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El antagonismo de lo íntimamente ligado es símbolo de la primera piedra

homicida y de la sangre derramada. Los hermanos bíblicos son, por tanto, el origen del

enfrentamiento entre los hombres. Hallamos una variación de este tema en “La

intrusa”. Como en el Abel Sánchez de Unamuno, la unidad de los hermanos Cristian y

Eduardo Nilsen se rompe al entrar en escena una mujer. Resulta relevante señalar que

en este cuento aparece Juan Iberra, protagonista de la milonga anteriormente

mencionada, remitiéndonos intertextualmente a temas cainitas explícitamente aludidos

en el texto: “Caín andaba por ahí, pero el cariño entre los Nilsen era muy grande -Quién

sabe qué rigores y qué peligros habían compartido!- y prefirieron desahogar su

exasperación con ajenos. Con un desconocido, con los perros, con la Juliana, que había

traído la discordia” (Borges, II: 403).

Fig. 2. MARC CHAGALL. Caín y Abel, 1960. 52,5 x 38 cm. Niza, Musée National Message

Biblique Marc Chagall.

Desde otro punto de vista, existe una conexión intrínseca entre Caín y el

problema del mal. En “Nueva refutación del tiempo” (1952) Borges defenderá que:

“Para la justicia de Dios el que mata a un solo hombre destruye el mundo, si no hay

pluralidad, el que aniquilara a todos los hombres no sería más culpable que el primitivo

y solitario Caín” (Borges, II: 141).

Fig. 3. JAN VAN EYCK. El asesinato de Abel. Detalle del políptico de Gante, Eva, 1427-1429.

213,5 x 36,1 cm. Gante, Catedral de San Bavón.

Variaciones reiteradas las hallamos en poemas en prosa como “In Memoriam

J.F.K.” (1960), en donde realiza una genealogía de la bala que mató al presidente

estadounidense hasta llegar a la piedra que Caín blandió contra su hermano:

Esta bala es antigua.

En 1897 la disparó contra el presidente del Uruguay un muchacho de Montevideo, Arredondo, que

había pasado largo tiempo sin ver a nadie, para que lo supieran sin cómplice. Treinta años antes, el

mismo proyectil mató a Lincoln, por obra criminal o mágica de un actor, a quien las palabras de
Shakespeare habían convertido en Marco Bruto, asesino de César. Al promediar el siglo XVII la

venganza la usó para dar muerte a Gustavo Adolfo de Suecia, en mitad de la pública hecatombe de

una batalla. Antes, la bala fue otras cosas, porque la transmigración pitagórica no sólo es propia de

los hombres. Fue el cordón de seda que en el Oriente reciben los visires, fue la fusilería y las

bayonetas que destrozaron a los defensores del Álamo, fue la cuchilla triangular que segó el cuello

de una reina, fue los oscuros clavos que atravesaron la carne del Redentor y el leño de la Cruz, fue

el veneno que el jefe cartaginés guardaba en una sortija de hierro, fue la serena copa que en un

atardecer bebió Sócrates.

En el alba del tiempo fue la piedra que Caín lanzó contra Abel y será muchas cosas que hoy ni

siquiera imaginamos y que podrán concluir con los hombres y con su prodigioso y frágil destino

(Borges, II: 231).

También, en “Génesis 4, 8” (1975):

Fue en el primer desierto.

Dos brazos arrojaron una gran piedra.

No hubo un grito. Hubo sangre.

Hubo por vez primera la muerte.

Ya no recuerdo si fui Abel o Caín” (Borges, III:91).

Y en “Juan López y John Ward” (1985):

Les tocó en suerte una época extraña.

El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas

memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar,

de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los

cartógrafos, auspiciaba las guerras.

López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad por la que

caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el Quijote.

El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte.

Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y

cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.

Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.


El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.

O como origen del mal en el mundo en “Él” (1964):

Los ojos de tu carne ven el brillo

del insufrible sol, tu carne toca

polvo disperso o apretada roca;

él es la luz, lo negro y lo amarillo.

Es y los ve. Desde incesantes ojos

te mira y es los ojos que un reflejo

indagan y los ojos de un espejo,

las negras hidras y los tigres rojos.

No le basta crear. Es cada una

de las criaturas de Su extraño mundo:

las porfiadas raíces del profundo

cedro y las mutaciones de la luna.

Me llamaban Caín. Por mí el Eterno

sabe el sabor del fuego del infierno (Borges, II, 276).

Borges afirmaría con Unamuno que con Caín llegó el caos y la muerte al mundo.

Sin embargo, en textos como “ “Leyenda” (1969), Caín y Abel son expresión de un

concepto ético de perdón como forma de olvido:

Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban por el desierto y se

reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos. Los hermanos sesentaron en la

tierra, hicieron un fuego y comieron. Guardaban silencio, a la manera de la gente cansada

cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna estrella, que aún no había recibido su

nombre. A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente de Abel la marca de la piedra y dejó

caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió que le fuera perdonado su crimen.

Abel contestó:

--¿Tú me has matado o yo te he matado? Ya no recuerdo, aquí estamos juntos

como antes.

--Ahora sé que en verdad me has perdonado --dijo Caín--; porque olvidar es


perdonar. Yo trataré también de olvidar.

Abel dijo despacio:

--Así es. Mientras dura el remordimiento dura la culpa (Borges, II: 391).

También, encontramos referencias a Caín en el cuento “Los teólogos” en El Aleph

(1949) a través de las ideas gnósticas que derivan del platonismo. El gnosticismo

referido en el cuento defendía la existencia de dos almas, una divina y otra humana que

es reflejo de la primera. Las acciones humanas se reflejan en el cielo, morada del

hombre verdadero, de tal manera que el hombre espiritual se define a partir de las

acciones del mundo material. La secta histriónica predicaba la purificación por el mal,

circunstancia que les conduce a la exaltación de protervos personajes del Antiguo

Testamento como Caín. El mundo es el reinado del mal y, por tanto, todos los valores

negativos serán proyectados positivamente en el ámbito trascendente.

Fig. 4. MARC CHAGALL. Caín y Abel, 1911. Colección privada.

Todas las referencias de Borges están tomadas de Borges, Jorge Luis. Obras completas.

4 vols. Emecé: Barcelona, 1999.

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