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Catecumenado de Adultos.

Sacramentos de iniciación

Tema 1
JESÚS HISTÓRICO

Hubo un hombre maravilloso, en un pueblo singular, a comienzo del


siglo. Una curiosidad legítima en el buen cristiano es determinar los datos
objetivos sobre la figura histórica de Jesús. Siempre los hechos terrenos
del Señor han sido fuente de inspiración catequística y por eso es bueno
mirarlos, usarlos y documentarse al respecto. Interesa saber quién era esta
figura tan importante en la Historia, en la Arqueología o en la Sociología.

Tenemos que persuadirnos de Jesús fue un hombre real, no un mito. No


es figura religiosa envuelta en nubes de leyenda, al igual que acontece con
Buda, siete siglos antes, o con Mahoma, seis siglos después

1. El Jesús Histórico.

Es frecuente entre los teólogos dejarse llevar por la inquietud


arqueológica y científica de separa lo que en Jesús hay de hecho religioso,
al cual se debe acceder fundamentalmente por la fe, y lo que hay de
personaje histórico, al que se debe acceder en la medida de lo posible por
la historia rigurosa y por la crítica documental exhaustiva.

Gustan los historiadores y los teólogos, sobre todo si se hallan


excesivamente influidos por la teología crítica radical de ascendencia
protestante del siglo XIX (Bruno Bauer, Albert Kalthoff, Harnak, etc.)
diferenciar entre el Cristo de la fe y el Jesús de la Historia. Pero si miramos
a Jesús sólo como figura de la Historia no llegamos al verdadero Cristo de
la fe. Jesús fue un hombre real.

Pero los creyentes vemos a Dios en ese hombre concreto que surgió en
un país y en un tiempo determinado.

Esto no es incompatible con el perfil terreno de un hombre que apareció


en Nazareth, que predicó un mensaje vinculado al judaísmo en Palestina,
que murió crucificado en Jerusalén E! creyente debe resaltar su perfil
verdaderamente divino, trascendente, misterioso. Es el evangélico y el
centro de la catequesis. Pero no puede ignorar la dimensión humana de
Cristo.

Sólo desde ella se llega a la realidad total de su persona divina,


encarnada en la naturaleza humana, y de su mensaje, inexplicable si no es
desde la proclamación en medio de un pueblo, emblema de toda la
humanidad, y en un momento concreto de la Historia, reflejo de todos los
tiempos humanos.

2. Verdadera figura histórica.

A esta sintonía humano-divina hay que responder en la catequesis. Hay


que partir de la afirmación categórica de la existencia concreta y terrena de
Jesús. Es un personaje real como otros de la Historia. Sobre ella hay más
o menos datos, no muchos, demostrables con las más rigurosas
exigencias de la cronología y geografía; pero son suficientes para pensar
que no se trata de una suposición o idealización posterior de los cristianos
receptores de su mensaje.

Jesús fue un hombre que se presentó como maestro o predicador


ambulante, independiente del Templo de Jerusalén, al que acudía como
buen israelita. Llamó la atención de la gente con sus hechos milagrosos y
con sus dichos valientes, proféticos y coherentes.

Al margen de los que recogieron los testigos directos o indirectos, que


luego escribieron los Evangelios o redactaron cartas sobre su doctrina, hay
sospechas de que existieron otros muchos que no han llegado a nosotros
con nitidez, pero que laten en escritos no inspirados o en tradiciones de
los primeros tiempos.

Los que han llegado son suficientes para pensar en su existencia real,
con más garantías técnicas que las referencias de otros personajes
antiguos. Incluso, podemos afirmar con contundencia que de pocos
personajes antiguos quedan tantos testimonios tan inmediatos en el
tiempo y en el lugar al protagonista del que hablan como acontece de
Jesús. Sólo algunos emperadores o reyes, documentados por cortesanos
y cronistas, han tenido semejante número de referencias sobre su itinerario
humano o sus hazañas.

La existencia histórica de Jesús se halla recogida con claridad por los


autores cristianos desde el siglo I.

Además de los evangelistas y de los Apóstoles que escribieron cartas o


de comunidades que redactaron cánones eucarísticos o plegarias alusivas
a su figura divina y humana, otros escritores hablaron de El. Hay algunos
testimonios rigurosamente claros entre algunos escritores "paganos", es
decir no cristianos ni judíos.

Ciertamente no son muchos, pues fuera del rincón de Palestina, apenas


si los cristianos fueron conocidos en los primeros decenios que siguieron
a la muerte del Maestro. Incluso entre los judíos de Jerusalén no fueron
mirados sino como un grupo religioso más de los que pulularon por todas
las provincias y regiones del pueblo.

Evidentemente el "profeta de Nazareth", una vez crucificado, pasó de


momento desapercibido y fueron pocos los que hablaron de El, fuera de
las comunidades de sus seguidores, que le permanecieron fieles y fueron
aumentando irresistiblemente en número y en lugares diferentes.

Entre los escritores paganos que aluden a Jesús, citamos los siguientes:

Tácito (55-125) Refiere en sus "Anales", alrededor del año 116, la cruel
persecución que sufrieron en Roma los cristianos bajo el emperador Nerón.
Con este motivo habla del fundador de la secta cristiana: "El creador de
este nombre, Cristo, había sido ejecutado por el Procurador Pondo Pilato
durante el reinado del emperador Tiberio" (Annales XV. 44)

Suetonio (69-140). Fue literato y secretario de la casa imperial de Roma


en sus mejores años. Hacia el 120, en su "Vida de Claudio" alude a que el
Emperador "expulsó de Roma a los judíos por promover incesantes
alborotos a instigación un tal Crestos" (25. 4). En el fondo de esta
información hay un núcleo histórico: el hecho de que en la comunidad judía
de Roma se habían levantado violentas discusiones en torno a Cristo y en
relación a su figura.

Plinio, llamado el Joven (61-113). Fue procónsul de Bitinia y escribió,


hacia el año 111, una carta al emperador Trajano consultando qué debía
hacer respecto a los cristianos. Indicaba que los cristianos se reúnen un
día determinado antes de romper el alba y entonan un himno a Cristo como
si fuera un dios".

Mará Bar Serapión era sirio, de la escuela de los estoicos. Habla de Jesús
en una carta que escribe a su hijo Serapión, con probabilidad hacia el año
70: "¿Qué sacaron los judíos de la ejecución de su sabio rey, si desde
entonces perdieron su reino?... Los judíos fueron muertos o expulsados de
su país, y viven dispersos por todas partes... El rey sabio no ha muerto,
gracias a las nuevas leyes que dio".

3. Testimonios cristianos

Se acercan a un centenar los textos cristianos que pueden remontarse


al siglo I, II y III. Se hallan en documentos escritos por personas que creen
en Jesús. La casi totalidad son documentos copiados o transcritos de
documentos anteriores, pero ni más ni menos auténticos que los que
aluden a otros personajes históricos.

Evidentemente hablan del Señor Jesús como centro de creencias


religiosas y de adhesiones, es decir como hombre en el que se ha
encarnado la divinidad y es portador de un mensaje de salvación. Le
presentan como objeto de veneración y culto. Los más importantes son los
textos que se abren camino en las comunidades cristianas como
"Evangelios o como Nuevo Testamento".

Pero también existen testimonios escritos que poco a poco quedaron


marginados y no fueron aceptados por los cristianos como "inspirados por
Dios". Son los escritos que hoy llamamos apócrifos. Sin embargo, están
redactados por personas que admiran y veneran a Jesús a su manera.
También ellos son testimonios de alguien llamado Jesús y venerado como
Dios.

Los Evangelios y las Epístolas canónicos son textos rigurosamente


históricos del siglo I. En ellos se recogen discursos, relatos, dichos,
milagros, acontecimientos, hechos que deben ser tenidos como reales.
Unos y otros, los inspirados y los simples escritos, han llegado a nosotros
por medio de copias y re copias, más o menos alteradas por las
transcripciones (interpolaciones, glosas, omisiones, etc.). Su historicidad
particular no interesa ahora, pero sí el sentido global de su testimonialidad
respecto al personaje histórico que fue Jesús.

Nosotros nos situamos en la Historia reciente y sentimos también esa


curiosidad sobre ese Jesús que ha llenado la Historia Humana, sobre todo
en Occidente, en los dos últimos milenios.

Tema 1. Preguntas para responder y comentar


(Escribirlas en media hojita de papel)
Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Qué idea tenemos de Jesús y de su pueblo de Nazareth? ¿algo


poético o un lugar de trabajo duro y de pobreza grade?

2. ¿Jesús siempre ha interesado a los hombres? ¿Por qué?

3. ¿Pensamos que las novelas, los films, los cuadros de los artistas dan
la verdadera figura histórica de Jesús? ¿Por qué?

Tema 2
JESÚS, HIJO DE DIOS. MISTERIO

Su vida es maravillosa.

En la catequesis es hermoso, interesante y cautivador el relato de sus


acciones y de sus enseñanzas. Jesús es el hombre por excelencia. Debe
ser conocido, imitado, admirado. Por esto es cultura e historia que el
catequista debe poseer con precisión, amplitud, cordialidad, soltura y
habilidad para transmitir a los demás. Su misterio es grandioso.

Se trata nada menos que de un Dios hecho hombre. Lo misterioso que


es el hecho de su existencia, desde su encarnación a su resurrección,
cumbre de su mensaje de salvación. Entra ambas expresiones del misterio
se halla el perdón del pecado, la redención, la justificación, la gracia, la
esperanza en la otra vida. Esto reclama la gracia de la fe.

Está por encima de la cultura. Por eso, la cultura llega hasta el Sepulcro
de Jesús. La fe comienza en la Resurrección. Una catequesis de cultura
cristiana debe apoyarse en los relatos y en sus enseñanzas. Una
catequesis de fe debe aspirar a más, a la contemplación sorprendida y
humilde de la resurrección.

Hemos de tener en cuenta que la fe en Jesús es muy diferente de la fe en


Buda, Zoroastro, Confucio, Mahoma. El cristiano no admira y "cree a
Jesús" como figura religiosa maravillosa, como predicar de una doctrina
sublime, como fenómeno humano insuperable. Más bien el cristiano cree
"en Jesús", es decir en el misterio revelado que el representa en cuanto
Dios encarnado, en cuanto hombre unido a la divinidad.

La resurrección como prueba

Al amanecer del primer día, que luego se llamaría el día del Señor,
Dominicus, domingo, "María Magdalena y María la madre de Santiago" (Mat.
16. 1) fueron al sepulcro para amortajar el cuerpo de Jesús antes de
enterrarlo de forma definitiva y lo encontraron vacío.

En Mt. 28. 2 se habla de un terremoto que hubo y del ángel que apartó la
piedra de la entrada, de la huida de los soldados que guardan el sepulcro
a petición de los mismos sacerdotes a Pilatos y del "joven" (Mt. 16. 5)
vestido de blanco que dijo "Ha resucitado".

Los cuatro evangelistas citan el hecho como signo de su misteriosa


naturaleza divina. Y ponen en este acontecimiento la cumbre de la
significación de Jesús. Había sido condenado por haberse proclamado Hijo
de Dios. Y ahora, al tercer día de su muerte en la cruz, hacía el último signo
en la tierra, el más grandioso que demostraba su divinidad. Las pruebas
están en las apariciones diversas del resucitado en variedad de lugares y
ante diversidad de personas. Y con ellas el testimonio dura hasta hoy y
proclama al mundo entero que Jesús vive para siempre Su vida es
maravillosa.

En la catequesis es hermoso, interesante y cautivador el relato de sus


acciones y de sus enseñanzas. Jesús es el hombre por excelencia. Debe
ser conocido, imitado, admirado. Pero sus hechos humanos es cosa de la
tierra, de la cultura y de la historia. El catequista debe poseer esa cultura
con precisión, amplitud, cordialidad, soltura y habilidad para transmitir a
los demás. Pero en Jesús hay algo más, mucho más.

Su misterio es grandioso.

Se trata nada menos que de un Dios hecho hombre. Lo misterioso que


es el hecho de su existencia, desde su encarnación a su resurrección,
cumbre de su mensaje de salvación. Entra ambas expresiones del misterio
se halla el perdón del pecado, la redención, la justificación, la gracia, la
esperanza en la otra vida. Esto reclama la gracia de la fe.

Está por encima de la cultura. Por eso, la cultura llega hasta el Sepulcro
de Jesús. La fe comienza en la Resurrección. Una catequesis de cultura
cristiana debe apoyarse en los relatos y en sus enseñanzas. Una
catequesis de fe debe aspirar a más, a la contemplación sorprendida y
humilde de la resurrección.

Hemos de tener en cuenta que la fe en Jesús es muy diferente de la fe en


Buda, Zoroastro, Confucio, Mahoma. El cristiano no admira y "cree a
Jesús" como figura religiosa maravillosa, como predicar de una doctrina
sublime, como fenómeno humano insuperable. Más bien el cristiano cree
"en Jesús", es decir en el misterio revelado que el representa en cuanto
Dios encarnado, en cuanto hombre unido a la divinidad.

Alma de su mensaje: Soy el Hijo de Dios

El gran mensaje, el centro y alma de su predicación, de su doctrina, se


halla en la revelación de su propia divinidad. Los títulos que Jesús se da y
los derechos que se atribuye sólo se entienden en este contexto profetice.
Se sabe y se siente el Em-manuel (Dios con nosotros: Is. 7. 14; 8. 8). Se
proclama enviado divino, pero también Dios e Hijo de Dios.

Sus títulos brotan en torrente de ese presupuesto: Admirable, consejero,


Dios, Varón fuerte, Padre del siglo futuro, Príncipe de la paz. (Is. 9, 6)

La expresión "Hijo de Dios". La idea que Jesús tiene de sus Padre aparece
continuamente en sus enseñanzas. Jesús se declara íntimamente
dependiente de su Padre: "Todas las cosas las ha puesto el Padre en mis
manos. Y nadie conoce al Hijo, sino Padre; ni conoce ninguno al Padre,
sino el Hijo, y aquel a el Hijo quisiera revelarlo". (IVIt. 11, 27; Le. 10, 22)

Este texto de los Sinópticos, que tanto sabor tiene a S. Juan, refleja la
visión más honda de la conciencia que Jesús poseía de-ser el Hijo de Dios
y de su identidad divina. Jesús sabe perfectamente que ha recibido de su
Padre la plenitud de la verdad revelada y del poder divino. No se siente un
profeta más, como los del Antiguos Testamento.
Con las palabras: "Nadie conoce al Hijo, sino el Padre", quiere decir que
su ser es tan divino como el del Padre Dios. No es un enviado de Dios como
los demás, sino el Hijo de Dios.

Jesús multiplica a lo largo de su predicación sus reclamos al Reino de


Dios y entiende por tal, al estilo profético, el triunfo del bien sobre el mal.

Prefiere las referencias al Reino de Dios en forma de parábolas (Mt. 13.10


- 46; Mc. 4.13-20) ante que en sistemas morales de vida o en doctrinas
generales. Y se apoya en las pruebas de sus milagros. "Si no me creéis a
mí, creed a las obras que hago en nombre de mi Padre." (Jn. 5.19-30).
Compromete a todos los que quieran seguirle a renunciar a sus intereses
particulares, y a tomar la cruz y a caminar con él. (Mt. 10. 36 y 16.24).

La fe es la llave del nuevo Reino que proclama. Hasta tal punto lo es, que
sus pruebas se la ofrece sólo a los que dan muestras de ella. 'Todo es
posible si tienes fe" (Le. 17. 5-6). Cuando no hay fe, "Jesús no hace signos
entre ellos". La fe es la condición personal previa para recibir la vida eterna
y para no ser condenados.

Tema 2. Preguntas para responder y comentar


(Escribirlas en media hojita de papel)
Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Qué entiendes tú por Hijo de Dios? ¿Qué entiende la Iglesia y la


tradición cristiana?

2. ¿Por qué costaba tanto a los judíos y a los cultos griegos que Jesús
podía ser hijo de Dios?

3. ¿Y como podríamos hace entender a los ateos, agnóstico y


adversarios de la religión de Jesús que verdaderamente están
equivocados y que Jesús es Dios e Hijo de Dios?

Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 3
JESÚS VIVE. HA RESUCITADO
Al amanecer del primer día, que luego se llamaría el día del Señor,
Dominicus, domingo, "María Magdalena y María, la madre de Santiago"
(Mac. 16,1) fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús antes de
enterrarlo, y lo encontraron vacío. En Mt. 28. 2 se habla de un terremoto
que hubo y del ángel que aparta la piedra de la entrada, de la huida de los
soldados que guardan el sepulcro a petición de los sacerdotes a Pilatos y
del "joven" (Me. 16. 5) vestido de blanco que dice "Ha resucitado".

Después vienen las diversas apariciones. Y con ellas el testimonio hasta


hoy de que Jesús vive para siempre

La resurrección no entra en la historia terrena de Jesús, aunque es un


hecho histórico en cuanto hay testigos que acreditan lo que han visto. Los
datos de los testigos se multiplican y hasta no coinciden, como pasa en
todo lo humano.

- Ei ángel de Mt. 28. 5-6 no coincide con los dos hombres "con vestiduras
deslumbrantes" de Le. 24. 4.

- Según Juan 21. 11-18, María Magdalena vio dos ángeles y después a
Cristo resucitado, con el cual habló llena de amor

- Según Le, Jn. y Me. Jesús se apareció a las mujeres y a otros discípulos
en varios lugares en Jerusalén y sus proximidades.

Valor de los testigos

La mayoría de los discípulos no dudaron en "comprender" que habían


visto y escuchado de nuevo al mismo Maestro con el que habían vivido. No
es fácil entender cómo no le identificaban físicamente, pues había vivido
con él en Galilea y Judea. (Mt. 28. 17; Jn. 20. 24-29) Todas las discrepancias
y variedad de testimonios son hechos humanos y desde entonces entran
en la historia de Jesús.

La certeza de que Jesús resucitó y vive, que llega hasta nuestros días,
es coincidente en todos los que tienen fe. Los evangelios señalan que,
después de su resurrección, Jesús siguió algún tiempo enseñando a sus
discípulos sobre asuntos relativos al Reino de Dios. El texto evangélico
indica cuarenta días, que es lo mismo que decir algún tiempo fijo, algo
largo, no excesivamente breve.

Fue entonces cuando confió a sus Apóstoles la misión: "Id y haced


discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt. 28. 19).

Fue al tercer día.


La Resurrección de Jesús se ha celebrado siempre en la Iglesia como el
gran acontecimiento de los creyentes. Que Cristo ha resucitado, que vive
en medio de nosotros, que se halla en la gloria del Padre para disponernos
lugar, que caminamos por el mundo en espera de su vuelta y, en una
palabra, que el mensaje de Jesús es anuncio de vida y no de muerte, es
fundamento de nuestra fe y luz de nuestra conciencia.

Ese sentimiento y esa creencia son ala y base de nuestro espíritu


creyente. Vivimos con la alegría de la presencia de Jesús resucitado, no
con el recuerdo del Jesús histórico. Sin eso, la religión cristiana no sería
más que una entre las muchas que hay en el mundo. Pero los cristianos
nos diferentes de otras confesiones y de otros mensajes.

El ideal de cristiano es ser como Cristo resucitado: es la vida eterna, es


el encuentro con Dios, es el amor sin límites que nos promete y ya
gozamos.

Cómo aconteció

La Resurrección de Jesús fue un hecho que no tuvo testigos. Es


inexplicable a la razón, a la ciencia y a la antropología. Pero no es
inasequible a la fe, la única fuerza interior con la cual se puede acercar la
conciencia humana a tal acontecimiento.

Mateo dice sobre el hecho: "De pronto se produjo un fuerte terremoto, y


un ángel del Señor, que había bajado del cielo, removió la piedra que
cerraba la entrada del Sepulcro y se sentó en ella. Resplandecía como un
relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Los soldados se
pusieron a temblar de miedo. Pero el ángel dijo a las mujeres que estaban
ya allí: No temáis. Sé que venís a buscar al que fue crucificado. No está
aquí, ha resucitado tal como él mismo anunció. Venid y ved el lugar donde
lo habían puesto. Y luego, marchad de prisa y comunicarlo a sus
discípulos." (Mt. 28. 1-7)

El relato es sobrio, no mágico o espectacular. El sentido del mismo es


testificar un hecho y comunicar, a quienes reflexionan sobre él, que la
Resurrección de Jesús no fue algo visible ni sensible, como habían sido
sus predicaciones, sus milagros, su pasión y muerte; pero sí fue real e
indiscutible. La Resurrección de Jesús no fue un gesto o un signo, como
los otros que había hecho en vida, como la resurrección de Lázaro, por
ejemplo, o como la Transfiguración ante los ojos de tres Apóstoles.

Fue algo misterioso, pero verdaderamente histórico, aunque sucedió sin


ojos humanos que lo contemplaran. Aconteció al amanecer del primer día
de la semana y se comprobó, "por el sepulcro vacío" primero y por sus
apariciones después, que no era un espejismo o ilusión. Quedó lo
suficientemente claro para que lo aceptaran quienes miraran a Cristo con
fe y para que lo dudaran quienes no tuvieran la fe. Por eso hubo pruebas
suficientes de que había acontecido, pero no certificados sensoriales.

Es un hecho de fe

Por eso decimos que la Resurrección de Jesús fue un hecho de fe y no


un mero acontecimiento en el tiempo o en el espacio. No tuvo testigos
directos, como los había tenido su muerte en la cruz, cuando su tiempo de
vida se terminó ante los que contemplaban el espectáculo del Calvario.

- Siguieron pruebas, que fueron las comunicaciones con los que creían
en El. Unos le vieron y otro creyeron a quienes le vieron vivo.

- Quienes le habían amado desde el principio, y a quienes Dios dio el don


de la fe, creyeron en Jesús Resucitado.

Le adoraron, extendieron tal mensaje en su nombre, se sintieron dueños


de la Historia. Los que no le amaron y no merecieron la gracia divina de la
fe, al igual que acontecería a través de los siglos, no creyeron que un
muerto pudiera resucitar y no lo aceptaron. .

Tema 3. Preguntas para responder y comentar


(Escribirlas en media hojita de papel)
Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Qué significa resurrección?

2. ¿Se puede explicar la de Jesús con los mismos conceptos o hechos


que la resurrección de Lázaro? ¿Por qué?

3. ¿La fe cristiana sería posible sin la resurrección de Jesús?

Catecumenado de Adultos. Confirmación


Tema 4
JESÚS QUISO UNA IGLESIA

Al marchar Jesús del mundo, no terminó su misión terrena, sino que dejó
a sus seguidores para que le hicieran presente en el mundo y para que
hicieran real su misión salvadora. Sus discípulos siguieron organizados en
una comunidad o asamblea (Ecclesia, Sinagoga) y no sólo en grupo
provisional de adeptos.

Esa comunidad de creyentes y seguidores suyos, con capacidad de


conservarse a través de los tiempos y abrirse a todas las naciones de la
tierra, fue y es una realidad histórica, es decir una de las grandes
"religiones" de la tierra, con millones de adeptos y sistemas orgánicos de
doctrinas y de normas éticas. Pero al mismo tiempo es algo más. Es un
misterio de presencia de Cristo en la tierra, en cumplimiento de su
promesa: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos." (Mt. 18.20)

Jesús quiso una Iglesia

La Iglesia que Jesús quiso formar en el mundo fue un regalo dado a los
hombres para ayudarles en el camino de la salvación. A sus primeros
seguidores les invitó a formar parte de su grupo de amigos. "En adelante,
ya no os llamaré siervos, pues el siervo no sabe lo va a hacer el Señor. Os
llamaré amigos, porque os he dado a conocerlo que oí a mi Padre." (Jn.
15.15-16)

Durante su vida de Profeta los fue preparando para que siguieran unidos
cuando la hora de su partida llegara. Les prometió la fuerza del Espíritu
Santo enviado por El mismo y por el Padre. Y les dispuso para que
anunciaran el Reino de Dios en la tierra entera, pues para eso El había
venido al mundo. "No me elegisteis vosotros a mí, soy yo el que os elegí y
os destiné para marchéis y deis muchos frutos" (Jn. 15. 17)

Pero Jesús no pensaba sólo en la pequeña comunidad que le seguía de


momento. En sus previsiones divinas sabía que su mensaje estaba
destinado a llegar a todos los hombres. Por eso preparaba la gran familia
que se formaría con todos los que, creyendo en su nombre, se irían
añadiendo a sus seguidores a lo largo de los siglos y a lo ancho del mundo.
"No te pido sólo por éstos, sino por todos aquellos que creerán en mi por
medio de su palabra." (Jn. 17. 20-21)

Jesús regaló a todos ellos una Iglesia capaz de recibirlos, de alentarlos,


de iluminarlos, de servir de camino de salvación. El signo distintivo de esa
comunidad quiso que fuera el amor fraterno entre los miembros. Y la fuerza
constructiva de esa comunidad habría de ser el celo y la fe de quienes en
ella se integraran con sinceridad.

La Iglesia siempre se ha sentido la obra de Jesús. Por eso ha ido por el


mundo anunciando y bautizando en el nombre de su divino Fundador y
pidiendo para todos la luz a través del amor. Gracias a su acción entre los
hombres, Jesús ha vivido en medio de ellos; pues la Iglesia, es decir la
comunidad de sus seguidores, siempre fue testimonio y espejo de Jesús.

Jesús recibió de su Padre una misión universal y la comunicó a su


Iglesia. Precisamente para ello la estableció en el mundo. No hizo otra cosa
que anunciar el Reino de Dios y por eso mandó a sus seguidores hacer lo
mismo por todo el universo. Fue el encargo que el Padre le había dado al
ser enviado a la tierra.

Presentar lo que es la Iglesia sin referencia a Jesús y a su misión


salvadora es entrar en un error, es como definir la luz sin resplandor.

Porque la Iglesia no es una simple sociedad religiosa sin más, no es una


multinacional cristiana. Es un misterio de fe, de salvación y un sacramento
ante el mundo que la observa. El drama de muchos cristianos es que se
sienten sólo socios de una colectividad y por eso no valoran su grandeza.
Hasta que no lleguen a entender lo que es ser miembros de un Cuerpo
Místico y ciudadanos de un Pueblo de Dios, no podrán experimentar el
gozo pleno de su ser cristiano.

En el Nuevo Testamento, la reunión o grupo de los seguidores de Jesús,


los presentes (mi pequeña iglesia) y los que vendrán. Hasta 114 veces se
emplea el término Eclesia (3 en Mateo, 23 en los Hechos, 62 en la Cartas
paulinas, 4 en las otras Cartas y 22 en el Apocalipsis)

Siempre alude a la "reunión de fieles" ocasional y en un lugar concreto o


a la reunión permanente y general, que será el sentido que se perpetúe a
través de los siglos. En ocasiones hace referencia a una comunidad
particular: Rom. 16. 5; Hech. 8, 1; Hech. 1 3 y 14. 26; Hech. 19. 32 a 40; 1
Tes. 1.1. Y en ocasiones se refiere a la totalidad de los seguidores de Jesús:
Mt. 16. 18; Hech. 9. 1. 31; 20. 28; Gal. 1. 13; Efes. 1. 22; 5. 23 ss; Filip. 3. 6;
Col. 1. 18; 1 Tim. 3. 15.

Expresiones sinónimas son otras como Pueblo que camina, Barca de


Pescador, Pequeño rebaño y Asamblea santa, Reino de los cielos o Reino
de Dios (Mt. 13.24; Me. 4.30. Le. 1.33; Jn 3.5) y expresiones equivalentes,
como Casa de Dios (1 Tim. 3. 15; Hebr. 10. 21; 1 Petr. 4. 17) o como Reunión
de los fieles de Dios (Hech. 2. 44). Estas formas de hablar abundan también
en la tradición eclesial.

Domingo, día de la comunidad cristiana


Los cristianos celebramos con regocijo, oración y descanso el domingo,
por que es el recuerdo de la Resurrección de Jesús. Domingo significa Día
del Señor. En el primer día de la semana judía, Jesús venció a la muerte.
Los primeros cristianos comenzaron muy pronto a reunirse en ese día para
orar y para celebrar con alegría la Resurrección de Jesús y la venida del
Espíritu Santo.

Son dos mil años los que hemos estado celebrando esa fiesta de amor y
de fe. Este tiempo ha dejado una trayectoria de recuerdos que están
asociados al domingo, al día de descanso, de plegaria, de recuerdo. Cada
pueblo creyente celebra un día a la semana de descanso y de fiesta, en
parte religiosa y en parte social.

Los judíos celebraban y siguen celebrando el sábado, séptimo día del


calendario del Oriente arameo, recordando el descanso del Creador en el
relato bíblico de la creación. Los mahometanos celebran el viernes, por sus
recuerdos de ayuno profético en honor de Alá y de la purificación del mal
que realizó el Profeta

Los cristianos tienen una razón más profunda que cualquier otra religión
para celebrar el primer día de la Semana. San Jerónimo escribía: "El día del
Señor, el día de la Resurrección, el día de los cristianos, es nuestro día. Es
el día en que el Señor subió victorioso. Los paganos lo llaman el día del
sol. También nosotros lo haceos así con gusto, pues es el día en el que ha
aparecido la luz del mundo y en el que ha amanecido el sol de justicia cuyos
rayos traen la salvación." (Homilías pascuales)

Tema 4. Preguntas para responder y comentar


(Escribirlas en media hojita de papel)
Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Qué significa la palabra Iglesia? ¿Por qué interesa entenderla como


comunidad y no solo como una sociedad?

2. ¿? ¿Por qué relacionamos a la Iglesia de hoy con el grupo de


discípulos que seguía a Jesús?

3. ¿Pensamos que la Iglesia es un Reino en sentido humano? ¿Por qué


identificamos tanto a la Iglesia con la figura del Papa o de los Obispos?

Catecumenado de Adultos. Confirmación


Tema 5
Pertenecemos a la Iglesia de Jesús

La Pertenencia al cuerpo de Jesús, al cuerpo Místico, a la Vid Fecunda, al


grupo de los amigos de Jesús. El mismo Jesús, dentro de su sistema
catequístico y pastoral de sentido parabólico, enseñó a la Iglesia a definirse
con metáforas y semejanzas profundas.

En los textos evangélicos se reflejan las ideas que los cristianos


primitivos tenían de la Iglesia. Por eso, las comparaciones y metáforas
sobre la Iglesia se han multiplicado siempre. Es debido esto a que la Iglesia
es un misterio que no entenderemos nunca del todo. Por eso lo explicamos
con "aproximaciones". Hermosas y claras son las diez siguientes:

- La tierra del Sembrador... Mt. 13. 1-9.


- El hogar con vigilancia. Mt. 24. 45-51.
- El árbol de mostaza y la artesa con buena levadura. Mc. 4. 30-32.
- La gran cena. Mt. 22. 1-10.
- La posada del samaritano. Le. 30-35.
- Las bodas del rey. Le 4. 15-24.
- La red barredera. Mt. 13. 46-47.
- La casa de los talentos. Mt. 25.14-30.
- El edificio sobre roca. Le. 6. 46-49.-
- El terreno con muchos jornaleros de mañana y de atardecer. Mt. 20.1-16.

Entre las metáforas salidas de los labios de Jesús, encontramos algunas


especialmente tiernas:

- La del rebaño, cuyo Pastor bueno es El, dispuesto a dar su vida por sus
ovejas y a dejar las noventa y nueve en el aprisco por salvar a la extraviada
antes de que la devore el lobo enemigo. (Jn. 10.11-15)

- La del edificio en el que Jesús es la piedra clave del arco, en la cual se


apoyan los demás dovelas y sin la cual no hay armonía. (Mt. 21. 42)

- Incluso la casa del hijo pródigo, en donde siempre hay un padre bueno
en espera del regreso. Le. 15. 11- 32.
En el Apocalipsis, recuerdo especial merece el pasaje en donde se
recogen estas hermosas palabras: "Y vi la ciudad santa la nueva Jerusalén,
que descendía del cielo, enviada por Dios, adornada como una novia se
prepara con adornos para su Esposo. Ella es la morada de Dios en medio
de los hombres... Acampará entre ellos. Y ellos serán su Pueblo y Dios
estará con ellos". (Apoc. 21. 2-3

Ciudad santa, nueva Jerusalén, novia adornada, morada, tienda de


campaña, barca, campo, tesoro, etc. son figuras que terminan resumidas
en una: es Pueblo elegido y se halla en camino.

Los símbolos que nos hablan de la Iglesia nos acercan a la voluntad de


Jesús de hacer de sus seguidores un grupo bien unido por el mundo, e
compara también con un Templo santo en el cual se encuentran los hijos
de Dios (Apoc. 21. 3) y en el cual se elevan las oraciones al Señor para
recibir la misericordia. Y se la valora como Tienda en donde desciende
Dios.

Las metáforas paulinas

Son también de excelente y profunda resonancia eclesial.

- Con resonancia joánica, se la mira como Jerusalén celestial, patria de


los creyentes. (Gal. 4.26). La llama a veces Edificio o Casa de Dios (1 Cor.
3. 9) en la cual se necesitan piedras sólidas y protecciones para cuando
llegue la tormenta y para que se mantenga firme.

- Compara la Iglesia con un Campo de labranza, en el cual el mismo Dios


es el Labrador (1 Cor. 3.9, Rom. 11. 13-26...). Hay que sembrar y regar, hay
que esperar el crecimiento y hay que recoger la cosecha cuando la hora
llega.

- Es una Familia (Ef. 2. 19-22) en la que todos viven al abrigo del Señor,
que es Padre y en donde todos se sienten hermanos por ser hijos del
mismo Padre.

Sin el sentido metafórico, apenas si podremos valorar la realidad de la


Iglesia en cuanto familia de Jesús, en cuanto Pueblo de Dios y Cuerpo
Místico de Cristo.

Lo humano en la Iglesia

La Iglesia no es una comunidad puramente interior y espiritual, ya que


sus miembros viven en este mundo y tienen que desenvolverse en la tierra.
En cuanto humana, también la Iglesia tiene elementos que requieren
acomodo terreno y formas y normas que obligan a adaptarse al mundo

Entre esos elementos podemos hablar de personas, instituciones, leyes


y lugares y tiempos. Sobre todo en la Iglesia viven y crecen grupos,
pequeñas iglesias, que forman unidad la verdadera Iglesia de Jesús.

La Iglesia ejerce su misión en medio de los hombres, pero precisa, por


ejemplo, lugares de culto, que llamamos templos, o recursos humano para
hacer el bien a los necesitados y reclama limosnas.

Tiene tiempos especiales como son el domingo y las fiestas religiosas,


para orar y para contar con posibilidades de anunciar el mensaje que lleva.

Todos los elementos no tienen sentido por sí mismos (el arte, las
tradiciones, los usos sociales), sino por el estimulo o cauce que
representan para su mensaje y sus valores supremos.

La Iglesia es divina por su origen y su por finalidad, pero es humana por


su encarnación en hombres concretos y terrenos.

Comunidad de comunidades

Hoy tendemos a resaltar el sentido comunitario de la Iglesia. Lo


importante en ella no son los cargos, los oficios, los títulos, tradiciones,
los derechos, las demarcaciones o las actividades, las leyes que existen en
ella. Lo importante es su mensaje y las presencia de Jesús en su caminar
terreno. Lo demás es secundario.

El fin de la Iglesia es ayudar a los hombres en la salvación. Esta misión


se desarrolla de manera solidaria y nunca aislada. Desde los primeros
tiempos se han multiplicado las instituciones que contribuyen a este fin:
Parroquias, cofradías, asociaciones, movimientos, Instituciones piadosas,
congregaciones religiosas y fraternidades.

Los cristianos saben respetar las venerables tradiciones, como también


lo hacen con las personas y con sus oficios dentro de la Iglesia. También
saben ayudar a quienes más se comprometen en la animación espiritual de
los otros o a quienes se entregan silenciosamente a los servicios de
caridad.

Incluso, convencidos de que son realidades humanas queridas por Dios,


saben respetar las limitaciones y las discrepancias.

Nueva visión de la Iglesia. En la medida en que podamos sentirnos


miembros vivos de la Iglesia, seremos de verdad cristianos. Para ello
tendremos que superar la simple mirada "clerical" de la Iglesia. Lo
lograremos si avanzamos con mirada "comunitaria".
Muchos cristianos no han comprendido lo que es la Iglesia. La identifican
con el Papa, los Obispos, los sacerdotes, los religiosos. Piensan en una
Iglesia distante, señorial, falsa, "clerical". Es el fruto de una mala educación
de su fe.

Es preciso reeducar sus criterios y sus sentimientos y ayudarles a revisar


su visión de iglesia. En ella todos somos ¡guales y vivimos del amor de
Jesús. Para ello hemos recibido el signo de su amor, que es el Bautismo.
Y todos tenemos el mismo destino, que es la salvación.

Tema 5. Preguntas para responder y comentar


(Escribirlas en media hojita de papel)
Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Qué significa pertenecer a la Iglesia? ¿Equivale el pertenecer a una


iglesia con pertenecer a sociedad religiosa?

2. ¿Qué implica esa pertenencia? ¿Deberes, derechos, beneficios?

3. ¿Se puede pertenecer a varias Iglesias, a varias confesiones


cristianas, a la vez y cumpliendo bien con todas?

Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 6
MINISTERIOS EN LA IGLESIA

La voluntad de Jesús respecto a la Iglesia fue que continuara su labor


en el mundo. Si el vino a servir y no a ser servido, sus discípulos se habrán
de caracterizar por el sentido del servicio a todos los hombres.

¿Qué podemos y debemos dar a la Iglesia y que debe dar la Iglesia al


mundo? Es nuestra gran pregunta de creyentes.

La Iglesia ante el mundo

Un gran documento del Concilio Vaticano II presentó la acción


iluminadora de la Iglesia en el mundo actual. Es la hermosa Constitución
Pastoral que lleva por título "Gozo y Esperanza" (Gaudium et Spes) y fue
aprobada el 7 de Diciembre de 1965. Es ese documento el Concilio Vaticano
II, y con él toda la Iglesias, se definía ante los hombres como mensajera y
como servidora.

El documento refleja el mensaje y el testimonio que la Iglesia quiere


ofrecer ante los problemas del mundo moderno:

- Alude a los profundos cambios de la cultura, de la ciencia, de la


civilización.
- Explora lo que la fe cristiana puede ofrecer al hombre desconcertado de
hoy.
- Reclama el reconocimiento universal de la dignidad de la persona
humana y de sus derechos radicales.
- Analiza las dificultades espirituales del hombre y de la sociedad:
ateísmo, desconcierto, libertad, inmoralidad. Ilumina la actividad humana:
económica, técnica, social, a la luz de los principios cristianos.
- Sugiere análisis profundos sobre cuestiones capitales, como la familia
y el matrimonio, sobre los reclamos del progreso y de la economía, sobre
los nuevos estilos de vida, las discriminaciones frecuentes en la
actualidad, el trabajo y el ocio, los desafíos de la comunidad política, los
riesgos de la guerra y los anhelos de la paz.
- Abre la visión de los creyentes a los desafíos de un mundo
intercomunicado y afectado por diversas revoluciones como la tecnológica
o la demográfica.
- Reclama la esperanza como necesidad del corazón humano y solicita la
confianza en el hombre como protagonista de su historia y de la vida.

No sería suficiente contemplar a la Iglesia tal como se ve a sí misma, si


queremos una visión correcta de la misma. Puesto que el mismo Jesús la
configuró como mensajera del Reino de Dios en el mundo, ella estudió en
el Concilio las circunstancias de cada momento histórico y de cada lugar.

El Documento es un gesto de ilusionada confianza en el hombre real.


"El Concilio quiere dialogar con toda la familia humana acerca de /os
problemas, quiere aclararlos a la luz del Evangelio y pone a disposición del
género humano el poder salvador de la Iglesia, que ella ha recibido de su
Fundador." (Gaudium et Spes. 3)

Ministerios eclesiales.

Con la perspectiva general expuesta, resulta fácil entender que, también


en la Iglesia, Dios quiere que cada uno aporte sus capacidades,
disponibilidades y afectos en la dirección que mejor responda a los
reclamos humanos. El Catecismo de la Iglesia Católica dice a los
cristianos: "Todos los fieles, también los laicos, están encargados por Dios
del Apostolado en virtud del Bautismo que han recibido y de la
Confirmación que les ha fortalecido. Por eso tienen la obligación y gozan
del derecho, individualmente y agrupados en asociaciones, de trabajar
para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y recibido por
todos los hombres y en toda la tierra”.

Es interesante el advertir que la Iglesia dice a los cristianos que se


confirman que este sacramento no es un rito sin más. Es la puerta a
mejores y más amplios servicio para los hermanos en la fe que con uno
viven. Y es que la Iglesia se entiende y define a sí misma como un espacio
de fraternidad y servicio y no como una sociedad de gentes que creen lo
mismo o piensa de la misma forma.

Variedad de ministerios.

La Iglesia siempre ha invitado a sus miembros a servir a los hombres en


sus trabajos humanos; pero también les ha reclamado para que añada, con
desinterés y generosidad, los diversos esfuerzos que pueden realizar por
los demás por caridad y sin buscar rentabilidad.

Y son muchos los cristianos que responden entregando toda o parte de


su vida a una labor apostólica y solidaria con los demás.

Las posibilidades de servicio son muchas y muy variadas. Hay sitio en


la Iglesia para todos los que quieran trabajar por los demás. Los
ministerios son variados, cautivadores, multiplicadores de la vida la
cristiana y de la fe.

1. Hay “Ministerios de Caridad”.

Se pueden denominar así a todas aquellas tareas que benefician a los


hombres en sus necesidades materiales, morales y espirituales, cuando no
se hallan satisfechas en los mínimos imprescindibles para le existencia
humana digna.

- Atención de enfermos y moribundos.


- La limosna a los necesitados.
- El cuidado de expósitos, huérfanos, ancianos y marginados.
- El servicio de los indigentes, transeúntes y emigrantes, refugiados.
- La ayuda a los desempleados, marginados y encarcelados.
- El consuelo de tristes, fracasados y angustiados, etc.

Son ministerios tiernamente reflejados en las palabras de Jesús: "Venid


a mi todos los que estáis afligidos y yo os aliviaré" (Mt. 11.28).

2. Hay “Ministerios de la Palabra”.

Se presentaron siempre paralelos a los servicios de la caridad. Son los


que sitúan la proclamación del mensaje revelado por Dios en el centro de
las inquietudes apostólicas.
El mandato misional del mismo Jesús (Mt. 28. 20), es el inspirador de
ministerios como los siguientes:

- Evangelización o primer anuncio misional a paganos e increyentes.


- Predicación o proclamación de la verdad a todos los hombres. Homilía o
celebración litúrgica de la Palabra recibido de Dios y ofrecida a los
hermanos para hacerla vida.
- Educación cristiana, con la instrucción profana y sobre todo con la
formación religiosa.
- Catequesis, sobre todo de niños y jóvenes, como proceso de iniciación
en la fe y en la vida cristiana, sobre todo con referencia a los sacramentos
querido por el mismo Jesús.
- Promoción de la prensa y de los medios audiovisuales puestos al
servicio de la fe, pues tanto pueden influir para bien o para mal.

Estos ministerios se hallan especialmente vinculados al mandato que


Jesús dio a sus seguidores de ir por todo el mundo anunciando el Reino
de Dios

3. Hay “Ministerios de la plegaria”

Son los promotores de la Liturgia y de la celebración de los sacramentos


y de los recuerdos del Señor. Tienen en común la promoción de la vida de
oración y de fe; y se desenvuelven con la promoción de encuentros
fraternos, de convivencias espirituales, de movimientos y asociaciones
que buscan promover mejor vida evangélica.

Son ministerios de oración y plegaria, de encuentro y celebración, entre


otros:

- La vida contemplativa como testimonio de Dios ante los hombres del


mundo y como recuerdo de lo trascendente.
- La promoción de la liturgia y de las celebraciones religiosas cristianas.
- La animación sacramental en el pueblo cristiano, sobre todo en
referencia a los sacramentos que requieren una especial preparación.
- El culto eucarístico: adoración, participación, comunión, por ser la
Eucaristía el sacramento de la presencia de Dios mismo entre los hombres.
- También la animación de movimientos penitenciales y grupos
reparadores.

La pregunta para todo cristiano maduro no es si se puede hacer algo por


lo demás, si en el mundo hay necesidades. O si es posible trabajar para el
bien de la humanidad. La pregunta es: Qué espera Dios de mí… qué debo
hacer yo por los demás.
Tema 6. Preguntas para responder y comentar
(Escribirlas en media hojita de papel)
Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Qué ministerio de los citados es más importante en la Iglesia? ¿Y


qué ministerio me parece a mi más urgente

2. ¿Cómo explico yo que haya muchos cristianos piadosos y buenos y


haya tan pocos que dan el paso al ministerio en algún sector concreto de
su parroquia, de su comunidad o de su lugar de vida?

3. ¿Pensamos que servir a los demás es una cosa libre para lo que nos
guste o es un deber de conciencia, a la luz de la fe?

Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 7

Jesús quiso una Iglesia con Sacramentos

Jesús hizo muchos gestos, muchos signos durante su vida terrena.


Desde el nacimiento en un portal de pastores y animales, hasta la
despedida lavando los pies a sus discípulos. Era normal que nos dejara un
gran recuerdo para que le siguiéramos recordando con signos y con
gestos.

Esto son los sacramentos: herencia de los gestos y de los signos de


Jesús. La palabra "sacramento" significa "cosas santas" (sacer, sagrado)
y, por lo tanto alude a objeto, acción o estado relativo a la santidad. Los
griegos cristiano empleaban el término misterio, (algo oculto, secreto) para
decir lo mismo. Lo siguen empleando. Son más imaginativos. En occidente
se habló de sacramento desde el principio.

Los romanos, ya en el siglo I, usaban ese término en ocasiones con


sentido militar de "juramento secreto", o acto juramentado, como la jura de
bandera o el ascenso de un capitán a una misión reservada. En el uso
jurídico se aludía a fianza o compromiso jurado. La palabra sacramento
viene de ahí.
Los griegos, en cuya lengua se escribió el Nuevo Testamento, los
llamaban misterios. La idea que hay debajo viene del mismo Jesús que
quiso para su Iglesia signos sensibles, gestos, acciones, que se vuelven
santas por ser cauces de la gracia divina y la intención misteriosa que hay
en ellas, la cual supera la mera acción material.

Concepto religioso

Ya en el siglo III se usó el término con sentido religioso y se aludía con


él al acto o gesto que produce santidad, como el bautismo o la eucaristía.
Por eso, para los cristianos, significaba la idea de sacramento el cauce de
la acción misteriosa de Dios, que es él único que da la gracia. Aparece con
frecuencia en los escritos del Nuevo Testamento y ocasionalmente en
algún libro del Antiguo.

En la traducción de S. Jerónimo de la Biblia, la Vulgata, convierte el


término griego “misterio” en el latino “sacramento” y recuerda hechos
bíblicos (Tob. 12, 7; Dan. 2. 18 y 4, 6; Sab. 2. 22 y 6, 24) que son cauces de
la gracia y de la amistad divina. De las 28 veces que aparece en el Nuevo
Testamento el término "misterio", no siempre lo transcribió por
"sacramentum" cuando lo puso en latín. A veces usó el término de “acción
santa”, de “signo” o de misterio.

Un significado especial del término "sacramento" es el de acontecimiento


salvador y santificador de Jesús, como redentor misterioso y amoroso de
los hombres. Así lo dice San Pablo en varias ocasiones: Ef. 1. 6.; Col
26. Los primeros escritores tendieron a llamar sacramento a toda la
religión cristiana, en cuanto ésta es una suma de verdades e instituciones
misteriosas. Pero también lo aplicaron con frecuencia a los ritos de culto
que los cristianos realizaban.

La realidad sacramental de “signos sagrados” quedó precisada en el


Concilio de Trento, cuando se salió al paso de las actitudes más subjetivas
y fragmentarias de los Reformadores, llamados protestantes. No formuló
este Concilio una definición dogmática, pero lo presentó como "signo
visible de una realidad sagrada e invisible, que es la gracia." Y declaró que
los signos sacramentales queridos por Cristo fueron siete y sólo siete, sin
que se pueda pensar en ninguno más.

Es el Catecismo Romano el que explicó definitivamente el sacramento:


"Una cosa o acción sensible que, por institución divina, tiene la virtud de
significar y operar la santidad y justicia, es decir la gracia santificante."
(Sesión III. 8).

Y hoy, en el Catecismo de la Iglesia Católica de Juan Pablo II, cinco siglos


después, se dicen palabras similares: “Sacramento es lo que da la gracias
a los seguidores de Jesús”

Rasgos sacramentales
Según este Catecismo, son tres los rasgos del concepto de sacramento:
un signo exterior y sensorial, que significa la gracia; la acción misteriosa
de producir la gracia santificante por Dios; la institución por Jesucristo de
ese signo, gesto o acto.

Los signos sacramentales no son las cosas o las acciones: agua, pan,
crisma, etc., sino “las cosas unidas a las palabras y a las intenciones”. Por
eso no son los signos los que definen su contenido religioso o su
significación espiritual, pues lo natural por sí no puede dar lo sobrenatural,
sino la referencia divina, la institución por Cristo, que es lo que hace a la
realidad natural producir tales efectos.

Además, se insiste por parte de diversos autores y teólogos que no son


realidades teóricas y especulativas, las que dan la gracia sino las acciones
intencionales sencillas, eficientes y prácticas.

Efectos de los Sacramentos

Dios quiso que existieran estos signos sensibles para concedernos su


gracia, de una forma incipiente (Bautismo o Penitencia) si no se tiene, o de
una forma proficiente (Confirmación, Eucaristía, Unción de enfermos) si ya
se posee; o incluso, de una forma relativamente perfectiva o culminativa
(Orden, Matrimonio) cuando se llega a cierta plenitud de vida en la
comunidad eclesial.

Los sacramentos confieren la gracia santificante, o amistad con Dios, a


quienes los reciben. La dan de forma inicial (Bautismo), la confirman de
una manera perfectiva (Confirmación), la restauran si se pierde por el
pecado (Penitencia) o la incrementan de manera progresiva con su
recepción (Eucaristía).

Es la enseñanza de la Iglesia desde los primeros momentos y es la


persuasión que se ha defendido siempre contra cualquier hereje que haya
dudado de esta realidad. La concesión de la gracia la encontramos en
múltiples texto del Nuevo Testamento, aunque es el Bautismo el que más
fue señalado como fuente de justificación: 2 Tim. 1. 6; Jn 3. 5; Tit. 3. 5; Ef.
5. 26; Jn. 20. 23; Sant. 5. 15; Hech. 8. 17; Sant 6. 55.

Con la gracia divina general, los sacramentos conceden o aumentan


todos aquellos dones con ella vinculados: los dones del Espíritu Santo, los
méritos sobrenaturales, las virtudes infusas o regaladas de fe, esperanza y
caridad.

Sacramentos y vida

La religión cristiana es sacramental por voluntad del mismo Cristo. Es


decir, Dios quiso que hubiera unos cauces humanos y sensibles para
comunicarnos su gracia por su medio. Es importante asumir esta economía
de salvación que Dios determinó. Podía haber sido otra, pero la realidad es
lo que es y no lo que podía haber sido.

La conveniencia de instituir signos sensibles de la gracia se escapa


nuestro razonamiento. Pero se asume bien cuando nos damos cuenta de
la condición sensible que los hombres tenemos y de lo difícil que resulta
llegar a situaciones de abstracción elevada en la mayor parte de las
personas sencilla.

Por eso Cristo quiso acomodarse a sus seguidores y les dio los apoyos
sacramentales que reflejaran, en los sentidos, sus riquezas interiores.

Cada sacramento tiene una finalidad querida por Cristo. Unos son de
frecuente recepción. Otros se reciben sólo una vez y son el comienzo de
una nueva vida y la causa de un nuevo estado en la comunidad cristiana.
El buen cristiano sabe ver en acciones y objetos tan sensoriales el misterio
de Dios que en ellos late.

Un aspecto decisivo de los sacramentos es que no han sido inventados


o instituidos por la Iglesia, sino queridos por el mismo Jesús. Y es claro en
la Iglesia que Jesús quiso éstos y sólo estos, los siete, que la Iglesia
trasmite.

De algunos, como la Eucaristía, nos quedan entrañables testimonios


evangélicos, claros, precisos y contundentes. De otros, como la Unción de
los enfermos, no hay referencias explícitas en el Nuevo Testamento.

Sin embargo, la Iglesia nos enseña que todos los Sacramentos del Nuevo
Testamento fueron instituidos directamente por Jesucristo y lo declara
verdad de fe.

Necesidad de los sacramento

Algo parecido podríamos decir sobre la necesidad de los Sacramentos


para la vida cristiana. Cristo podía haber prescindido de ellos y establecer
otras formas de comunicación de la gracia. Sin embargo, quiso esta de los
signos sensibles como instrumentos y cauces.

Conocida la voluntad del Señor, lo importante es someterse a ella, no


discutirla o tratar de razonar sobre ella. Con todo resultan interesantes
determinadas aclaraciones.

También es bueno recordar que la Iglesia a lo largo de los siglos ha ido


estableciendo otros signos sensibles con motivación religiosa. Son los
sacramentales: procesiones, fiestas, luces y velas, cantos y plegarias,
imágenes religiosas, ornamentos, gestos y posturas, agua bendita y
bendiciones, etc. Todos ellos son acciones buenas que nos ayudan a
vincularnos con lo espiritual y con las cosas de Dios.
Tema 7. Preguntas para responder y comentar
(Escribirlas en media hojita de papel)
Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Usamos en nuestro lenguaje con frecuencia la palabra sacramento


y la palabra misterio? ¿Por qué a la primera la asociamos a lo religioso y
la segunda no?

2. ¿Consideramos un don o una carga el que ya siete sacramentos y


que debamos recibirlos en nuestra vida para ser cristianos… bautismo…
confirmación… eucaristía… matrimonio?

3. ¿Si hubieras puesto tú un sacramento más, ¿cuál habrías colocado?


¿Por qué y para qué?

Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 8

Bautismo, signo de pertenencia

Bautismo (del verbo griego baptizein, sumergir) es, en las iglesias


cristianas, el rito de iniciación, administrado con agua, en nombre de la
Stma. Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) o en el nombre de Cristo, como
afirma San Pablo, dejando implícita la Persona del Padre y la del Espíritu
Santo. El Catecismo Romano lo define como "Sacramento de la
regeneración administrado por el agua y la palabra." (II. 2. 5).

Es el primero de los sacramentos, por cuanto nos abre a la vida cristiana


y nos posibilita la pertenencia a la Iglesia. Los primeros cristianos lo
consideraban como el encuentro inicial con Cristo y el signo de la
conversión. Ello significaba que, con el Bautismo, dejaban las costumbres
y las formas de vida paganas y se iniciaban en la vida de los seguidores de
Jesús. Es de suponer que pronto comenzaron a exigir una buena
preparación y que intentaron que se administrara el Bautismo envuelto en
alegría.

A medida que la primitiva Iglesia fue bautizando a los hijos que nacían en
el seno de los hogares ya cristianos, los niños crecían en la piedad y en el
conocimiento de Jesús. Pero debían hacer un acto de consciente
aceptación del mensaje evangélico cuando llegaban a ser mayores.
Entonces se comenzó a valorar la Confirmación, o aceptación consciente
y firme de la fe recibida y de los compromisos asumidos por el Bautismo.

Se actualizó el deseo de Jesús, que también fue el que hubiera un signo


de Confirmación, un sacramento de fortalecimiento y de plenitud, como
después enseñaría la Iglesia. Entonces fue cobrando importancia también
la administración del Sacramento de la Confirmación. Pero acaso esto no
fue antes del siglo IV o V, cuando ya la mayor parte del Imperio había
asumido el cristianismo.

La acción de bautizar

Los Apóstoles entendieron desde el primer momento lo que implicaba el


Bautismo como gesto y lo prodigaron entre todos los que se les unieron
para reconocer el carácter mesiánico del Señor Jesús: Hech. 2. 38 y 41; 8.
12; 8. 36; 9. 18; 10. 47; 16. 15 y 33; 18. 8; 19. 5; 1 Cor. 1. 14. Fue la etapa
kerigmática de la Iglesia, en la que el Bautismo era la expresión de una
adhesión a Jesús y de un compromiso de nueva vida.

Pronto el Bautismo se fue haciendo más exigente en cuanto a


preparación y se reclamó una claridad de intenciones y de doctrina para
unirse a la comunidad creyente. Los compromisos cristianos significaban
algo más que mera confesión. Todos recordaron las enseñanza de Jesús:
"No el que dice Señor entre en el Reino de los cielo, sino el que cumple la
voluntad del Padre." (Mt. 7.21)

Tal disposición se advierte en los primeros escritores cristianos del siglo


II, e incluso del I: Didajé 7; Epístola de Bernabé 11. 1; San Justino, mártir,
Apol. 1. 61. La más bella explicación sobre las exigencias del Bautismo la
daba Tertuliano, hacia el año 200 cuando decía que era “el injerto en Cristo,
la compenetración con su espíritu, la entrada de Dios en nosotros”

El Catecumenado se centró en la preparación del Bautismo desde la


perspectiva de la fe y de los conocimientos cristianos. Es S. Hipólito de
Roma el que mejor nos recogió las ceremonias (en su Traditio Apostólica)
y justificó el porqué de la formación cristiana como preparación a la
aceptación de la fe. En algunas cristiandades, como en Milán con S.
Ambrosio (De sacr. Il. 7. 20), unieron el Bautismo estrechamente con el
Símbolo apostólico. Se hacía al bautizando tres veces la pregunta de si
creía las verdades que en el Credo se contenían. A cada confesión de fe
por su parte, se le sumergía en la piscina bautismal. Así has tres veces, en
referencia a las tres partes del Credo que confiesan la fe en las tres
Personas.
Así lo vio la Iglesia

Jesús quiso que el Bautismo fuera la señal de ingreso en la Comunidad


que dejó al marchar de este mundo. No basta considerarlo sólo como un
elemento purificador del pecado original. Es mucho más. Es la puerta de la
fe. Después de 2.000 años, la Iglesia sigue viviendo la misma ilusión del
comienzo: cumplir con la voluntad del Señor y abrir la luz de la fe a todos
los hombres de buena voluntad. En lo esencial no se hace otra cosa hoy
que lo hecho por los primeros cristianos.

El Bautismo era con frecuencia llamado iluminación en la Iglesia


primitiva. Vino a ser considerado también como la renuncia al mundo, al
demonio y la carne, así como un acto de unión a la comunidad de la Alianza.

"El que no naciere [Vulgata: renaciere] del agua y del Espíritu [Vg: del
Espíritu Santo] no puede entrar en el reino de Dios." (Jn. 4. 4.). Por eso la
Iglesia siempre entendió el Bautismo como el sello de los elegidos por Dios
para el Reino de su Hijo y le siguió presentando como tal a lo largo de la
Historia.

Efectos del Bautismo

El Bautismo es una fuente de gracia. La Iglesia lo miró siempre como el


gran don, el primero, el permanente, el transformante, de Jesús a los
hombres, transmitido por sus manos misioneras.

Los Catecismos de todos los tiempos resaltaron la idea de que el


bautismo es el signo primero y fundamental del perdón divino y de la unión
con Dios.
El de Juan Pablo II dice: "El Bautismo es el fundamento de toda vida
cristiana, es la portada de la vida en el espíritu y la puerta que abre el
acceso a los demás sacramentos. Por él nos hacemos hijos de Dios." (Nº
1213)

1. Perdona el pecado original. Ello significa que termina en nosotros el


imperio del mal que nos dominaba desde el pecado de nuestros
primeros padres y que nos afectó profundamente. Gracias a la
muerte redentora de Jesús, el Bautismo se convirtió en llave de
recuperación, que es lo mismo que justificación y la santificación.

2. Perdona el pecado personal. Como somos también pecadores, o


podemos serlo, por nuestra debilidad y nuestra libertad, también el
Bautismo otorga el perdón de cualquier culpa o pena que se tenga
en el momento de recibirlo.

3. Y no sólo destruye el pecado en cuanto culpa, esto es como ofensa


y enemistad para con Dios, sino en sus efectos secundarios que los
teólogos llaman "pena", es decir necesidad de reparar, con la
penitencia en esta vida o con la purificación posterior a la muerte, el
mal realizado.
Esto significa que en el momento del Bautismo el hombre queda especial
y totalmente purificado del pecado. Es efecto misterioso, pero ha sido
siempre enseñando así por la Iglesia. La doctrina de S. Pablo afirma que
con el Bautismo el hombre viejo muere y amanece el nuevo hombre en el
Señor Jesús. (Rom. 6.3.) El primero que habló de esta visión bautismal fue
Tertuliano: "Después que se ha quitado la culpa, se quita también la pena."
(De bapt. 5). Y San Agustín repitió tal enseñanza con decidido gozo. (De
pec. merit. II 28)

Da la gracia santificante

Esta gracia significa que nos hace hijos amados de dios, que nos hace
participar de su felicidad eterna y de su misma naturaleza, que nos
convierte en herederos del cielo. La gracia es don y el acceso a ella lo
llamamos justificación. Es decir, devuelve el estado de justicia y santidad
que el hombre poseía antes del pecado original.

Lo devuelve como en germen, pues los efectos de aquel estado (carencia


de concupiscencia, inmortalidad, ciencia infusa) no regresan con el perdón
del pecado. El cultivo de esa semilla divina tiene que ser labor posterior del
bautizado.

Por eso solemos decir que la justificación consiste en algo negativo:


destruye el pecado, no solamente lo oculta (como dice el protestantismo);
pero también tiene una dimensión positiva: da la amistad y la limpieza total
del alma.

Tema 8. Preguntas para responder y comentar


(Escribirlas en media hojita de papel)
Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Qué significa el Bautismo para los demás cristianos que nos


rodean? ¿Qué significa para nosotros?

2. ¿Discuten algunos en tu entorno sobre si es conveniente bautizar a


los niños de muy pequeños? ¿Qué dices tú al respecto?

3. ¿Se dice que el Bautismo da la gracia santificante, al borrar el pecado


original? ¿qué es pecado original y qué es gracia?

Catecumenado de Adultos. Confirmación


Tema 9

Eucaristía y Celebración de la comunidad.


El cristianismo posee un dogma y un misterio singular que no tiene
comparación con ningún dogma o misterio de las demás religiones de la tierra.
Es la Eucaristía. En ella está la presencia sacramental del mismo Cristo en las
comunidades de sus seguidores.

Los datos de este misterio y dogma son asombrosos:

- El mismo Jesús, Hijo de Dios, se mantiene en sus templos, iglesias y


capillas, en donde se venera de modo especial en el altar. Se conserva una
"reserva" del pan ofrecido y transformado en el sacrificio eucarístico.

- Los enfermos, presos y necesitados pueden beneficiarse de la unión total


con sus hermanos a través de él. Y se aprovecha su conservación para venerarlo
como recuerdo vivo del Señor. Se mantiene en un sagrario o depósito, que actúa
como de santuario. Y muchos creyentes multiplican sus muestras de respeto al
Señor allí presente de manera misteriosa y real. A lo largo de la Historia ese culto
eucarístico ha multiplicado las muestras artísticas de todo tipo y, sobre todo, los
gestos de fe y de plegaria con este motivo.

- Los cristianos acuden a la celebración de la Eucaristía cada domingo y las


iglesias se llenan de personas creyentes que oran y recuerdan a Jesús, y no
simplemente "cumplen con la Iglesia" asistiendo a ese acto religioso.

- Se celebra con devoción en muchos ambientes el recuerdo de ciertos días


como el Jueves Santo, en el cual Jesús celebró la Pascua con los discípulos

- Muchos grupos cristianos adultos y juveniles selectos se reúne para celebrar


el Sacrificio de la Eucaristía y sienten la presencia del Señor en medio de ellos.
- Se han multiplicado en la Historia las devociones y las tradiciones
eucarísticas. Su han promovido cofradías y asociaciones para adorar al Señor
oculto en las especies de pan y de vino. Se multiplican los actos religiosos que
tienen como centro a Cristo presente en el altar.

Sacramento de amor

Hay quien puede sentir dudas de que sea tan real la presencia de Cristo en
medio de sus seguidores. Pero son muchos lo que creen en ella y llaman al signo
sensible de esa presencia, el pan y el vino, el sacramento del amor. Aceptan con
fe la realidad del milagro y del misterio.

La presencia de Jesús en las especies eucarísticas de pan y de vino,


substancias reales antes y apariencias o accidentes después de la
transformación, se realizó cuando El mismo se lo comunicó a sus Apóstoles en
la última Cena.

Interesa recoger cómo lo refleja el Evangelio, pues es la fuente de nuestra fe


en tan singular misterio. Si el mismo Jesús no lo hubiera dicho con claridad, nos
costaría mucho concebir una maravilla semejante.

S. Lucas lo relata así: "Cuando llegó la hora, Jesús se puso a la mesa con sus
discípulos. Entonces les dijo: Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con
vosotros antes de mi muerte! Pues os digo que no volveré a comerla hasta que
la realice en el Reino de Dios.
Después tomó pan, dio gracias a Dios, lo partió y se lo dio a los discípulos
diciendo: Tomad esto y comed todos de ello, pues esto es mi cuerpo, que será
entregado por vosotros. Haced siempre esto en recuerdo mío.
Y lo mismo hizo con la copa, después de haber cenado, y les dijo: Esta copa
es la nueva alianza, confirmada con mi sangre y que va a ser derramada." (Lc. 22.
19-20)

Los otros evangelistas añaden algunos pormenores. S. Mateo y S. Marcos


dicen sobre la distribución del cáliz: "Bebed todos de él, porque esto es mi
sangre, que va a ser derramada por todos para el perdón de los pecados. No
volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que lo beba de nuevo con
vosotros en el Reino de mi Padre" (Mc. 14. 23-26 y Mt. 26. 27- 30)

Los datos fundamentales de la institución de la Eucaristía se hallan lo


suficientemente claros para entender que Jesús quería dejar algo más que un
recuerdo, pero que fuera también "memorial de presencia", a los seguidores.

Y ese memorial lo escondió en el pan y en el vino que les repartió y que le


indicó que los repitieran y los repartieran siempre: "Cuantas veces hiciereis esto,
lo haréis en memoria mía." (Lc. 22.19).

Es emocionante cómo describe la Eucaristía el apóstol Pablo. A los hermanos


de Corinto les dice: "Os voy a relatar una tradición que yo recibí del Señor. Y es
que el mismo Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan, dio
gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo. Os lo entrego por vosotros. Haced
esto en memoria mía". Y del mismo modo, después de cenar, tomó la copa y dijo:
"Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre. Cada vez que bebáis de
ella, hacedlo en memoria mía". Por eso, cada vez que coméis de este pan o bebéis
de este cáliz, estáis proclamando la muerte del Señor, en espera de que El venga.
Por lo mismo, quien come de este pan y bebe de esta copa de manera indigna
se hace culpable de haber profanado el cuerpo y la sangre del Señor.
Examine cada uno su conciencia antes de comer del pan y de beber de la
copa. Quien come y bebe sin tomar conciencia de que se trata del cuerpo y de la
sangre del Señor, come y bebe su propio castigo. Y ahí tenéis la causa de tantos
achaques y enfermedades, e incluso muertes, que se dan entre vosotros." (1 Cor.
11.20-30)

Sacramento de presencia

Lo más significativo de la celebración de la Eucaristía es la presencia del


Señor. Jesús siempre está espiritualmente con aquellos que le aman y creen en
él. Lo está en cada persona que vive en gracia, es decir en su santa amistad. Y lo
está en cada comunidad que refleja y encarna grupalmente la Comunidad total
de su Iglesia.

Pero, en la Celebración eucarística, su presencia se hace más sensible, más


significativa, más testimonial y más misteriosa. Todo esto significa la palabra
"sacramental", a la que aludimos para reflejar el hecho de que se halla realmente
en las especies o apariencias del pan y del vino, una vez que han sido
"consagradas" por las palabras santas del que preside la Asamblea, que sólo
puede serlo el que haya sido "ordenado" para esta función litúrgica y eclesial.
Esta presencia no es fácil de aceptar, si no se tiene fe. No es posible de
comprobar, pues es un hecho misterioso que está más allá de nuestros sentidos.
Pero sabemos que así es, pues el mismo Jesús lo dijo con claridad. La Iglesia,
desde la palabra de Jesús, así lo enseña.

Las palabras sagradas que el ministro celebrante pronuncia en el momento de


la consagración, en la Eucaristía, son las únicas válidas para garantizar esa
presencia. Son las mismas que Jesús pronunció: "Esto es mi cuerpo... Este es el
cáliz de mi sangre..."

Desde antiguo se ha llamado "transubstanciación", o transformación


sustancial, al cambio del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Jesús. Los
accidentes o apariencias siguen idénticos después del hecho, pero la realidad es
otra diferente, aunque los sentidos no lo perciben. Allí está Jesucristo para quien
quiera verlo con los ojos de la fe. Para realizar este milagro sobrenatural es
preciso estar revestido del carácter sacerdotal que concede el Sacramento del
Orden. Por eso, sólo el sacerdote puede celebrar auténticamente la Eucaristía.
Sólo él puede ser ministro de esta singular conversión sustancial.

El dogma

Cristo está presente en el sacramento del altar por transubstanciarse el pan


y el vino en su cuerpo y en su persona. Hay que ahondar en esta realidad, pues
tenemos cierta inclinación a identificar el pan con su cuerpo y el vino con su
sangre, olvidando que el dogma y el misterio reclaman la unidad: pan y vino se
hacen "cuerpo, sangre, alma y divinidad", es decir todo Jesucristo.

Es evidente que este dogma exige fe. Y que la transubstanciación, el cambio


de sustancia, sólo por la fe es admisible. Ni la Física ni la Filosofía bastan para
entenderlo. La Física conduce a una visión experimental: nada cambia en las
estructuras materiales del pan antes y después del milagro trasformador
(almidón en forma de harina cocida había en el pan y agua, pigmentos, alcohol,
había en el vino).

Exactamente lo mismo se percibe en ambos elementos después. La Filosofía:


la metafísica, la lógica, la psicología o la sociología, pueden multiplicar sus
argumentos en favor o en contra de la posibilidad de este hecho. Pero nada en
firme puede concluir la razón por escaparse de sus argumentos de cualquier
explicación empírica.

Se trata de un "misterio" de fe y no de un "acontecimiento". La razón termina


allí donde empieza lo sobrenatural. Por eso no es bueno discutir ni razonar
demasiado sobre cómo es posible que Cristo se esconda en las especies de pan
y vino

Es mejor asumir con sencillez el misterio y cultivar una piedad sencilla,


humilde, serena y solidaria con los demás creyentes. Esa actitud se manifiesta
ante el templo que acoge el pan convertido en cuerpo de Cristo, en las prácticas
de la Iglesia, en la eucaristía de cada domingo, en el respeto al hablar de las
cuestiones que se relacionan con el alta y sus ministros.

La Eucaristía es el misterio cristiano que más une a los cristianos. Y es el que


más aleja a los incrédulos, incapaces de asumir con humildad las mismas
palabras de Cristo: “Esto es mi cuerpo. Este es el cáliz de mi sangre”

Tema 9. Preguntas para responder y comentar


(Escribirlas en media hojita de papel)
Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Usamos la razón o usamos la fe cuanto hablamos o pensamos en


la Eucaristía?

2. ¿Consideramos un don maravilloso el don de Jesús de quedarse en


el pan y en el vino o lo miramos como un rito más, sin especial
significación?

3. ¿Oramos en ocasiones ante un altar silencioso en donde se halla


guarda la Eucaristía?
Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 10

PENITENCIA Y CONVERSION

Es un sacramento querido por Jesús para purificar del pecado y actualizar la


gracia del Bautismo. El gesto del perdón penitencial es el signo sensible por el
cual se nos concede el perdón de los pecados en nombre del Señor Jesús; pero
por intermediación de la Iglesia, que lo administra. Como sacramento posee
capacidad sobrenatural de otorgar la gracia divina mediante el perdón del pecado.

Se estructura en un signo sensible que ha sufrido oscilaciones a lo largo de los


siglos, pero que ha mantenido el rasgo esencial: reconocimiento del pecado por
parte del pecador y declaración del perdón por parte del ministro.

Naturaleza Sacramental

Es un sacramento que enlaza tres rasgos: el signo, el arrepentimiento y el


perdón. El signo es algo visible, contingente, que podía haber sido diferente, pero
que, querido por Jesús, refleja la manifestación del arrepentimiento y la
declaración del perdón.

Por una parte penitencia (tener pena) es el dolor de haber pecado, es


reconocimiento de tal error, es deseo de cambiar de vida. Por la otra, es perdón,
destrucción del pecado en su aspecto de culpa, de ofensa a Dios, por el poder
otorgado a la Iglesia. Y, junto a la aniquilación de la culpa, se halla la apertura a
recibir la expresión de la pena o castigo reparador que el pecado reclama.

Hay que evitar trasladar las categorías jurídicas humanas al sacramento:


sacerdote juez, reo pecador, fiscal acusador, abogado defensor, sentencia y
sanción. Sólo metafóricamente se puede hablar de tribunal y de juicio, de
sentencia y de pena. La realidad es más simple y sobrenatural. Hay un gesto o
signo sensible que expresa el perdón; y hay una gracia santificante que se
restituye por ese signo.

Lo difícil es entender cómo un signo sensible produce un efecto invisible, cómo


lo natural genera lo sobrenatural. En este salto misterioso es donde está la
necesidad de la fe, para aceptar que Cristo quiso que así fuera, como pasa en los
demás sacramentos: Bautismo con el agua, Eucaristía con el pan y vino,
Confirmación con el santo crisma.

Signo sensible

El signo exterior del sacramento de la penitencia, por lo tanto, es la


manifestación del dolor del pecado, los gestos de humilde petición del sacramento
y la proclamación de ese perdón o absolución. Lo importante en ese signo es el
arrepentimiento, la reconciliación y la conversión, tres manifestaciones del
perdón.

- Con el arrepentimiento rechazamos el pecado en lo que tiene de malo;


sentimos pena y hasta vergüenza de habernos comportado mal.

- Con la reconciliación, volvemos nuestro corazón a Dios, que es nuestro


Padre, como hizo el hijo pródigo de la parábola que Jesús relató. Decimos:
"He pecado contra ti y no soy digno de ser llamado hijo tuyo." (Lc.15.11-32)

- Con la conversión cambiamos por completo de vida y no volvemos a ir por


el camino del mal, pues nuestro corazón se entrega a Dios con amor.

Estos tres sentimientos han sido iniciados en el Bautismo, en donde fuimos


hechos hijos de Dios. El perdón del sacramento penitencial nos restituye la gracia
bautismal, si nuestro corazón es recto y sincero. Se enlaza pues con la iniciación
bautismal.

Dolor y arrepentimiento

Evidentemente lo más importante para el pecador es la conversión. "Dios no


quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva." (Sab. 1. 13) Es decir,
Dios quiere el dolor del pecado cometido: pesar, remordimiento, sufrimiento,
compunción, pena, arrepentimiento, decisión de no volver a pecar.

La Iglesia entendió siempre por contrición "el dolor del alma y aborrecimiento
del pecado cometido, juntamente con el propósito de no volver a pecar". Es la idea
expresada en el Concilio de Trento, en la sesión XIV del 25 de Noviembre de 1551
(Denz. 897). Los tres elementos de este concepto; sentimiento o dolor, rechazo o
renuncia, propósito de cambio, han sido y son elementos claves para autentificar
el arrepentimiento, de modo que uno sólo haría dudar de la autenticidad de esta
disposición moral.

No se debe identificar pues la contrición con un mero sentimiento de pena, de


vergüenza o de angustia. Es una disposición de la inteligencia y de la voluntad
libre, no de la sensibilidad.

Es el rasgo esencial de la "conversión", cara sensible y humana del concepto


más teológico de "justificación". Por eso se considera como el valor central de la
penitencia sacramental.

El “Dolor de contrición” es el ideal en el orden sobrenatural para quien ha


ofendido a Dios. A él se debe aspirar. El motor que lo desencadena es el amor puro
a Dios solo, que consiste en preferirle sobre todas las cosas, por ser Él quien es.
El motivo que origina el rechazo del pecado es ese amor de benevolencia o amistad
divina.
Es evidente que no todos los hombres ni en todas las ocasiones pueden llegar
a una situación espiritual tan perfecta. Se acerca el alma a esta disposición al
considerar la ingratitud que supone cuando considera el pecado y compara la
maldad del pecado con la bondad divina. La consideración de la muerte redentora
de Cristo es la plataforma para despertar esta disposición espiritual.

El simple llegar a ese dolor ya justifica o perdona por sí mismo el pecado


cometido (justificación presacramental), pues supone que la persona entera se
adhiere de nuevo a Dios, a quien se rechazó por el pecado. La contrición es por sí
misma justificante, de modo que, aunque quede el deber de recibir el sacramento,
el pecado se perdona por ella.

En el Antiguo Testamento, encontramos ejemplos de esta contrición como


cauces para el perdón del pecado. La declaración del profeta a David: "Tu pecado
ha sido perdonado" (2. Sam. 12. 13) sigue a la confesión: "He pecado contra
Yaweh" , del rey. Es actitud que en otras referencias se encuentra con claridad: Ez.
18. 21; Ez. 33. 11; Salm. 31. 5.

En el Nuevo Testamento hallamos otras referencias claras: "Se le perdona


mucho, porque ha amado mucho." (Lc. 7. 47). También en Jn. 12. 1-11; Mc. 14. 3-9;
Jn. 14. 21; 1. Jn. 4. 7. La idea de que "la caridad borra multitud de pecados" (1. Petr.
4. 8) será clave en el cristianismo de todos los tiempos.

Absolución

La declaración del perdón por parte del ministro confesor, la absolución, implica
doble acción: actuar como receptor eclesial del poder de las llaves y ejercer como
instrumento de perdón.

En cuanto acto sacramental constituye el tercer elemento para la validez del


perdón. Supone el uso de fórmula adecuada, intención explícita, jurisdicción o
dependencia eclesial.

La forma, o fórmula, de la absolución sacramental consiste en las palabras que


el sacerdote emplea, expresadas ordinariamente en los rituales eclesiales
aprobados por las diversas Conferencias episcopales o Diócesis: "Yo te absuelvo
en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". En estas palabras sólo son
esenciales la declaración del perdón. La referencia trinitaria y cuantos
aditamentos, invocaciones o plegarias se usen en diversos ambientes pueden
fomentar la piedad, pero non constituyen acción sacramental.

Institución por Jesús

La institución por parte de Cristo del sacramento de la penitencia nunca ha


suscitado duda alguna en cuanto al hecho y en cuanto al tiempo. Siempre se
asoció la intención del Señor a los dos momentos penitenciales que se reflejan en
los textos evangélicos: el de la promesa y el de la encomienda. La promesa se
asocia a las palabras del Señor a Pedro: "Atar y desatar" (Mt. 16. 13-20); repetidas
luego a los Apóstoles (Mt. 18. 18)

Y la encomienda o concesión se relacionó con la misión universal de los


Apóstoles y la explícita misión de perdonar los pecados al momento de la
despedida postresurreccional. (Jn. 20. 10-22; Lc. 24. 47).

El receptor del sacramento no puede ser otro que el adulto capaz de pecar, o que
realmente ha pecado, y quiere recibir el perdón por la vía establecida por el mismo
Señor Jesús. Ni los niños ni los deficientes ni quien carezca de suficiente
desarrollo moral, es decir de responsabilidad como persona, puede ser sujeto de
la penitencia.

El valor de la penitencia está en ser camino para la conversión. Y en cuanto signo


sensible, el sacramento orienta, mantiene y confirma el perdón de Dios para el
pecador
Es importante resaltar que la penitencia no es un rito. El rito es sólo el ropaje
del acto divino del perdón. El sacerdote no perdona. Sólo actúa de intermediario y
de instrumento de Dios. El que perdona es Cristo que misteriosamente ha querido
hacerlo a través de un hombre también pecador.

Por eso es tan importen entender el sacramento como gesto de humildad y la


absolución como una declaración del misterio de la gracia divina, que borra el
pecado del hombre arrepentido y restaura la unión y la amistad con la misma
divinidad .

Tema 10. Preguntas para responder y comentar


(Escribirlas en media hojita de papel)
Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Por qué es tan difícil a ciertos pecadores acercarse al sacramento


del perdón?

2. ¿Pensamos que las formas penitenciales que se han empleado desde


lo primeros tiempos: arrepentimiento, signo de conversión, gesto de
humildad de declarar por qué pecados se pide perdón, declaración del
perdón, penitencia reparadora, son entendidas por el hombre de hoy?

3. ¿Es el perdón del pecado un beneficio sólo para el pecador o hay más
beneficiados?

Catecumenado de Adultos. Confirmación


Tema 11.

MARIA, MODELO DE CRISTIANOS.

La prerrogativa y dignidad máxima de María Virgen es la de ser Madre de Dios.


No se trata de que recibiera de ella, como es evidente, la divinidad; sino que, por
estar el hombre Jesús concebido en sus entrañas virginales unido hipostáticamente
a la divinidad, ella entra en relación con la unidad de persona que existe en su divino
Hijo.

Es, pues, Madre de Dios, no madre de la divinidad. Así lo reconoció la primera


tradición de la Iglesia (la Madre del Señor) y así fue reconocido y declarado en el
Concilio de Efeso, del 431, que declaró contra Nestorio y sus seguidores, por
probable formulación de S. Cirilo, que María debía ser reconocida como "teostokos",
madre de Dios, y no sólo como "anthrostokos", madre del hombre Jesús o
"Xristostokos", madre de Cristo, el ungido.

La figura de María recibe su grandeza eclesial, no tanto por la devoción inmensa


de sus admiradores, sino por la estrecha relación con su Hijo Salvador. Fue el hecho
de la anunciación del ángel el que inició su vocación eclesial, al asumir la
maternidad en el misterio de su conciencia y de su plenitud de santidad al servicio
de Dios. Así lo reconoció siempre la Iglesia.

"La Anunciación de María inaugura la plenitud de los tiempos, es decir el


cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada a concebir a
Aquel en quien habitará corporalmente la plenitud de la divinidad. La respuesta
estuvo vinculada al poder del Espíritu Santo: "El Espíritu Santo vendrá sobre Ti."
(Catec. Iglesia Católica. N. 484)
Razón máxima.

Aparece en la Sda. Escritura la misma declaración de la relación con el único


Señor, Dios y hombre, que es engendrado en el vientre de María. "El Espíritu Santo
vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te envolverá con su sombra... Por eso, el fruto
que de ti va a nacer será santo y será llamado Hijo de Dios... María dijo al Angel: He
aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra". (Lc. 1. 35-37)

La maternidad de María no significa que le haya dado la divinidad, sino que fue
la gestadora de un ser humano, en quien estaba la Segunda Persona de la Trinidad
Santísima con una unión personal, hipostática, a esa humanidad en gestación. Al
decir humanidad, se alude a su cuerpo y a su alma, unidos e inseparables

Además María es reconocida como la Madre del Señor. La maternidad para ella,
como para cualquier mujer israelita, era la participación en la bendición de Abraham,
era la culminación de la pertenencia al pueblo elegido, era también la realización
como persona selecta y fiel.

También es el ángel el que declara la grandeza misteriosa de su maternidad:


"Sábete que vas a concebir en tu vientre y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás
por nombre Jesús. El será grande y será llamado el Hijo del Altísimo y el Señor le
dará el trono de David, su padre" (Lc 2. 31-32)

Estas palabras añaden a la santidad de María, el reconocimiento de su herencia


profética. El que va a nacer de sus entrañas santas va a ser el anunciado por los
profetas. Así lo reconocerá también Isabel:¿De dónde a mí que venga a visitarme la
Madre de mi Señor?” (Lc. 22.43.)

Maternidad singular

Por si esta bendición de maternidad y de herencia profética no fuera suficiente,


todavía encierra el saludo angélico la tercera gran declaración a la grandeza de
aquella concepción: el rasgo de la virginidad como signo de singularidad.
"Dijo María al ángel ¿Cómo va a ser esto, pues yo no conozco varón alguno? El
ángel respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el Altísimo te cubrirá con su
sombra. Por eso, el que ha de nacer de ti será santo y será llamado Hijo de Dios"
(Lc. 1. 35-37)

Con el paso de los siglos se fueron clarificando y definiendo las verdades sobre
tan excelsa cristiana. Se insistió en la intervención divina fecundante, al mismo
tiempo que se resaltó el signo milagroso y profético del nacimiento de Cristo.

Pero esto sólo se hizo simultáneamente a la claridad que se fue consiguiendo


sobre el mismo misterio de Cristo, enviado de Dios: su encarnación, su naturaleza
divina, su redención, su unidad de Persona.

Las prerrogativas de María sólo tienen sentido complementario, en cuanto hacen


referencia a la maternidad divina.

- Fue preservada de pecado original, siendo Inmaculada en su concepción; y


jamás ninguna mancha, imperfección o pecado eclipsó su santidad perfecta.

- Fue virgen en la concepción y en la gestación del hombre en el cual se encarnó


el Verbo. Lo fue precisamente como signo de la acción divina sobre el mundo y de
la supremacía celestial sobre la naturaleza.

- Hizo de mediadora de su Hijo, desde sus años infantiles hasta sus días de
predicación, desde la presentación a los Magos que vinieron del Oriente hasta la
presencia en el Calvario cuando parecía triunfar el mal.

- Se mantuvo presente en oración con los discípulos, cuando la Iglesia esperaba


al Espíritu Santo. Y realizó una humilde y silenciosa labor de animación, cuando
ellos se dispersaron llevando la buena nueva a todos los hombres.

- Fue elevada al cielo en cuerpo y alma al cumplirse los días de su peregrinación


sobre la tierra, para señalar el camino de todos los demás elegidos para el Reino y
para la luz eterna.
En consecuencia de todo ello, la explicación del dogma de la maternidad divina
de María se condensa en dos términos: misterio y carisma.

Madre por amor.

La concepción maravillosa de Jesús fue un poema de amor de Dios a los


hombres. Pero sin duda, entre los gestos de amor en que estuvo envuelto, el amor
de María a Dios, y el amor singular de Dios a María, fue algo profundamente
condicionante de aquel acto de encarnación, de gestación y de maternidad.

Fuera del contexto del amor, la maternidad de María quedaría incomprensible. La


Iglesia ha resaltado siempre el amor de María a Dios (amor sobrenatural) muy por
encima del amor humano al que engendró (amor natural).

Como tal nos invita a orientar nuestra vida a la invitación a María como modelo de
amor divino, como estímulo hacia las cosas de arriba. Y nos recuerda que es la razón
por la que fue elegida para engendrar el Señor del cielo y a la fuente de todo amor.
Ella no se dejó deslumbrar por el mundo y quiere que nos pongamos en disposición
de superar los reclamos de las criaturas.

Nos indica con sus ejemplos que lo primero de todo es Dios. Nos recuerda: "El
primer mandamiento de la Ley de Dios es amar a Dios sobre todas las cosas, con
todo el corazón, con toda la mente". (Mc. 12.29)

Y Madre de los hombres.

Y nos enseña por ello a no tolerar la discriminación entre personas y a servir a


todos por igual. Nos indica que, por encima de las razas y de los lenguajes, de los
credos y de la riqueza, todos los hombres somos hermanos. La Iglesia ha resaltado
siempre a la Madre de Dios como el modelo de la dignidad de madre en el mundo.
María madre es símbolo excelente de grandeza femenina y de la maternidad terrena.

El mundo, que siempre ha necesitado construir figuras sensibles que expliquen


a los hombres su razón de ser y ha construido vitales y significativas fuentes y
proyectos idealizados, ve en María el modelo de persona que cumple una función de
salvación y de participación. La valora y venera como modelo de fidelidad y de
fecundidad. Admira su grandeza y su generosidad. Se sorprende por su delicadeza
y su inmaculada significación. La alza como uno de esos mitos de los que jamás se
puede decir nada menos decoroso, al menos por mentes, labios y plumas con
mínimos de salud moral, psicológica y social.

Por eso nos interesa contemplar a la Madre de Jesús, no sólo desde la


perspectiva cristiana de ser la Madre elegida, inmaculada y virgen, santísima y
elevada al cielo en cuerpo y alma, tal como nos la presenta el mensaje cristiano, sino
también como emblema de feminidad y de grandeza maternal que interpela y
conmueve la conciencia de los hombres.

Miramos, pues, a la Madre de Jesús como figura mundial y no sólo cristiana. Ella
constituye una figura humana que ha pasado por la historia derrochando luz,
señalando a los hombres caminos de perfección sublime, indicando con sola su
presencia que la vida hay que construirla con los ojos en Dios.

Tema 11. Preguntas para responder y comentar


(Escribirlas en media hojita de papel)
Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Consideramos natural la devoción a la Madre de Jesús y vemos


bien que haya tenido tanta veneración entre los cristianos?

2. ¿Cómo vivimos la devoción a María en el ambiente en el que


nosotros nos movemos?

3. ¿Es importante para el cristianismo la figura de María Santísima?


¿Por qué motivos lo es?

Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 12
La Confirmación, “SIGNO DE MADUREZ”

La Confirmación es un sacramento por el cual el bautizado es colmado de gracias


por el Espíritu Santo a través de la imposición de manos y de la unción del santo
crisma. Es el signo sensible de una plenitud sobrenatural, que se expresa con la
invocación al Espíritu Santo a quien se reclama para que invada con sus dones el
alma y planifique la obra de la santificación iniciada por el Bautismo en Cristo Jesús.

Santo Tomás desarrolló ampliamente la Teología de la Confirmación. La definió:


"Sacramento por el que se concede a los bautizados la fortaleza del Espíritu." Por
eso se la mira como el signo que otorga la plenitud y profundiza la gracia del
Bautismo.

- En la Confirmación se refuerza por dentro al cristiano, con todo el cúmulo de las


riquezas sobrenaturales, de virtudes y de dones espirituales.

- En el exterior de su alma, el confirmado se siente lanzado al servicio de la Iglesia


y al testimonio de la vida que exige el mensaje del Evangelio.

Jesús quiso establecer este sacramento suplementario, no complementario, del


Bautismo. Es decir al Bautismo nada le falta, no necesita complementos. Pero Dios
quiso variedad y abundancia de medios, de añadiduras; por ello hablamos de
suplementos.

Como los demás sacramentos, tiene por misión el otorgar al cristiano la gracia.
Pero su peculiar misión es dar la plenitud de la entrega a Cristo.

Su sacramentalidad

Es de fe cristiana que es distinto, verdadero y propio sacramento. El Concilio de


Trento lo proclamó así: "Si alguno indica que la Confirmación es superflua, por no
ser verdadero sacramento, debe ser condenado." Salía así al paso de la "Confesión
de Ausburgo", redactada por Felipe Melanchton y por Lutero en 1530. (Art. 13. 6)

Mas tarde, algunos racionalistas, como Harnack (1851-1930) en "Historia de los


dogmas", volverían a negar que tal sacramento hubiera existido al principio; y lo
miraron como simple ceremonia desgajada del Bautismo en los primeros siglos
cristianos.

Pero la Iglesia exploró y clarificó lo que de la Confirmación había en las


Escrituras y en la Tradición y declaró de forma continua, y cada vez más clara y
clarificadora, la doctrina cristiana sobre la Confirmación.

En la Escritura

En la Escritura apenas si aparece como signo explícito. Pero se multiplican las


referencias a la confirmación de la fe por el Espíritu Santo. Y abundan las palabras
y los gestos que hacen pensar en la presencia divina en los signos de Jesús que
aluden al fortalecimiento del a fe en sus seguidores. Por eso se puede admitir que
en la Escritura sólo hay algunas pruebas indirectas de que Cristo constituyó un
sacramento diferente del Bautismo.

Alguna referencia incluso se halla en el Antiguo Testamento. Los Profetas


preanunciaron que el Espíritu de Dios se derramaría sobre toda la redondez de la
tierra, como señal de la época mesiánica de la salvación. (Joel 2. 28, Is. 44. 3-5; Ez.
39. 29). Y en los Evangelio se refleja con más precisión que Jesús prometió a sus
Apóstoles la llegada de la fuerza del Espíritu: Jn. 14. 16 y 26; 16. 7; Lc. 24. 49; Hech.
1. 5). Incluso se dice que el Espíritu abarcaría a todos los seguidores de los
Apóstoles: Jn. 7. 38.

En el día de Pentecostés se cumplió esa promesa con abundancia en todos los


presentes: "Quedaron todos llenos del Espíritu Santo; y comenzaron a hablar en
lenguas extrañas, según que el Espíritu Santo les movía a expresarse." (Hech. 2. 4)

Después consta que los mismos Apóstoles se lo transfirieron a los otros


discípulos que se fueron agregando. Y lo hicieron, sobre todo, con la imposición de
las manos, incluso a los que ya estaban bautizados y eran ya miembros de la
comunidad de los seguidores: "Cuando los Apóstoles, que estaban en Jerusalén,
oyeron cómo había recibido Samaria la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y Juan,
los cuales, bajando, oraron sobre ellos para que recibiesen el Espíritu Santo, pues
aún no había venido sobre ninguno de ellos; sólo hablan sido bautizados en el
nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu
Santo." (Hech. 8. 14)

San Pablo impuso las manos a unos seguidores recién bautizados; y "al
imponerles Pablo las manos, bajó sobre ellos el Espíritu Santo, y hablaban lenguas
y profetizaban". (Hech. 19. 6)

Los efectos de la confirmación

Los efectos son profundos en el alma del que recibe este sacramento: el Espíritu
Santo con sus dones, las gracia y amistad divina, la plenitud de la fe en cuanto regalo
celeste y cierta consagración a la vida de apostolado, es decir a dar a los demás las
riquezas que uno mismo ha conseguido. Algo en este Sacramento queda para
siempre en quien lo ha recibido, que no puede volver a repetir el sacramento: lo
llamamos carácter.

Y en ocasiones se manifiesta hasta visiblemente la energía espiritual que el


confirmando recibe en su alma. Se manifiesta en los mártires, en los apóstoles que
ejercen su ministerio en condiciones difíciles, cuando se han de atravesar
situaciones de especial dificultades, y acaso en tiempos de persecución y cuando
se ha de luchar con personas enemigas y opuestas el mensaje cristiano."
S. Pablo nos aclara el significado del sacramento: "Dios es quien nos confirma en
Cristo, a nosotros junto con vosotros. El nos ha ungido con su Espíritu Santo." (2
Cor. 1.21)

a) La gracia santificante

La mayor gracia santificante y amistad divina es el primero de los efectos.


Tradicionalmente se habló, sobre todo, de la comunicación del Espíritu, pues se
entendía que la gracia era donación inicial del Bautismo. Lo que hace la
confirmación es fortalecer y profundizar lo antes iniciado. Por eso la Confirmación
era posterior siempre al Bautismo.

Aumentar la gracia quiere decir que se ahondan las raíces en que se sustenta: el
amor, la amistad divina; y quiere decir que se fortalece el espíritu humano: la
inteligencia (conocimiento) con luces; y la voluntad (opciones) con nuevas fuerzas.
Lo que se quiere decir es que la vida divina, que fluye como regalo al alma, aumenta
sorprendentemente.

El regalo de la gracia es tan sublime como misterioso, y es tan real como


sobrenatural. Sólo con la luz de la fe se puede sospechar lo que hay de enrique-
cimiento en este sentido.

b) La presencia del Espíritu

A la gracia santificante acompañan los dones del Espíritu Santo y las virtudes
infusas o regaladas al alma, al igual que en el Bautismo. Al decir dones del Espíritu,
se presupone que la Tercera divina Persona se establece en el ama santificada de
manera muy especial.

La venida del Espíritu Santo ha sido siempre un reclamo especial de la Iglesia,


pues para ella es tan fundamental la figura de Jesús que la inició en su vida terrena,
como la presencia del Espíritu Santo, que la lanzó al mundo con su venida sensible
en Pentecostés.

Por eso, si la ascesis cristiana dio siempre importancia al Bautismo como enlace
inicial con Cristo, autor de la salvación de los hombres, no menos ha insistido en
todos los tiempos en la necesidad de que el Espíritu Santo resida en las almas de
los fieles. Precisamente el Sacramento de la Confirmación se asocia con la plenitud
del Espíritu y con la transformación de los corazones de los fieles.

c) El efecto específico.

Entre los dones, el que mejor refleja la presencia del Espíritu y define lo que es el
Sacramento es el de fortaleza, don que dispone para la lucha contra el mal y contra
los enemigos de la salvación.
El que ha recibido el Espíritu está dispuesto a proclamar su fe en el amor de Dios,
se abre a los demás para compartir su riqueza y se siente dispuesto a defender su
fe incluso con el martirio.

Lo más "específico o propio" de la Confirmación es precisamente esa fortaleza en


la posición de la fe. Los que han recibido la confirmación cuentan con una energía
sobrenatural especial para mantener sólida la fe y para comunicar a los demás con
entusiasmo lo que han recibido.

Por eso la Confirmación hace plena la gracia recibida en el Bautismo y, de alguna


forma, la proyecta a la comunidad creyente a la que se pertenece.

El Sacramento dispone, pues, a dar testimonio de Cristo, como hicieron los


primeros cristianos (Hech. 1. 5). Es misterioso el cómo esto se consigue. En lo
humano, tiene que ver con la firmeza y persuasión que se apodera del corazón y de
la mente del que ha recibido el Sacramento. En lo sobrenatural, pertenece al misterio
de las almas, pero verdaderamente existe y, en ocasiones, se manifiesta en los
creyentes con portentos, sin que se pueda decir más.

Imprime carácter.

La confirmación es uno de los tres sacramentos que deja grabada el alma con un
sello indeleble, que es el carácter. Quiere ello decir que el que ha sido confirmado,
lo seguirá siendo toda la vida y toda la eternidad. No es un escalón más en el camino
de la fe. Es un nuevo estado lo que se genera con este Sacramento. Es como la
confirmación de la fecundidad espiritual, cualidad que no se tiene todavía en el
Bautismo.

El carácter de la Confirmación no es igual que el del Bautismo, aunque sean de


la misma naturaleza sobrenatural. No es una renovación del sello bautismal. Es
misteriosamente una señal diferente: el Bautismo abre los ojos a la fe; ilumina la
mente. La Confirmación consolida la voluntad ante la grandeza del don recibido.
Esto lo enseñaron los Padres antiguos. Decía S. Cirilo invocando el Espíritu: "Que
Él [Dios] os conceda por toda la eternidad el sello imborrable del Espíritu Santo, que
es singular." (Procat. 17)

El ministro ordinario que lo administra

El ministro ordinario de la confirmación es únicamente el Obispo, en cuanto ocupa


el ministerio del mayor servicio en la Iglesia y es sucesor de los Apóstoles
directamente. Dice el Catecismote la Iglesia Católica: "El Obispo extiende las manos
sobre los confirmandos, gesto que desde tiempo de los Apóstoles es el signo del
don del Espíritu Santo. Sigue luego el rito esencial, que es la unción del santo
crisma, hecha imponiendo la mano y diciendo las palabras: "Recibe por esta señal
el don del Espíritu Santo." (Nº 1300)

En los tiempos medievales hubo quien se oponía a la autoridad de los Obispos,


como era el caso de los valdenses, wiclefitas y husitas; negaban que ellos tuvieran
ninguna misión de confirmar a los demás. En los tiempos actuales hay, incluso en
la Iglesia, personas que miran con recelo las autoridades eclesiales, como si de
dignidades terrenas se tratara y no de servidores del Pueblo de Dios.
También miran con recelo el que sean ellos los encargados de confirmar la fe de
los hermanos y prefieren atribuir este ministerio a la solidaridad de la comunidad o
al apoyo de la mayoría.

Ni los antiguos ni los recientes anti jerárquicos, aunque sean presbíteros o


evangelistas de vanguardia, captan lo que es el ministerio de la autoridad y, en
consecuencia, lo que vale este sacramento de la plenitud cristiana.

El sujeto que lo recibe

La Confirmación sólo puede ser recibida por quien ha sido bautizado y sólo debe
ser aprovechada por quien sabe lo que hace, es consciente de su situación de
madurez y libremente elige ese don para aumentar su plenitud cristiana.
La costumbre de confirmar a los niños desde muy pequeños también se mantuvo
en Occidente durante muchos siglos. Pero, como el fin del sacramento es confirmar
la plenitud de la fe, se fue orientando la praxis pastoral a retrasar su recepción hasta
la llegada de la conciencia plena de la dignidad del cristiano. Por eso, desde el siglo
XIII en Occidente ya se demoró la recepción del sacramento hasta el uso de razón,
entre los 7 y 10 años. Y en los tiempos actuales se prefiere el inicio de la juventud,
cuando el hombre y la mujer adoptan ya posturas firmes ante la vida: estudios,
relaciones, profesión, compromisos y creencias.

Es bueno que el sujeto, si ha tenido antes una buena iniciación catequética, se


halle ya en la situación de advertir su dignidad cristiana y sea capaz de superar el
egocentrismo infantil con las posturas altruistas del amor humano y divino. Se
recomienda, con todo, que, si un párvulo se halla en peligro de muerte, se le
administre la confirmación, ya que además de sacramento de plenitud, también lo
es de gracia, de fortaleza y de riqueza espiritual.

Tema 12. Preguntas para responder y comentar


(Escribirlas en media hojita de papel)
Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Tenemos idea clara qué significa “sacramento” al hablar de la


confirmación?

2. ¿Creemos que merece la pena recibir libre y conscientemente ese


sacramento, o acaso que es u mero trámite, un cumplimiento?

3. ¿ Sentimos la necesidad espiritual de lo que vamos a hacer?

Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 13.

“Somos mensajeros de Cristo”

La evangelización del mundo no es misión sólo de los obispos y de los


sacerdotes o religiosos. Es misión de todos los que aman a Jesús y han
descubierto la dicha de la fe. Y la nueva necesidad de evangelizar que
proclamó el Papa Juan Pablo II no es una revolución o cambio radical, pues
la Iglesia y sus miembros, conscientes del mandato de Cristo (Mt. 18. 16-20;
Mc.16. 15), nunca han dejado de Evangelizar a "todo el mundo".
Pero en su caminar terreno de dos milenios, la labor evangelizadora ha
atravesado ciertos períodos que han precisado cambios pastorales
portentosos. Tal aconteció cuando en el siglo VI los pueblos bárbaros
invadieron y transformaron la Europa romanizada; cuando en el siglo XVI la
revolución protestante convulsionó las relaciones y desencadenó
sangrientas guerras de religión; cuando a finales del XVIII la revolución
francesa y sus efectos napoleónicos rompieron las monarquías de Europa y
nació el laicismo.

Cuando a finales del XIX estalló una acelerada revolución industrial y la


competitividad mercantil inició una carrera alocada la Iglesia, como en
tránsitos anteriores hubo de hacer incómodas adaptaciones.

En los tiempos actuales el hombre atraviesa una transformación original,


radical, imprevisible y a veces desconcertante. Nunca como hoy los cambios
culturales han sido tan dasafiantes y las incógnitas éticas tan acuciantes.

Pero, en medio de todo lo que acontece, la Iglesia sigue y seguirá siempre


ofreciendo el mensaje que ella recibió y dará luz a los hombres en su caminar
cotidiano en medio de los hombres. Lo hará con espíritu nuevo, con una savia
joven que fecundará con el Espíritu de Dios las nuevas realidades. Por eso
los cristianos fuertes y firmes, que son la vanguardia de la Iglesia, se sienten
hoy llamador a anunciar el Evangelio al mundo.

Con la Iglesia se preguntan ellos por el efecto de los hechos


transformadores del mundo presente, entre los cuales observa algunos de
ellos con especial atención.

+ Una explosión demográfica impresionante hace que el mundo sea


demográficamente joven y que exista la contradicción de islas, o naciones,
envejecidas, al menos en relación a las más fértiles.

+ Los medios de información masiva, sobre todo audiovisual, hacen


necesaria la superación de la mera palabra oral y escrita por una experiencia
directa o indirecta de lo que en el mundo se ve y se valora por medio de la
imagen.

+ La revolución tecnológica sin precedentes, sobre todo en el área de las


comunicaciones, ofrece a los hombres artilugios asequibles, admirables,
pragmáticos, versátiles y cambiantes.

+ Una globalización o interdependencia sorprendente invade al mundo.


La globalización, o interinfluencia de los pueblos, de los Estados y de las
personas, hace que la mayor parte de las cuestiones o de los problemas
locales traspasen unas fronteras que cada vez son más permeables: al
terrorismo, a las enfermedades, a las modas, a los lenguajes, a las
preferencias, a los sistemas comerciales.
La movilidad social que en otros tiempos se denominaba emigración
convierte a grandes masas de hombres en peregrinos que abandonan sus
lugares de nacimiento y por el trabajo, por la guerra, por los cambios de
fortuna o por el deseo de mejora, abandonan las zonas rurales y acuden a
masificar las zonas urbanas; o se marchan de unos países a otros en espera
de hallar mejores formas de vida. Muchos lo hacen en realidad, pero son
muchos millones más lo que desearían hacerlo y viven con el sueño de un
día conseguirlo.

Estos fenómenos instrumentales originan irreversiblemente tres


condicionamientos ideológicos confluyentes:

- Unas formas frágiles de pensar condicionan sistemas de vida y de relación


humana despersonalizados, egocéntricos y frecuentemente desconcertantes.

- La desacralización de las mayor parte de las tradiciones y los efectos del


secularismo, del laicismo, del subjetivismo en todo lo referente a lo religioso
ponen en entredicho los postulados de la fe cristiana, sobre todo si se la sitúa
en contraste con el amplio abanico de ateísmos, pragmatismos, materialismos,
agnosticismos y escepticismos hoy extendidos.

- Una convulsión ética incomprensible pone entredicho los criterios


tradicionales y hace que los grandes problemas morales (bioéticos,
ecológicos, cosmológicos, sexuales, físicoquímicos) reclamen directrices que
no siempre son concordes con el Evangelio auténtico y que no resultan
tolerables a la luz de la vocación trascendente del hombre.

Ante este mapa de situación, la Iglesia se pregunta cómo acomodarse al


mundo de hoy en acelerada y convulsiva transformación moral y cómo puede
actuar para cumplir su misión. Se interroga cómo introducir el mensaje de
Cristo en medio de esta nueva situación tecnológico, ideológica,
globalizadora del mundo y cómo debe lograr que el hombre ilumine su vida
con los grandes principios del cristianismo, como quiso Jesús.

- Siente que armonizar la tecnología con el Evangelio no es difícil: Dios es


compatible con los programas informáticos, con los espectáculos televisivos
y con la red de la telefonía móvil. A través de esos recursos puede hacerse
presente el mensaje de la otra vida, recordarse la necesidad de amar al
prójimo y reclamar para todos los hombres la justicia social, la paz y el
progreso moral.

- Pero intuye y experimenta que no es tan fácil armonizar el Evangelio con


el secularismo radical, que reduce a mitologías todas las creencias
religiosas; o advierte que resulta fatigoso identificar la verdad con sistemas
éticos que, como el mahometismo, siguen infravalorando a la mujer con
respecto al varón; o que, como el judaísmo, siguen considerando la venganza
un deber so pretexto de ser Dios el que manda destruir a los enemigos; o
incluso que, como el hinduismo, sigue esperando en un nirvana (parálisis
estática de la existencia) como final pasivo de la emigración de las almas y
no como un cielo activo y personal en el que se seguirá amando a Dios, Señor
del Universo.

- Incluso la Iglesia no ve claro cómo pedir amor a los enemigos en un


mundo castigado por el terrorismo y multitud de focos de violencia: o cómo
pedir mejor reparto de la riqueza de la tierra en medio de una sociedad tan
consumista y a pesar de las empresas multinacionales opresoras que aspiran
a la hegemonía en los servicios y en los beneficios.

- Sabe que tiene que hablar de virtudes tales como castidad,


responsabilidad, honestidad, austeridad, sobriedad y lo hace en medio de
una revolución sexual que demanda separar el placer de la reproducción, que
juega con el embarazo en sus leyes como si de una mala digestión se tratara,
que predomina una sociedad tan hedonista que todo los somete a los medios
del marketing comercial y a la equiparación de felicidad con despilfarro.

- Y además tiene que hablar de comunidad, de fraternidad, de intimidad


familiar, de oración compartida en macrópolis de millones de habitantes, en
las cuales se alzan rascacielos lujosos en las cercanías de millones de
habitantes que habitan en barrizales y no tienen luz eléctrica, agua corrientes
y menos comida diaria.

Sin embargo la Iglesia tiene que seguir evangelizando en medio de todas


estas contradicciones. Y se siente responsable de hacer el milagro de que
los hombres escuchen el mensaje y, sobre todo, que lo apliquen en sus vidas.

Sabe que evangelizar es seguir invitando a vivir el amor real al prójimo,


superando las simples palabras de solidaridad. Intenta conseguir más justo
reparto de la riqueza del mundo y aspirar a superar todo género de injusta
explotación y extorsión. Esto no se consigue con sólo aconsejar paciencia
en espera de que la justicia se haga en el juicio final; exige que la fe vaya
acompañada de obras buenas y no se reduzca a un mero sentimiento de
confianza en la Providencia.

La nueva evangelización pretende anunciar lo siempre dicho, con palabras


agradables y no con amenazas; supone acoger los cambios con dominio y
con esperanza y no sólo con curiosidad y con resignación; conduce a seguir
anunciando la venida de Jesús con visión viva de su presencia actual en
medio del mundo y no con perspectivas de erudición histórica sobre una
figura que vivió hace dos milenios.

Es una necesidad, pero no de cara a las estadísticas eclesiales, sino con


miras a la esperanza escatológica. Lo que la Iglesia ha recibido de Jesús no
es la orden de convertir a todo el mundo al mensaje cristiano, sino el anunciar
la verdad a los hombres.

Podrán ser muchos o pocos los bautizados, podrán ser más valientes o
cobardes los nuevos confirmandos, e incluso podrán aumentar o disminuir
los que los aceptan y lo viven como opción personal. Pero lo importante es
que los hombres tengan el mensaje del amor de Dios a su alcance y que se
sientan libres para rechazarlo o aceptarlo.

Las formas de la "Nueva evangelización", que tantas veces hoy se


proclaman como solución a los problemas eclesiales (suficientes ministros
ordenados, vocaciones religiosas, sentido misionero de la Iglesia, oferta
evangélica en ambientes no cristianos, mejora del rostro clerical de la Iglesia)
podrán triunfar o fracasar. Lo importante no es el triunfo sino el servicio, no
es la noticia televisiva sino la verdad proclamada.

Es lo que debe enseñar la nueva evangelización a los educadores de la


fe. Y es lo que deben grabar en su corazón los que reciben un sacramento
importante en su vida, como es la Conformación. No se trata sólo de ser uno
bueno, honesto y justo. Hay que anunciar a todos que Jesús vive, que ha
resucita y que es el modelo de vida de sus seguidores.

Lo importante es anunciar el Evangelio con fe y con esperanza. "El que


invoca el nombre del Señor se salvará. Pero, ¿cómo van a invocarlo sin creer
en El? ¿Y cómo van a creer si nadie se lo anuncia? ¿Y cómo se lo van a
anunciar si no hay mensajeros? Por eso está escrito: Bienaventurados los
que traen las buenas noticias". (Rom. 10.14-15)

Tema 13. Preguntas para responder y comentar


(Escribirlas en media hojita de papel)
Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Estamos dispuestos a hacer algo para anunciar a todo el mundo


que nos rodea que Jesús ha venido para salvarnos?

2. ¿Estamos firmes en nuestra fe para ayudar a quien la tenga más débil


o insegura que nosotros?

3. ¿Estamos convencidos que esos que nos necesitan están muy cerca
de nosotros?

Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 14.

Sentimos vivo nuestro mensaje

Cuando los cristianos descubrimos los misterios de la fe, sentimos que


nuestra vida cambia de sentido. Nos damos cuenta de que Dios cuenta con
nosotros y elevamos nuestro corazón al cuelo para dar gracia e nuestro
Padre por habernos hecho tan importantes.

Al sabernos depositarios de los dones, entendemos que el que más no


constituye en mensajeros de la verdad es el don del Espíritu Santo que
llamamos de la fortaleza. Es el que hace posible la lucha a favor del bien.
Por eso los que se conforman reciben una gracia divina para convertirse
en mensajeros del mensaje del a salvación

El Sacramento de la Conformación es el de fortaleza. La fortaleza es el


don que dispone para la lucha contra el mal y contra los enemigos de la
salvación. El que ha recibido el Espíritu está dispuesto a proclamar su fe
en el amor de Dios, se abre a los demás para compartir su riqueza y se
siente dispuesto a defender su fe incluso con el martirio. Lo más
"específico o propio" de la Confirmación es precisamente esa fortaleza en
la posición de la fe.

Los que han recibido la Confirmación cuentan con una energía


sobrenatural especial para mantener sólida la fe y para comunicar a los
demás con entusiasmo lo que con plenitud han recibido. Por eso la
Confirmación plenifica la gracia recibida en el Bautismo y, de alguna
forma, la proyecta a la comunidad creyente a la que se pertenece.

El Sacramento dispone, pues, a dar testimonio de Cristo, como hicieron


los primeros cristianos (Hech. 1. 5). Es misterioso el cómo esto se
consigue.

En lo humano, tiene que ver con la firmeza y persuasión que se apodera


del corazón y de la mente del que ha recibido el Sacramento. En lo
sobrenatural, pertenece al misterio de las almas. Pero verdaderamente
existe y, en ocasiones, se manifiesta en los creyentes con portentos, sin
que se pueda decir más

Llegamos a la plenitud cristiana

El bautizado puede obtener la salvación sin haber recibido la


Confirmación. Pero no puede llegar a la perfección espiritual sin ella. Por
eso interesa que adquiera conciencia de la grandeza que le proporciona no
sólo el recibir el sacramento, sino el descubrir y vivir sus grandes dones
sobrenaturales.

Al igual que acontece con la vida natural, en donde se sobrevive con sólo
lo mínimo de alimento, pero no se llega a la perfección y a la salud, a la
sabiduría, a la elegancia y a la fuerza contra las adversidades, en lo
espiritual la confirmación es conveniente para crecer en la fe y en el amor.
Precisamente por eso no es obligatoria como puerta de entrada en la fe.
Pero es muy conveniente como fuente rica de gracia para crecer en el
espíritu.
La Iglesia la considera obligatoria para recibir el Orden Sacerdotal, pues
entiende que el sacerdote debe ser fuerte para ayudar al prójimo; y la
considera muy aconsejable, vivamente deseable, para elegir un estado de
vida de especial entrega: matrimonio, profesión religiosa, entrega
misionera, catequesis, educación de la fe. etc.

Cuando un cristiano llega a cierta madurez de fe, se da cuenta de que


tiene que hacer algo por los demás. Entonces se hace reflexivo en su vida
cristiana y siente la necesidad de comunicar a los otros la riqueza de su
espíritu La Confirmación se presenta como el Sacramento que recibe el
cristiano en este momento de tránsito a la madurez inicial.

Se puede, en cierto sentido, decir que el Bautismo es Sacramento de


iniciación en la vida cristiana y la Confirmación es consolidación
proyectada hacia los demás. No es teológicamente exacto, pero
catequísticamente es práctico. Por eso, los catecumenados
confirmacionales tienden a fortalecer los compromisos eclesiales, del
mismo modo que las catequesis bautismales buscan la ilustración de la fe
más personal.

No deja, por ello, de ser la Confirmación de ser para el creyente con un


signo de predilección divina, un regalo singular, al estilo del que
manifestaban los primeros cristianos cuando recibían con gozo al Espíritu
Santo y se lanzaban por el mundo a proclamar el Reino de Dios.

Esto requiere cierta disponibilidad y clara conciencia por parte de quien


lo va a recibir. Y ello implica tres disposiciones básicas:

La primera es disposición de firmeza en Jesús. Esto significa que el


Sacramento de la Confirmación es un vínculo profundo con Jesús. El
mismo es quien lo instituyó. Y El mismo fue quien mandó a sus Apóstoles
confirmar la fe de sus hermanos. A Pedro le dijo: "Cuando te conviertas,
confirma en la fe a tus hermanos." (Lc. 22.33 y Jn. 21.18). Por eso la
Confirmación llamado el "sacramento de los fuertes".

La segunda es la fidelidad al Espíritu Santo. Implica dar respuesta


positiva a las invitaciones que de el proceden para hacer el bien, para
practicar la virtud, para cumplir con el deber, para vivir conforme a las
consignas del Evangelio. "Hijos de Dios son los que se dejan guiar por el
Espíritu de Dios" (Rom. 8. 23). Es también llamado el "Sacramento de los
fieles."

Y la tercera es la apertura a los demás por amor a Dios. Cuando el


cristiano se da cuenta de lo que posee como regalo de Dios, advierte que
debe compartir su riqueza interior con los demás. Entiende los que dice
jesús: "Dad gratis lo que gratuitamente habéis recibido." (Mt. 10.8). Por eso
se siente comprometido a trabajar por los demás. Y es capaz de hacerlo de
forma generosa y desinteresada: "No llevéis oro ni plata ni alforja para el
camino. El que trabaja, merece vivir de su trabajo. (Mt. 10.9)

El objetivo final de nuestro camino

El Catecismo de la Iglesia Católica a quien quiere recibir la Confirmación:


"La preparación para la Confirmación debe tener como meta conducir al
cristiano a una unión íntima con Cristo, a una familiaridad más viva con el
Espíritu Santo, su acción, sus dones, sus llamadas, a fin de poder asumir
mejor las responsabilidades apostólicas de la vida cristiana. Por ello la
catequesis de la Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de la
pertenencia a la Iglesia” (Nº 1309)

Los catecumenados confirmacionales son formas privilegiadas de


ahondar en el mensaje de Jesús. Se han extendido en los tiempos
recientes, sobre todo para preparar a los jóvenes que quieren renovar su
vida bautismal al llegar a la edad en que se hacen otras opciones vitales.
Deben ser mirados con singular esmero, pues son plataformas de gracia y
de formación.

La responsabilidad de estos catecumenados debe ser compartida por


toda la comunidad cristiana: padres, pastores, educadores y, sobretodo,
los mismos jóvenes que pueden hacerse más del don de la gracia y de la
presencia del Espíritu Santo en sus vidas. Quien quiera vivir en plenitud su
dignidad cristiana, necesita una buena preparación, la cual va más allá del
sacramento. No basta mejorar la instrucción religiosa. Es preciso reforzar
la vida de fe, la práctica de obras buenas, la caridad, la oración, la
generosidad eclesial.

Siempre que se termina una etapa, un camino o una labor concreta, las personas
inteligentes se preguntan por los resultados conseguidos y hacen lo posible por
perfilar un balance sereno de los resultados. Al terminar nuestra camino y al
acercarnos al día en que la el Sacramento de la confirmación fortalecerá nuestros
espíritu nos debemos preguntar si todo lo realizado ha merecido la pena.

Debemos revisar nuestros recuerdos, sobre Cristo, sobre la Iglesia, sobre los
Sacramentos, sobre los valores de los cristianos y sobre la luz del Evangelio

¿Debemos preguntarnos sobre los resultados? Debemos hacerlos para afianzar


nuestras conquistas espirituales.

Si podemos responder con alegría que hemos cumplido los objetivos que nos
propusimos al recorrer nuestro camino catecumenal, un gozo grande debe invadir
nuestro espíritu y un desafío cautivador se abre ante nuestros ojos. Dios está con
nosotros. Cristo no acompaña en el camino. El Espíritu divino ha entrado en nuestra
conciencia y amanece para nosotros una nueva vida que nos hará más felices en la
tierra y más proyectados hacia la eternidad.

Consignas de nuestra situación actual y de nuestros recuerdos anteriores


pueden las siguientes:

Lo que hemos conseguido, es un don de Dios. Demos gracias al cielo.


Lo que tenemos con nosotros debe ser compartido con los demás.
Es la ley del cristiano, que debe tener siempre
los ojos puestos en el prójimo
Lo que nos falta por conseguir es un vacío fácil de compensar.
Debemos seguir caminado en la tierra. Cristo estará siempre a nuestro lado.

En todo caso, la alegría del Espíritu Santo debe inundar nuestro corazón
y hacernos sentir el gozo de su presencia.

Tema 14. Preguntas para responder y comentar


(Escribirlas en media hojita de papel)
Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Sentimos al terminar nuestro catecumenado que nuestras


responsabilidades cristianas quedan más claras que al principio?

2. ¿Somos conscientes de que nuestra fe debe ser en adelante más


firme y más contagiosa con todos los que nos rodean?

3. ¿Es demasiado pedir que vayamos pensando en algún tipo de


compromiso concreto para que el Evangelio llegue a todos los
hombres?

Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 15.

Buscamos y descubrimos
la alegría de la celebración

La ceremonia litúrgica de la confirmación es sencilla y breve. Siempre lo fue,


pues se entiende que es la complementación del Bautismo. Pero es interesante
entenderla y valorarla como un encuentro con Dios salvador.
Pero con un Dios salvador del mundo. No es un mero sacramento de
enriquecimiento personal espiritual. Es algo más. Es como un paco con Dios y con
la Iglesia, de que se entra en nueva vida y que se trata de vida fecundidad.

Por eso, el que se confirma debe pensar en lo que recibe: El Espíritu Santo y sus
dones. Y debe pensar en lo que se compromete a dar: el mensaje del amor y de la
verdad a todos los hombres.

Analizado el signo sacramental en esta doble dimensión permite entender lo que


es la Confirmación. Y permite también saltar de gozo por haber sido elegido por
Dios y por sus misteriosos caminos para recibir el maravilloso sacramento de la
plenitud espiritual

UN SALTO HACIA EL AMOR

La confirmación representa un salto hacia el amor a todos los hombres, de


manera particular a los que viven cerca de nosotros. Lo dijo el mismo Jesús: Un
solo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros: en esto concerán
que sois mis discípulos

El concepto teológico de amor se halla frecuentemente expresado en la


Escritura. Es básico en el mensaje cristiano, de modo que, sin la comprensión de
lo que es el amor, no hay formación natural ni sobrenatural en los valores
espirituales.

El niño pequeño no puede entender esta realidad humana y menos


espiritual. Por eso se debe esperar a recibir el sacramento de la
confirmación cuando la madurez humana ha llegado a un nivel suficiente
de capacidad de amar a todos l hombres

Sólo al llegar a la madurez adolescente se descubre que el amor es dar


más que recibir. Y sólo entonces se puede llegar a entender que, además
del amor humano, existe el amor misterioso del espíritu, que puede llegar
hasta sugerir el amor al desconocido, el amor al necesitado y hasta el amor
al enemigo.

Y la adultez, con la perfección y plenitud que se la supone es la que puede


llegar a entender el amor en plenitud. Precisamente por eso la religión
cristiana, que es amor: amor de Dios al hombre, amor al pueblo elegido,
amor a la Iglesia, amor al pecador... y que reclama respuesta de amor: amor
a Dios, amor al prójimo, amor a los pobres, amor a si mismo, no se pueden
entender si no es clave de amor.

En el Antiguo Testamento abundan los hechos de amor divino. Adán, Noé,


Abraham, Jacob, Moisés, Samuel, David y todos los Profetas son signos y
testigos del amor divino. Pero es el Nuevo Testamento donde surge un
torrente de referencias al amor.
El verbo amar (agapao) se emplea 143 veces. El concepto amor (agape)
se usa 117 y el destinatario del amor (agapitos) 52. También en 74 citas
aparece con el termino paralelo de Fileo.

De todas ellas una 40 la palabra está situada en labios de Jesús en


diversidad de formas. Juan es el más directamente vinculado a la palabra
amor, pues la usa unas 70 veces en sentido referente a Dios, a Cristo, al
prójimo o al mundo.

Es bueno recordar esto pues la plenitud cristiana exige entender que el


mensaje del evangelio es un mensaje de amor, es decir recoge el amor de
Dios a los hombres, y reclama la respuesta el amor a Dios y al prójimo.

Dones del Espíritu Santo

Siguiendo la tradición profética e interpretando un texto de Isaías (Is. 11.


1-2), ha sido habitual en la Iglesia el resumir sus dones y regalos en siete,
que están presentes en germen en quien recibe el Bautismo e inicia su vida
cristiana:

- El don de SABIDURIA nos impulsa a saborear y profundizar las cosas


que son del Reino de Dios poniéndolas en nuestra vida las primeras de
todo.

- El don de ENTENDIMIENTO nos prepara para ser capaces de descubrir


y de conocer con profundidad todos los misterios de Dios, los cuales Jesús
nos quiso comunicar para nuestro provecho.

- El don de CONSEJO, con el cual podemos ayudar a los demás, no facilita


el discernimiento en las diversas elecciones que tenemos que hacer para
seguir la inspiración de Dios.

- El don de CIENCIA nos permite seguir avanzando en el descubrimiento


práctico de lo que más nos conviene para nuestra propia salvación.

- El don de FORTALEZA nos permite enfrentarnos valientemente con las


dificultades y obstáculos que hallamos en nuestro camino, especialmente
con las tentaciones y con los peligros que acechan a nuestra alma.

- El don de PIEDAD o de amor a nuestro Padre Dios nos impulsa a acudir


a El con confianza y con la seguridad de que recibimos todas sus ayudas
providenciales.

- El don de TEMOR DE DIOS es el que nos mueve a temer ofender a Dios


y merecer su rechazo por nuestras infidelidades. Sobre todo nos hace
temer el perder su amistad y caer en la tentación.
Con todo, los dones del Espíritu no se pueden simplificar tanto como para
reducirlos a una relación matemática de siete. El mismo texto original
hebreo del profeta Isaías habla de seis dones, aunque la versión de los LXX
desdoble el término piedad en piedad y temor.

Y la Escritura está llena de alusiones que sobrepasan los términos del


texto de Isaías. Es con todo una de las profecías más recordadas por los
evangelistas y por la Iglesia: "Saldrá un vástago del tronco de Jesé y
brotará un retoño de sus raíces. Y reposará sobre él el Espíritu del Señor.

Será un Espíritu de sabiduría y de entendimiento, de consejo y de


fortaleza, de ciencia y de piedad" (Is. 11.1-2) Recogiendo esta manera de
hablar, nosotros nos acordamos de los dones del Espíritu Santo como de
regalos de amor. La riqueza del Señor es inmensa y no tiene ni número ni
medida. Cuando se apodera del alma la llena de bendiciones y de fuerza.
Como dice San Pablo, produce en ella frutos excelentes: "El Espíritu da
alegría, amor, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, lealtad, humildad y
dominio de sí. Ninguna ley existe en todas estas cosas para los que viven
bajo el Espíritu y pertenecen a Cristo crucificado." (Gal. 5. 22-23)

Apostolado

El resultado será de la confirmación será ponerse en disposición de


hacer el bien a todos los hombres. El que ha recibido la coformación
quedará en disposición de hacer el bien, o como solemos decir en término
sencillos “hacer apostolado

Se suele aludir con este término a la tarea o actividad de hacer el bien a


los demás, mediante la proclamación de la Palabra de Dios (ministerio de
la Palabra) o mediante las acciones samaritanas (Ministerio de la caridad).

Es una referencia a la tarea de los inmediatos seguidores de Jesús,


elegidos especialmente por Dios para esta tarea, y cuya dignidad queda
sellada al recibir el sacrameto de la confirmación. Los discípulos de Jesús
fueron muchos, hasta setenta y dos (Lc. 10. 2), además de las mujeres (Lc.
8. 1-3) que acompañaba al Maestro. Pero especial misión confió a "los
doce" que Jesús mismo llamó apóstoles (Mc. 3.14), denominación que sale
80 veces de los casi tres centenares de ocasiones en que se alude a los
envíos, a los enviados, a la misión recibida de Jesús.

En ese contexto evangélico y en referencia a las personas modélicas que


fueron los Apóstoles, más que en alusión al término que etimológicamente
significa envío (apo-stello = enviar hacia), se encuadra la tradición de
hablar de "apostolado" en referencia a la tarea que se ejerce bajo la
inspiración divina en bien de los hombres, de los creyentes que ya han
recibido el mensaje y de los infieles que aun no conocen a Cristo.

El mismo Jesús pidió al Padre al terminar la Ultima Cena, con la cual


terminaba la vida terrena y comenzaba su pasión, la fortaleza del Padre,
que sus discípulos fueran confirmados en la verdad:

“Padre, confírmalos en la verdad, porque la verdad es tu mensaje. Como


Tú me has enviado al mundo, yo los envío a ellos también al mundo. Por
ellos me consagro a Ti, para que también ellos queden consagrados en la
verdad. Y no te pido por ellos sólo, sino por cuantos, por su medio, van a
creer en mí por el anuncio de sus mensajes. Que todos sena uno, como Tú,
Padre, estás conmigo y yo contigo. Que también ellos estén con nosotros,
para que el mundo crea que eres Tú el que me has enviado." (Jn 17. 14-21)

RITO DE LA CONFIRMACIÓN

Presentación de confirmando

Después del Evangelio, el Obispo (los presbíteros) se sienta. El párroco, o un


presbítero, presentan al Obispo a los confirmandos. Si es posible, se llama a
cada uno por su nombre. Sube al presbiterio. Si los confirmandos son niños, les
acompaña uno de los padrinos o sus padres

Se puede presentar a los confirmandos con palabras parecidas a éstas:

“Estos niños (o jóvenes) fueron bautizados con la promesa de que serían


educados en la fe. Y de que un día serían confirmados. Como responsable de la
catequesis, tengo la satisfacción de decir a la comunidad aquÍ reunida, y a su pastor
nuestro Obispo, que estos niños ya han recibido la catequesis adecuada a su edad.”

Homilía o Exhortación.

El Obispo hace una breve homilía, explicando las lecturas a fin de preparar a los
confirmandos, a sus padres y padrinos y a toda la asamblea defieres a una mejor
inteligencia del significado del a Conformación.

RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS DEL BAUTISMO. Formulario 1

¿Renunciáis a Satanás y a todas sus obras y acciones. - Sí, renuncio.


¿Creéis en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y del a tierra?- Si, creo

¿Creéis en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que nació de Santa María
Virgen, murió, fue sepultado, resucitó de entre los muertos, está sentado a la
derecha del Padre? - Si, creo.
- ¿Creéis en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que hoy os será comunicado
de un modo singular por e! sacramento de la Confirmación, como fue dado a los
Apóstoles el día de Pentecostés?- “Si creo”

- ¿Creéis en la santa Iglesia católica, en la comunión de los Santos, en el perdón


de los pecados, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna?- Sí, creo.

A esta profesión de fe asiente el Obispo proclamando la fe de la Iglesia:

- Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia, que nos gloriamos de profesar en


Cristo Jesús, nuestro Señor.

IMPOSICIÓN DE MANOS

Se avisa a los confirmados así: “Después de la profesión de fe de los


confirmandos, el Obispo, repitiendo el mismo gesto que usaban los apóstoles, va
a imponer las manos sobre confirmandos, pidiendo al Espíritu Santo que los
consagre como piedras vivas del Iglesia. Nos unimos a su plegaria”

El Obispo, tiende a sus lados a los presbíteros presentes, de cara al pueblo dice:

“Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso y pidamos que derrame su


Espíritu Santo sobre estos hijos de adopción, los cuáles renacieron ya a la vida
con el Bautismo y para que ahora la fortaleza del Espíritu y la abundancia de sus
gracias, haga de ellos imanten perfecta de Jesucristo.”

Dice la oración:

“Dios todopoderoso, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que regeneraste por el


agua y el Espíritu Santo a estos siervos tuyos y los libraste del pecado. Escucha
nuestra oración y envía sobre ellos al Espíritu Santo Paráclito. Llénalos del Espíritu
de Sabiduría y de inteligencia, de consejo y de fortaleza, de ciencia, de piedad y de
temor. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor” Todos. Amén

* CRISMACION

Se les dice a los presentes: “Hemos llegado al momento culminante de la


celebración. El Obispo les impondrá las manos y los acercará con la cruz gloriosa
de Cristo para señalar que son propiedad del Señor. Los ungirá con óleo perfumado.
Ser crismado es lo mismo que ser Cristo, ser Mesías. Y eso significa tener la misma
misión de Cristo que fue dar testimonio de la verdad, por medio de las buenas
obras, y ser fermento mundo.”

Seguidamente el diácono presente acerca al Obispo a los confirmandos, o bien


el mismo Obispo, pasando ante cada uno de ellos, y les unge diciendo:

N, recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo.


El confirmando dice: Amén

Después de unas palabras finales de animación, se concluye el acto con la


oración final y la bendición de los presentes.
CELEBRACION PENITENCIAL

Catecumenado de Adultos de Confirmación

Cántico de entrada ( 5 minutos)

Hoy vuelvo de lejos, de lejos


Hoy vuelvo a tu casa, Señor, a mi casa
Y un abrazo me has dado, Padre del alma,
Y un abrazo me has dado Padre del alma

Reflexión y exhortación (5 minutos)

Examen con petición de perdón

Amigos. Somos el Pueblo de Dios, que venimos a hacer un gesto de


arrepentimiento en este encuentro penitencial. Nuestros pecados nos son
cosa nuestra. Son cosa de todos los que viven con nosotros. Cuando nos
domina el pecado, ofendemos a Dios. Pero como peregrinos que
caminamos en medio de un pueblo, perjudicamos con nuestro pecado al
pueblo de Dios

Pidamos hoy perdón por nuestros pecados. Y puesto que vamos a recibir
el Sacramento de la confirmación, que es sacramento de gente fuerte,
pidamos perdón a Dios como miembros de este Pueblo, que es la Iglesia,
y que son todos nuestros hermanos, nuestros prójimos

Digamos todos

PERDONA A TU PUEBLO, PERDONALO, SEÑOR

Y lo vamos a decir cantando

PERDONA A TU PUEBLO SEÑOR, PERDONA A TU PUEBLO,


PERDONALO SEÑOR

Algunas veces hemos vivido sin amar a nuestro prójimo. Hemos sido
egoístas y les hemos dado la espalda. Incluso a los más prójimos
nuestros, nuestros padres, amigos, compañeros de trabajo, vecinos.
PEDONANOS POR ELLO, SEÑOR

Cantamos: Perdona a tu pueblo, Señor, perdona a tu pueblo, perdónalo


Señor
* Algunas veces, recordemos cuándo ha sido, no hemos rezado ante
Dios en nuestras necesidades, no hemos cumplido con nuestros deberes
de rezar el domingo, nos hemos excusado para no acudir al templo.
PERDONANOS POR ELLO SEÑOR

Cantamos: Perdona a tu pueblo, Señor, perdona a tu pueblo, perdónalo


Señor

* Algunas veces, cada uno sabemos cuándo, nuestro cuerpo ha podido


más que nuestro espíritu. Hemos quebrantado la ley de Dios de vivir con
limpieza y fidelidad al verdadero amor. PERDONANOS SEÑOR

Cantamos: Perdona a tu pueblo, Señor, perdona a tu pueblo, perdónalo


señor

* Algunas veces, nuestro orgullo ha podido más que la sinceridad.


Hemos hablado mal de los demás, hemos mentido o calumniando.
PEDONANOS SEÑOR

Cantamos: Perdona a tu pueblo, Señor, perdona a tu pueblo, perdónalo


señor

* Algunas veces hemos robado, cuando no hemos respetado los bienes


ajenos, de personas o de grupos, cuando hemos considerado que por
que nadie se enteraba, Dios no lo tendría en cuenta. Y encima no hemos
sentido vergüenza de jactarnos antes algunos amigos o personas
cercanas. PERDONANOS SEÑOR

Cantamos: Perdona a tu pueblo, Señor, perdona a tu pueblo, perdónalo


Señor

Los que deseamos nos acercamos a un ministro de Dios, a un sacerdote,


que es tan pecador como nosotros, decimos de manera sencilla nuestro
pecados. Es el gesto de nuestro arrepentimiento. El nos declarará el perdón
de Dios sin otras consideraciones. Mientras podemos pensar en unos
minutos en otros efectos del pecado y podemos pedir interiormente a Dios
nuestro perdón.

Minutos de silencio

Aumentamos nuestros sentimientos de perdón con un recuerdo de la


Escritura, con un modelo de pecado bruto y asqueroso, pero también de
arrepentimiento hermoso y de perdón divino, que nos llenará de
admiración.
Luego pensaremos en silencio en la plegaria que el entonces dejo
escrita.
Fue hace tres mil años, pues David vivió el mil antes de Cristo.

Del Libro II de Samuel. Cap 11

Al comienzo del año, en la época en que los reyes salen de campaña, David
envió a Joab con sus servidores y todo Israel, y ellos arrasaron a los amonitas
y sitiaron Rabá. Mientras tanto, David permanecía en Jerusalén.

LA TENTACION

Una tarde, después que se levantó de la siesta, David se puso a caminar por
la azotea del palacio real, y desde allí vio a una mujer que se estaba bañando.
La mujer era muy hermosa.

David mandó a averiguar quién era esa mujer, y le dijeron: "¡Es Betsabé, hija
de Eliám, la mujer de Urías, el hitita!".

Entonces David mandó unos mensajeros para que se la trajeran. La mujer


vino. David terminó acostándose con ella, que acababa de purificarse de su
periodo. Después ella volvió a su casa.
La mujer quedó embarazada y envió a David este mensaje: "Estoy
embarazada".

EL PECADO SE COMPLICA. Sus consecuencias

Entonces David mandó decir a Joab: "Envíame a Urías, el hitita". Joab se lo


envió y, cuando Urías se presentó ante el rey, David le preguntó cómo estaban
Joab y la tropa y cómo iba la guerra.
Luego David dijo a Urías: "Baja a tu casa y lávate los pies". Urías salió de la
casa del rey y de parte del rey le mandaron detrás un obsequio de la mesa real.
Pero Urías se acostó a la puerta de la casa del rey, junto a todos los servidores
de su señor, y no bajó a su casa. Cuando informaron a David que Urías no
había bajado a su casa, el rey le dijo: "Tú acabas de llegar de viaje. ¿Por qué no
has bajado a tu casa?"
Urías respondió a David: "El Arca, Israel y Judá viven en tiendas de campaña;
mi señor Joab y los servidores de mi señor acampan a la intemperie, ¿y yo iré
a mi casa a comer, a beber y a acostarme con mi mujer"?
¡Por la vida del Señor y por tu propia vida, nunca haré una cosa así!"
David dijo entonces a Urías: "Quédate aquí todavía hoy, y mañana te dejaré
partir". Urías se quedó en Jerusalén aquel día y el día siguiente.

LA TRAICION Y EL SEGUNDO PECADO, PEOR QUE EL PRIMERO

David lo invitó a comer y a beber en su presencia y lo embriagó. A la noche,


Urías salió y se acostó junto a los servidores de su señor, pero no bajó a su
casa.
A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por
intermedio de Urías.
En esa carta, había escrito lo siguiente: "Pon a Urías en primera línea, donde
el combate sea más encarnizado, y después déjenlo solo, para que sea herido
y muera".
Joab, que tenía cercada la ciudad, puso a Urías en el sitio donde sabía que
estaban los defensores más aguerridos. Los hombres de la ciudad hicieron
una salida y atacaron a Joab. Así cayeron unos cuantos servidores de David, y
también murió Urías, el hitita.

Joab envió a David el parte de batalla, y dio esta orden al mensajero: "Cuando
termines de comunicar al rey el parte de batalla, si él se enda mucho y te grita:
“¿Por qué se acercaron tanto a la ciudad para librar combate? ¿No sabían que
arrojan proyectiles desde lo alto de la muralla?
¿Quién hirió mortalmente a Abimelec, hijo de Ierubaal? ¿No fue una mujer la
que le arrojó una piedra de molino desde lo alto del muro”. Entonces tu le dirás:
“También ha muerto tu servidor Urías, el hitita”.

El mensajero partió y fue a comunicar a David todo lo que Joab le había


mandado decir.

El mensajero dijo a David: "Esa gente logró sacarnos ventaja. Hicieron una
salida contra nosotros en campo raso, pero los hicimos retroceder hasta la
entrada de la ciudad.

Entonces los arqueros dispararon contra tus servidores desde lo alto del
muro, y murieron unos cuantos servidores del rey. Al ver que el rey se
enfureció, el mensajero también le dijo: “También murió tu servidor Urías, el
hitita".
Entonces David se amansó y dijo al mensajero: "Esto es lo que dirás a Joab:
‘No te preocupes por lo que ha sucedido. La espada devora hoy a este y mañana
a aquel. Intensifica el ataque contra la ciudad, y destrúyela’. Así le devolverás
el ánimo".

Cuando la mujer de Urías se enteró de que su marido había muerto, estuvo de


duelo pOr él.

Cuando dejó de estar de luto, David mandó a buscarla y la recibió en su casa.


Ella se convirtió en su esposa y le dio un hijo. (Este fue Salomón, el hijo de la
consolación) Pero lo que había hecho David desagradó al Señor.

LA DENUNCIA DEL PECADO Y EL ARREPENTIMIENTO

Entonces el Señor le envió al profeta Natán. Él se presentó a David y le dijo:


"Señor, había dos hombres en una misma ciudad, uno rico y el otro pobre. El
rico tenía una enorme cantidad de ovejas y de bueyes. El pobre no tenía nada,
fuera de una sola oveja pequeña, que había comprado. La iba criando, y ella
crecía junto a él y a sus hijos: comía de su pan, bebía de su copa y dormía en
su regazo. ¡Era para él como una hija!

Pero llegó un viajero a la casa del hombre rico, y este no quiso sacrificar un
animal de su propio ganado para agasajar al huésped que había recibido. Tomó
en cambio la oveja del hombre pobre, y se la preparó al que le había llegado de
visita"

David se enfureció contra aquel hombre y dijo a Natán: "¡Por la vida del Señor,
el hombre que ha hecho eso merece la muerte! Pagará cuatro veces el valor de
la oveja, por haber obrado así y no haber tenido compasión".

Entonces Natán dijo a David: "¡Ese hombre eres tú! Así habla el Señor, el Dios
de Israel: Yo te ungí rey de Israel y te libré de las manos de Saúl; Yo te entregué
la casa de tu señor y puse a sus mujeres en tus brazos; te di la casa de Israel y
de Judá, y por si esto fuera poco, añadiría otro tanto y aún más. ¿Por qué
entonces has despreciado la palabra del Señor, haciendo lo que es malo a sus
ojos? ¡Tú has matado al filo de la espada a Urías, el hitita! Has tomado por
esposa a su mujer, y a él lo has hecho morir bajo la espada de los amonitas.
Por eso, la espada nunca más se apartará de tu casa, ya que me has
despreciado y has tomado por esposa a la mujer de Urías, el hitita.
Así habla el Señor: ‘Yo haré surgir de tu misma casa la desgracia contra ti.
Arrebataré a tus mujeres ante tus propios ojos y se las daré a otro, que se
acostará con ellas en pleno día. Porque tú has obrado ocultamente, pero yo lo
haré delante de todo Israel y a la luz del sol".

David dijo a Natán: "¡He pecado contra el Señor!". Natán le respondió: "El
Señor, pues te arrepientes, perdona tu pecado: no morirás. No obstante,
porque con esto has ultrajado gravemente al Señor, el niño que te ha nacido
morirá sin remedio".
Y Natán se fue a su casa.

(El niño murió. David se arrepintió del pecado. Obtuvo de Dios el Perdón.
Acogió a la mujer Betasabé. Luego fue la madre de Salomón. Pero en las
horas de arrepentimiento, compuso un Salmo, el 51, que la Iglesia ha
recitado siempre como signo de perdón
Salmo 51.
Del maestro de coro. Salmo de David.
Cuando el profeta Natán lo visitó,
después que aquel se había unido a Betsabé.

(a) Reconocimiento del pecado)

¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,


por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado!
Porque yo reconozco mis faltas
y mi pecado está siempre ante mí.

Contra ti, contra ti solo pequé


e hice lo que es malo a tus ojos.
Por eso, será justa tu sentencia
y tu juicio será irreprochable;
yo soy culpable desde que nací;
pecador me concibió mi madre.

Tú amas la sinceridad del corazón


y me enseñas la sabiduría en mi interior.
Purifícame con el hisopo y quedaré limpio;
lávame, y quedaré más blanco que la nieve.

b) (Petición a Dios para ser perdonado)

Anúnciame el gozo y la alegría:


que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta tu vista de mis pecados
y borra todas mis culpas.

Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,


y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,


que tu espíritu generoso me sostenga:
yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti.
¡Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío,
y mi lengua anunciará tu justicia!

c) (Conversión y promesa de obrar el bien)

Abre mis labios, Señor,


y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen;
si ofrezco un holocausto, no lo aceptas:
mi sacrificio es un espíritu contrito,
tú no desprecias el corazón contrito y humillado.

Trata bien a Sión, Señor, por tu bondad;


reconstruye los muros de Jerusalén.
Entonces aceptarás los sacrificios rituales
– las oblaciones y los holocaustos –
y se ofrecerán novillos en tu altar.
Despedida del acto penitencial

Amigos. Ya estamos perdonados, Nuestro pecados seguramente no son


tan grandes como el adulterio y el asesinato de David. Pero nuestro perdón
ha sido y es tan hermoso como el del Rey
Os invito a que demos gracias a Dios todos juntos y de pie recitando la
plegaria final

Señor y Padre de todos nosotros,


¡qué grande eres y maravilloso para con tus hijos!
Hemos pecados y nos has perdonado.
Te damos gracias por tu amor. Te damos gracias por tu perdón.
Te pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que nos mires como hijos
y que nos acompañes en nuestro caminar por la tierra.

Y te decimos, con las mismas palabras que tu Hijo divino nos enseñó:
Padre nuestro, que estas en los cielos
Santificado se tu nombre. Venga a nosotros tu reino
Hágase tu voluntad en la tierra y en el cielo
Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos
a los que nos han ofendido
No nos dejes caer en la tentación. Líbranos de todo mal. Amen

Hermanos podéis ir en paz, Dios no ha perdonado. Jesús nos espera en


la vida, para que nuestra confirmación en la fe, sea el comienzo de un
camino de Evangelio y de amor.
Que Dios os bendiga.

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