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Neoliberalismo y Salud en Colombia

Fernando Guzmán Mora, MD


Presidente de la Federación Médica Colombiana

Introducción

El neoliberalismo económico, manifiesto en los eventos de la vida nacional en los últimos años, representa
una de las ideologías más peligrosas que han conocido los países del tercer mundo, debido a las profundas
repercusiones sociales que las medidas de gobiernos que, como el del presidente César Gaviria, tomaron en
favor del capital internacional y en desmedro de la calidad de vida de los pobres colombianos.

El neoliberalismo económico constituye un retroceso social de capital importancia. Es, en esencia, volver a
los principios liberales del siglo XVIII. Principios que pueden resumirse en el pensamiento de uno de sus
ideólogos, quien decía: “¿…no son acaso las necesidades del pobre, las cuáles es prudente aliviar pero
insensato curar, esenciales para el bienestar del Estado?…”

Los economistas neoliberales pregonan el resurgimiento del poder del mercado, con la eliminación o
reducción del papel del Estado en el plano económico y social, con sus consecuencias de re-evaluación del
concepto de soberanía para cambiarlo por el de globalización y la evidente prevalencia de lo privado sobre
lo público.

Filosóficamente plantean, como el ideólogo del siglo XVIII, el papel positivo de la desigualdad, intentando a
toda costa bloquear la función redistributiva planteando un subjetivismo basado en la razón como criterio
de verdad.

En macroeconomía son los abanderados de un aumento del crecimiento económico (Ellos equiparan
crecimiento con desarrollo), un aumento de las exportaciones, preferiblemente de materia prima poco
elaborada y que requiere de mano de obra barata, un absoluto control de la inflación y una reducción del
ingreso real de la población. Para ello preconizan una reducción del déficit fiscal mediante el recorte del
gasto público y la eliminación de subsidios, esencialmente para aumentar la posibilidad del pago de la deuda
externa.

La fuentes modernas del neoliberalismo se encuentran en la escuela monetarista de Milton Friedman, quien
expresa que la desigualdad es positiva en tanto contrarresta la centralización del poder político y, al mismo
tiempo, incentiva al individuo en originalidad y producción. Y en su contraparte europea, la denominada
“escuela austríaca”, representada por Friedrich Hayek y Ludwig von Mises, quienes afirman que el
capitalismo eleva el nivel de vida de todos, incluyendo los más pobres, pues el aumento en la riqueza
aumenta el altruismo individual.

Se encuentran afirmaciones como la del “libertario” Robert Nozick, quien sin ruborizarse plantea que “Nadie
puede exigir un derecho al ingreso por el simple hecho de necesitarlo para sobrevivir, pues al hacerlo, se
coarta la libertad de alguien más”. E incluso los extremos de otros libertarios extremistas, como Murray
Rothbard y David Friedman, para quienes los pobres tienen la culpa de su propio destino.

Detrás del planteamiento neoliberal se encuentra, en esencia, el clamor de la Banca Internacional por cobrar
su deuda a los países del Tercer Mundo. El Consenso de Washington, en 1993, planteó de manera muy
específica una serie de pasos para conseguir estos propósitos:

– Luchar por el apoyo político para la reforma neoliberal, aún a sabiendas del efecto desastroso sobre la
población.
– Garantizar estabilidad macroeconómica del país que produzca un excedente fiscal.
– Favorecer la privatización.
– Facilitar inversión y crecimiento económico.

La desigualdad es positiva en tanto contrarresta la centralización del poder político y, al mismo tiempo,
incentiva al individuo en originalidad y producción
Las fuentes internacionales del neoliberalismo traducen la competencia entre las grandes potencias
económicas para un manejo más intimo de la deuda externa. La misma CEPAL, tradicionalmente mediadora
en favor de estos países, se ha autodenominado “Estructuralista”, para encubrir su simpatía con las nuevas
ideas y ya no critica las diferencias del comercio internacional, como en años previos, sino que recomienda
que el Estado ayude a corregir las imperfecciones del mercado.

¿Quiénes pertenecen a la élite neoliberal? Básicamente los simpatizantes del gran capital internacional, la
mayor parte del sector financiero y la clase política emergente de tipo “tecnocrático”, quienes se presentan
como los modernos profetas en el Estado y la política. Son los emisarios de quienes detentan el capital e
intentan frenar, por encima de todo al legislativo, desprestigiándolo aún más, para dejar las grandes
decisiones en manos del ejecutivo.

La Privatización del Estado

Desde la Constitución de 1886 se planteó el bien común y la protección de los débiles por parte del Estado.
La Constitución de 1991 es clara al definir nuestro país como un ESTADO SOCIAL DE DERECHO y no
simplemente como Estado de Derecho, pues la actual se fundamenta en la dignidad humana. Se persiguió
con la nueva Constitución que la persona humana estuviera más en contacto con el ordenamiento jurídico.
Por lo tanto, lo social persigue un mínimo de convivencia ciudadana.

Existen, además, conceptos tan importantes como el de solidaridad, es decir el concurso de toda la sociedad
en el propósito de buscar bienestar colectivo, favoreciendo a los débiles. Es una deuda social basada en un
ideal que construimos todos y que consiste en apoyar a los más necesitados. Es colaboración ciudadana y
humana.

El Artículo segundo de la Constitución expresa que son fines esenciales del Estado: Servir a la comunidad,
promover la prosperidad general y garantizar la efectividad de los principios, derechos y deberes
consagrados en la Constitución; facilitar la participación de todos en las decisiones que los afectan y en la
vida económica, política, administrativa y cultural de la Nación; defender la independencia nacional,
mantener la integridad territorial y asegurar la convivencia pacífica y la vigencia de un orden justo.

Privatización del Estado


Las autoridades de la República están constituidas para proteger a todas las personas residentes en
Colombia, en su vida, honra, bienes, creencias y demás derechos y libertades, y para asegurar el
cumplimiento de los deberes sociales del Estado y de los particulares.

A lo anterior se suma el concepto de las funciones económicas del sector público, que incluyen la procura de
la eficiencia económica, la redistribución de la renta, la estabilización de la economía y el establecimiento de
sus políticas específicas.

Los profetas de la privatización plantean el retiro del Estado de la arena económica del mercado, dejándolo
esencialmente como un regulador entre particulares. Pretenden entonces que el ente social coloque en venta
los bienes escriturados a la nación para poderlos explotar en el escenario de la economía de mercado, con el
objeto de volverlos eficientes y eficaces para, en esa forma, obtener ganancias que reviertan hacia quienes se
han tomado la molestia de volverlos rentables.
Quienes apoyan la privatización hablan de ella como la única vía al crecimiento económico, al mejoramiento
de la eficiencia empresarial, la creación de nuevos empleos, la promoción de la competencia, el desarrollo de
mercados de capitales, la liberalización de los recursos estatales y la reducción de la presión fiscal.

Pero el problema no es simplemente la ineficiencia del Estado. Lo que subyace en el fondo es la


impresionante corrupción gubernamental a través de enormes aparatos burocráticos, desfalcos de
cantidades inimaginables, tráfico de influencias, desvío de fondos hacia manos privadas y otros fenómenos
que simplemente llevan a un camino común: El desprestigio del aparato estatal por efecto de sus mismos
agentes.

Sin embargo, un aspecto que no ha sido suficientemente analizado, es el origen de los entes que ocasionan la
corrupción del Estado y sus agentes. Y es innegable que la principal fuente de corrupción estatal se
encuentra en la misma empresa privada, ávida de los recursos oficiales y para quien “fuera del erario
público no hay salvación”.

Efectivamente, el interés público que debería constituir la razón de ser del trabajo estatal, se ve influenciado
por las presiones de empresas productoras que consideran al Estado como su mejor y más adinerado
cliente. Y a través de sobornos, influencias, recomendaciones y toda clase de manipulaciones, se apoderan de
jugosos contratos y se benefician del enorme desvío de recursos que acompaña a la ya tradicional “comisión
de servicios”.

Las principales banderas de quienes predican la privatización del Estado incluyen la mejoría en la eficiencia
de los servicios prestados, la reducción de las necesidades de financiamiento del Estado, la promoción de la
inversión extranjera, el fortalecimiento en la balanza de pagos, entre otros
Esto lleva a una nueva consideración: El Estado ya se encuentra privatizado, debido a varios aspectos, entre
otros la corrupción de los funcionarios que benefician a las empresas privadas, el clientelismo burocrático,
la egocéntrica avidez de algunos sindicatos y el respaldo estatal a empresas esencialmente privadas.

Privatización Internacional

Entre 1945 y 1980, los estados fueron conscientes de la necesidad de fortalecer su aparato financiero,
invirtiendo en bienes de capital y conformando empresas que aumentaran los activos oficiales, para darle al
aparato gubernamental herramientas suficientes para intervenir la economía, no solamente mediante
herramientas legales y políticas, sino a través de la misma acción estatal en el mercado de bienes y servicios.

Desafortunadamente, el impresionante poder que las naciones obtuvieron a través de su entrada en el


negocio, se vio empañado por la aparición de varios fenómenos: El aumento en la corrupción de sus
funcionarios y la progresiva iliquidez, que las llevaron a planes de endeudamiento con organismos
internacionales.

El ingreso del dinero a las arcas gubernamentales (como era de esperarse), aumentó la cantidad y la calidad
de los delitos de los funcionarios oficiales (incluidos los del alto gobierno), que se apoderaron de los
recursos del Estado y lo endeudaron aún más en el curso de los siguientes años.

Los ingresos adicionales, en el mejor de los casos, se vieron afectados por el desvío de los recursos hacia
áreas diferentes, generalmente relacionadas con déficit de inversión social. Es decir, “rellenando huecos
fiscales” originados en la inacabable disminución de recursos que fueron a parar a los bolsillos de
trabajadores del ejecutivo (robo directo) y del legislativo (tráfico de influencias).

Y lo más dramático tenía efecto cuando, a pesar del conocimiento del dolo en el manejo de los recursos, se
colocaba a los gobiernos contra la pared al intentar balancear el efecto social del cierre de una empresa,
versus la inyección de nuevos recursos en instituciones que habían sido literalmente saqueadas por
malhechores de cuello blanco.

El primer intento de subsanar la pérdida se centraba en dos ejercicios económicos: Aumentar el


endeudamiento externo y elevar los impuestos. Es decir, elevar la dependencia internacional de la nación y
obligar a los ciudadanos a pagar de sus propios bolsillos el enriquecimiento criminal de quienes habían
estado frente a las empresas estatales.

El impacto sobre la inflación, el empleo y los precios determinó la pérdida de confianza en la capacidad del
Estado para representar a los ciudadanos. Esto, sumado al fortalecimiento del sector privado, el lanzamiento
de nuevas formas de administración y el adiestramiento de economistas jóvenes en ideología de la nueva
derecha internacional, desvió la atención hacia el sector privado, más eficiente y teóricamente menos
corrupto.

Otros que participan de las ganancias de privatizar son, sin lugar a dudas, los inversionistas extranjeros. De
hecho, en 1996 ingresaron a Colombia un total de tres mil seiscientos catorce millones de dólares, los cuales
se invirtieron principalmente en las industrias petrolera, manufacturera y financiera.

Esto, que a primera vista parece una ganancia para el país, esconde un hecho que no se ha conocido a fondo:
Casi el cincuenta y tres por ciento de las privatizaciones tercermundistas son absorbidas por el capital
extranjero, de acuerdo con informaciones de la Cepal.

Las principales banderas de quienes predican la privatización del Estado incluyen la mejoría en la eficiencia
de los servicios prestados, la reducción de las necesidades de financiamiento del Estado, la promoción de la
inversión extranjera, el fortalecimiento en la balanza de pagos, el desmantelamiento del control de precios,
la reducción de la corrupción y el mejoramiento de la competencia.

Pero los resultados han sido muy diferentes: El costo de los servicios públicos se ha incrementado casi en un
ciento por ciento, convirtiéndose en fuente de uso de una élite económica privilegiada que puede pagarlos
(En países del cono sur, las simples tarifas telefónicas han aumentado su costo en por lo menos 70%); la
concentración de riqueza se ha concentrado en manos de unos pocos (En México, los millonarios
aumentaron en por lo menos diez veces entre 1988 y 1994); la pauperización de grandes masas de
población ha alcanzado niveles insostenibles para cualquier gobierno (Sesenta por ciento de los
latinoamericanos en la miseria absoluta).

Los teóricos neoliberales hablan de ventas estatales que tienen que llegar a los veinticinco mil millones de
dólares y consideran que solamente se ha logrado un cincuenta por ciento de la meta. Y el objetivo
prioritario se ha fijado en las industrias eléctrica, de energías alternativas y de telecomunicaciones.

https://encolombia.com/medicina/revistas-medicas/heraldo-medico/vol-2222700/heraldomed22-
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