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ISSN 1666-244X
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Comité Científico
Catherine Barral (CTNERHI, París)
Ricardo Bernardi (Asociación Psicoanalítica del Uruguay,
Universidad de la Rep. Oriental del Uruguay)
Wilma Bucci (Derner Institute of Advanced Psychological Studies,
Adelphi University, N.Y.)
Mabel Burin (Universidad de Ciencias Empresariales y
Sociales, Buenos Aires)
Aníbal Duarte (Universidad de Buenos Aires)
Horacio Etchegoyen (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires)
Eva Giberti (Universidad de Buenos Aires,
Universidad Nacional de General San Martín)
Horst Kächele (German Psychoanalytical Association,
Universidad de ULM, Alemania)
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Lester Luborsky (American Psychoanalytic Association,
Society for Psychotherapy Research)
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y Sociales, Buenos Aires, Society for Psychotherapy Research)
Paulo Luiz Roza Sousa (Universidad Católica de Pelotas, Sociedad
Psicoanalítica Provisional de Pelotas, Brasil)
Enrique Segura (UBA/Conicet)
Comité Editor
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Irene L. Cusien (Asociación Psicoanalítica Argentina, UCES)
Diego Moreira (UCES)
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SUBJETIVIDAD Y PROCESOS
COGNITIVOS
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Epistemología
ISSN 1666-244X
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Indice
Un inquietante epistemológico:
Diálogo entre disciplinas 191
Paulo Luis Rosa Sousa, Agemir Bavaresco y Flavio
Martinez de Oliveira
Resumen
En el presente trabajo se plantea la necesidad de integración entre las investiga -
ciones en psicología y las investigaciones en neurociencia. En primer lugar, esta
necesidad se apoya en razones filosóficas: generar una explicación de la mente
humana compatible con el materialismo. En segundo lugar, las investigaciones en
neurociencias requieren datos y teorías psicológicas adecuadas para poder estable -
cer las funciones de los sistemas cerebrales. En tercer lugar, los datos neuropsi -
cológicos son a menudo cruciales para decidir entre teorías psicológicas rivales. Se
analizan, además, el carácter del lenguaje como fenómeno a la vez social y biológi -
co, y su papel estructurante para distintas competencias de la mente humana, como
un ejemplo paradigmático de la imposibilidad de generar una explicación de una
competencia cognitiva compleja sin integrar información de diferentes disciplinas.
Summary
This paper is about the need of integration between psychology research and neuro -
science research. First, this need is based in philosophical reasons: to generate an
explanation of human mind according with materialism. Second, neuroscience
research needs data and psychology theories which fits to establish cerebral systems
functions. Third, neuropsychology data are often very important to decide between
psychological rivals theories. Language´s features are analysed as social and bio -
logical issues, and his structural function in different competences of human mind as
a paradigmatic example of the impossibility to generate an explanation of the com -
plex cognitive competence without the integration of the information of different dis -
ciplines.
1 El presente trabajo constituye una ampliación del artículo “Psicología y Neurociencias: Una integración
concebible” (Adrover y Duarte, 2000, en Psicología: Publicación Mensual Informativa, Facultad de Psi-
cología, Universidad de Buenos Aires, nº 88) publicado en el marco de un debate sobre las relaciones en-
tre la psicología y las neurociencias.
2 Becario del Programa FOMEC e integrante del Programa de Estudios Cognitivos, Instituto de Investiga-
ciones, Facultad de Psicología, UBA.
3 Profesor Titular Consulto Regular de Psicología General (Cátedra 1) y Director del Programa de Estu-
dios Cognitivos, Instituto de Investigaciones, Facultad de Psicología, UBA.
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A nuestro juicio, además, en última instancia, es una cuestión empírica, que depen-
derá de la evolución de esos propios conocimientos. Por el momento, como
comentaremos más adelante, se puede señalar que la integración recíproca de esos
conjuntos de investigaciones ha supuesto importantes avances tanto en la compren-
sión del funcionamiento del cerebro humano y sus diferentes estructuras, como en la
discriminación y definición de sistemas y funciones mentales.
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Por otro lado, nosotros creemos que esta integración no es sólo necesaria para el
avance de las neurociencias, lo es para la propia explicación psicológica. Aquí nue-
vamente hay razones epistemológicas, como la necesidad de que el conocimiento
psicológico sea compatible con el conocimiento generado en otras áreas de investi-
gación, pero también la tendencia a la unificación del conocimiento científico puede
aportar datos relevantes para la depuración de los modelos psicológicos e incluso
para dirimir entre modelos rivales. Puede ser, por ejemplo, que dos teorías psicológ-
icas que postulan procesos y representaciones cognitivas diferentes permitan explicar
los mismos datos comportamentales, generen las mismas predicciones y sean,
además, igualmente compatibles con el resto de las teorías psicológicas establecidas,
lo que imposibilita decidir empíricamente entre ellas. Mientras la posición fun-
cionalista clásica en ciencia cognitiva fue hegemónica, este problema, denominado
el problema de la indeterminación de las teorías (e.g., Anderson, 1978) tendía a
resolverse por criterios formales tales como la parsimonia: se favorecía, por ejemp-
lo, a aquella teoría que suponía menos presupuestos teóricos.
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En el debate que originó este trabajo4, uno de los puntos en discusión era la inde-
pendencia o no de las ideas respecto de los procesos biológicos que las implementan
en el cerebro y la problemática explicación del lenguaje y la producción de signifi-
cados. Dennett (1991) plantea una alternativa a la concepción de las ideas como
meros procesos cerebrales o como integrantes del “mundo tres” de Popper (aquel
conformado por los productos culturales). Retoma la noción de memas, introducida
por Dawkins (1976), para referirse a las “unidades mínimas de transmisión cultural”
capaces de replicarse. El soporte de estos memas, por otra parte, no está restringido
a procesos cerebrales internos, sino que es susceptible de distintos tipos de andami-
ajes externos (símbolos, textos, imágenes, lenguaje natural, registros culturales de
diversa índole). Pero para que esta información pueda ser tal, debe ser procesada (o
ser interpretada) por un cerebro humano. Sólo entonces el significado de la idea que
transmite puede ser actualizado en esa mente individual. De hecho, si todos los cere-
bros desaparecieran instantáneamente del universo, todos los registros culturales de
ideas, textos, palabras y significados se transformarían, ipso facto, en algo tan car-
ente de significado como un grano de arena. Pero, también, si todos los registros cul-
turales de ideas y de conocimiento y todos los adultos y niños culturizados del mundo
desaparecieran instantáneamente, incluso a los ya evolucionados cerebros (que lle-
van más de 100.000 años comunicándose mediante el lenguaje y 10.000 años pro-
duciendo registros simbólicos externos) de los recién nacidos (únicos sobrevivientes
de este cataclismo imaginario, a los que, además, por una enorme licencia del argu-
mento, atribuimos la capacidad de sobrevivir y de llegar a reproducirse, etc.) les
tomaría incalculables generaciones llegar a desarrollar una cultura, un lenguaje com-
partido, significaciones y conocimiento, aun cuando sus cerebros tengan una venta-
ja de 2 millones de años de evolución respecto de los primeros homínidos que pro-
dujeron útiles líticos (por situar un límite en algún lado). Por otra parte, qué lengua-
jes, símbolos, significaciones e ideas desarrollarían es impredecible.
4Ver Psicología: Publicación Mensual Informativa, Facultad de Psicología, UBA, números 85, 86, 87,
88, y 90.
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(5) En función de los resultados efectivos obtenidos en las últimas décadas, creemos
que una mayor integración entre los conocimientos (y, por tanto, también en los
métodos de producción y validación de los mismos) de la psicología cognitiva y las
neurociencias, sólo puede aportar una mayor inteligibilidad a los fenómenos men-
tales y cerebrales. Por otro lado, en general, creemos que la historia de la ciencia
enseña que la unión de conocimientos antes disociados, permite la explicación y
exploración de nuevos fenómenos y en este sentido es positiva, aun cuando alber-
gue la posibilidad (el equívoco) de incurrir en parciales reduccionismos o de
exportar restricciones metodológicas inconvenientes de un dominio al otro: la
denuncia y superación de estos últimos —en todo caso— es parte del desarrollo
de la actividad científica y no deja, en sí mismo, de generar nuevos conocimien-
tos.
Descriptores:
neurociencia / investigación / lenguaje / mente / conducta / cerebro / psicología
cognitiva / funcionalismo / estados psicológicos / estados neurofisiológicos /
conciencia / memoria / redes neuronales / imágenes mentales / información.
Referencias
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cia cognitiva. Barcelona: Paidós, 1999.).
- Damasio, A. (1999), The feeling of what happens (Sentir lo que sucede: Cuerpo y
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(Eds.), Art, mind, and religion (pp. 37-48). Pittsburgh: Univ. of Pittsburgh Press.
Reimpreso como “The nature of mental states” en N. Block (Ed.), Readings in
philosophy of psychology (Vol. 1, pp. 222 231). Cambridge, MA: Harvard Univ.
Press, 1980.
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EN APOYO DE LA INFERENCIA
PSICOANALITICA:
EL ROL DE LOS MODELOS PSICOLOGICOS
Wilma Bucci1
Resumen
El nivel psicológico de explicación prevaleció en los escritos de Freud. La metapsi -
cología fue un intento epistemológico innovador cuyo objetivo era construir un mod -
elo teórico del aparato psíquico como un análogo del campo físico; la distribución
de la energía (mental) en un sistema cerrado, utilizando principios de la mecánica
newtoniana. Aunque en el presente, a la luz de los trabajos científicos actuales en
psicología cognitiva y neuropsicología, la metapsicología se reconoce inadecuada,
las ideas básicas de Freud respecto de la necesidad de un modelo psicológico siguen
siendo firmes. Proveer un marco teórico para la inferencia desde los hechos observ -
ables (como en la sesión) hasta la experiencia interna, tanto inconsciente como con -
sciente, y dar cuenta de la interacción entre hechos mentales y somáticos, central
para el psicoanálisis. Se presenta una nueva perspectiva en el problema “mente-
cuerpo” y se discuten tres niveles de relaciones teóricas que incluyen constructos
hipotéticos de la emoción, mente, cuerpo y cerebro.
Summary
The psychological level of explanation was dominant in Freud’s writings. The
metapsychology was an epistemologically innovative attempt to construct a theoret -
ical model of the psychical apparatus as an analogue to a physical domain, the dis -
tribution of (mental) energy in a closed system, using principles of Newtonian
mechanics. While the metapsychology is now recognized as inadequate, in the light
of current scientific work in cognitive psychology and neuropsychology, Freud’s
basic insight concerning the need for a psychological model remains sound, to pro -
vide a theoretical framework for inference from observable events (as in the session)
to inner experience, unconscious as well as conscious, and to account for the inter -
action between mental and somatic events that is central to psychoanalysis. A new
perspective on the “mind-body” problem is presented, and three levels of theoretical
relationships involving hypothetical constructs of emotion, mind, body and brain are
discussed.
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Desde 1900 hasta su última formulación en el Esquema (Freud, 1940), Freud con-
tinúa desarrollando su innovadora concepción del aparato psíquico como un modelo
teórico abstracto. Utilizó una serie de modelos abstractos y metáforas para caracteri-
zar aspectos particulares del funcionamiento mental:
“Consideramos que la vida mental es la función de un aparato al que le adjudicamos
las características de ser extenso en el espacio y de estar constituido por varias
partes...al que imaginamos como un telescopio o microscopio o algo similar.A pesar
de algunos intentos anteriores en la misma dirección, la realización consistente de
una concepción como esta es una novedad científica” (Freud, 1940, p. 145).
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En otro contexto, apeló al entonces nuevo mecanismo del teléfono, como una base
para la comprensión de la comunicación inconsciente.
“Así como el receptor vuelve a convertir en sonido las ondas de las oscilaciones eléc-
tricas en las líneas telefónicas, que funcionaban con ondas sonoras, del mismo modo
el inconsciente del médico está posibilitado, a través de los derivados del incon-
sciente que le son comunicados, a reconstruir aquello inconsciente que determinó las
asociaciones libres del paciente” (Freud, 1912, p. 115).
En su breve nota “La pizarra mágica”, Freud (1925) brinda un modelo del aparato
perceptual, con su ilimitada capacidad para nuevas percepciones por un lado, y la
capacidad para las huellas mnémicas permanentes por el otro. Este modelo sigue
siendo aplicable, en muchos aspectos, a la secuencia del proceso de información tal
como lo plantea actualmente la psicología cognitiva (Hunt & Ellis, 1999).
El fracaso del modelo energético fue discutido en detalle en otro trabajo (Bucci,
1997a; Eagle, 1984; Holt, 1985). En general, la utilidad de los modelos teóricos de
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En una red de esta naturaleza habría diferentes niveles de entidades teóricas, que
reflejarían diferentes grados de inferencia de los eventos observables (Feigl, 1956;
Margenau, 1950). Por lo tanto, una teoría psicoanalítica incluiría variables inter-
vinientes, que son el nivel bajo, conceptos cercanos a la experiencia —e.g., desear,
sentirse triste, sentirse enojado— inferidos de manera relativamente directa de los
observables, tal como la expresión facial, el lenguaje y la acción; y en principio
puede incluir constructos hipotéticos que son más abstractos, tales como ello, yo,
superyó, los sistemas consciente e inconsciente, y los procesos de pensamiento pri-
mario y secundario. Los constructos de más alto nivel pueden representar interac-
ciones entre el nivel bajo, las variables cercanas a la experiencia, o compuestos de
estas variables. La diferencia en niveles de abstracción de los constructos está
reflejada en el número de pasos inferenciales. En contraste con la posición de
Rubinstein (1965), la teoría potencialmente puede incorporar conceptos de orden
más alto, pero sólo puede hacerlo a condición de que estén definidos sistemática-
mente.
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Holt también confunde las relaciones mente-cerebro con los temas de la interacción
psicosomática. Las relaciones entre mente (constructos psicológicos) y cerebro (el
sustrato neural) deben ser distinguidas de las relaciones entre mente y cuerpo en un
sentido amplo, i.e. la relación de los hechos mentales con lo somático, lo que puede
incluir representaciones y procesos viscerales, motrices y sensoriales.
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Holt, como Rubinstein, considera que una formulación basada en la operación del
sistema nervioso daría cuenta directamente de la interacción entre lo mental y las
funciones somáticas y emocionales de tal manera que un modelo psicológico por sí
mismo no podría. Sin embargo, el punto que necesitamos enfatizar aquí es que una
explicación de la interacción de los procesos cognitivo y somático puede y debe ser
desarrollada de una manera equivalente, ya sea que hablemos de cognición en el
nivel de la mente, emoción y conducta, o al nivel del cerebro. Por lo tanto, en el
primer caso, por ejemplo, podríamos plantear una pregunta en términos del efecto de
la depresión o la incidencia de la enfermedad física; en el último podríamos desear
investigar las relaciones de los cambios en niveles específicos de los neurotrans-
misores a los efectos del sistema inmunológico. En ambos casos, estamos preocupa-
dos por el mismo conjunto de fenómenos.
También podemos señalar que así como construimos teorías del universo de la
mente, así también requerimos redes teóricas para modelar el universo del cere-
bro.
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los procesos que ocurren naturalmente en el mundo interpersonal pueden ser vistos
como problemáticos.
Más allá de esto, damos varios pasos inferenciales en un nivel diferente al conectar
indicadores de potenciales evocados o de variaciones del flujo sanguíneo cerebral
hasta contenidos mentales específicos —las representaciones de imágenes y pal-
abras, las experiencias, conscientes o inconscientes que pueden estar asociadas con
éstos. El significado de una experiencia no puede estar asociado directamente a una
lectura particular de un potencial evocado, o del flujo de sangre cerebral, pero puede
ser inferido.
Una vez que entendemos que los conceptos de los modelos neurofisiológicos (como
los conceptos de todos los sistemas físicos, y como los de los modelos psicológicos)
tienen su existencia dentro de redes formales teóricas, con sus propias reglas sis-
temáticas de definición y enlaces operacionales, entonces las herramientas y reglas
del juego de la ciencia moderna están en su lugar, y el tradicional problema mente-
cuerpo que tanto preocupa a Rubinstein toma una forma nueva. Como argumentaba
Mandler (1984):
Gran parte de las dificultades que se han generado por la diferenciación mente-cuer-
po surgen del fracaso de considerar la relación entre teorías físicas y mentales bien
desarrolladas. En general, mente y cuerpo son discutidos en términos de definiciones
del lenguaje ordinario de unas u otras. En la medida que estas descripciones están
lejos de ser sistemas teóricos bien desarrollados, es dudoso que los problemas de
mente y cuerpo, tal como son desarrollados por los filósofos son directamente rele-
vantes para la distinción científica entre sistemas mentales y físicos.
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Hablaremos brevemente aquí de cada uno de estos niveles o tipos de relaciones teóri-
cas.
2. Inferencia: Las variaciones en estos constructos y las relaciones entre ellos, son
inferidas como una función de la variación en observables específicos; las funciones
se basan en relaciones especificadas en la red nomológica. Para una teoría psicológ-
ica de la mente, los observables deben incluir lenguaje y conducta; también deben
incluir observaciones neurológicas y biológicas; y deben también incluir juicios real-
izados por observadores.
3. Explicación: Las teorías explican o dan cuenta de los datos. Las teorías no expli-
can otras teorías, y los datos no explican las teorías; las fundamentan o fracasan en
fundamentarlas.
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Podemos notar que los marcos teóricos del aparato psíquico y el sustrato neural
pueden dar cuenta de algunos de los mismos datos observables, y sin embargo for-
mulando la estructura teórica subyacente de maneras muy diferentes. El fracaso en la
correspondencia en las predicciones e inferencias de estas teorías plantearía pregun-
tas para cada una de ellas; y el encontrar la correspondencia reforzaría las posiciones
teóricas.
Reiser reconoce el status de la metapsicología como una teoría psicológica, pero tam-
bién argumenta por un nivel explicativo basado en la neurofisiología. El considera
que fue Freud “quien tomó la dirección de abandonar la fisiología del siglo XIX, pero
hizo esto sin abandonar la esperanza y la «creencia» de que la ciencia del cerebro en
última instancia brindaría una información explicativa útil y relevante. Yo no puedo
imaginar que él hubiese despreciado o se hubiese alejado de la información neurobi-
ológica accesible actualmente, casi cien años después” (1985, p. 16). Yo estaría de
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acuerdo con la posición de Reiser, excepto por la afirmación de que la ciencia del
cerebro brinda información explicativa. Sobre la base de las distinciones que han
sido planteadas aquí, podemos ver que los datos neurobiológicos no pueden explicar
los conceptos psicoanalíticos. El punto de vista de Reiser se puede tomar si tenemos
en cuenta que las observaciones neurobiológicas son vistas como dando evidencia
más que explicación para el modelo psicológico. Por lo tanto, de los datos neurofisi-
ológicos se pueden realizar inferencias, tanto como de los datos conductales o
lingüísticos, hacia los constructos psicológicos y las teorías psicológicas, y estos
datos pueden contribuir a la construcción y testeo de las teorías psicológicas.
Inversamente, podemos esperar también que la teoría psicoanalítica pueda contribuir
a una explicación de las observaciones neurológicas.
Interacción
Aquí la preocupación reside en dar cuenta de los efectos de los deseos, creencias,
temores y rabia sobre los sistemas fisiológicos, las interacciones a través de las
cuales la emoción puede causar dolores de cabeza, úlceras, parálisis histérica o inclu-
sive suprimir la operatividad del sistema inmunológico en un sentido más general; y
se refiere también a la pregunta de cómo nuestro estado físico puede afectar las fun-
ciones mentales.
Descriptores:
constructo hipotético / red nomológica / emoción / mente / modelo teórico / hecho
mental / hecho emocional / modelo topográfico / modelo estructural / modelo
energético / información / red neural / referencia / inferencia / explicación /
predicción / traducibilidad / reductibilidad / interacción / representación.
References
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Press.
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Resumen
El autor sostiene que para acercarse al psicoanálisis como un cuerpo de conoci -
mientos que aspira a ser reconocido como ciencia es fundamental aceptar como pun -
to de partida que debemos estudiar separadamente el proceso psicoanalítico y la si -
tuación psicoanalítica. El proceso es diacrónico, se inscribe en el tiempo y ofrece
otras dificultades para un abordaje epistemológico, sobre todo si se pretende medir
sus resultados. La situación, en cambio, es decir la sesión, sincrónica y puntual, se
presta más a los requerimientos inmediatos del método científico. La validación del
proceso clínico debe entenderse como el estudio del proceso en sentido estricto por
una parte y, por otra, de la sesión, junto al intento estratégico de unir a ambos para
que esa validez se refuerce.
La posibilidad de contrastar los hechos es más alta o por lo menos más inmediata
en la sesión psicoanalítica, ese diálogo singular donde el analizado ofrece el mate -
rial de sus asociaciones libres al analista, quien lo recibe con su atención flotante
para ordenarlo en una proposición que pretende dar cuenta de lo que está sucedien -
do en el inconsciente. El encuadre psicoanalítico (setting) está justamente diseñado
para que el analizado pueda desplegar sus conflictos en la forma más amplia y na -
tural y para que el analista le proporcione la información que supuestamente le fal -
ta en forma de interpretación. Interpretar es formular una hipótesis dentro del mar -
co de una teoría científica. Sin embargo, para que la interpretación sea verdadera -
mente una hipótesis debe construirse y formularse de manera precisa y rigurosa. Lo
realmente testeable en la sesión es el contenido inconsciente de la mente del anali -
zado en ese momento.
El material que nos ofrece el analizado es siempre vasto y multiforme, lo que plan -
1 Una primera versión de este trabajo fue presentada en Nueva York el 2 de marzo de 1993, como André
Ballard Lecturer de The Association for Psychoanalytic Medicine. Después de mi presentación en West
Point (Etchegoyen, 1994) el texto se amplió y fue modificado en varios puntos.
2 Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, ex presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional.
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tea un delicado problema al elegir lo que se le va a interpretar. Para que una inter -
pretación pueda ser testeada es necesario que sea clara y precisa, sin ambigüedades
y que, en lo posible, contenga una sola hipótesis.
Si la interpretación puede (y debe) ser definida como una hipótesis, es lógico enton -
ces pensar que el analizado la evalúe y que sus nuevas asociaciones transmitan no
sólo su respuesta a lo que se le ha dicho sino también una opinión sobre su conteni -
do de verdad, que surge de lo inconsciente vía asociación libre. De esto se sigue que
la validación del proceso psicoanalítico puede alcanzarse durante la sesión. La
atención libre y flotante es precisamente lo que nos permite aprehender el mensaje
profundo del inconsciente del analizado sobre la verdad o falsedad que tiene para él
lo que le hemos interpretado. Donde mejor se alcanza la validez del proceso clínico
en psicoanálisis es en ese punto de convergencia en que los hallazgos en la sesión se
prolongan en los cambios lentos pero persistentes que aparecen en el proceso. A ve -
ces estos cambios surgen en medio (o al final) de episodios repetitivos, donde la fuer -
za del fenómeno transferencial se impone a nuestra reflexión rotundamente.
Summary
The psychoanalytic setting is constructed to facilitate the patient the naturally and
fully display of conflicts, then, the analyst brings the patient the lacking information
under the form of an interpretation, which is probably the information the patient
don´t have. An interpretation is a hypothesis inside the frame of a scientific theory.
Nevertheles, a hypothesis must be constructed precisely and rigorously to be consid -
ered really one. If we apply psychoanalytic technique consistenly, we shall see how,
high level theories in patient´s mind appear, as a specific diadic knowledge, formal
or casuistic. The patient offers a large and multiform material. This faces a prob -
lem: what to interpret. In order to be tested, an interpretation must be clear and pre -
cise, without ambiguities, and preferably with only one hypothesis.
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that the patient can evaluate it; also their new associations transmit some opinion
about interpretation truthfullness, which is produced from the unconscious by free
association. It follows from this idea, that the psychoanalytic validation process can
be reached during the session.
Free association is precisely the way which enables to aprehend the deep unconscious
message from the patient about interpretation truthfullness or falsity. The best place in
which joins the discoveries inside the session are the slow but persistent changes that
appear during the process. Sometimes this changes appear in the middle (or at the end
of repetitive episodes, in which transference force imposes our reflexion).
I
El psicoanálisis cumplió en estos años un siglo de existencia, y no caben dudas de
que ocupa ahora un lugar propio, singular y seguramente definitivo en el concierto
de las ciencias, que ejerce una notoria influencia en nuestra sociedad y sus costum-
bres y que se ha convertido en un hecho cultural que impregna todas las expresiones
de nuestro tiempo.
En sus comienzos, el psicoanálisis (que en ese momento era Freud) tuvo que luchar
contra detractores que operaban más bien como defensores de la moral (sexual) y so-
bre esa base le negaban categoría de ciencia. Más adelante se lo cuestionó tomándo-
lo como ejemplo de lo que no era ciencia; pero, en los últimos años, este debate se
ha planteado en forma diferente, en cuanto los filósofos de la ciencia decidieron por
fin prestarle atención. En América latina se destaca la obra relevante de Gregorio Kli-
movsky, hombre de amplia cultura, matemático de profesión, profesor de lógica y de
filosofía, fundador de la Asociación Argentina de Epistemología del Psicoanálisis
(ADEP), que empezó enseñando epistemología a los psicoanalistas de Buenos Aires
y llegó también a aprender de ellos las complejidades de una disciplina que exige ser
estudiada, como todas, desde sus propias pautas. En los Estados Unidos se destaca la
labor de Adolf Grünbaum, quien ha investigado el status filosófico del psicoanálisis,
al lado de sus estudios sobre la filosofía del espacio y el tiempo y las teorías cosmo-
lógicas. Su obra es interesante porque asigna al psicoanálisis el valor de un conoci-
miento que merece ser reconocido. Esto les permite a los psicoanalistas escuchar y
responder a sus críticas. Yo creo que el erudito profesor Grünbaum se irá dando cuen-
ta de que es necesario familiarizarse con nuestro modus operandi para poder com-
prendernos primero y después criticarnos.
Del otro lado del Atlántico, sin duda por influencia de la monumental Allgemeine
Psychopatologie, de Jaspers (1913), se ha contemplado el psicoanálisis como una
hermenéutica, es decir como una ciencia del significado, amparándose en la perenne
clasificación de Dilthey en ciencias de la naturaleza (Naturwissenschaften) y ciencias
del espíritu (Geisteswissenschaften). La obra de Jürgen Habermas y de Paul Ricouer
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han sobresalido en esta dirección. En Alemania se destaca en este campo Alfred Lo-
renzer, muy próximo al Habermas de Erkenntnis und Interesse (1968), que ha desa-
rrollado una obra importante, de hondas raíces en la clínica psicoanalítica, conocida
en América latina a través de su discípula Hilke Engelbrecht que ejerce actualmente
en Perú. La hermenéutica ha influido también en George S. Klein, Merton M. Gill y
Roy Schafer en los Estados Unidos, donde cabe mencionar a Donald P. Spence. Tam-
bién Osvaldo Guariglia, conocedor a fondo de la filosofía crítica, ubica resueltamen-
te al psicoanálisis en el campo de la hermenéutica.
De todos modos, hemos llegado a un punto interesante, a una convergencia que pro-
mete frutos, en cuanto los filósofos de la ciencia reconocen que deben estudiarnos y
nosotros los psicoanalistas hemos ido abandonando el cómodo refugio de considerar
que “nuestra ciencia” está más allá del método científico, un punto de vista, sin em-
bargo, que sostienen colegas eminentes. Basta leer, por ejemplo, L`Inconscient et la
Science (Roger Dorey et al., 1991) para observar que muchos psicoanalistas france-
ses sostienen que el psicoanálisis nada tiene que ver con la ciencia. Ya en la introduc-
ción de este libro Roger Dorey (1991) considera vano e insoluble preguntarse si el
psicoanálisis es o no una ciencia y se asombra de que el debate haya renacido con
tanto vigor en nuestros días, ya que el psicoanálisis no se ajusta a los requisitos ha-
bituales del método científico. En este sentido, Dorey le da la razón a las críticas de
Popper y de otros filósofos contra el psicoanálisis y sostiene que quien introdujo es-
te malentendido no es otro que Freud. Luego de dar las razones que a su juicio mo-
vieron a Freud a sostener la afinidad del psicoanálisis con las ciencias de la natura-
leza, lo que tacha de cientificismo, afirma que en el mismo error caen Lacan, Bion y
desde luego los psicólogos del yo. El uso que hace el psicoanálisis de los modelos
científicos, sigue Dorey, es puramente metafórico, con menoscabo de su propia inte-
gridad. (El Inconsciente y la Ciencia, p. 12). “El dominio del análisis, en efecto, es
el de la significación, la que es propia del inconsciente como radicalmente otro; es
en otra escena donde se juega la partida, en otro terreno que no es aquel en que se
depliega la investigación científica” (Ibídem, p. 13).
Dorey termina su ensayo afirmando que no sólo los dos términos (el inconsciente y
la ciencia) están radicalmente separados sino también que el inconsciente odia a la
ciencia, en el mismo sentido en que el yo primitivo odia al objeto, como decía Freud
en sus ensayos metapsicológicos de 1915. Esta metáfora antropomórfica ignora com-
pletamente, sin embargo, los dos principios del acaecer psíquico (Freud, 1911) y las
hondas reflexiones de Ferenczi (1913), cuando va recorriendo los estadios en el de-
sarrollo del sentido de la realidad y marca bellamente el predominio y la declinación
de la omnipotencia, porque “el sentido de realidad alcanza su apogeo en la ciencia”
(O.C., 2: 75).
No menos fuertes son las tesis de André Green (1991) en su inteligente ensayo Des -
conocimiento del inconsciente (ciencia y psicoanálisis) para el mismo libro. A Green
no lo asombra, como a Dorey, el debate entre el inconsciente y la ciencia, que no es
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fruto del azar ni de la moda, sino, más bien, de la orientación que tomó la ciencia des-
pués de la Segunda Guerra Mundial, a partir del descubrimiento del código genético,
el desarrollo de la biología molecular y los progresos obtenidos en el estudio de la fi-
siología del cerebro. De esta forma “por fin se podría aplicar la teoría del conoci-
miento a lo que permitía conocer, o sea, para los científicos, el cerebro” (El Incons -
ciente y la Ciencia, p. 168). Así llegó a su fin —sigue Green— la coexistencia pací-
fica de la ciencia con las otras ramas del saber. Green reivindica para el psicoanáli-
sis la condición de un saber que no está atado al método científico y nos recuerda que
hay otras formas de conocimiento que el científico, como por lo demás afirma la ma-
yoría de los filósofos. El punto más fuerte del argumento de Green es que sólo el psi-
coanálisis puede abordar válidamente el estudio del sujeto, que por definición queda
fuera del campo de la ciencia.
Para Green existe un abismo insondable entre la ciencia y el sujeto: el problema fun-
damental es situar al sujeto de la ciencia en una concepción del sujeto de la psique (Ibí-
dem, p. 175), porque “la ciencia se detiene en el umbral del funcionamiento de lo psí-
quico” (Ibídem, p. 177). Es que la discusión entre científicos y psicoanalistas parte de
un malentendido radical, en cuanto los científicos toman al mundo como objeto del co-
nocimiento y desatienden al sujeto cognoscente, mientras los psicoanalistas se dirigen
a la psique como objeto a conocer y desestiman todo lo que no sea conocimiento de la
realidad psíquica, intentando “alcanzar un saber objetivo sobre la subjetividad” (Ibí-
dem, p. 180, bastardillas en el original). Green separa en forma tajante esta orientación
divergente hacia el mundo exterior o hacia el mundo interior de la ciencia y el psicoa-
nálisis; pero olvida, a mi juicio, que la realidad psíquica que estudia el psicoanálisis es
también parte del mundo, por mucho que diverja de él formalmente. El saber objetivo
sobre la subjetividad que propone Green, para mí es enteramente científico.
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En fin, pienso que la interpretación puede ser testeada si procedemos según arte
—lo que no siempre es fácil— y que es una hipótesis que opera per vía di levare y
no di porre, que descubre y que no inventa.
II
Para acercarse al psicoanálisis como un cuerpo de conocimientos que aspira a ser re-
conocido como ciencia —reclamo que atraviesa la obra entera de Freud— es funda-
mental aceptar como punto de partida que debemos estudiar separadamente el proce-
so psicoanalítico y la situación psicoanalítica. El proceso es diacrónico, se inscribe
3 Véase, especialmente, los capítulos 2, 13, 17 y 18 de su libro Inquiries into Truth and Interpretation.
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Al establecer una diferencia entre situación y proceso, lo hago porque todos los psi-
coanalistas la aceptan explícita o implícitamente desde el punto de vista clínico,
mientras tienden a olvidarla cuando exponen sus teorías y tratan de sostener su vali-
dez; pero no porque crea que entre ambos hay un abismo infranqueable: la situación,
la hora analítica, tiene de hecho una duración (que se ha fijado entre 45 y 50 minu-
tos en el mundo entero) y el proceso no es más que una sucesión ordenada de even-
tos puntuales. Que no podamos trazar una divisoria neta entre una y otro no autori-
za, sin embargo, a confundirlos; al contrario nos permite una síntesis final que refuer-
za notoriamente la justificación epistémica del psicoanálisis. Volveré sobre este pun-
to.
La validación del proceso clínico que propone el título de este trabajo debe entender-
se, pues, como el estudio del proceso en sentido estricto por una parte y, por otra, de
la sesión, junto al intento estratégico de unir a ambos para que esa validez se refuer-
ce.
Todos los analistas pensamos que el proceso psicoanalítico conduce a cambios len-
tos pero estables; y casi todos consideramos que estos cambios (a los que a veces lla-
mamos “estructurales”) tienen una calidad diferente a los que se logran con otros mé-
todos de psicoterapia. Sin embargo, esta afirmación que nos viene del mismísimo
Freud (1904, 1916-1917, 1937a) no ha podido ser confirmada por los métodos de se-
guimiento (Wallerstein, 1986) o de la llamada investigación empírica. Como dicen
Thomä y Kächele (1985), “... las teorías muy complejas y ricas en parámetros, como
es el caso de la teoría psicoanalítica, son de difícil verificación empírica” (Teoría y
Práctica del Psicoanálisis, 1989, vol. 1, p. 421). A pesar de sus progresos y de su in-
negable valor, la investigación empírica del proceso psicoanalítico, si la tomamos en
sentido limitado, no alcanza para despejar estas incógnitas4.
Voy a poner dos ejemplos de mi práctica para mostrar qué difícil es para los métodos
empíricos evaluar los resultados del psicoanálisis y la psicoterapia.
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var adelante su embarazo y me iba exponiendo sus conflictos con su marido y su ma-
má, yo le fui interpretando sus temores a repetir ciertas conductas de su madre y tam-
bién la rivalidad con su esposo. El embarazo llegó a término y también la psicotera-
pia, con el sincero agradecimiento de la pareja. Nació una preciosa niña; pero dos
años después vino mi ex-paciente a decirme que trataba a su hijita con inexplicable
crueldad. Ahora sí le indiqué el análisis y por cierto no conmigo.
¿Cómo se puede evaluar con métodos empíricos este caso por demás exitoso de psi-
coterapia? Gracias a la disociación entre un marido malo y un psicoterapeuta ideali-
zado, la fuerte envidia fálica y el notorio sadismo uretral de esta mujer quedaron por
un tiempo controlados, lo que le permitió retener su embarazo. Dijo alguna vez en
una reunión de amigos, no sin cierta consternación de mi parte (¡y de mi esposa!) que
su bella nena era hija de Horacio y no de X (su marido). Es decir, pudo aceptar su
embarazo en cuanto provenía del pene idealizado del médico. Terminada la terapia,
sus conflictos se dirigieron a la niña (bebé=heces=pene) con tal intensidad que, cuan-
do vino a verme nuevamente, llegó a decir que más le hubiera valido otro aborto y
no la niña.
Una señora de mediana edad que se analizó conmigo muchos años cinco veces por
semana tenía también una gran envidia fálica y un pronunciado sadismo uretral. Me
contó una vez al comienzo de su análisis que se había peleado con su marido y sus
hijas en el fin de semana. Mientras esperaban plácidamente la hora del almuerzo en
la casa rural donde pasaban los fines de semana, a ella se le ocurrió regar el jardín.
Blandió la manguera y salpicó a todo el mundo. Cuando se lo reprocharon se sintió
muy ofendida e insultó a su familia con la boca como antes con la manguera. Tam-
bién a mí me salpicó al contármelo durante la sesión y lo único que pude hacer en
aquel momento fue escucharla en silencio, sin dar con una interpretación que me pa-
reciera aceptable. Pude en cambio hacer la predicción, después cumplida ampliamen-
te, que esta paciente presentaría grandes problemas con el setting y dificultades para
analizar en la transferencia sus conflictos con el contralor esfinteriano.
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bo, ¿de qué se curó esta paciente? ¡Del síntoma de salpicar con una manguera a sus
familiares!
Son dos ejemplos extremos de la práctica de todos los días, donde aparecen el sadismo
uretral y la envidia fálica. En el primer caso el síntoma cesó pero no sus causas; en el
segundo no hubo siquiera síntoma pero algo “curó”. Es evidentemente difícil detectar
estos cambios con métodos empíricos, aunque ningún analista dudará de la solidez de
mis razonamientos y ningún epistemólogo los tendrá en principio por válidos5.
Del mismo modo, se podrían diseñar experimentos más puntuales para probar diversas
teorías psicoanalíticas. En mi larga carrera profesional fui consultado muchas veces por
analistas que habían aceptado en tratamiento a un familiar o al amigo íntimo de un pa-
ciente que tenían en análisis. No conozco un solo caso en que esta circunstancia no pre-
cipitara una violenta crisis de celos fraternales en la transferencia, por lo general prác-
ticamente inanalizables. Recuerdo un paciente esquizofrénico que traté internado en la
Clínica Charcot de La Plata. Después de un año de tratamiento estaba en una remisión
que parecía estable. Entonces me pidió que analizara también a su mujer. Su pedido era
tan insistente y sensato (y yo tan inexperto) que acepté en principio entrevistarla. A los
pocos días el paciente tuvo un nuevo brote, esta vez irreversible. Me acuerdo que se
sentía perseguido por las hormigas del jardín de la Clínica. Yo recordé entonces, pero
ya era tarde, el ensayo de Abraham (1924), donde una internada se acusaba durante una
fase melancólica (en que estaba totalmente identificada con su prolífica madre) porque
había llenado el Hospital de piojos que simbolizaban a los hermanos. En otras palabras,
se podría realizar una especie de estudio epidemiológico para saber hasta qué punto
cuando un analista toma en tratamiento a alguien muy cercano a uno de sus pacientes
se desata una fuerte situación de celos en la transferencia. De ser así, varias hipótesis
psicoanalíticas quedarían apoyadas.
5Mi amigo Merton, sin embargo, me escribió en 1993 para expresar enfáticamente su desacuerdo con lo
que yo digo.
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En un artículo reciente, A new intellectual framework for psychiatry (Un nuevo mo-
delo para la psiquiatría), Eric R. Kandel (1998) hace un serio intento de establecer la-
zos entre las neurociencias y el psicoanálisis y le da al cambio estructural un signifi-
cado literal: los cambios que el psicoanálisis y otras formas de psicoterapia producen
se inscriben en el cerebro “by producing changes in gene expression that alter the
strength of synaptic connections and structural changes that alter the anatomical pat-
tern of interconnections between nerve cells of the brain” (p. 460, “al producirse
cambios en la expresión genética que alteran la fuerza de las conexiones sinápticas y
cambios estructurales que modifican los modelos anatómicos de la interconexión en-
tre las células nerviosas del cerebro”. Traducción personal). Es para pensarlo, tenien-
do en cuenta que Kandel viene a justificar, desde otro campo, la importancia de un
tratamiento intenso y prolongado como es el psicoanálisis.
III
La posibilidad de contrastar los hechos a mi juicio es más alta o por lo menos más
inmediata en la sesión psicoanalítica, ese diálogo singular donde el analizado ofrece
el material de sus asociaciones libres al analista, quien lo recibe con su atención flo-
tante para ordenarlo en una proposición que pretende dar cuenta de lo que está suce-
diendo en el inconsciente.
Estoy hablando, es cierto, de una situación ideal, porque no siempre el analizado aso-
cia libremente ni el analista lo escucha con atención flotante: a veces el analizado no
puede darse a entender y el analista está sujeto al error; pero estas dificultades no son
insuperables.
No sólo las humanas deficiencias del analista y el analizado complican el diálogo psi-
coanalítico, sino también los conflictos inherentes a toda relación entre los hombres,
atravesada siempre por la ambigüedad y el malentendido, como dice Money-Kyrle
(1968, 1971). En este sentido el diálogo psicoanalítico es igual a cualquier otro, pe-
ro hay algo que lo distingue substancialmente, y es que, por definición, se dirige es-
pecíficamente a resolver esas dificultades, esos conflictos. Ellos nacen, como todos
sabemos, de la transferencia y la contratransferencia; y es el análisis de la siempre
compleja relación transferencial lo que da al psicoanálisis no sólo su carácter singu-
lar entre todos los procedimientos psicoterapéuticos sino también sus credenciales
más sólidas como método y disciplina científica: la repetición transferencial le ofre-
ce al analista la posibilidad de testear una y otra vez sus hipótesis. A veces la trans -
ferencia repite una determinada configuración o conflicto tan cumplidamente que
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Desde sus primeros trabajos hasta su reciente libro, Bernardo Alvarez Lince (1996)
ha sostenido siempre que la interpretación es una proposición científica. La interpre-
tación psicoanalítica eleva a la conciencia el conocimiento de la realidad psíquica
existente; y, por tanto, “la práctica del psicoanálisis depende de las peculiaridades de
la lógica del conocimiento” (p. 14). En otras palabras, interpretar es formular una hi-
pótesis dentro del marco de una teoría científica. Sin embargo, para que la interpre-
tación sea verdaderamente una hipótesis debe construirse y formularse de manera
precisa y rigurosa. Entramos aquí a un punto clave de este trabajo.
En un todo de acuerdo con Alvarez y también con Edelson (1984), sostengo que lo
realmente testeable en la sesión es el contenido inconsciente de la mente del analiza-
do en ese momento, los enunciados casuísticos o protocolares de Liberman (1970),
la verdad diádica específica de Thomä y Kächele (1985, cap. 10), y no las grandes
teorías del psicoanálisis, aunque tampoco creo que haya entre ellos una brecha insal-
vable. Si aplicamos consistente y rigurosamente la técnica psicoanalítica, veremos
aparecer de pronto las teorías de alto nivel en la mente del analizado, esto es, como
conocimiento diádico específico, protocolar o casuístico. Así pude ilustrarlo —con-
vincentemente, creo— en Psyche (Etchegoyen, 1993).
IV
Existe a mi juicio una diferencia absoluta entre interpretar y opinar. Opinar es, por
cierto, una palabra más abarcadora que interpretar; pero, conceptualmente, interpre-
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La diferencia entre opinar e interpretar muchas veces pasa inadvertida, y sin embar-
go es una exigencia implícita del setting, ya que el analista está llamado solamente a
dar testimonio y no opiniones. Como las de cualquier persona, las opiniones del ana-
lista expresan lo que él piensa sobre los sucesos o las personas del mundo y no lo que
piensa el analizado. Por tanto, las expresa como advertencias, comentarios, órdenes,
aprobaciones, disculpas, etcétera, etcétera6. En tal sentido, al darlas se aparta de su
técnica (porque viola la neutralidad y la reserva analítica) y también de la ética de su
profesión, en cuanto emite juicios de valor que necesariamente van a influir en el
otro. Muchas veces los analizados nos piden pareceres o consejos creyendo que po-
demos darlos mejor que nadie; pero, en realidad, están equivocados, y mucho más
equivocado estará el analista que lo crea. Nuestra opinión no es mejor que la de los
otros; nuestra interpretación puede aportar, en cambio, algo que los demás no pueden
dar. De esto se sigue que el analista es realmente un espejo, como dijo Freud, desti-
nado solamente a reflejar lo que le es proyectado: “El médico no debe ser transpa-
rente para el analizado, sino, como la luna de un espejo, mostrar sólo lo que le es
mostrado”(A.E., 12: 117). Repito estas conocidas palabras de Freud (1912) porque, a
pesar de que muchos analistas las han criticado, son para mí el eje de toda la técnica
psicoanalítica.
6 Searle ha recolectado 1.500 actos ilocucionarios y piensa que hay muchos más.
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Ya dije en su momento que el analista no habla de los hechos sino de lo que el ana-
lizado cree que son los hechos. Nuestra tarea no es adoctrinar o sugestionar al pacien-
te y ni siquiera ayudarlo a pensar, sino ver por qué piensa de esta u otra manera. En
este sentido, la técnica psicoanalítica es todo lo contrario de lo que piensa Grünbaum
(1984) cuando afirma que “... the epistemic decontamination of the bulk of the pa-
tient’s productions on the couch from the suggestive effects of the analyst’s commu-
nications appears to be quite utopian” (The Foundations of Psychoanalysis, p. 128,
“... la decontaminación epistémica del conjunto de las producciones del paciente en
el diván del efecto sugestivo de las comunicaciones del analista parece ser comple-
tamente utópica”. Traducción personal).
Desde este punto de vista, como dije en mi contribución al libro en homenaje a Leo
Rangell, nuestra técnica está enderezada a descubrir el malentendido que lleva al
analizado a sentir que buscamos influir sobre él (Etchegoyen, 1989, p. 378). La
aplicación rigurosa de estos preceptos técnicos me ha llevado a descubrir, con sor-
presa, qué inconmovibles son algunas ideas de los analizados y del hombre normal
y hasta qué punto debemos diagnosticarlas de sobrevaloradas cuando no de deli-
rantes (Ibídem, p. 378). Pienso efectivamente, en la actualidad, que en la mente del
hombre normal anida muchas veces en forma críptica un auténtico delirio transiti-
vista con todos los atributos del aparato de influencia que describió la mano maes-
tra de Víctor Tausk en 1919. He visto también frecuentemente que los analistas de
poca experiencia impiden estos desarrollos con interpretaciones equivocadas, me-
didas de apoyo o llamados a la realidad. Mis afirmaciones no hacen más que com-
probar una vez más la presencia de angustias psicóticas en el hombre normal (Me-
lanie Klein, 1932, etcétera) o, si se prefiere, la existencia de una parte psicótica en
la estructura de la personalidad (Bion, 1957; Bleger, 1967); pero es relevante en re-
lación a los estudios epistémicos, en cuanto obliga a ver a la ‘bête noire’de la su-
gestión desde una perspectiva diferente, cuando no opuesta, a la que esgrimen nu-
merosos epistemólogos: la influencia sugestiva del analista sobre el analizado no
debe entenderse simplemente como algo que proviene de aquél sino como la resul-
tante de un conflicto sumamente regresivo donde operan de consuno el deseo de
influir y de sentirse influido de ambos integrantes de la diada en la dialéctica de la
identificación proyectiva (Melanie Klein, 1946; Grinberg, 1956, etcétera). Esta
perspectiva, huelga decirlo, se aplica también a las discusiones políticas, científi-
cas y aun filosóficas.
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V
El material que nos ofrece el analizado es siempre vasto y multiforme, lo que plan-
tea un delicado problema al elegir lo que se le va a interpretar. Dado que las opcio-
nes son múltiples, si nos dejáramos llevar simplemente por nuestras momentáneas
preferencias, la tarea analítica quedaría expuesta a la arbitrariedad, a la veleidad de
nuestras teorías y hasta de nuestros conflictos. Este riesgo es todavía mayor si la téc-
nica que se emplea es la que yo practico desde hace años, consistente en reducir el
campo de las variables para que la interpretación se haga más testeable.
Hay por fortuna medios para evitar estos riesgos, porque los canales de comunica-
ción del analizado son también múltiples y algunos de ellos sumamente espontáneos.
Tenemos, por de pronto, las asociaciones verbales, paraverbales (es decir fónicas) y
no verbales (gestos, mímica) para utilizar la clasificación de Liberman (1962), junto
a la información que nos suministra la contratransferencia que es también parte del
material, como siempre sostuvo Racker (1960, pássim). A esto hay que agregar, to-
davía, la insistencia de determinados significantes verbales (Lacan, 1957, 1966, pás -
sim).
Para que una interpretación pueda ser testeada es necesario que sea clara y precisa,
sin ambigüedades y que, en lo posible, contenga una sola hipótesis. Con el correr del
tiempo me he hecho contrario de las interpretaciones largas y complejas y también
de las interpretaciones brillantes. Aquéllas ofrecen al analizado más de lo que puede
pensar, cuando no se contradicen entre sí; éstas apelan más a la admiración y a la en-
vidia que a la serena reflexión. Si el psicoanalista tiene in mente una interpretación
larga y compleja, será mejor que la vaya dando por partes, a la espera de la respues-
ta del analizado a cada paso. Si el primer segmento de la interpretación es refutado,
¿de qué vale seguir con los restantes?
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VI
Si la interpretación puede (y debe) ser definida como una hipótesis, es lógico enton-
ces pensar que el analizado la evalúe y que sus nuevas asociaciones trasmitan no só-
lo su respuesta a lo que se le ha dicho sino también una opinión sobre su contenido
de verdad. Apenas es necesario aclarar que no me refiero a la respuesta convencio-
nal sino a la que viene del inconsciente y surge de la asociación libre, como dice
Freud en Construcciones en el análisis (1937b).
Todos los analistas son contestes de que la respuesta del analizado a la interpretación
tiene un gran valor informativo y heurístico. Pocos creen, en cambio, que el analiza-
do evalúa lo que se le ha dicho y son todavía menos los que piensan como yo que las
más veces lo hace bien. Voy a detenerme en este punto porque, de ser así, los juicios
(inconscientes —vuelvo a decirlo—) del analizado adquieren un gran valor epistémi-
co. Sostengo categóricamente que la respuesta del analizado a nuestra interpretación
contiene muchas veces los datos objetivos que nos permiten decidir sobre su validez.
En su reflexivo artículo Psychoanalysis and the use of philosophy (1997, El psicoa-
nálisis y el uso de la filosofía), Hanly apoya mi idea sobre el testeo de la interpreta-
ción como un ejemplo del realismo crítico en el trabajo clínico del psicoanálisis.
Afirma claramente: “The critical element of this idea is the psychoanalytic aknow-
ledgement by Etchegoyen of the complexity and hazards of the analisand’s evaluati-
ve activity, complicated and not infrequently compromised as it is by the derivatives
of the very conflicts within the analysand that the analysis is seaking to resolve” (p.
281, El elemento crítico de esta idea es el reconocimiento psicoanalítico de Etchego-
yen de la complejidad azarosa de la acción evaluativa del analizado, complicada y
frecuentemente comprometida por los derivados de los mismos conflictos que el psi-
coanálisis buscar resolver. Traducción personal).
De esto se sigue que la validación del proceso psicoanalítico puede alcanzarse duran -
te la sesión, como lo sostuvo Wisdom en trabajos fundamentales (1956, 1967). Per-
sonalmente, creo que la interpretación no sólo puede testearse en la sesión sino que
es ése el lugar privilegiado para hacerlo. La mayoría de los psicoanalistas (Bion,
1963; Liberman, 1970/72; Thomä y Kächele, 1985; Bianchedi, 1990) no lo piensan
así porque creen que el testeo durante la sesión perturba la atención flotante. Yo con-
sidero, al contrario, que la atención libre y flotante es precisamente lo que nos per-
mite aprehender el mensaje profundo del inconsciente del analizado sobre la verdad
o falsedad que tiene para él lo que le hemos interpretado. Una cosa es estar abierto a
lo que el analizado diga o trasmita de nuestra interpretación y otra muy distinta estar
pendiente de que la confirme o la refute. En aquel caso, funciona la atención libre-
mente flotante al servicio de la tarea de mantener o corregir el rumbo; en éste, los
conflictos de contratransferencia, donde la interpretación pasa a ser un valorado (o
mejor dicho idealizado) producto de nuestra mente, cargado de libido narcisista, que
nos enajena de nuestro analizado y de nuestra labor; el feed-back es negativo en el
primer caso y positivo en el otro.
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Para mostrar en qué sentido riguroso el analizado nos evalúa, quiero empezar por un
ejemplo reciente de mi propia práctica, aunque me dé un poco de vergüenza. En la
sesión del lunes una analizada expresó celos por la persona que ve salir algunas ve-
ces de mi consultorio. Supone que es una analista que se analiza conmigo y volvió a
pensar que a esta supuesta colega la atiendo con interés, mientras que a ella sólo por
obligación. Siguió a esto un largo espacio de la sesión en que yo le interpreté su bús-
queda de afecto por no sentirse querida: si ella piensa que yo la analizo por obliga-
ción es porque no puede confiar en el afecto de los demás, etcétera. Aceptó estas in-
terpretaciones, pero afirmó entonces que la relación con los pacientes no es lo mis-
mo que con un ser humano común.
A: (con ironía). Bueno, al fin hemos llegado a una conclusión irreprochable. Los
analizados no son seres humanos. ¡Está muy bien! (Con tono serio). Hay una enor -
me contradicción en lo que usted dice, a pesar de que, con su inteligencia, trata de
hacerlo pasar por lógico y normal.
Cuando terminó la sesión quedé muy desconforme. Pensé que me había dejado lle-
var a un terreno muy poco analítico donde se mezcla la seducción con la rivalidad:
doy opiniones, la contradigo, la elogio.
P: Si tomamos el tema de ayer... Lo único que me acuerdo es que soñé que yo venía
a sesión... No sé cómo era la cosa. Usted ponía la mesa para tomar el té. Había ma -
sitas y dulce de leche. Estaba mi hija en el sueño también; y ella preguntaba: Cómo,
¿ustedes toman el té? Yo decía: Parece que sí.
El contenido manifiesto del sueño habla por sí mismo. “Té de señoras” se denomina
en mi país a una reunión insubstancial. A pesar de estas evidencias y de su primera y
espontánea asociación, “Si tomamos el tema de ayer”, la analizada no pensó en nin-
gún momento que su sueño evaluaba —y tan negativamente como yo mismo, por
cierto— la sesión anterior. A ella le pareció en principio un lindo sueño, si bien hu-
bo de reconocer que su hija tenía una actitud fuertemente crítica por lo que yo esta-
ba haciendo. Sólo al final de la sesión admitió que Carmen, su hija, representaba una
parte suya que criticaba la sesión anterior. Allí pudo levantar la represión de algo que
había pensado reiteradamente al irse el día anterior: le llamó la atención que yo la ca-
lificara de inteligente; pensó que era un elogio y hasta un piropo. Aquí su evaluación
inconsciente coincide con la mía cuando pensé que la había lisonjeado en lugar de
interpretarle. Cuando se da espontáneamente una coincidencia como ésta (lo que yo
pensé al término de la sesión y lo que ella misma pensó y soñó) tenemos un elemen-
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to muy fuerte para validar nuestro trabajo. Sólo que, para hacerlo, analista y analiza-
do tienen que soportar un dolor mental a veces muy grande: así como al principio la
paciente no pensó ni por las tapas que me estaba criticando, yo debo confesar que, a
pesar del valor del ejemplo, estuve a punto de no ponerlo en mi trabajo.
No quiero ser demasiado severo conmigo mismo, pero “me” asocio con aquel candi-
dato del trabajo de Maxwell Gitelson del International Journal de 1952, que entre-
vista a una mujer que se queja de no ser atractiva. El candidato le dice de inmediato
que a él le ha resultado muy agradable; y ella lo sueña esa noche exhibiéndose con
el pene fláccido (vol. 33, p. 5). Entre paréntesis, ni al gran analista que fue Max ni a
nadie se le hubiera ocurrido que esta muchacha estaba denunciando en su sueño el
error técnico del candidato, que había mostrado su impotencia analítica; y, sin em-
bargo, ¿cómo podría tener ella este sueño si no advirtiera que las palabras del candi-
dato significaban un penoso error? Si el candidato hubiera interpretado el sueño se-
gún arte, es posible que la situación analítica se hubiera restablecido (o, mejor dicho,
establecido) sin que fuera necesario el cambio de analista que propuso Gitelson.
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pretaciones. ¿Puedo agregar que con su desprecio y su burla el analizado está expre-
sando también su juicio adverso al trabajo de Rank?
Los ejemplos podrían multiplicarse, pero me interesa señalar que si es cierto que el
analizado nos evalúa y las más veces correctamente, sin desconocer que puede ha-
cerlo de mala fe, tenemos entonces una ayuda muy grande para contrastar nuestras
teorías.
El momento decisivo de la labor del analista es cuando tiene que evaluar la evalua-
ción del analizado. En esa evaluación encontrará la respuesta profunda a su interpre-
tación, respuesta que raramente coincide con lo dicho conscientemente y que deberá
siempre desprenderse de los innumerables malentendidos que convierten a nuestra
hipótesis interpretativa en autopredictiva (complacencia, seducción: transferencia
positiva) o suicida (agresión, envidia: transferencia negativa) (Klimovsky, 1986, pa-
rágrafo 5; Etchegoyen, 1989, p. 394; Hanly, 1992, 1997).
VII
Donde mejor se alcanza la validez del proceso clínico en psicoanálisis es en ese pun-
to de convergencia en que los hallazgos en la sesión se prolongan en los cambios len-
tos pero persistentes que aparecen en el proceso. A veces estos cambios surgen en
medio (o al final) de episodios repetitivos, donde la fuerza del fenómeno transferen-
cial se impone a nuestra reflexión rotundamente.
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vidia por mi tarea analítica (que también le parecía a ella por momentos creativa).
Es evidente a mi juicio que esta vez mis interpretaciones fueron muy bien compren-
didas por la analizada y surtieron efecto inmediato y duradero: pudo ayudar a su ma-
dre con sus dificultades esfinterianas, le desapareció la tumefacción de la muñeca, re-
mitió la cistitis con tratamiento médico, mandó a reparar la heladera que perdía y me-
joró notablemente su incontinencia emocional. El cambio más convicente fue que
nunca más volvió a mencionar que la madre perdió el contralor de esfínteres en un
momento de su puerperio y pudo por consiguiente discriminar los términos de la
ecuación simbólica bebé=heces. No me interesa destacar estos (buenos) resultados
del trabajo analítico porque no hacen a la tesis del trabajo, sino que, al reconocer por
primera vez la capacidad creativa de la madre, pudo pensar, por momentos y a rega-
ñadientes, que yo podía ser también un analista creativo. Por razones de rivalidad
“profesional” (a pesar de que se desempeñaba en una actividad totalmente distinta a
la mía) y por su carácter díscolo y desafiante (fálico-narcisista, Reich, 1933) que no
habían sido todavía suficientemente analizados, no fue capaz de reconocer la tarea
realizada y menos sentir gratitud.
Por otra parte, cuando se lee o se critica ese gran documento clínico, no hay que per-
der de vista que Freud está en un momento excepcional de su creatividad y merece
el reconocimiento de todos sus lectores. La forma en que relaciona el presente y el
pasado de la vida del Dr. Lanzer puede no ser irreprochable para el epistemólogo y
adolece sin duda de fallas técnicas, pero lleva la indeleble marca del genio.
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tidas a prueba, mientras otras no pasan de ser recursos retóricos enmascarados de ar-
gumentos científicos (“rethorical devices masquerading as arguments”, Ibídem p.
31); y concluye que su escrito es un intento de separar las dos cosas. Coincido con
estos puntos de vista, y creo que mi técnica apunta precisamente a separar la inter-
pretación psicoanalítica de las declaraciones del psicoanalista, que por inspiradas y
creativas que sean —y más allá de su valor heurístico— no pasan de ser sus subjeti-
vas y personales opiniones. Es muy satisfactorio para mí escucharlo a Glymour de-
cir que “... the theory Johannes Kepler proposed long ago was strong enough to be
tested in the observatory, and the theory Sigmund Freud developed at the turn of this
century was strong enough to be tested on the couch”. (Ibídem, p. 29, “... la teoría
que Johannes Kepler propuso hace ya mucho tiempo fue lo suficientemente fuerte
como para poder ser testeada en el observatorio y la teoría que desarrolló Freud al
comienzo de este siglo fue también lo suficientemente fuerte para ser testeada en el
diván”. Traducción personal). Por otra parte, ¿puede una ciencia ser tal si tiene que
llevar todas sus hipótesis a testear en un terreno que no le es propio?
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Confío que este trabajo sea del agrado de mi buena amiga Pearl King, a quien admi-
ro por sus conocimientos y por sus aportes rigurosos a la historia del psicoanálisis y
aspiro, también, a que mi escrito abra una discusión sobre temas importantes pero
controvertibles. Deseo terminarlo señalando el enorme valor explicativo que tiene
para mí la teoría de la transferencia en cuanto la consideremos, como Freud (1895,
1905, 1914), una intromisión del pasado en el presente, repetición no simplista ni iso-
mórfica que nos permite comparar lo que pasa ahora con lo que sucedió allá lejos y
hace mucho tiempo, como diría Guillermo Enrique Hudson.
Descriptores:
hermenéutica / significación / inconsciente / ciencia / sujeto / testeo / interpretación
radical / proceso psicoanalítico / situación psicoanalítica / validación / investigación
empírica / transferencia / contratransferencia.
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Agradezco a María Isabel Siquier, Eduardo Rabosi y Eduardo Issaharoff las valio -
sas sugerencias al borrador de este trabajo.
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CONFERENCIAS DE
JOSE LUIS ETCHEVERRY*
Prólogo
Dr. Martín Wolf-Felder
ex Prof. Titular del Area de Psicoanálisis,
Facultad de Psicología, Universidad de la República Oriental del Uruguay.
La última opinión que días atrás recogiéramos en este sentido, fue la del novelista y
traductor vienés Erich Hackl (“Sara und Simón”, Diogenes Verlag, Zürich, 1995): En
castellano no hay mejor término que “querencia” para traducir Trieb.A pesar de res-
petar esta opinión y la propia rigurosa producción filológica Trieb-Querencia de Jo-
sé Luis, nos cuesta aceptar la aplicación de tal ecuación semántica. Es por esto que,
según él mismo, fuimos los primeros en preguntarle sobre la pertinencia de ese léxi-
co giro técnico del castizo de J. Ruiz 1330-43 (Libro de buen amor), en 1632 en la
Gerarda —catedrática de amor— de Lope (La Dorotea), con igual sentido que nues-
tro rural actual.
En la edición de Amorrortu de las cartas nos impactó en 1994 casi más que Freud,
dicha osadía traductoral. Fue para dar cuenta de ella que invitamos a José Luis al
Area de Psicoanálisis, Facultad de Psicología de la Universidad de la República.
* Estas conferencias fueron dictadas en la Universidad de la República Oriental del Uruguay, Facultad de
Psicología, el 16 de octubre de 1995. La primera conferencia fue dictada por la mañana y la segunda por
la noche. La primera conferencia fue precedida por las palabras del Decano de la Facultad: Prof. Dr. Ps.
Alejandro Scherzer, y por las del Prof. Tit. del Area de Psicoanálisis: Dr. Martín Wolf. La segunda confe-
rencia fue precedida por la intervención de la Prof. Adjunta del Area de Psicoanálisis, Lic. Doris Hajer.
Ambas conferencias fueron publicadas en Freud hoy en la Universidad(compil. por Martín Wolf y Doris
Hajer), Universidad de la República, Facultad de Psicología, Area de Psicoanálisis, Oficina del libro AEM,
Montevideo, 1996.
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Sintonizaba José Luis en ello con lo que anhela el demos de la Universidad con rela-
ción a los apegos encarnados en el repetitivo supuesto uso técnico siempre transito-
rio de modismos que en su iteración hacen síntoma de lo que por transcurrir en el se-
no de la creencia se erige en cerrada circulación axiomática.
Con querencia por pulsión y población por investidura, Etcheverry logra “llamar” la
“atención”, es decir, reclamarla, demandarla, “atraerla” como freudiana “sobreinves-
tidura” para que arribe aquí a lo nuevo y no se dedique por inercia, en tanto que pul-
sional, a eso que vuelve siempre al mismo lugar como atención o querencia que pue-
bla un lenguaje de humana radicación como enlace social.
Más allá de toda discusión acerca de una absoluta adecuación semántica de los nue-
vos vocablos propuestos, valoramos la propia acción efectiva causada por la irrup-
ción sorprendente de la novedad. Hay allí el resultado de una investigación que im-
plica una superación de esa pereza-caballo-de-Troya que somete a la propia materia-
lidad de esa repetición que oculta y muestra de por sí un origen traumático que seña-
la una diferencia que sólo se puede dibujar con la tinta del afán sobre el papel del
dogma. Tarea quijotesca de un traductor. Corominas nos recuerda querencia en el
Quijote. ¡Cosas veredes Sancho!
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El peligro de “traición” por traducción constituía uno de los factores más impor-
tantes de aquel riesgo. Hablar de lo mental no era lo mismo que hablar de lo aní -
mico por relación a lo psíquico. Bueno, precisamente la traducción de Trieb fue pa-
radigmática en la ilustración de esta trascendente cuestión de identidad que mues-
tra en forma cruda la relación entre lo identificatorio y lo identitario. Si Freud ha-
bía tratado de elucidarlo en Psicología de las masas y análisis del yo con sus refe-
rencias al Dios de la Iglesia y al Jefe del Ejército, se podría pensar el lugar que han
ocupado la Standard y sus efectos en la vida standard de los institutos de enseñan-
za de las asociaciones.
El vocablo castellano querencia basta como buen ejemplo —como dijera Doris Ha-
jer en su diálogo de 1995 con Etcheverry en la Universidad— de lo que es un mayor
giro hacia lo literario por oposición radical y búsqueda de un cierto equilibrio —agre-
garía— en relación a ese otro extremo opuesto del Instinct inglés que parece empu-
jar al Trieb alemán del texto original de Freud hacia lo médico —por esa tan dura in-
termediación de lo terminológico bio-genético. El traductor, más allá de lo que se ha
animado a confesar, ha intentado con su nueva versión de las Obras de Freud y con
la de las Cartas a Fliess y sus referidos osados detalles, apuntar también hacia repa-
rar distorsiones de sentido del traslado al inglés y en especial el de la Standard.
Es pues nada menos que a nivel de la identidad del discurso psicoanalítico que inci-
de la obra de Etcheverry. Y esto implica la cultura de nuestro tiempo desde la mane-
ra en que lo simbólico trabaja sobre lo imaginario para desenmascarar el síntoma
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identitario que por forclusión retorna en lo real de esa cadencia monótona que uni-
formiza enunciados, enunciaciones y enunciantes. Estos últimos —en la línea de lo
que ya ha dicho sobre ello Germán García (“El psicoanalista y sus síntomas”, Eol-
Paidós, B.Aires, 1998)— pasan a parecerse todos entre sí como prolijamente recor-
tados. Pero no se trata de una novedad de tiempos lacanianos. Un fenómeno idénti-
co ya sucedía cuando el centro de difusión discursiva del psicoanálsis pasaba por
Londres y no por París. Y no se trata de una suerte de mala intención de nadie, más
allá de lo que dijera Fédida en Montevideo hace ya más de una década: “Ustedes se
tienen que definir: o trabajan para la Ipacola o para la Lacancola, porque ahora el
mercado se expande también hacia el este y no sólo hacia el sur”. Pienso que la res-
puesta más adecuada a esta postura fue sin duda la de Miller con la creación de la
A.M.P. para luego ponerse en ventajosa posición también formal frente a la A.P.I.
Ahora, una de otra, constituyen su recíproco espejo que les devuelve una imagen
completa de la organización que cada una de ellas aspira con relación a la difusión
de la práctica del psicoanálisis. Pero la vida es más difícil.
En todo el mundo hay hoy cientos de grupos no sólo extra IPA o extra AMP, sino
también intra IPA e intra AMP por los cuales ya no circula el pequeño espejo como
mercancía de gran valor de cambio. El futuro dirá sobre la identificación en la trans-
misión y es posible que pudiera ser auspicioso si llegara a difundirse el desenajenan-
te ejemplo discursivo de José Luis Etcheverry: pensar en los posibles efectos identi-
ficación-rito que puede acarrear una palabra establecida que no sorprenda. Por ejem-
plo, podría venir al caso advertir sobre ese einziger Zug que por antojo de Lacan se
retraduce por aquí como trazo unario. Con sacudir este castellano par significante se
podría quebrar una implícita inadvertida amalgama para convocar al presente conse-
cuencias de ese exilio masivo de psicoanalistas judíos alemanes y austríacos de la dé-
cada del treinta, cuya tragedia mayor generara una menor, pero tragedia al fin, en la
identidad de la praxis triple de la “asociación libre”, la “atención flotante” y la “trans-
ferencia”. Permítaseme llamar a la reflexión en esto, con el albur de un calambur. La
gran tragedia tuvo precisamente que ver con alguien que se pretendía un ario. Serio
calambur éste sin chiste para apuntar hacia el eje del peligro y poner así énfasis en el
trazo que en el intento de unir trozos destroza la destreza singular por la cual trans-
curre el producto creativo de la llamada asociación “libre” del analizante cuando su-
pone que quien ejerce la “atención flotante”, sabe, mientras que éste, en realidad, co-
mo le reprochara Jung a Freud en aquella famosa carta de respuesta sobre técnica del
9 de enero de 1912, debe “hacerse el muerto”. Cuando en la historia de los escritos
psicoanalíticos este extremo desvío representado por la metáfora del entrecomillado
del discurso psiquiátrico de Jung en oposición al de Freud —por no poder quizás asu-
mir lo que le sucediera con Sabina Spielrein como transferencial error técnico— es
recogido por Lacan, éste radicaliza la regla de la abstinencia en detrimento de la
“atención flotante”. Y fue de ésta que habláramos con José Luis en el espacio entre
sus dos conferencias, en presencia de la Lic. María Angélica Aráoz y la Lic. Doris
Hajer. Dijo —lo que volvería a decir por la noche en la Universidad— que no esta-
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ba de acuerdo con Castoriadis cuando afirma que Freud nunca habla de la imagina -
ción porque, si bien no se encuentra en su teoría psicopatológica, aquélla se podría
de alguna manera entrever en la técnica específica que le corresponde al analista, la
gleichschwebende Aufmerksamkeit, en su morfema “-schweben-“ (flotar) que, como
texto articulado en apropiado contexto, se rastrea de Lipps a Fichte: la imaginación
en el trato humano. Me volvió a sorprender. Racker, me dije. ¡Caramba, la imagina-
ción en la atención! Me sacudió y me hizo pensar bastante porque no es fácil aten-
der en forma “flotante” sin hundirse en los significados de lo que dice el analizante
o en las imágenes propias “preconscientes” que pueden irrumpir mientras se escucha
como analista. Le refería entonces a José Luis —porque él decía con suma delicade-
za que ese era un problema para nosotros analistas y no para él como traductor— que
ya era bastante “fluctuar” en nosotros como para también “hacernos los muertos” en
el sentido exagerado de la expresión con la cual Jung, por su entrecomillado, sugie-
re que sea una cita de Freud. Quizás importe en ese detalle histórico saber si es real-
mente una atribución o no de Jung a Freud, pero la cuestión es que luego parece to-
mado muy en serio por Lacan, con lo de ponerse como objeto para que el único su-
jeto sea el del suponer inconsciente del analizante sobre el otro. A José Luis le inte-
resó mucho, en particular la importancia que le asignaba al deslizamiento hacia la de-
saparición del sujeto del analista como “deseo” de éste según Lacan y entre el erigir-
se para el otro en el “sujeto supuesto saber”, el objeto “a” y el quizás junguiano “ha -
cerse el muerto”. Hay aquí todo un problema que el teórico francés busca eludir en
una vuelta más literal a Freud el 11 de octubre de 1974 cuando dice que “oímos” con
“una atención flotante” en clara referencia a la expresión e intento de mínima teori-
zación de la misma por parte de Freud, que por algo sólo se refiere explícitamente a
ella en 1912 y 1922, más que casualmente cuando primero Jung en Zürich y luego
Frink en Nueva York, uno presidente de la IPA y el otro candidato a la presiden-
cia de la Asociación de la gran ciudad, tienen problemas transferenciales con sus
analizantes. La atención, según Freud, es “sobreinvestidura”, una Überbesetzung
que como Besetzung es una Triebbesetzung, una aplicación de la pulsión, eso que
también hace a la Übertragung que en traducción (Übersetzung, acota D. Hajer)
es “transferencia” en cuanto desplazamiento de Besetzungen y que conforma el
propio ámbito donde viven y se nutren los significantes que la expresan en el tra-
bajo analítico, que no así porque si sólo procesa el analista por ubicarse como ob-
jeto del sujeto del inconsciente (Lacan) del analizante. Porque el problema allí
está más bien en cómo uno atiende, es decir, en el manejo (Be-hand-lung) de las
investiduras, en cómo uno “puebla” o deja de “poblar”, según la nueva propues-
ta de José Luis, los significantes de la cadena sintagmática que, según Freud, de-
ben seguir siendo promovidos en su “libertad” al amparo de la asociación “libre”
del enunciante quien, como es obvio, habla en son de demanda para obtener la
satisfacción por lo que transfiere. Y si lo que se transfiere transcurre por la se-
ducción vehiculizada por los significados, lo que se hace necesario es no sumer-
girse en sincronía con ellos sino flotar para deslizarse en la diacronía de la cade-
na-diferencia de todos los significantes. El problema, a mi entender, radica en
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Primera conferencia
Traducción, cambio y tiempo
En primer lugar me gustaría decir que el título de la charla de hoy se debe apreciar
por la sencillez que tiene, pero es una sencillez muy conceptual porque dice: «Tra-
ducción, tiempo y cambio». Querría entonces contar algo sobre el tiempo en que una
traducción se hace y sobre los cambios que las traducciones pueden tener en el tiem-
po. Pero sobre la traducción en cuanto tal es muy poco lo que yo podría decir: es un
tema muy controvertido, me parece que deberíamos convocar a especialistas en la
teoría de la literatura, o en la filología, para considerar esto.
Pero si no me considero autorizado a decir nada serio sobre la traducción como tal,
me gustaría decir mi juicio, por lo menos mi prejuicio. Quiero, para entrar en tema,
ambientar la idea de la traducción en la obra misma de Freud. El leía, supongo que
por las décadas de 1860 o de 1870, un trabajo de Hipólito Taine. Este hombre había
escrito un trabajo sobre la inteligencia. Era el último representante de la tradición del
llamado análisis que había tenido tal vez su iniciación en La lengua de los cálculos
de Condillac, y expresiones en el análisis matemático y mecánico de Lagrange. Tai-
ne define, entonces, el análisis, y dice que el análisis es traducción. Entiende que el
análisis es la reducción de fenómenos a ideas simples y el intento de deducir fenó-
menos a partir de ideas simples.
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Por otra parte, los que argumentan sobre la imposibilidad de traducir, generalmen-
te recurren al argumento de lo inefable, o sea: hay algo siempre en lo que uno di-
ce que no tiene traducción porque la vivencia personal, o la vivencia de una len-
gua determinada, no son equiparables a otras vivencias. Pero lo que importa, a mí
me parece, es lo que uno mismo traduce para la comunidad de los demás. Yo me
fijo en este aspecto de la cuestión. Si un autor, como Freud, produce una obra, se
entiende que la dirige a sus prójimos, o sea que tiene una idea implícita de una co-
munidad a la que se dirige. Creo que es posible la traducción en este sentido (a sa-
ber: en el sentido que acabo de atribuir a Freud). Nada más sobre la traducción en
general.
Cuando yo empecé a traducir la obra de Freud, leíamos con mucho cuidado corrien-
tes alemanas de la filología, la de Gadamer por ejemplo. En esta encontramos el con-
cepto de historia de recepción de una obra —en alemán se dice “Aufnahme”—. La
historia de recepción de una obra forma parte de la obra misma. Porque si una obra
no se leyera, no existiría: si una obra escrita no se leyera no existiría, si un pensa-
miento de un autor no se cultivara, este pensamiento moriría; es sólo la comunidad
humana, digamos de los hablantes, de los interesados en las mismas cuestiones, la
que hace vivir una obra. Yo no llevaría esto a la exageración de decir que la obra mis-
ma no existe sino que en realidad existen sus traducciones porque las traducciones
son de una lengua en otra pero, también, cada vez que uno lee la obra la está tradu-
ciendo, cada uno de ustedes la traduce cuando la lee. No llegaría entonces a decir que
la historia de recepción es la que determina la naturaleza de la obra, pero sí que for-
ma parte —por lo menos— esta historia de recepción de la naturaleza de la obra.
Ahora, la recepción de la obra, de la obra de un autor importante, por ejemplo de
Freud o de cualquier otro que imaginen hay que pensarla en relación con algún gru-
po de gente interesada en esa obra. Existe un grupo, digamos que la recepción supo-
ne siempre un colectivo social, un conjunto de individuos animados por propósitos
semejantes que leen la obra. Entonces, la traducción de una obra no puede ser el ac-
to caprichoso de alguien. Por eso tengo que exponer ante ustedes cuáles eran las ex-
pectativas de la gente, en Buenos Aires, que era hasta donde alcanzaba mi conoci-
miento en esa época, las expectativas que había en torno de la modalidad en que la
obra de Freud se debía recibir. En Buenos Aires saben ustedes que el pensamiento de
Lacan ha tenido mucha difusión. Ha tenido difusión quizá porque hubo un señor que
escribía en “Marcha” de Montevideo hace muchos años, que era alguien que estaba
buscando siempre la novedad, la novedad que se producía y la idea que pudiera ser
la idea salvadora; por ejemplo descubrió a Heidegger, al joven Heidegger, después
descubrió a Lukács, después descubrió a Lucien Goldman, después descubrió a La-
can; una personalidad, ya ha muerto este hombre, una personalidad muy inquieta y
que fue él que introdujo a Lacan; era recibido en Filosofía me parece, Masotta; des-
pués, el lacanismo, se difundió con mucha fuerza en Buenos Aires. Ahora, lo que lle-
gaba como una necesidad para la traducción de Freud era la consigna fuerte del “re-
torno a Freud”.
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El “retorno a Freud”: es un poco malévolo decir “el retorno a Freud” porque implica
que alguien que está invocando a Freud se había apartado de él, ¿no es cierto?
Retorno quiere decir eso. Sin embargo, daba esto la posibilidad de librarse de prejui-
cios y de mirar los textos con ojos relativamente nuevos, en realidad no son nuevos,
son los de un grupo social, digo un grupo social en ese sentido, colectivo social po-
dría decir tal vez, colectivo de intenciones de gente. Entonces, la primera exigencia
fue esa, la del “retorno a Freud” y el método de trabajo fue el de —me contaban los
señores profesores que se cultivaba también en Montevideo— la lectura de textos en
seminario. Uno toma un texto durante cuatro meses, un texto determinado de un au-
tor importante, y entonces lo lee despaciosamente, y lo cruza a este texto con otras
obras del mismo autor o con autores afines.
Por esos años nos estaba llegando el pensamiento de Jürgen Habermas, que sería el
continuador de la Escuela de Frankfurt. Habermas elaboraba una teoría a la que titu-
ló “la teoría de la acción comunicativa”. Esta teoría pretendía ser una formulación de
lo que se llama: “la pragmática”. La pragmática ha nacido de las insuficiencias de la
lógica y de las dificultades con que los lógicos se encontraron en la década del trein-
ta, relacionadas estas dificultades con el problema de la verdad. Un lógico muy im-
portante del que ustedes seguramente han oído hablar, Carnap, había propuesto crear
una disciplina nueva, justamente “la pragmática”. Esta pragmática lo que hacía era
incorporar en la consideración al que enuncia el enunciado lógico. Incorporar al ha-
blante, al que enuncia, incorporarlo como objeto de teoría. Y es lo que Habermas ha-
cía. Lo menciono por esto, porque la célula básica del pensamiento de Habermas pa-
ra “/.../toda situación de habla en la cual se profiere un enunciado que puede ser ver -
dadero o falso es ésta: ‘yo te digo que...’/.../”. Fíjense qué sencillo sería esto. Esta
expresión yo te digo que contiene un sujeto: el “yo” que habla, el “te” que es el in-
terlocutor —hay muchos supuestos allí con respecto al interlocutor porque cuando yo
le digo algo a alguien estoy predicando, estoy suponiendo algo acerca de la natura-
leza del otro—, el decir de “digo”, que es un modo de comportamiento, y el que las
cosas son así y así, que sería el “que”. El esquema básico de Habermas estaría com-
puesto por cuatro términos: yo-te-digo-que, donde «que» introduce la cosa que uno
dice. Lo que afirma Habermas es que este decir del yo-te-digo-que supone una me-
tacomunicación. Es decir, meta significa que está más allá. Cuando yo digo algo, im-
plícitamente hay una metacomunicación, que es una especie de acuerdo entre las per-
sonas acerca de la naturaleza de este decir —qué significa este decir—. Me limito a
especificarlo así. Este decir implica una comunidad de habla, para empezar, y una co-
munidad humana entre sujetos que se definen de cierta manera. Bueno, yo tomé es-
te esquema y en realidad se me ocurrió plantear la traducción de esta manera: “yo te
digo que, Freud dice que”. Lo que enrulaba la cuestión producía un efecto de lazo.
Este intento fue para responder al “retorno a Freud” y para que se viera la maquina-
ria, por así decir, de la traducción con el objeto de que el lector pudiera tener una ac-
titud crítica frente al texto. La actitud crítica se facilita si los espaldares, por así de-
cir, de la traducción están a la vista; puede haber trampas en eso, no lo dudo, pero
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Ahora les quiero contar algo sobre lo que voy a abundar, pero les resumo antes una
pequeña idea. Me gustaría responder a la pregunta sobre el tiempo de las traduc-
ciones en dos o tres veces. El primer intento de respuesta sería decir que uno debe
responder a los intereses, a las aspiraciones, a las búsquedas de un determinado co-
lectivo social o de una determinada época histórica, digamos que las traducciones
se hacen en el espesor de un tiempo, de una circunstancia histórica de un conjunto
de personas afines, esa sería la primera respuesta. Si cambiara el colectivo social
—respecto del cambio de las traducciones—, si cambiara el colectivo social, si
cambiaran los intereses de la época, debería cambiar la traducción, y entonces la
historia de recepción de la obra se enriquecería seguramente porque otros intereses
verían aspectos distintos en la misma obra; la obra sería una creación colectiva. Las
obras de cultura son creaciones colectivas. Y eso es lo grande que tienen. No son
sólo la inspiración de un individuo genial, puesto que muchas veces es cierto que
un individuo genial las produjo. Pero siempre es colectiva la cultura. Eso es lo que
creo.
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es traducir.A mí me sorprendió esto. Dice que —es cortito, tengo una hojita con tres
frases—. Dice que hay tres épocas en las traducciones, tres épocas y tres maneras de
hacer las traducciones. La primera época —lo leo porque lo traduje rápido para us-
tedes—, dice: “/.../la primera modalidad de hacer traducciones nos da a conocer lo
extranjero /.../”. Se entiende, traducciones de lengua en lengua: “/.../lo extranjero se -
gún nuestra propia mentalidad /.../”. Es decir, nosotros los alemanes o los rioplaten-
ses tenemos cierta mentalidad y traducimos lo extranjero a nuestra propia mentali-
dad. Este primer estilo —se está refiriendo a obras de literatura, aclaro eso, pero es
interesante por eso mismo, se está refiriendo a la poesía, al drama, a la épica—; este
primer estilo o época de traducciones, dice Goethe, es un estilo que él llama “prosai -
co” porque si está en verso el original, entonces se lo rinde en prosa, se lo devuelve
en la propia lengua en prosa. Y hay una frase bonita; dice así Goethe: “/.../en nues -
tra casa nacional —vean ustedes el espíritu de esa época— en nuestra vida común,
lo extranjero nos sorprende /.../”. “Nos sorprende” quiere decir que nos trae algo
nuevo que nos sorprende y digamos que la prosa le quita el entusiasmo que los valo-
res estéticos más atractivos le dan a la obra y la presentan con una cierta desnudez;
él pone el ejemplo de la traducción que Lutero hizo de la Biblia. Da a entender que
Lutero no ha volcado el original poético de la Biblia, el aspecto poético de ella, sino
que la ha presentado en la casa de los alemanes.
Hay una segunda época, dice Goethe, en que el traductor lo que hace es ir a la cultu-
ra extranjera, tratar de apropiarse de la cultura extranjera con mucha energía y tratar
de volcar en los términos de su propia mentalidad esa comprensión que obtuvo; a es-
te método llama Goethe “paródico”. Esto es una parodia en el sentido concreto del
término, este tipo de traducción es una parodia del original. Me parece que es lo que
suelen hacer los franceses cuando traducen —salvo la última traducción de Freud,
que es otra cosa—; pero los franceses suelen hacer parodias, por ejemplo, uno lee
Aristóteles y lee Platón y lee en francés y son siempre franceses, parecen franceses
nativos, no hay nada «extranjero» en eso, hay una enérgica apropiación por parte de
los franceses. Bueno. La tercera época —y aquí viene lo que a mí me sorprendió—
“/.../querría hacer la traducción idéntica al original, tal que la traducción pudiera
hacer las veces del original. Para eso el traductor se apega al original, se pega, se
mantiene fiel al original y renuncia en parte a la originalidad de su nación, a la ori -
ginalidad de la mentalidad propia /.../”. Así, lo que se genera acá —dice Goethe—
es “algo tercero”. Es diferente del primer caso, que consistía en volcar en términos
propios una mentalidad de una obra extranjera pero haciendo ver esta mentalidad,
también lo es del segundo caso donde uno repite la mentalidad de la nación propia y
toma la obra, digamos así, después de un trabajo de apropiación. Ahora nace algo ter-
cero. ¿Esto tercero, por qué le gusta a Goethe? Porque está claro que a Goethe le gus-
ta este último modo de traducción. ¿Por qué es tercero? Porque el traductor muestra,
a medio camino entre las lenguas, algo que no es familiar, que no parece familiar en
la lengua propia pero lo hace con el objeto de que la mentalidad propia o la cultura
propia se amplíe. Sólo así se amplía. Si uno ve algo distinto de lo que es propio se
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amplía. Yo creo que los franceses cuando traducen a Aristóteles y a Platón como di-
jimos que lo hacen, lo único que ven es el alma francesa. En cambio, si se hace un
esfuerzo para lograr este tipo de traducción tercera, como dice Goethe, entonces uno
puede «espiar», dentro de los términos de la lengua propia, aunque algo forzada es-
ta para reproducir los términos de la lengua extranjera, el alma de la lengua y la cul-
tura de los otros. Esa es la idea.
¿A ver si hay algo más que sea bonito aquí? /—Busca en las notas de su traducción
del ensayo de Goethe y continúa—/. Dice que el ideal de esto sería una edición que
pueda ser interlineal. ¿Interlineal, qué quiere decir? Que hay una línea del original y
abajo está la traducción. Y, bueno, entonces, esta noción de la traducción tercera pa-
ra mí sería, como para Goethe —y no estoy en mala compañía—, sería el ideal, bah,
si yo pudiera hacerlo. Lo que ocurrió es que la traducción que yo hice en cierto mo-
do es una mezcla de la primera modalidad que Goethe cuenta y un poquito de la ter-
cera, de la segunda no; al estilo francés yo lo rechacé de entrada: salvo algunos fran-
ceses (hay unas traducciones de los clásicos de Leconte de Lisle de fines de siglo que
son hermosas), en general el francés adecua la obra a su propia nación. Los alema-
nes en este terreno tienen el gusto por lo extranjero. Tomemos a Platero y yo: hay
muchas versiones en alemán y hay una que presentan diciendo que rehace particular-
mente el ambiente andaluz y trata de mostrar el ambiente andaluz; naturalmente lo
tienen que hacer con recursos un poco ajenos al lector alemán, buscan recursos evo-
cadores. La conclusión que yo saco, provisional, de esto, es que la traducción no es
de lenguas en lenguas, eso sería muy sencillo. La traducción es de culturas en cultu-
ras, no es una lengua lo que está en juego, creo que ninguna máquina podría, en el lí-
mite, sustituir la tarea de trasiego, porque justamente se trata de volcar modos de pen-
samiento y de sensibilidad de una época y de una cultura y no sólo una lengua en
otra. Entonces, mi segundo intento de respuesta sería que me gustaría mucho poder
hacer lo que Goethe recomienda, es decir, una traducción interlineal, de término a
término, de giro lingüístico a giro lingüístico, pero que tampoco perdiera ese carác-
ter un poco ajeno.
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de elaborar una sintaxis de esos trabajos. Una vez que se ha hecho eso suficientemen-
te se puede decir que uno comprendió, ha comprendido la obra; “Verstehung” se di-
ce en alemán “comprensión”. Goldman decía que el método filológico consistía en
una dialéctica entre “comprensión” y “explicación”. ¿Cuál sería la “explicación”? La
“explicación” sería referir la metapsicología del año 14 a las circunstancias que lo
llevaron a Freud a producirla, es decir, los problemas que tal vez se planteaba Freud
allí, las cosas que intentaba resolver: uno especifica eso y obtiene una explicación de
la metapsicología. Ahora, si agranda el punto de mira e incluye esas circunstancias,
y otras obras además de la metapsicología, puede decir que otra vez comprende. Si
uno toma una totalidad pequeña, a ésta la comprende; y a esta totalidad de obra, de
texto, la puede insertar en un texto más grande que la explica. Sin embargo, una vez
que los unió, está comprendiendo, y puede repetir estos pasos que una y otra vez al-
ternan comprensión y explicación hasta agotar la cuestión.
Les voy a poner un ejemplo, no es sencillo pero lo que me interesa es el ejemplo. ¿No
hay tiza? No importa, yo lo digo. Ustedes saben que ¡ah, gracias! /—Edgardo Ko -
rovsky le alcanza un trozo de tiza—/. Yo tengo mala letra, tengo mala letra. /–Se
acerca al pizarrón—/. ¿Se ve así? /—Escribe:—/ “...und dass ihr Wesen nur in der
Abweisung und Fernhaltung vom Bewussten besteht” /pág.250, v.X, G.W./.
Les cuento de qué se trata. Aquí, esta definición, es la definición de la represión. Us-
tedes se van a encontrar, en mi traducción, con que dice algo así: “/.../y su esencia
consiste —esto de la esencia sería la Wesen esa que está ahí; esto se podría traducir
de otra manera, también— y su esencia consiste sólo en rechazar algo de la concien -
cia y mantenerlo alejado de ella /.../”. Lo curioso es que después que estuvo hecho
todo el trabajo me fui a fijar en la versión de Strachey y era exactamente igual, sal-
vada la distancia de la lengua, ¿no? Su espíritu era el mismo: que la esencia de la re-
presión consiste en rechazar algo de la conciencia y mantenerlo alejado de ella. Des-
pués llegó la versión de los franceses de la “Presses Universitaires” que está dirigida
por Jean Laplanche, y Laplanche mismo ha hecho las traducciones de la Metapsico-
logía, así que es muy importante ese trabajo; Laplanche dice algo parecido, algo se-
mejante a esto. Ahora, yo siempre me pregunté qué quería decir eso de que la esen-
cia de la represión consiste en rechazar algo de la conciencia (no es literal pero es
más o menos lo que está en el libro). Esto para mí crea un problema porque ¿quién
es el que rechaza? Sí, rechazar algo de la conciencia ¿qué quiere decir?
Bueno, ahora les voy a sembrar una duda, fuerte, esta duda la siembro, trato de sem-
brarla y no la voy a resolver porque se trata de una Universidad, donde estamos pa-
ra plantear problemas más bien. Me sucedió, tiempo después, que leí un trabajo de
Emmanuel Kant, conocen el filósofo alemán, sí, el autor de las tres Críticas. Les
quiero decir por qué lo leí. Porque en la época de Freud, cuando Freud se formaba,
se leía mucho Kant, pero no tanto las Críticas, ustedes conocen la Crítica del Juicio,
la Crítica de la razón pura, la Crítica de la razón práctica, sino lo que los comentaris-
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tas llaman las Obras pre-críticas de Kant. Entre otras obras pre-críticas hay una que
se llama “La disertación de 1770”. Se la conoce así en la historia del pensamiento:
“Disertación de 1770”. Esta disertación tiene un título: “De mundus sensibilis atque
intelligibilis”, etc., “Acerca de la forma y de los principios del mundo sensible y del
mundo inteligible”. Aquí me encuentro con unas sorpresas. Leo algunos capítulos de
La represión de Freud y algunos capítulos de Lo inconsciente, de estas obras de
Freud de la Metapsicología, y las leo en paralelo con la Disertación de 1770 de Kant
y encuentro unos parecidos extraordinarios en la marcha de la argumentación. Voy a
simplificar mucho porque son temas de filosofía que requerirían tiempo, y exponer-
los de manera compleja en un tiempo breve sería descortés. Kant habla de un proce-
so de análisis y de un proceso de síntesis, y este análisis y esta síntesis —dice— se
pueden hacer por coordinación o por subordinación. Yo hago un análisis por vía de
coordinación si tomo un elemento de un todo, de una totalidad, y busco los elemen-
tos complementarios a éste para formar el todo. Esto sería coordinar. Y en cuanto a
subordinar, les digo simplemente que tiene relación con la causa y el efecto, pero es-
to no viene al caso. Freud, cuando describe en Lo inconsciente, en el capítulo ... me
parece que es el capítulo, a ver, cinco, que se titula «las propiedades particulares del
sistema inconsciente», dice que el núcleo inconsciente consiste en unos representan-
tes de pulsión etc. etc. y, después, que estos están einander koordiniert /p.285, v.X,
G.W./, están coordinados unos con otros. Primera cosa, esta expresión “coordinados”
es extrañísima, porque ¿cómo va a decir que elementos del inconsciente están coor-
dinados unos con otros? He visto que Laplanche reflexiona: ¡no, debe de ser un error
de imprenta, estarán descoordinados! Pero esto presenta una coincidencia fuerte con
aquel texto de Kant. En Kant —no voy a seguir mucho lo de Kant porque es comple-
jo, como les decía—, pero hay un uso de un verbo alemán que es abziehen que lo em-
plea para decir Kant abstraer. Abziehen les cuento que es quitar ¿no? Retirar ¿verdad?
Quitar. Y en Kant sin embargo esto tiene relación con el proceso de la abstracción.
[Es el mismo término que emplea Freud en «Lo inconsciente», donde se ha traduci-
do «quitar investiduras».] Y hay otra coincidencia textual. A continuación Freud di-
ce que el inconsciente no conoce la contradicción. ¿Por qué no conoce la contradic-
ción? Porque no conoce el tiempo. Y Kant, en la Disertación de 1770, dice que nada
puede ser contradictorio si no es en función del tiempo. ¿Por qué? Porque si yo digo
A es B y después digo A es C, esto es contradictorio, pero siempre en relación con el
tiempo, porque A puede ser B primero, C después, pero al mismo tiempo no puede
ser. Ahí tenemos parecido extraordinario [textual, temático] entre Lo inconsciente y
La represión de Freud y esta obra de Kant. Después, un poco más adelante, Freud ex-
plica que los elementos inconscientes son, dice: existenz-unfähig /p286, v.X, G.W./,
quiere decir: son insusceptibles de existencia. ¡Qué expresión rara! Está en Kant; en
Kant, en esa época, quiere decir que esos elementos son simbólicos. No abundo en
esto, muestro los paralelos que hay. Entonces, la sorpresa es que cuando uno traduce
esto: “...y que”, miren la frase con puntos suspensivos ahí, ese dass quiere decir
“que”, ihr Wesen, “su esencia”, nur, “sólo”, el verbo está al final: besteht, “consiste”
en der Abweisung und Fernhaltung dice ahí, vom Bewussten, el “tener algo apartado
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Este sería un ejemplo de aplicación del método de Goldman porque, si uno en-
cuentra que para leer estos trabajos de Freud del año 14 es pertinente incluirlos
en un contexto del interés de Freud mismo y de los contemporáneos de Freud por
los trabajos del Kant inicial, entonces uno obtiene una cierta explicación del uso
de algunos términos y entonces podría generar un horizonte de comprensión ma-
yor.
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Bueno, yo hasta ahí llego, no sé. /—Alguien del público pide que explique un poco
más—/.
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Martín Wolf: Si alguien quiere plantear alguna pregunta o formular alguna interro -
gante.
/—Silencio—/.
Doris Hajer: No, yo no sé si quiero hacer una pregunta, sólo que bueno, desde que
vengo escuchando a José Luis Etcheverry cada vez estoy más contenta de encontrar
que una traducción es algo más que un pasaje literal de una palabra a otra de otra
lengua y que en este caso que es una traducción que nosotros hemos respetado mu -
cho y tratado de trabajar como las que él hizo de las Obras Completas de Freud, es -
tá basada en este profundísimo estudio de, bueno, la filosofía que pudo haber influi -
do, pudo haber pesado sobre el modo de pensar de Freud y puede hacer aquello que
de ahí en más se pueda traducir, teniendo en cuenta estas contextualizaciones filo -
sóficas, históricas y tal vez también sociales.
José Luis Etcheverry: Permiso. Quiero decir que me han invitado los profesores de
la casa a reunirme un rato con ellos y con algunas personas. En función de lo que di-
je a mí me interesa muchísimo porque ellos son el colectivo social del que yo habla-
ba. Es decir, por eso quiero contar cosas un poquito más específicas esta noche y ver
cómo reaccionan / —sonriente/. Les voy a mirar la cara /—sonriente—/. /—Hila-ri -
dad—/. Bueno. Gracias.
José Luis Etcheverry: Y a mí me parece que es una de las que Goethe dice del se-
gundo tipo. Es decir, alguien que va a la otra cultura, a la cultura alemana y al pen-
samiento de Freud y dice: bueno, pues hombre, Freud dice esto y esto y esto y esto.
Es algo, bueno, que en cierto modo ya sabíamos. Es un intento. Por eso es más gra-
ta la lectura, es estéticamente más bella la lectura, porque está en un castellano inclu-
so diría parecido al de Galdós, es un castellano canario creo yo. Supongo que López
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Ballesteros debe haber nacido en las Islas Canarias porque tiene un estilo muy ame-
ricano, nos gusta en el Río de la Plata porque tiene un castellano muy parecido al
nuestro. Pero lo que tiene es eso, que es una asimilación muy enérgica a la cultura de
lengua castellana. No tiene ese grado de ajenidad. Ha servido mucho, es valiosísima.
Goethe dice que estos tres tipos de traducciones pueden combinarse en una sola o
pueden escandirse —como se dice esto— en épocas distintas, en una época una, en
otra época el otro tipo y en otra el tercer tipo y en este círculo entre unas traduccio-
nes y otras se forma la apropiación y la comprensión de una obra extranjera. Pero por
eso es valiosísima. Porque lo ha vestido a Freud en lengua castellana. Ustedes saben
que Freud conocía el castellano. Lo conocía bien. Lo escribía. Se escribía de joven
con un amigo y se llamaban Cipión y Berganza por “El coloquio de los Perros” de
Cervantes. Así que supo apreciar Freud y lo apreció y es sincero en la carta /—que
le envió a López B.—/. Es muy linda traducción. Además ha estado muy bastardea-
da por los editores porque está llena de erratas, que la culpa no es del original. Y des-
dichadamente la versión que hoy se conoce no es la de Ballesteros exactamente. Se-
ría bonito poder tener los originales de la traducción de Ballesteros, sería una buena
cosa. Porque es un documento histórico importantísimo. Entonces esa sería una épo-
ca. Y esta otra traducción que yo hice es más para estudio; quizá si yo pudiera den-
tro de veinte años, si el Señor me da vida /—muy sonriente—/ no creo /—sigue muy
sonriente-—/, podría intentar hacer ese círculo, ese movimiento de cultura. Intenté
que la lectura pudiera ser crítica, que sea crítica verdaderamente y que sea crítica de
la traducción también y que pueda serlo, eso es lo que importa, por lo que decía la
doctora. Por lo que decía la doctora acerca del espíritu crítico y de esas cosas. Bue-
no. /—Silencio—/.
Martín Wolf: Bueno, muchísimas gracias profesor José Luis Etcheverry. Y nos vemos
luego a las 20:00 .
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Segunda conferencia
Pulsión o querencia. Investidura o población
Bueno. Muchas gracias. Bueno. Cuidado con el vaso /—de la mesa—/. El doctor
Wolf me ha mandado unas cartas a Buenos Aires preguntando por dos nuevas traduc-
ciones de dos términos, en las recién publicadas Cartas a Fliess. Uno es lo que apa-
rece en las obras que traduje de Freud, las Obras Completas, traducido como inves-
tidura y el otro el que aparece traducido como pulsión. Les voy a confesar que con
respecto a esta cuestión de la investidura, mientras hice la traducción de las O.C., es-
tuve mucho tiempo buscando el origen del término porque era sorprendente que
Freud usara un término de esa naturaleza sin presentarlo, por así decir. Lo utilizaba
como algo que era algo sabido, consabido, pero yo no encontraba la fuente. La en-
contré después de mucho tiempo y quiero contarles qué fuente me parece que usaba
Freud para el empleo de este término. Me parece que el término investidura, se es-
cribe Besetzung, bueno, hay tiza /—Doris Hajer lo escribe en el pizarrón—/ bueno.
Entonces la Besetzung. ¿De dónde viene esto? Lo encontré por la referencia de unos
autores italianos que decían que el término aparecía por primera vez en la monogra-
fía de Freud “Sobre las afasias”; esta monografía es de 1891. El primer origen, por-
que tiene un doble origen —por así decir—, el primero está en unos trabajos de Mey-
nert. Meynert fue el que desarrolló la histología del cerebro. Se estudiaba la anato-
mía del cerebro con arreglo a la histología definida por Meynert. Había establecido
tipos de células y había también definido tipos de tejidos y las funciones. Además
Meynert había hecho una pequeña excursión sobre el problema del aprendizaje y en-
tonces decía que el aprendizaje a juicio de él consistía en la ocupación, decía Okku -
pation —la ocupación en latín occupatio, lo escribía con doble k, Okkupation—, en
la ocupación de zonas de la corteza del cerebro y esta ocupación de zonas de la cor-
teza del cerebro daba por resultado una Besetzung, o sea una población, era poblado
el cerebro, iba siendo poblado por funciones, por así decir. Si uno aprende una len-
gua extranjera, decía él, entonces puebla partes de la corteza del cerebro con ese
aprendizaje. Lo correcto parece ser población allí, porque Freud reflexiona, hace una
reflexión a continuación de la cita que reproduce de Meynert, en la monografía So-
bre las afasias siempre, ¿no?, y explica que a su juicio lo que Meynert quiere decir
es algo así como lo que sucedía con una ciudad medieval que se extendía más allá de
sus fronteras y entonces poblaba la campiña circundante. Bueno, esta es la primera
aparición del término bajo la pluma de Freud que yo sepa. Confieso que estuve bus-
cando mucho tiempo antes de encontrar esto.
Pero esto no es todo. En Viena, por los años en que Freud escribía, a fines de siglo y
en los primeros años del siglo actual (N. de la R.: el autor se refiere al siglo XX), de-
sarrollaba su labor Ludwig Boltzman, el teórico de la termodinámica. El término és-
te, Besetzung, aparece relacionado con los intentos de Boltzman de pensar la termo-
dinámica. Yo voy a tratar de explicarlo —si hubiera algún físico sería muy bueno—
pero en términos sencillos. Supongamos que tenemos un globo lleno de bolitas, que
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fueran moléculas estas bolitas. Si se aplica calor al globo y las moléculas se activan,
empiezan a chocar unas contra otras, se dice que cada molécula tiene un estado de
impulso; el estado de impulso estaría definido por la masa, es decir, definiría al esta-
do de impulso la siguiente ecuación: la masa por la velocidad; cada molécula tiene
un estado de impulso que es su masa multiplicada por su velocidad. Las velocidades
cambian por el hecho de que las moléculas chocan. En la época se intentó perseguir
molécula por molécula a ver qué les pasaba y tratar de hacer un cálculo, establecer
un cálculo matemático para definir el estado de impulso de las moléculas dado cier-
to impulso inicial. El impulso inicial sería el aumento de calor de la pelota esta llena
de moléculas. Y eso no se pudo lograr, era imposible hacerlo porque al tercer choque
todos los matemáticos se perdían en las cuentas. No se puede hoy tampoco. Por ejem-
plo, si uno quiere simular en el sistema solar el choque de estrellas, a la tercera es-
trella o al tercer choque aparecen cosas impredecibles en las ecuaciones; todavía me
parece que hoy no se puede. Entonces Boltzman recurrió al siguiente expediente: en
vez de asignar —sería la palabra— estados de impulso a las moléculas definió un
rango –por así decir— de estados de impulso que fuera desde el cero en adelante y
entonces estableció un cálculo estadístico —es una estadística esto porque averigua
cuántas moléculas hay para cierta configuración de la cosa en términos de calor,
cuántas moléculas hay en cada estado de impulso—. Entones se dice que “el estado
de impulso está poblado por determinado número de moléculas”. La Besetzung apa-
rece como un cálculo estadístico relacionado con la termodinámica de Boltzman. En-
tonces esto trae consecuencias probablemente para la interpretación de los pasajes
donde aparece esa Besetzung.
Me parece que Freud ha partido de la idea de Meynert pero lentamente fue incorpo-
rando las tesis de la termodinámica para pensar el proceso psíquico. Entonces, desde
el punto de vista puramente filológico se ve que los términos que Boltzman emplea,
por ejemplo Besetzung para población, digo población porque en los manuales actua-
les de la termodinámica se utiliza el término población para designar esto, también
puede ser ocupación, en los manuales ingleses dice occupancy, en los manuales fran-
ceses dice repartition. Bueno, el uso de población es bastante reciente —que yo se-
pa—. Los manuales más nuevos y autorizados —yo pregunté en Química allá en
Buenos Aires y me dijeron eso—. Los términos emparentados son: distribución, que
aparece en Freud, colocación —de moléculas en casilleros—, etc. Entonces, me ani-
mé a traducir en las cartas a Fliess población en lugar de investidura y me parecía
que daba razón mucho mejor que decir investidura, porque investidura quizás fue un
término ocasional, probablemente estuve muy influido por el ambiente de la época
cuando hice la traducción de Freud, me parece que es un término demasiado fenome-
nológico, cuando lo que está haciendo Freud es el intento de aplicar un modelo físi-
co y un modelo de termodinámica estadística al proceso psíquico. Bueno, eso es por
lo que se refiere a la investidura. Me parece que mucho más no puedo decir porque
en realidad lo que habría que hacer es poner a trabajar el término en los lugares don-
de Freud lo usa más.
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Con respecto a las pulsiones, esto puede ser un poco más barroco. Con respecto a la
pulsión, confieso que yo traduje pulsión porque en esa época la batalla era no decir
instinto donde no decía instinto; el término pulsión venía del lado de los franceses y
yo lo adopté porque no sabía qué cosa hacer, honestamente. No digo que ahora lo se-
pa. No sé tampoco. Pero me gustaría establecer, para entrar a considerar este segun-
do término, algunas pocas premisas que me parecen que para el razonamiento son in-
dispensables.
Voy a hacer una cosa muy extrema y voy a decir: Freud, filósofo. Voy a hacer algo
extremo, y decir que era un filósofo, por un ratito que me concedan esto, que me lo
concedan por un instante para poder pensar, nada más. Es curioso que, si yo digo que
Freud fue un filósofo, estoy de acuerdo con Freud mismo, que lo dice repetidas ve-
ces a lo largo de su obra. Hay muchas declaraciones de Freud en ese sentido. Sobre
esto, hay una nota al pie de Strachey, donde James Strachey dice: “/.../ Recuerde el
público lector que en esa época la filosofía no era tal sino que se entendía por filo -
sofía la psicología /.../”. Lo que parece, por lo menos, un tour de force, parece una
exageración. Yo creo que el primer principio en el tratamiento de los textos, que es
lo que a mí me toca hacer, es respetar el texto mismo. Si alguien dice que hace filo-
sofía, pues yo le creo primero antes de desconfiar.
Y bien, yo diría que, como pensador filosófico, Freud se adscribe a una corriente. Es
claro, lo de la corriente no lo digo para desmerecer, para disminuir la creatividad de
Freud, pero siempre alguien está dentro de una corriente de pensamiento, de lo con-
trario no podría pensar, creo yo. Me parece que la corriente a la cual Freud se adscri-
be es la del materialismo médico. Insisto en este tema del materialismo médico. El
materialismo médico se dividía en Alemania del siglo pasado en dos corrientes prin-
cipales. Yo voy a ... acá veo que anoté algo, me viene bien. Para amenizar un poco,
Heine, ustedes saben que fue un poeta alemán que tiene composiciones muy hermo-
sas. Además, escribió una especie de historia del pensamiento alemán donde explica
que en Alemania —explica esto a los franceses, para poder entenderse entre los dos
pueblos que en realidad no se entendían mucho, por esa época, hoy sí— había dos
corrientes en el materialismo: una que era un mecanicismo cartesiano —dice Hei-
ne—, yo lo voy a decir simplemente: existe un conjunto de leyes de la naturaleza que
presiden el mundo físico y el mundo biológico, pero estas leyes forman una especie
de totalidad probablemente porque un dios las creó y después se retiró; es decir, es la
idea del deísmo del siglo XVIII: hay un Dios que piensa el mundo, lo crea, lo produ-
ce y después se retira, entonces los científicos pueden investigar cómo era la mente
de Dios cuando creó el mundo, pero siempre pensando que esto es materia; y la otra
corriente que es un poco singular, que es casi específicamente alemana, es una co-
rriente cuasi renacentista, podría decir, y árabe, también podría decir; esta corriente
sería un materialismo que recibe algunos aspectos del filósofo Avicena, que era del
siglo IX árabe, me parece, del siglo IX ¿no?, de Paracelso en el Renacimiento, de
Spinoza después, y de Goethe; esto es muy sencillo, yo diría: “la materia es Dios”,
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en todo caso, si uno quiere pensarlo en términos teológicos, diría “la materia es
Dios”. Bueno, los materialistas de esta corriente primero se expresaron en lo que se
llamó la Naturphilosophie. Es decir, no presentan una ruptura con el idealismo ale-
mán. Se llama idealismo alemán a lo que sigue a Kant. Esto empieza con Kant, des-
pués le sigue —en los manuales aparece así— Fichte, que trata de completar el sis-
tema de Kant, luego el sistema de Fichte es derribado por el de Schelling y el de
Schelling es derribado por el de Hegel; finalmente el de Hegel es derribado por to-
dos, y no queda nada. Esa es la idea que existe. En esa época, sobre todo Schelling
había intentado hacer una filosofía de la naturaleza, es decir, concebir la naturaleza
bajo un principio de conceptuación único. Esto era kantiano, también porque no hay
que olvidarse que hoy conocemos a Kant por la Etica, lo conocemos tal vez por las
Críticas, de la razón pura, etc., pero en la Alemania de la época era reverenciado so-
bre todo por la “Teoría del cielo”. Él había escrito una “Teoría del cielo”. Esta teoría
del cielo intentaba mostrar cómo se habían formado los mundos. Se suele decir en
los manuales del secundario que la “Teoría de la nebulosa” es de Kant-Laplace, ¿ver-
dad? Se solía decir, no sé si ahora lo repiten. Esta teoría de Kant intentaba demostrar
la formación de los mundos, del sistema solar, a partir de unos átomos elementales
que por supuesto estaban gobernados por unas fuerzas, las fuerzas eran contrarias,
una de atracción y una de repulsión y estas fuerzas contrarias y estos átomos elemen-
tales o partículas elementales de la materia se relacionaban entre sí a través de lo que
se llamaba el éter. La tesis del éter ha durado hasta fines del siglo XIX. Cuando se la
abandonó, la física dio un gran paso adelante, porque estorbaba, probablemente. Es-
to significaba el intento de generalizar a la conceptuación de la naturaleza los princi-
pios de la física de Newton. La novedad del idealismo alemán fue que intentó con-
cebir no solamente la naturaleza física sino la naturaleza biológica, y no sólo esta, si-
no también el alma humana, y además la historia misma bajo un principio único, es
decir: lo que ellos quisieron hacer fue una especie de newtonismo del alma, diría yo,
quisieron ser newtonianos del alma. En el caso de Freud, Freud es un newtoniano del
alma porque hay dos fuerzas elementales que, como ustedes saben, estas dos fuerzas
existen según él, esta atracción y esta repulsión que tienen otros nombres: se llaman
pulsiones de muerte y pulsiones de vida. Bueno. Este es el ambiente del materialis-
mo médico, que se basa en esta segunda corriente del materialismo que acabo de de-
cir, de una manera un poco, con permiso de ustedes, diciendo: la materia es Dios. O
sea, la materia es todo, eso es lo que quiere decir. Este materialismo médico se dis-
tingue probablemente de otra corriente que fue fundadora de la medicina en Alema-
nia, por ejemplo como en Virchoff se manifiesta. Porque la corriente fundadora de la
medicina en Alemania era muy reduccionista en este sentido: decía que si había una
disfunción, algo que funcionaba mal en alguien, esto se debía a una alteración de ór-
gano y en definitiva a una alteración de algún tejido. Esta no es la corriente a la que
me parece a mí que Freud pertenece. Cuando digo que Freud pertenece a la mentada
corriente, intentaré de especificarlo mejor.
Entonces es acá donde voy a contar una cosa un poquito tal vez difícil. Antes voy a
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decir, porque conversábamos con el Dr. Wolf hoy, acerca de la influencia de Feuer-
bach sobre Freud. El me contó —algo que yo no sabía— que en unas cartas de ju-
ventud Freud dice que siente una gran admiración por Ludwig Feuerbach. Ludwig
Feuerbach fue un filósofo alemán que tuvo muchísimo predicamento, que venía de
la teología, era un teólogo, originalmente, pero terminó haciendo una teología de la
materia, en realidad. Entonces les voy a exponer algo que es una idea que me pare-
ce importante para lo que sigue. Feuerbach aplicaba un método que él llamaba la
Umkehrung, esto quiere decir la inversión, dar vuelta las cosas. Decía: la humanidad
sufriente concibe un Dios perfecto, infinito omnisciente, etc., lo que en realidad está
haciendo la humanidad es proyectar —decía Feuerbach— sobre la esencia divina
los atributos que en realidad son propios de la esencia humana, eso decía Feuerbach.
A ver si está claro: decía que había un proceso de proyección del hombre, el hombre
veía en Dios aquello que más quería en sí mismo pero de lo cual estaba desapropia-
do por las condiciones de vida terrena. Entonces el método de estudio de Feuerbach
consistía en invertir esa proyección. Invertir esa proyección quería decir: si yo con-
cibo a Dios así y así, en realidad estos atributos se los tengo que aplicar a la esencia
humana, no a la esencia divina y tratar de ver las razones por las cuales se produjo la
proyección. Esto es un método que en Alemania fue muy usado por pensadores radi-
cales que producían la reducción de atributos, de lo ideal, podríamos decir, la esfera
de lo ideal, la esfera de lo divino, hacía la inversión de esos atributos para volcarlos
a la esencia humana. Ahora van a ver por qué mencioné esto. Voy a contar una cues-
tión acerca de Kant que espero que no sea demasiado pesada. Voy a ser breve.
Hay un pasaje de la Crítica de la razón pura donde Kant dice que él necesita pensar,
concebir un yo, un yo —dice él— que debe poder acompañar a todas mis represen-
taciones. El dice: si yo tengo representaciones, tengo que saber que son mis repre-
sentaciones, pero el que tiene las representaciones y el que sabe que son mías son
dos, hay un yo y hay un yo, hay un yo empírico que es el yo que nosotros conoce-
mos, el que intuimos en nosotros mismos cuando tenemos ideas y hay un yo que es
la condición de posibilidad de que haya un yo. Hay un yo como un principio de re-
solución crítica de toda representación. Si no existiera una posibilidad crítica —dice
Kant— que tiene estructura de yo, que tiene estructura yoica, si no existiera eso, yo
me quedaría fijado en una representación; ¿qué es lo que me mueve de una represen-
tación a otra? Es la existencia de este yo.
Así comenzó un proceso de inversión del kantismo. Estos procesos de inversión ha-
bían comenzado antes de Feuerbach, [como lo expuse esta mañana cuando mencio-
né a Johannes Müller], sin embargo, el método que Freud aplica es, me parece a mí,
el de Feuerbach. Porque Kant sostenía que existía por un lado —yo lo voy a simpli-
ficar mucho— existían las cosas en sí, las cosas del mundo, las cosas que están afue-
ra de uno, pero a estas cosas tal y como son en sí yo no las puedo conocer y no las
puedo conocer porque el sujeto humano aporta al conocimiento unas formas que
son la del espacio y del tiempo, estas dos formas que no son parte de la naturale-
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za —decía Kant—, sino que son parte del sujeto. Por lo tanto, yo conozco la cosa a
través de la red —por así decir— del tiempo y del espacio, y la cosa en sí queda in-
cognoscible hasta cierto punto. Y bien. De la misma manera que afuera en el mundo
hay una cosa en sí que no se puede conocer, según Kant, de la misma manera en el
interior del sujeto esta actividad del yo que debe poder acompañar todas mis repre-
sentaciones también es incognoscible porque si se la representara sería el yo de la se-
gunda especie, no el yo de la primera. A esto le llamó apercepción, apercepción tras-
cendental, lo tomó el término Kant del latín.
El primero de los grandes pensadores que siguieron a Kant, en vida de él, fue Fichte.
Este se sentía desanimado por no poder conocer al yo; entonces partió del yo: esto es
un poco abstracto. En vez de partir del conocimiento, como Kant lo hacía, él partió del
yo y de la afirmación “A es A y yo soy yo” y de ahí dedujo toda su filosofía. Lo que
quería decir: yo puedo conocer, decía Fichte, lo que Kant decía que no, y esto es la
apercepción trascendental. Esto implica una especie de inversión del kantismo porque
se trata de deducir a partir de Kant cosas que Kant decía que eran incognoscibles.
Una segunda premisa, aparte del materialismo médico, según lo expuse con relación
a Johannes Müller, que yo quisiera establecer para mis intentos filológicos, sería es-
ta: Wundt, en un ensayo que se llama —tenía un manual de psicología Wundt, es el
fundador de la psicología experimental, en los manuales me parece que figura así,
¿no?— y tiene un manual que se llama: Grundriss der Psychologie, y ahí explica la
existencia de una corriente que, dice él, es la corriente de la introspección pura. In-
trospección es lo que se traduce a veces como observación de sí, es el mismo térmi-
no, en realidad en traducciones anteriores Selbstbeobachtung se ha vertido por intros-
pección; está bien decir introspección, quizás yo he traducido observación de sí por
un prurito que había en la época en que hice la traducción esta, había el prurito de
traducir por las raíces para mostrarle más a la gente qué palabras estaban trabajando,
había mucha insistencia en el tema de las raíces que no sé hasta dónde es correcta.
Entonces, Wundt explica que existen dos corrientes en la teoría de la introspección,
una es deductiva y la otra es —dice— inductiva. Wundt explica: yo me sitúo en es-
ta corriente de la introspección y más aún en la corriente que afirma la existencia de
una apercepción. Este yo que puede acompañar mis representaciones lo que genera-
ría sería novedad, algo nuevo. Piensen ustedes que en esa época imperaba en la psi-
cología británica, por ejemplo en la psicología de James Mill, en la psicología de
Bentham, la corriente asociacionista, donde se producían asociaciones entre ideas,
pero la novedad misma no aparecía porque en realidad siempre uno podía volver a
descomponer esto en las ideas elementales. Los psicólogos de la apercepción son los
psicólogos que sostienen la existencia de una síntesis superior que se hace a partir de
los datos elementales. Siempre hay ideas elementales y habría un acto psíquico que
produce síntesis. Esto se basa en Fichte, este Fichte que yo les había nombrado, y di-
ce Wundt que él es fichteano, pero que él es inductivista; en cambio, Theodor Lipps
es deductivista.
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Este Theodor Lipps es un hombre que aparece citado por Freud, él lo conoce, en su
correspondencia se puede fechar el momento en que le cuenta a su amigo Fliess que
está leyendo las obras de Lipps. Al mismo tiempo ... doy un salto gigantesco: en el
libro sobre los chistes lo vuelve a citar a Lipps y en el último libro inconcluso que se
llama el Esquema de psicoanálisis nuevamente lo cita a Lipps. Lo cita aprobatoria-
mente y lo cita como a alguien que sostiene que lo psíquico es en sí inconsciente.
Me autoriza buscar en Fichte justamente esto que Wundt explica acerca de Lipps: que
era fichteano. Lipps era fichteano con una diferencia respecto de Fichte. Que Lipps
sostenía la existencia del alma, de la que Fichte pensaba que podía prescindir. Fich-
te sostenía la existencia de “un yo” y decía que al concepto de alma no lo necesita-
ba. En cambio, hay un fichteano de primera generación, Herbart, que escribió sobre
temas de educación, etc., y una Psicología. Herbart introduce el concepto de “alma”,
y Freud lo usa también y Lipps también lo usa. O sea que el de Freud sería un fich-
teanismo que pasa por Herbart. Siempre se ha dicho, esto no es nuevo, que el con-
cepto de Verdrängung, de represión aparece repetidamente en Herbart. Alguien afir-
mó, Jones me parece, el biógrafo de Freud, que Freud había leído un manual de psi-
cología escolar que era herbartiano y de ahí tomó el término represión. Parece —di-
go yo— que no lo tomó de un manual, lo tomó de primera fuente. Decir que lo tomó
de un manual podría ser legítimo: Pero no lo parece porque Freud ha estudiado filo-
sofía con Brentano, como usted me comentaba hoy /—se dirige a Doris Hajer que
está a su lado—/, sí.
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pags. 60 a .103 3/28/06 11:25 AM Page 85 ramon PLEYADES:Desktop Folder:julio Nov. 2001:125 Libro Epistemo
Se ha dicho impulso para Trieb, en las traducciones que yo he visto, que son paráfra-
sis porque no son traducciones de Fichte mismo. Me parece que esto no agota el tér-
mino. Les quiero ejemplificar un poco sobre esta cosa de la Trieb. Digo que aparece
en Fichte, aparece en Hegel también. No tiene importancia en Hegel, pero como He-
gel es mucho más claro que Fichte, les voy a leer algunas definiciones del término
Trieb como lo vi en Hegel. En “La enciclopedia de las ciencias filosóficas”, del año,
debe de ser 1816, por ahí, dice que la Trieb se orienta hacia un objeto exterior en el
que busca satisfacerse. Es algo espontáneo esta Trieb, pero es más que un impulso me
parece, es más que una pul..., bueno, sí a pulsión se la puede llenar con el contenido
que voy a decir ahora, es decir, no es cuestión de palabras, ¿no? Entonces esta Trieb
se orienta —dice— hacia un objeto exterior. Esto es lo que la define, ¿no? En ese ob-
jeto exterior busca satisfacerse. Veamos qué otra definición por ahí hay /—Se fija—/.
Dice que lo no vivo —dice Hegel— lo inerte, no tiene Trieb, porque Trieb implica una
contradicción consigo. Esto es así. Si a mí me falta algo, si yo necesito algo, yo soy
lo que soy y soy lo otro, mejor dicho, no soy lo otro, o sea, tengo una negación aden-
tro, digamos tengo una carencia, en el término carencia está más claro, si yo tengo una
carencia tengo una negación, estoy dividido, pues soy yo y mi carencia. ¿Mi carencia
qué es? El “no” de algo. No tengo algo. Entonces dice, fíjense, la filosofía de la épo-
ca es muy divertida, porque dice: “lo inerte no tiene Trieb porque la contradicción
consigo lo aniquilaría”, claro, una “piedra” si es “no-piedra” no es nada. En cambio
un ser vivo puede ser él mismo y algo que él no es o que no tiene. Ven, el término en-
tonces me parece que cobra una cierta animación así, un poco distinta de la que im-
plica el término pulsión en el castellano corriente. Amí, pulsión me suena a impulso.
En fin, confieso que a mí en su momento me convenció una novela de Carpentier,
donde usaba el término pulsión, y /—dicho con gracia—/ que me pareció que si Car-
pentier lo usó en una novela yo también puedo /—hilaridad—/. Bueno. Dice acá He-
gel. En el parágrafo 473 dice: “/.../ la voluntad con arreglo a su contenido —discul-
pen el estilo, es Hegel— la voluntad con arreglo a su contenido es al comienzo toda -
vía sólo una voluntad natural. Es decir, este término —ahora introduce el término
Trieb— presenta —bueno, no sé si leerles esto— presenta identidad inmediata con su
determinación, es Trieb /.../”. ¿Qué quiere decir? Que el término Trieb es un estadio
anterior de la voluntad. ¿Qué término sigue a Trieb en esta corriente? Hegel, en la
“Enciclopedia de las ciencias filosóficas” recoge las ideas de los pensadores de todos
los tiempos, eso es lo que parece querer hacer, y a Fichte lo tiene muy en cuenta en
esta parte. Entonces, esta Trieb aparece como una voluntad de un nivel inferior, no es
la voluntad desarrollada de la acción —porque la acción implica deliberación, una se-
rie de actos para conseguir un fin—, esto es algo —dice— natural.
A ver si tengo otro ejemplo de Trieb. /—Busca—/. Más todavía. Dice Hegel que el
sujeto. . . define al sujeto, al sujeto humano —se entiende, ¿no?— “/.../no es otra co -
sa que la actividad de satisfacción de las ‘Trieb’/.../”. O sea que decir que el sujeto
es una actividad de satisfacción de impulsos elementales, bueno, no me pareció sufi-
ciente.
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A ver si puedo ejemplificar otro poco. /—Busca y comenta su búsqueda—/. Que ha-
ya otro ejemplo que sea interesante. A ver, sobre la necesidad, lo relaciona con el ape-
tito Hegel, lo relaciona con la necesidad, la necesidad de los individuos, sería una es-
pecie de facultad apetitiva inferior esta Trieb. Hegel lo toma de Fichte, naturalmen-
te. Quiero ejemplificar un poco. /—Busca y encuentra—/. Puedo ejemplificar con
una curiosidad. Se los digo por diversión, puede ser.A mí me divierte. En los manus-
critos de Marx de 1844, esos donde Marx se sitúa a favor de Feuerbach pero se dis-
tingue de Feuerbach y hace una crítica de Hegel, Marx dice: “/.../el hombre es inme -
diatamente un ser natural —eso es lenguaje hegeliano cuando dice ‘inmediatamen-
te’: quiere decir ‘no reflexivamente’— como ser vivo —dice Marx en esos Manus-
critos— está dotado de fuerzas naturales que en él existen como disposiciones, ca -
pacidades, estas son Triebe /.../”. Y después empieza a explicar que la criatura huma-
na tiene unas necesidades que están determinadas por estas Triebe y que están me-
diadas por el otro, etc. y hace toda una teoría muy feuerbachiana de la cuestión. Eso
no es más que una curiosidad.
Lo que entonces destaco con respecto al término Trieb es que la matriz de nacimien-
to del término Trieb es la ética. Lo que dice Fichte en la parte práctica de su filoso-
fía, porque no puedo explicar los filosofemas de Fichte que son una cosa terriblemen-
te complicada —tendríamos que hacer, qué sé yo, un curso de cuatro meses para
eso—; pero lo que viene a decir él es esto: “yo soy yo”, hay un yo absoluto. Fichte
dice “el yo se pone”, “setzen”. “Se pone” es la expresión. Freud usa mucho la expre-
sión “se pone”, por ejemplo: “/.../el yo es puesto por las pulsiones /.../” en ese senti-
do fichteano. Lo que viene a decir Fichte en la parte práctica de su filosofía es que
ahí cuando yo tengo sentimientos, este sentimiento proviene de un no poder, de ¿un
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no poder qué? De un no poder satisfacer ¿qué cosa? Las “Trieb”. ¿Por qué? Porque
el individuo es puramente al principio estas —yo digo— querencias, discúlpenme. El
individuo es un haz de querencias, dice Fichte. Pero él, como sabe ya que este indi-
viduo que es un haz de querencias ha sido puesto a su vez por el yo absoluto, dice:
“/.../a esta cosa que hay en la esencia del sujeto yo la puedo conocer a través del sen -
timiento, en realidad la parte práctica de la filosofía me permite conocer más que la
parte teórica, porque la parte teórica es solamente la física; acá conozco las cosas
como son en sí, es decir, me conozco a mí mismo /.../”. Ese es el giro que hay en las
“Trieb”.
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los manuales de filosofía, se las cita como una curiosidad, pero en realidad para los
hombres de aquella época eran una guía para pensar. La tabla de las categorías tiene
un primer grupo de categorías. Son cuatro grupos de tres categorías. El primero se
llama de las categorías de la cantidad. Estas son la unidad, la pluralidad y la totali-
dad. O sea que, lo que agrega Kant a Newton es la idea de un sistema, y ahí está im-
plícita la idea de la conservación de la energía, naturalmente. ¿Por qué? Porque yo
tengo que pensar en un todo si pienso que algo se conserva; de lo contrario, sí, si yo
pienso en abstracto que no hay un todo, que nada se totaliza, no puedo pensar que al-
go se conserva. ¿Respecto de qué se conserva? Bueno. Lo que dice Fichte es que “el
yo” pone —dice— un “no yo”. La expresión “no yo” aparece en Freud, y eso es fich-
teano, seguramente que sí porque no aparece en ningún otro pensador que no sea
Fichte este “no yo”. El yo pone al no yo, perdonen ustedes: quiere decir estoy sin-
tiendo algo o estoy viendo una cosa o veo algo que no soy yo, a saber: cuando me re-
presento algo que no soy yo, el yo pone a un no yo. Pero el esquema de pensamien-
to es un newtonismo con la idea de sistema tal que, si yo pongo un no yo, yo tengo
un cierto padecimiento. Yo padezco. ¿Padezco qué? La acción de una cosa que no
soy yo. Existe una actividad que es la del “yo” y hay un “no yo” que me hace pade-
cer a mí. Que me hace padecer, pero de tal manera que parece pensar Fichte siempre
que hay una cantidad única, porque si algo me hace padecer, a mí me resta algo y ga-
na algo a mis expensas. Esa idea de “la transferencia” quiere decir que una cuota de
la actividad del yo se traslada a un no yo y este no yo tiene cualidad de sujeto, aho-
ra, cualidad de yo, porque me hace sufrir: esa es “la transferencia”. Me parece que
como modelo de pensamiento es muy abstracto pero tal vez se puede pensar que ha-
ce bastante consistencia con los demás aspectos señalados.
Un ejemplo: cuando Freud dice en el artículo sobre La negación, se acuerdan que dice
/—no lo lee—/: “si el paciente afirma soñé con alguien, pero no era la madre, entonces
—dice Freud— era la madre”. ¡Es bastante bizarro esto! ¡Es bastante raro! ¿Qué supo-
ne? El principio del tercero excluido. El principio del tercero excluido es el tercero de
los principios del “libro básico” de Fichte de 1798. ¿El tercero excluido cómo se enun-
ciaría? Se diría que: Aes Ao no-Ay no existe una tercera posibilidad. Porque fíjense:
no es la madre, entonces es la madre. ¿Qué quiere decir? Que no hay una tercera posi-
bilidad, no existe. Quiere decir, está pensando Freud en “una totalidad” tal que se par-
te en “algo” y “lo contrario”. ¿Cómo hace la inferencia si no es así? Me parece que es-
te tipo de juego conceptual está operando fuertemente. Operando en Freud fuertemen-
te. Eso es lo que pienso. Es lo que me movió a traducir esto por querencias como para
hacerlo notar mucho al término. Me parece que conviene a ciertos términos hacerlos
notar y hacer que digan, que sean elocuentes. Creo que este es elocuente. Esa es mi de-
fensa. Bueno. Me gustaría que me hicieran preguntas.
José Luis Etcheverry: Exacto, muy bueno lo que usted dice. Sí, sí, este término que-
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rencia ahora, gracias, porque Fichte dice que esta querencia se proyecta hacia afuera
dice: nach aussen. Claro, porque tiene un objeto. Siempre esta querencia es interior
al sujeto. ¿Por qué? Porque no se ha traducido todavía en una acción. La acción es la
que pone en relación al sujeto con el mundo exterior. Esta querencia tiene un objeto
pero es un objeto ideal. Dice así Fichte que: “/.../en tanto yo la siento —yo siento (aho-
ra voy a explicar esto mejor)— en tanto yo siento esta querencia, ella no es causal /.../”.
Lo que quiere decir es esto. Yo siento algo, la idea del sentimiento en esa época en Fich-
te es ésta: “el sentimiento nace de un no poder”, yo quiero algo y no lo consigo, choco
con la realidad. Entonces ahí eso genera un sentimiento. Dice /—sin leer—/ “en tanto
la querencia genera un sentimiento, no es causal, no produce nada más que sobre mí
mismo. Pero si es causal, es decir, si genera un objeto, no es sentida. Es decir, está pen-
sando Fichte en la producción de objetos inconscientemente. ¿Por qué? Esta idea del
inconsciente estaba implícita en esta inversión del kantismo. Porque si este yo que de-
be poder acompañar a todas mis representaciones no se puede conocer, eso es incons-
ciente. ¿Cierto? En el lenguaje de una época un poquito posterior, es inconsciente y la
expresión inconsciente aparece mucho en Fichte.
Estudiante: /—ídem—/.
José Luis Etcheverry: Está perfecto. Muy bueno lo que usted dice. O sea que filoso-
fía entiende. . . Sí, yo, no.
Estudiante: /—idem—/
José Luis Etcheverry: Es que sí, es que sí. Yo les pido mil disculpas porque es abs-
truso, es decir, yo sé que puede ser una tortura para algunos, pero no para usted que
lo entendió perfectamente. Pero puede ser una tortura esto, porque claro, hace falta,
haría falta todo un seminario previo sobre esto. Y bueno. Pero yo se los muestro. Yo
lo que he querido hacer es mostrarles. Y además vengo a defender mi causa, que tam-
bién tengo derecho. Vengo a argumentar como dicen los latinos pro domo mea. En
favor de mi casa, digamos. Bueno, muy bueno lo que usted dice. Exactamente lo en-
tendió como yo lo entiendo. Tal cual. Es eso. /—Silencio—/. Sí. Ayúdenme. Alguien
que me haga una pregunta. A ver. Sí.
Doris Hajer: Bueno, un poco lo habíamos hablado ¿no? Yo pensaba que de pronto
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José Luis Etcheverry: Así es. Lo que me dijo anoche. Eso es exactamente. Usted pu-
so el dedo en la llaga. Exactamente es así. Lo que ocurre es que, mi disculpa sería,
yo lo retraslado al término a un horizonte ético. Pero del punto del materialismo mé-
dico yo tengo que pensar que en realidad la ética se funda en la biología. Esa es una
tesis que está implícita en Freud. A mí me parece, a mí personalmente —les quiero
ser leal— a mí me parece discutible la tesis. El materialismo médico produce la in-
versión total y piensa que en realidad esas fuerzas que se pueden discernir en el aná -
lisis de la conducta digamos de los individuos como paso previo a la constitución del
derecho, del derecho de las sociedades, estas fuerzas están basadas en la naturaleza
y Freud lo declara, dice que en la naturaleza hay dos fuerzas, hay dos grupos princi-
pales. Y quiero contarles que también en Fichte en la teoría del sistema de la eticidad
hay una tendencia, no le llama de muerte, pero hay una tendencia digamos de aniqui-
lación y hay una de formación de totalidades. Sí, es decir, aunque en realidad Freud
tuviera razón, el término querencia estaría bien porque las querencias de la ética en
realidad no serían más que una formación que se seguiría de las que en realidad hay
en la naturaleza biológica. Por eso digo, este materialismo parte de la base de que la
naturaleza, de que la materia quiere. La materia quiere; eso es lo que está pensando.
De lo contrario, no se explicaría. Para mí, no.
José Luis Etcheverry: Eso es lo que pienso, sí. Me parece que eso es, bueno. Esto es
un capítulo, no nos viene muy al caso ahora, pero en realidad hay dos interpretacio-
nes de Aristóteles, del libro XII, ¿del libro XII? /—dirige la pregunta a la Lic.Araoz
que asiente—/. Sí, del libro XII. En la Metafísica de Aristóteles, en el libro XII, Aris-
tóteles hace algo, se los cuento muy simplemente. Empieza diciendo así: el ser se di-
ce de muchas maneras. Entonces empieza a contar Aristóteles las maneras distintas
en que el ser se dice. Se dice como cualidad, como cantidad, se dice como existen-
cia, como qué cosa es. Cuando termina de agotar las maneras en que se dice el ser,
prosigue Aristóteles: pero este ser se dice, siempre se predica de algo ¿y este algo qué
cosa es? Si se pudiera decir qué cosa es —dice Aristóteles— entonces yo lo podría
reducir como reduje lo anterior. Pero llega un momento en que no puedo reducir más.
Hay una cosa que es un substrato que no es pensable. Bueno, entonces, el tomismo
para la interpretación de Aristóteles desarrolló el tema, sería el del logos, de los pre-
dicados del ser. Y la corriente de Avicena que mencioné ahí, es la que trata de pen-
sar al sustrato como tal y Avicena está un poco presente en Lipps probablemente, por
el tipo de concepción, en Paracelso y en otros. Hay una interpretación de Aristóteles
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que sería, he visto un libro que no he podido conseguir que se llama “La izquierda
aristotélica”, que es de Ernst Bloch, la izquierda aristotélica, que está pensando en
esa división que hubo —digamos— en el siglo XIV¿no? En París. Porque Santo To-
más discutía contra los árabes. Los árabes sostenían una interpretación materialista
de Aristóteles y Santo Tomás es el autor de la interpretación que hoy conocemos.
José Luis Etcheverry: Hay un sustrato mítico en esa época. Sí, tratan de conocer ese
sustrato incognoscible y hay un sustrato mítico. Pero me parece que nos vamos yen-
do mucho.
José Luis Etcheverry: Sí, exactamente. Dice que es mítico. Dice que “es nuestra mi-
tología”. Acá hay otra cosa que interviene en esto. En realidad cuando Freud dice:
“es unsere Mythologie” esta de las pulsiones, la expresión es de un pensador román-
tico que se llama Schlegel. Este pensador romántico pensaba que el ser o la sustan-
cia era un sustrato que cobraba conciencia en el yo, en los distintos yo. Sin embargo,
siempre había un horizonte no conocido y siempre había una mitología que nos guia-
ba. Esa idea de la mitología es una idea del romanticismo alemán.
Estudiante: /.../—idem—/.../.
José Luis Etcheverry: Seguro, sí, claro, claro, yo pienso que sí. Freud era un román-
tico en este sentido. Como los románticos, pensaba que el sujeto no es uno sino que
es una asamblea de personas, yo soy una asamblea de personas, es decir, entonces,
yo soy una masa, una asamblea, una junta de personas. Sí.
José Luis Etcheverry: Sí, le vuelvo a repetir lo que le dije hoy. Que si un pensador
genial no está inmerso en una tradición de pensamiento lo más rica, no sería un pen-
sador genial. Esa sería la respuesta, claro, sí, se nota que están actuando corrientes
muy distintas de pensamiento y que están trabajadas por Freud, muchas corrientes y
muy distintas, por ejemplo la teoría de la novela, la teoría de la ética, no solamente
en el campo de la ciencia, sino en el campo de la teoría del arte, muchas cosas, y él
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actuó todo eso y lo unió en una síntesis. No importa lo que uno piense sobre Freud,
pero lo que no puede dejar de pensar es que ha transmitido hasta hoy el legado clá-
sico. Bueno, ya eso sería un mérito.
José Luis Etcheverry: A esa objeción yo la admito plenamente. Y además hay un ar-
gumento para poder admitirla y es que el término querencia, les cuento, en las cartas
aparece una sola vez. La sola vez que aparece da sentido a la carta, porque si uno di-
ce pulsión no entiende nada. Yo no entendía, yo personalmente. Pero a las cartas yo
las quise hacer como una traducción de la segunda especie porque eran cartas y que-
ría que se pudieran leer como tales y entonces el término por eso sí es del segundo
tipo, exactamente. Quizás es un poco del tercer tipo de Goethe porque es un término
extraño, así usado, es rarísimo usar eso, ¿no?, es rarísimo, me parece, pero es cierto,
tal cual, sí.
Martín Wolf: Yo creo que, no sé si me equivoco, pero puede estar flotando la siguien -
te inquietud acá, entre todos nosotros: la traducción de querencia surge en función
de las cartas con esto que usted aclara ahora, con la pregunta de Doris, pero esta
nueva propuesta suya, ¿apuntaría —a algo que yo me animé a preguntarle por la
mañana—, apuntaría a la perspectiva de la posibilidad de una nueva traducción en
el conjunto del texto de la obra freudiana?
José Luis Etcheverry: Y a mí me parece que sí. Del punto de vista práctico me pare-
ce que el daño que hice no es grande porque el término aparece una sola vez en to-
das las cartas, ¿no? Entonces, la nueva traducción. La cuestión es ésta. Porque yo de-
cía, la historia de recepción de una obra. Si se crea un consenso con arreglo al cual
debía existir otro estilo de traducción, sí, esa, habría que hacer otra. Sin que la ante-
rior sea inválida, me parece a mí. Lo que pasa es que yo esperaba más respuestas so-
bre este término y solamente en Montevideo hubo una, no hubo más, no tuve más
eco. Yo exploré el ambiente. Porque es mi obligación explorar un poco. Hice una ex-
ploración y solamente obtuve la respuesta de ustedes. En realidad me gustaría saber
si les sirve o no les sirve para pensar. Sí, sólo si se va viendo que sirve. Porque yo
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por capricho jamás lo haría. Es decir, ahí porque era barato, porque era una sola vez.
Esa es la idea. Lo confieso así.
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José Luis Etcheverry: Sí, no lo conozco a Jung mucho. No, no lo he estudiado, no.
No lo estudié. Confieso honestamente que no.
Estudiante: /.../ /—idem—/ /.../ como ve Freud el desarrollo infantil /.../ el principio
de la ética puede estar en los dos sentimientos que tiene el lactante respecto de la
madre, que son de amor y odio ¿no? /.../ el concepto de totalidad /.../ las dos tenden -
cias, la de la unión a una totalidad /.../ por otro lado habla de Eros y de Thanatos.
José Luis Etcheverry: Sí. Lo que pasa que en Freud esas fuerzas son las que fundan
la ética, la generan, la engendran. A las formas éticas de la humanidad, esas fuerzas
las generan, esas son biológicas.
José Luis Etcheverry: Claro, sí, sí. Bueno. Sobre la cuestión de Empédocles hay una co-
sa que podría contar, pero no sé si sirve. Una corriente del materialismo médico en sede
francesa es la de Cabanis. Cabanis era un pensador que se enseñaba en el Río de la Pla-
ta. Había en Buenos Aires en el 1820, por ahí, había profesores de filosofía; ¿hace cuán-
to?, 170 años que enseñaban Cabanis. Este pensador invocaba también a Empédocles y
a las dos fuerzas y en realidad hay una analogía fuerte con Cabanis. Cabanis era un mé-
dico. Estudió economía política primero, después estudió medicina, después tradujo a Hi-
pócrates, después fue un gran funcionario en la Revolución Francesa, y tiene Cabanis una
reflexión dirigida a un amigo donde le dice que si lo consuela, le va a contar un cuento:
hay dos fuerzas, las que Empédocles decía, una que une y una que desune. En realidad
es antiguo el motivo de las fuerzas que unen y que desunen. Yes la intención de tener un
horizonte totalizador. Bueno. No sé. ¿Preguntas? Sí.
Martín Wolf: Quizá como, como curiosidad por ahora, pero también apuntando al
futuro, es decir, el trabajo con otras disciplinas, el psicoanálisis con la filología, pe -
ro hacia otro lado con la biología, con la biología molecular, con la genética, apa -
rece ahora desde hace muy pocos años, que cada célula tiene marcada, programa -
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da, lo que se llama la apoptosis, es decir que habría una inscripción genética que
marca el período de vida de la célula, es decir, cuándo esa célula va a morir y pare -
cería que se antepone a ese poder genético, otro poder genético como que despro -
grama esa posibilidad, ese programa de muerte. Es decir, como un juego entre la
apoptosis y la anti-apoptosis a nivel intracelular. Como que bueno, esto abriría di -
gamos a muchas interrogantes, y en ese sentido cómo pensar esto que uno tiende a
articularlo con la idea de Freud de pulsiones de vida y pulsiones de muerte y enton -
ces cuando aparece José Luis Etcheverry y uno lee las cartas y aparece el término
querencia y como señalaba Doris, este giro como que aparentemente tiende a sepa -
rarse de lo biológico, es decir, ¿cómo poder pensar con la querencia elementos de
articulación en relación a los nuevos conocimientos de la biología? Usted decía
¿qué va a pasar?, ¿cómo nos llega a nosotros esta nueva traducción? Pienso que se
están viendo resultados que en realidad no son resultados, que son inicios, esta in -
quietud que tenemos todos nosotros acá en la Facultad. Como que usted provocó un
movimiento de pensamiento en esta Casa que decimos que realmente es muy fructí -
fero. Es como, como meternos en una gran aventura.
José Luis Etcheverry: Sí, quizá, si la biología descubre este tipo de cuestiones ... pero
es probable que en la concepción de hoy no se lo atribuya a una fuerza, sino a algo con-
creto que la biología averigüe. Aveces estas grandes conceptuaciones lo que hacen es
anticipar descubrimientos reales, pero dejan de ser mitología en ese caso y quizás el
concepto mismo caería por su base, el concepto de pulsiones de la naturaleza, ¿no? Yo
no creo que se pueda pensar, hoy me parece que no veo nada así en las ciencias bioló-
gicas. Eso que usted dice sería una concreción e iría en el sentido de una intuición ge-
nial. Pero el modo de conceptuación se debería abandonar, me parece a mí.
José Luis Etcheverry: Sí. La ciencia hoy me parece que no totaliza, me parece que la
ciencia hoy hace, genera unos modelos y los pone a prueba y averigua cosas, pero no
tiene una concepción global, me parece que no la tiene. Por ejemplo, veo a los físi-
cos que trabajan en cuerdas, supercuerdas, etc., en modelos distintos, pero nadie
piensa que está teniendo una concepción de la naturaleza en su conjunto, me parece
que no, la idea de sistema [en ese sentido] me parece que se ha abandonado, el siste-
ma para la totalidad del mundo se ha abandonado. Sin la idea de sistema no se pue-
de pensar nada en la ciencia, pero se piensa, me parece, de una manera más parcial,
más localizada, sistema de la célula, o de estos elementos que mencionaba el profe-
sor. Yo creo que no resistiría el paso del tiempo esta idea de unas grandes fuerzas de
la naturaleza.
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Estudiante: /.../ /—ídem—/ /.../ de Laplace /.../ la posibilidad de conocer todas las
cosas /.../.
José Luis Etcheverry: Claro, sí, pero eso /—interrumpido por el estudiante—/.
José Luis Etcheverry: De acuerdo, pero eso no es peyorativo porque hoy todavía se
menciona a Hipócrates y nadie sostiene la teoría de los cuatro elementos.
José Luis Etcheverry: Sí, sí, yo quiero insistir en el tema de pensar con espíritu crí-
tico y de mirar el desarrollo científico contemporáneo, de mirarlo atentamente, es in-
dispensable, porque si uno se encasilla en un tipo de pensamiento, por ahí cuando
quiere acordar está metido en una secta y eso no es ciencia.
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José Luis Etcheverry: Por eso sí, puede ser, porque era materialista mecanicista,
Boltzman, y en realidad él hizo la termodinámica estadística, pero nunca estuvo con-
tento con eso, eran aproximaciones a la verdad pero no era la verdad.
José Luis Etcheverry: Sí, sí, algo de eso puede haber, sí.
Doris Hajer: Boltzman nunca estuvo contento, Freud tampoco nunca estuvo conten -
to, siempre cuando terminaba de formular algo quedaba terriblemente desconforme
y lo decía /—se sonríe—/, parecía uruguayo. Yo creo que, bueno, si algo nos trae
este nuevo término de querencia es de nuevo meternos en una especie de disconfor -
midad que esperamos que sea fructífera ¿verdad?, porque siempre nos pasa que nos
quedamos con un término, con eso nos quedamos conformes, ahí formamos en tor -
no a una serie de términos una secta, nos quedamos en un dogma, dejamos de pen -
sar, entonces después viene Etcheverry y los franceses nos dicen pulsión, nos hacen
pensar un ratito hasta que caemos de nuevo en un dogma, y ahora por suerte nos
trae querencia y nos hace pensar de nuevo ¿no? /—se ríe—/, eso creo que es lo me -
jor por ahora que puedo ver de esto, de la querencia, además de todos los aportes
de pensarlo desde donde Freud estaba pensando en ese momento y traducirlo a es -
te término querencia; lo seguiremos analizando ¿no?, seguiremos pensando a ver si
nos parece, si no nos parece, si nos gusta, si no nos gusta, me es por ahora difícil
imaginar pensando querencia de muerte, querencia de vida, querencia sexual, ¿ver -
dad? Bueno, todas esas que eran hasta hace poquito pulsiones, como querencias me
cuestan un poco, pero me parece que es muy movilizador tratar de empezar a pen -
sarlas a ver si sirve así ¿no?, si nos dice algo más, algo nuevo.
Martín Wolf: No recuerdo la carta o la nota pero en algún lugar usted si bien tradu -
ce Trieb por querencia, en algún lugar en las cartas igual traduce Trieb por pulsión,
en alguna parte. O algo “pulsional”. ¿Sí?
Hay una cosa sobre Fichte y sobre la imaginación y sobre la sesión de psicoanálisis,
que es divertida. Hay un pensador francés que se llama Castoriadis, no sé si vino a la
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Banda Oriental, ¿sí?, porque todos los que van a Buenos Aires vienen acá. Sí, sí, ade-
más vienen mejor, vienen mejor acá que allá, les voy a decir por qué. Castoriadis estu-
vo en la Universidad allá porque había un grupo de chicos que lo llevó, que peleó en la
Facultad de Psicología. Pero acá vienen a instituciones de pensamiento público, la Uni-
versidad. En Buenos Aires me parece que la gente que viene de afuera, viene a institu-
ciones privadas y son pequeños grupitos que los tractorizan, que los traccionan, los lle-
van de acá para allá, los ponen en conferencias, y eso no produce pensamiento alguno
pues sólo la Universidad permite pensar. ¡Allá, no! Así que es mejor lo que pasa acá que
lo que pasa allá, eso es lo que yo creo. Bueno. Castoriadis dice que se asombra muchí-
simo de que la imaginación, la imaginación, esa dimensión que él —digamos— privi-
legia para pensar el fenómeno humano, no está en ninguna parte en Freud. Yyo confie-
so que en cierto modo, si uno piensa en el término, el término en alemán es Einbildung,
no aparece nunca en toda la obra de Freud mencionado. Sin embargo, yo les quiero con-
tar que en Fichte aparece algo fluctuante, es decir, la imaginación, el término schweben -
de, el término fluctuante o flotante que usa Freud cuando dice la atención libremente flo-
tante, eso es lo característico de la imaginación, dice Fichte. Yesta imaginación es la que
va del yo al no-yo, o sea que hace al sujeto cosa y hace a la cosa sujeto. Es esa la ima-
ginación. Y entonces me llama mucho la atención la expresión de Freud esa de schwe -
bende, gleich, ¿como dice?, gleichschwebende. Bueno, el único antecedente que yo he
encontrado en la historia del pensamiento es este de Fichte y está referido a la imagina-
ción, por lo tanto, yo diría: ¡qué notable consecuencia que uno podría extraer! Diría: la
imaginación no aparece en la obra teórica de Freud, sin embargo cuando describe la
sesión, la conducta del psicoanalista en la sesión de psicoanálisis, emplea términos
que hacen recordar fuertemente a la idea de la imaginación en Fichte, o sea que la
imaginación estaría en el circuito del otro, es decir, estaría en el trato humano. Y qui-
zá no desarrolló la idea de imaginación porque esta forma parte de una teoría del tra-
to humano en la cura y no de la teoría de la psiquis como tal. En cambio la palabra
que aparece en Freud es Phantasie, propia de un crítico de Arte del tiempo de Goet-
he, que la introduce. Esta Phantasie es una especie de imaginación degradada por la
modernidad. Jean Paul decía que esta Phantasie es el fruto de esta época moderna,
dividida, donde el sujeto está bifurcado, separado, dividido, entonces por eso tiene
fantasías que son inoperantes. Puede llegar a ser malsana esta Phantasie, casi siem-
pre lo es en Freud. No está pensando en la imaginación creadora. Supongo que por-
que no es su tema. El siempre insiste en que trata el aspecto profundo de la psique y
no el aspecto de la creación, el aspecto preconsciente, eso lo trata menos. Entonces
yo diría con respecto a Castoriadis que “la imaginación” estaría en “la sesión”, no en
otra cosa. Porque es esa cosa libre que vuela entre una cosa y otra y que va digamos
dando sentido a las cosas. Notable, eso.
Martín Wolf: /.../ /—La cinta no lo registra pero es sobre pulsión y querencia—/ /.../.
José Luis Etcheverry: No, no, porque eso sería previo, una pulsión, un impulso o eso,
sería previo. Le voy a hacer para esto un pequeño raconto histórico, qué sé yo, la idea
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de que esta Trieb que probablemente viene de Fichte, ha sido generada por Leibniz.
Hay una carta de Leibniz a un amigo, debe de ser de 1740, por ahí, donde dice que
en toda la porquería, creo que dice “porquería”, lo dice peor, porque es lo que escri-
be a un amigo, en toda esta porquería de los escolásticos, sin embargo, hay algo que
me parece rescatable que es la idea de fuerzas internas. Esta Trieb aparece en Leib -
niz como una fuerza interna, como una fuerza interior.A esta Trieb la toma Fichte en
su teoría de la ética. Yo digo que en el caso de Freud depende de Fichte por este pa-
so a través de Lipps y lo que dice Wundt. Eso.
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Doris Hajer: Bueno. Muchísimas gracias. Y ha sido un placer tenerlo en esta casa.
Querencia
A modo de epílogo
Lic. Doris Hajer
Encargada del Area de Psicoanálisis
Facultad de Psicología
Universidad de la República Oriental del Uruguay
Las inquietantes conferencias aquí transcriptas, los diálogos con José Luis y su seño-
ra esposa, la Lic. María Angélica Aráoz, durante su estancia en nuestra Universidad,
y el posterior intercambio vía fax que tuvimos para la corrección de las mismas en
aras de su publicación, fueron y siguen siendo absolutamente fermentales para todos
quienes pudimos participar de ello. Las emociones removidas al participar en este
homenaje, luego de la irreparable pérdida, me implican de tal modo que he de atre-
verme por momentos a hacer uso de la primera persona.
Seguramente este singular y primera persona no se sostendrán con facilidad, cuando hable
de la traducción de las Actas, pues se hará notorio que éstas no hubieran sido posibles sin
la inestimable colaboración de mi compañero Martín Wolf. Es aquí donde ciertas similitu-
des intuidashacen a mi deseo de extender este mensaje a María Angélica Aráoz, quien su-
po estar toda su vida al lado de José Luis con sus aportes y enorme afecto. Aquí en Uru-
guay esta presencia se hizo sentir también de ese modo tan sólido y suyo.
A poco tiempo de esa rica estadía de ambos, nos llegaban las por entonces re-
cién descubiertas Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena de los años
1919 a 1923 que se creían perdidas. Quien las descubrió fue Karl Fallend, un
colega vienés, investigador asociado de nuestro Area de Psicoanálisis. Las ha-
lló dentro de las cajas de la sucesión del Psicoanalista Siegfried Bernfeld, en los
Archivos de la Biblioteca del Congreso de Washington, donde estaba en custo-
dia. Bernfeld, analista de la camada “joven” de la Sociedad Psicoanalítica de los
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La transcripción de las Actas no se hizo esperar; nos fue enviada, primero en borra-
dor, luego en su publicación final en un libro 1, con la autorización y financiado aus-
picio del Ministerio de Ciencias y Artes de Austria para que realizáramos su traduc-
ción al castellano.
1 “Sonderlinge Träumer Sensitive” Psychoanalyse auf dem Weg zur Institution un Profession. Protokolle
der Wiener Psychoanalytischen Vereinigung und biographische Studien” Ed. J&V y Ludwig Bolzmann
Institut für Geschichte und Gesellschaft, Band 26.
Traducido y editado por el Área de Psicoanálisis de la Facultad de Psicología de la Universidad de la Re-
pública Oriental del Uruguay y financiado por el Ministerio Federal de Ciencia, Comunicación y Arte.
Austria. Auspiciado por el Instituto Ludwig Bolzmann de Historia y Sociedad de Austria, como Karl Fa-
llend “Peculiares, soñadores, sensitivos. El Psicoanálisis en camino hacia la Institución y Profesión. Es-
tudios biográficos. Actas de la Asociación Psicoanalítica de Viena”.
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Era preciso transcribir una de esas fructíferas notas en su totalidad. He aquí por una
parte el vínculo creado. Por otra, todo aquello que en tan breves palabras daba, de-
cía, hablaba de sí; su humildad y su sabiduría, su profesionalismo y su humana hu-
manidad, su escrupulosidad y su inteligente humor, su aporte desinteresado y su gran
interés por conocer, saber, explorar todo lo nuevo-viejo-histórico conceptual, episté-
mico, actual y actualizador.
Los efectos que producía … una enorme gratitud de encontrar un universitario tan
auténtico, tan como aquellos que él y nosotros añorábamos por igual y a los que su-
po parecerse más que nadie.
En cuanto a sus observaciones, nos hizo investigar, ser a nuestra vez también “abo-
gados del diablo”, buscar la autenticidad de las Actas, luchar y trabajar más y más
para hacer el trabajo apenas aproximadamente tan correcto como él lo solía hacer. En
un primer momento, el pensar que los documentos entre manos podían no ser lo que
creíamos, incluso llegó a enojarme: ¿cómo podía dudar de lo hallado por investiga-
dores tan rigurosos y reconocidos en Austria?, ¿cómo podía pensar que la transcrip-
ción de Fallend pudiera ser poco rigurosa? Los faxes fueron y vinieron a Buenos Ai-
res, a Austria y nuevamente siempre a Montevideo. Terminé valorando muchísimo la
tranquilidad que esta alerta nos permitió buscar. Finalmente llegamos a reasegurar-
nos con respuestas —sólo a través del modo de pensamiento de este increíble traduc-
tor, que lo hacía desde el alemán de sus conocimientos de la filosofía, buscando en
la epistemología de cada época, cada decenio, cada momento—, a través de eviden-
cias que desde Austria pudieron darme, entre otras, una razón en la línea de Etche-
verry: algunos miembros nuevos de la Sociedad de los Miércoles reinterrogaban ele-
mentos de la filosofía wundtiana que Freud mismo, como bien lo decía Etcheverry,
ya había superado pero que había que responder nuevamente.
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Universidad y mi entrega junto a mi compañero a una labor como esas que José Luis
nos supo mostrar tan bien. La búsqueda de la palabra diversa, no siempre igual a sí
misma, elusiva de los mimetismos, coloquial y literaria como Freud mismo, inquie-
tante, cuestionadora, que abriera el paso a todos los “abogados del diablo”. Ahora
bienvenidos, si se podía provocar una sola duda que permitiera preguntarse, criticar,
repensar. Por todo lo anterior nuestra Revista de Internet, de la que lamentable-
mente no pudimos participar ya a José Luis Etcheverry, se denomina Querencia
y su primer número se editorializa del siguiente modo:
Querencia
O
El Psicoanálisis en la Universidad
A José Luis Etcheverry, in memoriam.
El Trieb alemán es utilizado tanto por Schopenhauer, como por Nietzsche, Fichte,
Hegel, Newton, Feuerbach, etc., es decir por el materialismo teísta, el cientificismo
positivista, el romanticismo científico; sumado a la significación semántica de la pa-
labra por entonces coloquial y no sólo filosófica en un sentido (y aventuro una inter-
pretación semántica) casi de pasión, un Drang incontrolable y dominador de nues-
tros actos, ‘la tendencia o inclinación de volver al sitio original’.
Esta revista pretende representar al Psicoanálisis Universitario, con todas sus queren-
cias, tendencias, pasiones y fronteras, límites o alcances ilimitables, así como sus nu-
trientes originales, aquellos de sus primeras querencias: la literatura, la medicina, la
neurología, la filosofía, la ideología, la política, la historia, los sucesos coyunturales
y sus inscripciones desde el deseo hacia lo actual, real, comunicativo, globalizable”.
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Resumen
El artículo revisa distintos aspectos del debate epistemológico que sostienen desde
polos opuestos autores que suscriben al Construccionismo Social y al Realismo en
el campo de la Psicología Social. Se ilustran estas dos posiciones con una gama de
teorías y abordajes acerca de las Emociones, que es uno de los temas centrales que
investiga el autor en su proyecto de tesis doctoral. Se presenta, define y critica tan -
to la posición Construccionista Social como la Realista, con el objetivo de mostrar
los puntos débiles y oscuros de ambos polos. Finalmente se presentan tres caminos
alternativos que los investigadores suelen tomar al asumir un posicionamiento en re -
lación a este debate epistemológico.
Summary
The paper discusses different aspects from the polarised epistemological debate held
by authors that subscribe to Social Constructionism and Realism in the field of So -
cial Psychology. An illustration of both positions is provided by using a variety of
theories and approaches about Emotions, which is one of the main topics of research
of the author’s PhD thesis. Both, Social Constructionism and Realism are presented,
defined and criticised aiming to show the weak and obscure aspects of them. Finally,
three different alternative ways of dealing with a project are deployed as possible
ways that researchers normally use to position themselves in relation to this episte -
mological debate.
La investigación que realizo para mi tesis doctoral a menudo me sitúa bajo el fuego
cruzado de un debate epistemológico que siempre demanda tomar partido como de-
fensor o atacante de alguno de los dos bandos en pugna. Se trata de la sostenida po-
lémica que construccionistas sociales y realistas mantienen hace más o menos dos
décadas en el campo de la Psicología Social, y que involucra por un lado a la Psico-
logía Social Experimental y por otro lado a las corrientes que suelen ser llamadas
Psicología Social Crítica (Ibáñez e Iñíguez, 1997) y Psicología Social Discursiva
(Edwards y Potter, 1992; Potter, 1998). Tanto en conferencias y congresos como en
las principales publicaciones de estas escuelas es posible encontrarse con este clási-
co de los clásicos. Los propios subgrupos de psicólogos sociales que pueden delimi-
1 Doctorando en Goldsmiths College, University of London, UK. Docente de grado y de posgrado en
UCES y ULA.
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Comenzaré el desarrollo explicando cuáles son los polos de esta dicotomía: Cons-
truccionismo Social y Realismo. Cabe aclarar que muchas veces el debate alude a
términos alternativos, algunas veces Construccionismo Social es sustituido por Rela-
tivismo (Cromby y Nightingale, 1999), más general y mas apropiado para el planteo
epistemológico, y otro tanto sucede con Realismo que es sustituido por Materialismo
(Pujol y Montenegro, 1999) en este caso con una mayor proximidad semántica y ma-
yor similaridad en cuanto al uso. En un segundo momento del artículo presentaré mi
proyecto y qué posición asumo en relación al debate en términos de mis elecciones
teóricas y mi abordaje del problema que estudio. Luego continuaré con una explo-
ración de las críticas fundamentales que se plantean tanto al Construccionismo So-
cial (relativista) como al Realismo. Y finalmente trataré de esbozar algunas salidas
posibles a este conflictivo debate.
Construccionismo Social
El Construccionismo Social es una perspectiva que ha crecido sostenidamente duran-
te las dos últimas décadas en el campo de la Psicología Social y la Sociología, cada
vez son más numerosos los libros y artículos que tratan acerca de la “construcción
social de ...”. Por supuesto no hay una única versión de Construccionismo Social, en
Sociología se lo suele identificar con trabajos que van desde el Interaccionismo Sim-
bólico, pasando por la etnometodología e incluso enfoques posmodernos. En el cam-
po de la Psicología Social el Construccionismo está más claramente definido, parte
de la propuesta inicial de Kenneth Gergen (1973) de pensar a la Psicología Social
desde la Historia, integra casi siempre al Análisis del Discurso o el Análisis de la
Conversación, e incluye generalmente los aportes del llamado Postestructuralismo.
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Cromby y Nightingale (1999) sostienen que lo que une a las distintas versiones del
Construccionismo Social son cuatro características generales: 1) la primacía de los
procesos sociales: nuestra experiencia del mundo y de las personas que en él encon-
tramos, son primeramente y sobre todo el producto de procesos sociales. La sociedad
está en el centro del origen de nuestra experiencia. Nuestro conocimiento es fabrica -
do en nuestras interacciones de la vida cotidiana. La reproducción y transformación
de las estructuras de significado, convenciones, prácticas morales y discursivas es lo
que principalmente constituye nuestras relaciones y nuestro sí mismo. Esto implica
que el lenguaje es el fundamental soporte de nuestras categorías y significados, y la
fundamental materia prima de nuestras actividades. 2) la especificidad histórica y
cultural: como lo ha demostrado la Historia y la Antropología los conceptos y las ca-
tegorías, así como toda cosa que nosotros conocemos son histórica y culturalmente
específicos. Más aún, lo que le interesa al Construccionismo es no sólo mostrar las
variaciones culturales e históricas sino hacer hincapié en que estas variaciones son
productos originales de esas culturas o tiempos históricos, es decir que se entienden
por las contingencias de cada momento y cada ámbito cultural particular. Por ejem-
plo: Geertz afirma: “La concepción occidental de la persona como un universo cog-
nitivo y motivacional cerrado, único, más o menos integrado, como centro dinámico
de conciencia, emoción, juicio y acción, organizado en un todo distintivo y contras-
table frente a otros todos y frente a un medio social y natural es, a pesar de lo inmo-
dificable que nos parezca, una idea bastante peculiar en el contexto universal de las
culturas” (p. 229, 1979). 3) el conocimiento y la acción van juntos: elaboramos nues-
tras preguntas y enmarcamos las respuestas que obtenemos de maneras que están
fundamental e íntimamente ligadas a nuestras actividades y propósitos. La negocia-
ción que se va produciendo en la construcción compartida del conocimiento puede
dar lugar a diferentes versiones del mismo. Cada una de estas construcciones dife-
rentes trae incorporadas formas de acción diferenciadas tanto a nivel de sus orígenes,
su vehiculización como de sus posibles consecuencias. 4) Una postura crítica: Al en-
tender que el conocimiento es relativo y que además emerge de la práctica social, el
Construccionismo toma una posición crítica frente al positivismo y al empirismo que
admiten a la observación como fuente de conocimiento objetivo.
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Realismo
Por Realismo se entiende la doctrina que afirma la existencia de un mundo externo
independiente de nuestras representaciones de él (Searle, 1995). Es decir, que la na-
turaleza del mundo es más que nuestras afirmaciones acerca de ese mundo. Desde es-
ta perspectiva algunos autores, entre ellos Rom Harré (1992), han calificado como
“la Gergen extravagancia” o el “todo vale” a posturas posmodernas y construccionis-
tas, como incorrectas. Desde una perspectiva realista, nuestras construcciones socia-
les son siempre mediatizadas a través de nuestra naturaleza corporal, la materialidad
del mundo y las matrices preexistentes del poder social e institucional. Aunque la po-
sición realista no tiene aún una comprobación concluyente, la mayoría de los psicó-
logos sociales empiristas que actualmente producen conocimientos actúan, al menos
en una parte importante de su trabajo, con la firme creencia que sus objetos de estu-
dio son reales, lo cual parece rendirle buenos frutos. Tienen entonces una posición
pragmáticamente realista y cuando son confrontados con argumentos lógicos que
pueden demostrar inválido su Realismo, desestiman la importancia del debate ya que
no se les presenta una comprobación empírica de esta cuestión metafísica. La mayo-
ría de los psicólogos que trabajan con técnicas experimentales o similares son opti-
mistas acerca de la posibilidad de obtener un conocimiento objetivo de un mundo que
tiene existencia independiente y real. Sostienen que conocimiento válido y confiable
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El debate típico
Con la intención de ilustrar cómo se desarrolla entre los psicólogos sociales la discu-
sión epistemológica de construccionistas sociales versus realistas voy a presentar una
caricatura de lo que sucede a menudo en los textos y reuniones científicas, donde a
pesar de las convenciones y del decoro que suele mantenerse en la disputa académi-
ca, se puede asistir a sórdidos enfrentamientos:
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pags. 104 a ..127 3/28/06 11:30 AM Page 109 ramon PLEYADES:Desktop Folder:julio Nov. 2001:125 Libro Epist
– El construccionista social replica: “Ustedes, los realistas, están usando ‘ustedes los
construccionistas sociales, están constituidos por lo real, su perspectiva refleja su
condición de miembros de una clase social o su posición e intereses en relación a las
luchas académicas internas de las que participan’como discurso”.
– Ad infinitum
Cuatro grupos de varones, de clase media, que tienen ente 30 y 40 años se reúnen
con el investigador, y a través de métodos de videograbación se registran los en-
cuentros para analizar con atención particular cómo se desarrolla la interacción al
nivel emocional. Se ha desarrollado el concepto de Performances Emocionales
Masculinas (Gosende, 2001), que intenta interpretar la Emocionalidad en relación
a la Masculinidad en el interjuego de Performances que se ponen en acto a lo lar-
go de los encuentros informales de varones. La metodología diseñada para anali-
zar este tipo de interacción ha sido denominada Análisis de la Performance, que se
basa en el Análisis de la Conversación (Sacks, 1992) (Edwards, 1997), pero que in-
corpora también el tratamiento de los gestos faciales y de las manos, los desplaza-
mientos corporales en el espacio escénico, las posturas, el nivel y el tono de la voz,
los cambios de mirada, la interacción con objetos y otros elementos del escenario.
Todos estos elementos son incluidos como partes de las performances en la medi-
da que son o se integran a las ‘movidas’ significativas que tienen lugar en la inte-
racción que se produce entre los participantes del encuentro. Los temas centrales
que el proyecto aborda son: Emociones, Género y Masculinidad, Encuentros So-
ciales e Identidad, Self o Sí mismo. Todos estos temas pueden ser el centro de de-
bate entre construccionistas y realistas, es decir que, por ejemplo, existen teorías
que conciben a la masculinidad y al género desde posiciones que pertenecen a am-
bos polos de la dicotomía e incluso desde puntos intermedios, lo mismo sucede pa-
ra los otros temas centrales de este proyecto. No es posible presentar las teorías
fundamentales de todos estos temas aquí, por lo que me limitaré a plantear la dis-
cusión en relación al tema de las Emociones, que suele ser el área más conocida,
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por lo menos para quienes pertenecen al campo de las ciencias sociales y las cien-
cias humanas.
Las teorías psicológicas que desde el Realismo intentan explicar nuestra vida emo-
cional pueden ser divididas en dos grandes grupos, uno de los cuales propone que las
emociones son conexiones adaptativas directas con nuestro medio ambiente, mien-
tras que el otro grupo sostiene que son estados post-cognitivos internos que siguen a
la evaluación que el individuo hace de una situación (por ej.: Schachter et al, 1962).
En un extremo del espectro está el trabajo de Zajonc (1984), que sostiene que la evi-
dencia empírica es previa a la cognición. Animales y bebes muestran reacciones
emocionales que son inteligibles a partir de condiciones ambientales. Estimulación y
cirugía cerebrales muestran la primitiva base biológica de las emociones. La evolu-
ción determina una programación de un set de emociones primarias que ayuda a la
especie a arreglarse con los eventos. Tal como ya lo afirmara James (1884), la con-
ciencia de una reacción emocional es un epifenómeno. La visión alternativa de que
la emoción depende de una evaluación cognitiva es representada claramente por La-
zarus (1984): nuestras reacciones emocionales son causadas por lo que nosotros nos
decimos a nosotros mismos acerca del mundo. No tenemos emociones ocultas a las
cuales tenemos que llegar a conocer e interpretar sino que nuestras emociones apa-
recen como síntesis de procesos cognitivos irracionales.
Safran y Greenberg (1988) sostienen que ambas posiciones tienen parte de la verdad.
Hay un número limitado de emociones que son conexiones adaptativas directas con
el medio, como por ejemplo miedo e ira. Insultos producen ira, como el peligro pro-
duce miedo. También hay autoevaluaciones post-cognitivas de ciertas emociones. El
problema, para un clínico, por ejemplo, es que muchas veces no es fácil distinguir
cuál es cuál, ya que también hay uso estratégico de ciertas emociones, ya sea para de-
fendernos de ciertas emociones aún peores o para manipular la interacción con otras
personas. Todos estos enfoques tienen en común la concepción de que las emociones
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Para ilustrar más específicamente la posición realista con los autores que estudian las
emociones en relación al género y que son directamente pertinentes para mi estudio,
voy a traer los aportes de investigadores que desde la sociobiología y desde paradig-
mas genético-evolucionistas, se han interesado en testear experimentalmente las di-
ferencias de comportamiento emocional entre varones y mujeres a través de indica-
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pags. 104 a ..127 3/28/06 11:30 AM Page 112 ramon PLEYADES:Desktop Folder:julio Nov. 2001:125 Libro Epist
‘Los maridos son propensos al desborde emocional a un nivel más bajo de intensi-
dad de negatividad que sus esposas, muchos más hombres que mujeres reaccionan
con desbordes hacia las críticas de sus cónyuges. Una vez que han perdido el control,
los maridos secretan más adrenalina en sus torrentes sanguíneos y la fluencia de adre-
nalina es disparada por niveles más bajos de negatividad de parte de sus esposas, a
los maridos les lleva mucho más tiempo recobrarse fisiológicamente cuando se des-
bordan. Esto sugiere que posiblemente el tipo estoico e imperturbable al estilo Clint
Eastwood puede representar una defensa contra el sentirse emocionalmente abruma -
do’ (1996, p.140).
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Los interrogantes que estos estudios abordan están en el foco de los interrogantes de
mi proyecto. Si pudiera incorporar sin más la información que de ellos proviene, mi
trabajo podría verse muy facilitado; sin embargo, no me es fácil asimilar sus hallaz-
gos. No sólo son contradictorias con las mías, sus herramientas metodológicas sino
también sus concepciones acerca del cuerpo, las emociones, la sexualidad, etc. Un
problema mayor con estas teorías es que se han utilizado para validar explicaciones
sociobiologistas muy controvertidas y reduccionistas, ya que han justificado una am-
plia variedad de comportamientos ligados a lo sexual y a lo emocional. Basándose en
diferencias fisiológicas sexuales y reproductivas y en el concepto de ‘estrategias re-
productivas’, marcadas distinciones se establecieron entre hombres y mujeres. De
acuerdo a Kilmartin algunas de las explicaciones reduccionistas más clásicas esen-
cializan: “1. La agresión masculina (Kenrick, 1987): los sociobiólogos ven a los va-
rones como agresivos al servicio de obtener mayores oportunidades de reproducirse.
2. El engaño y la promiscuidad sexual masculinas (Wilson, 1975 y Daly & Wil-
son,1983): los sociobiólogos interpretan al comportamiento sexual y de pareja de los
varones según el objetivo de maximizar las posibilidades de propagación de sus ge-
nes. 3. La crianza como femenina (Beach, 1987): las mujeres deben alimentar y pro-
teger a los jóvenes al servicio de la sobrevivencia...” (Kilmartin, 1994).
Desde el Construccionismo Social se plantea un abordaje que critica las teorías más
tradicionales y hegemónicas de la emoción. Cuatro son los aportes construccionistas
fundamentales que se pueden recortar y que son claves para el marco de análisis de
las emociones propuesto en mi proyecto. Dichos aportes son: 1) la propuesta origi-
nal de Rom Harré (1986) planteada en su libro “The Social Construction of Emo-
tions”. 2) El trabajo pionero de Catherine Lutz (1988) que inaugura el estudio etnop-
sicológico de las emociones. 3) El estudio de las “emocionologías” (Stearns, 1988)
que dan cuenta de la variación histórica de las emociones. 4) La propuesta de Ed-
wards (1997) de elaborar una Psicología Discursiva de las emociones. A continua-
ción se presentará una síntesis de estos cuatro aportes.
Rom Harré (1986) sostiene que es muy común encontrar entre los filósofos y los psi-
cólogos la ilusión ontológica de que la mayoría de las emociones incluyen algún es-
tado fisiológico, que está en la base de una perturbación que siente el sujeto, es de-
cir que la emoción es algo que esta ahí, de lo cual las palabras que le dan nombre son
una mera representación. Lo que realmente existe para Harré no es la ira, el amor o
la tristeza, sino gente enojada, amantes y situaciones tristes. El autor propone produ-
cir una inversión de la cuestión ‘¿Qué es el odio?’, transformándola en: ‘Cómo es
que la palabra odio y otras expresiones que están en su cercanía, son efectivamente
usadas en cierto medio cultural y en cierto tipo de episodio?’Debe darse prioridad a
la comprensión de dos aspectos: el uso cultural de vocabularios emocionales especí-
ficos y las estrategias sociales por las cuales las emociones y las palabras que las
nombran son usadas en las interacciones. Los diferentes pasos que deben darse para
el estudio de las emociones debe abordar:
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Emocionología es el concepto creado por Stearns (1988) para referirse a los modos
en que la gente de una cultura particular, identifica, clasifica, discute y reconoce
emociones. Stearns ha estudiado a fondo la Masculinidad en la Sociedad Moderna
analizando especialmente los modelos masculinos de Género del s. XIX. En su libro
‘Be a Man!...’(1990) afirma que nuestro entendimiento presente de la emocionalidad
del varón en términos de la norma de dureza es un estilo emocional característico que
fue desarrollado fuertemente alrededor de la mitad del siglo XIX bajo el proceso de
militarización del estado norteamericano y especialmente de los estados europeos, el
cual se ha extendido ampliamente hasta nuestros días. El análisis de Stearns muestra
de manera definitiva que tanto la Masculinidad como las Emociones son producidas
por una cierta cultura, en gran parte por los procesos sociales que suceden a los ni-
veles más amplios de la sociedad como, por ejemplo, los cambios en la economía,
los modos de producción, la estructura del estado u otros poderes. Emocionalidad y
Género, a pesar de ser tenidos como procesos internos y biológicos que evolucionan
en tiempos de la especie, cambian de un momento al otro de la historia. Por ejemplo,
de acuerdo a Stearns (1990) la homosexualidad masculina no era vista como un sig-
no de ‘falta de hombría’ hasta los comienzos del s.XX, cuando comenzó a emerger
como una enfermedad mental producida por el saber Psiquiátrico, y a pesar de que la
religión la proscribía desde mucho antes.
El original estudio hecho por Lutz (1988) de las emociones en Ifaluk, con los habi-
tantes de un atolón del Pacífico, reveló que casi toda emoción de esta cultura (ker,
song, maluwelu, fago, metagu) carece de una propia traducción en nuestro “lengua-
je emocional occidental”. En ‘Language and the politics of Emotion’ (1990), Lutz y
Abu-Lughood argumentan que la emoción no puede ser cabalmente investigada si no
se estudia el discurso en el cual es usada. ‘La emoción puede ser creada en, más que
moldeada por, el habla en el sentido de que es postulada como una entidad en el len-
guaje donde su significado para los actores sociales también es elaborado’ (p.12).
Adoptando un estilo foucaultiano de razonamiento, Lutz (1996) ha argumentado ra-
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elecciones hacia autores construccionistas? ¿O debo tratar de analizar los puntos dé-
biles del Relativismo de ciertas posiciones construccionistas? ¿Coincido, en rigor de
verdad, con todos los presupuestos del Construccionismo Social?
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ducen un impasse, del cual se puede salir si se adopta al Relativismo como una
“no-posición”, como crítica o escepticismo, no como una afirmación positiva
opuesta a Realismo. El Relativismo es ofrecido como un meta-nivel epistemológi-
co (un nuevo paso atrás para tomar distancia), que puede incluir y analizar tanto al
Realismo como al Relativismo, tomados como practicas retóricas.” En este análi-
sis desarrollado en el artículo de Edwards et al., el Relativismo parece ganar una
(parcial) victoria, porque está propuesto como una resolución y no como un com -
ponente de este debate.
Este tipo de salida que usan Edwards et al. despliega un rango de recursos gramati-
cales, retóricos, textuales y académicos que hacen borrosa la distinción experiencial
entre “cosas” y “palabras”, una estrategia que puede ser legitimada a partir de la afir-
mación Derridana de que no hay nada mas allá del texto. Sin embargo esta movida
ya ha sido puesta en duda por Searle (1995), quien la ha analizado y criticado, soste-
niendo que la demanda de una prueba del Realismo “ya de alguna manera presupo-
ne lo que está cuestionado”. Searle ejemplifica este problema planteando que uno
puede fácilmente establecer si una oración en idioma inglés se ajusta a la gramática,
pero uno no puede establecer si el propio idioma inglés es gramatical, porque es el
propio idioma el que define en sí mismo los standards de la gramaticalidad. Searle
sugiere que los intentos de probar el Realismo por la vía argumental tienen un carác-
ter similar: la realidad externa los enmarca y hace posible, pero (como Edwards et al.
exitosamente demuestran) no aparece dentro de ellos inmediata y espontáneamente.
Es entones equivocado tomar esto como una prueba de existencia del Relativismo ya
que el “Realismo no es una tesis ni un hipótesis sino una condición de tener ciertos
tipos de tesis e hipótesis”.
Otra afirmación relativista, que suena aún más fuerte, dice que no podemos tener co-
nocimiento alguno de la realidad externa. Este es el escepticismo radical epistemológi-
co que, como ya se ha presentado, sostiene que no debemos dedicarnos a una búsque-
da inútil de lo factual, sino a una exploración de las maneras lingüísticas con las cua-
les construimos nuestro mundo. Pero, como Eagleton (1996) hace notar “el anti-realis-
mo epistemológico... consistentemente deniega la posibilidad de describir la forma en
la que el mundo es, por lo cual continuamente y consistentemente no deja de hacerlo”.
Es decir, por un lado tenemos un afirmación ontológica que sostiene cuál es la natura-
leza de nuestra realidad: personas, procesos sociales y psicológicos, etc., todos son
construcciones sociales, no determinadas por sus propiedades esenciales. Pero por el
otro lado, simultáneamente tenemos argumentos epistemológicos específicos que de-
niegan la posibilidad de hacer las afirmaciones ontológicas primeramente invocadas.
En otras palabras, sus definiciones acerca del estatuto del conocimiento (lo que noso-
tros podemos conocer) son debilitadas y refutadas porque se respaldan en presupues-
tos ontológicos que a su vez, vuelven a refutar su epistemología... ad infinitum.
Una forma alternativa de pensar acerca de la discrepancia entre los supuestos onto-
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“Una debilidad compartida por la mayoría, sino la totalidad, de estos ... argumentos
es que ellos no llevan a la construcción de una realidad, sino al fracaso de no llegar
a construir realidad alguna. Sobre los supuestos en los cuales los argumentos están
basados, no hay ninguna fuente sobre la cual la realidad social pueda llegar a surgir.
La perspectiva construccionista ... lleva a una masiva in-determinación de los hechos
sociales; para poner esto más claro, implica que no existe ninguna realidad social.
Considero esto como una reductio ad absurdum de estos argumentos” (Collin, 1997
pag. 21).
Una de las formas que han servido al Relativismo para ganar amplias bases de con-
senso de la academia es su resonancia y parentesco con el “zeitgeist” posmoderno
que parece reinar en amplios círculos de las ciencias humanas y sociales, donde se
suele elevar al Relativismo a nivel de un principio. El Relativismo informa la litera-
tura y el arte posmodernos a través de cuestionamientos al valor intrínseco de los
“grandes” trabajos y a la luz del surgimiento de nuevas y desafiantes formas de arte,
o en los cuestionamientos que se han hecho a la autoridad y al valor de la ciencia, o
en la credibilidad política que parece ganar a través de la fragmentación de los mo-
vimientos masivos y el correspondiente énfasis en la heterogeneidad, pluralismo y
diversidad de experiencias individuales a las que hoy asistimos. En este contexto,
preguntas acerca del valor del Relativismo son tratadas con mucha displicencia por-
que pueden llevar a reintroducir discusiones epistemológicas (tales como las relati-
vas al objetivismo, esencialismo y realismo ingenuo) que el Posmodernismo parece
haber trascendido. Así existe en la cultura posmoderna una amplia aceptación acríti-
ca del Relativismo, que no ayuda a llevar adelante ningún intento de reincorporar lo
real, lo extradiscursivo. De este modo, el Relativismo deviene un recurso retórico de
la cultura académica que puede usarse para menospreciar argumentos “realistas” (por
ser poco sofisticados, por no conseguir interpretar exitosamente los sutiles matices
de la argumentación relativista), y de esta manera evitar involucrarse con las pregun-
tas completamente pertinentes que le son formuladas.
De acuerdo a Held (1980), la historia del pensamiento crítico muestra cómo ambos,
Realismo y Relativismo, estratégicamente se despliegan de manera complementaria.
Los escritores basan sus críticas en aspectos del mundo que ellos quieren hacer o
conservar como reales, y haciendo pie en ellos, relativizan los aspectos que quieren
cuestionar o negar. Qué aspectos del mundo son lo que deben ser relativizados y cuá-
les “real-izados” son elecciones típicamente informadas por preceptos morales, polí-
ticos o pragmáticos, no por epistemología u ontología. Entonces la dificultad no es-
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taría con el Relativismo per se , ya que se demuestra como esencial para el pensa-
miento crítico y el trabajo académico, el problema es más bien con el intento dar un
cierre a la teoría.
Edwards et al. parecen tratar de relativizar todo y de una vez, para borrar todo rastro
de existencia, como si el mundo material y nuestros cuerpos no den ninguna estruc-
tura, ni limiten, ni potencien las construcciones sociales identificadas por nuestros
análisis. Esto sería igual a postular que el reino del discurso es autónomo y se auto-
constituye (Craib, 1997), pero este no parece ser el caso. ¿Podríamos acaso construir
el mundo a nuestro antojo? Aquí me voy a detener, prefiero dejar abierta esta y otras
preguntas, ya que no quiero comenzar a dar justificaciones pragmáticas y/o políticas,
lo cual me va alejar de la posición más imparcial que estoy tratando de sostener en
el análisis de este debate. Igualmente, me parece que el camino que debe tomarse, no
debe ser ni la universalización del Relativismo, ni tampoco la prueba del Realismo,
creo que la tarea que mejores réditos puede proporcionar es tratar de forjar un Cons-
truccionismo Social que pueda explicar al mundo con toda su intransigencia extra-
discursiva, focalizando cuestiones como el cuerpo, lo material, el poder, la experien-
cia subjetiva, que son las áreas más deficitariamente abordadas desde el Construccio-
nismo. De no emprenderse consistentemente esta tarea, todo el camino ganado por el
Construccionismo al enfocar el lenguaje y el discurso como elementos centrales de
lo Social, pueden transformarse en obstáculos muy difíciles de franquear. El giro dis-
cursivo amenaza con convertirse en la retirada hacia lo discursivo.
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jan directamente la estructura social, sino que están ancladas en ella, y también por-
que lleva a identificar tanto las limitaciones como las oportunidades de la acción hu-
mana. Willig sostiene que una abordaje social construccionista no relativista necesi-
ta adoptar una posición de “Realismo Crítico”, que por un lado suscribe al Relativis-
mo epistemológico pero sólo en tanto admite “la imposibilidad de conocer objetos
excepto bajo particulares descripciones” (Bhaskar, 1978, pag. 249); pero por el otro
lado mantiene una ontología realista al proponer que los eventos (fenómenos obser-
vables y de nuestra experiencia) son generados por estructuras subyacentes y estables
tales como las biológicas, económicas o sociales. Estas estructuras intransitivas no
determinan directamente los resultados, sino que poseen tendencias, potencialidades,
que pueden ser o no realizadas. Desde esta perspectiva, las construcciones sociales
no pueden ser independientes de las estructuras materiales, sino que devienen formas
históricas y culturales de hacer diferentes tipos de sentidos de los fenómenos gene-
rados por las estructuras intransitivas.
Uno de ellos constituye la obra de Donna Haraway (1997) que asume la heterogenei-
dad al plantear que nosotros somos producto de asociaciones, siempre irreductibles
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Descriptores:
construccionismo social / realismo / interaccionismo simbólico / etnometodología /
significado / lenguaje / paradigma / esencialismo / individualismo / mentalismo /
emociones / género / masculinidad / identidad / self.
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Resumen
El autor se propone realizar un estudio epistemológico de los métodos de investiga -
ción en psicoanálisis. El trabajo consta de dos partes. En la primera considera los
métodos de investigación empleados en los trabajos presentados en un Congreso
realizado en el 2000. En la segunda, compara los métodos de investigación del len -
guaje en filosofía, en sociología, en lingüística y semiótica y en psicología cognitiva
con los usados en psicoanálisis. En la primera sección el autor compara los diferen -
tes métodos de investigación del proceso psicoterapéutico desde la perspectiva de la
confiabilidad, pero sobre todo de la validez, y destaca la importancia del estudio del
lenguaje del paciente desde la perspectiva freudiana, que privilegia la erogeneidad
y la defensa.
Summary
The author proposes an epistemological study of psychoanalytical research methods.
The paper has two parts. In the first one, research methods used in the 2000 Congress
of Latin American Federation of Psychoanalysis papers are studied. In the second
one, research methods in philosophy of language, sociology, linguistics and semiotics
and cognitive psychology are compared with the methods used in psychoanalysis.
1 Director
del Instituto de Altos Estudios en Psicología y Ciencias Sociales en UCES. Director del Master
en Problemas y Patologías del Desvalimiento en la misma Universidad.
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In the first section the autor compares the different psychotherapeutic process re -
search methods from the point of view of reliability and validaity, and remarks the
importance of patient´s language from the freudian approach. This one stresses ero -
geinity and defense.
In the second section the author remarks the fact that only psychoanalytic theory
brings a precise semantic categorization to the language methodology research, ba -
sed in the erogeneity as a source of meaning. This bond between theory and research
methodology is important inside the hypothetic-deductive research frame, taking the
clinical material of a session or some other texts (for example literary texts). The aut -
hor affirms that the instruments, centered in the study of language, is also useful in
the therapist research-action activity during the session, when an abductive metho -
dology is used.
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En verdad, los tres efectos mencionados al comienzo se han generado también fue-
ra de los ámbitos académicos, en círculos insertados o no en el seno de las institu-
ciones psicoanalíticas, gracias al interés de algunos entusiastas. Pero el terreno uni-
versitario es especialmente favorecedor de tales orientaciones, y es allí donde es-
tas se desarrollan y sostienen de un modo más insistente y sistemático. Este texto,
destinado a quienes pertenecen al ámbito académico, pretende encarar la cuestión
del status del psicoanálisis como ciencia, sobre todo desde la perspectiva metodo-
lógica.
El desarrollo de una nueva ciencia suele tener ciertos jalones fundantes, que la diferen-
cian de alguna otra, que en principio constituyó su modelo. Tales avances en su dife-
renciación y autonomía se dan por una práctica científica acerca de la cual luego algu-
nos reflexionan. Así ocurrió, por ejemplo, en el despegue de la biología respecto de la
física. Los jalones antedichos suelen presentarse como anécdotas epistemológicas so-
bre las cuales es posible apoyar la reflexión propia de una filosofía de esa ciencia en
constitución. Es posible detectar un jalonamiento similar en la fundación del psicoaná-
lisis freudiano, que separa a esta ciencia de otras, como la neurología, la psiquiatría, la
psicología y también de la filosofía. Algunos autores, como Assoun (1976) o Berche-
rie (1983), prestaron atención a esta historia. Del mismo modo, se ha puesto el énfasis
en el modo en que Lacan derivaba sus hipótesis a partir de conceptos tomados de la lin-
güística o la topología, así como de los desarrollos de Heidegger y otros filósofos. Al
considerar estas anécdotas se advierte un discernimiento creciente de un campo de re-
flexión, en que se articulan teoría y práctica, de un modo cada vez más sofisticado. En
esta ocasión nos interesa aportar a un discernimiento similar pero respecto de las cues-
tiones metodológicas. Precisemos algo más nuestra propuesta. Hasta ahora la investi-
gación epistemológica sobre el psicoanálisis se centró en una reflexión sobre sus hipó-
tesis, sobre la complejización interna de la teoría y su enlace con la práctica clínica.
También se ha discutido acerca de si el psicoanálisis es una ciencia o posee otro lugar
en el terreno del saber. Por nuestra parte, concordamos con la propuesta de Freud
(1910k, 1912e, 1913m, 1920b, 1923a, 1925d, 1926f, 1933a) de tomarla como una cien-
cia de base empírica, pero además la consideramos un saber que hace de base para el
desarrollo de otros campos teórico-prácticos. Para decirlo con mayor claridad, del mis-
mo modo que la física (y quizá la química inorgánica) hace de base de las ciencias que
estudian la materia inerte, y la biología es la ciencia madre de las que operan en el te-
rreno de lo viviente, el psicoanálisis lo es en relación con las demás ciencias que toman
como fundamento la consideración de los procesos subjetivos. Estos se caracterizan
por partir desde el empuje pulsional, el cual, gracias a una combinación entre disposi-
ciones internas (neurológicas, hereditarias y de otro tipo) y el encuentro con la subjeti-
vidad ajena, culmina en el desarrollo de una cualidad (en la conciencia), de donde de-
riva el universo simbólico (huellas mnémicas, representaciones). Asu vez, el trabajo de
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enlace entre la vida pulsional, sobre todo la sexualidad, y el mundo de las percepcio-
nes, requiere de una actividad de pensamiento inconsciente que se atiene a lógicas di-
ferenciales, de extraordinaria importancia.
Nuestra reflexión parte de todos estos supuestos, pero pretende encarar una cues-
tión más específica. Nos proponemos realizar un enfoque epistemológico de los
métodos de investigación, ya que consideramos que, en las discusiones científi-
cas, estos suelen quedar implícitos, como un conjunto de principios subyacentes
que permiten acordar o disentir, admitir la crítica ajena y rectificarse. Estos su-
puestos metodológicos, sin embargo, no están explicitados. Nuestra propuesta,
pues, consiste en esta oportunidad no tanto en exponer un método de investiga-
ción de los procesos psicoanalíticos (algo de esta exposición se vuelve, sin em-
bargo, inevitable), sino más bien en encararlo epistemológicamente, desde la
perspectiva del deslinde de otros que le son afines y desde los cuales en parte de-
rivó, por complejización interna. El método de investigación efectivamente usa-
do en una ciencia constituye una de sus más genuinas cartas de presentación,
muestra a la ciencia en su dimensión de acto, y por lo tanto puede tener (como
luego lo expondremos) una relación coherente o conflictiva con la trama de hi-
pótesis de la que aparentemente deriva. En este sentido vale la pena considerar,
como presentación global del problema, qué ha ocurrido en un congreso realiza-
do hace poco. Luego nos referiremos a otra cuestión: el contraste (afinidades y
diferencias) entre los métodos de investigación en psicoanálisis y en otras disci-
plinas, desde la perspectiva epistemológica.
Un Congreso reciente
En la ciudad de Gramado (Brasil), se realizó entre los días 3 y 9 de setiembre del
2000, el XXIII Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis, organizado por Fepal
(Federación Psicoanalítica de América Latina), en el cual participaron casi mil ins-
criptos. Fue presidido por C. Laks Eizirik, y el tema central fue “Psicoanálisis y cul-
tura”. Hubo un número considerable de trabajos libres sobre asuntos no necesaria-
mente coincidentes con dicho tema. Este Congreso fue precedido, entre el 1 y el 3 de
setiembre, por el II Congreso Latinoamericano de Investigación en Psicoanálisis y el
V Encuentro Sudamericano de la SPR (Society of Psychotherapy Research). El Co-
mité organizador estuvo coordinado por S. Quiroga y C. E. Duarte, y sus temas fue-
ron “Cambio psíquico. Criterios de evaluación” e “Instrumentos para el diagnóstico
del cambio psíquico”. Se desarrollaron además cinco conferencias, una de ellas con
la estructura de una mesa redonda de cierre. Hubo en este Congreso una presencia de
alrededor de 100 personas, y se expusieron unos 40 trabajos. La cuidadosa organiza-
ción permitió que los participantes dispusieran de una síntesis anticipada de cada po-
nencia, gracias a un ágil contacto vía Internet. También tuvo importancia el hecho de
que cada autor dispusiera de una hora para presentar y discutir su ponencia, con lo
cual fue posible un intercambio productivo y esclarecedor. Precisamente, me intere-
sa comentar algunos aspectos de este Congreso de investigación.
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ocurre sobre todo con los cuestionarios, cuya utilización está exenta de los riesgos que
corra el uso de otros instrumentos de investigación (el análisis de un discurso, las técni-
cas proyectivas y otras alternativas), y por lo tanto tienen alto grado de confiabilidad.
Sin embargo, si nos interrogamos por la validez de un instrumento, nuestra valora-
ción crítica cambia. Podemos distinguir al menos tres terrenos respecto de la validez
del instrumento: en relación con el objeto, en relación con las metas y en relación con
la teoría. Se destacó, en efecto, el valor de los cuestionarios para los estudios epide-
miológicos, pero también se los ha empleado para estudiar evoluciones clínicas. Es
posible preguntarse hasta qué punto tales investigaciones tienen un nexo con la teo-
ría y la práctica psicoanalíticas, o, para decirlo con mayor precisión, cuál es el valor
del enfoque psicoanalítico en estos estudios. Las objeciones dirigidas al empleo de
cuestionarios incluyen también el argumento de que quien informa sobre sí no pue-
de superar las limitaciones de su conciencia y de sus defensas y además puede men-
tir u ocultar deliberadamente información sin que sea posible advertirlo. También se
objetó el efecto de la práctica del cuestionario sobre la evolución clínica de un caso
en tratamiento. Más allá de estas objeciones, es posible señalar otro problema: si el
diseño del cuestionario se atiene o no al enfoque psicoanalítico, al modo psicoanalí-
tico de pensar los hechos. Estas consideraciones prestan atención, pues, a los aspec-
tos teóricos, a los objetivos (investigación epidemiológica, por ejemplo) y al objeto
(los procesos endopsíquicos) relacionados con el problema de la validez de los cues-
tionarios.
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lítica han conducido a proponer otras alternativas: análisis del discurso con la asis-
tencia de un programa informático, análisis del relato a partir de determinados pará-
metros. Estos métodos son inmunes a algunas de las objeciones antes consignadas,
sobre todo las que se centran en que el informante tiene las limitaciones de la propia
autoconciencia y no puede superar el desconocimiento que posee respecto de sus pro-
cesos endopsíquicos. Claro que los cuestionarios son más económicos (en el sentido
del gasto de tiempo y de esfuerzo) en su administración y evaluación, y que, por el
contrario, un estudio utilizando el test de Rorscharch, por ejemplo, puede demandar
varias horas de trabajo. Pero este test, o el TAT, permite acceder a los procesos en-
dopsíquicos, y son útiles en el diagnóstico y la evaluación de procesos psicoanalíti-
cos. Igualmente, la observación del niño puede permitir detectar ciertos aspectos de
la subjetividad en cierne, sobre todo en relación con el apego. A su vez, la validez
que poseen las técnicas proyectivas es mucho menor cuando el objetivo es investigar
procesos psicoterapéuticos y cambios psíquicos en un paciente durante el curso de
una sesión o un grupo de ellas. Si estos son los objetivos y los objetos de la investi-
gación, entonces resulta más pertinente centrarse en el análisis del discurso del pa-
ciente durante las sesiones. En relación con la investigación del discurso, en el Con-
greso se presentaron varios instrumentos: el análisis con un programa informático
(en dos versiones), el análisis del relato con el criterio del TCCR, el análisis del re-
lato en términos de ciclos que van de la afectividad al pensamiento, y el análisis de
las secuencias narrativas como expresión de la erogeneidad y la defensa.
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El modelo de los ciclos tiene, entre sus ventajas, el hecho de que presta atención a
modificaciones que son evidentes y que además suelen corresponder a las evolucio-
nes de muchos tratamientos, en los cuales se puede dar un pasaje desde el énfasis en
los estados afectivos hacia la reflexión gracias a la actividad referencial. En este mo-
delo no se analizan los contenidos específicos de un relato en términos de escenas si-
no a partir de otros parámetros. Se plantea que en el ciclo de un proceso terapéutico
se da una secuencia de cinco fases: relax (no mucha emoción o abstracción), viven-
cia (aumento de la emoción y emergencia de un relato), conexión (se vincula el esta-
do afectivo con la abstracción), reflexión (disminuye la emoción y aumenta la refle-
xión), relax, con lo cual puede empezar una nueva serie. Como se advierte, el discur-
so es categorizado a partir de dos variables, emoción y abstracción, y no en términos
de escenas en un relato. Tal propuesta de análisis se combina con el programa de
Bucci y Mergenthaler, antes comentado. Uno de los problemas que posee este méto-
do reside en que el modo de categorizar los estados afectivos difiere del expuesto en
la teoría freudiana. Si comparamos este método con el de Luborsky et al. y con el
nuestro, advertimos que estos últimos prestan atención a las escenas en un relato,
propuesta afín con la que jerarquiza Freud en numerosos textos. Con todo, resulta
muy interesante un estudio de los estados afectivos (y las escenas que los acompa-
ñan) en un relato, dado que dichos estados también tienen un carácter diferencial (el
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co de una sesión psicoanalítica (o varias) con métodos que no parten de la teoría freu-
diana, para luego evaluarlos con criterios de dicha teoría, 2) estudiar materiales no
clínicos con un método que no parte de la teoría freudiana, para interpretar luego los
resultados a partir de estas hipótesis, 3) investigar una sesión psicoanalítica con un
método consistente con la teoría freudiana. Advertimos que en esta categorización lo
común reside en el objetivo: interpretar psicoanalíticamente los datos. En cambio, el
objeto puede diferir, y también el método. Si todas estas investigaciones se dicen psi-
coanalíticas es porque coinciden en cuanto a la designación de la teoría que emplean
para interpretar los datos, y no por los métodos o los objetos estudiados.
De las dos exigencias a las que un método debe responder, la correspondiente a la va-
lidez tiene mayor peso que la de la confiabilidad. En efecto, un instrumento puede
evidenciarse como sumamente confiable, pero no ser pertinente desde el punto de
vista teórico, de las metas y/o del objeto estudiado. Sin embargo, cabe destacar que
es posible que la aplicación de diferentes métodos, partan o no de las hipótesis freu-
dianas, sea esclarecedora de numerosos aspectos de las vicisitudes clínicas de una se-
sión psicoanalítica. Además, los desarrollos de estos instrumentos se trasforman en
un fuerte estímulo para generar una metodología psicoanalítica interna, que puede
entrar en una tensión complejizante con las otras.
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fensas se ponen del lado de la realidad y de las instancias valorativas, contra la vida
pulsional y desiderativa (como la represión), otras, en cambio, se colocan del lado de
la insistencia voluptuosa, sensual, contra las admoniciones de la exterioridad perci-
bida y de las estructuras morales e ideales (como la desmentida y la desestimación).
Así, pues, el estudio de las manifestaciones verbales como testimonio de las eroge-
neidades y las defensas constituye un camino privilegiado para responder a las exi-
gencias metodológicas inherentes al desarrollo del psicoanálisis como una ciencia de
base empírica. Tales hipótesis constituyen premisas orientadoras de los interrogantes,
que permiten a su vez desarrollar una metodología específica, propia de este campo
teórico-práctico, diferenciado de otros que proponen a su vez una metodología inter-
na propia, sobre todo en el marco del cognitivismo.
Desarrollar una metodología específica que permita dar cuenta refinadamente de los
múltiples hallazgos que el psicoanálisis ha alcanzado en terrenos teóricos y prácticos,
permitirá a su vez intercambiar en mejores condiciones con otras áreas del saber, y,
mediante el encuentro con lo diferente pero afín, conducirá seguramente a nuevas
propuestas, más sofisticadas y acordes con la teoría y con los hechos.
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metodológica en otras áreas del saber, acorde con la complejidad de las realidades en
estudio.
Las similitudes conciernen pues a los nexos entre investigación y clínica y a las di-
ferentes modalidades de estudio, con el paciente y entre colegas, en el segundo de los
casos con o sin énfasis en otros requisitos metodológicos. En ambas disciplinas exis-
ten estudios de un caso (“no hay úlceras sino ulcerosos”) o de fragmentos en común
a varios casos. Como en medicina, en psicoanálisis se ha prestado importancia a los
estudios de caso único, para lo cual se está discutiendo la metodología de investiga-
ción más pertinente, que al mismo tiempo permita extraer de estos trabajos conclu-
siones que se imbriquen con niveles más generales de hipótesis. Asimismo, tiene va-
lor el estudio detenido de un fragmento de un caso y la comparación con un fragmen-
to afín en otro caso (por ejemplo, un mismo síntoma, como una zoofobia). Además,
se ha estudiado un rasgo de carácter, una resistencia, una fantasía (como la de que un
niño es golpeado). También se realizaron grupos contrastivos, por ejemplo, respecto
de las diferencias entre las estructuras de dos pacientes que sufrieron una zoofobia en
la infancia, o entre los rasgos distintivos de las manifestaciones discursivas de pa-
cientes obsesivos, histéricos y esquizofrénicos.
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definir la realidad estudiada, sus indicios y las determinaciones de los factores efica-
ces. En medicina prevalece la descripción de una realidad bioquímica y la búsqueda
de factores causales que pueden ser detectados y removidos a través del acto clínico.
En psicoanálisis cobra importancia el valor de la significatividad pulsional dada al
mundo, su nexo con la exterioridad y con las instancias valorativas, lo cual conduce
a pensar en conflictos y desenlaces de estos conflictos que culminan en el desarrollo
de ciertas defensas. El campo de observación para las inferencias de esta realidad
compleja es sobre todo el lenguaje del paciente en la sesión. Atodo ello se agrega el
hecho de que en psicoanálisis, más que un enlace causal simple (o aún circular), esta-
mos acostumbrados a pensar en términos de una sobredeterminación eficaz de los fe-
nómenos clínicos. Estas diferencias se evidencian en la práctica de investigación clí-
nica con un paciente y en las que abarcan a varios casos. Como el discurso del pacien-
te es una manifestación heterogénea, se hace difícil diseñar una investigación con gru-
po control, ya que es posible que también en éste encontremos elementos que detec-
tamos en el grupo en estudio, quizá con otras proporciones, e incluso puede ocurrir
que no siempre ello sea así. Por ejemplo, no resulta rendidor, por ahora, analizar las
diferencias entre las manifestaciones verbales de un paciente asmático y un ulceroso.
Quizá posean más elementos en común que rasgos diferenciales, ya que en el fondo
poseen un aspecto estructural común, la neurosis actual. Del mismo modo, cuando se
intentaron sentar diferencias entre el discurso de pacientes histéricos, obsesivos y pa-
ranoicos, se llegó (Verón, E. y Sluzki, C., 1970) a detectar porcentajes de rasgos en las
manifestaciones que no tenían un carácter relevante, diferencial, y dicho tipo de inves-
tigación no prosperó. No parecen estos los caminos para la investigación en psicoaná-
lisis, ya que se basa en un ordenamiento de los interrogantes a partir de criterios ex-
trínsecos, ingenuos, y no desde la teoría misma, que impone que averigüemos acerca
de erogeneidades y defensas, y este es nuestro equivalente, si se puede decir así, de
los factores bioquímicos determinantes de los síntomas estudiados por la medicina.
Importa, sí, encontrar criterios diferenciales específicos entre las manifestaciones clí-
nicas, pero su categorización requiere de un enfoque de la estructura, y no del enfren-
tamiento ingenuo con el terreno de los observables mismos. Yen dicha estructura pre-
valecen los factores ya destacados, la erogeneidad y la defensa, ambos específicos.
Comencemos por aludir brevemente a los estudios de corte filosófico, que se han de-
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sarrollado extensamente a lo largo de los siglos, desde los pensadores clásicos hasta
el presente. Entre las más notables e influyentes sobre el psicoanálisis se encuentran
la propuesta de Heidegger (1937, 1952), la de Ricoeur (1970, 1980), la de los prag-
matistas (Austin, 1962, Searle, 1969, Strawson, 1964). Todas ellas jerarquizan la im-
portancia del lenguaje y exponen una perspectiva para su análisis: la cuestión del ser,
el sentido, el acto. Sin embargo, ninguna de estas propuestas posee un carácter siste-
mático en cuanto al enfoque de las manifestaciones de un modo diferencial, y que al
mismo tiempo permita un agrupamiento de tales manifestaciones en conjuntos más
amplios. No se trata en el fondo de una crítica a tales enfoques del lenguaje, sino más
bien de una constatación: de ellos no se deriva un método pertinente que se atenga a
las exigencias de confiabilidad y validez. En cambio, en numerosos métodos desa-
rrollados en campos científicos advertimos las influencias de alguna reflexión filosó-
fica sobre el lenguaje.
El autor propone recurrir al análisis estadístico de datos léxicos para observar los nú-
cleos básicos de la representación social en el discurso. Mediante la técnica de la aso-
ciación libre se obtiene un cuerpo de afirmaciones (frases en lenguaje natural) acer-
ca del mismo tema. Tales frases forman un corpus singular, que es procesado median-
te el análisis estadístico del software ALCESTE de datos léxicos (Reynert 1983,
1990). Se obtienen así clases de afirmaciones que poseen un contenido léxico simi-
lar. Estas clases semánticas son consideradas como los núcleos de la representación
social, y los patrones básicos que los ligan constituyen el paradigma subyacente a
una representación social, como la del “comer” (Beaudoin y Lahlou, 1993). El mé-
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El autor concluye que el análisis léxico permite realizar una anatomía de la represen-
tación social accesible con las técnicas cualitativas. Los resultados de la investiga-
ción son coherentes con los hallazgos clásicos. Más allá de la investigación en suje-
tos humanos, la técnica permite el análisis de material que proviene de fuentes docu-
mentales colectivas, como los diccionarios. Estos contienen modelos implícitos de
conocimiento que cuentan en muchas representaciones vivientes observables en un
sujeto. Además, el estudio de las fuentes lingüísticas, como actos del lenguaje que
forman una memoria colectiva, pueden aportar patrones del estado actual del desa-
rrollo de la representación, en la socio y la epigénesis. Los núcleos de los paradig-
mas básicos pueden ser articulados en textos pragmáticos que proveen una guía eco-
nómica para la conducta cotidiana. El análisis detallado puede aportar además ele-
mentos para la predicción de la conducta.
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La grilla de categorización que emplean es ante todo una clasificación empírica (con-
ceptualmente fundada) de diferentes referentes de un discurso. El instrumento infor-
mático permite oponer categorías pertenecientes a sistemas diferentes, y acceder a la
palabra misma, con independencia de las categorías que se le adosan. Pueden obser-
varse regularidades (que deben ser validadas) de comportamiento entre categorías y
familias de categorías y ordenarse listas que conduzcan, por un camino heurístico, a
identificar ciertos fenómenos. La reversibilidad del sistema permite rever los conte-
nidos de las categorías y validar los resultados obtenidos a partir de estos.
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mino como significativo y colocarle una “etiqueta”. A ello se le agrega una categori-
zación morfosintáctica previa, que determina si la palabra es un sustantivo, un ver-
bo, etc. Esta clasificación es necesaria para determinar los candidatos a la categori-
zación socio-semántica, puesto que sólo se consideran sustantivos y adjetivos. En la
categorización interviene un equipo con la supervisión de un coordinador. Pese a que
un cierto número de palabras es categorizado por proyección de diccionarios, la ma-
yoría recibe un tratamiento individual desde la perspectiva del contexto. Entre las di-
ferentes pertenencias socio-semánticas posibles de una palabra, se elige aquella que
sea más adecuada a su significación en el contexto. Este trabajo exige un conoci-
miento de las implicaciones teóricas del sistema de categorías, y ante todo permane-
cer apegado a la realidad empírica de la palabra en su contexto, con independencia
de toda inferencia analítica.
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ejemplo, para tratar de categorizar las palabras empleadas por un paciente en la se-
sión. En tal caso se advierte tanto más la limitación del método, ya que la teoría psi-
coanalítica freudiana cuenta con una sistematización de las categorías (las palabras
como expresión de las erogeniedades) a partir de las cuales pueden ordenarse los seg-
mentos de un discurso.
Kelle (2000), propone además esquemas de códigos para los estudios de entrevistas
recurriendo a programas computacionales. Tales esquemas de códigos derivan de
ideas teóricas, y pueden consistir en tres categorías: aspiraciones, acciones para al-
canzarlas y evaluaciones (relaciones entre metas, condiciones y consecuencias de la
acción). Tales categorías se asemejan, de un modo muy amplio, a las del deseo, la ac-
ción que pretende consumarlo y los efectos de ésta, que expusimos anteriormente al
aludir a las secuencias narrativas. Al menos, hallamos en esta propuesta una explici-
tación de criterios sociológicos para ordenar el material e interrogarse acerca de él.
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de los mismos. Se advierte además que los estudios de narrativa en ciencias sociales
(Flick, 1998, Polkinghorne, 1988, Reemann y Schütze, 1987, Riesmann, 1993) son
tributarios de los estudios desarrollados en lingüística y semiótica, así como en psi-
cología cognitiva, que luego consideraremos (Brunner, 1987, Sarbin, 1986).
Así, pues, las investigaciones en ciencias sociales pueden aportarnos recursos meto-
dológico-instrumentales de interés, aunque el modo de categorizar los observables
difiera del que nos resulta pertinente, sobre todo por su falta de sistematicidad teóri-
ca. Consideremos ahora lo que ocurre con los métodos de investigación en lingüísti-
ca y semiótica, que son afines con los psicoanalíticos, ya que prestan importancia a
la cuestión de la significatividad y tienen también un carácter sistemático. Entre los
desarrollos más ambiciosos en lingüística y semiótica se encuentran las investigacio-
nes sobre los relatos y sobre retórica, a los que nos referiremos a continuación.
Entre los modelos de análisis de los relatos, el que aporta mayor complejidad y ri-
queza para realizar estudios concretos es el de Greimas (1966), influido a su vez por
Propp. El autor categoriza actantes (clases de actores) por sus funciones, y un con-
junto de escenas prototípicas en todo relato. Destaca la importancia del deseo como
factor motor en el relato, aspecto que acentúa la afinidad con el enfoque psicoanalí-
tico. Del mismo modo, su categorización de los actantes muestra mucha afinidad con
la que Freud hizo de las posiciones en los vínculos intersubjetivos (sujeto, objeto, ri-
val, modelo, ayudante, doble). Sin embargo, la misma categoría deseo queda para
Greimas vacía de significaciones diferenciales, por lo cual contamos con un modelo
general formal de análisis, que por nuestra parte podemos precisar mucho más.
Otro valor de la teoría de Greimas consistió en un aporte que plasmó más de 30 años
después, cuando integró (Greimas y Fontanille, 1991) a la reflexión semántica de un
modo más detenido la cuestión de los estados y no sólo de las funciones. También en
este punto se dan múltiples afinidades con la teoría psicoanalítica; en esta ocasión,
con el énfasis que le da a los afectos; pero igualmente en este punto la teorización de
Greimas más bien suministra propuestas de análisis formal, sin prestar atención a los
contenidos mismos, de carácter diferencial, ya que un mismo afecto, por ejemplo el
dolor, tiene rasgos distintivos propios si corresponde a la erogeneidad fálica genital,
a la sádico anal primaria o a la intrasomática. Estos estudios de los relatos y la cate-
gorización de los actantes configuraron también aportes significativos para que pu-
diéramos además desarrollar un método de investigación de las defensas en el nivel
de la narración, al prestar atención a un repertorio definido de posiciones del relator
en las escenas que narra, y que son testimonios de mecanismos específicos.
Este tipo de reflexiones son afines, en verdad, con los análisis de escenas que Freud
(1900a, 1915e) realizó en numerosas oportunidades. Pero Freud propuso otro nivel
de análisis, sea de frases, sea de palabras, como en ciertos lapsus u olvidos. En lin-
güística, los desarrollos correspondientes a este nivel nos aportaron contribuciones
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cuestiones, sobre todo la de las defensas patógenas. En los juegos retóricos de nues-
tro decir cotidiano se evidencian los efectos de mecanismos de defensa funcionales,
no patógenos, pero si queremos investigar las defensas patógenas, debemos dotar de
otros agregados a la teoría retórica empleada en lingüística. En primer lugar, se nos
hace necesario articularla más estrechamente con la teoría del deseo. En efecto, el
análisis retórico convencional no parte del supuesto de que quien habla lo hace a par-
tir de un deseo (o, si parte de este supuesto, el mismo no queda reflejado en el méto-
do de análisis). Esta afirmación se combina quizá con la crítica, antes expuesta, acer-
ca de una falta de sistematización de las estructuras-frase en lingüística y semiótica,
pero sobre todo pone en evidencia la diferencia entre las reflexiones de los lingüis-
tas acerca del lenguaje y las que desarrollamos en psicoanálisis. Para nosotros esta
perspectiva, la de la pulsión y la del deseo como fundamentos del decir subjetivo, re-
sulta insoslayable, y tanto más cuando nos interesa recurrir a las teorías retóricas pa-
ra investigar las defensas patógenas. Y esto nos ha llevado a formular otros agrega-
dos a las teorías retóricas, que no han sido diseñadas para el estudio de las defensas.
Sin embargo, Liberman (1970) sostuvo que los mecanismos patógenos se manifies-
tan como perturbaciones retóricas. Si bien Liberman no explicitó las diferencias en-
tre juegos retóricos (testimonios de defensas funcionales) y perturbaciones retóricas
(manifestaciones de mecanismos patógenos), podemos inferir a qué aludía por estas
últimas. Las perturbaciones se presentan cuando un deseo resulta irreconocible en la
frase que debiera expresarlo (como consecuencia de la represión) o cuando las nor-
mas consensuales quedan desafiadas (en el caso de la desmentida) o abolidas (cuan-
do predomina la desestimación). No es el momento de exponer la tediosa argumen-
tación que desarrollamos (1998, 1999) en otras oportunidades sobre las evidencias de
las defensas patógenas a través de análisis retóricos. Más bien nos interesa poner en
evidencia qué es lo que hicimos con las teorías retóricas para emplearlas en psicoa-
nálisis: en primer lugar, las ampliamos, le aportamos nuevos elementos que permiten
captar otros matices en los juegos con las palabras, y en segundo lugar le agregamos
algunas precisiones referidas al fundamento libidinal y desiderativo del lenguaje y a
las claudicaciones expresivas como consecuencia de la eficacia de las defensas pató-
genas. Con ello pretendemos además adecuar las propuestas de la retórica a las ten-
tativas de realizar evaluaciones sistemáticas de los cambios clínicos, expresados en
las variaciones en cuanto al decir.
Consideremos, por fin, las afinidades y las diferencias entre los métodos de investi-
gación del lenguaje en psicoanálisis y en psicología cognitiva. En los desarrollos del
cognitivismo, los estudios sobre relatos tuvieron un fuerte impulso. Se prestó impor-
tancia a la narrativa en el marco de los sucesos vitales, por ejemplo en las autobio-
grafías (Conway, 1990, Linton, 1982, White, 1982, Wagenaar, 1986, Linde, 1993).
Se desarrolló un área, la narratología, y su extensión la psicología narrativa (Brun-
ner, 1990, Murray, 1995, Sarbin, 1986a). La psicología narrativa propone que el re-
lato es una forma básica de comprensión humana (Polkinghorne, 1988). Con el rela-
to la gente genera un sentido (Geertz, 1983). Sarbin (1986b) propuso inclusive a la
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Edwards (1997) distingue tres objetos a los que se dirigen los análisis de narrativas:
1) la naturaleza de los hechos, 2) la percepción o comprensión que se tiene de ellos,
3) la acción discursiva y la comprensión de los sucesos. Brunner (1990) recurre a las
hipótesis de Burke (1945), quien define cinco elementos en una historia “bien forma-
da”: qué ocurrió (acción), cuándo o dónde ocurrió (escena), quién es el sujeto (agen-
te), cómo lo hizo (agencia) y por qué (propósito). Brunner redefine estos elementos
como acción, escena, actor, instrumento y metas. Entre ellos se inserta un conflicto
que conduce a las subsecuentes acciones, hechos y resoluciones que vuelven cohe-
rente el conjunto. Gergen (1994) distingue a su vez entre 1) la meta, 2) el orden de
los hechos, no necesariamente relatados en la secuencia en que ocurrieron, 3) la iden-
tidad establecida de los personajes, que pueden desarrollar 4) relaciones eventuales
y las soluciones explicadas, 5) la demarcación de comienzo y fin de la historia.
Cabe destacar que tales métodos de investigación son sobre todo tributarios de los
desarrollos en lingüística y semiótica, a los que enlazan el proyecto de investigar el
pensamiento y la atribución de sentido. Se trata más bien de propuestas generales, cu-
ya afinidad con el método psicoanalítico de investigación deriva de que ambos abre-
van de las mismas fuentes teóricas. Además, los métodos comentados hasta aquí no
se centran en la consideración del discurso en las sesiones. Quizá podamos ubicar en
este contexto, en cambio, los desarrollos de Luborsky et al. y de Bucci y Mergentha-
ler, ya comentados. Por lo demás, estos últimos autores han propuesto un método,
que también hemos comentado, para estudiar las palabras en el discurso del pacien-
te recurriendo a un programa computacional. Bucci (1997) reconoce explícitamente
las raíces de su propuesta en las hipótesis del cognitivismo, a las que procura enlazar
con la práctica psicoanalítica, más que con la teoría freudiana. Así que podemos ubi-
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car estos métodos a los cuales prestamos atención páginas previas al compararlos con
el nuestro, en el marco de los enfoques cognitivos del discurso en sesión. Como no-
sotros, Luborsky et al. y W. Bucci hicieron un amplio uso de los aportes lingüísticos
y semióticos, así como de los estudios literarios, a todos los cuales procesaron y ade-
cuaron a sus propios proyectos y soportes teóricos. En este punto advertimos las afi-
nidades, pero también las diferencias que vuelven distintivo, específico, nuestro mé-
todo, intrínsecamente psicoanalítico. Por otra parte, las hipótesis de Mergenthaler y
Bucci sobre las fases en un ciclo referencial, de la afectividad a la reflexión, resultan
compatibles con la teoría de Liberman que adoptamos, sobre las complementarieda-
des entre estilos (o entre lenguajes del erotismo) como expresiones del cambio en la
defensa. El método de Mergenthaler y Bucci, como el nuestro, pretende detectar el
cambio clínico en sesión, y en este rasgo hallamos afinidades, al menos en cuanto a
los objetivos entre los métodos que estamos comentando, los que nos pertenecen y
algunos métodos de investigación en medicina.
Cada uno de estos niveles tiene sus problemas específicos (por ejemplo, cómo el yo
conquista un lenguaje para una pulsión sexual, en el nivel de lo universal, o cuál es
el inventario de escenas que sean testimonio de determinada erogeneidad o defensa,
en el nivel de lo general). Un problema del nivel de análisis de lo particular consiste
en la confrontación entre los casos para tratar de detectar si la teoría de que dispone-
mos tiene suficiente fineza como para dar cuenta de lo común y lo diferente en las
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manifestaciones. En efecto, la teoría universal (por ejemplo, que en todos los sujetos
está presente el conflicto entre los complejos de Edipo y de castración) no permite
sentar diferencias, las cuales derivan sobre todo de otras hipótesis, concernientes a
cómo se procesa dicho conflicto por las influencias combinadas de las erogeneidades
y las defensas. También las teorías de la erogeneidad y la defensa corresponden a un
grado muy alto de abstracción. A su vez, la ensambladura entre los tres grupos de hi-
pótesis ya permite el pasaje a terrenos generales, en que se consideran los desenlaces
del conflicto nuclear gracias a los influjos de las erogeneidades y las defensas. Ade-
más, pertenecen a este nivel de lo general las hipótesis sobre las narraciones prototí-
picas como expresión de la erogeneidad y la defensa. Tales hipótesis permiten dotar
de mayor precisión a los estudios concretos, pero estos exigen, a su vez, combinar
muchas de ellas para dar cuenta de la especificidad de las manifestaciones. Pero la
pregunta ahora es otra: ¿contamos con suficientes recursos teóricos como para des-
cribir los rasgos diferenciales entre los casos?
Como lo destacó Freud (1912f), el camino para dar cuenta de las diferencias no con-
siste tanto en detectar en uno de ellos un aspecto que no está presente en otro, sino
más bien un camino diverso: prestar atención a las proporciones de los diferentes ele-
mentos en juego y a su valor en el conjunto.
Una visión panorámica de los métodos de investigación afines y diferentes del psi-
coanalítico pone en evidencia que con el de la medicina existen grandes semejanzas
formales. En cuanto a los contenidos, referidos a la jerarquización de la significati-
vidad, las principales afinidades se dan con la lingüística y la semiótica. Los méto-
dos en medicina y en lingüística y semiótica constituyen los parámetros de los cua-
les el método psicoanalítico de investigación se ha diferenciado por complejización
interna. En cuanto a los métodos en ciencias sociales y en psicología cognitiva, tie-
nen otra posición. Respecto de ellos, el método de investigación en psicoanálisis es
más bien un par, dado que todos aprovechan de los desarrollos en lingüística y se-
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miótica. Sin embargo, ya destacamos que el psicoanálisis posee dos métodos: uno, la
investigación en sesión, el otro, la investigación presentada ante colegas, en reunio-
nes científicas. Hasta ahora nos referimos a este último método, el de las investiga-
ciones presentadas ante colegas. Podemos prestar atención también al otro método,
en el cual se combinan la investigación y la acción clínica, como en medicina.
Más allá de las diferencias en cuanto a los criterios para establecer las determinacio-
nes en medicina y en psicoanálisis, podemos considerar un punto que merece ser in-
vestigado desde el punto de vista metodológico-epistemológico. Se trata de un aspec-
to de la lógica abductiva empleada en aquellas situaciones en que la investigación se
combina con un acto que aspira a la curación. Respecto de esta lógica, deseamos es-
bozar ideas ligadas a una pregunta específica: cuáles son los criterios que posee el te-
rapeuta para orientarse, sobre todo para rectificarse en sesión. A menudo ocurre que
un terapeuta cambia su visión de las cosas y reorienta en consecuencia su actividad
clínica. El proceso es más bien una autorrefutación, que a veces se presenta en for-
ma dialógica, como el restablecimiento de un nexo con un interlocutor simbólico,
con un referente desde cuyo lugar en lo anímico le llega al terapeuta una crítica o una
propuesta renovadora.
Pero este es el proceso psíquico, y en esta ocasión me interesa más bien la cuestión
de la actividad lógica, ya que deben de existir criterios establecidos (aunque no des-
critos en tanto tales) para que un terapeuta se autorrectifique. Quiero decir: la pala-
bra que el terapeuta puede atribuirle a ese referente interno es admitida no tanto por
el prestigio o la fascinación que este despierta, sino más bien porque se atiene a cier-
tos requisitos lógicos que son tenidos por buenos por el terapeuta.
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De todos modos, esta descripción del proceso endopsíquico por el cual una auto-
rrectificación accede a la conciencia es más psicoanalítica que lógica. Desde este
segundo punto de vista, cabe destacar que en la autorrefutación y la reorientación
del pensar en la actividad de investigación-acción, propia del método abductivo,
participan permanentes procesos de elaboración de hipótesis del tipo “¿Y si el ase-
sino fuera el mayordomo?”, como en los cuentos protagonizados por Sherlock Hol-
mes, hipótesis estas que conducen a múltiples decursos de pensamiento, que van a
la búsqueda del contacto con el paciente, y que a partir de allí han visto reforzado
o debilitado su valor para dar coherencia al conjunto. En estos decursos de pensa-
miento participan elementos muy diversos y simultáneos, ya que suelen coexistir
varios procesos de este tipo, que reúnen saberes previos, recuerdos, fantasías, afec-
tos y otros materiales que participan en el armando del conjunto, al mismo tiempo
que se captan los aportes permanentes provenientes del paciente. También impor-
ta, en este proceso de autorrectificación, el hecho de contar con propuestas alterna-
tivas de intelección de una situación clínica; es decir, contar con un repertorio de
posibles modos de comprensión de un caso. Con ello no me refiero tanto a que un
problema clínico puede ser encarado mejor en el marco de la teoría lacaniana, y
otro en el de las hipótesis winnicottianas, sino más bien al hecho de que, desde una
misma perspectiva teórica, se disponga de modos alternativos de intelección de los
procesos psíquicos en un momento clínico de un paciente, como los que antes des-
cribimos al aludir al conjunto de los relatos y las palabras propias de cada lengua-
je del erotismo. Así, pues, queremos decir que, en el proceso de autorrectificación
del terapeuta en las sesiones, las hipótesis ya mencionadas sobre los lenguajes del
erotismo aportan posibilidades de describir las alternativas de las que el investiga-
dor en acción dispone para optar entre hipótesis clínicas sin quedar paralizado an-
te una vivencia de impotencia que puede sobrevenir si dispone sólo de un reperto-
rio demasiado acotado de modos de intelección de las situaciones problemáticas.
De todos modos, lo admitimos, con estos comentarios sólo pretendemos inaugurar
la cuestión de la lógica con que opera un analista en los procesos de autorrectifica-
ción en su investigación-acción en los procesos subjetivos durante la sesión. Buen
cierre nos resulta el de la confesión de una ignorancia, de un saber por advenir, aún
no saturado.
Descriptores:
subjetividad / erogeneidad / ciencia / confiabilidad / validez / método / análisis
del discurso / análisis del relato / defensa / teoría de la pulsión / escenas / relato / fan-
tasías primordiales/ estudios retóricos / abducción / lingüística / semiótica / pro-
cesos retóricos.
subjectivity / erogeneity / science / reliability / validity / method / discourse analysis /
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pags. 128 a ..158 3/28/06 11:31 AM Page 155 ramon PLEYADES:Desktop Folder:julio Nov. 2001:125 Libro Epist
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Resumen
En este trabajo se considera el problema de la verdad como objetivo de los actos del
pensamiento científico, principalmente de la verdad freudiana estrechamente ligada
a lo histórico-vivencial, y su particular método de análisis.
Summary
This paper points out the problem of truth as the purpose of scientific thought, spe -
cially the Freudian concept of truth. It also investigates psychoanalysis as a way of
interpreting the empirical data and how it differs from a speculative theory. Metho -
dology, the problem of algorithms, history cases and Freud models, the so-called tra -
cing paradigm, as well as resistance against the analytical method, its particular link
with the complemental series is herein considered.
Presentación
En este trabajo me ocupo de la verdad como meta de los actos del pensamiento cien-
tífico, principalmente de la verdad freudiana estrechamente ligada a lo histórico-vi-
vencial. Como el método es un requisito lógico para acceder a ella [la verdad], es im-
prescindible indagar en qué consiste y cuáles son sus características principales, lo
que nos permitirá comprender mejor la temática citada.
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En este contexto, si nos preguntamos por la meta última de la ciencia, Freud (1933a)
responde: “la verdad”. Y a esta verdad, en principio, el autor del psicoanálisis la re-
laciona con la coincidencia o adecuación con el mundo exterior real, definición que
lo aproxima (aparentemente) a la concepción aristotélica. Recordemos que para Aris-
tóteles la verdad era la adecuación del intelecto y la cosa, la concordancia entre el
juicio y la cosa. Para Freud el mundo exterior y esta coincidencia son una construc-
ción que incluye una historia, que encuentra su límite en la llamada “roca viva”. El
trabajo científico no requiere necesariamente de su valor práctico. En la “Presenta-
ción autobiográfica” (Freud, 1925d) discrimina una verdad material y otra histórico-
vivencial, que luego retoma en “Construcciones en el análisis” (Freud, 1937d). En di-
cho artículo, refiriéndose a la religión afirma: “su poder descansa, (...) en su conte -
nido de verdad no la que es material, sino histórica”.Y en “Moisés y la religión mo-
noteísta” (Freud, 1939a) nos dice que el intelecto humano no muestra una disposi-
ción específica para acceder a la verdad, por el contrario puede renunciar rápidamen-
te a ella cuando es requerido por sus ilusiones de deseo. Aunque su voz no deja de
insistir hasta hacerse oír. En dicho trabajo, vuelve a considerar, los conceptos de ver-
dad material y de verdad histoórico-vivencial. Esta última es un fragmento de verdad
que retorna y deja indicios. Al respecto, Lacan (1966) nos dice que la verdad tiene
estructura de ficción y que siempre será dicha a medias.
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La cuestión del diagnóstico, cómo juicio, implica dos aspectos que rompen con la no-
ción tradicional. Me refiero a su valor de anticipación y retroacción [a posteriori] que
determina que nunca sea completo, acabado, o más bien que su valor de verdad siem-
pre sea parcial e imperfecto. Es decir, que el diagnóstico se despliega en una tempo-
ralidad específica [demasiado antes o después], y puede llegar a ser gracias a nues-
tro esfuerzo deductivo, vacilaciones y dudas, no del todo equivocado, pero tampoco
habrá en él un total acierto. La mayoría de nuestros diagnósticos se forman sólo a
posteriori “Son como aquella prueba a la que -según cuenta Víctor Hugo- un rey de
Escocia sometía a las mujeres sospechosas de hechicería. Las cocía en un gran cal -
dero de agua hirviendo, probaba el caldo, y por el sabor podía decir si la suplicia -
da era o no una bruja” (Freud, 1933a). Por otra parte, una vez realizado el diagnós-
tico es necesario ponerlo en suspenso, evitando que se constituya en un estorbo para
la lectura analítica, puesto que se trata de un juicio, de una afirmación, sobre lo da-
do a leer por el sujeto.
La interpretación de la empiria
Veamos algunas características de la metodología analítica, podemos anticipar que
no implica una investigación por experimentación [Freud, 1933a], aunque algunos
resultados del psicoanálisis hayan sido confirmados experimentalmente mediante el
recurso de la hipnosis. Recordemos que la investigación experimental suele ser con-
siderada como la verdaderamente “científica”, e implica la manipulación y el control
de las variables llamadas independientes por una parte, y por otra, la observación de
las variables dependientes, a fin de registrar su variación concomitante. En estos di-
seños, los sujetos son asignados a los grupos experimentales por el investigador, in-
cluso se procura que dicha asignación sea al azar.
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Por cierto que encontramos estas dos posiciones terminales del conocimiento psicoa-
nalítico, desde el inicio de su desarrollo. Así, en el “Proyecto de psicología”, donde
Freud (1950a) se propone configurar una “psicología que sea una ciencia natural”;
nos insta a pensar los procesos de la vida anímica —”normales” y “patológicos”—
como estados determinados por un factor cuantitativo, proposición que deriva de la
observación del material clínico. A su vez estas tramitaciones psíquicas están sujetas
a elementos materiales comprobables: las neuronas.
Ahora bien, las conclusiones teóricas inferidas en la primera parte del “Proyec-
to”, son derivadas de sus proposiciones principales. En la segunda parte, Freud
analiza con mayor detenimiento el sistema conceptual constituido a partir de la
clínica. Dicho de otra manera, remodela y rectifica la teoría desde la práctica. Pa-
ra lo cual presenta a una adolescente histérica, “Emma”. Lo hace en la Sección
4, denominada “La [Proton Pseudos] histérica”. Recordemos que la Proton Pseu-
dos es una expresión de Aristóteles que se refiere a una premisa mayor falsa en
un silogismo que en consecuencia posibilita conclusiones también falsas. Aristó-
teles considera a su lógica silogística como un instrumento de la ciencia, en sus-
titución de la dialéctica platónica, en la cual se había formado.
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Pero vayamos a Emma y a los engaños de la histeria. Se trataba de una púber con las
exteriorizaciones propias de una fobia. La compulsión histérica se caracteriza por ser
desde un punto de vista descriptivo: incomprensible; refractaria a toda elaboración
intelectual; e incongruente en su estructura.
Esta escena de los empleados permitió encontrar un segundo recuerdo: “Siendo una
niña de ocho años, fue por dos veces a la tienda de un pastelero para comprar go -
losinas, y este caballero le pellizcó los genitales a través del vestido. No obstante la
primera experiencia, acudió allí una segunda vez. Luego de la segunda, no fue más.
Ahora bien, se reprocha haber ido por segunda vez, como si de ese modo hubiera
querido provocar el atentado”.
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ción, implica que las neuronas tratan de despojarse de dicha cantidad mediante un
mecanismo muscular. En estos estímulos que ingresan en el sistema nervioso, se pue-
de distinguir un aspecto cuantitativo y otro de carácter cualitativo, denominado “pe-
ríodo” por Freud en el “Proyecto” de 1895 o “frecuencia” por Lacan en 1964 “Los
cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”.También, podemos hablar de una
energía endógena (constante) cuya fuente es el cuerpo propio o el sistema nervioso y
otra excitación proveniente del mundo externo (de carácter discontinuo).
Estas observaciones permiten explicitar otras diversas cuestiones, como el enlace ló-
gico entre dos escenas como recuerdo en acto, el tipo de temporalidad puesto en jue-
go, es decir, una temporalidad cronológica y otra retroactiva, y la función de la mira-
da y la voz. Pero también le concede a Freud la posibilidad de considerar a la adoles-
cencia como una organización particular en la que cobra eficacia una condición histé-
rica generalizada. Sin embargo, en la postulación de esta condición como propia de la
adolescencia, Freud no sólo incluye a Emma, sino también, entre otros, el historial clí-
nico de Rosalía H., una joven de 23 años que procuraba ser cantante, presentada en
“Estudios sobre la Histeria”. Es de destacar que la casuística del psicoanálisis se es-
tructura fundamentalmente en el caso único como modelo o paradigma.
¿Cómo se constituye esta condición? En principio puedo decir que deriva de una ca-
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Por otra parte y con relación a lo histérico, puedo decir que Freud lo considera es-
tructurado como un lenguaje de pulsión. Esta conceptualización implica una teoría
del lenguaje, que es elaborada por el autor del psicoanálisis a partir de una modali-
dad particular de desvalimiento que afecta a diferentes ámbitos de la estructura [y
función] del lenguaje, me refiero a la afasia en sus dos vertientes tradicionales, las
afasias sensoriales y motrices, que en ocasiones solemos encontrar en adolescentes.
Su estudio lo llevo a Freud (1891) a postular en su libro “La afasia” que estas dife-
rentes configuraciones, implican la alteración de algún enlace de los elementos que
forman la unidad funcional del lenguaje, es decir, la palabra. Por otra parte, la para-
fasia que se exterioriza en los afásicos, nos dice Freud, es similar o no presenta ma-
yores diferencias con los errores y distorsiones del lenguaje en los sujetos normales,
cuando se encuentran agotados, distraídos o a merced de sus afectos. A partir de es-
tas observaciones y del material de “Anna O” [Bertha Pappenheim], una histérica
que presentaba una seria perturbación anímica del lenguaje. Freud plantea la hipóte-
sis de una afasia funcional. Recordemos que en un comienzo “Anna O”, no podía in-
vestir palabras, posteriormente perdió la gramática y la sintaxis, y desde luego la con-
jugación de los verbos. En otro momento se esforzaba por recuperar palabras en ale-
mán y sólo las encontraba en alguno de los cinco idiomas que dominaba. Finalmen-
te cayó en un estado de mutismo, del cual salió mediante el inglés, al que pretendió
constituir como su idioma materno.
Lacan (1955) en el “Seminario III” retomó los trabajos de Roman Jakobson sobre las
afasias y afirmó que la discriminación habitual entre afasias sensoriales y motoras
desde la perspectiva de Jakobson se ordena de manera adecuada.
Considero que uno de los fundamentos de la concepción freudiana es su teoría del len-
guaje. El discurso histérico y su lazo social sólo pueden ser construidos a partir de di-
cha teoría que se inició en la observación de las afasias. La metodología freudiana per-
mite que una concepción del lenguaje que le es inherente, pueda responder a los reque-
rimientos de confiabilidad y validez que se suelen exigir, sin perder rigurosidad.
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trabajan sobre los productos de diferentes formas de los actos del pensar. Reposan
fundamentalmente en una ardua investigación individual. Su desarrollo es sumamen-
te complejo, pero son insustituibles para nuestras metas científicas y terapéuticas.
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tos que expresan una defensa o ciertos lugares de fijación. Sobre los resultados de es-
ta metodología es posible apelar a la cuantificación, lo que nos permite una reflexión
en conjunto con otras disciplinas.
El estudio de los verbos nos permite, también, la discriminación de las pulsiones en-
tre sí, al menos cuando éstas ya se han articulado con sus metas. Si bien se trata de
energías diferentes, esta heterogeneidad sólo se pone de manifiesto psicológicamen-
te cuando la pulsión se liga con sus elementos anímicos, es decir con su meta y lue-
go con su objeto.
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Por otra parte, es importante considerar que un lenguaje del erotismo puede ser tra-
mitado de diversas maneras, de acuerdo al pensar defensivo que cobre eficacia.
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Iván Lermolieff era el seudónimo del médico italiano Giovanni Morelli: “A mi jui -
cio, su procedimiento muestra grandes afinidades con el psicoanálisis. También el
psicoanálisis acostumbra deducir de rasgos poco estimados o inobservados, del re -
siduo —el «refuse» de la observación—, cosas secretas o encubiertas”. Con relación
a los pequeños rastros, Freud (1915/16) también afirma “Los sueños, se dice, tienen
una importancia insignificante. Ya hemos respondido a una objeción de este mismo
género a propósito de los actos fallidos. Dijimos entonces que cosas de gran impor -
tancia pueden no manifestarse sino por muy pequeños indicios”.
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Para Ginzburg, el origen de este modelo se encuentra en los antiguos cazadores, que
reconstruían los rasgos, expresiones y movimientos de una presa a partir de rastros,
a veces, casi imperceptibles.
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yor crítica. Se creía que la tierra en reposo era el centro del universo, lo cual coinci-
día con el predominio que el hombre se adjudicaba en el mundo. Sin embargo, no fue
el aporte teórico lo que generó la herida narcisista, porque este ya había sido antici-
pado por los pitagóricos y por Aristarco de Samos, sino su reconocimiento universal.
Otra afrenta, es la biológica. El hombre desgarró la comunidad que mantenía con los
animales, estableció un abismo infranqueable entre lo humano y lo animal. Sólo el
niño y el hombre primitivo se sustrajeron de esta ruptura. A partir de los trabajos de
Charles Darwin y continuadores, se restableció el parentesco, tanto en el aspecto bio-
lógico como anímico. Y finalmente tenemos la psicológica, que implicó la postula-
ción de lo inconsciente “la más sentida” según Freud, puesto que el yo y su órgano,
la conciencia, perdieron su predominio.
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De todas maneras, considero que es interesante plantear las características del men-
cionado núcleo duro. En principio creo que se enlaza a las llamadas series comple-
mentarias. En “Esquema del Psicoanálisis”, Freud nos dice que la causación de las
diferentes exteriorizaciones de la vida anímica deriva de la acción recíproca entre las
vivencias contingentes y las predisposiciones congénitas. A este conjunto de condi-
ciones los podemos diferenciar en cuatro elementos básicos: vivencias, instintos, dis-
posiciones y pulsiones. Tales factores se distribuyen en diferentes series, por ejem-
plo: pulsiones-vivencias, pulsiones-instintos y pulsiones-disposiciones.
Las condiciones necesarias son todas aquellas en cuya ausencia no puede producirse
un hecho psíquico. Por ejemplo, si tomamos el cuento de Lewis Caroll “Alicia en el
país de las maravillas”, la fantasía del conejo y las vicisitudes de la pequeña de 10
años en la conejera, requieren a la libido genital, como una condición necesaria para
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su producción, pero que no es suficiente. Es decir, que si hay un cierto material del
pensar fantaseador, debe estar presente la libido genital en su generación, su presen-
cia, es imprescindible, pero también se requieren de otros elementos, tales como re-
presentaciones totémicas (el conejo), míticas (Alicia como heroína) y actos defensi-
vos como la desmentida, entre otros.
En principio podemos decir que se trata de una circunstancia que debe estar presen-
te cuando se generan las manifestaciones o el material que nos interesa. Habíamos
dicho que la presencia de la libido genital no es una condición suficiente, puesto que
el esfuerzo libidinal puede estar presente sin que se instauren dichas manifestaciones.
En este sentido Freud va a considerar como condición suficiente, no una sola condi-
ción, sino una conjunción de condiciones o más bien de enunciados, llamados series
complementarias, que cobran su eficacia en toda producción sintomática o normal.
Al especificar los elementos de estas series, nos dice Freud (1940a, pág.183) “En
efecto, la causación de todas las plasmaciones de la vida humana ha de buscarse en
la acción recíproca entre predisposiciones congénitas y vivencias accidentales”. Y
bien, a esta conjunción de condiciones la podemos descondensar y gráficar de la si-
guiente manera:
V. P.
P= V. I.
V. D.
Donde “P” es toda producción psíquica normal o patológica, y las variables “V” y
“P” implican la conjunción: Vivencia.pulsión, las variables “V” e “I”, la conjunción:
Vivencia.instinto, las variables “V” y “D”, la articulación de: Vivencia . Disposición
o aptitud. Es decir, que hay varias condiciones necesarias en la producción de un fe-
nómeno psíquico que marcan su complejidad, tales como vivencias, pulsiones, ins-
tintos y disposiciones. Todas ellas deben estar incluidas en la condición suficiente,
inclusión de la que Freud intenta dar cuenta mediante el concepto de sobre-determi-
nación.
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Este concepto designa un conjunto de elementos que pueden aceptar diversos orde-
namientos, dependiendo de un factor externo a la cualidad de los elementos. En nues-
tro caso se trataría de una conjunción de factores presentes en toda su extensión y cu-
ya estructuración se modifica en función de la cantidad, es decir de la magnitud del
factor en cuestión y no tanto de la frecuencia de su repetición.
En la primera conjunción: “V.P”, podemos diferenciar dos series, una primera serie
que configura la articulación de lo que Freud denomino en la Conferencia 23, predis-
posición por fijación libidinal y el llamado vivenciar accidental o contingente de ca-
rácter traumático, y una segunda serie (que suele presentar la mayor resistencia a su
modificación) que resulta de la descomposición de la predisposición por fijación, en
dos factores o condiciones: la constitución sexual, que implica el vivenciar prehistó-
rico del sujeto y el vivenciar infantil. De esta manera quedan conformadas otras dos
series complementarias.
Cabe considerar aquí que en la segunda de las series complementarias, una de las
condiciones necesarias, implica el vivenciar infantil, es decir las vicisitudes de la pri-
mera infancia, que se desarrollan en el marco de una estructura interindividual: la fa-
milia, en la cual debemos destacar dos funciones primordiales atribuidas a los proge-
nitores, que pueden inscribirse y reordenarse de acuerdo a una lógica intrínseca del
aparato psíquico: la función materna y la función paterna, de las cuales los padres se-
rían, entonces, los soportes reales; es decir los agentes que ocupan el lugar de las ma-
trices que el mismo niño generó vía un acto del pensar proyectivo y a partir de los
cuales cobran eficacia los estímulos familiares como contenidos de un formato pro-
pio.
Por su parte, Maldavsky [1997] ubica las hipótesis ligadas a la teoría de los vasalla-
jes y los conflictos yoicos, junto con la teoría de los complejos de Edipo y castración
cerca del núcleo requerido por Lakatos, pero considera que “el punto central del nú -
cleo duro se halla constituido, finalmente, por la hipótesis referida a las energías
pulsionales y neuronales y al surgimiento del yo y la subjetividad (sobre todo la con -
ciencia) a partir de este fundamento económico”. Mientras que localiza como hipó-
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Lacan (1964) en “El Seminario 11”, propone cuatro conceptos como fundamento del
campo operativo del psicoanálisis. El cuatro es un operador constante que soporta di-
versas concepciones. Los conceptos, que se disponen de una manera particular son:
Inconsciente Repetición
Transferencia Pulsión
Lacan [1964] considera que una ciencia debe expresar en fórmulas lo propio de su
conocimiento, y en tanto estos conceptos se configuran como elementos articulables,
en términos de un algoritmo, se los puede considerar como pertenecientes al núcleo
duro exigido por Lakatos.
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Aunque es necesario precisar que Freud sólo cita a Sócrates en la Lección XVIII.
“La fijación al trauma. Lo inconsciente” ,de “Las Lecciones introductorias al Psi-
coanálisis” de 1915-17, para advertir de la aparente sencillez del trabajo analítico. Se
podría pensar que la patología deriva de cierta ignorancia de algunos procesos aní-
micos. De un no saber del sujeto, recordemos que para Sócrates el vicio es una con-
secuencia de la ignorancia. Sin embargo, Freud discierne diferentes modalidades de
ignorancia y conocimientos, de diferente valor psicológico. Y si bien el sujeto puede
llegar a conocer el sentido de sus síntomas, no se instalan transformaciones anímicas
sin un trabajo de reelaboración interna.
Descriptores:
verdad material / verdad histórico-vivencial / método / libido / investidura /
excitación neuronal / caso único / paradigma / lenguaje / algoritmo / pulsión /
abducción / vivencia / disposición.
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- Ginzburg, C. (1989), Mitos, emblemas, sinais. Companhia Das Letras, São Pau-
lo.
- Maldavsky D. (1992), Teoría y clínica de los procesos tóxicos, Buenos Aires, Amo-
rrortu Editores, 1992.
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- Peirce, C.S., 1965, Collected papers, Cambridge, MA: Harvard University Press.
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“Dicen algunos que la Filosofía, excepto el nombre, tuvo su origen entre los bár -
baros; pues como dice Aristóteles en su Mágica y Soción, en el libro XXIII De las
sucesiones, fueron los magos sus inventores entre los persas...”
Diógenes Laercio, Vida de los filósofos más ilustres, Libro primero.
Resumen
Frente a las distintas posiciones con respecto a la teoría de Lacan y presuntas dis -
cordias con posiciones freudianas, nos propusimos investigar parte de su producción
y la enseñanza del Psicoanálisis tratando de situar y evitar las distorsiones. Para
ello tomamos algunos tópicos freudianos y analizamos las distintas vertientes que
nutren las formalizaciones de Lacan.
El modelo epistemológico que seguimos fue el proporcionado por Althusser, que con -
siste en considerar una teoría (en este caso la lacaniana) como el producto de una
elaboración en la que concursan una materia prima (la teoría de Freud) y un instru -
mento, en este caso los recursos formales de que dispuso Lacan.
Summary
Studying the differents points of view relating Lacan´s theory, and the supposed dis -
sensions with freudian approaches, we decided to make a research onsome issues of
his production. About the psychoanalytic teaching, we tried to settle and avoid dis -
tortions. Because of that we took some freudian issues, and we analysed the different
questions that support Lacan´s theoretical ideas.
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this case Lacan´s theory) as an elaborative product in which joins the raw matter
(Freud´s theory) and an instrument, in this case the formal issues used by Lacan.
Basically, this instruments are: linguistics, logics and topology. We have discovered
that in the central points this instruments facilitates the rigorous application in the
psychoanalytic theory. This instrument´s transformation, as the diversity of the ori -
gin domains, let us assert that Lacan´s intervention is barbarian.
We follow in this statement Don Miguel de Unamuno ideas, exposed in “Contra esto y
aquello” (“Against this and that”): “Barbarian is the person who burst in one domain
from another, with different concerns, different points of view and another life´s feelings”.
Nota preliminar
Para Althusser la producción del objeto formal abstracto en una teoría sigue el mo-
do de producción (genérico) humano constituido en sus dimensiones diacrónica (his-
torización de los procesos) y sincrónica (interacción de las Instancias). En esta epis-
temología, las Instancias son designadas como Generalidades (GJ ,G2, G3); respec -
tivamente: G1: Materia prima, G2. Instrumento, G3: Producto. Vg.: En la elabora-
ción de telas participan como G1 los hilados, como G2 los telares y como producto
G3, las telas. La historización de los procesos de producción obedece a las marcas de
la interacción de las generalidades, en que ninguna de ellas permanece invariable. La
continuidad histórica se define en el hecho de que las materias primas G1 no son si-
no el producto de un proceso anterior (G3).
Del mismo modo, en la producción del conocimiento se establece como G1, o mate-
ria prima, los datos por procesar, como G2, los instrumentos teóricos con que se ela-
boran tales datos y finalmente, como G3, o producto, la configuración de la teoría.
Un ejemplo podría ser la producción de la teoría gravitatoria de Newton a partir de
la caída de una manzana: nada resultaría del dato empírico, precedido del prejuicio
crítico por los dos mil años de física aristotélica. En lo que sigue nos pareció oportu-
no mantener este criterio, tomando como materia prima (G1) el pensamiento freudia-
no y como instrumentos (G2) los aportes formales de Lacan.
En nuestro texto Lacan, el bárbaro, que comenzamos con una frase de Don Miguel
de Unamuno de “Contra esto y aquello”, en el que encontramos aún más ceñida la
idea de la participación de Lacan en la formulación del objeto formal abstracto de la
teoría psicoanalítica. Esta frase reza: “Bárbaro es el que irrumpe en un campo desde
otro campo con otras preocupaciones, otra visión y otro sentimiento de la vida”.
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Así vemos grupos llamados freudianos a ultranza que, abroquelados tras una sorda
resistencia, consideran las contribuciones de Lacan como fruto de una erística enga-
ñosa, y aquellos que, alineados como lacanianos, consideran las aportaciones fundan-
tes de Freud como la arqueología del pensamiento psicoanalítico. No faltan tampoco
aquellos sincretistas que afirman, sin dudar ni reparar en sensibles diferencias con-
ceptuales, que ambos dicen lo mismo, a reserva de algunos efectos de “traducción”.
Afirma Lacan en “La dirección de la cura”: “Punto en que hacemos notar que pa-
ra manejar algunos conceptos freudianos, la lectura de Freud no podría ser con-
siderada superflua, aunque fuese para aquellos términos que son homónimos de
nociones corrientes”. Acordamos plenamente con su afirmación pues, cuando al-
go nuevo se aprende también se aprende algo viejo, algo que ya estaba en Freud,
algo que mostraba su desenvolvimiento, algo inconcluso, algo inacabado como to-
do lo vivo que trascienda el límite de lo ya vivido. Por el contrario, la lectura de
Lacan nos enfrenta con numerosas dificultades: los textos de los seminarios se
presentan con sensibles defectos de traducción, con desarrollos y conceptos que
fueron luego corregidos y ordenados por Lacan en los escritos en 1966. A su vez,
estos Escritos en sus primeras ediciones mostraban una arquitectura adecuada con
el ordenamiento de sus conceptos y que quedaría alegóricamente representada por
un arco donde el primer apoyo sería “El estadio del espejo”, el otro apoyo “La
subversión del sujeto” y la piedra clave de distribución de cargos, “Función y
campo...”. Con ello se aseguraba la continuidad al resto de los escritos.
Completaba esta configuración un prefacio: “De nuestros antecedentes”, y la cerra-
PRAXIS
Función y Campo
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La enseñanza
“Lo que nos ha decidido a esto es una carencia de la teoría sumada a un número de
abusos en su transmisión, que, por no carecer de peligro para la praxis misma, re -
sultan tanto la una como los otros en una ausencia total de estatuto científico.”
J. Lacan, La subversión del sujeto.
* En La fenomenología del espíritu de Hegel, el Saber en su riqueza plenaria es inmanente al Ser; vale
decir, es un saber que no se sabe, y se hace consciente como consecuencia de reconocerse en el mundo en
virtud de lo que Hegel llama “Aufhebung”, un modo de hacer consciente un Saber pleno eterno e incons-
ciente en cada Ser.
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cia para sostener auténticamente una práctica se reduce, como es corriente en la his-
toria de los hombres, al ejercicio de un poder”, nos es inevitable concluir de ello que
es el poder el que se nutre de ese desconocimiento que propicia con la reproducción
de esas condiciones de producción. Solo esto justifica los veinte siglos de oscuridad
sobre la ciencia, desde la fisica de Aristóteles a la mecánica de Newton, hasta que és-
te, al escribir las ecuaciones que abstraen la caída de los cuerpos, da lugar al adveni-
miento de la ciencia moderna.
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en tal sentido: “Esta pasión del significante se convierte entonces en una dimensión
nueva de la condición humana, en cuanto que no es únicamente el hombre quien ha-
bla sino que en el hombre y por el hombre ‘eso’habla, y su naturaleza resulta tejida
por efectos donde se encuentra la estructura del lenguaje, del cual él se convierte en
la materia, y por eso resuena en él más allá de todo lo que pudo concebir la psicolo-
gía de las ideas, la relación de la palabra”.
No pudimos resistir al impulso de transcribir estas líneas que, además de ser un ex-
plícito homenaje a Freud, nos indican el camino de su enseñanza. De este discurso,
con el que de buena gana acordamos, se sigue que de todas las ciencias del hombre
que Freud consideraba propias de una Universidad ideal para la enseñanza del psi-
coanálisis, no podrían separarse la experiencia personal e intransferible del propio
análisis y la materia misma que constituye su letra: la palabra, en las ciencias del len-
guaje.
Dando por sentado que la materia prima (G1) de toda elaboración teórica sobre la
teoría psicoanalítica no puede ser otra que el pensamiento freudiano, trataremos de
presentar una sintética visión de la instrumentación debida a lo que hemos llamado
la “irrupción bárbara de J. Lacan”.
Topología y lingüística
Tratando de hacer nítidas algunas de las líneas de pensamiento que convergen en los
desarrollos de Lacan, nos hemos encontrado con que, si bien la procedencia es co-
rrecta, el uso que hace de ellas se ajusta más a la necesidad de coherencia teórica que
a los desarrollos mismos de esas ideas. Sobre todo advertimos esto en relación con
la lingüística, a la cual algunas forzaduras, necesarias a su texto, la convirtieron, se-
gún sus palabras, en:
“lingüistería”. En cuanto a la topología, Lacan conserva su idea central, y con esca-
sas formulaciones. Un notable psicoanalista arriesgó llamarla “topologistería”. No-
sotros, en otro texto preferimos denominarla: “espacio de configuración”. Con res-
pecto al uso del lenguaje, y a propósito del término””nuliviedad” (algo no visto en
la visión, a diferencia de invisibilidad), Lacan alude al vocabulario de Roget (que
procede de la utopía semiológica del obispo Wilkins); en el seminario de “La carta
robada” hace una referencia a J. L. Borges y su artículo “El idioma analítico de John
Wilkins”. “La misma a la que el señor J. L. Borges en su obra tan armónica con el
phylum de nuestro discurso concede un honor que otros reducen a sus justas propor -
ciones” (Escritos II, Primera edición en castellano, Nota 7, pág 23). Aquí vemos que
Lacan recurre a su poética en la construcción de sus algoritmos, ya que vincula a Pe-
ter Mark Roget (1779-1869), físico y filólogo renombrado por su obra Thesauros of
english words and phrases (1852), y no a la criatura poética, a quien Borges le arro-
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ga la contrahechura del Ars Magna, de Raimundo Llullio. Así también las fórmulas
de la metáfora y la metonimia que desarrolla en “Instancia de la letra en el incons-
ciente” son más propias de “Sentido y referencia”1, capítulo de Estudios sobre se -
mántica, de G. Frege, que del algoritmo de Saussure (págs.: 200 y 201 de la prime-
ra edición de los Escritos de Lacan en español).
Encontrar las líneas que sitúan la posición de Lacan, a veces rigurosamente científi-
cas y otras completamente poéticas (sin desmedro por eso de su rigor), es ardua ta-
rea sin la indicación que en el seminario citado da con relación a Dupin: “Así, aún
cuando las frases de Dupin no nos aconsejaran tan maliciosamente no fiarnos de
ellas, tendríamos que intentarlo contra la tentación contraria. Busquemos la pista de
su huella, allí donde nos despista”.
Se observa aquí cómo, en el plano cuya indeterminación está dada por los infinitos
pares integrados por las variables (producto cartesiano de las variables), la gráfica se-
lecciona de la multiplicidad aquellos que pertenecen a su recorrido. Así es como re-
suelve Frege la cuestión del significado en “La plurisemia del significante”. Constru-
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Referencias Recorrido
Argumentos
Vegetal
Fruto
Tomate Sx
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todo, de lo cual hay múltiples ejemplos, tales como: “Una regata de diez velas”, “Un
ejército de mil fusiles” o “Los volantes salieron a la pista”, etcétera.
Vegetal Tembloroso
TOMATE Rojo
La lógica y la topología
Este desarrollo que conduce a la metáfora y a la metonimia y que no corresponde es-
trictamente a las escuelas lingüísticas modernas denuncia su procedencia en un capí-
tulo del seminario Aún, designado como: “AJacobson”. En él, dice Lacan: “aquí, la
lógica de Port Royal, evocada el otro día en la exposición de Françoise Reccanatí,
podría ayudarnos. El signo, dice esta lógica —siempre maravillan esos decires que
se cargan de peso, a veces mucho después de ser emitidos—, es lo que se define por
la disyunción de dos sustancias que no tienen ninguna parte en común, a saber, lo que
en nuestros días llamamos intersecciónl*.
Vg.:
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2 3 2 S s S
x = o x =
3 5 5 s S’ S’
Esta definición muestra el carácter de signo propio de la sinécdoque, que vuelve uní-
voca la articulación significante-significado y que hemos graficado como una inter-
sección. En el caso que nosotros hemos desarrollado (el de la metáfora partir de una
doble sinécdoque Generalizante-particularizante) se verifica la expresión en la forma
usada en “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” para
la metáfora paterna y que suscribe el uso que Lacan hace de dicha forma en la mis-
ma página en la que trae a consideración la lógica de Port-Royal ** citada más arri-
ba.
El agente El otro
.
La verdad La producción
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Sigamos con la topología. ¿Qué exige el salto de las geometrías tradicionales a la to-
pológica? Cierta declinación de la intuición geométrica, cierto límite vicariante de la
geometría, cierta imposibilidad de representar nociones o conceptos, puesto que las
condiciones que impone el espacio obliga al pensamiento a cubrirlos con un artificio.
Dice Lacan, cuando construye el losange (<> ) de una lógica dialéctica que compro-
mete en simultaneidad la conjunción y la disyunción de los conectores lógicos “y”,
y “o”. “¡Cuidado! Son soportes, sostenes para nuestro pensamiento, que no dejan de
ser artificiales; pero no hay topología que no requiera sostenerse en un artificio. Ese
es precisamente el resultado de que el sujeto depende del significante o, en otras pa-
labras, de una cierta impotencia de nuestro pensamiento” (Los cuatro conceptos,
Seix Barral, pág. 215). Creemos que el uso que le da Lacan, hay más de artifcio que
de topológico, y bien está así, ya que más allá del empleo que hace de la topología,
que por otra parte es coherente, delata la impotencia del pensamiento. Por la angus-
tia que suscita en unos y por el deseo de poder en otros, se ha llevado el desarrollo de es-
tos temas más allá de lo conveniente y necesario, tratando de resolver, recubriéndola, la
cortadura que denuncia, desoyendo, como de costumbre la palabra de Lacan: “Por eso
llevamos de buen grado a los que nos siguen a los lugares donde la lógica se desconcier-
ta por la disyunción que estalla de lo imaginario a lo simbólico, no para complacernos en
las paradojas que allí se engendran ni en ninguna pretendida crisis del pensamiento, sino
para reducir por el contrario su falso brillo a la hiancia que designan, siempre para noso-
tros muy simplemente edificante, y sobre todo para tratar de forjar en ellos el método de
una especie de cálculo cuyo secreto sería revelado por la inadecuación como tal” (“La
subversión del sujeto”, Escritos 1, pág 332, primera edición).
Lo mismo acontece en forma más sofisticada con la banda de Moebius, que transforma
en unilátera una banda circular de dos superficies, con sólo cortarla y unirla, luego del
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corte, invirtiendo sus caras. Claro que esta operación sólo es posible si se la ejecuta en
el espacio de tres dimensiones. Si tratáramos de hacer lo mismo con un cuerpo, por
ejemplo un toro (cuerpo geométrico de revolución, que es como un anillo hueco, lo que
se da en la práctica en los neumáticos), vale decir si intentamos dar continuidad a la su-
perficie interior (donde está contenido el aire), en este caso con la superficie exterior, ve-
ríamos imposibilitado nuestro objetivo, ya que, tratándose de cuerpos y por ende de tres
dimensiones, su resolución requeriría de un espacio de más de tres. Este ejemplo, sin
más, lo utiliza Lacan para mostrar el infranqueable paso del inconsciente y para alojar,
en el nudo que supondría su sutura, al deseo. Esta es otra de las aplicaciones que hace
Lacan de la topología en relación con los temas freudianos. Pese a que este sea sólo el
efecto alcanzado (lo imposible de la resolución y la evidencia de la inadecuación busca-
da), no hace falta buscar mucho para encontrar cientos de páginas, numerosas elabora-
ciones, algunas anexadas a los seminarios de Lacan, buscando solución al problema. A
veces es preferible un instalador práctico a un teórico no siempre mal intencionado.
En cuanto a otro tipo de funciones, es evidente ver el beneficio de la concepción topo-
lógica. Por ejemplo, para la anatomía (intuición geométrica), el corazón está situado en-
tre los pulmones. Para la fisiología, en el fenómeno de hematosis, es el pulmón el que
queda colocado entre los corazones. Es obvio que el torrente sanguíneo sale de un cora-
zón, pasa al pulmón donde se oxigena y luego al otro corazón que lo impulsa, para pro-
seguir su camino en su función vital. Es claro que esta lectura es relativa a una función
y como tal, a un lugar y no a un sitio. Es necesario precisar esta diferencia, por ejemplo
en relación con la noción de acto que aparece en Freud cuando alude al “acto psíquico”,
no siempre interpretada en su justo valor. Partamos, entonces, de esa diferencia: si me
preguntan ¿en qué lugar vives?, respondería: en mi casa. Entonces mi interlocutor insis-
tiría: ¿Pero en qué sitio? o ¿ Dónde está situada? Entonces ya no tendría más remedio
que dar sus coordenadas geográficas, calle y número. Aún hay más en este ejemplo, en
la supuesta conversación (habitualmente no somos tan sofisticados). Cuando afirmo:
allí, ya no remito sólo al sitio mentado en tal conversación, sino al momento o lugar de
la misma.
Si este ejemplo permite mostrar la diferencia entre un locus y un situs, vale decir entre
un lugar y un sitio, pasemos a la noción de acto, definiéndola: “Acto es el tiempo en el
cual un locus deviene situs” o, en términos más simples, “Acto es el modo por el cual un
lugar deviene sitio”.
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Al finalizar este artículo comprobamos que en él hay cierto inacabamiento cierto re-
corte en nuestras aspiraciones de dar una idea completa de los muchos aspectos del
tratamiento teórico que ha dado Lacan a los conceptos freudianos. En todo caso hay
un camino por andar, ya que aquí también sujetos al goce no todo puede ser dicho.
De todos modos y aun siendo necesaria la perspectiva del tiempo para rescatar el pensa-
miento de Freud de los desvíos de su tiempo, conllevará reconocer en ello la vivificante
irrupción bárbara de Jacques Lacan.
Descriptores:
escritura / ciencia / verdad / saber / lingüística / significante / significado / topología /
metáfora / metonimia / sinécdoque.
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UN INQUIETANTE EPISTEMOLOGICO:
DIALOGO ENTRE DISCIPLINAS
Paulo Luis Rosa Sousa, Agemir Bavaresco y
Flavio Martinez de Oliveira 1
Resumen
El escenario epistemológico actual se presenta en un clima de desasosiego, bajo la
presión de un cambio paradigmático emergente. Uno de los fenómenos observables
en la crisis del paradigma de la modernidad es lo que se acordó llamar disciplina -
ridad, acompañada de variados prefijos, multi, inter, trans, los más frecuentes. La
metáfora “disciplinaridad” designa a los diferentes diálogos que los sujetos adheri -
dos a sus disciplinas intentan establecer. Este interés por los modelos de análisis de
la realidad utilizados por sujetos de campos ajenos al nuestro, trae la esperanza de
alcanzar nuevos, variados y más complejos sistemas de investigación. Si estamos
frente a un paradigma emergente, como parece, tenemos también presente la preca -
riedad de la epistemología que lo examina. Ubicándose en una propuesta transdis -
ciplinaria, como siendo la que se encuentra entre, a través y más allá de las disci -
plinas convencionales, los autores formalizan un intento de diálogo teológico-diná -
mico, tomando como base empírica la vida de San Ignacio de Loyola, caracterizada
por múltiples visiones y un fuerte misticismo. Partiendo de los tres puntos básicos de
la transdisciplinaridad —realidad de variados niveles simultáneos, lógica del tercer
término incluido y el concepto de complejidad— se formuló la hipótesis de que las
metáforas oriundas de cada disciplina pueden configurarse como elementos estraté -
gicos para el análisis del nivel de diálogo entre disciplinas. El estudio muestra que
metáforas como “misticismo catafáctico”, “contemplación infusa”, “sentimiento
oceánico”, entre muchas otras, pueden sufrir graves daños en su sentido original, al
pasar del campo de una disciplina a otro. El riesgo del mal uso de los valores meta -
fóricos específicos es permanente y puede poner a los dialogantes en el lugar de ino -
centes epistemológicos o de impostores intelectuales. Es un riesgo asociado al emer -
gente paradigma post-moderno, que tiene como proyecto mayor no sólo el avance
del conocimiento sino la expansión de la solidaridad y de la paz.
Summary
The emerging change in the modern paradigm is probably related to the restlessness
observable in the present epistemological scenario. One of the phenomena of the cri -
sis of the paradigm of Modernity is the so called disciplinarity and its common pre -
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Introducción
Existe un desasosiego epistemológico. Para enfrentarlo no basta con imaginarnos un
continuum en el lugar donde antes se veían claras fronteras conceptuales o medicio-
nes de efectos bien definidas. Igualmente, no alcanza con cambiar someramente una
forma de ver que antes separaba externo e interno, y ahora pasa a utilizar metafóri-
camente la topología de Moebius, o mirar hacia donde teníamos demarcaciones en-
tre disciplinas, para “verlas dialogar”, y llamemos a eso multi o poli o inter o trans-
disciplinaridad, o, inclusive, cuando nos agobia nuestra ignorancia, utilizar metáfo-
ras sedantes transportadas, “avaladas”, por el Teorema de Gödel u otro cualquiera
que “matematice” nuestras incompletudes.
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visitado, con el ansia tomada del bio-antropólogo, que descubre en el deyecto la me-
sa del sujeto.
Con este espíritu epistemológico inquieto por lo que se nos presenta como cambios
hacia un paradigma post-moderno, veamos algunos de los paisajes epistemológicos
actuales y ciertas indagaciones que ellos despiertan, en lo posible ensayando respues-
tas.
Por supuesto que disciplinas son entes teóricos, constructos, que, de por sí, son pri-
vados del habla, aunque constituidos por palabras (y sentidos) que nosotros mismos
les atribuimos. Si, como suele ocurrir con el pasar del tiempo, vemos aparecer un ha-
blar autónomo en la “boca” de la disciplina, es por cuenta de la fuerza de nuestros
mecanismos proyectivos que damos lugar a la misteriosa voz (y con ello nos ahorra-
mos el trabajo de una permanente argumentación en defensa de las ideas-dominios
que defendemos). De cierta manera, nuestras disciplinas queridas son como los mu-
ñecos del ventrílocuo, o sea, al comienzo nosotros los creamos y hacemos hablar y,
con el tiempo, ellos, muñecos, empiezan a hacernos hablar, sin que nos demos cuen-
ta que ha nacido en ellos una personalidad propia. Un determinante de esta sospecho-
sa autonomía es la demanda del público, que “quiere oír al muñeco” ya sin preocu-
parse por el antiguo “master”. Si empezamos como su maestro, nuestra hegemonía
tiende a debilitarse paulatinamente, hasta que la voz del muñeco (disciplina) puede
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tomar los hilos del discurso. Ocurre como que una delegación imperceptible de nues-
tro propio discurso.
Transdisciplinaridad, ¿en qué difiere del nivel anterior? Los integrantes de CIRET,
el Centro Francés de Investigaciones Transdisciplinarias (CIRET/UNESCO, 1997),
defienden que este tercer nivel identifica lo que ocurre entre, a través y más allá de
las disciplinas. Por lo tanto, este nivel sería el diálogo verdaderamente radical y que
sólo ocurriría en vigencia de una ruptura de los paradigmas dominantes en la moder-
nidad. ¿Estaríamos aquí ante un indagar, epistemológicamente inquieto, que busque
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precisar el uso, efectos y destinos a que llevan estas metáforas espaciales: (a) ¿qué
existe entre las disciplinas en tiempos “normales” (en sentido kuhniano) y en tiem-
pos de intentos (¿pre-revolucionarios?) de diálogo? ¿Qué espacio intersticial, inter -
disciplinario es ése, cuáles son sus límites, sus contenidos, su dinámica?; (b) ¿cómo
se define, epistemológicamente, el espacio intradisciplinario y qué quiere decir un
recorrido a través de una disciplina? ¿Se la puede recorrer de una frontera a otra, co-
mo de Norte a Sur ? ¿Hay “centros geográficos” y marginalidades o lugares fronte-
rizos, adentro de las disciplinas? Son dinámicas iguales o distintas en el centro o en
el margen?; (c) Y el más allá de las disciplinas, ¿es la disolución disciplinaria?, ¿se-
rá un nuevo espacio no-disciplinario, o, radical y completamente, un amalgama epis-
temológico con n paradigmas ensamblados? ¿Cómo tornar operativo ese ensambla-
je? ¿Cómo someterlo a pruebas empíricas, si es necesario? ¿Es este amalgama disci-
plinario un ideal, y como tal, inalcanzable?
Estas palabras introductorias nos fueron acercando a los propósitos de esta comuni-
cación. En lo que sigue queremos centrarnos en la epistemología de las disciplinari-
dades, de modo de precisar y ejemplificar lo que se puede querer decir con los pre-
fijos multi-inter-trans-in, cuando se los agregamos a los diálogos de nuestras disci-
plinas preferidas. Vamos a intentar mantenernos como teóricos críticos, recorriendo
los tópicos siguientes: (a) características actuales del paradigma occidental dominan-
te y de sus falencias-expiraciones; (b) elementos para una epistemología transdisci-
plinaria; (c) análisis contrastante del paradigma dominante y el paradigma emergen-
te, cuando es observado en un intento de diálogo entre Teología y Psicoanálisis; (d)
la cuestión de las metáforas y los efectos de su uso para decir el conocimiento.
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parte del discurso y cuáles serán rechazadas, siendo que estas dos operaciones —se-
lección-rechazo— tienen objetivos, dinámicas y consecuencias distintas. Pero los pa-
radigmas son algo más. Ellos tienen (es decir, nosotros) la capacidad, generalmente
ocultada en parte, de apuntar también cuáles operaciones lógicas serán privilegiadas
y cuáles dejadas de lado, en el examen de la realidad. Por ejemplo, el paradigma de
la modernidad pone el énfasis en la disyunción o sectorialización de la realidad, y
más, rechaza toda perspectiva antinómica, de conjunción. Una consecuencia de esto
es el fuerte impulso de la super-especialización, todavía demasiado vivo. Se acom-
paña tal impulso de un rechazo, más o menos evidente, de las tendencias multi-inter-
transdisciplinarias, digamos, reales. Estos son términos de moda, pero todavía están
poco comprendidos teóricamente y poco explorados prácticamente. O sea, nuestro
status quo epistemológico desconfía, sospecha de estas novedades.
¿De dónde vienen tales desconfianzas? Vivimos el tiempo del Big Science. La mera
nominación de científico sacude a los oídos de todos. Y esto viene de largo tiempo,
o sea, “el modelo de racionalidad que preside a la ciencia moderna se constituyó a
partir de la revolución científica del siglo XVI y fue desarrollado en los siglos si-
guientes, básicamente en el dominio de las ciencias naturales ... [pero] ... es sólo en
el siglo XIX que este modelo de racionalidad se extiende a las ciencias sociales emer-
gentes ... [como] ... un modelo global (es decir, occidental) de racionalidad científi-
ca ... que se defiende ostensiblemente de dos formas de conocimiento no científico:
el sentido común y las llamadas humanidades (en que se incluirían, entre otros, los
estudios históricos, filológicos, jurídicos, literarios, filosóficos y teológicos) (Sousa
Santos (2000, p.60-1, itálicas nuestras). El impulso dominador, dictatorial del nuevo
paradigma moderno se hace ostensible en la demarcación de terrenos entre lo que es
científico (sigue sus normas) y lo que no es científico (no sigue ni su epistemología
ni su metodología). ¿De dónde proviene tanta fuerza? De la física y la astronomía,
con el heliocentrismo copernicano, las órbitas keplerianas, el orden cósmico newto-
niano y sus influencias sobre las resplandecientes filosofías de Bacon y Descartes
(Sousa Santos, 2000, p.61). Se concebía así una modalidad uniforme de conocimien-
to, entendida como la verdadera, ya que era una nueva forma de Weltanschauung y
del mismo vivir, que rompía con el paradigma anterior medieval. Empieza la lucha
contra el dogmatismo y la autoridad que dominaban el conocimiento del sentido co-
mún de entonces, lo que llevó a una completa separación entre la naturaleza y el su-
jeto humano. Es la consagración de la certeza de la experiencia ordenada sobre la in-
certidumbre de la racionalidad entregada a sí misma. La importancia de las matemá-
ticas para la observación y experimentación fue decisiva en este momento de las
ciencias, ya que permitió mejores análisis y una más clara lógica de investigación.
Pero una consecuencia de la visión matemática fue que, por una forma de metonimia
de los discursos científicos, ”conocer pasó a significar cuantificar” (Sousa Santos,
2000, p.63, itálicas nuestras). La cuestión es, entonces, medir. Hay, todavía, otra
cuestión: la necesidad de simplificar. Toda la ciencia moderna se fundamenta en la
condición de reducir en todo lo posible la complejidad. Para conocer es necesario di-
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vidir y clasificar, para entonces establecer las relaciones entre las partes que separa-
mos. Primordialmente, dicha división se hace entre lo que se llamará “condiciones
iniciales” (dominio de lo complejo, de lo accidental) y “leyes de la naturaleza” (to -
pos de la simplicidad, regularidad). Tal distinción entre condiciones iniciales y leyes
naturales, entretanto, “nada tiene de ‘natural’[...] es, en verdad, completamente arbi-
traria”, una afirmativa fundamental de Wigner (1970, p.3), apoyada por Sousa San-
tos (2000, p. 63), que, como hemos puesto el acento, se hizo la base de la ciencia de
la modernidad. “Las leyes de la ciencia moderna son un tipo de causa formal que pri-
vilegia el cómo funciona de las cosas en detrimento de cuál es el agente o cuál el fin
de las cosas. Es por esta vía que el conocimiento científico rompe con el conocimien-
to del sentido común [en el cual] causa e intención conviven sin problema [mientras]
en la ciencia la determinación de la causa formal se obtiene ignorando la intención”
(Sousa Santos, 2000, p.64).
Lo que la vertiente marginal vino a introducir como elemento específico fue la no-
ción de que toda manifestación humana es subjetiva, es decir, no alcanza la descrip-
ción exterior de los fenómenos humanos, ya que la misma actitud puede tener varia-
dos sentidos. Todo parecía ganar nueva y muy distinta calidad de investigación, po-
niendo el énfasis en lo subjetivo y lo cualitativo, pero el reciente alerta de Sousa San-
tos (2000. p.67) es muy pertinente al respecto, cuando advierte que el modelo último
es, todavía, más subsidiario del racionalismo positivista a ultranza de lo que nos gus-
taría, pues mantiene la separación naturaleza/ser humano, naturaleza/cultura, ser hu-
mano/ser animal, elementos que han promovido que en el siglo XVIII se pudiera fes-
tejar lo único del ser humano: “... si, por un lado se recusa al condicionamiento bio-
lógico del comportamiento humano, por otro se utilizan argumentos biológicos para
fijar la especificidad del ser humano”. De cualquier manera, el fortalecimiento de la
presencia de la subjetividad en el campo de investigación es, como mínimo, una pri-
mera señal de crisis del paradigma moderno dominante.
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conocer y conocer los problemas del mundo, es necesaria la reforma del pensamiento”
(itálicas nuestras). El sentido de reforma que le atribuye Morin implica el desarrollo de
una aptitud para (1) concebir y percibir lo contextual, (2) concebir el todo y las relacio-
nes recíprocas del todo con las partes y las partes entre sí (es decir, lo global), (3) dar
espacio a lo multidimensional, (4) trabajar con la complejidad. Es necesario, entonces,
para contemplar este conjunto, la formulación de un nuevo paradigma, una nueva for-
ma de pensar. No se trata de reformar un simple programa y sí, un completo paradig-
ma, cuestión que apunta a: (a) en el nivel contextual, el alerta tan conocido cuanto des-
cuidado, de sólo dar por información real lo que viene expreso en su contexto; como
ejemplo, “amor —reflexiona Morin (2000, p.36)—, muda de sentido en el contexto re-
ligioso y en el contexto profano”; (b) en el contexto global, reconocer y dar valor prác-
tico a uno de los principios de Pascal, en sus Pensées (1976, referido por Morin, 2000,
p.37): “siendo todas las cosas causadas y causadoras, ayudadas y ayudantes, mediatas
e inmediatas, y sustentándose todas por una cadena natural e insensible, que une las
más distantes y las más diferentes, considero imposible conocer las partes sin conocer
el todo, ni conocer el todo sin conocer particularmente las partes”. La dicotomía todo-
/partes es sólo mantenida con el sentido de poner en evidencia la forma de inter-in-
fluencias bi-direccionales todo/partes (la sociedad —el todo— está inscripta en el su-
jeto individual y vice-versa); (c) lo multidimensional, con sus múltiples interacciones
multidireccionales, como se ve en el sujeto humano: a la vez bio-psico-socio-afecto-es-
píritu-racional; (d) el conocimiento pertinente debe, por último, enfrentarse con la com-
plejidad, en su sentido de lo que fue tejido junto (de complexus), aquello que es dife-
rente e inseparablemente constitutivo.
No es así casual que Morin (2000, p.43), entre varios otros, habla de una “falsa ra-
cionalidad” que nos llevó a creer en modelos racionales, demasiado abstractos y es-
trictamente unidimensionales. Un ejemplo expresivo fue el resultado práctico de la
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Llegamos al final del siglo con la necesidad de crear nuevos paradigmas de mayor
complejidad y nuevas epistemologías para dar cuenta de los mismos. El campo epis-
temológico tiene novedades que recién empiezan a aflorar y a cobrar status de ma-
yor consistencia. La visión trans-disciplinaria es la gran promesa para el nuevo co-
nocimiento, pero su epistemología es todavía incipiente. Su imperativo es la unidad
del conocimiento, lo que no quiere decir que busquemos al conocimiento único. Al
contrario, la investigación trans-disciplinaria pauta su trabajo por el reconocimiento
de que la Realidad tiene una estructura discontinua, mientras que el modelo unidis-
ciplinario trata, en general, de un fragmento de un único y mismo nivel de Realidad.
Es esta diferencia de pautas de visión de la Realidad que subyace a la radical dife-
rencia entre estos métodos de investigación. Muestra, además, que la trans-discipli-
naridad se ve complementaria a la disciplinaridad, siendo ambas indispensables pa-
ra la puesta en acción del paradigma emergente.
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Pero eso no significa que dicha complejidad del pensamiento sea entendida como “el
pensamiento omnisciente” (Morin, 1998, p.285). Más bien al revés, la complejidad y
su forma de pensar traen a la luz la precariedad, el valor local, el valor en un espacio
y un tiempo específicos de nuestras afirmaciones sobre las realidades.
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Complejo no es completo
A título de base empírica, a continuación examinaremos aspectos de la vida personal
y religiosa de Iñigo de Oñez y Loyola desde una perspectiva dialogal entre teología
y psicoanálisis.
Notas para una epistemología del diálogo entre Teología y Psicoanálisis, a partir de
observaciones sobre la vida de Santo Ignacio de Loyola
Como adolescente, Iñigo era vanidoso y audaz, dado a los galanteos y siempre listo
a cualquier acto de bravura. Adquiere los hábitos de la nobleza y la corte de España
cuando lo envían, mediante una invitación, a la casa del mayordomo de la Reina y
tesorero general del reino de Castilla. El mismo confiesa que en esta época era fuer-
te su deseo vanidoso de conquistar la gloria.
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Empieza entonces un período de grandes penitencias y ayunos, penas estas que bien
pueden ser responsables por los estados alterados de conciencia, con experiencias re-
gresivas alucinatorias, como la visión de la serpiente de muchos ojos, que Ignacio,
finalmente, atribuye a obra del demonio.
Luego de este periodo místico Iñigo empieza los estudios de filosofía y teología, pri-
meramente en Barcelona y después completados en París, hacia donde se dirige en
1529. Ocho años después, 1537, parte hacia Roma con sus compañeros de credo y
recibe del Papa el permiso para la ordenación sacerdotal, que viene a ocurrir en ju-
nio del mismo año, pero en Venecia. En un santuario cercano a la ciudad, Ignacio vie-
ne a tener una de las más poderosas iluminaciones místicas de su vida: él observa al
divino Padre con Cristo cargando su cruz; ambos miran a Ignacio con amor. El Pa-
dre dice al Hijo: “Yo deseo que tú lo tomes como tu siervo”. Y Cristo contesta, diri-
giéndose, entonces, a Ignacio: “Yo deseo que seas mi siervo”. El Padre agrega: “Yo
te seré propicio en Roma”.
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ejerce la Iglesia sobre los reinos. Es de notar la estrecha relación de Iñigo con mu-
chas mujeres que él ha acompañado y orientado, sean ellas de extracción noble, po-
bres o meretrices.
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Estas últimas afirmaciones conducen al respeto que el clínico debe tener para con la
religiosidad del paciente. Desde lo más obvio, la aceptación de la creencia que reve-
la el analizando, en el sentido que estará este en su derecho de sujeto que piensa y
habla de lo que se le ocurra. Pero cabría aquí el alerta para que tal respetuosidad no
sirva como pretexto inconsciente del analista para no interesarse por el contenido ob-
jetivo del discurso religioso, es decir, alertase ante el riesgo de perderse en la busca
de deslindar el contenido de la creencia del paciente.
Existe también el riesgo de que ante el interés por el estudio interdisciplinario, el ana-
lista pueda confundirse en la aplicación clínica del concepto, es decir, confundir la
demarcación epistemológica (en un nivel conceptual, abstracto) del concepto con la
aplicación práctica, clínica, del mismo. Si tal cosa ocurriese se configuraría un “cli-
vaje funcional”, establecido por un oportunismo operatorio, resistencial, de la inves-
tigación de la relación transferencial. Peor todavía, podría alcanzar un nivel más pro-
fundo de “clivaje estructural”, en el cual el analista supone la suficiencia de su pro-
pio análisis como capaz de asegurar el pertinente análisis del paciente, ya no a través
de una denegación (en el clivaje funcional), y queda circunscripto a una elaboración
interpretativa de sus propias creencias infantiles.
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4. Después del período de convalecencia comienzan a surgir para Iñigo los años de
peregrinación. Es la época en que comienza a atacar en su auto-imagen cualquier
punto donde el narcisismo es evidente, movilizando al yo a ejercitarse en el control
de los investimientos libidinales y narcisistas. Es muy probable que las rigurosas
prácticas de ascesis hayan inducido a estados alterados de conciencia, en los cuales
son esperables experiencias alucinatorias (como la de la serpiente de muchos ojos).
Con el tiempo su implacable ascesis va siendo sustituida por una auto-abnegación
más serena, pasando a defender que, de un modo general, los métodos de oración
delineados en los Ejercicios espirituales son suficientes para la formación de sus
compañeros y que, por lo tanto, ya no serían siempre necesarias largas horas de ora-
ción.
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Sin duda, algunos de sus problemas transcurren por lo que tradicionalmente se con-
cibe como patológico, por lo menos en sus períodos más regresivos. Por otro lado,
son expresión de una estructura y un vigor de la organización mental, su capacidad
de traer a examen sus experiencias disruptivas, bajo intensa emotividad y regresión,
manteniendo, aún así, un control racional. Además, su elevado desempeño como lí-
der, director espiritual, legislador, guía y administrador son evidencias propias de la
sofisticación de sus condiciones mentales. Pasemos a los puntos más notables.
1. Su relación con Cristo y con la Trinidad puede ser definida como una forma hu-
milde y amorosamente sierva. Trátase aquí de una modalidad mística predominante-
mente catafáctica, es decir, la que se expresa mediante proposiciones afirmativas de
la religiosidad. Tal forma mística, propone Egan (1984), consiste en “una progresiva
simplificación de la oración, la cual culmina en los elevados niveles de contempla-
ción sacramental. La creciente transparencia de los misterios, imágenes y símbolos
de la historia de la salvación guía al místico a través de la jornada contemplativa ha-
cia una fecundidad transformacional y espiritual” (p.303).
2. Un fenómeno que intriga a Ignacio es la “consolación sin previa causa”, algo que
vino a transformarse en el centro de la religiosidad ignaciana, entendida como un es-
tado de paz, iluminación, serenidad, sin desencadenante inmediato perceptible, mu-
chas veces asociada a las demás expresiones místicas. Es interesante que Ignacio no
tenga demasiada confianza en las manifestaciones extraordinarias. Sabe él que son
un camino para la ilusión y la decepción, y más, que la experiencia mística genuina
es la excepción, no la regla (Rahner, 1977). Podemos advertir en Iñigo que la esen-
cia del fenómeno místico viene acompañada de una “mística secundaria”, es decir, el
conjunto de visiones, locuciones, estigmas, levitaciones e instancias aisladas de arre-
bato e irresistible éxtasis (Egan, 1988). Pero los estudios actuales tienden a destacar
el “fenómeno místico esencial que es la contemplación infusa” (Meissner, 1992,
p.305), lo cual equivale a la orientación fundamental de Ignacio. Conversión, reno-
vada energía, fuerza, coraje, autoridad y paz lo acompañan, condiciones estas que
permiten al insight, el conocimiento, la sabiduría, mientras profundizan la fe, la es-
peranza y el amor (Egan, 1983).
3. ¿Era Iñigo psicótico? La pregunta se nos impone, y la respuesta inicial es que hay
razones para pensarlo así. Entretanto, el análisis interdisciplinario más detenido nos
hace recordar que hubo un precipitante agudo en su vida emocional, que es la herida
en Pamplona. Todo hace pensar que, no obstante el período regresivo que le siguió,
la resolución psíquica del sufrimiento ha satisfecho sus necesidades narcisistas bási-
cas y ha encontrado adecuado refuerzo y soporte en su misión religiosa. Ignacio su-
po, después de un tiempo, sobre todo a partir de los años de estudio, moderar sus es-
crúpulos obsesivos, deviniendo finalmente el líder que fue. William James (1902) ha
sido agudo y certero al respecto: “San Ignacio ha sido un místico, pero su misticis-
mo lo ha hecho seguramente uno de los más poderosos ingenios humanos prácticos
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que hayan vivido” (p.324). El análisis interdisciplinario nos permite todavía afirmar,
con Meissner (1992), si queremos acentuar el aspecto psicótico, que Iñigo “debe ser
visto como psicótico en un sentido diferente y único, forma que la ciencia psiquiátri-
ca todavía no pudo reconocer o explicar. Puede ser menos preconcebido y más pre-
ciso decir que la vida mística de Ignacio ha representado una forma de experiencia
extraordinaria, en los límites de la capacidad humana” (p.325).
Si aún así quisiéramos insistir en la idea de que Iñigo fuera psicótico en el sentido
tradicional del término, ¿eso minaría y destruiría el significado religioso de la expe-
riencia personal y la importancia de sus caminos para la historia religiosa y para la
visión salvífica de la humanidad?
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6. Iñigo se enfrenta no solamente con la regresión y la crisis, sino que todo un nuevo
sistema de valores lo desafía y lo empuja hacia el embate por la integración del yo an-
te un superyó de rara severidad. El sistema de valores es utilizado como función inte-
gradora para el sí-mismo. Paulatinamente se va reorganizando el yo, en la medida en
que los impulsos narcisistas pueden ser investidos significativamente en el sistemas
de valores con sus representaciones internas. Por cierto, este avance en la integración
no excluye un compromiso con las exigencias inconscientes del superyó. Lo que se ve
en Iñigo es un dramático diálogo entre yo y superyó, cuyas temáticas seguirán abier-
tas. Empieza entonces para él una amplia evaluación por obra del yo (y el superyó),
con una activa creación del sistema de valores afines al yo ideal, el cual modifica el
esquema pre-existente de valores del ideal, proceso que cuenta con la acción energi-
zante de la gracia divina (Meissner, 1992). En verdad, es la identificación con Cristo
que viene a ser el soporte del “relleno” masoquista y de la gratificación, tarea por en-
tero al servicio del ideal narcisista y religioso. Sólo muy gradualmente ella deviene
una espiritualidad plena de significado, con una internalización más madura de los va-
lores espirituales relativos al ideal de Cristo. El efecto sustantivo de todo este proce-
so fue el crecimiento interno en el propio yo, con la resultante y progresiva integra-
ción de los impulsos. La disponibilidad del potencial psíquico del yo resultante para
tales funciones de integración y de síntesis, está ya más libre de conflicto.
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por lo que tiene de afirmativo; p.e., “se ve la presencia de Dios al nacer un niño”,
o “al mirar el Cosmos”. Catafáctico se opone a apofáctico, que tiene el sentido de
expresarse por la negativa. Por ejemplo, una teología “negativa” o apofáctica, ve la
presencia de Dios por lo que no se entiende racionalmente, por el misterio (véase
Sousa y Oliveira, 1998-1999). Decir que Ignacio presentase con un misticismo cata -
fáctico, que le estimula la contemplación y el trabajo espiritual y, con ello, alcanza
un impulso transformacional, en sentido psíquico, resulta de interés para el psicoa -
nalista en la medida en que apunta a una particularidad del campo “ilusional” (win -
nicottiano), ya que se muestra “afirmativo”, “productivo” en términos psíquicos. Es
decir, correspondería en el lenguaje psiquiátrico a “sintomatología positiva”, como
se usa para describir la esquizofrenia. Análogamente, el contrapuesto “apofáctico”
correspondería a “síntomas negativos”, p.e., en la esquizofrenia (Gabbard, 2000).
La visión proveniente de la filosofía-teología abre un nuevo campo, ahora transdis -
ciplinario, de indagación en torno a la hipótesis de que, en los fenómenos místicos,
las producciones catafácticas puedan expresar, en lo psíquico, estados más regresi -
vos que las condiciones apofácticas. Estas, contemplando al “negativo”, la presen -
cia por la ausencia presente, implica, en términos psíquicos, mayor elaboración
mental, es decir, estados menos regresivos. Esta nueva hipótesis transdisciplinaria
estaría, de acuerdo a los teóricos del pensamiento complejo, entre, a través y más
allá de las disciplinas dialogantes.
“Contemplación infusa” es una metáfora que está en la sección 2. Fue extraída del
inglés (complicación adicional) “infuse contemplation” (Meissner, 1992, p.305), cu -
ya traducción al español o al portugués es problemática. En inglés, infuse significa
introducir, instilar y se relaciona a infusionism, expresión de la teología que apunta
a la existencia del alma en un estado previo y que es “infundida” en el cuerpo en el
momento de la concepción o del nacimiento. En portugués o español “infusa” tiene
vínculo con “infundir”, introducir, inspirar. En síntesis, la metáfora en cuestión se
refiere a una modalidad profunda de contemplación en la cual el sujeto estaría
abierto a sentimientos caracterizados por una intensa paz, fuerza, energía interior,
condiciones propiciadoras del insight, el conocimiento, acompañados de la profun -
dización de la fe, la esperanza y el amor. Estas consideraciones lingüístico-teológi -
cas proponen al psicoanálisis la observación de un muy particular estado de alma,
cercano a condiciones de sensación-cognición del yo, donde se le requiere la tole -
rancia y la participación en niveles habitualmente desconocidos de la vida cotidia -
na. La apropiación suficientemente ingenua de la metáfora teológica podría llevar
al psicoanálisis a reconocer insospechadas capacidades del yo sin prejuicios ten -
dientes a lo patológico (véase Grotstein, 1996).
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En este caso queremos destacar que Freud utiliza una metáfora de forma “descons -
tructiva”, para preparar el camino para su argumento anti-religioso. En un primer
paso, “reduce” el “sentimiento oceánico” al dicho mucho más “terrestre” del poe -
ta Grabbe, diciendo que se refieren a lo mismo. El segundo paso desconstructivo
consiste en calificar al sentimiento de Rolland como un acto intelectual, lo que le
permitirá completar con su interpretación de lo infantil en el adulto. Leyendo a
Freud nos despierta la sensación de que él avanzó hacia las profundidades mientras
Rolland quedó en la superficie, pero ¿el acto interpretativo de Freud dejaría ya de
ser metáfora? Si Freud dice a su paciente que el sentimiento oceánico que experi -
menta es derivado del desamparo infantil y la nostalgia del padre, este es un acto
“metaforizador” que ve el presente en términos del pasado, lo que, con suerte, pue -
de restablecer la polisemia perdida por el sufrir mental (Borbely, 1998).
Proponemos enteder estas alusiones sobre algunas metáforas del texto como un ac -
to o intento de diálogo entre disciplinas. Nos parece estratégico utilizar las metáfo -
ras como objeto de estudio para ese fin, porque ellas son maleables y pueden sufrir
todo tipo de influencia forzosa de la disciplina por donde circulan: sufren deformacio -
nes, degradaciones (descalificaciones eufémicas, atenuantes), refuerzos (forzando co -
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Pero esta buena intención que tenemos, a veces, al empezar los diálogos, puede ago -
tarse, y prontamente. Hay que reconocer una vez más nuestra inhabilidad para el
diálogo. Es éste un peso por tener en cuenta en estos tiempos de tentativas dialogan -
tes más abiertas, más ambiciosas, menos reactivas, más afectivas.
Hay todavía dos aspectos por señalar sobre las metáforas. Uno de ellos apunta a que
los textos ajenos a nuestras disciplinas puedan ser impropiamente tomados como me-
ras fuentes de metáforas, de tal forma que, al pasar palabras de otros dominios a
nuestros campos, podemos caer en la ilusión de que estamos haciendo inter o trans-
disciplina, alucinando diálogos epistemológicamente consistentes, cuando lo que
ocurrió fue que hemos vaciado las palabras de sus contenidos contextuales, tornán-
dolas solamente “palabras”.
Otro punto de esta cuestión se refiere a que las metáforas puedan ser utilizadas como
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para encubrir ambigüedades excesivas, de tal suerte que queden atenuados puntos de
conflicto o contradicciones que es mejor aclarar.
Aunque “toda palabra es, bien vista, una metáfora”, como acentuó Borges (conferencia
en APA) en un recuerdo de lo que dijo Lugones, hay que tener ese hecho muy presente,
sobre todo si tomamos de otros sus metáforas y las “asimilamos” a lo nuestro. Es gran-
de el riesgo de distanciarnos (o de utilizar eufemismos con ropaje de metáfora) de lo
esencial de aquello que queremos abordar, ya que en la “traducción” o el “transporte”
de la metáfora, valga la redundancia, estaremos, al final del recorrido, empleando metá-
foras de metáforas. Bernardi (1989) y Sousa y Francisco (1990) han insistido en la in-
comensurabilidad de términos teóricos aún dentro del mismo y sólo campo del psicoa-
nálisis, observando que palabras como angustia, pulsión o transferencia no tienen la mis-
ma “medida epistemológica” (son incomensurables) en Freud, en Klein o en Lacan.
Descriptores:
epistemología / transdisciplinariedad / conocimiento / metáforas / post-modernidad.
Referencias
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Resumen
El autor propone inscribir el psicoanálisis en el marco de las ciencias de las prácti -
cas de la intersubjetividad. El método está constituido como un conjunto de modelos
más o menos ajustados, que se agregaron unos a otros. Los modelos son compara -
bles a los relevamientos topográficos construidos a partir de las descripciones del
terreno explorado, y se fueron afinando y complejizando con el desarrollo del psi -
coanálisis. Es necesario respetar la complejidad y precisar nuevas reglas de
refutabilidad, que sean propias del psicoanálisis. El autor propone renunciar a los
valores de adecuación a lo real y recurrir en cambio a valores de objetividad, es
decir que los practicantes se reconocen en el empleo de métodos y modelos comunes.
Lo objetivo es el texto de una observación clínica, que expresa el acto por el cual los
protagonistas (paciente y analista) han producido sentido. La comunidad científica
descubre la ilustración de un modelo que pone en interacción elementos teóricos,
técnicos y clínicos. Cuando es aceptado, el conjunto es reconocido como un modelo
aceptable al que se procura reencontrar en la práctica de cada uno. Aceptar un
modelo no implica refutar otro. Existe un pluralismo de modelos que, al entrar en
pugna, constituye un factor de progreso. La objetividad refleja a la vez un consenso
y divergencias. El reconocimiento de las diferencias valida la utilidad de un consen -
so de base.
El autor agrega que en la clínica no existe una experiencia crucial para establecer
la verdad o falsedad de una hipótesis. El éxito de una teoría se sustenta en su valor
heurístico para la práctica. Las teorías se desarrollan por un reconocimiento induc -
tivo. Ciertas experiencias son realizadas en el marco de un paradigma y otras son
inconciliables con este, que entonces es remplazado por otro, con mayor valor
explicativo, que será el nuevo marco teórico para el desarrollo científico. Así ocurre
con la investigación clínica. La clínica es el terreno en el que se confrontan las con -
strucciones hipotéticas que constituyen nuestros paradigmas. Para ello, la cualidad
de la observación constituye un test de verificación de las teorías. En la investi -
gación el clínico tiene un rol activo para individualizar el hecho observable.
Además, el clínico posee un procedimiento de investigación. Una definición opera -
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Summary
The author intends to record psychoanalysis into the sciences of intersubjectivity
frame.The method is established as a set of models, more o less adapted, which are
added to one another. Models are compared to topographic surveying made from
the explored territories descriptions. They became more complex throughout the
pscychoanalysis development. It is necessary to respect the complexity and to set up
new refutability rules, which must be suitable with psychoanalysis.
The author invites us to give up the values of reality adecuation, and instead to con -
sider objectivity values. It is important that clinicians could join themselves in the
employment of common methods and models. The objective thing is the clinical
observation text, that expresses the action by which the protagonists (analyst and
patient) have produced a meaning.
The scientific community discovers a model illustration, that puts in interaction the -
oretical, technical and clinical elements.
When it is accepted, the whole makes an acceptable model which scientists try to
find it in one ´s own work. Accepting a model doesn´t mean the rejection of another.
Pluralism of models exists, and when these collide a factor of agreement and dis -
agreement is present.
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Pero esta misma práctica se inscribe en una lógica de la intersubjetividad que tiene
en cuenta métodos científicos de naturaleza diferente. La evolución de nuestra com-
prensión de los hallazgos psicoanalíticos durante los últimos cincuenta años ha esta-
do marcada por la creciente consideración de la intersubjetividad. El término inter-
subjetividad se presta actualmente a confusión. Los psicoanalistas están lejos de
entenderse sobre su uso. Aquí lo empleo en su sentido más amplio, es decir, no sólo
como la forma en que un espíritu humano se dirige a otro espíritu, sino también como
la forma en que ambos entran en un proceso de resonancia y de participación en un
pensamiento común. La idea de un método científico de observación está práctica-
mente abandonada, en provecho de una práctica de escucha y de diálogo que toma
en cuenta lo que se produce más allá de los enunciados conscientes. Por lo tanto, se
acentuó la distancia entre la práctica y lo que sería un desarrollo científico. Los psi-
coanalistas continúan debatiendo para saber si “su” ciencia es compatible con las
otras ciencias naturalistas del espíritu, en tanto que el problema que se plantea real-
mente es el de las relaciones de su ciencia con su práctica. Recuerdo aquí la fórmu-
la propuesta por Lacan en 1955: “[El análisis] lejos de estar aislado, ni siquiera ais-
lable, encuentra su lugar en el centro de un vasto movimiento conceptual que en
nuestra época, al reestructurar tantas ciencias impropiamente llamadas ‘sociales’, al
cambiar y reencontrar el sentido de ciertas secciones de la ciencia exacta por exce-
lencia, la matemática, al restaurar las bases de una ciencia de la acción humana, en
tanto ella se funda sobre la conjetura, reclasifica bajo el nombre de ciencias humanas
el cuerpo de las ciencias de la intersubjetividad”. El propósito es doble: inscribir al
psicoanálisis en el marco de las ciencias de las prácticas de la intersubjetividad y pro-
poner la referencia a modelos formales surgidos de la matemática. Considero que
todos los psicoanalistas deberían reencontrarse en el primer término del programa,
sin por eso acordar con el segundo.
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de pensamientos, que permitió dar un sentido al sueño y explicar su función. Más fre-
cuentemente, las escuelas han propuesto técnicas de interpretación que permitieron
establecer miradas clínicas diferentes y modelos teóricos.
Este tipo de proceso evidentemente está más comprometido con la crítica popperi-
ana. Por cierto, las prácticas evolucionan en función de sus efectos; el psicoanalista,
así como el político o el educador, adapta su métodos a los datos de lo real. Pero esto
último es la suma de un conjunto finito de experiencias individuales, casos clínicos,
situación histórica o logro escolar. La generalización estadística reposa sobre una
reducción que libera una variable dependiente (una mejoría sintomática, un efecto
económico o un nivel de rendimiento), un indicador entre otros. Respetar la comple-
jidad sigue siendo el principio de toda acción. Esta sólo puede ser conjetural. Y sin
embargo, los métodos evolucionan en los tres niveles considerados: la teoría, la téc-
nica y la clínica. Y no es razonable sostener la idea de que esta evolución sólo es
cuestión de opiniones y de moda. Por lo tanto, abogar en favor de la cientificidad de
la evolución clínica psicoanalítica toma entonces un sentido preciso: el de definir cri-
terios de refutabilidad propia. Para el psicoanálisis se trata, como para las ciencias
vecinas de la complejidad y de la acción, de precisar nuevas reglas de refutabilidad.
Partamos del principio de que en este campo el método no puede ser validado por sus
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efectos en lo real. ¿Es posible, pues, para hacer esto, dirigirse a la teoría, a la técni-
ca o a la clínica? ¿Sobre qué criterios fundar una validación apoyada en lo real?
Adelantaré la idea de que, si debemos renunciar a valores de adecuación a lo real
(valores de verdad), nos es necesario recurrir a valores de objetividad, es decir, al
hecho de que los practicantes, colectivamente, se reconocen en el empleo de méto-
dos y modelos comunes.
Estos por lo tanto aprehenden un texto al que se trata no de interpretar, sino de hacer
jugar dentro de su modo habitual de pensamiento. La respuesta de estos puede ser
negativa, porque la innovación clínica les parece nula, sea porque la técnica es ina-
ceptable, sea porque la teoría es inconciliable con el marco reconocido. Cuando la
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Como ya lo hemos dicho, este juego entre consensos y diversidades de los modelos
no es específico del psicoanálisis. Encontramos este tipo de proceso en el conjunto
de las llamadas ciencias humanas. Las ciencias de las prácticas humanas obedecen a
las mismas reglas. Por cierto, merecen la crítica que les ha dirigido K. Popper, pero
esto no significa que ellas estén privadas de toda racionalidad. Esta pasa por un
movimiento dialéctico entre la identificación del consenso y la de las diferencias que
alimentan el debate alrededor de la práctica.
Pero, en otro nivel, el problema planteado aquí no deja de tener interés para la
psiquiatría en general. La lógica de la presentación clínica obedece a dos reglas
diferentes; una es objetivante, reúne el estudio naturalista de los hechos, y la otra
está comprometida en una cierta intersubjetividad. La primera se inscribe en la lóg-
ica médica, la segunda se desprende de ella y se inscribe en el debate permanente
entre los modelos en el campo de la intersubjetividad. También hay que tener en
cuenta el hecho de que la práctica psicoanalítica se inscribe, en gran medida, en el
campo de la salud mental, y que desde este punto de vista ofrece a los marcos
metodológicos de la psiquiatría una apertura a la intersubjetividad que implica una
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Debemos reconocer que en clínica no existe una experiencia crucial que nos permita
establecer la verdad o la falsedad de una hipótesis. Cada construcción teórica explica
una parte de los hechos observables. El éxito de una hipótesis no se basa en la
demostración de una prueba sino en un progresivo proceso de persuasión. El éxito de
una teoría se sustenta en su valor heurístico para la práctica. Las teorías se desarrollan
por un razonamiento inductivo. Por supuesto que este modo de legitimización cientí-
fica corre el riesgo de provocar escepticismo entre los practicantes de las ciencias
exactas. ¿El consenso de los clínicos no es un efecto de la moda, un reflejo de las prác-
ticas o de las ideologías? Estas críticas están parcialmente justificadas, pero Kuhn ha
mostrado adecuadamente que un proceso similar se encuentra en todas las ciencias.
Una hipótesis particularmente heurística se mantiene en la medida en que un gran
número de observaciones empíricas son conciliables con ella. Ciertas experiencias son
realizadas en el marco de este paradigma, y luego un cierto número de hechos apare-
cen inconciliables con éste. Es entonces que se propone un nuevo paradigma, que
implica un mayor valor explicativo y constituye a su vez el marco teórico en el cual
se inscribirá el desarrollo científico. Este es el modelo que encontramos en la investi-
gación clínica. Los clínicos trabajan dentro de un cierto paradigma, por ejemplo, la
teoría freudiana de las neurosis, o la del dualismo “depresión endógena versus depre-
sión reactiva”. Luego aparecen ciertos datos que son incompatibles con este marco
teórico; entonces se propone un nuevo marco, una disyunción radical entre conversión
somática y estado ansioso y fóbico-obsesivo, o por el contrario la unicidad del marco
de las depresiones. Esto no quiere decir que la teoría precedente sea falsa, sino que se
considera, con razón o sin ella, que tiene un alcance explicativo menor que la nueva.
De este modo la clínica, tanto en el plano semiológico como por todos los sistemas
de clasificación que utiliza, es el terreno de experiencia en el que se confrontan las
construcciones hipotéticas que constituyen nuestros paradigmas. Hablar de ansiedad
o de agresividad es trabajar en el marco de uno de estos paradigmas.
Pero darle a la práctica clínica este valor de verificación frente a las teorías no nos
dispensa de interrogarnos sobre los criterios de validez de la observación clínica, en
tanto modo de verificación de una hipótesis. ¿Cuáles son las condiciones que debe
cumplir la investigación clínica para pretender validar o invalidar la utilidad de una
nueva construcción teórica?
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