Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
COMENTARIOS
LUCIDÍSIMOS
AL TEXTO
DE PEDRO HISPANO
U N IV ER SID A D N A CIO N A L A U TÓ N O M A D E M ÉX IC O
IN S T IT U T O DE I N V E S T I G A C IO N E S F IL O S Ó F IC A S
C olección : E s t u d io s C l á s ic o s
D irector: D r. L eó n O livé
Secretaria: M tra. C orina Y tu rbe
TOMÁS DE MERCADO
COMENTARIOS LUCIDISIMOS
AL TEXTO DE PEDRO HISPANO
M a u r ic io B euch o t
M É X IC O , 1986
Primera edición: 1986
ISB N 968-837-736-8
IN T R O D U C C IÓ N
2. Su obra lógica
alaba a Mercado por haber cortado de tajo —lo compara con H ércu les-
todas las cuestiones - inútiles y sofistiquerías con que la escolástica
decadente de ese tiempo, en especial la nominalista, había recargado
los manuales y cursos de lógica, a tal punto que eran un espanto
para los jóvenes, y más los alejaban del estudio de la filosofía que
los atraían a él. Y es que, a i verdad, los libros de lógica se hallaban
infestados de elementos superfluos y hasta nocivos que hacían muy
dificultoso el estudio de esta disciplina de suyo tan difícil y tan ardua.
Son cosas cuya dificultad apreciamos sobre todo ahora, gracias a la
utilización y aplicación a esos problemas de formalismos lógico-mate
máticos. Fue un mérito de Mercado el haberse sumado a la corriente
de pensadores deseosos de extirpar esa plaga H e complicaciones. Des
pués va la dedicatoria de la obra a Cristóbal de Rojas y Sandoval; este
tipo de dedicatorias —que nos extrañan por lo ampulosas y excesivas—
eran un género trillado en aquella época y no se veían como falsas
adulaciones, sino sencillamente como eso: un conjunto de agradeci
mientos y deseos expresados a alguna celebridad. Sigue el Proemio al
lector, en el que Mercado expone su intención de depurar la lógica
formal, quitándole las complicaciones que ha recibido. Se cierran estos
documentos prefatorios con un Encomio del mismo Jacobo Donio, en
el estilo usual de la época. De hecho, el volumen contiene dos obras,
pues, además de las Súmulas, aparece como apéndice un Opúsculo de
argumentos en el que Mercado resuelve numerosas objeciones que
se planteaban a los temas tratados; ya de suyo resuelve otras muchas
a lo largo de la exposición, pero pone éstas aparte para no abultar
demasiado la obra y facilitar el aprendizaje, congruente con su inten
ción de excluir las complicaciones que hacían farragosos otros textos
de lógica.5
La obra presenta la siguiente estructura: además del Prólogo, en el
que expresa su concepción de la naturaleza de la lógica, divide su
trabajo en cinco libros. E l primero trata del signo, el lenguaje y los
términos; el segundo expone la oración, los modos de saber, la pro
posición, sus partes y las propiedades de los términos; el tercero explica
las relaciones entre proposiciones categóricas asertóricas e incluye un
tratado sobre las proposiciones modales; el cuarto versa sobre las pro-
4. Naturaleza de la lógica
guin, 1973, p. 90; M . Beuchot, E lem en to s d e sem iótica, ed. cit., pp. 117-118.
Y , a pesar de las apariencias, este tratamiento no sería susceptible de las críticas
a la llamada “teoría de los dos nombres”, atacada por P. T . Geach, A History
o f th e C orruptions o f L o g ic, Leeds: University Press, 1968, p. 10.
17 Cfr. P. T . Geach, “ Subject and Predicate” , recogido en su obra R eferen ce
a n d G enerality, Ithaca-London: Cornell University Press, 1970, pp. 22-46; P. F.
Strawson, S u bject an d P redicate in L o g ic an d G ram m ar, London: M ethuen, 1974,
p. 35; Id em , “Tire Asymmetry of Subjects and Predicates”, en su obra L ogico-
Linguistic Papers, London: Methuen, 1977, pp. 96 ss.
16 MAURICIO BEUCHOT
las que llevan “incipit”, “desinit” o “differt”, así como las qué incluyen
comparativos o superlativos.
9. El silogismo
Mercado repite que el objeto propio de la lógica son los modi sciendi
y que, dentro de ellos, la argumentación o consecuencia es el principal.
Siguiendo una clasificación frecuente, la divide en inducción, silogismo,
ejemplo y entimema. En este apartado la importancia se carga hacia
la consequentia silogística, pues el silogismo es aquí la argumentación
más perfecta que ejemplifica la deducción: el paso d é lo más universal
a lo menos universal. La inducción es el camino inverso: el paso de
lo menos universal a lo más universal. E l ejemplo es una clase imper
fecta de la inducción, que no llega a lo universal. Y el entimema es
un silogismo trunco o incompleto, al que le falta una premisa para
llegar a ser completo. Sin embargo, es bien sabido que el estudio del
entimema influyó mucho en el desarrollo de las consequentiae . 33
E n su exposición de la silogística, Mercado procede según el modo
tradicional. Describe la estructura del silogismo, explicando su materia
remota (térm inos), su materia próxima (proposiciones) y su forma
(disposición consecuencial) que es lo propiamente constitutivo del
mismo. E n cuanto a la materia remota, pone de relieve la función
capital del término medio. Y , en cuanto a la forma, lo estudia como
consecuencia formal. Asimismo, detalla las exigencias que plantea su
adecuada construcción.
Divide el silogismo, primeramente, por su materia remota, en figu
ras. Y después, por su materia próxima, en modos. Cada figura se
divide en sus modos correspondientes. Acepta tres figuras, seguramente
por conocer las dificultades que desde antiguo se señalaban para la
famosa “cuarta figura” . La primera figura es la más perfecta. Además,
el silogismo que tiene un término medio más universal es más inte
lectual y noble; en cambio, el que tiene un medio menos universal es
menos intelectual, noble y perfecto, cual es el silogismo expositorio.
A este respecto, dice algunas cosas sobre la distributio.
Habla de la primera figura, tanto del silogismo con proposiciones
asertóricas como del que consta jde proposiciones modales, y explica
D E P E D R O H IS P A N O ,
PRIMERA EDICIÓN
CON PRIVILEGIO
SEVILLA
1571
E p ig r a m a de J a c o bo D o n io V e l is io , b a c h il l e r en f il o s o f ía
que la virtud, y el que la tenga, dondequiera que esté, será amado por
nosotros. Lo cual atribuiremos nosotros con mayor verdad, siguiendo
a la Escritura, al único y verdadero Dios nuestro: que es muy amante
de la virtud, y es su poderoso creador y el que generosamente la con
cede. Por tanto, en testimonio de su voluntad, todo lo que pertenece
a este oficio generosamente te lo ofrezco, rogando igualmente que
sea recibido benigna y humanamente, pues ha salido de un amor puro,
sincero y sólido. Aunque el príncipe recibe con faz serena los obsequios
que se dan al buscar la gracia de algunos cargos, y es equitativo con
ánimo generoso, con cuánto más regocijado pecho los que superan en
dignidad deben recibir lo que les es ofrendado por sus inferiores, si
tienen averiguado que proceden de una voluntad desinteresada y muy
allegada. Si tener aceptado el cargo, y agradecer ampliamente con las
palabras, y proclamar con la cosa misma que se ha recibido un gran
cúmulo de beneficios, invita a recibir para sí nuevos oficios, y el asiduo
recuerdo suele halagar el ánimo del que bien lo merece y conceder
los beneficios mayores que se han de conferir; bien está el recibir con
ánimo no menos grato lo que se ofrece; ya que no precedió ningún
cargo ni obligó ningún oficio, que pudieran desmerecer del que ofrece
el obsequio. Aunque te tiñas de ira, nadie puede en gran manera ser
obligado por tus letras y virtudes, de modo que todos deban obsequiarte
y obedecerte; pero hay un género de gratitud, los monumentos y obse
quios que a la eternidad de tu nombre los teólogos presentaremos.
Pues tú eres príncipe de su misma literatura y, por ello mismo, eximio
y singularísimo príncipe en la Iglesia. Y , aunque podría aquí reseñar
otras muchas cosas dignas de tu grandeza con rara e increíble memoria,
tanto las preclaras hazañas de tus mayores, como también tus propios
hechos, que a muchos sabios varones obscurecen, y finalmente la ale
gría y el gozo de todos los de esta ciudad máxima, de ciudadanos
que se glorían de tener tal patrono y arzobispo, que recrea las almas
con su singular doctrina y las apacienta con la saludable disciplina;
sin embargo, no quise aducir aquí ninguna causa común, sino única
mente la peculiar que me ha excitado.
P r ó lo g o d el R everen d o P adre T om ás d e M er c a d o , d e l a O r d en de
P r ed ic a d o r es , P r o f e s o r de F il o s o f ía y T e o lo g ía , a las Sú m u la s
de esta filosofía, a saber, limar con las letras las artes liberales, princi
palmente la dialéctica, de tal modo que puedan ser para todos como
didad y descanso. Y sólo entonces, ¡por Hércules!, pueden aprovechar:
cuando sus puertas y entradas tienen gracia y belleza, recibiendo ale
gremente a los que han de ingresar en el castillo de la sabiduría; y, a
causa de ello manifiestan, de modo que todos puedan percibirlo, un
ingreso tan alegre, que todos quieren a porfía entrar. Este género es
el genuino principio de la filosofía, que se acomoda, a nuestra captación
e imbecilidad, conociendo suficientemente por qué causa tan leve sue
len los hombres desviar el pie de los óptimos pensamientos, si en los
mismos obstáculos y cárceles del curriculo la dificultad aterra los ánimos
inexpertos, o la repugnancia de las cosas y la lucha les inculca el
horror; principalmente en esas cosas que conciernen al ánimo, en las
cuales (las más de las veces) los mortales despliegan los menores es
fuerzos. Por lo cual debe ser venerado lo sancionado y establecido por
la antigüedad (lo cual no cabe duda que ha emanado de la sabiduría
m ism a), de modo que los maestros y preceptores comiencen en cual
quier arte por lo más conocido. Para que la misma suavidad del pensa
miento y la facilidad alcanzada para cultivar los estudios impulsen
y den aliciente a los ánimos tiernos. Por lo cual, pienso que importa
mucho conducir con la máxima perspicacia la facultad dialéctica. Para
que, ya que en ella no podemos gozar misterios y arcanos maravillosos,
como en las demás en las que se aposenta la majestad y prestancia
de las cosas y alimenta el intelecto siempre deseoso de esas nuevas y
grandes cosas, al menos deleite en ella el mismo gusto de la facilidad
y del esplendor, y con esta leche de claridad nutra a los estudiantes
hasta que puedan pasar a otros alimentos más fuertes, sólidos y firmes.
Por eso, puesto que la observancia de la ley y norma correcta de enseñar
postula guardar cierto silencio, sabiamente se acallarán las cosas que
sólo hayan de decirse oscuramente. Y no incurriremos en el vicio
opuesto de la brevedad si se instituye la disciplina con un resumen
y compendio más conducentes. La luz de nuestro intelecto y el de los
otros demuestra abiertamente que esta manera de proceder es más
ajustada y apta, y su misma naturaleza y condición lo manifiestan:
que lo que es más recóndito y abstruso debe investigarse por lo más
conocido y claro. Lo cual declaramos intentar con nuestro discurso.
Además, comprobamos cuánto detrimento hemos sufrido durante tanto
tiempo, pues nuestros mayores han edificado esta puerta de la sabi
duría no suntuosa y alegre, sino más bien difícil y tenebrosa, de modo
36 TOMÁS DE MERCADO
que ningún ingenio, a menos que sea sutil y sublime, puede penetrar
en ella; y conformada con un género de pinturas tal, que ahuyentan,
exterminan y repelen a todos, atónitos por el estupor de imágenes tan
terribles. T al entrada a nadie invita, ciertamente, sino que casi a todos
llena de horror, y los deja impedidos con un miedo tan inmenso, que
sería necesario un vigor como el de Hércules o una fuerza como la de
Atlas para que los que han de entrar no vuelvan la espalda. Fuerza
tan rara como preclara, a muy pocos divinamente concedida, pues a la
mayoría de los escolares, casi en los mismos inicios de la dialéctica,
se les diluye el ánimo, y regresan a ese género de letras que sólo germina
hojas y florecillas, a saber, la pericia de las lenguas y los ornamentos
magníficos de la retórica. Y no se atreven a pasar al castillo admirable
de la filosofía, donde se contemplan las naturalezas y propiedades de
las cosas, y las cosas divinas, con las que comprenderían mejor los
arcanos de las dos teologías, una de las cuales es llamada “mística”
por Mercurio Trismegisto y Horus Apolíneo, quienes dieron origen a
la traición de la memoria; y la otra es la infusa por Dios en nuestras
mentes, con la cual se adquiere el conocimiento de lo ultramundano;
todo lo cual es muy sabido. Para qué poner en la débil y tenue materia
de las artes tan ingente hacinamiento de distinciones, tal multitud
innumerable de reglas, tan grande y vasto cúmulo de opiniones, que
no vale aquello de que “tantas sentencias cuantas cabezas”, sino tantos
miles de sentencias; a las tiernas y no acostumbradas mentes de los
jóvenes no ofrecen sino espectros horribles, larvas temibles, lémures
horrendos y finalmente fantasmas espantosos; con los cuales, así como
se aterran los ojos corpóreos, así con estos prodigios se ciegan los de la
mente, y se aturden con inanes delirios. ¿Qué son esas maquinaciones
que los muy sofistas suelen mezclar con las enseñanzas de la dialéctica?
Como ese inmenso caos que excogitaron acumulando fingidas rapsodias
de letras “a a a . b b b ”, y redes de insolubles y de reflexivas que no
pueden desanudar sino los centauros, gigantes de cien manos, verda
deros cíclopes, y lestrigones; y producen mayor estrago en las mentes
que el daño que podrían hacer esos monstruos portentosos si la natu
raleza los engendrara. Aunque deploramos todos estos males, nadie
hasta ahora se ha ocupado de ellos, nadie ha brindado la medicina.
Pues, aunque excitados por este tábano, y agitados por esos estímulos,
algunos se precipitan al otro extremo, a saber, a entrar desencadenados
en esta disciplina, y reducen a unos cuantos los preceptos, sin la media
ción de libros que contienen argumentos y discusiones, sino que desvían
COMENTARIOS LUCIDÍSIMOS AL TEXTO DE PEDRO HISPANO 37
tersa y con el oro granado más puro, tiene la fuerza, los poderes y la
virtud, tanto de gobernar y moderar las operaciones del intelecto, como
de pulirlas y purificarlas. Antes de que fuera desterrado, el tratado de
las concepciones mentales se ofrecía resumido intempestivamente en
el primer volumen. Materias traídas de los arcanos ocultísimos y secre
tísimos de la filosofía. Siendo que no es decente inculcar en el mismo
exordio lo que debe ser revocado hasta el coronamiento. Y que en
estas cosas no sólo es difícil la entrada, sino también la salida, se ve
en que aun para los que han progresado en muchas letras la aproxi
mación era muy temible, y para todos espantosa. Así, con el mismo
método, hemos rehuido todas las cuestiones inciertas para este asunto.
A saber, si la equivocación se da en la mente ultimada, si en ella se
dan actos sincategoremáticos, si con uno y el mismo concepto se per
ciben los casos oblicuos y el caso recto, si la proposición mental es
una cualidad simple o una cualidad compuesta, con otras innúmeras
cuestiones muy difíciles de captar, demasiado confusas, y aun de poco
provecho si se llegan a entender. ¿En qué parte de la dialéctica, pre
gunto, tan profunda como abstrusa doctrina, una vez acabado el primer
volumen, da fruto al dialéctico, qué provecho le hace? N o otra cosa
que oprimir y romper las alas, y con su tiniebla embotar a cualquiera.
Qué aprendiz y principiante no se espantará, si lo que filósofos de
gran nombre han tratado en el De Anima o excelsos teólogos en el
I de las Sentencias apenas alcanzan, a saber, la producción de los
conceptos y la esencia de las especies intelectuales, se proponen en
la misma puerta al que va a entrar, y se obliga a los disoípulos a que
entiendan lo que aun los mismos maestros de edad más avanzada
ya casi desconocen. Una tercera cosa es que, para suavizar la molestia
del peso y el trabajo, decidí no sólo no seguir las opiniones (que más
propiamente deberían llamarse errores), cuyo número no es pequeño,
sino ni siquiera refutarlas. Porque el mismo trabajo costaba a nuestros
dialécticos tanto el impugnarlas como el seguirlas. Principalmente, para
abordar una sentencia, conviene que se explique, y que se aclaren
justamente los fundamentos en los que se apoya. Por lo cual, de nin
guna tiniebla huye el que no sigue estos errores, si permanece encan
dilado por ellos. E n cuarto lugar, he decidido cortar de raíz ese
laberinto de las proposiciones exponibles con las palabras “comienza”,
“termina”, “se construye”, etcétera. Y a que, por más que se han expli
cado, nunca han sido claras para los jóvenes. Pues, ¿cuál die los sumu-
listas ha conseguido alguna vez en las súmulas la comprensión de la
COMENTARIOS LUCIDÍSIMOS AL TEXTO DE PEDRO HISPANO 41
PROLO GO
LECCIÓN PRIMERA
de las artes y la ciencia de las ciencias”, porque enseña estas tres cosas,
y por eso se ha de poner en primer lugar; primero, porque, ya que
se requiere sobremanera que se aprendan estas cosas, y ninguna ciencia
fuera de ella expone esa doctrina, como le será manifiesto al que las
examine una por una, resulta que la dialéctica diserta sobre estas cosas.
Y se confirma porque, entre todas, sólo la dialéctica expresa el modo
de todas. Y el modo de adquirir las ciencias es la definición, la divi
sión y la argumentación, ya que en toda parte de la filosofía, o se
declara una cosa obscura o complicada, y esto se hace por definición;
o una cosa compleja se corta en sus partes, y esto se hace por división; o
se prueba una cosa ambigua, y esto se resuelve por argumentación.
Luego, muy justamente se considera que debe discutir de estas cosas,
que son los medios, aquella ciencia que, según la opinión de todos,
es y se llama el modo y el medio de todas las disciplinas. Por lo cual
el filósofo [Aristóteles] en la Metafísica la llama "la ciencia común”,
porque es algo general a todas las disciplinas exigir el uso de esta
facultad en su adquisición, y constituirse y proceder con sus reglas y
estatutos. Es muy patente en cuánta estima deben tener los varones
sapientísimos a la dialéctica, y consta porque nos da la noticia de
aquellas cosas sin las cuales no pueden conocerse ni la doctrina de la
filosofía ni la de la sabiduría, más sublime y divina que la cual nada
encontramos en las cosas humanas. Y no sólo vindica para sí el nom
bre y la realidad de ser la ciencia y el modo común por su objeto
propio, sino que además ha obtenido entre todos con el mayor derecho
el de arte de las artes y ciencia de las ciencias, puesto que aporta las
reglas y las enseñanzas con las que vayamos por recto camino a la
filosofía y con las que la adquiramos más fácil y prontamente. Pues
ésta es la intención principal y la de sus partes singulares, que es la
más eminente de todas las cosas: discernir lo verdadero de lo falso,
definir lo que es cada cosa, convencer a ambas partes discutiendo,
manifestar una cosa si está oculta, o —si es lícito explicar lo mismo
con otras palabras comunes— conocer las naturalezas y causas de las
cosas, comprender su multitud y entender sus propiedades; lo cual sin
los preceptos de este arte nadie alcanza nunca, a no ser que avance
sin soldados. Pues es necesario que el deseoso de la verdad (a la que
todos deseamos de manera natural y vehemente), al mismo tiempo
investigador habilísimo de la verdad (lo cual acontece en muy pocos),
sepa en qué camino debe conducir la búsqueda e indagación de la
verdad, para que no caiga en el acto de avanzar, o le acontezca
COMENTARIOS LUCIDÍSIMOS AL TEXTO DE PEDRO HISPANO 47
C A P IT U L O I
LE C C IÓ N P R IM E R A
liares a algunos. Pero esta diversidad sólo dimana de que, así como en
todos ellos la significación depende de la institución, así también la
extensión o restricción de la significación. D e esta manera, algunos
usan a veces signos que solamente son conocidos para ellos.
Los signos naturales, por consiguiente, además de la diferencia im
portada por sus definiciones, difieren de éstos primeramente en que
son universales y comunes a todos, ya que tien ea su significación por
naturaleza, y la naturaleza es común a todos, madre y nodriza de todos,
y no es más clemente y favorable con unos hombres que con otros.
Y por eso sus signos, en cuanto les atañe, representan lo mismo para
todos. Y les es tan singular [o peculiar] esta propiedad, que por ella
definió Pedro Hispano al signo natural, diciendo que es aquel que
representa lo mismo para todos; como si explicara óptimamente la
naturaleza de la significación natural el hecho de que sea indiferente
y general para todos; y ciertamente esta definición es tal, que los
sumulistas pueden usarla seguramente, aunque se suele argumentar
contra ella del modo que referiremos en el opúsculo de los argumentos.
Pues bien, estos signos tienen una doble diferencia: Unos significan
por la sola institución de la naturaleza. Otros son meramente natura
les. Los primeros parecen ser los que han recibido de la naturaleza el
que representen. Por ejemplo, el gemido del doliente, el ladrido de
los perros, el relincho de los caballos, el mugido de los bueyes, el
berrido de los cameros, el balido de las ovejas, el bramido del elefante,
él gorjeo de las urracas, el graznido de los gansos, y otras muchas voces
o acciones de los animales, de manera natural han sido puestas cierta
y principalmente para representar el sentido del deseo, del dolor o de
la necesidad. E n cambio, otros significan porque son efecto o causa
d é aquello que significan, como el humo que procede de la humedad
cálida naturalmente sugiere a la memoria su causa, y sin embargo no
fue hecho por la naturaleza para que realizara eso. Asimismo, la huella
del animal transeúnte impresa en el polvo no fue dejada para que
signifique al que pasó, sino que queda como efecto del paso, y por
eso representa al animal. Así, pues, éstos significan naturalmente, es
decir, no por imposición, pero tampoco por instinto de la naturaleza,
sino más bien con cierto discurso nuestro; ya que, para que estos signos
representen algo, es necesario que preceda cierta experiencia y cierto
discurso, con el cual frecuentemente nos damos cuenta de que de tales
causas surgen efectos semejantes; y, una vez vistos los efectos, discurri
mos hacia las causas. En cambio, en los que significan por instinto
LIBRO I: DE LOS TERMINOS 59
Las escrituras son los signos de las voces, y las voces de los conceptos;
y, sin embargo, ellos mismos no representan; luego no son signos con
vencionales, porque no son instrumentales. La mayor resulta clara por
Aristóteles, quien dice que- las cosas que se dan en la voz son signos
de las pasiones que se dan en el alma, y las que se dan en las escrituras
son notaciones de las que se dan en la voz. La menor se prueba, porque
quien ve las escrituras no es conducido a la noticia de las voces del
que escribe, ni el que oye la voz es llevado a la noticia de la mente
del que habla, sino que ambas cosas llevan al conocimiento de las
cosas significadas: la audición de “piedra” sólo representa a la piedra.
Para la solución de esto se debe notar que las voces representan nues
tros conceptos. Pues buscamos las voces para que mediante ellas resul
ten patentes a otros nuestros pensamientos o deseos, y, de manera
semejante, las escrituras son signos de las voces. Porque tratamos con
caracteres aquello que trataríamos con las voces si no estuvieran lejos
aquellos a quienes escribimos. Pues escribir es cierto género y modo
de locución. En cambio, significar o ser signo acontece de dos modos:
De un primer modo, en lugar de aquello que se ha de expresar; y, de
un segundo modo, en lugar de aquello que es llevar al oyente al cono
cimiento de la cosa designada, sugiriéndola a su memoria. Y ambos
modos de significar son propios de los instrumentos, y así se acostu-
bra a hacerlos y llamarlos. Pues el instrumento significativo es aquel
por el que expresamos algo, y, de manera semejante, el instrumento
representativo es aquel por el que llevamos a otro al conocimiento de
las cosas. En efecto, decimos: “quiero expresarte lo que pienso”, “darte
mayor certeza de mis pensamientos”, “no te ocultaré mi intención”;
y ciertamente acallamos y soltamos el afecto, cuando damos a conocer
el ánimo al amigo. Pues hay cierto placer en revelar la pasión: como
para mitigar o sacar, hablando, un fuego que quema interiormente.
Y de ambos modos se entiende la definición del significar instrumen
talmente, a saber, representar algo a la facultad cognoscitiva, ya sea
sólo expresando la cosa, ya sea presentándola a la facultad. En el pri
mer sentido, las voces son signos de los conceptos, y las letras lo son
de las voces, pues las expresan sin llevar al oyente al conocimiento de
las mismas, al menos no directamente. Pues nada impide que yo,
indirectamente y por cierta reflexión, conozca por lo que oigo el afecto
o el intelecto del que habla conmigo. Los sumulistas pueden entender
esta distinción con un ejemplo: el gobernador, el virrey, el pretor y
la imagen representan al rey. E l virrey, como haciendo las veces del
LIBRO I: DE LOS TERMINOS 61
que, si los términos fueran naturales, serían los mismos para todas
las gentes, al modo como mostramos que los demás signos naturales
son comunes a todos; o, si fueran diversos, esta diversidad tendría una
causa y un fundamento naturales, como los tiene nuestra diferencia de
colores. A saber, como unos somos negros y otros blancos, aun partici
pando todos de la misma naturaleza, lo cual dimana del diverso clima
de las regiones o de la diversa mezcla y temperamento de los humores.
Pero a nadie se le oculta la diversidad de idiomas, y que debe ser
atribuido al arbitrio de la voluntad el usar unas voces y dejar otras.
Su abandono es para nosotros libre y perfecto. Vemos que un mismo
idioma, pasados algunos años, cambia casi por entero; que lo antiguo
se hace costumbre, o se pule con elegancia, o se afea con barbarie,
de modo que parece introducido de nuevo. ¿Qué otra cosa deploran
los italianos al presente, sino que la lengua latina, íntegra y elegante
en tiempo de Cicerón, ahora está viciada y desflorada? ¿Quién más
excelente que Cicerón? Hortensio, Bruto, y los demás preclaros ora
dores (con los que la república llegó a su mayor esplendor en esa
edad) se jactaban de haber conducido al pueblo romano, y de haber
pulido la lengua humilde y rústica de sus progenitores, y haberla vuelto
muy hermosa. Así, pues, es tan evidente que no necesita prueba, que
en todas estas cosas el uso y la costumbre prevalecen y predominan
por completo. Y los términos no existen por naturaleza, y su diferen
cia no se funda sino en el beneplácito de los hombres, o se basa en su
aceptación. Por lo cual Agustín, en el libro 3 D e la música, dice:
Es muy manifiesto que los nombres han sido impuestos como a cada
quien le plugo, lo cual se ve máximamente por la autoridad y la cos
tumbre. Y en el libro D e las 83 cuestiones dice: E l vocablo está en
la potestad del que instituye, con el cual desea que cada quien llame
la cosa que ha conocido. Y Jerónimo, en su Comentario sobre Ezequiel,
16, dice:.Nombres nuevos se imponen a las cosas nuevas. Pero, ya que
consta suficientemente el asunto, no conviene tratarlo corroborándolo
con muchas cosas y así volverlo dudoso. Sin embargo, puesto que nos
pareció ingeniosa la observación y curiosa la advertencia de Nigidio,
la hemos transcrito, mas no porque no esté desierta y vacía de las
fuerzas de la verdad. Por lo tanto, el término es un signo convencional.
Se añade: “constitutivo de la [proposición] categórica”. Por el nom
bre de “proposición categórica” se entiende aquí la proposición simple,
o (lo que es lo mismo) una oración en modo indicativo. Por lo cual,
el sentido de la definición es que el término es apto para confeccionar
LIBRO i : DE LOS TERMINOS 65
C A PIT U L O II
TEXTO
LE C C IÓ N P R IM E R A
cosas significadas para juzgar cuáles son los términos, sino más bien
la significación de los mismos términos por la que las cosas gozan
de diversa nomenclatura. Pues acontece que dos cosas relacionadas
con un nombre sean absolutamente unívocas; relacionadas a dos, sean
equívocas. Pues si alguna voz las importa, son unívocas, y el término
es unívoco; pero, si importa diversas, son equivocadas: en dos cosas
o en muchas, algunas son comunes, otras singulares; por lo que con
viene que un término universal refiera muchas cosas. Luego el nombre
que significa cosas comunes será unívoco a ellas, y el que signifique
cosas singulares, equívoco. Por ejemplo, los animales aducidos en el
argumento, a saber, el pez y el capaz de ladrar, pues ambos son ani
males, pero no son ambos acuáticos o terrestres; a cada uno le es propia
una. de estas cosas. Luego “animal”, que importa para ellos una razón
general, será unívoco. Pero “can”, ya que significa aquellas cosas que
distan entre sí, será equívoco. Por lo cual, al argumento se niega la
consecuencia.
Contra la distinción se arguye: Son muchos los términos unívocos
qua al mismo tiempo son equívocos; luego falsamente los hemos
separado como dos miembros diversos. E l antecedente resulta claro,
porque “león”, con respecto de los vivos, es unívoco, pues refiere a
ellos con la misma razón. Pero si se refiere a ellos y a sus cadáveres,
es equívoco. Del mismo modo se puede argüir con respecto a muchos
otros. Para la solución de esto, se ha de notar que el término equívoco
tiene muchas significaciones, no una; y ya que significa por conven
ción y por libre institución, nada impide que no se acomoden muchas
significaciones a una sola voz. Como de hecho se acomodan, y si se
toma según todas ellas, es equívoco, y si se toma según una, es unívo
co; y, ya que no hay ningún equívoco que no tenga muchas, no hay
ninguno que se tome de ambos modos y no pueda considerarse tal.
Así, todo equívoco puede tomarse como unívoco, pero no por ello
se dividen mal entre sí tomados absolutamente. Pues, si el equívoco se
toma absolutamente, no es unívoco; a menos que se distingan mal,
y se diga lo semejante por los desemejantes, porque cosas iguales y
semejantes se encuentran en uno y cosas desemejantes se encuentran
en otro. Por eso, así se debe filosofar acerca del término, a saber, que
respecto de algunas cosas es unívoco y respecto de otras es equívoco.
Pero contra la definición de los unívocos se arguye: Este [término]
copulado: “Pedro y Platón” es unívoco; y, sin embargo, importa sus
significados con diversas razones; luego la definición es mala. La mayor
LIBRO I : DE LOS TERMINOS 71
es patente, porque las partes son unívocas, luego también el todo.
La menor se prueba: Representa bajo la razón de Pedro y bajo la
razón de Platón, y consta que esas razones son diferentes, ya que las
propiedades de un hombre no son las de otro. Se responde que, aunque
son dos parciales, es una sola íntegra total, lo cual basta para la uni-
vocación; en cambio, el equívoco representa con muchas razones ínte
gras y completas, que no componen algo unitario según ese nombre.
Contra la misma definición se arguye: “Pedro”, en cuanto término
unívoco y nombre propio (pues, en cuanto importa muchos Pedros,
es equívoco), significa una sola cosa; luego falsamente se pone en la
definición que debe significar muchas cosas. Para la solución de esta
objeción se debe notar que se llaman unívocas las cosas que tienen
una sola naturaleza y una sola voz; y equívocas las que sólo se equiparan
en la voz. Así, en la univocación hay conveniencia omnímoda, a saber, en
la cosa significada y en el término significante; pero en la equivoca
ción hay diversidad e igualdad. Y ya que todas las cualidades postulan
pluralidad, por eso en la definición exigimos multitud de significados.
Por lo cual, el término singular propiamente no es unívoco, aunque
puede ser propiamente equívoco. Pero, no obstante esto, los filósofos
de este tiempo no hablan estrictamente, sino que consideran como
unívocos a todos los singulares tomados según una significación, por
que importan un individuo con una única razón. Así, aunque hayamos
dicho “significados”, en número plural, respondemos que de ninguna
manera hace al caso que signifique muchas cosas, pues consta que el
término que importa una cosa singular la significa con una sola razón.
D e donde se sigue que, en la definición, por el nombre de “significa
dos” se entienden uno o muchos, como en la definición del signifi
car hemos interpretado el nombre “algo” como alguna cosa o algunas
cosas.
LECCIÓN SEGUNDA
C A P IT U L O III
TEXTO
LECCIÓN ÚNICA
C A PIT U L O IV
TEXTO
LECCrÓN ÚNrCA
suposición hay un solo Dios, sino que por necesidad absoluta sólo
puede haber uno.
Contra la división se arguye: “Hombres” es categoremático y, sin
embargo, no es común ni singular. Pues si fuera alguno de éstos, máxi
mamente sería común; pero el significar divisivamente de ninguna
manera le compete al que no puede referir sólo a uno. Luego, o la
división es insuficiente, o la exposición nula. A este argumento suele
responderse, y correctamente, que el término plural se juzga por el
singular, ya que es el mismo nombre llevado y derivado a varios casos
y diversos números. Y si no se da, (como frecuentemente acontece)
ha de fingirse; al modo como el gramático enseña el acento de los
verbos, a saber, conociendo e indagándolo a él y al número de sílabas
en la segunda persona de la voz activa, incluso en los deponentes. De
donde se sigue que “hombres” es común, y que significa muchas cosas
divisivamente según el caso recto singular, que es la medida de los
otros casos. En segundo lugar, nosotros respondemos que también de
suyo significa muchas cosas divisivamente. Pues cuando hemos dicho
que debe importar a uno cualquiera, no se entiende uno en número,
sino a uno cualquiera de los supuestos, de modo que “hombres” se
verificará óptimamente de cada pareja de hombres, pero al menos supo
ne por la pareja. Pero entonces se replica que sería colectivo, a lo cual,
sin embargo, responderemos de inmediato.
Se argueye, en segundo lugar: “Dios”, “sol”, “mundo” y “orbe” ni
son singulares ni, mucho menos, comunes, pues de ninguna manera
importan muchas cosas. Se responde que son comunes, porque cier
tamente, en cuanto está de su parte, significan muchas cosas. Pues las
voces se imponen para significar las cosas en cuanto son entendidas
por nosotros, y nosotros, aunque hay un solo Dios en el cielo y en la
tierra, acostumbramos a entender y nombrar muchos. Por lo cual el
Apóstol dice: “Sabemos que nada es el ídolo en el mundo, y que no
hay sino un Dios, pues aunque haya quienes son llamados dioses, ya
en el cielo, ya en la tierra (de modo que resultan muchos dioses y
muchos señores), sin embargo, para nosotros hay un solo Dios Padre,
del que procede todo, y nosotros en Él, y un solo Señor Jesucristo.”
Principalmente porque los antiguos, engañados, rindieron culto a mu
chos, buscaron una voz con la cual pudieran expresar a todos los dioses.
Además, preguntamos acerca de otro sol y otro orbe, si son posibles.
En lo cual evidentemente captamos que estos términos significan mu
chas cosas y que, por consiguiente, son comunes; en cambio, “Febo”
LIBRO I : DE LOS TERMINOS 85 '
C A P IT U L O V
TEXTO
L E C C IÓ N ÚNICA
pueden subsistir por sí, pues unas y otras se encuentran en los espíri
tus. En efecto, son capaces de esas cualidades. Sin embargo, no son
connotativos, sino absolutos. Y , a la inversa, “racional” significa una
substancia, a saber, el alma existente por sí misma en cuanto inmortal,
y, sin embargo, no es absoluto, sino connotativo de la substancia.
E n segundo lugar: E l término connotativo tiene doble significado;
luego es equívoco y, por consiguiente, no es categoremático. Y se con
firma, porque significa uno de manera anterior y otro de manera pos
terior. Pero dondequiera que hay anterior y posterior hay analogía;
luego por lo menos es análogo. Para resolver la primera objeción, debe
advertirse que los modernos suelen definir estos términos de varias y
múltiples formas. Algunos así: el absoluto es el que significa a modo de
substancia, el connotativo es el que significa a modo de accidente.
Definiciones que en realidad equivalen a las nuestras. Pero las nues
tras son mejores, porque son más calaras y más perspicuas. Pues el
modo de la substancia es subsistir por sí, y el modo del accidente es
adyacer a otro. Por lo cual, quienes definen así, tienen que exponer sus
descripciones mediante las nuestras; pues, si se les pregunta cuál es el
modo de substancia y cuál el de accidente, se ven obligados a responder
con nuestras palabras. Además, las descripciones mencionadas obligan
por completo a los sumulistas a escrutar la cosa significada, ya que
insertan el modo de substancia y el de accidente en las definiciones,
que, por lo tanto, debe ser escrutado, y (a mi juicio) esto no sólo no
es lícito, sino que además no es expedito, pues es oneroso y muy difícil.
Asimismo, aunque la naturaleza del término depende de la cosa desig
nada, sin embargo, de manera más completa depende del modo de
significar, y por eso de manera más viable interesa establecer su natu
raleza por la significación más bien que por lo significado, y por eso
lo explicaremos con nuestras reglas y no por la cosa significada. Y no
nos interesa saber qué o cuál es la cosa importada, sino de qué modo
es importada. Por lo cual debemos atender no tanto a la cosa signifi
cada cuanto al modo de significar. Y, ya que el accidente puede signi
ficarse a modo de subsistente por sí, y la substancia a modo de adya
cente a otra cosa, sólo se debe atender diligentemente al modo de la
cosa, y su naturaleza debe abandonarse por el momento. Así, al argu
mento se responde suficientemente. Y si alguien desea saber la raíz
de esto, es la naturaleza de nuestro intelecto, capacitado para aprehen
der un accidente sin sujeto de manera absoluta, aunque él mismo no
pueda subsistir por sí, sino siempre adherido a otra cosa; y, al contra
LIBRO i : DE LOS TERMINOS 89
rio, el alma viviente por sí como existiendo en otro; y, ya que las voces
significan las cosas no como son en sí mismas, sino en cuanto son
entendidas, el accidente se puede significar de manera absoluta, y la
susbstancia de manera connotativa.
Al segundo argumento principal se responde que el equívoco signi
fica muchas cosas que no hacen una, sino que cada una es expresada
e importada separadamente con una significación totalmente distinta.
En cambio, el connotativo representa una cosa que tiene como mate
rial y como formal; por ejemplo, “Sevilla” significa muchos ciuda
danos, pero ninguno individualmente, sino todos en cuanto integran
una ciudad. A la réplica, se niega la regla de que dondequiera que
haya algo anterior y algo posterior hay analogía, si lo anterior y lo
posterior se refieren a un término como si fuera una cosa y no dos;
por ejemplo, la comida y el animal son dos significados del término
“sano”; pero el cuerpo y la blancura son uno y el mismo significado
del término “blanco” . Se responde, además, que en esta materia no
hay anterioridad y posterioridad, sino algo más principal y algo menos
principal, cosas muy diversas, como lo veremos en otro lugar. Tam
bién se ofrece una cuestión muy importante, a saber, si el más princi
pal de éstos es significado por el connotativo, puesto que para ambas
tesis hay autores graves y razones eficaces. Con todo, esta cuestión
se ventila antes de tiempo, pues tiene su lugar oportuno y propio en
los Antepredicamentos. Y también se coloca ahí todo lo que aquí dis
cuten muy ampliamente tras muchas polémicas. Por lo cual, lo deja
mos —y con razón— para ese lugar. Mientras tanto, los sumulistas
consideren como más principal el significado formal.
Además, contra las mismas definiciones se arguye: E l término con
notativo y el adjetivo parecen equivalentes, tanto por los mismos nom
bres como por las definiciones. Pues, así como nosotros definimos
que el connotativo significa algo a modo de adyacente a otro, ellos
dicen que el adjetivo es el que significa a modo de accidente, lo cual
en realidad (como lo hemos admitido) es lo mismo. Pero los términos
“maestro”, “padre” y “señor” no son adjetivos, sino substantivos.
Luego, o son absolutos, o la definición de los connotativos no es buena.
En segundo lugar: “Ciego” y “muerto” son connotativos y, sin em
bargo, no significan a modo de adyacente a otro, sino más bien como
no adyacentes, pues significan a modo de carencia. En efecto, “ciego”
significa que éste no tiene vista, y “muerto” significa que el cadáver
90 TOMÁS DE MERCADO
C A P IT U L O V I
TEXTO
LEC C IÓ N ÚNICA
C A PIT U L O V II
D E L O S TÉRMINOS COMPLEJOS
TEXTO
LECCIÓN ÚNICA
cual negamos que baste el que sean dos términos, a menos que difieran
en la significación. Y con ello respondemos al argumento de los sinóni
mos. A lo otro del nombre y el apellido, como “Tomás de Aquino”,
“Alfonso de Segura”, la pregunta es si ambos son un término complejo;
pero (a mi juicio) es incomplejo. E n primer lugar, porque significan
lo mismo y del mismo modo, a saber, la misma persona. E n segundo
lugar, no son dos nombres, sino un nombre completo. Y el signo de
esto es que el apellido ciertamente de suyo no 'se predica propia
mente del individuo, pues no decimos, al señalar al rey, “éste es
Austria”, sino “Felipe de Austria”. Así, no se añade el apellido al
nombre propio como un nuevo nombre, sino (según el mismo nombre
lo indica) como un nombre con otro [cognomen], a saber, como un
complemento del nombre. Pues el nombre tiene, entre otras muchas
cosas, el ser un distintivo de la cosa, y no se distingue ni se conoce
exactamente, sino por el nombre y el apellido. Por lo cual, ambos deben
sin duda reputarse como simples e íntegros.
Si “berla” se impusiera para significar un cuerpo que tiene negrura,
sería complejo; y, sin embargo, no se le encuentran partes; luego lo
definido competerá a algo y no lo hará la definición. Con respecto a
esto, nótese que (como repetidas veces hemos enseñado) la complexión
del término no se considera según la voz, sino según la significación.
Y si en ella tiene partes, aunque sea sólo una dicción, o una simple
sílaba, se considerará complejo; como, de manera diversa, hemos conce
dido que, por más que las voces se coarten, si la significación de todas
es la misma, de todas ellas juntas no resultará nada más allá del
incomplejo. Por lo cual, al ejemplo del argumento, concédase que es
complejo, y se satisfaría la razón con esta distinción común de todos
los dialécticos. O también, y doctamente, que las partes significantes
tienen un doble modo de estar, a saber, formal y virtualmente; formal
mente es complejo, cuando las partes se ven evidentemente en la
significación y en la voz, como “Coriseo” y “músico”; virtualmente,
cuando sólo en la significación. Pues la significación es la virtud de
la voz, y la virtud las más de las veces está latente, no manifiesta.
Pero de cualquiera de los modos es suficiente que tenga partes para
que sea término complejo.
E n cuarto lugar, se arguye a lo mismo: “Blanco” es incomplejo, ya
que refiere a lo mismo que “el cuerpo que tiene blancura” y, sin
embargo, no se le encuentran partes; luego . . . Se niega, ciertamente,
que “blanco” signifique en verdad lo mismo que esas cinco partículas,
LIBRO I : DE LOS TERMINOS 99
pues “cuerpo” y “que tiene” refieren a muchas cosas a las que no re
fiere “blanco” . “Cuerpo” ciertamente a los colores simples; “que tiene”
a los que posee, y ambos a cosas innumerables. Es verdad que aque
llo que significa “blanco” es el cuerpo que tiene blancura; pero esto
no se significa por el término, lo cual sucede a muchas cosas y
muchas veces. “Alfonso” significa a una persona sabia, poderosa y be
lla, pero el nombre mismo no significa ninguna de esas cosas, ni sabio
ni sabiduría, ni poderoso ni poderío. Ni es necesario que de esa manera
se signifique lo que cada cosa es; ni que el nombre exprese una sola
cosa; pues de otra manera en vano se predicarían muchas cosas de un
individuo. Por tanto, “blanco” significa la blancura en concreto, con
significación (como se ve) incompleja aunque connotativa. Pero se
replica: Es blanco; luego es un cuerpo que tiene blancura. Y a la
inversa; luego significan lo mismo. Sin embargo, se niega esta inferen
cia, pues no es el caso que si se siguen correctamente el antecedente
y el consecuente, signifiquen lo mismo. Pues se infiere bien: “se ríe;
luego es risible”, y, sin embargo, tan diverso es el significado del
antecedente y del consecuente como diverso es el reír y el ser risible.
Pero se replica: Estos dos son equivalentes, a saber, “blanco” y “cuer
po con blancura”; luego significan lo mismo. Pero los dialécticos dicen
que la equivalencia es doble, una en la consecuencia, otra en la signifi
cación; en la significación equivalen los sinónimos, en la consecuencia
aquellos cuyos significados son los mismos, aunque se expresen con
diversos nombres. Y , así, los términos de nuestro argumento equivalen
en la consecuencia, no en la significación. Algunos suelen satisfacer
fácilmente este argumento diciendo que esos nombres significan lo
mismo pero no del mismo modo, para que haya distinción en el modo
de significar, no en la cosa significada. Y ciertamente, en cuanto a
la significación total, no rechazo tal solución.
Contra la definición del término incomplejo: En los nombres de
figura compuesta las palabras siempre conservan su significación, pues
absurdamente se juzga que “res” deja de ser término porque se añade
y copula al adjetivo “publica”. Se responde que las partes ni conservan
su significación ni la pierden, porque nunca la tuvieron. Pues aunque
parezcan serlo, no son las mismas voces a las que les fue conferida
la significación. En efecto, los hombres no las impusieron de cualquier
manera con las voces pronunciadas, sino cuando se profieren como un
nombre íntegro de suyo. Algunos admiten el significar, pero no ahí.
Otros, convencidos por este argumento, a saber, que no han perdido
100 TOMÁS DE MERCADO
C A P IT U L O I
D E L NOM BRE
TEXTO
LECCIÓN [ÚNICA]
C A P ÍT U L O II
D EL VERBO
TEXTO
LECCIÓN PRIMERA
con tiempo, o emanan de él; pues aun el que medite qué es significar
el tiempo, por sí solo y sin maestro, fácilmente lo entenderá. E n efec
to, es decir acción o pasión (como constantemente lo hemos referido
y más constantemente deberá repetirse) en cuanto están en flujo y
en devenir, esto es, en cuanto surgen de y son ejercidas por el agente.
Luego si el verbo importa este respecto, surgimiento o emanación,
a saber, del agente, por necesidad copulará éste a aquél, como en
ésta: “Ildefonso lee”, el verbo parece atribuir la lectura a Ildefonso,
lo cual es ser nota de aquellas cosas que se predican de otra, a saber,
aplicar con el verbo el predicado al sujeto, lo cual aparece evidente
mente en los verbos adjetivos, y lo mismo se debe filosofar de los
verbos substantivos. Pero esto mismo, a saber, ser nota, es decir com
posición, la cual no se conoce exactamente sin extremos. Así, pues,
significar con tiempo, o es toda la naturaleza del verbo, a saber, ser
unitivo de extremos y expresar su composición, o es ciertamente el
origen y la fuente de donde surgen ambas cosas. Y por eso el autor
describió suficientemente con esas palabras la naturaleza del verbo.
Pues instar todavía si la expresa tal como Aristóteles, conduciría a
una búsqueda vana (pues estamos en posesión de la cosa), máxime
que Aristóteles no expresó ambas, sino una en la definición y la otra
fuera de ella, como si manara de la misma definición.
Contfa la cuarta [ + tercera] partícula, “con tiempo”, se arguye.
[En primer lugar:] Si esto es lo que expusimos, que significa acción
o pasión en cuanto fluyen, entonces “descanso” y “yazco” no serían
verbos, puesto que no importan acción, sino reposo y privación de
acción. En segundo lugar: E l verbo substantivo “es” no significa nin
guna de esas cosas, sino el ser y la vida; luego no sería verbo. E n
tercer lugar, si los verbos significan con tiempo, ya que la acción y
el movimiento refieren lo que (según dice Aristóteles) es medido
por el tiempo, entonces “generar” y “entender”, que importan acciones
instantáneas, no mensuradas por el tiempo, no tendrían este modo de
significar, lo cual parece desviado y absurdo. Juzgo muy conveniente
que los jóvenes entiendan qué es significar con tiempo, y para que
lo perciban exactamente, es necesario que aprendan algunas reglas, y
que alejen de su ánimo las que recibieron de la gramática. Así; pues,
entiendan que el verbo (como ya comenzamos a enseñar) no significa
el tiempo, ni en verdad alguna diferencia de tiempo, lo cual conocerán
consultando con tranquilidad los oídos y la mente. Pues las voces re
presentando que los oyentes entienden al percibirlas, y resulta patente
LIBRO .11: DE LA ENUNCIACIÓN 115
ral, el verbo significará con tiempo, dado que esto no es otra cosa
que representar algo en cuanto fluye, o transcurre, como “genera”
y “generó”.
Contra la misma partícula se arguye: E l participio no es verbo, y,
sin embargo, significa con tiempo; luego la definición es nula; ya que
el participio debía excluirse de la razón de verbo según lo que es propio
del verbo y no según lo que es común. Pues si no es verbo, y parti
cipa del verbo, participa de lo común; luego está definición no contiene
lo que es peculiar al verbo, ya que significar con tiempo (como hasta
ahora hemos insistido) era propio de él. Pero se prueba la menor del
antecedente: E n primer lugar, el participio se divide según los tiempos
presente, pretérito y futuro. En segundo lugar, “amaturus” no significa
menos la acción, en orden a la diferencia del futuro, que “amará”;
luego significa con tiempo. E n tercer lugar, Aristóteles juzga que el
participio significa con tiempo, y por eso añadió a la definición: “y
es la nota de aquellas cosas que se predican de otra”, con lo cual
patentemente excluye al participio, ya que no es cópula, sino más bien
está copulado y unido al sujeto; luego la definición de Pedro Hispano
es disminuida.
Para los dialécticos siempre es molesto el participio, y siempre su
inteligencia da trabajo en esta materia, no pudiendo discernirse clara
mente si significa con tiempo. Y ciertamente la dificultad no es la
defensa de la definición. Pues muy fácilmente se diluye el primer argu
mento, respondiendo que no es recta, esto es, presente del modo indi
cativo, y negando la inferencia. Pues consta que él caso del verbo no
es verbo, ni se excluye por el significar con tiempo, lo cual es propiedad
del verbo, sino por la última partícula: “recta”. Pues ya que “amara”
y “haya amado” son casos oblicuos, nada prohíbe que el participio
tenga igualmente casos, y sólo queda que sea excluido por la cuarta
dicción. Máxime que significar con tiempo no es tan propio del verbo
dialéctico, que no convenga a ningún otro, ya que se encuentra que
conviene a los casos. Se dice que es un propio suyo en cuanto distin
gue toda la clase del verbo con respecto al nombre. Pero la dificultad
se encuentra en la definición defendida en cuanto a la cosa misma, si
significa con tiempo. Sobre lo cual se ha de advertir que el participio
es cierto medio entre el nombre y el verbo estrictamente dicho, y, en
cuanto medio, participa de los extremos. Tom a (digo) algo del nom
bre y del verbo, ya que sigue al nombre por la declinación y los casos,
lo cual es muy ajeno al verbo. Y participa del verbo en los tiempos.
LIBRO I I: DE LA ENUNCIACIÓN 117
C A P ÍT U L O III
D E L A O R A C IÓ N
TEXTO
LECCIÓN ÚNICA
no saquemos fuera con las voces? Por lo cual, la oración vocal y escrita
es cierto instrumento de la razón y del alma mediante el que comunica -
sus sentidos. D e este fundamento surgen dos corolarios. El primero:
se definen bien la oración perfecta y la imperfecta por la expresión del
sentido íntegro o trunco, ya que el instrumento se define muy correcta
mente por su fin, como la sierra por el corte de los leños, los arados
por el surcado de la tierra y el cultivo del sembradío, y el cálamo por
la escritura. Por tanto, ya que el fin que la mente persigue con el uso
de las oraciones es entregar sus sentidos a aquellos con los que habla,
estas oraciones se definirán adecuadamente por la perfección o imper
fección de la expresión; en cuanto instrumento único de la mente
para conseguir ese fin. E n segundo lugar, se infiere (lo cual pertenece
a la comprensión de la presente división) que son tan necesarias las
oraciones perfectas cuanto lo exige la razón para alcanzar su objetivo.
Pero a la fuerza del intelecto le pertenece no sólo concebir en sí mismas
las naturalezas de las cosas, sino también ordenar y preceptuar las
cosas que se han de hacer. Pues el orden de cualesquiera cosas, ya
naturales, ya artificiales, es efecto singularísimo del intelecto; lo cual
es imposible a menos que en el intelecto se encuentre la capacidad de
ordenar. Por esta regla verdaderísima, que nos muestra y enseña la
luz natural, los filósofos antiguos conocieron que Dios existe. Porque
es necesario que exista alguna mente de la cual dimane el orden
admirable de las cosas, el concierto de las partes del orbe, y su dulce
armonía. Luego el intelecto expone lo que entiende, lo que ama o
desea, y lo que ordena y dirige en cuanto a sí mismo o a los otros.
Para expresar los juicios sirven el indicativo y el subjuntivo, como
veremos en el capítulo siguiente. E l optativo, para insinuar y hacer
explícita la inclinación de la voluntad. E l imperativo, para ordenar a
los otros, pues impera a los inferiores; y el deprecativo, para rogar
a los superiores. Por tanto, hay cinco oraciones perfectas: indicativa,
subjuntiva, optativa, imperativa y deprecativa.
Contra la definición de la oración se arguye: “amo” y ‘llueve” son
oraciones perfectas y, sin embargo, carecen de partes; incluso lo es la
sola sílaba “sí” (que también se usa en latín ), con la que se responde
cuando alguien se le pregunta: “¿está Pedro en casa?” . “Sí” genera
un sentido perfecto, y es incompleja. Respondemos que las oraciones
deben tener partes significantes en sí no por la bondad del que
entiende, o que suple algo, como no lo son esas dicciones, sino que por
la costumbre y el uso que le da una primera persona la otra sobre
LIBRO π: DE LA ENUNCIACIÓN 123
C A P IT U L O IV
D EL MODO DE SABER
TEXTO
L E C C IÓ N P R IM E R A
cuánto que toda ella versa sobre la forma y la multitud de las defini
ciones, divisiones y argumentaciones. Y en esto es de gran ayuda,
máxime si no queremos quitar la fuerza del orden natural, que no
se conozca perfectamente el modo de saber sino hasta que hayan
recorrido y lustrado toda la. disciplina íntegra. Y por eso siempre me
ha parecido que actúan erróneamente los que exponen el modo de
saber en esta parte de tal manera que no explique más profusamente
en el subsiguiente progreso del arte. Ciertamente en la exposición
del modo se ha de observar un modo [juego de palabras por “mode
ración’'], para que los que enseñan el modo de saber no enseñen más
allá del modo [“moderación”, “medida”]. Y se ha de observar un
modo [“medida”] de manera que se explique en general la naturaleza
del modo, y se dejen sus especies particulares para los lugares donde
es adecuado conocerlas. Así, pues, el modo de saber es la oración
manifestativa de algo ignorado. Pues el óptimo arte y la forma de
saber es que se manifieste lo ignorado, ya que no tiene sentido inves
tigar el modo de conocer lo ya conocido, porque el modo es como
el medio, el cual, sin embargo, no lo buscamos sino para adquirir
lo que no tenemos, Y el modo de saber debe ser siempre una ora
ción que aprendamos, ya sea de la misma naturaleza como maestra,
ya sea de algún preceptor que nos instruya. Pues también en la mente,
cuando nosotros mismos aprendemos por invención, lo que aprende
mos son, a su modo, oraciones y proposiciones, lo cual muestran de
modo manifiesto las mismas oraciones vocales. E n efecto, las voces
formadas exteriormente (com o hace poco decíamos) son vicarias de
las oraciones que se ocultan en la mente. Con las cuales manifesta
mos nuestro ánimo a los amigos. Lo cual es argumento evidente de
que también sucede lo mismo en la mente, a saber, que hay oracio
nes y argumentaciones en ella. Aún más, experimentamos que, con
la boca cerrada y con la lengua en reposo, interiormente y en silencio,
discurrimos, razonamos, hablamos y formamos un discurso completo.
Lo cual prueba que nada hacemos en la voz que antes no hayamos
hecho con las palabras mentales. Por tanto, el modo de saber, cual
quiera que sea y dondequiera que lo aprendamos, siempre es la ora
ción manifestativa de algo ignorado. E l cual de inmediato se divide
en tres, a saber, definición, división y argumentación. Y éstas no
son otra cosa que distintos medios, por los cuales sabemos cosas diver
sas y de diversa manera. Porque (como lo trataremos [al comentar]
los Andlíticos Posteriores) acontece saber una cosa no de un solo modo,
126 TOMÁS DE MERCADO
LECCIÓN SEGUNDA
C A P IT U L O V
D E L A PROPOSICIÓN
TEXTO
LECCIÓN ÚNICA
* Por lo cual, ninguna oración que expresa directam ente el apetito es verdadera
ni falsa, sino sólo aquella que expresa el juicio del intelecto.
LIBRO Π : DE LA ENUNCIACIÓN 149
C A P IT U L O V I
D E LA D IVISIÓ N D E LA PROPOSICIÓN
TEXTO
LECCIÓ N ÚNICA
C A P IT U L O V I I
DE LA CUALIDAD DE LA PROPOSICIÓN
TEXTO
LEC C IÓ N ÚNICA
dices: “no ningún hombre acudirá”. Luego, ya que negar es dar siem
pre el sentido opuesto, si se niega lo que se negaba, quedará necesaria
mente un sentido aseverado y una proposición afirmativa. Luego, cuando
hay una única negación, la proposición es negativa; y cuando hay dos,
afirmativa, pues entonces se negará lo que se negaba. Y esto lo ex
presan los dialécticos como regla infalible con estas palabras: Si las
negaciones son pares, resulta afirmación; si son impares, negación.
Y , aunque comúnmente en una proposición no suelen encontrarse más
de dos o tres negaciones, sin embargo, cuantas se encuentren, observan
esta regla. Pues los sumulistas a veces fingen algunas oraciones carga
das con tantas negaciones, que las vuelven bárbaras. Pero, por bárbaras
que sean, serán afirmativas si las negaciones son pares, y negativas si
son impares, siempre y cuando se tomen de manera negativa en el
común sentido. Pues, a veces, para dar mayor expresión a la voluntad
que no desea algo, solemos afectar al predicado con una serie de nega
ciones, como “no, no, no iré”, la cual siempre es negativa. Al argu
mento, niéguese la menor; y, en cuanto a la prueba, digo que con una
sola permanece negativa, pero con dos negaciones se vuelve aseverada.
Pues tal es la naturaleza de la negación y el efecto del negar, a saber,
invertir todo, y convertir al sentido opuesto. Lo cual muy breve y
elegantemente lo explican los dialécticos con estas palabras: La nega
ción tiene naturaleza malignante, y todo lo que encuentra delante de
ella lo destruye y lo vuelve su opuesto. Lo cual es en la sentencia lo
mismo que la regla anterior. Pues, ya que en las cosas naturales que
son de la misma naturaleza suelen mutuamente ayudarse y realizar
su efecto con mayor prontitud y perfección, como dos fuegos se au
mentan y fomentan y queman más vehementemente, la negación es
de tal naturaleza que no sólo impide la afirmación, sino la negación;
aun si choca con alguna semejante a ella, la destruye; y por eso con
razón se la llama malignante.
C A P IT U L O V I II
DE LA CANTIDAD DE LA PROPOSICIÓN
TEXTO
LECCIÓN ÚNICA
C A P IT U L O IX
D E LA SUPOSICIÓN
TEXTO
LEC C IÓ N P R IM E R A
cosa exista según lo que se requiere para que el verbo le competa. Por
ejemplo, para que suponga el sujeto de ésta: “el hombre corre”, el hom
bre necesariamente debe vivir, porque no puede correr a menos que
viva. Y lo mismo vale para casi todos los verbos adjetivos, cuyas acciones
importadas las más de las veces presuponen que la cosa existe. Y en
el verbo substantivo, máxime el de segundo adyacente, como en “el
león existe”, es necesario que se dé en la naturaleza de las cosas; y
en ésta: “el hombre fue blanco”, es necesario que lo haya sido. Pues
ésta es la exigencia del verbo pretérito o futuro. Porque no sólo fueron
los que ya murieron, sino que también enunciamos verdaderamente
que a los presentes les han convenido muchas cosas. Por lo cual, exi
gen que la cosa esté o haya estado y que el predicado sea o haya sido.
Así, de verdaderos y acostumbrados modos, colegimos que tal es la
exigencia de estos verbos. Pero si se dice: “el hombre puede discutir”,
es suficiente que pueda existir. Puesto que de un hombre aún no engen
drado aseveramos que puede ser muchas cosas, a saber, un gran filósofo,
un jefe valiente. M ás aún, en ésta: “Adán puede caminar”, tanto el
verbo com o el sujeto suponen, aunque fingiéramos que no habrá re
surrección. Porque el sentido no es que podrá a continuación ejercer
la carrera, sino que en su naturaleza está ínsita esta potencia, ya haya
dejado de existir la cosa, ya haya de existir. Dijimos que suponen el
sujeto y el verbo “caminar”, porque en estas modales se debe atribuir
la suposición a la cópula, pues no es ya el verbo, sino el modo “puede”,
“posiblemente” y semejantes. Y en ésta: “el hombre posiblemente dis
cute” no se habla de una discusión presente, sino posible. Por eso,
si la discusión puede ser, en ella “discute” tiene suposición. Y , ya que
a veces los términos suponen en orden a los modos de los verbos
mencionados, así también a veces lo hacen en orden a los nombres
adjetivos. Como “el Anticristo es engendrable” . Y , para que supon-
g¿, es necesario que éste no exista. Pues lo que ya es, es inengendrable.
Esto lo tienen muchos nombres terminados en “—ble”, como “corrup
tible”, “engendrable”, “amable”, “inteligible”, a saber, que no se digan
siempre de las cosas existentes, sino de las posibles. Y en ésta: “Pedro
contingentemente discute”, ya que es contingente lo que puede ser
y puede no ser, consta que hay la misma exigencia, a saber, que sea
posible y contingente. Pero en “Pedro edifica una casa” o en “Pablo
cose1irnos zapatos”, no hace falta ciertamente que exista la casa o los
zapatos, porque, si existieran, no se harían. Com o tampoco en éstas:
“Pedro se muere”, “la casa se derrumba”. E n las oraciones anteriores
LIBKO II: DE LA ENUNCIACIÓN 171
LECCIÓN SEGUNDA
“caballo” a todos los caballos, “león” a los leones, “astro” a los astros,
dondequiera y cuandoquiera que existan. Y , así, significan a los pre
téritos, a los presentes, a los futuros y a los posibles. Sin embargo, la
suposición no siempre es tan extensa, sino mayor o menor según el
sentido y la exigencia de la locución. Y de que “hombre” signifique
a todos los hombres no se sigue que siempre hablamos de todos, sino
que a veces de uno, a veces de muchos, raramente de todos. Como
aquí: “el hombre es elegante”, sólo del hombre señalado; “el hombre
está sentado”, de uno de los vivientes; “el hombre fue de gran vida”,
de uno de los pretéritos, y así de los demás. Por lo tanto, la suposición
accidental es la acepción del término por aquellas cosas qué correspon
den al término según la exigencia de la cópula. Como en “el caballo
corre velozmente”, se toma sólo por los existentes, no por los que ya
se han corrompido o por los que se han de engendrar. Aquí: “el león se
precipitará feroz”, se toma por los existentes o futuros. Pero cuando
se toma por todos sus significados, es suposición natural, la cual, enton
ces, se sigue de la significación, y, ya que la suposición formal se origina
de la significación, aptamente y con razón a tal formal se la llama natu
ral, y no restringida o coartada extrínsecamente. Y por eso con una
razón en cierta medida no artificial, sino natural, aunque la otra nomen
clatura sea más cierta que ésta de “razón”, la cual mostramos a partir
de los vestigios. Por ejemplo, en “el hombre es animal”, “el ángel es
espíritu”, “la blancura es color”, “el número es cantidad”, los sujetos
y predicados suponen por todos; el primero, por todos los hombres, y
no aisladamente por éstos o aquéllos; en la otra por todos los ángeles.
Y la razón, por lo pronto, es que, aunque los hombres son diferentes
en número y en muchas cosas, sin embargo, convienen con plena seme
janza y cualidad en la naturaleza y en aquellas cosas que acompañan a
la naturaleza. Y los caballos pueden diferir en figura, color, magnitud y
proporción, y, sin embargo, todos los caballos serán animales capaces
de relinchar. Luego cuando se tiene un discurso sobre la naturaleza de
las cosas (donde los individuos no difieren), y no de los accidentes,
entonces es apto a la razón que los términos supongan por todos aque
llos a los que convienen igualmente según esa materia. Si dices “el
hombre corre”, no todos convienen en el correr. Y si dices “el hombre
fue blanco”, tampoco deben todos tener esa cualidad; por eso, justa
mente se llama suposición accidental, a saber, cuando se dice algo
accidental. Y , entonces, tal suposición no puede ser tan general que
abarque a todos, ya que son diferentes én eso que se pronuncia. Pero,
178 TOMAS DE MERCADO
lib. III. Con estas anotaciones la división queda muy fácil de entender.
Pues la suposición universal es la acepción del término determinado
con un signo universal. Se entiende de los universales tanto afirmativos
como negativos, que expusimos en el lib. I. La determinada es la
acepción del término común sin ningún signo, o modificado por el
signo particular. Solamente la última necesita comentario. Luego ad
viértase que la condición del signo universal afirmativo es actuar po
tentemente sobre el término inmediato a él distribuyéndolo, y
débilmente sobre el mediato a él, confundiéndolo; en lo cual no alcanza
la eficacia y acción del negativo, el cual distribuye todos los términos
de la misma proposición; como en “ningún hombre es león”, tanto
el sujeto como el predicado suponen universalmente. Pero el afirmativo
no hace lo mismo. Pues en ésta: “todo caballo es coloreado”, el predi
cado no se toma universalmente, sino que sólo se distribuye el término
inmediato. Y se llama término inmediato al adjetivo y al substantivo
colocados en el mismo extremo como “todo hombre blanco corre”,
ambos se toman universalmente; porque en verdad, según la acepción se
toman como un sólo y mismo término simple; en cambio el mediato
se confunde. Y confundir algún término consiste en que suponga de tal
manera en confuso, que no sea lícito señalar su significado, en lo cual
precisamente se distingue de la determinada. Por ejemplo, esta pro
posición: “todo hombre es animal” es verdadera y, si al punto señalas
que animal es todo hombre, la vuelves falsa. Pues ¿cuál dirías que es
todo hombre? E n cambio, en la determinada es lícito, por ejemplo
en “el hombre es piedra” o “el hombre corre”. Y , señalando, puedes
mostrar: “éste es el que cone”, “éste es el que no es piedra” . Luego,
la suposición confusa es la acepción del término común que sigue
mediatamente a un signo universal afirmativo. No nos hemos referido
absolutamente al signo universal, porque el negativo no confunde, sino
que distribuye a ambos indistintamente y hace que supongan por todos,
a no ser que lo impida algún obstáculo, como el de otra negación o
signo, o la acepción del término común de cualquier manera tomado
con un signo especial de confusión. Pues confunde a los próximos y
distantes de la misma oración. Y , ya que la negación distribuye a ambos,
así estos signos confunden a ambos.
La suposición universal se divide en distributiva y colectiva, las
cuales resultan muy claras en el texto. Pero acerca de ellas hay algunas
objeciones que ilustran mucho la doctrina. E n primer lugar, el sujeto
de ésta: “todo hombre es animal” supone por todos sus significados,
182 TOMÁS DE MERCADO
mitiva, en el que se incluyen también los que de ninguna manera son re
cíprocos, como “él”, “éste”, “que”, “el otro”, “tal”, “cual”, y los recípro
cos de especie derivativa, como “uno”, “mío”, “vuestro”. Y sólo el
primero viola nuestras reglas. Pues el segundo las observa, como aquí:
“todo hombre corre y ése discute”, “ése” supone determinadamente.
Pero aquí: “el león está sentado y ése no se mueve”, “ése” supone
distributivamente. Pero el recíproco de especie primitiva supone com
pletamente igual que su antecedente, sean cuantos fueren los signos
que recaigan sobre él. Como aquí: “el hombre no es él mismo”, supone
determinadamente. Aquí: “ningún león es él mismo”, distributivamente.
Y aquí: “todo caballo es él mismo”, distributivamente en ellas éste
tiene tan intrínseca reciprocidad con el antecedente y tan perfecta de
pendencia, que no sólo convienen en género y en número, sino también
en suposición. Y en ello sólo se vence con la naturaleza de la negación
y con la reciprocación del signo afirmativo, de modo que ni la nega
ción distribuya ni el afirmativo confunda. Por eso el recíproco depende
tanto, que no se puede (como veremos) resolver antes de que se resuelva
el antecedente, más aún, no pide o admite ninguna otra resolución
más que la de su mismo antecedente, de modo que, al mismo tiempo
que se resuelve el antecedente, queda juntamente resuelto el relativo.
Ya que el objetivo y la intención de la dialéctica es conocer la verdad,
y preparar las múltiples vías para alcanzar la verdad, de dondequiera
que podamos, debemos colegir las reglas útiles para alcanzar este obje
tivo. Y de la suposición dimanan dos reglas que, en primer lugar, son
claras, y, en segundo lugar, son infalibles. Y de estas reglas surgen otros
tantos lugares argumentativos. D e modo que te parezca fecunda y aco
modada a nuestro intento la materia de la suposición. La primera es
que la proposición afirmativa, para ser verdadera, exige que los extre
mos supongan por lo mismo. Por lo cual, la afirmativa cuyos extremos
no suponen por lo mismo, es falsa. La primera parte consta porque
cuando una cosa se predica de otra, más aún, que una sea la otra, es
necesario que ambas se tomen por lo mismo. Pues si las cosas fueran
distintas, el predicado y el sujeto, según la exigencia de la proposición,
falsamente se afirmaría el uno del otro. Esta parte de la regla la ase
vera Aristóteles con estas palabras: “Si A es B , algo uno son A y B ”.
Por lo cual aquí: "el hombre posiblemente es blanco”, aunque sea etíope,
los extremos suponen por lo mismo. Más aún, según la exigencia de la
proposición, son lo mismo, en cuanto que no asevera que el hombre
es blanco, sino posiblemente blanco. Luego suponen ahí por lo mismo.
LIBRO Π: DE LA ENUNCIACIÓN 185
L E C C IÓ N TER C ER A
vez alguno estimará que debe ser en acto tal cosa, lo cual de ninguna
manera exigimos. E n efecto, Adán y el Anticristo son propiamente
hombres, aun cuando ninguno de los dos exista. Luego, ¿cómo enten
derán esta regla los dialécticos? Sigue su rutina facilísima. Si en la
suposición natural el término compete a esa cosa, aunque el significado
no exista en acto, será propio, y la suposición propia, no ajena. Pero
advierte muy bien que la ampliación y la restricción se entienden de
aquella suposición que está dentro de los canceles y el ámbito del sig
nificado propio. Por lo cual, por más que se amplíen los términos,
nunca se desvían. Pero en esta doctrina, sin controversia completamente
disertada, falta que satisfagamos las objeciones.
En primer lugar, si la suposición natural es la acepción del término
por todos sus significados, ya que ésta es la suposición máxima y supre
ma del término, y cuanto éste puede extenderse, ¿por qué no será
ampliación? Se responde que, puesto que aquí el verbo se absuelve
del tiempo, los extremos no pueden ampliarse en orden a muchas
diferencias de tiempo, y, en cambio, en la definición de la ampliación
la suposición se entiende en orden a muchas diferencias. Por eso ahí
no hay ninguna extensión, porque la medida de la extensión es la
suposición accidental con respecto a la cópula de tiempo presente, por
relación a la cual, cuanto más se aumenta, tanto más se amplía, y
cuanto más se disminuye, tanto más se restringe.
E n segundo lugar, en cuanto a aquello de que la cópula de presente
es la estabilidad. E n ésta: “el hombre corre” el sujeto supone por los
pretéritos o supone por los presentes; pues, para que el todo sea verda
dero, basta que lo sea una de las partes, a saber, que suponga por los
presentes; luego se amplía y, pior tanto, no itiene estabilidad. Se
responde que las diferencias de la ampliación deben exponerse de
manera disyunta en una y la misma oración (si se quiere hablar estric
tam ente). Com o en “el hombre fue blanco” el sujeto supone por los
presentes o los pretéritos, de modo que supone por ambos miembros
y por cada uno de ellos separadamente. D e tal manera que, si sólo
vive uno, supone por él; si no vive ninguno, pero alguno vivió, supone
por él; si viven y vivieron, por ambos.
E n tercer lugar, se arguye contra la primera regla. E n esta proposi
ción: “el hombre blanco fue”, aun estando el predicado “blanco”, no
se restringe, porque precede en la colocación o en la prolación y, sin
embargo, va después según el sentido y la construcción; luego la regla
es nula. En este lugar enseñan los recientes muchas cosas manifiesta
LIBRO II: DE LA ENUNCIACIÓN 191
mente opuestas a la verdad, con las cuales dan materia para que se
increpe y se calumnie a las buenas disciplinas con sus fastuosas caretas,
para que con razón (aunque con afecto de voluntad torcida) reprendan
a un arte que merecía pregonarse con grandes alabanzas. Así, tomando
literalmente la regla, de modo que si la dicción precede, aunque sea
predicado, se amplíe sólo porque quizá se pone antes a causa del ornato
y la elegancia, y con el mismo trámite proceden en otras muchas ma
terias. D e manera que en éstas: “para cabalgar se requiere el caballo”,
“dos veces canté misa”, los nombres se confundan; y, en cambio, en
éstas: “el caballo se requiere para cabalgar”, “misa dos veces canté”,
supongan determinadamente. A éstos, ¡por Hércules!, les cuadra lo
que decía Agustín en el Libro del bien contra los maniqueos, con lo que
reñía a los maniqueos, hombres perdidos en los sentidos, exponiendo
aquello del cap. I de Juan: “y sin él se hizo nada”. Dice: “Y no se
deben escuchar los delirios de los hombres que piensan que en este
lugar se debe entender ‘nada’ como algo, porque ‘nada’ no significa
algo. Y por eso piensan que con esta vanidad se puede atrapar a
alguien porque ‘nada’ se puso al final de la sentencia. Luego (dicen)
ésta fue hecha. Y por eso, ya que fue hecha, la misma nada es algo.
Pues perdieron el sentido por el afán de contradecir. Y no entienden
que en manera alguna interesa el que se diga ‘sin él se hizo nada’ o ‘sin
él nada se hizo’ ”. E sto dice él, en lo cual ves que son muy antiguas
estas interpretaciones fatuas y retorcidas de las sentencias, y que siem
pre han sido señaladas por los sabios y los varones excelentes en doc
trina. Y cuánto se aleja de ellos la sinceridad del arte y la verdad de
la cosa, evidentemente lo muestra la simplicidad del discurso de Aris
tóteles al hablar de la oposición. “Pero sostengo (dice) que se enuncia
universalmente en las que son universales, de este modo: ‘el hombre
blanco es’, ‘el hombre blanco no es’ ”, para las cuales otra versión dice:
“es blanco el hombre”, “no es blanco el hombre” . Y en ambas juzga
de la negación como si hubieran sido pronunciadas en su lugar propio,
a saber, “el hombre es blanco”, “el hombre no es blanco”. Así, los
terministas (digámoslo con su venia) hacen cosas ineptas, así conta
minan buena parte y quizá la mayor parte de las súmulas con estas
nenias, e inficionan esta disciplina con tales exposiciones útilísimas
de las reglas, por no decir fatuas (que ni siquiera admite el intelecto
agente), de modo que su infecto olor ya ha llenado las narices de todos
los filósofos. Y el arte que un tiempo parecía a los estudiosos de las
letras y la filosofía un bosque amenísimo del deseo, un huerto sem
19Z TOMÁS DE MERCADO
por los presentes, como en “todo hombre fue blanco” o “todo hombre
blanco fue”. Porque para su verdad es necesario que la blancura le haya
convenido. Así, fue oportuno que los sujetos se ampliaran a los presentes.
P or lo cual, suele decirse que la cópula “fue”, aunque sea de tiempo
pretérito incluye virtualmente el presente, lo cual comprueba sin dis
crepancia la universal manera de concebir de los hombres. Acerca de
ello deben considerarse dos cosas. La primera cosa es que, si el sujeto
fuera un término connotativo, por razón semejante se amplía en cuanto
a ambos designados, a saber, el material y el formal. Com o “el sabio
fue ignorante” se extiende por el sabio existente o el pretérito. Y la
razón es comprobada. Porque, ya que la ampliación del término es la am
pliación del significado, se han de extender igualmente con una única
ampliación el signo y lo designado. Pero el designado es uno y otro,
a saber, el material y el formal. Luego ambos se amplían. La segun
da cosa es que de los participios y gerundios se debe entender lo
mismo que de los verbos. Ya que participan de la naturaleza de los
verbos. A saber, que el participio de pretérito amplía lo que tiene ante
sí a aquello que es o fue, y restringe a lo que está después de él. Como
“Pedro fue amado por el padre”, aun muertos Pedro y el padre, la
proposición es verdadera. Y el participio de futuro amplía a lo que es
o será. Como “el Anticristo predicará contra Cristo” .
Pero hay una duda especial sobre el sentido y la significación de
“muerto” en ésta: “Pedro está muerto”, donde (si la proposición es
verdadera) no parece que el predicado puede suponer, ya que es necesa
rio que ni viva ni exista. Se debe responder que este participio, como
los demás, se toma de dos maneras, a saber nominalmente y partici
pialmente. D e esta última manera tienen dos cosas: en primer lugar,
amplían a lo que es o fue (como desde hace tiempo lo estatuíamos para
todos); en segundo lugar, significa que pasó a la muerte, haya sucedido
después lo que sea, ya permaneciera entre las almas, ya haya vuelto de
la muerta a la vida. Por lo cual, de nuestro señor Jesucristo (el cual,
como hombre verdadero, al inclinar la cabeza entregó al Padre el
espíritu y, sin embargo, reina vivo sobre todo el orbe) propia y verda
deramente decimos que padeció, murió, y fue sepultado; aunque des
pués (como decía antes) resucitó el alma. Y de todos los justos, después
de la resurrección universal de los cuerpos, diremos “éstos están muer
tos”, es decir, perdieron la vida, aunque entonces vivan felicísimos.
Por lo cual, el sujeto de ésta: “Pedro es muerto” supone por dos
198 TOMÁS DE MERCADO
C A P IT U L O X
DE LA INDUCCIÓN
TEXTO
LECCIÓ N ÚNICA
hay que considerar muy bien que, para que el argumento sea bueno,
es necesario no sólo que de cualquier manera se afirme conectado el
consecuente, sino que sea más claro y más conocido. Por lo cual, entre
los lógicos se juzga como defecto el mostrar lo desconocido por lo más
desconocido, es decir, el difundir y aumentar las tinieblas con más
tinieblas. E n efecto, el antecedente es como cierta luz con la cual se
discierne el consecuente; luego, si en uno o en otro argumento es un
vicio que el antecedente sea más obscuro, cuánto más deforme es que
una especie de argumentación exija ese crimen en su naturaleza, a
saber, que necesariamente el antecedente sea más ofuscado que la con
clusión. Y es necesario que eso suceda si se cuentan todos los singulares,
¿A quién no le fastidiará atender a todos? Por tanto, basta con que sea
suficiente, esto es, lo suficiente para que aparezca, y se pongan de por
medio algunas cosas con las que luzca la verdad universal. Pero el
singular es doble, uno de manera absoluta, otro de manera comparativa.
Son simplemente singulares los individuos, como este león, este caballo,
Sócrates, Platón; lo son comparativamente los inferiores con respecto
a los superiores. Ciertamente el hombre es un universal y el término
“hombre” es común; también el león y el elefante, pero si se comparan
con la amplitud del animal, con respecto a él aparecen como singulares;
pues, así como Pedro e Ildefonso son supuestos del hombre, y éste
se predica de ellos, así los otros son como ciertos miembros y partes
del animal, y, de esta manera, por comparación con él se llaman singu
lares. Por lo cual, “de los singulares” supone en la definición por ambos,
a saber, por los singulares de manera absoluta (como se ve en el ejemplo
aducido) y por los singulares de manera respectiva. Y , así como en esta
argumentación: “Juan es capaz de caminar, Matías es capaz de caminar,
y lo mismo Andrés; luego todo hombre es capaz de caminar” la induc
ción es una progresión de los singulares a lo universal, así también en
ésta: “todo hombre es sensible, todo caballo es sensible, todos los peces
y todas las aves; luego todo animal”. Y , de cuantos modos ascendemos,
también podemos descender de los superiores a los inferiores, de las
cabezas más altas a los miembros más inferiores, a semejanza de la
virtud natural que (como filosofa el apóstol Pablo) inunda todo el
cuerpo, y, ascendiendo y descendiendo, lo mueve y lo conserva. Como
“todo color es cualidad sensible; luego toda blancura, y toda verdura^
y toda amarillez”, así como también: “todo hombre es de figura erecta;
luego Sócrates es de figura erecta, Aristóteles y Jenofonte” .
204 TOMÁS DE MERCADO
Hay una cuestión sumamente debatida entre los modernos: ¿en qué
medida es la inducción un modo eficaz de argumentar?, ¿es fuerte y
válida, o, por el contrario, débil y defectuosa? (Pues no todas las es
pecies de argumentación tienen la misma fuerza.) E l silogismo, si es
verdadero y no sólo aparente, es el más eficaz de todos; pero la induc
ción no parece tan firme. Pues quien mire (como dicen) su cutis
macerado, no sólo sospechará, sino que discernirá, su debilidad. Como
“este hombre corre, y éste, y así señalas a cinco o diez; luego todo
hombre corre”, ¿qué consecuencia es que todo hombre corre porque
diez o veinte corren?, pues muy a menudo acontece que no sólo diez,
sino diez mil, son o hacen algo, pero los demás no. D e esa manera
probarías que todos los hombres son monjes o que todos son casados,
ya que hay más de mil en todo el mundo que son tales. Luego esta
arte de argüir es defectuosa e inválida. Con éstas y otras razones seme
jantes, en suma, muchos se han persuadido y juzgan que la inducción
ni siquiera es aparente. Pues, ya que lleva la enfermedad tan a flor de
piel, sólo vale a menos que sea amurallada con muchas añadiduras,
como si se cubriera con cebollas. E n primer lugar, juzgan que se debe
añadir a los singulares esta partícula: “y así de cada uno”. Como “este
fuego calienta, y ése calienta, y así de cada uno; luego todo fuego calien
ta”. Y “este hombre es monje, y ése es monje, y así de cada uno; luego
todo hombre es monje” . Casi sin controversia aceptan en todas las es
cuelas que debe añadirse esta partícula. Y no me opongo mucho a ello.
Aunque, quisiera que resolvieran este argumento: E l antecedente debe
ser más conocido que el consecuente; luego, si es obscuro el conse
cuente “todo fuego calienta”, ¿cómo no será igualmente dudoso el
añadido “y así de cada uno”? Pues su sentido es que los demás tam
bién calientan, la cual es la sentencia y aserción de la misma proposi
ción universal de la que se dudaba. Pero se trata de que no nos deten
gamos en una minucia. Aún esta viga o trave no sostiene tanto que
no se tambaleen también con ella frecuentemente el ascenso y el des
censo. Como “este hombre no corre, y así de cada uno; luego el hombre
no corre”, en caso de que exista sólo él en el mundo, y corra, el
antecedente es verdadero señalando a alguien no existente. Hace falta
(dicen) que, para que valga de manera invencible, se añada la constan
cia. Y la constancia es cierto complejo de todos los significados con la
aseveración de su existencia. Como “este fuego calienta, y ése, y así
de cada uno, y ésos son todos los fuegos; luego todo fuego calienta”.
UBRO II: DE LA ENUNCIACIÓN 205
un buen ascenso: “este hombre corre, y este otro hombre corre, y así
de cada uno; luego todo hombre corre”, donde se resuelve copulativa-
mente el término determinado; lu eg o. . .
Se da la polémica entre los dialécticos de si para que sea un buen
ascenso se requiere que valga el descenso a la inversa. Y (según mi
opinión), si se quiere proceder seguramente, completamente se requiere.
Y por eso hemos establecido reglas que fueran tan verdaderas y ciertas,
que no haya ningún peligro en la observancia ni tampoco ninguna
seguridad en la transgresión de las mismas. E n segundo lugar, se ha de
advertir que los dialécticos de este tiempo se han impuesto por su pro
pio gusto una carga muy pesada. Pues, cuando se propone una ilación
falaz, proceden en un triple orden. Primeramente muestran que en la
consecuencia se ha violado la regla, y, además de la violación de la
regla, muchas veces asigna aparte otro defecto, obscuro por sí mismo
y por las palabras en que lo expresan, de modo que es casi inteligible.
Y después instan a la consecuencia, verifican (digo) el antecedente y
falsifican el consecuente. Por ejemplo, propuesta esta inducción: “el
hombre no es este blanco, y el hombre no es este otro blanco, y así
•de cada uno; luego el hombre no es blanco” —la cual consta que no
tiene ninguna fuerza—, dicen que viola e infringe la regla de ascender
primero bajo el término que supone distributivamente en orden al
término que está determinadamente, y después dicen que se comete
el defecto de argumentar de muchas determinadas a una sola deter
minada. Cosa ciertamente casi inexplicable. Como si para la invalidez
de la consecuencia no bastara con violar una regla aprobada por todos.
Por tanto, yo me sublevaría contra esta carga, si a continuación quisieran
sublevarse los dialécticos, para los que será defecto grande y cierto la
transgresión de nuestra regla. Para que piensen que han respondido bien
y suficientemente si muestran que en la consecuencia se ha violado la
regla. Y esta constitución se prueba porque, ya que el argumento es
deficiente por no observar la regla, ¿qué falta hace asignar otro vicio
■ distinto de la violación de la regla? E n contra de esto arguyen ellos
(para quienes ninguna doctrina se prueba como verdadera si no es
obscura y difícil) que parece petición de principio si yo me empeño en
no exigir para la bondad de la consecuencia esa regla, y responder que
es inválida por no observar el precepto. E sto (dicen) es lo que nos
afanamos por invertir; sería superfluo el precepto y, por ello, es necesa
rio aducir otro crimen distinto de la violación de la regla. Pero cierta
212 TOMÁS DE MERCADO
C A P IT U L O I
TEXTO
L E C C IÓ N P R IM E R A
LE C C IÓ N SEGUNDA
Quedan por objetar algunas cosas, para que las que hemos dicho reluz
can más claramente con las soluciones de los argumentos. Sin embargo,
al objetar y responder tales cosas, espero que ciertamente también
nosotros logremos seguir el modo vehementemente adoptado por todos
hasta ahora. Pues todo lo que hasta ahora han inculcado, lo hacen de
manera tan confusa, que un tema que por su necesidad debe ser muy
evidente y como luz espléndida, lo vuelven más bien tenebroso, en
vuelto en obscura e inaccesible tiniebla. Y , sin embargo, la contradicción
y las demás oposiciones son de tanta utilidad que son la balanza con
la que se aclara y mide la verdad de las proposiciones, y nada más
claro debe ser para nosotros que la misma medida, si ha de aprovechar.
Por tanto, así como en otras partes de esta obra hemos puesto luz y
esplendor en nuestras resoluciones sobre el arte dialéctica, es necesario
que aquí nos esforcemos con todos nuestros nervios, para que, ahuyen
tando las tinieblas, procedamos iluminados por un sol meridiano.
Así, pues, se arguye contra la definición de la oposición, que es la
base del tratado. Éstas se oponen: “M arco dice un discurso”, “Tulio
no dice un discurso”, y en ellas no hay ninguna participación de los
sujetos. Además lo hacen éstas: “el hombre es animal”, “ningún animal
226 TOMÁS DE MERCADO
derlos, como en ésta: “Platón fue del tiempo de Sócrates”, esto es,
fue viviente en esa época. Y de dónde se extraen estos suplementos, la
regla general de los dialécticos es que se extraen del verbo. Como, en
el ejemplo hace poco aducido, se hace por la parte del predicado, y
en las proposiciones del argumento se hace por la parte del sujeto, como
“en el Sena hay peces”, esto es, algunos entes son peces. Y , por con
siguiente, cuando tales verbos se niegan, también se niega el sujeto, y
lo negado se distribuye, como “en el Sena no hay peces”, esto es, ningún
ente es pez, nada hay en el río que sea pez; y en la plaza ninguna cosa
es hombre. Dígase lo mismo del tiempo en las cópulas del tiempo ex
trínseco. Y no es de extrañar que, negadas las cópulas, al mismo tiempo
se distribuye el tiempo ahí incluido. Pues ésta: “Pedro fue blanco” es
equipolente a ésta: “Pedro en algún tiempo fue blanco”, por lo cual,
ésta: “no fue blanco” es equipolente a ésta: “en ningún tiempo fue
blanco”. Además, si en algún tiempo ha sido hasta ahora blanco, ¿acaso
no se aseveraría falsamente “Pedro no fue blanco”? Ciertamente. Luego
el tiempo de la cópula se distribuye, pues de otra manera sería verdadera.
Y ésta: “entre este día y este otro día habrá guerra”, esto es, en algún
tiempo transcurrido entre estos días se dará una lucha, y “no habrá
guerra”, esto es, en ningún tiempo interceptado se luchará. Habiendo
expuesto estos sentidos, es fácil diluir los elencos en los que se argumenta
de lo no distribuido a lo distribuido. Pues la mayor sería: “en la plaza
hay estos caballos”, esto es, algunos entes son estos caballos, y el con
secuente es equipolente a ésta: “ningún ente”.
Respecto a la misma definición. Éstas parecen contradecirse: “todo
animal estuvo en el arca de Noé”, “algún animal no estuvo en el arca
de Noé”, y sin embargo son verdaderas. La primera, porque en el G é
nesis, 7, se dice con estas palabras: “Al comienzo de ese día entraron
en el arca Noé, sus hijos Sem, Cam y Jafet, su mujer y las tres mujeres
de sus hijos con ellos. Ellos y todo animal según su género, todo
ganado según su género, todo lo que se mueve sobre la tierra según
su género, todo volátil según su género, todas las aves y todos los
pájaros entraron con Noé al arca”. La segunda se prueba por la
razón: Platón fue un animal que no estuvo en el arca, luego
faltó alguno. Sobre este argumento nótese que estos signos: “todo”,
“universum”, “cunctum”, como se colige del lugar mencionado,
distribuyen de dos maneras; pues (como enseñamos más arriba) se
toman de dos maneras, a saber, colectiva y distributivamente; pero la
234 TOMÁS DE MERCADO
bre no corre”; ni, por vía de inducción, ésta: “el caballo de Pedro no
corre” es la singular de aquélla. Porque, ya que el sujeto del conse
cuente supone, debe suponer también en las singulares, según lo
enseñamos en el capítulo de la inducción. Como si de todos los varones
blancos que corren aseveraras falsamente “el varón blanco no corre”,
y, sin embargo, lo probara como verdadero por inducción así: ese varón
blanco no corre, luego el varón blanco no corre, si fuera lícito mostrar
también a alguno no blanco; así se verificaría de manera parecida a como
lo haría por la no suposición. Tampoco vale pasar de la negación del
inferior a la negación del superior, como no vale: “el hombre no corre,
lúego el animal no corre”, en caso de que no vivan en el mundo los
hombres y los demás animales corrieran. Pero tampoco de hecho se in
fiere: “el hombre no es género, luego tampoco el animal lo es”. Del
mismo modo tampoco se infiere: “el caballo de Pedro no corre, luego
el caballo del hombre no corre” . A menos que afirmes que el caballo
de Pedro existe (lo que otros llaman “constancia” ), así: el caballo de
Pedro no corre, y el caballo de Pedro existe, y Pedro es hombre, luego
el caballo del hombre no corre”. Pero si fuera verdadero el antecedente,
sería falsa la universal: “cualquier caballo del hombre corre” . Así
suficiente y claramente se responde al argumento, y se resuelve su
ficiente y verdaderamente.
Pero se desea detenerse un poco en esta materia de los oblicuos, para
ejercitar los ingenios de los jóvenes, en la medida en que sea cómodo
para ellos. Ya que, una vez que se ha entrado en el laberinto de los
sumulistas, a no ser que se use el arte y el ingenio de Teseo, nunca
se saldrá sano de ahí. E n nuestro opúsculo de argumentos hemos mos
trado con cuántas perplejidades y ataduras suelen aquí enredarse los
jóvenes, aunque desenfrenada e impulsivamente también han acos
tumbrado a aumentar el esplendor del intelecto. Cuán conveniente
estimo abarcar esto con pocos documentos, en los cuales se puedan
explicar las otras cosas por complicadas que sean. Así, pues, lo deter
minable y la determinación generalmente se combinan de dos modos.
D e un modo, haciendo que la determinación preceda, como en “de
cualquier hombre el códice es de papel”. Entonces se dice que se toman
en muchos (esto es) de manera disyunta, como dos términos íntegros
que en sí mismos tienen sendas suposiciones. En los cuales la contra
dicción y todas las oposiciones siguen formalmente las reglas antes
aducidas. Por ejemplo, éstas se contradicen: “de cualquier caballo el
LIBRO i n : DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 239
si atendemos a ellas con más calma, constaría cuánta fuerza sería nece
sario que pusiéramos para concebirlas de otra manera, y qué falaz regla
sería introducida, y con el mismo abuso ésta conciliaria a nuestros oídos
de modo que parezcamos concebirla de otra manera, ya que de ningún
modo la concebimos así. Pues por ésta: “cualquier caballo de cualquier
hombre” no conocemos más los poseídos colectivamente, que si se
dijera: “de cualquier hombre cualquier caballo” . Y [en idioma español,]
quien dijera: “cualquier caballo de cualquier hombre es blanco”, de
ninguna manera habla sino de los singulares. Y , ya que, según todos,
estos signos equivalen: “quilibet”, “quisquis”, “quicumque”, “quivis”,
resulta que una razón semejante debe estimarse también en las oraciones
estructuradas con el signo “cualquiera” (“quilibet”). Máximamente,
porque nunca acontece que el caballo sea de todos. Pero acontece fre
cuentemente que ese signo y otros smejantes se usen indistintamente
tomados de ambos modos. Un indicio evidente de eso es que nunca
se produce tal sentido. Pues si se produjera tal sentido, ya que nunca
hasta ahora es verdadero, nunca usarían los hombres tal proposición,
en cuanto que siempre sería falsa, más aún, moralmente imposible.
Además, el fundamento de estos lógicos recientes es muy débil. Dicen
que cuando lo determinable precede, se ha de resolver primero, ya dis
yuntiva, ya copulativamente, en cuyas proposiciones singulares consta
sin controversia que se restringe por el poseído por todos. Pero yo sos
tengo que por ese complejo no se importa ninguna colección, pero es
importado por ésta: “el caballo común de todos corre”, o “de todos
común, el caballo corre”. Y entonces la diversa colocación de las pala
bras no produce ninguna diversidad de sentido. Y a la razón de ellos
respondo que, ya que ellos mismos consideran que verdaderamente la
confusa del antecedente es equipolente a una determinada respecto del
relativo, como aquí: “Todo él mismo es hombre” [“omnis ipsefnet est
hom o”], “su animal cualquier hombre ve” [“animal suum quilibet hom o
videt”], los sujetos en verdad están confusamente, aunque precedan a
la distribución, y, de otra manera, muchas veces lo hacen a causa de la
dependencia de uno con respecto al otro. Pero qué más verosímil, puesto
que la determinación restringe a lo determinable, y, por consiguiente,
de ella depende su suposición, y la determinada de lo determinable
es equipolente a la confusa, y debe resolverse antes que la determina
ción. Lo cual corroboro con doble argumento: lo determinable siempre
es restringido por su determinación; pero la restricción es coartación de
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 243
más (ya que en cierta forma decaen d éla oposición perfecta) se apartan
algo de esta exigencia. Luego es lícito que en la negativa de las contra
rias se suponga por muchos, o esté menos restringidamente. Y , aunque
en ella se trata de lo mismo, sin embargo, no es con respecto de lo
mismo. La razón principalísima de esta excepción es que esto ayuda a la
falsedad, en la cual convienen las contrarias, o, más bien, no hay ningún
inconveniente en que convengan. Pero en las subcontrarias, a la inversa,
la afirmativa puede tomarse por muchos. Porque eso edifica verdad.
Como “el hombre corre”, “cierto hombre no corre”. Donde en la afirma
tiva está por ambos sexos, y en el sujeto subrogado de la negativa está
sólo por los varones.
Se arguye contra las leyes. Éstas: “todo hombre es piedra”, “ningún
hombre es piedra” son contrarias y, sin embargo, se repugnan simul
táneamente en cuanto a la verdad y la falsedad, por cuanto que una
es imposible y la otra es necesaria. Además, éstas: “algún león es ca
ballo”, “algún león no es caballo” son subcontrarias, y no pueden
verificarse. La ley o naturaleza de las contrarias no es que siempre
ambas sean falsas ni la de las subcontrarias es que siempre sean ver
daderas, sino que las primeras se repugnen en cuanto a la verdad, no
en cuanto a la falsedad, esto es, que no haya ningún absurdo en fal
sificarlas a ambas. Pero las segundas han de repugnarse en la falsedad,
no en la verdad. Sin embargo, la ley no perpetúa ni prohíbe que sean
verdaderas. E n substancia, esto consiste en que ni aquéllas sean de cual
quier modo verdaderas, ni éstas falsas. Lo cual manifiestamente se
prueba. Muchas son contrarias y no se falsifican, como “todo hombre
es animal”, “ningún hombre es animal”, “toda blancura es cualidad”,
“ninguna blancura es cualidad”. E , igualmente, hay subcontrarias que
no pueden verificarse, como “el hombre es cielo”, “el hombre no es
cielo”. Y la semejanza de esto se encuentra en la naturaleza. Pues los
contrarios, aunque se den respecto del mismo sujeto, y se repelan mu
tuamente, cuando uno de ellos conviene por naturaleza al sujeto, es
necesario que siempre le sea inherente. Como el calor, aunque sea con
trariado por el frío, siempre inhiere al fuego; así también, cuando el pre
dicado conviene naturalmente, una de las contrarias será verdadera y la
otra falsa. Pero si por naturaleza también se excluye, una de las sub
contrarias será siempre falsa y la otra verdadera. Luego, ya que rara
mente pueden ser las contrarias falsas y las subcontrarias verdaderas, y
siempre aquéllas se repugnan en la verdad y éstas en la falsedad, es
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 245
LECCIÓN TERCERA
son los pertinentes por repugnancia, entre los que hay alguna oposición,
ciertamente la que se da entre las cosas designadas. Estos son de cuatro
clases: contradictorios, contrarios, privativos y relativos. Son contradic
torios aquellos en los que uno importa la negación explícita del otro,
cqmo “hombre” y “no hombre”, “león” y “no león”. Materia que, con
el conocimiento previo de la oposición de las proposiciones, es tanto
más fácil cuanto más simple. Son contrarios los que importan cualida
des completamente incompatibles en el mismo sujeto. Estos siempre
refieren accidentes, como se ha de constatar inductivamente. Pero los
accidentes siempre inhieren en un sujeto, a menos que, por un milagro,
se conserven sin substancia, como en el sacramento del altar. Luego, en
los accidentes que no pueden estar adheridos simultáneamente en el
mismo sujeto, esta incompatibilidad suya es signo eficaz de repugnancia.
Como la blancura y la negrura, lo par y lo impar, lo recto y lo oblicuo,
la enfermedad y la salud. Estos contrarios comportan de su parte (como
hemos dicho) algunas cualidades. Son privativos aquellos en los que uno
de ellos significa la privación del otro, como “ciego” y “vidente”, “muer
to” y “vivo”. Pero “ciego” y “muerto” no lo hacen, porque uno y otro
privan de cosas distintas, mientras que cada positivo se opone privativa
mente, lo cual tanto los filósofos como los teólogos llaman “hábito”. Se
oponen relativamente los que significan respectos opuestos, como “pa
dre” e “hijo”, “maestro” y “discípulo”, “creador” y “creatura”, “señor” y
“siervo”. Por tanto, ya que la naturaleza de todos éstos consiste en la re
pugnancia, preguntamos cuánto se repugnan. Y primeramente si repug
nan el verificarse o falsificarse los términos contradictorios respecto de
una misma cosa al modo como las proposiciones contradictorias lo hacen
en el ser verdaderas o falsas. Y se persuade de la parte afirmativa. Por
que la contradicción de las proposiciones se funda en la repugnancia
de los términos. Este principio es evidente, pues cualquier cosa es o
no es, (es decir) ser o no ser, lo cual constituye dos términos, o también:
es imposible afirmar o negar simultáneamente lo mismo con respecto
de lo mismo. E n contra de eso tenemos que estos términos: “ve” y
“no ve” se falsifican de lo mismo; como si se dice “Pedro y Pablo ven”,
“Pedro y Pablo no ven”; (digo) respecto del mismo sujeto complejo,
pues ambas son falsas en caso de que uno sea ciego y el otro vidente.
En segundo lugar, generalmente en las proposiciones contrarias dos
términos contradictorios se falsifican. Como “todo hombre es vidente”,
248 TOMAS DE MERCADO
C A PÍT U L O II
D E LAS EQUIPOLENCIAS
TEXTO
Se pasa a las equipolencias, sobre las cuales se dan las siguientes re
glas. Primera: si a algún signo universal o particular se le antepone
la negación, es equipolente a su contradictorio, como éstas son equi
polentes: “no todo hombre discute” y “algún hombre no discute”,
“todo hombre discute” y “no algún hombre no discute” . Segunda: si
a algún signo universal se pospone la negación, se hace equipolente a
su contrario, como éstas son equipolentes: “todo hombre no discute”
y “ningún hombre discute”, Tercera; si a algún signo universal o par
ticular se le antepone y pospone la negación, es equipolente a su subal
terno, como éstas son equipolentes: “no todo hombre no discute” y
“algún hombre discute”, “todo hombre discute” y “no algún hombre
no discute”. Y tales reglas se contienen en estos versos:
LECCIÓN ÚNICA
C A P IT U L O III
TEXTO
LEC C IÓ N ÚNICA
del predicado y del sujeto. Donde intuirás que esta conversión sólo
debe efectuarse cuando se observa y aparece manifiestamente la misma
suposición de los extremos en ambas. Pues en la universal negativa am
bos suponen distributivamente, y en las afirmativas particulares ambos
suponen determinadamente. Por lo cual, no se sigue ninguna diversi
dad de sentido en los extremos transmutados; pero, si es cópula de
tiempo extrínseco, que se conserve (como hace poco lo hemos insinua
do) la misma ampliación.
La conversión accidental es el cambio de los extremos variando sólo
la cantidad, como “toda blancura es color, luego color es la blancura”.
Y de qué manera se convierte la universal afirmativa y la negativa, la
primera necesariamente no se puede convertir de manera simple. Pues
si se distribuyera en la convertente el predicado (que en la convertida
supone confusamente), argumentaríamos de lo no distribuido a lo
distribuido. Después Pedro Hispano propone un verso con el que tales
conversiones, brevísimamente explicadas, se guarden en la memoria:
“Simpliciter feci convertitur eva per accidens”. Donde sólo se han de
notar las significaciones de las vocales. La “a” representa la universal
afirmativa. La “e” representa la universal negativa. La “i” representa la
particular afirmativa. Por tanto, “e” e “i” se convierten de manera sim
ple, “a” y “e” de manera accidental. E l autor añade una tercera especie
de conversión, que hasta ahora han usado los dialécticos y que nosotros,
dado el trabajo, la hemos quitado del texto y la hemos desechado de
nuestro comentario (y no es de extrañar, pues en primer lugar, no es
de ninguna utilidad ni uso; en segundo lugar, es de máxima obscuridad
y, en último lugar, a menudo es deficiente) a la que llaman conversión
por contraposición. A saber, cuando los términos finitos y positivos se
cambian en negativos e infinitos. Y es cosa muy perversa que los tér
minos de suyo claros, como son los positivos, se conviertan en tenebro
sos y casi ininteligibles, como son los infinitos y los negativos. Pero se
pregunta qué hay de lo que Aristóteles enseña a argumentar de la
afirmativa a la negativa y a la inversa, variando el predicado, a saber,
infinito y finito, como en “Pedro es no blanco, luego no es blanco”.
Se ha de responder que los griegos, ricos en mayor caudal de palabras,
abundan en varios modos de hablar. Uno de los cuales es por términos
infinitos, y tal vez por verbos infinitados; pero los latinos no usan
semejantes palabras. Y no es de admirar, pues las diversas naciones
tienen distintos modos de expresarse. Por eso, no es conveniente que
258 TOMÁS DE MERCADO
C A PIT U L O IV
D E LAS MODALES
TEXTO
LECCIÓN PRIMERA
signo. No porque del mismo modo se captan los términos, sino que,
por la posibilidad de la proposición, los que arguyen infieren de ma
nera posteriorística la verdad de la modal compuesta, pero en el an
tecedente no se expresa el sentido de la misma modal. Por lo
cual, consiguientemente los términos se toman formalmente por las
cosas significadas, y no materialmente por ellos mismos. Pero suponen
inmóvilmente, de manera que no sea lícito resolverlos de inmediato,
ni subsumir bajo ellos. E n lo cual también difieren, en segundo lu
gar, la compuesta y la dividida. Pues bajo ésta: “todo animal posi
blemente es hombre”, de inmediato puede practicarse el ascenso y el
descenso; como vale: “luego este animal posiblemente es hombre, y
así de cada uno”. Tam bién es lícito silogizar de esta manera: “todo
animal posiblemente es hombre; el león es animal; luego el león posi
blemente es hombre” . Pero en la compuesta de ninguna manera; como
“que todo animal sea hombre es posible; luego este animal es hombre,
a saber, que lo sea un caballo es posible, y así de cada uno”. Como
tampoco es ningún silogismo: “que todo ente sea Dios es posible;
y el leño es un ente; luego que el leño sea Dios es posible”. Pues
manifiestamente el antecedente es verdadero y el consecuente es
falso. La razón de la distinción es que en la dividida los términos
del sujeto suponen independientemente y se distribuyen completamente
y, así, pueden resolverse de manera inmediata como librados de un
vínculo; pero no así en la compuesta, sino dependientemente del modo.
Y por eso suponen confusamente, y se distribuyen dependientemente; y,
por consiguiente, no es lícito resolverlos hasta que se resuelva el
modo. Y resplandece esta dependencia de los términos en que éstos
son equivalentes: “que Pedro corra es contingente” y “contingente
mente Pedro corre”, asimismo “que todo ente sea Dios es posible” y
“posiblemente todo ente es Dios”, y, sin embargo, en éstas, en las
que el modo precede, los modos dependen de él y se distribuyen in
completamente; luego también en las anteriores. En segundo lugar,
en estas modales no se asevera tanto la cosa como el modo de la
cosa, por ejemplo, “que el león sea feroz es necesario”, no se afirma
tanto la ferocidad del león, cuanto la necesidad de que sea así. Luego
es igual que los términos dependan de la resolución del modo. Así, los
términos suponen formalmente, pero inmóvilmente en cuanto al as
censo. Esto es decir que la manera de probar este tipo de modal no
es la inducción, sino que la probación legítima acostumbrada hasta
LIBRO n i : DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 273
(com o se verá claro en los posteriores), a saber, que el oficio del cons
tructor es construir.
LECCIÓN SEGUNDA
(com o se verá claro en los posteriores), a saber, que el oficio del cons
tructor es construir.
LECCIÓN SEGUNDA
modo. La razón de esto es que, ya que los modos se siguen del sujeto
en cuanto al aspecto y al sentido, no efectúan sobre él sino la am
pliación. Por lo cual, es necesario que de otra manera sea distribuido
por otros signos. Por lo que hace a la suposición, ya en el exordio ase
veramos que se observan completamente las reglas constituidas en
el lib. II, a saber, que todos los términos que en el sentido preceden
al modo, supongan según la exigencia de sus signos, y se resuelvan
de todas las maneras en que sean resolubles. Como ésta: “todo sabio
posiblemente yerra” es universal, y por razón de la universalidad se
resuelve inmediatamente en sus singulares. Pero los términos que en
el sentido siguen al modo, observan también las mismas leyes, pero
todos suponen dependientemente del modo. Y esta dependencia con
siste en que no sea lícito tocarlos con la resolución hasta que el mo
do sea resuelto. Y la causa de esto es que los modos son o particu
laridades o universalidades sincategoremáticas, y por eso las voces que
los siguen estarán en orden a ellos, como acontece en todos los demás
signos sincategoremáticos y en las demás proposiciones. Como en
“todo hombre posiblemente es justo e injusto”, “todo animal nece
sariamente es todo sensible”, los predicados suponen en orden a los
modos. Y todo esto mira a que los jóvenes aprendan a probar esta clase
de proposiciones. Pues se prueban de dos maneras, a saber, o bien
por argumentación tomada de la naturaleza de la cosa, o (lo que es
lo mismo) a partir de la sentencia importada por la proposición; o
bien por la resolución de los términos. Como ésta: “todo hombre
contingentemente es blanco” puede probarse así: “ningún color en
particular es debido a la naturaleza del hombre, luego es contingente
que a todos les acaezca la blancura”. Pero si la prueba procede por
la resolución de los términos, se ha de resolver el sujeto en sus sin
gulares, pero las singulares por razón del modo se prueban por su
proposición de inherencia. Y llamamos “de inherencia” a la que antes
llamamos “oficiante” en las compuestas. Así, la proposición modal
dividida no se debe colocar en su proposición de inherencia hasta que
el sujeto sea resuelto. E n lo cual difiere de la compuesta, que, sean
cuales fueren los términos de los que se componga, se prueba inme
diatamente por la oficiante. Por lo cual, hay una modal dividida que
es inmediatamente reducible, a saber, aquella cuyo sujeto ya ha sido
resuelto. Y otra no es inmediatamente reducible, a saber, la que por
razón del sujeto aún no está resuelta. Pero se pregunta si no será
LIBRO III: DE LAS OPOSICIONES, LAS CONVERSIONES Y . . . 285
bién se hacen otras cosas que, una vez hechas, son necesarias, cuyo
acontecer era contingente. Ese axioma parece nacido del error de Aris
tóteles, quien consideraba que todo lo incorruptible era eterno, y todo
lo generable corruptible, a saber, que nunca había comenzado; pero
muchas cosas comienzan a ser y, una vez comenzadas, no acaban. Y mu
chas tienen principio y nunca tendrán fin. Es semejante el que los
que definen lo necesario establecen que lo necesario es aquello que
siempre es, aunque no importe el que siempre haya sido, sino que basta
con que siempre será. Además, hay muchos grados de necesidad, y
discutirlos aquí sería transgredir los términos y límites de la facultad.
Por tanto, no es necesario defender la regla, sino que se sostenga la
naturaleza y la significación de los modos. Y , ya que estos modos signi
fican la posibilidad, la imposibilidad y la necesidad de las cosas, y estas
cualidades se juzgan de una manera en ellas según el curso de la natu
raleza, y de otra manera según la omnipotencia de Dios, el discurso
y el sentido en las diversas facultades y disciplinas es muy distinto y
variado sobre tales aseveraciones. Pues lo que el filósofo juzga nece
sario, el teólogo lo asevera con verdad contingente y, al contrario, lo
que el teólogo reputa infalible, el físico lo juzga contingente. Y no es
de extrañar, pues siguen medidas diferentes. En filosofía, el movi
miento del cielo es necesario, de manera que no puede estar quieto.
Así, el filósofo lo enuncia absoluta y verdaderamente. Porque en la
naturaleza de las cosas (que él escruta) no hay ninguna potestad que
impida el movimiento del cielo. E l teólogo, sin contradecir esto, asevera,
sin embargo, que sobrenaturalmente ese movimiento se puede interrum
pir y cohibir. Además, que el Anticristo nacerá, el físico dice que es
meramente contingente; el teólogo, advertido sobrenaturalmente de su
nacimiento por el profeta —y esta profecía no puede fallar o falsifi
carse—, según esta consideración dice que necesariamente nacerá. Así,
de las modales que importan la posibilidad y la necesidad de las cosas,
podemos hablar doblemente, a saber, filosófica y teológicamente. Pero
qué sea posible o qué imposible para Dios omnipotente, le es propio
enseñarlo a la facultad de teología. Y por eso, según mi sentencia, no
conviene que los dialécticos adopten este método, de manera que
juzguen las proposiciones promiscuamente según ambos sentidos. Deben
contentarse si conocen que algo sea naturalmente posible. Y no se les
oculte qué generalmente todos aceptan que Dios, óptimo máximo, y
autor de la naturaleza, puede actuar sobre el orden y las leyes de la
292 TOMÁS DE MERCADO
C A P IT U L O I
TEXTO
LE C C IÓ N ÚNICA
C A PÍT U L O II
DE LA S CONDICIONALES
TEXTO
LEC C IÓ N ÚNICA
sario. Juzgo que acerca de estas reglas se debe considerar que cuando
se asevera que lo necesario infiere lo necesario y que lo imposible se
sigue sólo de lo imposible, no se entiende que cualquiera lo hace a
partir de cualquiera. Como no de cualquier falsa se sigue esta falsa:
“Pedro no es blanco”; basta con que una infiera a otra u otras dos que
sean compatibles con su materia. Como ésta: “todo animal necesaria
mente es hombre”, que es imposible, inferirá ésta: “el caballo necesa
riamente es hombre” y otras semejantes. Pero de ningún modo pro
ducirá ésta: “la quimera es piedra”. Así, una proposición verdadera
infiere otra verdadera, pero no todas las verdaderas; una falsa se infiere
de otra falsa unida a ella con algún nexo, y no de cualquier falsa; una
imposible originará dos o tres semejantes, pero no todas las imposibles.
Por lo cual, no filosofan correctamente los que opinan que de una
proposición imposible se sigue cualquiera, a saber, cualquier verdadera,
cualquier imposible, cualquier necesaria. Pero confirman esta opinión
con dos argumentos. E l primero: que es buena consecuencia aquella
en la cual no puede darse un antecedente verdadero y un consecuente
falso; pero si el antecedente es imposible, no podrá verificarse; así,
toda consecuencia con antecedente imposible es buena, en cuanto que
no puede instarse a ella. Com o “la quimera corre, luego el hombre es
animal racional”. Y (d icen), si te parece mala, insta. Consiguientemente
también opinan que es buena la ilación siempre que el antecedente
contiene necesidad. Porque entonces no se falsificará. E l segundo: mez
clando los lugares argumentativos, deducen su intento. ¿Qué cosa más
disparatada y alejada de ésta: “el vacío se da en la naturaleza de las
cosas” que ésta: “el león es capaz de rugir”? Y , sin embargo, se infiere
así: Supuesta la primera, entonces se da un espacio no repleto en el
cuerpo, o el león es capaz de rugir (procediendo de una parte de la
disyuntiva a toda ella), pero no se da un espacio no repleto; luego
el león es capaz de rugir. D e modo que con razón te admirarás de
que varones tan graves aduzcan y queden persuadidos por razones tan
débiles en una cosa tan adversa a la razón. E n primer lugar, para una
buena ilación no es suficiente que el antecedente no pueda ser verda
dero sin el consecuente, si esto le acontece al consecuente, separado
del antecedente, por otras causas; a saber, porque él mismo es de suyo
necesario, o el antecedente es imposible. Más bien, conviene que la
posición del consecuente se haga porque la cosa es tal como es signi
ficada por el antecedente; para que con este vínculo ambas partes
se unan. De modo que, así como la proposición es verdadera porque
312 TOMAS DE MERCADO
que es risible; pero ella no hace que el hombre sea risible, sino que más
bien se ríe porque es risible. He aquí que la admiración es la causa del
ser. de la risibilidad, y la risa es la causa del conocer de la misma. Pero
el antecedente, en cualquier argumentación eficaz, no es universalmente
la causa del ser del consecuente. Pues no es necesario que siempre se
argumente a partir de las causas: muchas veces argumentamos a partir
de los efectos, como en “el fuego calienta, luego es capaz de calentar”.
Sin embargo, siempre es la causa del conocimiento del consecuente.
Luego respondemos que lo falso no puede ser la causa del ser de lo
verdadero pero puede ser la causa del conocer del mismo, y lo imposible
ayudará a conocer lo necesario. Por lo cual, ya que se admite que todas
las reglas son subsiguientes de la primera (como fue evidente), con
la solución de esta objeción se entienden mejor todas las demás.
Contra la quinta regla se arguye: es válido “el hombre es animal,
luego el animal es hombre”, por conversión simple; y, sin embargo, el
antecedente es necesario y el consecuente es contingente. Pues al ani
mal no le conviene esencialmente el ser hombre, sino accidentalmente;
ya que, si fuera su naturaleza, dondequiera el animal sería hombre. Res
póndase a este argumento que no se sigue si la cópula del antecedente
se absuelve [del tiempo]. Pues se dará un antecedente verdadero y un
consecuente falso, en caso de que no viva ningún hombre. Y , si no se
absuelve, la conversión ciertamente es legítima, pero el antecedente
no es necesario.
Contra la sexta regla se arguye: se sigue bien “todo animal es hom
bre, todo león es animal, luego todo león es hombre”; el consecuente
es imposible, pero el antecedente es posible. Pues una parte es nece
saria y la otra es contingente, lo cual nada ayuda a la imposibilidad;
luego la regla es falaz. Acerca de este argumento nótese que no se
pueden medir con la misma balanza la categórica imposible y la hipo
tética copulativa. Pues la primera es imposible cuando significa una
cosa imposible, pero la imposibilidad de la copulativa no se da sólo
según la cosa importada por las partes, sino también según la compo
sibilidad de ambas. Y muchas veces acontece que una categórica cual
quiera sea posible y las dos sean repugnantes. Como en “Pedro corre” y
“Pedro no corre” : cualquiera de ellas, tomada separadamente, es con
tingente; pero, tomadas simultáneamente, el todo es imposible, porque
las partes son incomposibles. Pero el antecedente es hipotético, y,
aunque se profieran disyuntivamente, se trata de una copulativa. Pues
la mayor y la menor se unen de esta manera. Por lo cual ocurre que
LIBRO iv : DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 315
C A PIT U L O I II
D E LA S COPULATIVAS
TEXTO
LECCIÓN PRIMERA
lidades de las partes. Luego, ya que conviene que las partes sean ver
daderas o falsas, de manera que sean semejantes, si las partes no son
capaces de verdad o falsedad, toda ella no será ni verdadera: ni falsa,
y, por consiguiente, tampoco será proposición.
En éstas, la primera dificultad —aunque no frecuente^- es conocer
cuál es copulativa y cuál es condicional. Pues a veces se mezclan tan
compleja y confusamente que no resulta fácil para cualquiera, sin
una distinción, saber cuál es la copulativa. Como en: “si Pedro discu
tiera, sería docto, y si Juan siguiera la carrera militar, sería un jefe
prudentísimo”. Y aquí: “si Sócrates camina, Sócrates se mueve, y
Sócrates no reposa”. Luego en estas tales hay la siguiente regla cierta:
Y a que las proposiciones existen por la cópula y de ella reciben la
denominación, la cópula principal denomina al todo. Cuando el “si”
es el más importante, hace una condicional; el “y”, una copulativa; el
“o”, una disyuntiva. Y cuándo uno de ellos es el principal, hay que
colegirlo por el sentido. D e las mencionadas, ciertamente la priniera
es una copulativa, cuyas partes son dos condicionales; la segunda es
una condicional, una de cuyas partes es copulativa. También ésta:
“Juan camina o Juan reposa, y Miguel camina por el campó ó está
enfermo en casa” ciertamente es una copulativa que consta de dos
disyuntivas.
La segunda dificultad reside en la cualidad, y ella, como frecuente
mente hemos advertido, se juzga en éstas según la cópula hipotética.
Si ella se afirma, aunque se nieguen las partes verbales, será afirma
tiva, como en: “el león no es piedra y el elefante no es pez” . Pero, si
se niega, por más que las partes se afirmen, será negativa. Por otra
parte, ya expresamos que no puede ser tocada sino por la negación
adverbial. Pero argüirás: ésta: “ni Tomás habla, ni M artín se levanta”
parece negativa sin negación de la cópula; más aún, no aparece ahí
ninguna y, si apareciera, no se negaría, ya que cada una de las nega
ciones se restringe a su categórica. Respóndase que el “ni” tiene una
virtud especial, la de copular negando, lo cual se deduce claramente
de esa oración. Pues el sentido es: Tomás no habla y M artín no se
levanta. Más aún, esta partícula denota también que igualmente se ha
de negar la proposición inmediatamente subsiguiente, como lo apren
demos, del uso frecuente.
La tercera dificultad versa sobre la verdad, la falsedad y las demás
cualidades que parcialmente se tocan en el texto. Y , para entenderlo
más fácilmente, sea éste el fundamento: que la afirmativa pone y ase
LIBRO IV: DE LAS HIPOTÉTICAS Y LAS EXPONIBLES 317
o si una es falsa, toda ella será tal, aun cuando la otra parte sea
necesaria o verdadera. Y esto se entiende de la copulativa afirmativa.
Pues la copulativa negativa es equivalente a una disyuntiva. En efecto,
sólo en ella la parte más débil infecciona a toda desde su foco. Pero, si
es una disyuntiva, se sigue la parte más fuerte. Si una parte es nece
saria, si una verdadera, o si una es posible, toda ella es necesaria,
verdadera o posible.
Los lugares argumentativos en esta materia son tres. E l primero:
De toda la copulativa afirmativa, a cualquiera de sus partes, correc
tamente se concluye; pero al contrario de ninguna manera. La razón
de ambas cosas es que, si el antecedente es verdadero, y lo es toda
ella, ambas partes serán verdaderas; así el consecuente no podrá ser
falso. Pero, si una parte es verdadera, no por ello el todo es verdadero.
Así, argumentando de la parte al todo, sin ninguna dificultad recibirá
objeciones. E l segundo: D e la copulativa afirmativa a la disyuntiva
compuesta de las mismas partes, se sigue bien; porque “o” se subalterna
a “y” . E l tercero es: D e la copulativa negativa, a la disyuntiva afirma
tiva que consta de las partes contradictorias, vale.
E n estas copulativas la oposición contradictoria se constituye por la
anteposición de la negación. Como “el caballo con e y él león está
sentado” y “no: el caballo cone y el león está sentado”, y por una
disyuntiva formada por las partes contradictorias. Por ejemplo, a la
antes mencionada la contradice ésta: “ningún caballo con e o ningún
león está sentado” . Pero el “o”, como particularidad, se opone a la
anterior más bien por reglas que han establecido los dialécticos. Sin
embargo, tienes esta duda: éstas dos son de la misma cualidad, ¿luego
no se oponen? Respóndase que en éstas, para saber cuándo una es la
disyuntiva de la contradicción y la otra copulativa, no se atiende a
la cualidad. Pero entonces surge una grave discusión: si la negación
puesta al frente de la copulativa distribuye los términos de las partes.
Se argumenta aquí a favor de la parte afirmativa. Esas dos: la copu
lativa negativa y la disyuntiva afirmativa son equipolentes, luego los
términos se distribuyen del mismo modo. E l antecedente se prueba
por la autoridad de Aristóteles, quien dice que una es contradictoria
de la otra, aunque en las demás oposiciones muchas cosas puedan
oponerse a una. Y la razón es que la contradictoria es la máxima
oposición y, por eso, la extrema. Pero sólo un extremo contradice a
otro extremo. Luego, si esas dos contradicen a la copulativa afirma
tiva, tendrán la misma oposición, o, más bien, serán equipolentes. Se
LIBRO iv: DE LAS HIPOTETICAS Y LAS EXPONIBLES 319
LECCIÓN SEGUNDA
C A P IT U L O IV
DE LAS DISYUNTIVAS
TEXTO
LECCIÓN ÚNICA
C A PÍT U L O V
D E LAS EXCLUSIVAS
LECCIÓN ÚNICA
luz de la doctrina, observe mucho este útilísimo aviso: que nos absten
dremos deliberadamente de la recitación y confutación de muchí
simas opiniones (con las cuales ciertamente como con numerosos
meandros se obstaculiza la verdad). N o sea que mientras m e perturbo
con falsas opiniones, m e envuelva en el mismo caos de tinieblas. Por
lo cual, para escapar de ello, me es necesaria aquella M ente de la que
Ovidio dijo que con el cielo corta las tierras y con las tierras las ondas.
Pues sucede que mientras nos debatimos con argumentos lanzados a
diestra y siniestra, al modo como se expresan con la reflexión del rayo
y aumenta el calor, y así a veces crecen y aumentan también las
dificultades de la disciplina.
La primera especie de exponible, en cuanto más fácil de conocer,
es la de las exclusivas, a saber, aquella que por razón del “sólo”, “úni
camente” y otras dicciones semejantes que importan exclusión, vuelven
obscuro el sentido; pero tal dicción puede afectar al sujeto, a la cópula,
y al predicado. Añadida al sujeto, se llama proposición exclusiva.
Aplicada a la cópula, de cópula exclusiva. Si al predicado, de extremo
excluido. Y la razón de todas es la misma, a saber, que cuando importa
la exclusión puesta al principio, se extiende a y recae sobre toda la
oración, y por eso la denomina a toda ella, como “sólo el animal es
hombre”. Si afecta a la cópula, como “Pedro sólo fue blanco”, excluye
las demás diferencias de tiempo. Sobre las cuales disertaremos en el
mismo orden en que fueron referidas. Acerca de la primera, adviértase
que “sólo” excluye en cuanto la proposición o el término subsiguiente
postula ciertamente varias cosas según la diversidad de la materia de
la oración, doctrina muy cómoda, aun para las de extremo excluido.
Por ejemplo: “sólo los polos son inmóviles”, aquí el discurso versa
sobre los astros y se excluyen de la inmovilidad los demás astros.
Aquí: “sólo Dios es infinito”, se trata d é la universalidad de las cosas,
y se remueve de cualquiera de las demás cosas la infinitud y la inmen
sidad de la perfección. Aquí: “Pedro es sólo blanco”, la materia de
la que se trata son los colores, y todos se remueven de Pedro excep
to la blancura. Y así lo verificarás en todas. E n segundo lugar, advierte
que la misma exclusión es cierto género impuro de negación, mixto
de afirmación. Como en ésta: “sólo el león es capaz de rugir”, se
envuelven al mismo tiempo afirmación y negación. A saber, que el
león es capaz de rugir y ninguna otra cosa distinta del león es capaz
de rugir. Pero, ya que principalmente se intenta la afirmación, y la
negación no está expresa, sino equivalente, la proposición no se deno
LIBRO IV: DE LAS HIPOTÉTICAS Y LAS EXPONIBLES 331
sólo blanco”, no hace falta discutir con muchas cosas de qué manera
se explican, porque su sentido es evidentísimo. Y, si alguna vez .necesi
taran exposición, de la misma significación, sin ningún esfuerzo y
sin polvo, se obtiene .la exposición. E n efecto, el “sólo” excluye del
predicado todo lo distinto pero de un mismo género. Por ejemplo, el
sentido de la anterior es que el hombre, de entre los colores, sólo
tiene la blancura. E l de ésta: “los polos son sólo dos”, que no son más
ni menos que dos. Se excluye todo otro número. Y si el mencionado
extremo se niega con un signo, como en “Pedro no es sólo teólogo”,
se expone disyuntivamente: “Pedro no es teólogo, o tiene alguna otra
ciencia además de la teología” . Pues, ya que la negación niega todo
lo que la aserción afirmaba, si esta afirmativa “es sólo teólogo” afirma
ambas cosas, a saber, que es teólogo y no más, faltando cualquiera
de estas cosas, podrá decirse verdaderamente “no es sólo teólogo”.
Y , así, tal será verdadera, o porque no es teólogo, o porque junto con
la teología ha adquirido o alcanzado otra facultad. Pero sólo hay que
considerar aquí principalmente dos cosas. E n primer lugar, que el
signo exclusivo añadido a algún término no excluye aquellas cosas
que se incluyen en el término o necesariamente se presuponen. Como
“el hombre es sólo animal racional”, no por eso no es viviente, subs
tancia y ente. Porque estas cosas se contienen en animal como lo
superior en su inferior. N i se quita el que sea discursivo, disciplinable
y risible, porque fluyen necesariamente de ese predicado. E n segundo
lugar, considérese que no es lícito ascender ni descender bajo la exclu
siva, pues en cuanto a esto los términos isuponen inmóvilmente.
Como “sólo el hombre es racional, luego sólo este hombre es racional”;
por lo cual Santo Tomás, en el lugar mencionado, dice que no se
sigue: “sólo Dios crea, luego sólo el Padre” . Porque, como dicen los
sofistas, la dicción exclusiva inmoviliza al término al que se allega,
de modo que no pueda efectuarse bajo él el descenso respecto de
algún supuesto suyo. E n efecto, no se sigue: “sólo el hombre es animal
racional, luego sólo Socrates”. Porque, en cuanto a ella, argüimos
virtualmente de la confusa a la determinada. Además, de lo único a
lo múltiple. Y , por parte de las exponentes, se cometen muchas faltas,
como resulta patente al que lo explore. Pero en las de término excluso
bien se puede, si alguien lo quisiere, resolver el extremo distinto del
excluso. Porque ése permanece intacto. E n el supuesto de que siempre
será el predicado. Porque, si es sujeto, la proposición se considera
exclusiva. Como “el hombre es sólo blanco, luego ese hombre es sólo
340 TOMÁS DE MERCADO
C A P IT U L O V I
DE LAS EXCEPTIVAS
TEXTO
LECCIÓN ÚNICA
C A P IT U L O V I I :
D E LAS REDUPLICATIVAS Y A P E L A N T ES
TEXTO
LE C C IÓ N P R IM E R A
LECCIÓN SEGUNDA
LECCIÓN TERCERA
éstas: “el hombre comienza a ser” o “el león deja de ser feroz” . Tam
bién las proposiciones de “difiere”, y las de comparativo. Como “Pedro
difiere de Pablo”, “la substancia y la cantidad difieren en género”.
Pues el sentido de éstas tiene mucho de doctrina y también de obs
curidad. Con las cuales llenan un tratado tan vasto y tan árido, que
ya se celebra como proverbio entre los dialécticos: “el libro cuarto, el
de las exponibles, es casi inexponible e ininteligible”. Pues introducen
tantas reglas y definiciones, que derrumban el volumen con su mismo
peso, siendo que sería mejor, para elaborarlo, conservar en gran manera
tales documentos y tal forma de exponer, que con su perspicacia y
facilidad huyeran las tinieblas de las exponibles. Y o mismo consideré
que escribiría con ese ánimo, y templé el estilo para cortar lo extraño
y vacío, y, con la interpretación de las. inútiles, dejar todas las cosas
que aprovechan mucho y a nadie pueden entorpecer. Por lo cual,
dejando que de otra manera sean discutidas esas materias en sus luga
res propios, resultarán de mucha utilidad a los varones estudiosos,
y las he relegado de la presente especulación, en cuanto que siempre
las he juzgado como ajenas a este lugar. Pues he estimado que interesan
a los dialécticos las exposiciones de aquellas proposiciones que son
obscuras por razón de la significación de alguna dicción (como las
precedentes), y no las de aquellas que lo son sólo por razón de la
naturaleza de la cosa significada. Ésta: “el hombre, en cuanto racional,
es risible”, con justo mérito es tomada para ser explicada por aquellos
que tratamos de las voces en cuanto expresan el juicio de la mente
y componen las oraciones. Porque la dicción “en cuanto” es de signifi
cación muy escondida. Pero, cuando la dificultad no surge de la dic
ción sino de la cosa significada, de ninguna manera concierne a los
dialécticos esclarecer tales sentidos. Porque no les compete hacer el
discurso de las cosas sublimes, sino el de las palabras. Además, si, para
que se nos exija su explicación, es suficiente que sean obscuras, no
hay razón por la cual no se hayan de exponer en el lib. IV todos los
artículos de la fe; en cuanto son muy obscuros y arcanos, de modo
que después de muchas preguntas apenas se entenderían. Pues, ¿cuáles
necesitan de exposición con mayor razón que éstas: “Dios es trino y
uno”, “Cristo es Dios y hombre”, “María es madre y al mismo tiempo
virgen”, “Dios sacó todas las cosas de la nada”? Más aún, todas las
proposiciones ambiguas de todas las disciplinas, sobre las que se contro
vierte mucho entre los eruditos, de las cuales hay en cada ciencia gran
número y abundancia, tendrían que ser explicadas aquí; y nada habría,
LIBRO iv : DE LAS HIPOTÉTICAS Y LAS EXPONIBLES 367
C A P IT U L O I
TEXTO
LECCIÓN PRIMERA
bien me parece que estas partes están divididas con ingenio, de modo
que la argumentación sea la principal. E n sus compilaciones, Pedro
Hispano abrazó a la lógica los demás miembros que hasta entonces
se habían dejado de lado. Y (a mi juicio) me pareció que, por el
movimiento, lo había hecho con óptima razón. Pues propinó lo más
apto o cómodo a los jóvenes de todas las doctrinas dialécticas, que
consiste principalmente en los vocablos, y dejó la contemplación de
las cosas que (con argumento demasiado difícil) sería máximamente
separado y abstracto. Y ciertamente, de entre todos los modos, la
argumentación depende menos del tratamiento y pericia de las cosas,
en cuanto forma pura y composición artificiosa de vocablos. En cam
bio, la definición y la división atañen mucho a la naturaleza de las
cosas, a saber, al género, la especie, la diferencia y a todo el opúsculo
de los Predicables y los Predicamentos. Lo cual Porfirio insinúa como
fruto de su trabajo. El tratado es útil (dice) para construir definicio
nes, para hacer divisiones, en cuanto trata del género y la diferencia,
del inmediato y no del mediato; y esforzarse por conseguir esto sin
los predicables y los predicamentos, es (como dicen) arar en la playa
y sembrar los vientos. Pues bien, la naturaleza del silogismo es tan
remota del conocimiento de las cosas que, así como se percibe y des
cubre el suave concierto y la armonía sin la significación del canto,
así él, aun ignorando las cosas importadas, óptimamente se entiende.
Pedro Hispano prudentemente siguió este método de enseñanza y en
sus resoluciones enseñó las cosas que venían muy al caso para expresar
la naturaleza del argumento. Y (como es justo) nosotros lo hemos
imitado en nuestros comentarios, explicando sólo las reglas y preceptos
del argumentar, dejando de lado en la lógica las demás cosas que
concernían a las definiciones y a las divisiones. Constituyendo desde
el principio este objetivo, creo que se hará aprecio de la obra si refiero,
para que se considere, lo que hasta ahora he andado, a fin de que
con paso más fácil avancemos a las cosas que en este último libro
quedan por dilucidar. Y a que la argumentación está compuesta pri
mero de términos y próximamente de proposiciones, fue conveniente
discutir ante todo estas cosas. Lo cual (si no estoy equivocado) absol
vimos en los libros I y II. E n el I II y el IV nos detuvimos en algunas
reglas para conocer la verdad y la falsedad. En efecto, el tratado de
la oposición, la conversión y las equipolencias mira a que seamos
llevados más fácilmente a la verdad de cualquier proposición presen
tada, o por la opuesta, o por la convertente, o por la equipolente. Y,
LIBRO V : DEL SILOGISMO 373
para que no se deje, fuera nada de lo que nos importa conocer, aclara
mos el sentido y la comprensión de las modales y las exponibles, a
fin de que no fuera tan abstrusa la sentencia de ninguna proposición
que no estuviera al alcance del dialéctico y le fuera clara. Habiendo
recorrido estas cosas (como lo he juzgado más adecuado), queda que
pasemos a tratar sobre la definición de la argumentación y sus partes.
Tampoco me faltó definir el argumento en el lib. II. Pues convenía
que los dialécticos no permanecieran ayunos de esa materia hasta este
momento. Porque habrían de argumentar de un principio necesario a
ambas partes, Pero ahora, como bebiendo en su propia fuente, agota
remos más ricamente el asunto. Así, pues, el argumento (si inspec
cionamos la etimología del nombre) es un invento artificioso o una
disposición ingeniosa inventada para concluir algo. Por ejemplo, si
persuades a un padre furioso de que no declare desheredado a su hijo,
piensas como un hilo la razón con la que lo detienes, a saber, el amor
de los padres para con los hijos y el esfuerzo común natural de acumu
lar bienes para ellos, además, el deseo de dejar al sucesor sobreviviente
no sólo semejante a sí o igual, sino, cuanto se pueda, más honorable.
Congregas estas cosas, pero, tal como se encuentran antes que se dis
pongan por el arte y el ingenio, son deformes y deplorables, como
materiales juntos en acervo y cúmulo. Por lo cual, distan tanto el
razonar sin dialéctica y el discurrir con dicho arte, cuanto dista de los
materiales la coherencia y el que estén dispuestos en paredes y techo.
Luego, a partir de esas cosas, la dialéctica enseña con qué forma y
método fundamentes las razones graves y eficaces para persuadir. Como
“todo padre, impulsado por la naturaleza, reúne riquezas para los hijos,
para que puedan vivir después de la muerte de éste; por lo cual, juzga
rás contrario a la naturaleza el defraudar al hijo de tu substancia” .
Pero, ya que el argumento encierra dos cosas, a saber, su materia y
el orden o disposición de las cosas con las que se arregla la primera,
sólo nos interesa enseñar a los jóvenes la forma con la que después
sabiamente versen sobre toda la doctrina de la filosofía.
Así, pues, la argumentación es la oración en la que de una cosa se
infiere otra. Por lo cual, ya no se toma sólo como la razón para llegar
a una conclusión, razón que suele llamarse “antecedente”, sino como
el agregado de ambas partes. Y la argumentación se distribuye en cua
tro especies: ejemplo, entimema, inducción y silogismo. Aunque la
división no es del todo unívoca, ni cada uno participa igualmente
de la naturaleza de lo dividido. E n primer lugar, con el ejemplo se
374 TOMÁS DE MERCADO
lícito añadir algo al medio en una premisa y qué hay que hacer con
ese añadido.
E n segundo lugar, los oradores asignan cinco partes al silogismo, a
saber, la proposición, la prueba de la proposición, la asunción, la prueba
de la asunción y la conclusión; ¿cómo, entonces, hemos opinado que
sólo son tres las partes del silogismo? Pero no debe admirar que los
que profesan cosas diversas, más aún, opuestas,· enseñen preceptos diver
sos. Pero es tan propio de los oradores dilatar la oración con palabras
y sentencias como propio de nosotros concluir sencillamente. Además,
tocando nosotros la cosa más formal y verdaderamente, no llamamos
partes del silogismo a las pruebas de las partes, las cuales, quitadas de
esas cinco, sólo parecen quedar nuestras tres. Pero tal adopción distinta
de las partes proviene del diferente estilo de proceder. Pues aquellos a
quienes pertenece el extender facundamente la oración cuanto pudieren,
profieren primero la mayor, a la que corroboran con ese gran aparato
de palabras; después emiten la menor, y la fortalecen con muchas cosas;
y, después de una larga peroración y período, añadiendo de nuevo
muchas cosas, concluyen. Pero los dialécticos proponen de inmediato
un silogismo íntegro; después, si alguna parte pide probación, repitién
dola la prueban. Lo cual se hace, a mi juicio, porque los oradores,
tratando de cosas singulares y contingentes, usan en el .discurso razones
dudosas, muchas veces sospechosas, nunca más allá de lo aparente.
Por eso tienen necesidad, una vez prevista la respuesta, de confirmar,
no sea que, si se profiere un raciocinio desnudo, parezca del todo frío.
Pero los hombres filósofos las más de las veces adoptan razones tales
que se mantengan por sus propias fuerzas.
LECCIÓN SEGUNDA
Éstas son las partes materiales del silogismo, y una vez conocida, fácil
mente resulta clara la definición, a saber: es la consecuencia formal
en la que, puestas y concedidas ciertas cosas, es necesario que acontezca
algo por aquellas cosas que han sido puestas. Pero dirás que esta defini
ción igualmente conviene a la inducción y a los demás modos de
argumentar, en los cuales, dado un antecedente, se sigue también la
conclusión. Además, ¿qué necesidad hay de que se concedan las cosas
puestas en el antecedente, para que se diga en la definición “puestas
y concedidas”? ¿acaso, si no se admiten inmediatamente, no valdrá
LIBRO V: DEL SILOGISMO 381
consecuencia sólo se concluyen, fuera del medio, todas las cosas que
estaban en el antecedente. Por lo cual, necesariamente las extremi
dades serán extremos totales, tanto en el antecedente como en el
consecuente, a menos que hubiera algún añadido en el medio, lo cual
se estructura cambiadas las veces y con cierta razón de las extremi
dades en la conclusión. Por tanto, esta contextura de las partes, esta
mutua coherencia y coligación de todos los términos es la admirable
e ingeniosa composición del silogismo. A saber, la misma disposición
artificiosa de tres términos y de otras tantas proposiciones. Así tene
mos cuál es la materia próxima y remota del silogismo, cuál es su
forma y cuál es su definición.
C A P IT U L O II
TEXTO
LECCIÓN ÚNICA
C A P IT U L O III
D E LA P R IM E R A FIGURA
TEXTO
LECCIÓN ÚNICA
C A PIT U L O IV
D E LA SEGUNDA FIGURA
TEXTO
LECCIÓN ÚNICA
C A P IT U L O V
D E LA T E R C E R A FIG U R A
TEXTO
LECCIÓN ÚNICA
C A P ÍT U L O V I
TEXTO
LE C C IÓ N P R IM E R A
Luego, ya que nada puede ser, no digo más verdadero, sino ni si
quiera más evidente y claro que estos principios, resulta patente que
son una norma aptísima con la que, como fortaleza y cárcel, se fortifi
can y rodean los perfectos, cuya fuerza y aplomo es la defensa de los
imperfectos, pues que los imperfectos se reducen a los perfectos y son
probados por ellos. Y , en cuanto a la manera como esto se hace, aclara
el texto que por la significación de las letras de los nombres. Ya expli
camos la significación de sus vocales. Ahora de nuevo se ha de advertir
que los cuatro primeros modos comienzan siempre con una de las
cuatro primeras consonantes del alfabeto: “B ”, “C ”, “D ”, “F ”, con
las cuales también comienzan los nombres de todos los modos de cual
quier figura. Por lo cual, el primer documento en esta parte es que
todos los otros modos se pasan a estos cuatro, cada uno a aquel de
los primeros con el que tenga en común la letra inicial. A Barbara lo
hacen Baralipton, Baroco y Bocardo. A Celarent son llevados Celantes,
Cesare y Cnmestres. A Darii vienen D abitis, Darapti, Disamis y Datisi.
A Ferio se pasan Fapesm o, Fúsesomorum, Festino, Felapton y Ferison.
Hasta aquí parece concluido el negocio. Hay dificultad en el modo
y arte de reducir, pero entendida la significación de las letras, es muy
fácil. Por dos caminos se reducen, a saber, o por conversión o por
lo imposible. Y hay cuatro letras que significan todos los preceptos
de este arte, a saber: “S ”, “P ”, “M ”, “C ”. La “S” significa que la
proposición representada por la vocal precedente debe ser convertida
de modo simple. Por ejemplo, en Frisesomorum, tanto· la mayor como
la menor se convierten de manera simple. La “P ”, en cambio, que se
convierte por accidente. La “M ”, que en la reducción se conmuten
las premisas, de modo que la mayor (digo) se haga la menor y, a la
inversa, la menor se haga la mayor. La “C ” no inicial ordena que ese
modo no se reduzca por conversión de las proposiciones, sino por lo
imposible. Luego en estos nombres de los modos sólo las tres primeras
vocales, todas las consonantes iniciales (que sólo son cuatro) y estas
intermedias: “C ”, “M ”, “P ” y “S”, tienen significación; todas las demás,
tanto letras como sílabas, fueron puestas por gracia de la composición.
D e estas significaciones, “ A ” , “B ” y “F ” ultimadamente inhieren a
la memoria por el uso y el ejercicio. Pues las primeras, en cuanto más
célebres, se insinúan ahí con el ánimo de una representación más
ilustre. Por tanto, pasando al ejercicio de estas cosas, Celantes y Da
bitis son tan semejantes a los perfectos Celarent y Darii, que, con las
premisas intactas, por la sola conversión simple del consecuente, se
404 TOMÁS DE MERCADO
LECCIÓN SEGUNDA
cuya fuerza y vigor dimana del solo concurso de los términos. Así
se disciernen completamente y desde la raíz la consecuencia formal
y la materia. A saber, de modo que ésta se sostenga sólo en virtud
de la materia y aquélla de la forma; ésta por razón de las cosas sig
nificadas, aquélla por razón de los términos significantes. Establecido
lo cual, se responde con tres conclusiones. La primera es que con
derecho entre los dialécticos se han considerado hasta ahora como con
secuencias materiales aquellas en las que, aun cuando patentemente se
comete un defecto lógico, una cosa se deduce de la otra. Com o “el
hombre es risible, luego todo hombre es risible”, que pasa de lo no
distribuido a lo distribuido. Pero hay que considerar sobremanera en
este asunto que, para que la consecuencia sea material, no basta que
el antecedente y el consecuente sean verdaderos, o el antecedente im
posible, o el consecuente necesario, de modo que se vuelva objetable,
sino que sea igual la materia de ambas partes, de cuya conexión dimana
el consecuente a partir del antecedente. D e otra manera, si la materia
es diversa, como en los disparatados, no diremos con verdad que se
sostiene la consecuencia por gracia de la materia. Como ésta: “el
hombre es racional, luego el sol es mayor que toda la tierra”, en la
cual ciertamente no hay ninguna secuela, sino más bien una con
junción disparatada que de la consecuencia sólo tiene la partícula
“luego”. D e ninguna manera se sostiene por gracia de la materia, sino
que sólo tiene (por decirlo así) la nota y el aspecto de ilación. E n
el primer ejemplo, ya que en verdad el consecuente se colige del an
tecedente, aún se corrobora el argumento con algunas añadiduras, como
si añades “y este predicado compete naturalmente al sujeto, y por
ello a todos, luego todo hombre es risible”. Así, la consecuencia dis
paratada de ninguna manera es material, sino en verdad nula. Sólo
es eficaz porque el consecuente es verdadero o el antecedente impo
sible. Y , finalmente, ya que la materia de toda la consecuencia no es
la misma, de ningún modo puede sostenerse por gracia de la materia.
La segunda conclusión es que en la naturaleza de la consecuencia
material y la formal hay grados, y estos miembros no difieren tanto
en toda la razón y el género que no se entremezclen. Pues en cualquier
argumento necesariamente se mezclan y aglutinan la materia y la forma.
Luego necesariamente hay algunas consecuencias mixtas, ni comple
tamente materiales ni totalmente formales, sino que constan de ambas
con templanza. La inducción es muy material. Pero el paso de lo de
finido a la definición y el paso de lo dividido a la división, me parece
414 TOMÁS DE MERCADO
si es sólo “tú tienes”, ciertamente son idóneas las premisas, pero en
tonces debería concluirse así: ‘lo que tú, teniendo, tienes orejas,
me das”; de otra manera se seguirá: “si me das el códice, no me darás
las orejas”. Además, en éste: “este animal, si es león, es capaz de rugir;
Postratius es este animal, si es león; luego Postratius es capaz de rugir”.
Si “este animal” es el medio, en ningún lado es extremo total; y, si
es este todo: “este animal, si es león”, es término común, porque la
condición añadida hace a “este animal” verificable de muchos. Por lo
cual, tampoco vale· éste: “este cuerpo es blanco; Juan es este cuerpo,
si es caballo; luego Juan es blanco, si es caballo”. Pues, en caso de
que este cuerpo sea un caballo blanco, el antecedente es verdadero y
el consecuente falso, si Juan es etíope. Y también hay vicio extrínseco,
a saber, cambio de apelación, pues la condición apela sobre el medio
en la menor y sobre la extremidad mayor en la conclusión. Y cierta
mente hay gran defecto de apelación en éstas: “el movimiento es
acción, y el movimiento es pasión, luego la acción es pasión”. Y aquí:
“el Padre engendra, y el Padre es substancia, luego la substancia
engendra”. Pues la substancia no engendra, sino Dios, sólo el cual es
bendito por los siglos. Amén.
C O M E N T A R IO S L U C ID IS IM O S AL T E X T O
D E P E D R O H ISPA N O
i
E pigrama de J acobo D onio V elisio , bachiller en filosofía
Y EN AMBOS DERECHOS, SOBRE LAS MERITÍSIMAS ALABANZAS DEL
A U T O R ................................................................................................................................. 2 9
A l I lustrísimo y R everendísimo S eñor C ristóbal de R ojas y
S andoval, Arzobispo de S evilla , F ray T omás de M ercado,
de la O rden de P redicadores, m u y atentamente l e dice : . . 31
P rólogo del R everendo P adre T omás de M ercado, de la
O rden de P redicadores, P rofesor de F ilosofía y T eología,
a l a s S ú m u l a s .................................................................................................. 34
L as S úmulas del R . P. T omás de M ercado, O. P., P rofesor
de Artes y S agrada T eología, comienzan felizm ente . . . 42
L IB R O I: D E LO S T É R M IN O S
CAPÍTULO, i
CAPÍTULO π
. T e x t o ..................................................................................................................67
Lección p rim e ra ........................................................................... : 68
Lección se g u n d a ..............................................................................................71
CAPÍTULO III
: T e c to ................................................................................................................ - 78
t L e c ció n ú n i c a .................................................................................. .. . 79
430 ÍNDICE
CAPÍTULO IV
T e x t o .................................................................................................................. 82
Lección ú n i c a .................................................................................................82
c a p ít u l o v
T e x t o ........................................................................ 86
Lección ú n ic a .................................................................................................. 87
c a p ít u l o vi
T e x t o ..................................................................................................................91
Lección ú n ic a ..................................................................................................91
c a p ít u l o v ii
De los términos complejos
T e x t o ........................................................... 93
Lección ú n i c a ................................................................................................. 93
L IB R O II: D E LA E N U N C IA C IÓ N
c a p ít u l o i
D el nombre
T e x t o ................................................................................................................101
Lección [ ú n i c a ] ..............................................................................................101
C A P ÍT U L O I I
D el verbo
T e x t o ................................................................................................................109
Lección p r im e r a ..............................................................................................109
c a p ít u l o m
D e la oración
T e x t o ..............................................................................................................................120
L e c ció n ú n i c a .............................................................................................................120
ÍNDICE 431
CAPÍTULO IV
Del modo del saber
T e x t o ................................................................................................................124
Lección P r im e r a ............................................................................................124
Lección se g u n d a ............................................................................................132
capítulo v
De la proposición
T e x t o ................................................................................................................143
Lección ú n ic a .................................................................................................. 143
capítulo vi
D e la división de la proposición
T e x t o ................................................................................................................153
Lección ú n ic a .................................................................................................. 153
CAPÍTULO VII
D e la cualidad de la proposición
T e x t o ................................................................................................................157
Lección ú n ic a .................................................................................................. 157
capítulo vm
De la cantidad de la proposición
T e x t o ................................................................................................................160
Lección ú n ic a .................................................................................................. 161
CAPÍTULO IX
D e la suposición
T e x to ................................................................................................................166
Lección p r im e r a ............................................................................................167
Lección se g u n d a ............................................................................................175
Lección tercera................................................................................................. 185
capítulo x
De la inducción
T e x t o ............................................................................................................................. 201
L e c ció n ú n i c a .............................................................................................................. 2 0 2
432 INDICE
CAPÍTULO II
De las equipolencias
T e x t o ............................................................................................................... 250
Lección ú n ic a ..................................................................................................251
CAPÍTULO III
Sobre las conversiones
T e x t o ..................................................................................... 2
Lección ú n ic a .......................................................................... .255
capítulo rv
De las modales
T e x t o ...................................................... 261
Lección p r im e r a ........................................................................................... 263
Lección se g u n d a ........................................................................................... 278
L IB R O IV : D E LAS H IP O T É T IC A S Y LAS E X P O N IB L E S
CAPÍTULO I
De las hipotéticas
CAPÍTULO II
D e las condicionales
T e x t o ............................................................................................................................'2 9 9
L e c ció n ú n i c a ........................................................................................ . 299
ÍNDICE 433
CAPÍTULO III
D e las copulativas
T e x t o ............................................................................................ 315
Lección p r im e r a ............................................................................................315
Lección se g u n d a .................................................................. 320
CAPÍTULO IV
D e las disyuntivas
T e x t o ............................................................................................., 325
Lección ú n ic a .................................................................. , ■ · · · 325
c a p ít u l o v
De las exclusivas
c a p ít u l o v i
D e las exceptivas
T e x t o ............................................................................................................... 340
Lección ú n ic a .................................................................................................. 341
c a p ít u l o v ii
T e x t o ................................................................................................................346
Lección primera . 347
Lección s e g u n d a ............................................................................................358
Lección t e r c e r a ............................................................................................365
L IB R O V : D E L SIL O G ISM O
CAPÍTULO I
T e x t o ................................................................................................................371
Lección p r im e r a ............................................................................................371
Lección se g u n d a ............................................................................................380
434 ÍNDICE
CAPÍTULO Π
T e x t o ................................................................................................................386
Lección ú n ic a .................................................................................................. 387
c a p ít u l o ni
De la primera figura
T e x t o ......................................................................................................... 390
Lección ú n ic a .................................................................................................. 392
CAPÍTULO IV
De la segunda figura
T e x t o ................................................................................................................395
Lección ú n ic a .................................................................................................. 396
c a p ít u l o v
De la tercera figura
T e x t o ................................................................................................................397
Lección ú n ic a ................................................................................ 398
c a p ít u l o vi
T e x t o ................................................................................................................398
Lección p r im e r a ............................................................................................399
Lección se g u n d a .................................................. . . .411
C om en tarios lucidísim os al texto de
V edro H ispano, editado por la Direc
ción General de Publicaciones, se ter
minó de imprimir en la Imprenta
Universitaria el 27 de agosto de 1986.
Su composición se hizo en tipo Electra
de 11:12, 10:12 y 8 :9 puntos. La
edición consta de 2 000 ejemplares.