado sea coherente con el sujeto; y, para que sea negativa, que la misma
se niegue. Pero es imposible que la cópula principal, y mucho menos
LIBRO Π : DE LA ENUNCIACIÓN 159

la total, se afiime y se niegue. E n segundo lugar, una misma proposi­


ción sería contradictoria, a saber, afirmación y negación, lo cual es
imposible. Por tanto, ninguna puede ser ambas cosas. Sino que se ha
de llamar proposición de cualidad mixta, a saber, ni afirmativa ni
enteramente negativa, sino que tiene en sí promiscuamente afirmación
y negación. Y lo pruebo por la razón de que en esta decisión de la
cuestión —que de otra manera sería embrollada—, no aparece ningún
absurdo, sino una verdad adecuada, una gran facilidad y claridad. Y no
veo que haya razón mayor para que una de las partes sea más principal,
ya que ambas son iguales y denominan a toda la proposición. Pero en­
tonces se presenta un argumento que acusa de insuficiencia y defecto
a la división de Aristóteles y de Pedro Hispano, la cual es sólo bimembre.
Pero de muy poca gente; pues hombres al mismo tiempo muy sabios
y graves trataron de la cualidad de estas proposiciones que sirven para
adquirir las disciplinas filosóficas; y tales proposiciones mixtas no ofre­
cen ninguna comodidad ni utilidad científica, sino que sólo parecen
haber sido inventadas para vejar y oscurecer los ingenios.
Se arguye, en primer lugar, contra la definición de la afirmativa.
Ésta: “nadie corre” es afirmativa, en la que sólo hay sujeto y verbo,
y, sin embargo, el predicado no se afirma del sujeto; luego . . . Se res­
ponde que la negación es doble: una adverbial, como “no”, “de ninguna
manera”, “en ningún caso”; otra nominal, ya sea nombre adjetivo, como
“ningún”, o nombre substantivo, como “nada”, “nadie”. Y cualquiera de
ellas hace negativa a la proposición, ya sea expresa e íntegra, ya sea
mutilada o inserta en el verbo o en el nombre, como suele hacerse por
causa déla elegancia y la facundia; sobre todo en los poetas, en los cuales
este modo de negación de elegancia e implicación son muy frecuentes.
En segundo lugar, se arguye contra la definición de la negativa. Éstas:
“nadie no es amante de sí mismo”, “ningún caballo no es sensible”
no son negativas, porque son equipolentes a sus afirmativas. La pri­
mera a ésta: “toda cosa se ama a sí misma”, la segunda a ésta: “todo
caballo es sensible”, y, sin embargo, el predicado se niega del sujeto.
Pues, si una sola negación divide, cuánto más fuerte será la separación
con dos. Hay que advertir la rara naturaleza y condición de la negación.
Niega, y negar es en substancia decir lo opuesto de lo que sin ella
se diría, o lo opuesto de lo que ya antes se decía. Pero acontece negar
tanto lo que se afirmaba como lo que se negaba antes. Como si alguien
dice: “el hombre corre” y tú, contradiciéndolo, dices: “no corre”. Si él
dice: “ningún hombre acudirá hoy a la escuela”, y tú, al contrario,
160 TOMÁS DE MERCADO

dices: “no ningún hombre acudirá”. Luego, ya que negar es dar siem­
pre el sentido opuesto, si se niega lo que se negaba, quedará necesaria­
mente un sentido aseverado y una proposición afirmativa. Luego, cuando
hay una única negación, la proposición es negativa; y cuando hay dos,
afirmativa, pues entonces se negará lo que se negaba. Y esto lo ex­
presan los dialécticos como regla infalible con estas palabras: Si las
negaciones son pares, resulta afirmación; si son impares, negación.
Y , aunque comúnmente en una proposición no suelen encontrarse más
de dos o tres negaciones, sin embargo, cuantas se encuentren, observan
esta regla. Pues los sumulistas a veces fingen algunas oraciones carga­
das con tantas negaciones, que las vuelven bárbaras. Pero, por bárbaras
que sean, serán afirmativas si las negaciones son pares, y negativas si
son impares, siempre y cuando se tomen de manera negativa en el
común sentido. Pues, a veces, para dar mayor expresión a la voluntad
que no desea algo, solemos afectar al predicado con una serie de nega­
ciones, como “no, no, no iré”, la cual siempre es negativa. Al argu­
mento, niéguese la menor; y, en cuanto a la prueba, digo que con una
sola permanece negativa, pero con dos negaciones se vuelve aseverada.
Pues tal es la naturaleza de la negación y el efecto del negar, a saber,
invertir todo, y convertir al sentido opuesto. Lo cual muy breve y
elegantemente lo explican los dialécticos con estas palabras: La nega­
ción tiene naturaleza malignante, y todo lo que encuentra delante de
ella lo destruye y lo vuelve su opuesto. Lo cual es en la sentencia lo
mismo que la regla anterior. Pues, ya que en las cosas naturales que
son de la misma naturaleza suelen mutuamente ayudarse y realizar
su efecto con mayor prontitud y perfección, como dos fuegos se au­
mentan y fomentan y queman más vehementemente, la negación es
de tal naturaleza que no sólo impide la afirmación, sino la negación;
aun si choca con alguna semejante a ella, la destruye; y por eso con
razón se la llama malignante.

C A P IT U L O V I II

DE LA CANTIDAD DE LA PROPOSICIÓN

TEXTO

D e las proposiciones categóricas, una es universal, otra particular, otra


indefinida y otra singular. La proposición universal es aquella en la
LIBRO Π : DE LA ENUNCIACIÓN 161
que se pone como sujeto un término común determinado por un signo
universal, como “todo hombre discute” . Los signos universales son
“todo”, “ningún”, “cualquier”, y semejantes. La proposición particular
es aquella en la que se pone como sujeto un término común determinado
por un signo particular, como “algún hombre discute”. Los signos par­
ticulares son “algún”, “cierto”, “uno de los dos”, y semejantes. La pro­
posición indefinida es aquella en la que se pone como sujeto un tér­
mino común , sin signo, como “el hombre discute” . La proposición
singular es aquella en la que se pone como sujeto un término discreto,
o un término común con un pronombre demostrativo de especie primi­
tiva, como “Pedro discute”, “este hombre discute”. Y, una vez dividida
la proposición en cuatro, es de saber que es triple la pregunta que nos
podemos plantear acerca de la misma proposición: “¿qué es?”, “¿qué
cualidad tiene?” y “¿qué cantidad tiene?” . E l “¿qué es?” pregunta por
la substancia de la proposición; por lo cual, a la pregunta por el “¿qué
es?” se ha de responder que categórica o hipotética. E l “¿qué cualidad
tiene?” pregunta por la cualidad; por lo cual, a la pregunta hecha por
el “¿qué cualidad tiene?” se ha de responder que afirmativa o negativa.
E l “¿qué cantidad tiene?” pregunta por la cantidad; por lo cual, a la
pregunta hecha por el “¿qué cantidad tiene?” se ha de responder que
universal, o particular, o indefinida, o singular. D e donde procede el
verso: “Quae ca. vel hip. qualis neg. vel affirm at, u. quanta par. in. sin.”

LECCIÓN ÚNICA

Ya que Aristóteles dice que el arte imita a la naturaleza cuanto le es


posible, nosotros en dialéctica siempre hemos de imitar el avance y
discurso acostumbrados de la filosofía (aunque no siempre advirtamos
a los alumnos este orden). Y en la física, una vez indagada la naturaleza
de cualquier cosa, se busca su cualidad y su cantidad; por ejemplo,
cuánto puede crecer un hombre, de modo que sea procer y gigante, o
que sea un enano, a saber, muy pequeño y de humilde estatura; y, ya
conocida la naturaleza de la proposición, tratamos de su cualidad y su
cantidad. Doctrina, ]por Hércules!, muy útil para construir proposicio­
nes y para formar silogismos. Pero la cantidad de la proposición (como
lees en el texto) se toma según el sujeto, que es como la materia y el
cuerpo, y su predicado es como la forma. Y en todas las cosas naturales
detectamos el aumento o la disminución por el cuerpo, no por el alma.
162 TOMÁS DE MERCADO

Luego, si el sujeto es un término singular, tal es la proposición, y lo


mismo si es un término común ligado a un pronombre demostrativo y
restringido por él. Porque en verdad entonces el término es de manera
semejante discreto. Pero si el sujeto es un término común, entonces,
si está solo, es indefinida; si va acompañado por un signo, se mide
de qué manera; si por uno universal, será universal; si por uno particu­
lar, será particular. Bastaba con establecer la proposición como doble,
a saber, universal y particular. Pues a esta última se reducen la inde­
finida y la singular. La universal aparece de suyo e inmediatamente
por el sentido y la significación. Pues su sujeto abarca casi todos sus
significados. Al menos se habla de muchos al afirmar o negar el predi­
cado. Además, esta división es cierta escala y gradación de cantidad, en
la que la proposición singular ocupa el lugar ínfimo (en cuanto sólo
habla de u n o ). La particular crece un poco; pues, aunque habla de uno,
no lo singulariza, sino que permanece no señalado, como “algún hombre
habla”. Ciertamente es uno, pero todavía no señalado. La indefinida
sin duda es mayor, como “el hombre camina”, que no dice que sea
uno ni que sean muchos. Y esta indiferencia suya es cierto aumento.
Pero la universal es la máxima. Como las cosas, aun cuando se engen­
dran débiles, por el avance del tiempo crecen por sus grados hasta
alcanzar la máxima cantidad, así se debe filosofar sobre las proposicio­
nes. Por lo cual, la indefinida tiene la medida intermedia y debida. Por
eso los dialécticos enseñan que ella se encuentra en un estado seme­
jante al del hombre cuando es adulto, ni joven ni viejo. D e todo lo
cual inferimos que por los signos se denominan dos especies de propo­
sición, a saber, la universal y la particular. Pero, dados los ejemplos
aducidos, juzgo que no hace falta explicar con una investigación especial
qué sea el signo universal. La cosa es de suyo muy evidente, sin explica­
ciones. Pues incluye tan patentemente la universalidad y hace que el
sujeto exprese de tan igual modo la multitud, que a nadie puede ocul­
társele. Como “todo hombre corre”, esto es, cada uno, de modo que
no haya ninguno que no corra. Y este sentido general lo produce ese
signo. Y si dices, sin él, “el hombre corre”, no signifcarías que todos
ejercen el correr. Lo mismo aquí: “ningún hombre es piedra”, “ninguno
es etíope”. Pero es muy de advertir que el efecto de estos signos, a
saber, que el término al que se aplican exprese a muchos de los cuales
se diga el predicado, ya negando, ya aseverando, es llamado por los
neotéricos “distribuir” . Y la distribución, si miras a la etimología del
nombre, es denotar que a cada uno de los significados del término se les
LIBRO Π : DE LA. ENUNCIACIÓN 163

¿tribuye algo del predicado. Com o en “todo hombre es blanco”, “hom­


bre” se pone como distribuido por muchos, a cada uno de los cuales
se dice que le conviene la blancura. Pero cuando decimos que el signo
universal vuelve universal a la proposición, entiéndase que lo hace si
no es impedido por otro, a causa de los signos negativos, que (como
vimos) son de naturaleza malignante y destructiva. Como “todo hom­
bre está en el campo” es universal, pero “no todo hombre está en el
campo” es indefinida o singular. Pues el sentido de ésta es que alguien
falta en el campo, porque en ella la negación ha impedido el oficio
del signo siguiente. Por lo cual, cuando sólo hay un signo en la parte del
sujeto, ya negativo, ya positivo, se verifican las definiciones; y cuando
van dos o más, si ambos son positivos, se observa lo mismo. Pero si son
negativos, ó se inmiscuye uno negativo, acontece cierta perturbación
y como devastación de los demás. Y qué se haya de juzgar sobre seme­
jante proposición, resulta más claro que la luz por la regla de la nega­
ción establecida en el capítulo anterior, a saber, que la negación es
de naturaleza malignante, constituyendo siempre lo opuesto de lo que
encuentra, no sólo en cualidad, sino también en cantidad, cuando se
pone al principio de la proposición, donde modifica al sujeto y lo
cuantifica. Por ejemplo, si la proposición era universal sin negación,
presente ella y antepuesta al sujeto (por el cual se denomina su canti­
dad), será particular o indefinida. Y , si antes era indefinida, se hará
universal. Como ésta: “no el hombre corre” vale tanto como ésta: “nin­
gún hombre corre”. Y , si a cualquiera de éstas: “todo caballo corre”,
“ningún caballo corre”, se le antepone la negación, quedarán particu­
lares. Como “no todo caballo corre” equivale a “algún caballo no corre”
y “no ningún caballo corre” equivale a “algún caballo corre” . Pero
cuando la negación se coloca después del sujeto, entonces no cambia
la cantidad de la proposición, porque sólo actúa sobre lo que va en
seguida de ella. Y de cuántos modos la negación se puede mezclar
con la afirmación, no pertenece a este lugar, ni a este tiempo, ya que
es materia propia de las conversiones, de las cuales trataremos en el
lib. III.
Contra la división se arguye. Estas proposiciones: “sólo el hombre es
animal”, “el caballo es una especie del animal”, y otras semejantes son
categóricas que no se encierran en ninguno de estos miembros. Pues
estarían contenidas de manera más conveniente en la indefinida, y,
sin embargo, la primera es equipolente a la universal, a saber, a “todo
animal es hombre”, y la segunda no habla de algo incierto, sino de una
164 TOMAS DE MERCADO

naturaleza cierta y determinada. Por tanto, a algo le conviene lo divi­


dido sin que le convenga ningún miembro dividente. A este argumento
respóndase que la división es doble, una exacta y, por lo tanto, perfecta
(a la que llaman “división dialéctica” ), de la que se verifican todas
las condiciones y reglas mencionadas; y otra, que también es buena,
a la que llaman “división acomodada”, a saber, aquella cuyos miembros
no abarcan completamente la extensión de lo dividido, y, sin embargo,
lo agotan en cuanto hace falta. Y de esta dase es nuestra división, ya
que hay muchas categóricas no contenidas en ella. Pero aquí se con­
tienen primeramente aquellas que hablan de las cosas y significados
secundarios como de individuos, no de las naturalezas que subyacen
a las intenciones segundas. Y la razón parece ser que en ellas puede
haber pluralidad y poquedad, según las cuales se piensa la cantidad
de la proposition. E n cambio, las naturalezas están determinadas por
la naturaleza y son inmutables. Y , de manera mejor aún se responde
que la división es completa, pero que lo dividido en ella no es la cate­
górica sin más, sino la categórica cuantificada. Y ciertamente toda
categórica cuantificada será alguna de ellas; pero “el caballo es una es­
pecie” no es cuantificada, mientras que la exclusiva sí lo es, a saber,
indefinida, y no es inconveniente que sea equipolente a una universal.
Mas, para que sea cuantificada una proposición, ¿qué se requiere? Por
lo que toca a la particular y a la singular, ya consta por sus definiciones;
para que sea universal se requiere, en primer lugar, que haya un signo
universal en el sujeto, no después del sujeto (como dijim os); en segun­
do lugar, que ese signo distribuya al sujeto. Pero ese signo (como lo
veremos en el lib. IV ) sólo contiene-alguna universalidad, pero no
distribuye al sujeto; ni se distribuye el sujeto en la que se nos argu­
mentaba que era equipolente a ella, sino el predicado. Y es fácil conocer
la indefinidad, pues si tiene un término común sin signo cuantificador,
y no supone por la naturaleza sino por los individuos, es indefinida.
Y según estas explicaciones deben interpretarse las definiciones tex­
tuales.
Contra la definición de la proposición universal se arguye. Ésta: “la
casa de cualquier hombre es una cosa artificial” es universal, ya que
habla en general de todos los hombres, y, sin embargo, no se distribuye
el sujeto, a saber, la casa, de la que se afirma el predicado. En cuanto
a este argumento, adviértase que el sujeto es a veces complejo, y en­
tonces, ya se coloquen las partes en el mismo caso, como “el caballo
y el león pelean”, ya se coloquen .en casos diversos, como “el intelecto
LIBRO II: DE LA ENUNCIACIÓN 165

del ángel es sutilísimo”, para todos ellos se da la regla de que si el


todo se distribuye, sin controversia es universal, y si no se distribuye
el todo, sino cualquier parte principal, basta que dialécticamente cons­
tituya una proposición universal, máxime si se trata de la parte prin­
cipal. Sin embargo, adviértase ahora que nunca hemos entendido que
el sujeto es compuesto o complejo cuando consta de substantivo y
adjetivo. Pues ambos se consideran, en cuanto a la distribución, como
un ténnino único y simple. Y nunca se distribuyen apta y congruen­
temente el uno sin el otro cuando se dan en el mismo extremo. Además,
es verdad (para volver a la regla establecida) que no será tan universal
como si distribuyera el todo, pero tendrá la medida de su magnitud,
de modo que siempre sea universal, más o menos, según que su uni­
versalidad sea más extendida o coartada. Por lo cual, éstas: “cualquier
caballo de Pedro corre” y “el caballo de cualquier hombre es animal”,
son universales, y ambas pueden ser premisas mayores de un silogismo
en Darii, donde se exige que la mayor sea universal. Como bien se
sigue: “cualquier caballo de Pedro corre; Favelo es un caballo de Pe­
dro; luego Favelo corre”, “el caballo de cualquier hombre es animal;
Pedro es un hombre; luego el caballo de Pedro es animal” . Por lo
cual, al argumento se niega la menor. Pues, aunque “casa” no se dis­
tribuye, se distribuye el genitivo, que también es sujeto. E n efecto,
para que sea sujeto no hace falta que de él se diga directamente el
predicado, basta que sea de modo directo o de modo oblicuo.
E n último lugar se arguye: La proposición indefinida es equipolente
a la universal, como “el hombre es animal” y “todo hombre es animal”;
luego, ¿por qué se separan? Respóndase que generalmente son distintas
eh razón de la cantidad, y se requiere un más y un menos para su
verdad. Y no suenan lo mismo “el hombre corre” y “todo hombre
corre” . Porque muchas veces la primera es verdadera y a veces la
segunda es falsa. Pero hay ciertas proposiciones, que llaman “doctri­
nales”, compuestas de estas cosas que convienen a una y a todas, como
“el fuego es caliente”, “la blancura es color”, “el hombre es risible”, “el
ángel es espíritu” . Pero, por ahora, no hemos de atender a ninguna
razón sobre las cosas significadas, pues no discutimos la materia de las
proposiciones, sino que enseñamos su forma.
166 TOMÁS DE MERCADO

C A P IT U L O IX

D E LA SUPOSICIÓN

TEXTO

La suposición es la acepción del término· en lugar.de alguna cosa de la


cual se verifica. Como en ésta: “el león ruge”, “león” se toma en lugar
de su significado. Lo cual, en substancia (como dijo Aristóteles), es
usar los términos en lugar de las cosas, porque no las podemos llevar
con nosotros. Y es doble, una formal, otra material. La suposición
material es la acepción del término por sí mismo, como “ ‘hombre’ es
un nombre”. La suposición formal es la acepción del término en lugar
de aquello que significa, como “el caballo es sensible”. La cual se
divide en propia e impropia. La propia es la acepción del término en
lugar de aquello que propiamente significa, como “la virtud es una
cualidad de la mente”. La impropia es la acepción del término en
lugar de aquello que impropiamente significa, como “éste es otro Nerón”?
“él es otro Héctor”. La propia es doble, una simple y otra personal.
La suposición simple es la acepción del término común en lugar de
aquello que primariamente significa, como “el caballo es una especie” .
La personal es la acepción del término en lugar de los individuos, como
“los bueyes mastican”. Y ésta se subdivide en natural y accidental.
La suposición natural es la acepción del término en lugar de todos sus
significados propios, como “el elefante es animal”. La accidental es la
acepción del término en lugar de los individuos a que les corresponde
según la exigencia de la cópula, como “el caballo corre” . Pero ésta es
doble, una común y otra singular. La común es la acepción del término
común, como “el basilisco silba”. La singular es la acepción del tér­
mino discreto, o del término común con un pronombre demostrativo,
como “Sócrates enseña” y “este varón es rubio”. Pero la común es
triple, a saber, universal, determinada y confusa. La universal es la
acepción del término modificado con un signo universal, como “todo
ciudadano debe obedecer a la república”. La determinada es la acep­
ción del término común sin ningún signo, o con un signo particular,
como “la imagen es bella”, “algún gentil ha creído”. La confusa es la
acepción del término puesto de manera mediata después del signo
universal afirmativo, o puesto de cualquier manera con un signo especial
de confusión, como el predicado de ésta: “todo animal es sensible”, o
LIBRO II: DE LA ENUNCIACIÓN 167

ésta: “dos veces canté misa”. Además, de la universal, una es distribu­


tiva, otra colectiva. La primera es la acepción del término distribuido
con un signo universal, como “todo arte está en el intelecto”. La colec­
tiva es la acepción del término común colectivamente distribuido, como
“todo el pueblo está en la iglesia”, “todos los apóstoles de Dios son
doce” .

LEC C IÓ N P R IM E R A

Después de haber explicado la quididad y los accidentes de la proposi­


ción, aptamente en este lugar disertaremos algo sobre las funciones y
oficios que en ella ejercen los términos simples, a saber, la suposición,
la ampliación, la restricción. Pues conduce no poco a un conocimiento
más perfecto de la misma proposición el saber qué hacen sus partes
y de qué modo se relacionan. D e manera que en este tratado se siga
el modo ya adoptado por todos. Pues suele aquí la materia de la lógica
menor ofuscarse con tantos sofismas como densa obscuridad de tinieblas,
envolverse con tantas reglas sutiles, e intrincarse co'n tantas distinciones
inútiles, que no aparece ni resplandece ninguna substancia ni especie
suya; así, con estos obstáculos tan espinosos y llenos de guijarros se
hace tan inaccesible que se vuelve algo oculto e invisible para el intelec­
to. M e afanaré, con la ayuda de Dios, para que nosotros la enseñemos
tan claramente cuanto hasta ahora ha sido tratada confusa y difusa­
mente, y, en cuanto sabemos, su conocimiento aproveche para todas
las artes. Así, pues, la suposición es la acepción del término en lugar
de alguna cosa. Pues ya que los términos han sido inventados e im­
puestos humanamente para que los hombres se comuniquen entre sí,
y esta comunicación es cierto trato de cosas diversas, sea de las que
deseamos y procuramos, sea de las que conocemos, sea de las que se
hacen, en el presente, en el pretérito o en el futuro, consta por ello
que nosotros acomodamos la significación de los términos, para poner­
los en lugar de las cosas de las que hablamos. L o cual explica Aristó­
teles con su estilo ático, diciendo: puesto que no podemos llevar con
nosotros las cosas, usamos los términos en lugar de ellas. Luego, esta
substitución del término en lugar de su significado (como ya lo mues­
tra su misma etimología) es su suposición. A saber, como nosotros,
cuando queremos enunciar algo de las cosas, suponemos los términos en
lugar de ellas. Si alguien predica del caballo que relincha, coloca la voz
“caballo” en lugar de éste, y, en lugar de la propiedad que se ha de
168 TOMÁS DE MERCADO

atribuir, pone el verbo “relincha” . He aquí de qué manera los términos


se toman y sirven en lugar de las cosas. Pero esta substitución debe ser
regular y ejercida con cierta forma de razón, no temeraria ni voluntaria.
En primer lugar, el término no se toma indistintamente por cualquier
cosa, sino por sí mismo o por su significado. Como “hombre” no se toma
por el león, sino por el hombre, y “león” no se toma por el elefante,
sino por el león. En segundo lugar, ya que acontece que el mismo
término importa muchos significados de manera desigual, debe cono­
cerse su suposición por las reglas establecidas o que se han de establecer.
E n efecto, no sólo mostramos por qué supone de manera específica,
sino qué es suponer. En cuanto a los equívocos, ya se dijo que el
análogo tomado en sí mismo está en lugar del significado más famoso.
Este modo de estar es la suposición de la que ahora hablamos. Y estar
en lugar del significado más famoso es suponer por el más principal,
lo cual repetimos en este capítulo. Pero hay una cuestión digna de
ser ventilada: ¿cuándo se da acepción a un término?, ¿siempre que
lo proferimos o sólo en la proposición? Y, ciertamente, bien mirado
el asunto, el término sólo supone en la proposición. Pues substituir
consiste en que uno haga lo que otro haría; por lo cual, no se substituye
el término para significar la cosa, ya que la misma cosa no haría eso, a
saber, significar; sino que se substituye cuando queremos decir algo
de ella o decirla a ella de algo. Pues, si la cosa estuviera presente, y
se pudiera colocar convenientemente, debería colocarse en nuestro
discurso; pero, ya que está ausente, y es muy incapaz de traerse al dis­
curso, los términos la substituyen. Por tanto, sólo suponen exacta­
mente en la proposición, pues sólo en ella se efectúa la predicación.
Ciertamente, fuera de ella el término significará la cosa, como cuando
la nombramos o la llamamos, pero de ninguna manera podrá suponer
por ella. Pero, esto supuesto, todavía se pregunta si supone siempre
que se inserta en la proposición. Y , de la misma raíz, cualquiera colige
sin esfuerzo que sólo substituye cuando la cosa existe según la exigen­
cia de la cópula. Pues nadie substituye propiamente a aquello que
no existe. Ya que, cuando algo se corrompe, cesa la substitución. Por lo
cual, si alguien dijera: “Adán existe”, ciertamente hay proposición,
pero no hay cosa significada en lugar de la cual suponga ahí “Adán”,
y por ello no supone. Pero, si dices que ciertamente se capta “Adán
existió” como una cosa, según la exigencia de la cópula, ya muerta,
pues consta que Adán ya murió, de ahí resulta patente que con fre­
cuencia se encuentran proposiciones de sujeto o predicado no suponente.
LIBRO π : DE LA ENUNCIACIÓN 169

Y cuánto y cuándo es el defecto, se verá más abajo. Así, pues, la supo­


sición es la acepción del término por algo de lo que se verifica. Y en
esta dicción (como hace un momento disertábamos) se contiene el
que la cosa exista según la exigencia del verbo. Pues esto es necesario
para que se verifique. Y , ya que la verificación es exigida por todos,
sin ninguna discrepancia, se ve claro que el término sólo puede suponer
en la proposición. Pues en otro tipo de oración, por muy perfecta que
sea, nada más imposible que suponga el término solitario. E n efecto,
sólo tiene exigencia el verbo cuando es el verbo de una proposición.
D e otra manera, te pido que me digas, el verbo de esta oración: “ojalá
sea docto”, ¿qué exigencia tiene? ¿Cómo le corresponde según ella la
cosa, a saber, docto? ¿Debe existir ya o en el futuro? Por eso ningún
término se verifica sino en la proposición; pues verificarse es afirmarse
verdaderamente. Por tanto, si se requiere la exigencia y la verificación
(las cuales sólo se encuentran en la proposición), resulta daro que los
términos sólo suponen en la proposición. Y esta necesidad de que la
cosa exista según la exigencia de la cópula se funda en la misma natura­
leza de la suposición. Pues es substituir el término en lugar de la cosa;
por lo cual, se debe dar sobre la suposición de la voz el mismo juicio
que se daría sobre la colocación de la cosa. Pero cuando la cosa no
existe según el verbo, aunque sea colocable en la oración, no se coloca;
luego tampoco se debe considerar que su signo la substituye, ya que
no supone por su significado. E n segundo lugar, a su modo los extremos
reales corresponden a los extremos de la proposición. Pues original­
mente (como lo veremos en los Predicamentos) la proposidón está en
las cosas significadas. Por lo cual, cuando los extremos no corresponden
a la realidad, tiertam ente significan, pero no suponen. Ahora bien,
ge necesita mucho ingenio para reconocer siempre esta exigencia, a
saber, qué es cada una y de qué manera, para que podamos conocer
las suposidones de los términos en todas las proposiciones. Algunos ex­
ponen brevemente que la exigencia del verbo consiste en que exista la
cosa según la diferencia del tiempo importado por el verbo, pero no
se dice lo suficiente. E n primer lugar, porque las diferencias aducidas
son sólo tres; en cambio, los dialécticos (como lo expondremos) usan
cinco, y juzgan que las cosas existen de acuerdo a ellas. Como en ésta:
“entiendo la quimera”, el acusativo supone, aunque la diferencia sea
de tiempo presente, según la cual de ninguna manera existe la quimera.
Por tanto, mejor y más claramente diremos que la exigencia del verbo
se colige de su significado. La cual ciertamente consiste en que la
170 TOMÁS DE MERCADO

cosa exista según lo que se requiere para que el verbo le competa. Por
ejemplo, para que suponga el sujeto de ésta: “el hombre corre”, el hom­
bre necesariamente debe vivir, porque no puede correr a menos que
viva. Y lo mismo vale para casi todos los verbos adjetivos, cuyas acciones
importadas las más de las veces presuponen que la cosa existe. Y en
el verbo substantivo, máxime el de segundo adyacente, como en “el
león existe”, es necesario que se dé en la naturaleza de las cosas; y
en ésta: “el hombre fue blanco”, es necesario que lo haya sido. Pues
ésta es la exigencia del verbo pretérito o futuro. Porque no sólo fueron
los que ya murieron, sino que también enunciamos verdaderamente
que a los presentes les han convenido muchas cosas. Por lo cual, exi­
gen que la cosa esté o haya estado y que el predicado sea o haya sido.
Así, de verdaderos y acostumbrados modos, colegimos que tal es la
exigencia de estos verbos. Pero si se dice: “el hombre puede discutir”,
es suficiente que pueda existir. Puesto que de un hombre aún no engen­
drado aseveramos que puede ser muchas cosas, a saber, un gran filósofo,
un jefe valiente. M ás aún, en ésta: “Adán puede caminar”, tanto el
verbo com o el sujeto suponen, aunque fingiéramos que no habrá re­
surrección. Porque el sentido no es que podrá a continuación ejercer
la carrera, sino que en su naturaleza está ínsita esta potencia, ya haya
dejado de existir la cosa, ya haya de existir. Dijimos que suponen el
sujeto y el verbo “caminar”, porque en estas modales se debe atribuir
la suposición a la cópula, pues no es ya el verbo, sino el modo “puede”,
“posiblemente” y semejantes. Y en ésta: “el hombre posiblemente dis­
cute” no se habla de una discusión presente, sino posible. Por eso,
si la discusión puede ser, en ella “discute” tiene suposición. Y , ya que
a veces los términos suponen en orden a los modos de los verbos
mencionados, así también a veces lo hacen en orden a los nombres
adjetivos. Como “el Anticristo es engendrable” . Y , para que supon-
g¿, es necesario que éste no exista. Pues lo que ya es, es inengendrable.
Esto lo tienen muchos nombres terminados en “—ble”, como “corrup­
tible”, “engendrable”, “amable”, “inteligible”, a saber, que no se digan
siempre de las cosas existentes, sino de las posibles. Y en ésta: “Pedro
contingentemente discute”, ya que es contingente lo que puede ser
y puede no ser, consta que hay la misma exigencia, a saber, que sea
posible y contingente. Pero en “Pedro edifica una casa” o en “Pablo
cose1irnos zapatos”, no hace falta ciertamente que exista la casa o los
zapatos, porque, si existieran, no se harían. Com o tampoco en éstas:
“Pedro se muere”, “la casa se derrumba”. E n las oraciones anteriores
LIBKO II: DE LA ENUNCIACIÓN 171

es suficiente que las cosas predicadas se hagan y se encuentren en


producción; en las últimas oraciones, que se encuentran en corrupción.
Y no es necesario que exista el acusativo de ésta: “entiendo la quimera”,
ya que se entiende bien incluso lo que no existe. Ciertamente el que
entiende debe existir, porque, si no vive, no entiende; pero la cosa en­
tendida basta que corresponda al intelecto. Y no es semejante ésta:
“veo la pared”, porque el sentido no es igual que el intelecto en cuanto
puede captar las cosas no existentes o aparentes, sino que se acomoda
sólo (como dice Cicerón en Los oficios, I ) a lo que está ahí y presente.
Por lo demás, en todas éstas: “finjo una quimera”, “me imagino los
montes de oro”, “quisiera ser ángel”, “ ‘hircociervo’ significa un mons­
truo”, los acusativos suponen. Pues de cualquier manera que se hallen,
las acciones les competen y pasan a ellos. ¿Pues qué exigirás, para que
yo finja algo, sino que lo finja? Y , para que una voz cualquiera signifi­
que algo imposible, basta con que se imponga a la cosa y la signifique.
Pero es muy de advertir que el juicio sobre las proposiciones negativas
es el mismo que el que hemos dado sobre las afirmativas. A saber,
que si en las afirmativas los términos suponen, de manera semejante
suponen en las negativas, ya sean éstas verdaderas o aquéllas falsas.
Como en “la quimera imposiblemente camina”, si la oración es verda­
dera, el sujeto no supone. Pero en ésta: “Pedro no discute contingente­
mente”, aunque sea falsa, los términos suponen. Así, la exigencia del
modo, o del verbo, o del nombre, debe conocerse en las negativas a
través de las afirmativas. La cual en ambas partes aconsejamos que
se miren muy atentemente para que se reconozca si los términos reciben
acepción. Pero es exigencia exacta (como la definimos) que la cosa
significada exista de tal manera que le convengan el significado del
verbo o el del modo. Porque sólo entonces los signos se ponen como
substitutos en lugar de las cosas significadas. Y no es de admirar que,
si mantenemos esta vía y camino una vez, sé evidentemente que evita­
remos mil escabrosidades e innúmeras reglas de ampliación, y las vol­
veremos vacías y vanas. Sin las cuales, con esta explicación nuestra
salvamos en la misma definición óptimamente todas las suposiciones
de los términos. Lo cual es una forma y un arte por demás ingeniosos.
Pero, habiendo presupuesto que los términos sólo suponen en la propo­
sición, y cuándo lo hacen; sin embargo, sobre los adjetivos se pelea
fuertemente entre los antiguos y los recientes si alguna vez suponen.
Para que el término suponga, los antiguos exigen las cosas que hasta
aquí hemos detallado en la exposición, y, además, que lleve consigo su
172 TOMÁS DE MERCADO

supuesto. Lo cual, según la gramática, es patente que no cumplen los


nombres adjetivos tomados adjetivamente. Así, tenían como cosa averi­
guada que no suponían. Y definen la suposición como la acepción del
término substantivo. Los. neotériccs recientes, viendo que la cosa desig­
nada existe según la exigencia del verbo, y muchas veces tales nombres
adjetives se enuncian de otras cosas, piensan que, sin ambigüedad, se
toman por su significado. Y ciertamente no veo por qué no haya de
ser abrazada aquí por nosotros su sentencia. Porque, si la suposición
es substituir el signo en lugar de lo designado, muy bien se pone en la
predicación él adjetivo en lugar del accidente. Por esto, en la definición
no pusimos ninguna modificación al término, como aquellos otros [los
antiguos] la añaden.
Esta suposición se divide de muchas maneras, con cierto orden y
descenso. E n primer lugar, según la cosa importada. E n segundo lugar,
según el término que la importa. E n tercer lugar, según el signo por el
que el término es modificado. Pues éstos parecen ser intrínsecos o
conjuntados al término. Luego, en primer lugar, hay una suposición
material y otra formal. Pues los términos se ponen en lugar de sí mismos
en la oración, lo cual proviene de la aptitud de su materia, en cuanto
apta para componer proposiciones. Luego, ya que frecuentemente enun­
ciamos muchas cosas de los mismos términos, y ellos pueden entrar en
la proposición, en vano substituimos otros en lugar de ellos. Pues, si
las cosas mismas (de las cuales son signos) pueden componer la oración,
ciertamente pondríamos en ella a las cosas, no a los términos; pues,
cuando puedes llevar un negocio, desidiosa y perezosamente comisionas
a otro para que lo lleve. Y cuándo el término supone por sí mismo, es
muy fácil colegirlo del sentido de la proposición. Pues cuando no ha­
blamos de la cosa, sino del nombre, consta que se coloca en lugar de
sí mismo, como en “ ‘hombre’ es un nombre”, “ ‘ratón’ es una voz” .
Tam bién se conocen por los signos de materialidad, como “este término:
‘león’”, “este nombre”, “esta dicción”; asimismo, el carácter “ly” es
un signo material, de modo que aquello a lo que se copula supone
materialmente. Pero la suposición por la cosa significada, como “el
hombre corre”, ya que la significación es la forma del término, con­
gruentemente se llama formal. Pero, ya que esta significación en el
término se divide primeramente en propia e impropia (como lo vimos
en el primer y segundo capítulo de los términos), la suposición se
multiplica de forma semejante, a saber, de modo que una sea propia
y otra impropia. Esta última es la acepción del término en lugar de
LIBRO Π : DE LA ENUNCIACIÓN 173

aquello que impropiamente significa, como “hombre” en lugar de la


efigie; el nombre del inventor en lugar de la cosa inventada, como los
nombres de Ceres y B aco en lugar de la comida y del vino; el nombre
d d fruto y de la cosecha en lugar del tiempo en que madura; y “reír”
en lugar de lo florido del prado. E n efecto, dijimos en el lugar mendo-
nado que muchas veces el término se refiere a algo distinto de su signi­
ficado propio, a causa de alguna semejanza con él, o por alguna afini­
dad, o por una atribución. Lo mismo dedmos ahora de la suposición.
Pero considérese que no es general que todo análogo suponga impro­
piamente por el significado menos principal, puesto que “ente” supone
propiamente por Dios y por las creaturas, porque significa propiamente
a uno y a otras, aunque Dios sea su prindpal significado. Aún más,
con ese nombre también se significa propiamente al acódente; porque,
aun cuando no es ente de maneia absoluta, sin embargo, es ente de
manera propia, en cuanto verdaderamente tiene naturaleza de ente.
Además, considérese que a estas significadones o suposidones im­
propias, los gramáticos las llaman “tropos” o “figuras”, y los oradores
“esquemas”; pero meditando superficialmente el asunto, y atendiendo
(como dijo Aristóteles) a poco, y ciertamente sin tratarlos a todos
universalmente. Pues, aunque en alguna parte coincidan estas dos su­
posiciones: impropia y figurada, sin embargo, no pocas veces difieren.
Pues ni toda impropia es figurada, ni todo tropo es impropia. E n primer
lugar, “sano” supone impropiamente por el medicamento y por la
orina, y no es ninguna figura, de modo que se tome el nombre de lo
designado en lugar del signo o el nombre de la causa en .lugar del
efecto; y, a la inversa, la suposición antonomástica es un tropo, y, sin
embargo, es muy propia. Y hay antonomasia cuando un hombre común
se toma por el individuo más digno de entre todos los que se impor­
tan, como “el Salvador” por Cristo, “el Apóstol” por Pablo, “la Virgen”
por la madre de Dios, “el Orador” por Demóstenes entre los griegos
y por Cicerón entre nosotros. Y se toma de manera antonomástica,
por ejemplo, “el Pontífice” por el romano pontífice, que excede en
potestad pontificia a todos los pontífices del mundo, siendo para todos
prelado por causa divina; “el Filósofo” por Aristóteles, que ya sin
controversia ha obtenido la primaría de todos los filósofos; “el Sabio”
por Salomón, a quien se le concedió sobrenaturalmente un conocimien­
to de las cosas mayor y más claro que el de todos los mortales. Y ,
sin embargo, estos nombres suponen propiamente por ellos. Considérese
cuánto difieren ambas cosas. Más bien, la suposición figurada muchas
174 TOMÁS DE MERCADO

veces no se funda en la significación impropia, aunque frecuentemente


los poetas usen los vocablos por aquella cosa que de ninguna manera
significan. Por ejemplo, Terencio dice: “sin Ceres y sin Baco, se enfría
Venus”. “Ceres” y “Baco” denotan el pan y el vino, a los que no sig­
nifican, sino a sus inventores. Y como consta evidentemente en la antí­
frasis, a saber, cuando un nombre se toma por el opuesto de su sig­
nificado, como “alegría” por la muerte, siendo que no hay nada más
triste que ella; y “las parcas” se toman de “parcere”, que es “perdonar”,
aunque no perdonen a nadie. ¿Y quién prueba alguna vez que todos
los nombres no signifiquen siempre lo contrario de aquello que fueron
impuestos para significar? Y , sin embargo, estas figuras son usadas
indistintamente en todos los poetas, si lo pide la medida del verso o
la belleza de la narración. Pero se presenta el argumento de que, ya
que toda suposición es propia o impropia, y ambas se coligen según
la significación, se sigue que la antífrasis supone de alguna manera por
su significado. Ciertamente no veo otra respuesta que la que daría
cualquier docto: que no conviene que se contengan estas figuras de
los poetas bajo nuestras suposiciones adecuadamente en todas sus partes,
ya que son irregulares y muchas veces no se apoyan en la significación
de la voz, sino en la ficción. D e modo que no parece que se lee lo
que narran, sino que se adivina lo que quieren narrar. Por lo cual,
muchas veces ni suponen por el significado propio ni por el impropio, ya
que el tropo (como lo define Quintiliano) es la mutación de la palabra
o del discurso de la propia significación a otra con virtud, esto es,
con su significación de alguna manera. Y , según Isidoro, en el lib. I
de las Etim ologías, los tropos son el paso de la significación propia a la
la impropia por la semejanza. Y , finalmente, respondemos que entre
ellas algunas son propias, otras impropias, y otras que se pueden llevar
reductivamente a éstas. Pero nuestras definiciones se dan de las supo­
siciones impropias que se siguen de la significación del término, a
saber, las que igualmente se originan de la significación impropia.
Pero el decir detalladamente cuántos son los tropos del discurso a
nadie se le oculta que pertenece a otra facultad, a saber, la gramática;
sólo queda que le exija la materia de este lugar. Lo cual discierno que
han hecho mis predecesores (no sé si con frugalidad). Por lo tanto,
así se da la suposición impropia.
LIBRO Π : DE LA ENUNCIACIÓN 175

LECCIÓN SEGUNDA

La suposición propia es la acepción del término por aquello que pro­


piamente significa, como “león” por el león, “gigante” por el gigante;
y se divide en dos, a saber, en simple y personal. Para conocimiento
de las cuales considérese que los términos han sido impuestos prin­
cipalmente para significar la naturaleza o especie en común; y, de
manera secundaria, a los individuos, que se originan y se acaban en
la perpetua serie de la generación y la corrupción. Pues, si se pregunta:
¿para significar qué se instituyó de manera primaria “hombre”? Cierta­
mente nadie responderá que a Pedro o a Pablo, pues consta que en
el tiempo de la imposición ni siquiera habian nacido, y mucho menos
eran conocidos. Fue impuesto para significar indistintamente al hombre,
a saber, a la naturaleza humana, dondequiera que se encontrara; la
cual ciertamente se encuentra en todos y cada uno de los hombres;
por lo cual, secundariamente los significa. Y experimentamos que
esto mismo es verdadero en los demás términos comunes. Por tanto,
cuando supone por el significado primario, a saber, por la naturaleza
y la quididad, que es universal con respecto a todos los que tiene su­
jetos a ella, entonces es simple, esto es, principal y prominente. Pero,
cuando supone por los mismos individuos, supone personalmente. De
esta manera —con gruesa Minerva— es como conviene enseñarlo a
los jóvenes; y no escrutarlo con ingenio más sutil, no sea que corramos
intempestivamente, máxime que esta distinción de la cosa en común
y singular ya se trata en boca de todos. Y con qué signo puede discer­
nirse en particular cuándo la dicción supone simplemente, es algo uni­
versal: cuando se toma por la cosa sujeta a un término de segunda
intención, o modificada por él, supone simplemente si la proposición
es verdadera, como “el hombre es una especie”, “el animal es un género”,
“la substancia es un predicamento”, “la blancura es un predicable” y
otras semejantes. D ije que suponga por una cosa, y no por sí mismo,
porque hablamos de la suposición formal, y porque también tomado
materialmente muchas veces se sujeta a un término de segunda inten­
ción, como “ ‘amo’ es un verbo”; pero, si se toma formalmente, nunca
fallará la regla, y no sé si alguna vez en esto se ha constituido alguna
más clara que ella. Y qué es el término de segunda intención, ya lo
insinuamos en su propio lugar cuanto era conveniente. Es verdad (y
lo confieso ingenuamente) que ni la naturaleza de la segunda intención,
176 TOMAS DE MERCADO

ni la inteligencia de la suposición simple la conseguirá alguno perfec­


tamente en nuestra presente doctrina, sino hasta que conozca los predi­
cables y predicamentos; por lo cual, deseando vehementemente el
orden, no me esfuerzo en mostrarlo con muchas cosas. Principalmente,
porque sospecho que, si le dedico el esfuerzo, sería sin duda nocivo, vano
y hasta frustrado el trabajo para aquellos a los que deseo, sin embar­
go, les aproveche.
Pero, en cuanto a la suposición simple, se da entre los antiguos y
los modernos una gran discusión sobre si el término singular supone
alguna vez de modo simple. Los últimos postulan la parte afirmativa;
los primeros, al contrario, siguen la negativa. Pero en este asunto he
suscrito más gustosamente la opinión de los antiguos; porque apenas
y muy difícilmente se entiende esta suposición simple en los singu­
lares. Pues, ya que el singular sólo significa un individuo, si la supo­
sición personal es de los individuos, ciertamente no puede no suponer
personalmente el término que sólo significa a los individuos. Por lo
cual, era tan evidente a los antiguos que no se tomaba de manera
simple, que en la definición añadían: “la acepción del término común”,
para excluir la del singular. Lo cual nosotros (como era justo) hemos
imitado. Se confirma. E n ésta: “Pedro corre”, el sujeto supone por
aquello que primeramente significa; luego ahí debería máximamente
suponer de manera simple. M ás aún, así supondría siempre, todas las
veces que se colocara en una oración; lo cual no admiten ni los mismos
neotéricos.
Se arguye en contra. E n ésta: “el hombre corre”, el sujeto está en
lugar de aquello que más primeramente significa, porque es un aná­
logo cuyo miembro más principal es el viviente, en lugar del cual se
substituye ahí; y, sin embargo, no supone de manera simple; luego
la definición es nula. Se responde que “más primeramente” se entiende
entre los significados propios, no los impropios. E n segundo lugar que,
ya que es superlativo, se toma estrictamente por aquello que significa
más primeramente entre todos, y de este modo no representa a los
singulares existentes, sino a la naturaleza común, por la cual supone
ahora. Con ambas respuestas se diluye la objeción.
La suposición personal se subdivide en natural y accidental. Y esta
división, con las precedentes tomadas de la formal, se colige (como
consta) de acuerdo a la cosa significada. Para conocimiento de esto,
sépase que los términos comunes tienen una significación muy extensa,
en cuanto que han sido impuestos para significar a todos, por ejemplo,
LIBRO π: DE L i ENUNCIACIÓN 177

“caballo” a todos los caballos, “león” a los leones, “astro” a los astros,
dondequiera y cuandoquiera que existan. Y , así, significan a los pre­
téritos, a los presentes, a los futuros y a los posibles. Sin embargo, la
suposición no siempre es tan extensa, sino mayor o menor según el
sentido y la exigencia de la locución. Y de que “hombre” signifique
a todos los hombres no se sigue que siempre hablamos de todos, sino
que a veces de uno, a veces de muchos, raramente de todos. Como
aquí: “el hombre es elegante”, sólo del hombre señalado; “el hombre
está sentado”, de uno de los vivientes; “el hombre fue de gran vida”,
de uno de los pretéritos, y así de los demás. Por lo tanto, la suposición
accidental es la acepción del término por aquellas cosas qué correspon­
den al término según la exigencia de la cópula. Como en “el caballo
corre velozmente”, se toma sólo por los existentes, no por los que ya
se han corrompido o por los que se han de engendrar. Aquí: “el león se
precipitará feroz”, se toma por los existentes o futuros. Pero cuando
se toma por todos sus significados, es suposición natural, la cual, enton­
ces, se sigue de la significación, y, ya que la suposición formal se origina
de la significación, aptamente y con razón a tal formal se la llama natu­
ral, y no restringida o coartada extrínsecamente. Y por eso con una
razón en cierta medida no artificial, sino natural, aunque la otra nomen­
clatura sea más cierta que ésta de “razón”, la cual mostramos a partir
de los vestigios. Por ejemplo, en “el hombre es animal”, “el ángel es
espíritu”, “la blancura es color”, “el número es cantidad”, los sujetos
y predicados suponen por todos; el primero, por todos los hombres, y
no aisladamente por éstos o aquéllos; en la otra por todos los ángeles.
Y la razón, por lo pronto, es que, aunque los hombres son diferentes
en número y en muchas cosas, sin embargo, convienen con plena seme­
janza y cualidad en la naturaleza y en aquellas cosas que acompañan a
la naturaleza. Y los caballos pueden diferir en figura, color, magnitud y
proporción, y, sin embargo, todos los caballos serán animales capaces
de relinchar. Luego cuando se tiene un discurso sobre la naturaleza de
las cosas (donde los individuos no difieren), y no de los accidentes,
entonces es apto a la razón que los términos supongan por todos aque­
llos a los que convienen igualmente según esa materia. Si dices “el
hombre corre”, no todos convienen en el correr. Y si dices “el hombre
fue blanco”, tampoco deben todos tener esa cualidad; por eso, justa­
mente se llama suposición accidental, a saber, cuando se dice algo
accidental. Y , entonces, tal suposición no puede ser tan general que
abarque a todos, ya que son diferentes én eso que se pronuncia. Pero,
178 TOMAS DE MERCADO

cuando se enuncia de la cosa su quididad o cosas naturales a ella (en


las que todos, sin exceptuar a ninguno, participan de una máxima
igualdad), el término supone por todos aquellos que significa; ya que
es necesario que a todos les convenga o no les convenga. Así, esta supo­
sición se llama natural por la cosa significada de toda la proposición.
En efecto, o significa la naturaleza del sujeto, o lo que acompaña a la
naturaleza. Recuérdese lo que decíamos en el capítulo del verbo, a saber,
que a veces el verbo se absuelve del tiempo, lo- cual no era denotar la
existencia de los extremos, sino sólo unir el predicado al sujeto. Como
en “el caballo es animal”, el sentido no es que ahora exista un caballo
que sea animal, ya que sería verdadera aun si no existiera ninguno.
Como también ésta: “la rosa es una flor muy hermosa” se concede
como verdadera en invierno, cuando ninguna decora el campo. Sólo
entiéndase que en tales proposiciones los términos suponen natural­
mente, y que tales aseveraciones o negaciones siempre son naturales.
Y ambas cosas se explican mutuamente de manera muy clara. Pues, ya
que el verbo de ésta: “el hombre es animal” se absuelve del tiempo,
el sujeto no sólo supone por los presentes o los pretéritos, sino indistin­
tamente por todos; y, a la inversa, ya que los términos suponen natural­
mente por todos, la proposición (si una vez es verdadera) es (como
dicen) de verdad perpetua. Ya que de ninguna manera se vuelve falsa
por la corrupción o mutación de las cosas, las cuales suelen falsificar
a las contingentes verdaderas.
Pero se arguye en contra de esto. E l sujeto de ésta: “todo hombre
posiblemente discute”, supone por todos, aun por los posibles que
nunca existirán (como lo veremos en el lib. I I I ) , y, sin embargo, no
supone de manera natural, sino accidental; luego la definición es nula.
Además, en ésta: “Pedro es blanco”, el sujeto se toma por todos
aquellos cuyas veces puede hacer, y está sólo accidentalmente por el
existente, según la exigencia del verbo. A lo primero se responde de
dos maneras. En primer lugar, que ciertamente supone por todos en
razón de la añadidura “posiblemente”, y en orden a todas las diferen­
cias positivamente, a saber, por los presentes, pretéritos, etc., como se
ve al exponerla en virtud de la añadidura. Pero la suposición natural
se da en lugar de todos por razón de sí misma, sin ninguna otra añadi­
dura ni extensión. Además, sin tomar en cuenta los tiempos y las
diferencias, une absolutamente al predicado con el sujeto. En cuanto
a esto (como hace tiempo decíamos), el término común tiene doble
significado; uno primario, a saber, la naturaleza que se encuentra en
LIBRO Π : DE LA ENTINC tAClÓN 179

los individuos, y otro secundario, a saber, los mismos individuos. Pero


en la suposición natural ciertamente supone por ambos, y no sólo por
los individuos. Como aquí: “el hombre es animal”. E n cambio, en la
accidental se supone sólo por los individuos, aunque sea por todos
ellos. Por lo cual, en la primera está por todos aquellos por los que es
natural tomarlo; pero en la otra está por todos los individuos, más allá
de los cuales queda la naturaleza universal, a la que primariamente se
representa.. Ha sido conveniente expresar ahora esta doctrina con estas
palabras, aunque se podía explicar con otras más sublimes y más su­
periores de la filosofía. Por lo cual quisiera que los dialécticos cono­
cieran la naturaleza de la suposición accidental de manera más exacta.
Λ saber, que en éstas: “el hombre corre”, “el león está sentado”, aunque
toda la proposición sólo se diga del hombre que corre, sin embargo, la
exigencia del verbo (que hemos recordado tan frecuentemente) no es
la carrera, de modo que “hombre” deba substituir sólo a los que corren,
sino que es la existencia presente y, así substituye a los vivientes, por
más que estén quietos o aun cojos; y “corre” no sólo está por la carrera
ejercida por el hombre, sino por cualquier tipo de carrera, lo cual en
las demás proposiciones (que puedan aducirse como ejemplos) ha de
entenderse. A la segunda objeción, respóndase que la controversia no
se da sobre si un término singular supone naturalmente. Todos admiten
que puede encontrarse en ambas acepciones. Pero en los singulares no
se colige la distinción según más o menos significados (ya que sólo
tiene unívocamente u no), sino porque hace las veces de muchos; a
saber, por, el anciano, el joven, el vivo, él muerto, el engendrado y el
no engendrado, de modo que siempre suponga por él. Pero, cuando se
toma accidentalmente, puede suceder que no suponga; en cambio,
tomado naturalmente, siempre supone por ese significado suyo. E l cual
nunca le falta, y tiene muchos a semejanza de él. Por lo cual, en estas
proposiciones: “Pedro es animal”, “Juan es risible”, los sujetos suponen
naturalmente; y, en cambio, en el ejemplo del argumento supone acci­
dentalmente.
Se arguye contra la misma definición. E l sujeto de ésta: “el hombre
fue animal”, parece suponer naturalmente, ya que el predicado es su
quididad, y, sin embargo, no se toma por todos, sino por los presentes
y pretéritos, de ninguna manera por los futuros; lu eg o. . . Se da una
polémica entre los dialécticos sobre el término supone naturalmente
sólo con respecto a la cópula de presente. Y ciertamente, a mi juicio
(si atendemos a la común manera de concebir de los hombres), la
180 TOMÁS DE MERCADO

cópula extrínseca no es capaz de suposición natural ni la admite. Pues


“fue” y “serán” insinúan tratar de aquellos que vivieron o vivirán, pero
no suena claramente que traten del presente. Por lo cual sólo es apta
para decir la composición del predicado con el sujeto. Por eso se niega
la mayor del argumento. Pero se replica: esa proposición siempre es ver­
dadera; luego los términos se toman naturalmente. Pues su correspon­
diente proposición de inherencia, a saber, “el hombre es animal”, nunca
es falsa. Pero se responde que en su correspondiente proposición de
inherencia la cópula restringe; la cual, por eso, se niega como perpetua,
a saber, “el hombre existe como animal” . Según el término, la suposi­
ción accidental se divide en común y singular o discreta. Pero la común
se divide inmediatamente en universal, determinada y confusa. Para
entendimiento de esta división, nótese que los signos que modifican
a los términos y se ponen con ellos son cuatro, dejando aparte a los
particulares, como “cierto”, “algún”, “uno de los dos”, “ninguno de
los dos”, “ambos” . Unos son universales afirmativos de manera absoluta,
como “todo”, “cualquier”; otros negativos, como “no”, "ningún”,
“nadie”, “nada”; y sólo hemos hablado de ellos en la exposición de la
cualidad de la proposición universal. Pues sólo éstos pueden hacer
a la proposición universal. Otros son de cualidad mixta, a saber, los
que incluyen afirmación y negación. D e los cuales a ninguno recordare­
mos aquí, pues lo haremos de manera muy exacta en el lib. IV . Otros
son llamados signos especiales de confusión, como “prometo”, “se
requiere”, “dos veces”, y otros semejantes. Y no es de extrañar que
confundan los términos de tal manera que los hagan inmóviles y
que, para la verdad de la proposición, sea necesario que no se haga
ninguna singularización ni resolución de ellos. Por ejemplo, ésta es
verdadera: “para cabalgar se requiere el caballo”, mientras no muestres
ningún caballo; y, si lo.m uestras, para él se volverá falsa. Pues el
caballo es aquello sin lo cual no podemos cabalgar, pero no hay ninguno
sin el cual no podamos cabalgar. Por eso, ya que no se requiere nin­
guno en singular, para cabalgar se requiere máximamente el caballo.
Y ésta: “dos veces celebró la misa”, si una vez y otra segunda vez se
ofreció el sacrificio, es verdadera y, sin embargo, no encontrarás nin­
guna misa que se haya celebrado repetidas veces. Además, esos nombres
suponen tan confusamente y tan en común, que no es lícito mostrar
a cualquier supuesto. Por eso estos signos: “dos veces”, “se requiere”,
y otros semejantes, se llaman de confusión especial, esto es, de grande
e insigne confusión. Sobre los cuales advertiremos algunas cosas en el
LIBRO II: DE LA ENUNCIACIÓN 181

lib. III. Con estas anotaciones la división queda muy fácil de entender.
Pues la suposición universal es la acepción del término determinado
con un signo universal. Se entiende de los universales tanto afirmativos
como negativos, que expusimos en el lib. I. La determinada es la
acepción del término común sin ningún signo, o modificado por el
signo particular. Solamente la última necesita comentario. Luego ad­
viértase que la condición del signo universal afirmativo es actuar po­
tentemente sobre el término inmediato a él distribuyéndolo, y
débilmente sobre el mediato a él, confundiéndolo; en lo cual no alcanza
la eficacia y acción del negativo, el cual distribuye todos los términos
de la misma proposición; como en “ningún hombre es león”, tanto
el sujeto como el predicado suponen universalmente. Pero el afirmativo
no hace lo mismo. Pues en ésta: “todo caballo es coloreado”, el predi­
cado no se toma universalmente, sino que sólo se distribuye el término
inmediato. Y se llama término inmediato al adjetivo y al substantivo
colocados en el mismo extremo como “todo hombre blanco corre”,
ambos se toman universalmente; porque en verdad, según la acepción se
toman como un sólo y mismo término simple; en cambio el mediato
se confunde. Y confundir algún término consiste en que suponga de tal
manera en confuso, que no sea lícito señalar su significado, en lo cual
precisamente se distingue de la determinada. Por ejemplo, esta pro­
posición: “todo hombre es animal” es verdadera y, si al punto señalas
que animal es todo hombre, la vuelves falsa. Pues ¿cuál dirías que es
todo hombre? E n cambio, en la determinada es lícito, por ejemplo
en “el hombre es piedra” o “el hombre corre”. Y , señalando, puedes
mostrar: “éste es el que cone”, “éste es el que no es piedra” . Luego,
la suposición confusa es la acepción del término común que sigue
mediatamente a un signo universal afirmativo. No nos hemos referido
absolutamente al signo universal, porque el negativo no confunde, sino
que distribuye a ambos indistintamente y hace que supongan por todos,
a no ser que lo impida algún obstáculo, como el de otra negación o
signo, o la acepción del término común de cualquier manera tomado
con un signo especial de confusión. Pues confunde a los próximos y
distantes de la misma oración. Y , ya que la negación distribuye a ambos,
así estos signos confunden a ambos.
La suposición universal se divide en distributiva y colectiva, las
cuales resultan muy claras en el texto. Pero acerca de ellas hay algunas
objeciones que ilustran mucho la doctrina. E n primer lugar, el sujeto
de ésta: “todo hombre es animal” supone por todos sus significados,
182 TOMÁS DE MERCADO

y, sin embargo, no se toma naturalmente, sino accidentalmente, como


Se ve ascendiendo de la suposición distributiva, que se contiene en la
accidental. Acerca de este argumento, nótese que entre los dialécticos
se discute la cuestión de si la distribución impide la suposición natural;
y la razón de la duda es que semejante suposición, sin distribución, ha­
bla de todos. Luego nunca es necesaria la distribución. Pero (a mi
juicio) de ninguna manera la impide. Pues los silogismos demostra­
tivos se hacen muchas veces con proposiciones en las que hay suposición
natural, y, sin embargo, la forma del silogismo exige proposiciones
universales. Luego la universalidad y esta suposición no se repugnan,
sino que este tipo de proposiciones, ya sean universales, ya sean inde­
finidas, como “el hombre es animal”, pueden, según nuestra elección,
tomarse doblemente, a saber, con verbo absuelto del tiempo, y entonces
los términos se toman naturalmente, o con un verbo que restrinja
a los extremos, y entonces suponen según las reglas de la suposición
accidental. Pero se replica: Absuélvase del tiempo la cópula, y entonces
le conviene la definición de la suposición distribuida, pues es la acep­
ción del término común distribuido con un signo universal. Se responde
que en todas estas divisiones y definiciones lo inferior se entiende
por lo superior, a saber, por lo que es la suposición accidental. Por
ejemplo, la suposición distributiva es la acepción accidental del término,
con lo cual se excluyen las suposiciones naturales y otras. Pero no es
inconveniente que coincidan en lo demás, ciertamente en que es la
acepción del término distribuido por el signo universal. Pues las mismas
divisiones con las que hemos partido a la accidental dividen a la natural
y a la simple (como lo hemos hecho en el Opúsculo de los argumentos);
a saber, la suposición natural se divide en común y singular; y, además,
la suposición simple común es triple: universal, determinada y con­
fusa. Pero aquí, por causa de la brevedad, los doctores sólo separan
este miembro, quizá porque sus suposiciones son más frecuentes y
difíciles entre los dialécticos.
Contra la suposición distributiva. E l sujeto de ésta: “no todo hombre
corre” supone determinadamente, porque significa que algún hom­
bre no corre, y, sin embargo, se modifica con uno y dos signos univer­
sales; luego . . . Se responde que se entiende del signo universal no
impedido, o de universales no impedidos. Pero la negación del afir­
mativo impide la distribución. Pero se pregunta de qué modo se juzgará
esta suposición tan embrollada por esos signos. Ciertamente con la
regla anterior prescrita, a saber, que se vea cómo supone sin negación,
LIBRO Π : DE LA ENUNCIACIÓN 183

y se vuelve la suposición opuesta, porque, quitada la negación, el


sujeto se distribuiría y el predicado se confundiría, e, inserta en ella,
el sujeto supone determinadamente y el predicado distributivamente.
Si se procede de este modo, se juzgará con seguridad y certeza.
E l predicado de ésta: “el león es todo animal” supone confusamente,
si la suposición confusa es no señalar ahí la cosa a la que se substituye y,
sin embargo, está distributivamente; luego los miembros [de la división]
coinciden. Confieso que en esa suposición se encuentra algo de confu­
sión, pero no es la sólo confusa que ahí definimos, sino una distributiva
algo confusa. A saber, en cuanto que no es lícito señalar enseguida y
sin demora a sus supuestos. Lo cual es lícito siempre en la suposición
determinada, y muchas veces en la misma distribuida. Pero la sólo
confusa es la acepción del término que sigue de manera mediata al
signo universal afirmativo. Aunque este seguimiento no se entiende
en la pronunciación o en la colocación, sino (lo que es lo mismo) en
el sentido. Por ejemplo, si en “animal és todo hombre”, por causa
de la elegancia se cambian los extremos, y en la sentencia es que
todo hombre es animal, supone confusamente “animal” en la anterior.
Pero se pregunta con qué especie de suposición suponen los términos
de esta: “sólo el hombre es animal”. Respóndase que aquí no se hace
ninguna mención de la suposición de las proposiciones exponibles; pero
se hará en el lib. IV .
D e esta suposición distribuida dimana cierto lugar argumentativo muy
célebre, a saber, de lo distribuido a lo no distribuido, afirmativa o ne­
gativamente, es buena consecuencia. Como “todo caballo corre, luego
el caballo corre”, “el hombre es todo animal, luego el hombre es ani­
mal” . Igualmente en las negativas: “ningún león es piedra, luego el
león no es piedra”, “ninguna cabra es árbol, luego ninguna cabra es
este árbol”. Pero, a la inversa, de lo no distribuido a lo distribuido,
siempre hay defecto. Y es lo mismo en la sentencia argüir de la
distribución de lo superior a la distribución de lo inferior. Como “todo
animal es sensible, luego todo hombre es sensible” . Y lo mismo nega­
tivamente: “la blancura no es un tiempo, luego no es un mes”. Por lo
cual, este lugar suele referirse con estas palabras: De lo superior a su
inferior con distribución de lo superior, afirmativa o negativamente, es
válido.
Finalmente se pregunta sobre la suposición de los relativos de los
gramáticos: ¿cómo suponen? Se ha de responder que el relativo es doble,
uno recíproco de especie primitiva, y otro no recíproco de especie pri­
184 TOMÁS DE MERCADO

mitiva, en el que se incluyen también los que de ninguna manera son re­
cíprocos, como “él”, “éste”, “que”, “el otro”, “tal”, “cual”, y los recípro­
cos de especie derivativa, como “uno”, “mío”, “vuestro”. Y sólo el
primero viola nuestras reglas. Pues el segundo las observa, como aquí:
“todo hombre corre y ése discute”, “ése” supone determinadamente.
Pero aquí: “el león está sentado y ése no se mueve”, “ése” supone
distributivamente. Pero el recíproco de especie primitiva supone com­
pletamente igual que su antecedente, sean cuantos fueren los signos
que recaigan sobre él. Como aquí: “el hombre no es él mismo”, supone
determinadamente. Aquí: “ningún león es él mismo”, distributivamente.
Y aquí: “todo caballo es él mismo”, distributivamente en ellas éste
tiene tan intrínseca reciprocidad con el antecedente y tan perfecta de­
pendencia, que no sólo convienen en género y en número, sino también
en suposición. Y en ello sólo se vence con la naturaleza de la negación
y con la reciprocación del signo afirmativo, de modo que ni la nega­
ción distribuya ni el afirmativo confunda. Por eso el recíproco depende
tanto, que no se puede (como veremos) resolver antes de que se resuelva
el antecedente, más aún, no pide o admite ninguna otra resolución
más que la de su mismo antecedente, de modo que, al mismo tiempo
que se resuelve el antecedente, queda juntamente resuelto el relativo.
Ya que el objetivo y la intención de la dialéctica es conocer la verdad,
y preparar las múltiples vías para alcanzar la verdad, de dondequiera
que podamos, debemos colegir las reglas útiles para alcanzar este obje­
tivo. Y de la suposición dimanan dos reglas que, en primer lugar, son
claras, y, en segundo lugar, son infalibles. Y de estas reglas surgen otros
tantos lugares argumentativos. D e modo que te parezca fecunda y aco­
modada a nuestro intento la materia de la suposición. La primera es
que la proposición afirmativa, para ser verdadera, exige que los extre­
mos supongan por lo mismo. Por lo cual, la afirmativa cuyos extremos
no suponen por lo mismo, es falsa. La primera parte consta porque
cuando una cosa se predica de otra, más aún, que una sea la otra, es
necesario que ambas se tomen por lo mismo. Pues si las cosas fueran
distintas, el predicado y el sujeto, según la exigencia de la proposición,
falsamente se afirmaría el uno del otro. Esta parte de la regla la ase­
vera Aristóteles con estas palabras: “Si A es B , algo uno son A y B ”.
Por lo cual aquí: "el hombre posiblemente es blanco”, aunque sea etíope,
los extremos suponen por lo mismo. Más aún, según la exigencia de la
proposición, son lo mismo, en cuanto que no asevera que el hombre
es blanco, sino posiblemente blanco. Luego suponen ahí por lo mismo.
LIBRO Π: DE LA ENUNCIACIÓN 185

D e lo cual infiero que siempre se sigue bien: esta proposición es afir­


mativa y verdadera, luego los extremos suponen por lo mismo. La se­
gunda parte, a saber, que aquella cuyos extremos no suponen es falsa,
resulta patente de la anterior, porque no tiene lo que requería la verdad.
Y al presente deben tomarse como equivalentes el no suponer por lo
mismo y el no suponer absolutamente. D e donde se sigue que, si es
falsa teniendo extremos que suponen, siempre y cuando no sean por lo
mismo, cuánto más fácilmente se convence de falsedad si ambos ex­
tremos, o uno de los dos, no suponen ni por algo diverso. Por lo cual,
éste es un óptimo lugar argumentativo: Esta proposición es afirmativa,
y sus extremos no suponen, o al menos uno de ellos, luego es falsa.
Esto es tan cierto y regular entre los dialécticos, que se usa como regla
inviolable: Es afirmativa de sujeto o predicado no suponente, luego es
falsa. Y en verdad no deja lugar a réplica. La segunda regla es para
las negativas: La negativa cuyos extremos no suponen por lo mismo,
o no suponen, es verdadera. Pues lo que engendra la falsedad de la
afirmativa, es necesario que engendre la verdad de la negativa. Pues
entonces, si los extremos no son lo mismo, con verdad se negaba el
uno del otro. Pero a la inversa no se sigue: Los extremos suponen por
lo mismo, luego es falsa. Porque aquí: “ningún hombre es necesaria­
mente blanco”, se toman por lo mismo, y es verdadera.

L E C C IÓ N TER C ER A

Aunque en las lecciones anteriores he expuesto (según juzgo) toda la


materia de la suposición, no quiero parecer tan adversario ni negligente
del modo de hablar de los neotéricos, ya muy usado e introducido en
las escuelas, que no lo recuerde en mis comentarios. Principalmente
porque, si se trata de manera sobria y prudente, se alcanzará mucha
utilidad y ciertamente claridad. Ellos suelen ventilar en la suposición
la ampliación, la restricción y la alienación, pero con una maraña tan
terrible de sofismas y una serie de reglas que obscurecen la doctrina, que.
más bien obstaculizan embotando con su confusión los buenos ingenios y
no brindan nada para agudizarlos; y, ya que la brevedad y la resolución
son tan gratas en toda doctrina de la filosofía, en verdad en ninguna
otra como en ésta debían observar una moderación y un compendio
más razonables. Y a que, si es útil para argumentar en las súmulas, apenas
tiene uso y comodidad en las otras disciplinas (por causa de las cuales,
■ 186 TOMÁS DE MERCADO

adquirimos ésta). Sin duda porque tratamos siempre las proposiciones


(como dicen) de cópula simple de inherencia, y de la suposición natu­
ral, donde no hay ninguna restricción, ampliación ni distracción. Por
tanto, me esforzaré, con la ayuda de Dios, por escribir las materias de
estas cosas con tal estilo y luz, que sirvan de ejercicio a los dialécticos.
Luego, ciertamente usando con arte e ingenio todo el discurso de la
ampliación en m i exposición de la definición (si no me equivoco), lo
hice muy vano con muchas palabras y ejemplos que muestran patente­
mente que verdaderamente en éstas: “el hombre fue blanco”, “el Anti­
cristo será inicuo”, “Platón posiblemente enseña”, “entiendo la qui­
mera”, sin ninguna ampliación o noticia de ella, los términos suponen.
Y lo hice a imitación de los antiguos, que ni conocieron alguna vez
la voz “ampliación” ni la usaron nunca. Sin embargo, confieso ingenua­
mente que en esta parte es artificioso al mismo tiempo que emdito,
el ingenio de los modernos, si no fuera tan gravoso y difuso, por no
decir confuso. Así, pues, definen tres cosas después de la suposición,
a saber, la ampliación, la restricción y la alienación. La ampliación es
la extensión del término de una suposición menor a otra mayor. La res­
tricción es la coartación del término de una suposición mayor a otra
menor. La alienación es la desviación del término de una suposición
propia a otra impropia. Para inteligencia de ellas, nótese que la suposi­
ción (como lo señalamos repetidas veces más arriba), aunque se origina
de la significación, es mutable: crece y decrece sin que cambie la signi­
ficación. Pues la suposición es como un oficio y servicio del término,
el cual por eso será lícito extenderlo y coartarlo, según lo exija la
materia y necesidad de la locución. Pero la ampliación es una extensión,
y la restrición una coartación. D e modo que, cuando substituye a mu­
daos, entiende la suposición como dilatada; y, cuando por pocos, como
que se enlaza y se liga. Lo cual en eso se llama aptísimamente restrin­
gir. Y cuando acontece eso, se entiende veraz y claramente de la si­
guiente manera. En la suposición natural ni se restringe el término ni
:se amplía; antes bien, en su suposición natural —y, por ello, debida—
(está como en estabilidad, a semejanza del hombre que ha llegado a su
estatura debida. Y la suposición material y la simple se llaman inmóvi­
les y no restringibles. Y la razón de esto es que suponen por la natura­
leza, la cual siempre es una y la misma. Por lo cual, en la suposición
accidental y én las inferiores de ésta se encuentra esa variación. E n la
cual, si el término supone de manera absoluta sin ninguna restricción
con respecto a la cópula de presente, se da (según dicen) la estabilidad
LIBRO Π : DE LA ENUNCIACIÓN 187

y como el punto intermedio de la suposición, ya que está por los pre­


sentes, que yacen entre los pretéritos y los futuros. La cual también
se puede llamar como la recta y la medida de las demás suposiciones,
y así los dialécticos hablan de ella constituyéndola como algo inter­
medio. Pues, con respecto de la ampliación, la llaman menor y, con
respecto de la restricción, la llaman mayor. Luego la ampliación se
da cuando el término se toma simultáneamente por los presentes o
pretéritos, o por los presentes o los futuros, o por los posibles. Donde·
manifiestamente resplandece la ampliación. Porque, ya que en todas
éstas supone por los presentes (lo cual era la quietud y la estabilidad
de la suposición) y además se añade que por los futuros, pretéritos o
posibles, consta que la suposición se extiende y se aumenta. E n cambio,
la restricción se da cuando supone sólo por los pretéritos, o sólo por
los futuros, o cuando no lo hace por todos los que existen (la cual es
suposición absoluta), sino por los blancos, o los negros, o los justos,
o los sabios, o de géneros parecidos. Entonces, ya que con respecto a
esa cópula deberá tomarse por todos, resulta evidente que se coarta
su amplitud, pues no se toma por todos, sino por algunos de ellos.
Por tanto, la ampliación es la extensión del término de una suposición
menor a otra mayor; y la restricción es la coartación de una mayor,
esto es, de una intermedia, a otra menor.
Y , para conocer cada una de las ampliaciones de los términos, se
estatuyen cuatro reglas. La primera es: E l verbo de pretérito amplia
los términos precedentes para que estén por los significados que existen
o existieron, y los subsiguientes se restringen a estar por los que
existieron. D e forma semejante, el verbo de futuro amplía a los tér­
minos que están antes de él a lo que existe o existirá, y restringe a los
términos que están después de él a lo que existirá. Como en ésta:
“el hombre fue negro”, el sujeto supone por los hombres presentes o
pretéritos, de modo que si no existe ninguno, pero existió alguno,
supone; y, si ninguno había vivido hasta ahora, y recién ahora es creado
alguno, también supone. E l predicado supone sólo por lo negro pre­
térito, de modo que si después se hiciera algo negro, el término no
estaría allí por él. Pero cuando decimos “por los pretéritos”, no los
entiendas sólo como los que ya dejaron de ser (pues es indiferente a
que exista o no, mientras haya existido), pues verdaderamente decimos
del anciano aún viviente que fue, aunque todavía exista. Y aquí se
toman por lo mismo “ser pretérito” y “haber existido”. Advertimos
esto porque en otra acepción del verbo “preterir” sólo se dice “pre­
188 TOMÁS DE MERCADO

térito” a lo que ya está corrompido. La segunda regla es: Estos nom­


bres, verbos y adverbios: “contingente”, “contingentemente”, “puede”,
“posiblemente”, “imposiblemente”, amplían a los posibles. E n lo cual
hay que considerar que física y realmente hay dos diferencias de tiempo,
dos partes suyas, a saber, el pretérito y el futuro; gramaticalmente,
tres, a saber, esas mismas y además el presente; pero, lógicamente,
cinco, a saber, las tres reales y otras dos intelectuales: lo posible y lo
imaginable. Pues entendemos muchas cosas qué tal vez en todo el
evo no existirán, como otro mundo, el cual, aun cuando sea posible
(en cuanto creable), sin embargo, nunca habrá de ser creado. Luego,
ya que esta proposición afirmativa es verdadera: “otro mundo es po­
sible”, y la proposición afirmativa exige que los extremos supongan,
ellos suponen. Luego, no están por lo presente, o lo futuro, o lo pre­
térito, sino por lo posible. Además, entendemos muchas cosas que son
imposibles, como la quimera. Por lo cual, por razón semejante, ya
que éstas son verdaderas: “entiendo la quimera”, “quiero ser ángel”,
“finjo dos contradictorias verdaderas”, y otras semejantes, los extremos
suponen; pero esos extremos no se toman por los posibles, ya que
sólo significan cosas imaginables, luego es necesaria otra diferencia.
Por eso dicen que estos verbos y nombres que significan actos inte­
riores del alma amplían el término directamente a las cinco diferencias.
Así, esa regla de que la proposición afirmativa y verdadera exige la
suposición de los extremos muestra la ampliación de estos términos. Se
establecen otras muchas reglas, pero éstas son las principales, con tal
que se entienda que en la construcción en el significado el caso es
regido por el verbo, o precede a la cópula, o la sigue, al modo como
lo entienden los gramáticos. Los cuales, dondequiera que se coloque el
acusativo de la oración, dicen que sigue al verbo; no como algunos
sumulistas neotéricos, que, según la colocación o la prolación material,
retuercen y entienden bastante violentamente estas reglas. A saber,
que “fue” no amplía el nominativo si éste se profiere después de él,
como en “fue el hombre joven”, ni restringe al predicado si le ante­
cede. Y de este error hablaremos en seguida.
Pero, acerca de las restricciones: Todo adjetivo y substantivo to­
mados por la parte del mismo extremo se restringen mutuamente.
Como en “todo hombre blanco cone”, “hombre” supone sólo por el
blanco, y “blanco” por el hombre blanco. Todo antecedente restringe
a su relativo de modo que sólo suponga por él. Aunque esta determi­
nación impropiamente se llama restricción. Pues el relativo no es capaz
LIBRO Π : DE LA ENUNCIACIÓN 189

de suponer sino por su antecedente, y se considera que se restringe


aquel término que es apto para suponer por muchos. En tercer lugar,
toda determinación restringe a su determinable, pero nunca a la inver­
sa. Y la razón resulta manifiesta en los nombres mismos. Pues “deter­
minación” suena a acción, y “determinable” a pasión; así, es congruente
a la razón que el primero coarte y el otro sea coartado. Y cuál de los
términos sea la determinación y cuál el determinable, se conocerá
fácilmente por el sentido. Como aquí: “el caballo de cualquier hombre
corre”, el genitivo determina a “caballo” para que suponga sólo por
los que son poseídos por el hombre, no por los caballos salvajes. Y
aquí: “éste sabe teología”, el acusativo determina al verbo para que
se tome por la pericia en teología. Pero las determinaciones no se
restringen. Pues esta proposición: “Pedro sabe toda la ciencia” (en
caso de que sepa una u otra) es falsa, y, sin embargo, si se restringiera
el acusativo a la ciencia conocida por él, sería verdadera. Ésta es la
naturaleza de la ampliación y la restricción, expuesta con la claridad
que he podido alcanzar. La alienación es la desviación de una signifi­
cación propia a una impropia; y, ya que la suposición impropia es la
acepción por aquello que impropiamente se significa, es lo mismo
que decir: de una suposición propia a una impropia. Pues lo que se
desvía en la suposición igualmente se aliena en la significación. Como
cuando “hombre” se toma por el pintado o por el cadáver, “reír” por
lo florido, “ojo” por el intelecto, “llave” por la garganta; entonces los
términos se desvían y como que son llevados de la suposición propia
hacia una ajena. Pues suponer por lo florido no pertenece a la dicción
“risa”, sino a ésta: “florido”; y substituir a la pintura no pertenece a
“hombre”, sino a “efigie”. Luego con razón se dice que se alienan,
esto es, dejan la suposición propia y ejercen una ajena. Pero es muy
digno de saber cuándo un término significa impropiamente algo y
supone por ello. Ciertamente (como yo lo estimo) esta regla es uni­
versal: Cuando supone por aquello que tiene verdaderamente la natu­
raleza del significado no se desvía, pero cuando lo hace por aquello
que no la tiene, entonces se aliena. Por ejemplo, la blancura tiene
naturaleza de ente, aunque no sea un ente perfecto; por lo cual, aquí:
“la blancura es ente”, el predicado está de manera propia; pero la
imagen y el cadáver de ninguna manera tienen verdaderamente huma­
nidad; por eso, aquí: “el hombre está pintado”, el sujeto se desvía.
Pero hay que atender muy bien a las palabras de la regla. Pues no
cualquiera sabe claramente qué es tener la verdadera naturaleza. Tal
190 TOMAS DE MEKCADO

vez alguno estimará que debe ser en acto tal cosa, lo cual de ninguna
manera exigimos. E n efecto, Adán y el Anticristo son propiamente
hombres, aun cuando ninguno de los dos exista. Luego, ¿cómo enten­
derán esta regla los dialécticos? Sigue su rutina facilísima. Si en la
suposición natural el término compete a esa cosa, aunque el significado
no exista en acto, será propio, y la suposición propia, no ajena. Pero
advierte muy bien que la ampliación y la restricción se entienden de
aquella suposición que está dentro de los canceles y el ámbito del sig­
nificado propio. Por lo cual, por más que se amplíen los términos,
nunca se desvían. Pero en esta doctrina, sin controversia completamente
disertada, falta que satisfagamos las objeciones.
En primer lugar, si la suposición natural es la acepción del término
por todos sus significados, ya que ésta es la suposición máxima y supre­
ma del término, y cuanto éste puede extenderse, ¿por qué no será
ampliación? Se responde que, puesto que aquí el verbo se absuelve
del tiempo, los extremos no pueden ampliarse en orden a muchas
diferencias de tiempo, y, en cambio, en la definición de la ampliación
la suposición se entiende en orden a muchas diferencias. Por eso ahí
no hay ninguna extensión, porque la medida de la extensión es la
suposición accidental con respecto a la cópula de tiempo presente, por
relación a la cual, cuanto más se aumenta, tanto más se amplía, y
cuanto más se disminuye, tanto más se restringe.
E n segundo lugar, en cuanto a aquello de que la cópula de presente
es la estabilidad. E n ésta: “el hombre corre” el sujeto supone por los
pretéritos o supone por los presentes; pues, para que el todo sea verda­
dero, basta que lo sea una de las partes, a saber, que suponga por los
presentes; luego se amplía y, pior tanto, no itiene estabilidad. Se
responde que las diferencias de la ampliación deben exponerse de
manera disyunta en una y la misma oración (si se quiere hablar estric­
tam ente). Com o en “el hombre fue blanco” el sujeto supone por los
presentes o los pretéritos, de modo que supone por ambos miembros
y por cada uno de ellos separadamente. D e tal manera que, si sólo
vive uno, supone por él; si no vive ninguno, pero alguno vivió, supone
por él; si viven y vivieron, por ambos.
E n tercer lugar, se arguye contra la primera regla. E n esta proposi­
ción: “el hombre blanco fue”, aun estando el predicado “blanco”, no
se restringe, porque precede en la colocación o en la prolación y, sin
embargo, va después según el sentido y la construcción; luego la regla
es nula. En este lugar enseñan los recientes muchas cosas manifiesta­
LIBRO II: DE LA ENUNCIACIÓN 191

mente opuestas a la verdad, con las cuales dan materia para que se
increpe y se calumnie a las buenas disciplinas con sus fastuosas caretas,
para que con razón (aunque con afecto de voluntad torcida) reprendan
a un arte que merecía pregonarse con grandes alabanzas. Así, tomando
literalmente la regla, de modo que si la dicción precede, aunque sea
predicado, se amplíe sólo porque quizá se pone antes a causa del ornato
y la elegancia, y con el mismo trámite proceden en otras muchas ma­
terias. D e manera que en éstas: “para cabalgar se requiere el caballo”,
“dos veces canté misa”, los nombres se confundan; y, en cambio, en
éstas: “el caballo se requiere para cabalgar”, “misa dos veces canté”,
supongan determinadamente. A éstos, ¡por Hércules!, les cuadra lo
que decía Agustín en el Libro del bien contra los maniqueos, con lo que
reñía a los maniqueos, hombres perdidos en los sentidos, exponiendo
aquello del cap. I de Juan: “y sin él se hizo nada”. Dice: “Y no se
deben escuchar los delirios de los hombres que piensan que en este
lugar se debe entender ‘nada’ como algo, porque ‘nada’ no significa
algo. Y por eso piensan que con esta vanidad se puede atrapar a
alguien porque ‘nada’ se puso al final de la sentencia. Luego (dicen)
ésta fue hecha. Y por eso, ya que fue hecha, la misma nada es algo.
Pues perdieron el sentido por el afán de contradecir. Y no entienden
que en manera alguna interesa el que se diga ‘sin él se hizo nada’ o ‘sin
él nada se hizo’ ”. E sto dice él, en lo cual ves que son muy antiguas
estas interpretaciones fatuas y retorcidas de las sentencias, y que siem­
pre han sido señaladas por los sabios y los varones excelentes en doc­
trina. Y cuánto se aleja de ellos la sinceridad del arte y la verdad de
la cosa, evidentemente lo muestra la simplicidad del discurso de Aris­
tóteles al hablar de la oposición. “Pero sostengo (dice) que se enuncia
universalmente en las que son universales, de este modo: ‘el hombre
blanco es’, ‘el hombre blanco no es’ ”, para las cuales otra versión dice:
“es blanco el hombre”, “no es blanco el hombre” . Y en ambas juzga
de la negación como si hubieran sido pronunciadas en su lugar propio,
a saber, “el hombre es blanco”, “el hombre no es blanco”. Así, los
terministas (digámoslo con su venia) hacen cosas ineptas, así conta­
minan buena parte y quizá la mayor parte de las súmulas con estas
nenias, e inficionan esta disciplina con tales exposiciones útilísimas
de las reglas, por no decir fatuas (que ni siquiera admite el intelecto
agente), de modo que su infecto olor ya ha llenado las narices de todos
los filósofos. Y el arte que un tiempo parecía a los estudiosos de las
letras y la filosofía un bosque amenísimo del deseo, un huerto sem­
19Z TOMÁS DE MERCADO

brado de árboles feraces, un campo poblado de flores perfumadas,


ahora se ha hecho con estas opiniones como una selva inculta llena
de espinas y zarzas, más aún, plagada de espinas de zarzal, y es nece­
sario a los dialécticos no sólo tener ingenio, sino una gran memoria,
por la cual retengan tantas reglas fútiles, a saber, qué sentido tiene
cuando precede y qué sentido tiene cuando sigue. Y, como se apoyan,
falsamente, son tan inexplicables que sólo se adhieren después de un
gran esfuerzo de la memoria. Y es que las repele de sí el ánimo con su
naturaleza apta, en cuanto nacido para la verdad, y aun el sentido,
por estar vacías de sentido, de modo que aun deglutidas y devoradas
una vez, a saber, cuando se entrega al estudio de la dialéctica, no
hay nadie que, puesto en otras disciplinas más serias, no sólo las
vomite, sino aun ridiculice y se ría de estos aseveradores de sueños, y,
como tapándose las narices, diga que no es delirio afirmar y concebir
distintamente por estas proposiciones: “para cabalgar se requiere el
caballo” y “el caballo se requiere para cabalgar”, y lo mismo por éstas:
“cualquier caballo de cualquier hombre corre” y “de cuaquier hom­
bre cualquier caballo corre”. Cuánto más suficiente y santo es enseñar
estas cosas en la dialéctica (que se aprende para adquirir las demás
partes de la filosofía) para que los hombres instruidos en ella las usen
cómoda y seriamente, no para que las desaprueben como ficciones y
las tapen como despropósitos.
Por lo tanto, universalmente es el mismo el sentido de la proposición,
es una la sentencia, y es la misma la suposición de los términos, ya
preceda a la cópula el predicado, ya vaya después de ella; y no sólo
cuando es cópula verbal, como en: “Adán todo hombre fue” o “Adán
fue todo un hombre”, sino también cuando la cópula es adverbial (a
la que llaman sincategoremática), de modo que son equipolentes: “el
hombre es o. fue todo sensible” y “el hombre todo sensible es o fue”.
Así, no se debe atender a la prolación o escritura artificiosa, sino al
sentido y en qué lugar se pone cada término por la construcción. Y,
si en ese lugar se amplía, se restringe o se distribuye, se debe juzgar
tal, dondequiera que se ponga en la oración. Esta opinión se prueba,
a mi parecer, tan manifiestamente, porque así lo conciben todos los
que son de sano juicio, y así lo enseñan los antiguos, que transmitieron
su doctrina cándida y seriamente (como es decente). E n segundo
lugar, porque en ésta: “el hombre fue blanco”, el predicado se restringe,
no sólo porque la fuerza del verbo pasa a él y de él se deriva (pues la
ampliación y la restricción de los verbos dimanan de su fuerza y exi­
LIBRO II: DE LA ENUNCIACIÓN 193

gencia), sino que también pasa a él cuando le precede en la prolación,


como en “el hombre blanco fue”; luego suponen del mismo modo
y hacen el mismo sentido. Se haría ciertamente objeto de burla entre
los varones rectos y eruditos quien dijera que no se deriva y rige tan
exactamente en una como en otra. Se confirma: Las letras y las voces
sólo son la materia de las dicciones, pero toda ampliación y suposición
de un término con relación a otro sólo pueden darse por la conexión y
dependencia de uno con respecto del otro. Y ciertamente esa depen­
dencia no puede dimanar de la materia, que sólo se comporta pasiva­
mente, sino de la forma, esto es, de la significaaión. Pero hay la misma
significación, la misma dependencia y conexión, ya preceda o ya vaya
después; sólo hay diferencia en cuanto a la colocación material. Luego
se sigue la misma ampliación y el mismo efecto. Con respecto a esto,
“entiendo” y “significo” amplían los términos en caso recto o en caso
acusativo, ya precedan o ya vayan después; como en “la quimera yo
entiendo”, “los montes de oro yo finjo”, “‘hombre’ al hombre signi­
fica”; luego otros términos igualmente ampliativos amplían los casos
rectos, ya se antepongan, ya se pospongan. Se prueba la mayor porque
esas proposiciones se conceden como verdaderas. Y no se admitirían
si los acusativos no se ampliaran, pues de otra manera no supondrían.
En tercer lugar, de manera muy urgente: Ellos mismos conceden,
consiguientemente, que ésta: “el hombre blanco fue”, en caso de que
ahora comience un joven a ser blanco, habiendo sido antes negro,
porque se amplía por el blanco presente; de donde se sigue que los
extremos suponen por lo mismo. Pero, en contra de esto: Ellos mismos
conceden que el predicado se toma formalmente, y el sujeto material­
mente. Luego en ésta: “el hombre blanco fue”, se predica la blancura
y no sólo el supuesto allí incluido. Y también se convence evidente­
mente de esto porque entre todos esa predicación se considera acciden­
tal. Pero allí el predicado se une al sujeto mediante una cópula de
pretérito; luego se denota necesariamente que la blancura convino al
hombre. Pues allí no se predica absolutamente que lo fue, pues de
otra manera sólo “fue” sería el predicado, y así se destruiría la hipó­
tesis según la cual suponemos que se predica “blanco”, y sería una
proposición de segundo adyacente. Luego en esa proposición se restrin­
ge “blanco”, en cuanto que necesariamente supone por el blanco pre­
térito. E n cuarto lugar, también ellos opinan que para la verdad de la
proposición de pretérito conviene que su correspondiente proposición
de inherencia alguna vez haya sido verdadera; luego la correspondiente
194 TOMÁS DE MERCADO

proposición de inherencia de ésta: “el hombre blanco fue” alguna vez:


fue verdadera. Y no hay otra sino ésta: “el hombre es blanco”; y, por
eso, necesariamente la verdad de esa proposición exige que la blancura
le haya convenido en el pretérito. Y, así, en el dicho son lo mismo “el
hombre blanco fue” y “el hombre fue blanco”. E n último lugar, ya
que entre los latinos son tan frecuentes las palabras en la prolación,
aunque tú mezcles las que en el sentido están colocadas tan ordena­
damente, quién no se reirá de los que dicen que importa mucho el
que digas “todo hombre sabio fue” o “todo hombre fue sabio”; o
“Adán todo hombre fue” o “Adán fue todo hombre”; en ellas el pre­
dicado es “sabio” u “hombre”. Máxime que la opinión opuesta no se
apoya en la razón, sino en la ciega estimación. Pues dicen que la
regla es que todo término que precede a la cópula se amplíe, y todo
subsiguiente se restrinja, y que los que van después de un signo especial
de confusión se confundan, y que, puestos antes de él, quedan sin ser
afectados. Pero no hay nada más absurdo que el que esta precedencia
o secuela se entienda como la colocación material, no como la cons­
trucción y derivación; pues el sentido diverso no depende de la coloca­
ción sino de la construcción y la conexión de los términos. Luego,
si es el mismo sentido y son las mismas la verdad y la falsedad, también
son las mismas la ampliación, la coartación o la confusión. Por ello,
cuánto más conforme a la razón y verosímil es tomar dondequiera esta
regla formalmente en todas; y qué más insano y tonto sería en gra­
mática que si alguien aseverara que aquí: “amo yo a Dios”, “yo” no
se rige antes del verbo porque se profiere después del verbo, o que el
relativo no se refiere al antecedente si éste no le ha antecedido; de
cualquier manera que creas que son éstas, no son verdaderas nupcias.
Y no parece menos inconveniente que no se restrinja el predicado
porque antecede a la cópula en la colocación, o que el acusativo no se
ponfunda con “prometo”, al cual ha pasado la fuerza del verbo. D e la
cual fuerza y virtud nace esta confusión. Pues, por ello, en ésta: “pro-
métote un libro”, no es lícito señalar a ninguno sino por causa de la
naturaleza de la promesa, la cual siempre mira al futuro, ya que no se
especifica lo prometido. Y , por eso, si no doy uno presente, podré dar
uno de los futuros, lo cual ciertamente persiste aun si dices “un libro
te prometo”. Y en ésta: “para cabalgar se requiere el caballo”, ¿por qué
no se trata de ningún caballo en especial, sino porque sólo se habla
de la condición del cabalgar? Pues para ello es suficiente cualquier
caballo (con tal que esté sano); por ello no se requiere ninguno en
LIBRO Π: DE LA ENUNCIACIÓN 195

singular. Lo cual se extiende a otras mil locuciones. Como “para amar


se requiere la voluntad”, “para caminar se requieren los pies” . Pero
ciertamente no son menos verdaderas: “la voluntad se requiere para
amar”, “los pies se requieren para caminar” y “el caballo se requiere
para cabalga?’, y, sin embargo, estos lógicos recientes las niegan a todas
ellas considerándolas como falsas. Por tanto, ya que el fundamento en
estas cosas y en otras semejantes es el común modo de concebir, sobre
todo el de los sabios, que entienden lo mismo por ambas proposiciones,
debe rechazarse esa exposición torcidísima y violenta de la regla, que
desea que se entienda en cuanto a la colocación material.
Ahora bien, por lo que toca a la negación: Consta manifiestamente
que distribuye al predicado, aun si se coloca antes de ella. Pues ésta:
“el hombre animal no es” tiene a “animal” como predicado y es nega­
tiva; luego niega al predicado con respecto al sujeto. Pero no puede
negar si no lo afecta. Luego, sí lo afecta, y afectarlo es distribuirlo, a
menos que haya el impedimento de otra distribución; así se sigue que
ahí “animal” queda distribuido, si es el predicado. Y se confirma:
Allí niega absolutamente (como resulta patente a los oídos); por lo
cual, si “no” niega a “animal”, negará que está incluido en la cópula.
Y el sentido sería que no existiría. Lo cual de ninguna manera conce­
bimos, supuesto que “animal” sea el predicado. Se dirá que del hom­
bre se niega un animal en particular. Pero se replica que no se puede
negar ni uno ni todos los significados a menos que el término signifi­
cante sea afectado por la negación; luego, si concibes a “animal” nece­
sariamente negado, ¿de qué modo lo coartas a uno ya que se profiere
de manera absoluta?; luego se niega absolutamente a “animal”, ya que
se pone de manera absoluta. Además, en esa proposición no hay nin­
guna singularización de “animal”, sino que ese uno (que tú dices) se
significa en confuso; pero negar uno en confuso es negar a todos, como
aquí: “el hombre no es algún animal”. Por tanto, o “animal” es parte
del sujeto, y así supone determinadamente, o, si se toma como predi­
cado, necesariamente se niega, y, por ello, se distribuye. Y si alguien
dice que desea negar de “hombre” sólo un animal, respondo que tal
sentido no se expresa en dicha proposición; sin embargo, puede ex­
presarse con otras palabras, a saber, con éstas: “el hombre no es tal
animal en particular” . Pero querer expresar ese sentido con esas pala­
bras es hacer violencia a los términos. Por tanto, en cuanto atañe a
la negación, niega y distribuye todo aquello que se entiende que la
196 TOMÁS DE MERCADO

sigue en la construcción, de cualquier manera que se disponga, con


tal que no se lo impida otro signo. Por lo cual, si arguyes que esta
proposición: “todo hombre no es todo animal” es negativa, donde él
predicado se niega del sujeto, y, sin embargo, no se distribuye el pre­
dicado (pues supone confusamente, porque dos signos recaen sobre
é l), respondemos que nunca hemos enseñado que universalmente la
negación que niega también distribuya. Sabemos que frecuentemente
hay muchos obstáculos. Sino que generalmente niega y actúa sobre los
términos que se aprehende que la siguen en la construcción. D e modo
que aquí: “todo hombre todo animal no es”, si “animal” es el predicado,
también supone confusamente, como en ésta: “todo hombre no es
todo animal”. E n lo cual disienten de nosotros muchos lógicos recien­
tes, quienes opinan que en ella supone distributivamente y no es tocado
por la negación. Por tanto, para poner fin a esta lid, en seguida exa­
mínese la ampliación de los verbos y los nombres (lo cual era la cues­
tión principal) por la conexión y dependencia formal de los mismos,
por más que las palabras estén mezcladas y transpuestas según la pro-
lación. Y juzgúese ahí el término colocado donde se debe colocar según
la construcción, aunque allí mismo, por causa del omato o la disposi­
ción, no sea colocado. Y dese el mismo juicio sobre el efecto y oficio
de la negación. Y si los dialécticos siguen esta regla, ciertamente me
atreveré a prometer que se evitarán mil meandros hábilmente y también
fácilmente, y se transitarán mil escabrosidades seguramente, y aparecerá
ahí el camino empedrado hacia la verdadera filosofía.
E n cuanto a la ampliación, tiene en sí cosas de donde manan ambi­
güedades. Pues los verbos “fue” y “será” importan sus diferencias; luego
los extremos se toman en orden a ellas. Se responde que el modo fre­
cuente de hablar enseña este tipo de ampliaciones. Pues concedemos
ésta: “lo blanco fue negro”, aun si de nuevo blanquea, donde supone
por el presente; y aquí: “el anciano fue un robusto joven” también es­
tá por el anciano presente. E n cuanto al argumento, confesamos que
con llevar diferencias peculiares, en orden a las cuales se toman los
extremos, en verdad no es otra cosa que juntar el predicado al sujeto por
el tiempo pasado, lo cual se hace siempre. Pues, aunque el sujeto se tome
por el presente, se señala que el predicado le adhirió. Así, siempre se exige
que un extremo haya sido el otro. Por lo cual, si un sujeto reciente
recibe un predicado, no se afirma que fue, aun cuando el sujeto suponga
LIBRO II: DE LA ENUNCIACIÓN 197

por los presentes, como en “todo hombre fue blanco” o “todo hombre
blanco fue”. Porque para su verdad es necesario que la blancura le haya
convenido. Así, fue oportuno que los sujetos se ampliaran a los presentes.
P or lo cual, suele decirse que la cópula “fue”, aunque sea de tiempo
pretérito incluye virtualmente el presente, lo cual comprueba sin dis­
crepancia la universal manera de concebir de los hombres. Acerca de
ello deben considerarse dos cosas. La primera cosa es que, si el sujeto
fuera un término connotativo, por razón semejante se amplía en cuanto
a ambos designados, a saber, el material y el formal. Com o “el sabio
fue ignorante” se extiende por el sabio existente o el pretérito. Y la
razón es comprobada. Porque, ya que la ampliación del término es la am­
pliación del significado, se han de extender igualmente con una única
ampliación el signo y lo designado. Pero el designado es uno y otro,
a saber, el material y el formal. Luego ambos se amplían. La segun­
da cosa es que de los participios y gerundios se debe entender lo
mismo que de los verbos. Ya que participan de la naturaleza de los
verbos. A saber, que el participio de pretérito amplía lo que tiene ante
sí a aquello que es o fue, y restringe a lo que está después de él. Como
“Pedro fue amado por el padre”, aun muertos Pedro y el padre, la
proposición es verdadera. Y el participio de futuro amplía a lo que es
o será. Como “el Anticristo predicará contra Cristo” .
Pero hay una duda especial sobre el sentido y la significación de
“muerto” en ésta: “Pedro está muerto”, donde (si la proposición es
verdadera) no parece que el predicado puede suponer, ya que es necesa­
rio que ni viva ni exista. Se debe responder que este participio, como
los demás, se toma de dos maneras, a saber nominalmente y partici­
pialmente. D e esta última manera tienen dos cosas: en primer lugar,
amplían a lo que es o fue (como desde hace tiempo lo estatuíamos para
todos); en segundo lugar, significa que pasó a la muerte, haya sucedido
después lo que sea, ya permaneciera entre las almas, ya haya vuelto de
la muerta a la vida. Por lo cual, de nuestro señor Jesucristo (el cual,
como hombre verdadero, al inclinar la cabeza entregó al Padre el
espíritu y, sin embargo, reina vivo sobre todo el orbe) propia y verda­
deramente decimos que padeció, murió, y fue sepultado; aunque des­
pués (como decía antes) resucitó el alma. Y de todos los justos, después
de la resurrección universal de los cuerpos, diremos “éstos están muer­
tos”, es decir, perdieron la vida, aunque entonces vivan felicísimos.
Por lo cual, el sujeto de ésta: “Pedro es muerto” supone por dos
198 TOMÁS DE MERCADO

razones, a saber, porque amplía al presente o al pretérito (y en verdad


lo h ace), y porque no se significa sólo que no existe, sino que alguna
vez no existió. Pero, tomado nominalmente, en primer lugar, no am­
plía y, en segundo lugar, significa que vivió, con tal que no viva, sino
que en acto carezca de vida, según la cópula a la que se une. Del Salva­
dor decimos ahora con verdad: “estuvo muerto” nominalmente, esto es,
vivió, y dejó por algún tiempo de vivir; pero no aseveramos “está
muerto”, es decir, carece de vida, ya que él es la vida de todos nosotros
que nunca más morirá. Pero entonces se pregunta si, tomado de esa
manera, se afirma del hombre ahora muerto, como “Juan está muerto” .
Pues entonces corre el argumento de que el sujeto no supone (como
dijimos) si no amplía. Pues, si ampliara, sería clara la suposición de
los extremos. E n primer lugar, nadie duda que se verifique del cadáver
mediante la cópula “es”. Y , ya que “hombre” supone impropiamente
por el cadáver, puede decirse verdaderamente “el hombre o este hom­
bre está muerto”. Pero, si se toma propiamente por el que vive, digo
que estar muerto en realidad es no existir. Como ser ciego no es ser
algo, sino no ser algo, a saber, no tener vista. Por lo cual, en realidad la
proposición es negativa, y por eso no exige la suposición de los extre­
mos según el modo como los lógicos recientes explican la exigencia y
naturaleza de la suposición, a saber, que exista la cosa significada. Por­
que, como nosotros explicamos, consta que existe y supone según la
exigencia de la proposición, a saber, que no viva. Pero, ya que en la
forma y en la especie es afirmativa, decimos que allí “es” no dice
la existencia de los extremos, sino la composición de la verdad, como
en ésta: “la ceguera existe”. Lo mismo debe decirse en alguna medida
del participio de “pretérito”. Que, participialmente, se toma por aquello
que ya pasó, sea que aún permanezca, sea que se haya corrompido;
pero, nominalmente, incluye sólo que no existe. Pero del primero hay
que advertir con mucho cuidado que, ya que la muerte es cierta pri­
vación y negación de la vida (pues la muerte o el estar muerto no
es dejar de cualquier manera de existir, como dejar de estar enfermo,
o dejar de ser rey, o dejar de ser sabio, sino perder realmente la vida),
por ello, en el mismo sentido se toma cualquier modificación, si
se pone alguna; como “está muerto Parritius”, esto es, Parritius perdió
la vida, terminó allí el último día de su vida. Por lo cual, da pena
referir aquí algunas proposiciones absurdas que conceden los modernos,
y algunos sentidos tán fatuos y contrarios a la integridad del intelecto,
LIBRO II: DE LA ENUNCIACIÓN 199

que más verdadero es que la muerte de ellos es la vida de la verdad. A


los cuales es mucho más conducidle, para el honor de nuestros dialéc­
ticos, enterrarlos bajo todo el polvo de la tierra y sepultarlos como
cadáveres, que, ni anatematizados, seguir la relación.
E n estas reglas faltan por discutir dos dudas. La primera es de qué
manera se amplía el término singular (que sólo tiene un único signi­
ficado y una única significación inextensible), cuya suposición no puede
crecer o disminuirse. Y la dificultad aumenta, porque aquí: “Pedro
será lógico” no aparece de qué modo se toma por el futuro. Pero, si
no existe, no tiene nombre. Hay una diferencia en la adquisición del
nombre común y del singular, porque los primeros han sido impuestos
a todos y cada uno desde un principio, de modo que sin nueva impo­
sición además de la primera el que tiene la naturaleza de hombre lo
alcanza, o, si puede tenerla, en seguida le compete el nombre “hombre”.
Pero los singulares, ya que sólo significan una cosa, es necesario que
se impongan a cada uno con una constitución reciente. Y sólo se pueden
imponer si se conocen las cosas mismas, pero de ninguna manera
pueden ser conocidas por nosotros antes de que existan (pues sólo
Dios es el que llama a las que no son con sus propios nombres, como a
las que son). Pero, no obstante esto, nada impide que de hecho los
términos singulares puedan ampliarse al pretérito y al futuro, y de suyo
sean ampliables a todos, aunque por algo accidental a veces no pueda
hacerse esto. Se aplica a lo mismo lo que disertamos arriba sobre la
suposición natural de otros semejantes.
Hay una segunda duda acerca de los que tienen mezcladas amplia­
ciones y restricciones. Como “todo caballo, que corre, será blanco”, o
“todo el que fue blanco se convertirá en negro”, o “todo hombre etíope
fue pálido”. En los cuales el sujeto es restringido por la cópula de im­
plicación, y es ampliado por el verbo principal. Lo mismo en cuanto
al modo posible, como en “el hombre que vive posiblemente discute” .
Los dialécticos suelen prodigar muchas palabras en la explicación de
esta duda, siendo que la solución es sencilla. Pues, ya que las reglas
de la ampliación se coligen por la común manera de concebir, de
acuerdo con ella se debe decir que la restricción del nombre adjetivo,
y la de cualquier otro semejante, es ampliada por el verbo, como en
“el hombre blanco existió” y “todo el que corre velozmente posible­
mente está sentado”, el primer sujeto supone por el hombre blanco,
aún por el pretérito, y el segundo por todo posible corredor veloz. Pero
200 TOMÁS DE MERCADO

la cópula de implicación no se amplía por otra cópula, antes bien,


su exigencia impide la ampliación del término al que se añade. Como
en “el hombre que es posiblemente está enfermo” supone sólo por el
presente, y en ésta: “todo el que ha sido, es”, el sujeto se amplía por
todo aquel que fue, y se distribuye por él. Y así es falsa. Y se ha de
juzgar lo mismo de la cópula, de implicación ya se añada al sujeto,
ya se coloque en la parte del predicado, con tal que se refiera al
sujeto. E l sentido es el mismo en “todo hombre corre, que es blanco”
y en “todo hombre que es blanco corre”, siempre y cuando “que corre” se
tome en la primera como la cópula de implicación. Porque si se toma
como una prolación diferente, consta que realiza diversos sentidos.
Y , ya que son equipolentes en la interpretación “toda proposición es
verdadera, cuya contradictoria es falsa” y “toda proposición, cuya con­
tradictoria es falsa, es verdadera”, aunque muchos establezcan diferencia
entre ellas, diciendo que la primera es falsa y la segunda es verdadera
porque, ya que en la primera no tiene restricción, “proposición” supone
por todas, y, sin embargo, es falso que todas sean verdaderas. Pero,
¡oh!, ningún varón erudito podrá concebir por ella todas las proposi­
ciones de esa manera, a saber, que todas sean absolutamente verdaderas,
siendo que ella sólo asevera que son verdaderas todas aquellas cuyas
contradictorias son falsas.
Falta discutir aquí la ampliación de las modales; pero tiene su lugar
propio en el lib. III. En cuanto a la ampliación de las cinco que
se constituyen con estos nombres: “significo”, “entiendo”, “finjo”,
“imaginable”, “inteligible”, y otros adverbios semejantes, como doctrina
muy imaginable, me ha parecido apta para ser discutida en el Opúsculo
de los argumentos.
D e esta materia de la ampliación y la restricción dimanaron entre
los dialécticos algunos lugares argumentativos que ni son pocos en
número, ni firmes en fortaleza, ni fáciles de inteligencia, aunque muy
célebres, y en los cuales aventajan para ser defendidos con mucho tra­
bajo e ingenio los que desean parecer muy sofistas. Pero estimo que
en el Opúsculo de los argumentos se ha mostrado claramente, con
muchos y eficaces argumentos, cuán débiles y rotas son estas sedes de
consecuencia, cuán vacilantes para apoyar cualquier argumento si no
toma de otra parte las fuerzas o el sustento, y cuán patentemente
amenazan ruina. Por eso, a todos ellos los excluimos de aquí y los
remitimos allá. A saber, donde de manera detallada pudimos detectar
LIBRO π : DE LA ENUNCIACIÓN 201

aptamente su inestabilidad, infirmeza e inutilidad. Pero, mientras tanto,


juzgo útiles estas dos reglas, tanto de la ampliación como de la res­
tricción, que demuestran defecto del argumento por la diversa am­
pliación del antecedente y del consecuente. La primera es: D e lo
ampliado a lo no ampliado, sin distribución de lo ampliado, nunca
se sigue, ni afirmativa ni negativamente. Como “el hombre puede
correr; luego el hombre, que existe, puede correr”. Se insta que
puede darse el caso de que, aun viviendo éste, carezca de piernas. Como
tampoco vale “alguna substancia imposiblemente es Dios; luego la
substancia que existe, imposiblemente es Dios”; pues, se insta si sólo
Dios existe (como antes de la creación del m undo). La segunda: D e
lo no ampliado a lo ampliado, con distribución de lo ampliado, en
ningún lugar se sostiene. Como “el caballo camina, luego todo caballo·
puede caminar”, “alguna substancia no puede ser infinita, luego nin­
guna puede serlo”. Y estas reglas se conectan de tal manera que, cuando
se comete el primer defecto, argumentando desde el opuesto del con­
secuente al opuesto del antecedente, se comete el segundo. Y lo mismo
hay que cuidar en cuanto a las restricciones. Pues ni vale el paso de
lo no restringido a lo restringido sin distribución de lo no restringido,
ni el paso de lo restringido a lo no restringido con distribución de lo
no restringido. Ejemplos de lo primero son los siguientes: “el hombre
corre, luego este hombre corre”, y negativamente así: “algún humano
no pare, luego el humano no pare”, pudiéndose encontrar sólo una
mujer en todo el orbe y que esté parturienta. Ejem plo de lo segundo
es el siguiente: “algún hombre es padre, luego todo hombre es padre” ..
Los demás los hemos discutido en el lugar mencionado.

C A P IT U L O X

DE LA INDUCCIÓN

TEXTO

La inducción (a la que llaman ascenso) es la argumentación en la que,,


de los singulares suficientemente enumerados, se infiere lo universal,
como “este fuego calienta, y é ste . . . ; luego todo fuego calienta”. E L
descenso, a la inversa, es la argumentación en la que de lo universal.
202 TOMÁS DE MERCADO

se infieren los singulares. Y esta resolución es doble, copulativa y


disyuntiva. Hay inducción copulativa donde los singulares se conectan
mediante la conjunción “y” . Y pertenece al término que supone distri­
butivamente. La otra es la disyuntiva, donde se enumeran los particula­
res con la disyunción “o”, o con otra semejante. Y pertenece al término
que supone determinadamente.

LECCIÓ N ÚNICA

Habiendo desarrollado arriba la naturaleza de la argumentación, he


aquí otra especie suya, a saber, la inducción. Y ser una especie del argu­
mentar es ser cierto modo y método especial de argumentar. Pues hay
muchos, de los cuales da noticia la dialéctica de manera esparcida y
difusa. Y la causa de esta multitud es la diversa naturaleza de las cosas
y la razón dispar de la búsqueda de la verdad, que nace de muchas
partes. Pues no conocemos todo por una sola vía y por el mismo trámite.
Es necesario aprehender ciertas cosas por el discurso del intelecto, en
cuanto espirituales y colocadas lejísimos de los sentidos del cuerpo.
Hay que percibir otras por el experimento y el sentido, las cuales se
alcanzan con la vista y el tacto. Por eso, ya que la argumentación es
la investigación y discernimiento de la verdad, es necesario que haya
muchos modos de argumentar con los cuales esté provisto el dialéctico,
como lo exige la condición de cualquier cosa, para iniciar la investiga­
ción y escrutar (como conviene) la cosa. Por lo tanto, la inducción
consiste en que, a partir de algunos singulares enumerados, se pruebe
la proposición universal. Por ejemplo, si alguien quiere mostrar esta
proposición: “todo hombre es risible”, use de esta manera la inducción:
“este hombre es risible, y éste lo es, y así mostrando cinco o seis; luego
todo hombre es risible” . Y , así, ya que en universal se predica de cada
uno, es prueba idónea la misma mostración sensible de que conviene
a muchos singulares. He dicho “suficientemente enumerados”, no por­
que se hayan de contar todos, sino en cuanto sea suficiente, de tal
suerte que al modo humano se provoque la fe en esta enunciación. Si se
tuvieran que enumerar todos los singulares, ¿acaso no te parece imposi­
ble, o, por lo menos, sumamente difícil?, ¿quién podrá mostrar con el
dedo a cuantos mortales habitan ahora en el mundo? Además, aun
cuando alguien pudiera mostrar a todos, de nada aprovecharía. Por ello
LIBRO Π : DE LA ENUNCIACIÓN 203

hay que considerar muy bien que, para que el argumento sea bueno,
es necesario no sólo que de cualquier manera se afirme conectado el
consecuente, sino que sea más claro y más conocido. Por lo cual, entre
los lógicos se juzga como defecto el mostrar lo desconocido por lo más
desconocido, es decir, el difundir y aumentar las tinieblas con más
tinieblas. E n efecto, el antecedente es como cierta luz con la cual se
discierne el consecuente; luego, si en uno o en otro argumento es un
vicio que el antecedente sea más obscuro, cuánto más deforme es que
una especie de argumentación exija ese crimen en su naturaleza, a
saber, que necesariamente el antecedente sea más ofuscado que la con­
clusión. Y es necesario que eso suceda si se cuentan todos los singulares,
¿A quién no le fastidiará atender a todos? Por tanto, basta con que sea
suficiente, esto es, lo suficiente para que aparezca, y se pongan de por
medio algunas cosas con las que luzca la verdad universal. Pero el
singular es doble, uno de manera absoluta, otro de manera comparativa.
Son simplemente singulares los individuos, como este león, este caballo,
Sócrates, Platón; lo son comparativamente los inferiores con respecto
a los superiores. Ciertamente el hombre es un universal y el término
“hombre” es común; también el león y el elefante, pero si se comparan
con la amplitud del animal, con respecto a él aparecen como singulares;
pues, así como Pedro e Ildefonso son supuestos del hombre, y éste
se predica de ellos, así los otros son como ciertos miembros y partes
del animal, y, de esta manera, por comparación con él se llaman singu­
lares. Por lo cual, “de los singulares” supone en la definición por ambos,
a saber, por los singulares de manera absoluta (como se ve en el ejemplo
aducido) y por los singulares de manera respectiva. Y , así como en esta
argumentación: “Juan es capaz de caminar, Matías es capaz de caminar,
y lo mismo Andrés; luego todo hombre es capaz de caminar” la induc­
ción es una progresión de los singulares a lo universal, así también en
ésta: “todo hombre es sensible, todo caballo es sensible, todos los peces
y todas las aves; luego todo animal”. Y , de cuantos modos ascendemos,
también podemos descender de los superiores a los inferiores, de las
cabezas más altas a los miembros más inferiores, a semejanza de la
virtud natural que (como filosofa el apóstol Pablo) inunda todo el
cuerpo, y, ascendiendo y descendiendo, lo mueve y lo conserva. Como
“todo color es cualidad sensible; luego toda blancura, y toda verdura^
y toda amarillez”, así como también: “todo hombre es de figura erecta;
luego Sócrates es de figura erecta, Aristóteles y Jenofonte” .
204 TOMÁS DE MERCADO

Hay una cuestión sumamente debatida entre los modernos: ¿en qué
medida es la inducción un modo eficaz de argumentar?, ¿es fuerte y
válida, o, por el contrario, débil y defectuosa? (Pues no todas las es­
pecies de argumentación tienen la misma fuerza.) E l silogismo, si es
verdadero y no sólo aparente, es el más eficaz de todos; pero la induc­
ción no parece tan firme. Pues quien mire (como dicen) su cutis
macerado, no sólo sospechará, sino que discernirá, su debilidad. Como
“este hombre corre, y éste, y así señalas a cinco o diez; luego todo
hombre corre”, ¿qué consecuencia es que todo hombre corre porque
diez o veinte corren?, pues muy a menudo acontece que no sólo diez,
sino diez mil, son o hacen algo, pero los demás no. D e esa manera
probarías que todos los hombres son monjes o que todos son casados,
ya que hay más de mil en todo el mundo que son tales. Luego esta
arte de argüir es defectuosa e inválida. Con éstas y otras razones seme­
jantes, en suma, muchos se han persuadido y juzgan que la inducción
ni siquiera es aparente. Pues, ya que lleva la enfermedad tan a flor de
piel, sólo vale a menos que sea amurallada con muchas añadiduras,
como si se cubriera con cebollas. E n primer lugar, juzgan que se debe
añadir a los singulares esta partícula: “y así de cada uno”. Como “este
fuego calienta, y ése calienta, y así de cada uno; luego todo fuego calien­
ta”. Y “este hombre es monje, y ése es monje, y así de cada uno; luego
todo hombre es monje” . Casi sin controversia aceptan en todas las es­
cuelas que debe añadirse esta partícula. Y no me opongo mucho a ello.
Aunque, quisiera que resolvieran este argumento: E l antecedente debe
ser más conocido que el consecuente; luego, si es obscuro el conse­
cuente “todo fuego calienta”, ¿cómo no será igualmente dudoso el
añadido “y así de cada uno”? Pues su sentido es que los demás tam­
bién calientan, la cual es la sentencia y aserción de la misma proposi­
ción universal de la que se dudaba. Pero se trata de que no nos deten­
gamos en una minucia. Aún esta viga o trave no sostiene tanto que
no se tambaleen también con ella frecuentemente el ascenso y el des­
censo. Como “este hombre no corre, y así de cada uno; luego el hombre
no corre”, en caso de que exista sólo él en el mundo, y corra, el
antecedente es verdadero señalando a alguien no existente. Hace falta
(dicen) que, para que valga de manera invencible, se añada la constan­
cia. Y la constancia es cierto complejo de todos los significados con la
aseveración de su existencia. Como “este fuego calienta, y ése, y así
de cada uno, y ésos son todos los fuegos; luego todo fuego calienta”.
UBRO II: DE LA ENUNCIACIÓN 205

Observa con cuántas envolturas y ataduras de sogas recargan y aglo­


meran a la mísera inducción; pero también te pido que adviertas cómo
dejan, así cubierta, débil e inepta a esta forma de argumentación. Si
por la dificultad en ella no se enumeraban los singulares, ¿con qué
ingenio fácil finges que los muestras diciendo: “y ésos son todos los
fuegos, o los leones”? Así suelen engañarse a sí mismos los hombres,
y engañar a otros, cuando, violando las leyes argumentativas a su discre­
ción, abusan de las especies de la argumentación en contra de su
naturaleza. Aristóteles enseña que la inducción, por su propia naturaleza,
es muy clara y eficaz; más aún, que es el principio de todas las disci­
plinas y el origen de toda evidencia. Los lógicos recientes, con tantas
restricciones, la vuelven, en primer lugar, obscura, y, en segundo lugar,
inadecuada para cualquier ciencia. A los hombres (dice él) la ciencia
y el arte les vienen por la experiencia, ya que a partir de muchas concep­
ciones experimentales se hace una estimación y un juicio universales
de los singulares. Como el ver que a Calías, aquejado por tal enfermedad,
le aprovechó esta hierba, y lo mismo a Sócrates cuando tenía la misma
enfermedad, y así en muchos casos y eventos, hace que se colija que
a todos los hombres de ese temperamento que tengan esa enfermedad
les aprovechará esa hierba. Y no es de admirar que esa proposición
universal ya pertenece a la ciencia y arte de la medicina. N o ves de qué
modo la inducción ingeniosa engendra el arte. Pues bien, la inducción
es cierta persuasión de la verdad reunida por la experiencia sensible.
Luego es necesario que ella misma sea lúcida y clara. Por lo cual yo
siempre la he juzgado eficaz en su materia apropiada, aunque, si vaga
salida de sus propios límites, necesariamente no sólo se enfermará ahí,
sino que morirá como los peces fuera del agua. Y la materia de la in­
ducción es la proposición que habla de las cosas naturales, o de la
naturaleza de las cosas artificiales, y (para decirlo más claramente)
donde los términos supongan naturalmente. Por fin, ya que la proposi­
ción es triple en las modales (como lo verem os): contingente, necesaria
e imposible, la necesaria es la materia propia de la inducción, princi­
palmente la que está formada de cosas naturales. Lo cual se prueba
suficientemente porque la inducción sólo es usada en las disciplinas y
artes que se ocupan de conocer las naturalezas de las cosas o de cons­
truir los artefactos. Y la condición singular de tales cosas y proposi­
ciones es que, si la propiedad enunciada conviene a cuatro o cinco, es
evidente que conviene a todas. Pues en ellas lo que pertenece a la
206 TOMÁS DE MERCADO

especie conviene a todos sus supuestos e individuos. Por ejemplo, ya


que es natural al hombre ser risible, si experimentamos que seis u
ocho ríen, es justo colegir como cierto que todos son risibles. Y si la
operación natural del fuego es la calefacción, y tomamos como ejemplo
cuatro o cinco, infiero evidentemente que todos generalmente calientan.
Y , ya que el arte es de lo factible, y las proposiciones científicas son
necesarias, dijo verdaderísimamente Aristóteles que la inducción es el
principio y origen del arte y de las ciencias en los hombres. E n seme­
jante materia no es necesaria esa dicción “y así de cada uno”, y mucho
menos la constancia. Pero en lo contingente no se alcanza esta firmeza,
y, si te afanas en anteponer en círculo armas ciertamente de niños,
con el mismo peso de las armas se derrumba. Pero, ya que los dialécticos
muchas veces se debaten con estas contingentes, les hemos de prescribir
la forma en que utilicen la inducción en ellas. Y me parece ciertamente
adoptar la forma genuina y original de Aristóteles, donde dice, usando
la inducción, que, si fuera negada la consecuencia, conviene mucho
solicitar la instancia, no de la inferencia, sino de lo inferido. Por tanto,
el que ha de probar una universal con la inducción, señale cinco o
seis singulares suyos, y en seguida muestre que se infiere sin otro añadi­
do. Y si es atacada la consecuencia, solicite la instancia del consecuente,
para que el que responde asigne que el fuego no calienta, o que el
hombre no corre (si probadas que todo hombre co n e ), y, ya obstruido
y enredado, aduzca la instancia de la aserción negada. Como si pruebas
ésta: “todo hombre es coloreado”, hazlo de esta manera: “éste es
coloreado, y éste, y éste; luego todos”. Y , concedido el antecedente, el
cual aparece a los ojos, se niega la universal y se sostiene que se da
alguno no coloreado. Tampoco es completamente absurdo si alguien,
en el propio antecedente, inserta la misma postulación, aunque muy
de prisa. De esta forma: “éste es coloreado, y éste, y no hallarás alguno
que no sea coloreado; luego todos son coloreados”. Ciertamente será
un modo sumulístico, pero no tan serio y claro como el precedente.
En efecto, sería más claro si, con la postulación tácita, infieres ahí
mismo que todo hombre tiene color. Y si, en el sentido en que ha
sido probada, después es negada, entonces a tiempo y oportunamente
pedirás que muestre al que no tiene color. Pero, si a alguien le place
en las súmulas, en aras del ejercicio, usar el añadido “y así de cada uno”,
juzgo que de buena gana lo concedemos a los dialécticos; siempre y
cuando adviertan los que aprenden las letras dialécticas que a su tiempo
LIBRO π : DE LA ENUNCIACIÓN 207

deberán usar con mucha mayor seriedad y sinceridad la inducción y


algunos otros modos de argumentar en filosofía. En los cuales, mien­
tras tanto, aquí permitimos que se mezcle algo de confusión, por causa
del juego y del pulimiento del ingenio. Y digo que la inducción, con
ese añadido, para sus propios efectos es una consecuencia eficaz, aun
sin ninguna constancia. La cual en esta parte es pura quimera. Pues,
¿por qué la juzgan necesaria, si en las singulares de esta inducción:
“este hombre blanco no corre, o éste, y así de cada uno; luego el hom­
bre blanco no corre” se mostrarían hombres no existentes? Porque,
mostrados ellos, el antecedente es verdadero, a saber, una parte tomada
disyuntivamente por la no suposición de los extremos, y el consecuente
falso, en caso de que haya un solo hombre blanco en el mundo, y
corra. Por tanto, para que no se singularicen, hay que añadir (dicen)
“y éstos son todos los hombres”, lo cual impide que se muestren los no
vivos, o, si los singularizas, tal singularización sería falsa, igual que el
consecuente. Pero la razón es muy poco firme, ya que mucho más
fácil y verdaderamente puedes responder que la consecuencia es nula,
en cuanto que no es ni ascenso ni proceso de los singulares al universal.
En efecto, la definición debe entenderse como procediendo a partir de
los singulares propios de ese universal, a saber, los que son significados
por el término y por los cuales supone allí. E n primer lugar, deben
ser significados por él. Porque, si resuelvo ésta: “el hombre es blanco”,
no singularizo las partes. Y , por otro lado, no basta que sean represen­
tados por él, sino que además se ha de tomar por ellos ahí mismo.
Pues los singulares de ésta: “el hombre es una especie” no son “Pedro
es una especie” o “Pablo es una especie” . Porque, aun cuando sean
representados por el sujeto, sin embargo, no supone ahí por ellos. Luego,
ya que el ascenso es el paso de los singulares de la misma proposición
universal a esa misma proposición, no hace falta responder a tales ficcio­
nes de otra manera que negando que es un ascenso. Dirás: Es necesario
asignar el defecto por el cual no es ascenso. Pues bien, en ninguna
parte se asigna sino en las consecuencias que tienen la substancia de
ese lugar argumentativo. Pero la substancia de la inducción es que se
proceda de los singulares propios de tal universal. En segundo lugar,
hemos asignado suficientemente el defecto, a saber, que no procede
exclusivamente de los singulares propios. Pues, ¿qué decir de la siguiente:
“este fuego calienta, y así de los demás, y éstos son todos los fuegos;
luego todo hombre corre”? Además, arguyo que no hay ninguno de
208 TOMÁS DE MERCADO

estos lógicos recientes que no opine que es completamente necesario


que se proceda al menos a partir de los singulares significados; y en los
casos mencionados de ninguna manera se significan esos singulares.
En efecto (y es muy digno de advertir), la inducción no consiste pri­
mariamente en proceder de los términos singulares al común, sino a
partir de las proposiciones singulares; a saber, de las que se contraen en
una universal, a esa misma universal. Lo cual resulta patente, tanto por
la definición establecida, como por la común naturaleza de la conse­
cuencia, pues ella siempre y primariamente se compone de proposicio­
nes a otra proposición. Y ciertamente en ésta: “todo hombre corre” no se
contiene ésta: “el anticristo corre”, ni se significa (digo). Ciertamente
el anticristo se signifca por el sujeto, pero de ninguna manera por toda
la proposición. Luego no es legítimo proceder a partir de semejantes
singulares. E n cuanto a ella, la constancia es más obscura y también
más difícil de manejar y de verificar, que la misma universal; luego
destruye y derrumba la naturaleza de la inducción, a saber, como especie
de conclusión probativa. Ya que te será más difícil señalar exhaustiva­
mente a todos los singulares, que probar la universal.
Por lo tanto, la dicción “y así de los demás” es algo que se permite
a los dialécticos por gracia de la discusión; pues, añadida a la inducción
(como he dicho), se hace más eficaz y válida a la consecuencia para
producir sus efectos propios. Y los efectos propios para los que se
destina la inducción son que se colija la verdad, o la falsedad,
o la imposibilidad de la proposición, o que, habiéndolas cole­
gido y conocido, las manifieste. Acerca de lo cual se ha de considerar
que, una proposición se puede probar de tantas maneras cuantas sin
sus diferencias (como lo hemos referido). Pues a veces se prueba que
es verdadera, a veces que es falsa, muchas veces que es imposible, algu­
nas veces que es necesaria, y las más de las veces que es contingente. Y
son varias las especies de pruebas con las que se obtiene cada una de
ellas. Pero lo inducción no vale para todas, sino sólo para las tres pri­
meras, a saber, para detectar la falsedad, la imposibilidad y la verdad.
Y la razón de esto es que, ya que es la progresión de los singulares a lo
universal, por inducción conocemos del universal aquello en lo que
comunica con sus singulares. Y comunica exactamente en estas tres
cosas; por ello, la inducción sólo busca esas tres cosas acerca del univer­
sal. Si la proposición universal es verdadera, las singulares son verdade­
ras, y, a la inversa, si es falsa o imposible, lo mismo aquéllas. Pero, si
LIBRO Π: DE LA ENUNCIACIÓN 209

es necesaria, las particulares no son igualmente necesarias. Como tam­


poco si ellas son contingentes, la proposición mayor será contingente.
Pues acontece frecuentemente que la proposición universal es necesaria
y sus singulares son contingentes; como ésta: “todo ente existe” es
infalible, pero ésta: “este ente existe, y este otro ente existe, y así de
los demás” es contingente. Por tanto, la inducción es muy apta para
que conozcamos la verdad, la falsedad, o la imposibilidad, mediante la
experiencia sensible. Pero desear conocer por inducción la necesidad o
la contingencia, que dependen de causas no sujetas a los sentidos, es
(a mi juicio) mala constitución de ingenio. Ojalá que los dialécticos
comprueben la claridad de esta doctrina, al mismo tiempo que la deci­
sión de la verdad; ciertamente evitarán las tinieblas (como dicen)
cimerias en las que desde hace cincuenta años miserablemente se hallan
envueltos y circundados nuestros predecesores.
Esta resolución (como se dice en el texto) se deriva de la diversidad
de las proposiciones, tanto en cualidad como en cantidad. Pues es
doble, a saber, negativa y afirmativa, copulativa y disyuntiva. Pues según
la cualidad y la cantidad de la resolución, y lo mismo las resolventes.
Pero, dejando de lado la cualidad, en la que no hace falta doctrina
especial, acerca de la cantidad debe advertirse que al término que su­
pone determinadamente se le debe la resolución disyuntiva, pero al que
supone distributivamente se le debe la resolución copulativa; y no se
aplica ninguna a las demás especies de la suposición. Porque la discreta
ya no es susceptible de ulterior singularización. Y la confusa, por ser
tal (como consta por su definición), no se resuelve. Y el orden de
estas dos resoluciones es el siguiente: Donde el término supone de­
terminadamente, por él se comienza la resolución, quedando mientras
tanto los demás en sus propias suposiciones, y después se resuelve el
distributivo; como en “el hombre no es blanco” el sujeto se resuelve de
inmediato, en cuanto que supone determinadamente, y después el
predicado. Y si perviertes este orden, a saber, comenzando por el predi­
cado y entrometiendo la suposición determinada del sujeto, volverás
verdadera una proposición patentemente falsa; pues ésta es falsa: “el
hombre no es animal”, la cual, sin embargo, se prueba como verdadera
de este modo: “el hombre no es este animal, y el hombre no es este
otro animal, y así de cada uno; luego el hombre no es animal”. Ya que
todas las singulares del antecedente son verdaderas, porque su sujeto
se resuelve disyuntivamente, y ciertamente se dará alguno diferente de
210 TOMÁS DE MERCADO

este, animal. Y el sentido de la resolución en seguida indica error. Pues


en la universal se indica que todos los supuestos del predicado se re­
mueven de algún sujeto, pero en las singulares se expresa que de un
sujeto se remueve ese predicado señalado. E n cambio, cuando todos
suponen determinadamente, la regla general es que es indiferente que
se comience por cualquiera; y creo que no se lleva ninguna instancia.
Y cuando todos suponen distributivamente, exceptuando los que tienen
determinación y determinable, también es indiferente que comiences
por cualquiera. Pero cuando hay determinación y determinable, es nece­
sario que se comience por la primera, como en “cualquier caballo de
cualquier hombre no corre” o “no es blanco”, ya que todos los términos
suponen universalmente. Ciertamente, aunque el discurso sea del pre­
dicado o del sujeto, es lícito resolver ambos de inmediato. Pero las
partes del sujeto, una de las cuales es la determinación y la otra la
determinable, es necesario que la inducción comience por la primera.
Aunque, como lo veremos en el lib. III, es mucho más verdadero y
seguro que la resolución comience por la determinación, de cualquier
manera que la determinable suponga y se coloque. Pero, hasta que
asignemos la razón de esto, se ha de mantener esta regla.
E n contra de este orden expresado en la triple regla militan todas las
objecciones de los sumulistas. E n primer lugar, éste es un buen ascenso:
“todo hombre es este blanco, o todo hombre es este otro blanco, y así
de cada uno; luego todo hombre es blanco”, ya que no puede ser verda­
dero el antecedente y falso el consecuente, y, sin embargo, el término
que supone confusamente se resuelve antes que el distributivo. En se­
gundo lugar, éste es un buen descenso: “el hombre no es animal; luego
el hombre no es este animal, y el hombre no es este otro animal, y así
de cada uno”, y, sin embargo, hemos descendido bajo el término distri­
buido antes de hacerlo bajo el determinado; luego . . . Todavía se arguye
en cuanto al ascenso, pues éste es bueno: “este caballo del hombre
corre, y este otro caballo del hombre corre, y así de los demás; luego
cualquier caballo del hombre corre”, y, sin embargo, hemos ascendido
primero bajo el término distribuido dejando de lado el determinado,
y bajo el determinable dejando de lado la determinación; lu ego. . .
En segundo lugar, éste es un buen descenso: “el hombre no es animal;
luego el hombre no es este animal, y el hombre no es este otro ani­
mal, y así de cada uno’”, y se le debe siempre la resolución copulativa.
Y , al contrario, se arguye, en cuanto al término determinado, que éste es
LIBRO π : DE LA ENUNCIACIÓN 211

un buen ascenso: “este hombre corre, y este otro hombre corre, y así
de cada uno; luego todo hombre corre”, donde se resuelve copulativa-
mente el término determinado; lu eg o. . .
Se da la polémica entre los dialécticos de si para que sea un buen
ascenso se requiere que valga el descenso a la inversa. Y (según mi
opinión), si se quiere proceder seguramente, completamente se requiere.
Y por eso hemos establecido reglas que fueran tan verdaderas y ciertas,
que no haya ningún peligro en la observancia ni tampoco ninguna
seguridad en la transgresión de las mismas. E n segundo lugar, se ha de
advertir que los dialécticos de este tiempo se han impuesto por su pro­
pio gusto una carga muy pesada. Pues, cuando se propone una ilación
falaz, proceden en un triple orden. Primeramente muestran que en la
consecuencia se ha violado la regla, y, además de la violación de la
regla, muchas veces asigna aparte otro defecto, obscuro por sí mismo
y por las palabras en que lo expresan, de modo que es casi inteligible.
Y después instan a la consecuencia, verifican (digo) el antecedente y
falsifican el consecuente. Por ejemplo, propuesta esta inducción: “el
hombre no es este blanco, y el hombre no es este otro blanco, y así
•de cada uno; luego el hombre no es blanco” —la cual consta que no
tiene ninguna fuerza—, dicen que viola e infringe la regla de ascender
primero bajo el término que supone distributivamente en orden al
término que está determinadamente, y después dicen que se comete
el defecto de argumentar de muchas determinadas a una sola deter­
minada. Cosa ciertamente casi inexplicable. Como si para la invalidez
de la consecuencia no bastara con violar una regla aprobada por todos.
Por tanto, yo me sublevaría contra esta carga, si a continuación quisieran
sublevarse los dialécticos, para los que será defecto grande y cierto la
transgresión de nuestra regla. Para que piensen que han respondido bien
y suficientemente si muestran que en la consecuencia se ha violado la
regla. Y esta constitución se prueba porque, ya que el argumento es
deficiente por no observar la regla, ¿qué falta hace asignar otro vicio
■ distinto de la violación de la regla? E n contra de esto arguyen ellos
(para quienes ninguna doctrina se prueba como verdadera si no es
obscura y difícil) que parece petición de principio si yo me empeño en
no exigir para la bondad de la consecuencia esa regla, y responder que
es inválida por no observar el precepto. E sto (dicen) es lo que nos
afanamos por invertir; sería superfluo el precepto y, por ello, es necesa­
rio aducir otro crimen distinto de la violación de la regla. Pero cierta­
212 TOMÁS DE MERCADO

mente esta objeción no le confiere ninguna necesidad. Pues, pregunto:


si yo igualmente peleo que el defecto asignado por ti también es nulo
y, no obstante, esta consecuencia con defecto vale, a saber, “el hombre
po es este blanco, y así de cada uno; luego el hombre no es blanco”,
¿qué defecto, exceptuado el que mencionamos, asignarías a esta conse­
cuencia? Absolutamente ninguno. Luego cometes petición de princi­
pio si te afanas en aseverar que no se sostiene porque argumentamos
de muchas determinadas a una sola. Luego, ya que estimas que se res­
ponde adecuada y doctamente por este defecto, nosotros estimamos, y
quizá no fallamos, que se hace esto si se toma como defecto la viola­
ción de la regla. Luego, de aquellas tres cosas, bastan las dos extremas,
a saber, referir la regla que se viola en la inferencia, e instar después a
la ilación, es decir, construir un caso en el que se da un antecedente
verdadero y un consecuente falso. Establecido esto, se responde al pri­
mer argumento, y a todos en general, que las consecuencias son nulas,
porque a la inversa no valen. Pero a la primera, en especial, se dice que
ese descenso se sostiene, porque, ya que puede inferir la copulativa, por
fuerza también la disyuntiva; y el segundo ascenso vale, porque se debía
inferir la universal de la que se sigue esa indefinida. Las demás ya se
han satisfecho.
L IB R O III: DE LAS O P O SIC IO N E S , LAS C O N V E R S IO N E S
Y LAS M O D A L E S

C A P IT U L O I

TEXTO

D e entre las proposiciones categóricas, unas participan de ambos tér­


minos, como “el hombre es animal”, “el hombre no es animal” . Otras
participan sólo de uno, como “el hombre es animal”, “el hombre no
es piedra”. Y otras de ninguno, como “el hombre es animal”, “el caballo
po es piedra”. Además, de entre las proposiciones que participan de
ambos términos, unas participan de ellos en el mismo orden, como “el
hombre es animal”, “el hombre no es animal”; otras, empero, en orden
inverso, como “el hombre es animal”, “el animal es hombre” . Asimismo,
de entre las proposiciones que participan de ambos términos en el
mismo orden, unas son contradictorias, otras contrarias, otras subcontra­
rias y otras subalternas. Son contradictorias la universal afirmativa y la
particular negativa, o la universal negativa y la particular afirmativa,
que tengan el mismo sujeto y el mismo predicado, como “todo hombre
es animal” y “algún hombre no es animal”, “ningún hombre es animal”
y “algún hombre es animal”. Son contrarias la universal afirmativa y la
universal negativa, que tengan el mismo sujeto y el mismo predicado,
como “todo hombre es animal” y “ningún hombre es animal”. Son
subcontrarias la particular afirmativa y la particular negativa, que tengan
el mismo sujeto y el mismo predicado, como “algún hombre es animal”
y “algún hombre no es animal”. Son subalternas la universal afirma­
tiva y la particular afirmativa o la universal negativa y la particular
negativa, que tengan el mismo sujeto y el mismo predicado, como “todo
hombre es animal” y “algún hombre es animal”, “ningún hombre es
animal” y “algún hombre no es animal”. Y todo esto resulta claro en la
figura siguiente. La ley o naturaleza de las contradictorias es tal que, si
una es verdadera, la otra es falsa, y a la inversa. Pues en ninguna materia
214 TOMAS DE MERCADO

pueden ser simultáneamente verdaderas o simultáneamente falsas, como


“todo hombre es animal” y “algún hombre no es animalY La ley o
naturaleza de las contrarias es tal que, si una es verdadera, la otra es
falsa, pero no a la inversa, pues ambas pueden ser simultáneamente
falsas en materia contingente, como “todo hombre es blanco” y “ningún
hombre es blanco”, “todo hombre discute” [y “ningún hombre discute”].
Pero, en materia natural y en materia remota, siempre una es verdadera
y la otra falsa, como “todo hombre es animal” y “ningún hombre es
animal”, “todo hombre es piedra” y “ningún hombre es piedra” . Lo
mismo en materia contingente de accidente inseparable, como “todo
cuervo es negro” y “ningún cuervo es negro”. Pero aquellas que son
de accidente separable pueden ser ambas falsas, como “todo hombre es
blanco” y “ningún hombre es blanco”. La ley o naturaleza de las sub­
contrarias es tal que, si una es falsa, la otra es verdadera, pero no a
la inversa. Pues ambas pueden ser simultáneamente verdaderas en ma­
teria contingente, como “algún hombre es blanco” y “algún hombre no
es blanco”, por lo que la ley de las subcontrarias se comporta de manera
inversa a la ley de las contrarias. La ley o naturaleza de las subalternas
es tal que, si la universal es verdadera, la particular es verdadera, pero
no a la inversa. E n efecto, la particular puede ser verdadera siendo
falsa la universal. Pero si la particular es falsa, la universal es falsa, como
“todo hombre es blanco” y “algún hombre es blanco”.

L E C C IÓ N P R IM E R A

Ya que la dialéctica es la investigadora de la verdad, y es el modo de


saber, nos allana todos los caminos por los que podamos llegar al cono­
cimiento de la verdad. Pues a la verdad se llega de muchas maneras,
de modo que la que se muestra muy evidente y con paso recto se busca,
allí se presenta. Y es un modo óptimo de descubrir la verdad y la
falsedad de una proposición tener ante los ojos su contradictoria. Por­
que es necesario que sea de cualidad opuesta en todo. Y es que es algo
ínsito por la naturaleza en nuestras mentes el que las proposiciones
contradictorias no pueden ser simultáneamente verdaderas, y tenemos
visto que tampoco pueden ser falsas. Por causa de lo cual, insertaremos
aquí el discurso de la oposición y la contradicción, para que con arte
fácil sepamos cómo juzgar la verdad de cualquier proposición que
LIBRO n i : DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 215

se presente. Y esto también ayuda mucho a argumentar, pues de ello se


obtienen (y debemos usarlos) varios lugares argumentativos ciertos
y constantes.
E l texto, aunque es un poco largo de leer, no necesita interpretación,
pues es muy claro y veraz. Sin embargo, para tener una noticia más
exacta, nótese que Aristóteles definió la oposición con estas palabras:
La oposición es la afirmación y la negación de lo mismo con respecto
de lo mismo, no equívocamente y todas aquellas cosas que determina­
mos contra las importunidades sofísticas. Con esto, aunque es poco,
a mi juicio suficientemente se expresa la naturaleza de la oposición.
Más aún, se puede expresar más brevemente: La oposición es la afirma­
ción y la negación de lo mismo con respecto de lo mismo. En primer
lugar, una debe ser afirmativa y la otra negativa (ya dejamos explicado
en el libro segundo lo que son). A este asunto sólo hay que añadir
que, ya que la cualidad de la proposición se entiende según la cópula
principal, sólo ella debe cambiar de cualidad, de modo que si en una
se afirma, en la otra se niegue, dejando intactas las demás (si hay otras
cópulas verbales menos principales), como “el hombre, que habla, está
sentado en el gimnasio” se opone a ésta: “el hombre, que habla, no
está sentado en el gimnasio”. Pues “está sentado” es la cópula principal,
y “que habla” no debe tocarse, porque según ella no se valora ni la
afirmación ni la negación de la proposición. Aunque hay otra razón
que también se ha de añadir en seguida. “D e lo mismo (dice) con res­
pecto de lo mismo”, esto es, del mismo predicado con respecto del mis­
mo sujeto, porque en ambas se debe decir el mismo predicado del mismo
sujeto. En lo que se ve cuán necesario es que tales proposiciones parti­
cipen de los extremos en el mismo orden. Pues, ya que los extre­
mos son el sujeto y el predicado, si se exige el mismo predicado y el
mismo sujeto, con ello se exige que ambos extremos sean los mismos.
Sobre lo cual adviértase que muchas veces acontece afirmar y negar
lo mismo en dos proposiciones, pero respecto de diversas cosas; como
“la piedra no es animal”, “el león es animal”, son afirmación y nega­
ción de lo mismo, pero no respecto de lo mismo. A la inversa, suelen
decirse de una misma cosa ciertas cosas, pero no las mismas cosas, sino
diversas, como en “el hombre es blanco”, “ningún hombre es insano”.
Ninguna de ellas se opone, porque conviene que sean de lo mismo con
respecto de lo mismo, es decir, que tengas el mismo predicado y el
mismo sujeto. Y esto mismo ocurre, además, de muchas maneras, a
216 TOMÁS DE MERCADO

saber: ser lo mismo en cuanto a la cosa pero no en cuanto a la voz y


ser lo mismo en cuanto a la voz pero no en cuanto a la cosa, y, sin
embargo, es necesario que ambos sean lo mismo en cuanto a la cosa
y en cuanto a la voz. Para que se vea tal conexión admirable, cuánta
identidad, con cuánta oposición y, por lo mismo, cuánta diversidad re­
quiere. Pues si dices: “la espada es aguda”, “el sable no es agudo”, los
sujetos son lo mismo en la realidad, en cuanto sinónimos en cuanto
a la voz, aunque los nombres son diversos. A la ¡rivera, en los equívocos,
como “el can ladra”, “el can no ladra”, el sujeto es lo mismo en cuanto
a la voz, pero diverso en cuanto a la cosa. Por lo cual Aristóteles que,
si un nombre es impuesto a dos cosas, de las cuales no resulta una, como
al can que ladra y a la constelación, no hay una afirmación y una
negación. Como si alguien impone el nombre “túnica” a un hombre
y a un caballo, y dice “la túnica es blanca”, ésta no es una afirmación
ni una negación, ni éstas son opuestas: “la túnica es blanca” y “la túnica
no es blanca” . Y , así, en ellas no es necesario que una sea verdadera
y la otra falsa. Por tanto, ambas deben tener el mismo predicado y
el mismo sujeto, en cuanto a la cosa y en cuanto a la voz. Y todos
los términos de una deben estar en la otra, quitando los signos
cuantificadores. Pues todos son en alguna medida los extremos, aun­
que alguno no caiga en esas partes, máximamente el verbo, que parece
ser la parte tercera de la proposición, y, sin embargo, aunque for­
malmente una los extremos, se toma por la parte del predicado; más
aún, siempre se predica en alguna medida. Del verbo adjetivo y del
verbo substantivo de segundo adyacente esto se concede sin polé­
mica. Y del tercer adyacente, si vemos atentamente la cosa, sin contro­
versia también lo admitiremos. Pues todo predicado asevera que algo
es, lo cual necesariamente es importado por el verbo. Así (para re­
tomar el discurso donde lo dejam os), todas las proposiciones opuestas
deben participar del sujeto, la cópula y el predicado; y, si algo se añade
a alguno de ellos, lo añadido debe permanecer en la otra proposición.
Por ejemplo, aquí: “el hombre que habla está sentado”, la cópula de
implicación, por ser parte del sujeto, permanece afirmada en la negati­
va. Y ésta era la razón por la cual esa cópula no debía ser negada, a
saber, porque si se niega, se produce la mutación del sujeto. Pues el
estar sentado sólo se afirmaba del hombre que hablaba. Por lo cual,
en la opuesta, el mismo estar sentado debe negarse del hombre que
habla, y, si se atribuyera al hombre que no habla, no habría afirmación
y negación de lo mismo. Y si dijeras: “el león corre”, “el león no corre
LIBRO ΙΠ: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 217

velozmente”, no se oponen, ni se afirma o niega lo mismo en ambas.


E n la primera se afirma la carrera sin más, en la otra sólo se excluye
la carrera veloz. Y no son lo mismo la una y la otra. Más aún, acontece
que uno mismo corra simultáneamente, no velozmente, sino lentamente.
Pero éstas: “todo hombre corre”, “ningún hombre corre” se oponen
bien, a pesar de que el término “todo” . no se encuentre en las dos.
Porque no es parte de algún extremo, sino como el signo universal que
cuantifica una parte de toda la oración. Quisiéramos profundizar estas
cosas aún más exactamente. Pues el sentido y la sentencia de las pala-
bras “de lo mismo con respecto de lo mismo” es muy rico. Estas: “el
hombre ha sido blanco”, “el hombre no es blanco”, [no tienen] nada
[en común]. Pues en ellas no se da la misma cópula, y, por consi­
guiente, tampoco el mismo predicado ni realmente el mismo sujeto.
Porque en la primera el sujeto es el hombre presente o el pretérito,
y en la segunda sólo el presente. Además, en la primera el predi­
cado es el blanco pretérito, en la segunda el presente. Por tanto, ya
que estas palabras “la afirmación de lo mismo con respecto de lo
mismo” exigen la participación y la acepción de los mismos térmi­
nos, consta que equivalen a todas las condiciones de los lógicos re­
cientes, a saber, que se observen las propiedades lógicas, la suposi­
ción, la ampliación, la restricción y las demás; y, por tanto, que es
necesario velar para que se observe el que la negación y la afirma­
ción se hagan (como lo explicamos) de lo mismo con respecto de lo
mismo. En la exposición de estas palabras ya se han dicho muchas y
suficientes cosas. Tales eran las que determinó Aristóteles contra las
importunidades sofísticas. Por otra parte, la oposición contiene tres
especies, a saber, las contradictorias, las contrarias y las subcontrarias.
Pues las proposiciones se oponen de tres maneras, a saber, contradic­
toriamente, contrariamente y subcontrariamente. A todas ellas les es
común y universal la misma definición de la oposición. Al modo como
a todos los animales, aunque entre sí tienen muchas diferencias, les es
general la naturaleza animal para que vivan y sientan, así, tanto la con­
tradictoria como la contraria y la subcontraria tendrán siempre la
afirmación y la negación de lo mismo con respecto de lo mismo. Sobre
las cuales considérese que la oposición principal (como dice Aristóteles,
Met., libros 4 y 10, textos 15 y 27) es la contradicción, en cuanto que
es la máximamente repugnante. Empero, las contrarias comienzan ya
a decaer de la repugnancia perfecta, y mucho más las subcontrarias.
218 TOMAS DE MERCADO

E n la oposición, la contradicción es como lo más directo y como la


fuente, y las demás como lo oblicuo y los riachuelos, y aquélla es como
la blancura en el género del color, a saber, la primera y la más perfecta.
Por lo cual, es necesario que las contradictorias (puesto que se trata
de la oposición máxima) se opongan completamente, no sólo en cuali­
dad, a saber, que una sea afirmativa y la otra negativa, sino también
en cantidad, de modo que una sea universal y la otra particular. Pues
estas cantidades son las más opuestas. Y es que bajo el nombre de
“particular” comprehendemos igualmente a la indefinida. Y no habla­
remos aquí de las singulares, sino sólo de las proposiciones en las que se
pone como sujeto un término común. Luego ésta es la definición de
la contradicción, a saber, que sea una oposición entre dos, una de las
cuales sea universal y la otra particular. Ya se dio la definición completa
del término “oposición”, a saber, la afirmación y la negación de lo
mismo con respecto de lo mismo. Aristóteles la define brevemente
diciendo así: Digo que se oponen la afirmación y la negación. D e
manera contradictoria, la que significa universalmente y la que no signi­
fica universalmente; como “todo hombre es blanco” y “algún hombre
no es blanco”, “ningún hombre es blanco” y algún hombre es blanco”.
D e manera contraria se oponen ambas universales. Así, añade inmediata­
mente el Filósofo: Son contrarias la afirmación universal y la negación
universal, como “todo hombre es justo” y “ningún hombre es justo”.
Y un poco antes dice: Si se enuncia universalmente de los universales
que les compete o no les compete algo, estas enunciaciones serán
contrarias. Y enunciar algo universalmente de los universales, digo que
se hace de este modo: “todo hombre es blanco”, “ningún hombre es
blanco”. Pero, a la inversa, se oponen como subcontrarias las dos particu­
lares, por lo cual Aristóteles dice que, cuando de los universales no se
habla universalmente, no son contrarias; de este modo: “el hombre es
blanco”, “el hombre no es blanco”.
Acerca de la primera definición, adviértase que la oposición en canti­
dad ha de ser tan exacta, que se dé también en los términos de las
proposiciones como partes suyas, y en ellos se encuentre a su modo
la cantidad. Pues, así como de entre las proposiciones, a una la llama­
mos universal o particular, así también en cuanto a los términos usamos
las mismas apelaciones. Pero la universalidad y la particularidad de
éstos es doble, como también el término, a saber, categoremática y
.sincategoremática. La universalidad categoremática es el término cate-
LIBRO ΙΠ : DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 219

goremático que supone distributivamente, como “todo hombre es blan­


co”. La particularidad es el término que supone determinada o confusa­
mente, como “el león está sentado”. La universalidad sincategoremática
es el signo universal, como “todo”, “cualquiera”, “y” y otros semejan­
tes que contienen alguna generalidad; disertaremos después sobre cada
uno de ellos. E l “y” se llama con derecho universalidad, en cuanto
que incluye pluralidad, como “el hombre y el caballo marchan juntos”.
La particularidad sincategoremática es como la del “o” [inclusivo] y
semejantes. Luego, cuando decimos que las contradictorias deben ser
opuestas en cantidad, se entiende tan opuestas que una de las proposi­
ciones sea universal y la otra particular. Y los términos que en una
tuvieron suposición distributiva, en la otra tendrán suposición particu­
lar. Para que toda universalidad se cambie en la particularidad de su
género correspondiente. Y toda particularidad, a la inversa, en univer­
salidad. La categoremática en categoremática, y la sincategoremática en
sincategoremática. “Todo” en “algún”, “y” en “o”, como se ve en las
siguientes: “ningún término equívoco es categoremático”, “algún tér­
mino equívoco es categoremático”, “todo nombre es recto”, “algún
nombre no es recto”. Y lo mismo se da tomando el contenido sin el
signo, “el nombre no es recto”. E n ellas, todos los términos que suponen
distributivamente en una, suponen particularmente en la otra, y, a la
inversa, los distributivos se cambian a particulares.
Contra la definición de la contradicción se arguye. Estas: “Pedro
discute”, “Pedro no discute”, “el hombre es una especie del animal”,
“el hombre no es una especie del animal” son contradictorias, y, sin
embargo, no les compete la definición que dimos, ya que ninguna de
ellas es universal; más aún, si se observara la definición, no serían
contradictorias. E n efecto, éstas: “el hombre es especie”, “ningún hom­
bre es especie”, no son contradictorias, sino que ambas son verdaderas.
Se prueba también la mayor porque repugnan en la verdad y la falsedad.
Sobre este argumento nótese, en primer lugar, que nuestra definición
se entiende de las proposiciones cuyos sujetos son términos comunes.
Pues donde son singulares, no hay en ellas ninguna universalidad ni
particularidad. Pero, ya que la oposición es de lo mismo con respecto
de lo mismo, es necesario que se conserve el mismo singular; como
aquello que por su singularidad está tan quieto, que es casi inmóvil.
Más aún, esto generalmente es claro en las acostumbradas enuncia­
ciones singulares, donde todo el sujeto es singular y sólo hay oposición
220 TOMÁS DE MERCADO

contradictoria. Porque, si se afirma y se niega lo mismo, necesariamente


se hará respecto de lo que es idéntico en número, la cual es contradic­
ción cabal. Y , ya que exigimos en las comunes esta oposción de canti­
dad, para que las dos hablen de las mismas cosas —lo cual no sería de
ninguna manera requerido si se significara una sola cosa—, sólo falta
que las singulares no pueden contradecirse porque falta una universal.
Con todo, sucede al contrario. Pues en las comunes se requiere la
universal porque no son ambas singulares. E n cuanto a lo segundo, se
concede que igualmente se contradicen por casi la misma causa, y no
debe extrañar que los términos tomados simplemente casi son singulares,
en cuanto tomados por una sola cosa, a la que importan de manera
primaria. Pero este cambio de cantidad es requerido cuando el término
se extiende y cuando se restringe, y puede suponer por más o por menos.
Sin embargo, las contrarias no se oponen tan completamente, sino que
ambas son universales aun en los términos, para que toda particularidad
se cambie en universalidad, pero la universalidad no se mude. Como
el sujeto de ésta: “todo hombre corre”, tiene universalidad, la cual debe
permanecer en la contraria, pero el predicado, ya que tiene particulari­
dad, se cambia, como se ve en ésta que es su contraria: “ningún hombre
corre” .
Las subcontrarias, a la inversa, piden que permanezca su particulari­
dad, y que se mude a particularidad la universalidad, si hay alguna,
como “el hombre no es sabio”, “el hombre es sabio”.
Todavía no está perfectamente expuesta la naturaleza de estas oposi­
ciones, y no es lícito que opinemos sobre las proposiciones y los tér­
minos que sólo contienen repugnancia, antes de que esa tan grande y
tan exacta diferencia de cualidad y cantidad que tienen ambas pase
también a la significación y a la cosa significada. Por lo cual, en el
texto se añade que las contradictorias repugnan en la verdad y en la
falsedad de tal manera que no pueden ser ambas simultáneamente
verdaderas ni falsas, sino que, sean cualesquiera los términos, ya sin­
gulares, ya universales, con los que se construye la contradicción, una
debe ser verdadera y la otra falsa. Aristóteles explica esta ley con las
siguientes palabras: Tales contradicciones que son de universales univer­
salmente tomados, esto es, de términos comunes, se relacionan de tal
manera que necesariamente una parte es verdadera y la otra falsa. Y se
explícita que se da la misma condición para las singulares, como Sócra­
tes es blanco”, “Sócrates no es blanco” . E n cambio, las contrarias sólo se
LIBRO ΙΠ: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 221

repugnan en cuanto a la verdad; ambas (digo) no pueden ser verdaderas,


pero no hay ningún inconveniente para que sean falsas. A diferencia de
ellas, las subcontrarias repugnan en cuanto a la falsedad y convienen en
cuanto a la verdad, pues ambas son verdaderas, pero no falsas. Como “el
hombre corre” y “el hombre no corre” son verdaderas si uno ejerce la ca­
rrera y el otro está quieto. Pero estas contrarias: “ninguno corre”, “todos
corren”, son falsas si tres corren y tres están sentados, lo cual acon­
tece muchas veces. Pero es completamente imposible que sean verda­
deras, de modo que ninguno corra y sin embargo todos corran. Así,
Aristóteles dijo que a éstas, a saber, a las contrarias, les es imposible
ser simultáneamente verdaderas. Y a sus opuestas, a saber, a las sub­
contrarias, les acontece serlo algunas veces en lo mismo, como “algún
hombre es blanco”, “alguno de ellos no es blanco”. Y , volviendo a las
subcontrarias, las que son de universales no tomados universalmente no
se comportan de manera tal que siempre una de ellas sea verdadera y
la otra falsa. En efecto, éstas son simultáneamente verdaderas: “el hom­
bre es blanco”, “el hombre no es blanco”. En este sentido se expresa
de manera óptima y sumulística Aristóteles en los lugares mencionados
arriba, estableciendo la distinción de ellas. A saber, que las contradicto­
rias no tienen medio, en nada (digo) convienen, ni en la verdad ni en
la falsedad. E n cambio, las demás oposiciones tienen medio. Pues
aquello en lo que convienen, de manera muy apta se llamará “medio”.
Porque los extremos comunican en el medio. Y las contrarias coinciden
en la falsedad y las subcontrarias en la verdad; y tienen medio y con­
vienen en él. Pero la contradicción no conviene en ninguno, y por eso
es la mayor oposición, distancia y diferencia.
Lo que hasta el presente parágrafo ha sido tratado, es llamado por los
dialécticos la “ley” de estas oposiciones, y a lo que hemos tratado antes
sobre la cantidad y la cualidad, lo llaman la “naturaleza” o la “defini­
ción”. Importa poco el nombre con que se los llame; en cambio, importa
mucho saber que la repugnancia en cuanto a la verdad y la falsedad es
la misma quididad y esencia de la oposición. E n efecto, la cantidad
y la cualidad opuestas de las proposiciones se ordenan a significar los
opuestos. Pero, ya que es propio de los dialécticos disertar sobre las
voces en cuanto expresan la verdad y la falsedad, de manera congruente,
no con el modo extenso de hablar hasta ahora usado, definiremos en
forma brevísima que la contradicción es la oposición diversa en canti­
dad, y en verdad y falsedad. Pues con el nombre de “oposición” ya
222 TOMÁS DE MERCADO

se entiende la diversa cualidad. Las opuestas contrarias se repugnan en


la verdad, no en la falsedad. Las opuestas subcontrarias son repugnantes
en la falsedad, no en la verdad. Y , si se quiere que a lo último de todas
las definiciones se llame “ley”, no rehusó el que se la llame así.
Pero esta ley, o, más propiamente, esta verdadera naturaleza de la
oposición se prueba del mismo modo en que se aprueba. Primeramente,
porque el que las contradictorias no puedan ser verdaderas ni falsas
simultáneamente, se entiende tan evidentemente, que no es necesario
corroborarlo con ninguna otra razón. Es de suyo tan perfectamente
cognoscible, que no necesita de ninguna persuasión. Pues el que las
contradictorias sean verdaderas consistirá en que algo inhiera y no in­
hiera simultáneamente a lo mismo, y cosa más imposible que ésta no
puede imaginarse; y el que sean falsas consistirá en que algo sea y
no sea lo mismo, lo cual inmediatamente aborrece el intelecto; de lo
cual resulta que, sin mostrarlo nadie, todos entienden clarísimamente
sin esfuerzo que las contradictorias se repugnan en la verdad y en la
falsedad. Por lo cual, dice Aristóteles que nada es más verdadero que una
misma cosa se afirme o se niegue de lo mismo. Pues, sea lo que sea de la
cosa singular, es necesario que una de las contradictorias se verifique,
como “Dios, o es piedra o no es piedra”, “el ángel corre o no corre” .
Luego, si es necesario que una convenga, es imposible que ambas sean
verdaderas o falsas. Porque, si la que conviene es afirmativa, en la que se
asevera que eso es, entonces la negativa, que dice que no es, no puede
convenir, pues repugna que eso sea y no sea. Sobre lo cual dice el
Filósofo en el IV déla Met., texto 9 : es imposible que lo mismo inhiera
y no inhiera simultáneamente a lo mismo. Y éste es el principio más cier­
to, así como el más firme de todos los principios, contra el cual es
imposible mentir, a saber, cualquier cosa es o no es. E l que una de las
contradictorias sea verdadera y la otra falsa, es la semilla de todas las
disciplinas, de donde dimana toda la prole de la verdad. Así, en todas
partes y para todos es algo constantísimo el que las contradictorias difie­
ran en la verdad y en la falsedad. Y , además, es tan evidente, que, para
probar que algo es falso o imposible, es un argumento eficacísimo el
mostrar que, si eso fuera, de ahí se seguirían dos contradictorias verda­
deras o falsas. Nosotros usaremos este género de argumentar por los
vestigios. Luego, con este fundamento aceptado sin demostración. Pues
afanarse en convencer con razones de ello es (como dice expresamente
el Filósofo) ignorar de qué cosas es conveniente buscar la razón, y de
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 223

cuáles no es conveniente. Pues hay muchas cosas de las cuales es necesa­


rio que no se investigue la razón eficaz; no sea que, buscando las razo­
nes, se proceda al infinito. Y en las contrarias repugnan en cuanto a la
verdad, se prueba muy manifiestamente, porque si fueran verdaderas,
serían contradictorias de una verdadera. Por causa de lo cual, considérese
la deducción que de dos contrarias cualesquiera se infieren fácilmente
dos contradictorias. Pues, ya que ambas son universales, qué cosa más
fácil que inferir de ellas una universal y una particular, como “todo
caballo es capaz de relinchar, y ningún caballo es capaz de relinchar;
luego, todo caballo es capaz de relinchar, y algún caballo no es capaz
de relinchar”. La primera es formalmente la misma que en el antece­
dente, la segunda patentemente se deduce de la negativa. Luego, ya
que siempre es óptima ilación pasar de las contrarias a las contradic­
torias, si las contrarias (que son el antecedente) se conceden como
verdaderas, también el consecuente (a saber, las contradictorias) será
verdadero. Porque en una buena consecuencia (como hemos dicho),
si el antecedente es verdadero, el consecuente convence de su verdad.
Pero hay una objeción: Del mismo modo, al menos, se darán contradic­
torias falsas, ya que puede haber las contrarias correspondientes, y de
ellas se siguen las respectivas contradictorias. Se responde que, aun
cuando se deduzcan, y el antecedente —a saber, las contrarias— sea
falso, no por ello se prueba que el consecuente sea falso. Pues no hay
ninguna consecuencia (como lo hicimos notar en el libro segundo),
si la consecuencia es buena, y el antecedente es falso, que el conse­
cuente sea falso. Pues esta argumentación es buena (como lo explicare­
mos en seguida): “Todo ente es Dios, luego algún ente es Dios”, donde
el consecuente es verdaderísimo y el antecedente es falsísimo. Así, se
prueba convenientemente que las contrarias se repugnan en cuanto a
la verdad, porque de otra manera habría contradictorias verdaderas.
Pero no se repugnan en cuanto a la falsedad. Más aún (como hace
poco decíamos), no se sigue ningún inconveniente de que sean falsas.
Las subcontrarias se repugnan en cuanto a la falsedad, no en cuanto
a la verdad, como “el hombre discute”, “el hombre no discute” . Ambas
serán verdaderas, pero no falsas. Y la prueba de esto es que, si fueran
falsas, entonces dos contrarias y también dos contradictorias serían
verdaderas. Porque hay que presuponer (como sin esfuerzo puede experi­
mentarlo cada cual) que las contradictorias de las subcontrarias son en­
tre sí contrarias. Por ejemplo, estas subcontrarias: “el león ruge”, “el
224 TOMÁS DE MERCADO

león no ruge”, tienen como contradictorias: “ningún león ruge”, “todo


león no ruge”; las cuales (como es evidente) son contrarias entre sí,
puesto que son universales. Por lo cual, si tales subcontrarias pueden
ser simultáneamente falsas, sus contradictorias serían verdaderas, las
cuales son entre sí contrarias, y así se darían también dos contrarias
verdaderas, cosa que hemos negado más arriba. Pero de que las sub­
contrarias sean verdaderas (como lo aceptamos sinceramente) sólo se
infiere que sus contradictorias son falsas, lo cual no es ningún in­
conveniente, ya que tales contradictorias son entre sí contrarias. Luego
son estables e inviolables sus leyes, a saber, que las contradictorias se
opongan en ambas cosas, las contrarias sólo en la verdad, y las sub­
contrarias en la falsedad. Lo cual se muestra por otra razón probable.
Entre los dialécticos se dice como proverbio: Toda universalidad edifica
falsedad, toda particularidad edifica verdad. Pues la proposición univer­
sal exige mucho para su verdad; en efecto, ¿cuándo será verdadera
ésta: “todo hombre corre”? Nunca. Pues es necesario que todos ejerzan
la carrera. Lo mismo esta negativa: “ningún hombre corre”, para su
verificación se requiere que el predicado convenga o no convenga a
todos los contenidos en el sujeto. Lo cual acontece muy raramente, y
por eso raramente son verdaderas. Pero frecuentemente son falsas, por­
que es suficiente que el predicado no convenga a uno de todos. Así,
toda universalidad es propensa a la falsedad, y la particularidad a la
verdad. Porque sólo pide la verificación de uno. Luego, ya que las con­
tradictorias incluyen universalidad y particularidad, guardan la misma
distancia y la misma repugnancia. E n cambio, las contrarias son ambas
universales, y son proclives a la falsedad. Y la particularidad de las
subcontrarias las acerca mucho a la verdad.
D e todo lo cual, resulta clara la etimología de estos nombres: “contra­
ria”, “subcontraria”. Pues las cosas son contrarias entre sí, como la
negrura y la blancura, la enfermedad y la salud, lo par y lo impar. Pero
entre las cosas contrarias muchas veces se encuentra un medio; por
ejemplo, lo amarillo y lo verde son colores intermedios, la tibieza yace
entre el color y el frío, la convalescencia entre la salud y la enfermedad.
D e este modo las proposiciones contrarias tienen medio, de modo que
ni se cumple en ninguno ni en todos, sino en alguno o algunos. Y las
subcontrarias se llaman así porque se subordinan a las contrarias. Pues
igualmente la particularidad se subordina a la universalidad.
Se llaman subalternas dos proposiciones una de las cuales es universal
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 225

afirmativa o negativa y la otra es particular con la misma cualidad, la


cual se contiene en la anterior, y de ella se extrae; como “toda blancura
es color”, “la blancura es color”, “ningún caballo es hombre”, “el caba­
llo no es hombre”. D e las cuales, la universal es la subalternante, y la
particular es la subalternada. Por lo cual, de ellas se extrae cierto lugar
argumentativo general, a saber, de la subalternante a la subalternada.
Sin embargo, ¿a quién no le es claro conocer qué se subalterna a qué?
Pues no sólo la proposición universal tiene como subalterna a la parti­
cular, sino que también el modo universal contiene al modo particular,
como lo necesario incluye a lo posible, y lo infiere. Por ejemplo, vale:
“el hombre necesariamente es animal, luego el hombre posiblemente
es animal”. Igualmente, el ser tiene como subalterno al poder ser.
Pues en aquello que es, se contiene lo que es o lo que se hace, o el
ser o lo que puede hacerse. Pues, ¿qué es o se hace sino lo que es o
lo que puede hacerse?

LE C C IÓ N SEGUNDA

Quedan por objetar algunas cosas, para que las que hemos dicho reluz­
can más claramente con las soluciones de los argumentos. Sin embargo,
al objetar y responder tales cosas, espero que ciertamente también
nosotros logremos seguir el modo vehementemente adoptado por todos
hasta ahora. Pues todo lo que hasta ahora han inculcado, lo hacen de
manera tan confusa, que un tema que por su necesidad debe ser muy
evidente y como luz espléndida, lo vuelven más bien tenebroso, en­
vuelto en obscura e inaccesible tiniebla. Y , sin embargo, la contradicción
y las demás oposiciones son de tanta utilidad que son la balanza con
la que se aclara y mide la verdad de las proposiciones, y nada más
claro debe ser para nosotros que la misma medida, si ha de aprovechar.
Por tanto, así como en otras partes de esta obra hemos puesto luz y
esplendor en nuestras resoluciones sobre el arte dialéctica, es necesario
que aquí nos esforcemos con todos nuestros nervios, para que, ahuyen­
tando las tinieblas, procedamos iluminados por un sol meridiano.
Así, pues, se arguye contra la definición de la oposición, que es la
base del tratado. Éstas se oponen: “M arco dice un discurso”, “Tulio
no dice un discurso”, y en ellas no hay ninguna participación de los
sujetos. Además lo hacen éstas: “el hombre es animal”, “ningún animal
226 TOMÁS DE MERCADO

es hombre”, que participan de ellos en orden inverso, no en el mismo,


y tampoco son de lo mismo con respecto de lo mismo. Sin embargo,
el antecedente de cada consecuencia es evidente, porque ambas parejas
se repugnan en cuanto a la verdad y la falsedad. Los dialécticos suelen
distinguir dos géneros de oposición, uno que sólo se opone en cuanto
a la cosa significada, otro que repugna en cuanto a la cosa y a la voz.
A la primera llaman “oposición real,” a la segunda, “del modo de enun­
ciar”, es decir, porque en la misma enunciación vocal resplandece la
oposición. Ciertamente la distinción gusta mucho, en cuanto bastante
erudita. Y entre ellas se da la diferencia de que el primer género de
oposición casi carece de importancia y no tiene ninguna fuerza para
argumentar, pues toda argumentación reside en la voz, en la cual enton­
ces no aparece repugnancia. En cambio, el segundo género tiene mucha
fuerza. Además, ésta es la oposición de modo absoluto, y se toma como
tal sin más, mientras que la primera se toma con cierto aditamento.
A causa de esta distinción, se sigue que, puesto que nosotros en la
dialéctica tratamos del arte de discutir, sólo disertaremos sobre la oposi­
ción y la contradicción “en el enunciar”. Máximamente porque, ya
que sirve para descubrir la verdad de las proposiciones y para eliminar
la falsedad, la oposición, en cuanto regla, debe ser patente y cierta,
sin ninguna ambigüedad ni tergiversación; y la que es sólo “de la cosa” es
demasiado obscura y recóndita y envuelta en mil sofismas, y, por lo mis­
mo, completamente inversa y retorcida. Pero preguntas con qué docu­
mentos reconoceremos la oposición real. Ciertamente (según me parece)
en la dialéctica los lógicos no aclaran esto con ninguna regla cierta.
Pues, si se dieran algunas, necesariamente presupondrían el conoci­
miento de la naturaleza de las cosas. Al presente sólo se puede enseñar
que, si los extremos de la afirmación y la negación de lo mismo con
respecto de lo mismo son sinónimos, la oposición será real. Pero, ya
que tal inteligencia de la oposición es muy laboriosa, y además para un
fin intentado fútil y vacío, de manera más provechosa trataremos de
la oposición que consiste en la cosa y en la voz. Así, pues, se niega que
ellas se opongan, y la prueba no tiene otra fuerza que el que se oponen
en cuanto a la verdad y la falsedad, como si sólo esto constituyera la
naturaleza de la oposición o sólo esto fuera suficiente. Pues también
éstas: “Dios es ente”, “el hombre no es animal” no pueden ser simul­
táneamente verdaderas y falsas. Más aún, en toda semejante pareja de
proposiciones, una de las cuales fuera necesaria, la otra sería imposible.
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 227

Pues la repugnancia expresa más que el que no sean falsas o verdaderas,


a saber, que entre sí se repugnen en el verbo, lo cual no compete a las
que se han aducido. Ciertamente éstas no se repugnan bien.
Pero el repugnar se da de dos modos. D e un modo, sólo en la cosa;
de otro modo, en la cosa y en la voz. Y digo que la ley de la contra­
dicción o de la oposición se entiende de manera tal que sin mucho
esfuerzo inmediatamente se conozca y se pruebe la verdad o la falsedad
de ambas. Pero las segundas no se contradicen aunque de ellas fácil­
mente se puedan inferir contradictorias, a saber, por conversión simple
de la negativa, sobre lo cual se tratará después.
E n segundo lugar, respecto de la definición de la contradicción. Éstas:
"todos los apóstoles de Dios son doce”, "todos los apóstoles de Dios
no son doce” se contradicen, y, sin embargo, son universales. Y , a la
inversa, éstas: “para cabalgar se requiere el caballo”, “ningún caballo
se requiere para cabalgar” parecen contradictorias, en cuanto que una
es particular y la otra universal, y, sin embargo, se verifican simultánea­
mente, como resulta patente. Además, éstas: “te prometo un libro”,
“ningún libro te prometo”, así como éstas: “el hombre es una especie”,
“ningún hombre es una especie” . Respecto a estos argumentos nótese
que, como resulta de Aristóteles, no hay ninguna proposición que no
tenga contradictoria. Porque (dice) se da el enunciar que lo que es,
no es; que lo que no es, es; que lo que es, es; y que lo que no es, no es.
Y sobre las cosas que están fuera del tiempo presente, puede hacerse
exactamente lo mismo, de modo que todo lo que se afirmó, se niegue,
y todo lo que se negó, se afírme. Por lo cual resulta patente que para
cualquier afirmación hay una negación opuesta, y para cualquier nega­
ción, una afirmación. Pero la contradictoria se asigna de dos modos.
D e un modo, afirmativamente, por anteposición de la negación, o, a
la que ya es negativa, por la remoción de ésta. Por ejemplo, “el hombre
corre”, “no: el hombre corre”, “no: Pedro está sentado”, “Pedro está
sentado”, “el hombre es una especie”, “no: el hombre es una especie”.
D e otro modo, por la mutación de la cantidad de la proposición y de
los términos. E l primer modo de asignar la contradicción es generalísimo
y segurísimo. Tanto en toda proposición como en todo género de suposi­
ción. Siempre y cuando se entienda de la negación adverbial, no de la
nominal. Pues la primera tiene más naturaleza y condición negativa que
la segunda. A saber, que destruya lo que encuentra y lo vuelva su opues­
to. Y a que la nominal, puesto que se debe unir necesariamente a un
228 TOMÁS DE MERCADO

substantivo, por ello su virtud no permanece libre, como sucede en la


adverbial, que, colocada en el frontispicio, recae ella libre sobre lo sub­
siguiente, y siempre vuelve contradictorio el sentido que encuentra,
cualquiera que sea la suposición de los términos. Por lo cual, es un
proverbio de los dialécticos el que no hay mejor manera de contradecir
que anteponer la negación a toda la proposición. Pues el fin del que
niega es contradecir lo que niega. E n cambio, la contradicción por
mutación de la cantidad y de la suposición de los términos ni es tan
universal ni tan perspicua, en cuanto que exige que se observen mu­
chos preceptos en los cuales frecuentemente se delinque y vehemente­
mente se yerra. No es tan universal, porque hay muchas proposiciones,
más aún, todo un género de proposiciones, cuya cantidad no se puede
variar, porque tienen suposición inmóvil. Primeramente en las suposi­
ciones discretas, en las que el sujeto supone por uno solo, y casi por
la misma causa en las simples, como “el animal es un género” tiene
como contradictoria “el animal no es un género”. Pero ésta: “ningún
animal es un género” de ninguna manera. Porque el sentido de la
afirmativa es que el animal en común es un género, y el de la negativa
es que ninguno en particular lo es, y ninguna de ellas contradice a la
otra. Además, en la suposición material, porque, ya que supone por
sí misma, no necesita de ninguna universalidad.· Y éstas: “ ‘hombre’ es
un nombre”, “ ‘hombre’ no es un nombre” se contradicen, pero “ningún
‘hombre’ es un nombre” de ninguna manera lo hace. Tampoco se muda
la cantidad en las que tienen términos distribuidos colectivamente, como
en “todos los apóstoles de Dios son doce” . Sobre lo cual hay que ad­
vertir que el signo “todo” tiene muchas y diversas acepciones, de las
que se tratará en seguida. Unas veces se toma distributivamente, a
saber, cuando se toma por cada uno de los significados del término al
que se adhiere, como “todo león ruge”, “toda blancura es cualidad’.’.
Otras veces se toma colectivamente, como “todo” y “en su conjunto”,
que sólo se entienden bien cuando se toman colectivamente, como “toda
la ciudad”, donde los términos se toman en lugar de una sola cosa; o
como “todos los ciudadanos son mil”, “todos los apóstoles de Dios son
doce”, donde el discurso siempre se hace en tales sobre un cuerpo, o
de república, o de convento, o de colegio. Luego, ya que real y formal­
mente con mucha frecuencia suponen por uno, en ellas la cantidad es
inmutable. Porque, cambiada ella, resulta diversidad de sentidos. Pues
la primera asevera que el colegio apostólico es duodenario. Pero ésta:
LIBRO n i: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 229

“ningunos apóstoles de Dios son doce” asevera que ninguno en parti­


cular, como estos dos, o éstos, son doce. Ni tampoco éstas se contra­
dicen: “todos los ciudadanos son república”, “algunos ciudadanos no
son república”, ni hay afirmación y negación de lo mismo. Por lo cual,
generalmente se observa que en las suposiciones distribuidas colectiva­
mente no se cambie su cantidad en la contradictoria. Y cuándo se
distribuye divisiva o colectivamente, ya que se pueden hacer ambas
cosas, a veces es manifiesto de suyo, y a veces necesita distinción. Ade­
más, no hay lugar para esta mutación en las proposiciones con signos
especiales de confusión, como en éstas: “para cabalgar se requiere el
caballo”, “te prometo el libro”, “dos veces canté la misa”, en las cuales
por adyección, o aun por postposición de la negación, correctamente se
asigna la contradictoria, como “no para cabalgar se requiere el caballo”,
o “para cabalgar no se requiere el caballo”, “no te prometo el libro”,
“no dos veces canté la misa”, pero de ningún modo por la permutación
de los términos. Pues el sentido de la primera es que, para que se haga
la cabalgata, se exige sin más d caballo, ya que ninguno en singular es
necesario. A esto lo llaman “confusión especial”, esto es, perfecta y
absoluta, de modo que no sea lícito mostrarle a alguno de qué se veri­
fica la proposición, lo cual es algo muy singular de éstas. Pues en las
demás suposiciones es lícito, en particular o al menos en común, mos­
trarlo al intelecto, como en ésta: “el hombre es una especie” . Sin em­
bargo, aquí: “para cabalgar se requiere el caballo”, no se requiere alguno
en particular, y mucho menos tomado en universal. Casi lo mismo se
ha de decir de éstas: “te prometo un libro”, “dos veces canté misa”,
en las cuales da lo mismo que los términos vayan antes o después.
Pero en cuanto a esto hay disentimiento por parte de los neotéricos,
quienes distinguen entre “para cabalgar se requiere el caballo” y “el
caballo se requiere para cabalgar”; así como entre “te prometo un libro”
y “un libro te prometo”, pues realmente, en cuanto a la construcción
y al sentido, en la primera el nominativo va antes y en el segundo
ejemplo el acusativo va después. Luego a tales proposiciones no les
contradicen éstas: “ningún caballo se requiere para cabalgar”, “ningún
libro te prometo”, en cuanto que su sentido es muy diverso, a saber,
no se exige ninguno señalado para cabalgar, lo cual se concede sin
controversia, y ningún libro que señales cae bajo la promesa, lo cual
es muy verdadero. Sino que se construye la contradictoria por postposi­
ción de la negación, como “para cabalgar no se requiere el caballo”.
230 TOMÁS DE MERCADO

Hasta ahora hemos tratado de la contradicción. ¿Qué diremos de la


contrariedad y de la subcontrariedad? A saber, que no es necesario que
toda proposición tenga contraria o subcontraria. Pues ésta: “Pedro
corre” no puede tener coherentemente ninguna contraria. N i tampoco
ésta: “el hombre es una especie”. Y no importa saber cuándo puede
tenerla por la observancia de muchas reglas y, más incoherentemente,
por la distribución del predicado. Sino que más bien importa mucho
el ignorarlo. A menos que quieras entresacar un estudio muy inútil,
de ninguna importancia, y del que no sale nada de fruto o de ventaja;
Además, tan complicado, que veja mucho el ánimo, y con el cansancio
lo debilita y enerva. E n efecto, ¿qué comodidad puede dar el construir
tal opuesta, si habrá mucha mayor contienda y discusión sobre la misma
oposición que sobre la cuestión principal? Pero dices: Si para nosotros
son lo mismo “para cabalgar se requiere el caballo” y “el caballo se
requiere para cabalgar”, “te prometo un libro” y “un libro te prometo”,
ya que éstas se contradicen: “un libro te prometo” y “ningún libro te
prometo”, ¿por qué no se admite la contradicción de éstas: “para cabal­
gar se requiere el caballo” y “ningún caballo se requiere para cabalgar”?
Se responde que tampoco se contradicen las primeras, porque no conser­
van la misma suposición. Pues en la negativa la negación nominal
impide la suposición confusa del acusativo, como aquí: “todos los
apóstoles de Dios son doce” y “ningunos apóstoles de Dios son doce”.
Pero la adverbial no la impediría. Así, éstas se contradicen: “todos son
doce” y “todos no son doce”; igualmente éstas: “el libro te prometo”
y “el libro no te prometo”, y participan de los extremos en el mismo
orden. Porque el orden y la participación deben tomarse según el sentido
y la construcción. Y si se estima (como correctamente puede acaso
estimarse) que ese signo no quita la suposición confusa, admítase que
éstas sean contradictorias: “un libro te prometo” y “ningún libro te
prometo”, “el caballo se requiere para cabalgar” y “ningún caballo se
requiere”; pero niéguese que se pueda hacer la inducción inmediata­
mente bajo el acusativo, en cuanto que supone confusamente.
En tercer lugar, contra la ley de las contradictorias. Estas: “Pedro
escribirá mañana” y “Pedro no escribirá mañana” se contradicen, y, sin
embargo, no es necesario que una sea verdadera y la otra falsa. Pues
caída una puede ser falsa, e igualmente verdadera, y si necesariamente
una es verdadera, también necesariamente la otra lo será, a saber, que
necesariamente escribirá o no escribirá, ya que en verdad ambas cosas
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 231

sucederán contingentemente. Hay una cuestión muy célebre entre los


filósofos y también entre los teólogos sobre la verdad de las contra­
dictorias de futuro contingente. Aristóteles la trata en el libro I del
Perihermeneias, y la comentamos en este tercer libro de la obra de Pedro
Hispano. Pero nosotros resolveremos la dificultad (como es decente)
de manera breve y perspicaz, dejando una investigación más perfecta
a filósofos mayores y (lo que es lo mismo) a mayores disciplinas. Más
arriba establecimos firmemente que es verdadera una de las partes de
cualquier contradicción. Y esto se da en cualquier cópula, ya sea de pre­
térito, de presente o de futuro; y además hay entre ellas diferencias,
porque también en las proposiciones de materia contingente pretérita
o presente, de manera determinada, una es verdadera y la otra falsa,
como “Pedro corrió”, “Pedro no corrió”, “Sócrates escribe”, “Sócrates no
escribe”, ciertamente una parte es verdadera y la otra falsa; pero en los
futuros contingentes, aunque una debe ser verdadera y la otra falsa, esto
se da de manera confusa, pues de manera determinada ninguna es ver­
dadera y ninguna es falsa. Esta diferencia se aclara con la misma razón y
argumentación. Por el hecho de que la cosa es o no es, la proposición
es verdadera o falsa, como lo hemos referido en el libro segundo. Por lo
cual, así como la cosa significada se relaciona a la verdad o a la false­
dad, así también lo hace la proposición significante. Pero las cosas
contingentes, que ya sucedieron o que ahora suceden, ya no son indi­
ferentes; pues es indiferente lo que puede ser y puede no ser. Pero lo
que fue, ya no puede no haber sido, ni lo que es puede no ser; por tanto,
ninguna de ellas es indiferente, sino determinada y cierta, o verdadera
o falsa. Por lo cual, una proposición de éstas se comportará de tal
manera que será determinadamente verdadera o falsa; pero las cosas
futuras contingentes son indiferentes, a saber, pueden acontecer y
pueden acontecer y pueden ser impedidas; pues esta indiferencia las
constituye en su ser de contingentes. E n efecto, si tales no sucedieran
no serían contingentes. Por ejemplo, tómese “escribe” o “no escribe”;
una y otra parte puede acontecer; pero la que ha de acontecer es algo
aún indeterminado;'porque ambas cosas están puestas en la virtud de
la causa. Por tanto, tales proposiciones deben juzgarse de la misma
manera, a saber, aunque necesariamente una debe ser verdadera y la
otra falsa, sin embargo, ninguna es lo uno o lo otro de manera deter­
minada. Pero quizá a alguien le parecerá que resolverá más fácilmente
esta dificultad con la siguiente distinción, a saber, una cosa es que
232 TOMÁS DE MERCADO

una de ellas es determinadamente verdadera, y otra cosa es que noso­


tros sepamos cuál es determinadamente verdadera. En las presentes y
pretéritas, una es determinadamente verdadera y se sabe que lo es;
pero en las futuras contingentes, aunque una es en sí determinadamente
verdadera, nosotros no lo sabemos. Pero tal respuesta es falsa en muchas
cosas. E n primer lugar, no es verdad que en las pretéritas y en las
presentes siempre se sepa cuál es verdadera o falsa, ya que muchas
veces acontece ignorarlo. E n segundo lugar, en cuanto a la cosa futura
contingente no sólo se ignora cuál se dará, sino que en sí misma verda­
deramente es indeterminada. Pues estas acciones: escribir o leer o no
escribir o no leer, antes de que se ejerzan no pueden ciertamente
ser más determinadas que su causa; sino que, mientras la causa no
está completamente aplicada en acto a su producción, está indeter­
minada y es indiferente con respecto a una y otra; luego, también lo
están las acciones mismas. Luego, es en sí indeterminada, y no sólo
ignorada por nosotros. Al argumento, concédase que son contradictorias,
y que sería necesario que una sea verdadera y la otra sea falsa. Y , sin
embargo, es compatible con ello el que ambas sean indiferentes, hasta
que una de ellas sea producida.
Contra la misma definición. Éstas se contradicen: “en esta plaza hay
hombres”, “en esta plaza no hay hombres”, y son verdaderas dando por
supuesto que haya en ella cuatro hombres y otros tantos caballos. La
afirmativa manifiestamente es verdadera, y con un argumento se prueba
que también lo es la negativa: en la plaza están estos cuatro caballos,
y ellos no son hombres, luego en la plaza no hay hombres. D e manera
igual se argumenta en cuanto a éstas: “en el Sena hay peces”, “en el
Sena no hay peces”, “entre este día y este otro día habrá guerra”, “entre
este día y este otro día no habrá guerra”, señalando el domingo y el
jueves. Todas estas parejas se contradicen y todas se repugnan, y, sin
embargo, todas se prueban verdaderas con el mismo paralogismo. Por lo
cual, a todas se responde del mismo modo. Pero consta que en ese
caso ésta es falsa: “en la plaza no hay hombres”, cuyo sentido clara­
mente es que ahí no se encuentra ningún hombre; como en las otras
lo es que no se encuentra ningún pez en el río, o que en todo ese
tiempo no habrá ninguna guerra, todo lo cual es manifiestamente
falso. Mas, para la solución del paralogismo, adviértase que, ya que la
proposición debe tener, al menos virtualmente, predicado, sujeto y
cópula, cuando éstos no se expresan formalmente, debemos sobreenten­
LIBRO in: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 233

derlos, como en ésta: “Platón fue del tiempo de Sócrates”, esto es,
fue viviente en esa época. Y de dónde se extraen estos suplementos, la
regla general de los dialécticos es que se extraen del verbo. Como, en
el ejemplo hace poco aducido, se hace por la parte del predicado, y
en las proposiciones del argumento se hace por la parte del sujeto, como
“en el Sena hay peces”, esto es, algunos entes son peces. Y , por con­
siguiente, cuando tales verbos se niegan, también se niega el sujeto, y
lo negado se distribuye, como “en el Sena no hay peces”, esto es, ningún
ente es pez, nada hay en el río que sea pez; y en la plaza ninguna cosa
es hombre. Dígase lo mismo del tiempo en las cópulas del tiempo ex­
trínseco. Y no es de extrañar que, negadas las cópulas, al mismo tiempo
se distribuye el tiempo ahí incluido. Pues ésta: “Pedro fue blanco” es
equipolente a ésta: “Pedro en algún tiempo fue blanco”, por lo cual,
ésta: “no fue blanco” es equipolente a ésta: “en ningún tiempo fue
blanco”. Además, si en algún tiempo ha sido hasta ahora blanco, ¿acaso
no se aseveraría falsamente “Pedro no fue blanco”? Ciertamente. Luego
el tiempo de la cópula se distribuye, pues de otra manera sería verdadera.
Y ésta: “entre este día y este otro día habrá guerra”, esto es, en algún
tiempo transcurrido entre estos días se dará una lucha, y “no habrá
guerra”, esto es, en ningún tiempo interceptado se luchará. Habiendo
expuesto estos sentidos, es fácil diluir los elencos en los que se argumenta
de lo no distribuido a lo distribuido. Pues la mayor sería: “en la plaza
hay estos caballos”, esto es, algunos entes son estos caballos, y el con­
secuente es equipolente a ésta: “ningún ente”.
Respecto a la misma definición. Éstas parecen contradecirse: “todo
animal estuvo en el arca de Noé”, “algún animal no estuvo en el arca
de Noé”, y sin embargo son verdaderas. La primera, porque en el G é­
nesis, 7, se dice con estas palabras: “Al comienzo de ese día entraron
en el arca Noé, sus hijos Sem, Cam y Jafet, su mujer y las tres mujeres
de sus hijos con ellos. Ellos y todo animal según su género, todo
ganado según su género, todo lo que se mueve sobre la tierra según
su género, todo volátil según su género, todas las aves y todos los
pájaros entraron con Noé al arca”. La segunda se prueba por la
razón: Platón fue un animal que no estuvo en el arca, luego
faltó alguno. Sobre este argumento nótese que estos signos: “todo”,
“universum”, “cunctum”, como se colige del lugar mencionado,
distribuyen de dos maneras; pues (como enseñamos más arriba) se
toman de dos maneras, a saber, colectiva y distributivamente; pero la
234 TOMÁS DE MERCADO

distribución de estos signos (lo cual enseñamos ahora) es doble, a saber,


completa o incompleta. Y esto dimana de la múltiple variedad de la
locución. En efecto, a veces solemos hablar generalmente de los supues­
tos singulares; pero a veces (como lo advertimos más arriba) de las
naturalezas. Cuando el término se distribuye por cada uno de los su­
puestos de su significado, por ejemplo, “animal” por todos los animales
particulares, “espíritu” por todas las substancias abstractas, entonces (ya
que esta generalidad abarca a todos) se llama distribución completa, y,
con otro nombre, distribución por los individuos del género. Nomen­
clatura muy frecuente entre los antiguos, tomada por cada uno de
todos los supuestos de cada género o especie. Como en “todo color es
cualidad”, “toda acción es movimiento”, los sujetos suponen divisiva­
mente por todo color y por toda acción, y de cualquiera se verifican
“este color es cualidad”, “esta acción es movimiento”. Pero cuando
se da un discurso universal no tanto de los supuestos cuanto de la na­
turaleza, se llama distribución incompleta, no realizada hasta cada cual,
sino sólo por todas las naturalezas, permaneciendo casi los individuos
fuera de la distribución. Tam bién se llama distribución por los gé­
neros de individuos; por las naturalezas (digo) de los supuestos, no
por los supuestos mismos. Pero, aunque la distribución se dé de estos
dos modos, la primera es más universal y frecuente, y la segunda es tan
rara y se da en tan pocas proposiciones, que éstas ya son célebres
por su singularidad; de manera que, sean cuales fueren los objetos
opuestos, no es necesario distinguir o preguntar cuál es la distribución
del sujeto, a no ser que la materia de la proposición sea una de esas
mencionadas proposiciones singularísimas en las que se encuentra esta
distribución. Y además, no tiene lugar en donde quiera, a veces ni aun
en los términos específicos, sino sólo en los términos genéricos. Mas,
para que esta proposición del argumento sea verdadera, es necesario
que se tome por los géneros de los individuos. Y su sentido es el si­
guiente: que al arca haya entrado alguna pareja de todas las especies
de animales, como narra la Escritura, de modo que por la diversidad del
sexo sirvieran para la generación y multiplicación de la naturaleza.
No negamos que pueda tomarse como completamente distribuida, pero
entonces será falsa, pues aseveraría que todos y cada uno de los animales
habían ocupado el arca de Noé, en la cual nosotros, sin embargo (cosa
que podemos comprobar con los sentidos) nunca estuvimos. Y aun de
los animales pretéritos, muy pocos estuvieron. Lo que se ha notado
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 235

sobre la distribución de estos signos, se hace notar de igual manera en


la singularización operada por el signo “algún” y semejantes. A saber,
que unas veces singulariza los supuestos de manera absoluta, como
“algún animal corre”, la cual es singularización completa y perfecta, y
otras veces lo hace por la naturaleza, como “algún animal sólo tiene
el sentido del tacto”, esto es, alguna especie de animal, de los sentidos
conferidos por la naturaleza, sólo está dotada del tacto. Lo mismo “esta
hierba nace en la India”, señalando a alguna que crece en Sevilla. Pues
consta que no se singularizaría completamente la hierba señalada con
el dedo, puesto que esa misma en número no puede nacer en la India,
sino la naturaleza recóndita en la misma hierba. D e acuerdo a estas
explicaciones, fácilm ente se juzgan las oposiciones de las proposiciones
cuando (como dije) sea necesaria una distinción. En los otros casos, que
se tome como completamente distribuida y particularizada. E n efecto,
esta acepción la usan mucho los dialécticos. Primeramente, si los tér­
minos son modificados en una y otra proposición con la misma dis­
tribución, ya completa, ya incompleta, no hay dificultad en cuanto a
cualquier especie de oposición, sino que observan las reglas aducidas.
Por lo cual, las proposiciones mencionadas en el exordio, de cualquier
manera que se tomen y sin distinción, son contradictorias. La afirma­
tiva distribuida completamente es falsa, y la negativa es verdadera; en
las distribuidas incompletamente, según expone la Escritura esas dic­
ciones añadiéndoles “según su género”, “en su género”, la afirmativa
es verdadera y la negativa es falsa. Cuyo sentido ciertamente es éste:
alguna especie de animal, esto es, todo individuo de alguna especie
faltó de aquellos que no eran peces; pues no se necesitaba que estos
últimos fueran guardados en el arca, ya que óptimamente se dejaban
en el agua. Pero éstas son contrarias: “todo animal estuvo en el arca
de Noé”, “ningún animal estuvo en el arca de Noé”; y éstas son
subcontrarias: “algún animal estuvo”, “algún animal no estuvo”.
Todo esto es muy claro y útil para el conocimiento de la verdad.
Pero los lógicos más recientes, enemigos de la claridad y de la
sinceridad, gastan mucho esfuerzo e ingenio en investigar qué ley
guardan las proposiciones con el orden trastrocado, y con los sujetos
tomados en distinta acepción, por ejemplo, la universal tomada com­
pletamente y la particular incompletamente. Pero es fácil evadir este
báratro, poniendo los ojos vivaces en el sentido de las proposiciones.
La universal tomada completamente dice que cualquier individuo es­
236 TOMÁS DE MERCADO

tuvo presente, la particular, que algunos; que la naturaleza totalmente


estuvo ausente, que no estuvo ninguno de sus individuos. Por lo cual,
estos sentidos son contrarios, y ambos son falsos en cuanto que ambos
son universales. Éstas: “todo animal estuvo”, “todo animal no estuvo”,
tomando la afirmativa como distribuida incompletamente y la negativa
como distribuida completamente, también son contrarias. Pero de nin­
guna manera son contradictorias, a menos que los términos se tomen
del mismo modo. Porque en la contradicción (ya que es la oposición
más exacta) es completamente necesario que se observe (como hemos
dicho) la identidad de los términos y de las acepciones. Aunque en
otras especies de oposiciones se tolere algo de variedad y de licencia.
Pero preguntas de qué modo se han de resolver tales proposiciones
por inducción. Respondo: en la distribución completa y exacta, que
es más frecuente entre nosotros, no hay ninguna obscuridad, ya que
el sentido, como está y suena, es manifiesto; pero cuando se toma in­
completamente, ya que el discurso versa sobre naturalezas, se ha de
mostrar cada especie en sus individuos. Como “todo animal estuvo
en el arca; esta especie estuvo, y ésta, y así de cada una; luego todo
animal”. “Algún animal no estuvo en el arca de Noé; esta naturaleza
no estuvo, o ésta, y así de cada una; luego alguno no estuvo.”
Se pregunta sobre éstas: “ambos hombres no discuten”, “uno de los
dos discute”, teniendo algo de ofuscamiento, qué tipo de oposición tie­
nen. Pero brevemente recuérdese lo que dice la gramática: esos signos
restringen el sujeto a dos entidades, de modo que el sentido sea que
ninguno de los dos o ninguno discute, pero no absolutamente que na­
die discute, sino que se asevera que, de dos, ninguno de ellos lo hace.
Y la segunda que, de dos, al menos uno discute, y estos sentidos de
ninguna manera se oponen. Cuando esto se ve, aparece ciertamente
como muy absurdo el sacar de estas proposiciones una gran abundan­
cia y riqueza de sentidos, y es más bien sembrar una selva y zarza de
sofismas y meras ficciones de aquellos que quieren en la dialéctica
enseñarlas todas como verdaderas. Pues enseñan a tomar estos signos
de modo completo e incompleto, y, del primer modo, a extraer este
sentido: de todos los dos, cualquier hombre corre, para que en la sen­
tencia sean equipolentes “ambos hombres corren” y “todo hombre
corre”, y asignar la misma verdad a ambas, dando por supuesto que se
requiere que haya muchos hombres, más parece fascinación de los dor­
midos que aseveración de los despiertos. ¿Quién, alguna vez, para ex­
LIBRO ni: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 237

presar que los hombres corren, ha usado “ambos hombres corren”,


entre los verdaderos filósofos o entre los latinos? Más aún, “ambos” se
toma sólo por dos, y “uno de ambos” sólo por uno de los dos; y no
hay que fingir en ellos ninguna diversidad de acepciones. Por tanto,
esas proposiciones y otras semejantes serán quizás subcontrarias, pero
con estos signos no se puede construir ninguna contradicción, a menos
que el sujeto se tome completamente por las mismas cosas. Pero se
replica que éstas sin duda se contradicen: “ambos hombres corren”,
“no ambos hombres corren”, luego este signo no restringe por el supuesto
de los dos de tal manera que el sujeto no pueda estar por todos los
hombres. Se responde, sumariamente, que restringe siempre por la pareja,
de modo que, viviendo sólo uno, no supone, y que de manera semejante
algunas veces supone por todos con la misma modificación, a saber,
tomados en número par. Pero esta universalidad no proviene del signo
“ambos”, sino de la negación añadida, de otra manera se diría que
“algún” también incluye universalidad, porque en ésta: “no algún hom­
bre corre” se niega que lo hagan todos.
Respecto a la misma ley. Éstas: “cualquier caballo del hombre corre”,
“el caballo del hombre no corre” se contradicen, y, sin embargo, son
verdaderas en caso de que todos los caballos poseídos por los hombres,
como lo manifiesta la cosa, corran, y algunos carezcan de ellos. La
afirmativa es manifiesta; la negativa se prueba por la razón: el caballo
de Pedro no corre, Pedro es hombre, luego el caballo del hombre no
corre, supuesto que Pedro sea de los que no tienen caballo. E n cuanto
a este argumento, para que se resuelva su forma, adviértase que el sen­
tido de ésta: “el caballo del hombre no corre” es que el caballo poseído
por el hombre no corre. Y por eso bajo él no es lícito señalar a ningún
caballo a menos que sea verdaderamente poseído por un hombre. Pues
el sujeto supone por los que son poseídos por un hombre. Y así la
proposición es falsa. Pero el argumento se esfuerza por mostrar que es
verdadera por la no suposición del sujeto de esa proposición aceptada:
“el caballo de Pedro, o el caballo de este hombre, no corre”, de la
cual se infiere: “luego el caballo del hombre no corre”, siendo el ante­
cedente verdadero en cuanto que es negativo de un sujeto no suponente.
Pero no se sigue, porque se argumenta de lo más restringido a lo menos
restringido negativamente, ya que en el antecedente supone por el ca­
ballo de Pedro, y en el consecuente por el caballo de cualquier hombre,
lo cual es un defecto, como “el hombre blanco no corre, luego el hom­
238 TOMÁS DE MERCADO

bre no corre”; ni, por vía de inducción, ésta: “el caballo de Pedro no
corre” es la singular de aquélla. Porque, ya que el sujeto del conse­
cuente supone, debe suponer también en las singulares, según lo
enseñamos en el capítulo de la inducción. Como si de todos los varones
blancos que corren aseveraras falsamente “el varón blanco no corre”,
y, sin embargo, lo probara como verdadero por inducción así: ese varón
blanco no corre, luego el varón blanco no corre, si fuera lícito mostrar
también a alguno no blanco; así se verificaría de manera parecida a como
lo haría por la no suposición. Tampoco vale pasar de la negación del
inferior a la negación del superior, como no vale: “el hombre no corre,
lúego el animal no corre”, en caso de que no vivan en el mundo los
hombres y los demás animales corrieran. Pero tampoco de hecho se in­
fiere: “el hombre no es género, luego tampoco el animal lo es”. Del
mismo modo tampoco se infiere: “el caballo de Pedro no corre, luego
el caballo del hombre no corre” . A menos que afirmes que el caballo
de Pedro existe (lo que otros llaman “constancia” ), así: el caballo de
Pedro no corre, y el caballo de Pedro existe, y Pedro es hombre, luego
el caballo del hombre no corre”. Pero si fuera verdadero el antecedente,
sería falsa la universal: “cualquier caballo del hombre corre” . Así
suficiente y claramente se responde al argumento, y se resuelve su­
ficiente y verdaderamente.
Pero se desea detenerse un poco en esta materia de los oblicuos, para
ejercitar los ingenios de los jóvenes, en la medida en que sea cómodo
para ellos. Ya que, una vez que se ha entrado en el laberinto de los
sumulistas, a no ser que se use el arte y el ingenio de Teseo, nunca
se saldrá sano de ahí. E n nuestro opúsculo de argumentos hemos mos­
trado con cuántas perplejidades y ataduras suelen aquí enredarse los
jóvenes, aunque desenfrenada e impulsivamente también han acos­
tumbrado a aumentar el esplendor del intelecto. Cuán conveniente
estimo abarcar esto con pocos documentos, en los cuales se puedan
explicar las otras cosas por complicadas que sean. Así, pues, lo deter­
minable y la determinación generalmente se combinan de dos modos.
D e un modo, haciendo que la determinación preceda, como en “de
cualquier hombre el códice es de papel”. Entonces se dice que se toman
en muchos (esto es) de manera disyunta, como dos términos íntegros
que en sí mismos tienen sendas suposiciones. En los cuales la contra­
dicción y todas las oposiciones siguen formalmente las reglas antes
aducidas. Por ejemplo, éstas se contradicen: “de cualquier caballo el
LIBRO i n : DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 239

color es mixto”, “de algún caballo cualquier color no es mixto”, y ésta:


“de cualquier caballo el color es mixto”, es contradictoria de la anterior.
Éstas son subcontrarias: “de algún hombre el caballo corre”, “de algún
hombre el caballo no corre”. También se unen de tal manera que lo
determinable preceda y la determinación vaya después. Como en “el
intelecto de cualquier ángel es ilustradísimo”. Entonces se dice que
ambos se toman con una única acepción, (esto es) con fuerza de un
solo término y teniendo una única suposición total. Entre estas acep­
ciones, además de esta distinción ya constituida, hay otras muchas
diferencias (como enseñan los dialécticos). Primeramente, en las toma­
das como múltiples, lo determinable no se restringe colectivamente,
sino divisivamente. Como “de cualquier hombre el caballo corre”,
“caballo” está por los caballos divisivamente poseídos por todos, pero
en ésta: “el caballo de cualquier hombre corre”, supone por el caba­
llo poseído por todos simultáneamente, de modo que si ninguno es
común de todos, el sujeto no supone. Por esa razón no vale “de
cualquier hombre el caballo corre, luego el caballo de cualquier hombre
corre”. Se insta: si cada uno posee caballo, ninguno los posee a todos.
Pues argumentamos de lo no restringido a lo restringido afirmativa­
mente, y a la inversa vale. La segunda diferencia es que en los tomados
como múltiples la determinación en las oposiciones cambia la canti­
dad (como decimos) según las reglas anteriores, y en los tomados
como uno, permanece invariable. Como éstas: “cualquier caballo del
hombre corre”, “el caballo del hombre no corre” se contradicen. Pero
a la objeción de que permanece la misma particularidad por parte del
genitivo, responden que en la negativa el genitivo se distribuye virtual­
mente. Pero, al preguntárseles sobre ésta: “el caballo del hombre no
corre”, tomada por sí misma, cómo se establece la determinación, res­
ponden que determinadamente. Lo cual (a mi juicio) es inconveniente,
pues supone muy distintamente en la misma proposición si ésta se
considera absolutamente en sí misma, y muy distintamente en la misma,
si se compara con la contradictoria. Pues, si se toma en oposición,
cambia la suposición; podemos sin titubeos decir que éstas se oponen
contradictoriamente: “el hombre corre”, “el hombre no corre”, en
cuanto que a ellas nada les falta, a no ser que el sujeto en la negativa
no se distribuye. ¿Responderemos, pues, que la proposición se distribuye
tomada en oposición, aunque tomada por sí misma no se distribuya?
Yo ciertamente juzgo que las suposiciones de los términos no se toman
240 TOMÁS DE MERCADO

de la oposición, sino a la inversa: las oposiciones se toman de las suposi­


ciones. Además, ¿cuánto más verdaderamente y conforme a la razón
(si hay que guardar alguna distribución en estas opuestas) se construiría
en la afirmativa: “cualquier caballo del hombre corre”?, ya que todos
están de acuerdo en que se toma como única y únicamente se acepta
que se da, que supone y que se distribuye con una única distribución.
En cuanto a esto, esa proposición no se admitirá como verdadera a
menos que corran todos los caballos de los hombres, luego la determina­
ción se distribuía por todos los poseedores. D e otro modo, si supone por
uno de manera determinada o confusa, al correr los caballos de ése,
debería concederse, lo cual de ninguna manera se hace. Y se confirma
porque en ésta: “cualquier caballo del hombre corre” no se puede negar
que el genitivo de alguna manera se distribuye; si en la contradictoria
se distribuye, ciertamente la universalidad permanecería en ambas, lo
cual de nuevo se confirma. E n efecto, vale: “el caballo de Pedro no
corre, y Pedro es un hombre que tiene un caballo, luego el caballo del
hombre no corre”. D e esta manera, no argumentamos de lo no distri­
buido a lo distribuido, ya que siempre es defecto; y, por consiguiente,
el genitivo no se distribuye en el consecuente. Así, pues, si se requiere
alguna universidad en tales proposiciones, debe ponerse la misma
universal, ya afirmando, ya negando. Y donde se distribuye lo determina-
ble, puesto que su distribución consiguientemente afecta a la deter­
minación tomada de manera única, no se restringe ciertamente de modo
que sólo suponga por los poseedores, sino que, en virtud de la posesión
(que en ese complejo se manifiesta o se ejerce), sólo se distribuye por
los poseedores. Como en éstas: “ningún hombre corre”, “el hombre
corre”, el discurso versa sobre todos, y entre todos se da la contradic­
ción. Así, en éstas: “cualquier caballo del hombre corre” y “el caballo
del hombre no corre”, el discurso versa sobre los caballos poseídos por
el hombre, y sobre los hombres que poseen caballos, aunque los genitivos
no se restrinjan en cuanto a la suposición, sin embargo, por virtud de
toda la oración, tanto la oración afirmativa como la negativa sólo se
verifican de los poseedores.
Pero, ¿qué decir de éstas: “cualquier padre que tiene un hijo lo ama”,
“algún padre que tiene un hijo no lo ama”, las cuales, siendo contra­
dictorias, parecen verificarse, a menos que se distribuya el acusativo,
en caso de que haya dos padres que tengan muchos hijos, a algunos de
los cuales amen y a otros los odien? Juzgo que las oraciones aducidas,
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 241

en esta hipótesis, no se verifican. Pues el relativo se distribuye en la


negativa, y el sentido es que el que tiene un hijo no ama al hijo. Y por
eso es necesario que no ame a ninguno. En segundo lugar, se dirá aptísi-
mamente que tales proposiciones de complejos tomados de manera única
son de aquellas que no pueden tener contradictoria mediante el cambio
de la suposición y de la cantidad de los términos, sino por la anteposi­
ción de la negación a toda la proposición (al modo como lo hemos
advertido varias veces más arriba). Así, una materia de otra manera muy
abstrusa, me parece que se explica de una manera muy clara y a la
vez muy verosímil, y que se salvan todas las oposiciones en el sentido
y la concepción común.
Así, con estas pocas cosas observadas, se supera (a mi juicio) este la­
berinto de la acepción única y de la múltiple. Laberinto que, de la mejor
gana he destruido y destituido de las mentes de los dialécticos, y derrum­
bado hasta los cimientos, pues se había vuelto a edificar, y lo he resuelto
(como dicen) con hilo de Ariadna. En cuanto que, sin utilidad y sin
ninguna causa y necesidad, cultivan laboriosamente una selva espinosa
que no dará ninguna semilla ni producirá ningún fruto. Y (a mi juicio)
se puede extirpar toda esta materia que, tanto en el silogismo como en
la oposición y en la inducción, ha provocado tanto trabajo inútil —por
no decir nocivo— a los dialécticos. Primeramente, según todos, en casi
todos los demás incomplejos, quitada esta relación de posesión expresa­
da por el genitivo, es igual que se tome de cualquiera de los dos modos.
Pues éstas son equipolentes también en la significación: “Pedro, que
sabe toda ciencia, duerme” y “Pedro, que toda ciencia sabe, duerme”.
Y lo mismos con términos comunes. Quién entenderá cosas diversas por
estas oraciones: “el hombre, que tiene todas las riquezas, mendiga” y
“todas las riquezas teniendo, el hombre mendiga”. Y universalmente
cuantas veces la determinación tiene la necesaria dependencia del deter­
minable en la derivación de la construcción (como todo acusativo de
verbo activo o de participio lo tiene) se produce el mismo sentido, ya se
anteponga o postponga. Luego, para tales complejos (que son casi to­
dos), esta variedad de acepciones, con las reglas y preceptos que se siguen
de ello, son completamente superfluas, cuando concebimos a una y a
otra con el mismo significado. E n cuanto a esto mismo, la relación del
genitivo es completamente invariable, de cualquier modo que se dis­
ponga. Pues, como dicen, concebiríamos de manera muy distinta si se
dijera: “cualquier caballo de cualquier hombre corre”; pero ciertamente,
24Z TOMÁS DE MERCADO

si atendemos a ellas con más calma, constaría cuánta fuerza sería nece­
sario que pusiéramos para concebirlas de otra manera, y qué falaz regla
sería introducida, y con el mismo abuso ésta conciliaria a nuestros oídos
de modo que parezcamos concebirla de otra manera, ya que de ningún
modo la concebimos así. Pues por ésta: “cualquier caballo de cualquier
hombre” no conocemos más los poseídos colectivamente, que si se
dijera: “de cualquier hombre cualquier caballo” . Y [en idioma español,]
quien dijera: “cualquier caballo de cualquier hombre es blanco”, de
ninguna manera habla sino de los singulares. Y , ya que, según todos,
estos signos equivalen: “quilibet”, “quisquis”, “quicumque”, “quivis”,
resulta que una razón semejante debe estimarse también en las oraciones
estructuradas con el signo “cualquiera” (“quilibet”). Máximamente,
porque nunca acontece que el caballo sea de todos. Pero acontece fre­
cuentemente que ese signo y otros smejantes se usen indistintamente
tomados de ambos modos. Un indicio evidente de eso es que nunca
se produce tal sentido. Pues si se produjera tal sentido, ya que nunca
hasta ahora es verdadero, nunca usarían los hombres tal proposición,
en cuanto que siempre sería falsa, más aún, moralmente imposible.
Además, el fundamento de estos lógicos recientes es muy débil. Dicen
que cuando lo determinable precede, se ha de resolver primero, ya dis­
yuntiva, ya copulativamente, en cuyas proposiciones singulares consta
sin controversia que se restringe por el poseído por todos. Pero yo sos­
tengo que por ese complejo no se importa ninguna colección, pero es
importado por ésta: “el caballo común de todos corre”, o “de todos
común, el caballo corre”. Y entonces la diversa colocación de las pala­
bras no produce ninguna diversidad de sentido. Y a la razón de ellos
respondo que, ya que ellos mismos consideran que verdaderamente la
confusa del antecedente es equipolente a una determinada respecto del
relativo, como aquí: “Todo él mismo es hombre” [“omnis ipsefnet est
hom o”], “su animal cualquier hombre ve” [“animal suum quilibet hom o
videt”], los sujetos en verdad están confusamente, aunque precedan a
la distribución, y, de otra manera, muchas veces lo hacen a causa de la
dependencia de uno con respecto al otro. Pero qué más verosímil, puesto
que la determinación restringe a lo determinable, y, por consiguiente,
de ella depende su suposición, y la determinada de lo determinable
es equipolente a la confusa, y debe resolverse antes que la determina­
ción. Lo cual corroboro con doble argumento: lo determinable siempre
es restringido por su determinación; pero la restricción es coartación de
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 243

la suposición; luego la suposición de lo determinable siempre depende


de la determinación y sin ella no puede conocerse, y, por consiguiente,
se debe atender y resolver primero la determinación. Y, ya que con tan
ineficaz razón se sostiene esta tan dificultosa máquina de documentos
e inextricable el error (como él dice) brilla, ¿qué más prudente, si no se
sigue ningún inconveniente, que disiparlo y destruirlo? Ciertamente, si
quisieran los dialécticos avanzar por este camino, cortarían muchos
zarzales y expulsarían todas las nieblas de las mentes. Y estas cabezas
venenosas de Hidra, que no pueden cortarse con hierro, se devastarían
y reprimirían con fuego. Pues, en primer lugar, no habrá necesidad de
que se observe esta semejanza de acepciones en el medio y en las extre­
midades con tanto cuidado. E n segundo lugar, se sepultarán mil absur­
dos sobre la distribución introducidos en la materia de la oposición.
Y de manera sincera a la vez que cándida y verdadera, diremos que a
ésta: “cualquier caballo del hombre corre” se opone ésta: “el caballo de
cualquier hombre no corre”, y además expulsaremos otras muchas cosas
que son tan adversas a la razón, que ciertamente afean y empolvan la
faz y el aspecto de nuestra dialéctica. Y , si con este trámite se entra,
sólo queda que en los anteriores se corrija. A saber, lo que dijimos en
el capítulo de la inducción: que en los complejos que constan de deter­
minación y determinable se ha de comenzar por la primera, se diga que
se ha de comenzar por la determinación, ya se tome como única, ya
como múltiple, y que siempre lo determinable supone confusamente
en orden a la determinación.
Contra la definición de las contrarias. Éstas: “ningún hombre dis­
cute” y “todo hombre discute” son contrarias. Pero, suponiendo que
“ningún” restrinja (como suele hacerlo) por los varones y distribuya
por ellos, ambas son verdaderas en caso de que sólo haya mujeres y
corran. Pues la afirmativa es verdadera, e igualmente la negativa, cuyo
sujeto no supone. Se responde que no son contrarias, porque no se da
ciertamente afirmación y negación de lo mismo. Pero, en contra de
ello, éstas: “cualquier hombre discute”, “todo hombre no discute”,
aunque “cualquier” restrinja, son contrarias, y el sujeto de ninguna
manera se toma por lo mismo; luego no hay en ello ningún defecto.
Se prueba la mayor porque se repugnan en cuanto a la verdad, y son
falsas. Respóndase que se debe observar por completo la afirmación y
la negación estrictamente de lo mismo con respecto de lo mismo en las
contradictorias, que constituyen la principal y mayor oposición; las de­
244 TOMAS DE MERCADO

más (ya que en cierta forma decaen d éla oposición perfecta) se apartan
algo de esta exigencia. Luego es lícito que en la negativa de las contra­
rias se suponga por muchos, o esté menos restringidamente. Y , aunque
en ella se trata de lo mismo, sin embargo, no es con respecto de lo
mismo. La razón principalísima de esta excepción es que esto ayuda a la
falsedad, en la cual convienen las contrarias, o, más bien, no hay ningún
inconveniente en que convengan. Pero en las subcontrarias, a la inversa,
la afirmativa puede tomarse por muchos. Porque eso edifica verdad.
Como “el hombre corre”, “cierto hombre no corre”. Donde en la afirma­
tiva está por ambos sexos, y en el sujeto subrogado de la negativa está
sólo por los varones.
Se arguye contra las leyes. Éstas: “todo hombre es piedra”, “ningún
hombre es piedra” son contrarias y, sin embargo, se repugnan simul­
táneamente en cuanto a la verdad y la falsedad, por cuanto que una
es imposible y la otra es necesaria. Además, éstas: “algún león es ca­
ballo”, “algún león no es caballo” son subcontrarias, y no pueden
verificarse. La ley o naturaleza de las contrarias no es que siempre
ambas sean falsas ni la de las subcontrarias es que siempre sean ver­
daderas, sino que las primeras se repugnen en cuanto a la verdad, no
en cuanto a la falsedad, esto es, que no haya ningún absurdo en fal­
sificarlas a ambas. Pero las segundas han de repugnarse en la falsedad,
no en la verdad. Sin embargo, la ley no perpetúa ni prohíbe que sean
verdaderas. E n substancia, esto consiste en que ni aquéllas sean de cual­
quier modo verdaderas, ni éstas falsas. Lo cual manifiestamente se
prueba. Muchas son contrarias y no se falsifican, como “todo hombre
es animal”, “ningún hombre es animal”, “toda blancura es cualidad”,
“ninguna blancura es cualidad”. E , igualmente, hay subcontrarias que
no pueden verificarse, como “el hombre es cielo”, “el hombre no es
cielo”. Y la semejanza de esto se encuentra en la naturaleza. Pues los
contrarios, aunque se den respecto del mismo sujeto, y se repelan mu­
tuamente, cuando uno de ellos conviene por naturaleza al sujeto, es
necesario que siempre le sea inherente. Como el calor, aunque sea con­
trariado por el frío, siempre inhiere al fuego; así también, cuando el pre­
dicado conviene naturalmente, una de las contrarias será verdadera y la
otra falsa. Pero si por naturaleza también se excluye, una de las sub­
contrarias será siempre falsa y la otra verdadera. Luego, ya que rara­
mente pueden ser las contrarias falsas y las subcontrarias verdaderas, y
siempre aquéllas se repugnan en la verdad y éstas en la falsedad, es
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 245

óptima esta constitución de la ley, a saber, que las contrarias se repug­


nen en la verdad, pero no en la falsedad. Pero los dialécticos expresan
por el contexto de las palabras la naturaleza de estas oposiciones, de
modo que exigen siempre que las contrarias sean falsas y las subcon­
trarias verdaderas. Pero son forzados por el siguiente argumento. Éstas
son contrarias: “todo hombre es piedra”, “ningún hombre es piedra”
y, sin embargo, se repugnan en cuanto a la falsedad. Pues qué otra cosa
es repugnarse en la falsedad sino que no puedan ser simultáneamente
falsas, y ciertamente nadie las falsificará a ésas. Luego, si deben no
repugnarse, pueden darse tales. Pero con fácil esfuerzo podría diluirse
este argumento en la dialéctica, diciendo que no se repugnan en cuanto
son contrarias. Pues, si se repugnaran en cuanto contrarias, por ello todas
las contrarias tendrían eso, y, sin embargo, sin titubear se señalarán
muchas falsas. Pero se repugnan por gracia de la materia. Los modernos
no distinguen así, sino que aquéllas no se repugnan en las semejan­
tes a sí mismas, esto es, en otras contrarias; e interpretan las leyes
así: las contrarias se repugnan en cuanto a la verdad, en ellas y en
sus semejantes, esto es, en todas las contrarias, pero no se repugnan
en cuanto a la verdad en ellas mismas o en sus semejantes. Porque,
aun cuando a veces en ellas mismas se repugnen por gracia de la ma­
teria, se darán otras semejantes falsas. Pero las subcontrarias se oponen
generalmente en cuanto a la falsedad, pero no en cuanto a la verdad,
por cuanto que siempre se darán verdaderas, ya en ellas mismas, ya
en las semejantes a ellas. Pero las contradictorias distan tanto en la
cosa, como en ellas mismas y en todas las semejantes a ellas. Pero,
para que encuentren semejantes aptas para la verificación o para la
falsedad, siempre recurren a la materia contingente.
Sobre lo cual hay que advertir que la materia de la proposición es
la cosa significada por ella. Pero la proposición significa principalmen­
te la composición del predicado con el sujeto. Pero tal composición
es triple, y, así, es triple la materia de las proposiciones, a saber, una
natural, otra contingente y otra remota. La natural es aquella en la que
el predicado conviene por naturaleza al sujeto, ya sea proposición afir­
mativa o negativa, falsa o verdadera. Como todas éstas: “ningún caballo
es animal”, “todo león imposiblemente es animal”, con sus contradic­
torias, están en materia natural. Se dice que a algo le conviene por
naturaleza algo que es sii naturaleza o esencia, o que dimana de ella.
Es contingente cuando el predicado ni conviene por naturaleza ni le es
246 TOMÁS DE MERCADO

ajeno, sino que puede convenir y no convenir al sujeto. Como “el


hombre es blanco”, “el caballo es alto”, “el león es negro”, y semejantes.
Pues el color y una magnitud grande o pequeña son accidentes de los
contingentes. Se dice repugnante cuando por naturaleza no es congruen­
te, aunque por un milagro pueda a veces convenir, como “el hombre
es piedra”, “la madre es virgen”, “Dios es hombre”. Así, pues dicen
los sumulistas que en materia contingente se pueden sin ningún esfuerzo
encontrar contrarias falsas, aunque en las otras no es posible. Y es su­
ficiente que se den en las semejantes. Y ser semejantes no es otra cosa
sino que en verdad sean igualmente contrarias. Juzgan lo mismo en las
subcontrarias. Pero queda para después otra discusión entre los que
arguyen si las que de nuevo se asignan para seguir la ley son contrarias.
Pero el trabajo no es muy difícil ni completamente vacío o al acaso. Has­
ta aquí sobre la oposición de las proposiciones.

LECCIÓN TERCERA

Habiendo tratado las proposiciones opuestas, queda que ventilemos


un poco los términos opuestos. Pues este tratado tiene no poco de
dificultad y de utilidad. Y los lógicos recientes suelen discutirlo en el
libro primero, pero, a mi juicio, lo hacen intempestivamente ahí, pues
su naturaleza y las dificultades que sufgen presuponen el conocimiento
de la oposición. Por tanto, hay que advertir que, en la pluralidad de
cosas, algunas son disparatadas, sin tener ninguna relación entre sí,
como el color y la dulzura, la música y la luz. Algunas otras son amigas
y hermanas, como el animal y el sensible, el hombre y el risible. Otras
se contradicen, como el calor y el frío, la humedad y la sequedad. Así,
los términos que significan las cosas mismas son de tres clases (pues
el signo en parte reviste la condición de su designado). A saber, unos
son impertinentes y disparatados, como “caballo” y “acción”; otros, per­
tinentes por secuela; otros, repugnantes. Ciertos (digo) tan afines por
razón de la cosa significada, que uno se infiere del otro, o éste de
aquél. Como se sigue bien: “es racional, luego capaz de admiración”,
“es hombre, luego animal” . No puede esta ilación no argüir algún nexo
entre estos términos, y cierta necesidad, que se llama pertinencia por
secuela. Sobre ellos, de cuántos modos sean pertinentes y de qué ma­
neras se infieren, lo veremos en los Postpredicamentos. Los últimos
LIBRO ΙΠ: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 247

son los pertinentes por repugnancia, entre los que hay alguna oposición,
ciertamente la que se da entre las cosas designadas. Estos son de cuatro
clases: contradictorios, contrarios, privativos y relativos. Son contradic­
torios aquellos en los que uno importa la negación explícita del otro,
cqmo “hombre” y “no hombre”, “león” y “no león”. Materia que, con
el conocimiento previo de la oposición de las proposiciones, es tanto
más fácil cuanto más simple. Son contrarios los que importan cualida­
des completamente incompatibles en el mismo sujeto. Estos siempre
refieren accidentes, como se ha de constatar inductivamente. Pero los
accidentes siempre inhieren en un sujeto, a menos que, por un milagro,
se conserven sin substancia, como en el sacramento del altar. Luego, en
los accidentes que no pueden estar adheridos simultáneamente en el
mismo sujeto, esta incompatibilidad suya es signo eficaz de repugnancia.
Como la blancura y la negrura, lo par y lo impar, lo recto y lo oblicuo,
la enfermedad y la salud. Estos contrarios comportan de su parte (como
hemos dicho) algunas cualidades. Son privativos aquellos en los que uno
de ellos significa la privación del otro, como “ciego” y “vidente”, “muer­
to” y “vivo”. Pero “ciego” y “muerto” no lo hacen, porque uno y otro
privan de cosas distintas, mientras que cada positivo se opone privativa­
mente, lo cual tanto los filósofos como los teólogos llaman “hábito”. Se
oponen relativamente los que significan respectos opuestos, como “pa­
dre” e “hijo”, “maestro” y “discípulo”, “creador” y “creatura”, “señor” y
“siervo”. Por tanto, ya que la naturaleza de todos éstos consiste en la re­
pugnancia, preguntamos cuánto se repugnan. Y primeramente si repug­
nan el verificarse o falsificarse los términos contradictorios respecto de
una misma cosa al modo como las proposiciones contradictorias lo hacen
en el ser verdaderas o falsas. Y se persuade de la parte afirmativa. Por­
que la contradicción de las proposiciones se funda en la repugnancia
de los términos. Este principio es evidente, pues cualquier cosa es o
no es, (es decir) ser o no ser, lo cual constituye dos términos, o también:
es imposible afirmar o negar simultáneamente lo mismo con respecto
de lo mismo. E n contra de eso tenemos que estos términos: “ve” y
“no ve” se falsifican de lo mismo; como si se dice “Pedro y Pablo ven”,
“Pedro y Pablo no ven”; (digo) respecto del mismo sujeto complejo,
pues ambas son falsas en caso de que uno sea ciego y el otro vidente.
En segundo lugar, generalmente en las proposiciones contrarias dos
términos contradictorios se falsifican. Como “todo hombre es vidente”,
248 TOMAS DE MERCADO

“todo hombre es no vidente”. En tercer lugar, se verifican en éstas:


“Pedro posiblemente es blanco” y “el mismo Pedro posiblemente no
es blanco”. Se responde que no por ello se repugnan uno y otro. Pues
las contradictorias en ningún caso se dan, y los contradictorios (como
hemos visto) se verifican en muchos. Sólo repugna el que se verifiquen
o se falsifiquen los términos contradictorios del mismo individuo y me­
diante una cópula simple de inherencia. En este sentido es infalible el
axioma: cualquier cosa es o no es. Cualquier cosa (digo) en particular y
una en número. Pues cualquier cosa en género es y no es simultáneamen­
te algo. Como “el animal es blanco” y “el animal no es blanco”, “es ra­
cional” y “es irracional”. Esto de lo uno en común. Si se toman muchos
en lo particular, a veces ninguno de ellos será contradictorio. Como
“éste y éste son blancos”, “éste y éste no son blancos”. Así no se
repugnan tan universalmente. Pero hay que advertir mucho que en los
casos en los que se verifican o falsifican los contradictorios, no se
infieren de ninguna manera proposiciones contradictorias, sino contra­
rias o subcontrarias. E n contra del argumento, ya expusimos el proverbio.
Sólo sobre los contrarios, se pregunta si pueden verificarse de lo
mismo. N o se investiga la falsificación. Porque, como las oraciones
contrarias se hacen falsas, así los contrarios muchas veces se aseveran
falsamente. Como “lo pálido es blanco o negro”, “el uno es par”, “el
uno es impar”. Pero acerca de si se pueden decir verdaderamente, hay
no poca discrepancia. Pues los contrarios son cualidades a las que les
repugna estar en el mismo sujeto, por lo que más fácil y frecuentemente
sucederá que ninguno de ambos esté en el mismo sujeto y no que
ambos se encuentren juntos; y además se arguye con un ejemplo trivial
de los sumulistas. Sea un caballo o un escudo cuya mitad sea blanca
y la otra mitad sea negra; parece que el escudo es blanco y es negro.
Porque es una regla de los metafísicos que basta con que la mayor
parte sea tal para que el todo lo sea; pero la mayor parte del escudo es
blanca. Así, pues, tomo tres cuartas partes y argumento: estas tres
cuartas partes son blancas (ya que las tres blanquean y disgregan la
vista) y ellas son la mayor parte; lu eg o. . . Respóndase que ese escudo
no tiene ninguno de esos colores, sino un color mixto; y la regla se
entiende primeramente en el sentido de que la mayor parte sea tal.
Lo cual otros expresan con el adverbio “sincategoremáticamente”, esto
es, que esa parte mayor sea tal según cualquiera de sus partes. Lo cual
no compete a nuestras cuartas partes. Y además, que no sea mayor de
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 249

cualquier manera, sino mucho mayor; como, de diez, siete u ocho; no


si sólo seis son tales, porque el exceso es módico. Pero ¿qué se respon­
derá a la cuestión principal? A saber, que dos términos contrarios no
pueden verificarse de la misma cosa una en número, según cópula de
presente; pero mediante una extrínseca podrán hacerlo. Como “Pedro
será blanco y será negro”, y de lo mismo en género, como lo hicimos
notar en los contradictorios. Pero hay la distinción de que los contra­
dictorios no se verifican, ni por milagro, y que los contrarios podrán
decirse sobrenaturalmente, como simultáneamente podrá darse lo blanco
y lo negro. Y la razón es que los primeros incluyen la negación del
otro, y por ello implica que es esto y que no lo es. Pero no así los
contrarios, sino que ser blanco es tener blancura. Quien asevera esto
no dice con ello que carezca de negrura. Y por ello sobrenaturalmente
puede suceder que alguien participe simultáneamente de ambos colores.
Finalmente, indaguemos sobre los privativos si pueden verificarse
de lo mismo. Pero la privación es la negación en el sujeto nacido
apto. La ceguera es la carencia de la vista, la muerte es la negación
de la vida, añadiendo que el ciego debería ver y el muerto vivir, lo
cual no dicen “no vidente” o “no viviente”. Por eso de la piedra
decimos que no ve, pero no decimos que es ciega, y de ella también de­
cimos que no vive, pero no que está muerta. Así, la privación es
la negación de su opuesto en un sujeto que sin embargo es apto para
él. Luego los privativos son contradictorios respecto de tal objeto
(que de otra manera se llama “apropiado” ) . Es lo mismo (digo) que
el animal, que es apto para ver, sea ciego y no vea, ya que la pri­
vación es negación. No como contrariedad,'porque ser blanco o ne­
gro no es ser algo, sino ser obscuro y no tener la luz que era apto
para poseer. Y ser ciego no es otra cosa que no tener la vista que
podía tener. Por tanto, los privativos son contradictorios contraídos,
(esto es) no absolutamente y respecto de cualquier cosa, sino respecto
de su sujeto apropiado. Esto supuesto, dígase que pueden primera­
mente falsificarse de lo mismo en número, pero no del existente.
Como “el Anticristo está muerto” y “el Anticristo está vivo”, “la
quimera está enferma” y “está sana” . Tam bién del mismo existente,
pero no del sujeto apropiado, como “la piedra ve” y “está ciega”. Y
la razón es que los privativos ciertamente vindican para sí el sujeto,
fuera del cual a ningún otro competen. Así, sin ninguna dificul­
tad, se falsifican de otros. Pero del sujeto apropiado idéntico en
250 TOMÁS DE MERCADO

número, ni se verifican ni se falsifican. Porque respecto de él son con­


tradictorios, a saber, la afirmación y la negación. Por lo cual, así como
implica los contradictorios, así también que los privativos se dicen de
alguno verdadera o falsamente.

C A PÍT U L O II

D E LAS EQUIPOLENCIAS

TEXTO

Se pasa a las equipolencias, sobre las cuales se dan las siguientes re­
glas. Primera: si a algún signo universal o particular se le antepone
la negación, es equipolente a su contradictorio, como éstas son equi­
polentes: “no todo hombre discute” y “algún hombre no discute”,
“todo hombre discute” y “no algún hombre no discute” . Segunda: si
a algún signo universal se pospone la negación, se hace equipolente a
su contrario, como éstas son equipolentes: “todo hombre no discute”
y “ningún hombre discute”, Tercera; si a algún signo universal o par­
ticular se le antepone y pospone la negación, es equipolente a su subal­
terno, como éstas son equipolentes: “no todo hombre no discute” y
“algún hombre discute”, “todo hombre discute” y “no algún hombre
no discute”. Y tales reglas se contienen en estos versos:

Prae, contradic., post, contra., prae, postque subalter.

De estas reglas se infiere que si dos signos universales negativos se


ponen en la misma locución, de modo que uno esté en el sujeto y el
otro en el predicado, el primero es equipolente a su contrario, por la
segunda regla; el segundo a su contradictorio, por la primera; como
“nada es nada” es equipolente a “todo es algo” . Pues, por la segunda
regla, “nada no” y “todo” son equipolentes, como “todo no” y “nin­
gún”. Y , por la primera regla, “no nada” y “algo”, como “no ningún”,
y “algún” . Y así las dos primeras son equipolentes. D e donde resulta
el verso:

No todo, alguno no, todo no, como ninguno.


No ninguno, alguno, pero ninguno no, vale todo.
LIBRO n i : DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 251

No alguno, ninguno, no alguno no, vale todo.


No uno de ambos, ninguno de ambos, ninguno de ambos no,
[vale ambos.

LECCIÓN ÚNICA

La intención principal —entre otras— de la dialéctica en estos tres


libros es enseñar a sus alumnos, a los que recibe para aleccionar, a
conocer con pericia que las proposiciones, como la espada y el escudo,
vibran en ambas partes valerosamente. Por eso les da preceptos no
sólo para entender el sentido de éstas, sino para dominarlas tan poten­
temente que, sean de la suerte que sean y que se dispongan, las ma­
neje a su arbitrio. De modo que la fuerza y la potestad de la propo­
sición (que son la espada y el arma de éstos), esté tan ínsita en la
razón e intelecto de éstos, como en la mano del alfarero la masa de
barro. Por eso, ya que en los anteriores enseñó qué son y cómo se
relacionan las oposiciones, aquí enseña con qué arte se produce todo
género de oposición, y, una vez producido, se resuelva. Y todo esto se
hace, como con un instrumento, con la virtud y el oficio de la nega­
ción. Pues su naturaleza es siempre volver opuesto a aquello que en­
cuentra. Con lo cual (como es evidente) sin ningún esfuerzo y sin
polvo se hace, de modo que las opuestas se vuelvan equivalentes si
se les añade la negación, y las equipolentes además (si se les quita)
las vuelva a su primera oposición. Por ejemplo, dadas estas contradic­
torias: “todo caballo es cuantificado”, “algún caballo no es cuanti-
ficado”, si se le antepone a cualquiera la negación, coincidirán, y
si después de haberla puesto, se quita, volverán a su oposición. Es un
tratado útil, en cuanto que con él instruimos tan sabia y doctamente
nuestras armas que, como con corazas rodeadas de armas por todas
partes, osemos esgrimir y pelear contra cualquiera. De lo cual se in­
fiere, en primer lugar, que estas reglas han de entenderse de la nega­
ción negante y tomada libremente, cuya virtud sin obstáculo fluya
hacia toda la oración, y no de la infinitante o privativa (como hemos
advertido en el tema de las contradictorias). En segundo lugar, se in­
fiere que, ya que las proposiciones equivalen de muchos modos, a
saber, por conversión, por sinonimia de los términos, por identidad de
las cosas, y por muchas otras causas, aquí sólo se describe esa equi­
polencia que se puede hacer en las opuestas o en las subalternas por
25 Z TOMÁS DE MERCADO

adición de la negación. Así, el verso que resume estas reglas siempre


mezcla signos afirmativos con negativos (como puede verse en el tex­
to ). Por lo cual, sólo se entiende de las proposiciones que participan
de los mismos extremos en el mismo orden.
La primera regla es: si a algún signo universal o particular se le
antepone una negación, será equipolente a su contradictorio. Por esta
regla se hacen equipolentes las proposiciones contradictorias y las equi­
polentes se hacen contradictorias. Pues (como dicen) es el mismo ca­
mino el que va de Tebas a Atenas y a la inversa. E n efecto, la negación
es de naturaleza malignante, por lo cual, antepuesta a una parte de
la contradicción, invierte su sentido al de la otra. Y , si eran equipolen­
tes, añadida otra vez, necesariamente se opondrán. La regla que está
en el texto se expresa con estos nombres: el signo universal y el par­
ticular, ya que las más de las veces se encuentran en las contradictorias,
y ya que también fuera de las contradictorias dondequiera que el
signo esté inserto, tiene lugar. Pero los signos contradictorios son
como las proposiciones mismas: universal negativo y universal afir­
mativo [y particular afirmativo y particular negativo], como “nada”,
“no”, “ningún”, “algún” y “cierto” . Y sobre estos signos la regla debe
tomarse en el sentido de que sean universales y universalmente to­
mados, no tan restringidos que casi no resplandezca en ellos ninguna
universalidad. Como aquí: “todo lo que es Pedro corre”, “todo” no
es tanto signo cuanto sujeto, y aquí: “Pedro, que es todo hombre,
habla”, no se toma universalmente, sino que se hace parte de un ex­
tremo. Pero, si el discurso versa sobre las proposiciones contradictorias,
la regla es más clara y universal. A saber, que a cualquiera que se le
anteponga la negación, se hace equipolente a su contradictoria, siempre
y cuando se entienda de la negación adverbial, la cual es más común y
más apta para cumplir el oficio de la negación. Pues frecuentemente la
nominal no es congruente de manera apta. Como si dices “ningún todo
hombre corre”, lo dirás en mejor latín [i. e., castellano]: “no todo hom­
bre corre”. Pues la congruencia y coherencia de la locución debe presu­
ponerse tan necesariamente en el arte, por el cual somos enseñados
a hablar verdadera y correctamente, que si tampoco es congruente la
adverbial, debe dejarse de lado. La segunda regla es: si a algún signo
universal se le pospone, se hace equipolente a su contrario. Son sig­
nos contrarios el universal afirmativo y el negativo (según puede verse
al calce del texto), como “ningún”, “todo”, “nadie”, “cualquier”.
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 25 3

Y ciertamente de los signos en sí mismos no hay en la regla ninguna


obscuridad ni dificultad. Pero, si se aplica a las proposiciones contrarias,
la regla tiene innúmeras deficiencias, a causa de que, habiendo pos­
puesto la negación al signo universal, el mismo signo puede ocupar
un sitio en la proposición de modo tal que la negación no lo afecte
en nada. Por ejemplo aquí: “toda arte” que es una cualidad de la
mente, es una cosa espiritual”, si se inserta la negación a la cópula
de implicación, no se vuelve su contraria. Y aquí: “todo caballo es
todo viviente” (cuya contraria es “ningún caballo es viviente” ) , aun
pospuesta la negación, no es equipolente a su contraria. Como si se
afirma: “todo caballo no es todo viviente”. Porque en ésta, por las
reglas anteriores, el predicado supone confusamente, y en la contraria
(como es evidente) se distribuye. Finalmente, ya que esta regla sirve
para constituir la contraria de alguna proposición, y ya que no toda
proposición tiene contraria (como lo mostramos en el capítulo an­
terior), se sigue que no es tan general como la anterior, luego tendrá
lugar en las proposiciones simplemente universales con extremos igual­
mente simples. E n éstas sirve, en las otras no, a menos que se observen
mil preceptos y siempre titubeando.
La tercera regla concierne a las subalternas. Donde hay que adver­
tir que no hay equipolencia elegante o apta sino donde hay diversidad
de voces e identidad de sentido. Pues “Pedro corre” y “Pedro corre”
no son tanto equipolentes cuanto idénticas. Pero éstas: “no todo hom­
bre no discute” y “cierto hombre no discute” propiamente son equi­
polentes. En las cuales hay tanto diferencia de términos cuanto
identidad de sentencia. Y qué son las subalternas, lo hemos dilucidado
en el capítulo anterior. Por tanto, así como las opuestas que sólo
difieren por virtud de la negación son compatibles, así las subalternas,
que difieren parecidamente, de modo que la universal y la particular
con la misma negación son equipolentes. Y , así como en las equipo­
lentes anteriores bastaba una simple negación, aquí se requiere du­
plicada. Pues la primera vuelve a la universal afirmativa particular
negativa, y la segunda la hace afirmativa, Por lo cual, por estas trans­
mutaciones, como la cosa natural, finalmente se produce el sentido
de la subalterna. Sobre las subcontrarias no se estatuye ninguna regla,
no porque no puedan ser equipolentes añadiéndoles la negación, sino
más bien porque se asemejan tanto en la negación, que no hay nin­
guna disparidad en la voz, lo cual, sin embargo, como es conveniente,
254 TOMÁS DE MERCADO

tanto se exige en las equipolentes. Pues, dadas estas subcontrarías: “el


hombre corre”, “el hombre no corre”, ¿qué cosa más fácil que pospo­
ner la negación en la afirmativa? Pero, pospuesta en ella, resulta como
otra negativa. Luego, si alguien usa estas reglas sobria y moderada­
mente, con ellas sacará adelante muchas cosas, y formará argumen­
taciones muy útiles.
Al calce del texto se inserta un apéndice que contiene toda la doctri­
na muy adornada. A saber, que “si hay dos signos universales negativos”,
etc. Pero, primeramente, no se verifica sólo en los dos, sino en muchos,
por más que se multipliquen. Y tampoco es necesario en esa condición
que uno esté en el sujeto y el otro se inserte en el predicado, sino
dondequiera y cuantas veces se quiera que tales signos universales se
inserten en la misma categórica, el primero será equipolente a su con­
trario, y el cuarto a su contradictorio. Por lo cual, si muchas negaciones
ofuscan a alguna proposición, se podrá extraer de una manera un poco
más lúcida. Pues, ya que la proposición afirmativa es más simple y
clara que la negativa, así los signos afirmativos son más claros y con­
funden menos la proposición. Por lo cual, si se dice: “ningún hombre
de ninguna gravedad en ningún estado no es molesto”, la cual, por la
multitud de negaciones casi no es inteligible, se resuelve por afirmación
así: “cualquier hombre de alguna gravedad en todo estado es pesado”,
o atacado, siempre (digo) fastuoso debe ser considerado como digno
del odio de cualquiera. Pues la proposición es afirmativa porque las
negaciones son pares. Las demás equipolencias de los signos están
en el texto, y son claras y muy cómodas.

C A P IT U L O III

SOBRE LAS CONVERSIONES

TEXTO

La conversión de las proposiciones categóricas que participan de ambos


términos en orden inverso es doble: simple y accidental. La conversión
simple se da cuando el sujeto se hace predicado y el predicado se hace
sujeto, permaneciendo la misma cantidad y cualidad. Y de este modo
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 255

se convierte la universal negativa en sí misma y la particular afirmativa


en sí misma. Como “ningún hombre es piedra, luego ninguna piedra
es hombre”, “algún hombre es animal, luego algún animal es hombre”.
La conversión accidental consiste en hacer predicado al sujeto y al
sujeto predicado, permaneciendo la misma cualidad, pero cambiando la
cantidad. D e este modo se convierte la universal afirmativa en particular
afirmativa. Como “todo hombre es animal, luego algún animal es hom­
bre”. Y la universal negativa en particular negativa, como: “ningún
hombre es piedra, luego alguna piedra no es hombre”. D e donde resulta
el verso:

Feci simpliciter convertitur eva per acci.


Asserit A negat E sunt universales ambae.
Asserit I et est particularis.

Y es de saber que el signo puesto en el sujeto de la proposición que


debe convertirse, cualquiera que éste sea, debe ponerse sobre todo el
predicado, y todo se reduce al sujeto de la convertente. Además, es la
misma conversión la de la proposición particular, la de la indefinida
y la de la singular.

LEC C IÓ N ÚNICA

Al mismo objetivo que el capítulo anterior, mira el presente capítulo


de las conversiones, a saber, que encuentres fácilmente muchas equipo­
lentes. Lo cual ayuda mucho a la demostración de las proposiciones.
Pues frecuentemente se da una proposición obscura cuya equipolente
y convertente es muy clara. Por lo cual, ya que toda esta estructura de
las conversiones y las equipolencias tiende a añadir algo de esplendor
y luz a la inteligencia de las proposiciones, estímese muy absurdo el
que las proposiciones se conviertan cuando se convierten en otras más
obscuras. Lo cual se hace, o bien cuando la afirmativa adquiere términos
infinitos (como en la conversión por contraposición se hallará que
hasta ahora lo han hecho algunas), o bien cuando se pone muy obscura­
mente la ampliación de la conversa en la convertente. De esta manera,
lo que los antiguos pensaron con gran trabajo para que fuera luz de la
inteligencia, ha caído en grandes tinieblas y confusión. Así, pues, la
conversión es, de una proposición, hacer dos, por el cambio y transmu­
tación de los extremos. Como de ésta: “el hombre es animal”, se hace
256 TOMÁS DE MERCADO

ésta: “el animal es hombre”. Y esta última se llama “convertente” de


la primera, porque el sujeto se cambió a predicado y, a la inversa, el
predicado se cambió a sujeto. Pero, en primer lugar, esto no se hace
aptamente en todas las proposiciones, porque muchas veces el predicado
es tal, que no puede ser sujeto, a saber, los adjetivos. Como en “el
hombre es blanco”, incongruentemente “blanco” regiría al verbo y daría
el supuesto, lo cual no lleva consigo; sin embargo, lo haría si se con-
virtiera en ésta: “blanco es el hombre”. Mas, para que se convierta
correctamente, es necesario que en neutro se diga: “lo blanco es hom­
bre”, lo cual falla tanto en ser una verdadera convertente cuanto difiere
de la identidad de los extremos; y, sin embargo, la emplean los lógicos
recientes. En segundo lugar, cuando su verbo es de condición tal, que
exige diversa suposición del sujeto y del predicado. Como son las cópu­
las extrínsecas, que amplían el sujeto y restringen el predicado,
como “el caballo fue negro”. Donde “negro” sólo se toma por el
pretérito; pero en la convertente “negro fue el caballo”, se amplía y
lo que se ampliaba se restringe. Pero, ya que es necesario que en la
conversión se guarden las propiedades lógicas (de otra manera, de la
convertida no se seguiría la convertente, en cuanto que fácilmente se
puede cometer el defecto de la ampliación y la restricción), la convierten
de esta manera: “lo negro que fue, lo negro es o fue caballo”, la cual
ciertamente es mucho más obscura que la convertida. Por lo cual, a
mi juicio, la conversión no debería extenderse hasta semejantes proposi­
ciones, en cuanto que de ellas no se puede obtener nada de luz. Por lo
tanto, la conversión es útil en las proposiciones de presente, de cópula
simple de inherencia y de extremos simples, donde de la transposición
de éstos no se origine ningún ofuscamiento. Pero esta conversión es
doble, a saber, simple y accidental. La primera se da cuando, después
de la transposición de los extremos, permanece la misma cantidad y
cualidad de la conversa. Y se llama simple porque en ella sólo se cam­
bian los extremos, mientras que en las demás conversiones se cambia
algo más que los extremos, a saber, la cantidad o la cualidad. Como
ésta: “ningún león es hombre” se convierte en ésta: “ningún hombre
es león”. Y “la blancura es color”, en ésta: “color es la blancura”.
Con esta conversión se convierten la universal negativa y la particular
afirmativa. Bajo el nombre de “particular” entendemos (como se dice
en el texto) también a la indefinida y a la singular. Y todas se convierten
con esta conversión, porque son las mismas la suposición y la cantidad
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 257

del predicado y del sujeto. Donde intuirás que esta conversión sólo
debe efectuarse cuando se observa y aparece manifiestamente la misma
suposición de los extremos en ambas. Pues en la universal negativa am­
bos suponen distributivamente, y en las afirmativas particulares ambos
suponen determinadamente. Por lo cual, no se sigue ninguna diversi­
dad de sentido en los extremos transmutados; pero, si es cópula de
tiempo extrínseco, que se conserve (como hace poco lo hemos insinua­
do) la misma ampliación.
La conversión accidental es el cambio de los extremos variando sólo
la cantidad, como “toda blancura es color, luego color es la blancura”.
Y de qué manera se convierte la universal afirmativa y la negativa, la
primera necesariamente no se puede convertir de manera simple. Pues
si se distribuyera en la convertente el predicado (que en la convertida
supone confusamente), argumentaríamos de lo no distribuido a lo
distribuido. Después Pedro Hispano propone un verso con el que tales
conversiones, brevísimamente explicadas, se guarden en la memoria:
“Simpliciter feci convertitur eva per accidens”. Donde sólo se han de
notar las significaciones de las vocales. La “a” representa la universal
afirmativa. La “e” representa la universal negativa. La “i” representa la
particular afirmativa. Por tanto, “e” e “i” se convierten de manera sim­
ple, “a” y “e” de manera accidental. E l autor añade una tercera especie
de conversión, que hasta ahora han usado los dialécticos y que nosotros,
dado el trabajo, la hemos quitado del texto y la hemos desechado de
nuestro comentario (y no es de extrañar, pues en primer lugar, no es
de ninguna utilidad ni uso; en segundo lugar, es de máxima obscuridad
y, en último lugar, a menudo es deficiente) a la que llaman conversión
por contraposición. A saber, cuando los términos finitos y positivos se
cambian en negativos e infinitos. Y es cosa muy perversa que los tér­
minos de suyo claros, como son los positivos, se conviertan en tenebro­
sos y casi ininteligibles, como son los infinitos y los negativos. Pero se
pregunta qué hay de lo que Aristóteles enseña a argumentar de la
afirmativa a la negativa y a la inversa, variando el predicado, a saber,
infinito y finito, como en “Pedro es no blanco, luego no es blanco”.
Se ha de responder que los griegos, ricos en mayor caudal de palabras,
abundan en varios modos de hablar. Uno de los cuales es por términos
infinitos, y tal vez por verbos infinitados; pero los latinos no usan
semejantes palabras. Y no es de admirar, pues las diversas naciones
tienen distintos modos de expresarse. Por eso, no es conveniente que
258 TOMÁS DE MERCADO

tomemos esta doctrina del Filósofo, apoyada en el idioma griego y no


en la naturaleza de las cosas, y mucho menos conviene que la imite­
mos en discurso latino. Como casi todos sus documentos con motivo
solemos abrazar con ambos brazos. En segundo lugar, digo que ar­
gumentar de extremos infinitos a extremos finitos la razón lo postula
por causa de la claridad y la inteligencia; pero actuar en contra, la
misma razón lo prohíbe del todo, más aún, lo pone en entredicho.
Y añado que es muy obscura la conversión por contraposición, por
cuanto que en ella, además de los términos infinitos, tinieblas
palpables; también hay cambio de extremos, lo cual produce al co­
nocimiento no poco de obscuridad.
Acerca de las otras dos especies (que cómodamente sirven), nótese
que el autor expresó las conversiones en forma de consecuencia, porque
es un argumento en general pasar de la convertida a la convertente,
aunque a la inversa no siempre, sino sólo en la conversión simple.
Por lo cual, suele decirse que la conversión es doble, una mutua y otra
no mutua. La conversión accidental no es mutua, porque siempre
argumentaríamos de lo no distribuido a lo distribuido, pues en tales
conversiones acontece más frecuentemente que la convertida sea falsa
y la convertente sea verdadera. Como ésta es falsa: “todo animal es
hombre” y ésta es verdadera: “el hombre es animal”, en la cual se
convierte. Por eso, de la convertida a la convertente vale la ilación, pero
a la inversa no.
Pero contra estas cosas que se han dicho ocurren muchas objeciones.
Primeramente, ésta: “el hombre está pintado, luego el pintado es hom­
bre” no vale; el antecedente es verdadero y el consecuente es falso;
como en “una sílaba es un nombre, luego el nombre es una sílaba”.
Además ésta: “triple es la materia de las proposiciones” no se con­
vierte en ésta: “de las proposiciones la materia es triple”. Pues en el
antecedente se toma como única, y en el consecuente se toma como
múltiple; además parece que en el antecedente supone personalmente
y en el consecuente, por razón del predicado, supone simplemente. Lo
mismo de ésta: “el hombre es especie, luego la especie es un hombre” .
Además ésta: “te prometo el libro”, ¿de qué manera se convierte? Pues
si se dice: “el libro te prometo”, es exactamente la misma, ya que en
ambas el sujeto y el predicado son los mismos. A esto se responde que
generalmente sería necesario que en las conversiones las propiedades
lógicas se conserven. Por lo cual, las proposiciones se convierten así:
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 259

“una sílaba es ‘can’ ”, “la pintura es un hombre representado” . La ter­


cera se convierte (como está), pues ya es del uso de los dialécticos que
por ambas proposiciones se conciba lo mismo, y de esa concepción se
elicitan tales reglas. Entendemos lo mismo si se dice: “el hombre es
una especie” y “una especie es el hombre”, “doble es la conversión”
y “la conversión es doble”. Pero, si importara algo decir la una o la
otra, la solución sería simple, a saber, que se debían convertir de manera
tal que se salvaguardaran en ambas la misma apelación y la misma
acepción de los términos. La cuarta se convierte mediante la voz pasiva,
como “te prometo el libro, luego el libro te es prometido por mí”, o
mejor así: “el que promete el libro soy yo”. Pues “el que promete el
libro” es el predicado en la convertida. Porque el verbo’ adjetivo (como
hemos dicho) se resuelve en el verbo substantivo y su participio corres­
pondiente. Lo cual es necesario hacer si alguien desea convertir seme­
jantes proposiciones. Además en ellas se confunden del mismo modo
los términos. Y ésta: “dos veces celebré la misa”, en ésta: “dos veces
celebrante de la misma he sido yo”. Y ésta: para cabalgar se requiere
el caballo”, en: “un requisito para cabalgar es el caballo”. Pues en la
convertida “el caballo” era el sujeto, aunque estuviera puesto en último
lugar, y el predicado era “se requiere. . . ”
E n contra de ello, esta proposición: “todo hombre es animal y a la
inversa” es categórica universal, y, sin embargo, no se convierte, ni aun
por conversión accidental. Pues de ninguna manera lo hace en ésta:
“el animal y a la inversa es hombre”, cuyo sentido casi nadie captaría.
En cuanto a esto, fácilmente se concede que hay muchas proposiciones
que no pueden, por algún impedimento, convertirse cómodamente.
Y aquí el impedimento es la dicción “a la inversa”, la cual, aun cuando
incongruentemente se inserta en el sujeto, aptamente se inserta en el
predicado. Aunque alguien puede decir que el predicado en esa ora­
ción sólo es “animal”, ya que sólo esto se dice del hombre, pero esa
dicción es parte no del predicado, sino de toda la oración. Ya que cierta­
mente la modifica a toda ella, como los signos universales “todo”,
“ningún”, etc., no son partes del sujeto, sino de la proposición. Por lo
cual, ésa se convierte en ésta: “el animal es hombre, y a la inversa” .
Pero ¿qué se ha de pensar de esta proposición singular: “Adán fue
todo hombre”? Si se convierte de manera simple, ésta sería verdadera:
“todo hombre fue Adán”. Se responde que hay que conservar la misma
restricción: “todo hombre (que fue hombre) es, o fue, Adán”, la cual,
260 TOMÁS DE MERCADO

sin embargo, aún se falsifica, como se ve claro por el descenso bajo el


sujeto. Ciertamente con mucha dificultad se convierten tales proposi­
ciones no acostumbradas, máximamente porque en la exponible tal vez
se hace parte de un extremo, en cuanto que está puesto el signo en la
parte del predicado, pero en las exponentes de ninguna manera. Si
alguien propugna que se pueden convertir, debe saber que ese predi­
cado supone en dependencia de un tiempo determinado incluido en
la cópula, y esta dependencia no puede expresarse en la convertente
sino de esta manera: “todo hombre que fue en ese tiempo (indicando
a aquel que era el único en habitar el paraíso original) es, o fue,
Adán”. La cual ciertamente no es convertente en sentido estricto.
E n contra de ello, éstas: “en París y en Roma se vende la pimienta”
es verdadera, y su convertente es falsa, a saber: “la pimienta se vende
en París y en Rom a”, pues, hecho el descenso disyuntivo bajo “pimien­
ta”, que es el sujeto de la convertente, se convence de su falsedad. En
estas de verbo adjetivo, y en muchas otras, es necesario que los que
desean convertirlas conozcan de antemano los extremos. En la propo­
sición aducida, “pimienta” es el sujeto, porque da el supuesto al verbo,
y el predicado es “vendida” . Por lo cual, la convertida es: “en París y
en Roma es vendida la pimienta”. Y más claramente se responde que
no es plenamente convertible de manera inmediata, sino que primero
se ha de resolver su universalidad, y después cada parte se convertirá.
D e otra manera, si se convierte perfectamente y de inmediato todo
el sujeto en predicado, argumentamos de la confusa a la determinada
por parte del predicado “vendida”. Y muchísimas proposiciones no
son convertibles de inmediato, como otras (según lo inspeccionamos
en el capítulo del ascenso) no se debían resolver así, ni eran resolu­
bles. Como éstas: “ningún hombre falsamente es animal”, si por las
señas se convierte en ésta: “ningún animal falsamente es hombre”, es
una convertente falsa, porque muchos animales falsamente son hom­
bres; sino que es necesario reducirla a sus singulares y convertirlas a
éstas separadamente.
Pero ¿qué diremos de las modales? Se arguye que ésta: “Dios es
necesariamente creador” no se convierte en ésta: “creador necesaria­
mente es Dios”, pues la primera es falsa y la segunda verdadera, y, sin
embargo, deben convertirse y se convierten de manera simple. Pero
responderemos a ésta y a otras objeciones sobre modales semejantes
después de haberlas tratado.
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 26l

C A PIT U L O IV

D E LAS MODALES

TEXTO

E l modo es una determinación que adyace a la cosa, y se puede hacer


por un adjetivo. Pero el adjetivo es doble. Uno es el adjetivo del nom­
bre, como “blanco”, “negro” y semejantes. Otro es el adjetivo del
verbo, como los adverbios; pues, según Prisciano, el adverbio es el ad­
jetivo con fuerza de verbo. Por eso el modo es doble. Uno nominal,
que se hace por los adjetivos del hombre, y otro adverbial, que se
hace por el adverbio, como “el hombre corre velozmente”. Además,
de entre los adverbios, algunos determinan al verbo por virtud de la
composición, como en estos seis: “necesariamente”, “contingentemente”,
“posiblemente”, “imposiblemente”, “verdaderamente” y “falsamen­
te”. Otros determinan al verbo por virtud de la cosa del verbo; como
“actúa fuertemente”, “corre velozmente”. Otros determinan por razón
del tiempo, como “hoy”, “mañana” y otros adverbios temporales. Otros
adverbios determinan por razón del modo, como los adverbios de optar
y exhortar. Y así se toma de muchas maneras el modo por los adverbios.
Pero, omitiendo todos los demás, ahora sólo se ha de tratar de aquellos
que determinan la composición, como son “necesariamente”, “contin­
gentemente”, etc. Pues cuando se dice “el hombre necesariamente está
sentado”, se significa que la composición del estar sentado con el hombre
es necesaria. Pero cuando se dice “el hombre corre bien”, o “velozmen­
te”, se significa que la carrera del hombre es veloz o buena, y en éstas se
determina la cosa del verbo, mientras que en la anterior se determina
la composición. Por lo cual, solamente esos modos que determinan la
composición hacen modal a la proposición. Por tanto, sólo trataremos
de ellos aquí. Y a veces se toman dichos modos nominalmente, como
“posible”, “imposible”, “contingente”, “necesario”, “verdadero” o “fal­
so”. Y a veces adverbialmente, como “posiblemente”, “imposiblemente”,
“necesariamente”, “contingentemente”, “verdaderamente” y “falsamen­
te”. La proposición modal es aquella que se determina por alguno de
estos seis modos: lo posible, lo imposible, lo contingente, lo necesario,
lo verdadero y lo falso. Como “es posible que Sócrates corra” y así de los
262 TOMÁS DE MERCADO

demás. Y en estas modales el verbo debe sujetarse y el modo predicarse.


Pero todas las proposiciones que no se determinan por esos seis modos
se llaman “de inherencia”, esto es, de la simple inherencia del predicado
en el sujeto. Pero aún esas proposiciones que se modifican por los
modos “verdaderamente” y “falsamente” se dejan de lado por ahora,
porque en ellas la oposición y la equipolencia se toman de la misma ma­
nera que en las de inherencia. Pero en las que son de estos cuatro
modos: “posible”, “imposible”, “contingente” y “necesario”, se toman
de manera distinta la oposición de la equipolencia o de la consecuencia,
según se verá claro después. Pero se ha de saber que cualquiera de
esos cuatro modos origina cuatro proposiciones modales. Por eso, ya
que los modos son cuatro, las proposiciones serán cuatro veces cuatro,
y así serán dieciséis. Por ejemplo, el modo “posible”, si se toma sin
negación, produce una proposición modal, como “que Sócrates corra
es posible”. Pero, si se toma con la negación aplicada al verbo, produce
una segunda proposición, como “que Sócrates no corra es posible”. Si
con la negación aplicada al modo, produce una tercera, como “que
Sócrates corra no es posible”. Si con la negación aplicada al verbo y
al modo, produce otra, como “que Sócrates no corra no es posible”;
y, de esta manera, según cada uno de los otros modos, se toman cuatro
proposiciones modales. Se conocen cuatro reglas para la equipolencia
de estas proposiciones modales. La primera de las cuales es: A cualquier
dicho afirmado que se le atribuya “posible”, se le atribuye también
“contingente”, y de ese mismo dicho se excluye “imposible”, y de su
opuesto contradictorio se excluye “necesario”. Como “que Sócrates
corra es posible”, “que Sócrates corra es contingente”, “que Sócra­
tes corra no es imposible”, “que Sócrates no corra no es necesario”. La
segunda regla es: A cualquier dicho negado que se le atribuya “posible”,
se le atribuye también “contingente”, y de él se excluye “imposible”, y
de su opuesto contradictorio se excluye “necesario”. Como “que Sócrates
no corra es posible”, “que Sócrates no corra es contingente”, “que Só­
crates no corra no es imposible”, “que Sócrates corra no es necesario”.
La tercera regla es: D e cualquier dicho afirmado del que se excluye
“posible”, también se excluye “contingente”, se le atribuye “imposible”,
y a su opuesto contradictorio se atribuye “necesario”. Como “que
Sócrates corra no es posible”, “que Sócrates corra no es contin­
gente”, “que Sócrates corra es imposible”, “que Sócrates no corra
es necesario”. La cuarta regla es: De cualquier dicho negado del
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 263

que se excluye “posible”, también se excluye “contingente”, se


le atribuye “imposible” y a su opuesto contradictorio se le atribu­
ye “necesario” . Como “que Sócrates no corra no es posible”, “que
Sócrates no corra no es contingente”, “que Sócrates no corra es
imposible”, “que Sócrates corra es necesario”. Los ejemplos de estas
reglas se disponen en cuatro líneas u órdenes de la figura siguiente,
que pueden denotarse por estos versos: Primus amabimus, Edentuli
secundus, Tertius illiace, purpurea reliquus. Destruit U totum , sed A
confirm at utrumque. Destruit E dictum, destruit Ique modum. Omne
necessarium im possibile quasi nullus. Possibile quidam quidam non,
possibile non. E dictum negat, Ique modum, nihil A, sed U totum . Pero
todas las proposiciones que están en la primera línea son equipolentes
por la primera regla y se convierten entre sí. Las que están en la segunda
línea, lo hacen por la segunda regla. Las que están en la tercera, por
la tercera. Y las que están en la cuarta, por la cuarta. Además, las equi­
polencias o consecuencias de las modales se pueden tener por esta regla:
Todas las proposiciones de posible y de imposible son equipolentes
teniendo el verbo de manera semejante y el modo de manera deseme­
jante. Todas las de imposible y de necesario son equipolentes teniendo
el verbo de manera desemejante y el modo de manera semejante. Pero
todas las proposiciones de posible y de necesario son equipolentes te­
niendo el verbo y el modo de manera desemejante. Y se entiende que se
tiene el modo de manera semejante o desemejante en cuanto a la afir­
mación o la negación, por lo cual se dice que lo tienen de manera se­
mejante cuando en ambas se afirma o en ambas se niega; y de manera
desemejante cuando se afirma en una y se niega en la otra. Y de igual
forma debe entenderse con respecto al verbo, como se ha dicho del
modo. Y se ha de saber que en dicha regla no hacemos mención de
lo contingente porque lo contingente se convierte con lo posible.
Por lo cual, es el mismo juicio sobre ambas proposiciones. Los ejem­
plos, búsquense en la figura dispuesta en cuatro órdenes, porque esta
regla es general para todas. (V er figura en la página siguiente.)

LECCIÓN PRIMERA

Dado que tanto interesa a la facultad dialéctica explicar el sentido de


cualquier proposición, es necesario (con cuanta acrimonia de ingenio
pueda hacerse) que en nuestra exposición abarquemos con breve com--
264 TOMÁS DE MERCADO
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 265

pendió todas las especies de proposiciones, para enseñar su sentido a


los jóvenes. Pero, según los dialécticos, la proposición es doble. Una
es la de inherencia, de cópula simple, en la que el verbo une los ex­
tremos sin ninguna modificación, como “el hombre justo es sabio”,
“el león estuvo en el arca de Noé”. Y se llaman de inherencia porque
en ellas se representa principalmente el ser de los extremos. La cual, a
su vez, es doble: una es de tiempo extrínseco, como “Abrahán fue”,
“Héctor fue muerto”, “el Anticristo será engendrado”, y otra es de
presente, la cual se llama de inherencia en el sentido más estricto, y
no es de extrañar, pues el ser presente es ser simple y perfectamente.
En cambio, haber sido o haber de ser es ser según algún respecto. Pero,
volviendo a la primera división anterior, la otra es modal, en la cual
el verbo no copula de manera absoluta, sino con modificación. Como
“Pedro posiblemente discute” . Donde no se asevera que discute, sino
que posiblemente discute. Así, no significa tanto el ser, ya que las
más de las veces no discute, cuanto el modo en el que suele estar
discutiendo o puede hacerlo. D e las cuales modales Pedro Hispano di­
sertó brevemente en este capítulo tan difuso. Pues usó un gran com­
pendio, al definir y simultáneamente explicar en un solo capítulo un
tema tan amplio y que ofrecía un campo tan vasto. Donde se ciñe
a cuatro cosas. En primer lugar, define el modo; en segundo lugar,
la proposición modal; en tercer lugar, constituye la oposición en estas
modales; en cuarto lugar, las equipolencias.
En cuanto a lo primero, el modo es una determinación que adyace
a la cosa, y (dejando varias cosas de este tema, o del modo, a saber,
acepciones y definiciones que los filósofos y teólogos aducen; pues
el modo es una cosa que se aclara extensamente en todas las discipli­
nas y en casi todas las cosas, tanto morales como naturales), hablando
dialécticamente (que es lo que toca a este lugar y al presente momento)r
el modo es la determinación de la cosa expresada, como “Platón sa­
biamente habla”, “sabiamente” es el modo de la locución. Pues no
se dice de cualquier manera y vagamente que Platón habla, sino de­
terminadamente de tal modo, a saber, con discurso sabio. “Sócrates
corre velozmente”, “velozmente” modifica al verbo, y ño significa de
cualquier manera el correr, sino con velocidad. Y se llama proposición
modal la que tiene un modo. Pero todos estos discursos son muy univer­
sales, ya que los modos son muchos, más aún, innúmeros (como en
el texto es muy claro), y nosotros sólo pretendemos tratar de cuatro.
266 TOMÁS DE MERCADO

Luego se ha de buscar la razón por la cual podamos quedarnos con


esos cuatro dejando de lado los otros. Pero el camino es, que tal deter­
minación puede adyacer al nombre, y entonces se llama “nominal”,
cual es todo nombre adjetivo (del cual no hemos de tratar aquí). Otra
adyace al verbo, como en los ejemplos aducidos. Y esta división del
modo parece suficiente en la dialéctica, ya que son dos las partes
principales de la proposición, a saber, el nombre y el verbo, por las
cuales solemos expresar las cosas. Pero el modo (como se enseña en
el texto) puede restringir al verbo de muchas maneras. Pero nosotros
sólo trataremos de estas que singularmente modifican la composición
de toda la oración. Pues el verbo, entre los demás (como lo recibimos de
Aristóteles) significa cierta composición que no puede entenderse sin
los extremos. Pero los que adyacen al verbo por razón de esta compo­
sición son seis, a saber, lo verdadero, lo falso, lo posible, lo contingente,
lo imposible y lo necesario. Estos recaen de manera especial sobre la
composición de la proposición y la cualifican. Lo cual se reconoce de
manera muy manifiesta por los ejemplos. Pero en ésta: “Aristóteles
enseña obscuramente la filosofía”, sólo el modo “obscuramente” recae
sobre la enseñanza, que es la cosa designada por el verbo. Y en ésta:
“Pedro necesariamente es animal”, recae inmediatamente sobre toda
la oración y su composición y significa que es necesario que Pedro
sea animal. E n ella ni Pedro se dice necesario, ni animal, ni ser, sino
la composición de todos, a saber, que Pedro sea animal, lo cual de
ninguna manera se expresaba en la anterior, a saber, que era obscuro
el modo como Aristóteles enseñaba filosofía, más aún, es patentísimo.
Y en ésta: “el hombre contingentemente discute”, ya que el predi­
cado siempre se dice afirmativa o negativamente del sujeto (en lo
cual consiste la composición de la enunciación), se significa de qué
modo el predicado conviene al sujeto, a saber, con contingencia. Pero
en ésta: “Laertes escribe elegantemente”, “elegantemente” no es el
modo por el que la escritura conviene a Laertes, sino que es el modo
de su misma escritura. Esta distinción procede de la misma signifi­
cación de los modos. Pues la significación de estos seis es apta para
ejercer ese oficio, a saber, para modificar la composición del verbo,
pero la de los demás para la acción o el tiempo, o algo de este tipo. Pues
la composición de la oración es verdadera, falsa, contingente, nece­
saria, posible o imposible. Pero no puede ser sabia, justa, veloz y
semejantes. Además, ya que aquí las modales se explican porque vuel­
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 267

ven obscuro el sentido, y se rigen con otras reglas (además de las


de las enunciaciones de inherencia), máxime en cuanto a las supo­
siciones de los términos y las oposiciones de las oraciones, dos de esas
seis con motivo se excluyen de nuestro tratado, a saber, lo verdadero
y lo falso, en cuanto que no tienen nada de estas cosas ni ofuscan
la oración. Pues es lo mismo (como enseña Santo Tom ás) “Pedro
discute” y “Pedro verdaderamente discute”, o “que Pedro discuta es
verdadero” o “es falso”, y tales aserciones no exigen ninguna otra
regla. Por tanto, trataremos de cuatro modos, a saber, posible, con­
tingente, necesario e imposible. Los cuales se toman de dos maneras,
adverbial y nominalmente, como los nombres y los adverbios (pues
pueden ser ambas cosas), como “posible” y “posiblemente”, "con­
tingente” y “contingentemente”, etc. Y , de manera nominal, de dos
maneras, substantiva y adjetivamente. Como “que el caballo sea león
es imposible” se toma substantivamente. Pero aquí: “Dios es el ente
necesario”, adjetivamente. Y , de esta última manera, se excluyen de
la presente consideración. Solamente conciernen a nuestro intento los
tomados adverbialmente y los tomados nominalmente de manera subs­
tantiva, y sólo en estas dos acepciones se hacen las modales. Porque, ya
que el adjetivo es un nombre, no es ciertamente un modo del verbo,
sino sólo del nombre, todos los cuales han sido expuestos por nosotros
antes de este tratado.
Luego la proposición modal es la que tiene alguno de estos cuatro
modos tomados adverbialmente o nominalmente de manera substan­
tiva. Y la razón es porque, tomados así, y no de otra manera, modi­
fican la composición de la oración. Los tomados adjetivamente son
los modos nominales, como los nombres adjetivos. Pero esta clase de
modal es doble, a saber, dividida y compuesta. La primera se da cuando
el modo se encuentra de manera adverbial o substantiva entre el pre­
dicado y el sujeto, como “el león posiblemente corre”, “Juan es posible
que sea decoroso”. Es compuesta cuando el modo, tomado en cualquiera
de sus acepciones, o precede a toda la oración, o va después de toda
ella, como en “contingentemente lo blanco es negro”, o “que lo co­
loreado sea cuerpo, es necesario” . Y en todas ellas hay diferencia.
Primeramente hay una máxima diversidad de sentido nacida de la
misma naturaleza. Pues la compuesta une el sentido de la proposición;
copula (digo) en el mismo instante el sujeto y el predicado. Y , al
contrario, la dividida los desune. Como esta compuesta: “que el viden­
268 TOMÁS DE MERCADO

te sea ciego es posible” dice que es posible que alguien simultánea­


mente sea ciego y vidente; y ésta: “que lo blanco sea negro es con­
tingente”, que puede darse que lo blanco sea negro. Pero esta
dividida: “el vidente posiblemente es ciego” separa las connotaciones,
a saber, que puede acontecer que el que en un momento ve, en otro
momento sea ciego; no denota que simultáneamente la visión y la
ceguera sean coherentes. N i ésta: “lo blanco contingentemente es
negro”, que a lo mismo simultáneamente le'inhieran la blancura y
la negrura. Por lo cual, frecuentemente acontece que de dos propo­
siciones construidas con los mismos términos, la dividida sea verda­
dera y la compuesta falsa, y, a la inversa, que la compuesta sea verdadera
y la dividida falsa. Ejemplos de lo primero se ven claramente en las
proposiciones hace poco aducidas. Ejemplos de lo último son los si­
guientes.: “que todo animal sea hombre es posible”, la cual es verda­
dera; “todo animal posiblemente es hombre”, la cual es falsa. Pero
se. pregunta de dónde consta o dimana tal distinción. A saber, de la
inteligencia y del discurso comunes. Cuando deseo aseverar que es im­
posible que una cosa'al mismo tiempo sea blanca y negra, uso esta
compuesta: “que lo blanco sea negro es imposible”, pero cuando expreso
la posible mutación y vicisitud de las cosas, uso ésta: “el viviente
posiblemente muere”, “el sano contingentemente se enferma”. Por lo
cual, ya que es tanta la disparidad de una y otra, importa mucho
saber qué es la compuesta y qué la dividida. Dijimos que la compuesta
se da o cuando precede a toda la oración o la sigue a toda ella. Ad­
viértase que, cuando el modo sigue nominalmente, como “que el ca­
ballo sea bicolor es contingente”, o tomado así precede como “es
contingente que el caballo sea bicolor” o “es posible que el blanco
sea negro”, en verdad es compuesta, y es claro para todos, y sin con­
troversia se acepta que es tal. Pero cuando se antepone adverbialmente,
como “contingentemente el hombre corre”, “posiblemente el .caballo
es blanco”, no es tan manifiesto. Pues tiene el aspecto de dividida,
pero en realidad y por naturaleza es compuesta. Lo cual se prueba evi­
dentemente porque aquella que sin ambigüedad es compuesta, se
examina (como veremos en seguida) y se expone por ella. Como ésta:
“que lo blanco sea negro es posible” se reduce a ésta: “posiblemente
lo blanco es negro”. Por tanto, en el sentido es compuesta, de otra
manera no sería apta medida y regla. E n las divididas, aun cuando el
modo, está intercalado adverbialmente, sin controversia es dividida en
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 269

realidad y por la forma. Pero si está nominalmente, como en “el hom­


bre es posible que sea gigante”, tiene apariencia de compuesta, pero
naturaleza de dividida. Por tanto, establecemos las reglas generales de
tal manera que si el modo precede o sigue a toda la oración adverbial­
mente o substantivamente, siempre se señalará como compuesta. Pero,
si adyace entre los extremos, se considerará dividida.
Pero de las divididas, para no provocar tedio a algunos repitiendo
las cosas que ya son claras por los libros anteriores, no se ha de ven­
tilar por el momento ninguna dificultad aquí. E n cuanto que siguen
las constituciones de las reglas antes mencionadas para la suposición, la
resolución y la oposición. Como en “toda blancura posiblemente es
negrura” el sujeto supone distributivamente, el predicado confusamente;
el sujeto se resuelve inmediatamente de manera copulativa, después el
modo —si es resoluble—, y por último el predicado. Y todos los térmi­
nos (para hablar con los lógicos recientes) se amplían a cuatro. Y
se opone contradictoriamente a ésta: “alguna blancura no posible­
mente es negrura”, donde se cambia la cantidad del sujeto y la nega­
ción (lo que es lo mismo) niega a ambas cópulas, a saber, la modal
y la verbal. Pues no es como la cópula de implicación, que debe de­
jarse intacta en la contradictoria. Y si algo fuera necesario saber sobre
las equipolencias y oposiciones de los modos, quedará expuesto en
el tratado de las compuestas.
Acerca de las compuestas, primeramente se han de considerar sus
partes. Pues consta de sujeto y predicado. E l sujeto es un nombre con
o subjuntivo infinitivo, en cuanto que el modo se predica de todo
el complejo. Como “que el hombre sea docto es posible” no asevera
ni que el hombre es posible, ni que el docto es posible, sino que el
hombre es docto. Y “que el león sea caballo es posible” ni dice que
el león es posible ni que el caballo lo es (pues esto es verdadero), sino
que el león es caballo, lo cual es imposible. Pero esta clase de sujeto
tiene una nomenclatura especial, pues se llam a “el dicho”. Así a las
partes de la modal las llamamos “el dicho” y “el modo”. Y tal sujeto
se llama “dicho” porque siempre, ya que es complejo, así es también
cierta sentencia y aseveración. Pero se ha de advertir que, aunque el
dicho se ponga como sujeto, no es necesario que suponga según su
complexión; basta que lo haga según sus partes. Pues aquí: “que el
hombre sea sol es contingente”, ya que “hombre” y “sol” suponen,
“que el hombre sea sol” no puede substituirse por ninguno. Porque
270 TOMÁS DE MERCADO

no hay nadie en la naturaleza de las cosas que sea tal. Es suficiente


con que supongan las partes de manera separada, de acuerdo a su
ampliación. Pues no. es complejo el dicho modal cuyas partes se res­
tringen mutuamente, como el substantivo y el adjetivo, sino como la
proposición es compleja y el predicado y el sujeto son sus partes, y
no es necesario que suponga tomada como un todo. Pero, habiendo
conocido sus partes en cuanto a la cantidad, nótese que es peculiar
en éstas, de modo que la cantidad no sólo se mide según el sujeto,
sino también según el predicado, que es el modo. Prim erapente, acerca
del sujeto, si consta de términos comunes y se distribuyen, se dice
universal de dicho, y, -si suponen determinadamente, particular. Y ,
de los modos, dos son universales y dos particulares. Del primer gé­
nero son “necesario” e “imposible”, los cuales encierran universalidad
en su significación. Pues lo que es necesario y lo que es imposible
casi siempre es. tal. Además, como la mayoría de las veces no sólo se
verifican de un individuo (cuando tales cualidades le convienen), sino
de .todos los de la misma naturaleza, por eso con razón se consideran
universales. Son particulares “posible” y “contingente”. Luego tal pro­
posición puede ser universal de tres maneras: o simplemente, o de
dicho, o de modo. Com o “que todo hombre sea racional es necesario”,
“que todo león sea caballo es imposible”. O sólo por parte del di­
cho, como “que todo color sea blancura no es contingente”, “que
todo espíritu se. mueva es posible”. O sólo de modo, como “que el
Filósofo haya conocido la creación es imposible”. Y , ya que de cuantas
maneras se dice uno de los opuestos, de tantas otras se dicen los
demás, en - consecuencia, también la particular se dice de to­
das esas mismas maneras, de dicho y de modo, o al menos de uno de
ellos. Pero la cantidad es doble: una formal, que hasta ahora hemos
discutido, y otra virtual en las modales, de la que trataremos más abajo.
Pero en cuanto a la cualidad. Ya que la cópula es doble, a saber, de
dicho y de modo, se juzga según ambas; como “que el hombre corra
es posible”, ambas cópulas se afirman, el “corra” y el “es”. Por lo
cual, una proposición de tres maneras es afirmativa y de otras tantas
es negativa. O de dicho y de modo (com o en el ejemplo aducido),
o sólo de dicho, como “que Pedro sea una fiera no es contingente”, o
sólo de' modo, como “que Sócrates no enseñe es posible” . Y acontece
(como es patente) que estas cualidades se mezclen. Es decir, que sea
negativa de dicho y afirmativa de modo, o a la inversa; lo cual deben
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 271

mirar con mucho cuidado los dialécticos. Pues conocer la cantidad


y Ja cualidad de las modales importa muchísimo para reconocer las
equipolencias y para constituir las oposiciones. Pero una modal es ne­
gativa de dos maneras: de una manera, formalmente y en el aspecto
(de la cual hemos tratado hasta ahora); de otra manera, virtualmente.
Lo cual acontece peculiarmente en el modo “imposible”, que encierra
negación. Por lo cual, ésta: “que Pedro sea caballo es imposible” es
afirmativa formalmente, y simplemente de dicho., y de modo, pero
virtualmente negativa. Pues se reduce a ésta (como lo veremos en su
lugar): “imposiblemente Pedro es caballo”. Lo cual, dado que sólo
se encuentra en este modo, no es necesario definir esta negación vir­
tual, basta con aducir el ejemplo. Ésta es la naturaleza y quididad
de la proposición modal.
La primera dificultad en estas compuestas es cómo se han de tomar,
y, para proceder más claramente (ya que hablamos sobre las modales
compuestas), hablaremos de esto. Y aunque (según mi sentencia) una
cosa tan clara no debería discutirse con muchas razones, no sólo
se controvierte, sino tal vez se pervierte.. Pues hay algunos entre los
lógicos recientes que juzgan que el dicho modal se toma siempre ma­
terialmente, de manera que el modo se predique siempre de la oración
misma, no de la cosa significada. Com o en éstas: “que el hombre
sea animal es necesario” y “que el león muera es contingente”, el
sentido es: esta proposición “el hombre es animal” es necesaria, y
esta otra proposición “el león muere” es contingente. No muestran esto
con otro signo, sino que el modo acostumbrado de probar las com­
puestas entre los dialécticos es éste: “Esta proposición: ‘el león muere’
es contingente, luego que el león muera es contingente” . Pero el in­
telecto ciertamente rechaza tal sentido. Pues, cuando digo que él que
Pedro escriba es contingente, ¿quién no concibe —a menos que a pro­
pósito quiera concebir otra cosa— que la cosa misma es contingente?
Después, pregunto, ¿por qué palabras me será lícito hablar de la
contingencia o necesidad de las cosas? Cuando haya de expresar (digo)
que el que Sócrates muera es posible, ¿qué oración emplearé? Cier­
tamente ninguna es más apta que ella. Así, pues, de ello téngase por
comprobado entre todos que la modal compuesta trata de las cosas
designadas y que sólo habla de ellas, para que no parezcamos ajenos
a la común concepción de los hombres. A la razón de aquéllos respon­
demos que ese argumento es quizá más claro a los dialécticos por un
272 TOMÁS DE MERCADO

signo. No porque del mismo modo se captan los términos, sino que,
por la posibilidad de la proposición, los que arguyen infieren de ma­
nera posteriorística la verdad de la modal compuesta, pero en el an­
tecedente no se expresa el sentido de la misma modal. Por lo
cual, consiguientemente los términos se toman formalmente por las
cosas significadas, y no materialmente por ellos mismos. Pero suponen
inmóvilmente, de manera que no sea lícito resolverlos de inmediato,
ni subsumir bajo ellos. E n lo cual también difieren, en segundo lu­
gar, la compuesta y la dividida. Pues bajo ésta: “todo animal posi­
blemente es hombre”, de inmediato puede practicarse el ascenso y el
descenso; como vale: “luego este animal posiblemente es hombre, y
así de cada uno”. Tam bién es lícito silogizar de esta manera: “todo
animal posiblemente es hombre; el león es animal; luego el león posi­
blemente es hombre” . Pero en la compuesta de ninguna manera; como
“que todo animal sea hombre es posible; luego este animal es hombre,
a saber, que lo sea un caballo es posible, y así de cada uno”. Como
tampoco es ningún silogismo: “que todo ente sea Dios es posible;
y el leño es un ente; luego que el leño sea Dios es posible”. Pues
manifiestamente el antecedente es verdadero y el consecuente es
falso. La razón de la distinción es que en la dividida los términos
del sujeto suponen independientemente y se distribuyen completamente
y, así, pueden resolverse de manera inmediata como librados de un
vínculo; pero no así en la compuesta, sino dependientemente del modo.
Y por eso suponen confusamente, y se distribuyen dependientemente; y,
por consiguiente, no es lícito resolverlos hasta que se resuelva el
modo. Y resplandece esta dependencia de los términos en que éstos
son equivalentes: “que Pedro corra es contingente” y “contingente­
mente Pedro corre”, asimismo “que todo ente sea Dios es posible” y
“posiblemente todo ente es Dios”, y, sin embargo, en éstas, en las
que el modo precede, los modos dependen de él y se distribuyen in­
completamente; luego también en las anteriores. En segundo lugar,
en estas modales no se asevera tanto la cosa como el modo de la
cosa, por ejemplo, “que el león sea feroz es necesario”, no se afirma
tanto la ferocidad del león, cuanto la necesidad de que sea así. Luego
es igual que los términos dependan de la resolución del modo. Así, los
términos suponen formalmente, pero inmóvilmente en cuanto al as­
censo. Esto es decir que la manera de probar este tipo de modal no
es la inducción, sino que la probación legítima acostumbrada hasta
LIBRO n i : DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 273

ahora es a través de su oficiante. Y llaman así a la oración que consta


de la sentencia del dicho con la cópula de inherencia de la modal.
Como la de ésta: “que Adán fuera creado es necesario” es ésta: “Adán
fue creado”. Y la de ésta: “que el Anticristo haya de venir es necesario”
es ésta: “el Anticristo ha de venir”. Luego se prueba que es verdadera
ésta: “que el hombre sea animal es necesario”, de esta manera: “esta
proposición: ‘el hombre es animal’ es necesaria”. Y si esto es verda­
dero, la modal era entonces verdadera. Y ésta: “que Pedro corra no
es necesario” así: “esta proposición: ‘Pedro corre’ no es necesaria”.
Y esto, para que con la misma cualidad se predique el modo de la
oración con la que se predicaba en la modal respecto a la cosa signifi­
cada. Y ésta: “que Abrahán engendrara fue contingente”, en: “esta
proposición: ‘Abrahán engendró’ fue contingente” . Así, para la verdad
de la modal basta la verdad de toda la oficiante. La cual por ello recibe
ese nombre, porque sólo sirve como ministra y sierva para la prueba.
Por lo cual, no explica el sentido de la anterior. Y , por consiguiente,
a partir de ella argumentaban ineptamente los modernos que los tér­
minos debían suponer de igual manera en ambas. Por tanto, para la
verdad de la proposición de posible compuesta, es suficiente que su
correspondiente de inherencia sea posible. Hablamos de las afirmativas
de modo, y entiéndase de igual forma sobre las negativas. Por ejemplo,
para que ésta sea verdadera: “que el león corra no es imposible”, basta
que su oficiante, a saber, “el león corre”, no sea imposible. Para la
verdad de la proposición de contingente, que su oficiante sea contin­
gente, y así de los demás modos. Los sumulistas acostumbran esta
manera de probar este tipo de proposiciones. Pero de semejante género
de pmeba no pueden dejar de aseverar que es torcido y oblicuo. Pues
(como lo establecimos hace poco) en las modales no hablamos d élas
voces, sino de las cosas. Y de ellas predicamos justamente como un
modo la necesidad o la contingencia. Luego, si el sentido de ésta: “que
el hombre sea risible es necesario” es que la cosa misma sea necesaria,
de manera poco elegante se prueba que es verdadera porque la oficiante
es verdadera. Pues la necesidad o la imposibilidad de la proposición,
al igual que su verdad, se conoce por la cosa y de la cosa dimana.
Así, pues, por el hecho de que la cosa es o no es, la proposición se dice
verdadera o falsa, y de manera semejante contingente o imposible.
Y no, al contrario, la verdad de la cosa por la verdad de la proposi­
ción. ,Después se trata: si la oficiante se niega, ¿acaso no es por la
274 TOMÁS DE MERCADO

necesidad o la imposibilidad de la cosa como se debe demostrar su nece­


sidad o su verdad? H e aquí concluido el círculo, a saber, que la
cosa es posible o necesaria por mostrar la necesidad de la proposición,
y después la necesidad de la proposición por la condición de la cosa
significada. La prueba es (a m i juicio) no sólo muy ingeniosa, sino
muy proclive a vicios. Añádase que es mucho más fácil para nosotros
tratar sobre la necesidad o posibilidad de las cosas, que de estas mismas
cualidades en la oración. Pero se dice: ¿de qué manera se probarán más
claramente? Respondo, primeramente, que entonces las proposiciones
deben probarse por otras cuando en sí fueran obscuras. Pues uno se
sirve de la resolución, la equipolencia, la conversión y la reducción
cuando la proposición es de difícil inteligencia; de otra manera, al
manifestar cosas manifiestas, las hacemos muy obscuras, según la cos­
tumbre de algunos, que exponen proposiciones claras por otras mucho
más obscuras, juzgando que es gran erudición el exponer toda proposi­
ción. Y , aun cuando sea necesario, sin embargo, hay cierto lím ite en
todo. Y ésta es la lima de este discurso, que se explique cualquier
sentencia en la medida en que esté envuelta en tinieblas. Pero este
tipo de proposiciones suelen exhibir dificultad y ofrecer trabajo por dos
capítulos. E n primer lugar, porque son de infinitivo [en latín], y las
de indicativo son más claras y luminosas. Por lo cual, ésta es nuestra
regla: que se reduzcan a modales de indicativo en las que el modo
preceda. Pues comenzará por esto mismo a aclararse el sentido no poco,
como “que el hombre sea blanco no es necesario” a ésta: “no es nece­
sario que el hombre sea blanco” . Y ya es mucho más fácil. Pues el
mismo sentido del infinitivo, así como es indeterminado, así es obscuro.
Y ésta: “que todo ente sea Dios es contingente” a ésta: “es contingente
que todo ente sea Dios”. La cual, si no es suficientemente clara, mués­
trese por la condición de la misma cosa significada. Pues en esta materia
éste es el modo natural de conocer, en sí y para nosotros. Pues nosotros
en ninguna medida conocemos la verdad, la necesidad y otras cosas
semejantes de las proposiciones, sino por las cosas designadas. En se­
gundo lugar, también a veces la obscuridad dimana de la multitud de
negaciones, y entonces por las otras modales equipolentes afirmativas
se conocen de manera muy apta y fácil. Com o “que Juan no sea blanco
no es necesario”, por ésta: “que Juan sea blanco es posible”. Aquí ano­
taría que el modo de proceder hasta ahora acostumbrado, atestiguándolo
la experiencia, ciertamente es adverso al orden de la naturaleza, repug-
LIBRO n i : DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 275

nante para nosotros, y sujeto a mil trabajos y dificultades. Lo cual


podrá comprobar cualquiera en nuestro Opúsculo de argumentos.
Pero, en contra de la inmovilidad de los términos se arguye. Esta
consecuencia es buena: “que todo hombre corra es contingente; Pedro
es hombre; luego que Pedro corra es contingente”; luego es lícito sub­
sumir. Pero se insta con una semejante: “que todo ente sea Dios es
contingente; la blancura es ente; luego que la blancura sea Dios es con­
tingente”. Así no vale. Y ciertamente el defecto no es uno ni simple,
sino múltiple. Pero es suficiente señalar que el medio no se distri­
buye exactamente, lo cual es tan requerido. Otro defecto lo veremos
en el lib. IV .
Contra el modo de probar la oficiante: se dará el que proposiciones
verdaderas muchísimas veces serían falsas. Pues ésta es verdadera: “que
todo animal sea hombre es posible”, y, sin embargo, su oficiante: “todo
animal es hombre” no es posible, sino imposible. Pues se sigue bien:
“todo animal es hombre; y éstos son todos animales; luego este animal
es hombre, y así de cada uno”. Sin embargo, el consecuente es imposi­
ble, luego también el antecedente. Se responde que el antecedente es
incomposible, pero ninguna de las partes es imposible (como es claro),
y por eso, no se reprueba por esta vía la oficiante.
Pero se pregunta sobre la ampliación de estos modos en las modales
compuestas. Esta proposición es verdadera: “que todo animal sea hom­
bre es posible”, la cual, sin embargo, sería falsa si los términos se
amplían. Pues, yá que ahí “animal” se distribuye y la ampliación recae
sobre el término distribuido, el sujeto supondrá copulativamente por
todo animal posible. Y ciertamente que todo animal posible sea hombre,
es imposible. Pues a muchísimos les repugna el ser hombres. Respóndase
afirmativamente, pues no sólo se amplía en las divididas (lo cual a
nadie le resulta ambiguo), sino también en las compuestas. Pues, para
retorcer el argumento a lo opuesto, y hacer un Antistrefon: Esta misma
proposición: “que todo animal sea hombre es posible” no sería verda­
dera sin ampliación. Finjamos, pues, que ningún animal existe. Cierta­
mente entonces el sujeto no supondría; y, por consiguiente, dada la no
suposición del sujeto, sería falsa. Y por ello siempre será falsa, si una
vez se arguye de falsedad. Se confirma porque en ésta: “posiblemente
todo animal es hombre”, amplía en cuanto a todos, luego también en
aquélla. Pero resulta claro que son equipolentes, porque ambas (como
hemos visto) son compuestas. En segundo lugar, amplía en la dividida,
276 TOMÁS DE MERCADO

luego también en la compuesta. Se prueba porque el ponerse antes


del sujeto o después de él no admite ampliación. Luego, se responde al
argumento contrario que el signo amplía de inmediato a aquello que
es inmediatamente el sujeto, a saber (como hemos enseñado), a. todo
el dicho, no a cada una de las partes. Y el modo se predica de manera
más inmediata del dicho. Y el sentido es que la cosa significada por
toda la oración es posible. D e esta manera (para decirlo así) se am­
plía toda la oración, no las partes aisladamente, sino en orden al dicho.
Pero la distribución recae inmediatamente sobre el término próximo,
no sobre el dicho. Y por eso, ni la distribución recae sobre la ampliación,
ni la ampliación recae sobre la distribución. Pero en la modal dividida
amplía cada una de las partes tomadas por sí mismas; y por eso, la
ampliación de esta proposición: “que todo animal sea hombrees posible”
se extiende a esto, que aun cuando en el modo no sea así, sin embargo,
puede serlo. Como también en ésta: “el hombre posiblemente es blan­
co” el predicado supone (aunque no existiera ahora lo blanco). Así, en
la compuesta, todo el dicho se amplía. D e manera que entiendas que
se relaciona el dicho al modo como se relacionan cada uno de los
términos en las divididas. Por eso, de ninguna manera el sentido de
ésa es que todo animal posible puede ser hombre, lo cual es falso, sino
que puede ocurrir el que todo animal viviente sea hombre. En la pri­
mera, ya que “posible” se une a “animal” como a su substantivo, supone
por el animal posible. Pero no se sigue aquí: “que todo animal posible
sea hombre es posible; Favelo es un animal posible; luego que Favelo sea
hombre es posible”, porque en una semejante no vale, como: “que
todo animal blanco sea hombre es posible; Favelo es animal blanco;
luego que Favelo sea hombre es posible”. Así, aunque la proposición
“que todo animal posible sea hombre es posible” es falsa, sin embargo,
en esa consecuencia no se infiere de ésta: “que Favelo sea hombre es
posible” . Entiéndase que estas cosas se dicen de la ampliación “posible”,
“imposible” y “contingente”. Pero “necesario” tiene una consideración
peculiar, cuya naturaleza y significación es tal, que la verdad de la
proposición (en cuánto creo) no postula por ello una ampliación de
la modificada. Pues si es afirmativa y verdadera aun cuando no existan
las cosas, la materia de la proposición, al igual que la suposición de los
términos, será natural, la cual no lo exige. Si es negativa, ya sea falsa,
ya verdadera, no requiere la suposición de los términos. Y esto tanto
en la modal compuesta como en la dividida. Pues es un modo de con­
LIBRO ΙΠ: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 277

dición tan singular, que, aun cuando en los demás la compuesta y la


dividida difieran máximamente, las proposiciones de necesario son
equipolentes, y no se da una verdadera y la otra falsa, aunque contengan
la misma sentencia.
Acerca de esta diferencia, algunos piensan que aquí es tan necesario
ampliar todos los términos como en “posible”; otros, que sólo se han
de ampliar los que van antes, y que se han de restringir los que van
después. A mi juicio, se pueden defender ambas cosas, y lo segundo
no se atacará eficazmente, a menos que se ataque con la siguiente
razón: Si es indiferente a la verdad de la proposición el que el predi­
cado se amplíe o se restrinja, se convence bien que ninguno de los
dos postula la verdad de la proposición. Y , ya que el sujeto no es menos
parte que el predicado, se sigue que es indiferente también ampliar el
sujeto. Y , ya que no se debe poner ampliación sin necesidad, y en éstas
no hay ninguna otra necesidad sino la de que así lo exige la verdad
de la proposición, se infiere que en tales no debe existir ninguna, si no
se exige ninguna ampliación. Pero hay una duda: si sostenemos que
“necesariamente” no amplía, ¿de qué manera valdrán estas ilaciones,
“que todo hombre sea animal es necesario, luego que todo hombre sea
animal es posible”, procediendo de lo no ampliado a lo ampliado con
distribución de lo ampliado? Primeramente negamos en ésta la distri­
bución de lo ampliado, porque el dicho ampliado no se distribuye.
Pero ¿qué en cuanto a ésta: “todo hombre necesariamente es animal,
luego todo hombre posiblemente es animal”? Se ha de decir que ese
defecto proviene de otra manera, a saber, por virtud de la materia.
Pues de lo necesario a lo posible es buena la consecuencia. Y , para
que se entienda que sólo vale materialmente, considérese que en una
semejante no vale, a saber, donde se arguye fuera de estos términos.
Como no vale en éstas negativamente: “ningún hombre necesariamente
es blanco, luego ninguno posiblemente es blanco”. Pero se replica:
ésta es verdadera para todos (como veremos al calce del tratado): “crea­
dor necesariamente es Dios”, y siempre es verdadera, aunque no siempre
cree Dios. Luego no puede ser verdadera si no se amplía por lo menos
el sujeto. Respóndase que esta proposición, en el sentido en que se
toma, es de verdad perpetua, y no significa que Dios debe ser creador
de cualquier manera, sino que quien crea, cuando quiera que cree,
necesariamente es Dios. Y así está ella en materia natural, como tam­
bién ésta: “a veces el constructor construye.” La cual tiene otro sentido
278 TOMÁS DE MERCADO

(com o se verá claro en los posteriores), a saber, que el oficio del cons­
tructor es construir.

LECCIÓN SEGUNDA

Hasta aquí de la inteligencia de cada una de las modales. Si se quisieran


relacionar entre sí, para que por la mutua colación, de equipolentes o
de opuestas, se tenga una noticia más clara de cada una, nótese lo
siguiente. Ya que aquí el verbo es doble, uno del dicho, otro del modo,
es necesario que la cualidad de las compuestas sea cuádruple, a saber,
puramente afirmativa de dicho y de modo, o puramente negativa, o
afirmativa de dicho y negativa de modo, o a la inversa (de lo cual
tratamos más arriba). Y , ya que el modo es cuádruple, y cada uno
puede diversificarse según la cuádruple cualidad, resulta que todas
las modales son en número de dieciséis (como puede verse en los cuatro
ángulos del cuadrado anteriormente descrito). Cuyo orden y disposición
siempre me han parecido muy ingeniosos. La primera es posible; la
segunda dondequiera es contingente; la tercera, imposible; la cuarta,
la de lo necesario. Pero acerca del segundo modo, a saber, lo contin­
gente, adviértase que se tom a de dos maneras. D e una manera, general
y vulgarmente, por aquello que puede ser y no ser, como el que yo
escriba mañana. Así, que el hombre sea animal no es contingente, ya
que no puede acontecer de otra manera. Así, de esto no se hará nin­
guna mención. D e otra m anera, es contingente todo aquello que puede
ser, de cualquier manera, ya sea contingentemente o necesariamente,
de manera que sea contingente todo aquello que no es imposible. En lo
cual se encierran tanto las cosas contingentes como las necesarias. E n
esta acepción (a mi ju icio) introducen bastante violentamente al tér­
mino los sumulistas, y lo hacen convertible con lo posible. Y es lo
mismo decir que la cosa es o no es posible y que es contingente. Y
ambos modos se infieren a partir de lo necesario. Como si el que
la cosa sea o ño sea es necesario, también será posible y contingente.
Pero lo necesario y lo im posible siempre se oponen. Estas cosas se han
dicho sobre la equipolencia de los mismos modos entre sí. Pero la
negación, en cuanto es de naturaleza malignante, puede hacerlas a todas
equipolentes y opuestas. P or lo cual (para que se entiendan más exacta­
mente las equipolencias y completamente las oposiciones) mídanse por
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 279

cuatro breves reglas que daremos en seguida. Y, ya que el dicho es la


parte fundamental de la compuesta, hablemos de él primeramente afir­
mado (para que procedamos tanto más claramente cuanto más lúcida
es la afirmación que la negación). La primera regla es: D e cualquier
dicho afirmado del que se asevera lo posible, se aseverará lo contingente
(como consta), se negará lo imposible, y de su contradictorio se negará
lo necesario. Es la disposición del primer rótulo. Sin embargo, la regla
es patente porque, si la cosa es posible, no será imposible (de otra
manera, la misma cosa será y no será, lo cual repugna absolutam ente).
Además, cuando una proposición o una cosa es posible, su contradic­
toria no puede ser necesaria. Pues, si la primera es posible, podrá ser
verdadera, y si su contradictoria es necesaria, siempre será verdadera.
Así podrán a veces encontrarse ambas verdaderas. Esto en cuanto a las
de dicho y de modo afirmados. Pero, ya que en la de dicho afirmado
se niega también a veces el modo, tiene la siguiente regla: D e cualquier
[dicho] afirmado del que se niega lo posible, también se niega lo con­
tingente (com o arriba), pero se afirmará lo imposible y de su contra­
dictorio se afirmará lo necesario. Como “si el que el hombre sea simio
no es posible, será imposible que lo sea; y si que sea simio es imposible,
será necesario que no sea simio” (lo cual es su contradictorio). Y la
razón de estas cosas es manifiesta, porque lo que no es posible, es
imposible, y siempre que algo es imposible, su contradictorio es necesa­
rio. Pues, ya que lo imposible siempre es falso, si su contradictorio no
fuera necesario, sino contingente, algunas veces será falso, y entonces
irían juntos en la falsedad. Este dicho contradictorio, del que tan
frecuentemente se hace mención, debe (si son términos comunes) con­
tradecir según la forma al anterior, a saber, con mutación de la cantidad.
Com o si dices: “que todo animal sea hombre es posible”, su contra­
dictoria es: “que algún animal no sea hombre no es necesario”. Del
dicho afirmado, nada más, ya que de él sólo se puede afirmar o negar
el modo, y de ambos hemos hablado. Pero sobre el negado hay una
tercera regla: D e cualquiera que se afirme lo posible, también lo con­
tingente, se excluye lo imposible y de su contradictorio también se
excluye lo necesario. La primera parte resulta clara por lo anterior; la
segunda se prueba. Si que el hombre no corra es posible, que corra no
será necesario. D e otra manera, siempre correrían, y así convendrían las
contradictorias en la verdad. Cuarta regla: D e cualquier dicho negado
del que se niega lo posible, támbién lo contingente; se afirmará lo
278 TOMÁS DE MERCADO

(com o se verá claro en los posteriores), a saber, que el oficio del cons­
tructor es construir.

LECCIÓN SEGUNDA

Hasta aquí de la inteligencia de cada una de las modales. Si se quisieran


relacionar entre sí, para que por la mutua colación, de equipolentes o
de opuestas, se tenga una noticia más clara de cada una, nótese lo
siguiente. Ya que aquí el verbo es doble, uno del dicho, otro del modo,
es necesario que la cualidad de las compuestas sea cuádruple, a saber,
puramente afirmativa de dicho y de modo, o puramente negativa, o
afirmativa de dicho y negativa de modo, o a la inversa (de lo cual
tratamos más arriba). Y , ya que el modo es cuádruple, y cada uno
puede diversificarse según la cuádruple cualidad, resulta que todas
las modales son en número de dieciséis (como puede verse en los cuatro
ángulos del cuadrado anteriormente descrito). Cuyo orden y disposición
siempre me han parecido muy ingeniosos. La primera es posible; la
segunda dondequiera es contingente; la tercera, imposible; la cuarta,
la de lo necesario. Pero acerca del segundo modo, a saber, lo contin­
gente, adviértase que se toma de dos maneras. D e una manera, general
y vulgarmente, por aquello que puede ser y no ser, como el que yo
escriba mañana. Así, que el hombre sea animal no es contingente, ya
que no puede acontecer de otra manera. Así, de esto no se hará nin­
guna mención. D e otra manera, es contingente todo aquello que puede
ser, de cualquier manera, ya sea contingentemente o necesariamente,
de manera que sea contingente todo aquello que no es imposible. E n lo
cual se encierran tanto las cosas contingentes como las necesarias. E n
esta acepción (a m i juicio) introducen bastante violentamente al tér­
mino los sumulistas, y lo hacen convertible con lo posible. Y es lo
mismo decir que la cosa es o no es posible y que es contingente. Y
ambos modos se infieren a partir de lo necesario. Como si el que
la cosa sea o ño sea es necesario, también será posible y contingente.
Pero lo necesario y lo imposible siempre se oponen. Estas cosas se han
dicho sobre la equipolencia de los mismos modos entre sí. Pero la
negación, en cuanto es de naturaleza malignante, puede hacerlas a todas
equipolentes y opuestas. Por lo cual (para que se entiendan más exacta­
mente las equipolencias y completamente las oposiciones) mídanse por
LIBRO n i : DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 279

cuatro breves reglas que daremos en seguida. Y , ya que el dicho es la


parte fundamental de la compuesta, hablemos de él primeramente afir­
mado (para que procedamos tanto más claramente cuanto más lúcida
es la afirmación que la negación). La primera regla es: D e cualquier
dicho afirmado del que se asevera lo posible, se aseverará lo contingente
(como consta), se negará lo imposible, y de su contradictorio se negará
lo necesario. Es la disposición del primer rótulo. Sin embargo, la regla
es patente porque, si la cosa es posible, no será imposible (de otra
manera, la misma cosa será y no será, lo cual repugna absolutam ente).
Además, cuando una proposición o una cosa es posible, su contradic­
toria no puede ser necesaria. Pues, si la primera es posible, podrá ser
verdadera, y si su contradictoria es necesaria, siempre será verdadera.
Así podrán a veces encontrarse ambas verdaderas. Esto en cuanto a las
de dicho y de modo afirmados. Pero, ya que en la de dicho afirmado
se niega también a veces el modo, tiene la siguiente regla: D e cualquier
[dicho] afirmado del que se niega lo posible, también se niega lo con­
tingente (com o arriba), pero se afirmará lo imposible y de su contra­
dictorio se afirmará lo necesario. Como “si el que el hombre sea simio
no es posible, será imposible que lo sea; y si que sea simio es imposible,
será necesario que no sea simio” (lo cual es su contradictorio). Y la
razón de estas cosas es manifiesta, porque lo que no es posible, es
imposible, y siempre que algo es imposible, su contradictorio es necesa­
rio. Pues, ya que lo imposible siempre es falso, si su contradictorio no
fuera necesario, sino contingente, algunas veces será falso, y entonces
irían juntos en la falsedad. E ste dicho contradictorio, del que tan
frecuentemente se hace mención, debe (si son términos comunes) con­
tradecir según la forma al anterior, a saber, con mutación de la cantidad.
Com o si dices: “que todo animal sea hombre es posible”, su contra­
dictoria es: “que algún animal no sea hombre no es necesario” . Del
dicho afirmado, nada más, ya que de él sólo se puede afirmar o negar
el modo, y de ambos hemos hablado. Pero sobre el negado hay una
tercera regla: D e cualquiera que se afirme lo posible, también lo con­
tingente, se excluye lo imposible y de su contradictorio también se
excluye lo necesario. La primera parte resulta clara por lo anterior; la
segunda se prueba. Si que el hombre no corra es posible, que corra no
será necesario. D e otra manera, siempre correrían, y así convendrían las
contradictorias en la verdad. Cuarta regla: D e cualquier dicho negado
del que se niega lo posible, támbién lo contingente; se afirmará lo
280 TOMÁS DE MERCADO

imposible, y su contradictorio será necesario. Por estas cuatro reglas


constan en su totalidad todas las equipolencias; y el resumen de ellas
es que, cuando algo se niega o se afirma que es posible, no es imposible
y, al contrario, si es imposible, no es posible, y si algo es posible, su
contradictorio no es necesario, pero si algo es imposible, su contra­
dictorio es necesario.
Pero los alumnos (para que conserven esta substancia en la memoria
más tenazmente) necesitan al principio algunos signos y pequeñas notas
con los cuales reconozcan con seguridad la cualidad, la equipolencia
y la oposición de las modales. Por tanto, son cuatro los nombres
de estos rótulos: “amabimus" del primero, “edentuli" del segundo,
“Uliace" del tercero, “purpurae” del cuarto. Y en ellos hay cuatro
vocales: “a”, “e”, “i”, “u”. La “a” significa la puramente afirmativa;
la “u”, la puramente negativa; la “i”, la afirmativa de dicho y ne­
gativa de modo; la “e”, la negada de dicho y aseverada de modo.
Siempre en los rótulos el primer modo es lo posible, el segundo lo
contingente, el tercero lo imposible y el cuarto lo necesario. Y siempre
en esas dicciones la primera y la segunda dicción tienen la misma
vocal. Y no es de extrañar, porque (como hemos dicho), aquí “po­
sible” y “contingente” son lo mismo completamente. Y , dictado esto,
con las demás cosas que están en los rótulos, queda dispuesto según
las cuatro reglas aducidas. Por tanto, sus oposiciones son clarísimas.
Pero, á fin de que resulten más claras, se arguye en contrario.
Primero, que éstas no son equipolentes: “que Pedro discuta es posible”,
“que Pedro no discuta no es necesario”, y, sin embargo, observan
la primera regla: que si algo es posible, su contradictorio no es ne­
cesario. Y también pertenecen al mismo rótulo, a saber “amabimus”. Se
prueba la mayor, pues la segunda [proposición], ya que tiene dos
negaciones, es equipolente a sí misma como afirmativa, a saber, “que
Pedro discuta es necesario” . E n segundo lugar, concédase que mu­
tuamente se infieren; sin embargo, no son más equipolentes que éstas:
“el hombre es racional”, “el hombre es risible”. Pero las equipolentes
postulan expresar la misma sentencia, y, sin embargo, no es la misma,
sino diversa en ambas, a saber, que Pedro corra es posible y que no
corra no es necesario. A lo primero, respóndase que la negación del
dicho, aunque se tome como negante, no modifica toda la oración,
sino que su virtud se detiene y constringe dentro de las partes del
dicho. Y por eso, no porque sean dos negaciones constituyen una
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 281

afirmación. A lo segundo, respóndase que esas dos se infieren mutua­


mente y son equipolentes, y refieren más la misma sentencia que las
aducidas en el ejemplo. Pero también confieso ingenuamente que
no significan tanto lo mismo como suelen significarlo otras equipo­
lentes de cópula simple, como “todo hombre no es animal”, “ningún
hombre es animal”. Pero en las modales basta esta identidad de sen­
tido, para que sean y se llamen equipolentes.
E n segundo lugar, se arguye que éstas: “que el hombre discuta es
necesario”, “que el hombre no discuta es necesario” son contrarias, en
cuanto pertenecientes a “purpurea” y a “edentuli”, y, además, ambas
son falsas, y no pueden ser verdaderas. Y, sin embargo, no se cambia
la particularidad del dicho en universalidad, ni son de cualidad opues­
ta, pues en ambas se afirma el predicado del sujeto. Más aún éstas:
“que el hombre camine es necesario”, “que el hombre camine es
imposible” se oponen, y no son de cualidad opuesta; luego . . . Se con­
firma. Éstas: “que Pedro discuta es posible”, “que Pedro no discuta
es necesario” se contradicen, y, sin embargo, no participan de los ex­
tremos. Para solución de esto, nótese, en primer lugar, que, si todas
las condiciones y leyes instituidas más arriba se observaran en las mo­
dales, de manera muy vana trataríamos de la naturaleza de las modales.
Luego, ya que hay cosas peculiares que acompañan a lo establecido,
tienen un lugar singular en esta obra. En segundo lugar, ciertamente
se requiere en toda oposición también la oposición de cualidad, a
saber, que haya afirmación y negación. E n lo cual, por ello en la de­
finición de la oposición no cabe ninguna dispensa ni excepción. Pero
en las modales se toma la cualidad doblemente, según una doble
cópula, a saber, de dicho y de modo. Y para constituir la oposición,
basta cualquiera de ellas, con tal que estén presentes las demás. Por
lo cual, esas dos primeras proposiciones son de cualidad opuesta, como
se ve en estas a las que se reducen: “necesariamente el hombre dis­
cute”, “necesariamente el hombre no discute”. Más aún, éstas: “que
el hombre corra es necesario”, “que el hombre corra es imposible”,
se oponén, aunque no aparezca la negación añadida al verbo. Pues
virtualmente se encierra en el modo. Como reluce en éstas: “nece­
sariamente el hombre corre”, “imposiblemente el hombre corre” . Y
esta negación virtual basta en las modales para la oposición, aun cuan­
do a veces se requiera algo más. E n tercer lugar, sobre la participa­
ción de los extremos, adviértase que no hace falta en las modales, con
282 TOMAS DE MERCADO

tal que se repugnen en el sentido. Pues a esto se atiende principalmente


en ellas. O respóndase, y m ejor aún, que las dos proposiciones se
oponen doblemente en éstas. D e una primera forma, inmediatamente,
como la primera de “amabimus” a la primera de “illiace”, y la segunda
a la segunda. E n lo cual se observa y se requiere una omnímoda par­
ticipación. D e una segunda forma, mediatamente, a saber, porque se
opone a la otra a la que ésta es equipolente. Como la primera de
“edentuli” y la cuarta de “purpurea”, a saber, “que el hombre no
discuta es posible”, “que todo hombre discuta es necesario”. Así, ésta
se opone a la primera, tanto porque es equipolente a ésta: “que ningún
hombre discuta no es posible”, como porque formal e inmediatamente
tiene con ella enemistades y fúnebre guerra (para suavizar a H oracio).
Este documento es muy universal en esta materia, y muy útil, en
cuanto sirve para todo género de oposición. En cuarto lugar, por lo
que hace a la mutación de la cantidad, se debe advertir (como lo en­
señamos más arriba) que entre las opuestas la contradicción es la que
más aventaja, y las demás degeneran. Y por eso es necesario que se
observen estrictamente (en cuanto sea posible hacerlo) en ella las
condiciones, como en un ejemplar y espejo de la oposición. Pero en
estas modales acontece máximamente que las dos maneras se opongan
contrariamente, a saber, o sólo de modo, o de dicho y de modo. Como
éstas: “que el hombre corra es necesario”, “que el hombre corra es
imposible”, se contrarían en el modo, en cuanto universales, pero no
se contrarían en el dicho. Luego en cualesquiera que sean contrarias
de dicho y de modo, es necesario (si se estructuran con extremos
comunes) que la cantidad se cambie. Y así en las contradictorias siem­
pre se cambia; y en las contrarias, cuando se contrarían completa­
mente. Por tanto, en estas modales, primeramente se observan de
manera inviolable las leyes, a saber, que las contradictorias no sean
verdaderas ni falsas; que las contrarias nunca sean verdaderas, pero sí
falsas; que las subcontrarias no sean falsas, pero sí verdaderas. Y las
condiciones exactas para la observancia de estas leyes las hemos expuesto
con moderación más que con muchas palabras. (V er figura en la
página siguiente.)
Queda que tratemos mientras tanto de las divididas; en las cuales, la
cantidad y la cualidad se miden como en las demás categóricas, a no
ser que el modo sea lo imposible, el cual es a un tiempo negación y
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 2S3
284 TOMÁS DE MERCADO

modo. La razón de esto es que, ya que los modos se siguen del sujeto
en cuanto al aspecto y al sentido, no efectúan sobre él sino la am­
pliación. Por lo cual, es necesario que de otra manera sea distribuido
por otros signos. Por lo que hace a la suposición, ya en el exordio ase­
veramos que se observan completamente las reglas constituidas en
el lib. II, a saber, que todos los términos que en el sentido preceden
al modo, supongan según la exigencia de sus signos, y se resuelvan
de todas las maneras en que sean resolubles. Como ésta: “todo sabio
posiblemente yerra” es universal, y por razón de la universalidad se
resuelve inmediatamente en sus singulares. Pero los términos que en
el sentido siguen al modo, observan también las mismas leyes, pero
todos suponen dependientemente del modo. Y esta dependencia con­
siste en que no sea lícito tocarlos con la resolución hasta que el mo­
do sea resuelto. Y la causa de esto es que los modos son o particu­
laridades o universalidades sincategoremáticas, y por eso las voces que
los siguen estarán en orden a ellos, como acontece en todos los demás
signos sincategoremáticos y en las demás proposiciones. Como en
“todo hombre posiblemente es justo e injusto”, “todo animal nece­
sariamente es todo sensible”, los predicados suponen en orden a los
modos. Y todo esto mira a que los jóvenes aprendan a probar esta clase
de proposiciones. Pues se prueban de dos maneras, a saber, o bien
por argumentación tomada de la naturaleza de la cosa, o (lo que es
lo mismo) a partir de la sentencia importada por la proposición; o
bien por la resolución de los términos. Como ésta: “todo hombre
contingentemente es blanco” puede probarse así: “ningún color en
particular es debido a la naturaleza del hombre, luego es contingente
que a todos les acaezca la blancura”. Pero si la prueba procede por
la resolución de los términos, se ha de resolver el sujeto en sus sin­
gulares, pero las singulares por razón del modo se prueban por su
proposición de inherencia. Y llamamos “de inherencia” a la que antes
llamamos “oficiante” en las compuestas. Así, la proposición modal
dividida no se debe colocar en su proposición de inherencia hasta que
el sujeto sea resuelto. E n lo cual difiere de la compuesta, que, sean
cuales fueren los términos de los que se componga, se prueba inme­
diatamente por la oficiante. Por lo cual, hay una modal dividida que
es inmediatamente reducible, a saber, aquella cuyo sujeto ya ha sido
resuelto. Y otra no es inmediatamente reducible, a saber, la que por
razón del sujeto aún no está resuelta. Pero se pregunta si no será
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 285

lícito alguna vez, sin resolver el sujeto, reducirla a su proposición


de· inherencia. Ciertamente es lícito, a saber, cuando el sujeto supone
determinadamente y es un término absoluto, como “el hombre posi­
blemente corre”, “el león necesariamente es animal”, aunque no siem­
pre es seguro. Pero si el sujeto es connotativo, nunca es lícito tocar
la proposición si él está intacto, ni el absoluto si es distribuido, como
“todo hombre posiblemente ve”. Porque la proposición de inherencia
es posible, a saber, “todo hombre ve”, y la misma modal es falsa, ya
que pueden encontrarse muchos hombres que no podrán ver. Acerca
de este género de prueba, adviértase que también del mismo modo
suelen los lógicos recientes probar las proposiciones de tiempo ex­
trínseco. Como: “Abrahán engendró a Isaac” por ésta: “Abrahán en­
gendra a Isaac”, a la cual llaman la proposición de inherencia de
aquélla. Por lo cual, acontece que una modal dividida tenga dos
proposiciones de inherencia. Por ejemplo, ésta: “ César posiblemente
fue emperador” primero se reduce a ésta: “César fue emperador”, y
después a ésta: “César es emperador.” Por tanto, para conocer la
verdad de tales proposiciones se constituyen las siguientes reglas: Para
la verdad de la proposición de pretérito se requiere que su proposición
de inherencia alguna vez haya sido verdadera. Se entiende en la afir­
mativa, porque en la negativa se requiere que siempre haya sido ver­
dadera. Como, para la verdad de ésta: “Juan no pecó mortalmente”,
es necesario que ésta: “Juan no peca” siempre haya sido hasta ahora
en cualquier tiempo verdadera.
Pero, para la verdad de la proposición de futuro se requiere que
tenga después de ahora una proposición de inherencia que alguna vez
sea verdadera. Como “el Anticristo predicará” es verdadera, porque
alguna vez será verdadero decir en presente “el Anticristo predica”.
Para la verdad de la modal de posible inmediatamente reducible (pues
suponemos esto en estas reglas) se requiere que su proposición de
inherencia sea posible. Así hay que decir de los demás modos, a saber,
que cual es el modo, es necesario que tal sea la de inherencia.
Pero, acerca de la resolución del sujeto, adviértase que, si es abso­
luto, es fácil, y si es connotativo, es obscura. Como ésta: “todo blanco
puede ser negro”, no se resuelve suficientemente así: “este blanco posi­
blemente es negro y así de cada uno”, de manera que inmediatamente
se reduzca a su proposición de inherencia la misma singular, a saber,
a ésta: “este blanco es negro”. Pues la misma modal y su singular
286 TOMÁS DE MERCADO

son parejamente verdaderas, y esta proposición de inherencia es falsa.


Sino que se exige que ese sujeto singular “este blanco” se resuelva en
sus significados material y formal, y entonces con el significado mate­
rial se pone en la proposición de inherencia. Así: “esto es o puede
ser blanco; y esto puede ser negro; luego esto blanco puede ser negro” .
Pero ésa: “esto posiblemente es negro” se pone ya en su proposición
de inherencia. Y si es posible, la modal es verdadera. Acerca de lo
cual hay que advertir que, ya que el modo amplía, si el término es
connotativo, no se amplían separadamente el significado material y el
formal, sino el significado íntegro. Como “sabio” en ésta: “todo sabio
posiblemente se equivoca”, no supone por cualquiera que pueda ser
sabio (pues así supondría allí por los díscolos y los ignorantes, que
son asnos para la lira, como se dice en el proverbio), sino que supone
sólo por el sabio, aun el posible, de manera que también sea sabio para
que suponga por aquel que no es ignorante. Pero, hecha la resolución
del sujeto y del modo, (si alguno lo quisiera) podrá ulteriormente
procederse a la resolución del predicado. Así, el orden de la resolución
es infalible de manera que el sujeto en la dividida se resuelva hasta
que esté perfectamente singularizado. D e estas dos pruebas, la primera
es propia de los filósofos, la segunda de los sumulistas. Y ciertamente,
cuando los extremos no son simples, sino complejos, difícilmente habrá
modo más espléndido de probar.
Sobre las equipolencias no hay dificultad peculiar, sino que son
equipolentes según las reglas anteriormente descritas, a saber, “posible­
mente” y “contingentemente”, “no posiblemente” e “imposiblemente”,
“imposiblemente no” y “necesariamente”. Sin embargo, “no necesaria­
mente” se subalterna a “contingentemente” e “imposiblemente” . Y ,
por lo demás, cuáles son equipolentes y cuáles son opuestas, resulta
muy claro en acto ejercido en esta figura.
Pero, antes de pasar a las objeciones, doy importancia a notar que
ciertas modales, tanto compuestas como divididas, no contienen un
solo modo, sino dos. Com o si dices: “Pedro necesariamente es contin­
gentemente blanco”, “el caballo imposiblemente es contingentemente
hojmbre”, y también hay otras que son mixtas de compuesta y dividida,
como “que el ángel contingentemente se mueva es necesario”, “que
Dios necesariamente cree es imposible”; y el uso de éstas es muy útil
y el sentido es filosófico. E n las primeras, el primer modo modifica a
toda la oración tomada con el modo siguiente. D e manera que él sen­
LIBRO n i: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 287

tido de la primera es: es necesario que Pedro contingentemente sea


blanco, y el de la segunda: es imposible que el caballo pueda ser hom­
bre. Expliqúense así las demás.
Contra estas reglas, con las que se descubre la verdad o la falsedad
de las modales, hay algunos argumentos muy célebres, que han sido
tratados desde el principio por todos los escritores dialécticos, pero
nunca ajustadamente discutidos. Las cuales, por eso, serán juzgadas
bárbaramente si son preteridas por nosotros. En primer lugar, contra
la primera regla para descubrir la verdad de la proposición de pretérito,
se arguye. La proposición de inherencia de ésta: “Adán fue todo
hombre” fue verdadera alguna vez, a saber, “Adán es todo hombre”,
antes de que, a partir de la costilla de Adán, fuera formada y creada
Eva y, sin embargo, ella misma es falsa, como se colige por resolución
y por silogismo. Pues se sigue bien: “Adán fue todo hombre; luego fue
éste, y ése, y así de cada uno”. Pues ningún otro término parece ante­
riormente resoluble ahí. Pero el consecuente es manifiestamente falso.
Además, si Adán fue todo hombre, y Abrahán fue hombre, Abrahán
sería Adán, lo cual manifiestamente repugna. En cuanto a este argu­
mento, nótese que, así como los tiempos son tres, a saber, presente,
pretérito y futuro, así también la cópula es triple. Pero ciertamente
en los tiempos hay una distinción amplia. Pues el tiempo presente es
indivisible; pero el pretérito y el futuro tienen extensión y partes. Poi
lo cual, las cópulas extrínsecas “fue” p “será”, ya que importan estas
diferencias de tiempo, son resolubles. Al modo como (digo) “hombre”
tiene diversos supuestos en los que se resuelve, así “fue” tiene también
diversas partes de tiempo en las que pude resolverse, y por las cuales
supone, ahora determinadamente, ahora distributivamente. Luego en
ésta: “Adán fue todo hombre”, supone determinadamente. Por lo cual,
esa universalidad depende de la resolución de la cópula, y, antes de
que se resuelva, es necesario señalar el tiempo en que fue todo hombre.
Y, al ser asignado éste, consta que es verdaderísimo. Esta doctrina es
la causa de que esta consecuencia sea nula: “Sócrates fue no sabio,
luego no fue sabio”. E n la primera edad, de joven, era ignorante y
aprendiz, pero de viejo sabía. En el antecedente se dice que alguna
vez fue ignorante, y en el consecuente que siempre lo fue. Por eso,
argumentamos de un tiempo no distribuido a uno distribuido. Pero
en presente vale pasar de la afirmativa a la negativa cambiando el
predicado según lo finito y lo infinito (como lo insinúa Aristóteles en
288 TOMÁS DE MERCADO

el lib. II del Periherm eneias) , como “Pedro es no blanco, luego no es


blanco”. Esto supuesto, es fácil ver de qué manera no valen ni el des­
censo ni el silogismo.
Contra la segunda regla, tocante a la cópula de futuro, se arguye.
Ésta es verdadera: “esto no negro será negro”, más aún, ésta: “lo
blanco será negro”, y, sin embargo, su proposición de inherencia nunca
será verdadera, a saber, “lo blanco es negro”, y mucho menos la pro­
posición de inherencia de la primera: “esto no negro es negro” (en
cuanto que sus extremos son términos contradictorios), luego la regla
falla. Para la solución de esto, recuérdese que las proposiciones divi­
didas no se deben reducir inmediatamente a proposiciones de inheren­
cia, sino que sería necesario que precedan las resoluciones de los tér­
minos. Lo mismo se debe decir de éstas de tiempo extrínseco, a
saber, que no se han de exponer todas inmediatamente, sobre todo
(como lo hemos hecho notar) cuando el sujeto es un término con­
nota tivo. Pues debe resolverse en su significado material y formal así:
“esto es, o será, blanco; y esto será negro; luego lo blanco será negro”.
Pero “esto será negro” ya es inmediatamente reducible, y su propo­
sición de inherencia es verdadera. Así se disuelve la ambigüedad de la
segunda. Pero la primera, a causa del término infinito, todavía ofusca
un poco los ojos. Luego, nótese que, ya sea término finito, ya infinito,
se ampliará del mismo modo, si precede; o se restringirá, si va después.
Por lo cual, el sentido de ésta: ‘Ίο no blanco será negro” es que aquello
que ahora no es blanco, o después alguna vez será no blanco, será de
otra manera negro. Y el de ésta: “lo no negro será negro” significa
que aquello que no es negro, o que alguna vez no será negro, será
finalmente negro, lo cual puede muy fácilmente venir al uso, en cuanto
que, si Pedro es ahora blanco, el cual por algún accidente cambiará
de color, entonces lo no negro (como lo es al presente Pedro) será
negro. Por lo cual, mediante la cópula extrínseca, uno de los contra­
dictorios se verifica del otro. D e manera semejante en la restricción.
Como el sentido de ésta: “Pedro será blanco” es que alguna vez tendrá
blancura, así el de ésta: “Ildefonso será no blanco” es que alguna vez
no la tendrá. Por lo cual, si mañana es blanco, y después de tres días
es negro, ambas son verdaderas, a saber, “Ildefonso será blanco” y
“será no blanco”. Pero no se contradicen, porque en ambas el predicado
supone en orden al tiempo encenado en la cópula, y se verifica para
diversos instantes.
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 289

En tercer lugar, respecto de las mismas reglas. Ésta parece falsa:


“el alma del Anticristo necesariamente existirá”, pero su proposición
de inherencia será alguna vez verdadera: “el alma del Anticristo existe”.
Pues después de que haya sido creada, no podrá luego no ser, porque
el alma es incorruptible. Luego la regla falla, principalmente porque es
inmediatamente reducible. Este argumento introduce innúmeras y gra­
vísimas cuestiones, que deben ventilarse en orden a su exacta solu­
ción. A saber, que de los futuros contingentes en sí y en cuanto están
sujetos a la Divina Providencia, trataremos, así como de la naturaleza
del alma y de su inmortalidad. Pero se excluye el que discutamos esto
en el presente lugar. Sin embargo, respóndase brevemente que la pro­
posición del argumento tiene un doble sentido. El primero (y cierta­
mente el que suena más formal) es que el alma del Anticristo nece­
sariamente será creada, o hecha, o acontecerá (pues “será esto”, cuando
hablamos de las cosas no existentes, suena a los oídos como “será hecho
esto” ), y en este sentido es falsa. Pues no se hará o creará necesaria­
mente, sino libremente por la voluntad de Dios, el cual voluntariamente,
como le place y lo desea, crea todas las cosas. Y su proposición de
inherencia no será alguna vez verdadera, a saber, “el alma del Anti­
cristo necesariamente se crea o se produce”. Pero si se refiere a la
existencia del alma después de que haya sido creada, la misma modal
es verdadera, y también su proposición de inherencia. Pero todos los
argumentos que hemos aducido en contrario, hablan de la producción
del alma, y de su existencia, y pueden impedir la contienda, lo cual
confesamos ingenuamente. Pero ya dijimos que la proposición es falsa,
en cuanto que “será” incluye en esta oración la generación o la crea­
ción. E n segundo lugar, puede completamente concederse que la propo­
sición modal es falsa, y la proposición de inherencia será necesaria. Pues
lo que acontece en las cosas es necesario que acontezca en las oraciones,
pero la cosa pasa de lo contingente a lo necesario. Pues es contingente
que muchos existan; pero, una vez que existen, necesariamente existen.
Y a la réplica, a saber, que se rompe la regla, respóndase, primeramente,
que la regla se entiende en el sentido de que para que la modal sea
verdadera, hace falta que la proposición de inherencia sea necesaria.
Pero no al contrario: que si la proposición de inherencia es necesaria, ella
misma, por consiguiente, será necesaria al hablar en futuro. Cuando
la cosa ha de ser, no es necesaria, sino contingente. Y , en tercer lugar,
puede decirse que la proposición de inherencia no es necesaria de ma­
290 TOMAS DE MERCADO

ñera absoluta, sino por suposición, a saber, en el supuesto de que sea


creada; pero la regla se entiende en el sentido de que tendrá una pro­
posición de inherencia absolutamente necesaria.
Pero se replica. Ésta: “el alma de Pedro necesariamente existe” parece
falsa; y su proposición de inherencia, necesaria; lu ego. . . Se prueba la
mayor: Fue alguna vez falsa, luego siempre es falsa. E l antecedente
consta, porque antes de pasar cien años era falsa. La consecuencia se
prueba, porque la modal no puede pasar de falsa a verdadera, si (como
dicen los dialécticos) o es verdadera, o imposible, ninguna contingente.
Y , sin embargo, sería contingente, si antes fue falsa y ahora es verda-¡
dera. Los lógicos recientes usan este axioma, pero ciertamente no sé
de dónde lo sacaron. Pero, en primer lugar, esto no se entiende de las
modales mixtas. Como en las que hay cópula de implicación. Por ejem­
plo, “Sócrates, que es sabio, posiblemente es avaro”. Pues el “que es
sabio” no es modificado por el modo, y por eso puede ser falsa. Y
en esto hay que advertir que semejante cópula se coloca de tres mane­
ras; de una manera, por la parte del sujeto, como en el ejemplo; o por
la parte del predicado refiriéndose parejamente al sujeto, como “Juan
posiblemente es cuerpo, el cual es negro”. Y de ambos modos la pro­
posición se reduce, por razón de la cópula, a una copulativa, antes
que, por razón del modo, se prueba como modal. Como la primera
se reduce a ésta: “Sócrates posiblemente es avaro, y él es sabio”. E n la
reducción de la cual debe guardarse lo enseñado en el capítulo de la
suposición. A saber, que si el sujeto se distribuye, todo al mismo tiempo
con la cópula se ha de resolver en sus singulares. Como “todo hombre
que estudia imposiblemente es ignorante”. D e otra manera, se coloca
en la parte del predicado refiriéndose a él, y entonces siempre me ha
parecido más verosímil la opinión de que por el modo se amplía, y que
se considere todo como un predicado. Por lo cual, ésta: “Platón posi­
blemente es un animal que vive” es verdadera, aunque no disfrute
ahora de la vida, porque ahí “vida” se amplía al mismo tiempo que
“animal”. Luego, esa regla de los dialécticos no puede entenderse indis­
tintamente de todas las modales, ya que muchas son mixtas, sino sólo
de las puras. Estas cosas también ellos las aceptan, y yo añadiría que
hay muchas puras que no guardan este precepto. Pues se dan muchas
cosas que, antes de que se dieran, se consideraban imposibles, como
el que Dios se hiciera hombre. Pues ¿quién creería (como dice Isaías)
a nuestro oído y el brazo del Señor a quién se le ha revelado? Y tam­
LIBRO in : DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 291

bién se hacen otras cosas que, una vez hechas, son necesarias, cuyo
acontecer era contingente. Ese axioma parece nacido del error de Aris­
tóteles, quien consideraba que todo lo incorruptible era eterno, y todo
lo generable corruptible, a saber, que nunca había comenzado; pero
muchas cosas comienzan a ser y, una vez comenzadas, no acaban. Y mu­
chas tienen principio y nunca tendrán fin. Es semejante el que los
que definen lo necesario establecen que lo necesario es aquello que
siempre es, aunque no importe el que siempre haya sido, sino que basta
con que siempre será. Además, hay muchos grados de necesidad, y
discutirlos aquí sería transgredir los términos y límites de la facultad.
Por tanto, no es necesario defender la regla, sino que se sostenga la
naturaleza y la significación de los modos. Y , ya que estos modos signi­
fican la posibilidad, la imposibilidad y la necesidad de las cosas, y estas
cualidades se juzgan de una manera en ellas según el curso de la natu­
raleza, y de otra manera según la omnipotencia de Dios, el discurso
y el sentido en las diversas facultades y disciplinas es muy distinto y
variado sobre tales aseveraciones. Pues lo que el filósofo juzga nece­
sario, el teólogo lo asevera con verdad contingente y, al contrario, lo
que el teólogo reputa infalible, el físico lo juzga contingente. Y no es
de extrañar, pues siguen medidas diferentes. En filosofía, el movi­
miento del cielo es necesario, de manera que no puede estar quieto.
Así, el filósofo lo enuncia absoluta y verdaderamente. Porque en la
naturaleza de las cosas (que él escruta) no hay ninguna potestad que
impida el movimiento del cielo. E l teólogo, sin contradecir esto, asevera,
sin embargo, que sobrenaturalmente ese movimiento se puede interrum­
pir y cohibir. Además, que el Anticristo nacerá, el físico dice que es
meramente contingente; el teólogo, advertido sobrenaturalmente de su
nacimiento por el profeta —y esta profecía no puede fallar o falsifi­
carse—, según esta consideración dice que necesariamente nacerá. Así,
de las modales que importan la posibilidad y la necesidad de las cosas,
podemos hablar doblemente, a saber, filosófica y teológicamente. Pero
qué sea posible o qué imposible para Dios omnipotente, le es propio
enseñarlo a la facultad de teología. Y por eso, según mi sentencia, no
conviene que los dialécticos adopten este método, de manera que
juzguen las proposiciones promiscuamente según ambos sentidos. Deben
contentarse si conocen que algo sea naturalmente posible. Y no se les
oculte qué generalmente todos aceptan que Dios, óptimo máximo, y
autor de la naturaleza, puede actuar sobre el orden y las leyes de la
292 TOMÁS DE MERCADO

naturaleza todo aquello que no implica contradicción. Pero, hablando


naturalmente, lo necesario es lo que por las causas naturales no puede
ser de otra manera, y se refiere sobre todo al futuro. Por lo cual, si ya
no puede ser de otra manera, aunque hubiera podido hacerse antes de
otra manera, permanece necesario, Lo posible es aquello que por las
causas naturales puede ser. Lo imposible, lo que no puede hacerse.
Por lo cual, ésta: “Adán posiblemente vive” es verdadera, aun natural­
mente. No porque puede resucitar (pues esto es un milagro), sino
porque en verdad ha vivido (pues la modal se amplía al presente).
Luego, al argumento se niega que la modal, a saber, “el alma de Pedro
necesariamente existe” sea falsa porque ha sido falsa. Pues no se exige
esto sino que alguna vez haya de ser falsa.
E n último lugar se arguye. Ésta es verdadera: “Dios necesariamente
es creador”; y su proposición de inherencia es contingente; luego . . .
Se prueba la mayor: Creador necesariamente es Dios, luego Dios nece­
sariamente es creador, por conversión simple. Sobre todo si sostenemos
que lo necesario no amplía. Más todavía, aunque ampliara, vale:
“Pedro posiblemente es docto, luego docto posiblemente es Pedro”.
Para la solución de esto hay que advertir que estos modos en las dividi­
das (sea lo que fuere de la ampliación), ya que yacen entre el predicado
y el sujeto, denotan que el predicado conviene al sujeto con tal modifi­
cación. Con posibilidad (digo), o imposibilidad, o necesidad. Por lo
cual, siempre que algún predicado conviene a un sujeto posible o im­
posiblemente, también, a la inversa, el sujeto se dirá del predicado con
la misma restricción. Porque la modificación “posible” o “imposible”
es de tal condición, que es igual para ambas. Pero la necesidad no es
así; sino que acontece que esto convenga a alguno, como animal nece­
sariam ente compete al hombre, pero el hombre no necesariamente
compete al animal. Y , por eso, las proposiciones de posible y de imposi­
ble (a menos que ocurra algún impedimento) son convertibles, cuanto
es la exigencia del modo. Como ésta: “Dios posiblemente es ente” se
convierte en ésta: “el ente posiblemente es Dios”. Pero ésta: “Dios
posiblemente es todo ente” no se convierte, porque argumentaríamos
dé una universalidad incompleta y dépendiente a una completa y abso­
luta. Pues aunque dijeras: “todo ente que posiblemente es ente”, no
hay ninguna restricción, antes bien, hay ampliación. Entonces la dis­
tribución obsta para la conversión de un predicado dependiente. Pero
la proposición de necesario no se ha de convertir absolutamente, a me­
LIBRO IU : DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 293

nos que se transforme el predicado en sujeto con la misma modifica­


ción. Como “Dios necesariamente es creador; luego el creador, que
necesariamente es creador, es Dios” . Pero dices que en la misma modal
no se restringía “creador” por el creador de manera necesaria. Es verda­
dero en cuanto a la suposición, pero si se considera en tanto predicado,
ciertamente no se decía del sujeto, a no ser con necesidad, y debe
entenderse de manera restringida. Y esta relación se ha de expresar
más bien en la convertente que en la suposición. Aunque tales proposi­
ciones modales las más de las veces son más claras que sus convergentes.
Por tanto, al argumento, niéguese la mayor. Más aún, la modal es falsa,
porque Dios no crea necesariamente, sino libremente. Y se niega la
conversión (como es patente). Algunos han señalado un defecto de
pasar de lo ampliado a lo no ampliado por parte del término “Dios”
sin distribución. Pero en verdad el defecto de la ilación no proviene de
parte del sujeto, al cual da lo mismo ampliarlo o no ampliarlo, sino
de parte del predicado “creador”. Otros dicen que hay un paso de
lo apelado a lo no apelado; pero trataremos esto en el libro siguiente.
Así, ésta es falsa: “Dios necesariamente es creador”, y ésta es verda­
dera: “creador necesariamente es Dios”. Porque es necesario que el
creador sea Dios, pero no hace falta que Dios sea creador. Pues muy
bien puede Dios ser, como era desde la eternidad, y no creador; sin
embargo, no se encontrará un creador que no sea Dios.
L IB R O IV : D E LAS H IP O T É T IC A S Y LAS E X P O N IB L E S

C A P IT U L O I

DE LAS H IPO TETICAS

TEXTO

La proposición hipotética es aquella que tiene dos categóricas unidas


como partes principales suyas, por ejemplo “si el hombre corre, el
hombre se mueve”. Y se dice “hipotética” de “hypos”, que es “sub”
y “thesis”, que es “positio”, como si fuera “suppositio” o locución
supositiva, porque una de sus partes se supone a la otra. D e las proposi­
ciones hipotéticas, una es la condicional, otra la copulativa y otra la
disyuntiva.

LE C C IÓ N ÚNICA

Hasta aquí se ha desarrollado el tratado de las categóricas. Y , aunque


no esté terminado, ya que falta la discusión de las exponibles, con
derecho introducimos el tratado de las hipotéticas, porque la dificultad
de las exponibles —si alguna tienen— consiste en la exposición de su
sentido mediante hipotéticas; es decir, para que sepas con qué hipo­
téticas se expande cada exponible. Por lo cual, esto presupone necesaria­
mente el conocimiento de la hipotética. Pero prometo que el tratamiento
de esta materia no sólo será breve, sino que, a menos que a propósito
alguien se empeñe en extenderlo, no puede ser amplio. Bien sé que la
mayoría de los intérpretes la han editado no sólo extensa, sino más
bien inextricable, de modo que a los jóvenes les resulta de acceso espan­
table. Sin embargo, yo me esforzaré, en atención a su condición, para
que se diserte con pocas cosas. Pero su condición (según me parece)
es muy clara, y lo será para aquellos que han atendido a lo anterior.
Pues la hipotética (como se dice en el texto) no es otra cosa que dos
categóricas unidas. Qué cosa más clara de suyo, y qué cosa más obscura
296 TOMAS DE MERCADO

la han vuelto los intérpretes. Pues, apenas se propone esta definición


de las hipotéticas, en ese mismo instante todos lanzan mil objeciones.
Ésta es hipotética: “Pedro habla y Juan calla y Alfonso dormita”, y
no tiene dos, sino tres, y puede tener muchas más. E n segundo lugar,
no es necesario que sean proposiciones categóricas, pues a veces son
hipotéticas, como aquí: “si todo animal es sensible, y Pedro es animal,
Pedro es hombre, y al mismo tiempo es sensible”, donde las partes
principales son hipotéticas. E n tercer lugar, tampoco es necesario que
siempre sean proposiciones; basta que sean complejos preposicionales,
como “si Pedro discutiera, Pedro sería docto”. Pero esta definición es
doctrinal, e igualmente magistral; y, por eso, se ha de entender de un
modo sano. E n primer lugar, la diferencia radical entre estas dos
partes de la proposición es que la categórica se compone principal­
mente de sujeto, predicado y cópula (como consta por su definición),
éstas son sus partes principales; pero la hipotética no consta inmedia­
tamente de términos, sino de proposiciones, o (lo que se entiende como
igual al presente) de complejos preposicionales, los cuales se llaman
tales porque tienen verbo, y tienen semejanza de proposición. Así,
pues, los términos configuran a las proposiciones [categóricas], y éstas
a las hipotéticas. Por lo cual, ya nada debemos especular sobre las
cualidades de los términos: de qué modo suponen, se distribuyen, o
se amplían. Pero, ya que ésta es la naturaleza de la hipotética, docta­
mente dijo Pedro Hispano: “cuyas partes son dos” . N o porque sólo
ésas deban ser, sino porque se requieren muchas, y dos son aquellas
de las cuales primero se verifica el nombre “muchas”. Y tal vez porque
al menos deben ser dos, y las más de las veces no exceden este número.
Lo que sigue está insertado categóricamente, al igual que con gravedad
y con verdad. Pues en verdad muy frecuentemente las categóricas son
partes principales de una hipotética, y no otras hipotéticas. D e los
complejos preposicionales, ya hemos dicho que en este tratado se con­
tendrán siempre bajo el nombre de “proposición”.
En las hipotéticas sólo se considera la cualidad, según la cópula,
pero la cantidad de ninguna manera. Y a que ésta se especifica según
el sujeto, al cual no se atiende en ellas, como tampoco al predicado.
Por lo cual, la hipotética no se dice cuantificada, universal o particular,
sino que se dice cualificada, negativa o afirmativa. Pero la cualidad
(como lo hemos dicho repetidas veces) se colige de la cópula; y la
cópula hipotética no puede ser verbal, sino adverbial. Pues la cópula
une las partes; pero una proposición no puede predicarse formalmente
LIBRO IV: DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 297

de otra, y, ya que las proposiciones, formalmente tomadas, componen


la hipotética, resulta que no pueden conjuntarse con el verbo, el cual
sólo une el sujeto al predicado. Por tanto, las cópulas hipotéticas serán
las que sean aptas para unir y acumular oraciones, como "y”, “o”, “si”,
“porque”, y otras semejantes. Será afirmativa si tal cópula se afirma,
y negativa si se niega. Pero la negación es doble, una adverbial y otra
nominal. La primera tiene mayor eficacia y virtud, porque es más
absoluta y libre. La nominal (ya que necesariamente se adhiere a su
substantivo, o, si es substantivo, como “nadie” y “nada”, debe ser una
parte de su categórica) decae de la fuerza de aquélla, de manera que
sólo puede abarcar a la categórica. Pero la adverbial, en cuanto exenta
y absuelta de ataduras, no sólo recae sobre la hipotética, sino sobre
todo el discurso y argumento. Luego, ya que la cópula hipotética está
fuera de las categóricas, puede ser tocada por esa negación y puede
extenderse hacia afuera. Por lo cual, sólo por la adverbial se vuelve
negativa, pero no por la nominal, aunque haya ahí varias. Como “ningún
animal corre, y ningún león es caballo” es afirmativa, porque el “y”
se afirma. Pero no siempre la adverbial la niega, sino solamente cuando,
puesta al principio de la proposición, y tomada negativamente, recae
sobre toda ella; como en “no [es el caso que]: el caballo es animal y
el ángel es sensible”. Primera y principalmente se niega aquí la con­
junción de las partes mayores, no que el caballo sea animal, o que el;
ángel sea sensible, sino la coherencia de las partes, a saber, que no se:
dan la una y la otra. A semejanza de la categórica, donde el predicado,
que es la parte principal, se remueve del sujeto por la negación. P o r
lo cual, para que esa hipotética negativa sea verdadera, basta que la¡
copulación de las partes sea falsa. Com o ésta: “no: Dios es bueno·
y el demonio es óptimo” es verdadera. D ije como anotación en la regla:
que esto sucede cuando se toma como extendida hacia toda [la pro­
posición], porque también puede congruentemente, aun pronunciada
al principio de ella, tomarse como una parte de la primera categórica,
y entonces no se niega la hipotética.
Contra esto hay un doble argumento. E n primer lugar, ya que e l
todo es denominado por las partes, no puede hacerse que am ias partes:
sean negativas y toda la hipotética afirmativa. Por lo cual falsamente
aseveramos que ésta es afirmativa: “ningún animal corre y ningún»,
caballo es hombre”; tampoco, a la inversa, parece verdadero que toda-
ella sea negativa y no las partes, como ésta: “Dios es malo y el diablo-
es bueno”. En segundo lugar, se arguye: la negación no puede no ser
298 TOMÁS DE MERCADO

parte de alguna categórica, ya que la hipotética sólo tiene partes cate­


góricas. A lo primero se responde que a veces el todo tiene algunas
cosas que no tienen las partes (a no ser que digas que Pedro no es
hombre porque ni el alma es hombre ni el cuerpo es hom bre); y la
hipotética es copulativa, mientras que las partes no son copulativas,
sino copuladas. Así puede ser negativa sin que lo sean las partes, y a la
inversa. A lo segundo respóndase que la negación es parte de toda
la proposición, no de alguna parte, como también la cópula hipotética.
Algunos enseñan que también se vuelve negativa si la negación es
coherente a la cópula hipotética. Como “Pedro habla, no, y Juan res­
ponde”; pero ciertamente es una cópula bárbara; sin embargo, en la
dialéctica conviene enseñar lo que de manera sabia y erudita usemos
en disciplinas más serias. Pero ninguno de los filósofos se atrevería a
proponer ese barbarismo. Por tanto, es negativa cuando se profiere
al principio.
La hipotética tiene tres especies, a saber, condicional, copulativa y
disyuntiva; las cuales se hacen así. Ya que las partes de la hipotética
deben estar conexas y tejidas, si se conectan con la cópula “si”, será
una condicional. Como “si el hombre discute, el hombre habla”. Y si
lo hace por “y” o por otra equivalente, será copulativa, como “Platón
es un filósofo sobrehumano y Alcibiades es el valeroso jefe de los
atenienses” . Pero si lo hace por “o”, y otras disyunciones semejantes,
se llamará disyuntiva, como “Pompeyo fue arrogante o César fue tirano” .
'Contra esta distinción muchos arguyen de varias maneras. Pues las
proposiciones temporales, locales y relativas son hipotéticas, pero a
■ ellas no les conviene ninguno de estos miembros. Como en lo que dice
Sal ustio: “antes de comenzar, consulta; y, donde consultes, haz madu­
ramente la obra”, “donde apliques el ánimo, sé constante”, “cuando
hayas de hablar, medita las palabras”, “todo hombre es animal, el cual
es también racional”, y “brillando el sol, es de día” . E n segundo lugar,
todas las consecuencias son proposiciones, pues ciertamente se definen
por la oración. E n efecto, dijimos arriba que el argumento es una
oración y en el lib. V se define el silogismo como una oración, y, sin
embargo, sólo es una oración de indicativo, y significando lo verdadero
y lo falso.· Y ciertamente estas proposiciones no se contienen bajo
ninguna de ésas. Respondemos que todas las hipotéticas o son formal­
mente tales, o a ellas se reducen; Pues las proposiciones temporales,
locales y de ablativo se reducen fácilmente a la condicional. La de
cópula de implicación a la copulativa; o a la disyuntiva, si fuera nega­
LIBRO IV: DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 299

tiva, como lo enseñamos en el lib. II. Pero las consecuencias se reducen


a la condicional, la cual es a un tiempo proposición y argumento. Y
se responde, en segundo lugar, que principalmente trata aquí el autor
de las proposiciones relacionadas con las ciencias, en las cuales estas
tres especies son las más frecuentes, y las demás rara vez o nunca. Y
los argumentos en las disciplinas no se toman como proposiciones, sino
como el fin y objetivo délas proposiciones. Por tanto, así Pedro Hispano,
enfocando los ojos sabia y seriamente, dividió la hipotética en esas
tres especies.

C A PÍT U L O II

DE LA S CONDICIONALES

TEXTO

La condicional es a q u e lla en la que se unen dos categóricas por la


conjunción “si”. Como “si Pedro discute, Pedro habla” . Y la categórica
a la que se le antepone la conjunción "si” se llama antecedente, y la
otra consecuente. Para la verdad de la condicional se requiere que el
antecedente no pueda ser verdadero sin el consecuente, como “si
el hombre es, el animal es”. Por lo cual, toda condicional verdadera
es necesaria, y toda falsa es imposible. Para la falsedad de la condicional
basta que el antecedente pueda ser verdadero sin el consecuente, como
“si el hombre es, lo blanco es” .

LEC C IÓ N ÚNICA

El “si” por el que la hipotética se llama condicional se toma de muchas


maneras y en muchos sentidos. En primer lugar, de manera interroga­
tiva, como “si es lícito guardar el sábado”; en segundo lugar, de manera
promisiva, como “si sirves fielmente al rey, serás honrado por él”; en
tercer lugar, de manera condicionada, como “si asistes a los actos sagra­
dos, pon mucha atención”, y de otros mil modos. Y tratar de estas
acepciones no pertenece a los dialécticos, sino a los retóricos y juris­
peritos, con cuyas facultades tienen relación. Por lo cual hay un título
de las obligaciones y de los pactos, un título de las obligaciones de
las palabras, etcétera, donde se enseña exactísimamente qué es la pro-
300 TOMÁS DE MERCADO

mesa, la obligación, el pacto, y qué exige y postula su virtud y su


valor. D e otro modo se toma en sentido ilativo cuando, de una con­
dición puesta, se infiere algo, como “si el hombre discute, el hom­
bre habla”. Aquí el hablar se infiere de la discusión. D e este modo
versa sobre las condicionales el presente tratado. Pero, al modo como
más arriba redujimos muchas proposiciones a la condicional, así
ahora la misma condicional formal o explícita a veces es íntegra y per­
fecta, como “si para nosotros es de día, el sol ilumina nuestro hemis­
ferio”; y a veces rota y (por decirlo así) mutilada, como “el hombre
es sensible, si animal”. Ambas son condicionales, aunque la segunda
(tal como está) sea categórica, porque muy clara y fácilmente se reduce
a la hipotética y al aspecto de ilación. Por lo cual, hablaremos de
ambas bajo un mismo contexto, llamando “hipotéticas” a ambas.
Por lo tanto, la condicional es aquella en la que se unen dos cate­
góricas por la cópula “si”, que se modifica según el mismo tempera­
mento que la anterior. E n efecto, las partes pueden no ser proposi­
ciones, sino proposicionales, como “si Sócrates viviera, de otro modo
se gobernaría la república”, y pueden no ser categóricas, sino hipoté­
ticas. Pero, sean cuantas fueren, se dividen en dos: una será el ante­
cedente y la otra el consecuente. La primera es (como se dice en el
texto) a la que inmediatamente se une la partícula “si”; la otra es
el consecuente. Pues ya digas: “si el león corre, el león se mueve”,
o ya digas: “el león se mueve, si el león corre”, en ambas “el león
corre” es el antecedente. E n las cuales sólo se considera (com o hace
poco decía) la cualidad, no la cantidad. Y ciertamente es negativa
aquella en cuyo comienzo se profiere la negación, pero afirmativa si
no se profiere ahí, sean cuantas fueren las negaciones que se acumulen
después del signo de ilación. Como en ésta: “no: si el caballo es
animal, el caballo es insensible”. Y ésta es afirmativa: “si el hombre
no es ente, el hombre no es racional” . Y el sentido de la afirmativa
es que se infiera una cosa si la otra es; y el de la negativa sólo es que
no se sigue, esto es, que no se infiere que el caballo es insensible, si es
animal. Pero, ¿qué diremos de las condicionales partidas, por ejemplo,
“no: el hombre es animal, si es blanco”, o “no: el hombre es animal, si
blanco” (pues de ambos modos se parten, a saber, con la expresión
de la cópula o sin ella)? Ciertamente, que la posición de la negación
es mucho muy ambigua y dudosa. Pues, si se pone como parte de la
primera proposición, y no recae sobre la ilación, es una condicional
afirmativa; y el sentido es: si el hombre es blanco, no es hombre animal.
LIBRO IV: DE LAS HIPOTÉTICAS Y LAS EXPONIBLES 301

Pero puede recaer inmediatamente sobre la ilación, y entonces es nega­


tiva y significa que no vale que, si el hombre es blanco, el hombre
sea animal. Ahora bien, la condicional tiene dos cosas, a saber, que al
mismo tiempo es proposición y consecuencia. E n efecto, al mismo
tiempo aseveramos algo y, al aseverar, inferimos. Afirmamos ciertamente
sólo que vale la ilación, y, afirmándola, la ejercemos. Por ejemplo, “si
la quimera vuela, la quimera tiene alas” . Aquí no aseveramos ni que
vuela ni que es alada, sino tan sólo que vale el que, si vuela, tiene
alas. Por tanto, consta que la condicional afirmativa y verdadera nada
pone en la naturaleza de las cosas, por más que trate de cosas naturales.
Pues esa proposición es verdadera aun cuando en el orbe no existe
ninguna quimera, ni el vuelo, ni las alas. E n esto las condicionales son
completamente singulares: mientras que las demás proposiciones, tanto
categóricas como hipotéticas, son verdaderas o falsas por el hecho de
que la cosa es o no es, las condicionales tienen estas cualidades por el
hecho de que se siga bien o no se siga. Pero la razón de esta singulari­
dad es que, al ser proposición y consecuencia, su verdad no exige otra
cosa sino su validez. D e modo que en ella coinciden la verdad de la
proposición y la validez. Por lo cual, para la verdad de la condicional
afirmativa basta que se siga bien. Para su falsedad, que se infiera mal.
Y , a la inversa, para la verdad de la negativa, que se siga mal, y para
su falsedad, que se siga bien.
Pero, a fin de que conste cuán singular de las condicionales es esto,
adviértase que la argumentación es triple, a saber, racional, condicional
y causal (y ésta es la división del tercer modo de saber, o argumenta­
ción). La condicional ya ha sido definida. La racional es aquella en la
que el consecuente se infiere del antecedente mediante la partícula
“luego” o “por tanto”; como “el hombre es risible, luego es discursivo”.
La causal es aquella en la que el antecedente es la causa del conse­
cuente, como: “porque el ángel no tiene cuerpo, no ocupa lugar” .
E n esta ilación el antecedente es el que sigue inmediatamente a la
nota de ilación, ya preceda otra o no. Pues también en estas dos:
“porque el hombre es racional, es disciplinable” y “el hombre es disci­
plinable porque es racional”, siempre “es racional” es el antecedente y
“es disciplinable” es el consecuente. Pero la primera se llama racional
no porque las subsiguientes no sean obras de la razón, sino porque en
la racional resplandece y brilla más perfectamente la forma y naturaleza
del raciocinio. Pues razonar es pasar de una cosa conocida al conoci­
miento de otra, e inferir de lo conocido lo desconocido. Y ciertamente,
302 TOMAS DE MERCADO

si miramos atentamente, en ninguna otra consecuencia se infiere una


cosa de otra tan patente y formalmente como en la racional. La con­
dicional participa menos de esa propiedad porque no infiere de manera
absoluta, sino con una condición: si es verdadero el antecedente. Res­
pecto de lo cual, no alcanza ni con muchos esfuerzos la clara y expresa
forma de la consecuencia racional. Además de eso, la nota “si” no
expresa la fuerza de la ilación tan bien como las cópulas racionales.
La causal degenera tanto de la razón de consecuencia, que casi no es
consecuencia. Pues más bien indica que se da lo uno porque se da lo
otro (como que el hombre es risible porque es racional) y no tanto
que se infiere lo uno de lo otro. Más propiamente, se asevera que lo
uno es causa de lo otro. Además estas tres especies de consecuencia
son a veces buenas y a veces malas. Una consecuencia es buena en
cualquier especie, cuando el consecuente se deduce bien del antece­
dente; o, si se quiere expresar con un signo negativo, cuando algo no
puede ser de tal manera como se significa por el antecedente sin que
sea como se significa por el consecuente. Sin embargo, estas consecuen­
cias, además de ser esto, tienen también el ser proposiciones. Pero toda
proposición es verdadera o falsa. Luego en toda consecuencia, en cuanto
es cierta proposición, es necesario que se encuentre la verdad o la
falsedad. Y en esto difieren mucho las especies antes mencionadas.
Pues la condicional, para ser una proposición verdadera, no postulaba
otra cosa (como hemos explicado) sino el que sea una buena conse­
cuencia. La racional, además de la corrección de la ilación, exige la
verdad del antecedente y del consecuente. Como “el hombre es animal,
luego el hombre es sensible”, donde óptimamente se deduce y ambas
proposiciones son verdaderas. Pero ésta: “la quimera vuela, luego tiene
alas”, es ciertamente una buena ilación, pero es una proposición falsa,
ninguna de cuyas partes es verdadera. Ahora bien, se pregunta si, así
como en la racional se separa la bondad de la verdad, así también, al
contrario, la verdad de la bondad. Esto es, si se da una proposición
racional verdadera que sea una mala consecuencia. Se prueba la parte
afirmativa. Esta oración: “el hombre es sensible, luego el hombre es
blanco” es una argumentación detestable, pero una proposición verda­
dera. Pues, ya que toda ella es hipotética y sus partes son verdaderas,
igualmente toda ella obtendrá verdad. E n segundo lugar, está en modo
indicativo y significa que la cosa es tal como es, luego es verdadera.
Se responde negativamente. La razón de ambas no es igual. Pues en
éstas la verdad se tiene por añadidura. Y , por eso, así como se en­
LIBRO IV: DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 303

cuentra un animal no hombre y, en cambio, de ninguna manera un


hombre no animal; y un intelecto no discursivo, pero de ninguna manera
un discursivo no intelecto; así se encuentra una buena consecuencia
que no sea proposición verdadera, pero de ninguna manera la verdad
sin la bondad de ésta. Y me parece que esta razón es sólida, si esta
consecuencia es proposición afirmativa; pero ésta, para que sea verdade­
ra, necesita que las partes sean unidas con verdad por la cópula; y, así
como en la categórica exigimos que el predicado competa al sujeto,
así las partes de la racional principal deben ser coherentes. Pero esta
unión consiste en que la una se infiera correctamente de la otra. Así, no
basta que alguna de las partes sea verdadera aisladamente, sino sobre
todo que sean adecuadas entre sí. Por lo cual, es necesario que sea
una buena consecuencia. Además, toda cópula proposicional parece
importar el ser que es necesario que competa a la proposición afirma­
tiva. Pero el ser importado por la racional es la ilación. Luego, si la
proposición es verdadera, debe inferirse el consecuente bien y correcta­
mente. En cambio, en las negativas es fácil que se dé el que la proposi­
ción sea verdadera y la consecuencia sea mala. Pues, si alguna conse­
cuencia es mala, negada, es una proposición verdadera. Como si dices:
“n o: Pedro es blanco, luego es músico”. Sin embargo, no es usual que
las negaciones en semejantes proposiciones se entiendan como reca­
yendo sobre toda la consecuencia.
Por su parte, la causal, para ser verdadera, en realidad sólo postula
que sea una buena consecuencia. Y , para que sea tal, exige que tanto
el antecedente como el consecuente sean verdaderos y, además, que el
antecedente sea la causa del consecuente. Pues la ilación en la causal
consiste justamente en que una cosa sea causa de otra. En efecto, no
de otra manera se infiere de lo racional lo risible, sino aseverando que lo
uno efectúa lo otro. Luego, para que la causal sea verdadera, es necesa­
rio que el antecedente sea la causa del consecuente. Pero el antecedente
no puede ser la causa, ni el consecuente el efecto, a menos que ambos
sean verdaderos. Pues los dialécticos deben presuponer que el efectuar
no conviene sino a lo verdadero. Y por eso, aunque muy exactamente
digamos que para la verdad de la causal basta la bondad de la conse­
cuencia, sin embargo, en esto se incluye tanto la verdad de ambas
partes como la causalidad del antecedente. Lo cual en las condicionales
de ninguna manera se requería. Tampoco, digo [se requería] la verdad
de las partes, como en la racional; ni la causalidad, como en ésta. Por
lo cual, es un privilegio muy singular suyo el que baste para su verdad
304 TOMÁS DE MERCADO

la bondad de la dación. D e lo cual se infiere que hay cierta reducción


no recíproca entre esas consecuencias. La buena consecuencia causal
(en cuanto que postula muchas cosas) será una buena racional; asi­
mismo, la racional será una condicional buena y verdadera; pero no
procede a la inversa, como se colige fácilmente de la oración y se
discierne en el ejemplo.
Hasta aquí hemos tratado de la verdad y la falsedad de la condicional
y hemos expuesto con breve discurso lo que se requiere para una y otra.
Pero, ¿qué se requiere para que sea necesaria, contingente o imposible?
Algunos varones, y ciertamente adelantados en doctrina, consideran que
si la condicional es verdadera, es necesaria; si es falsa, imposible; y
que ninguna es contingente. Y la razón que arguyen es que la verdad
de la condicional es la bondad de la consecuencia, y que la bondad de
la consecuencia es la necesidad. La consecuencia buena, digo, es nece­
saria. Por lo cual, como se dice en el proverbio, la consecuencia que
una vez es buena, siempre es buena. Luego, si siempre es buena, siempre
será verdadera y, por consiguiente, necesaria, Pero si la consecuencia
es mala, siempre será tal y, por ello, será imposible. Pues la proposición
imposible es aquella que nunca deja de ser falsa ni puede dejar de
serlo. El autor ha seguido en el texto muy claramente esta opinión. Yo
m e contentaré si puedo libremente suscribir y sufragar su opinión. Pero,
adviértase que la bondad de la consecuencia es múltiple (como también
ellos mismos lo adm iten). Unas son formales, las que valen en sí mis­
mas y dondequiera; otras son probables y tópicas, las que se instan
[ = objetan], y también se reciben como añadidura de las buenas. Y
se confirma: la condicional no sólo se construye en cuanto a cosas
universales, sino frecuentemente también en cuanto a cosas singulares,
donde no puede haber tanta evidencia e infalibilidad. Como ésta: “si
Pedro estudia, será docto”. Pedro puede estar dotado por naturaleza
de tal ingenio que sea una consecuencia muy probable y, sin embargo,
puede fallar. Yo considero contingentes a semejantes condicionales, en
cuanto que en la razón de consecuencia (ya que se consideran buenas)
no son tan infalibles, sino muy probables y plausibles. Más aún, los
lugares tópicos muy frecuentemente son sólo probables. Y ciertamente
■ es admirable que haya muchísimas consecuencias racionales entre estas
no necesarias y que no se admita que haya condicionales. Por tanto,
yo, si me es lícito oponerme y reclamar a varones tan graves, filosofaría
así: Si la bondad de la ilación fuera muy probable, la juzgaría contin­
gente; pero si es incontaminable e inviolable, necesaria. Con todo, acerca
LIBRO IV: DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 305

de la falsedad exactamente se enseña que, si es falsa, es imposible. Pues


la consecuencia mala es aquella que ni es inevitable ni muy eficaz. Por
lo cual, nunca será buena, y, por consiguiente, será imposible. Y quizá
también piensen lo mismo sobre el asunto los anteriores. Pues, aunque
digan que la proposición verdadera es necesaria, así como nosotros
encontramos grados en la bondad, así también ellos los encuentran
en la necesidad y tienen que admitirlos. Y llamarán proposición nece­
saria a la que es muchas veces verdadera, aunque falle unas pocas veces.
Y tal debe ser por lo menos toda buena consecuencia. Pues, si frecuen­
temente y a menudo se infringe, es réproba.
No hace falta discutir en particular sobre las equipolencias y oposi­
ciones de las condicionales. Pues, en primer lugar, en cuanto a la equi­
polencia, no conviene que toda condicional tenga equipolente (como
ya se trató al hablar de las equipolentes). Ya porque es consecuencia, ya
porque no necesita este género de argumentación ni probarse por las
convertentes. Pero tendrá contradictoria, si se propone la negación de
la afirmativa o se quita la de la negativa. Y esta contradicción sola­
mente se dará en cuanto a la ilación: una afirma que se sigue, la otra
elimina la secuela.
Contra lo que se ha dicho, a fin de volverlo más claro, se arguye. Ésta:
“la quimera, si vuela, tiene alas”, es una buena consecuencia y una
proposición falsa. Pues, si la argumentación es buena, y el consecuente
es falso, el antecedente es falso, y, por consiguiente, no habrá ahí nin­
guna verdad. Pues, ¿dónde se significa la verdad, sino en la composición
y la división?; pero ahí no hay ninguna otra composición sino la del
antecedente y el consecuente; luego . . . Y se prueba la menor, porque
los términos no suponen. E n cuanto a este argumento, nótese, en pri­
mer lugar, que en las condicionales no se debe tomar en cuenta ninguna
razón de la suposición de los términos, pues esto sólo ayuda a la verdad
o a la falsedad de las categóricas. Por lo cual, donde no se exige ninguna
verdad o falsedad de las categóricas, mucho menos influye la suposición
o la no suposición. Sólo se debe atender a la bondad de la consecuencia.
Y esto que se dice acerca de la suposición de los términos no es tan
peculiar de la condicional, que no convenga nunca a las copulativas
y a las disyuntivas. De las cuales se dan muchísimas afirmativas [verda­
deras] sin la suposición de los términos simples, y muchas que incluso
son falsas con ella. Como ésta: “Adán no está en el limbo y el Anti­
cristo no estuvo antes en él” es verdadera, y en ella los términos no
suponen; y ésta es falsa: “E l hombre es piedra y el león es capaz de
306 TOMÁS DE MERCADO

relinchar”. Nótese, en segundo lugar, que, aun cuando el consecuente


y el antecedente sean falsos, toda la proposición es verdadera, signifi­
cando que uno se sigue del otro. Pero esta verdad de toda la oración
se importa en la composición.
En segundo lugar, la segunda parte de esta copulativa: “algún animal
es, y si tú eres ese mismo, tú eres caballo” es una buena consecuencia.
Pues no podrá el antecedente ser verdadero si no lo es el consecuente,,
y, sin embargo, muchas veces falla. En efecto, si bajo el antecedente del
relativo singularizas un caballo, es verdadera la segunda parte, y si un
león, es falsa. Y ambas, aunque se muestre, ya que se toma por ambas.
Discuten los dialécticos si el relativo recíproco, puesto como antece­
dente, se puede referir en la otra categórica. Y , si refiere, depende de
él también en la acepción. Pero nosotros ya dijimos en el Lib. II que el
recíproco nunca traspasa los límites de su categórica. Y , aunque se admi­
tiera eso, no por eso se da una condicional buena y falsa. Pues siempre
que una consecuencia sea buena, no de otra manera tendrá verdad. Sólo
se concluye que es una condicional contingente. Pero el relativo recí­
proco bien puede tomarse de manera no recíproca. Y entonces da lo
mismo decir una cosa que otra. Y en este sentido puede proceder el
argumento. Al cual se responde que esa consecuencia es mala e impo­
sible, porque no tiene ni aspecto ni apariencia. Ya que todo lo que
señales bajo “animal” siempre se referirá al animal que es. Todo lo
que tiene de genuino “si tú eres animal” debe ser un caballo, máxima­
mente porque también finges que sólo existe el caballo. Pero, aun así,
no se sigue bien, porque basta que el respondiente pueda asignar muchas
instancias a eso, y las asignará (como lo ves) a millares.
Además, si la condicional es una proposición verdadera, se darán
proposiciones contradictorias que no sean de cualidad opuesta. Pues
aquí: “si el caballo es animal, el caballo es sensible” y “aunque el caba­
llo es animal, no es sensible” se contradicen; sin embargo, ambas son
afirmativas. Pues se dan dos condicionales contrarias y dos subcontra­
rias; luego en éstas se tiene la razón de la suposición y de la cantidad
de los términos. E l antecedente es claro. Éstas parecen contrarias:
“si todo caballo es blanco, y Brúñelo es caballo, Brúñelo es blanco”
y “si ningún caballo es blanco, y Brúñelo es caballo, Brúñelo no es
blanco”; y éstas son subcontrarias: “si el ángel se mueve, y Rafael
es ángel, Rafael se mueve” —“no: si todo ángel se mueve, y Rafael es
ángel, Rafael se mueve” . A lo primero se ha de responder que no
es inconveniente en esta materia lo que se infiere. Pues, ya que en la
LIBRO IV : DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 307

afirmativa se asevera la secuela, de cualquier manera que se niegue


tal ilación, surgirá su contradictoria. Sin embargo, en verdad esa adver­
sativa no deja de ser, de cualquier manera, negativa. Pues el “aunque . . .
no” es una negación formal. Y así se niega que no son suficientemente
opuestas en cualidad. A lo segundo, no necesariamente son contrarias,
sino que son disparatadas. E n efecto, ya que significan la bondad de
la consecuencia, no pueden oponerse sino en cuanto a la afirmación o
negación de la secuela. Por lo cual, la primera: “si todo caballo es
blanco, etcétera” es buena consecuencia, siempre y cuando la cópula no
se absuelva del tiempo. Pues, si en la mayor está de manera accidental
y en la menor de manera natural, nada vale. También la negativa es
proposición verdadera y buena consecuencia, por lo cual no son con­
trarias. Respóndase así a lo segundo.
E n último lugar se arguye contra el fundamento de esta materia, a
saber, contra el que la condicional sea igualmente consecuencia y pro­
posición. Pues se seguiría que la consecuencia debería decirse verdadera
o falsa, ya que es proposición, y ésta reviste naturalmente esas cualida­
des. Se confirma: La proposición es el género y la quididad de la
consecuencia. Luego, si la proposición necesariamente es verdadera o
falsa, también la consecuencia estará sujeta a esos predicados. Todos
en todas partes niegan que la consecuencia deba llamarse verdadera, y
dicen que debe llamarse buena, por más que la proposición pertenezca
a la naturaleza de la argumentación. Porque la esencia de la conse­
cuencia es inferir correctamente, pero tal cosa es muy diversa de la
verdad, y por ello se niegan las razones que se han objetado. Pues
no vale: “si el movimiento es de la esencia de la acción, todo lo que
se predique del movimiento se predica igualmente de la acción” . Pues
el movimiento es pasión y la acción no es pasión; y el término es
voz, y la voz es aire, pero el término no es aire; y así se aducen muchas
otras instancias verdaderas.
Aunque cada una de las condicionales sean consecuencias íntegras,
constituyen ciertas argumentaciones racionales, de donde dimanan dos
útiles lugares argumentativos. E l primero es: de toda la condicional
afirmativa, con la afirmación del antecedente, a la afirmación del con­
secuente, es óptima deducción. Como “si el hombre corre, el hombre
se mueve; pero el hombre corre; luego el hombre se mueve”. La afir­
mación del antecedente es la subsumción del mismo tal como está
intacto en el condicional. Así, si fuera una proposición negativa, se
subsume tal cual es. Como “si ningún hombre es músico, Pedro no
308 TOMÁS DE MERCADO

es músico; pero ningún hombre es músico; luego tampoco Pedro”. E l


segundo lugar es: de toda la condicional afirmativa, con destrucción
del consecuente, a la destrucción del antecedente, bien se infiere. Como
“si la blancura es color, la blancura es cualidad; pero ninguna blancura
es cualidad; luego ninguna blancura es color”. Destruir el consecuente es
subsumir su contradictorio, o a él mismo con la negación de la pro­
posición; pues suficientemente se destruye por ella.
Hasta aquí la doctrina de las condicionales, con ocasión de la cual
también hemos tratado de otras especies de argumentación. Estimo
que haré algo conveniente si enseño algunas reglas acomodadas y muy
útiles para todos los géneros de argumentar. Bien sé que será necesario
que los dialécticos las usen. Y he cuidado de insertarlas aquí, porque,
expuesto el discurso de las modales, me parece que serán más fáciles
de entender y de explicar. Y estas reglas no se dan tanto para conocer
la bondad de la consecuencia, cuanto para conocer la verdad, la fal­
sedad, la necesidad y este tipo de cualidades de las partes, a saber, del
antecedente y del consecuente. Para cuya introducción considérese
atentamente que, así como la naturaleza del hombre es discurrir y
pasar de lo conocido a lo desconocido (lo cual ejerce por medio de
oraciones), así necesariamente la propiedad de las proposiciones es o
que ellas mismas puedan inferir, o ser inferidas de otras. Pues, si las
proposiciones no dependen entre sí por composición o por repugnancia,
no tienen respecto mutuo, ¿por qué camino, por qué trámite podrá el
intelecto deducir unas de otras si una no es el camino o el medio
o el fin de la otra? Ciertamente, a menos que se relacionen entre sí
con algún nexo o necesidad, lo cual dimana firme e inevitablemente
de las mismas naturalezas de las cosas referidas. Pues todas concuerdan
con admirable concierto, todas se ayudan. Algunas son mutuamente
adversarias. Ninguna cosa ha nacido para sí misma de modo que no
tenga cierto negocio con muchas, más aún, con todas, según cierto-
orden. Luego, ya que las proposiciones y las voces son por completo
signos de las cosas, es necesario (lo cual enseñó Aristóteles antes de
nosotros) que se encuentre en las oraciones lo mismo que encontramos,
en las cosas. A saber, que su verdad, falsedad, etcétera, no sólo sean
patentes por ellas, sino que se puedan captar por las demás proposi­
ciones que se infieren de ellas o las anteceden. Por tanto, para conocer
con qué arte e ingenio se hace cada una de estas cosas, añadimos estas
reglas. Y de ellas resulta patente cuánta es su utilidad y con cuánto-
esfuerzo la inteligencia ha de buscarlas. La primera cualidad sea la
LIBRO iv : DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 309
verdad; la segunda, la falsedad; la tercera, la contingencia; la cuarta,,
la posibilidad; la quinta, la necesidad; la sexta, la imposibilidad.
La primera regla es: D e lo verdadero no se sigue sino lo verdadero.
Una proposición verdadera sólo infiere otra verdadera. D e modo que,
si la consecuencia es buena, y el antecedente es verdadero, el conse­
cuente será verdadero. Por esta regla se tiene qué origina la verdad y
qué no puede originarla. Acerca de la cual se da como un principio
inamovible, y entre los dialécticos siempre celebrado, el que es impo­
sible, en una buena consecuencia, que el antecedente sea verdadero
y el consecuente falso. Lo cual se funda en la primera regla, que enseña
que es necesario que, si el antecedente es verdadero, el consecuente
habrá de serle correspondiente. Y su uso en la dialéctica es múltiple
y variado; a saber, para mostrar la verdad de la proposición, infiriéndola
correctamente de otra que sea verdadera de modo más manifiesto, y
para descubrir la maldad de la consecuencia. Pues, si el antecedente
es verdadero y el consecuente falso, se argumenta suficientemente sit
incorrección. Pero, aunque de lo verdadero sólo se infiera lo verdadero,
sin embargo, puede inferirse de lo falso. Por lo cual, aunque la conse­
cuencia valga, y el consecuente sea verdadero, nada se colige acerca
del antecedente. Pues podrá ser falso, o verdadero, o imposible. Por
ejemplo, esta. proposición verdadera: “Pedro es animal”, se colige de:
esta verdadera: “Pedro es hombre”, y de esta falsa: “Pedro es caballo” .
Acerca de lo falso, al contrario, se establece la segunda regla: Lo
falso no se sigue sino de lo falso, aunque de él mismo pueda inferirse
lo verdadero. La proposición falsa (digo) sólo se puede inferir de otra
semejante. Por lo cual, si la consecuencia vale, y el consecuente es-
falso, el antecedente debe ser falso. Y la razón de esto manifiestamente
se colige de la regla anterior. Pues, si el consecuente es falso y el ante­
cedente es verdadero, ya del antecedente verdadero no se seguía lo ver­
dadero; y, así, es necesario que el antecedente sea falso si el consecuente
está rociado de falsedad. La utilidad de esta regla es semejante, y se-
aplica tantas veces cuantas lo hace la anterior, a saber, para probar
la falsedad de la oración, porque de ella se deduce algo más claramente
falso; y, para manifestar el defecto de la consecuencia, ella misma se
quiebra, siendo falso el consecuente y verdadero el antecedente.
La tercera regla es sobre lo contingente y lo posible: De ellos soló­
se sigue lo contingente o lo posible, pero no lo necesario ni lo imposible.
Esto, si vale la ilación. Pues (como es evidente) en todas las reglas se
preceptúa y se requiere la bondad de la consecuencia; y, si el antecedente:
310 TOMÁS DE MERCADO

es contingente o posible, el consecuente será igual. Hablamos del ante­


cedente que sea sólo posible, y no simultáneamente necesario; La razón
de la regla es que, si el antecedente fuera contingente o posible y, por
consiguiente, pudiera ser verdadero, también el consecuente sería impo­
sible, y a veces el antecedente sería verdadero y el consecuente falso.
Sin embargo, es verdadero inferir lo contingente .y lo posible de otros
muy desemejantes. Por lo cual, si el antecedente es contingente, se
prueba que el consecuente también es contingente, y no al contrario:
si el antecedente es contingente, también el antecedente. Como “todo
en te necesariamente es Dios, luego todo ente es Dios”, el consecuente
es contingente y el antecedente imposible. Y vale la consecuencia de
una proposición necesaria a una de inherencia, aunque no sea inmedia­
tam ente reducible. Pero, en cuanto a esto, sea la cuarta regla: Lo con­
tingente no puede seguirse de lo necesario, pero puede seguirse lo
posible. Por ello aquí no tratamos de la contingencia como se hace
en las modales, sino en su sentido más divulgado, como aquello que
puede ser y no ser. Y la prueba es que, si el antecedente fuera nece­
sario y siempre verdadero, pero el consecuente contingente y capaz
de falsedad, podría darse un antecedente verdadero y un consecuente
falso. En cambio, no hay ningún inconveniente en que se infiera lo
posible, en cuanto que es subalterno a lo necesario. La quinta regla
es: Lo necesario no infiere sino lo necesario, pero puede seguirse de
lo no necesario. Por lo cual, si la consecuencia es buena, y el antece­
dente es necesario, el consecuente es necesario, pero no al contrario.
La primera parte consta por la razón común y cuantas veces se repita. La
segunda también con ejemplos, como esta necesaria: “el hombre es
animal” se sigue de una imposible: “todo hombre es caballo, luego
el hombre es animal”, y de una contingente: “todo animal es hombre,
luego el hombre es animal”, y de una necesaria, como: “todo hom­
bre es sensible, luego el hombre es animal” . La sexta regla es sobre
lo imposible: Lo imposible no se infiere sino de lo ..imposible, aunque
él mismo puede inferir también lo posible, lo contingente y lo necesario.
Así, si la consecuencia es buena, y el consecuente imposible, también
se concluye el antecedente como imposible, Pues, si el consecuente es
perpetuamente falso, y el antecedente puede alguna vez ser verdadero
(y lo podría si no fuera imposible), se dará finalmente un antecedente
verdadero y un consecuente falso, lo cual es más imposible. Pero la
segunda parte de la regla consta por el uso frecuente, y nosotros ya
l a c e poco lo hemos ejercido, cuando de la posible dedujimos lo nece­
LIBRO IV: DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 311

sario. Juzgo que acerca de estas reglas se debe considerar que cuando
se asevera que lo necesario infiere lo necesario y que lo imposible se
sigue sólo de lo imposible, no se entiende que cualquiera lo hace a
partir de cualquiera. Como no de cualquier falsa se sigue esta falsa:
“Pedro no es blanco”; basta con que una infiera a otra u otras dos que
sean compatibles con su materia. Como ésta: “todo animal necesaria­
mente es hombre”, que es imposible, inferirá ésta: “el caballo necesa­
riamente es hombre” y otras semejantes. Pero de ningún modo pro­
ducirá ésta: “la quimera es piedra”. Así, una proposición verdadera
infiere otra verdadera, pero no todas las verdaderas; una falsa se infiere
de otra falsa unida a ella con algún nexo, y no de cualquier falsa; una
imposible originará dos o tres semejantes, pero no todas las imposibles.
Por lo cual, no filosofan correctamente los que opinan que de una
proposición imposible se sigue cualquiera, a saber, cualquier verdadera,
cualquier imposible, cualquier necesaria. Pero confirman esta opinión
con dos argumentos. E l primero: que es buena consecuencia aquella
en la cual no puede darse un antecedente verdadero y un consecuente
falso; pero si el antecedente es imposible, no podrá verificarse; así,
toda consecuencia con antecedente imposible es buena, en cuanto que
no puede instarse a ella. Com o “la quimera corre, luego el hombre es
animal racional”. Y (d icen), si te parece mala, insta. Consiguientemente
también opinan que es buena la ilación siempre que el antecedente
contiene necesidad. Porque entonces no se falsificará. E l segundo: mez­
clando los lugares argumentativos, deducen su intento. ¿Qué cosa más
disparatada y alejada de ésta: “el vacío se da en la naturaleza de las
cosas” que ésta: “el león es capaz de rugir”? Y , sin embargo, se infiere
así: Supuesta la primera, entonces se da un espacio no repleto en el
cuerpo, o el león es capaz de rugir (procediendo de una parte de la
disyuntiva a toda ella), pero no se da un espacio no repleto; luego
el león es capaz de rugir. D e modo que con razón te admirarás de
que varones tan graves aduzcan y queden persuadidos por razones tan
débiles en una cosa tan adversa a la razón. E n primer lugar, para una
buena ilación no es suficiente que el antecedente no pueda ser verda­
dero sin el consecuente, si esto le acontece al consecuente, separado
del antecedente, por otras causas; a saber, porque él mismo es de suyo
necesario, o el antecedente es imposible. Más bien, conviene que la
posición del consecuente se haga porque la cosa es tal como es signi­
ficada por el antecedente; para que con este vínculo ambas partes
se unan. De modo que, así como la proposición es verdadera porque
312 TOMAS DE MERCADO

la cosa es o no es, así el consecuente se deduzca de la posición del


antecedente. Por lo cual Pedro Hispano definió de esta manera al
silogismo: es la oración en la que, puestas y concedidas ciertas cosas,
es necesario que suceda otra cosa en virtud de aquellas que han sido
puestas. Por ello el fundamento de esos otros autores se descubre como
falaz, ya que no postulan ninguna conjunción ni relación entre estas
partes. Esto se confirma por las cosas que no tienen entre sí ni con­
veniencia ni repugnancia. En efecto, es imposible que las proposiciones,
que son signos de las cosas, tengan tanta proximidad como la que
se da entre el antecedente y el consecuente. Ya que toda relación entre
oraciones y términos surge de las cosas mismas. Pues, ¿qué términos
serán contrarios o contradictorios, qué oraciones serán repugnantes,
sino las que expresan cosas opuestas? E n segundo lugar, si una pro­
posición necesaria puede deducirse de cualquiera, todo el trabajo pos-
teriorístico y toda esa arte que ha sido tan apreciada hasta ahora
por los eruditos, dejará de buscar laboriosamente qué se infiere de
qué, pues puede inferirse de cualquier cosa. Y se confirma: en la
consecuencia válida el asentimiento del antecedente es la causa del
asentimiento de la conclusión (pues las premisas son la causa del con­
secuente); luego tanto se infiere mal una proposición de otra cuanto
el asentimiento de las premisas produzca menos el asentimiento de la
conclusión. Y ciertamente, si son completamente disparatadas (lo cual
se ve fácilmente por la m ateria), de ningún modo se producirá. Pues
todo agente produce algo semejante a él mismo. Así, la proposición
antecedente sólo lleva a asentir a lo que está conectado con ella. Por
tanto, al primer argumento se niega la mayor, a saber, que no puede
bastar el que se inste a la consecuencia, a menos que la repugnancia
dimane de la conexión de las mismas partes. Concédase el segundo
argumento, pero nada se colige de él; ya que no se sigue de esa impo­
sible, sino de otra proposición inferida. Y este modo de argumentar
se explicará en seguida. Por tanto, si (como enseña doctísimamente
San Agustín) sostenemos que la dialéctica no ha sido compuesta según
el antojo, sino que se ha encontrado en la razón de las cosas, tendremos
también el mismo juicio sobre las proposiciones y sobre las cosas, y
veremos patentemente qué congruente persiste nuestra opinión con la
verdad.
D e estas reglas se siguen dos corolarios, o, más bien, dos lugares
argumentativos no menos útiles o universales que los anteriores. El
primero es: Todo lo que se sigue del consecuente de una buena con­
LIBKO iv : DE LAS HIPOTÉTICAS Y LAS EXPONIBLES 313

secuencia, se sigue del antecedente. Como si dices: “Platón es hombre,


luego es animal”, de esto se sigue: “luego es viviente”, y de esto: “luego
es cuerpo”; el consecuente de la segunda argumentación se infiere del
antecedente de la primera, y también el último inferido se sigue del
primero. Y esto no se hace raramente, a saber, después de muchas
consecuencias intermedias, volver a deducir lo ultimó a partir de lo
primero. Como si, después de los mencionados discursos, coligiéramos:
“luego de lo primero a lo último”, esto es: “Pedro es hombre, luego
Pedro es cuerpo” . Pero el lugar argumentativo de lo primero a lo último
postula necesariamente que el antecedente de la ilación subsiguiente
sólo sea lo que haya sido el consecuente de la anterior. Pues si se
inserta subrepticiamente algo nuevo, por razón de eso se detendrá la
consecuencia inmediata, y así no será lícito volver a lo primero. Como
si procedes: “Sócrates camina, luego se mueve o está quieto, después se
mueve o está quieto, pero no se mueve, luego está quieto”; sin em­
bargo, ya que no es lícito colegir esto último, a saber, la quietud a
partir del movimiento, que era lo primero, en esto delinquía el discurso
de los lógicos que examinábamos en el párrafo anterior. Esta regla es
tan evidente que no necesita prueba. E l segundo lugar argumentativo
es un apéndice suyo: Todo lo que repugna al consecuente de una
buena consecuencia repugna igualmente al antecedente. Por lo cual, es
un signo infalible de la bondad de la ilación si del contradictorio del
consecuente se sigue el contradictorio del antecedente. Lo cual usan
los dialécticos de manera a la vez frecuente y útil para muchas cosas,
máxime cuando el argumento se construye con negativas. A las cuales,
por gracia de la claridad y con justa razón, suelen regularlas por las
afirmativas.
Contra la segunda parte de la primera regla se arguye: E l antece­
dente es la causa del consecuente, pero lo falso no puede ser la causa
de lo verdadero, luego de lo falso no se sigue lo verdadero. Máxime
porque (como lo hemos expuesto) del hecho de que la cosa es tal
como se significa por el antecedente se infiere el consecuente; pero
lo falso nunca existe; luego no puede suscitar lo verdadero, que sí
existe. Este mismo argumento milita en contra de casi todas las reglas.
Para cuya solución adviértase que, según el axioma de los filósofos, la
causa de una cosa es doble: una lo es del ser, otra lo es del conocer,
y no siempre coinciden. Más aún, frecuentemente se distinguen. Por
ejemplo, la causa por la cual el hombre es risible es que es capaz de
admiración y, sin embargo, muchas veces por la misma risa se conoce
314 TOMÁS DE MERCADO

que es risible; pero ella no hace que el hombre sea risible, sino que más
bien se ríe porque es risible. He aquí que la admiración es la causa del
ser. de la risibilidad, y la risa es la causa del conocer de la misma. Pero
el antecedente, en cualquier argumentación eficaz, no es universalmente
la causa del ser del consecuente. Pues no es necesario que siempre se
argumente a partir de las causas: muchas veces argumentamos a partir
de los efectos, como en “el fuego calienta, luego es capaz de calentar”.
Sin embargo, siempre es la causa del conocimiento del consecuente.
Luego respondemos que lo falso no puede ser la causa del ser de lo
verdadero pero puede ser la causa del conocer del mismo, y lo imposible
ayudará a conocer lo necesario. Por lo cual, ya que se admite que todas
las reglas son subsiguientes de la primera (como fue evidente), con
la solución de esta objeción se entienden mejor todas las demás.
Contra la quinta regla se arguye: es válido “el hombre es animal,
luego el animal es hombre”, por conversión simple; y, sin embargo, el
antecedente es necesario y el consecuente es contingente. Pues al ani­
mal no le conviene esencialmente el ser hombre, sino accidentalmente;
ya que, si fuera su naturaleza, dondequiera el animal sería hombre. Res­
póndase a este argumento que no se sigue si la cópula del antecedente
se absuelve [del tiempo]. Pues se dará un antecedente verdadero y un
consecuente falso, en caso de que no viva ningún hombre. Y , si no se
absuelve, la conversión ciertamente es legítima, pero el antecedente
no es necesario.
Contra la sexta regla se arguye: se sigue bien “todo animal es hom­
bre, todo león es animal, luego todo león es hombre”; el consecuente
es imposible, pero el antecedente es posible. Pues una parte es nece­
saria y la otra es contingente, lo cual nada ayuda a la imposibilidad;
luego la regla es falaz. Acerca de este argumento nótese que no se
pueden medir con la misma balanza la categórica imposible y la hipo­
tética copulativa. Pues la primera es imposible cuando significa una
cosa imposible, pero la imposibilidad de la copulativa no se da sólo
según la cosa importada por las partes, sino también según la compo­
sibilidad de ambas. Y muchas veces acontece que una categórica cual­
quiera sea posible y las dos sean repugnantes. Como en “Pedro corre” y
“Pedro no corre” : cualquiera de ellas, tomada separadamente, es con­
tingente; pero, tomadas simultáneamente, el todo es imposible, porque
las partes son incomposibles. Pero el antecedente es hipotético, y,
aunque se profieran disyuntivamente, se trata de una copulativa. Pues
la mayor y la menor se unen de esta manera. Por lo cual ocurre que
LIBRO iv : DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 315

en la objeción vemos que cualquiera d e ellas es posible, y ambas son


incomposibles. Pues repugna el que todo animal sea hombre y que
todo león sea animaL Así, allí lo imposible se sigue de lo incomposible,
y, por consiguiente, no se viola la regla. Pues de ambos se ha de inter­
pretar que lo imposible sólo se sigue de lo imposible o de lo incom­
posible; pues, para lo presente, son equipolentes.

C A PIT U L O I II

D E LA S COPULATIVAS

TEXTO

La copulativa es aquella en la que muchas categóricas se unen por la


conjunción “y”, como “Pedro arguye y Pablo responde”. Para la verdad
de la copulativa se exige que ambas partes sean verdaderas, como “Dios
es el sumo bien y el hombre es animal”. Para su falsedad bastá que
una parte sea falsa, como “el hombre es piedra y el caballo es animal”.

LECCIÓN PRIMERA

La segunda especie de las hipotéticas es la copulativa, cuya defini­


ción, contenida en el texto, sólo pide interpretación. A veces las partes
de la copulativa son también hipotéticas, más aú n,. copulativas, y no
sólo categóricas. Y también dado que esto acontece raramente, con­
gruentemente se puso que las partes son categóricas, lo cual ocurre
más frecuentemente. Además, el que deben ser proposiciones siempre
se observa, y en esto no hay ninguna excepción, como la había en las
condicionales. Pero tal vez objetes que ésta parece copulativa: “ojalá
yo callara y tú hablaras”, donde no .se unen proposiciones, sino oracio­
nes proposicionales. Pero se responde fácilmente, porque, así como la
oración se distingue de la proposición, así damos una oración copulativa
que no es proposición, y tal es ésta. La razón es que toda proposición,
ya sea categórica, ya sea hipotética, significa lo verdadero o lo falso,
pero aquélla y las semejantes a ella no significan nada de esto. Y en
la condicional tales complejos constituían verdad o falsedad porque
sólo tenían como verdad la bondad o malicia de la ilación, sin tomar
en cuenta las partes. Además, en las copulativas se atiende a las cua­
316 TOMÁS DE MERCADO

lidades de las partes. Luego, ya que conviene que las partes sean ver­
daderas o falsas, de manera que sean semejantes, si las partes no son
capaces de verdad o falsedad, toda ella no será ni verdadera: ni falsa,
y, por consiguiente, tampoco será proposición.
En éstas, la primera dificultad —aunque no frecuente^- es conocer
cuál es copulativa y cuál es condicional. Pues a veces se mezclan tan
compleja y confusamente que no resulta fácil para cualquiera, sin
una distinción, saber cuál es la copulativa. Como en: “si Pedro discu­
tiera, sería docto, y si Juan siguiera la carrera militar, sería un jefe
prudentísimo”. Y aquí: “si Sócrates camina, Sócrates se mueve, y
Sócrates no reposa”. Luego en estas tales hay la siguiente regla cierta:
Y a que las proposiciones existen por la cópula y de ella reciben la
denominación, la cópula principal denomina al todo. Cuando el “si”
es el más importante, hace una condicional; el “y”, una copulativa; el
“o”, una disyuntiva. Y cuándo uno de ellos es el principal, hay que
colegirlo por el sentido. D e las mencionadas, ciertamente la priniera
es una copulativa, cuyas partes son dos condicionales; la segunda es
una condicional, una de cuyas partes es copulativa. También ésta:
“Juan camina o Juan reposa, y Miguel camina por el campó ó está
enfermo en casa” ciertamente es una copulativa que consta de dos
disyuntivas.
La segunda dificultad reside en la cualidad, y ella, como frecuente­
mente hemos advertido, se juzga en éstas según la cópula hipotética.
Si ella se afirma, aunque se nieguen las partes verbales, será afirma­
tiva, como en: “el león no es piedra y el elefante no es pez” . Pero, si
se niega, por más que las partes se afirmen, será negativa. Por otra
parte, ya expresamos que no puede ser tocada sino por la negación
adverbial. Pero argüirás: ésta: “ni Tomás habla, ni M artín se levanta”
parece negativa sin negación de la cópula; más aún, no aparece ahí
ninguna y, si apareciera, no se negaría, ya que cada una de las nega­
ciones se restringe a su categórica. Respóndase que el “ni” tiene una
virtud especial, la de copular negando, lo cual se deduce claramente
de esa oración. Pues el sentido es: Tomás no habla y M artín no se
levanta. Más aún, esta partícula denota también que igualmente se ha
de negar la proposición inmediatamente subsiguiente, como lo apren­
demos, del uso frecuente.
La tercera dificultad versa sobre la verdad, la falsedad y las demás
cualidades que parcialmente se tocan en el texto. Y , para entenderlo
más fácilmente, sea éste el fundamento: que la afirmativa pone y ase­
LIBRO IV: DE LAS HIPOTÉTICAS Y LAS EXPONIBLES 317

vera todas y cada una de sus partes según su cualidad. En cambio, la


copulativa negativa niega principalmente la conjunción; y el sentido
es que no es verdadero lo uno y que lo otro sí lo es. D e esta raíz surgen
todas las reglas subsiguientes. Primera: Para la verdad de la afirmativa
se requiere la verdad de todas sus partes; en cambio, para su falsedad,
la falsedad de una de ellas. La primera parte de la regla resulta clara
por el fundamento establecido, y la segunda parte resulta clara por la
primera. Segunda regla: Para la verdad de la copulativa negativa basta
que una parte sea falsa; para su falsedad, en cambio, que todas sean
verdaderas. Pues, si una es falsa, también será falsa la afirmativa y, por
consiguiente, será verdadera su contradictoria negativa. Pero, si cada
una de las partes es verdadera, será verdadera toda la afirmativa, y
falsa la negativa. Así resultan claras ambas partes de la regla. Para
la posibilidad de la afirmativa, se requiere que cada una de las partes
sea posible, y todas composibles. E n cambio, si alguna fuera imposible,
su conjunción con otra (lo cual hace la cópula) también sería no
posible, y por ello toda se denominará tal por la cópula, y con derecho.
Pero éstas deben ser composibles, como más arriba lo expusimos y
probamos, lo cual debe ser muy atentamente observado, aun en las
de tiempo extrínseco, de modo que según su acepción y la de los tér­
minos no, haya ninguna repugnancia de las partes. Por lo cual, para
su imposibilidad, es suficiente que una sea imposible. Mas, para la im­
posibilidad de la negativa, que todas sean necesarias. Pues la negación
de lo necesario es lo imposible; porque lo contradictorio de lo necesario
(como lo. vimos en las modales) es lo imposible. Para la necesidad
de la afirmativa, que todas sean necesarias. Para la necesidad de la
negativa, que una sea imposible.
Para el pleno conocimiento de estas reglas, hay que anticipar dos
cosas. La primera es algo que es la paroem ia de los dialécticos: La
copulativa sigue a la parte más débil y la disyuntiva a la más fuerte.
En efecto, partimos estas seis cualidades: la verdad, la falsedad, la
contingencia, etcétera, en dos falanges. Lo falso, lo contingente y
lo imposible son las más débiles y como enfermas. Lo verdadero, lo
posible y lo necesario, las más fuertes. E n la copulativa y la disyuntiva,
cuando todas las partes sean semejantes: falsas o verdaderas, liarán
evidentemente tal a ella misma. Pero cuando se mezcla lo verdadero
con lo falso, la posible con la imposible, y así de las demás combina­
ciones, la regla es: La copulativa sigue la parte más débil. Si en ella
uíia parte es imposible, toda ella es imposible; y si una es contingente,
318 TOMÁS DE MERCADO

o si una es falsa, toda ella será tal, aun cuando la otra parte sea
necesaria o verdadera. Y esto se entiende de la copulativa afirmativa.
Pues la copulativa negativa es equivalente a una disyuntiva. En efecto,
sólo en ella la parte más débil infecciona a toda desde su foco. Pero, si
es una disyuntiva, se sigue la parte más fuerte. Si una parte es nece­
saria, si una verdadera, o si una es posible, toda ella es necesaria,
verdadera o posible.
Los lugares argumentativos en esta materia son tres. E l primero:
De toda la copulativa afirmativa, a cualquiera de sus partes, correc­
tamente se concluye; pero al contrario de ninguna manera. La razón
de ambas cosas es que, si el antecedente es verdadero, y lo es toda
ella, ambas partes serán verdaderas; así el consecuente no podrá ser
falso. Pero, si una parte es verdadera, no por ello el todo es verdadero.
Así, argumentando de la parte al todo, sin ninguna dificultad recibirá
objeciones. E l segundo: D e la copulativa afirmativa a la disyuntiva
compuesta de las mismas partes, se sigue bien; porque “o” se subalterna
a “y” . E l tercero es: D e la copulativa negativa, a la disyuntiva afirma­
tiva que consta de las partes contradictorias, vale.
E n estas copulativas la oposición contradictoria se constituye por la
anteposición de la negación. Como “el caballo con e y él león está
sentado” y “no: el caballo cone y el león está sentado”, y por una
disyuntiva formada por las partes contradictorias. Por ejemplo, a la
antes mencionada la contradice ésta: “ningún caballo con e o ningún
león está sentado” . Pero el “o”, como particularidad, se opone a la
anterior más bien por reglas que han establecido los dialécticos. Sin
embargo, tienes esta duda: éstas dos son de la misma cualidad, ¿luego
no se oponen? Respóndase que en éstas, para saber cuándo una es la
disyuntiva de la contradicción y la otra copulativa, no se atiende a
la cualidad. Pero entonces surge una grave discusión: si la negación
puesta al frente de la copulativa distribuye los términos de las partes.
Se argumenta aquí a favor de la parte afirmativa. Esas dos: la copu­
lativa negativa y la disyuntiva afirmativa son equipolentes, luego los
términos se distribuyen del mismo modo. E l antecedente se prueba
por la autoridad de Aristóteles, quien dice que una es contradictoria
de la otra, aunque en las demás oposiciones muchas cosas puedan
oponerse a una. Y la razón es que la contradictoria es la máxima
oposición y, por eso, la extrema. Pero sólo un extremo contradice a
otro extremo. Luego, si esas dos contradicen a la copulativa afirma­
tiva, tendrán la misma oposición, o, más bien, serán equipolentes. Se
LIBRO iv: DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 319

confirma: se acepta sin controversia, como una regla dialéctica irre­


fragable, que la copulativa negativa debe resolverse en una disyuntiva
afirmativa que conste de las partes contradictorias. Pero en contra de
esto está nuestra enseñanza, a saber, aplicar la negación a la cópula
hipotética y dejar intactas las partes. A esto se responde, primeramente,
que esas dos son equipolentes. Pues, si negamos que el hombre corre
y que Pedro está sentado, para negarlas verdaderamente basta que no
sea verdadero lo uno o lo otro; es necesario que ningún hombre corra
o que Pedro no esté sentado. Y , a la inversa, si ningún hombre corre, o
Pedro no está sentado, ciertamente se da “no: el hombre corre y Pedro
está sentado”. Así, la equipolencia no tiene ningún velo, y por eso es
dara. Pero con derecho se discute si en las equipolentes los términos
se toman del mismo modo. Pero es manifiesto que en ellas no hace
falta que todos sean iguales; ya que en estas equipolentes no se guarda
tan patentemente la semejanza de la cualidad, y mucho menos la
identidad. Luego, si alguien sostiene que la suposición tampoco debe
ser la misma, qué hay en ello de admirable, puesto que tiene menos
peso que la cualidad. Esto tendrá su confirmación porque la equipo­
lencia consiste en la equivalencia de la consecuencia, no en la iden­
tidad de la acepción. Como en ésta: “Dios necesariamente es creante”,
siendo que “creante” no se restringe, se restringe en la convertente, a
saber: “el creante, que necesariamente es .creante, es Dios”. Con estas
cosas .se abre y se allana el camino a los que deseen escrutar esto más
profundamente. Nuestra respuesta a esta ambigüedad es clara, a saber,
la negación se aplica formalmente a la cópula, sin efectuar nada so­
bre las partes formalmente, sino sólo virtualmente, y distribuyendo
de manera equivalente.
La contradictoria se asigna por la mutación de la cantidad y la cua­
lidad de las partes, quedando la cópula igual e intacta, de modo que
permanezca la misma universalidad, por causa de la cual se falsifiquen.
De tal manera que, aun cuando las partes no sean contrarias, sino con­
tradictorias, las copulativas íntegras serán contrarias. Como “el hombre
corre y el león está sentado” — “ningún hombre corre y ningún león
está sentado”, y asimismo son falsas. Por eso en ellas se debe princi­
palmente atender y observar la ley, cuando veas que faltan muchas
condiciones sin defecto. Pues éstas no son de cualidad opuesta, y las
partes no se cambian a contrarias, sino a contradictorias. Sobre la sub­
contrariedad no conviene que nos afanemos mucho, ya que es menos
conveniente que cada una de ellas pueda tener subcontraria.
320 TOMÁS DE MERCADO

Pero en contra de estas cosas no faltan objeciones comunes. La


primera atañe a la definición. Éstas: “Pedro es animal y a la inversa”,
“este hombre corre y así de cada uno” son copulativas, ya que ofrecen
sentidos complejos, y, sin embargo, aquí no se unen varias proposi­
ciones por el “y” .. Pues “a la inversa” y “así de cada uno” son dicciones,
no proposiciones. Pero respóndase brevemente que ésas son formal­
mente categóricas, aunque son equipolentes en la consecuencia a hipoté­
ticas, lo cual de ninguna manera basta para que haya copulativa.
Además, esta copulativa: “casi éste está sentado y así hasta contar
diez” es verdadera y, sin embargo, si sólo ocho de ellos están sentados,
las dos partes son falsas; luego se destruye la primera regla. La natu­
raleza del signo “casi” es quitar lo que sigue, de manera que se entienda
que no es verdadero íntegramente, y se asevera como “casi todo el
pueblo se congrega” . Y congruentemente (a mi juicio) no se antepone
a un signo particular, sino a uno universal, como “casi cualquier caballo
es blanco”, “casi diez hombres asisten a la lección” . Y la razón es que
aquello cuyo oficio es quitar algo, sé une a aquello de lo cual se puede
quitar algo. Por lo cual, a mí me suena bárbaramente la proposición
asumida. Además, dígase que se admite que esa copulativa se exime
de la regla a causa de la añadidura, de manera que no la sigue exacta­
mente. Estas reglas son tan ciertas y claras que casi todos los argu­
mentos que se acostumbra objetarles son reflexivos, y desde el principio
establecimos que hay que abstenerse de ellos como inútiles. Movemos
ahora la pluma a la segunda parte de la materia.

LECCIÓN SEGUNDA

Esta lección de los copulados es de tanta utilidad para los dialécticos,


cuanto es frecuente su uso, ya en lá cotidiana deliberación: de la: vida,
ya en las discusiones escolares. Por tanto, se auscultará esto con oídos
atentos y ánimo presente. Pero [el “y”] se toma copuladamente (como
dijimos en el exordio) cuando une términos, y entonces se llama
proposición de extremo copulado: de sujeto copulado, de predicado, o
de ambos extremos. Como “el hombre y el caballo son animales”, “el
león es sensible e irracional”, “el alma y el cuerpo son materia y forma” .
Todas las cuales, y generalmente la proposición de extremo copulado,
sin duda ninguna son categóricas; pues tienen predicado, cópula y
sujeto como partes principales, en lo cual consistía la naturaleza de
LIBRO IV: DE LAS HIPOTÉTICAS Y LAS EXPONIBLES 321

las categóricas. Pero, además, la copulada se toma de dos maneras, a


saber, complexiva y divisivamente. Ciertamente cada vez que se unen
términos surge un complejo; pero, cuando algo se dice de ese todo
complejo —si es sujeto— y no de cada una de las partes, o del mismo
modo;-'ese todo —si es predicado— tomado simultáneamente se dice
de otra cosa, se toma complexivamente, como en “Pedro y Pablo cargan
una-roca”. Pues el cargar la roca, que es lo que se predica, no conviene
a cada uno por separado (pues ni Pedro podría cargarla, ni Pablo),
sino a ambos simultáneamente. Pero cuando algo se dice de un com­
plejo, de manera tal que competa a cada una de las partes, se toma
divisivamente, corno en “el hombre y el caballo son animales” . Ahora
bien, ’esta diversidad de acepciones surge de la naturaleza de las cosas
y de. las, acciones; porque son o actúan algo que ni son cada uno ni lo
actúan individualmente. Por ejemplo, “todos los ciudadanos son la mis­
ma Ciudad”, pero ninguno de ellos es la ciudad, sino una parte de la
ciudad. Luego, si alguien, singularizándolos, dijera: “ése y ése y ése
son la ciudad de Rom a”, necesariamente el “y” debería tomarse com­
plexivamente. Pues el predicado no es coherente a todos y cada uno.
De manera semejante encontrarás lo mismo en las acciones; por ejem­
plo, cuando los pescadores echan las redes al mar, unos y otros las
echan,, y no las saca tampoco cada uno de ellos, pues ¿a quién se
le atribuiría el sacarlas? E n cambio, Pedro y Alfonso son animales
de modo tal que Pedro individualmente sea animal y lo mismo Alfonso.
Esta última es la acepción divisiva. Pero en primer lugar preguntamos:
¿con qué signo discerniremos una y otra acepción? D e manera cierta
en los términos de número singular, si lo copulado es el sujeto, y el
verbo es ,de número singular, [en latín] se toma disyuntivamente, como
en “Plato et Aristoteles est philosophus”. Si [el verbo] es de número
plural, complexivamente,, como “el cuerpo y el alma son el hombre”,
siempre, y cuando el predicado sea igualmente singular; porque, si es
plural, no se tiene nada seguro, como en “Sócrates y Alcibiades fueron
sabios”. Y cuando los términos son de número plural, se deja al, juicio
dé los oídos, para que se discierna según el sentido de las oraciones.
Y ;si no es claro, efectúese la distinción. Interesa mucho conocer en
qué acepción se toman, porque la universalidad divisiva es sincategore-
mática y, si está en la parte del sujeto, vuelve a la proposición en cierta
medida universal, y confunde al otro extremo. Por otra parte, veamos
ahora qué hace tomada divisivamente. Casi nada; pues tal proposición
tiene la razón de las demás categóricas. E n efecto, se prueba por la
322 TOMÁS DE MERCADO

suposición de los extremos, y la suposición observa sin ninguna ex­


cepción las reglas establecidas. Si los extremos suponen por lo mismo
en la afirmativa, se ayuda a la verdad; como en “la materia y la forma
son Pedro”, el sujeto y el predicado están en lugar de una misma cosa.
Pero, ya que una de las partes puede no suponer, mientras la otra
supone, entonces, dado que el todo se considera como un término
simple, no supone. Como el sujeto de ésta: “Adán y Pedro corren”.
Luego, ya que es legítimo el camino de la probación, debes poner
mucho cuidado, en cuanto a éstas, en reducir las proposiciones a copu­
lativas, de las cuales siempre se relegan. Como “la materia y la forma
componen adecuadamente a Pedro, Juan y Pablo”, evidentemente ha
dejado aparte a Tomás. Y , sin embargo, en ningún caso será verdadero
que la materia ni la forma solas compongan adecuadamente a Pedro.
Y en la segunda no se deja fuera ni a Juan ni a Pablo. Y las propo­
siciones son verdaderas, porque los extremos suponen por lo mismo.
Por lo demás, las negativas se regulan por las afirmativas.
Pero en contrario hay un argumento, al menos en cuanto a las
acciones: ¿cómo acontece que dos hagan algo y ninguno actúe?; sobre
todo, ya que cualquiera se cansa, es increíble que, sin actuar, se fatigue.
Con respecto a esto, hay que advertir que acontece de dos maneras
el que muchos hagan algo. E n primer lugar, de manera tal que cada
uno por su cuenta ejerza su acción sobre aquello, y, sin embargo,
cualquiera de ellos no produciría el efecto absoluto. Como, en la
construcción de una casa, unos con el hacha desbastan los maderos,
otros con una aguda pica labran y pulen las piedras, otros mezclan
la cal y la arena, otros se dedican a aumentar los segmentos, y otros
edifican. Todos al mismo tiempo, concurriendo según su grado y orden,
erigen la casa, como todos lo afirman. Construyendo de esta manera,
cualquiera de ellos construye, pero de modo que a su acción le corres­
ponda un efecto particular. D e otra manera, suelen concurrir de tal
forma que la acción de todos sea una simultáneamente y en número.
Como cuando cinco o seis, con los hombros juntos, se esfuerzan en
transportar una gran piedra o roca. Cuando los bueyes arrastran el
arado, ciertamente la acción no puede atribuirse a cada uno de ellos
[en particular]. E n cuanto al argumento, reconózcase que cada uno
de ellos nada hace a menos que el fatigarse sea actuar. Pero bien puede
concederse que cada uno actúa junto con los otros. De manera que
se diga que, así como la acción no es de él mismo, sino de todos,
así se diga que es de él en compañía de los otros. Por lo cual, en esta
LIBRO IV: DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 323

proposición: “Pedro y Pablo cargan una piedra”, si alguien sin causa


quisiera resolver el predicado, ya que está en número plural, se resuelve
en ésta: “Pedro y Pablo son el que carga y el que carga una piedra”. A
saber, de modo que la acción se ejerza de una vez en el paciente, que
es la piedra. Pero no se resuelve en ésta: “Pedro y Pablo son el
que carga una piedra y el que carga una piedra”. Porque ninguno de
ellos (com o dijimos) carga la piedra. Más aún, obsérvese umversal­
mente el que cuantas veces un término de número plural determinable
al que (digo) le sigue la determinación de otro (como en el ejemplo
propuesto) se resuelva en muchas singulares. En la resolución sólo
una vez se colocará la determinación, después de cada una de las partes
determinables. Por lo cual, ésta: “Pedro y Pablo difieren de Pedro”
(pues dos difieren· de u no), no se resuelve en ésta: “son alguien dife­
rente de Pedro y alguien diferente de Pedro”, sino en ésta: “alguien
diferente y alguien diferente de Pedro”, pues cada uno no difiere de
Pedro, sino que la pareja es diferente y diferente de Pedro. E n éstas
el “y”, aunque se niegue, no se vuelve equipolente al “o”, sino que
permanece intacto. Por lo cual también ésta: “Miguel y Gabriel no
cargan una piedra” se resuelve por el mismo procedimiento: “no son
el que carga y el que carga una piedra” . Debido a ello ésta parece
verdadera: “Juan y Tomás saben siete artes liberales”, en caso de que
el primero sepa tres y el otro cuatro. Pues se resuelve en “el que sabe
y el que sabe siete artes”, de manera que la ciencia de ambos se haga
recaer sobre siete, pero no sobre cada una; por lo cual, no se exige
que cualquiera de ellos sepa siete. Pero ésta es falsa: “saben física”,
si de siete proposiciones físicas uno conoce tres y el otro cuatro. Porque
la física no tiene partes, sino que es una única ciencia y hábito. En
cambio, ésta es verdadera: “saben siete proposiciones físicas” . Y si
arguyes que esas siete son la física, se niega a menos que sean sabidas
por el mismo. Pues si de siete hombres cada uno sólo conoce una de
ellas, ninguno poseerá la física, ni estaría tampoco simultáneamente
en todos.
Los [términos] que están copulados divisivamente tienen peculiar
dificultad y modo de probarse. E n primer lugar, la proposición que
tiene tal extremo se reduce a una copulativa. Como “el hombre y el
león son animales”, a ésta: “el hombre es animal y el león es animal” .
Pues en la misma de sujeto copulado se predicaba de una vez lo enun­
ciado de cada uno. Pero, además, hay que observar cierto orden en
semejante reducción. Y no será lícito reducir a cualquiera de manera
324 TOMÁS DE MERCADO

violenta e intempestiva. Sino que el orden es: si el extremo copüládo


es el sujeto, es inmediatamente reducible, como quiera que supongan
sus partes; ya lo hagan ambas de manera distributiva, determinada o
mixta, distribúyase una parte y la otra no. Pero preguntas: si el pre­
dicado es copulado, ¿cómo se expresa en las exponentes ese todo?,
¿o se ha de dividir? En primer lugar respondo que lo copulado eñ la
parte del predicado, por la fuerza del discurso, se toma complexiva-
mente. Pues, ya que el todo se predica, se toma como un solo predi­
cado, porque el todo se afirma de cada una de las partes conexas a
él, y por eso ha de colocarse íntegro en cada una de las categóricas.
Como “Platón y Sócrates son filósofos y hombres” se reduce a ésta:
“Platón es filósofo y hombre, y Sócrates lo mismo”. Así, el predicado
copulado no impide que la proposición se resuelva inmediatamente.
Pero preguntas qué pasa si suponemos que el predicado se toma tam­
bién divisivamente. Respondo que entonces se debe probar por la
suposición de los términos, y ver a qué parte del predicado le corres­
ponde el sujeto, y entonces es fácil la reducción. Esto se ha dicho
para cuando el extremo copulado es el sujeto, pero cuando el predicado
es un copulado divisivo (lo cual acontece raramente), siendo el sujeto
un término simple, no es una proposición reducible, hasta que el
sujeto se singularice. Porque el “y” es universalidad, la cual está enton­
ces en orden al sujeto. Por lo cual, aunque el sujeto se distribuya, es
más seguro comenzar la resolución por él. Y , una vez singularizado,
puede, por razón del predicado, reducirse a una copulativa. Como
ésta; “el hombre es blanco y negro” (la cual es falsa), inmediatamente
reducida, sería verdadera, a saber, “el hombre es blanco y el hombre
es negro”. Por lo cual, no es lícito colegir: “luego el hombre es blanco
y negro”; pues argüiríamos de un sentido dividido a uno compuesto,
sino que primero se resuelve el sujeto disyuntivamente en sus singu­
lares: “ese hombre es blanco y negro, y así de cada uno”. Y entonces
esas singulares se reducen claramente a copulativas. Pero preguntas
cuál es el defecto de esta consecuencia: “el hombre es blanco y negro,
luego el hombre es blanco y el hombre es negro”, pues de lo compuesto
a lo dividido no parece defecto. Si esto no se acepta, quizá se acepte
que es de la confusa a la determinada por parte del “y” . Pero, si las
proposiciones se reducen a copulativas, no queda en ellas la dificultad
supuesta en la lección anterior.
Acerca de las negativas, nada más verdadero y claro puede estable­
cerse aquí sino el que se regulen por las afirmativas (de las cuales
LIBRO IV: DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 325

hemos hablado hasta ahora). En segundo lugar, si lo copulado es el


sujeto, y la negación le antecede, puede reducirse a una disyuntiva que
conste de las contradictorias de sus partes. Porque entonces es el mismo
el juicio de ella y de la copulativa negativa. Pero si la negación se
pospone, como en “el hombre y el león no son piedras”, es inmediata­
mente reducible a una copulativa afirmativa en la que de cada uno
se niegue el predicado, como “el hombre no es piedra y el león no es
piedra”. Pero si lo copulado fuera el predicado, ya he hecho notar
varias veces que se toma complexivamente por la fuerza y el sentido
del discurso.· Pero, incluso si finges violentamente que se toma divisi­
vamente, entonces se singulariza el sujeto, de esta manera: “Pedro no
es blanco y negro”, y después se reduce a una disyuntiva.

C A P IT U L O IV

DE LAS DISYUNTIVAS

TEXTO

La disyuntiva es aquella en la que se unen varias categóricas por la


conjunción “o”. Como “Pedro discute o Pablo discute”. Para la verdad
de la disyuntiva basta que una parte sea verdadera, como “el hombre
es animal o el caballo es piedra”, y, sin embargo, se permite que ambas
sean verdaderas. Para su falsedad se requiere que ambas partes sean
falsas.

LECCIÓN ÚNICA

Al exponer las copulativas hemos tocado tantas veces esta materia de


las disyuntivas, que debemos tratarla ahora con pocas cosas, si no
pretendemos el tedio y el fastidio. Así, pues, el “o” une o bien propo­
siciones, y entonces produce una disyuntiva, o bien términos, como
el “y”, y entonces se llama proposición de extremo disyunta. Y qué
sea la disyuntiva, y qué se requiera para su verdad, se tiene en el texto
y en el capítulo anterior, donde expusimos aquella regla de que la
copulativa sigue la parte más débil y la disyuntiva la más fuerte. De
lo cual se colige que para la verdad de la afirmativa es suficiente que
una parte sea verdadera y, para su falsedad, que ambas sean falsas.
326 TOMÁS DE MERCADO

Para su necesidad, que una sea necesaria o que todas repugnen; de


modo que aun dos contradictorias contingentes constituyan una dis­
yuntiva necesaria, porque siempre tal proposición será verdadera. Para
su posibilidad, que una sea posible. Para su imposibilidad, que todas
sean imposibles. Para su contingencia, que una sea contingente. Siem­
pre y cuando no sea necesaria toda ella, por razón de la conexión o de
una de las partes. Y cómo se ha de juzgar la cualidad en las negativas,
ya lo hemos dicho varias veces, a saber, por'la negación adverbial que
se extiende a la disyunción. Y qué requieren su verdad, su falsedad
y lo demás, resulta claro por las afirmativas. Para la verdad de la nega­
tiva, que ambas sean falsas; para su falsedad, que una parte sea ver­
dadera. Conviértanse así las demás reglas de las afirmativas antes men­
cionadas. Por lo demás, a veces la disyuntiva afirmativa y la negativa
son contradictorias.
Pero hay dos lugares argumentativos muy útiles en esta materia.
El primero es: D e una parte de la disyuntiva afirmativa, a toda ella,
es buena consecuencia. Com o “Pedro corre, luego Pedro corre o Juan
camina” . La razón es que, si el antecedente es verdadero, ya que es
una parte, toda la disyuntiva será verdadera, y, por tanto, también el
consecuente. Pero no vale a la inversa: de toda ella a una parte. Por­
que, inferida una parte falsa, podrá el antecedente verificarse por razón
de la otra. E l segundo lugar es éste: D e toda la disyuntiva, con la
negación de una parte, a la afirmación de la otra, es consecuencia
válida. Ya hemos mencionado parcialmente este lugar argumentativo
al tratar del modo de saber. Sólo hay que atender peculiarmente a
esto: se han de entender estos lugares argumentativos con tal que la
disyuntiva o una parte no tengan alguna modificación o restricción
privada y particular. Como no se sigue: “dudo que Pedro duerma,
luego dudo que Pedro duerma o Pedro no duerma”. Pues esto no puede
ser objeto de la duda. Y tampoco vale: “sé que Sócrates vive o está
muerto, pero no vive, luego sé que está muerto”. Pues esas añadiduras
modifican toda la oración. Por lo cual, no es lícito usar en esas tales
los mencionados lugares argumentativos.
E l “o” también une términos y constituye una categórica de extremo
disyunta, cuyo sentido las más de las veces es fácil, y raramente difícil,
pero siempre puede ser más claro. Pues es muy rara la brevedad que
esté exenta de obscuridad; según la paroem ia, no hay compendio sin
dispendio, y (como dice el satírico) “trabajo por ser breve y mé hago
obscuro” . Pero en el extremo disyunta se encierra una disyuntiva· com-
LIBRO rv: DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 327

pleta, como en el extremo copulado una copulativa. Por lo cual estimo


que ahora sólo es necesario enseñar cuándo y cómo el extremo disyunto
se reduce a una disyuntiva. Así, pues, cuando tal disyunto es un sujeto
absoluto, no modificado y con una única acepción, puede reducirse
inmediatamente, por más que una o ambas partes se distribuyan, y
sea como fuere el predicado. Pues, ya digas “todo hombre o todo león
corren”, ya “todo hombre o león . . . ”, ya “el hombre o todo león corren”
es válido reducirla de inmediato a una disyuntiva. D ije “no modifica­
do por algún signo y con una única acepción”, lo cual sucede cuando a
ninguno de los disyuntas los modifica algún signo. Como en “todo
lo que es hombre o caballo, es animal”. “Hombre” en ésta: “el hombre
fue blanco” supone por todos los que son o fueron. Tales proposiciones
no se reducen a una disyuntiva, sino que se prueban por las suposicio­
nes de los extremos. En las cuales verdaderamente “o” equivale a
“y” tomado divisivamente. Pues el sentido es: todo lo que es hombre
y todo lo que es caballo, es animal “hombre” supone ahí por los que
son y por los que fueron, y, sin embargo, ya que significan esto delibera­
damente, no se pone el “y”. Porque, una vez puesto, se tomaría com-
plexivamente, y parecería exigir que algo fuera al mismo tiempo hombre
y caballo, o que supusiera por aquellos que al mismo tiempo son y
fueron. Haciendo excepción de la modificación de este género de dis­
yunto, siempre el sujeto disyunto se reduce a una disyuntiva, y por
relación a ella se aclaran su verdad o falsedad. Pero cuando se trate
del predicado, entonces, quitados los impedimentos del sujeto, en orden
al cual supone, es lícito igualmente reducirlo a una disyuntiva, a no
ser que se dé ahí algún signo de confusión especial. (Domo “todo hom­
bre es blanco, o negro, o pálido”, se reduce una vez resuelto el sujeto.
Si se hiciera inmediatamente, ella misma sería verdadera y la resolvente
sería falsa. H e exceptuado la modificada por un signo de confusión
especial. Siempre tales signos, según la propia etimología, detestan la
resolución y abominan de ella, en cuanto amantes de la confusión.
Como ésta: “m e veo obligado a dar esta limosna a ese pobre o a aquél”,
aun cuando no me veo obligado con respecto a ninguno determinado,
sin embargo, me veo constreñido, a causa de la extrema pobreza de
ellos y mi pobreza, a ayudar al menos a uno, al que yo quisiera. Pero,
quitados estos signos e igualmente esa modificación del signo que se
ocultaba en una única acepción (de la cual tratábamos hace poco y
que a veces también se encuentra en el predicado, al igual que en el
sujeto), nuestra regla permanece universal.
328 TOMÁS DE MERCADO

C A PÍT U L O V

D E LAS EXCLUSIVAS

TEXTO DE PEDRO HISPANO

Entre las categóricas, hay algunas proposiciones que llaman exponibles,


a saber, las que por razón de algún término implican un sentido obs­
curo, y tienen necesidad de explicación. La primera especie de las
cuales es la de las exclusivas, que son modificadas por el sincategorema
“sólo” y otros semejantes. Tales sincategoremas pueden constituir una
proposición de extremo excluso, como “Pedro es sólo dialéctico”, esto
es, que no sabe otra cosa y una proposición exclusiva, como “sólo el
hombre es risible”. Y , según ambos modos, pueden excluir o por gracia
de la alteridad, como en los ejemplos aducidos, o por gracia de la
pluralidad, como “sólo diez son los predicamentos” . E l género de las
proposiciones exclusivas es cuádruple. E l primero, el de las puramente
afirmativas, donde se afirman el verbo y el modo, como “sólo el hombre
es risible”. E l segundo, el de las puramente negativas, donde se niegan
ambos, como “no sólo el hombre no es risible” . E l tercero, el de
aquellas que son afirmativas de modo y negativas de verbo, como “sólo
el accidente no es substancia” . E l cuarto, el de aquellas que son nega­
tivas de modo y afirmativas de verbo, como “no sólo el accidente es
substancia” . La proposición del primer género se expone copulativa­
mente por dos exponentes, a saber, por la preyaciente y una universal
negativa donde se niega el predicado de todo lo distinto del sujeto,
si se expone por gracia de la alteridad, y de manera proporcional por
gracia de la pluralidad, como “sólo el hombre es risible” : “el hombre
es risible y nada distinto del hombre es risible”; “sólo diez son los pre­
dicamentos” : “diez son los predicamentos y no más que diez son los
predicamentos”. La proposición del segundo género se expone disyun­
tivamente del modo contradictorio. La proposición del tercer género
se expone copulativamente por la preyaciente y una universal afirma­
tiva, en la que se afirma el predicado de todo lo distinto del sujeto,
como “sólo el accidente no es substancia” : “el accidente no es subs­
tancia y todo lo distinto del accidente es substancia”; “sólo nueve
hombres no hacen un pueblo” : “nueve hombres no hacen un pueblo
y todos los que sean más de nueve hacen un pueblo” . La proposición
LIBRO IV : DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 329

del cuarto género se expone disyuntivamente, del modo contradictorio.


Y ciertamente estas exposiciones se denotan en estas dicciones: “Iste
regit, proram clavo.” Y por ello la proposición del primer género de
exponible por gracia de la alteridad se convierte mutuamente con una
universal afirmativa, transpuestos los términos, como “sólo el hombre
es risible, luego todo risible es hombre”, y a la inversa.

LECCIÓN ÚNICA

Para que no queden algunos géneros de proposiciones cuyo sentido y


verdad no resulten claros y resplandezcan por las reglas dialécticas,
queda que, después de las materias de las modales y las hipotéticas,
se deba desarrollar el tratado de las exponibles. A saber, ciertas ora­
ciones, además de las modales y las otras, que no indican patentemente
qué aseveran o qué niegan; y, por eso, a causa de tantas tinieblas en el
sentido, con óptimo derecho son llamadas exponibles. Así, pues, la
proposición exponible es aquella que, por razón de algún término,
exhibe un sentido obscuro y postula mucho una exposición. D e lo cual
se infiere, en primer lugar, que no se enseña aquí con qué arte se explica
cualquier proposición, según la perniciosa costumbre que tienen algunos
de llamar exponibles a todas aquellas cuyo· sentido se explica de cual­
quier manera por otras. Pues ¿cuáles no serían así exponibles? Cierta­
mente todas serían. Mientras que para los antiguos se da un número
breve y medido de exponibles. M ás aún, para que una sea exponible
y otras las exponentes, esos lógicos recientes sólo exigen que sean equi­
polentes. Opinión (a mi juicio) absurda; porque, así como son mutua­
mente equipolentes, serían igualmente exponentes, y, sin embargo
(como lo indica la misma etimología del nom bre), la exponible de
ningún modo expone a sus exponentes. Más bien debe tenerse como
exponible, con justa razón, la que, siendo obscura por razón de alguna
dicción, se explica por otras más claras. D e modo que no juzgues de
ahí que cualquiera que sea exponible se pueda exponer, sino la que
necesita abundantemente la exposición. Ni, para que sean exponentes,
sólo adviertas si son equipolentes, sino si son más evidentes y claras.
D e otra manera, excluyelas a todas ellas de la dignidad de exponentes
y de la necesidad de las exponibles. Pero, ya que hasta ahora en la
escuela de los dialécticos se busca enseñar esta materia con estilo obs­
curo e infectado por mil sofismas, el que desee con verdad la suma
330 TOMÁS DE MERCADO

luz de la doctrina, observe mucho este útilísimo aviso: que nos absten­
dremos deliberadamente de la recitación y confutación de muchí­
simas opiniones (con las cuales ciertamente como con numerosos
meandros se obstaculiza la verdad). N o sea que mientras m e perturbo
con falsas opiniones, m e envuelva en el mismo caos de tinieblas. Por
lo cual, para escapar de ello, me es necesaria aquella M ente de la que
Ovidio dijo que con el cielo corta las tierras y con las tierras las ondas.
Pues sucede que mientras nos debatimos con argumentos lanzados a
diestra y siniestra, al modo como se expresan con la reflexión del rayo
y aumenta el calor, y así a veces crecen y aumentan también las
dificultades de la disciplina.
La primera especie de exponible, en cuanto más fácil de conocer,
es la de las exclusivas, a saber, aquella que por razón del “sólo”, “úni­
camente” y otras dicciones semejantes que importan exclusión, vuelven
obscuro el sentido; pero tal dicción puede afectar al sujeto, a la cópula,
y al predicado. Añadida al sujeto, se llama proposición exclusiva.
Aplicada a la cópula, de cópula exclusiva. Si al predicado, de extremo
excluido. Y la razón de todas es la misma, a saber, que cuando importa
la exclusión puesta al principio, se extiende a y recae sobre toda la
oración, y por eso la denomina a toda ella, como “sólo el animal es
hombre”. Si afecta a la cópula, como “Pedro sólo fue blanco”, excluye
las demás diferencias de tiempo. Sobre las cuales disertaremos en el
mismo orden en que fueron referidas. Acerca de la primera, adviértase
que “sólo” excluye en cuanto la proposición o el término subsiguiente
postula ciertamente varias cosas según la diversidad de la materia de
la oración, doctrina muy cómoda, aun para las de extremo excluido.
Por ejemplo: “sólo los polos son inmóviles”, aquí el discurso versa
sobre los astros y se excluyen de la inmovilidad los demás astros.
Aquí: “sólo Dios es infinito”, se trata d é la universalidad de las cosas,
y se remueve de cualquiera de las demás cosas la infinitud y la inmen­
sidad de la perfección. Aquí: “Pedro es sólo blanco”, la materia de
la que se trata son los colores, y todos se remueven de Pedro excep­
to la blancura. Y así lo verificarás en todas. E n segundo lugar, advierte
que la misma exclusión es cierto género impuro de negación, mixto
de afirmación. Como en ésta: “sólo el león es capaz de rugir”, se
envuelven al mismo tiempo afirmación y negación. A saber, que el
león es capaz de rugir y ninguna otra cosa distinta del león es capaz
de rugir. Pero, ya que principalmente se intenta la afirmación, y la
negación no está expresa, sino equivalente, la proposición no se deno­
LIBRO IV: DE LAS HIPOTÉTICAS Y LAS EXPONIBLES 331

mina negativa por la dicción-“sólo”. La nomenclatura tiene necesidad


de otra negación para que sea una exclusiva negativa. Y ciertamente
esta negación se coloca de dos maneras: antes del sujeto mismo y de
la dicción, como “no sólo el hombre es animal”, o después, entre el
sujeto y la cópula verbal, según la común forma de las negativas y el
sitio de las negaciones, como “sólo el hombre no es irracional”, “sólo
Dios no es creatura”. Con la cual diferencia de sitio no puede no
haber un sentido diferentísimo. Porque, ya. que el modo incluye vir-
tualmente la negación, necesariamente es importante si uno se expresa
antes de la otra o se lo pospone. D e lo cual infiero que la exclusiva
es cuádruple, según la cualidad: Puramente afirmativa, como “sólo
el número es diez” . Otra completamente negativa, como “no sólo el
león es animal”. Otra afirmativa del modo exclusivo y negativa de
predicado, como “sólo el animal no es insensible”. Y , a la inversa,
negativa de modo y afirmativa de verbo, como “no sólo Dios es no
finito”. Pues, ya que aquí se afecta a la cópula con doble negación,
permanece afirmativa; ya que la tercera negación, incluida en el mis­
mo modo (com o lo advertimos), no denominaba a la proposición.
Pero la dicción se niega, porque se da con una simple negación. Por
esta causa notamos esta pluralidad de cualidad en las exponibles,
porque, aun cuando el mismo modo en substancia dondequiera se
debe exponer, sin embargo, se cambia a causa de la cualidad de las
exponibles. E n último lugar, nótese que es una forma óptima de expo­
ner aquella que de manera más breve y clara reporte el sentido escon­
dido de la proposición. Y por eso se ha de rehuir en las exponentes,
en cuanto sea posible, la pluralidad de las negaciones. Pues resulta
escondida en la medida en que las negaciones la circundan de tinieblas,
sobre todo cuando se toman en las proposiciones de manera infini­
tante. Por eso deseo a los términos infinitos lo más alejados que se
pueda del arte expositorio, pues aumentan más bien que diluyen la
obscuridad. Por lo cual, esa exposición que hasta ahora se ha hecho
por muchas negaciones e infinitantes con gran daño de la erudición
y las buenas letras obstinadamente se expulsará, y por mis comentarios
quedará completamente abolida. Y abrazaremos, con manos y pies, lo
que se explique por nombres más usuales y afirmativos (cuanto lo so­
porte la m ateria). Confieso ingenuamente que de ninguna manera
se pueden evitar y rehuir completamente las negaciones (ya que la
misma exclusión, que se ha de expresar, es cierta negación) pero debe
bastarle a cada día su propia malicia y (como se dice) basta de males
332 TOMÁS DE MERCADO

en Lerna, no sea que nosotros los multipliquemos más de lo que es


necesario.
Así, pues, la proposición del primer género se explica por la preya­
ciente y una universal negativa con este sujeto: “ninguna otra cosa
distinta d e . . . ”, o “nada distinto d e . . . ”, como “sólo el número es
siete” : “el número es siete, y nada distinto del número es siete” . “Sólo
el hombre estuvo en el paraíso” : “el hombre estuvo en el paraíso y
ninguna cosa distinta del hombre estuvo en el paraíso”. Pero ya hemos
dicho que “sólo”, según la materia sujeta, excluye. Como si se habla
del animal, y dijeras “sólo el hombre vivió en el paraíso”, la segunda
exponente tiene este sujeto: “ningún animal distinto del hombre habitó
el paraíso” . Pero, cuando no es claro de qué materia se trata, el sujeto
de la segunda exponente es “ninguna otra cosa. . . ”, o “nada dis­
tinto . . . ”. Además, la preyaciente es la proposición que queda una
vez eliminada la dicción exclusiva, con todos sus signos y términos.
Como “sólo todo hombre es risible” — “todo hombre es risible”.
Pero -esto, en esas de sujeto distribuido por un signo afirmativo, se
tiene de mánera tal que en la segunda exponente no se explique el
sujeto en ablativo con distribución. En efecto, la segunda exponente
no es ésta: “y nada distinto de todo h om b re. . . D e manera más
apta y verdadera se excluye la distribución diciendo: “y nada distinto
del hombre es risible” . Ya que se distribuye suficientemente por el
signo negativo anterior, y quizá, añadido el signo, se hará parte del
extremo y se tomaría colectivamente, y entonces el sentido de ésta:
“nada distinto de todo hombre es risible” sería: ninguna cosa distinta
de toda la colección de los hombres es risible; la cual es falsa, porque
cada Uno de los hombres se distingue de toda la multitud y conjunto
de los mortales; y ellos, sin embargo, son risibles. Por eso es mucho
más adecuado explicar el sujeto en la segunda sin el signo afirmativo.
Luego de esta forma se explica toda proposición del primer género,
ya sea cópula intrínseca o extrínseca. También dicen que se expone
por una universal de signos transpuestos, como “sólo la substancia es
ente por sí” : “todo ente por sí es substancia” . Ciertamente en las
proposiciones de tiempo extrínseco y de cópula simple de inherencia
es una forma clarísima y segurísima. Pero en las de extrínseco, casi de
ninguna importancia, en cuanto que sería mucho más obscura que la
exponible. Como “sólo el hombre fue blanco” se expone así: “todo
blanco, que fue blanco, es o fue hombre”. Y en las modales las más
LIBRO IV: DE LAS HIPOTÉTICAS Y LAS EXPONIBLES 333

de las veces es ininteligible. Luego, téngase sólo en las primeras como


la más útil de todas.
La segunda, puramente negativa, se explica por una disyuntiva que
consta de la preyaciente negativa con sujeto distribuido, y otra afir­
mativa del mismo predicado con el sujeto llevando “algo distinto
de. . . Las cuales en verdad son y deben ser las contradictorias de
las exponentes del primer género, por ejemplo: “no sólo el hombre
es animal” así: “ningún hombre es animal o algo distinto del hombre es
animal”. Y la razón es que, negando que sólo el hombre es animal,
por doble causa se puede advertir, o porque el predicado no compete
al sujeto o porque, aun cuando le competa, también es congruente a
otro. Por tanto, una y otra de éstas se aclara en las exponentes tomadas
de manera disyuntiva; porque la copulación del género anterior se
contiene en la dicción; por lo cual, negada ella, se vuelve disyunción.
La tercera se expone copulativamente, porque se afirma el modo,
por la preyaciente, que será siempre negativa, y una universal afirma­
tiva cuyo sujeto sea “todo lo o t r o . . . ”, o algo semejante, según la
materia sujeta. Com o “sólo el hombre no es irracional” : “el hombre
no es irracional y todo lo otro es irracional”. Y ésta: “sólo ninguna
blancura es color”, por éstas: “ninguna blancura es color y todo lo
distinto de la blancura es color”. La cuarta, disyuntivamente por las
contradictorias de la tercera. Como “no sólo el hombre no es irracio­
nal” : “todo el hombre no es irracional” : “todo hombre es irracional
o. algo distinto del hombre no es irracional” . D e esta forma se expon­
drán las exclusivas cuando exigieron exposición. Pues muchas veces
también las mismas exponibles son tan claras, que no hay ninguna
necesidad de explicación. D e todo lo anterior se infiere, en cuanto
a las oposiciones, que el primer género y el segundo se contradicen,
y lo mismo el tercero y el cuarto; pero el primero y el tercero son
contrarios, en cuanto que en ellos permanece la misma universalidad.
Así como también que el segundo y el cuarto son subcontrarios, ya
que también en ellos es igual. E n esta materia hay un lugar argumen­
tativo insigne: De la exponible a las exponentes, y a la inversa. Pues
no pueden ambas no ser equipolentes y, por consiguiente, se infieren
mutuamente la una de la otra. E l segundo es: D e la exponible, .copu­
lativamente, a cualquiera de sus partes. Pues virtualmente e$ argu­
mentar de la copulativa a una de sus partes. E l tercero: D e cualquier
exponible, disyuntivamente, a la misma exponible.
La primera dificultad en esta materia versa sobre la suposición de
334 TOMAS DE MERCADO

los términos, tanto de las exponibles como.de las exponentes. Y , para


investigarla, se arguye contra la exposición. Los extremos de esta pro­
posición: “sólo el hombre es animal” suponen determinadamente, o
al menos confusamente en orden al modo exponible, y, sin embargo,
en las exponentes asignadas por nosotros suponen ambos distributiva­
mente; luego arguyendo entre ellas se cometería el defecto de pasar
de lo no distribuido a lo distribuido. En segundo lugar se arguye. Esta
es falsa: “no sólo el hombre es blanco”, en casó de que ese color sólo se
encontrara en un hombre en todo el mundo, siendo los demás negros;
y, sin embargo, las exponentes son verdaderas. Pues la segunda parte:
“algo distinto del hombre es blanco”, para que sea verdadera, basta
que sea verdadero el ascenso disyunto que se ha de hacer bajo el
ablativo, en cuanto supone determinadamente. Suelen preguntar aquí
los dialécticos con qué especie suponen los términos, y juzgan que se
distribuye el predicado y se confunde el sujeto; porque es equipolente
a otra universal con los términos transpuestos. Pero esto no puede
sostenerse. E n efecto, ¿por qué se distribuye? Si es por la cláusula
negativa; ya que ésta precede también al sujeto, ¿por qué no lo distri­
buye a él? Además, es admirable que la negación tenga el modo de
distribuir del signo afirmativo, el cual consiste en distribuir al uno y
confundir al otro. E n segundo lugar, en su contradictoria no se distri­
buiría el predicado; a saber, en ésta: “no sólo el hombre es animal”,
y, sin embargo, todos sus términos se distribuyen, como resulta patente
por las exponentes. Además, si el “sólo” es universalidad distributiva,
ciertamente el sujeto de ésta: “no sólo el hombre es animal” debería
suponer determinadamente, lo cual, sin embargo, es falso. En último
lugar, si ocurre eso porque son equipolentes a una universal de tér­
minos transpuestos, ¿por qué no se dirá más aptamente que supone
también como en las exponentes, siendo que de manera más universal
y cierta son equipolentes? Además, por esa causa es muy singular en
la primera especie de las cuatro, pues en las demás no se convierte.
Por tanto, para la resolución de esta ambigüedad, nótese que el “sólo”
importa exclusión, y recae primeramente sobre la composición de toda
la oración. Como aquí: “el hombre es animal”, se compone “animal”
con “hombre” y, adviniendo el “sólo”, asevera que esta composición
solamente le conviene al hombre. Y aquí: “el hombre no es animal”,
se niega el predicado del hombre. E l modo añadido significará que
sólo debe negarse del hombre. Así, la dicción recae de manera inme­
diata sobre toda la proposición, y, de manera mediata o equivalente,
LIBRO IV : DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 335

sobre los términos, según que se añada la exclusión afirmada o negada.


Por lo cual digo que el “sólo” no es un signo que cuantifique la pro­
posición (como lo hicimos notar en el lib. I I ) , ni tiene el conferir for­
malmente suposición a los términos, sino que suponen formalmente en
las exponibles tal como supondrían sin el signo exclusivo. Sólo es un
signo exclusivo. Pero la misma exclusión, aplicada y extendida a las
cosas, modifica equivalentemente a los términos, como están en las ex­
ponentes. Lo cual, a mi juicio, se confirma suficientemente por la
razón insinuada, a saber, que no es un signo cuantificador. Y , sin
embargo, vemos que la suposición, si es variada por los signos, lo es
por los signos que confieren cantidad. E n efecto, la cantidad de la
proposición se toma de la suposición de los términos, máximamente
del sujeto. Al argumento, se niega que se arguya a partir de lo no
distribuido. Porque los términos están de manera equivalente a como
están en las exponentes, lo cual basta que sea por virtud de la ilación.
Pero en éstas ninguno tiene suposición ambigua, a no ser el ablativo
de la segunda; con todo, ya que la exclusión se hace de manera abso­
luta, ciertamente se entiende que lo hace respecto de su significado
distribuido. Y hay que opinar lo mismo cuando se antepone alguna
restricción, como “sólo el hombre blanco es coloreado” : “nada distinto
del hombre es blanco” . Por lo cual, es tan inmóvil su distribución,
en cuanto proveniente de la exclusión, que aun cuando preceda otra
negación, no por ello deja de suponer distributivamente. Por ejemplo,
en ésta: “nada distinto del hombre corre”, está igualmente de manera
distributiva. Luego, ya que preceda la negación (como en el ejemplo)
o la proposición sea particular, se distribuye el ablativo, y su distribu­
ción no dimana del “nada”, sino de la naturaleza de la exclusión.
En segundo lugar se arguye. Ésta es falsa: “sólo los hombres son
animales”, y las exponentes verdaderas: “los hombres son animales,
y nada distinto de los hombres es animal”. Pues la contradictoria de
esta negativa es falsa, a saber: “algo distinto de los hombres es animal”,
y por eso la misma negativa es verdadera. Se prueba el antecedente:
¿Qué se dará distinto de los hombres que sea animal? Ciertamente
podrá ser animal algo distinto de los hombres, pero no podrá ser
animales, ya que lo uno no puede ser muchos. Para la solución de
esto adviértase que, cuando los términos exponibles son plurales, tam­
bién la segunda exponente debe asignarse con el mismo número.
A saber, “ningunas cosas distintas de los hombres son animales”, o,
más aún, debe entenderse doctrinalmente dada oír singulares. Pues
336 TOMÁS DE MERCADO

ciertamente es la misma la sentencia de éstas: “sólo el hombre es


animal” y “sólo los hombres son animales”. D e manera semejante,
cuando algún término exponible incluye alguna colección, debe obser­
varse también la misma acepción en las exponentes. Como de ésta:
“sólo el ente es pueblo”, que parece verdadera, la segunda exponente
es: “nada distinto del e n te . . . ” o “ninguna cosa distinta del e n te . .
No se habla sólo de las cosas singulares, sino absolutamente de todas,
de modo que suponga en lugar del ente mismo, cualquiera que sea
ese ente que es pueblo, y así es verdadera. D e otro modo, alguien
podría oponer que la segunda exponente sería falsa: “nada distinto
del ente es pueblo”. Pues algo distinto de un ente es pueblo, luego
algo distinto del ente. Porque el ente y un ente son lo mismo. Sin
embargo, se responde que no vale; porque el ente se distribuye allí
por cualquier ente, ya de manera simple, ya de manera colectiva. Más
aún, es tan necesario acomodar y conciliar las exponentes y las exponi-
bles, que ésta: “sólo cuatro son los elementos” se exponga así: “cuatro
son los elementos, ni más ni menos que cuatro”. Y ya no la segunda
exponente por el “nada distinto de” o “ninguna cosa”. Y no es de
extrañar, porque aquí se hace la exclusión de la pluralidad, y por eso
la pluralidad misma se coloca en la segunda exponente. Y , si fuera
negativa, disyuntivamente por los mismos términos y método se ex­
pone, como “no sólo cinco son los cielos” : “no son cinco los cielos,
o son más que cinco”.
Pero en contra de las reglas mismas se arguye. Esta proposición:,
“sólo Pedro corre” es verdadera, en caso de que corra sin un compa­
ñero, pero de otra manera separadamente corren muchos y, sin embargo,
las exponentes son falsas: “y nada distinto de Pedro corre” . Pues
también corren el caballo y la cabra, como resulta patente por la
hipótesis, luego . . . E n cuanto a esto, nótese que entre los signos
exclusivos, únicamente el “sólo” puede tomarse de dos maneras, a
saber nominalmente, como nombre adjetivo, y sincategoremáticamente,
como signo exponible. Del primer modo no tiene exponentes, sino
que únicamente copula al substantivo la soledad, y no recae además
sobre el predicado ni sobre la composición de la proposición. Por lo
cual, así, esta oración: “sólo Pedro corre” significa que Pedro está
solo y sin compañero mientras corre. E n cambio, tomado sincategore­
máticamente, excluye del predicado todo lo distinto del sujeto. Y en­
tonces tiene exponentes. D e acuerdo con esta distinción, consta qué se
ha de responder al argumento. Pero los demás signos exclusivos, en
LIBRO iv : DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 337

cuanto adverbios, de ninguna manera son susceptibles de esta distin­


ción. Esta doctrina es de Santo Tomás, Summa Theologiae , I, q.
31, arts., 1 y 2.
Se arguye en contra de la misma forma de exponer. Ésta es falsa:
“sólo el Padre es Dios”, porque también el H ijo es Dios y el Espíritu
Santo, sin embargo, las exponentes se verifican. A saber, “el Padre
es Dios, y nada distinto del Padre es Dios” . Ya que las dos Divinas
Personas no son distintas del Padre y, por ello, no se excluyen si no
están encerradas en la significación. Y , por consiguiente, la proposición
es verdadera. Se prueba el antecedente, porque el hijo no es algo dis­
tinto del Padre, sino alguien distinto. A causa de este argumento,
algunos no admiten nuestra exposición, aun cuando confiesan que es
muy clara y fácil, en cuanto que hasta un ciego la ve. Pero, con respecto
a esto, digo tres cosas. Primeramente, que esto tiene lugar en estas
y otras oraciones semejantes sobre Dios. Pues ya hemos dicho que,
así como el “sólo” excluye todo lo distinto del supuesto del sujeto
con respecto al acompañamiento y comercio del predicado a toda
naturaleza (digo) y a toda persona, así se entiende con igual amplitud
el sujeto de la negativa: “nada distinto de” o “algo distinto de”.
Y ciertamente, tomando estas dicciones en esta significación, es falsa
la segunda exponente: “nada distinto del Padre. . . ”; porque el Hijo
es algo distinto en esa significación y sentido. Y es muy manifiesto
que en esta acepción se entienden dondequiera estas expresiones. Sobre
todo porque en esta segunda incluimos todo lo que excluimos en la
misma exponible. Luego, si el “sólo” excluye a la persona y a la natu­
raleza, y por ello a toda cosa distinta, ciertamente todo esto lo incluye el
“nada distinto” . En segundo lugar, corriendo todos los hombres, ésta
es patentemente falsa: “sólo Pedro corre”, y, sin embargo, a menos
que con esta extensión se tome la segunda exponente, sería verdadera,
a saber, “nada distinto de Pedro corre”. Ya que los demás hombres
que corren no son otra cosa, estrictamente hablando; porque son de la
misma naturaleza, pero extensivamente. N o obstante, según hablamos
al presente, son “algo distinto d e . . . ” . La cual es ciertamente la opi­
nión de Santo Tomás, Summa Theologiae, I, q. 31, arts. 3 y 4. Pero,
ya que entre los doctores teólogos se reprueba este tipo de proposición,
aunque ciertamente se reprueba en un sentido distinto · del nuestro
(como puede verse ahí m ism o), dejando esas palabras, que atraen
algo de envidia en esta materia, para no transgredir las reglas que nos
fueron prescritas por nuestros mayores (lo que es igual), conviene que
338 TOMÁS DE MERCADO

en lo subsiguiente no las usemos más allá de lo que sabemos. Esto es,


“ninguna otra cosa distinta del Padre”, tomando “cosa” de manera
trascendental. Pues es falsa la proposición “ninguna cosa distinta del
Padre es Dios”, porque el Hijo es otra cosa distinta del padre, de
manera trascendental, o ningún otro supuesto [o individuo], o ninguna
otra persona. En tercer lugar, digo que, aun cuando en una materia
tan sublime y divina no se sostendría nuestra fórmula, no por ello hay
que desecharla y exterminarla. Pues otras milchas reglas que usamos
como generales resultan deficientes aplicadas al misterio altísimo.
Respecto de lo mismo. N o se sigue: “sólo Dios posiblemente no es
creatura, luego Dios no es creatura y todo lo distinto de Dios posible­
mente es creatura”. Pues el antecedente parece verdadero y el conse­
cuente falso. Y , más claramente: “sólo el hombre posiblemente no
camina” es falso (porque también los demás animales pueden estar
en reposo), y, sin embargo, las exponentes son verdaderas, a saber,
“el hombre posiblemente no está en reposo y todo lo distinto del
hombre posiblemente está en reposo”. Pues, ¿qué es aquello que no
pueda gozar del reposo? E n cuanto a esto, adviértase que, cuando la
exclusiva es también modal, ya que la exclusión se hace respecto del
predicado, no se hace de cualquier manera, sino en cuanto se dice
con el mismo modo del sujeto. Se sigue que a ninguna cosa distinta
del sujeto debe convenirle con ese modo, pues de otra manera se
aseveraría falsamente que sólo le compete o no le compete el predicado
al sujeto con esa modificación, sino que debe o no convenirle, o debe
decirse con el modo opuesto. Como en “sólo el hombre posiblemente
es blanco”, se asevera que sólo el hombre puede ser blanco, y, por consi­
guiente, que ese predicado no puede convenirle a otra cosa. Por lo cual,
en la segunda exponente se debe negar el modo así: “y nada distinto
del hombre posiblemente es blanco” . Si la segunda exponente fuera afir­
mativa, póngase el modo opuesto. Com o “el hombre posiblemente no
camina”, así: “el hombre posiblemente no camina, y todo lo distinto
del hombre necesariamente camina”. Y ésta: “sólo el demonio impo­
siblemente no peca” : “el demonio imposiblemente no peca, y todo
lo distinto del demonio posiblemente peca”. Pues “imposiblemente
no” y “posiblemente” son modos opuestos y diametralmente repugnan­
tes. Así resulta patente que no se explica correctamente las proposi­
ciones asumidas en el argumento, y que tampoco se arguye de las
exponentes a las exponibles.
Sobre las proposiciones de extremo excluso, como “el hombre es
LIBRO IV: DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 339

sólo blanco”, no hace falta discutir con muchas cosas de qué manera
se explican, porque su sentido es evidentísimo. Y, si alguna vez .necesi­
taran exposición, de la misma significación, sin ningún esfuerzo y
sin polvo, se obtiene .la exposición. E n efecto, el “sólo” excluye del
predicado todo lo distinto pero de un mismo género. Por ejemplo, el
sentido de la anterior es que el hombre, de entre los colores, sólo
tiene la blancura. E l de ésta: “los polos son sólo dos”, que no son más
ni menos que dos. Se excluye todo otro número. Y si el mencionado
extremo se niega con un signo, como en “Pedro no es sólo teólogo”,
se expone disyuntivamente: “Pedro no es teólogo, o tiene alguna otra
ciencia además de la teología” . Pues, ya que la negación niega todo
lo que la aserción afirmaba, si esta afirmativa “es sólo teólogo” afirma
ambas cosas, a saber, que es teólogo y no más, faltando cualquiera
de estas cosas, podrá decirse verdaderamente “no es sólo teólogo”.
Y , así, tal será verdadera, o porque no es teólogo, o porque junto con
la teología ha adquirido o alcanzado otra facultad. Pero sólo hay que
considerar aquí principalmente dos cosas. E n primer lugar, que el
signo exclusivo añadido a algún término no excluye aquellas cosas
que se incluyen en el término o necesariamente se presuponen. Como
“el hombre es sólo animal racional”, no por eso no es viviente, subs­
tancia y ente. Porque estas cosas se contienen en animal como lo
superior en su inferior. N i se quita el que sea discursivo, disciplinable
y risible, porque fluyen necesariamente de ese predicado. E n segundo
lugar, considérese que no es lícito ascender ni descender bajo la exclu­
siva, pues en cuanto a esto los términos isuponen inmóvilmente.
Como “sólo el hombre es racional, luego sólo este hombre es racional”;
por lo cual Santo Tomás, en el lugar mencionado, dice que no se
sigue: “sólo Dios crea, luego sólo el Padre” . Porque, como dicen los
sofistas, la dicción exclusiva inmoviliza al término al que se allega,
de modo que no pueda efectuarse bajo él el descenso respecto de
algún supuesto suyo. E n efecto, no se sigue: “sólo el hombre es animal
racional, luego sólo Socrates”. Porque, en cuanto a ella, argüimos
virtualmente de la confusa a la determinada. Además, de lo único a
lo múltiple. Y , por parte de las exponentes, se cometen muchas faltas,
como resulta patente al que lo explore. Pero en las de término excluso
bien se puede, si alguien lo quisiere, resolver el extremo distinto del
excluso. Porque ése permanece intacto. E n el supuesto de que siempre
será el predicado. Porque, si es sujeto, la proposición se considera
exclusiva. Como “el hombre es sólo blanco, luego ese hombre es sólo
340 TOMÁS DE MERCADO

blanco, o así de cada uno”. Y , si supone distributivamente, resuélvase


copulativamente. Pero también puede resolverse de manera inmediata
por sur exponentes. Como “todo hombre es sólo gramático” : “todo
hombre es perito de la lengua latina, e igualmente de las demás dis­
ciplinas” .

C A P IT U L O V I

DE LAS EXCEPTIVAS

TEXTO

E l segundo género de exponibles es el de las proposiciones exceptivas.


La proposición exceptiva es aquella que es modificada por el sincate-
gorema “excepto” y semejantes. Y hay cuatro géneros de exceptivas.
E l primero es el de las puramente afirmativas, a saber, donde se afir­
ma el verbo y el modo, como “todo animal, excepto el hombre, es
irracional”. E l segundo es el de las puramente negativas, a saber, donde
se niegan ambos, como “no: todo animal, excepto el hombre, es irra­
cional”. E l tercero, el de aquellas que son afirmativas de modo y
negativas de verbo, como “todo animal, excepto el hombre, no es
racional”. E l cuarto, el de aquellas que son negativas de modo y afir­
mativas de verbo, como “no todo animal, excepto el hombre, no es
racional”. La proposición del primer género se expone copulativa­
mente por tres exponentes, a saber, por la preyaciente, una universal
afirmativa en la que el término del que se hace la excepción se afirma
de la parte exceptuada, y una universal negativa en la que se niega el
predicado de la misma parte exceptuada, como “todo animal, excepto
el hombre, es irracional” : “todo animal distinto del hombre es irra­
cional, y todo hombre es animal, y ningún hombre es irracional”. La
proposición exceptiva del segundo género se expone disyuntivamente
por las contradictorias de las exponentes de la proposición del primer
género. La proposición exceptiva del tercer género se expone copula­
tivamente por la preyaciente, una universal afirmativa en la que el
término del que se hace la excepción se predica de la parte excep­
tuada, y una universal igualmente afirmativa en la que el predicado
se afirma de la misma parte exceptuada, como “todo animal, excepto
el hombre, no es racional, y todo hombre es animal, y todo hombre es
racional”. La proposición exceptiva del cuarto género se expone disyun-
LIBRO IV : DE LAS HIPOTÉTICAS Y LAS EXPONIBLES 341

tívamente por las contradictorias de las exponentes de la proposición


del tercer género. Y estos cuatro géneros de exponentes se designan
con estas dicciones: “Lavate, commoti, peccata, hyssopo’’.

LECCIÓN ÚNICA

E l segundo género de las exponibles es el de las exceptivas, en las


cuales algo se predica con excepción, y por causa de esta excepción
envuelven un sentido obscuro, aunque no tan tenebroso que sea nece­
sario construir tanta máquina de documentos como en la anterior. A
menos que nos empeñemos en adaptar los coturnos de Hércules a un
infante. Pues, ¿quién no entenderá sin interpretación ésta: “todo ani­
mal, excepto el hombre, es irracional”? Donde tan patentemente “irra­
cional” se afirma de todo animal distinto del hombre. Sólo era nece­
sario conocer la naturaleza de la excepción. Qué (digo) se requiere
para que algo pueda exceptuarse de algo. Explicado esto, resulta claro
y lúcido el sentido de éstas. Así, pues, la excepción postula que la
cosa exceptuada esté contenida en aquello de lo cual se la exceptúa.
Pues no se extrae o se separa algo de donde no estuviera antes con­
tenido. ¿Quién alguna vez ha exceptuado del hombre al caballo, de
modo que se diga “todo hombre, excepto el caballo”? ¿O de la blan­
cura la negrura o algún otro color? Ciertamente alguna especie con
respecto de un género, y de la especie algún individuo propio se
exceptúa por la dicción, como “todo animal, excepto el león, es manso”,
“todo hombre, excepto Cristo, es pecador” se tienen correctísimamente.
Pero estar contenido, al presente, es ser inferior al sujeto, o que el
sujeto se predique del mismo, como lo verás en los ejemplos aducidos.
En segundo lugar, la naturaleza de la excepción exige que siempre
la proposición exceptiva tenga forma y aspecto de universalidad, esto
es, un sujeto modificado por alguna o algunas distribuciones (aunque
mutuamente se im pidan). Pues si el sujeto de inmediato aparece sin­
gular, se exceptúa sin ninguna apariencia o causa. Ya que según esa
acepción es suficiente que el predicado se verifique de uno. Y , por
consiguiente, sin excepción la proposición sería verdaderísima. Parece
inepta y fría esta excepción: “el hombre, excepto Pedro, corre”; pero
ésta apta: “no todo hombre, excepto Pedro, corre”, aunque en verdad
el sujeto suponga indefinidamente. E n estas exceptivas, como en las
exclusivas, las afirmativas generan un sentido tan claro, que parece
342 TOMAS DE MERCADO

que la exposición traerá tinieblas y no luz. Pues mientras cualquier


oración se resuelve por muchas otras, la misma pluralidad de las
resolventes ofusca no poco. Por lo cual, no hay que usar la exposición
a menos que a ello lo obligara la tenebrosa obscuridad de la exponible,
la cual se encuentra difícilmente en las afirmativas. Las negativas
ciertamente la necesitan, por causa de las cuales también importa la
exposición de las afirmativas; pues la afirmativa es la norma y la regla
para explicar las negativas.
Pero la exceptiva es de varias maneras según la cualidad, a saber,
puramente afirmativa de excepción y de verbo. Como “todo ente,
excepto Dios, es finito”. Otra, completamente negativa, como “no
toda virtud, excepto la caridad, está en el intelecto”, otra mixta, afir­
mativa de modo y negativa de verbo, como “ningún color, excepto la
blancura, disgrega la vista” . Donde se ha de advertir que, así como
en las hipotéticas, también aquí la negación nominal no recae sobre
la parte exceptuada, ni la toca, aunque la preceda. La cuarta es la
negativa de modo y afirmativa de verbo, como “no todo animal,
excepto, el hombre, no es irracional”. Cuyas exposiciones se aclararán
muy fácilmente al que capte la naturaleza de la excepción, insinuada
por nosotros arriba hace poco. Pues quien afirma “todo animal, excepto
el hombre, es irracional”, dice el predicado de todo animal distinto del
hombre, y ciertamente que es necesario (como dijimos) que a ese
hombre le competa ser animal, pues, de otra manera, falsamente se
exceptuaría. Y lo tercero, se ve que el predicado no le compete. Pues
por ello es exceptuado de tal predicación, a menos que la conexión
de tal predicado no le conviniera. Luego, ya que estas tres cosas se
incluyen en esa exponible, también debe expresarse lo mismo en las
exponentes. Por lo cual, la proposición del primer género se explica
por tres proposiciones configuradas con estos términos y partes, a saber,
la primera es la preyaciente, con la partícula “distinto de” en lugar
de la excepción. La segunda, una universal afirmativa que consta de
la parte exceptuada tomada como sujeto y del sujeto de la exceptiva
puesto como predicado. La tercera, una universal negativa con la parte
exceptuada tomada como sujeto y con el predicado de la exceptiva.
Como las exponentes de la mencionada exclusiva: “todo animal dis­
tinto del hombre es irracional, y todo hombre es animal, y ningún
hombre es irracional”. Aunque (según mi opinión) basta con la pri­
mera. Pues explica de manera exacta y clara el sentido de la anterior.
Además es única, lo cual no es de menor importancia. Pues ofende
LIBRO IV: DE LAS HIPOTÉTICAS Y LAS EXPONIBLES 343

no poco la multitud de las oraciones cuando con menos la puedes


tratar con igual claridad. Así, esta proposición: “todo hombre, excepto
Pedro, corre” se explica por ésta: “todo hombre distinto de Pedro
corre”, en cuanto que suficientemente se explica con esas dos palabras
que Pedro es hombre y que él mismo no corre. Máximamente, ya que
no se trata de un altercado sofístico. Pues, actuando sofísticamente,
ésta es falsa: “todo animal, excepto la piedra, es sensible”. Pero, al
que le agraden las tres, para que esto no resplandezca manifiesta­
mente, use las tres. La proposición del segundo género se expone
necesariamente por otras tres copuladas disyuntivamente que sean las
contradictorias de las anteriores. Pues, si para la verdad de la anterior
se requerían esas tres, si falta alguna, será falsa, y la contradictoria
verdadera, y, por consiguiente, se ha de exponer disyuntivamente.
Además, ya que se incluía la copulación en la dicción exceptiva, puesto
que se niega, se convierte en disyunción. Por lo cual, también las pro­
posiciones del cuarto género por esta razón se explican de manera igual­
mente disyuntiva. Como ésta: “no todo animal, excepto el hombre, es
irracional” : “el animal distinto del hombre no es irracional, o el hom­
bre no es animal, o el hombre es irracional”. La proposición del tercer
género se explica competentemente (a mi juicio) por una proposición
de esta manera: “ningún color, excepto la blancura, disgrega la vista” :
“entre todos los colores sólo la blancura disgrega. . . ”. “Todo animal,
excepto el hombre, no es risible” : “entre todos los animales sólo el
hombre se da risible” . Pues, al modo como en el primer género se
afirma el predicado del sujeto distinto de la parte exceptuada, y por
ello se niega de ella misma, así en la tercera el predicado se niega del
sujeto distinto de esa parte y se afirma consiguientemente de ella. Y,
al modo como para la verdad de la primera se requiere que el predicado
de ninguna manera sea congruente a la parte extraída, así en la tercera
se exige que sólo a ella le convenga. Pero esas exponentes son clarísi­
mas, aunque envuelvan alguna exclusión. Si alguien quisiera exponerla
por tres, no lo prohíbo. Pero estarán compuestas de estos términos.
La primera, una universal negativa con el predicado de la exponible
negado del sujeto distinto de la parte exceptuada. E n la segunda se
afirmará el sujeto de la misma parte. E n la tercera el predicado de la
exponible se afirmará de esa parte. Y la cuarta, de modo negado, se
expone disyuntivamente. Por lo cual, en cuanto a las oposiciones,
la primera contradice a la segunda y la tercera a la cuarta; la primera
344 TOMAS DE MERCADO

y la tercera son contrarias; la segunda y la cuarta son subcontrarias


siendo lo demás igual.
Los lugares argumentativos en esta materia son los mismos que en la
anterior, a saber, tres. D e la exponible a las exponentes, mutuamente;
de la exponible, copulativamente, a cualquiera de sus exponentes; y de
cualquier exponente a la exponible, disyuntivamente.
E n cuanto a la suposición de los términos de estas proposiciones,
sólo la parte exceptuada ofrece dificultad. Pues los demás, tanto el
sujeto como el predicado, patentemente observan las reglas estable­
cidas. Pues el sujeto supone según los signos que recaen sobre él, y el
predicado lo mismo; y siempre en dependencia de la dicción exceptiva.
Por lo cual en ésta: “todo animal, excepto el hombre,· es irracional”,
supone de manera formal sólo confusamente, aunque en la tercera
exponente se distribuya. Porque no hay que tener el mismo juicio
sobre la suposición formal y la equivalente. Pero la parte exceptuada,
por virtud de la excepción, supone distributivamente.
Contra las reglas dadas aquí para las exceptivas se arguye: No se
sigue: “todo animal, excepto el hombre, es irracional; luego este ani­
mal, excepto el hombre, es irracional, y así de cada uno”; y, sin em­
bargo, descendemos legítimamente, ya que ese término supone distri­
butivamente. Se responde que la exceptiva primero debe probarse por
razón de la excepción que por la inducción de los términos. Pues
todos los términos suponen dependientemente de ella, aun cuando la
precedan. En efecto, ya que el predicado no se dice de cualquier
manera del sujeto, sino de él exceptuando una parte, es necesario que
primero se tome esa parte en la resolución; de manera que aparezca
cuántos supuestos, quitándola a ella, quedan. Luego argüimos doble
crimen; primero, por parte del sujeto, de una universalidad incompleta
a una completa; además, por parte de la excepción, de lo más res­
tringido a lo menos, con distribución de lo menos restringido; y, final­
mente, se da un antecedente verdadero y un consecuente falso. Además
de que las singulares son incongruentes. Pues bárbaramente se extrae de
este animal el hombre, en el cual no se incluye, y, sin embargo, al
extraerlo de ahí, aseveras eso.
Con respecto a lo mismo se arguye que no se sigue: “todo hombre,
excepto el justo, fue sumergido en el diluvio; luego todo justo es
hombre”; y, sin embargo, argumentamos de la exponible, copulativa­
mente, a una exponente; lu eg o. . . A esto se responde que la misma
cópula debe retomarse en las exponentes, de modo que se conserven
LIBRO IV: DE LAS HIPOTÉTICAS Y LAS EXPONIBLES 34?

todas las propiedades lógicas, y “fue sumergido” en cualquiera de las


exponentes debe permanecer siendo participio, y equivale a “fue” . Por
lo cual, se niega que ésa sea la segunda exponente, sino ésta: “todo·
justo es, o fue, hombre” . De otra manera, se da un antecedente ver­
dadero y un consecuente falso, si suponemos que entonces no existía
ningún varón probo. Pero, en cuanto a ella, se insiste en que es falsa,
ya que los ángeles son justos. Se responde que, cuando la parte excep­
tuada es un adjetivo, o más universal que el sujeto, se ha de explicar
con el mismo sujeto. Como “todo hombre, excepto el hombre justo”,
y “todo animal, excepto el inteligente, es de figura curva” (esto es,
excepto el animal inteligente).
Sobre lo mismo se arguye que no vale: “todo animal distinto del
hombre contingentemente corre; y todo hombre es animal; y todo
animal, excepto el hombre, contingentemente corre; luego todo animal,
excepto el hombre, contingentemente corre”. E l antecedente es verda­
dero y el consecuente falso. Y la falsedad del consecuente resulta
manifiesta porque sin la excepción (esto es, la preyaciente) es verda­
dera; y, sin embargo, la exceptiva que se ha de resolver copulativamente
repugna en cuanto a la verdad a su preyaciente. Pues si la preyaciente,
esto es, la misma universal sin la excepción es verdadera, falsamente
se exceptúa del predicado. Y se confirma: quien asevera que a todo
animal, exceptuado el hombre, le compete este predicado, a saber,
contingentemente correr, asevera consiguientemente que el hombre,
del cual se remueve la carrera contingente, no corre contingentemente.
Para solución de esto, advierte que, ya que la parte exceptuada no se:
segrega y separa del sujeto, sino más bien del consorcio del predicado·
(pues se ve claro que a ella no le es congruente la conjunción del',
predicado, ya sea negado, ya sea afirmado), pero ya que el modo·
modal mide y cualifica la misma composición de toda la oración, es:
necesario que la dicción exceptiva exceptúe la parte con respecto a la.
conveniencia modal del predicado; por ejemplo, en la oración mencio­
nada, con respecto a la carrera contingente. En ésta: “todo color,,
excepto la blancura, necesariamente no disgrega”, con respecto al no·
disgregar necesariamente. Por lo cual, es necesario que en las exponen­
tes, ya que el predicado se niega de la parte exceptuada, se niegue·
también el modo. Y si hay que afirmarlo, como en las negativas que·
se deben exponer disyuntivamente, que se afirme con el modo opuesto.
Por lo cual, la tercera exponente era ésta: “y ningún hombre contin­
gentemente corre”, y la tercera de la última: “y toda blancura posible­
346 TOMÁS DE MERCADO

mente disgrega y separa”, o “ninguna blancura necesariamente no


disgrega”. En segundo lugar, considérese atentamente que en la segunda
exponente, donde sólo se expresa la relación del sujeto y la parte
exceptuada (la cual relación no es moderada por la cópula m odal),
no es necesario que en ella el sujeto se predique de la parte con ese
modo, siempre y cuando se conserve, si fuera necesario, la misma
ampliación. Pues la segunda no debe ser ésta: “todo hombre contingen­
tem ente es animal”, la cual sería igualmente falsa, sino ésta: “todo
hombre es animal”. Pero se argumenta: en ésta: “todo coloreado,
excepto lo blanco, posiblemente no disgrega”, si la segunda exponente
es ésta: “todo lo blanco es coloreado”, y suponemos que la cópula no
se absuelve ahí, se dará una exponible verdadera y una exponente
falsa, si no existe nada blanco. Respóndase que sería necesario que
se conserve (como dijimos) la misma ampliación, y en la modal se
amplíe. Por lo cual, no es necesario que se constituya este modo,
porque en la modal la relación del sujeto y la parte se moderaba y
se medía, pero porque se ampliaba. Sin embargo, entre las cópulas
modales, la más simple y singular es lo posible, y en ella la cualifica-
ción (que otros llaman “apelación” ) es casi la misma que la ampliación.
Por tanto, en la segunda exponente de las exceptivas modales de
“posiblemente”, de manera general se puede repetir el mismo modo.
Más aún, en los otros modos de las demás exceptivas modales, en la
segunda exponente, de manera más cierta y segura, puede ponerse
“posiblemente”. Esto por lo que hace a semejantes proposiciones,
.sujetas a tantas exposiciones y cópulas difíciles.

C A P IT U L O V I I :

D E LAS REDUPLICATIVAS Y A P E L A N T ES

TEXTO

E l tercer género de exponibles es el de las proposiciones reduplica-


tivas, que son modificadas por estos sincategoremas: “en cuanto”,
“según que”, “en cuanto tal”, “en tanto que”, y semejantes. Las cuales
se toman de dos maneras, a saber, especificativa y reduplictivamente.
Especificativamente, como “conozco a Coriseo en cuanto viene”, “el
color, en cuanto color, es objeto de la vista”. Reduplicativamente,
LIBRO rv: DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 347

cuando denotan la causa, y entonces constituyen cuatro géneros de


proposiciones. La primera, la de las simplemente afirmativas, en las
que se afirma el verbo y el modo, como: “todo hombre, en cuanto
racional, es risible”. E l segundo es el de las simplemente negativas,
donde se niegan los dos, como: “no todo hombre, en cuanto racional,
es risible”. E l tercero es el de las proposiciones que son afirmativas
de modo y negativas de verbo, como: “todo caballo, en cuanto racio­
nal, no es capaz de relinchar”. E l cuarto es el de las proposiciones
que son afirmativas de verbo y negativas de modo, como “no todo
hombre, en cuanto racional, no es risible”. Y todas ellas se exponen
aptamente por las causales. Pero, ya que la acepción especificativa no
se puede entender sin el conocimiento de la apelación, se ha de notar
que la apelación es la aplicación del significado formal de un término
al significado formal de otro. Y es doble: real y de razón. La apelación
real es la aplicación de un accidente real, como “Pedro es un lógico
grande”. La apelación de razón es la aplicación de un accidente de
razón, como “el hombre es especie” . Sobre la apelación real se esta­
blece una doble regla. La primera, que es necesario que el substantivo
y el adjetivo o, más generalmente, el término apelante y aquel sobre
el que se apela sean colocados en el mismo extremo de manera indis­
tinta y sin separación, para que surja la apelación. La segunda es que
el término que significa un acto interior del alma apela al concepto
propio del término sobre el que recae. Por ejemplo, en “conozco al
que viene”, se denota que lo conozco por el concepto de que viene.
Sobre la apelación de razón se establece una, a saber, que el predicado
de segunda intención (cuando esa intención conviene a las cosas)
apela sobre el significado primario del sujeto, como en “el animal es
un género”.

LE C C IÓ N P R IM E R A

Entre las exponibles, todos asignan el tercer lugar a las reduplicativas.


Materia que en todas las disciplinas y artes sirve mucho y tiene a la
apelación como cierto complemento y añadido. Y por eso elaboramos
un discurso acerca de ambas, sobre todo porque mutuamente se dan
luz la una a la otra. Pero primero es necesario que tratemos y des­
arrollemos la apelación, que se exige completamente para conocer la
reduplicación. Pero la apelación está entre las demás cosas que, ejer­
ciendo un oficio del término en las proposiciones, ejercen un oficio
348 TOMÁS DE MERCADO

y producen un efecto. Y es una cosa muy digna de conocimiento, de


inteligencia muy necesario y de definición muy difícil. Pues la defini­
ción adecuada de la apelación hasta ahora (a mi juicio) no se ha dado.
Y no temo confesar ingenuamente que tampoco se da en nuestros
comentarios, en cuanto propiedad tan universal, que pulula con tantas
raíces, que abunda en tantos riachuelos, y finalmente que avanza por
un camino tan sinuoso, que difícilmente se puede describir con pocas
cosas. Por ello no debe ser vista con una definición exacta, sino más
bien con ejemplos y razones. Lo cual digo que ha ocurrido con óptimo
derecho, pues una doctrina que ha echado fundamentos en la común
concepción de los hombres, no puede dondequiera ser constante. N i
tampoco mentiré para aclarar completamente a los institutores de los
jóvenes con cuánta perspicacia de ingenio pudiera enseñarla clarísima-
mente y que los jóvenes avidísimamente la capten y la aprendan.
Tam bién hasta ahora la obscuridad ha atrapado este asunto, y ya
que está difundida amplísimamente por todas las disciplinas y sirve
para cuestiones gravísimas, todos discuten esas graves cuestiones aquí
en la dialéctica, siendo que el dialéctico debe evadir lo que sale de
los límites y meandros de las súmulas, y pasan hacia lo que discuten
el metafísico y el teólogo. Lo cual acontece muy poco, en cuanto que
exige un ingenio casi divino. Y con todo cuidado evitaremos ese bára­
tro, no sea que se interrumpan la claridad y la facilidad de nuestra
enseñanza. Así, pues, diremos primeramente qué es la apelación y des­
pués cuántas clases tiene.
L a apelación del término (pues es múltiple la significación y la
acepción de este nombre) de una manera es tratada por los juris­
peritos de ambos derechos, como en el 24, q. 6, cap. Omnis oppra-
essus. . . , en el cap. Si quis de appelatione. . . , en el lib. De la
apelación, cap. de la apelación y la consulta, y Martianus en el lib.
D e la apelación, folios de la apelación y la relación. De otra manera
la tratan los retóricos, como Cicerón en el III D e Officiis, en Pro
Clientio y Pro Domo sua, cuando busca por qué causa es conveniente
el nombre. Y de otra manera entre los dialécticos, sólo de la cual
trataremos nosotros, tal como debe ser tratada al presente, dejando
de lado las demás, en cuanto extrañas. Así, pues, es la aplicación del
significado formal de un término al significado formal de otro, como
“Agustín es un lógico grande”, el “grande” aplica la grandeza, que
es su significado formal, al arte dialéctica, que igualmente es impor­
tada formalmente por el otro. Y la apelación consiste en que, por
LIBRO IV : DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 349

razón de esa conexión de los términos, se denote que la grandeza


compete a Agustín, no de cualquier manera ni cualquiera, esto es,
la altura de cuerpo ni la longitud de la nariz, sino la grandeza en la
pericia y en las letras dialécticas, aun cuando lo fuera en nariz o en
estatura. Como aquí: “Pedro es velocísimo corredor” se significa que
a Pedro le compete la velocidad no del hablar ni del oír, sino del
correr. Así, este concurso y nexo de significados formales, es la apela­
ción. Pero cuándo van así unidos, ni se reconoce fácilmente, ni ocurre
frecuentemente. En primer lugar, la apelación es doble: una que pro­
viene del término categoremático, la cual es clara en los ejemplos
aducidos; la otra, del sincategoremático, como “posiblemente el joven
será viejo”, aquí se aplica la posibilidad a la composición de la oración
subsiguiente. La primera es mucho más evidente que la segunda y,
por eso, a fin de comenzar por lo más conocido, se dilucidará primero.
Y ésta es doble, a saber, real y de razón, las cuales sólo difieren
materialmente, esto es, en lo aplicado. Si el ente es real, la apelación
es real; en cambio, si es de razón, la apelación es de razón. Como en
“Cristo es el eterno Hijo de Dios” se apela a la eternidad de la filia­
ción y se denota que desde la eternidad ha sido engendrado, y aquí:
“la efigie es una hermosa figura”, la belleza, que es un ente real,
adyace a la imagen por razón de la figura. Pero aquí: “el hombre
es una especie”, se declara que el hombre, tomado en común, es una
especie. Pero, al ser tomado en común, es un ente de razón; pues el
hombre no es universal en la naturaleza de las cosas: son particulares
todos los que viven. Sin embargo, a fin de que sepas cuándo se da
la apelación real, sea la primera regla: En la apelación real ambos
términos, el apelante y aquel sobre el que se apela, coloqúense indis­
tintamente en el mismo extremo, como “Pedro es suave y melodioso
cantor” . Por razón de lo primero, a saber, “coloqúense en el mismo
extremo”, el predicado, aunque siempre aplica su significado al sujeto,
sin embargo, nunca apela en verdad. Como en “Juan es alto”, “este
monje es deforme”, no se denota la deformidad por razón del mona­
cato, sino que adyace por razón del cuerpo. A causa de lo segundo, a
saber, que se unan indivisamente, no hay apelación cuando los términos
son coherentes y se unen mediante alguna cópula, como en “Pedro
es filósofo y óptimo”, no se declara que la probidad le conviene por
razón de la erudición, sino de las costumbres y del modo de vida.
Patentísimamente estas proposiciones difieren mucho en el sentido, a
saber, “Pedro es óptimo filósofo” y “Pedro es óptimo y filósofo” . Pues
350 TOMÁS DE MERCADO

la primera es verdadera si conoce exactamente los arcanos de la filo­


sofía, aunque fuera de costumbres depravadas. Pero la segunda, en la
que se predican los términos de manera disgregada, significa que es
estudioso y adornado con las letras de la filosofía. Preguntas de dónde
se ha colegido esta regla. A saber, fuera del común modo de hablar, no
tienen ningún fundamento más firme o más alto. Encontramos que
el predicado aplica su significado al supuesto del sujeto, como en “el
filósofo es blanco”; ya que el sujeto significa' formalmente al hombre
y al sabio, si allí la blancura apelara sobre lo formal, esto es, la ciencia,
se daría a entender que por razón de la erudición le compete el color,
siendo que ciertamente nada concebimos menos que eso. Pero aquí:
“Pedro es blanco filósofo”, estrictamente hablando, se asevera que el
candor, cualidad del cuerpo, inhiere a la ciencia, cualidad de la mente.
Y así es falsa. E n cambio, ésta es verdadera: “Tomás es un monje
blanco”, aun si por el cutis fuera un etíope, siempre y cuando lleve
una vestimenta blanca. Así, a partir de la general concepción de los
sabios, sabemos que hay apelaciones y qué se requiere para que existan.
Acerca de lo cual hay que advertir que, aun cuando sea un término
connotativo, el predicado no aplica su significado al sujeto, sino al
supuesto de éste, cualquiera que sea la razón de la aplicación, ya sea
formal (del sujeto, digo), ya sea alguna otra la razón del predicado.
Por lo cual decían los antiguos que el sujeto en la proposición está
de manera material y el predicado de manera formal. Pero el estar de
manera material no lo entendían como suponer personalmente, sino
que el sujeto sólo ofrecía al predicado su significado material, rete­
niendo (si alguna vez tiene alguno) el formal. Como en “este músico
es blanco”, ya que el sujeto comporta hombre y músico, sólo entrega
el hombre al predicado, y no aporta la música. Pero, al contrario, el
predicado aplica al sujeto principalmente su significado formal, si lo
tiene. Porque entonces su significado material es el mismo sujeto. Por
lo cual, cuando los términos se colocan en diversos extremos, la ape­
lación no puede surgir, porque no se da concurso y copulación de
significados formales.
Contra esta regla hay una doble objeción; la primera sobre los tér­
minos constituidos en distintos extremos que parecen apelar. Pues
aquí: “lo blanco es disgregativo de la vista”, el predicado aplica al
sujeto la razón de la blancura. Porque al que tiene la blancura, por
causa de ella le compete el disgregar. Pues esto es propio de la blan­
cura, como al hombre la risibilidad. Lo mismo aquí: “el admirativo
LIBRO IV: DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 351

es risible”, el predicado, a causa de la admiración, compete al sujeto.


Luego la regla falla mucho. Respóndase que no es lo mismo que una
cosa cualquiera se dé de esa manera y que la proposición exprese que
se da así, como en “Pedro ciertamente es músico y al mismo tiempo
teólogo”. Pero en esta oración: “Pedro es teólogo” sólo se expresas
lo segundo y lo otro se calla completamente. Así, ciertamente lo blan­
co, aunque en cuanto blanco vindique para sí el disgregar, esto no se
expresa en aquella proposición. Sino que se concede como ésta: “Pedro
es hombre o filósofo”, a saber, el disgregar como quiera que sea, lo·
cual es muy verdadero. Se podrá diluir lo segundo de la misma forma
y con el mismo arte, y además añádase que lo admirativo es la causa
efectiva de la risibilidad, pero la apelación requiere que lo uno con­
venga formalmente por razón de lo otro, como en “Pedro es lógico
grande” ni la lógica es causa de la grandeza ni la grandeza es causa
de la lógica, sino que una es accidente de la otra. D e lo cual se sigue
que no siempre que se unen en el mismo extremo surge la apelación,
como si dices “Pedro es admirativo risible”, lo cual escrutaremos un
poco más abajo.
En segundo lugar, sobre la misma regla, se arguye: Esta conse­
cuencia: “el movimiento es acción, el movimiento es pasión, luego
la acción es pasión” (que es una dificultad agitada en la física); y
ésta: “la blancura es intensa, y esta blancura es semejanza, luego la
semejanza es intensa”, y muchísimas otras (como todos lo estiman)
no se sostienen, a causa del cambio de apelación. Pues en la primera,
la pasión (dicen) apela sobre el movimiento en la menor, y sobre la
acción en el consecuente. E n la segunda, “intensa” sobre la blancura
en la mayor, y en el consecuente sobre la semejanza; y, sin embargo,
los términos se colocan distantes. E n todo esto dos dichos no deben
quitarse de la memoria de los jóvenes. E l primero, que el predicado·
aplica siempre su significado al supuesto del sujeto, y que no apela
sobre él; pero esa aplicación que de nuevo se añade es muchísimas
veces muy semejante a la apelación. Máxime cuando en la oración
hay sentido formal, a saber, cuando los términos son abstractos, porque
se significa que el sujeto, bajo su propia razón, es el predicado, como
en “la blancura es semejanza” se denota que la blancura en cuanto
tal reviste la naturaleza de la semejanza, lo cual es falso. “La ciencia
es cualidad”, “el número es cantidad”, entonces, ya que tales términos
sólo significan la forma, el que uno apele su significado absolutamente
es agregar la forma a la forma. Por esta causa, tal aplicación, aunque
352 TOMÁS DE MERCADO

•en realidad no sea apelación, está muy próxima a ella. Que no es


apelación, fácilmente se capta por el sentido, pues en la apelación
no se asevera que uno sea el otro, sino que uno adyace al otro por
razón de lo formal del otro. Como en “Cristo es hombre eterno” se
denota que la eternidad compete al Señor Jesucristo por razón de la
humanidad. “Platón es divino filósofo”, que la divinidad le inhiere
por razón de la filosofía, pues filosofa admirablemente sobre los arcanos
celestiales con la luz natural. Pero en sentido' formal no hay semejante
adhesión, sino que uno es formalmente el otro, como el que la acción
sea pasión y el número cantidad. Además, los términos que se apelan
estando distantes, con mucha mayor fuerza se apelarían estando con­
juntos y, sin embargo, unidos en la misma parte de la proposición
n o aparece ninguna apelación, como en “el movimiento es acción
pasión”, “esta cualidad es blancura intensa”. Asimismo, a causa de
la semejanza, se puede distinguir una doble apelación: una propia,
que hemos definido. Otra, que es la aplicación formal del predicado
.al significado inmediato del sujeto; la cual se da en los términos abs­
tractos. Y , consiguientemente, se suele responder que igualmente pecan
■ esas ilaciones por cambio de apelación, entendiendo por el nombre de
'“apelación” la aplicación a diversas formas. Y , para que entiendas esto
más claramente, advierte que semejantes términos importan inmedia­
tam ente las formas, de manera que las mismas formas son inmediata­
mente los supuestos de los mismos; como “humanidad” significa la
naturaleza humana como supuesto inmediato suyo. Pero “hombre”
no tiene como supuesto la naturaleza, sino al que tiene la naturaleza.
P or lo cual, ya que es lo mismo el que tiene la humanidad y la anima­
lidad, es el mismo el supuesto del hombre y del animal. Y vale esta
consecuencia: “todo animal es viviente, y todo hombre es animal, luego
todo hombre es viviente”. Y se aplica al mismo “viviente” en la mayor
y en el consecuente. Pero ésta es inválida:. “este movimiento es ac­
ción, y este movimiento es pasión, luego la acción es pasión”, porque
•en el antecedente el predicado aplicaba absolutamente al supuesto del
movimiento, y en el consecuente a la forma de la acción tomada
formalmente. Porque así se significa. También en ellas se comete un
defecto expresado con otras palabras, pero en realidad o en el sentido
idéntico al mencionado, a saber, pasar del sentido idéntico al formal.
Pues en el antecedente se da un sentido idéntico, y en el consecuente
— “luego la acción es pasión”— uno formal. Pero en la segunda con­
LIBRO iv : DE LAS mPOTTSTICAS Y LAS EXPONIBLES 353

secuencia, aunque sea válida, la menor realmente es falsa, porque se


da un sentido formal, a saber, la blancura es semejanza.
Sobre la misma regla, en cuanto al otro extremo, se arguye: En
éstas: “Pedro es blanco músico”, “Sócrates es hombre blanco”, no
hay ninguna apelación colocados los términos en el mismo predicado,
lu ego. . . E n la precedente objeción se discutía que la apelación era
hecha también por los términos distintamente puestos; en cambio,
aquí no se da, aun cuando se pongan en el mismo lugar. Y , así, hay
que conceder que en los dos casos no se efectúa, por más que las
voces se junten y se aglomeren. Primeramente, porque uno no puede
convenir por razón del otro, en cuanto disparatados. Y muchísimas
veces, cuando un término substantivó es absoluto. La causa principal
de estas excepciones es la común concepción del ánimo de todos. La
cual, ya que muchas veces intuye los términos disparatados, aunque
se unan en un sitio de la oración, absoluta y parcialmente los entiende,
como “negro filósofo”, “blanco músico”. Pues el color y la ciencia
difieren tanto en género, que tampoco inhieren adecuadamente al
mismo sujeto, en cuanto uno es accidente corporal y el otro espiritual.
N o niego que algunas de estas combinaciones de disparatados se tomen
a veces como tropo y metáfora, por ejemplo “negro filósofo” en lugar
del rudo e inepto, “frío cantor” en lugar del insulso y desabrido. Pero
la otra excepción, a saber, cuando el término es absoluto, muchos
tienen como claro y evidente que exige ambos connotativos. Por lo
cual, si ambos son absolutos, menos aún se dará la apelación, lo cual
considero verdaderísimo. Pero la razón de lo primero quizá sea que,
ya que la apelación no se da principalmente en el término que va
unido a él, sino por razón de él como unido al otro, por ejemplo
en “Pedro es grande lógico” la grandeza le compete a Pedro por razón
de la lógica, es necesario que en la unión tenga significado formal.
Pues el supuesto y lo material son lo mismo respecto de él y del
sujeto. Así, por razón del solo supuesto no puede haber causa por la
cual convenga a algún sujeto. Y , ¡por Hércules!, de ese modo es como
lo concebimos las más de las veces. Extraen además de esta excepción
a “hombre” cuando se dice de nuestro Salvador; y entonces, aunque
es absoluto, se toma como teniendo razón de connotativo. Porque,
respecto a la divinidad que asumió nuestra naturaleza, la humanidad
asumida, aunque sea cierta substancia, es como accidente que puede
ser perdido o retenido sin la corrupción del sujeto que la posee, más
aún, sin mutación de él. Por lo cual, ésta es falsa: “Cristo es hombre
354 TOMÁS DE MERCADO

eterno”. Porque la eternidad se denota en Cristo por razón de la


humanidad y, sin embargo, no nació como hombre desde la eternidad,
sino en la plenitud de los tiempos. Pues es Dios engendrado de la
substancia del Padre antes de los siglos, y es hombre nacido de la subs­
tancia de la madre en el siglo. Así, ésta es verdadera: “Cristo es
eterno”, y también: “este hombre, habiendo mudado él, es eterno” .
Porque en ambas, y según nuestra regla, se da solamente aplicación
al supuesto del sujeto; y, según la regla de los antiguos (que es lo
m ism o), el sujeto está de manera material. Yo añadiría que también
se da apelación en otras. Pues ésta: “Rafael es eterno hombre”, da
el mismo sentido que ésta: “Cristo es eterno hombre” . Y se confirma,
si suponemos asumida la hipótesis de que el ángel fue creado desde la
eternidad y después asumió otra naturaleza, sin negar que se dé ape­
lación. Pero el caso no cambia la significación ni la acepción de los
términos, luego apela ahora del mismo modo como entonces apelaría.
Por lo cual, después de la doctrina de la apelación que tanto aclara a
la común inteligencia, no debe ser defendida tan universalmente ni
tan obstinadamente, que no se dé algunas veces, aunque raramente,
en las semejantes o en combinaciones de disparatados que excluía la
anterior excepción, o en la mezcla de absoluto y connotativo (que
excluimos en segundo lugar). Si en ellos se concibe la apelación como
es concebida comúnmente, ciertamente de manera regular y más fre­
cuentemente la regla tiene verdad en esta conexión de palabras, a saber,
que conviene que los términos sean connotativos, y colocados en la
parte del mismo extremo. A menos que fueran términos apelantes y
signifiquen el acto interior del alma. Pues entonces, por más que los
subsiguientes sean absolutos, apelan como aquéllos por los que se da
la segunda regla.
Siempre tales términos apelan al acto sobre el concepto propio del
término subsiguiente. Por más que sea absoluto o abstracto, como
“conozco al que viene”, “sé que el hombre es animal racional”, “en­
tiendo el vacío”, se insinúa que conozco a aquél en cuanto es alguien
que viene. Por lo cual, aunque se me oculte quién es el que viene, si
discierno que él se mueve hacia mí, verdaderamente asevero “conozco
al que viene”. Por eso esta consecuencia no vale (como dice Aristó­
teles en el I de los Elencos): “conozco a Coriseo, y Coriseo es el que
viene, luego conozco al que viene”. N i a la inversa: “conozco al
que viene, y el que viene es Coriseo, luego conozco a Coriseo”. E n
cuanto que en ellas varía la apelación del verbo. Lo mismo tienen
LIBRO iv : DE LAS HIPOTÉTICAS Y LAS EXPONIBLES 355

“opino”, “creo”, “juzgo”, “amo’ y semejantes. D e los que importan


un acto exterior del sentido, como “veo”, “discierno”, “oigo”, “gusto”,
“palpo”, con justa razón se discute entre los dialécticos si efectúan
una apelación semejante. La razón de la duda es la misma clara y
máxima diferencia de las potencias. Ya que el intelecto percibe bajo
razones propias cualquier cosa, ya sea accidente, ya sea substancia.
Pero a nadie le es posible captar con las facultades corpóreas la subs­
tancia misma de la cosa. Los sentidos externos sólo perciben acci­
dentes, como el color, la magnitud, la voz. Precisamente todos los sen­
tidos son de los accidentes, y sólo el intelecto es de la quididad. Por
lo cual, eficazmente se concluye en esto que “veo el hombre”, “oigo
a Ildefonso”, no denotan que disciernes bajo el concepto propio,
o bajo la razón de hombre, o que se escucha a Ildefonso; y, por con­
siguiente, que tal apelación no se da como en éstas: “entiendo el
animal”, “conozco el hombre”. Y ciertamente sobre la apelación pro­
piamente dicha nadie debe tener dudas, a no ser tal vez sobre el
cuándo se dice que las acciones se ejercen sobre objetos propios, como
“veo lo luminoso”, “oigo el sonido”, “toco lo frío”, o “toco lo áspero” .
Así, pues, cada uno de los sentidos juzga de su objeto. Y o añadiría
que, ya que tales sentidos no sólo realizan sus operaciones gracias a
nosotros, sino como establecidos por la naturaleza para que, como
ministros y fámulos, sirvan al intelecto, por razón de ambos, esto es,
de la copulación del sentido y el intelecto, denotan a veces algunas
apelaciones tomadas ampliamente. Com o “veo el hombre”, “escucho
la armonía y el concierto de las voces”. Se significa que por las
operaciones sensibles el intelecto forma tales juicios, lo cual comprueba
la experiencia. Pues, así como decimos verdaderamente “veo al que
viene”, aunque lo desconozcamos, así, habiendo visto de lejos al hom­
bre, decimos “veo al hombre” y desconocemos cuál individuo humano.
Y , ya que toda la materia de la apelación es clara y reluce para la
universal concepción, de ninguna manera se debe rechazar lo que
admite la común concepción. Máxime si consta con firme razón. Pero,
en cuanto a ésta, surge que se seguiría que éstas serían falsas: “conozco
a Dios” o “entiendo la quimera”, siendo que ninguno puede conocerse
en esta vida bajo su concepto propio. Se responde que, así como el
conocer algo acontece de dos modos, de un modo, confusa e imper­
fectamente, de otro modo, clara y distintamente, así es doble el con­
cepto, uno perfecto y otro imperfecto, y sobre ambos se apela. Pero en
esta vida no se tiene el conecpto perfecto de Dios, sino que se tiene
356 TOMÁS DE MERCADO

uno enigmático y confuso. Pero, en cuanto a la quimera, no hay nin­


guna repugnancia en que se forme de ella un concepto distinto.
Contra la misma regla primera se arguye. Aquí: “Pedro y Juan
son dos hombres”, ambos términos del predicado son apenas un abso­
luto, y, sin embargo, hay apelación. Pues el número recae sobre los
supuestos por razón de la humanidad, que es importada formalmente,
y da el sentido de que hay dos hombres en dos humanidades. Así
como ésta: “el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres dioses’'
expresa que hay tres personas, cualquiera de ellas, en la propia y sin­
gular divinidad. Por causa de lo cual es falso que hay tantas natura­
lezas cuantos supuestos en las cosas creadas. Acerca de este argumento,
nótese que el término numeral puede tomarse de muchas maneras.
En primer lugar, de manera nominal, como “dos”, “tres”, “cuatro”.
Y como adverbio, como “dos veces”, “tres veces”. Además, como nom­
bre, ya sea absolutamente, como “tres” y “trino”, ya sea relativamente,
como “doble”, “triple”, “cuádruple”. Finalmente, tomado absolutamen­
te, puede ser de especie primitiva y derivativa, como “cuatro” y “cuá­
druple”. En primer lugar, ciertamente es el número absoluto, del
cual primeramente surge el denominativo; en segundo lugar, el relativo;
y, finalmente, del nombre surgen los adverbios, de los cuales cierta­
mente ninguno apela propiamente, sino que aplica el significado al
término al que va adjunto, ya mediato, ya inmediato, lo cual compro­
baré con razones muy manifiestas, si primero desentraño el sentido
de éstos. Para percibir lo cual, los teólogos suelen primero establecer
y de ellos los dialécticos retomar dos reglas muy útiles y muy univer­
sales. La primera: el término numeral absoluto, añadido a un término
substantivo, aplica la numerosidad sobre él por razón de la forma
consignificada. Añadido a un adjetivo y adscrito a él, aplica sobre los
supuestos por razón de los supuestos mismos, no por razón de la forma
significada. E l sentido de la regla es que, tomado del primer modo,
enumera con los supuestos las formas substanciales, como “tres hom­
bres”, tres supuestos en tres humanidades, “cuatro caballos”, esto es,
cada uno teniendo su equinidad íntegra. Y , del segundo modo, cuenta
sólo los supuestos, como “tres blancos”, tres cosas que tienen blancura,
o tres blancuras, ya estén afectadas todas por una y la misma. Tres
vestidos, ya vistan el mismo, ya vistan muchos adecuados. Pero pregun­
tas cómo entonces San Atanasio niega en el Símbolo que en Dios
hay tres omnipotentes, tres inmensos, tres increados. Negar tres seño­
res y tres dioses, en cuanto nombres substantivos, es observancia de la
LIBRO iv : DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 357
regla. Pero negar que hay tres omnipotentes, cuando sean tres, bastan
tres personas, cada una de las cuales pueda todo, y eso es quebrantar la
regla. Pero Atanasio toma allí substantivamente los nombres adjetivos.
Lo cual, ya que no se expresaba ningún substantivo, le fue lícita
hacerlo impune y congruentemente. Pues, si se toman adjetivamente
(lo cual también es lícito hacer) es muy verdadero que hay tres
omnipotentes e inmensos y tres increados, lo cual encontrarás dentra
del mismo Símbolo. Pues un poco más abajo dice: “y en esta trinidad
no hay nada anterior ni posterior, nada mayor o menor, sino que todas
las tres Personas son co-etemas y co-iguales, y de ahí que por la fe
católica en la suma trinidad se aseveran co-omnipotentes”; y, por
consiguiente, en plural, “omnipotentes y eternos”. Pero se preguntará
por el origen de la distinción y discriminación de que el añadido a
un substantivo enumere las formas y el añadido a un adjetivo sólo
los supuestos. Es que la substancia es ente por sí, y, ya que tiene
unidad por sí, se multiplica en sí misma, por lo que, en cuanto que
el número recae sobre las substancias, necesariamente las numera;,
y al presente es lo mismo ser una substancia y un modo de la substan­
cia, a saber, ser significado a modo de subsistente por sí, como “tres
blancuras”. Pero el accidente es un ente en otro, del cual recibe tam­
bién la unidad. Así, añadido al adjetivo, numera los supuestos, que
son por sí, y no las formas, a las cuales de ninguna manera puede
acomodarse la unidad o la multitud por sí. La segunda regla es:
Los demás números derivativos, y universalmente cualquiera, aplican,
la numerosidad sobre el concreto de su substantivo o su adjetivo,
como “Dios es uno” . Así, “uno” puede tomarse de cualquiera de ambos-
modos: absoluta y denominativamente (ya ique “uno” y "único”
son equipolentes). Y también “Dios es trino” . Estas reglas, por la
gran importancia del tema de la trinidad y de la encarnación, fueron
descubiertas y pensadas con especial derecho. Ahora sólo queda escla­
recer que de ninguna manera apelan estos términos. D e lo cual se
convence con dos argumentos. En primer lugar, porque producen el
mismo sentido ya se coloquen en el mismo fin, ya en el extremo
indistinto. Tan falsa es “nuestros dioses son tres” como “son tres
dioses”, y tan verdadera “Dios es trino” como “es Dios trino” y, sin.
embargo, constituidos en diversas partes, otros términos aptos para
apelar no apelan, sólo aplican, luego éstos [no apelan] juntos y aglo­
merados. E n segundo lugar, unidos y copulados a los adjetivos, estos
términos numerados no apelan (como todos lo admiten sinceramen­
358 TOMAS DE MERCADO

t e ), luego tampoco con un substantivo. Se prueba la consecuencia.


E sa multiplicidad de aplicación o de sentido no procede del mismo
número. A saber, porque haga algo o de manera distinta recaiga sobre el
.adjetivo, sino sólo por la naturaleza y disparidad de las mismas. Luego,
del mismo modo apela de suyo en ambas. Y , finalmente, en ésta:
“son tres dioses” de ninguna manera se denota que la pluralidad com­
pete a las Personas por razón de la naturaleza. Como en ésta: “Pedro
es un grande lógico” se dice que la grandeza inhiere a Pedro por razón
■ de la lógica, pero absolutamente se multiplican con los supuestos
las mismas naturalezas y formas. Respóndase así al argumento principal.
Hasta aquí hemos hablado de la apelación real que dimana de los
nombres. Además de las cuales hay algunas que provienen de los sin-
■ categoremáticos, de muy fácil inteligencia (por las cosas que hemos
dicho). Como aquí: “posiblemente Pedro come”, “necesariamente
creante es Dios”. Y , finalmente, en todas las modales, tanto divididas
como compuestas, los modos apelan a la composición de la proposi­
ción. Pues hemos advertido que esos modos recaen peculiarmente sobre
la composición y aplican una modalidad. Y hay muchas, más aún,
innumerables dicciones que apelan de manera diversa. Como “en acto”,
“en potencia”, todas las cuales que sean reconocidas y juzgadas de
acuerdo al sentido, en cuanto que no podrás comprehenderlas con
reglas ciertas.
Pero la apelación de razón es mucho más libre y difusa, y no está
sujeta a estas condiciones ni a la anterior de la real, sino que (como
se dice en el texto) todo predicado de segunda intención, cuando
■ esa intención compete a las cosas, apela sobre el significado primario
del sujeto, como en “el hombre es especie”.

LECCIÓN SEGUNDA

Habiendo recorrido lo anterior, casi sin ninguna dificultad se conoce


manifiestamente la materia de las reduplicativas. Pero la reduplicativa
■ es la proposición que, por razón de alguna de estas dicciones: “en
■ cuanto”, “en tanto que”, “según que”, “como tal”, y otras semejantes,
exhiben un sentido obscuro. Como “el hombre, en cuanto animal,
■ es sensible”. Y el porqué se llaman reduplicativas resulta claro una
vez conocida su naturaleza. Por tanto, para inteligencia de esta materia,
mótese que muchas veces se dan predicaciones de manera absoluta y
LIBRO iv : DE LAS HIPOTÉTICAS Y LAS EXPONIBLES 359

a veces de un modo restringido. D e manera absoluta, cuando el predi­


cado se asevera del sujeto sin expresar la causa o la razón de su con­
veniencia con el sujeto, como “el hombre es animal”, “lo blanco corre”.
Y este género de predicación se encuentra tanto en la predicación
esencial como en la accidental (según reluce en los ejemplos aducidos).
E n cambio, aquí: “el hombre, en cuanto racional, es risible”, no sólo
se unen los extremos, sino que también se explica que la causa de su
unión es el ser racional. Y aquí: “el caballo, en cuanto tal, es capaz
de relinchar”, no se dice de cualquier manera que el caballo es
capaz de relinchar, sino que la naturaleza del caballo es la capacidad
de relinchar. Semdjantes proposiqiqnes son reduplicativas, a saber,
aquellas en las que se explica la causa de la concordia o de la discordia
de los extremos, o la razón bajo la cual el sujeto es el predicado. Pero
objetarás que entonces del mismo modo las proposiciones causales son
reduplicativas, ya que expresan el mismo sentido. Como “porque el
hombre es racional, el hombre es admirativo” . Se niega la secuela. Por­
que aun cuando se da el mismo sentido, sin embargo, no está envuelta
en la misma dificultad, y la obscuridad es lo que hace a las exponibles,
no el sentido. D e otra manera, las exponentes mismas serían exponi­
bles, en cuanto necesariamente aclaran el sentido de las exponibles, y
(como veremos) las causales son expositoras de las reduplicativas.
Además, la causal de ninguna manera reduplica la naturaleza. Pues
la reduplicativa consiste en que en la misma categórica (como se hace
en muchos lugares) se reduplica sobre el sujeto o el predicado. E n
cambio, la causal simplemente expresa la causa de la unión de los
extremos de otra oración que tiene como parte principal suya, porque
siempre es hipotética. Y , sin embargo, serían necesarias ambas cosas, a
saber, que reduplique y que exhiba un sentido obscuro por razón de la
reduplicación. Por falta de lo primero, ésta: “conozco al que viene” no
es reduplicativa, sino esta exponente suya: “conozco al que viene en
cuanto viene”.
Acerca de estas dicciones, a fin de que la multiplicidad de acepciones
no introduzca tienieblas (pues se toman de muchas maneras), advierte
que (por lo que respecta al presente) suele tomarse doblemente, a
saber, de manera especificativa y de manera reduplicativa, o, lo que es
lo mismo, de manera causal. Del primer modo, cuando peculiarmente
asigna la razón por la cual el predicado conviene al sujeto; esto lo
indica la etimología del mismo término “especificativamente”. Como
si desde lo alto discierno a Pedro que viene, del cual sólo conozco
360 TOMÁS DE MERCADO

el venir, pero no que es Pedro, con verdad digo “conozco a Pedro en


cuanto viene”. La razón (digo) bajo la cual conozco a Pedro es su
movimiento o venida. E n ésta: “Pedro, en cuanto blanco, disgrega la
vista”, ya que el disgregar no le compete de suyo a Pedro, la blancura
es para él la razón del disgregar. Y al presente es lo mismo especi­
ficar la razón y el concepto, aunque de otra manera difieran algo.
Como aquí: “Dios, en cuanto Dios, es el objeto de la teología”, se
especifica la razón o el concepto. Y el sentido es que es objeto bajo
la razón de Dios, no bajo la razón o concepto de bueno o de ente.
Aquí: “el ente, en cuanto ente, es el objeto de la metafísica”, esto
es, la razón objetiva de la metafísica es la entidad. Aquí: “Dios per­
sigue con odio al hombre en cuanto pecador”, se expresa al pecado
como la razón por la cual es odiado por Dios. Pues Dios tiene odio
del impío y de su impiedad. Luego, cuando la dicción se toma especi­
ficativamente, se expone de tal manera que el término especificado
se entienda como razón de la congruencia o de la desunión. Pues, al
modo de las afirmativas, así también en las. negativas frecuentemente
se manifiesta la razón de la disyunción. Como “ ‘hombre’ no significa
a Pedro en cuanto Pedro”, esto es, Pedro no es la razón de que sea
significado por “hombre”. “E l hombre, en cuanto racional, no es el
objeto de la filosofía”, esto es, el hombre no es objeto de la física
bajo la razón o el concepto de racional. Acerca de estas distinciones,
téngase como algo comprobado, en primer lugar, que no siempre son
necesarias para exhibir estos sentidos, ya que muchas veces se dan
sin ellas. Como “conozco al que viene”, “el ente es objeto de la meta­
física”. E n la lección anterior quedó claro qué sentido se da allí por
virtud de la apelación real y la de razón. Pero además sépase, en
segundo lugar, que estas dicciones tienen una apelación tan eficaz,
que la suya prevalece e impide a cualquier otra. Como en “conozco
al hombre en cuanto viviente”, el “conozco” no apela al concepto
propio del hombre, sino al de viviente. En “conozco al Dios omni­
potente, en cuanto es atestiguado por la Escritura”, se quita la apela­
ción del verbo “conozco” para que sea equipolente al conocimiento
de la fe, y así en muchas otras. Por lo cual, nunca cometen todos de
manera tan frecuente y abundante el defecto de la apelación como
en la de esta consecuencia: “Pedro, en cuanto blanco, disgrega; y, en
cuanto blanco, es coloreado; luego, en cuanto coloreado, disgrega”.
D e un segundo modo, el “el cuanto” se toma causalmente, a saber,
en cuanto explica la causa de la conexión o de la separación de los
LIBRO IV: DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 361

extremos. Pero, en cuanto a los géneros de las causas, ya que tienen


su lugar propio en los Analíticos Posteriores o ya el más propio en el
lib. II de la Física, es necesario que sólo los toquemos en compendio.
Una es la eficiente, la que produce un efecto, como el padre es causa
del hijo; el pintor, de la imagen; Dios, del universo. Otra es la final,
como la habitación es el fin de la casa, la vida honesta es el fin
político del hombre, gozar de la visión divina es su fin sobrenatural.
Otra es la material, como las líneas y los colores son la materia de la
imagen y el cuerpo lo es del hombre. Otra es la formal, como el alma
para nosotros y la figura para la efigie. Y todas ellas son importadas
por tales dicciones; y cuál importan, resulta manifiesto de manera
muy suficiente por una causal. Como “el hombre, en cuanto admira­
tivo, es risible” : “porque el hombre es admirativo, el hombre es risible”.
Los lógicos recientes, no contentos con una, la explican por cuatro, a
saber: “el hombre es risible, y el hombre es admirativo, y todo admi­
rativo es risible, y, porque el hombre es admirativo, el hombre es
risible”. Las cuales, en su pluralidad, son más obscuras que la misma
exponible. Recuerdo haber advertido ya mucho cuánto embota y aturde
el ingenio de los hombres la multitud de proposiciones. Máximamente
porque esta causal que ponen como cuarta exponente, contiene casi
formalmente en sí y expresamente a las tres anteriores, aunque no de
manera igualmente íntegra y total. Pues quien dice “porque el hombre
es admirativo, el hombre es risible”, asevera que el hombre es risible
y admirativo, y admirativo risible. Luego no es necesario obnubilar las
mentes con tanta confusión. En último lugar, ellos mismos confiesan
después que la primera y la tercera no se requieren; Pero yo pruebo
por esa misma razón que también la segunda es superflua, porque en
ningún caso o ejemplo la exponible será verdadera y la causal falsa;
o, al contrario, ésta verdadera y aquélla falsa. E n efecto, su instancia
no procede. Dicen que, en caso de que todos los hombres sean blan­
cos, ésta es falsa: “todo hambre, en cuanto negro, es coloreado”, y
que su causal es verdadera: “porque el hombre es negro, el hombre
es coloreado”. Pero, ¿qué cosa más inevidente que juzgar verdadera a
ésta cuando clarísimamente es falsa? Pues asevera que entonces la
negrura es la causa de que todos los hombres estén afectados por
algún color. Por tanto, finalmente, declárese la exponible con una causal.
Pero este modo de exponible es cuádruple (como se dice en el texto),
de acuerdo a la cualidad. Porque, ya que la cópula es doble, a saber, la
verbal y el modo, surgen aquí tantas clases cuantas hubo en las ante­
362 TOMÁS DE MERCADO

riores de exclusivas y exceptivas. E l primer género, de las puramente


afirmativas, ya se ha explicado en acto ejercido. E l segundo, de las
puramente negativas, como “no: el león, en cuanto animal, es capaz
de rugir”, se explica por una causal de cualidad semejante. A saber,
“no: porque el león es animal, el león es capaz de rugir” . “No: el
hombre, en cuanto risible, es admirativo” : “no: porque el hombre
es risible, es admirativo” . Pero, ¿qué pide ésta para sí? ¿Qué explica?
¿Qué requiere para ser verdadera o falsa? Fácilmente es lícito adivinarlo
a partir de su contradictoria (en cuanto afirmativa). Por ejemplo, si
ésta: “porque el hombre es risible, es admirativo” asevera que es hom­
bre risible y admirativo, y admirativo risible, y que lo uno es causa
de lo otro, faltando cualquiera de estas cosas, será falsa, y, por con­
siguiente, la negativa será verdadera. A saber, ésta: “no: porque el
hombre es risible, el hombre es admirativo”. Si no fuera o risible o
admirativo, será falsa. Y si es ambas cosas, pero la una no es causa
de la otra, igualmente será falsa.
. La proposición del tercer género, afirmativa de modo y negativa de
verbo, se explica por una causal en la que se afírme la causa y se niegue
del sujeto el predicado de la exponible. Como ésta: “el hombre, en
cuanto racional, no es insensible” : “porque el hombre es racional, él
hombre no es insensible”. Pues se ha de saber que frecuentemente
el ser algo es causa de que seamos una cosa y de que no seamos otra.
Como el ser racional es causa de que seamos aptos para las disciplinas,
acomodados a los discursos, idóneos para la risa y el llanto, y de que
no seamos brutos ajenos al sentido, estúpidos, necios y otras cosas.
Pues la afirmación es causa directa de la afirmación e indirecta de la
negación.
E l cuarto género, como “no: el hombre, en cuanto racional, no es
risible”, se explica por ésta: “no: porque el hombre es racional, por
eso no es risible” . Pero dirás que esta causal requiere, a su vez, expli­
cación, y que por eso se envuelve en las tinieblas de las negaciones.
Se responde, en primer lugar, que es mucho más clara que la exponible
(como consta a los oídos). E n segundo lugar, se niega el antecedente;
pues, conocida la naturaleza de la causal (la cual hemos explicado
al comienzo de este libro), sin más amplia interpretación, se percibe
inmediatamente. En tercer lugar, se responde que estas exponibles del
cuarto género no son muy frecuentes; y, de acuerdo con eso, por razón de
ellas no sería lícito abandonar la exposición de.las demás, que son más
frecuentes y útiles entre los filósofos e igualmente entre los teólogos.
LIBRO IV: DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXIONIBLES 363

La suposición de los términos en tales exponibles imita a las ante­


riores. A saber, que todos los términos, excepto el reduplicado, se
ajustan a las reglas establecidas; y que los que preceden a la redupli­
cación se resuelvan de inmediato; y que los subsiguientes se resuelvan
una vez resuelto el sujeto. E n efecto', la reduplicación no opone ningún
impedimento. Como “ese hombre, en cuanto blanco, está afectado
por el color; luego afectado por este color, o así de cada uno”. Aun
cuando en tales la prueba más apta y clara sea la exposición y no
tanto la resolución de los términos. Pero esto equivale a que el término
reduplicativo supone inmóvilmente, en cuanto que de ninguna manera
se toca.
Sobre lo discutido hasta ahora. En primer lugar, aquí: “el etíope es
blanco según los dientes”, “el demonio es bueno según la naturaleza”,
de ninguno de estos dos modos se asume la reduplicación, luego es
insuficiente la división de las acepciones. E n segundo lugar, en ésta:
“el hombre, en cuanto blanco, disgrega la vista” se toma de ambos
modos, luego las acepciones no difieren, sobre todo ya que, tomada
en cualquier acepción, la proposición es verdadera. Además, aquí:
“Pedro, en cuanto filósofo, posee la filosofía”, de ninguno de los dos
modos se toma, si es verdadera. Para solución de estas cosas, nótese
que, entre las dicciones reduplicantes, el “según” se toma de modo
peculiar, además de los modos señalados, aún de manera diminutiva,
denotando que el predicado conviene al sujeto de manera imperfecta
y según algún respecto. Como “esta efigie es hombre según la figura”,
“es blanco según los dientes”. Pero preguntas con qué signo discer­
niremos tal acepción. Ciertamente con muchos. En primer lugar, por
el sentido. En segundo lugar, si la preyaciente es falsa sin la dicción,
generalmente se toma de manera diminutiva. Por lo cual, aquí: “es
Cristo según los cabellos” no disminuye, ni aquí: “agudo según la
nariz”. Porque también sin las adiciones y sin ninguna añadidura
los predicados se enuncian verdaderamente. Pues hay muchos acciden­
tes que, aun cuando inhieren sólo a una parte del todo, denominan
simplemente al todo, a saber, aquellos que sólo pueden inherir a esa
parte. Como lo crespo sólo se encuentra en los cabellos, lo romo sólo
en la nariz, la cojera en los pies, la ciencia en el intelecto; a no ser
que, a veces, por alegoría o metáfora, decimos que la oración cojea, que
la que es desigual es un modo de hablar crespo y que es florido el
que es ingenioso. Pero los que son aptos para encontrarse dispersos
y extendidos por el todo, no denominan de manera absoluta si sólo
364 TOMÁS DE MERCADO

inhieren a una parte. Al primer argumento, niéguese la consecuencia.


Pues esa división de tales acepciones es de aquello que tienen en
común y en lo que convienen las que llevan dicciones reduplicantes.
Y el que una de ellas tenga señalada y designada otra, no obsta para
nada. Al segundo, concédase que muchas veces puede tomarse de cual­
quiera de ambos modos. Pero dará diverso sentido y a menudo vaci­
lará la verdad de la proposición. Pues ésta: “el hombre, en cuanto
hombre, es racional”, tomada especificativamente es verdadera, y redu-
plicativamente es falsa. E n cuanto al tercero, Santo Tomás concede,
no sin razón, que, aun cuando raramente, a veces se toman estas
partículas de modo que expresen concomitancia. Pues ser filósofo no
es la razón de poseer la filosofía; más bien, al contrario, poseer la
filosofía es (por decirlo así) la razón de ser filósofo; pero ambas cosas
se relacionan de manera concomitante. Parecidamente en ésta: “Pedro,
en cuanto blanco, tiene blancura”.
E n segundo lugar, no se sigue: “Dios, en cuanto omnipotente, con­
tingentemente crea; luego, porque Dios es omnipotente, contingente­
mente crea”. Pues la omnipotencia no es la razón o la causa de la
creación contingente, sino que la libertad es causa de la contingencia
y la omnipotencia lo es de la creación; y, sin embargo, argumentamos
de la exponible a la exponente; lu eg o. . . Se responde que se expone
bien, y, así como la exponente es falsa, así también la exponible.
Aunque alguien puede decir que, ya que predicamos dos cosas de una,
no conviene que la razón asignada lo sea siempre de ambas, es sufi­
ciente que lo sea de alguna. Y así concede la exponible, diciendo que
se predica que crea y que la omnipotencia —aunque no sea la razón
de la contingencia o de la libertad— es causa de la creación. Pero,
sea lo que sea lo que esto tenga de verdad, en la modal no se ha de
estimar que se predican dos cosas, sino sólo una modificada. Por lo
cual, es necesario que la causa aportada se refiera al predicado modi­
ficado.
E n último lugar se arguye. Ésta: “Pedro, en cuanto blanco, será
coloreado” no se expone correctamente por ésta: “porque Pedro será
blanco, Pedro será coloreado”. Porque, si ahora deja de ser blanco y
siempre será negro, “blanco” supone en la exponible y en la expo­
nente no supone. Pero respóndase que, ya que “blanco” se pone por
razón o a causa de la conveniencia del predicado con el sujeto, cierta­
mente se da en orden a la misma cópula a la que se da el predicado.
Y un signo evidente de ello es que, en ese caso, la exponible es falsa. A
LIBRO IV : DE LAS HIPOTÉTICAS Y LAS EXPONIBLES 365

saber, porque no será blanco, y además es muy verdadero que con­


viene que en las exponentes se observe exactamente la misma compli­
cación de los términos. Como ésta: “Pedro, en cuanto blanco, posi­
blemente es coloreado” por ésta: “porque Pedro posiblemente es
blanco, posiblemente es coloreado”. Pero ésta: “Pedro, como teniendo
libre albedrío, contingentemente escribe”, por ésta: “porque Pedro
tiene libre albedrío, contingentemente escribe”. Pero no así: “porque
contingentemente tiene libre albedrío” . E n efecto, en el modo se ocul­
tan dos cosas, a saber, la ampliación y la apelación. Y con la ampliación
ciertamente se abarcan todos los términos, pero con la apelación el
modo no añade a la conjunción del término reduplicado con el sujeto
sino la del predicado; porque aquélla precede y ésta va después. Por
lo cual, sólo se debe añadir la ampliación en la primera parte de la
causal. D e manera semejante, la de ésta: “el caballo, en cuanto animal,
imposiblemente es carente de sentido” no es ésta: “porque el caba­
llo imposiblemente es an im al. . . pues ésta es imposible y la exponible
es necesaria; sino que es ésta: “porque el caballo posiblemente es ani­
mal, imposiblemente es carente de sentido”. Pero ésta: “Pedro, en
cuanto blanco, imposiblemente congrega la vista o concilia la facultad
de ver” causalmente es falsa, pero especificativamente es verdadera.
Sólo que entonces no se expone por una causal. E n cambio, ésta:
“el hombre, en cuanto blanco, necesariamente disgrega la vista” debe
tomarse causalmente, y así es falsa. Y no es de admirar, pues es con­
traria a ésta: “el hombre, en cuanto· blanco, imposiblemente dis­
grega . . . ”, y especificativamente tal vez es verdadera. Algunos juzgan
que estas modales se explican más correctamente por condicionales.
Como “si el hombre es blanco, necesariamente disgrega la vista”. Pero
tales reduplicativas, si produjeran sólo un sentido ilativo, ciertamente
tendrían ese modo; sin embargo, clarísimamente veo que también
tienen un sentido asertivo. Pues quien dice “el hombre, en cuanto
blanco, necesariamente disgrega”, patentísimamente afirma que es blan­
co o que posiblemente lo es, y que es disgregativo. Lo cual de ninguna
manera es expresado por la condicional.

LECCIÓN TERCERA

Los dialécticos suelen tratar aquí muchas especies de exponibles. A sa­


ber, las de “comienza” y “cesa”. Es decir, de qué manera se exponen
366 TOMÁS DE MERCADO

éstas: “el hombre comienza a ser” o “el león deja de ser feroz” . Tam ­
bién las proposiciones de “difiere”, y las de comparativo. Como “Pedro
difiere de Pablo”, “la substancia y la cantidad difieren en género”.
Pues el sentido de éstas tiene mucho de doctrina y también de obs­
curidad. Con las cuales llenan un tratado tan vasto y tan árido, que
ya se celebra como proverbio entre los dialécticos: “el libro cuarto, el
de las exponibles, es casi inexponible e ininteligible”. Pues introducen
tantas reglas y definiciones, que derrumban el volumen con su mismo
peso, siendo que sería mejor, para elaborarlo, conservar en gran manera
tales documentos y tal forma de exponer, que con su perspicacia y
facilidad huyeran las tinieblas de las exponibles. Y o mismo consideré
que escribiría con ese ánimo, y templé el estilo para cortar lo extraño
y vacío, y, con la interpretación de las. inútiles, dejar todas las cosas
que aprovechan mucho y a nadie pueden entorpecer. Por lo cual,
dejando que de otra manera sean discutidas esas materias en sus luga­
res propios, resultarán de mucha utilidad a los varones estudiosos,
y las he relegado de la presente especulación, en cuanto que siempre
las he juzgado como ajenas a este lugar. Pues he estimado que interesan
a los dialécticos las exposiciones de aquellas proposiciones que son
obscuras por razón de la significación de alguna dicción (como las
precedentes), y no las de aquellas que lo son sólo por razón de la
naturaleza de la cosa significada. Ésta: “el hombre, en cuanto racional,
es risible”, con justo mérito es tomada para ser explicada por aquellos
que tratamos de las voces en cuanto expresan el juicio de la mente
y componen las oraciones. Porque la dicción “en cuanto” es de signifi­
cación muy escondida. Pero, cuando la dificultad no surge de la dic­
ción sino de la cosa significada, de ninguna manera concierne a los
dialécticos esclarecer tales sentidos. Porque no les compete hacer el
discurso de las cosas sublimes, sino el de las palabras. Además, si, para
que se nos exija su explicación, es suficiente que sean obscuras, no
hay razón por la cual no se hayan de exponer en el lib. IV todos los
artículos de la fe; en cuanto son muy obscuros y arcanos, de modo
que después de muchas preguntas apenas se entenderían. Pues, ¿cuáles
necesitan de exposición con mayor razón que éstas: “Dios es trino y
uno”, “Cristo es Dios y hombre”, “María es madre y al mismo tiempo
virgen”, “Dios sacó todas las cosas de la nada”? Más aún, todas las
proposiciones ambiguas de todas las disciplinas, sobre las que se contro­
vierte mucho entre los eruditos, de las cuales hay en cada ciencia gran
número y abundancia, tendrían que ser explicadas aquí; y nada habría,
LIBRO iv : DE LAS HIPOTÉTICAS Y LAS EXPONIBLES 367

a mi juicio, más absurdo que esto. Por tanto, propiamente pertenecen a


los dialécticos aquellas en las que la dificultad proviene de la signifi­
cación, no de la altura de la cosa significada. Tales son las exceptivas,
las exclusivas y las reduplicativas. Pero las que ahora deliberadamente
hemos envuelto en el silencio, aunque son obscuras, lo cual no niego,
la obscuridad nace de la misma cosa denotada, y la significación es
en todas clara y llana. Pues ¿quién, al tiempo que oye “el hombre
comienza a vivir”, “el caballo deja de moverse”, no entiende lo que
pretenden estas oraciones? A pesar de que sean muy pocos los que
hayan conocido cuál es la naturaleza y condición del nacimiento y
del deceso, tanto en las generaciones substanciales como en las acci­
dentales. Quién no ve que en la filosofía, como imitando a la guadaña
en la mies ajena, todos los dialécticos hasta ahora la materia del comen­
zar y terminar, a saber, de la generación y la corrupción, tratan en las
súmulas intempestiva y absurdamente (si se dice que se hace intempes­
tivamente lo que nunca puede hacerse aquí oportunariiente). Princi­
palmente porque es tan abstruso y recóndito saber cómo y en qué
momento de tiempo cada cosa comienza o termina, que después de
haber leído muchos volúmenes de física apenas se alcanza. Y las traen
los dialécticos para quebrantar los tiernos ingenios de los jóvenes, y,
una vez rotos, desistan de lo comenzado o persistan muy indolente­
mente con el ánimo consternado. Por lo cual, siempre he juzgado que
haría un muy útil obsequio a los dialécticos, si expulso esta pestilente
costumbre de las escuelas y la deporto a las últimas islas del mar.
¿Qué sobre el verbo “difiere”? No soy del parecer que sea exponible
en las súmulas, en cuanto que su significación es de suyo patente y
manifiesta. Pero lo que en él hay de escondido y abstruso no· atañe al
lógico rudimentario, sino al emérito y grande, a saber, qué es diferir,
de cuántos modos acontece, qué se requiere para que dos cosas di­
fieran. Lo cual se enseña amplísimamente en el cap. IV de los Predi­
cables, y lo que antes de llegar a ese lugar difundamos con cuantas
palabras se quiera, ninguno lo percibirá absolutamente. Pero nadie se
admire de que los lógicos recientes hayan hecho exponibles a las
proposiciones de “difiere”, en las cuales hay no poco de obscuridad.
Y la comparativa, con ser una cosa tan clara para los gramáticos, a
ellos les da trabajo. E n efecto, piden ansiosamente que se expongan
éstas: “Pedro es más docto que Pablo”, “Platón fue más sabio que
Aristóteles”, las cuales entendían distintísimamente antes de que ini­
ciaran la dialéctica, sin mirar prudentemente cuánto se ofende a la
368 TOMÁS DE MERCADO

verdad si esa sentencia se ve con pocas cosas y es llevada a muchas


proposiciones. Pero si estas cosas en la comparación han de ser enseña­
das sin los preceptos gramaticales, pudo y debió enseñarse muy breve­
mente, para no detenerse en lo claro y en las cosas puestas al des­
cubierto, con las cuales aún quedan por arreglar muchas cosas arduas
y difíciles.
Así, pues, estas cosas son dignas de ser notadas en cuanto a los
comparativos y superlativos. E n primer lugar, que muchas veces ambos
se toman por su positivo sin ninguna comparación, como en la de
comparativo “más triste y brillando de lágrimas los ojos”, esto es:
triste; en la de superlativo “cualquier sapientísimo lo hubiera sabido”,
esto es, cualquier sabio. Si me alegro porque muchas cosas encuentra
mi mano, algunas veces también absolutamente con la excelencia o
exceso del significado de alguna, como “Sócrates sapientísimo”, “ese
varón doctísimo”; donde no hay ninguna comparación, sino que sólo
se denota la exuberancia y la profundidad de la doctrina. Tales ora­
ciones correctamente se exponen por el positivo con algún adverbio
superlativo, como “demasiado docto”, “muy sabio”, y semejantes. E n
segundo lugar, se toman comparativamente. Y la comparación es doble,
una propia y otra impropia. La propia exige que aquello en lo que se
hace la comparación competa a uno y otro; lo positivo (digo) del com­
parativo o del superlativo. Como en “Cicerón fue más facundo que
Hortensio”, que la facundia competa a ambos; en “Pedro es mejor que
Pablo”, la bondad; en “Héctor fue más fuerte que Aquiles”, la fuerza;
en “Ulises fue más astuto que Agamenón”, la astucia. Y , sobre todo,
que el que excede en eso supere en exceso (como lo indican los mismos
nombres). En tercer lugar, debe convenir lo positivo a ambos en el
mismo tiempo, si de ambos se dice mediante una y la misma cópula,
como se ve en los ejemplos aducidos. Pero a veces se hacen compara­
ciones de extremos no existentes, como “el Anticristo será peor de lo
que fueron los judíos”. Aquí, ya que son múltiples y diversas las cópu­
las, no es necesario que la maldad se predique simultáneamente de los
judíos y del Anticristo, basta que les convenga según su cópula. Pero,
si hay sólo una, debe convenirles para el mismo tiempo. Como “Santo
Tomás fue más sabio que Alberto Magno”, “Aristóteles fue más eru­
dito que Platón”, en cuanto discípulos que superan a los maestros.
Luego, ya que se exigen dos cosas para la comparación propia, a saber,
que el positivo se verifique (lo cual es el mayor de todos los requisitos)
y que para el mismo tiempo, si se unen con la misma cópula, se sigue
LIBRO IV : DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 369

que hay otras tantas comparaciones impropias. La primera, cuando el


positivo no conviene a uno de los dos, lo cual es abuso de la compa­
ración, como “Dios es mejor que el Demonio”, porque el Demonio
no le inhiere ninguna probidad. La segunda, cuando, aunque se veri­
fique de uno y de otro, lo hace en diversos tiempos, naciones, leyes
y regiones, como “Salomón fue más sabio que Aristóteles”. Las cuales
no son tan impropias como las anteriores. D e estas cosas se colige que
quien asevera: “Pedro es más docto que Pablo” afirma que Pedro y
Pablo son sabios y que Pedro aventaja en sabiduría a Pablo. Por lo
cual, dicen los dialécticos que la mencionada se expone por tres pro­
posiciones, a saber, “Pedro es sabio, y Pablo es sabio, y Pedro es más
sabio que Pablo”, y entre algunos autores dialécticos la tercera expo­
nente es “Pablo no es tan sabio como Pedro”. Además, la negativa
se explica, consecuentemente, por otras tres estructuradas disyuntiva­
mente. Pero yo asevero que tales proposiciones no son exponibles, ni
requieren de exposición, sino que basta con tener delante la naturaleza
de la comparación. Pues quien la haya conocido con estas enseñanzas
dialécticas contemplará con evidencia su sentido en la proposición.
Asevero, en segundo lugar, que, si pide alguna exposición, de manera
muy suficiente se declara por la tercera exponente, a saber, “Pedro
es más docto que Pablo”. ¿Qué puede haber aún para que sea más
clara? Una hipotética. Pues, ya que la exponible es una categórica, con
justa razón la exponente será hipotética, para que sea más clara y
mucho más brillante que el cristal. A saber, “Pedro es más docto de
lo que es Pablo”, en esa única se expresan formalísimamente todas
esas tres cosas, a saber, que Pedro es docto, que Pablo también, y que
Pedro supera a Pablo. Afirmo, en tercer lugar, que esa tercera expo­
nente negativa no es de cualquier manera idónea, la cual, sin embargo,
es frecuente entre muchos, en cuanto que es más intrincada que la
misma exponible. Tanto porque es negativa, y por ello ha de ser pro­
bada por una afirmativa, como porque esas partículas “así”, “como”,
a su vez son exponibles (com o ellos mismos lo admiten) y las exponen
por otras muchas. Ciertamente eso es grande labor y muy inútil. )uzgo
más provechoso, reteniendo la naturaleza de la comparación, usar esas
proposiciones sin exposición. Sin duda tales condiciones han de ser
observadas con cierta proporción en las comparativas modales. Como
“Juan posiblemente es más docto que Ildefonso”, basta que eso sea
posible, aunque ninguno de ellos viva ahora, o ambos adolezcan de
falta de sabiduría. Pero en las demás modales (que ya tocamos en
370 TOMÁS DE MERCADO

la lección anterior) la imposibilidad, la contingencia o la necesidad


no apelan sino sobre el positivo. Así, cada término amplía, pero apela
sobre el exceso. Por lo cual, el sentido de ésta: “el ángel imposible­
mente es más sabio que Dios” no es que imposiblemente el ángel
tenga sabiduría, o Dios, sino sólo que tal prestancia es imposible; pero
que los extremos tengan posiblemente el positivo, ni se afirma ni se
niega. Y , en cuanto a las negativas, ya que la negación da el sentido
apuesto y destruye todo, se sigue que, para que sea verdadera en la
comparación propia, basta que falte cualquiera de estas tres cosas, a
saber, si el positivo no compete a ambos, o a uno de ellos, o son
iguales en ello, como “Juan no es más ciego que Pedro”. Pues, ya
que para que fuera más ciego se requiere que ambos sean ciegos, se
negará verdaderamente si uno no carece de la vista.
Además de todo esto, sólo queda advertir, en cuanto a los super­
lativos, que se suelen tomar de dos maneras, a saber, de manera
positiva y de manera negativa. Pues uno sólo se pone correctamente
entre las cosas del mismo género, como “Aristóteles es el más sabio
de los griegos”, “Cicerón es el más elocuente de los latinos” (lo
suponemos por la gramática). Se expone positivamente por su compa­
rativo, como “Salomón es el más sabio de todos”, esto es, “más sabio
que los demás”. “Santo Tomás es el más erudito de los doctores”, esto
es, “más erudito y docto que los demás” . Tomado negativamente, da
este sentido: ninguno lo excede. Tomado positivamente, afirma que
supera a los demás; negativamente, que por ninguno es superado. Por
lo cual, ya que en algunas virtudes y dotes algunos son iguales, de
cualquiera que se diga el superlativo negativamente, de ninguno se
dice con verdad positivamente. E n último lugar, nótese que tales
enunciaciones: “Aristóteles es el más sabio de los griegos” y semejantes,
no exigen que la sabiduría competa a cada uno de los griegos que sean
canalla del vulgo y abyectos; sino que, a todos los que entre los griegos
reciben el nombre de sabios, Aristóteles los supera. E n cuanto que
entre ellos se hace la comparación, no entre el vulgo de multitud
imperitísima y la plebe. Hasta aquí de los comparativos y además de
todas las exponibles.
L IB R O V : D E L SIL O G IS M O

C A P IT U L O I

TEXTO

La proposición es la oración afirmativa de algo con respecto de algo


o negativa de algo con respecto de algo. E l término es en lo que se
resuelve la proposición, como en sujeto y predicado. E l silogismo es la
oración en la que, puestas y concedidas ciertas cosas, es necesario que
suceda otra cosa por las que han sido puestas, como “todo animal es
substancia, todo hombre es animal, luego todo hombre es substancia”.
Ahora bien, todo silogismo consta de tres términos, y de tres propo­
siciones: dos colocadas en el antecedente y la tercera en la conclusión.
D e las primeras premisas, la primera se llama “mayor” y la segunda
“menor”. Y de los tres términos (de los que hemos dicho que consta
el silogismo), uno se llama “medio”, a saber, el que se toma dos veces
en las premisas, otro “extremidad mayor”, el que es el extremo distinto
del medio en la mayor, y el tercero “extremidad menor”, a saber, el
otro extremo distinto del medio en la menor.

LECCIÓN PRIMERA

Toda ciencia y toda disciplina persiste en dar el conocimiento de su


objeto. Pero el objeto de la dialéctica (como lo dijimos en el exordio
de la obra) es el modo de saber. E n efecto, ella es el instrumento
universal de las ciencias, enseña los modos y aporta los medios con
los que todas ellas se adquieren generalmente. Y el modo de saber
comprende la definición, la división y la argumentación, que de manera
señalada definimos en el lib. II. Pero ahora es oportuno saber que
son lo mismo la facultad mayor y la que llaman dialéctica menor,
más aún, la menor ejerce un oficio introductorio para entrar a la lógica
de Aristóteles. Por lo cual, es gran engaño enseñar en las súmulas todo
modo exacto de saber, o exigir que se enseñen todos exactamente. Más
372 TOMÁS DE MERCADO

bien me parece que estas partes están divididas con ingenio, de modo
que la argumentación sea la principal. E n sus compilaciones, Pedro
Hispano abrazó a la lógica los demás miembros que hasta entonces
se habían dejado de lado. Y (a mi juicio) me pareció que, por el
movimiento, lo había hecho con óptima razón. Pues propinó lo más
apto o cómodo a los jóvenes de todas las doctrinas dialécticas, que
consiste principalmente en los vocablos, y dejó la contemplación de
las cosas que (con argumento demasiado difícil) sería máximamente
separado y abstracto. Y ciertamente, de entre todos los modos, la
argumentación depende menos del tratamiento y pericia de las cosas,
en cuanto forma pura y composición artificiosa de vocablos. En cam­
bio, la definición y la división atañen mucho a la naturaleza de las
cosas, a saber, al género, la especie, la diferencia y a todo el opúsculo
de los Predicables y los Predicamentos. Lo cual Porfirio insinúa como
fruto de su trabajo. El tratado es útil (dice) para construir definicio­
nes, para hacer divisiones, en cuanto trata del género y la diferencia,
del inmediato y no del mediato; y esforzarse por conseguir esto sin
los predicables y los predicamentos, es (como dicen) arar en la playa
y sembrar los vientos. Pues bien, la naturaleza del silogismo es tan
remota del conocimiento de las cosas que, así como se percibe y des­
cubre el suave concierto y la armonía sin la significación del canto,
así él, aun ignorando las cosas importadas, óptimamente se entiende.
Pedro Hispano prudentemente siguió este método de enseñanza y en
sus resoluciones enseñó las cosas que venían muy al caso para expresar
la naturaleza del argumento. Y (como es justo) nosotros lo hemos
imitado en nuestros comentarios, explicando sólo las reglas y preceptos
del argumentar, dejando de lado en la lógica las demás cosas que
concernían a las definiciones y a las divisiones. Constituyendo desde
el principio este objetivo, creo que se hará aprecio de la obra si refiero,
para que se considere, lo que hasta ahora he andado, a fin de que
con paso más fácil avancemos a las cosas que en este último libro
quedan por dilucidar. Y a que la argumentación está compuesta pri­
mero de términos y próximamente de proposiciones, fue conveniente
discutir ante todo estas cosas. Lo cual (si no estoy equivocado) absol­
vimos en los libros I y II. E n el I II y el IV nos detuvimos en algunas
reglas para conocer la verdad y la falsedad. En efecto, el tratado de
la oposición, la conversión y las equipolencias mira a que seamos
llevados más fácilmente a la verdad de cualquier proposición presen­
tada, o por la opuesta, o por la convertente, o por la equipolente. Y,
LIBRO V : DEL SILOGISMO 373

para que no se deje, fuera nada de lo que nos importa conocer, aclara­
mos el sentido y la comprensión de las modales y las exponibles, a
fin de que no fuera tan abstrusa la sentencia de ninguna proposición
que no estuviera al alcance del dialéctico y le fuera clara. Habiendo
recorrido estas cosas (como lo he juzgado más adecuado), queda que
pasemos a tratar sobre la definición de la argumentación y sus partes.
Tampoco me faltó definir el argumento en el lib. II. Pues convenía
que los dialécticos no permanecieran ayunos de esa materia hasta este
momento. Porque habrían de argumentar de un principio necesario a
ambas partes, Pero ahora, como bebiendo en su propia fuente, agota­
remos más ricamente el asunto. Así, pues, el argumento (si inspec­
cionamos la etimología del nombre) es un invento artificioso o una
disposición ingeniosa inventada para concluir algo. Por ejemplo, si
persuades a un padre furioso de que no declare desheredado a su hijo,
piensas como un hilo la razón con la que lo detienes, a saber, el amor
de los padres para con los hijos y el esfuerzo común natural de acumu­
lar bienes para ellos, además, el deseo de dejar al sucesor sobreviviente
no sólo semejante a sí o igual, sino, cuanto se pueda, más honorable.
Congregas estas cosas, pero, tal como se encuentran antes que se dis­
pongan por el arte y el ingenio, son deformes y deplorables, como
materiales juntos en acervo y cúmulo. Por lo cual, distan tanto el
razonar sin dialéctica y el discurrir con dicho arte, cuanto dista de los
materiales la coherencia y el que estén dispuestos en paredes y techo.
Luego, a partir de esas cosas, la dialéctica enseña con qué forma y
método fundamentes las razones graves y eficaces para persuadir. Como
“todo padre, impulsado por la naturaleza, reúne riquezas para los hijos,
para que puedan vivir después de la muerte de éste; por lo cual, juzga­
rás contrario a la naturaleza el defraudar al hijo de tu substancia” .
Pero, ya que el argumento encierra dos cosas, a saber, su materia y
el orden o disposición de las cosas con las que se arregla la primera,
sólo nos interesa enseñar a los jóvenes la forma con la que después
sabiamente versen sobre toda la doctrina de la filosofía.
Así, pues, la argumentación es la oración en la que de una cosa se
infiere otra. Por lo cual, ya no se toma sólo como la razón para llegar
a una conclusión, razón que suele llamarse “antecedente”, sino como
el agregado de ambas partes. Y la argumentación se distribuye en cua­
tro especies: ejemplo, entimema, inducción y silogismo. Aunque la
división no es del todo unívoca, ni cada uno participa igualmente
de la naturaleza de lo dividido. E n primer lugar, con el ejemplo se
374 TOMÁS DE MERCADO

prueban comúnmente las definiciones; y, sin embargo (como dicen),


las definiciones no se prueban, sino que se presuponen; luego, el ejem­
plo no es exactamente argumentación o prueba. Defines que el hombre
es animal racional, añades “como Pedro”, y “Pedro” es cierto género
de prueba. Tam bién se induce el ejemplo para persuadir, como si instas
que también al tartamudo y balbuciente le conviene frecuentar los
discursos, y tomas como ejemplo a Demóstenes, quien por el uso y
la laboriosa ejercitación mereció el nombre de excelente orador entre los
griegos, y sin embargo por naturaleza se apartaba mucho de los dis­
cursos. Pero este modo singularísimo de argumentar pertenece a los
oradores. Porque siempre es singular y sólo infiere lo singular, y cada
uno ha de acomodarse a cada acontecimiento. Y todas estas cosas
atañen al arte oratoria; pues versa sobre lo singular, a saber, sobre
nuestras acciones y juicios. Después sigue la inducción, de la cual
juzgo que suficientemente la he tomado en cuenta en el lib. II. En
efecto, hemos juzgado necesario y útil dar noticia de ella en ese lugar,
porque su uso es muy frecuente y provechoso en la dialéctica, tanto
para examinar las suposiciones de los términos como para refutar las
oposiciones y, finalmente, para casi todo examen de la verdad y la fal­
sedad, sobre las cuales en esta disciplina de las súmulas se discutirá
mucho y continuamente. La tercera especie es él entimema, a saber
el silogismo truncado, conciso y mutilado, que consta de dos propo­
siciones, siendo que la fuerza de la ilación reclama tres. Del cual
trataremos en el presente libro al mismo tiempo que del silogismo
íntegro.
Pero, antes, hay una objeción contra esta división del argumento.
Hasta ahora hemos visto muchas más especies de argumentar; y, ya
que todavía no hemos visto todas, dista mucho de que todas sean
cuatro. Por ejemplo, de lo dividido a la división; de la definición a
lo definido; de la convertible . . . ; de la condicional, con la afirmación
del antecedente, a la afirmación del consecuente; de la exponible a
las exponentes. Todos estos lugares argumentativos que hemos espar­
cido a través del discurso de la obra no parecen pertenecer a ninguna
de esas especies. Respóndase que todos estos lugares se reducen a
estas cuatro especies, directa o indirectamente, expresa o virtualmente;
a la manera como en la metafísica todas las proposiciones cognoscibles
de cualquier modo se reducen a los primeros principios. La condicio­
nal se reduce inmediatamente al entimema, como “el hombre es ani­
mal; luego, si Pedro es hombre, Pedro es animal” . D el dividido a la
LIBRO V : DEL SILOGISMO 375

división, al silogismo, como: “es animal, luego racional o irracional”,


así: “todo animal es racional o irracional; pero esto es animal,
luego . . . Y lo mismo podrá experimentarse en los demás. Pero, si
algunos lugares no se pueden reducir inmediatamente al silogismo,
se reducen .al menos por medio de consecuencias, o se tendrán con
fuerza de tales. Más aún, la división (si hablamos estrictamente) sólo
es bimembre, a saber, de modo que toda forma de argumentar sea
inducción o silogismo, con tal que ambos miembros se entiendan
virtual o formalmente. Pues el ejemplo se reduce a la inducción y el
entimema, sin dificultad, al silogismo. Y la suficiencia de esta distin­
ción se deriva de nuestra misma naturaleza, por la cual constamos
de alma y cuerpo. Pero, ya que el cuerpo se ordena al alma como a
una forma más excelente, y el bien eximio y más excelente del alma
es el conocimiento y la perfección del conocimiento, se ha de estimar
que el cuerpo ayuda mucho para entender; por causa de lo cual está
adornado y florece con tantas virtudes cognoscitivas, a saber, para que
sea de fruto y pueda servir al intelecto para alcanzar su fin. Pero todo
conocimiento del cuerpo es de los singulares y el del intelecto es de
los universales (como lo aprendemos siendo maestra la experiencia y
se muestra fácilmente con ejemplos).
Por tanto, la inducción es un modo de argumentar sensible y cor­
póreo del cual usa el intelecto, ya que asume el cuerpo para efectuar
sus discursos, usando su servidumbre y obsequio. Por lo cual, de
muchos singulares percibidos con el sentido, él mismo, por su virtud
natural e innata, colige lo universal. Ésta es la primitiva fuerza y
naturaleza de la inducción, a saber, el paso de los singulares a lo
universal. Pero el silogismo es completamente necesario al intelecto,
en el cual procedemos de los universales a los universales o descen­
demos a los singulares. Por esto, ya que naturalmente nuestro camino
para conocer es doble, a saber, el sentido y el intelecto, es congruente
que juzguemos que también habrá dos especies en el género de argu­
mentar, aunque de muchas maneras cada una puede variar después.
De estas cosas también se colige el orden y la serie de estas especies.
Pues, así como nada hay en el intelecto que antes no hubiera estado
en el sentido, del cual toma origen todo , nuestro conocimiento, la
inducción, que actúa por el sentido, es cierto origen y principio del
silogismo (como lo atestigua Aristóteles en el lib. V I de la Ética).
Pues las premisas del silogismo,, de las cuales muchas veces ya no
puede haber silogismo, se prueban por inducción. Y es que de dos
376 TOMÁS DE MERCADO

maneras las cosas son conocidas por nosotros, a príori y a posteriori


(de lo cual trataremos ampliamente en los Analíticos Posteriores), a
saber, desde el efecto o desde la causa. Como conocemos que el hom­
bre es risible, o porque lo vemos reír, o porque conocemos la causa
del reír, a saber, la admiración. Y extraemos que el fuego calienta, o
porque calienta, esto es, por el efecto, o porque su naturaleza exige
esa cualidad. A estos modos de conocimiento se adapta la presente
división. Ya que el silogismo sirve perfectamente para conocer las
cosas por las causas, y la inducción es aptísima para alcanzarlas por
el efecto. Pues cualesquiera cosas que percibimos por el sentido son
aquellas que manifiestamente se siguen de causas ocultas, por eso salen
y se descubren como de ciertos signos. Por tanto, presupuesto ya el
conocimiento de la inducción, trátese aquí el silogismo. La definición
del entimema resultará clara de paso.
Pero dividiremos el tratado del silogismo, ya que tenemos el ánimo,
en cuanto alcancen las fuerzas, de completarlo en todos sus números,
siguiendo a Pedro Hispano (aunque hayamos cambiado un poco su
texto). E n primer lugar, diremos qué es el silogismo y cuántas clases
tiene. E n segundo lugar, se tratará de su fuerza, robustez y medida.
E n tercer lugar, se examinarán algunos argumentos que se hayan
dicho en la primera y segunda partes (como es costumbre). Pues es
de creer que no importa menos conocer qué se hace en esta parte de
manera no correcta, sino fraudulenta, que lo que se ejerce sin defecto.
Así, pues, el silogismo es la argumentación en la que, puestas y con­
cedidas ciertas cosas, es necesario que acontezca algo además de las
cosas que se han puesto. Pero esta definición sólo se entiende exacta­
mente si sabemos cuáles son las partes materiales del silogismo, en
cuanto que a partir de ellas buscamos una gran utilidad para percibir
la naturaleza del silogismo. Pero el silogismo (como lo hemos inculcado
a menudo) se compone primeramente de oraciones y, después, las
oraciones de términos. Por eso el autor estableció la primera línea de
este libró sobre las proposiciones; la segunda, sobre los términos. La
proposición (dice) es la oración de algo respecto de algo, o de algo
excluido de algo, universal o particular. Este mismo exordio es el de
Aristóteles, quien comienza con las mismas palabras los libros Analí­
ticos Priores (donde expone la naturaleza del silogismo). Pero ésta
no es una descripción exacta de la proposición, sino cierta repetición
cómoda y oportuna de lo dicho. Pues, ¿qué es la proposición?, ¿qué
la afirmativa?, ¿qué la negativa?, ¿qué la universal?, ¿qué, finalmente, la
LIBRO v: DEL SILOGISMO 377

particular? (sobre cuya opinión recuerdo que ya se ha tratado m ucho).


Y juzgo que se debe tomar en el mismo sentido también lo que
sigue, a saber, que el término es aquello en lo que se resuelve la
proposición como en sujeto y predicado. La proposición consta de
términos como de partes, y cada cosa se resuelve en sus partes, como
el hombre en alma y cuerpo, y después el cuerpo en sus elementos,
ya que de ellos se compagina. Pero, ¿por qué se constringe y coarta
en sujeto y predicado?, ¿acaso la cópula no es término o parte de la
proposición? No es ésta una definición absoluta del término, sino que
conviene al término en cuanto lo postula la presente consideración
del silogismo. Hasta ahora en tres lugares hemos tomado el discurso de
los términos. A saber, en el lib. I, donde hemos descrito su naturaleza
absolutamente en todo el libro; también al principio del lib. II pare­
cimos continuar lo mismo, discutiendo sobre el nombre y el verbo.
Pero ahí ya no simplemente del término, sino en cuanto eran partes
principales de la proposición. Por ello excluimos innumerables térmi­
nos de la consideración de esta materia, en cuanto no eran nombres
ni verbos. E n tercer lugar, ahora tratamos la propiedad del término en
cuanto sirve al arte silogístico. Y por eso es necesario que esta defi­
nición no convenga a todos los términos. Sólo faltaba que fuera incon­
veniente porque no conviene a algunos. Y , además, aquí se describe
según la etimología. Pues el predicado y el sujeto son como cierto
fin y límite de la proposición; por lo cual, con mérito se llaman
extremos. Luego, ya que entre los demás términos tales extremos tienen
un respecto peculiar al silogismo, sólo a ellos sin injuria les compete
la descripción, y a los demás les compete la definición puesta al
principio de la obra, la cual, sin embargo, es propia y adecuada de
ellos.
Supuestas estas cosas, advierte que, ya que el silogismo consta pri­
meramente de proposiciones, y las proposiciones de términos, estas
proposiciones o términos no se disponen promiscuamente con cual­
quiera, ni como sea o al acaso, sino con una estructura de disposición
ciertamente ingeniosa y con cierto número de ambos, en lo cual
comienza a aparecer cuánto difiere el silogismo de los demás argu­
mentos. Así, pues, el silogismo se compone sólo de tres proposiciones,
y esas mismas proposiciones sólo de tres términos, como “todo hombre
es animal; Pedro es hombre; luego Pedro es animal”. En él sólo hay
tres términos, tal como aquí se considera el término, a saber, como ex­
tremo, predicado o sujeto, que aquí son “hombre” “animal” y “Pedro”,
378 TOMAS DE MERCADO

según verás en las oraciones compuestas de éstos. Por tanto, éste es el


conocimiento del silogismo, a saber, conocer cómo se combinan ahí esos
tres términos, para que resulten otras tantas proposiciones que sin
crimen dispongas en la consecuencia. Invento ciertamente admirable
de los hombres. En primer lugar, dos proposiciones que siempre se
colocan en el antecedente, sólo pueden confeccionarse con tres térmi­
nos si uno se repite, de modo que por la repetición resulten los cuatro
extremos requeridos. Luego ese de los tres' que es reasumido en las
premisas es el medio, y así se llama en el silogismo, y siempre ha de
tenerse gran cuidado de él, en cuanto parte principal y más excelente,
d fundamento de todo y la clave del silogismo, y como el corazón del
animal del cual procede para él toda la vida, y en el cual en todo
silogismo se han de poner atentamente los ojos. Como, en el ejemplo
aducido, “hombre”, que era el sujeto de la mayor y el predicado de
la menor; el cual, por esa causa, se llama medio excelentísimo, porque
contiene y une como medio las extremidades consigo y a ellas entre
sí. En efecto, en la mayor se une siempre con una y en la menor
con la otra, y de esa copulación del medio con las extremidades
(como lo expondremos) se sigue en el consecuente la conexión de
las extremidades entre sí. Los dos términos restantes (que hasta aquí
hemos llamado “extremidades” ) se repiten en la conclusión. Así con
admirable ingenio y compendio, de tres términos repetidos se hacen,
excluida toda incoherencia, seis extremos y tres proposiciones, que, al
modo de los términos simples, gozan así de su propia nomenclatura.
Pues la primera, colocada en el antecedente, se llama “mayor”, la se­
gunda parte del mismo antecedente, “menor”, y la tercera es la conclu­
sión. Y ciertamente la primera es la mayor, porque es la más universal
y contiene en sí a la menor, al menos en las afirmativas, cuya razón y
naturaleza ha de ser atendida principalmente por nosotros. La menor
es como una coartación de la mayor que la lleva a inferir una conclu­
sión particular. Al modo como la causa particular en las cosas naturales
aplica la virtud de la eficiente superior a producir un efecto particular.
Pero preguntas con qué signo se reconocerán la mayor y la menor.
Pues el sitio de la escritura o de la prolación no es suficiente, ya que
a veces entre los filósofos se transponen. Para los doctos y eruditos es
clara la noticia de ambas. Pues la mayor resulta patente de inmediato
por su universalidad. Pero a los novicios (hasta que pasen a disciplinas
más altas) no se les puede dar otro signo más manifiesto que el mismo
sitio.
LIBRO v : DEL SILOGISMO 379

Acerca de estos tres términos se ha de observar lo que hemos ense-.


ñado sobre la oposición en los extremos. A saber, que deben ser los
mismos en cuanto a la cosa, a la significación y a la voz. En cuanto
a la cosa, que no sean equívocos algunos de ellos, o (lo que es lo.
mismo) tomados equívocamente, como si dices “todo can es capaz d e:.
ladrar, la constelación es can, luego la constelación es capaz de ladrar”, ,
no es válida, porque el medio se toma equívocamente. Además a q u í:.
“todo can es animal, can es una sílaba, luego la sílaba es animal”..
Pues el medio, aunque sea unívoco, sin embargo, se toma equívoca­
mente, porque las suposiciones material, formal y simple, varían la.
univocidad de la acepción. Por lo cual, tampoco se sostiene ésta: “todo,
hombre corre, el hombre es una especie, luego la especie corre”. Así,
no se debe mirar tanto si un término es equívoco, cuanto si es tomado ■
equívocamente. Y , cuando se pueda hacer, es digno de advertirse que,
de los tres, sólo el medio puede tomarse equívocamente en el antece­
dente, en cuanto qué es lo que se repite, y entonces ese crimen, junto
con los otros cometidos acerca del medio (de los que trataremos des­
pués) se llama intrínseco, ya que se da al interior del antecedente.
Los otros dos tómense equívocamente sólo en la conclusión, pues sólo
en ella se repiten. Y éstos deben ser lo mismo en la cosa y en la
apariencia, en la significación (digo) y en la voz, a fin de que sean'
aptos y potentes para convencer. Por lo cual, no vale: “toda piedra1
es insensible, la roca es piedra . . . ”, aunque “roca” y “piedra” sean
sinónimos. Ni esta: “toda espada golpea, el puñal es sable, luego el
puñal hiere”, aunque “espada” y “sable”, “golpea” y “hiere”, sean sinó­
nimos. Luego deben ser tres real y formalmente, para que se excluya
todo fraude y la consecuencia sea eficaz para concluir algo tenaz.
En contra de esto se da, en primer lugar, que en este silogismo: “el
caballo de cualquier hombre corre, Pedro es hombre, luego el caballo
de Pedro corre” hay cuatro términos, a saber, “hombre”, “caballo”,
“Pedro” y “corre”, luego no es necesario que sean tres. Se responde;
que no se entiende que haya cuatro términos simples, ya que pueden
ser complejos, sino que hay tres extremos totales. “El caballo del
hombre” constituye en realidad un sujeto, como también a veces hay
predicados complejos, por ejemplo en: “todo animal es viviente sensi­
ble; todo hombre racional es animal; luego todo hombre racional es
viviente sensible”. En este silogismo sólo hay tres términos, lo cual
se explicará abajo más ampliamente, cuando aclaramos que a veces es
380 TOMÁS DE MERCADO

lícito añadir algo al medio en una premisa y qué hay que hacer con
ese añadido.
E n segundo lugar, los oradores asignan cinco partes al silogismo, a
saber, la proposición, la prueba de la proposición, la asunción, la prueba
de la asunción y la conclusión; ¿cómo, entonces, hemos opinado que
sólo son tres las partes del silogismo? Pero no debe admirar que los
que profesan cosas diversas, más aún, opuestas,· enseñen preceptos diver­
sos. Pero es tan propio de los oradores dilatar la oración con palabras
y sentencias como propio de nosotros concluir sencillamente. Además,
tocando nosotros la cosa más formal y verdaderamente, no llamamos
partes del silogismo a las pruebas de las partes, las cuales, quitadas de
esas cinco, sólo parecen quedar nuestras tres. Pero tal adopción distinta
de las partes proviene del diferente estilo de proceder. Pues aquellos a
quienes pertenece el extender facundamente la oración cuanto pudieren,
profieren primero la mayor, a la que corroboran con ese gran aparato
de palabras; después emiten la menor, y la fortalecen con muchas cosas;
y, después de una larga peroración y período, añadiendo de nuevo
muchas cosas, concluyen. Pero los dialécticos proponen de inmediato
un silogismo íntegro; después, si alguna parte pide probación, repitién­
dola la prueban. Lo cual se hace, a mi juicio, porque los oradores,
tratando de cosas singulares y contingentes, usan en el .discurso razones
dudosas, muchas veces sospechosas, nunca más allá de lo aparente.
Por eso tienen necesidad, una vez prevista la respuesta, de confirmar,
no sea que, si se profiere un raciocinio desnudo, parezca del todo frío.
Pero los hombres filósofos las más de las veces adoptan razones tales
que se mantengan por sus propias fuerzas.

LECCIÓN SEGUNDA

Éstas son las partes materiales del silogismo, y una vez conocida, fácil­
mente resulta clara la definición, a saber: es la consecuencia formal
en la que, puestas y concedidas ciertas cosas, es necesario que acontezca
algo por aquellas cosas que han sido puestas. Pero dirás que esta defini­
ción igualmente conviene a la inducción y a los demás modos de
argumentar, en los cuales, dado un antecedente, se sigue también la
conclusión. Además, ¿qué necesidad hay de que se concedan las cosas
puestas en el antecedente, para que se diga en la definición “puestas
y concedidas”? ¿acaso, si no se admiten inmediatamente, no valdrá
LIBRO V: DEL SILOGISMO 381

el silogismo? A lo primero se responde que esta definición es magis­


terial y además suficiente y buena. E n primer lugar, separa el género
mismo, a saber, la consecuencia formal, de la inducción y otras muchas
especies de la consecuencia. Por el “puestas y concedidas”, del entimena
y de otros en los que no se ponen algunas cosas, sino sólo alguna; y,
además, el “puestas y concedidas”, ya que se entiende como la forma
y la figura dispuestas (de las que ya comenzamos a hablar), separa sufi­
cientemente al silogismo de todas las demás. Y , si lo quieres definir
más concisa y estrictamente, juzgo que lo llevarás a cabo con estas
palabras: es la consecuencia formal en la que, por virtud de la conexión
del medio con las extremidades, se sigue la conexión de las extremi­
dades entre sí. E n la cual (como consta) se insinúa el edificio íntegro
del silogismo y la admirable estructura de los materiales.
E n cuanto a lo segundo, el “concedidas”, aunque no es tan necesario,
se ha puesto razonablemente. Ya que la partícula subsiguiente: “es
necesario que acontezca algo”, no sólo significa que se infiere la
conclusión, sino que se concede la conclusión, para lo cual es nece­
sario que se conceda el antecedente. Y parece que esto ha hecho el
autor al instruir a los jóvenes sobre el modo de responder acostum­
brado entre los lógicos. Pues es doble el modo de argumentar útil, si
se da en sus lugares propios. En primer lugar, para probar alguna
conclusión, se aduce una razón, confeccionada a partir de la causa
o aducida a partir del efecto, y al que responde le pertenece la facul­
tad de juzgar estos argumentos, a saber, si son verdaderos o falsos.
Como si se prueba que el varón justo es máximamente amante de sí
mismo, primero por la autoridad y después por la razón, así: “el impío
odia su alma (como dice el Salm ista), luego el justo se ama a sí mis­
mo”; y con ésta: “el varón justo desea y procura para sí lo que es más
alto, más verdadero y bueno que el injusto; luego el justo es máxima­
mente amante de sí mismo, ya que el amor es querer el bien para el
amado”. E l que responde mira primero en estos argumentos si las
cosas puestas son verdaderas, o dudosas, o antibélicas; y, si encuentra
en el antecedente algo dudoso o falso, se detiene en ello negando o
distinguiendo. Pero, si se aducen premisas verdaderas, sólo queda que
se examine la conclusión: si se infiere con defecto y fraude o clara­
mente y con calle empedrada. Este modo de argumentar es propio
de los filósofos y los teólogos. Pues es grave, erudito y natural. De
otra manera, suele aducirse la prueba con el examen de la ilación
desde el principio, máximamente cuando se muestra la posibilidad, o
382 TOMÁS DE MERCADO

la necesidad, o la imposibilidad, o la repugnancia, de una proposición.


Por ejemplo, si se prueba la posibilidad de ésta: “sólo Pedro vive”,
así: se sigue bien: “todos los hombres, excepto Pedro, están muertos;
luego sólo Pedro vive”; el antecedente es posible, luego también el
consecuente. Sobre este modo de argumentar parece que deben enten­
derse las reglas que pusimos en el capítulo de las condicionales. A
saber, si la consecuencia es buena, y el antecedente es verdadero, el
consecuente es verdadero; si se sigue bien, y el consecuente es impo­
sible, el antecedente es imposible; y las otras semejantes. En cuanto
que se plantean al replicante para que primeramente considere en
ellas la bondad de la ilación. Este modo es muy propio de los dialéc­
ticos, a los que no les atañe discutir la cosa, sino disputar sobre las
consecuencias, y por eso entre ellos el uso frecuente es que se discutan
la eficacia, la fuerza o la debilidad de la consecuencia. Pero el que se
usara mucho entre los filósofos sería ridículo y muy incongruente.
Com o el que el esfuerzo serio en profundizar en el conocimiento de;
las cosas humanas y divinas se gastara en el examen de las conse­
cuencias. E n la dialéctica es óptimo el consejo de que se ejerza este
modo. D e manera que siempre (lo cual es su oficio) los dialécticos
versen sobre la prueba de la consecuencia; pero en las disciplinas ajenas
y más graves no ha de introducirse nunca o muy rara vez. Luego el
autor de las Súmulas confeccionó la definición de tal manera que
avisara en ella a los dialécticos sobre ambas respuestas acostumbradas.
Por eso dijo “puestas y concedidas” .
Pero ahora ya es tiempo de que digamos de manera más singular y
expresa qué es esta disposición de los tres términos, y qué esta cone-·
xión hasta aquí tan celebrada. Sobre lo cual diremos primero qué
postula en general el silogismo; después hablaremos de lo mismo más
laboriosamente, cuando se llegue a cada una de sus especies. Primera­
mente decimos acerca del medio, en cuanto principal, que debe ser
el extremo total en una de las premisas. Porque si no es el extremo
en ninguna de las dos, encontraremos a ambas ineptas para inferir.
Tales serán los términos que no sean coherentes por ninguna razón
cierta en el consecuente. Com o ésta: “el caballo de cualquier hombre
es códice” y “el siervo de cualquier hombre es etíope”, si el genitivo es
el medio (en cuanto repetido en el antecedente) no infieren ninguna
conclusión en forma silogística. Pero, al contrario, no se requiere que
en ambas sea extremo total. E n efecto, puede impunemente admitir
algo en una de ellas, con el cual constituya un extremo. Como: “el
LIBRO V: DEL SILOGISMO 383

caballo de cualquier hombre corre, Pedro es hombre, luego el caballo


de Pedro corre”. Pero hay que cuidar sobremanera que no ocurra que
por razón del añadido el medio se verifique de algo de lo que no se
verificaría sin él en la otra, donde era extremo total. Pues es necesario
que se tome en ambas con igual medida, no más extenso o restringido,
sino que sus suposiciones se adecúen con la mayor equidad. Por lo
cual, éste no es silogismo: “ninguna materia es hombre, Pedro es
materia y forma, luego no es hombre”. Ya que el añadido “forma”
hace a “materia” verificable de Pedro, y si estuviera sola no se verifi­
caría así. Y éstas son igualmente ineptas: “ningún varón justo es.
afecto a la contumelia de los enemigos, este hombre es siervo de un
varón justo, luego este hombre no es afecto a la contumelia de los
enemigos”. Pues “siervo de un varón justo” se verifica de algo de
lo que no se verifica “varón justo”. Lo mismo en las copulativas y las
disyuntivas. Com o “ningún animal es piedra, toda roca es animal o
substancia, luego ninguna roca es piedra o substancia”. Pero, si el
añadido no hace que el medio se verifique de algo de lo que no lo
haría donde es extremo total, entonces no hay ningún peligro o tem or..
Como en “todo varón fuerte es magnánimo, Sócrates es varón fuerte
y sabio, luego es magnánimo y sabio” . La razón de este documento
es que, ya que el medio es como la base del silogismo, debe ser
máximamente uniforme y que en ella no haya ninguna variación, sino
más bien la mayor igualdad. Por lo cual, también es necesario gene­
ralmente (aunque nada se copule al medio) que sea coherente a las
extremidades con la misma ampliación y suposición. Pues, si los extre­
mos de la conclusión son coherentes por virtud de su conexión con.
el medio, es justo que en el antecedente se una a ambos tomado de
manera igual. Porque, si hubiera alguna desigualdad o disparidad de la
copulación del medio, esto haría claudicar la composición del conse­
cuente. Ya que puede suceder que, por razón de él o de la extensión
del medio en la mayor, convenga con el extremo correspondiente, y
no convenga con el otro colocado en la otra proposición. Y constará
cuán evidente y firme es esta razón cuando hayamos expuesto de
dónde se toma la fuerza y robustez del silogismo.
Y si esta constitución general admite dispensa, como aquí: “todo
animal posiblemente es blanco, el cuervo es animal, luego posible­
mente es blanco”, donde “animal” se amplía en la mayor, pero no
en la menor; y aquí: “todo hombre será blanco, Pedro es hombre,
luego Pedro será blanco”. E n cambio, tal regla es inflexible, a saber,
384 TOMÁS DE MERCADO

que, donde el medio no se distribuye, no se tome por más que aquello


donde está distribuido. Así, no se sigue: “todo animal es hombre, el
león posiblemente es animal, luego el león posiblemente es hombre” .
Pues “animal”, donde no se distribuye, está más ampliamente. Y , en
segundo lugar, porque donde una de las premisas fuera negativa (como
acontece a menudo), en la afirmativa, se distribuya o no se distribuya,
de ninguna manera debe suponer más extensamente ni más restringi-
damente que en la negativa. Pues siempre se encuentra que eso es
vicio y defecto. Y por eso se ha de observar generalmente que en la
afirmativa no se exceda el ámbito de la negativa. Por lo cual éstas
son ineptas: “ningún caballo corre, todo caballo posiblemente es blan­
co, luego lo blanco posiblemente corre”.
Así, pues, el medio debe ser extremo total al menos en una de las
premisas; en la otra, aun cuando admita algo, no debe por razón de
ello verificarse de más que aquellas cosas por las que se verifica donde
es extremo total. E n cuya exposición añadimos, de paso, que, aun
cuando no haya ninguna adición, se suponga igualmente en ambas o,
al menos donde no se distribuye, no se extienda a más de los que se
extiende tomado como distribuido.
En segundo lugar, la disposición del medio exige que en una de las
dos se distribuya completamente. Y ser completamente distribuido es,
en primer lugar, que no lo sea dependientemente de alguna resolución
sincategoremática. Por lo cual, éstas son ineptas: “Posiblemente todo
animal es hombre, el león es an im al. . . ” Pero en la dividida se sigue
bien: “todo animal posiblemente es hombre, el león es animal, luego
el león posiblemente es hombre”. Pero, si se admiten proposiciones
desacostumbradas de predicado distribuido, entonces vale ésta: “el
hombre es todo blanco, la piedra es blanca, luego la piedra es hombre” .
Pues tal dependencia del predicado con respecto al sujeto no quita
la suficiencia de la distribución del medio. Finalmente, distribuirse
incompletamente consiste en que, según esa acepción, [el término]
no suponga por todos. Por lo cual, éstas son aptas: “todo hombre
blanco corre, Pedro es hombre blanco, luego Pedro corre” . Pero aquí
no vale: “Adán fue todo hombre, y Platón fue hombre, luego Platón
fue Adán”. Porque “todo hombre” supone dependientemente del tiem­
po determinado de la cópula. Hemos dicho que en una o en ambas.
Porque, si el medio es un copulado, basta con que cualquier parte
se distribuya aisladamente en cada una de las premisas. Como “todo
hombre y caballo es sensible, todo animal es hombre y cualquier
LIBRO V: DEL SILOGISMO 385

caballo, luego todo animal es sensible”. Obsérvese, en tercer lugar,


que el medio no entre en la conclusión. Porque la conclusión es la
conexión de las extremidades proveniente de la conexión del medio;
por lo cual, no debe entrar. D e otra manera, esa sola conclusión sería
un silogismo completo, en cuanto contiene medio y extremos. Aunque,
para evitar algún defecto lógico, puede colocarse en el ángulo del con­
secuente. Como en “toda consecuencia es buena o mala, toda conse­
cuencia es proposición”, las premisas correctamente dispuestas sólo
pueden inferir correctamente cualquier cosa si entra el medio, así:
“luego la proposición, en cuanto consecuencia, es buena o mala” . Por­
que sin la reduplicación el consecuente es falso, a saber: “luego la
proposición es buena o mala”. Lo mismo “todo movimiento es acción;
y todo movimiento es pasión; luego la acción, en cuanto movimiento,
es pasión” .
Acerca de las extremidades, además de la univocación que (como
dijimos) es necesario que se tenga, sólo queda que se observe que
sean extremos totales en las premisas y también en la conclusión, a
menos que se dé algo con el medio en el antecedente que deba infe­
rirse. La razón de este documento es otra regla no menos universal
y célebre. A saber, que sólo se debe concluir lo que estaba en él ante­
cedente, una vez excluido el medio. Por lo cual, ya que en el antece­
dente sólo se colocan el medio y las extremidades (a no ser que haya
algo añadido al m edio), sólo queda que se pueda concluir la doble
extremidad. Pero concluyanse de esta forma: la extremidad mayor, en
el mismo caso en que estaba el medio en la menor, y la extremidad
menor, en el que estaba el medio en la mayor. Así, pues, los extremos
se siguen en la conclusión cambiados de orden a causa del medio, y se
observa el mismo orden en lo añadido al medio, si hay que concluir
alguno, en cuanto a esto: que si está con el medio de la mayor, se
infiera con la extremidad menor, y si estaba con el medio de la menor,
se une a la extremidad mayor. Lo cual se entiende muy claramente
con los ejemplos que se han antepuesto. Como “el caballo de cual­
quier hombre corre, Pedro es hombre”, “Pedro”, que es la extremidad
menor, se concluye en genitivo, en el cual está el medio de la mayor.
A saber: “luego el caballo de Pedro corre”. Y aquí: “cualquier hombre
es animal, Brúñelo es de todo caballo”, la extremidad mayor es “ani­
mal”, e imita el caso del medio de la menor, así, se coloca en genitivo:
“luego Brúñelo es el caballo de un animal” . D e esta forma, en la
386 TOMAS DE MERCADO

consecuencia sólo se concluyen, fuera del medio, todas las cosas que
estaban en el antecedente. Por lo cual, necesariamente las extremi­
dades serán extremos totales, tanto en el antecedente como en el
consecuente, a menos que hubiera algún añadido en el medio, lo cual
se estructura cambiadas las veces y con cierta razón de las extremi­
dades en la conclusión. Por tanto, esta contextura de las partes, esta
mutua coherencia y coligación de todos los términos es la admirable
e ingeniosa composición del silogismo. A saber, la misma disposición
artificiosa de tres términos y de otras tantas proposiciones. Así tene­
mos cuál es la materia próxima y remota del silogismo, cuál es su
forma y cuál es su definición.

C A P IT U L O II

TEXTO

La figura es la ordenación de los términos según la debida sujeción y


predicación, la cual se hace de tres modos. Pues, si el medio se pone
como sujeto en una y como predicado en la otra, resulta la primera
figura. Como: “todo animal es substancia, todo hombre es animal,
luego todo hombre es substancia” . Cuando el medio se predica en las
dos, resulta la segunda. Com o: “ninguna piedra es animal, todo hombre
es animal, luego ningún hombre es piedra” . La tercera surge si el medio
se pone como sujeto en ambas premisas. Com o: “todo hombre es
animal, todo hombre es substancia, luego alguna substancia es animal”.
E l modo es la ordenación de las dos premisas según la debida canti­
dad y cualidad. La debida cantidad es que al menos una de las pre­
misas sea universal, aunque ambas pueden ser universales. La debida
cualidad es que al menos una sea afirmativa, aunque ambas pueden
ser afirmativas. Por lo cual, se dan las siguientes reglas universales
para cualquier modo y figura. La primera: de puras particulares nada
se sigue. La segunda: de puras negativas nada se sigue. La tercera:
si alguna premisa es particular, lo mismo la conclusión, y si una es
negativa, infiérase una conclusión igual. Pero esta ilación se hace de
dos maneras, a saber, directa e indirectamente. Cuando la extremidad
mayor se predica de la menor en la conclusión, se concluye directa­
mente, y cuando la menor se predica de la mayor, indirectamente.
LIBRO v : DEL SILOGISMO 387

LECCIÓN ÚNICA

Tal es la naturaleza del silogismo, como la expusimos en el capítulo


anterior; pero, al modo como la naturaleza del animal es ser viviente
sensible, y a ella añade algo cada uno de los que se encuentra en el
orbe, como el hombre añade lo racional, el caballo la capacidad de
relinchar y el león lo capaz de rugir, así el silogismo viene al uso por­
que es, como el animal, un cierto universal con muchas especies.
Por tanto, habiendo tratado hasta ahora del silogismo, ahora trataremos
de sus especies, donde se perfeccionan la materia y el conocimiento
anteriores. Pero multiplican y constituyen al silogismo en especies el
modo y la figura. Esta última es la disposición de los tres términos, y
máximamente del medio, en cuanto al sujeto o predicado. Y el modo
es la disposición de las proposiciones. Así, la figura es sobre la materia
remota, y el modo sobre la próxima. E l silogismo tiene como algo
común que el medio se conecta con las extremidades y la figura con­
siste en que se una con razón de sujeto y de predicado. Ahora bien,
tal disposición puede ser triple. A saber, que sea sujeto de una y
predicado de la otra, como “todo hombre es animal, Pedro es hom­
b re. . . ” Y es la primera y principal de todas, en cuanto más adaptada
que las demás para discurrir y concluir. D e cuya disposición del medio
el término tomado en toda figura se llama medio. Pues propiamente
tiene el sitio de medio. Porque se pone como sujeto de una extremidad
y se predica de la otra. Y obtiene la condición de ambos, aunque tam­
bién por otra razón más universal (como lo hemos dicho) se llama
tal. A saber, porque unía consigo a los extremos y entre sí mismos
en el consecuente. Y , si se predica en ambas, es la segunda. Como
“ningún hombre es piedra, toda roca es piedra, luego ningún hombre
es roca”. Pero, si en ambas se pone como sujeto, es la tercera. Como
“todo color es cualidad, ningún color es substancia, luego la cualidad
no es substancia” . Con antipófora objetarás que la segunda más bien
debería llamarse primera. Y eso parece más digno porque el medio se
predica en ambas, lo cual es más excelente. Se ha de responder que,
aun cuando sea más sublime ser predicado que sujeto, sin embargo,
es mucho más conforme con el medio, que consiste en el medio y
alterna las veces. Y no se ha de mirar qué es de suyo más excelso,
sino qué es más conveniente a cada uno. Y por eso la primera figura
aventaja a todas en la razón del silogismo, porque el medio muy apta­
388 TOMÁS DE MERCADO

mente se coloca en ella. Pero el modo es la disposición y exigencia


de la cantidad y la cualidad de las proposiciones. Pues, ya que se
requieren tres, hasta ahora no se ha enseñado cuántas y cuáles deben
ser. P or tanto, qué se requiere en cada una, lo diremos dentro de
poco. Ahora explicaremos qué se necesita en todas. La cantidad debida
consiste en que al menos una sea universal, y la cualidad debida, en
que no haya más de una negativa. D e lo cual surgen las dos reglas
del texto, a saber, que nada se sigue ni de' puras particulares ni de
puras negativas.
Para conocimiento de estas cosas, adviértase que el silogismo es
doble, uno de medio común y otro de medio singular, que se llama
expositorio, como “Pedro es hombre, y Pedro corre, luego el hombre
corre”. E l primero es más noble y se acomoda para adquirir las disci­
plinas; el expositorio no es tanto un silogismo intelectual como sen­
sorial o expuesto a los sentidos, en cuanto constituido en los singulares,
de lo cual se volverá a discutir un poco después. Por ahora toda esta
doctrina se entiende del primer silogismo. Así, pues, en éste al menos
una debe ser universal, y de ambas singulares no se infiere nada. Pero
en el arte silogística acontece que la proposición singular se da de dos
maneras. En primer lugar, la que ha sido definida en el lib. II, en la
cual se pone como sujeto un término común distribuido sin signo
universal, o modificado con un signo particular, o sin ningún signo,
donde también incluimos los indefinidos. De otro modo, la proposi­
ción particular se tom a donde no se distribuye el medio, aunque se
distribuya el sujeto. Como aquí: “todo hombre es animal, todo león
es animal”, aunque ambas son de suyo universales, en cuanto al inferir
silogísticamente ambas son particulares. Porque en ninguna se distri­
buye el medio. Por lo cual, si infirieses “luego el león es hombre”,
no valdría, porque de puras particulares, por la particularidad del me­
dio, nada se sigue. E n este lib. V usaremos promiscuamente ambas
acepciones. En primer lugar, esta regla: al menos una debe ser universal,
se entiénde con ambas universalidades. A saber, que debe ser absoluta­
mente universal y que el medio debe distribuirse. La causa de esto
la explicaremos cuando se trate de la distribución del medio. La cuali­
dad es que al menos una sea afirmativa. Pues, ya que en las negativas
la extremidad se niega del medio o el medio de la extremidad, de
ambas negativas nada se podría colegir. Pues de que dos cosas no sean
iguales a una tercera no se deduce que lo sean o no lo sean entre sí.
Pues, ¿qué inferir de que Pedro y Pablo, individualmente, no son una
LIBRO V: DEL SILOGISMO 389

piedra? Luego, si la conclusión ha de ser inferida de la conexión del


medio con las extremidades, es necesario· que una sea afirmativa.
Con lo cual, quedan explicadas las reglas primera y segunda. La ter­
cera y la cuarta son relativas a la conclusión, como las anteriores lo
eran al antecedente. Para conocimiento de esto, considérese que, al
modo como dijimos que la copulativa seguía la parte más débil, así
ahora en cuanto a la conclusión. A saber, que siempre sigue a la parte
más débil del antecedente. Pues, ya que su parte es doble, acontece
que una sea universal y otra particular, una afirmativa y otra negativa,
una posible y otra imposible, una necesaria y otra contingente, una
sabida y otra opinada; y, ya que la conclusión se infiere de la conexión
de las premisas, es un axioma de los dialécticos el que siempre la
conclusión corresponderá a la parte más débil del antecedente. Es más
débil la opinión que la ciencia, la fe que la opinión, la contingente que
la necesaria, la imposible que la posible, la negativa que la afirmativa, la
particular que la universal. Por lo cual, si una de las premisas es
negativa, la conclusión será negativa; si una es particular, también la
conclusión. D e este axioma surge cierto lugar argumentativo general,
a saber, si la consecuencia es buena, y una parte del antecedente es
contingente, o creída, u opinada, o algo débil e inferior entre las cuali­
dades que competen a las proposiciones, exceptuada la falsedad (de
la cual se sigue la verdad), la conclusión será tal las más de las veces.
También hay otra razón de esas reglas que es más propia, a saber, que
si una es particular y la conclusión es universal, argumentaremos (como
muchas veces) de lo no distribuido a lo distribuido, y si una de las
premisas es negativa, ya que en ella se hace la separación del medio
con respecto de una extremidad, de que se separa una extremidad con
respecto del medio no se puede colegir que convenga con la otra. Sino
más bien, porque una de las extremidades concuerda con el medio
(como lo dice la afirmativa), se colige que las extremidades se desunen.
Así, necesariamente debe ser igualmente negativa. Pero hay que aten­
der muy bien cuándo las proposiciones son negativas, porque muchas
veces en verdad la afirmativa parece negativa. Pues vale ésta: “todo
color contingentemente no es cualidad, toda blancura contingente­
mente no es color, luego toda blancura contingentemente no es cuali­
dad”, porque todas son afirmativas (como es patente) de las modales,
aunque se inserte la negación formal. Ya que es lo mismo ser o hacer
contingentemente cualquier cosa y no serla o hacerla. Por lo cual, tam­
bién de afirmativas se infiere una conclusión negativa en este argu­
390 TOMAS DE MERCADO

mentó: “todo viviente contingentemente es blanco, todo animal posible­


mente es viviente, luego todo animal contingentemente no es blanco”.
Pues la conclusión es, como las premisas, afirmativa. Lo mismo en las
cópulas mixtas, como “todo animal es o fue coloreado, el hombre es
y no fue animal, luego el hombre es o no fue coloreado”. Lo mismo en
las exclusivas, porque incluyen afirmación y negación, vale: “sólo el
hombre no es irracional, sólo el hombre no es bruto, luego el bruto
es irracional.” Por lo cual, señaladamente se ha' dicho que de puras ne­
gativas nada se sigue, pero todas estas premisas no son puramente
negativas. Y por eso no se incluyen en esa misma regla. Finalmente,
en último lugar hay que notar que la conclusión se infiere de dos
maneras, directa e indirectamente. Cuando la extremidad mayor es el
predicado en la conclusión, se concluye directamente, lo cual importa
mucho para el conocimiento de los modos, a los cuales muchas veces
no los hace diversos otra distinción sino la dirección del concluir.
Ciertamente, habiendo conocido en general los documentos supuestos,
queda que pasemos con paso compuesto a desarrollar las figuras espe­
ciales y sus mcdos.

C A P IT U L O III

D E LA P R IM E R A FIGURA

TEXTO

La primera figura tiene nueve modos; y el modo (como hemos dicho)


es la debida disposición de la cantidad y la cualidad de las tres pro­
posiciones del silogismo. Pero la cualidad y la cantidad se denominan
en los nombres de los modos con estas cuatro vocales: “A”, “E ”, “I ”
y “O ”. “A” significa la universal afirmativa; “E ”, la universal negativa;
“I”, la particular afirmativa; “O ”, la particular negativa. Por tanto,
los nueve modos se llaman así: Barbara, Celarent, Darii, Ferio, Bara-
lipton, Celantes, Dabitis, Fapesmo y Frisesomorum.
Las más de las veces cada nombre encierra tres sílabas, y todas las
tres primeras constan siempre de tres de esas cuatro vocales. Por tanto,
sólo las tres primeras sílabas significan; y, si hay algunas más, fueron
añadidas por gracia del verso. Y , de las tres, la primera representa la
mayor del silogismo; la segunda, la menor; la tercera, la conclusión.
LIBRO v : DEL SILOGISMO 391

Además, de entre estos nueve modos, los cuatro primeros concluyen


directamente y los otros cinco indirectamente. Barbara consta de dos
universales afirmativas que concluyen directamente una universal afir­
mativa. Como “todo cuerpo es substancia, todo viviente es cuerpo,
luego todo viviente es substancia”. Celarent consta de una mayor
universal negativa y de una menor universal afirmativa que concluyen
directamente una universal negativa, como “ningún animal es piedra,
todo hombre es animal, luego ningún hombre es piedra”. Darii, el
tercer modo, consta de una mayor universal afirmativa y una menor
particular afirmativa que concluyen directamente [una particular afir­
mativa], como “todo animal es substancia, algún hombre es animal,
luego algún hombre es substancia”. Ferio, el cuarto modo, consta de
una mayor universal negativa y una menor particular afirmativa que
concluyen directamente una particular negativa, como “ningún animal
es piedra, algún hombre es animal, luego algún hombre no es piedra”.
Baralipton, el quinto modo, consta de dos universales afirmativas que
concluyen indirectamente una particular afirmativa, como “todo animal
es substancia, todo hombre es animal, luego alguna substancia es hom­
bre”. Y se reduce al primer modo de esta primera figura por conversión
accidental de la conclusión. Celantes, el sexto modo, consta de una
mayor universal negativa y una menor universal afirmativa que con­
cluyen indirectamente una universal negativa, como “ningún animal es
piedra, todo hombre es animal, luego ninguna piedra es hombre”. Y
se reduce al segundo modo de la primera figura por conversión simple
de la conclusión. Dabitis, el séptimo modo, consta de una mayor uni­
versal afirmativa y una menor particular afirmativa que concluyen in­
directamente una particular afirmativa, como “todo animal es subs­
tancia, algún hombre es animal, luego alguna substancia es hombre” .
Y se reduce al tercer modo de la primera figura por conversión sim­
ple de la conclusión. Fapesmo, el octavo modo, consta de una mayor
universal afirmativa y de una menor universal negativa que conclu­
yen indirectamente una particular negativa, como “todo animal es
substancia, ninguna piedra es animal, luego alguna substancia no es
piedra”. Y se reduce al cuarto modo de la primera figura por conver­
sión accidental de la mayor, por conversión simple de la menor y por
transposición de las premisas. Frisesomorum, el noveno modo, consta
de una mayor particular afirmativa y una menor universal negativa
que concluyen indirectamente una particular negativa, como “algún
animal es substancia, ninguna piedra es animal, luego alguna substancia
392 TOMÁS DE MERCADO

no es piedra”. Y se reduce este modo al cuarto modo de la primera


figura por conversión simple de la mayor y la menor, y por transposi­
ción de premisas.

LECCIÓN ÚNICA

Presupuesta la primera mitad del texto, en cuanto no necesita de nin­


guna explicación, sino sólo de lectura, para un conocimiento más
claro, adviértase que Pedro Hispano, amante de la brevedad (como
era decente), comprende la conclusión subalternada bajo el mismo
modo bajo el que se halla la subalternante. Por lo cual, Barbara, que
concluye una universal afirmativa, también concluye una particular
afirmativa subalternada a aquélla.
Así, este silogismo: “todo animal es cuerpo, todo hombre es animal,
luego el hombre es cuerpo” está en Barbara. Pues esas premisas con­
cluyen ésta: “todo hombre es cuerpo”, que es la subalternante de aqué­
lla. Y con cuánta razón lo hizo, resulta patente al que lo mire, ya
que en la propia conclusión subalternante se contiene en acto la
misma subalternada, y el constituir un modo especial para inferirla
sería abundar las palabras. Y aun hubiera podido usar mayor compen­
dio (como lo diremos al calce de la lección). Por tanto, aunque en el
texto los modos difieren entre sí, sin embargo, se coligen con cierto
orden y razón. Pues dos proposiciones no pueden variar tanto en can­
tidad y cualidad que colijan más de nueve modos. Por eso, sólo esos
se han colegido. Y (para que conste) hay que advertir que de cuatro
maneras cambia la cantidad de dos proposiciones. Pues, o ambas son
universales, o particulares, o mixtas: la primera universal y la segunda
particular, o a la inversa. Y , cualquiera que sea su combinación según
la diversa cualidad, se hace de cuatro maneras. Así, cuatro tomados
cuatro veces hacen dieciséis combinaciones, de las cuales sólo se han
encontrado nueve útiles y adaptadas. Expongámoslo de una vez para
todas las figuras.
La primera combinación en cantidad son dos universales; si son
afirmativas, producen una universal afirmativa en Barbara; y una par­
ticular afirmativa, en la que se convertía accidentalmente la primera
en Ba ralipton. No puede inferir más. Si ambas son negativas, ya que
de puras negativas nada se infiere, la conjugación es inútil. Pero, si la
primera es afirmativa y la segunda negativa, como “todo animal es
LIBRO v: DEL SILOGISMO 393

substancia, ninguna piedra es animal”, sólo pueden concluir indirecta­


mente una particular negativa. Porque, si concluyesen directamente,
pasaríamos, por parte de la extremidad mayor, de lo no distribuido a
lo distribuido. Así se genera Fapesm o. Por la misma razón, no conclu­
ye la universal negativa. Pero si, al contrario, la mayor es universal
negativa y la menor universal afirmativa, como “ningún cuerpo es
espíritu, todo animal es cuerpo”, es una combinación muy fecunda.
Pues puede producir directamente una universal negativa, como “luego
ningún animal es espíritu”. Así nace Celarent. Y también puede sur­
gir indirectamente una universal asimismo negativa, como la conver­
tente de ésa es: “luego ningún espíritu es animal”; así se produce
Celantes. De las subalternas de estas negativas no hace falta acor­
darse en particular. Y a que sobre el precepto general hemos establecido
que se contiene la subalternada bajo el mismo modo en el que se
infiere su subalternante. Así, de la primera combinación, a saber, de dos
universales variadas según la cualidad, emanan cinco modos, a saber,
Barbara, Celarent, Celantes, Baralipton y Fapesm o. La segunda com­
binación, a saber, que ambas sean particulares, las otras cuatro que sur­
gen de ellas según la cualidad son infructuosas, porque de puras
particulares de cualquier cualidad nada se sigue. Pero si la mayor es
universal y la menor particular (que es la tercera conjugación según la
cantidad), entonces, si ambas son afirmativas, como “todo hombre es
racional, Pedro es hombre”, concluyen directamente una particular afir­
mativa. D e lo cual surge Darii, e indirectamente la misma en Dabitis, y
no puede concluir más. Porque necesariamente la conclusión debe ser
también particular, como una de las premisas, por la regla, y afirmativa,
como lo son ambas premisas. Pero si ambas son negativas, nada. Si la
primera es afirmativa y la segunda negativa, como “todo animal es
viviente, el árbol no es animal”, no pueden concluir directamente,
porque se argumentaría, por parte de la extremidad mayor, de lo no·
distribuido a lo distribuido; ni tampoco indirectamente, porque, por
parte de la extremidad menor, se cometería el mismo defecto. Pero,
si la mayor es negativa y la menor afirmativa, como “ningún caballo
es árbol, Brúñelo es caballo”, concluyen directamente una particular
negativa, por las reglas anteriores. Así surge Ferio, el cuarto modo
perfecto. N o pueden concluir indirectamente, porque, por parte de la
extremidad menor, se haría consecuencia de lo no distribuido a lo dis­
tribuido. Hasta aquí sobre la tercera combinación de cantidad.
394 TOMAS DE MERCADO

La cuarta se da si la mayor es particular y la menor universal. En­


tonces, si ambas afirman, son ineptas, porque el medio no se distribuye
en ninguna; en cuanto que es el predicado de una menor universal y
el sujeto de una mayor particular. Si niegan, por fuerza serán ineptas.
Si la mayor es afirmativa y la menor negativa, entonces concluyen
indirectamente una particular negativa, como “el animal es viviente,
ningún árbol es animal, luego el viviente no es árbol” . Así resulta
Frisesomorum. N o pueden concluir directamente (como constará al
que lo m ire), pero si la mayor es negativa y la menor afirmativa, el me­
dio no tiene distribución en ninguna, y así son indispuestas e insu­
ficientes. H e aquí que, de dieciséis combinaciones que hasta aquí escla­
recimos, sólo encontramos nueve útiles. A saber: Barbara, Celarent,
Darii, Ferio, Baralipton, Celantes, Dabitis, Fapesmo, Frisesomorum.
Pero hay que considerar sobremanera dos cosas, a saber, que fácil y
verdaderamente los modos de la primera figura se pueden reducir a un
menor número. Pues todo modo que concluye una proposición apta
para ser convertida de manera simple, como son la universal negativa
y la particular afirmativa, es necesario que también infiera la conver­
sa y la convertente. Así, Celantes se reduce a Celarent y Dabitis a
Darii. Además, también Baralipton se vuelve a Barbara. Porque las pre­
misas infieren su conversa. Al modo como el que infiere la subalternante
infiere igualmente en el mismo número la subalternada, así ocurrirá
en las convertentes. A no ser que sean algunas proposiciones de tal
suerte que se conviertan de manera simple muy obscura y difícilmente.
A saber, las de tiempo extrínseco y donde hay alguna apelación, sobre
todo del modo modal (como lo hicimos notar en el lugar propio de
las conversiones). Por eso prudentemente Pedro Hispano enumeró
separadamente estos modos. E n segundo lugar, adviértase que hay pro­
posiciones según una doble diferencia; unas acostumbradas, que usamos
en el trato común, en la transacción de la república y en la adquisición
de las disciplinas, sólo de las cuales trata el autor (como era decente)
en este tratado de los silogismos. Otras son desacostumbradas y casi
bárbaras, como cuando se distribuye el predicado en la afirmativa, por
ejemplo “el hombre es todo animal”, o cuando no se distribuye en la
negativa (según ellos juzgan), por ejemplo “Pedro no es hombre”.
Con las cuales pueden formarse algunas combinaciones válidas, pero
que hemos excluido, con justa razón, como inútiles. Por ejemplo, si la
mayor es particular afirmativa y la menor universal afirmativa, nada
se sigue (como lo manifestamos arriba), porque en ninguna parte se
LIBRO v: DEL SILOGISMO 395

distribuye el medio; y si son desacostumbradas, se distribuirán en todo


caso; y así, excluido el defecto, inferirán; como “el animal es sensible,
y todo hombre es todo animal, luego todo hombre es sensible” . Lo
mismo se da en la parte de la conclusión. Por ejemplo, cuando la mayor
es universal afirmativa y la menor particular negativa, como “todo ani­
mal es cuantificado, la piedra no es animal”, dijimos que era inútil, yá
que ni indirecta ni directamente puede inferir sin el defecto de pasar
de lo no distribuido a lo distribuido. Pero, si la conclusión es desacos­
tumbrada, infiere de los dos modos, a saber, “la piedra no es cuanti-
ficada” o “lo cuantificado no es piedra” . Pero nosotros debemos imitar
la prudencia y sobriedad del autor, y sólo formar los silogismos con
proposiciones acostumbradas y congruentes.

C A PIT U L O IV

D E LA SEGUNDA FIGURA

TEXTO

Sobre la segunda figura se dan estas reglas. La primera: siendo la


mayor particular, nada se sigue. La segunda: de puras afirmativas nada
se sigue. La tercera es un apéndice de las anteriores: siempre en la
segunda figura la conclusión es negativa. La segunda figura tiene cuatro
modos: Cesare, Camestres, Festino y Baroco. Cesare consta de dos
premisas, una mayor universal negativa y una menor universal afirma­
tiva que concluyen directamente una universal negativa. Como “nin­
guna piedra es animal, todo hombre es animal, luego ningún hombre
es piedra”. D e esta forma constan los demás, según sus vocales. Pues
todos concluyen directamente.
Camestres, el segundo modo, consta de una mayor universal afirma­
tiva y una menor universal negativa que concluyen directamente una
universal negativa, como “todo hombre es animal, ningúna piedra es
animal, luego ninguna piedra es hombre” . Y este modo se reduce al
segundo modo de la primera figura, convirtiendo de manera simple la
menor y la conclusión, y por transposición de las premisas. Festino,
el tercer modo, consta de una mayor universal negativa y una menor
particular afirmativa que concluyen directamente una particular nega­
tiva, como “ninguna piedra es animal, algún hombre es animal, luego
396 TOMÁS DE MERCADO

algún hombre no es piedra”. Y se reduce este modo al cuarto modo


de la primera figura convirtiendo de manera simple la mayor. Baroco,
el cuarto modo, consta de una mayor universal afirmativa y una menor
particular negativa que concluyen directamente una particular negativa,
como “todo hombre es animal, alguna piedra no es animal, luego alguna
piedra no es hombre” . Y se reduce al primer modo de la primera
figura por lo imposible. Pero reducir por lo imposible es inferir del
opuesto de la conclusión, con una de las premisas, lo opuesto de la
otra premisa. E n efecto, tómese el opuesto de la conclusión, a saber,
“ toda piedra es hombre”, con esta mayor: “todo hombre es animal”,
y arguméntese así: “todo hombre es animal, toda piedra es hombre,
luego toda piedra es animal”. La cual conclusión es la contradictoria
de la menor.

LECCIÓN ÚNICA

Ya que la segunda figura tiene al medio como predicado en ambas,


y el medio en toda figura necesariamente ha de distribuirse, se sigue
que nunca deben ser ambas premisas afirmativas. Porque en tales, si
son acostumbradas, nunca se distribuye el predicado, luego es necesa­
rio que una de las premisas sea negativa y, por consiguiente, la conclu­
sión (como lo postula la regla general precedente). Por lo cual, todo
modo de esta figura consta de alguna premisa y la conclusión nega­
tivas, como resulta patente al que recorra cada uno. Pero en las pro­
posiciones inusitadas ciertamente pueden encontrarse silogismos de la
segunda figura que consten de puras afirmativas; pero esto no nos
interesa. D e lo cual se infiere la primera regla del texto, a saber, que,
siendo la mayor particular, nada se sigue. Porque el sujeto de la mayor,
que entonces no se distribuye, debe ser el predicado de la conclusión,
la cual, ya que siempre debe ser negativa, se distribuye. Y así argumen­
taríamos con el defecto de la distribución. Por lo cual, si infirieses
indirectamente, valdría; como “el hombre no es color, toda blancura
es color, luego el hombre no es blancura”. Pero Pedro Hispano no
constituyó ningún modo que concluyera indirectamente ni en la segun­
da ni en la tercera figura, sino sólo en la primera; aunque, si alguien
quisiera ponerlos, nada se lo impediría. Pero los cuatro puestos por el
autor se coligen por la misma razón y por el mismo camino que los
anteriores de la primera figura. A saber, supuesto que siempre se debe
concluir directamente, de dieciséis combinaciones, sólo encontrarás estas
LIBRO V: DEL SILOGISMO 397

cuatro adecuadas y fructíferas. Y de inmediato agrada a la razón que


ni ambas puedan ser afirmativas ni ambas negativas, y, siendo par­
ticular la mayor, aquí se desvanecen muchas más combinaciones que
antes. Donde se encontraba que resultaban casi todos los modos de
unirse.

C A P IT U L O V

D E LA T E R C E R A FIG U R A

TEXTO

Sobre la tercera figura se dan estas reglas. La primera: siendo negativa


la menor, nada. La segunda: la conclusión siempre es particular. Esta
figura tiene seis modos, a saber, Darapti, Felapton, Disamis, Datísi,
Bocardo y Ferison.
Darapti, el primer modo, consta de una mayor universal afirmativa
y una menor universal afirmativa que concluyen directamente una
particular afirmativa, como “todo hombre es substancia, todo hombre
es animal, luego algún animal es substancia”. Y se reduce al tercer
modo de la primera figura por conversión accidental de la menor.
Felapton, el segundo modo, consta de una mayor universal negativa
y una menor universal afirmativa que concluyen directamente una
particular afirmativa, como “ningún hombre es piedra, todo hombre
es animal, luego algún animal no es piedra” . Y se reduce al cuarto
modo de la primera figura por conversión accidental de la menor.
Disamis, el tercer modo, consta de una mayor particular afirmativa
y de una menor universal afirmativa que concluyen directamente una
particular afirmativa, como “algún hombre es substancia, todo hombre
es animal, luego algún animal es substancia”. Y se reduce al tercer
modo de la primera figura por conversión simple de la mayor y la
menor, y por transposición de premisas. Datisi, el cuarto modo, consta
de una mayor universal afirmativa y de una menor particular afirma­
tiva que concluyen directamente una particular afirmativa, como “todo
hombre es substancia, algún hombre es animal, luego algún animal es
substancia”. Y se reduce este modo al tercer modo de la primera figura
por conversión simple de la menor. Bocardo , el quinto modo, consta
de una mayor particular negativa y de una menor universal afirma­
tiva que concluyen directamente una particular negativa, como “algún
398 TOMÁS DE MERCADO

hombre no es piedra, todo hombre es animal, luego algún animal no


es piedra”. Y se reduce al primer modo de la primera figura por lo
imposible. En efecto, tómese el opuesto contradictorio de la conclu­
sión con la menor e infiérase el opuesto de la mayor, como “todo
animal es piedra, todo hombre es animal, luego todo hombre es piedra” .
Ferison, el sexto modo, consta de una mayor universal negativa y una
menor particular afirmativa que concluyen directamente una particular
negativa, como “ningún hombre es piedra, algún hombre es animal,
luego algún animal no es piedra” . Y se reduce al cuarto modo de la
primera figura por conversión simple de la menor.

LECCIÓN ÚNICA

La causa y el fundamento de las reglas son claros por la naturaleza de


la tercera figura. Pues, ya que el medio debe ser el sujeto en ambas,
si la menor es negativa y la mayor afirmativa (pues no puede ser
igualmente negativa), no tendrá predicado distribuido y, sin embargo,
es necesario que éste se distribuya en el consecuente, porque la conclu­
sión debe ser negativa. Y , por la misma razón y fuente, surge que
será necesario que la conclusión sea particular, porque no podrá distri­
buirse la extremidad menor si la proposición menor debe ser afirma­
tiva; por lo cual, su predicado no se distribuirá.

C A P ÍT U L O V I

TEXTO

Pero la fuerza y el vigor de los silogismos consta de tres capítulos.


E n primer lugar, porque es de suyo claro que son lo mismo entre sí
cualesquier cosas que son formalmente iguales a una tercera. Lo cual
es la conexión del medio con las extremidades del silogismo. Este
fundamento apoya directamente a los afirmativos.
En segundo lugar, porque el decirse de todo es no subsumir nada en
el sujeto de lo cual no se diga el predicado y el decirse de ninguno es
que de todo sujeto subsumido se niegue el predicado. E n tercer lugar,
en cuanto a los modos imperfectos; sobre lo que se debe advertir que,
siendo todos los modos diecinueve, cada uno de los cuales contiene
LIBRO V : DEL SILOGISMO 399

tres versos, a saber: Barbara, Celarent, Darii, Ferio, Baralipton, Celantes,


Dabitis, Fapesm o, Frisesomorum, Cesare, Camestres, Festino, B a roco,
Darapti, Felapton, Disarms, Datisi, Bocardo y Ferison, sólo los cuatro
primeros son perfectos y los demás se dicen imperfectos, esto es, no
igualmente eficaces y evidentes. Los perfectos son Barbara, Celarent,
Darii y Ferio. Y, ya que todo imperfecto se reduce a un perfecto y recibe
de él su regla, de aquí resulta que todos los modos imperfectos, tanto
los de la primera figura como los de las demás figuras, se refieren a esos
cuatro, los cuales comienzan con alguna de estas consonantes: “B ”,
“C ”, “D ” y “F ”, con las que también comienzan todos los restantes.
Luego, todos los que comienzan con la letra “B ” se reducen a Bárbara.
Como lo son Baralipton, de la primera figura, Baroco, de la segunda
y Bocardo, de la tercera. Los que tienen “C ” como inicial, a Celarent.
Como lo son Celantes, Cesare y Camestres. Los que comienzan por
“D ” son llevados a Darii, los cuales son Dabitis, Darapti, Disamis y
Datisi. Los que comienzan con “F ” a Ferio, a saber, Fapesm o, Frise­
somorum, Festino, Feñson. Así, además de las vocales, también las
tres primeras letras iniciales tienen significación en estos nombres.
Pero se reducen tales modos de dos maneras, a saber, o por lo imposi­
ble o por la conversión de alguna proposición. Y cuándo debe hacer­
se, lo enseñan las letras “S”, “P ”, “M ” y “C ” . Pues “S” significa que
la proposición designada por la vocal anterior a ella inmediatamente
se convierte de manera simple. “P ”, en cambio, por accidente, en
cualquiera de los modos imperfectos en que esté. La letra “M ” significa
que en las conversiones se deben transmutar las premisas, esto es, que
la mayor se haga la menor y a la inversa. Pero es precepto universal
que dondequiera que se encuentre “C ” como inicial, insinuará que
tal modo no.se reduce por conversión, sino por lo imposible; y, entre
todos, son sólo estos dos, a saber, Bocardo y Baroco.

LE C C IÓ N P R IM E R A

Conocida la composición y naturaleza del silogismo, juzgo que será


conveniente que manifestemos cuál es su fuerza y su vigor y cuánta
utilidad hay en él. Pues estimamos como muy comprobado que, entre
todas las cohortes de consecuencias, los silogismos son los más eficaces
y aventajan mucho en fuerza. Por eso, con mérito preguntará cual­
quiera de dónde se juntan y se pegan con betún tan tenaz esos tres
400 TOMAS DE MERCADO

términos requeridos, de modo que su conexión de ninguna manera


pueda desunirse y separarse. Ahora bien, este vigor tiene un triple
fundamento. E l primero, que cualesquiera cosas que son formalmente
iguales a una tercera son iguales enrte sí. Lo cual corrobora máxima­
mente el silogismo expositorio. Pues la regla no es inviolable a menos
que sean iguales a un tercer singular. Y , ya que ese tercero es el medio
del silogismo, consta que principalmente conviene al silogismo exposi­
torio. Lo cual veremos claramente más abajo. Para inteligencia de las
demás cosas que sirven a los silogismos de medio común, sépase que
conviene constituir y tener algunas reglas con las que examinemos y
conozcamos cuáles son los más perfectos de entre los silogismos. Pero
su prueba se divide en dos. Pues todos los modos tienen dos diferen­
cias: unos son perfectos y otros imperfectos. Así, pues, aunque el
silogismo tiene el primado entre todos los argumentos, eso no obsta
para que encontremos entre ellos grados en esta primacía. D e modo
que, aun cuando todos sean consecuencias formales, sin embargo, no
todos lo ostentan igualmente, ni cada uno aparece tan evidente que
no pueda ser vencido y superado por otro en evidencia. Pero los más
perfectos de todos (lo cual consta claramente al sentido) son los
cuatro primeros: Barbara, Celarent, Darii y Ferio; dos afirmativos,
dos negativos; y todos los demás son imperfectos. Los primeros
concluyen de manera tan clara y necesaria, que ni el hombre de
ingenio más embotado y —como se dice— asno para la lira, por
más terco y torpe que sea, negará la ilación. Por eso ellos, en cuanto
son los más excelentes y claros, son la medida y balanza de los
demás. Lo cual resulta patente por evidente razón y por la expe­
riencia como maestra. Pues la primera figura resplandece más que
las otras figuras a causa de una colocación más apta del medio, en la
que más evidentemente reluce la unión de las extremidades a partir
de su conexión con el medio, ya que se predica de una y se pone como
sujeto de la otra, con lo cual el medio conecta consigo los extremos.
E n la segunda, ya que se predica de ambas, no es tan evidente que
las extremidades convienen entre sí, porque vimos que el animal y
cualquier género se predica de dos y más especies que en realidad son
diferentes entre sí. Máximamente porque conviene que en la segunda
figura siempre el medio se niegue de una. Así, sin controversia, la
primera figura supera y excede en claridad y evidencia a las demás.
Pero en ella los cuatro primeros modos son superiores. Pues éste, en
Fapesm o: “todo animal es substancia, ninguna piedra es animal, luego
LIBRO v: DEL SILOGISMO 401

la substancia no es piedra” no concluye tan evidentemente como éste,


en Ferio: “ninguna piedra es animal, alguna substancia es piedra,
luego alguna substancia no es animal”.
Por lo tanto, ya que entre los modos unos son perfectos y otros
imperfectos, el examen genuino consiste en que sea necesario que los im­
perfectos, con mayor evidencia de la que llevan consigo, se reduzcan
a los perfectos. Pues los que correcta y claramente puedan reducirse
convencen de que son muy inculpables y legítimos. E n efecto (como
se dice en el tex to ), todo imperfecto se reduce a un perfecto y por él
es juzgado. Sin embargo, los mismos perfectos son regulados por ciertos
principios, a saber, el decirse de todo y el decirse de ninguno. Con
este arte cualquiera hará que todos los silogismos sean evidentísimos
y perfectísimos. Pues, ya que los imperfectos se llevan a los perfectos,
no hay ninguna consecuencia que no pueda colocarse en una de las
perfectas. Ingenio sin duda muy sublime y estudio muy digno de toda
alabanza. Para cuyo conocimiento más completo, nótese que se necesi­
tan dos cosas en la investigación y examen de cualquier silogismo
presentado. La primera es la bondad de la consecuencia, a saber, si
se infiere sin crimen; examen muy propio de los dialécticos, en cuanto
su oficio es enseñar la naturaleza y la fuerza de la argumentación.
A cuyo arbitrio deben dejarse el examen y la resolución de la ilación.
Pero, cuando ya consta la fidelidad de la consecuencia, queda por
juzgar si las premisas son verdaderas; pues ambas cosas, la consecuencia
fiel y la verdad del antecedente, son necesarias para probar la conclu­
sión. Pero el decidir esta última controversia pertenece a otras discipli­
nas. No porque la dialéctica no aporte cosas muy necesarias para tal
resolución (como lo veremos en los Analíticos Posteriores) , sino por­
que las más de las veces ella sola no puede dirimir semejante causa
y juicio. Pero, sin controversia, puede hacerlo con la primera. Y cuánto
difieren estas resoluciones, lo prueba la misma diferencia de la materia.
Pues aquí: “toda piedra es animal, todo hombre es piedra, luego todo
hombre es animal”, si se discute sobre la virtud de la consecuencia,
es óptima y puesta en Barbara. Si se discute sobre la verdad de las
premisas (la cual era la segunda resolución), resulta que ambas son
imposibles. Así, distan una de otra cuanto lo hacen completamente
los mismos nombres que hace poco les hemos dado. Pues el examen
de la consecuencia se llama “resolución priorística”, y la prueba de las
premisas, “resolución posteriorística” . Pero, ya que al presente trata­
mos de la dialéctica, sólo debemos discutir la primera. La cual, sumaria­
402 TOMÁS DE MERCADO

mente, consiste en que los modos imperfectos se reduzcan a los primeros


y los primeros se juzguen por sus principios. Luego, ya que los prime·'
ros son el fundamento de los demás, los estableceremos primero1a ellos.
Pero toda resolución filosófica consiste en llegar, probando, a algo
que ya no pueda negar alguien, a menos que sea tontísimo, porque
es de suyo muy evidente y comprobado. Pues bien, es de todos cono­
cida la naturaleza de la proposición universal, tanto afirmativa como
negativa. En efecto, la afirmativa es aquella 'en la que el predicado
se dice de todo lo contenido cabe el sujeto, y la negativa es aquella
en la que no se dice nada que esté contenido en él. Ahora bien, el
decirse de todo es que de cualquier cosa que se afirme el sujeto, se
asevere el predicado. E n lo cual verás la íntegra y perfecta estructura
del silogismo afirmativo. Pues debe haber una proposición universal
afirmativa cuyo sujeto se diga de lo contenido, lo cual se hace en la
menor, y una en la que de él se asevere el predicado, lo cual se hace
en la conclusión. E l decirse de ninguno es la naturaleza de la universal
negativa, en la que el predicado se niega de todo lo contenido cabe el
sujeto. Así, de cualquier cosa de la que se afirma el sujeto, debe negarse
el predicado. Donde igualmente vez la composición del silogismo ne­
gativo. A saber, una universal afirmativa y una afirmativa en la que
se afirme el sujeto de la negativa, y una conclusión en la que el
predicado de la misma se niegue de la extremidad menor. Pero esta
naturaleza de la proposición universal es clara para todos y por sí
misma, sin que nadie la muestre. De ahí que por estos lucidísimos
principios son juzgados los cuatro primeros modos: los dos afirmativos,
por el decirse de todo, y los negativos por el decirse de ninguno. D e
esta manera: si se niega la consecuencia “todo animal es viviente,
todo hombre es animal, luego- todo hombre es viviente”, se prueba
porque en ella correctamente se dice de todo. Es proposición universal
afirmativa, luego de cualquier cosa de la que se dice el sujeto se dice
el predicado; pero el sujeto “animal” se dice del hombre en la menor,
luego “viviente” se predica del hombre. Por lo cual conocerás cómo
la proposición mayor del silogismo es virtualmente todo el silogismo;
aunque no se haga otra cosa más que explicar lo que estaba latente
en la mayor. C on semejante ingenio se corrobora el silogismo negativo
por el decirse de ninguno. Pues, si en la universal negativa se separan
umversalmente los extremos, consta que será necesario que de cual­
quier cosa de la que se afírme el sujeto, de ella se niegue el predicado.
D e aquí colegirás por qué de puras negativas nada se sigue.
LIBRO V : DEL SILOGISMO 403

Luego, ya que nada puede ser, no digo más verdadero, sino ni si­
quiera más evidente y claro que estos principios, resulta patente que
son una norma aptísima con la que, como fortaleza y cárcel, se fortifi­
can y rodean los perfectos, cuya fuerza y aplomo es la defensa de los
imperfectos, pues que los imperfectos se reducen a los perfectos y son
probados por ellos. Y , en cuanto a la manera como esto se hace, aclara
el texto que por la significación de las letras de los nombres. Ya expli­
camos la significación de sus vocales. Ahora de nuevo se ha de advertir
que los cuatro primeros modos comienzan siempre con una de las
cuatro primeras consonantes del alfabeto: “B ”, “C ”, “D ”, “F ”, con
las cuales también comienzan los nombres de todos los modos de cual­
quier figura. Por lo cual, el primer documento en esta parte es que
todos los otros modos se pasan a estos cuatro, cada uno a aquel de
los primeros con el que tenga en común la letra inicial. A Barbara lo
hacen Baralipton, Baroco y Bocardo. A Celarent son llevados Celantes,
Cesare y Cnmestres. A Darii vienen D abitis, Darapti, Disamis y Datisi.
A Ferio se pasan Fapesm o, Fúsesomorum, Festino, Felapton y Ferison.
Hasta aquí parece concluido el negocio. Hay dificultad en el modo
y arte de reducir, pero entendida la significación de las letras, es muy
fácil. Por dos caminos se reducen, a saber, o por conversión o por
lo imposible. Y hay cuatro letras que significan todos los preceptos
de este arte, a saber: “S ”, “P ”, “M ”, “C ”. La “S” significa que la
proposición representada por la vocal precedente debe ser convertida
de modo simple. Por ejemplo, en Frisesomorum, tanto· la mayor como
la menor se convierten de manera simple. La “P ”, en cambio, que se
convierte por accidente. La “M ”, que en la reducción se conmuten
las premisas, de modo que la mayor (digo) se haga la menor y, a la
inversa, la menor se haga la mayor. La “C ” no inicial ordena que ese
modo no se reduzca por conversión de las proposiciones, sino por lo
imposible. Luego en estos nombres de los modos sólo las tres primeras
vocales, todas las consonantes iniciales (que sólo son cuatro) y estas
intermedias: “C ”, “M ”, “P ” y “S”, tienen significación; todas las demás,
tanto letras como sílabas, fueron puestas por gracia de la composición.
D e estas significaciones, “ A ” , “B ” y “F ” ultimadamente inhieren a
la memoria por el uso y el ejercicio. Pues las primeras, en cuanto más
célebres, se insinúan ahí con el ánimo de una representación más
ilustre. Por tanto, pasando al ejercicio de estas cosas, Celantes y Da­
bitis son tan semejantes a los perfectos Celarent y Darii, que, con las
premisas intactas, por la sola conversión simple del consecuente, se
404 TOMÁS DE MERCADO

reducen a los perfectos. Lo cual indica la “S” que termina la última


sílaba. Baralipton, por la sola conversión accidental del consecuente.
Pero dirás que, ya que es una particular afirmativa, cómo se ha de
convertir por accidente en una universal afirmativa, según lo exige
Barbara, al cual se lleva. Respondo que tal proposición particular in­
ferida en Baralipton, si se considera por sí misma, no se conmuta a
una universal afirmativa; porque argumentaríamos de lo no distribuido
a lo distribuido; pero, si se toma en cuanto es la conclusión de Bara­
lipton, óptimamente se transforma, porque las mismas premisas de
Baralipton pueden inferir tal universal. Pues son las mismas que las
de Barbara. Fapesm o pasa a Ferio convirtiendo la mayor por accidente
[y la menor de manera simple] y transponiendo las premisas. Como
“todo animal es viviente, ninguna roca es animal, luego el viviente
no es roca”, si tomas la menor como mayor y cambias la mayor por
accidente, la volverás a ésta: “ningún animal es roca, algún viviente
es animal, luego el viviente no es roca” . Fri&esomorum, convirtiendo
de manera simple ambas premisas, y transponiéndolas, como “la blan­
cura es color, ningún color es blancura, luego el color no es calor”.
Cesare, el primer modo de la segunda figura, a Celarent, convirtiendo
simplemente la mayor. Com o: “ningún hombre es ángel, toda subs­
tancia abstracta es ángel, luego ninguna substancia abstracta es hombre”
a ésta: “ningún ángel es hombre, toda substancia abstracta es ángel,
luego ninguna substancia abstracta es hombre”. Así podrás experimen­
tarlo en los demás.
Hasta aquí de la reducción por conversión, que ciertamente rara vez
será necesario usar, y de qué modo se convierte cada una de las pro­
posiciones, lo hemos descrito en su lugar propio. Por lo cual, ya que
la conversión de la proposición induce tinieblas, es mucho mejor y
más seguro probar la consecuencia por lo imposible. Pues esta reducción
es más universal y más eficaz que la anterior para argumentar y para
convencer al oponente. Pero se funda en el principio común a todos
enseñado por nosotros en el lib. IV . A saber, en toda consecuencia
buena, del opuesto del consecuente se sigue el opuesto del antecedente;
pero, ya que todo silogismo, tanto perfecto como imperfecto, es una
consecuencia formal, en todos, del opuesto del consecuente se infiere
el opuesto del antecedente. Esto supuesto, la reducción por lo impo­
sible es la siguiente, a saber, si de negar la consecuencia se sigue algo
imposible. Pero lo imposible que se debe aducir en la dialéctica para
la prueba de la bondad de la consecuencia, esto es, lo imposible dia­
LIBRO v : DEL SILOGISMO 405

léctico, es que en las resoluciones se contenga el arte dentro de sus


propios canceles y límites. Y lo imposible dialéctico es la verdad de dos
contradictorias o de dos contrarias, por cuya concesión el que niega
el silogismo es dirigido, con esta desviación, al recto camino. Si negara
esta consecuencia en Baroco·. “todo caballo es animal, el árbol no es
animal, luego el árbol no es caballo”, dirá, por tanto, que se da un
antecedente verdadero y un consecuente falso. Y entonces se muestra
que la anterior consecuencia es buena porque, si es negada, se dan
dos contradictorias verdaderas, lo cual es imposible, y lo imposible sólo
se sigue de lo imposible. Luego es imposible colegir falazmente la
consecuencia anterior y abundar en vicios. Lo cual se hace así: si el con­
secuente es falso (como debe concederse), su contradictorio es verda­
dero, a saber, “todo árbol es caballo”, y, una vez admitida ésta, con
otra de sus premisas ya concedida, construyase ese silogismo en Barbara :
“todo caballo es animal, todo árbol es caballo, luego todo árbol es
animal”. Ya no se puede negar la consecuencia; y las premisas ya han
sido concedidas, luego también el consecuente, que es el contradictorio
de la menor del silogismo anterior, la cual has concedido. Luego se dan
contradictorias verdaderas. E ste modo de probar por lo inadecuado,
del que se sigue la bondad de la consecuencia, debe ser probado por
todos cuando los fundamentos yacen en ese principio universal, a
saber, que del opuesto del consecuente se sigue el opuesto del ante­
cedente. Y resulta patente no sólo que se sostiene en estos dos modos,
sino en todos. Pero los demás pueden fortalecerse de las dos maneras, y
éstos sólo por lo imposible, no por conversión. Pero esto es tanto
más cómodo hacerlo por lo imposible que por la conversión, cuanto más
claro y evidente es inferir ahí dos contradictorios, y derribar la ilación*
que formar y construir un nuevo silogismo y componer las conversas
de las mismas proposiciones y, finalmente, es más fácil confirmar la
fuerza de este segundo que corroborar al primero. Ciertamente en ello
no hay ninguna falsedad, pero tampoco ninguna claridad, y de paso
se mezclan muchas cosas de las cuales se podría retirar como de escollos
el replicante y cortar el camino del que arguye.
Pero, ya que el bien (com o dicen los teólogos) surge de una causa
íntegra, y el mal de los defectos particulares, y ya que al principio
hemos postulado que se observen muchas cosas sobre el medio y las
extremidades, cada una de ellas es necesaria para que resulte un silo­
gismo íntegro y perfecto. Faltando cualquier cosa, claudicaría. Y mu­
chísimas veces suele faltar una cosa u otra, y hay deficiencias que, con
406 TOMÁS DE MERCADO

derecho y aptamente, se llaman defectos. Pero cuando se violan las


cosas que hemos exigido en cuanto al medio, la disposición del ar­
gumento queda muy mutilada y lacerada, de modo que resulta com­
pletamente fútil e inane, no idóneo para inferir silogísticamente conclu­
sión alguna. Por lo cual, con justo mérito ese defecto se llama
intrínseco, como entrañado por el mismo silogismo y que entorpece
su naturaleza. L o cual, por ello, aun cuando se enrede como oculto
en el silogismo, debe ser atendido primariamente por el que arguye.
Y la transgresión de las condiciones sobre las extremidades requeridas
se llama defecto extrínseco; el cual, aunque obste para la bondad de
la consecuencia, no vuelve ineptas las premisas para inferir otra con­
clusión. Com o “todo hombre es animal, ningún león es hombre, luego
ningún león es animal”; aquí se peca extrínsecamente por pasar de
lo no distribuido a lo distribuido, pero aunque no se deduce aptamente
esa conclusión, se deducirá ésta: “el animal no es león” . Mas, para
entender cuán necesarias son tales condiciones, cuánta verdad con­
tienen y cuánto obstaculiza su violación, debe meditarse sobremanera
la definición del silogismo que hemos dado. Pues ella, en cuanto na­
turaleza, es origen y fuente del silogismo, de todas sus propiedades y
accidentes requeridos. Se ha dicho que es la consecuencia en la que
la conjunción de las extremidades dimana de la conexión con el medio.
Así veremos de inmediato y sin duda cuán requerido es que los extre­
mos se unan con él de tal manera que no puedan verificarse de alguna
o algunas cosas diversas de sus supuestos, o· (lo que viene a ser lo mis­
mo) que una se verifique de alguna cosa y la otra de ninguna. Por
ejemplo éstas: “todo caballo es blanco; Brúñelo es o fue caballo, luego
Brúñelo es blanco”, no infieren ninguna conclusión por la falta de
este fundamento. Pues “blanco”, en la mayor, se une con el medio
presuponiendo sólo los presentes; en la menor, “Brúñelo” por el pre­
sente o el pretérito; y así puede la menor verificarse universalmente
de lo que la mayor de ninguna manera puede. Por lo cual, ya infieras
“Brúñelo es blanco”, ya “es o fue blanco”, se oponen. De manera
semejante éstas: “ningún sabio es presa del furor, todo hombre será
sabio” . Ya que los extremos se unen con el medio por cosas tan diver­
sas, resulta patente que nunca pueden unirse y concatenarse por nin­
guna ilación. La razón es que, ya que en los afirmativos la conclusión
se sigue de que [las extremidades] están unidas con el medio, si se
unen a él por cosas diversas, no se muestra que convienen bien entre
sí. E n cambio, en las negativas se prueba la separación de las extre­
LIBRO v : DEL SILOGISMO 407

midades porque una conviene con el medio y otra se separa de él.


Luego, si una le es congruente por algunas cosas y la otra no le es
congruente por otras, pero no por las mismas por las que le convenía
la anterior, mal se persuade que los extremos se separan entre sí.
Com o “todo hombre posiblemente es negro, Pedro no es negro, luego
Pedro posiblemente no es hombre”. Lo mismo ocurre si la que se niega
del medio se niega sin tener ningún supuesto, esto es, si, al no suponer
la otra premisa, ésta se vuelve verdadera por la carencia de suposición.
Com o “ningún blanco es animal, todo sensible será blanco”, y ningún
animal existe, por más que emitan la conclusión, se dará un antece­
dente verdadero y un consecuente falso. Firmemente establecido este
fundamento, se sigue, en primer lugar, que el medio no debe tomarse
equívocamente, sino siempre unívocamente, en ambas premisas en
lugar de las mismas cosas. Pues, tomado equívocamente, los extremos
no podrían convenir, a causa de sus distintos significados. En segundo
lugar (si gustan con gran pérdida de tiempo, las falacias .de los in­
genios de los sumulistas, las cuestiones cocodriláceas y, finalmente, los
nudos gordianos, que nosotros hemos desatado o, imitando a Ale­
jandro, hemos procurado cortar), si el medio fuera complejo, no se
tome en una con una acepción única y en la otra con muchas, a menos
que en verdad tales acepciones sean equipolentes en la consecuencia.
Pues muchísimas veces, de una única, suelen inferirse muchas, y de
muchas, una única. Como “cuiuslibet hominis quilibet equus currit,
ergo quilibet equus hominis currit" y “nullus equus hominis consis­
tit, ergo nullus hominis equus consistit”. Pero, si no son equipolentes, no
vale. Como “el caballo de cualquier hombre es blanco, el que corre
es cualquier caballo del hombre, luego el que corre es blanco”, si el
caballo común fuera blanco y estuviera quieto, y los caballos particula­
res fueran negros y estuvieran corriendo, el antecedente sería verdadero
y el consecuente falso. Pero aquí: “ningún hijo del hombre es cándido,
cualquier hijo del hombre es sabio, luego el sabio es cándido”, vale.
Porque la mayor infiere una donde, como en la menor, se toma como
única. La razón, de este defecto es que, con esta diversidad de acep­
ción, las premisas se verifican umversalmente de diversas cosas. Pues
aquí: “pecus cuiuslibet hominis depascit", el predicado se dice sólo
del rebaño poseído por todos, pero aquí: “cuiuslibet hominis pecus
pascit” se dice de los rebaños de cada uno.
. Se sigue, en tercer lugar, que es muy necesario que el medio se
distribuya completamente, y que sería insigne defecto si no se distri­
408 TOMÁS DE MERCADO

buye o si no se distribuye completamente según esa acepción. Pues,


si se toma determinadamente, de manera muy fácil las premisas se
volverían verdaderas por cosas diversas. Como “el hombre corre, e
Ildefonso es hombre”; y, por una causa proporcional, tiene lugar en la
distribución incompleta, como “cualquier caballo del hombre corre,
Pedro es hombre”, y “cualquier hombre es etíope, María es hombre”,
siendo que en la mayor está restringido a los varones. Y (lo que es
igual), si fuese complejo, que se distribuyan' todas sus partes en una
o en ambas. Esta distribución es tan requerida, que por su universali­
dad el medio podrá abarcar los extremos. O que en las negativas, del
término tomado umversalmente se excluya la extremidad negada y la
afirmada le convenga, de modo que se desunan entre sí. Pero distri­
buirse completamente es, en primer lugar, que no se haga dependiente­
mente de alguna resolución sincategoremática. Por lo cual, éstas son
ineptas e indispuestas: “Posiblemente todo animal es hombre, el león
es animal”. Pero en la modal dividida se sigue bien: “todo animal po­
siblemente es veloz, todo hombre es animal, luego todo hombre
posiblemente es veloz”. Pero, si se admiten proposiciones desacostum­
bradas de predicado distribuido, vale éste: “el hombre es todo blanco,
la piedra es blanca, luego el hombre es piedra”; porque tal dependen­
cia del predicado con respecto del sujeto no quita la suficiencia a la
distribución del medio. Pero aquí: “Adán fue todo hombre, Abrahán
fue hombre, luego Abrahán fue Adán”, no se sostiene; porque el me­
dio se distribuye dependientemente del tiempo incluido en la cópula.
Finalmente, distribuirse completamente consiste en que, según esa
acepción, suponga por todos los significados que corresponden a la
suposición. Por lo cual vale: “todo hombre blanco cone, Pedro es
hombre blanco, luego Pedro corre” .
En cuarto lugar, hay falacia si, donde no se distribuye, se toma de
manera más amplia o (lo que es lo mismo) de manera menos restrin­
gida que donde se distribuye; aun si entonces se distribuye completa­
mente. Porque, por razón de esa ampliación, se verificará por otra cosa
esa premisa. Como “todo hombre es blanco, Pedro es o será hombre”.
Y , finalmente, hay defecto si en la premisa afirmativa de un silogismo
negativo se toma más extensa o ampliamente que en la negativa. Como
“ningún hombre perpetra crímenes, Pedro posiblemente es hombre,
luego Pedro posiblemente no perpetra crímenes”. E l cual difiere del
precedente porque ahí se preceptúa que donde el medio no se distri­
buye no se tome más ampliamente que donde está distribuido. Pero
LIBRO V: DEL SILOGISMO 409.

donde se distribuye es lícito que se tome más ampliamente. Por ejem­


plo, vale: “todo hombre será blanco, Pedro es hombre, luego Pedro
será blanco”. Sin embargo, si fuera negativo, no es lícito que en la
premisa negativa el medio se verifique de muchos, o que ahí el medio
se distribuya. Por ello no vale: “todo hombre posiblemente es risible,
ningún hombre es animal, luego todo animal posiblemente no es
risible”.
Ahora bien, de igual manera, ya que las extremidades no deben
copularse o desunirse entre sí en la conclusión de modo distinto de
aquel en el que estuvieran unidas o desunidas con el medio en el
antecedente, de aquí surge que por el mismo camino habrá defecto si
alguna de ellas se toma equívocamente en lugar de una cosa en las
premisas y en lugar de otra en la conclusión. Como “ninguna alimaña
es nombre, el 'ratón’ es nombre, luego el ratón no es alimaña” . O ,
siendo compleja alguna de ellas, si en el antecedente es única y en
lo inferido es múltiple, a menos que sean equipolentes. Como no se
sigue: “todo risible es animal, el poseedor de un caballo no es animal,
luego el poseedor de un caballo no es risible” . Se impugna si las cosas,
son ahora de tal manera que los hombres tienen caballos y otros se
alimentan salvajes en las praderas. Y se dan los dos defectos, porque
se encuentra que así se verifica en el antecedente de otros distintos
que en el consecuente. E n tercer lugar, es defecto proceder en ellos
de lo no distribuido a lo distribuido. Porque abarcará más cosas en la
conclusión. Como “todo hombre es animal, el caballo no es hombre,
luego el caballo no es animal”. E n cuarto lugar, hay defecto si en ellos;
argumentamos de lo confuso a lo determinado, siempre y cuando e l
medio, tal como está allí, suponga confusamente, pues de otra manera
no habría defecto. Com o “todo animal es cuerpo, todo hombre, es,
animal, luego el cuerpo es todo hombre”. Pues cuando no se pone
ninguna confusa en la parte del antecedente, no hay defecto, ya sea
el silogismo afirmativo, ya negativo. Como vale: “todo hombre eS ani­
mal, Pedro e$ hombre, luego Pedro es animal”; y, negativamente, “todo
hombre es animal, ningún león es hombre, luego el animal no es león”.
Pero, si hubiera confusión en el medio, habría impedimento; como no
vale: “todo hombre es racional, todo risible no es hombre, luego lo
racional no es risible” . Y , finalmente, ya que el silogismo es la conse­
cuencia principal, universalmente es defecto en él todo lo que en los.
demás argumentos debilita la fuerza de la ilación y vicia la forma.
Como pasar de lo ampliado a lo no ampliado afirmativamente, y de
410 TOMÁS DE MERCADO

lo no ampliado a lo ampliado con distribución de lo ampliado, y las


demás cosas que, con respecto a las mencionadas materias, tratamos
más extensa y difusamente en el Opúsculo de argumentos. Pues la
igualdad de suposición que se requiere para el medio en el antecedente,
también se exige en las extremidades, para que los extremos correspon­
dan al medio y éste a aquéllos.
Al calce de este quinto libro, Pedro Hispano (según piensa el vulgo
de los dialécticos, pues los más peritos no juzgan que sea de él ni el
texto ni el estudio) añadió un capítulo en el que trata de la invención
del medio y de las consecuencias que se han de impugnar. Y cierta­
mente, ya que se tiene al medio como clave del silogismo, de cuya
conexión con las extremidades se erige toda su fuerza y máquina,
Aristóteles, al calce de los Analíticos Priores, añadió reglas con las que
se pudiera encontrar el medio para silogizar cualquier proposición, sea
afirmativa o negativa. Imitándolo a él, el autor las coligió en número
de seis, designadas por estos nombres: Secaría, Cageti, D afenes, Heba-
re, G edaco, G ebali. De cuya ingeniosa disposición suele surgir cierta
figura a la que con vulgar nombre los dialécticos llaman “puente de
los asnos”. Porque las reglas son tan difíciles de entender, que, para
que el joven no sucumba en el paso, es necesario que carezca de la
torpeza de ingenio y de la rudeza del asno. Pero (a mi juicio) las
reglas y la explicación de las reglas son completamente inútiles para
los dialécticos de las súmulas, y ciertamente aprovecharán si se inter­
pretan en el lugar que les asignó Aristóteles. En efecto, presuponen
el conocimiento de los predicamentos y la noticia de los predicables,
por cuanto preceptúan que se ha de buscar o el superior del sujeto
•de la proposición predicativa que se debe silogizar, o el convertible,
•o el subsiguiente. Pero para' quien se esfuerza en conocer, sin los pre­
dicamentos y los predicables, cuál término excede, cuál es comprehen-
dido, con cuál sé convierte, de cuál se infiere, el trabajo es ímprobo
y casi fútil. Así, pues, aprovechan las reglas puestas en los Analíticos
Priores o en los Posteriores (como nosotros allí mismo intentaremos
enseñarlo cuando tratemos del medio de la demostración), pero aquí,
todavía no explicada el arte de los predicamentos, no darán ningún
fruto. Y entonces, aunque se entiendan, ciertamente, o me equivoco,
o no sirven, ya que sin tales reglas se da la noticia y ciencia de sus
obras y de dónde se suministran los medios para concluir cualquier
silogismo. Por lo cual ya que cuando se habrá de dar este paso del
puente es muy difícil, y, cuando se derriba, ya,no es necesario; y sin
LIBRO V: DEL SILOGISMO 411

embargo, todo lo que de utilidad confieren las reglas será dado en


la lógica, da lo mismo. Mas en las súmulas es como fruto ácido y que
nunca llega a la madurez, pues madura más temprano por la indus­
tria del agricultor, pero no por la clemencia de la naturaleza.
Por otra parte, acerca del instar a las ilaciones, ya que deliberada
o incautamente se admite defecto intrínseco o extrínseco, digo que
resultan paralogismos falaces y engañosos y que por ello frecuente­
mente se arruinan o en sí o en sus semejantes; esto es, al darse un
antecedente verdadero y un consecuente falso. Pues muchas veces
la materia del paralogismo es tal, que, aun cuando la ilación sea
viciosa, sin embargo, no puede violarse en sí misma. Es necesario en­
tonces formar el argumento en tal materia que haga en algún caso
al antecedente verdadero y al consecuente falso. Y esto (como vimos
en el lib. IV ) es signo eficaz y cierto de la maldad de la consecuen­
cia. Por ejemplo, este paralogismo: “todo color es cualidad, la blan­
cura fue color, luego toda blancura es cualidad”, ya que peca intrín­
seca y extrínsecamente, porque el medio se restringe donde no se
distribuye y la extremidad menor se dstribuye siendo que antes supo­
nía determinadamente, sin embargo, no puede atacarse en sí mismo,
pero se impugna en otro semejante a él, como “todo animal está
corriendo, el hombre fue animal, luego todo hombre está corriendo”,
asumiendo la hipótesis de que no exista ningún hombre. Luego quieren
los lógicos recientes establecer preceptos con los que se descubran
tales consecuencias. Pero esto no lo pensaron ni Aristóteles ni Pedro
Hispano. Ni ciertamente se podrían encontrar reglas con las que sufi­
cientemente se enseñe eso. N i bastan las que hasta ahora se han des­
cubierto y establecido. Sino que cada quien, en cuanto le alcanza el
ingenio y por el uso y el ejercicio antecedente, encuentra, una vez
conocido el defecto, el caso en el que se arruina u otro smejante. M o­
vidos por tales causas, hemos extirpado íntegramente ese texto, a saber,
para no abrumar al oyente en vano al fin del estadio ya casi desfalle­
cido y agotado, de nuevo con una carga tan pesada.

LECCIÓN SEGUNDA

Queda que, antes de pasar al silogismo expositorio, discutamos con


objeciones las cosas que con estilo resolutorio hemos tratado sobre el
silogismo de medio común, para que consten más verdaderamente con
412 TOMÁS DE MERCADO

' las soluciones y la doctrina. Y, en primer lugar, en cuanto a la defini-


: ción del silogismo, en la que dijimos que es una consecuencia formal,
no hace falta preguntarse si es formal, ya que es tan claro para todos no
sólo que es eficaz, sino que, pues supera a todos de manera tal,
más bien debemos indagar si sólo él es consecuencia formal. Entre
los doctores principales y serios se discute si tiene tanto la primacía
en la formalidad que sea el único en la formalidad. A favor de la
parte negativa hay, en primer lugar, el siguiente argumento. La conse­
cuencia formal es aquella que vale en sí y en las semejantes a ella,
que no se impugna ni en sí misma ni en éstas, y hay muchas así en
la dialéctica además del silogismo; lu eg o. . . Se prueba la menor. Ésta
vale: “el hombre es animal, luego es viviente sensible”; y dondequiera
que se colige pasando de lo definido a la definición, se colige verda-
derísima y validísimamente; asimismo, de la condicional, con la afir­
mación del antecedente, a la afirmación del consecuente, vale general­
mente. E n segundo lugar, todos los lugares argumentativos se dan
acerca de las consecuencias formales. E n efecto, el lugar es la regla
y la balanza de la ilación, no de la materia, luego es absurdo quitar
sólo la forma a otros lugares para que se consideren materiales. En
contra de ello se da que sólo el silogismo se sostiene por virtud de
la conexión de los términos (como consta por su definición, que no
; puede ser común a las demás especies de argumentos), pero la forma
■' de la consecuencia es la disposición de los términos y de las proposi­
ciones, luego sólo el silogismo es consecuencia formal. Toda la reso­
lución de esta cuestión depende de que establezcamos de una vez qué
es la consecuencia formal. Pues, si su definición exacta es la que vul­
garmente se aduce, a saber, la que no se impugna ni en sí misma ni
en sus semejantes, no se puede negar que, además del silogismo, otros
lugares argumentativos son igualmente formales. Pues nadie violará
el argumento de pasar de la condicional, con la destrucción del con­
secuente, a la destrucción del antecedente, ni tampoco la de pasar de
lo dividido a la división, si observa correctamente la semejanza de la
forma. Por tanto (como se colige del lib. I I I ) , la materia del ar­
gumento es el significado del argumento, y se descubre cuál es natural,
contingente o remoto, según la relación del predicado al sujeto de las
proposiciones; pero la forma del argumento es la misma conexión de
las partes. Por tanto, se ha de juzgar material aquella consecuencia
en la que la unión de las partes no proviene de la contextura de los
términos, sino de la relación de las cosas; y formal, en cambio, aquella
LIBRO v: DEL SILOGISMO 413

cuya fuerza y vigor dimana del solo concurso de los términos. Así
se disciernen completamente y desde la raíz la consecuencia formal
y la materia. A saber, de modo que ésta se sostenga sólo en virtud
de la materia y aquélla de la forma; ésta por razón de las cosas sig­
nificadas, aquélla por razón de los términos significantes. Establecido
lo cual, se responde con tres conclusiones. La primera es que con
derecho entre los dialécticos se han considerado hasta ahora como con­
secuencias materiales aquellas en las que, aun cuando patentemente se
comete un defecto lógico, una cosa se deduce de la otra. Com o “el
hombre es risible, luego todo hombre es risible”, que pasa de lo no
distribuido a lo distribuido. Pero hay que considerar sobremanera en
este asunto que, para que la consecuencia sea material, no basta que
el antecedente y el consecuente sean verdaderos, o el antecedente im­
posible, o el consecuente necesario, de modo que se vuelva objetable,
sino que sea igual la materia de ambas partes, de cuya conexión dimana
el consecuente a partir del antecedente. D e otra manera, si la materia
es diversa, como en los disparatados, no diremos con verdad que se
sostiene la consecuencia por gracia de la materia. Como ésta: “el
hombre es racional, luego el sol es mayor que toda la tierra”, en la
cual ciertamente no hay ninguna secuela, sino más bien una con­
junción disparatada que de la consecuencia sólo tiene la partícula
“luego”. D e ninguna manera se sostiene por gracia de la materia, sino
que sólo tiene (por decirlo así) la nota y el aspecto de ilación. E n
el primer ejemplo, ya que en verdad el consecuente se colige del an­
tecedente, aún se corrobora el argumento con algunas añadiduras, como
si añades “y este predicado compete naturalmente al sujeto, y por
ello a todos, luego todo hombre es risible”. Así, la consecuencia dis­
paratada de ninguna manera es material, sino en verdad nula. Sólo
es eficaz porque el consecuente es verdadero o el antecedente impo­
sible. Y , finalmente, ya que la materia de toda la consecuencia no es
la misma, de ningún modo puede sostenerse por gracia de la materia.
La segunda conclusión es que en la naturaleza de la consecuencia
material y la formal hay grados, y estos miembros no difieren tanto
en toda la razón y el género que no se entremezclen. Pues en cualquier
argumento necesariamente se mezclan y aglutinan la materia y la forma.
Luego necesariamente hay algunas consecuencias mixtas, ni comple­
tamente materiales ni totalmente formales, sino que constan de ambas
con templanza. La inducción es muy material. Pero el paso de lo de­
finido a la definición y el paso de lo dividido a la división, me parece
414 TOMÁS DE MERCADO

que tienen la medianía. Finalmente, en general (y sea ésta la penúl­


tima conclusión) todos los lugares tópicos son consecuencias formales
en un grado tal que también son materiales. E n cuanto que en ellos
la fuerza y el vigor de la ilación dimanan fundamentalmente de la
relación de las cosas, no de la reunión de los términos. E n efecto,
ésta: “Pedro es hombre, luego es animal racional”, sólo vale porque
tal es la naturaleza del hombre. Y ésta: “es animal, luego racional o
irracional”, sólo porque así se divide universalmente el animal en la
naturaleza de las cosas y así se encuentra. E n segundo lugar, los tér­
minos mismos no tienen en éstas ninguna otra conexión que la que
tienen las cosas significadas. Pero aquí: “toda piedra es león, todo
hombre es piedra, luego todo hombre es león”, ya que no hay ninguna
afinidad de cosas, y menos identidad, los términos son mutuamente
coherentes en el antecedente de modo tal que así se infiera en la con­
clusión. En tercer lugar, ¿por qué estas consecuencias se llaman forma­
les? Porqué dondequiera que se guarde esa sinonimia de los términos
valdrá. Pero pregunto: ¿cuál es esa sinonimia, ya que no significan
lo mismo del mismo modo? Es, a saber, la cercanía de las cosas sig­
nificadas, o su identidad, o cualquier relación de oposición, o de género,
o de especie; luego la fuerza dimana de la relación de las cosas. La
consecuencia se funda en las cosas, no en la forma. Por lo cual, con
mérito se considerarán materiales. Y se confirma: semejantes secuelas
frecuentemente se atacan bien acudiendo a lo sobrenatural; a saber,
porque la potestad divina puede cambiar el orden y la disposición de
la naturaleza. D e manera natural ciertamente se infiere bien: “éste
es blanco, luego no es negro”, “éste es inmortal, luego no es mortal”,
“éste es cuerpo, luego cuantificado”; y, sin embargo, por milagro se
impugna la primera si dos contrarios inhieren al mismo sujeto; la segun­
da, en Cristo; la tercera, si se da un hombre desprovisto de toda can­
tidad. Así, concluimos en una última aserción que sólo el silogismo
es consecuencia puramente formal, carente de mezcla de materialidad.
Pues, para que los demás lugares se sostengan, se atiende a la cosa
designada, mientras que el silogismo sólo denota los términos y la
combinación de los términos, y, por ello, sólo él es puramente formal.
Así, en cuanto ál primer argumento, no hay que abandonar el modo
de hablar hasta ahora acostumbrado. A saber, que se llamen formales
los que valen en sí y en los semejantes guardada la sinonimia de las
partes, aunque esa sinonimia ponga como fundamento suyo la relación
de las partes. E n segundo lugar, respóndase que el lugar del condicio-
LIBRO v: DEL SILOGISMO 415

nal participa tanto de la formalidad que es llamado por casi todos


“silogismo hipotético”, pero tiene defecto en cuanto la verdad de la
mayor, que es una consecuencia, depende de la consecuencia de
las cosas.
Con respecto a lo que sigue inmediatamente: que conviene que
haya tres términos y se concluya todo lo que se ha colocado en el
antecedente, excluido el medio, se sigue bien: “todo color y facultad,
son cualidades, la blancura es color, luego la blancura es cualidad”. Ade­
más: “el siervo de cualquier hombre es racional, Davo es todo siervo,
luego Davo es racional”. Además: “todo animal es substancia; todo
hombre, que es hombre, necesariamente es animal; luego todo hombre
es substancia”. Pero todos tienen cuatro términos, y uno de ellos, aunque
no sea el medio, no se concluye. Para solución de estas cosas, adviér­
tase que estas condiciones no se exigen en general para la bondad
de la consecuencia, en cuanto que sin ellas muchas consecuencias son
buenas, sino para la bondad de tal consecuencia, a saber, del silogismo.
D e tal manera que, sin ellas, el silogismo no puede tener fuerza, pero,
de otra manera, podrá ser consecuencia buena. Al modo como racio-
nal es una diferencia constitutiva necesaria, pero no animal. Ya que
sin la racionalidad se encuentra el animal, pero distinto del hombre.
Luego donde hubiera violación de las condiciones, no habrá ilación
silogística, aunque sea eficaz. Pues la conclusión se sigue bien sólo de
una de las premisas. Como “el caballo de cualquier hombre corre,
Pedro es hombre, luego el caballo corre”, en vano se inserta aquí la
menor, ya que no concurre a concluir. Sólo la mayor infiere, proce­
diendo a partir de lo restringido, afirmativamente y sin distribución.
A veces, aunque las premisas concurren, no lo hacen universalmente
y (como dicen) de manera sincategoremática, esto es, según todas sus
partes, sino según algunas, ya que se requiere mucho que cada una
de las partes, más aún, que todos los términos sirvan y ayuden a la
estructuración del silogismo, de modo que no se encuentre nada vano
y superfluo. Así, en el primer silogismo, “facultad” no ayuda a concluir
nada. Pero vale la consecuencia. Porque de la mayor se deduce otra
mayor legítima del silogismo. A saber, “todo color es cualidad”, la cual
de ninguna manera se inferiría si el copulado se tomara complexiva-
mente. Como no vale: “toda materia y forma es un compuesto, el
cuerpo es materia, luego el cuerpo es un compuesto”. Porque de la
mayor no se sigue: “luego toda materia es un compuesto” .
Por lo cual, hay una cuestión grave, una lucha ansiosa y una contro-
416 TOMÁS DE MERCADO

versia: si tales consecuencias que en sí no son silogismos, sino de las


cuales se infieren premisas aptas para silogizar, han de considerarse
silogismos. Y (según juzgo) no deben considerarse tales, a menos que
tuvieran en sí modo y figura. Ya que éstos son principios formales.
Pero, sin la forma de cualquier especie no puede entenderse tal espe­
cie, y menos existir; luego sin modo y figura no habrá silogismo. Ade­
más, si bastara reducirse o inferirse, ya que casi todos los modos argu­
mentativos se reducen al silogismo o pueden inferir premisas aptas
para un silogismo, casi todas las ilaciones serían silogismos. Pero re­
plicas: luego los modos imperfectos no son silogismos, ya que no
tienen más firmeza que el reducirse a los perfectos. Niéguese simul­
táneamente la secuela y la prueba. Pues en sí tienen modo y figura.
Su reducción sólo es cierta medida y balanza y cierta corroboración,
de modo que, mirados con el nivel de los perfectos, luzca más su
fuerza. Sin embargo, no se les concede el derecho y naturaleza del
silogismo y (para decirlo así) de ninguna manera se les da la ciudada­
nía. Además, si tales consecuencias no tuvieran alguna sede formal,
esto es, otro lugar en el que se apoyen, llámense “silogismos reduc­
tivos”. E n segundo lugar, al silogismo principal del argumento res­
póndase que (como lo hemos advertido muchas veces) nuestras reglas
se dan para los silogismos que se estructuran con proposiciones acos­
tumbradas, pero no es acostumbrado distribuir el predicado de la
afirmativa. Así, no hay que admirarse si esa consecuencia, quitado el
fundamento, vale a causa de la distribución del predicado, y no valdría
si no se distribuyera. Pero, admitiendo semejantes oraciones, respón­
dase que sería silogismo de manera reductiva, porque ya tiene figura
y modo, y de otra mayor se infiere la mayor apropiada. Pues (tal como
está) el genitivo sobra, en cuanto que no contribuye para inferir nada.
Pero así vale: “el siervo es racional, Davus es todo siervo, luego Davus
es racional”, cuya mayor se deduce de la mayor anterior. E n tercer
lugar, respóndase que hay doble cópula en la menor, a saber, cópula
de implicación y cópula modal, y por eso sólo se pone la menor, para
que se conserve la misma suposición de la extremidad menor que
tiene en el consecuente. Pues muchos aseveran que sin ella el sujeto
se amplía a cuatro, y la regla general es que no es defecto inferir lo
que está tanto en el antecedente como en el consecuente. Con tal
que, si se inserta, no haga otra cosa sino guardar las propiedades
lógicas. Como si dices: “todo movimiento es acción, y toda pasión
es movimiento, luego toda pasión es la misma cosa que la acción”.
LIBRO v: DEL SILOGISMO 417

Pero, si el otro sentido que se inserta distorsiona, entonces será man­


cha el insertarlo o el no concluirlo. Como si dices: “todo animal posi­
blemente es blanco, todo hombre es animal, luego todo hombre es
blanco”, si no concluyes el ‘‘posiblemente”, se impugna, en caso de
que ahora haya muchos etíopes. Por lo cual, el tercer silogismo tomado
generalmente en el ejemplo, porque encubre la cópula modal en el
consecuente, se insta en el anterior, que es semejante a él. Pero, ha­
blando en particular del “necesariamente”, en los afirmativos nunca
se arruina si no se repite en el consecuente, ya que, si no es puesto,
el antecedente es verdadero y el consecuente falso, pero más falso será
si se pone el modo “necesariamente” . Pues la proposición de cópula
simple afirmativa falsa, por la adición del “necesariamente” no se
vuelve verdadera, porque la necesidad presupone la verdad; pero esta
última, sola, no pone a aquélla. Y lo mismo se debe decir en los
silogismos negativos, donde la cópula modal no es negada, porque se
da la misma razón y causa. Pero, si se antepone la negación a la
cópula, se la objetará si no se repite igual en el consecuente. Como si
dices: “todo blanco será negro, ningún hombre necesariamente es o
será blanco, luego ningún hombre será negro”, sólo vale si añades él
“necesariamente”. Así, por la constitución general, es necesario que
sean tres los términos; y, si son muchos simples, que se tomen como
tres; y, excluido el medio, se repitan todos los del antecedente en el
consecuente.
Pero, habiendo tratado ya de las condiciones, queda que enjuiciemos
los vicios opuestos. Y ciertamente la primera condición, a saber, que
el medio no se tome equívocamente, es tan cierta y clara, que no es
de entendimiento obscuro ni difícil de defender. Pero la segunda: que
el medio sea extremo total en una de las premisas, parece falsa, en
cuanto que los lógicos antiguos postulaban que fuera total en ambas
Y , asimismo, estas premisas son ineptas: “ningún ignorante es sabio,
este códice es el libro de un ignorante”, pues máximamente inferirán:
“luego del sabio no es el libro”, la cual, sin embargo, se vicia si ese
códice es común a muchos. Tampoco vale aquí: “de cualquier blanco
el caballo está corriendo, ningún negro es blanco, luego algo que corre
del negro no es caballo”, en las cuales, como en muchas otras, sólo
parece haber falta porque el medio no es extremo total en ambas.
Acerca de esta condición, nótese que los antiguos no se contentaban
con nuestra moderación, a saber, que el medio fuera extremo total en
una, sino en ambas. Y ciertamente no negaré qúe eso es un gasto más
418 TOMÁS DE MERCADO

seguro y un modo más conveniente al silogismo. Pues se forma muy


claro y espléndido. Pero tampoco hay que negar que a veces basta que
sea total en una, ya que vemos que esto no puede violarse en: “de
cualquier hombre el caballo es animal, Pedro es hombre, luego
de Pedro el caballo es animal”, y en todos los semejantes. Por tanto,
es digno de advertir que es doble el silogismo: negativo y afirmativo.
E n el afirmativo es general que basta que se constituya como extremo
total en una, y que sería lícito en la otra añadir algo al medio, siempre
y cuando no se cambie ninguna propiedad lógica. Y , antepuesto eso,
concluyase según el orden establecido por nosotros. Como “todo león
es animal, Chiphus es león y blanco, luego es animal y blanco” . E n el
negativo parece que tiene lugar la opinión de los antiguos. Pero los
lógicos recientes exigen la observancia de mil condiciones, de modo
que es raro que valga. A saber, si el añadido al medio se pone en la
premisa negativa, no hay ningún crimen, aunque por razón del añadido
todo el complejo se verifique de algo de lo que el medio no lo hacía
en la afirmativa. Como “el alma de ningún sabio soporta el crimen,
Pedro es sabio, luego el alma de Pedro no soporta el crimen” . Así, la
razón es entonces igual en el afirmativo y en el negativo. Ahora bien,
en la premisa afirmativa del silogismo negativo ciertamente es lícito
añadir algo, pero nunca por razón de lo cual todo el complejo se
verifique de algo de lo que no lo hacía en donde el medio era todo
el extremo. Por lo cual se disuelven los mencionados paralogismos.
Pues también son negativos, y, con un añadido al medio en la afirma­
tiva, todo el complejo se vuelve verificable de otra cosa distinta de la
que lo hacía el medio en la negativa. Ya que “el libro del ignorante”
se dice de algo que no es ignorante, a saber, del códice mismo. D e
igual modo se peca en el segundo. Sin embargo, aquí vale: “ningún
blanco es negro, Favelo es blanco del hombre, luego Favelo es ningún
negro del hombre”. Pues “blanco del hombre” no se verifica de algo
de lo que no pueda también decirse “blanco”.
La tercera condición es: cuando el medio es complejo de modo que
puede tomarse en una y muchas acepciones, que se tome con la mis­
ma acepción en ambas. Por lo cual, es defecto que se tome con diversas
acepciones, a no ser que sean equipolentes. Pues suelen ser equipo­
lentes en cuanto a este sentido: que de una acepción se infiera la
otra. E n primer lugar, pasar de muchas acepciones, con distribución
de la determinación, a una única sin ella, de cualquier manera que
suponga lo determinable, vale afirmativa y negativamente. Por ejemplo.
LIBRO V: DEL SILOGISMO 419

“ de cualquier hombre cualquier caballo corre, luego cualquier caballo


del hombre corre”. L o mismo “de ningún hombre el caballo corre,
luego cualquier caballo del hombre no corre”. Además, cuando no hay
ninguna distribución de la determinación ni del determinable, mutua­
mente se infieren estas acepciones, y de otra manera muchísimas veces
(como se puede ver en el Opúsculo de los argumentos, en el capítulo
de la inducción), y quizá siempre, al menos por lo que toca a mi
opinión; pero hablemos como la mayoría. Por tanto, si las acepciones
del medio de la mayor y de la menor son equipolentes, la mutación
no es ningún crimen. Sólo se comete cuando ni la mayor infiere a la
una como única ni la menor a la otra como múltiple, por ejemplo en:
“cualquier caballo del hombre corre, Bucéfalo es el caballo de cual­
quier hombre”. Contra estas condiciones, y a favor del defecto, se
arguye que no se sigue: “cualquier caballo de cualquier hombre es
blanco, Bucéfalo es caballo del hombre, luego Bucéfalo es blanco”.
Se insta si un caballo es común a todos y blanco, pero Bucéfalo es
de uno singular y negro, y por tanto parece violar el que se observe
la condición. En segundo lugar, en este silogismo: “cualquier caballo
del hombre corre, Phlegon es caballo del hombre, luego Phlegon
corre”, ya que, al desear evitar este defecto necesariamente cometemos
otro, a saber, que el medio no se distribuya completamente. Pues “del
hombre” no se distribuye en ninguna parte. Para inteligencia de este
defecto, nótese que de dos maneras acontece ser complejo: uno cuyas
partes son la determinación y lo determinable, en el cual la variedad
de acepciones de éstos se encuentra con una única acepción y con
muchas. Pues en los demás, ya sean copulados, ya disyuntas, no se da
ninguna de ellas. Luego, para comenzar por estos que son más claros,
cuando el medio fuera complejo así, sólo adviértase que es necesario
que se distribuyan suficientemente las partes del medio. A menos que
tal vez concurra a inferir sólo según una de sus partes. Pues entonces
basta que sólo ella se distribuya. Pues vale: “todo león y elefante son
animales, todo capaz de rugir es león y elefante, luego todo capaz de
rugir es animal”, en cuanto que de las premisas se sigue clarísimamente
ésta: “todo león es animal, todo capaz de rugir es león” . D e otra
manera, el precepto universal es que cada una de las partes de este
medio complejo se distribuya completamente según tal acepción. Y
ciertamente ese complejo, a veces copulado y a veces disyunta, se toma
también de ambos modos: divisiva y complexivamente. Pero no hay
•que soslayar que no sólo los términos categoremáticos son partes, sino
420 . TOMÁS DE MERCADO

también la misma cópula, y, por ello, ya que el "o ” es particularidad,


necesariamente cuando todo el medio se ha de distribuir, esto es, se
ha de hacer universal, el “o” hágase universal, si el medio complejo
no es disyunto; por lo cual, o distribúyase con una única acepción,
máximamente cuando se toma divisivamente, o cámbiese en “y”. Pues
ésta no vale: “todo hombre o todo león son capaces de rugir, Sócrates
es hombre, luego Sócrates es capaz de rugir”, aunque se distribuyan
las dos partes del medio. Pero, si, con una única distribución, dices:
“todo hombre o león es capaz de rugir, Sócrates es hombre o león,
luego es capaz de rugir”, valdría. Pero la mayor es falsa. O , si en la
menor subsumes: “Sócrates es hombre y león”.
Pero cuando el complejo consta de determinación y determinable,
entonces es un piélago inmenso de los preceptos de los sofistas, cuya
sentencia, sin embargo, desarrollaré aquí compendiosamente con pala­
bras muy claras. Cuando tal complejo se toma con muchas acepcio­
nes, no hay ninguna dificultad en la asunción. Sólo provéase que las
partes se distribuyan simultáneamente o en ambas premisas. Si se toma
con una única acepción, ya que se toma como simple, en cuanto a la
distribución júzguese que basta que el determinable se distribuya sufi­
cientemente una vez. Pues esa sola distribución afecta a todo el com­
plejo. Por lo cual se sigue: “cualquier caballo del hombre corre, Pegaso
es caballo del hombre, luego Pegaso corre” . D e acuerdo con ello, se
responde al segundo argumento principal, que ahí no se comete ningún
defecto, ya que se distribuye completamente el determinable, lo cual
en esto es suficiente. Pero, si ambas partes se distribuyen, la deter­
minación restringe al determinable, de modo que esté colectivamente.
Como, en ese silogismo, “cualquier caballo de cualquier hombre
corre” supone colectivamente por los caballos de todos. Y , sin la
distribución de la determinación, no se restringe así. Por lo cual, en
ellas hay que observar que la determinación se distribuya en ambas,,
para que así se conserve la misma restricción. Con lo cual se responde
al primer argumento principal. Pues donde el medio no se distribuye,
está menos restringido y se verifica de otra cosa de la que no se verifica
donde se distribuye. Pero había que subsumir: “Pegaso es el caballo
de cualquier hombre”, para que la distribución de la determinación
conserve la misma restricción de lo determinable. Hasta aquí la doc­
trina es llana y perspicua. Pero suele darse el que el medio no sea
todo el complejo, sino sólo una parte del complejo, en lo cual se
comete máximamente el defecto de la distribución. Y por ello, ya que
LIBRO v : DEL SILOGISMO 421

sin excepción es necesario que el medio se distribuya completamente,


hay que poner gran cuidado para que no se ignore cuándo y dónde
esa parte está suficientemente distribuida. A fin de que no parezca ya
completamente distribuida la no distribuida, ni temamos que la ya dis­
tribuida no esté distribuida. Por lo cual, ya que en la acepción múltiple
lucen las distribuciones con mayor claridad, redúzcanse a dicha acep­
ción múltiple los complejos tomados con una acepción única, con la
cual veamos fácilmente qué falta que se subsuma bajo la determinación
o lo determinable. Como no vale: “cualquier caballo del hombre corre,
Pegaso es caballo, luego Pegaso corre”, porque el medio se distribuye
en dependencia del genitivo y se restringe al caballo del hombre. Así, en
la menor, en la que no se distribuye, está menos restringida [de lo
que debiera]. Pero éstas: “cualquier caballo del hombre corre, Pedro·
es hombre que tiene caballo”, se disponen correctamente, porque la
mayor es equipolente a ésta: “de cualquier hombre que tiene caballo,
cualquier caballo corre”, y con esa menor infiere óptimamente en
Darii.
E l segundo defecto se da cuando el medio no se distribuye o figura
con una universalidad incompleta. E n contra de ello se dirige un argu­
mento. Se sigue bien: “el caballo es o no es blanco, Pyrocis es caballo,
luego es o no es blanco” . Además: “el animal es él mismo, el hombre
es animal, luego el hombre es él mismo” . E n tercer lugar: “cualquier
caballo del hombre no corre, Pedro es hombre, luego el caballo de
Pedro no corre”. Y en ellas el medio no se distribuye. E n cuarto
lugar, vale: “quienquiera que dice que tú eres animal, dice la verdad;
quienquiera que dice que tú eres caballo, dice que tú eres animal;
luego quienquiera que dice que tú eres caballo, dice la verdad”. A
todos éstos respóndase que en el silogismo no hay nada tan necesario
como la univocidad de los términos y la distribución del medio. Y , si
se han encontrado consecuencias buenas sin distribución, de ninguna
manera serán silogismos. Luego, la primera vale porque el consecuente
es necesario, pero no por la conexión de los términos, sino de las cópu­
las. Por lo cual, quitada esa identidad de las palabras, se derrumbará
aun cuando se conserve esa forma de la disyunción. Como no vale: “el
caballo es o no fue blanco, Phlegon es caballo, luego es o no fue
blanco”, en caso de que Phlegon no sea pero haya sido blanco, y
dándose los demás caballos de modo opuesto. La segunda tampoco
es silogismo, sino que vale porque se sigue de la menor. Pero negativa­
mente no valdría: “el hombre no es león, luego el hombre no es él
422 TOMÁS DE MERCADO

misma” . Incluso si dijeras con la misma forma íntegra: “el león es


él mismo, el hombre no es león, luego el hombre no es él mismo”.
E n tercer lugar, los que opinan que la negación distribuye antes
de ella en semejantes complejos, también juzgan que ahí se distribuye
el genitivo, y por ello se concluye silogística y legítimamente. Pero yo
estimo, en primer lugar, que allí la mayor no tiene más distribución
que en las afirmativas. E n cambio, según ellos, esta afirmativa: “cual­
quier caballo del hombre corre” es equipolente a ésta: “de cualquier
hombre que tiene caballo, el caballo corre”; luego, digamos negativa­
mente: “de cualquier hombre que tiene caballo, ningún caballo corre;
Pedro es hombre; luego de Pedro el caballo no corre”, donde el medio
que no se distribuye supone menos restringidamente o de ninguna
manera restringidamente. Los cuales argumentan falsamente en otro
semejante: “de cualquier rey que tiene caballo, cualquier caballo no
fue blanco; Numa fue rey; luego de Numa el caballo no fue blanco”,
con tal que hasta entonces el rey no haya poseído ningún caballo.
Respondo así: ese silogismo anterior no vale, y puede arruinarse en
éste: “cualquier caballo del rey no fue blanco, Numa fue rey, luego
el caballo de Numa no fue blanco” . Y , si agrada nuestra estimación
sobre estos complejos explicada hace poco, consta muy fácilmente que
el antecedente es verdadero y el consecuente falso. A lo último, res­
póndase, en primer lugar, que no tiene forma de silogismo, sino que
todas esas premisas son proposiciones condicionales. Lo cual aparece
con evidencia porque verdaderamente tampoco ponen nada en el ser,
lo cual es condición propia de las condicionales. Pues, aunque nadie
diga que es verdadero, quienquiera que dice que tú eres caballo dice
que tú eres animal. Pero se pregunta si es buena la consecuencia aun
a partir de condicionales. Respondo que no es válida por ningún lugar
argumentativo de las condicionales, ni por la dialéctica entera. Así se
da un antecedente verdadero y un consecuente falso. Pues no consta de
ninguna manera que vale (com o dicen algunos) de lo primero a lo
último; ya que, por consecuencias inmediatas, de una de esas premisas
no se infiere la conclusión. La distribución incompleta, máximamente
con el signo “todo”, se encuentra clara y evidentemente. Como si
dices: “todo animal estuvo en el arca de Noé, Platón fue animal, luego
Platón estuvo en el arca de Noé”. Pues en la mayor está distribuida
incompletamente, y “ambos” y “no de ellos” de ningún modo son
signos de distribución, ni completa ni incompleta.
E l cuarto defecto se da en el caso de que, donde no se distribuye,
LIBRO V: DEL SILOGISMO 423

está más completamente. E n contra de ello se arguye que se sigue


bien: “todo blanco es coloreado; todo hombre posiblemente es blanco,
el cual existe; luego todo hombre es coloreado”, y, sin embargo, en la
menor se amplía al posible. Para conocimiento de este defecto, nótese
que el tomarse más ampliamente es defecto porque de una mayor
ampliación se sigue una mayor verificación; pero el verificarse un
término cualquiera se da de dos modos: de un modo, considerada su
suposición de manera señalada; de otro modo, considerada su verifi­
cación según la relación de toda la oración o de todo el complejo
del que es parte. Por ejemplo, el sujeto de ésta: “el hombre corre”,
ya que supone por todos los presentes, se verifica de todos ellos; pero
toda la proposición se dice sólo del hombre que corre. Ahora bien, ya
que tal prohibición y cautela de la ampliación exige que, por razón
de ella, la premisa no se verifique de otra cosa, o se vuelva verdadera de
otra cosa, resulta patente que no obsta la mayor ampliación en el
primer sentido, sino en el segundo. Com o éstas son aptas: “toda
acción es movimiento; toda visión, que es visión, es y fue acción”, aun
cuando “acción” en la menor esté también por la acción pretérita,
porque no se verifica en orden a esa cópula, sino en orden a la de
presente. Pero si dices: “toda visión es o fue acción”, no valdría. D ije
“o de todo el complejo”, porque en los compuestos de determinación
y determinable de casos diversos debe atenderse a cuál es la cosa de
la que se verifica todo el complejo en sí mismo. Como no se sigue:
“el caballo de cualquier hombre será blanco, Bucéfalo es cualquier
caballo del hombre, luego Bucéfalo será blanco”. Pues en la mayor
“caballo” se amplía junto con todo el complejo. Y , sin embargo, ahí
no se distribuye. Ni tampoco inferirás bien si dices: “el caballo de
cualquier hombre, que es caballo, será blanco; Bucéfalo es cualquier
caballo del hombre; luego Bucéfalo será blanco” . Porque esa reducción
restringe sólo la parte no distribuida, pero no la relación de posesión.
Así, está sólo por el caballo que no se posee. Pero respondo al argu­
mento principal que, si la cópula de implicación ( “que e s . . . ” ) tam­
bién es parte del predicado, ya que entonces se ampliaría igualmente
con el predicado, no vale a causa del presente defecto cometido allí.
Pero si es una proposición en sí misma, entonces, ya que restringe,
vale y se impide el defecto de la restricción.
E n contra del quinto defecto se arguye que se sigue bien: “ningún
espíritu es cuerpo, todo ángel necesariamente es espíritu, luego todo
ángel necesariamente no es cuerpo”, y si el modo amplía, resulta paten-
424 TOMÁS DE MERCADO

te que incurre en el vicio, luego no vale. Pero ésta no es válida: “todo


animal posiblemente no es negro, todo hombre posiblemente es negro,
luego todo hombre posiblemente no es animal”, no por otra cosa sino
porque se observa la condición señalada, a saber, que en la negativa
se conserve una ampliación igual. Además aquí: “todo Dios posible­
mente no es creador, Dios posiblemente es creador, luego Dios posi­
blemente es creador,1luego Dios posiblemente no es Dios”·. No veri­
ficarse por otra cosa en la afirmativa se entiende al presente según
la exposición del defecto anterior. A saber, que, según la relación de la
proposición o del complejo, no se verifique. Lo cual se cumple en
el primer silogismo. Porque, según la apelación con la que allí se le
afecta, no se verificará de más. En segundo lugar, adviértase que, para
que verdaderamente se conozca cuándo se toma o no así en la afirma­
tiva, conviene fijar los ojos en la contradictoria de la negativa', en
cuanto que en la afirmativa lucen mejor las verificaciones. Luego, si
en la premisa afirmativa se toma por más cosas que en la contradic­
toria de la negativa, se mancha con una falta el silogismo. Por lo
cual, ya que en la contradictoria de la negativa del segundo silogismo,
a'saber, ésta: “algún animal necesariamente es negro”, “negro” se
verifica dé menos cosas que en la premisa afirmativa: “todo hombre
posiblemente es negro”, se descubre el defecto. Pues, ya que en la
contradictoria debe haber igual ampliación, arguye que en la misma
premisa negativa se amplía menos, si en la contradictoria se amplía
menos. Lo mismo dígase del tercer silogismo.
Acerca de las proposiciones exponibles, de las cuales a veces se
compone el silogismo, considera diligentemente que, ya sean exponi­
bles todas las proposiciones, a saber, las premisas y la conclusión, como
“sólo el animal es sensible, sólo el animal es hombre, luego sólo el
sensible es hombre”, o dos, como “todo hombre, en cuanto animal,
es sensible; y todo risible, en cuanto tal, es hombre; luego el risible es
sensible”, o una sola, como “ningún color, excepto lá blancura, disgrega;
esta cosa es blancura; luego disgrega”, siempre se han de'regir con la
misma razón, como si las exponentes integraran un silogismo; y al
mismo tiempo, de manera muy fiel y hábilmente, hay que considerar
si vale de otras exponentes semejantes. Y , ya que esto es muy laborioso
de hacer, se encuentran muy raramente, fuera de las súmulas, silogis­
mos estructurados con exponibles. Por lo cual, los silogismos mencio­
nados valen a causa de dicha regla, la cual también se extiende al
caso en el que no todas las proposiciones son de una misma especie
LIBRO v : DEL SILOGISMO 425

de exponibles, sino de varias. Como cuando consta de una exclusiva


y una exceptiva. Por ejemplo, “sólo el león es animal; todo animal,
en cuanto animal, es viviente; luego el león es viviente”; “todo viviente,
excepto el animal, es insensible; sólo el cuerpo es viviente; luego sólo
el cuerpo es insensible” .
Es necesario tratar aparte el silogismo expositorio. En cuanto que su
fundamento y condiciones difieren de los del común. E l expositorio
es aquel cuyo medio es un término singular. Pero acontece que el
término singular sea o un término discreto o un término común res­
tringido por un demostrativo. Pues ambos sirven óptimamente como me­
dios para el expositorio. Como “Pedro corre, y Pedro es sabio, luego el
sabio corre”; y aquí: “el hombre camina, y este hombre habla, luego
el que habla camina”. E l fundamento de esta especie de conclusión
es aquel célebre proverbio, a saber, para los afirmativos: todos los que
son iguales a un tercero son iguales entre sí; y para los negativos: de
dos cualesquiera, cuando uno es igual a un tercero y el otro no, son
diversos entre sí. Estos principios para el expositorio son firmísimos,
nunca abatidos por ningún ariete válido. Porque, ya que el medio es
un término singular, que es el tercero (del que habla el axiom a), a
todos resulta de inmediato evidentísimo que son entre sí idénticos
cualesquiera que en acto se identifiquen a una cosa singular. Donde res­
plandece la composición de las extremidades con el medio en el ante­
cedente y la conexión de éstas entre sí en la conclusión. Pues, al
presente, ser iguales a un tercero, es afirmarse ambos de él; y, si fuera
singular, como lo es el medio del expositorio, no se da ninguna instan­
cia de la proposición, y corrobora máximamente al silogismo. Hay
quienes desearían dilatar esto, de modo que también fundamente al
silogismo de medio común; pero esto, en cuanto sacado fuera de su
lugar propio, sólo puede enfermarse y debilitarse vehementemente.
Pues universalmente muchos animales son lo mismo, esto es, muchísi­
mos se identifican, a saber, todas las especies se identifican entre sí
en la realidad, y, sin embargo, en la razón son máximamente diversas.
Responden que el principio debe interpretarse así: cualesquiera cosas
que son iguales a una tercera en la realidad y en la razón, esto es,
realmente y en la definición, que la definición de esa tercera sea
también la definición de cualquiera de las dos. Y esta interpretación
ciertamente es muy verdadera, pero no puede adaptarse a todos los
silogismos comunes. Pues raramente convienen así las extremidades
con el medio, a saber, según la realidad y según la razón. Así, muchos
426 TOMÁS DE MERCADO

silogismos legítimos de ninguna manera se medirán con este principio.


Com o éste: “todo hombre corre, y todo hombre es animal, luego el
animal corre”; también, por consiguiente, logramos lo que intentamos.
Además, se persuade de lo mismo si, como otros opinan, revestimos
la proposición de tal forma que ambos se incluyan formalmente en la
razón de un tercero, y uno de ambos se incluya de por sí en el otro.
Pues, ¿cuándo se encontrará tanta identidad de los términos en los
silogismos? Muy rara vez. Por lo cual, correctamente fundamos más
arriba la fuerza y el vigor del silogismo común no en este principio,
sino en el principio del decirse de todo y del decirse de ninguno.
E n el silogismo expositorio, aunque no se requiere todo cuanto se
requirió en el común, sin embargo, se requiere lo primero de aquél,
a saber, que el medio sea extremo total en una de las premisas. Por lo
cual éstas: “todo lo que yo deseo es bueno, todo lo que yo no deseo
es malo”, no infieren ninguna conclusión, porque el “yo”, que es el
medio, en ninguna es extremo total. E n segundo lugar, el defecto de
equivocación es muy frecuente en éstos. Como aquí: “tú eres blanco,
y tú eres negro”, si el “tú” designa en la mayor a Sócrates y en la
menor a Solstacio. Pero no tiene lugar la variación de acepciones según
una única y muchas, porque, de cualquiera de ambos modos que se
tome el ténnino singular, produce el mismo sentido. Pues equivalen
“Brunelus cuiuslibet hominis” y “cuiuslibet hominis Brunelus”. Tam ­
poco se da el vicio de la distribución, ya que no se puede distribuir
sino equívocamente. Lo quinto que hay que cuidar, sin embargo, es,
cuando el silogismo sea negativo, que en la afirmativa no se verifique
de algo de lo que no lo haría en la negativa. Estos tres defectos en
cuanto al medio pueden suceder, los demás no pueden. Pero en las
extremidades, ya que son términos comunes, todos los pecados del
silogismo común son igualmente universales e, igualmente, han de
precaverse.
La primera dificultad de esta materia es acerca del medio: si el
término común restringido por un pronombre, como “este hombre”, es
un medio apto en el expositorio. Pues, aunque de cualquier manera
es singular, sin embargo, hay controversia sobre si se singulariza tan
exactamente que pueda tener el oficio de medio. Pues “algún hombre”,
aunque de cualquier manera se considera singular, sin embargo, es
muy inútil para prestar ese servicio. Luego, a favor de la parte negativa
de esta ambigüedad, se arguye así: no es completamente singular,
luego no puede ser medio. Se prueba el antecedente: consta de partes
LIBRO V : DEL SILOGISMO 427

comunes, luego es común. E l antecedente a nadie resulta dudoso en


cuanto al categoremático, y, ya que consta que el sincategoremático
es indiferente, se convence [a cualquiera] de que no es singular: pues
vale mucho mostrar unívocamente que no ha sido puesto para mostrar
nada en la particular. Pero en contra de esto está la autoridad de
Pedro Hispano y de los demás dialécticos que estiman que ese término
es singular y que, cuando es sujeto, constituye una proposición sin­
gular, y que es un medio apto para el silogismo expositorio. Acerca
de la partícula “este”, adviértase que se toma de tres maneras: en
primer lugar, como pronombre; en segundo lugar, como relativo; en ter­
cer lugar, como sincategoremático. E n primer lugar es pronombre,
y por eso es colocado en lugar del nombre propio. Y , a pesar de que
tenga significación común, sólo puede suponer singularmente, aunque
lo haga por muchos singulares de manera sucesiva y unívoca. Lo cual
ciertamente dimana de la naturaleza de tal pronombre. Y en plural,
como “estos”, puede suponer por muchos. Pero, ya que es igual él
término puesto en cualquiera de ambos números, resulta patente que,
así considerado, es un término común. E n segundo lugar, se toma de
manera relativa, sobre lo cual júzguese exactamente lo mismo. Pero
tomado como signo, es sincategorema, y acerca de él, tomado, se in­
vestiga si ha de ser considerado como teniendo significación común. Res­
póndase que, sin controversia, es nota de demostración en común.
Pues, así como el término común primeramente representa una cosa
universal y después una particular, proporcionalmente el sincategore­
ma ha sido establecido para denotar la demostración y la singularidad,
pero la ejerce secundariamente. Además, concédase a la cuestión que
ambas dicciones hacen singular a un término. Como, a la inversa,
dos singulares, como “Pedro o Pablo”, constituyen un término común.
Pero, ya que la demostración es sensible, queda determinado el sin­
gular, porque se toma por esta cosa determinada; pero, si se toma
sin demostración, como cuando en las escuelas se dice: “este hombre
corre”, se toma al modo del [término] vago. Pero no es completamente
vago, como “algún hombre”. Pues nada prohíbe que en este asunto
se encuentren grados y disparidad. Y de ambos modos es medio apto
para el expositorio. Pero en estos silogismos conviene que el medio
se discierna con ojos de lince. Pues a veces el medio parece ser singular,
y es común. Como aquí: “lo que tú tienes, me lo das; tú tienes orejas;
luego las orejas me das”. ¿Cuál es ese medio ambiguo? Si es “lo que
tú tienes”, es un término común no distribuido en ninguna parte, y
428 TOMÁS DE MERCADO

si es sólo “tú tienes”, ciertamente son idóneas las premisas, pero en­
tonces debería concluirse así: ‘lo que tú, teniendo, tienes orejas,
me das”; de otra manera se seguirá: “si me das el códice, no me darás
las orejas”. Además, en éste: “este animal, si es león, es capaz de rugir;
Postratius es este animal, si es león; luego Postratius es capaz de rugir”.
Si “este animal” es el medio, en ningún lado es extremo total; y, si
es este todo: “este animal, si es león”, es término común, porque la
condición añadida hace a “este animal” verificable de muchos. Por lo
cual, tampoco vale· éste: “este cuerpo es blanco; Juan es este cuerpo,
si es caballo; luego Juan es blanco, si es caballo”. Pues, en caso de
que este cuerpo sea un caballo blanco, el antecedente es verdadero y
el consecuente falso, si Juan es etíope. Y también hay vicio extrínseco,
a saber, cambio de apelación, pues la condición apela sobre el medio
en la menor y sobre la extremidad mayor en la conclusión. Y cierta­
mente hay gran defecto de apelación en éstas: “el movimiento es
acción, y el movimiento es pasión, luego la acción es pasión”. Y aquí:
“el Padre engendra, y el Padre es substancia, luego la substancia
engendra”. Pues la substancia no engendra, sino Dios, sólo el cual es
bendito por los siglos. Amén.

T erminan las S úmulas de F ray T omás de M ercado,


de la O rden de P redicadores, P rofesor de S agrada
T eología
IN D IC E

In trod u cción ................................................................................................... 5

C O M E N T A R IO S L U C ID IS IM O S AL T E X T O
D E P E D R O H ISPA N O
i
E pigrama de J acobo D onio V elisio , bachiller en filosofía
Y EN AMBOS DERECHOS, SOBRE LAS MERITÍSIMAS ALABANZAS DEL
A U T O R ................................................................................................................................. 2 9
A l I lustrísimo y R everendísimo S eñor C ristóbal de R ojas y
S andoval, Arzobispo de S evilla , F ray T omás de M ercado,
de la O rden de P redicadores, m u y atentamente l e dice : . . 31
P rólogo del R everendo P adre T omás de M ercado, de la
O rden de P redicadores, P rofesor de F ilosofía y T eología,
a l a s S ú m u l a s .................................................................................................. 34
L as S úmulas del R . P. T omás de M ercado, O. P., P rofesor
de Artes y S agrada T eología, comienzan felizm ente . . . 42

L IB R O I: D E LO S T É R M IN O S

CAPÍTULO, i

Texto [de Pedro H is p a n o ]....................................................................... 53


Lección p r im e r a ..............................................................................................53

CAPÍTULO π

. T e x t o ..................................................................................................................67
Lección p rim e ra ........................................................................... : 68
Lección se g u n d a ..............................................................................................71

CAPÍTULO III

: T e c to ................................................................................................................ - 78
t L e c ció n ú n i c a .................................................................................. .. . 79
430 ÍNDICE

CAPÍTULO IV

T e x t o .................................................................................................................. 82
Lección ú n i c a .................................................................................................82

c a p ít u l o v

T e x t o ........................................................................ 86
Lección ú n ic a .................................................................................................. 87

c a p ít u l o vi

T e x t o ..................................................................................................................91
Lección ú n ic a ..................................................................................................91

c a p ít u l o v ii
De los términos complejos

T e x t o ........................................................... 93
Lección ú n i c a ................................................................................................. 93

L IB R O II: D E LA E N U N C IA C IÓ N

c a p ít u l o i
D el nombre

T e x t o ................................................................................................................101
Lección [ ú n i c a ] ..............................................................................................101

C A P ÍT U L O I I
D el verbo

T e x t o ................................................................................................................109
Lección p r im e r a ..............................................................................................109

c a p ít u l o m
D e la oración

T e x t o ..............................................................................................................................120
L e c ció n ú n i c a .............................................................................................................120
ÍNDICE 431

CAPÍTULO IV
Del modo del saber
T e x t o ................................................................................................................124
Lección P r im e r a ............................................................................................124
Lección se g u n d a ............................................................................................132

capítulo v
De la proposición

T e x t o ................................................................................................................143
Lección ú n ic a .................................................................................................. 143

capítulo vi
D e la división de la proposición

T e x t o ................................................................................................................153
Lección ú n ic a .................................................................................................. 153

CAPÍTULO VII
D e la cualidad de la proposición
T e x t o ................................................................................................................157
Lección ú n ic a .................................................................................................. 157

capítulo vm
De la cantidad de la proposición
T e x t o ................................................................................................................160
Lección ú n ic a .................................................................................................. 161

CAPÍTULO IX
D e la suposición
T e x to ................................................................................................................166
Lección p r im e r a ............................................................................................167
Lección se g u n d a ............................................................................................175
Lección tercera................................................................................................. 185

capítulo x
De la inducción
T e x t o ............................................................................................................................. 201
L e c ció n ú n i c a .............................................................................................................. 2 0 2
432 INDICE

L IB R O I I I : D E LAS O P O SIC IO N E S, LAS C O N V E R SIO N E S


Y LAS M O D A LES
CAPÍTULO I

Texto.......................................................................................... ■ · . ' . 213


Lección p r im e r a ........................................................................................... 214
Lección se g u n d a .............................................. 225
Lección t e r c e r a .............................................. ...... . . . . 246

CAPÍTULO II
De las equipolencias

T e x t o ............................................................................................................... 250
Lección ú n ic a ..................................................................................................251

CAPÍTULO III
Sobre las conversiones

T e x t o ..................................................................................... 2
Lección ú n ic a .......................................................................... .255

capítulo rv
De las modales

T e x t o ...................................................... 261
Lección p r im e r a ........................................................................................... 263
Lección se g u n d a ........................................................................................... 278

L IB R O IV : D E LAS H IP O T É T IC A S Y LAS E X P O N IB L E S

CAPÍTULO I
De las hipotéticas

T e x t o ............................................................................... . ....................... 295


Lección ú n ic a ............................................................................... ...... . 295

CAPÍTULO II
D e las condicionales

T e x t o ............................................................................................................................'2 9 9
L e c ció n ú n i c a ........................................................................................ . 299
ÍNDICE 433

CAPÍTULO III
D e las copulativas

T e x t o ............................................................................................ 315
Lección p r im e r a ............................................................................................315
Lección se g u n d a .................................................................. 320

CAPÍTULO IV
D e las disyuntivas

T e x t o ............................................................................................., 325
Lección ú n ic a .................................................................. , ■ · · · 325

c a p ít u l o v
De las exclusivas

Texto de Pedro H isp an o ............................................................ 328


Lección ú n ic a .................................................................. . ■ · · 329

c a p ít u l o v i

D e las exceptivas

T e x t o ............................................................................................................... 340
Lección ú n ic a .................................................................................................. 341

c a p ít u l o v ii

De las reduplicativas y apelantes

T e x t o ................................................................................................................346
Lección primera . 347
Lección s e g u n d a ............................................................................................358
Lección t e r c e r a ............................................................................................365

L IB R O V : D E L SIL O G ISM O

CAPÍTULO I

T e x t o ................................................................................................................371
Lección p r im e r a ............................................................................................371
Lección se g u n d a ............................................................................................380
434 ÍNDICE

CAPÍTULO Π

T e x t o ................................................................................................................386
Lección ú n ic a .................................................................................................. 387

c a p ít u l o ni
De la primera figura

T e x t o ......................................................................................................... 390
Lección ú n ic a .................................................................................................. 392

CAPÍTULO IV
De la segunda figura

T e x t o ................................................................................................................395
Lección ú n ic a .................................................................................................. 396

c a p ít u l o v
De la tercera figura

T e x t o ................................................................................................................397
Lección ú n ic a ................................................................................ 398

c a p ít u l o vi

T e x t o ................................................................................................................398
Lección p r im e r a ............................................................................................399
Lección se g u n d a .................................................. . . .411
C om en tarios lucidísim os al texto de
V edro H ispano, editado por la Direc­
ción General de Publicaciones, se ter­
minó de imprimir en la Imprenta
Universitaria el 27 de agosto de 1986.
Su composición se hizo en tipo Electra
de 11:12, 10:12 y 8 :9 puntos. La
edición consta de 2 000 ejemplares.

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