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ERIC NISENSON
Traducción y notas
GUILLERMO CUEVAS
DGBUV 2015/39
© Universidad Veracruzana
Dirección General Editorial
Hidalgo núm. 9, Centro, cp 91000
Apartado postal 97
Xalapa, Veracruz, 91000, México
diredit@uv.mx
(Tel/fax ) 228 818 59 80; 818 13 88
ISBN: 978-607-502-419-6
Impreso en México
Printed in Mexico
1 La primera edición de este libro apareció en el año 2000; en 2009 Kind of Blue cum-
plió cincuenta años. En muchas partes del mundo se realizaron conciertos conme-
morativos, se organizaron conferencias y mesas redondas y la compañía Sony bmg
Music Entertainment publicó una edición de lujo con la grabación en formatos long
play y compact disc con todas las tomas que se realizaron y un dvd con el documen-
tal Kind of Blue. Celebrating a Masterpiece, además de un libro con los siguientes
textos: “Kind of Blue cumple cincuenta años” de Francis Davis; “El último rey de
Norteamérica: cómo Miles Davis inventó la modernidad” de Gerard Early; “Todas
las tomas” de Ashely Kahn y “El sexteto de Miles Davis y la línea del tiempo” de Bob
Belden y Ken Vail. Complementa esta edición una serie de valiosas fotografías y la
reproducción facsimilar de la nota original que Bill Evans escribió para la contra-
portada del disco. [N. del T.]
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para alcanzar el satori. Mi mente flotaba más allá de los límites del salón
de clase. Desafortunadamente, nunca he alcanzado el satori.2
Como el zen, la música de Kind of Blue es al mismo tiempo sencilla
y profunda. Para el joven que era entonces también representaba una
puerta de acceso al mundo de los adultos –me proporcionaba emocio-
nes particularmente intensas, aquellas que nos hablan de las ambigüe-
dades y las tragedias de la vida. Kind of Blue refleja esas duras experien-
cias y alude también a las disciplinas que exige la meditación. Es, creo,
una música hecha por personas que habían conocido el significado del
dolor, la angustia, el miedo, la tristeza y, desde luego, también intensas
alegrías. Voy más allá: es una música que parece expresar la conciencia
de la muerte. No puedo dar ningún argumento específico para justificar
esta última apreciación pero, a través de esos sonidos escuchaba –y
escucho todavía– la conciencia de nuestra mortalidad al adquirir un
profundo conocimiento de las exigencias que nos impone la vida.
La música surge como una corriente de intensa melancolía, pero
también es una afirmación de la vida que enfrenta a la muerte; para mí
eran nuevas todas esas emociones y gracias a Kind of Blue entreví su
tremenda complejidad, mostrándome el camino hacia la madurez emo-
cional. A medida que volvía a escuchar el disco, lograba capturar algo de
la complejidad de esas emociones. Así, Kind of Blue se convirtió en un
sendero hacia la madurez, sin dejar de ser una bella expresión musical.
Desafortunadamente, decir hoy que algo es bello no tiene el mismo
valor que tuvo en otras épocas. El abuso de palabras como bello, pro-
fundo o asombroso ha empobrecido su significado. Anuncios publicita-
rios pueden usar estos términos en relación con productos tan diversos
como margarinas, lentes de sol, automóviles de lujo o café instantáneo.
Obviamente la belleza de Kind of Blue pertenece a otra clase que, en mi
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3 La línea fi nal de “Ode on a Grecian Urn” dice: “Beauty is truth, truth beauty”, –that
is all ye know on earth, and all ye need to know. Julio Cortázar propuso la siguiente
traducción: “La belleza es verdad y la verdad belleza”… nada más se sabe en esta
tierra, y no más hace falta. [N. del T.]
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4 La palabra modo designa un conjunto o escala de siete notas que combina tonos y
semitonos. El modo más conocido en la música popular de Europa y América es el
llamado modo mayor, la secuencia de las notas do, re, mi, fa, sol, la, si. A partir de
cualquiera de estas notas se forman modos diferentes, cada uno con características
específicas, según el orden de los tonos y los semitonos. Los nombres de origen
griego usados por los jazzistas para cada uno de estos modos son: jonio, dórico,
frigio, lidio, mixolidio, eolio y locrio. [N. del T.]
5 El álbum Milestones fue grabado para la compañía Columbia en dos sesiones, los
días 2 y 3 de abril de 1958. [N. del T.]
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bateristas Kenny Clarke y Max Roach. Para muchos, el bebop señala el punto de
partida del llamado jazz moderno y su influencia ha continuado vigente hasta hoy.
[N. del T.]
2 Greil Marcus (1945), periodista y crítico musical, es autor de numerosos ensayos
donde analiza el rock dentro de un amplio marco sociológico, político y cultural. Su
libro Invisible Republic. Bob Dylan’s Basement Tapes fue publicado en 1997.
[N. del T.]
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al mismo tiempo, vive tanto fuera como dentro del territorio de Estados
Unidos, nos da también la idea de lo que fue el escenario donde surgió
el jazz, producto de una sociedad única que fue tomando forma durante
el largo periodo de la esclavitud, con gente que fue forzada a vivir en
una tierra extraña, forjando su propia cultura y creando modos de
comunicación que no fueron entendidos por sus amos de raza blanca.
Así, los blancos tomaron las canciones y las danzas de los esclavos como
entretenimientos banales, sin entender que esas expresiones eran tam-
bién formas de conversación y medios que daban coherencia a una
comunidad. Las letras de las canciones, la libertad de las danzas, aun
sus gestos más sutiles, podían encerrar mundos de significado incom-
prensibles para los blancos. Los cantos de los esclavos y sus himnos
espirituales expresaban en el fondo la firme creencia de que algún día
serían libres. Como en África, la música era esencial para la vida misma,
el camino para que las mentes y los corazones individuales se integra-
ran a la comunidad.
Pero existe otro aspecto muy importante en la experiencia afroa-
mericana que dio origen al jazz, el valor que se concede a lo individual.
Con este concepto –lo individual– no me refiero al hecho de tener un
estilo personal, ni a la idea de un “individualismo” que enfatiza una
egolatría que es la antítesis del sentimiento comunitario. La individua-
lidad a la que me refiero tiene su origen en un respeto profundo por la
persona, idea muy valorada dentro del jazz en la medida en que cada
músico busca crear un sonido único, diferente a todos los demás. Para
una comunidad que es juzgada de acuerdo a estereotipos, la fidelidad a
uno mismo tiene un valor fundamental. Los jazzistas muchas veces han
sido calificados de “excéntricos” y aun de “locos”, pero estas son expre-
siones fáciles de formular dentro de una sociedad que aspira al confor-
mismo y rechaza el valor otorgado a la individualidad.
Los músicos negros continuarían usando códigos “secretos” tanto
en su música como en su vida cotidiana. Un buen ejemplo lo encontra-
mos en el blues con sus insinuantes letras que pueden tener diferentes
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3 Ma Rainey (1886-1939) fue una de las primeras cantantes de blues que actuó de
manera profesional. Hizo sus primeras grabaciones en 1923. Su poderoso estilo
impuso modelos de expresión y fraseo. “See See Rider Blues”, grabado en 1924, es
un ejemplo inmejorable de su talento.
Mamie Smith (1883-1946), además de magnífica cantante fue pianista, baila-
rina y actriz, llegando a aparecer en varias películas. Ha pasado a la historia como
la primera cantante de blues en hacer grabaciones de carácter comercial en 1920.
[N. del T.]
4 Mezz Mezzrow, nombre artístico de Milton Mesirow, clarinetista y saxofonista
nacido en Chicago en 1899, es una de las figuras más pintorescas de la historia del
jazz. Durante algún tiempo actuó como representante de Louis Armstrong y,
hacia 1946, publicó su autobiografía, Really the Blues, escrita en colaboración con
Bernard Wolfe. El título está tomado de una pieza de su admirado Sidney Bechet.
Hay traducción al español de Javier Lucini, Ediciones Acuarela, Madrid, 2010.
[N. del T.]
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5 John Miller Chernoff, African Rhythm and African Sensibility, University of Chi-
cago Press, 1979, p. 36.
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música un medio para hacerse famosos y ricos, pero casi siempre es otro
el motivo que los inspira, algo que podría llamar fe.
El carácter cerrado de la comunidad jazzística propició el surgi-
miento de una rara intimidad entre los músicos, sin embargo no todos
los aspectos de este escenario fueron positivos. En alguna medida, la
propagación del consumo de heroína a partir de 1940 fue resultado de
esas condiciones. Sonny Rollins dice que el consumo de drogas en aquel
tiempo fue también una manera de protestar contra el sistema capita-
lista dominante. No obstante, la adicción solo contribuyó a que muchos
jazzistas se identificaran más entre ellos como consecuencia de la mise-
ria que entonces compartían. Aunque hay que agregar que esta intimi-
dad en su mundo aislado les dio una sensibilidad muy especial que, en
algunos casos, se manifestó a manera de una comunicación casi telepá-
tica sobre el escenario. Cualquier pequeño movimiento corporal, la más
sutil expresión facial o una sola mirada, tenía significados impercepti-
bles para el público. Al tocar, los jazzistas sostenían conversaciones y se
hacían reclamos y bromas a través de la música. En su autobiografía
Beneath the Underdog, Charles Mingus recuerda una conversación de
carácter fi losófico que tuvo con Eric Dolphy antes de salir al escenario.
El contrabajista afirma que pudieron continuar ese diálogo mientras
tocaban, ahora usando la música en lugar de las palabras.6
Esta intimidad musical motivó muchas de las innovaciones que
se dieron durante esa llamada “edad dorada” del jazz. Hacia el fi nal de
la sexta década del siglo, muchos jazzistas sintieron que la improvisa-
ción basada en el sistema armónico europeo había llegado a uno de sus
posibles límites. Así, comenzaron la búsqueda de inspiración en músicas
de otras culturas, particularmente asiáticas y africanas, algo que iba de
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7 El famoso trío de Benny Goodman incluía al baterista blanco Gene Krupa y al pia-
nista negro Teddy Wilson. Posteriormente se incorporó a ellos el vibrafonista negro
Lionel Hampton. [N. del T.]
8 Glenn Miller (1904-1944) fue el director de banda más popular de Estados Unidos
a partir de 1939 y su música fue considerada durante las siguientes décadas como la
más representativa de todo un estilo de vida estadounidense. Cumpliendo con la
tarea de llevar su música a las tropas que combatían en Francia durante la Segunda
Guerra Mundial, Glenn Miller desapareció durante un vuelo a través del Canal de
la Mancha a causa del mal tiempo. Su figura ha quedado como uno de los grandes
mitos dentro de la música popular del siglo xx.
Artie Shaw (1910-2004) fue otro de los directores de banda más populares
durante la llamada “era del swing”. Entre 1942 y 1944, llevó a su orquesta a bordo de
los buques de guerra estadounidenses por todas las islas del Pacífico que fueron
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escenario de terribles combates. La pieza Begin the Beguine de Cole Porter fue su
mayor éxito.
Los hermanos Dorsey –Jimmy (1904-1957) y Tommy (1905-1956)– también
fueron representantes de la llamada edad dorada de la música popular de baile
estadounidense. Virtuosos de sus respecivos instrumentos –clarinete y trombón–
actuaron juntos con gran éxito antes de separarse a causa de desacuerdos personales
en el año de 1935, cada uno dedicándose a dirigir su propia orquesta. [N. del T.]
9 El minstrel (usualmente en inglés, dicho en plural, los minstrels, o adjetivado, mins-
trelsy) era un género de teatro musical típicamente estadounidense, cuyo periodo
de mayor esplendor se sitúa entre 1840 y 1900. Se trataba de un género que, de
alguna manera, aunaba la ópera inglesa con la música de origen negro procedente
de las plantaciones del sur. Su característica más evidente era el hecho de que siem-
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pre estaba ejecutada por actores blancos, que pintaban sus caras de negro para
interpretar canciones y bailes donde imitaban a los negros, de forma cómica y con
aires de superioridad. Cuando, a partir de 1855, comenzaron a participar actores
negros, ellos mismos tenían que exagerar su negritud, incluso pintándose la cara
todavía más (http://es.wikipedia.org/wiki/Minstrel). [N. del T.]
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13 Rhythm and blues, frecuentemente abreviado R&B, es el nombre con el que se cono-
ció el estilo y la forma de intepretar el blues a partir de los años fi nales de la cuarta
década del siglo xx. Caracterizado por un pulso insistente, pesado, fue una expre-
sión eminentemente afroamericana, urbana, que posteriormente fue adaptada y
comercializada por músicos blancos y conoció difusión mundial con el nombre de
rock and roll. [N. del T.]
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14 West Coast Jazz fue el nombre inventado principalmente por razones comerciales
para defi nir cierto estilo y, sobre todo, encasillar a jazzistas que tenían su centro de
operaciones en las principales ciudades de California. Sirvió para crear una
supuesta oposición con el llamado East Coast Jazz, dominante en la ciudad de
Nueva York. El contraste enfatizaba aspectos raciales –blancos en el oeste, negros
en el este–; estéticos –música agresiva e intelectualmente compleja en el este, música
relajada y amable en el oeste‒, buscando que los oyentes se identificaran con algún
estilo gracias a sus aspectos extramusicales. La realidad no es tan sencilla y los
intercambios e influencias entre puntos cardinales y diferencias de raza confudían
y empañaban la pulcritud de tan elemental clasificación. [N. del T.]
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Las características del estilo que llegaría ser conocido como cool
jazz se concretaron en el noneto que Miles Davis reunió hacia 1948. Las
pocas piezas grabadas por este conjunto serían años después recopila-
das en un disco, Birth of the Cool. A partir de entonces el nombre de
Miles se identificaría con ese estilo, sin importar qué tanto cambiara en
sus grabaciones posteriores. Todavía en 1970, cuando tocaba una
música completamente diferente en grupos llamados “de fusión”, era
clasificado como un jazzista cool. En esa misma línea, Kind of Blue ha
sido calificado como el “gran disco del cool jazz”. Algo comprensible, ya
que su aparente serenidad lo hace representativo de ese estilo, aunque
más allá de una apreciación superficial encontramos emociones oscuras
y profundas, complejas capas de pensamiento y sentimiento que crean
una extraña fascinación y ayudan a entender la poderosa atracción que
permanece intacta después de muchas audiciones.
A principios de la sexta década del siglo surgió también en la costa
este otro movimiento como reacción al estilo cool, que fue bautizado
como hard bop.17 Fue una música con gran influencia del blues y una
energía desconocida dentro del jazz de la costa oeste. Inevitablemente se
relacionó con el intento de los músicos por enfatizar sus raíces africa-
nas, pero no limitó la participación de músicos blancos, de la misma
manera que el jazz de la costa del Pacífico también admitió la participa-
ción de músicos negros. Como un desarrollo posterior del hard bop,
surgió un subgénero que llegó a ser muy popular con el nombre de soul
jazz, mismo que enfatizaba todavía más sus vínculos con el blues. Su
sonoridad más característica era la del órgano eléctrico Hammond B-3
y su máximo intérprete Jimmy Smith. El repertorio soul incluía piezas
cuyos títulos aludían a la vida cotidiana de los negros como “Back to the
Chicken Shack” y “Members Don’t Get Weary”, pero esta modalidad
17 Considerado una variación del bebop, el llamado estilo hard bop enfatizó las formas
del blues, de la música religiosa y una base rítmica de mayor regularidad. El bate-
rista Art Blakey, al frente del grupo The Jazz Messengers, y el pianista Horace Silver
se encuentran entre los más importantes exponentes del hard bop. [N. del T.]
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18 “Blue Seven” es una de las piezas que incluye el álbum Saxophone Colossus grabado
para Prestige Records el 22 de junio de 1956, uno de los discos más importantes de
la historia del jazz. [N. del T.]
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tin Luther King Jr., el movimiento a favor de los derechos civiles ganó
fuerza, especialmente entre la gente más comprometida en esta lucha
que resultó imposible de parar.
No puede ser una mera coincidencia que existan tantas similitudes
entre la lucha de los afroamericanos por lograr su libertad como ciuda-
danos y la de los jazzistas por emanciparse de la armonía tradicional. El
desencanto de los afroamericanos con su realidad social después de la
Segunda Guerra Mundial se reflejó en la rabia creciente que apareció en
el jazz durante este periodo de cambios. Kind of Blue es producto de una
lucha tanto social como musical, de aquí surgen sus múltiples texturas.
Es claro que Miles siempre miraba hacia el futuro. Como uno de los
jazzistas más influyentes del momento, su hogar se había convertido en
lugar de reunión favorito de los músicos, escenario de animadas conver-
saciones sobre un gran número de temas, aunque dominaban aquellos
que tenían que ver con la expansión del vocabulario del jazz y sus inno-
vaciones. Muchos músicos veían en Miles a una clase de profeta, algo que
era en cierta manera. Miles siempre estaba en la cresta de la última ola de
cambios, aunque muchas veces, más que seguirla, reaccionaba en su con-
tra. Como todo gran músico, seguía sus planes y buscaba compañeros
que compartieran sus ideas y le ayudaran a lograr sus metas.
Podemos decir que desde su adolescencia, en East St. Louis, había
sido un músico visionario que mostraba simpatía hacia los miembros de
su raza que vivían en condiciones deplorables. Sus intuiciones acerca de
la evolución del jazz y su relación con los cambios en la sociedad, resul-
taron fundamentales para que Kind of Blue fuera un logro de tanta tras-
cendencia para el futuro del arte que Duke Ellington llamó “la gran
música estadounidense”.
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Es probable que Miles Davis sea el jazzista sobre el que más se haya
escrito –y también el más fotografiado. A los treinta y dos años, cuando
grabó Kind of Blue, era ya una leyenda, aunque le quedaba un largo
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Contesté que era miércoles. Y él, usando una de sus expresiones favori-
tas, me dijo: “Eres un mentiroso hijo de puta”. Enfatizando el “puta” con
su cavernosa entonación personal.1 Siguió el debate acerca del día de la
semana y me acordé de que en mi portafolio llevaba un ejemplar del New
York Times de ese día. Se lo enseñé y Miles negó con la cabeza y se sentó.
Después me dijo: “Eric, ¿ves todos esos premios en la pared? Los gané
porque no me acuerdo de una sola cosa que valga un carajo”.
Como muchos otros jazzistas, Miles tenía una manera sutil y fasci-
nante de hablar en código. Muchas veces sus palabras tenían capas de
significado que no eran fácilmente percibidas. Me tomó varios minutos
entender bien la metáfora: no recordar sus logros pasados le obligaba a ser
siempre un innovador. El pasado estaba muerto, enterrado, olvidado.
Como dijo Bob Dylan, por quien Miles sentía una gran admiración, los
artistas verdaderos “no miran hacia atrás.” Cuando sus seguidores se pre-
guntaban por qué no intentaba hacer algo como la segunda parte de Kind
of Blue, la respuesta era obvia: no era posible. El mismo Miles condescen-
día alguna vez a contestar a quien preguntaba sobre su música pasada:
“¿Por qué quieres que la repita? ¿No la toqué bien la primera vez?”
Pero el poder de su genio no solo se manifestaba en la capacidad
para “olvidar”. Tengo un amigo que no entiende por qué Miles es tan
admirado entre la élite del jazz, a pesar de no ser un gran virtuoso
como Clifford Brown o Dizzy Gillespie. La explicación es sencilla. La
1 Al fi nal del sexto capítulo de Miles Davis. La biografía definitiva (Global Rythm,
2005, p. 122), Ian Carr escribe lo siguiente:
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2 “West End Blues”, Louis Armstrong and His Hot Five, 1928, y “Parker’s Mood”,
Charlie Parker’s All Stars, 1948. [N. del T.]
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miso total con el artista y la persona que había llegado a ser, sin permi-
tirse ninguna concesión con los demás. Si era un innovador, lo fue siem-
pre al servicio de ese esfuerzo por entender quién era y quién llegaría a
ser, siempre creando la música que reflejaba esa íntima evolución. No
entenderíamos cabalmente Kind of Blue sin comprender la elusiva iden-
tidad de Miles, el hombre y el artista.
Miles Davis, el tercero con ese nombre en la dinastía familiar,
nació en Alton, Illinois, el 24 de mayo de 1926. Su abuelo y su padre
habían sido miembros prominentes de la comunidad negra. Cuando la
familia se mudó a East St. Louis, su padre llegó a ser un cirujano den-
tista de éxito. A diferencia de muchos otros jazzistas de raza negra,
Miles no conoció la pobreza. Su familia era lo suficientemente adine-
rada para que su padre llegara a ser propietario de un rancho dedicado
a la cría de cerdos.
Miles fue muy consentido por sus padres. Siempre le compraban la
ropa más fina y, al crecer, le permitieron tener automóvil propio.
Comenzó a tocar la trompeta a la edad de trece años bajo la guía de uno
de los pacientes de su padre, el maestro Elwood Buchanan, quien decía a
sus discípulos que tocaran con el menor vibrato posible: “De cualquier
manera, a medida que envejezcan, sus labios van a temblar”. Miles pro-
gresó con rapidez y participó en muchas competencias de estudiantes en
las que inevitablemente perdía ante contrarios de raza blanca que, según
él mismo, no lo superaban. Estas experiencias contribuyeron a formar su
singular personalidad y reforzaron su férrea voluntad. En una entrevista
lo expresó así: “Me sentí tan molesto con los resultados de los concursos
que decidí superar a cualquier trompetista blanco. Si no hubieran exis-
tido esos prejuicios raciales probablemente no me habría hecho tan exi-
gente conmigo mismo. Aprendí mucho así. Los prejuicios y la curiosidad
han sido los responsables de todo lo que he logrado en la música”.3 Aquí
vemos el origen de la legendaria arrogancia de Miles.
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4 La trascendencia del primer encuentro de Miles con Dizzy Gillespie (Diz) y Charlie
Parker (Bird) queda ilustrada en el mero principio de su autobiografía. Miles
arranca su voluminoso libro de memorias con el siguiente recuerdo:
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Dado que el ritmo y la inflexión son los elementos que con mayor claridad dife-
rencian al jazz del resto de la música occidental, resulta especialmente revelador
su estudio. […] Al examinar la naturaleza del ritmo del jazz, llegamos a la con-
clusión de que su singularidad deriva de dos fuentes básicas: la cualidad que los
músicos denominan swing y la “democratización” general de los valores rítmi-
cos. […] El swing es un aspecto rítmico que durante muchos años se ha resistido
a ser defi nido –en este contexto, la palabra no alude al estilo vagamente defi nido
y semi comercial de la década de 1930 que se asocia fundamentalmente con
conjuntos como los de Benny Goodman y Tommy Dorsey, sino una cierta sen-
sación rítmica– si bien hay mucho de verdadero en la acotación tan citada de
Louis Armstrong respecto del swing, en el sentido de que si no se lo siente nunca
se sabrá lo que es, afi rmación que ayuda muy poco a entender su esencia. Debe-
mos admitir que una defi nición del swing tiene tan poco que ver con lo que el
swing verdaderamente es como la notación del jazz con su ejecución. Al igual
que sucede con la descripción de un color primario o del sabor de una naranja,
la defi nición cobra un sentido total únicamente cuando aquello que se defi ne
también se vive por medio de la experiencia directa.
En el sentido más amplio, swing significa un pulso firme regular, “como el
de un péndulo”. […] En un nivel más específico, implica la colocación temporal
exacta de una nota en el lugar que le corresponde. Con todo, si con esto se com-
pletara la defi nición, la mayor parte de la música “clásica” podría decirse que
tiene swing. Al analizar el elemento de swing en el jazz vemos que existen dos
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para Dial Records.8 Aunque sonaba un poco mejor que en las grabacio-
nes anteriores, todavía no se mostraba como un solista convincente.
Después de recuperarse en el Hospital Estatal Camarillo de Cali-
fornia, Parker regresó a Nueva York y organizó un quinteto que, otra
vez, incluía a Miles. Según el trompetista, él mismo se encargó de orga-
nizar los ensayos y todo lo relacionado con el grupo ya que Parker vivía
en el caos. Para Miles, el reto de tocar junto a Bird, uno de los más
grandes virtuosos de la historia del jazz, era tan alto que, según sus
propias palabras: “Renunciaba cada noche”. Solo podemos imaginar lo
devastadora que sería esta experiencia para el joven trompetista. Abun-
dan las historias que cuentan cómo Parker literalmente empujaba a
Miles para que saliera al escenario, mientras estaba realmente parali-
zado por el temor de no poderle seguir el paso. Así, Miles fue forzado a
elegir entre encontrar una manera de sobrevivir como jazzista o aban-
donar para siempre la música. La sola idea de regresar a East St. Louis y
trabajar en la granja de su padre o convertirse en un maestro de música
–un pensamiento horroroso para cualquier joven– marchitaba su alma.
En todo ese tiempo Miles tuvo que enfrentar las más duras pruebas
acerca de sí mismo, forjar su propio camino con la pura fuerza de la
voluntad o simplemente rendirse. Sin duda fue entonces cuando Miles
intuitivamente se inclinó hacia una perspectiva existencialista. Es posi-
ble que este cambio ocurriera durante su primer viaje a París, donde
conoció a la pareja de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Aunque
no había leído la obra de estos autores, entendió la idea fundamental de
su fi losofía, aquella que dice que no venimos al mundo con una identi-
dad o esencia predeterminada, sino que debemos construirla nosotros
mismos. Miles Davis tuvo que reinventarse, decidir quién era, quién
quería ser.
8 Entusiasta del bebop, el productor Ross Russell fundó en 1946, con el nombre de
Dial Records, una compañía de grabación especializada en este nuevo estilo. Uno
de sus mayores logros fue hacer fi rmar a Charlie Parker un contrato de exclusivi-
dad de un año de duración. [N. del T.]
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líder tenía sobre su propia vida. Cuando Bird murió, Miles le dijo a
Roach: “Max, el maldito se fue antes de que pudiéramos desquitarnos”.
A partir de entonces Miles tocó en todos los grupos que pudo, llegó a ser
un músico muy conocido de la Calle 52 y empezó a dirigir sus propios
conjuntos. También se interesó mucho en la composición y en los arre-
glos. En estas materias encontró al mejor de los maestros: Gil Evans. El
canadiense ya era un arreglista muy conocido. Miles apreciaba mucho
el trabajo que había hecho Evans con su pieza “Donna Lee” para la
banda de Claude Thornhill, una composición que el trompetista había
escrito para el conjunto de Parker.
El pequeño departamento donde vivía Gil Evans, un sótano de un
edificio cercano de la Calle 52, se convirtió para los jazzistas en una
especie de Bloomsbury.9 Los músicos se daban cita en ese lugar para
hablar interminablemente sobre los cambios que se daban en la escena
musical. Además de Miles y el propio Evans, frecuentaban esas reunio-
nes el compositor y saxofonista barítono Gerry Mulligan; el saxofonista
alto Lee Konitz; el pianista, compositor y futuro director del Modern
Jazz Quartet, John Lewis; el gran baterista Max Roach y los composito-
res John Benson Brooks y George Russell. Algunas veces el mismo Bird
se hacía presente, dándose un respiro en su enmarañada vida.
Muchos años después Gerry Mulligan recordaría: “Había tantos
buenos conjuntos, grandes y pequeños, en la ciudad de Nueva York de
entonces, que todo era muy emocionante. Y todos gravitábamos hacia el
departamento de Gil. Todos nos influenciábamos, pero Bird era la prin-
cipal fuente de inspiración para nosotros. El sótano de Gil estaba en la
Calle 57, atrás de una lavandería china, muy cerca de la Quinta Avenida.
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bajar. Otro aspecto que ahora también resulta irónico es que la música
del noneto sería de una calidad muy superior a todo lo que produjo el
estilo cool en años posteriores.
Vayamos ahora a otra parte de la historia no aclarada del todo.
Muchas biografías de Miles presentan su evolución de la siguiente
manera: primero recibió la influencia de Dizzy, pero cuando descubrió
que carecía de la habilidad requerida para llegar a un nivel de virtuoso,
fue construyendo un estilo en el que la maestría técnica no fuera lo más
importante. El desarrollo de Thelonious Monk fue muy similar. En
ambos casos, la evolución se dio a partir de la necesidad de hacer una
deliciosa limonada sin tener suficientes limones.
Yo estaba convencido de esta historia, pero ahora conozco una ver-
sión muy diferente. Miles siempre dijo que una de las experiencias
musicales más estimulantes de su vida fue la de practicar junto al joven
trompetista Fats Navarro.2 Este, quien murió cuando solo tenía veinti-
séis años a causa del abuso en el consumo de drogas, fue un ejecutante
tan extraordinario que era considerado el segundo gran virtuoso de su
instrumento, solo superado por Dizzy Gillespie, además de ser la prin-
cipal influencia de Clifford Brown, otro maravilloso trompetista que
también murió muy joven.
Miles siempre dijo que había llegado a tocar al mismo nivel de vir-
tuosismo que Navarro, igual que este tocaba las baladas de manera tan
bella como Miles. Siempre me mostré escéptico con respecto a esta his-
toria. ¿Cómo era posible que un tipo que, en palabras de Billy Eckstine,
“apenas podía sonarse la nariz, menos aún sonar la trompeta”, se con-
virtiera en un gran virtuoso del mismo nivel de Fats Navarro? Pero
Sonny Rollins me dijo que fue testigo de aquellos encuentros, en los que
Miles y Fats estudiaban juntos y los recordaba como una experiencia
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3 Eric Nisenson, ‘Round About Midnight. A Portrait of Miles Davis, nueva edición, Da
Capo Press, Nueva York, 1996, p. 72.
4 Eric Nisenson, Open Sky. Sonny Rollins’s World of Improvisation, Martin’s Press,
Nueva York, 2000, p. 38.
5 Prestige Records fue uno de los sellos discográfico más importantes del jazz a partir
de 1949. Su fundador y director, Bob Weinstock, impuso todo un estilo de graba-
ción, aprovechando las innovaciones que ofrecía el formato de discos de larga dura-
ción, junto con su ingeniero de sonido Rudy van Gelder. Los discos que grabó Miles
Davis para esta compañía son parte imprescindible tanto de su historia personal
como de la historia del jazz. [N. del T.]
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6 Whitney Balliet, The Sound of Surprise, E. P. Dutton & Co., Nueva York, 1961.
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cia de Jamal, Miles Davis amplió los conceptos sobre el silencio que
había aprendido de Thelonious Monk, una característica que se conver-
tiría en expresión de su propio genio: el entendimiento de cuándo y
cómo opera el silencio en la música.
Paul Chambers, un talentoso joven que no llegaba a los veinte
años, fue llamado para ocupar el puesto de contrabajista; hasta aquí,
Miles tenía un grupo perfectamente equilibrado, solo faltaba el saxofo-
nista que completara el quinteto. Antes que ningún otro, Miles pensó
en Sonny Rollins, pero no estaba disponible, retirado de la escena tra-
tando de liberarse de su adicción a la heroína. Así, tanto Jones como
Chambers convencieron a Miles de que la persona adecuada para el
puesto era un músico itinerante llamado John Coltrane. Miles ya había
tocado con Coltrane en los primeros años de la década, en un conjunto
que también incluía a Sonny Rollins. Tocaron juntos una sola vez y a
Miles no le llamó particularmente la atención. Con ciertas reservas,
aceptó incorporar al saxofonista de Filadelfia y así estuvo listo el quin-
teto que llegaría a convertirse en uno de los conjuntos más célebres de
toda la historia del jazz.
Miles hizo varias grabaciones con este grupo, incluyendo cuatro
discos para Prestige Records realizados en dos sesiones maratónicas.
La manera en que fueron grabados demuestra uno de los modos de
operar de Miles a lo largo de su carrera. Dejaba que el grupo tocara
cada pieza una sola vez, como si estuvieran en una actuación en vivo.
A Miles le gustaba que no hubiera más que una sola toma, cuando
mucho permitía dos. Hay jazzistas ‒incluyendo a Coltrane cuando
llegó a grabar como líder de sus propios grupos‒ que insisten en repetir
una y otra vez la misma pieza, esperando alcanzar la perfección. Miles,
en cambio, consideraba que esto anulaba la frescura y la espontaneidad
características del jazz, idea que culminaría en las sesiones de graba-
ción de Kind of Blue.
Las actuaciones de Miles con este quinteto lo convirtieron en una
de las figuras más populares del momento. Cuando tocaba baladas
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7 La sordina Harmon es uno más dentro de la gran cantidad de utensilios usados por
los instrumentistas de aliento-metal para modificar y alterar el sonido. Fue inven-
tada hacia 1925 por Paddy Harmon y alcanzó su mejor uso expresivo en las actua-
ciones y grabaciones de Miles Davis en la década de los cincuenta. [N. del T.]
8 Joe Goldberg, Jazz Masters of the 50s, Da Capo Press, Nueva York, 1965, p. 75.
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9 Miles expresa aquí la gran emotividad que deseaba poner en una frase musical
basada en el texto de una canción. Hemos dejado en inglés las frases con las que
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of Spain fueron todavía mayores: “Aquí estaba yo, un negro de East St.
Louis, intentando ser un matador de toros español. En cada nota que
tocaba, tenía que sentirme como tal”.
Miles nunca dijo haber representado un papel similar cuando
tocaba con pequeños grupos, porque eso no era un factor determinante
en la creación de aquella música. Cuando estaba en el escenario con su
conjunto no solo se sentía totalmente libre, sabía que la creación musi-
cal reflejaba esa sensibilidad individual que es considerada como algo
sagrado en la tradición afroamericana. En su trabajo con Gil Evans, en
cambio, asumía otra personalidad con el fin de acomodarse mejor al
dramatismo de los arreglos, como si fuera el protagonista de una ópera.
De hecho, Miles iba más allá que cualquier actor, cuyo principal trabajo
es dar autenticidad al personaje que está representando. Toda esta pre-
paración era un proceso interno. Tenía que convencerse a sí mismo que
era otra persona; así podría tocar con la misma integridad que mos-
traba cuando actuaba con sus propios conjuntos.
A medida que la fama de Miles crecía, también lo hacía la crítica a
su obra por parte de algunos comentaristas y aficionados al jazz. Miles
nunca hablaba durante sus presentaciones. Jamás hacía comentarios
sobre las piezas ni presentaba a sus compañeros de grupo. A diferencia
de Dizzy Gillespie, no hacía bromas sobre el escenario y en muchas oca-
siones tocaba dando la espalda al público. Alguna vez pareció justifi-
carse al decir que hacía eso para escuchar mejor al baterista, pero por
otro lado, todas esas actitudes, supuestamente arrogantes, solo conse-
guían aumentar la fascinación de los oyentes.
Las críticas sobre su manera de comportarse en el escenario le
molestaban. Después de todo, decía, los directores clásicos nunca pre-
sentan el programa que tocan ni a los músicos. Miles pensaba que esos
discursos eran solo palabrería, comparable a la que se veían obligados a
expresa un ardiente deseo erótico, que bien podemos traducir como: “Bess, eres mi
mujer; Bess, eres mi perra; Bess, eres mi puta”. [N. del T.]
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dalizaba en esa época. Nadie habría considerado que esa fuera una pos-
tura favorable para su carrera. A diferencia de muchos individuos
famosos que saben cómo medir sus declaraciones públicas, Miles
hablaba con cruda honestidad. Se encontraba en una posición única
para un jazzista y, por lo tanto, se enfrentaba a oportunidades también
únicas. Llegó a ser tan inmensamente popular que podría haber conti-
nuado explotando la música que lo había hecho famoso, tocando bala-
das como “My Funny Valentine” o “When I Fall in Love”, o las piezas
ejecutadas a velocidad moderada, que su grupo ejecutaba tan bien,
como “Bye Bye Blackbird” o “Diane”; en otras palabras, podía elegir una
vía segura que conservara su lugar como músico estrella. En algún
momento, había ido a tocar a Las Vegas, como lo hicieron Louis Arm-
strong o Dave Brubeck. Pero esa clase de fama era impensable para
Miles. La revista Time pronto descubriría lo difícil que era hacerle un
reportaje y sacarlo en su portada, cuando Miles corrió a los fotógrafos
de esa publicación del club Village Vanguard durante una de sus pre-
sentaciones; los editores decidieron hacer el reportaje con un jazzista
menos grosero. Extrañamente eligieron a Thelonious Monk, quien
hablaba con acertijos pero al menos se dejó fotografiar.
El carácter mercurial de Miles era un desafío para cualquier
intento de clasificación, sobre todo si las definiciones eran construidas
por otros, aunque fueran parte de su público admirador. Miles tenía la
capacidad poco común de entenderse y sentirse cómodo con la clase de
artista que era, sin necesidad de hacer concesiones. Despreciaba a una
sociedad que le permitía haberse hecho rico pero lo limitaba a causa de
su profesión y su raza. Miles estaba por encima de todo eso y su insacia-
ble curiosidad siempre lo llevaba adelante. Entendió perfectamente los
requerimientos de su arte, donde cualquier estancamiento significa la
muerte. El movimiento era su esencia.
Sin embargo, había otros aspectos en los que Miles era conservador.
No deseaba que el jazz se desarrollara hasta el grado de romper los lazos
de comunicación con los oyentes. A pesar de su supuesto desdén por el
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público ‒algo que, por otra parte, siempre negó‒, quiso que su música
permaneciera siendo accesible.
Cuando Miles desintegró el quinteto, se dedicó a preparar las gra-
baciones orquestales con Gil Evans y, durante otra gira por Francia, se
comprometió con la realización de la música para la película Ascenseur
pour l’échafaud del director Louis Malle.11 Las sonoridades que creó
para acompañar la cinta ofrecen nuevos indicadores de su evolución. La
música fluye sobre progresiones armónicas reducidas a lo mínimo, per-
fectamente integrada al ambiente sombrío imaginado por Malle, toda
una premonición de ciertos pasajes de Kind of Blue.
De regreso a Estados Unidos Miles quiso reunir otra vez al quin-
teto. Como si no tuviera otra elección, contrató de nuevo a Garland,
Jones y Chambers, pero encontró que Coltrane no estaba disponible. El
saxofonista estaba tocando con Thelonious Monk. Pensó en Sonny
Rollins, pero este ahora era líder de su propio grupo. Así, Miles se deci-
dió por un joven saxofonista de Florida llamado Julian Cannonball
Adderley, un hombre robusto y jovial que, según palabras de Miles,
tenía “un espíritu muy especial”. Por lo general, Miles no soportaba a
los obesos pero hizo una excepción con Cannonball, quien, como la
mayoría de los jóvenes intérpretes del saxofón alto, estaba fuertemente
influido por Charlie Parker, pero también mostraba una cualidad funky
que lo hacía inmediatamente identificable, con un sonido pleno que
provenía de la tradición del rhythm and blues, tal como había sido cul-
tivada por Earl Bostic y Eddie Cleanhead Vinson.12
A finales de 1957 John Coltrane dejó el grupo de Monk y, a princi-
pios del año siguiente, se integró de nuevo al grupo de Miles. Durante
el periodo que Coltrane colaboró con Monk experimentó una sorpren-
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desde hace tiempo, pero los músicos de jazz casi no... Su música se ha
vuelto pesada. Los amigos me dan piezas llenas de acordes. Ni las puedo
tocar”.13
El armenio Aram Khatchaturian era uno de los compositores a los
que se refería Miles; este músico utilizaba escalas que, en palabras del
trompetista, “eran diferentes a los modos tradicionales europeos”.
Desde luego, hay fuertes influencias de la música popular de Armenia
en la obra de Khatchaturian, quien como representante de una cultura
que había permanecido al margen del sistema tonal clásico utiliza bási-
camente recursos que ahora llamamos “modales”.
Miles vislumbraba una revolución inminente, pero no desechaba
por completo la idea de la organización tonal. De alguna manera su
postura recordaba el caso de otro ilustre estadounidense: el presidente
Franklin Delano Roosevelt. La derecha consideraba a Roosevelt socia-
lista; pero sus reformas del New Deal tuvieron el efecto de evitar el desa-
rrollo del socialismo. Al crear un capitalismo un poco más justo, Roo-
sevelt logró prevenir una revolución de las clases bajas.14
Como Roosevelt, Miles fue un innovador sin llegar a ser un radi-
cal. A pesar de sus modales arrogantes ante el público, la meta del trom-
petista fue siempre hacer del jazz una forma de arte popular. No bus-
caba una revolución en contra de los métodos de la organización tonal,
pero se daba cuenta que los jazzistas deseaban la libertad de improvisar
con menos restricciones. Así, Miles tuvo que encontrar una manera de
enfrentar la libertad sin caer en la anarquía. Las propuestas más radica-
les quedarían reservadas para un movimiento muy cercano ya: The
New Thing.15
13 Nat Hentoff, “An Afternoon with Miles Davis”, Jazz Review, diciembre, 1958.
14 New Deal fue el nombre que se dio al programa puesto en marcha por el presidente
Franklin D. Roosevelt entre 1933 y 1938, para enfrentar los efectos causados por la
depresión económica que había estallado en 1929. [N. del T.]
15 Es el nombre que recibió en sus inicios el movimiento musical que hasta hoy ha
mantenido la denominación de free jazz. [N. del T.]
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bio. Sabía que en el jazz importan más los aspectos relacionados con el
sentimiento y la emoción, la libertad y la expresión individual. Sabía
que los jazzistas necesitaban liberarse de las cadenas que los ataban a las
estructuras de la armonía europea. Pero Russell fue durante mucho
tiempo un profeta en el desierto. Tuvo que esperar hasta que el jazz
madurara lo suficiente para enfrentar la tarea de formular una teoría
que diera coherencia a su continua evolución.
Como podemos imaginar, la vida de un teórico de jazz es aún más
difícil que la de un ejecutante. George transitó por un camino escabroso
desde que se hizo músico profesional a principios de la década de los
cuarenta. Tuvo que pagar sus cuotas, igual que los mejores jazzistas,
para que su teoría fuera creciendo con los años, abarcando territorios
más amplios, ganando en profundidad y universalidad. El Concepto
lidio cromático es considerado ahora como la creación más personal de
Russell, de la misma forma que el arte de Miles Davis o de John Col-
trane es considerado la expresión más personal de estos músicos. Pero,
a pesar de la importancia de sus aportaciones, la figura de Russell no ha
tenido en su propio país el reconocimiento que merece. En contraste
con la fama que ha logrado en Europa y Japón, resulta desconcertante
que haya recibido tan poca atención en Estados Unidos, donde casi
nadie ha visto la relación que existe entre sus aportaciones y discos
como Kind of Blue y A Love Supreme.
La incansable dedicación de Russell a su teoría resulta inspiradora
en nuestra época. Nunca trató de sacar beneficios económicos de ella,
insistiendo en publicarla de manera privada en lugar de venderla a una
editorial de prestigio. Esa tenacidad recuerda a otros grandes composi-
tores estadounidenses como Charles Ives o Harry Partch. Dado el lugar
tan singular que ocupa George Russell en la historia del jazz, su odisea
ha sido un viaje fascinante.
George Russell nació en Cincinnati, Ohio, el 23 de junio de 1923.
Su padre biológico fue un profesor de música de raza blanca del Oberlin
College; su madre, una estudiante afroamericana de la misma escuela.
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Ella tenía la piel muy clara y procedía de una rica familia de Kentucky
que prácticamente era propietaria de todo un pequeño pueblo. George
comenta: “Fui dado en adopción a los pocos días de nacido. La familia
de mi madre era muy consciente de su clase social e insistió en que no
debería quedarse con el niño. En aquella época tener un bebé fuera del
matrimonio se consideraba una desgracia”.2
Russell fue adoptado por una familia negra de clase media. El padre
adoptivo era un cocinero de la línea de ferrocarril Baltimore & Ohio; su
madre, una de las primeras enfermeras negras en graduarse del Meharry
Medical College. Ambos amaban la música; su padre cantaba y tocaba
el piano y la guitarra cuando estaba en casa. La madre trabajaba para un
médico que tenía un consultorio en un barrio de mayoría negra de clase
media, un doctor que era partidario del control de la natalidad a pesar
de las leyes de la época.
Puesto que sus dos padres trabajaban, George pasó la mayor parte
de su niñez con los vecinos o en una casa de huéspedes cercana, cir-
cunstancia que resultó propicia para su vocación musical. George
recuerda: “La casa de huéspedes en la que pasaba la mayor parte del
tiempo era el hogar de muchos músicos; ellos practicaban y luego deja-
ban sus instrumentos en el piso de cada cuarto”.
El interés de George por la música aumentó gracias a los viajes que
hizo con su madre en los barcos que iban y venían de Nueva Orleáns.
Este medio de transporte, donde regularmente tocaban bandas de jazz,
recorría el río Misisipi hasta St. Louis y después transitaba por el río
Ohio hasta llegar a Cincinnati y Pittsburgh. “Mi madre me llevaba en
estos viajes donde teníamos la oportunidad de oír a muchas orquestas.
Así fue como escuché al gran Noble Sissle. ¡Probablemente el nombre
más grande en la historia de la música de Estados Unidos!3 Me sorpren-
2 Todas las citas de George Russell provienen de mis entrevistas personales con el
compositor.
3 Noble Sissle (1889-1975), compositor y director de orquesta de jazz y de bandas
militares, fue una figura muy apreciada dentro de la comunidad negra. Participó en
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las bandas del ejército estadounidense que lucharon en los campos de Francia
durante la Primera Guerra Mundial. [N. del T.]
4 Los Mills Brothers fueron un importante cuarteto vocal afroamericano activo entre
1928 y 1982. Llegaron a grabar más de dos mil temas musicales y a vender más de 50
millones de discos.
Jimmy Mundy (1907-1983) fue un saxofonista, arreglista y compositor de jazz
que trabajó para las bandas de Benny Goodman, Count Basie y Earl Hines. [N. del T.]
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5 Lena Horne (1917-2010) fue una cantante y actriz muy popular en los años cuarenta
en Estados Unidos. Su carrera se prolongó hasta los primeros años del presente
siglo. [N. del T.]
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una escala particular más cercana a cada uno de ellos que cualquier
otra. Así comencé a ubicarme en el camino que me trajo hasta aquí”.
Cuando Rusell salió del hospital, Max Roach lo tomó bajo su pro-
tección llevándolo a casa de su madre. “Vivía con lo que me daba el
seguro de desempleo de la ciudad de Nueva York, que incluía un pro-
grama de ayuda para jóvenes sobrevivientes de la tuberculosis. Eso me
permitió resistir hasta que estuve lo suficientemente fuerte para encon-
trar trabajo y también me dio la oportunidad de estudiar pensando en
una nueva ocupación. La madre de Max prácticamente me adoptó y viví
con ella durante nueve meses”. Era la situación perfecta para que Rus-
sell continuara elaborando sus pensamientos con todo detalle: “La
señora Roach solía decir: ‘Max, ¡este muchacho nunca duerme!’ Y el
hijo respondía: ‘Está muy ocupado con su teoría’. Trabajaba todas las
noches, casi hasta las cuatro de la madrugada”.
Cuando dejó la casa de los Roach, George Russell buscó a Dizzy
Gillespie, quien estaba organizando su primera gran orquesta y pla-
neaba presentar un concierto en Carnegie Hall. Sería la primera vez que
una banda de jazz moderno tocara en ese consagrado lugar. Según Rus-
sell, Gillespie le dijo: “‘Tengo un nuevo tema y quisiera hacer con él algo
más grande’. Me pidió que me llevara la pieza y la transformara en una
suite”.
El nombre de esta composición era “Cubano Be, Cubano Bop”; la
primera en la que el jazz moderno se fusionaba con ritmos afrocubanos.
Para George Russell esta obra resultaría de la mayor importancia:
“Escribí la primera sección basada en el acorde dominante de do con la
novena bemol. Para entonces yo sabía cuál era la escala generadora de
ese acorde. Así, todas las melodías y las armonías salían de la escala
auxiliar disminuida de si bemol. Fue la primera pieza modal que escribí
conscientemente; todo eso ocurrió en 1947”.
En aquel momento Russell vivía en un hotel de mala muerte en el
barrio Bowery: “No podía estar peor. Camino del hotel me tropezaba
con gente tirada en la banqueta”. Dizzy deseaba que George ensayara y
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Gil estaba impresionado con lo que había hecho con la pieza de Gillespie
y fue a conocerme después del concierto. Me dijo: “Pasa algún día por mi
departamento cuando tengas tiempo”. Evans vivía en un solo cuarto en
el sótano del Hotel St. Regis. Toda la tubería del hotel pasaba por ese
cuarto. Pronto empecé a visitarlo, quedándome durante horas allí. Eran
muchos los grandes músicos que visitaban el departamento, convertido
en refugio: Miles y Max, desde luego; el compositor John Benson Brooks,
Gerry Mulligan, John Lewis, Lee Konitz y la cantante Blossom Dearie.
Todos admirábamos el trabajo que Gil Evans había hecho para la
orquesta de Claude Thornhill, una banda muy especial.
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Estaba allí con Dave Lambert, quien llegaría a ser famoso como funda-
dor del trío vocal Lambert, Hendricks and Ross.7 Dave estaba con su
esposa y su bebé, porque se quedaban a dormir allí. Un policía llegó y
dijo: “Tienen que irse. No pueden vivir más aquí”. Y yo repliqué: “Pero
7 El cantante Dave Lambert (1917-1966) fue uno de los creadores del estilo llamado
vocalese, consistente en escribir o improvisar letras adaptadas a temas o improvisa-
ciones instrumentales realizadas por otros jazzistas. En 1957, junto con Jon Hen-
dricks y Annie Ross formaron el trío vocal Lambert, Hendricks and Ross. [N. del T.]
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8 Miles Davis siempre fue gran aficionado al boxeo, admirador de Sugar Ray Robin-
son. Este deporte, igual que el beisbol, ha sido el favorito de muchos grandes jazzis-
tas. Así, resultó natural que Russell dedicara una de sus composiciones más famo-
sas a Ezzard Charles, afroamericano que ganó el campeonato mundial de peso
pesado en 1949 derrotando a Joe Louis. [N. del T.]
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Había un joven que dirigía una banda, de esas que imitaban el sonido de
la orquesta de Glenn Miller y deseaba que todos los arreglos tuvieran una
parte principal de clarinete. Fue la época dorada para la música comercial
de este tipo. Uno de mis arreglos lo transformé en algo así como una sin-
fonía. A este amigo no le gustó por no ser suficientemente comercial y me
dijo: “Llévatelo a casa, hazle cambios y veremos si se puede tocar”. Esas
cosas no eran para mí; prefería buscar un trabajo que, aunque no tuviera
que ver con la música, me permitiera concentrarme en mi Concepto. Para
entonces sabía que mi teoría era realmente útil y que no perdería nada al
retirarme del medio musical, porque tendría que hacer concesiones por
cualquier obra que me dejara algún dinero. No podía hacerlo. Mejor con-
seguí un empleo en una de las tiendas Macy’s, donde permanecí dos años.
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El pianista se llamaba Bill Evans y pasaba por una situación muy ines-
table, tocando en cualquier trabajo que pudiera conseguir. Russell lo
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invitó para su grabación. Así, Bill Evans sería el pianista de The Jazz
Workshop, el álbum encargado por Jack Lewis para rca. Lo más intere-
sante de todo es que Evans, desde hacía mucho, tocaba de manera natu-
ral en un estilo con fuertes implicaciones de tipo modal. Evan Evans, el
hijo de Bill, ha dicho que en algunas viejas cintas grabadas cuando su
padre era estudiante ya se aprecia ese sentido modal. Bill llegaría a ser
famoso por tocar acordes que omiten la nota fundamental, lo que implica
un concepto armónico muy avanzado favorable a la modalidad.
El disco The Jazz Workshop es uno de los mejores que se grabaron
durante la década de los cincuenta, tal vez solo superado por Kind of
Blue. Los músicos que participaron en él estaban entre los mejores de la
escena jazzística de Nueva York: el trompetista Art Farmer; el saxofo-
nista Hal McKusick; el guitarrista Barry Galbraith; los bateristas Paul
Motian y Osie Johnson; el contrabajista Milt Hinton y, desde luego, Bill
Evans. Todos eran lectores expertos de música que sabían cómo enfren-
tarse a las composiciones y arreglos de George Russell, además de ser
soberbios improvisadores.
En algún sentido, The Jazz Workshop fue un precursor de Kind of
Blue, con piezas basadas en conceptos modales más que en progresiones
de acordes. Pero, como Kind of Blue, era también algo más que un frío
experimento. La música, tanto la escrita como la improvisada, está llena
de pasión y es muy atrevida. El oyente experimenta la sensación de viajar
en un automóvil a alta velocidad. Al mismo tiempo, y a pesar de esa sen-
sación temeraria, se tiene la impresión de un completo control. Es claro
que una refinada mente musical ha dado forma a cada pieza. Bill Evans
toca de manera espectacular, con un estilo muy diferente a aquel impre-
sionismo lírico por el que llegaría a ser famoso. Muestra un impulso enér-
gico que por momentos casi nos pone los pelos de punta y los demás solis-
tas no se quedan atrás. Las improvisaciones de Art Farmer tienen una
intensidad que no siempre aparece en su obra posterior. El saxofonista
Hal McKusick toca en el límite de sus posibilidades y, aunque es clara la
influencia de Lee Konitz, lo hace con gran vigor y un impulso ausente en
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Su ritmo era impecable. Quiero decir que el tempo de Evans era similar
al del baterista Philly Joe Jones, siempre preciso. Hay algo curioso acerca
de Bill y de mi propio trabajo con el Concepto. Sabía que Evans estaba
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New York, New York fue un disco relativamente exitoso desde el punto de
vista comercial y ahora se considera la grabación más reconocida de
Russell. Si uno piensa que una obra musical basada en los principios
de una teoría puede resultar aburrida, carente de vida, es un prejuicio
que desaparece cuando escuchamos esta grabación. Como toda la obra
de Russell, este disco es un reto para el oyente, pero no es esotérico ni
incomprensible; es una experiencia emocionante para quien escucha
con atención, esté consciente o no de su teoría. Muchas veces me pre-
gunto si la sola idea de pensar que la música está basada en conceptos
teóricos no desalienta a quien la escucha, antes de darle la oportunidad
de ser apreciada en sus propios términos.
Para entonces era evidente que Russell había desarrollado un
sonido tan personal como el de todo gran jazzista, aunque este logro no
haya sido su único propósito:
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Una noche cené con Miles y tuvimos una plática muy seria sobre la
modalidad. En aquel tiempo Miles estaba buscando a músicos que susti-
tuyeran a los que abusaban de las drogas en su banda. Nos sentamos al
piano a tocar acordes. Toqué uno y Miles quiso saber de dónde lo había
sacado. Traté de explicarle su procedencia. Miles mostró mucho interés
porque para entonces yo podía explicar cualquier acorde en términos del
Concepto y mostrar cuál era la escala que lo generaba, una escala que
formaba un todo con el acorde. Miles lo entendió. Vio en el Concepto la
explicación objetiva de cada acorde y también cómo la música tradicio-
nal sobrevalora tanto los aspectos verticales de la armonía como la idea
de unidad. Pero la unidad no era un factor. Cuando los músicos hablaban
de la armonía se referían a las progresiones de acordes. Ellos ignoraban
–y todavía lo hacen– el concepto de verticalidad. Mi Concepto lidio cro-
mático de organización tonal se basa en la unidad que forman acorde y
escala. Aquella noche, mientras Miles se adentraba en mi teoría, dijo
que, si Bird estuviera vivo, esto lo mataría. Parecía la confirmación que
Miles necesitaba para continuar su camino.
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tido ideas políticas afines. Es cierto que varios de los jóvenes músicos
del free-jazz con quienes tocaba, como el saxofonista tenor Archie
Shepp, se identificaban con la facción más militante del movimiento de
los derechos civiles, y muchos de ellos continuaban en la lucha por libe-
rar al jazz de las ataduras de la tradición musical europea.3
Mientras Coltrane no abandonara su obsesión con la armonía y
entrara en el territorio de la improvisación libremente modal, existirían
momentos dubitativos como los que se dieron en Milestones. Sin
embargo, descubrió que no era necesario desechar por completo sus
conquistas anteriores. Así, emprendió una nueva aventura como líder
de sus propios grupos, un viaje que habría sido diferente sin el naci-
miento de Kind of Blue.
3 Archie Shepp (1937) formó parte del grupo de jazzistas afroamericanos más cons-
cientes de su papel revolucionario a los que Coltrane prestó apoyo. [N. del T.]
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con escasas opciones. Una carrera como ejecutante clásico era impensa-
ble y tampoco era posible encontrar un puesto de trabajo en los estudios
de grabación. El jazz era el único lugar donde su talento podía ser bien
recibido y reconocido, el sitio donde podía alcanzar un prestigio como
músico serio. Art Tatum, para mencionar a uno de los más grandes,
podría haber tenido una brillante carrera como concertista. De hecho,
llegó a ser admirado por algunos de los más célebres pianistas clásicos;
desafortunadamente para el mundo de la música de concierto, tal posi-
bilidad estaba cancelada de antemano.
En el caso de Bill Evans, el estudio de los clásicos se convirtió en
algo así como una camisa de fuerza. Los principios de la educación
musical clásica fueron inculcados en Evans durante sus años de estu-
diante en un conservatorio universitario. Se dio cuenta de que la técnica
que requiere la música clásica puede ser, muchas veces, un obstáculo
para tocar jazz. En una entrevista realizada poco después de dejar el
grupo de Miles, Bill Evans, utilizando una comparación más literaria
que musical, dijo:
[William Blake]… fue una especie de poeta popular que alcanzó las
mayores alturas gracias a su sencillez. Las cosas sencillas, las esencias,
son lo más grande, aunque nuestra manera de expresarlas pueda ser
increíblemente elaborada.1 Pasa lo mismo con la técnica musical. Uno
quiere expresar un sentimiento simple –amor, tristeza, entusiasmo– y
con frecuencia la técnica estorba. Se convierte en su propio fin cuando
debería ser solo el medio para transmitir esas ideas y sentimientos. El
verdadero artista va directo al corazón. Su técnica es tan natural que se
convierte en invisible, silenciosa. Siempre he tenido facilidad para tocar,
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Bill Evans entendió una verdad fundamental del jazz. El músico debe
desarrollar un estilo de comunicación altamente personal e idiosincrá-
tico. Para poder improvisar en completa libertad, Evans aprendió a
confiar en la riqueza de su propia intuición, más que en el amplio reper-
torio de sus conocimientos técnicos. Descartó gran parte del método y
de las ideas académicas sobre la expresión musical que ha desarrollado
la tradición clásica europea. De hecho, tuvo que reinventarse como
músico. El hecho que pudiera lograr esa transformación no fue solo un
triunfo personal; fue un triunfo para el jazz.
Bill Evans podría haber seguido cualquier carrera musical que se
hubiera propuesto. Sus maestros creían que podía llegar a ser un impor-
tante pianista clásico, pero Evans eligió el jazz y trabajó mucho, tanto
física como mentalmente, para adaptarse y sumergirse en esa tradición.
Sabía lo suficiente acerca de la vida jazzística como para entender que
una carrera en ese mundo era aún más difícil que en el de la música
clásica. Pero decidido por el jazz, comprometió todo su ser. Desde luego,
han existido músicos que, educados en la tradición clásica, han inten-
tado tocar jazz, pero a la mayoría de ellos les falta hasta el entendimiento
más superficial de lo que es el verdadero idioma. Logran apenas una
insípida mezcla que no convence ni a los clásicos ni a los jazzistas. Bill
Evans, con su profunda comprensión de la naturaleza de la expresión
jazzística, fue capaz de seleccionar dentro de sus estudios clásicos los
materiales que le ayudaron a la maduración de su obra. Proporcionó al
jazz una visión fresca y significativa que ampliaría las perspectivas de
esta música, al crear algunas de las más bellas y conmovedoras expre-
siones que se hayan conocido en los últimos cincuenta años.
2 Don Nelson, Bill Evans, Down Beat. 60 Years of Jazz, op. cit.
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4 Op. cit.
5 Ibid.
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y una vez que las cosas se hicieron, no se puede cambiar nada. Cuando
los maestros le dijeron a Evans que podía tener una brillante carrera
como pianista de concierto consideró seriamente esa posibilidad. Pero
la elección que hizo fue de acuerdo con sus propios sentimientos: estaba
enamorado del jazz. Peter Pettinger, en su biografía de Evans, Bill Evans.
How My Heart Sings, dice que el jazz fue la elección más fácil para el
pianista. Esto parecería evidente desde un punto de vista superficial;
pero, para un músico del temperamento de Evans, el jazz representaba
en realidad el sendero más difícil. Nunca se sintió cómodo con los asun-
tos relacionados con la administración de una carrera en el jazz, que
implicaban cambiar por completo la manera de pensar que había desa-
rrollado en el conservatorio. Bill Evans no era, desde luego, el único
músico formado en un conservatorio que cambiaba del mundo clásico
al del jazz. Cecil Taylor y John Lewis, para mencionar solo a dos pianis-
tas negros que hicieron carrera como jazzistas, también estudiaron
música clásica siguiendo cursos similares a los de Evans; John Coltrane
estudió en un conservatorio en Filadelfia y Miles Davis, aunque pasaba
la mayor parte de su tiempo en la Calle 52, tomó algunos cursos en la
escuela Julliard.
Resulta curioso que los mismos críticos que ahora atacan a Evans
también desdeñan a Taylor, porque creen que su manera de tocar mues-
tra una fuerte influencia de la música clásica contemporánea. Sin duda,
la obra de Taylor utiliza elementos de compositores como Edgar Varese
y Bela Bartók. Pero, como diría Miles Davis: “So what?”
La noción del jazz como una forma artística pura, que puede ser
destruida por la invasión de elementos “extraños”, es absurda. El jazz
nació de la fusión de la música folclórica afroamericana con la tradición
musical europea. Nunca ha sido “puro”. Y, a diferencia del blues, tam-
poco es un arte folclórico. Si alguna vez lo fue, ya no lo es más. Ahora es
un arte refinado; por lo tanto, cada artista incorpora su propia sensibi-
lidad y experiencia, así como también los conceptos que surgen de toda
una constelación de músicas de cualquier parte del mundo. Si, como yo
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7 Orrin Keepnews (1923-2015) no solo ha sido uno de los más importantes promoto-
res y productores del jazz sino también amigo de algunos de los principales expo-
nentes de este género: Thelonious Monk, Bill Evans, Cannonball y Nat Adderley,
Wes Montgomery, Johnny Griffi n, Jimmy Heath, McCoy Tyner, Joe Henderson, Lee
Konitz, Gary Bartz. Su compañía Riverside Records acumuló entre 1953 y 1964 un
catálogo de grabaciones incomparable, editado posteriormente bajo el sello Fantasy.
[N. del T.]
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álbum Jazz Workshop de Russell, había llegado a ser uno de los mejores
músicos de Nueva York, con su capacidad para tocar las obras más ori-
ginales y difíciles.
Me parece muy interesante señalar que entonces el estilo de Evans
tenía más vigor del que mostró posteriormente como líder. Uno de los
ejemplos más notables de este tipo de energía lo encontramos en la pieza
titulada “Concerto for Billy the Kid”, composición de Russell escrita
especialmente para Evans. En la grabación de la misma, el pianista toca
a gran velocidad un solo tan brillante que desmiente la creencia común
de que solo era un artista romántico e introspectivo. La edición en disco
compacto de ese álbum incluye una versión alternativa de la misma
pieza, con una improvisación por completo diferente pero igualmente
asombrosa. Esto nos lleva a examinar los conceptos rítmicos de Evans.
Los críticos que lo acusan de no tener swing seguro desconocen estos
ejemplos en los que su impulso rítmico me recuerda, por más de un
motivo, al de John Coltrane; ninguno de estos músicos tenía un sentido
tradicional del swing. Pero, como Russell ya había señalado, el ritmo de
Evans es impecable, nunca acelera o disminuye el pulso y aun cuando
toca solo mantiene siempre el control.
Algunos aspectos del sentido rítmico de Evans revelan la influen-
cia de Horace Silver. El estilo de Silver también proviene de Bud Powell,
aunque con un carácter más percusivo, gracias a la influencia de Thelo-
nious Monk, y está impregnado de blues, otra marca inconfundible.
Siendo uno de los creadores del movimiento conocido como soul jazz,
Silver desarrolló el sentido del blues hasta llevarlo a un nivel expresivo
que sería calificado como funk.8 Este proceso continuaría con Jimmy
8 Funk es el término de uso muy amplio que se aplicó a diferentes expresiones musi-
cales en boga durante la década de los años sesenta. Relacionado particularmente
con músicos afroamericanos, tomaba lo mismo elementos del rythm & blues, soul y
jazz utilizando progresiones armónicas sencillas y repetitivas pero con gran fuerza
rítmica. El bajo, la guitarra y el órgano eléctricos se consideraban parte indispensa-
ble del carácter funk. [N. del T.]
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Smith, quien a su vez difundió las características del soul entre toda una
generación de organistas.
Resulta muy significativo que Bill Evans, según sus propias pala-
bras, haya escuchado y aprendido mucho del estilo de Horace Silver.
Como dijimos previamente, Evans fue criticado por carecer del sentido
del blues; pero, gracias a la influencia de Silver, este sentido apareció
muchas veces en los primeros años de su carrera. Posteriormente Evans
no incorporaría muchas piezas de blues en su repertorio, sin embargo,
cuando tocaba alguna, mostraba que entendía y sabía amoldar a su pro-
pia personalidad la esencia del blues. A principio de la década de los
sesenta, Evans participó en la grabación de otro disco que llegaría a
adquirir la categoría de clásico: The Blues and the Abstract Truth, del
saxofonista, arreglista y compositor Oliver Nelson, álbum que algunas
veces ha sido comparado con Kind of Blue. En esta grabación, donde
predomina la influencia del blues, la ejecución de Evans es maravillosa,
mostrando su propia concepción del género, aunque por momentos su
interpretación suene un tanto “dura”, como queriendo enfatizar un
carácter funky para descubrir sus credenciales “blueseras” al resto de
sus compañeros de grupo, todos ellos de raza negra.
En algunos contextos Evans toca el blues de manera soberbia. Un
ejemplo famoso lo encontramos en la improvisación que realizó en la
versión original de la pieza “All About Rosie”, misma que le ayudó a
establecer su reputación. En este caso, más que el intento de parecer
funky, Evans toca un blues que encuentra su propia voz y resulta por
completo convincente. Aprendía de manera gradual a confiar en su pro-
pio instinto y nunca trató conscientemente de imitar a otros músicos.
La influencia del budismo zen, o el simple hecho de aceptar sus propios
retos, le ayudó en el aprendizaje de esas “disciplinas únicas y extrema-
mente severas que debe practicar el jazzista o cualquier músico que
improvise”.
Por otra parte, en aquella época Evans era considerado uno de los
pocos músicos que podían tocar obras de vanguardia. Durante un breve
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9 Peter Pettinger, Bill Evans. How My Heart Sings, Yale University Press, New Haven,
1998, p. 57.
Vida y música de Bill Evans, trad. de Ferran Esteve, Global Rhythm Press, Bar-
celona, 2007.
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con Miles sería una de las más grandes experiencias de su vida, pero
necesitaba alejarse. Además de su crecimiento individual como artista,
estaba cansado de los viajes. Las “pruebas” a las que lo sometía Miles, la
actitud de los públicos que lo despreciaban por ser blanco, contribuye-
ron a que tomara esa decisión. Finalmente, su adicción a la heroína tam-
bién tuvo que ver con su salida del grupo. En ese momento, irónica-
mente, Bill Evans era el único drogadicto que quedaba en el sexteto.
Cuando dejó el grupo de Miles, Evans se fue a la casa de sus padres
en Florida para renovar su energía y su compromiso con la música. En
diciembre de 1958 grabó su segundo álbum como líder, Everybody Digs
Bill Evans. En la portada de ese disco aparecieron elogiosos comentarios
de algunos de los músicos más importantes del momento, como Ahmad
Jamal, Cannonball Adderley, George Shearing y el propio Miles. Este
último escribió: “Bill Evans toca el piano de la manera que debe tocarse”.
Esta grabación de Evans merece todos esos elogios; fue su primer gran
logro al frente de un trío propio. Una de las piezas llamó especialmente
la atención. Con el título de “Peace Piece”, esa pequeña joya está cons-
truida sobre dos acordes que se repiten obsesivamente, sobre los que
Evans improvisa una melodía cristalina que toma giros inesperados. En
la superficie esta pieza anticipa la obra de pianistas del estilo llamado
New Age, como George Winston, aunque Evans tiene una profundidad
emocional desconocida por todos los representantes de esa moda.
El resto de Everybody Digs… alcanza casi la misma calidad. Por
momentos Evans toca con la energía presente en sus primeras grabacio-
nes, pero ahora evoluciona en una dirección diferente. Poco después
integraría un trío con otros dos innovadores ‒el contrabajista Scott
LaFaro y el baterista Paul Motian‒ que, junto con el cuarteto de Ornette
Coleman, cambiaría para siempre las dinámicas y los métodos de los
pequeños conjuntos de jazz.10 A partir de entonces un conjunto no vol-
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mera vez, y sería la única, que Gillespie, Parker y Monk –los tres gran-
des innovadores del bop– se unían en un estudio de grabación en un
momento culminante de sus respectivas carreras. Pero no se alcanzó el
más alto nivel por no contar con el baterista más afín. Debo decir, sin
embargo, que este quinteto logró una maravillosa toma de la pieza
“Bloomdido”, donde Parker tocó uno de sus mejores solos improvisa-
dos.
La mayor parte de lo escrito sobre Kind of Blue se ha concentrado
en John Coltrane, Bill Evans y, desde luego, el propio Miles Davis, pero
sabemos que cualquier disco de jazz es resultado de un trabajo colec-
tivo. Es imposible pasar por alto la presencia de los otros cuatro músicos
que participaron en el proyecto. No podemos dejarlos a un lado, sobre
todo si uno de ellos es Cannonball Adderley, un músico de presencia
tan notoria sobre el escenario, un hombre tan corpulento, con un sen-
tido innato para la alegría que podríamos calificar de fogoso, chis-
peante. Una vez le pregunté a Miles por qué incorporó a Cannonball en
su grupo. En aquella época yo creía que Adderley no estaba al mismo
nivel de Coltrane, Evans y Miles, opinión compartida por muchos.
Todavía más: Miles siempre expresó una actitud infantilmente desde-
ñosa por las personas con sobrepeso. No creía que fuera ofensivo decirle
a alguien en su propia cara: “¡Estás hecho un globo!” Expresión que
también aplicaba a Charles Mingus. Así, cuando pregunté a Miles
acerca de Cannonball, vi que se dibujaba en su rostro una innegable
tristeza. Adderley había muerto poco tiempo antes y Miles me dijo:
“Cannonball tenía un espíritu muy especial”. Ni una palabra más y,
como era común en Miles, eso fue suficiente. El comentario tenía más
de un significado y me llevó algún tiempo entender todas sus implica-
ciones.
En alguna época pensé que la presencia de Cannonball Adderley
en Kind of Blue era innecesaria y llegué a sentirla como el único defecto
del disco. Ahora sé que no es así. Adderley contribuyó en la grabación
con ese “espíritu muy especial”, esa alegría funky que le añade un carác-
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algunas deficiencias. Tal vez su más notable problema tenía que ver con
el concepto de “gusto”, algo que resulta muy difícil de definir, una
característica tan sutil como elusiva. Después de todo, lo que uno con-
sidera falta de gusto puede resultar algo maravilloso para otro.
¿Se pierde el gusto al tocar demasiadas notas? Parker y Gillespie lo
hacían y solo los más retrógrados podrían acusarlos de falta de gusto.
También Coltrane tocaba notas a borbotones, pero están equivocados
quienes ven en ello una falta de gusto. Coltrane es como un pintor de
grandes lienzos y necesita todo ese sonido para cubrirlos por completo.
La falta de gusto en la improvisación jazzística aparece cuando todas
esas “demasiadas notas” no contribuyen a la construcción de un con-
cepto musical definido. Y ese era, en buena medida, el problema de
Cannonball.
El uso de frases y giros basados en el blues es otro punto impor-
tante. Muchas personas creen que el jazz debe utilizar continuamente
recursos blueseros para resultar creíble; otros no estamos de acuerdo.
Desde luego, existen muchos jazzistas cuyo lenguaje abunda en dichos
recursos ‒Louis Armstrong, Horace Silver, por ejemplo–. Pero ellos, y
todos los que tocan así, se cuidan de no abusar de este vocabulario para
evitar que todo el discurso se convierta en un mero muestrario de frag-
mentos estereotipados.
A pesar de que la presencia de Cannonball causó gran revuelo en
Nueva York, le fue difícil mantener su grupo unido. Como casi todos los
saxofonistas, estaba fascinado con Charlie Parker, pero era evidente que
tenía su propia voz, impregnada también con la influencia de represen-
tantes del rhythm and blues como Eddie Cleanhead Vinson y Earl Bos-
tic. Más allá de cualquier crítica, la maestría técnica de Adderley igua-
laba a la de los más grandes.
El año de 1995, fecha de su llegada a Nueva York, fue un momento
particularmente favorable para un músico con ese estilo cálido y empa-
pado de blues, ya que el movimiento conocido como hard bop empezaba
a dominar en la costa este. Un cambio de estilo que se daba como reac-
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debe enseñarse cómo tocar el blues. Desde luego, esos giros son parte del
vocabulario de casi cualquier jazzista, pero en la época dorada del hard
bop el jazz se saturó de improvisaciones dependientes en exceso de esos
recursos.
Martin Williams, considerado el decano de los críticos de jazz en
Estados Unidos, lo expresó así: “El trabajo de Adderley no me parecía
satisfactorio. Cuando terminaba una de sus improvisaciones me pre-
guntaba qué había comunicado, con respecto a la forma, la melodía, el
ritmo, el contenido... Cannonball parecía no tomar en serio estos aspec-
tos gracias a su destreza, pero no aportaba nada desde la perspectiva de
la emoción, de la musicalidad misma”.2
En una reseña que escribió sobre un disco de Cannonball grabado
en vivo, el mismo crítico señaló que “había más notas blue por cada
frase de cuatro compases que no era posible imaginar más. Todo el
ambiente de la grabación adquiría la atmósfera de una celebración
comunitaria de la clase media afroamericana en búsqueda de sus pro-
pias raíces musicales”.3
Miles Davis sería también crítico con Cannonball. Poco tiempo
después de conocer al saxofonista, le dio algunos consejos de carácter
práctico sobre representantes de artistas y compañías grabadoras de las
que más valía permanecer alejado. Pero también le ofreció algún tipo de
asesoría musical. Cannonball lo comentó posteriormente: “Miles quiso
hablarme de armonía y acordes y no le hice mucho caso... entonces yo
era un poco arrogante. Y no pasaron ni tres meses cuando leí en una
entrevista que Miles pensaba que yo tenía mucho swing, pero que no
sabía mucho de asuntos relacionados con la armonía”.4
Miles quería que Adderley lo tomara en cuenta, ya que pensaba
incorporarlo a su grupo y deseaba que se fijara más en los refinamientos
2 Martin Williams, Jazz Changes, Da Capo Press, Nueva York, 1970, p. 239.
3 Op. cit.
4 Julian Cannonball Adderley, “Playing Dues. The Education of a Combo Leader”,
Jazz Rewiew, mayo, 1960.
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5 Op. cit.
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6 Blue Note Records, compañía discográfica fundada en 1939 por Alfred Lion y Fran-
cis Wolff, es otro de los sellos históricos que ha sobrevivido a diferentes crisis y
cambios de la industria musical. Su catálogo es también una lista imprescindible de
nombres famosos, un verdadero quién-es-quién de la historia del jazz. [N. del T.]
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bers se quedó a vivir. Pronto llegaría a ser uno de los jóvenes más admi-
rados, llegando a tocar con algunos de los mejores representantes del
jazz moderno como el pianista George Wallington, el trompetista
Donald Byrd y los trombonistas J. J. Johnson, Kai Winding y Bennie
Green. Cuando Miles organizó su primer gran quinteto en 1955, Cham-
bers fue el contrabajista elegido; pocos tenían un swing tan sólido, aun-
que él nunca intentó ampliar el papel tradicional de su instrumento,
misión que quedaría reservada para Charles Mingus y aquellos que en
años posteriores tomarían rutas innovadoras, maestros como Scott
LaFaro, Gary Peacock y Ron Carter, quien llegaría a sustituir a Cham-
bers en el grupo de Miles. Para este, resultaba de vital importancia el
talento de Chambers para dar un fuerte impulso rítmico al grupo: “Ese
cabrón hace que la banda tenga swing”, fue su comentario.
No sorprende que Chambers se volviera adicto al llegar al grupo de
Miles, aunque el propio líder ya se había liberado de las drogas. De cual-
quier manera, alguien que pasara mucho tiempo al lado de Philly Joe
Jones tarde o temprano probaría la heroína. Chambers permaneció con
Miles hasta 1963, cuando el grupo, que entonces incluía al saxofonista
Hank Mobley, se desintegró de una manera bastante confusa. Entonces,
Chambers y los otros integrantes de la sección rítmica, Wynton Kelly y
Jimmy Cobb, formaron un exitoso trío, llegando a grabar un álbum en
vivo con Wes Montgomery, Smokin’ at the Half Note, en mi opinión el
mejor de todos los que hizo el guitarrista.
Chambers nunca fue un vanguardista pero ejerció gran influencia
en muchos contrabajistas gracias a su tremendo pulso y su sonido pro-
fundo y natural. Su buen gusto para dar las notas precisas resultaba
sorprendente en un músico tan joven. Más que desbordar al grupo,
como hacen tantos impacientes contrabajistas, la misión de Chambers
era siempre de apoyo, poniendo toda su técnica al servicio del conjunto.
Además, era un soberbio solista que improvisaba de manera formida-
ble, muchas veces utilizando el arco. El ejemplo de sus improvisaciones
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8 Pearl Bailey (1918-1990), cantante y actriz que actuó con las orquestas de Noble
Nissle, Cab Calloway y Cootie Williams. Estuvo casada con el baterista Louis Bell-
son. [N. del T.]
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cia física como nunca antes lo había hecho. Una noche tocaba con gran
intensidad acompañando un largo solo de Coltrane y perdió una de sus
baquetas, que voló por el aire rozando la cabeza del saxofonista. Al ter-
minar la pieza Coltrane se rió y le dijo: “Casi me alcanzas esta vez”. Pero
Cobb adoraba la manera de tocar de Coltrane a pesar del esfuerzo que
representaba aguantarle el paso.
Como los demás músicos del sexteto, Cobb tenía la libertad sufi-
ciente para desarrollar su propio estilo. Muchas veces me he pregun-
tado si Miles realmente influyó en Cobb, quien por momentos parecía
simplificar su técnica, alejándose de las complicadas figuras rítmicas de
Philly Joe Jones. De hecho, el trabajo de Jimmy Cobb resultaba parecido
a lo que hacía Miles en sus mejores solos, apenas insinuaba las figuras
rítmicas. Así, Cobb llegó a esa síntesis de sencillez no carente de la
intensidad que Miles demandaba. La habilidad del baterista para dar
apoyo a solistas de estilos tan diferentes resultaba tan extraordinaria
como la que mostraba Paul Chambers en el contrabajo.
Jimmy Cobb es un hombre callado, sencillo, verdaderamente sen-
sible y con gran sentido del humor. Por todo eso, uno nunca imaginaría
la clase de baterista tan explosivo que puede llegar a ser. Ojalá que todo
el prestigio de Kind of Blue le proporcione la consideración que merece
como uno de los bateristas verdaderamente grandes del jazz.
Winton Kelly desempeñó un papel muy breve en Kind of Blue, pero
la decisión de Miles de que tocara en “Freddy Freolader” fue una jugada
maestra. Kelly era formidable en el blues, con un poderoso sentido del
swing y, a diferencia de muchos de sus contemporáneos, podía tocar
tanto en estilo funky como volverse un pianista lírico que daba un sen-
tido cantabile al blues. Miles lo expresó así: “Con Winton Kelly tengo
una combinación de Evans y Garland que puedo dirigir en cualquier
dirección”.9 Además, Kelly fue uno de los mejores pianistas acompa-
9 Miles Davis y Quincy Troupe, Miles. The Autobiography, Touchstone Books, Nueva
York, 1990, p. 175. Miles Davis y Quincy Troupe, Miles. La autobiografía, trad. de
Jordi Gubern Ribalta, Alba Editorial, Barcelona, 2009.
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cuando Kelly era el pianista del grupo. La única pieza que tocó en Kind
of Blue muestra esta clase diferente de sensibilidad, que no es menos
convincente que la manera de tocar de Evans en los otros números del
disco.
Miles apreciaba que los músicos de esa sección rítmica disfrutaran
tocando juntos y el trío formado por Kelly, Cobb y Chambers era un
verdadero equipo. Todo encajaba perfectamente. Ninguno fue innova-
dor, pero siempre trataron que el conjunto tuviera el mejor swing y pro-
porcionaron el apoyo más eficaz a los solistas.
Los cuatro músicos tratados en este capítulo –Adderley, Cham-
bers, Cobb y Kelly– son los que menos crédito han recibido. Pero si en
lugar de Cobb hubiera estado Philly Joe Jones, y en lugar de Chambers,
Oscar Pettiford, Kind of Blue habría sido completamente diferente. No
mejor ni peor, pero diferente.
Las vidas y las carreras de los siete músicos que participaron en
Kind of Blue ahora parecen predestinadas para haber llegado justo a
tiempo, en marzo y abril de 1959, al lugar donde nació esta obra maes-
tra.
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1 Bill Cole, Miles Davis. A Musical Biography, William Moorow, Nueva York, 1974,
p. 81.
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2 Miles Davis y Quincy Troupe, Miles. The Autobiography, Touchstone Books, Nueva
York, 1990, p. 154.
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Evans y el bajista Scott LaFaro estaban molestos uno con otro, supues-
tamente por la adicción de Bill Evans y la manera en que afectaba el
trabajo del grupo. Evans sintió que la sesión fue realmente desastrosa
por los sentimientos de frustración generados entre los dos músicos.
Pero cuando escuchó los resultados fue gratamente sorprendido. Cono-
ciendo las condiciones en que se llevó a cabo esa grabación, uno podría
pensar que el producto musical sería tenso y hasta agresivo. Es intere-
sante señalar que ocurrió lo opuesto, la creación de una de las músicas
más bellas y cristalinas que conocemos.
En el caso de Kind of Blue había muchas fuentes de tensión. El
grupo estaba a punto de disolverse. Miles estaba muy preocupado ante
la perspectiva de perder a Cannonball Adderley y a John Coltrane.
Adderley, por su parte, había dejado claro que deseaba buscar el éxito
como líder y, pocos meses después, dejaría el grupo. Coltrane también
amenazaba con irse, mientras Miles hacía todo lo posible para evitar su
partida. Miles era un brillante manipulador ‒casi maquiavélico‒ y Col-
trane cada vez se mostraba más frustrado. Como escribí en mi libro
Ascension: “Una noche, en un momento de enojo, Coltrane le dijo al
saxofonista Wayne Shorter: ‘¿Quieres trabajar con Miles? Puedes
hacerlo, puesto que yo he terminado’”.3 Tomando en cuenta el carácter
amable de Coltrane, una expresión de tal naturaleza mostraba a las cla-
ras su malestar, la gran irritación que sentía a causa de que el trompe-
tista no le permitía irse. Por otra parte, Coltrane no podía simplemente
darle la espalda, reconocía todo lo que había aprendido a su lado, algo
que Miles nunca le permitía olvidar. Sabía todo lo que el trompetista
había hecho por él, que lo había convertido en una gran estrella. Pero
también recordaba la humillación que sufrió cuando Miles lo despidió
en 1957. Aunque si Miles no hubiera actuado así entonces, Coltrane
posiblemente habría muerto a causa del alcohol y las drogas. La relación
3 Eric Niselson, Ascension. John Coltrane and His Quest, Da Capo Press, Nueva York,
1995, p. 79.
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entre estos dos músicos era incómoda, muy problemática, por decir lo
menos.
Bill Evans ya no estaba de manera formal con el sexteto cuando se
grabó Kind of Blue. Para Miles, Evans había abandonado el grupo sin
haber logrado todo lo que era posible. Se daba cuenta que con Evans la
banda tenía un sonido especial, muy diferente del que había conseguido
antes con Red Garland y después con Wynton Kelly. Miles deseaba
explorar plenamente ese sonido, como lo había hecho en la grabación de
“On Green Dolphin Street” un año antes; deseaba que Evans tocara de
nuevo en el grupo, porque era el sonido de su piano el que tenía en
mente para Kind of Blue.
La situación también era confusa para Evans. Haber tocado con
Miles había significado algo fundamental en su vida por más de una
razón. Lo había impulsado para convertirse en un gran jazzista, dado a
conocer a un círculo muy amplio de críticos y oyentes. Pero la experien-
cia había resultado destructiva: se había convertido en drogadicto.
Tocar con Miles había resultado algo muy doloroso. Evans nunca se
sintió completamente a gusto en el sexteto. Los comentarios irónicos de
Miles sobre el color de su piel fueron desgastantes y, en alguna medida,
responsables del sentimiento de que nunca sería “uno del grupo”. Para
complicar más las cosas, a Miles le molestaba que Evans, quien no era
drogadicto cuando llegó al grupo, hubiera caído en la adicción. Después
de todo por ese motivo había despedido a Red Garland.
Para Bill Evans la tensión aumentó el día de la grabación porque
Miles también citó a Wynton Kelly, el pianista regular del sexteto. Así,
Miles tenía a dos pianistas en el estudio y el propio Kelly estaba todavía
más sorprendido que Evans. El baterista Jimmy Cobb recuerda:
“Cuando Wynton llegó al estudio estaba perplejo y dijo: ‘Pensaba que yo
era el pianista en esta grabación’. Se preguntaba qué hacía Bill Evans
allí. Yo le dije que no se molestara, que las cosas eran diferentes porque
Miles las planeaba así. A Miles le gustaba jugar con la situación para
preocupar y poner nerviosos a los músicos. Pensaba que así tocarían
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Me hice del dinero pero lo daba a otros músicos por todo Nueva York. Un
día un productor de Columbia llegó a uno de mis conciertos. El tipo me
preguntó: “¿Te gustaría trabajar para mi compañía?” Yo quise saber
cuánto me pagarían. Me dijo que podía ganar noventa dólares a la
semana. Yo ganaba dos mil quinientos al año, enseñando a estudiantes
ciegos y a niños con retraso mental. El único dinero extra que obtenía era
haciendo grabaciones en un laboratorio de la escuela Julliard y en las
actuaciones con Charles Mingus, así que acepté.
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¡Fue toda una lucha! ¡Esos tipos no cedían ni un centímetro! Tenía que
lamer mis heridas, porque abundaban esos condenados en el departa-
mento de producción de la compañía. Y todos opinaban –uno quería una
cosa, otro quería otra–. Así que pensé: “Por amor de Dios, ¡déjenme
solo!” Lo único que quería era que nos dejaran a mí y a los artistas hacer
algunos discos.
En 1956, hice un trabajo con Leonard Bernstein que se llamó This is Jazz.
Yo escribí algunos de los ejemplos del proyecto, como la introducción de
la pieza “Just You”, que grabó Miles con su quinteto de entonces, con
Coltrane en el sax tenor y Red Garland en el piano. Después de eso hice
el trabajo de edición para el álbum Porgy and Bess. Tuve que hacerlo
todo; a Gil Evans le importaba un carajo si los cortes funcionaban o no.
Yo le decía: “Gil, escucha, las velocidades varían demasiado”. Pero él me
dijo que podía hacer lo que quisiera con las cintas.
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Fue hace mucho pero lo recuerdo bien. Hicimos ese disco en el estudio
que Columbia tenía en la Calle 30. Allí era donde grabábamos todo en
aquella época. Un gran estudio. Un lugar espacioso y ninguno de los
músicos utilizaba audífonos como se hace ahora. Colocaba a los músicos
en un espacio pequeño buscando el mayor contacto físico, no como
ahora, que los separan demasiado. Pasaba la mayor parte del tiempo
fuera de la cabina, porque así podía escuchar qué diablos pasaba. No
tenía que estar sentado en la cabina de control para decirles: “Toma uno,
toma dos, toma tres”. Muchas cosas pasan fuera de la cabina durante la
grabación de un grupo de jazz, cuando los micrófonos están apagados.
Solía estar cerca de Miles con mis audífonos, para asegurarme que tocara
en el micrófono correcto.
Creo que Miles estaba genuinamente molesto con los cambios de acordes
y los simplificaba cada vez que alguien le daba una pieza. Era feliz
haciendo esto. No se lo reprocho, porque eso le daba la oportunidad de
hacer crecer sus ideas. Nunca entraba en grandes discusiones con Miles
a la hora de grabar. De todas maneras él tampoco hablaba mucho en el
estudio, igual que Coltrane. Lo que hacíamos era escuchar lo que surgía
y anotarlo. De vez en cuando, al final de una toma, Miles me llamaba
para irme a sentar con él y estábamos juntos diez o quince minutos en el
pasillo. No me decía una sola palabra. Finalmente hablaba: “Oye cabrón,
eso no te gustó, ¿verdad?” Y yo contestaba: “No, no me gustó. Fue basura”.
Se levantaba de un brinco y regresábamos para hacer otra toma. Después
yo decía: “Terminamos. Buenas noches a todos”. Pasó más de una vez.
Con frecuencia Miles me llamaba para explicarme las ideas que tenía
acerca de un disco, como en el caso de Kind of Blue. Me llamaba a media-
noche o a las dos o tres de la madrugada, se ponía a tocar algo en la
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Pocas veces fue al estudio de edición una vez que la música se había gra-
bado ‒a lo más, cuatro o cinco veces en todos esos años–. Yo hacía todo
ese trabajo y se lo enviaba; si le gustaba, bien; si no, me decía que lo
hiciera de nuevo. Pero la verdad es que siempre le gustaba. Cada vez que
le enviaba de nuevo el producto, me decía: “Sí, está bien”. Sin embargo,
Miles continuaba teniendo un carácter difícil. Posteriormente quería
meter cualquier cosa en el disco. Y yo le decía: “Mira, hay que quitar esto.
Digo, Dios mío, ¿quieres vender a Miles Davis o quieres vender al saxo-
fonista o al guitarrista? La primera obligación es contigo mismo. Dejar
que ese saxofonista toque treinta coros ¡es asunto tuyo! Pero eso no va a
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Miles había bosquejado las otras piezas para Kind of Blue poco
tiempo antes de la grabación, pero eran el fruto de largos meses de
meditación sobre las metas que deseaba alcanzar. Finalmente todo
estaba listo en el estudio de la Calle 30 de Manhattan: siete músicos, el
productor y Gil Evans en su papel de consejero. Desde la primera vez
que escuché el disco tuve la certeza de que había sido grabado a altas
horas de la noche, ¿de qué otro modo estos músicos podrían evocar esa
atmósfera si no era una experiencia nocturna? Así, me sorprendí, un
poco de decepcionado, cuando Jimmy Cobb me dijo que la grabación
había sido hecha en la tarde. Lo que me confirmó que el talento de Miles
podría crear esa atmósfera en cualquier momento.
Como muchos amantes del jazz, me he entregado a la fantasía de
viajar al pasado para estar en aquel estudio donde se grabaron tantos
discos legendarios. De haber podido estar en alguna de las maravillosas
sesiones que tuvieron lugar ahí, elegiría haber estado el día en que se
grabó Kind of Blue. Una fantasía que podemos realizar en parte, ya que
tenemos los testimonios de aquella primera sesión, gracias a documentos
de audio que han aparecido. Así, podemos cerrar los ojos y soñar que
estamos esperando pacientemente a los músicos en el estudio de la Calle
30. Ahora ellos han llegado y todos –menos Bill Evans– se reúnen
alrededor del piano, donde Miles les enseña la música de la primera
pieza, “Freddy Freeloader”. Este es el único tema donde tocará Wynton
Kelly, así que Miles lo quiere grabar primero para que el pianista quede
libre. No creo que haya sido una cortesía por parte de Miles ya que,
como hemos visto, Wynton está confundido y bastante molesto al saber
que Bill Evans sería el pianista en todas las otras piezas. Lo mejor será
grabar “Freeloader” primero y así Miles no tendrá que soportar mucho
tiempo el disgusto de Kelly.
En todas las sesiones de grabación de Miles la mayor parte del
diálogo ocurría entre el productor, que estaba en la cabina, y el
trompetista. En el caso de Kind of Blue hubo dos productores: Irving
Townsend y Teo Macero. El papel del segundo, siendo novato, estaba
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cha dos veces más y acepta que la parte final de la toma completa es la
mejor.
“Freddie Freeloader” no ha sido el tema más popular ni ha fasci-
nado a los críticos como el resto de las piezas de Kind of Blue. Tal vez ha
sido así porque se trata de una pieza con una forma muy convencional.
Es un blues de doce compases en el que Miles ha dejado casi la pura
esencia, proporcionando completa libertad a sus expertos compañeros.
Los buenos jazzistas pueden tocar el blues casi dormidos. He visto a
muchos que lo hacen así. El reto para los grandes músicos es aportar
ideas frescas a esta vieja forma. Dentro de la atmósfera reservada, casi
fantasmal, que Miles buscó en esta grabación, era todo un reto para los
músicos tocar con ideas nuevas, evitando los clichés y las viejas fórmulas
que estarían fuera de lugar, que parecerían vulgares.
Desde el inicio de la pieza Wynton Kelly crea un acompañamiento
plácido que da un humor diferente al resto de Kind of Blue, sus dedos
brincan sobre las teclas mientras los alientos tocan la sencilla melodía
del blues. Miles toma el primer solo y logra una declaración magistral;
uno de los más grandes solos improvisados sobre la estructura del blues
de toda la historia. Un discurso que había estado “elaborándose”
durante años, cuyos orígenes pueden rastrearse a principios de la década
de los cincuenta, con piezas como “Blue Haze” y su secuela, “Green
Haze”. Es interesante señalar que, desde entonces, Miles jugaba con los
conceptos de azul, verde y todos sus matices intermedios. Uno escucha
los mismos elementos en la pieza “Bags Groove”, grabada en 1954 por
Miles y los “modernos gigantes del jazz”, entre los que se encontraban
Milt Jackson y Thelonious Monk, y vuelven a aparecer en otras piezas
de tiempo medio, con orientación bluesera, que crean esa misma
atmósfera que escuchamos en la película Ascenseur pour l’échafaud.
Volvemos a encontrar un sentimiento afín en la pieza “Sid’s Ahead” del
álbum Milestones, grabado cuando Philly Joe Jones y Red Garland
estaban todavía en el conjunto. En todos esos solos la música toma
como punto de partida un blues lento o de velocidad media, donde
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gustado más que hubiera sido “So What?” Obviamente, Freddy se había
ganado bien el sobrenombre.
Concluido este número, Kelly abandona el estudio y deja a Bill
Evans en el piano para la grabación de “So What?” Cualquiera que haya
tratado a Miles sabe que esta era una de sus expresiones favoritas, una
manera de menospreciar la grandilocuencia, ya que siempre supo
rechazar lo pretencioso, lo hiperbólico. La composición empieza con un
dueto entre Evans y Chambers que Gil Evans ha llevado a la sesión y que
resulta ser la parte más difícil.
Después de varios intentos por sacar adelante esta breve
introducción, Townsend se queja de que hay mucho ruido y dice: “Esta
parte es muy calmada. Escucho muchos ruidos, hasta las cuerdas
vibrantes del tambor”.
Miles responde: “Pero es parte de todo”. Para Miles, aun los errores
y los ruidos del ambiente forman parte de una genuina experiencia
jazzística. Townsend está de acuerdo hasta cierto punto, pero dice que
no hay que hacer demasiado ruido. Después de varios intentos más con
la introducción, el grupo toca “So What?” de principio a fin. Una vez
más, la primera toma es perfecta, no hace falta editar ningún detalle.
Probablemente “So What?” es el número más famoso de Kind of
Blue –aunque en los últimos años “All Blues” se ha vuelto muy popular–.
“So What?” tiene una estructura tan sencilla que aun sin saber de
música se percibe el grado de libertad que ofrece para la improvisación.
La pieza utiliza el recurso de “llamada y respuesta”, con origen en las
más antiguas expresiones de la música litúrgica europea y muy
recurrente en la tradición músical afroamericana, usado durante siglos
en los cantos evangélicos y espirituales. Uno se pregunta si Miles lo
emplea como evocación de aquellos bad gospels que escuchaba en los
caminos de Arkansas.
Después de la introducción, tocada de manera soberbia por Evans
y Chambers, el contrabajo expone el tema, construido sobre una figura
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5 Jelly Roll Morton (1890-1941), quien se presentaba a sí mismo como “inventor del
jazz”, siempre enfatizó la importancia del spanish tinge, matiz o sabor español, ade-
rezo indispensable para la creación de todo buen jazz. [N. del T.]
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con la que expresa con exactitud lo que tiene que decir, sin ninguna que
resulte superflua. Esta es la única pieza del disco en que Cannonball
entra a continuación de Miles y ahora lo encontramos en su elemento,
pero todo queda prácticamente eclipsado con John Coltrane. Su entrada
es tan dramática como la de Miles y Jimmy Cobb la anuncia con un
redoble, dejando claro que algo importante está a punto de ocurrir. Y así
es. Aquí escuchamos por vez primera en disco al Coltrane de la década
siguiente: el visionario apocalíptico cuya quemante intensidad iluminará
‒y correrá en paralelo con‒ el clima cultural de los años sesenta. Es
importante señalar que muchas de las interpretaciones más destacadas
de Coltrane en esa década utilizaron el compás de tres cuartos, el tiempo
del vals, incluyendo su pieza más famosa, “My Favorite Things”, en la que
también muestra la influencia de las ragas hindúes. Bill Evans sigue con
una improvisación muy breve, típicamente impresionista, probablemente
la única manera efectiva de tocar después del solo de Coltrane.
El grupo concluye la pieza repitiendo el tema del inicio. Cuando
todo termina, Miles bromea fingiendo que le falta el aliento. Pero así se
comporta Miles cuando está profundamente emocionado. Sin duda
está muy orgulloso y una broma es el mejor comentario. En solo dos
sesiones de grabación Miles y sus músicos han creado una indeleble
obra maestra. Creo que Miles lo sabía.
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que tampoco dio su nombre, dijo que Miles “se ha restringido a propó-
sito en un estrecho rango de notas e ideas seguras”. Otro músico opinó
que “toda esta discusión de ampliar las posibilidades de la improvisa-
ción melódica, al reducir los recursos armónicos al mínimo, no garan-
tiza una gran variedad de ideas. Las notas quedan siempre en el mismo
registro y no todo compensa la parquedad de las progresiones”.2
Estos comentarios son ejemplo perfecto de la dureza crítica usual
entre los propios músicos. Muchas veces lo que dicen puede ser
técnicamente correcto y de interés para otros colegas; pero, ¿cómo puede
cualquier oyente decir que una música tan bella carece de concepción
formal? Este es un ejemplo excelente de alguien que pierde de vista el
bosque a causa de los árboles. Pocos serían los admiradores de Miles
que podrían quejarse, esperando un discurso con más notas y líneas
más amplias y complejas. Criticarlo por el uso de un estilo austero y
astringente sería como condenar a Hemingway por no escribir como
Faulkner. La elocuencia natural de las improvisaciones de Miles en
Kind of Blue depende de la sencillez. Para los que asocian el jazz
moderno con las elaboradas improvisaciones atiborradas de notas de
los grandes representantes del bop, los solos de Miles podrían significar
un retroceso a épocas anteriores. Pero esta perspectiva pasa por alto el
contexto en el que surgen las improvisaciones de Miles. Son declaraciones
casi desnudas que contrastan con el torrente de notas que tanto Coltrane
como Adderley desparraman en el álbum.
No era fácil adivinar la gran popularidad que alcanzaría Kind of
Blue y el lugar que ocuparía en la historia del jazz, un sitio único entre
la era del bebop y los más importantes movimientos estilísticos de la
siguiente década. La importancia de esta grabación no depende en que
haya sido la primera en usar de manera amplia los modos dentro del
jazz; esto ya lo había hecho George Russell desde finales de la década de
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7 Ibid.
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una sociedad que los ha tratado de manera tan inhumana? ¿Por qué
participar en ese juego que ha creado deliberadamente tantas barreras
para personas que son consideradas como ciudadanos de segunda
clase? ¿Puede alguien llegar a ser libre siguiendo esas mismas reglas?
Estas preguntas establecieron el panorama de la década más turbulenta
del siglo xx, tanto social como musicalmente, en Estados Unidos.
Para Miles Davis todo resultaba muy perturbador, ya que entendía
a la perfección su parte de responsabilidad al haber abierto esa caja de
Pandora llamada Kind of Blue. Miles había dado credibilidad a la
concepción de Ornette, al aprobar la idea de una clase diferente de
libertad y era muy consciente de sus paralelismos sociales. ¿Estaba
Miles preparado para dar la espalda a toda la tradición musical europea
y a la misma sociedad estadounidense en la que había encontrado fama
y riqueza? Coleman era el representante de una nueva generación.
Como había ocurrido con el bebop, los músicos veteranos no entendieron
sus innovaciones, mientras muchos jóvenes estaban fascinados con
ellas. Roy Eldridge, el gran trompetista de la era del swing, dijo: “He
escuchado a Ornette de mil maneras y pienso que nos está tomando el
pelo”. Y Red Garland, el antiguo pianista de Miles, se expresó así
después de escuchar a Coleman: “No pasa nada… Coleman está
fingiendo”.
Pero otros jazzistas reaccionaron de modo diferente. John Lewis, el
director del Modern Jazz Quartet, ayudó para que Coleman ganara más
adeptos. Y John Coltrane se mostraba particularmente fascinado con
sus innovaciones.
La música de Coleman no pretendía basarse en ningún sistema,
como lo había hecho Kind of Blue con los modos, aunque posterior-
mente él inventó el término armolodía, en un intento de clasificación.
Pero nadie, ni el mismo Coleman, ha podido explicar qué cosa significa
ese término. Por otra parte tampoco sería necesaria una explicación
lógica, ya que la idea subyacente en la música de Coleman es la de otor-
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gar toda la libertad al jazzista para que toque todo lo que sienta sin ence-
rrarse en estructuras y conceptos establecidos.
Uno de los primeros músicos importantes en la escena de Nueva
York que entendió las ideas de Coleman fue Sonny Rollins. De hecho,
Sonny había escuchado y tocado con Ornette y con Don Cherry en Los
Ángeles desde años antes. En 1962, Rollins formó un grupo donde par-
ticipaban dos músicos que habían trabajado regularmente con Cole-
man: Don Cherry y el baterista Billy Higgins. Sonny había estado evo-
lucionando hacia una concepción más libre aun antes de haber
escuchado a Coleman, así que tenía un entendimiento de su música
mejor que el de la mayoría de sus contemporáneos. Sonny recuerda su
manera de tocar en aquel tiempo:
Este sistema, si puede realmente ser llamado así, resultaba muy dife-
rente del Concepto de Russell. Quitando todos los grilletes de las reglas
puede ocurrir cualquier cosa. Con músicos de la categoría de Rollins o
Coleman, dos de los más grandes improvisadores de la historia del jazz,
esta libertad les permitía echar a volar la imaginación. Pero con músicos
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8 Para cuando Miles Davis exploró la música española, pocos podían vislumbrar las
ricas implicaciones latentes en una fusión prácticamente inconcebible. Los prime-
ros intentos realizados en España por mezclar el flamenco con el jazz correspondie-
ron al saxofonista Pedro Iturralde, quien se hizo acompañar por un jovensísimo
guitarrista llamado Paco de Lucía. Los primeros quince años del siglo xxi han sido
testigos de una maravillosa explosión creativa que nos hace pensar en la existencia
de un antepasado común muy lejano del cante jondo y el blues. Baste citar los nom-
bres de Chano Domínguez, Niño Josele, Jorge Pardo, Carles Benavent, Jaco Abel y
Cristina Pato entre los músicos españoles más destacados de esta fusión. Todos ellos
participan en el disco Miles Español. New Sketches of Spain, homenaje a Miles Davis
al que se han sumado los latinoamericanos Alex Acuña, Sammy Figueroa, Edmar
Castañeda, John Benítez, Edsel Gómez, Jerry González, Antonio Sánchez, Gonzalo
Rubalcaba y Eddie Gómez. En esta grabación colaboraron también algunos de los
legendarios maestros que en diferentes momentos formaron parte de los grupos del
propio Miles: Chick Corea, Jack DeJohnette, Ron Carter y John Scofield. [N. del T.]
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más allá. Miles utilizó en lugar de las escalas modales líneas de bajo
obstinadas que hacían la función de centro de gravedad armónica y, de
alguna manera, este nuevo estilo era otro intento de enfrentar proble-
mas planteados desde Kind of Blue, ahora sustituyendo la falta de varie-
dad armónica con densas texturas de sonidos electrónicos. Fue durante
esa época que muchos críticos y músicos –incluyendo algunos que
habían llegado a ser famosos por tocar con Miles– acusaron al trompe-
tista de “venderse”, mientras él todavía enfrentaba las consecuencias de
la libertad propuesta en Kind of Blue.
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mado ‘jazz modal’ que originó es algo simple. Muchos jazzistas tocan
“So What?” y elaboran muy largas improvisaciones basándose solo en
dos escalas. Puede llegar a ser monótono escuchar todo eso. Desde
luego, la cosa es diferente cuando un genio como Coltrane toca piezas
de ese tipo, pero son muy pocos los que alcanzan ese nivel. En todo
caso, estos ejemplos muestran solo una parte de lo que intenté con mi
teoría. Mi intención fue abrir toda clase de posibilidades a los músicos,
no producir monotonía”.
De hecho, Kind of Blue no afectó a Russell de manera directa,
excepto por dar a conocer la gran variedad de posibilidades que tiene la
utilización de los modos en el jazz. Ahora vivía de la música, pero con-
tinuaba su larga investigación. Russell publicó un libro dedicado por
completo al Concepto, pero no había llegado al final de su teoría. Un
motivo por el que seguía trabajando era su intención de incorporar a su
teoría la música de Ornette Coleman: “Cuando escuché a Ornette, dije:
‘¡Caramba! ¿Cómo puedo incorporar esta música dentro de mi teoría?’
En ese momento no sabía cómo hacerlo. Me llevó mucho desarrollar la
idea que he llamado ‘superverticalidad’”. Con ese nombre, Russell creó
una categoría capaz de integrar todos los estilos musicales derivados del
new thing.
Poco después de la grabación de New York, New York, Russell
firmó un contrato para grabar varios discos con Riverside Records, pro-
piedad del productor Orrin Keepnews. El primero de ellos fue Ezz-the-
tics, nombre de una de sus primeras composiciones. Entre los jazzistas
que participaron se encontraba Eric Dolphy, un músico asociado con
los primeros experimentos del jazz libre. Esta grabación alcanza la
misma calidad lograda en The Jazz Workshop. Dolphy se ajusta con bri-
llantez, sin utilizar los típicos patrones del bebop, tocando con una
ambivalencia armónica que enfatiza los aspectos más atrevidos de la
música. Fueron instrumentistas como Dolphy y Coltrane quienes mejor
entendieron algunas de las más importantes ramificaciones de la teoría
de Russell y construyeron a partir de ellas un nuevo tipo de jazz.
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ragas de la India que con los espectáculos de Broadway. Para lograr sus
fines, Coltrane utilizaría dos escalas –o modos– sobre un acompaña-
miento repetitivo, casi hipnótico, sobre el que destaca de manera lumi-
nosa su saxofón. Coltrane ya había escuchado música de la India, pero
la influencia más poderosa provenía de George Russell y Miles Davis. El
carácter que imprimió a esta versión de “My Favorite Things” es muy
diferente al de las piezas de Kind of Blue. Sin duda, Coltrane buscaba un
efecto de trance giratorio y obsesivo. Es la música de un hipnotizador
que nos deja paralizados ante la visión de las olas estrellándose contra
las rocas en un cálido día de verano. Magnífico.
“My Favorite Things” estableció un modelo para buena parte de la
carrera de Coltrane, al menos durante los primeros años de ese primer
cuarteto. El contrabajista Steve Davis sería sustituido por Jimmy Garri-
son y Elvin Jones, que en este momento de su carrera había alcanzado la
culminación de sus conceptos polirítmicos y una gran intensidad en la
ejecución, compensaba la falta de variedad armónica con una gran
riqueza de texturas. McCoy Tyner, por su parte, desarrolló un estilo tan
directamente vinculado a las aportaciones de Coltrane como antes lo
había hecho Bud Powell con las de Charlie Parker.
Coltrane terminó su contrato con Atlantic y firmó otro con el nuevo
sello Impulse!, entonces propiedad de la empresa abc Paramount.10 Col-
trane encontró la más completa libertad para grabar lo que quisiera. Su
primer proyecto fue realizado en vivo en el club Village Vanguard. La
mayor parte de las piezas eran de carácter modal y una, titulada “India”,
tiene la intención de ser una raga de jazz. La pieza más larga de ese pri-
mer disco, titulada “Impressions”, utiliza la misma estructura modal de
“So What?”, pero, desde luego, con una melodía diferente, donde Col-
10 El productor Creed Taylor apoyado por la compañía abc Paramount fundó en 1960
el sello Impulse!, durante mucho tiempo vinculado a John Coltrane y otros jazzistas
representantes del movimiento New Thing. Existe en español la traducción del libro
de Ashley Kahn¸ El sello que Coltrane impulsó. Impulse Records: la historia. Intere-
sante memoria publicada por Global Rythms en 2006. [N. del T.]
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dad continua que llegó a ser famosa como el método más apropiado
para hacer que se fueran de casa los invitados de una fiesta. Ascension
puede ser una obra fascinante, pero también insatisfactoria. Sin embargo,
la audacia que Coltrane muestra aquí no tiene precedentes y propone un
reto difícil de superar, sobre todo para los oyentes que contaban entre sus
discos preferidos My Favorite Things y Ballads.
A finales de 1965, la solidaridad de Coltrane con los músicos del
new thing era evidente. Durante años había mostrado su simpatía por
ese movimiento y le había dado apoyo moral a algunos de sus líderes,
como Archie Shepp, Albert Ayler y Marion Brown, músicos que logra-
ron contratos con Impulse! gracias a Coltrane. Shepp grabó en una
parte de A Love Supreme que nunca salió al mercado ‒y que según
parece, se ha perdido–. Pero McCoy Tyner y Elvin Jones no estaban a
gusto con la nueva dirección que había tomado su líder. Provenientes
del movimiento del hard bop, aunque se mostraban profundamente res-
petuosos con Coltrane, se sentían ahora fuera de lugar. En algún
momento Coltrane amplió el grupo con la participación de su segunda
esposa, la pianista y arpista Alice McLeod Coltrane, el baterista free
Rashied Ali y el saxofonista Pharoah Sanders. Este último era uno de
los más fieros “gritones” del movimiento new thing, pero también capaz
de tocar con un gran lirismo cuando se requería.
Para Coltrane, esos cambios eran la continuación natural de una
trayectoria que empezó en su etapa de las “sábanas de sonido” y su obse-
sión con las progresiones armónicas, hasta llegar a la libertad de las pie-
zas modales que había enfrentado por vez primera junto a Miles, conti-
nuando con el jazz libre de mediados de la década de los sesenta. No
sabemos si Coltrane, de no haber explorado la modalidad, habría lle-
gado a desarrollar un grado tan intenso de profundidad emocional y
espiritual. Con frecuencia Coltrane hablaba de “limpiar el espejo”, es
decir, usar la improvisación para explorar más a fondo su propia alma.
La modalidad le había hecho más fácil el trabajo de desconectar la
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Kind of Blue fue también muy importante para Bill Evans en su carrera
como líder. Evans había tocado música modal con los grupos de George
Russell años antes de grabar Kind of Blue, por lo tanto, el principio de
organización musical empleado en el disco no era un concepto nuevo
para él. Lo que le resultó en verdad novedoso fue la fama que consiguió
por participar en la grabación. Al unirse al grupo de Miles, Bill Evans
ya tenía una carrera muy activa desarrollada al lado de diferentes músi-
cos, pero para el gran público era un desconocido. Tocar con el sexteto
de Miles lo cambió todo y lo favoreció mucho en su papel de líder.
Desde la perspectiva musical, Kind of Blue proporcionó otros con-
ceptos a Bill Evans. Como hemos dicho, la introducción de la pieza “So
What?” es un dúo entre Evans y Paul Chambers. De algún modo este
breve dueto sirvió como modelo para algunas de las innovaciones que
Evans exploró en su primer trío, ahora considerado el mejor de todos
los que dirigió. Chambers, como muchos contrabajistas de esa época,
exploraba nuevas posibilidades para su instrumento dentro del jazz. No
era solamente el “guardián del tiempo”: desempeñaba funciones meló-
dicas, creando líneas de contrapunto con los solistas. Músicos como
Oscar Pettiford y Charles Mingus habían anticipado el papel del contra-
bajo como instrumento rítmico y melódico. No quiero decir que la
introducción de “So What?” fue determinante para la manera en que
Bill Evans organizó su primer trío, pero da un buen indicio de los cam-
bios que experimentaban las secciones rítmicas de entonces.
La influencia más importante que recibió Evans gracias a Kind of
Blue fue mucho más sutil. No hay duda que también se dejaba llevar por
la corriente hacia una nueva clase de libertad y deseaba que su trío mar-
cara de manera bien clara ese camino.
Digamos que la carrera de Evans se encontraba en un estado de
animación suspendida. Cuando regresó a Nueva York, después de estar
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dos por los grupos más famosos del jazz libre, y sus innovaciones han
sido duraderas.
El primer disco del trío fue grabado en diciembre de 1959 y no
suena tan novedoso, a no ser por la manera de tocar de LaFaro, quien
utiliza un registro agudo más propio del violoncello que del contrabajo,
en diálogo permanente con el piano de Bill Evans. Todo parece una pre-
paración para el siguiente álbum, donde LaFaro estalla con energía,
deseando cambiar de una vez por todas los conceptos tradicionales del
papel de su instrumento en el jazz. Según Evans, Scott LaFaro ya apun-
taba en esa dirección desde antes de integrarse al trío: “Nuestro primer
encuentro con tuvo lugar en 1956 o 1957 en una prueba para Chet
Baker. Me di cuenta de que era un talento maravilloso, aunque sin pulir.
Las ideas le salían una tras otra y apenas podía manejarlas”.
Esta impresión se confirma con más fuerza en Explorations, el
siguiente disco del grupo. El contrabajo, aunque conserva algo de su
tradicional función de acompañante, se lanza hacia nuevos territorios
–siempre en diálogo con el pianista– y la batería de Motian tiene que
seguir las reglas del juego. En las últimas grabaciones del trío, “Sunday
at the Village Vanguard” y “Waltz for Debbie” –que fueron grabadas el
mismo día–, los tres músicos alcanzan la verdadera improvisación
colectiva. LaFaro crea líneas melódicas de gran originalidad, mientras
Motian rara vez conserva un tiempo estricto, salpicando el aire con la
delicadeza de sus tambores y platillos. Hay todavía quien dice que este
grupo no tiene swing, una crítica absurda. Se trata sencillamente de una
clase diferente de swing. El ritmo es elástico, respira con la música, está
vivo, no es un mero metrónomo atrás de los solistas. Este conjunto crea
un swing de mayor refinamiento y sutileza, tan intenso en sus propios
términos como el de los más grandes jazzistas. Escuchar estas grabacio-
nes puede resultar una experiencia perturbadora para el oyente que
trata de orientarse con el piano, pensando que es la voz principal; pero
escuchar así significa perder la perspectiva de esta música. A su modo,
el grupo retorna a los viejos conceptos de la improvisación colectiva
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más antigua. Y, como ocurrió con Kind of Blue, los avances formales de
estos dos discos no son los únicos aspectos notables. Igual que en el
álbum ya clásico de Miles, la música es bella, expresión de un lirismo y
una inteligencia poco frecuentes que nos seducen interminablemente,
sin importar cuántas veces los hayamos escuchado.
El trío tuvo un final trágico cuando Scott LaFaro murió en un acci-
dente automovilístico, diez días después de grabar las sesiones en el
Village Vanguard, a la edad de veinticinco años. La herencia que dejó ha
sido motivo de inspiración interminable para casi todos los contrabajis-
tas que surgieron después. Bill Evans quedó destrozado. Dejó de tocar
durante meses y después intentó formar un nuevo trío con Chuck
Israels en el contrabajo. A lo largo de su carrera Evans contaría con la
colaboración de excelentes bateristas y contrabajistas, pero hasta sus
últimos días conservó el ideal de aquel fabuloso trío, añorando ese sen-
tido del descubrimiento que hizo posible una música inolvidable. Evans
llegó a ser uno de los jazzistas más populares de la historia, tanto entre
los oyentes como entre los críticos, pero su obra nunca volvió a mostrar
la misma audacia.
Bill Evans murió en 1980 a la edad de cincuenta y un años y su
legado cuenta con otras importantes innovaciones, como las grabacio-
nes de piano que mezclan varias pistas, creando duetos y tríos de con-
versaciones consigo mismo. En sus mejores momentos produce resulta-
dos de gran brillantez, pero en otros peca por exceso. Evans era
considerado una especie de vanguardista por haber tocado con George
Russell, grabado Kind of Blue y creado un trío innovador. En su madu-
rez, asumió el papel de músico representativo de un lirismo romántico
muy seductor para el público y, poco antes de morir, integró un trío que
parecía dar nueva vida a su obra evocando la mejor interacción con
Motian y LaFaro, la magia renovada que tanto había significado en la
evolución del jazz.
Puede resultar sorprendente que Miles Davis haya expresado
comentarios muy críticos sobre Bill Evans. Dijo que el pianista nunca
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volvió a tocar tan bien como lo había hecho con su sexteto y lo cues-
tionó porque no volvió a colaborar con músicos de raza negra. Pero
Miles pasaba por alto que el baterista favorito de Evans era Philly Joe
Jones, a quien conoció precisamente cuando ambos formaban parte de
su propio conjunto. También se olvidó de Jack DeJohnette, de Freddie
Hubbard, de Kenny Burell, de Ron Carter y demás jazzistas negros que
participaron en discos de Bill Evans. Tal vez Miles solo continuaba el
sarcasmo de los viejos tiempos, cuando fastidiaba al magnífico pianista
blanco que tenía en su grupo.
Una consideración final sobre Bill Evans. En el álbum Sunday at
the Village Vanguard, encontramos la composición de Scott LaFaro
“Jade Visions”, una pieza de frágil belleza que siempre me remite a la
nota que Evans escribió para Kind of Blue. “Jade Visions” es una bella y
frágil melodía, donde la sencillez alcanza regiones muy profundas. En
esencia, es un koan zen musical que sería destruido por cualquier nota
superflua, pero el trío elabora una improvisación aérea, evanescente,
sutil; la mejor demostración de las inagotables posibilidades expresivas
del jazz. Hay quien piensa que una música de carácter tan introvertido
no puede ser verdadero jazz. Sin embargo, la sensibilidad cultivada por
los tríos de Bill Evans forma también parte del legado de Kind of Blue.
Para los músicos de temperamento similar al de Bill este legado es una
herencia permanente. La historia del jazz, que va desde unos orígenes
llenos de vitalidad explosiva hasta el refinamiento de Kind of Blue y
Sunday at the Village Vanguard, ha sido un camino largo y difícil y el
costo del viaje ha sido elevado. Bill Evans terminó pagándolo con su
propia vida. A los pocos años de haber probado la heroína, se convirtió
en un adicto a la cocaína, droga que finalmente lo destruyó. Un precio
muy alto por llevar la expresión de su alma hasta los límites en cada
actuación.
Así, el legado de Kind of Blue fue más allá de los efectos que tuvo en la
vida de los músicos que participaron en la grabación. Una herencia
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Kind of Blue ha sido una gran influencia para mí, pero solo ahora, en esta
época de mi vida, puedo decir lo que ha significado. Quiero señalar dos
aspectos. El primero es la manera como actúa la sección rítmica. El mate-
rial era muy fresco y estos músicos encontraron una forma diferente de
apoyar a los solistas. Esto ha tenido una profunda influencia sobre mi
propia manera de tocar.
El segundo aspecto tiene que ver con la impresión que nos deja toda
la grabación, una especie de recorrido o arco total, el concepto que Miles
puso en marcha y que sus compañeros siguieron de manera maravillosa.
Cada improvisación es un ejemplo perfecto de cómo “contar una histo-
ria” a través de la música. Siento que hoy muchas improvisaciones care-
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2 Dave Douglas (1963). Trompetista y compositor, una de las estrellas más notables
dentro del jazz del siglo xxi. Ejemplifica al músico en cuya formación convergen
toda clase de influencias, sintetizadas gracias a la fuerza creadora del jazz. La lista
de músicos con los que ha colaborado es una muestra inmejorable d quién es quién
en el jazz de hoy: Joe Lovano, Ravi Coltrane, Vijay Iyer, Uri Cane, Donny McCaslin,
James Genus, Chris Potter, Louis Sclavis, Bill Frisell, entre otros. [N. del T.]
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Resulta muy interesante ver lo diferentes que son; pero gracias a esas
diferencias la pieza resulta perfectamente equilibrada. Desde luego, Bill
Evans también es único. Pero lo más importante es el sentido del equili-
brio. Eso añade profundidad a toda la grabación. De algún modo, esa
clase de profundidad la encontramos en todas las grabaciones y proyec-
tos de Miles a lo largo de los años, por eso el público siempre regresa a él
y lo considera una de las mentes musicales más brillantes del siglo veinte.
Miles encontró su propia manera de hacer música; fue único, nunca tuvo
miedo de mostrarse. De hecho, animó a todos los músicos que tocaron
con él para que encontraran su propio camino, que sería muy diferente
del suyo. Pienso que todo esto es más notable en el gran quinteto de la
década de los sesenta que en cierto sentido surgió gracias a Kind of Blue.
Tony Williams estaba muy influido por todos los grupos anteriores –en
la manera de acompañar y romper los tiempos–. Y ese fue un grupo que
creció y maduró sobre el escenario. Pero también el sexteto de 1957‒1958
se desarrolló en el escenario, aunque de una manera muy diferente.
¡Claro que sí! Quiero decir que es una manera brillante de reinterpretar,
estudiar y analizar la música. De hecho, yo estudié con George Russell.
Fui su alumno durante un semestre en el Conservatorio de Nueva Ingla-
terra en 1982. Pero en lo que respecta a cómo la modalidad es usada en
Kind of Blue, es un tema al que no le he dado mucha importancia. Creo
que una de las cosas por las que Kind of Blue es tan maravilloso es su
equilibrio entre lo intelectual y lo emotivo. En otras palabras, eran nue-
vas ideas que estaban siendo propuestas en aquella época, pero Miles fue
capaz de ir más allá de los conceptos intelectuales y convertirlas en algo
que no había sido pensado del todo; algo mucho más instintivo, intuitivo,
emotivo; que tendría su propio papel sin importar las ideas teóricas. Des-
pués de todo, muchos otros músicos ya habían hecho uso de la modali-
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dad y estoy seguro que Gil Evans tuvo mucho que ver con lo que en ver-
dad ocurrió en el estudio de grabación [Douglas no lo sabía, pero según
Teo Macero, Gil Evans estuvo presente en las sesiones de grabación de
Kind of Blue].
Por otra parte también es un disco imperfecto en algunos niveles, lo
que no deja de ser interesante. Tiene errores a causa de la espontaneidad.
Miles fue un gran organizador de grupos y su contribución fue reunir
todos los elementos para crear una gran música. Pero también dejó mucho
al azar en esta grabación, algo poco planeado, ya que llegó al estudio sin
mucho material, además de la idea de: “Vamos a ir para hacer algo con
estos músicos y dejar que la música salga”. Así que debemos de dar mucho
crédito a la idea de ejercer la maestría espontáneamente, “en el momento”,
más que durante un prolongado tiempo de ensayos y trabajo preparatorio.
Quizás ese es el nivel donde el disco sigue siendo una gran influencia
para todo lo que vino después. Kind of Blue nos transmite un increíble
sentimiento de lo azaroso, tal vez por eso mismo queremos escucharlo
miles de veces. Para llegar a conocerlo en profundidad, uno escucha
cosas diferentes cada vez y lee realmente dentro de la mente de cada uno
de los músicos, puesto que ellos parecían estar paralizados por el des-
lumbramiento en el momento de la grabación. Para mi trabajo como pro-
ductor de discos, esto me ha dado un ejemplo para saber cómo debo diri-
gir cada grabación.
Aunque quizás hayamos propuesto de manera informal ideas que a lo
mejor funcionan, cuando la grabadora se echa a andar tiene que aparecer
la chispa y la llama que prenda en todos, conduciéndonos a un nivel más
alto de creatividad e interacción. Casi todos los discos que he grabado los
he terminado en dos días. Pienso que así logramos ese sentido y esa emo-
ción. Y todo eso proviene de la fi losofía que surgió gracias a la manera en
que fue hecho Kind of Blue. Desde el punto de vista del diseño y la promo-
ción, el disco también se benefició con la fotografía de la portada y de las
modas del momento y del lugar, del sitio que ocupaba cada músico. En
términos puramente musicales todo estaba en el aire. Hay muchos otros
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discos grabados entonces que podemos mencionar que han tenido impacto
y significado musical; sin embargo, fueron muchos los aciertos que coinci-
dieron en Kind of Blue y por eso ha llegado a ser un ícono cultural.
Es verdad, era una exigencia que Miles también aplicó consigo mismo;
hacía cosas que muchos temen hacer. Uno de mis discos favoritos es
aquel de Art Blakey y sus Jazz Messengers con Thelonious Monk ‒con
Bill Hartman y Johnny Griffin se da el mismo caso, como si apenas
hubieran podido lidiar con la música‒, es una de las grabaciones más
emocionantes de la época y creo que tiene el mismo elemento misterioso
de Kind of Blue, que nos impulsa a escucharlo una y otra vez, deseando
entender cómo y por qué lo lograron.
Uno tiene que tocar de manera diferente si está frente a un músico
como Monk. Y Miles, más que cualquier otro músico, realmente abrió un
camino que le permitió tocar exactamente como quería. Después de cierto
momento no volvió a ser colaborador de otros líderes, ni tocó de manera
informal o participó en jam sessions. Siempre fue el líder de sus propios
grupos. Se limitaba muy bien a lo que podía hacer mejor. Y creo que existe
un paralelismo entre Kind of Blue y un disco como In a Silent Way. Me
molestan las personas que dicen que Kind of Blue fue un golpe de suerte,
una especie de azar afortunado. In a Silent Way es un ejemplo del mismo
proceso. Miles llegaba solo con algunas ideas y era capaz de crear todo un
álbum con una visión clara de lo que había que hacer. La base de su música
era muy refinada y obligaba a los otros a seguir el mismo camino.
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3 Bill Cole, Miles Davis. A Musical Biography, William Moorow, Nueva York, 1974,
p. 81.
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reconocer las notas de una canción. Esta clase de pregunta rara vez se da
al escuchar Kind of Blue. El sentimiento de la música es directo.
Siempre me ha parecido maravilloso que los jazzistas puedan
lograr la inspiración y sacar sus emociones más profundas en un
ambiente tan impersonal como el de un estudio de grabación. Un pro-
ceso en el que la parte más íntima del músico queda expuesta, hacién-
dolo especialmente vulnerable. La mayor parte de las personas no tiene
que encarar sus miedos, deseos, alegrías y sentimientos de desespera-
ción como parte de su trabajo cotidiano. Vamos por la vida tratando de
mantener una personalidad equilibrada y estamos siempre demasiado
ocupados para la introspección. Mirar hacia adentro puede ser motivo
de ansiedad o de dolor. Todos tratamos de evitar emociones que hagan
surgir la inquietud y la angustia. Para un jazzista, cuyo trabajo es crear
una música desde la base emocional más profunda cada vez que sube al
escenario, no es posible dejar a un lado esos sentimientos, sin importar
lo dolorosos que puedan llegar a ser.
Bill Evans alguna vez habló de un “interruptor” que podía contro-
lar cada vez que se sentaba al piano para improvisar. Como ya he dicho,
escuchar la ejecución de Evans –o la de cualquier otro gran jazzista– me
deja atónito a causa de la desnuda emotividad presente en su música.
Por supuesto, cada arte exige al creador que maneje las emociones que
surgen a partir de la propia obra. Pero en el jazz esos sentimientos suelen
ser más crudos, puesto que es una creación que se hace en el momento,
sin detenerse para elaborar y refinar sus contenidos. El vínculo entre la
emoción original y la música que surge de ella es directo, inmediato. De
alguna manera, la idea de una creación “en el momento” se opone a la
famosa definición de Wordsworth donde explica la poesía como “el fluir
espontáneo de fuertes sentimientos… originados en una emoción evo-
cada en la tranquilidad”.5 En virtud de esa misma confianza en la
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A pesar de todos los análisis me es difícil señalar con exactitud por qué
Kind of Blue es tan influyente. Las palabras son imprecisas; la música,
algo inefable. Pero el disco tiene una cualidad que solamente puedo
calificar de espiritual. En un artículo publicado en Theology Today, John
Michael Spencer argumenta que la espiritualidad de Kind of Blue pro-
viene tanto de la propia música como de la filosofía que Miles llevó a la
perfección en esa grabación. Spencer intenta, de manera tortuosa,
encontrar las bases que expliquen su profunda espiritualidad. Dice, por
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Hace algunos años, paseando por el Upper West Side, Miles quería un
taxi para llegar a su departamento, algo difícil de conseguir en esa área
de Manhattan. Repentinamente, me miró y preguntó: “Eric, ¿qué quie-
res de mí? ¿Qué puedo hacer por ti?”
Me sorprendió tanto que solo alcancé a musitar algo sobre un viejo
amigo que deseaba hacerle una entrevista para el SoHo News.
“No”, fue la rápida respuesta.
De forma retrospectiva, siento que aquel es uno de esos momentos
a los que deseamos regresar, haciendo realidad la antigua fantasía de
entrar en una máquina del tiempo para ir al pasado. Si pudiera hacerlo
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A partir de lo dicho por Miles, que deseaba aprender todos los acordes,
tomé como punto de partida el acorde de do mayor y toqué la escala
correspondiente –do, re, mi, fa, sol, la, si, do–. La escala no sonaba rela-
cionada con el acorde, en el sentido de formar una unidad con él, ya que
la nota fa provoca una especie de dualidad. Sentado al piano en el solario
del Hospital St. Joseph, toqué la escala (modo) lidia, estando en presencia
de cincuenta pacientes tuberculosos que ¡seguían fumando! Empecé
tocando el primer tetracorde del modo lidio de do –do, re, mi, fa soste-
nido–, y continué con el segundo tetracorde –sol, la, si, do–. Me di cuenta
que ahora todas estas notas, que son las que sabemos forman la escala de
sol mayor, suenan como una unidad con el acorde de do mayor. Me pare-
ció que sería más adecuado decirle a un músico que tenga que tocar algo
sobre un acorde de do mayor: “utiliza el modo lidio de do mayor”, es
decir, la escala de sol mayor, porque sus notas integran una unidad con
ese acorde. Desde entonces yo identifico a esa escala con el nombre de
modo lidio de do. Esto demuestra que los enlaces por intervalos de quinta
son los más fuertes, ya que la quinta es el segundo intervalo que aparece
en la serie de sonidos armónicos o concomitantes. En esta serie, si la nota
inicial es un do, el primer armónico es otro do, pero el segundo será sol.
La relación entre estos sonidos –do, sol– siempre ha sido experimentada
como muy fuerte. A partir de aquí se puede construir una cadena de
sonidos relacionados a intervalos de quintas que da el siguiente resul-
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tado: do, sol, re, la, mi, si, fa sostenido. Y estos son los sonidos que man-
tienen la unidad con el acorde de do mayor.
La armonía tradicional europea pasa muchas cosas por alto, concibe
los acordes como una progresión que va del acorde construido sobre el
primer grado de la escala al construido sobre el quinto grado en un
camino de ida y vuelta. Eso se considera “armonía”. Pero el diccionario
nos dice que “armonía es unidad”. No se tiene en cuenta que cada acorde
es una entidad individual, una unidad que puede desarrollarse en una
escala lidia cromática, construida con intervalos iguales.
Ahora algunos analizan La consagración de la primavera de Stra-
vinsky diciendo: “Oh, este es el primer tema, y repite el segundo en los
compases tres y cuatro”. Pero, ¿dónde queda la música? Esta clase de
análisis no lo dice. Allá por 1959, Ornette Coleman me preguntó qué
cosa es la tónica. Una pregunta endemoniada que entonces no pude con-
testar. Pero ahora tengo una respuesta: la tónica es el sol (sun), el centro
de la organización tonal dentro de la escala lidia cromática. La tónica es
su centro gravitacional.
El Concepto define el significado de la música tocada “horizontal” o
“verticalmente”. Cada uno de estos términos explica cómo los músicos
conciben los acordes. El músico “vertical” busca la escala que en cada
momento le permita sonar de acuerdo con cada acorde –de una progre-
sión– y la emplea de manera creativa. El “horizontal” no concede tanta
atención a los acordes individuales, sino que se concentra en la meta final
a la que se dirige toda la progresión armónica y elige la escala que mejor
suene en todo el pasaje.
Más allá de cierta actitud arrogante, Coleman Hawkins gustaba del
enfoque “vertical”, como también lo han hecho otros músicos con aires
de refinamiento, con virtudes asociadas a grandes centros urbanos como
Chicago y Nueva York. La manera “horizontal”, en cambio, proviene de
los campos de algodón y de la recreación afroamericana de antiguas
baladas inglesas, de donde también se originó el blues. Lester Young es el
patriarca de esta forma de tocar, mientras Charlie Parker representó la
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Clubes de jazz
Blackhawk (San Francisco) 197
Blue Note (NY) 151
Café Bohemia (NY) 143, 148, 170
Five Spot Café (NY) 104, 105
Half Note (NY) 105
Minton’s (NY, Harlem) 27
Monroe’s (NY, Harlem) 27
Royal Roost (NY) 52
Village Vanguard (NY) 66, 208, 209, 215, 216, 217, 218
Compositores
Babbitt, Milton 94
Bartók, Béla 120
Bernstein, Leonard 171, 182
Cage, John 59
Carmichael, Hoagy 121
Khatchaturian, Aram 70
Partch, Harry 75
Prince, Bob 170
Rodrigo, Joaquín 193
Schuller, Gunther 45, 94, 205
Shapiro, Harold 94
Stravinsky, Igor 89
Varese, Edgar 120
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Festivales
Festival de Jazz de Newport 59, 103, 169
Grabaciones discográficas
Ascension (John Coltrane, 1965) 32, 99, 100, 166 210, 211, 212
Ballads (John Coltrane, 1961-1962) 211
Basement Tapes (Bob Dylan, 1967-1968) 18
Birth of the Cool (Miles Davis, 1949-1950) 33, 51, 52, 53–263, 55, 56, 87,
94, 128, 232
Birth of the Third Stream, The (composiciones de: Gunther Schuller,
John Lewis, Jimmy Giuff re, J. J. Johnson, George Russell y Charles
Mingus, 1956-1957) 95
Bitches Brew (Miles Davis, 1969-1970) 169, 200
Blues and the Abstract Truth, The (Oliver Nelson, 1961) 126
Crosscurrents (Lennie Tristano, 1949) 162
East Coasting (Charles Mingus, 1957) 127
Everybody Digs Bill Evans (Bill Evans, 1958) 131, 135, 214
Explorations (Bill Evans, 1961) 165, 216
Ezz-thetics (George Russell, 1961) 88
250
251
Libros
African Rhythm and African Sensibility (John Miller Chernoff ) 21
Ascension. John Coltrane and His Quest (Eric Nisenson) 32, 99, 166
Beneath the Underdog (Charles Mingus) 23
Bill Evans. How My Heart Sings (Peter Pettinger) 120, 133
Invisible Republic (Greil Marcus) 18
Miles Davis (George Cole) 9, 10, 10, 12, 13, 15, 15–263, 15, 28, 37, 37, 49,
51, 62, 63, 64, 67, 69, 73, 74, 86, 87, 88, 89, 90, 91, 92, 94, 95, 110, 113,
114, 115, 116, 117, 118, 119, 120, 121, 122, 123, 124, 125, 126, 127,
128, 129, 130, 131, 132, 133, 134, 135, 136, 137, 140, 141, 152, 153,
157, 158, 159, 160, 162, 165, 166, 167, 170, 171, 173, 174, 175, 179,
180, 181, 182, 183, 184, 193, 194, 197, 199, 201, 202, 207, 213, 214,
215, 216, 217, 218, 226, 227, 231, 234, 235, 236, 239, 241, 250, 251,
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Concepto lidio Cromático de organización tonal 74, 75, 97
Really the Blues (Mezz Mezzrow) 20
’Round About Midnight. A Portrait of Miles Davis (Eric Nisenson) 32,
42, 57, 210
Músicos de jazz
Adderley, Julian Cannonball 67, 141, 147, 154, 189, 251, 252
Adderley, Nat 12, 13, 15, 67, 68, 108, 109, 113, 124, 128, 135, 140 141, 142,
143, 144, 145, 147, 148, 149, 150, 152, 153, 154, 157, 160, 166, 178, 180,
181, 182, 186, 189, 190, 195, 201, 202, 239,
Armstrong, Louis 20, 24, 40, 44, 66, 109, 145, 197, 225, 232, 238
Ayler, Albert 193,211
Bailey, Pearl 156
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Piezas musicales
“African Game, The” 205
“All About Rosie” 74, 94, 126
“All Blues” 179, 182, 183, 195, 229, 239
“Autumn Leaves” 152
“Back to the Chicken Shack” 33
“Bags’ Groove” 58
“Bess, You Is My Woman Now” 63
260
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Sellos discográficos
abc Paramount 208
Atlantic Records 111, 207
Columbia Records 9, 59, 62, 68, 133, 161, 168
Decca Records 89, 95
Dial Records 47, 48
ecm 204, 219
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Introducción 9
Apéndice 245
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