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Ferdinand Saussure padre de la Lingüística estructural dijo que “El lenguaje es una forma
no una sustancia”. La lingüística, a diferencia de otras ciencias de la naturaleza, no
estudia el objeto de inicio a fin, ésta se ocupa de una forma y no de un objeto o sustancia.
Lo que se presenta en el lenguaje es la oposición de los datos, es decir, una palabra, por
sí sola, no significa nada, pero solo toma significado cuando se opone con otra. La forma
en la que se elige cada posición de un enunciado se constituye en un sintagma para
poder hacer esto se debe aislar los elementos distintivos de un conjunto finito y establecer
las leyes de combinación de los elementos. El darles una secuencia lógica a los
elementos (teniendo en cuenta las oposiciones entre estos) del lenguaje es lo que hace
que tenga sentido. Hoy en día hay varios tipos de esta y varias maneras de practicarlas.
Por su parte Georges Gusdorf, planteó una definición contundente del hombre “el hombre
es el animal que habla”. Con el lenguaje el hombre accede a la facultad de simbolizar, es
decir, a la facultad de representar lo real por un signo y de comprender ese signo como
representación de lo real. El lenguaje es la definición de la especie humana, pues a través
de ella se construye la existencia personal. La identidad de cada uno se constituye
progresivamente desde el nacimiento al ritmo de las interacciones con su madre,
miembros de la familia, sus amigos y todos aquellos que se encuentra en el curso de su
vida.
Definitivamente, hoy en día es innegable que el lenguaje tiende a convertirse en un objeto
serio de estudio para los teóricos y en especial en la vida organizacional. El autor Omar
Aktouf expone que el habla toma importancia en su función en el ámbito laboral, debido a
que el lenguaje oral constituye un factor clave para la comprensión de situaciones y
comportamientos en el trabajo. Los lenguajes utilizados por los miembros de los
diferentes grupos coexistentes en una fábrica expresan directa o indirectamente el sentido
que ellos atribuyen a sus propios roles y funciones y a los de los demás. Todo esto tiene
una influencia directa en las relaciones con los demás y en su conducta en general. El
vocabulario del obrero denota relegamiento y el lenguaje de los dirigentes tiene como
función el establecimiento de un orden jerárquico.
En lo que concierne al papel del supervisor y el rol de la palabra, para los buenos
supervisores era fundamental el contacto verbal, era primordial en su visión lo que ellos
creían deber ser una ayuda, una protección, una persona que escucha, una presencia
alentadora, por el contrario, sus colegas opinaban que no se podía ser blandos y familiar y
evitar que se propiciase un relajamiento.
Del silencio al desprecio hay muy poca distancia y los trabajadores catalogan como
altaneros y desdeñosos a jerarcas y directivos, y del desprecio a la indiferencia
malintencionada, incluso al odio y el rencor, hay una barrera que no es difícil traspasar,
quienes soportan este silencio llegan a traspasarla y asocian a quienes les hablan con
aquellos que los quieren. Un obrero al que se le habla es un obrero que se siente querido
por lo tanto no le quedará más opción que querer.
Los temas abordados por los autores en esta síntesis muestran la importancia sobre el
entendimiento de la comunicación animal y lenguaje humano, el haber descubierto este
tipo de comunicación, ayuda al hombre a entender cómo nace el lenguaje y cómo este se
delimita. En el mundo de la jerarquía y de los jefes se impone la utilización de una manera
correcta de hablar, aquello que se dice y la manera en que se dice difieren totalmente del
modo de expresión de los obreros y de su vivencia. Y se evidencia el esfuerzo que realiza
los obreros que intentan ascender y acceder al mundo de los superiores. El habla se
convierte en una herramienta de poder; sólo tienen derecho a ella los que son propietarios
y quienes los representan y se ve notoriamente que el habla por parte de los jerarcas se
transforma en un instrumento de violencia y de destrucción del diálogo.
De acuerdo con uno de los autores en la vida empresarial, se evidencia que los directivos
y sus representantes tienen razones para evitar el compromiso inherente a toda
comunicación, se impone el mantener las distancias, no actuar con familiaridad, no
permitir que los trabajadores ambicionen y se evita rendir cuenta de promesas
incumplidas y de palabras no respetadas.