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Mancebas de españoles, madres de mestizos.

Imágenes de la mujer indígena


en el Perú colonial temprano

Berta Ares Queija


EEHA - CSIC
Sevilla

En un capítulo de su Historia de las guerras civiles del Perú, el cro-


nista Pedro Gutiérrez de Santa Clara nos cuenta, con bastante profusión de
detalles, el asesinato del español Alonso de Toro, teniente de Gonzalo
Pizarro en la ciudad del Cuzco, por parte de su suegro. La causa del asesi-
nato fue, según él, que Toro maltrataba cruelmente a su esposa, “mujer muy
virtuosa y honrada, ...muy linda, hermosa y moza de edad de veinte y cinco
años”, y no por motivos que ella le diese,
...sino por causa de una india natural, que era hermosa, la cual tenía dentro de su
casa por amiga y manceba, ...a la cual quería y amaba mucho más que a su mujer
legítima porque la había tenido mucho tiempo antes que se casara.1

La suegra intentaba mediar, aconsejando a la hija que, para conseguir


vivir en paz, no le diese importancia a la india (una palla cuzqueña, según
el cronista) y que la tratase bien, pues esa era la voluntad del marido. Pero
cuanto mejor lo hacía, más la maltrataba a ella el esposo, deseándole la
muerte para casarse con la india, “que valía más que ella”. Toro llegó inclu-
so a agredir a su suegra, a quien la situación le ocasionó tal tristeza que
murió. Al suegro “le dolía...ver a su hija tan penada y desechada por amor
de una india”; a petición suya, amigos y religiosos le rogaban al yerno que
la echase de casa. Él, sin embargo, “ya perdido el temor a Dios y la ver-
güenza a las gentes”, hacía caso omiso de estos ruegos. Un día que estaba
maltratando a la esposa, su suegro intervino para impedirlo, y Toro intentó
arrojarle de la casa a empujones; encolerizado, el suegro le dio varias

1 Gutiérrez de Santa Clara, Pedro: Quinquenarios o Historia de las guerras civiles del Perú
(1544-1548) y de otros sucesos de las Indias, Biblioteca de Autores Españoles, Crónicas del Perú II y
III, Madrid, 1963, libro III, cap. XXXVII, pág. 177 y ss.

Gonzalbo Aizpuru, Pilar & Ares Queija, Berta (coords.): Las mujeres en la construcción de las
sociedades iberoamericanas, Consejo Superior de Investigaciones Científicas-EEHA / El Colegio
de México-CEH, Sevilla-México, 2004.
16 BERTA ARES QUEIJA

cuchilladas. Luego, se refugió en el convento de los dominicos, donde


tomó los hábitos. La palla, por su parte, huyó de miedo y se refugió entre
los indios, no pudiendo encontrarla para darle su castigo, pues decían que
era “gran hechicera y tenía enhechizado al teniente Alonso de Toro”.
Aunque tratándose de Gutiérrez de Santa Clara conviene poner en duda
la veracidad de estos hechos, sobre todo lo relativo a sus aspectos más
folletinescos, varios son los autores que coinciden en lo de la muerte de
Alonso de Toro a manos de su suegro por causa de su conducta; si bien
varían algunos elementos. Así, un cronista que goza de mayor credibilidad,
como es Pedro Cieza de León, cuenta que “habiendo una noche tenido sus
pasatiempos secretos con una india, tuvieron sobre ello algunas palabras
domésticas”, y en medio de la discusión el suegro, Diego González de
Vargas, le mató para defender a su propia mujer.2
Si he traído a colación el relato de este drama familiar es porque creo
que nos sumerge de inmediato en una situación que, a excepción tal vez de
sus cruentas consecuencias, pudo haberse dado en más de un hogar de los
fundados por los conquistadores españoles en tierras peruanas. Pero ade-
más porque, implícita o explícitamente, se reflejan en él unos valores que
estuvieron muy presentes en la conformación de la sociedad colonial; va-
lores que tienen que ver no sólo con el significado del matrimonio y las re-
laciones de género, sino también con la construcción social de algunas
imágenes sobre la mujer indígena, de las cuales trataré en este trabajo.

“...conforme a la calidad de su persona y linaje”


Como sabemos, una buena parte de los hogares que los conquistadores
y primeros colonos constituyeron en Indias se sustentaron en sus inicios y
por un tiempo más o menos prolongado, según los casos, en la conviven-
cia con una y a veces varias mujeres indígenas. Por lo general, estas unio-
nes de hecho parecen haberse quebrado con la incorporación al hogar, en
calidad de esposa legítima, de una mujer de ascendencia europea, ya fuera
2 Cieza de León, Pedro: Las guerras civiles del Perú. La guerra de Quito, cap. CCXXVII,
págs. 566-7, Obras Completas de..., vol. II, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid,
1985. (Las cursivas son mías). Por su parte, el inca Garcilaso de la Vega dice simplemente que, viendo
Diego González de Vargas como Toro maltrataba a su hija, quiso impedirlo; el yerno arremetió enton-
ces contra él y fue a clavarse en el puñal que su suegro había puesto por delante como defensa; luego,
viéndose perdido, lo remató allí mismo. Garcilaso no menciona a ninguna india, aunque sí los malos
tratos, y además intenta exculpar al homicida, al que dice que conoció personalmente y que un hijo
suyo, Diego de Vargas, fue su condiscípulo en los estudios (Garcilaso de la Vega, el Inca: Historia
General del Perú. Segunda Parte de los Comentarios reales de los Incas, Biblioteca de Autores Espa-
ñoles, Madrid, 1960, vol. CXXXIV, libro V, cap. VI, pág. 324).
MANCEBAS DE ESPAÑOLES, MADRES DE MESTIZOS 17

peninsular, criolla o incluso mestiza. Su irrupción supuso el desplazamien-


to de aquellas primeras mujeres, que o bien tuvieron que abandonar la casa,
muchas veces dejando en ella a sus hijos mestizos, o bien pasaron a ocupar
en la intimidad cuartos traseros y a posiciones de segundo plano cara a la
vida pública. Arriba hemos visto las consecuencias que podía acarrear su
no desplazamiento.
En lo concerniente al Perú sólo un puñado de hombres de los llegados
con las primeras huestes se casaron con mujeres indias, pertenecientes en
su mayoría a la nobleza incaica y elites locales. Muy conocidos son los
casos de las dos sucesivas mancebas de Francisco Pizarro: de la primera,
doña Inés Yupanqui, hija del inca Huayna Capac y de la señora de Guaylas,
él mismo arregló su matrimonio con un allegado suyo llamado Francisco
de Ampuero, y a la segunda, doña Angelina Añas Yupanqui, descendiente
también de Huayna Capac, la casó su hermano Gonzalo Pizarro con el len-
guaraz y luego cronista Juan Díez de Betanzos. Hay que decir que cada una
de ellas aportaba una encomienda como patrimonio. Otros casos conoci-
dos, en los que asimismo a una primera unión le siguió un casamiento con
un hombre diferente y normalmente de inferior rango, fueron los de doña
Leonor Tocto Chimpu (o Chimbo), amante de Hernando de Soto, que se
casó con Juan Bautista el Galán; doña Isabel Chimpu Ocllo, manceba del
capitán Garcilaso y madre del cronista, que casó con Juan de Pedroche;
doña Beatriz Quispe Quipe Coya, hija de Huayna Capac y amante de
Mancio Sierra de Leguísamo, que en primeras nupcias se casó con Pedro
de Bustincia y en segundas la casó La Gasca con Diego Hernández; doña
Isabel Yupanqui, amante de Lucas Martín y casada con Martín Pérez de
Villabona, encomendero de Chile.
Tal vez menos conocidos son los casos de doña Juana Marca Chimpu,
cuyo primer marido fue el capitán Juan Balsa y el segundo Francisco de
Villacastín; asimismo el de doña Juana Azarpay, hija de Huayna Capac, que
estuvo casada con el capitán Diego de Avendaño; una tal doña Inés, que lo
estuvo con Juan Antonio de Villegas. Doña Catalina Guaco Ocllo, que tras
compartir con otras varias mujeres indias el lecho del capitán Alonso de
Mesa y dar a luz a varios de sus hijos, terminó siendo su legítima esposa.
Dos de las hijas de Atahualpa, ambas encomenderas, se casaron primero
con españoles y luego con mestizos,3 y la viuda del inca Sayri Túpac, doña

3 María estuvo casada primero con Pedro de León, por segunda vez con Blas Gómez y por
último con Sancho de Rojas, hijo mestizo del capitán Diego de Rojas. Isabel, por su parte, se casó en
Quito con Esteban Petrel (o Pretel) y luego con el mestizo Diego Gutiérrez de Medina.
18 BERTA ARES QUEIJA

María Cusiguarcay Coya, después de tener dos hijas naturales con el mes-
tizo Juan Arias Maldonado, terminó casándose con el español Juan Fer-
nández Coronel ya en la década de 1570. Bien es cierto que no todos se
casaron con indias nobles; por una carta de venta otorgada en 1560 en el
Cuzco sabemos que Juan de Villanueva estaba casado con una tal Marina,
india. Asimismo, según su testamento de 1582, el mercader español Juan
Moreno, que había llegado al Perú en 1546, estaba casado con Juana
López, india de Condesuyo, quien en el momento de casarse había aporta-
do como todo bien la ropa que llevaba puesta.
No pretendo, en absoluto, mencionar todos los casos de matrimonios
mixtos que he ido encontrando en protocolos notariales y otros documen-
tos de archivo; no por eso dejaría de ser –como antes he dicho– un puñado
de hombres, aunque posiblemente bastantes más de los que solemos tener
en mente cuando nos referimos al tema, y por supuesto muchísimos menos
de los que mantuvieron relaciones más o menos estables con indias y lle-
garon incluso a reconocer y aun a legitimar a sus hijos mestizos.
Por otra parte, no tenemos una respuesta contundente al por qué, por
ejemplo, cuando la Corona, a fin de asegurar el poblamiento de los nuevos
territorios, amenazó con la pérdida de la encomienda a los encomenderos
casados para que hicieran ir a sus esposas y a los solteros para que se casa-
ran, éstos últimos eligieron hacerlo no con aquéllas que hasta entonces
habían sido sus parejas sexuales y muchas de ellas madres de sus primeros
hijos, sino con mujeres españolas, tanto peninsulares como criollas, o con
las hijas mestizas de sus propios compañeros de armas, amigos y coterrá-
neos.4
Algunos mostraron entonces su desacuerdo ante la cédula de 1551, por
la que se les daba un plazo de tres años para casarse, y se quejaron de tener
que acordar matrimonios apresurados. Rodrigo de Esquivel, un hidalgo
sevillano y vecino del Cuzco, no se limitó a quejarse. Cuando le comuni-
caron la orden, decidió nombrar procuradores para que suplicaran en su
nombre la mencionada cédula ante la Audiencia y el Consejo de Indias y se
le eximiese de cumplirla, aduciendo entre otros el siguiente argumento:
...por ser pobre no hallará en tan breve tiempo persona con quien pueda casar hon-
radamente, conforme a la calidad de su persona y linaje, y en lugar de ser pre-

4 Véase el trabajo de Ana María Presta incluido en este volumen.


MANCEBAS DE ESPAÑOLES, MADRES DE MESTIZOS 19

miado por sus trabajos y servicios, sería con un acelerado casamiento hacelle
caer en detrimento de su honra y de su vida.5

Según consta en un documento notarial,6 por esas fechas Esquivel tenía


al menos un hijo mestizo, Gonzalo de Esquivel, cuya madre es muy pro-
bable que estuviera conviviendo con él (por lo que más abajo diré). Sin
embargo, terminó casándose con Leonor de Zúñiga, cuya ascendencia des-
conozco.
A pesar de la presión de las autoridades y hasta donde alcanza mi infor-
mación, de los treinta encomenderos varones del Cuzco que en 1552 per-
manecían solteros,7 solo el ya citado Alonso de Mesa y probablemente
Antonio de Marchena8 se casaron con mujeres indígenas. Por el contrario,
alguno de aquéllos, como Juan de Pancorbo (o Cellorigo), lograron mante-
ner encomienda y soltería hasta el momento de su muerte, acaecida bas-
tantes años más tarde.
Decir que la opción de estos hombres se debió pura y llanamente a pre-
juicios raciales me parece demasiado simplista y que carece de base sufi-
ciente. Posiblemente hubo mucho de prejuicios de toda índole, así como de
un complejo sistema de valores y expectativas socio-culturales depositadas
en llevar a cabo un “buen” matrimonio desde el punto de vista económico,
del linaje, de la creación de vínculos y redes de alianzas entre sus pares, etc.
De contar con información más precisa, tal vez el caso de Juan de Pancorbo

5 Archivo General de Indias [en adelante AGI], Lima, 118, Petición y Autos de Rodrigo de
Esquivel, vecino del Cuzco, para que se le exima de tener que casarse (Lima, 1552-3), fl. 10v. Énfasis
añadido.
6 Biblioteca Nacional del Perú [en adelante BNP], A39, Protocolos de Antonio Sánchez,
Cuzco (1575-1576), Declaración de Gonzalo de Esquivel, hijo natural del capitán Rodrigo de
Esquivel, vecino del Cuzco (Cuzco, 8 de marzo de 1575), fl. 71r.
7 “Memoria de los encomenderos solteros del Cuzco” (Cuzco, 19 de diciembre de 1552),
incluida en la Petición y Autos de Rodrigo de Esquivel..., fls. 5v-6r.
8 La información con la que de momento cuento sobre Marchena es un tanto contradictoria al
respecto: por un lado, está el testamento de doña Catalina Cusi Ocllo, natural del Cuzco, que dice haber
sido mujer de Antonio de Marchena, difunto y vecino del Cuzco, y en el que constan como sus hijos
Antonio de Figueredo Marchena, ya difunto, Gonzalo de Marchena y una hija de la que no da el nom-
bre. Su fecha es del 21 de septiembre de 1590. Por otro lado, está el testamento de Gonzalo de
Marchena, del 22 de abril de 1590, en el que dice ser hijo natural de Antonio de Marchena, difunto y
vecino del Cuzco, y de doña Catalina Cusi Ocllo, también difunta. Teniendo en cuenta que su testa-
mento está fechado cinco meses antes que el de su madre, es verdaderamente sorprendente que diga
que ella ya está muerta, aparte de que se auto-defina como hijo natural, es decir, ni legítimo ni legiti-
mado por matrimonio. Son demasiadas coincidencias para que se trate de personas homónimas, por lo
que solo cabe pensar en un posible error de fechas. Ambos testamentos se conservan en el Archivo
Departamental del Cuzco [en adelante ADC], Protocolos de Antonio Sánchez, 23, fls. 1149r-1150v el
primero, y 24, fls. 636r-v el segundo.
20 BERTA ARES QUEIJA

nos hubiera resultado esclarecedor: rico encomendero, descendiente de hi-


dalgos,9 que no dudó en fundar dos vínculos de mayorazgo en sus dos hijos
mestizos legitimados y nombrarles herederos de su cuantiosa fortuna,10 y
que en los últimos años de su vida estaba dispuesto a pagar al rey una con-
siderable suma de dinero a cambio de poder transmitir su encomienda en
herencia, cuando para burlar las leyes le hubiera bastado casarse con la
madre de cualquiera de sus hijos,11 como sí hicieron D. Pedro Puertocarrero
y Hernando de Montenegro.
Ahora bien, en su testamento llama la atención que a la hora de espe-
cificar con quien no pueden casarse tanto sus hijos como los descendientes
que luego vayan a suceder en los mayorazgos, a fin de que “vayan en
aumento de mayor nobleza e no decaygan e no vengan a menos ni a baxo
estado”, menciona por supuesto a reconciliados y condenados por la Inqui-
sición hasta la tercera generación, y a los emparentados con moriscos,
negros o mulatos; prohíbe también a su hijo Juan casarse con doña Leonor
Asarpay, india cuzqueña y descendiente, al parecer, de Viracocha Inca, sin
especificar el por qué de tal prohibición.12 Sin embargo, especifica a conti-
nuación: “pero por tener parentezco (sic) con yndios las tales personas con
quien casaren no les excluyo ny aparto de la dha subcesion”. Esto hace pen-
sar que Pancorbo, a diferencia de otros coetáneos suyos, no consideraba

9 Biblioteca Nacional de Perú [en BNP]], A135, Testimonio del expediente seguido por Juan
de Pancorbo para que se le expida carta de hidalguía y ejecutoria de nobleza (Pancorbo, 4 de febrero
de 1573), 58 fls.
10 Sus hijos eran Juan, nacido poco después de la conquista de su relación con doña Ana
Condorcaua, y Martín, hijo de Francisca Camco, india de su encomienda. “Testamento del Conquis-
tador don Juan de Pancorbo” (2 de julio de 1573), Revista del Archivo Histórico del Cuzco, t. 10, 1955,
págs. 5-84.
11 Carta del virrey Toledo al rey (Cuzco, 1 de marzo de 1572). Dice que Juan de Pancorbo, que
ha servido muy lealmente desde el principio, “tiene un hijo natural de yndia y ligitimado por vuestra
magestad hombre de bien y muy inclinado a vuestro real servicio y porque este [se refiere a Juan, el
mayor] le pudiese subceder en sus yndios no siendo casado ni tiniendo hijos ligitimos por la vida segun-
da...me ofreze treze o catorze mill ducados” (Levillier, Roberto: Gobernantes del Perú. Cartas y Pape-
les, siglo XVI, Sucesores de Rivadeneyra SA, Madrid, 1921, t. III, pág. 614). Desde 1542 las leyes
prohibían que los ilegítimos y aun los legitimados por el rey (salvo que mediara habilitación expresa
para ello) pudieran heredar las encomiendas de los padres, lo cual afectaba particularmente a la prime-
ra generación de mestizos. Sin embargo, la Corona no podía impedir la transmisión cuando se trataba
de hijos naturales que habían resultado legitimados como consecuencia del matrimonio de sus proge-
nitores. Por el testamento de Pancorbo sabemos que al menos la madre de su hijo pequeño estaba toda-
vía viva en aquel momento.
12 Estos datos figuran en el Expediente de legitimación de doña Mariana de Cellorigo (1599),
nieta de Pancorbo, por ser hija natural de doña Leonor y de Juan. En AGI, Lima 134.
MANCEBAS DE ESPAÑOLES, MADRES DE MESTIZOS 21

menoscabo alguno de nobleza y estado el que sus descendientes pudieran


emparentar con indios por vía de matrimonio, y así lo hizo constar.13
En definitiva y como se ha podido ver, la encomienda fue en algunos
casos acicate suficiente para considerar como un “buen” matrimonio el ca-
sarse con una indígena, ya fuera porque ella era la titular de la misma o ya
porque –como antes he mencionado– permitía burlar la ley y transmitirla en
herencia a los hijos habidos en común. Las uniones en las que eran ellas las
encomenderas fueron en buena medida alentadas, cuando no concertadas,
por las autoridades virreinales, como parte de la política seguida para re-
compensar a algunos de los muchos demandantes de beneficios y mercedes
(y de ahí los sucesivos matrimonios de algunas de aquellas mujeres).
Salvo en estos casos y en algún otro con claros tintes políticos,14 creo
que no se puede decir que haya habido por parte de la Corona una política
firme en pro o en contra de los matrimonios mixtos. Es cierto que en fechas
muy tempranas encontramos algunas reales órdenes instando a las autori-
dades de La Española, de Cubagua y el Darién a permitir e incluso a favo-
recer este tipo de uniones, porque “sería muy conveniente y provechoso al
servicio de Dios y del rey y muy útil para el poblamiento de la isla”.15 La
Corona llegó incluso a contemplar los beneficios que podían derivarse del
casamiento entre españoles y cacicas o futuras herederas de cacicazgos.16
Para el territorio peruano hay asimismo algunas cédulas tempranas orde-
nando a las autoridades que se ocupen en particular de las hijas del inca
Huayna Cápac, procurando que se casen con españoles y que se le den
medios con qué sustentarse,17 siendo entonces cuando se le otorgan enco-
miendas a algunas de las que he mencionado antes como casadas.
13 “Testamento...Pancorbo”, pág. 29. Así, por ejemplo, Pedro Alonso Carrasco, que tuvo cua-
tro hijos mestizos, que incluye como posibles futuros herederos del mayorazgo que fundó en 1568, no
duda en excluir de tal herencia a todo aquel que se case con india, mestiza o mulata. Por su parte, Diego
Maldonado el Rico, que funda su mayorazgo (1568) en su único hijo mestizo vivo, excluye del mismo
al que se casare o estuviere casado con india.
14 Me refiero, por ejemplo, al matrimonio de Beatriz Clara Coya, hija del inca Sayri Tupac, con
Martín García de Loyola, instigado por el Virrey Toledo.
15 RC a las autoridades de La Española (Monasterio de Valbuena, 14 de octubre de 1514), en
Konetzke, Richard: Colección de Documentos para la Historia de la formación social de Hispa-
noamérica (1493-1810), Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1953, vol. I, págs.
61-62. Véanse otras cédulas reales en un sentido semejante en Ibídem, págs. 62-63, 77.
16 Instrucción dada por el Cardenal Cisneros a los frailes jerónimos (Madrid, 13 de septiem-
bre de 1516): “porque desta manera muy presto podrán ser todos los caciques españoles y se excusa-
rán muchos gastos” (Ibídem, pág. 64).
17 RC al gobernador Vaca de Castro (Fuensalida, 28 de octubre de 1541): Que se ha informa-
do de que, sobre todo en el Cuzco, hay hijas de Huayna Cápac que dejan de casarse con hijosdalgo y
señores de calidad por no tener dote. Que convendría “que de su propia legítima se les diese dote y
22 BERTA ARES QUEIJA

Paralelamente y en respuesta a la información que va llegando de ultra-


mar, comienzan también las órdenes a las autoridades, tanto civiles como
religiosas, para que actúen contra los amancebamientos,18 una práctica
cuya denuncia se va a convertir muy pronto en un tema recurrente de car-
tas e informes oficiales enviados a la metrópoli. Lo que allí se describe
como un fenómeno generalizado y que atañe a todos los grupos y esta-
mentos sociales, incluidos esclavos negros, se irá reflejando día tras día en
el creciente número de hijos ilegítimos que figuran en los libros de bautis-
mos,19 o dejando con una cierta frecuencia sus huellas en registros notaria-
les bajo la forma de donaciones, cláusulas testamentarias, etc.
El interés de rastrear estas huellas radica en que nos permiten vislum-
brar que, así como hubo diversos grados de compromiso por parte mas-
culina a la hora de asumir responsabilidades respecto a su descendencia
ilegítima, también hubo diferentes actitudes individuales hacia quienes, por
un tiempo o una vida, fueron sus concubinas.

“...por los buenos servicios que me ha hecho”


Hay que señalar que la mayoría de las veces en las que estas mujeres
figuran en testamentos y otras escrituras públicas realizadas a instancias
masculinas es por referencia a los hijos habidos en común. Lo primero que
llama la atención son las diversas maneras de referirse a ellas, empezando

repartimiento con que vivan y se casen honradamente, y que a otra hija de Guaynacaba, que en la dicha
ciudad estaba casada, se le diese también repartimiento con que se pudiese sustentar” (Ibídem, págs.
211-2). RC a Francisco Pizarro, gobernador, y a fray Vicente de Valverde, obispo (Fuensalida, 26 de
octubre de 1541): Que ha sido informado de que hay muchas señoras naturales en casas de españoles
“para sus propósitos y efectos...y vos el dicho Obispo y vuestros provisores lo habéis querido remediar,
no habéis podido,...y que para lo remediar convernía mandásemos que las dichas indias fuesen puestas
en poder de algunas mujeres españolas casadas donde no se pueda tener sospecha para que allí tomen
buenas costumbres y puedan salir casadas y sirvan a Dios, y que al que se casare con alguna dellas, se
les diese con que se sustentar...”; que se vea y provea lo que convenga (Ibídem, págs. 208-9).
18 RC a los alcaldes y justicias de Cubagua (Madrid, 3 de julio de 1535): Que hay relación de
que algunos casados tienen indias libres en sus casas...y las tienen por mancebas, no haciendo vida
maridable con sus esposas y a veces abandonándolas, que se les ordene que dejen a sus mancebas
(Ibídem, págs. 166-7). RC a Francisco Pizarro, gobernador, a Vaca de Castro, gobernador, y a fray
Vicente de Valverde, obispo (Fuensalida, 26 de octubre de 1541): Que ha habido relación de que hay
muchos españoles que tienen indias en sus casas para “efectuar con ellas sus malos deseos”; que se vea
que no tengan más de las que tasadamente sean menester para su cocina y servicio (Ibídem, pág. 209).
19 Para los primeros años de la colonia cfr. Ares Queija, Berta: “Mestizos, mulatos y zambai-
gos (Virreinato del Perú, siglo XVI)”, en Ares Queija, Berta y Stella, Alessandro (coords.): Negros,
Mulatos, Zambaigos. Derroteros Africanos en los mundos ibéricos, Escuela de Estudios Hispa-
noamericanos, Sevilla, 2000, págs. 75-88. Para el siglo XVII, véase Mannarelli, Emma: Pecados públi-
cos. La ilegitimidad en Lima, siglo XVII, Ediciones Flora Tristán, Lima, 1994.
MANCEBAS DE ESPAÑOLES, MADRES DE MESTIZOS 23

por la omisión total (sin que podamos saber si esto se debe a un desenten-
dimiento o indiferencia, a su muerte o a cualquier otra razón) y siguiendo
por expresiones del tipo “mi hijo/a y de una india”, “...de una india de estos
reinos”, “...de una india natural del Cuzco” u otras semejantes, donde lo
común es la anonimia que recubre a la madre; cuando sí se especifica su
identidad individual, lo más usual es que se haga mediante un simple nom-
bre de pila cristiano (“...y de Ana, india”); a veces, pocas, figura además el
–digamos– apellido (“...y de Inés Chapo, india”), mientras que en otras el
nombre va precedido del calificativo doña seguido o no de un término indí-
gena indicador de estatus social (palla, coya, ñusta), que a menudo termi-
nará haciendo también funciones de apellido. Aunque no podemos valorar
el verdadero alcance de todos estos matices, siempre cabe preguntarse si
estas diferentes formas de nombrar a la mujer con la que se tuvo (o aún se
tiene) una relación cuando menos sexual respondían a diferentes formas de
considerar dicha relación.
Además de al nombrarlas, encontramos diferencias evidentes a la hora
de la transmisión de bienes. En efecto, frente a una amplia mayoría que no
las tiene en cuenta, hay individuos (de momento no podría precisar en qué
proporción) que les dejan en herencia pequeñas sumas de dinero y/o bie-
nes; otras veces, les hacen donaciones para que puedan sustentarse, ellas y
sus hijos. Pero también aquí podemos encontrar diversas modalidades,
reflejo sin duda tanto de situaciones individuales concretas como de nor-
mas y prácticas jurídicas y mentalidad de la época. Así, Rodrigo de Esqui-
vel, de quien ya he hablado antes y que en 1552 se mostraba renuente a
casarse, dos años después (podemos pensar que tal vez coincidiendo con su
matrimonio) le hacía donación de 1.000 pesos a su hijo natural Gonzalo y
“a Isabel, india palla, su madre, de 50 cabezas de cabras y 50 puercas”,
para que ambos pudiesen tener de qué vivir.20 Por su parte, el también ya
mencionado Juan de Pancorbo estipulaba en una cláusula testamentaria la
obligación de que su hijo Martín y herederos le diesen cada año a Francisca
Camco, madre del dicho Martín, 200 pesos de plata “para su sustentación
e alimentos”.21
En bastantes casos, los legados testamentarios se justifican como retri-
bución por los servicios recibidos y/o por la crianza de los hijos. El rico mer-
cader limeño Baltasar de Torregrosa, por ejemplo, que reconoce en su

20 Declaración de Gonzalo de Esquivel..., fl. 71r.


21 “Testamento ...Pancorbo”, pág. 39.
24 BERTA ARES QUEIJA

testamento a tres hijos naturales de tres mujeres distintas, se puede decir que
se mostró bastante generoso con dos de ellas (la tercera había muerto). A
Anilla, “india natural desta tierra”, mandó darle 200 pesos de oro “por el
buen servicio que me ha hecho, con tanto que no se los den ni entreguen
hasta tanto que críe al dicho mi hijo e [a] los dichos mis albaceas les pare-
ciere que lo ha criado”. A Elena, india esclava de Guatemala, a la que define
como “mi criada india, madre del dicho Dieguito, mi hijo”, decidió dejarla
...libre de todo cautiverio y servidumbre... para agora y para siempre jamás, y que
de su persona pueda hacer como persona libre lo que le pareciere...
Iten mando que le den de mis bienes...docientos pesos de buen oro por los buenos
servicios que me ha hecho, para que se pueda sustentar con ellos y casarse si le
pareciere.22

Asimismo, Álvaro González Hidalgo, morador de Lima, reconoce en


su testamento a un hijo suyo y de “Isabel, india de Puerto Viejo”, a quienes
dejó en Quito junto con dos yeguas, un caballo y lo que se hayan reprodu-
cido las bestias; manda que le den a Isabel un potro por sus servicios y por
haber criado a su hijo, y además la comida y vestidos necesarios durante el
tiempo que esté con el niño, que tendrá en ese momento 2 años y 4 meses.23
No cabe duda de que retribuir la crianza de un niño a su propia madre,
equiparándola a las “amas de leche”, nos pone ante una relación cuando
menos próxima a la de amo-criado o a la de patrón-asalariado, y ya no
digamos nada de esa ambigua fórmula comúnmente usada de “por los ser-
vicios que me ha hecho”. Bien es cierto que los documentos notariales ape-
nas dejan espacio a la expresión de sentimientos afectivos y emocionales,
aunque de cuando en cuando no dejen de aparecer en ellos ciertos atisbos.
El albañil Francisco Ximénez, con esposa y dos hijos viviendo en Sevi-
lla, declara tener otros dos hijos de Isabel, india, de quien
...he recibido muchos e buenos servicios, de que le soy en mucho cargo, e por este
respeto e por ser los susodichos mis hijos, que yo ansí lo confieso, e por servicio
de Dios Nuestro Señor e descargo de mi ánima e conciencia, mando que de mis

22 Torregrosa no tenía descendientes legítimos, y sin embargo no dejó a sus hijos naturales
como herederos, sino a dos hermanos suyos. Eso sí, los hijos recibieron cada uno un legado de 2.500
pesos de oro, suma bastante respetable para la época. (Cfr. Archivo General de la Nación [en adelante
AGN], Protocolos Notariales, 9, cuad. 1, Testamento de Baltasar de Torregrosa, mercader (Lima, 19
de agosto de 1548), fls. 493v-499v. La cita en fl. 495v.
23 BNP, A33, Testamento de Álvaro González Hidalgo (Lima, 3 de octubre de 1548), fl. 150r.-
152v.
MANCEBAS DE ESPAÑOLES, MADRES DE MESTIZOS 25

bienes den a cada uno de los dichos Bartolomé e Francisco, para ayuda a su sus-
tentación, cient pesos de oro de ley [perfecta].24

La mezcla de los afectos, lo mundano y la preocupación por lo ultrate-


rreno se asoma al testamento del conquistador Alonso Martín de Don Be-
nito al estipular que si muere Inés de Comagre, india de Tierra Firme y
madre de su hijo, que no le sean tomadas sus ropas, oro, plata y demás per-
tenencias, sino que se vendan para dedicarlo a hacer bien por el alma de la
propia Inés.25 Por último, lo tácito, lo dicho a medias siempre puede con-
ducirnos al error de interpretar lo que no fue, como ocurre cuando Catalina,
“india de servicio” de Alonso de Almagro, recibe de él 500 pesos de plata
(“...por los servicios que me ha hecho y buena voluntad que le tengo”), para
que los emplee en tierras u otros bienes raíces y pueda sustentarse el resto
de su vida. Le deja asimismo la huerta de su casa, con la casa de paja que
sirve de cocina, para que lo posea hasta su muerte.26
Frente a estos casos, encontramos también la práctica opuesta, es decir,
aquella en la que claramente se las excluye de recibir una parte del patri-
monio aunque sea por persona interpuesta; en concreto, se pone como con-
dición que no puedan heredar lo que se lega a los hijos habidos en común.
Es el caso de Francisco Martín Gallego, quien dona a sus dos hijos natura-
les 1.000 pesos y unos bohíos para que puedan tener de qué vivir, especifi-
cando que si uno de ellos fallece los herede el otro, y si ambos mueren, que
no pasen a sus respectivas madres, sino que de nuevo vuelvan a él o a sus
herederos. Eso sí, aclara que una de las mujeres, Isabel, pueda usufructuar
uno de los bohíos.27 Asimismo, Francisco García Gasca, que nombra here-
deros a cuatro hijos naturales de tres mujeres distintas y dota a una hija con
810 pesos, especifica muy claramente que si ésta muere sin hijos legítimos,
no herede la dote su madre sino sus tres hermanos.28
Ignoro si ésta y las otras prácticas aquí mencionadas respecto a heren-
cias y donaciones difirieron de las prácticas peninsulares, aunque en prin-

24 AGN, Protocolos Notariales, 154, cuad. 6, Carta de Poder para testar de Francisco
Ximénez, albañil (Lima, 27 de noviembre de 1547), fls. 887v-888r.
25 “Testamento de Alonso Martín de Don Benito” (Lima, 30 de octubre de 1540), Revista del
Archivo Nacional de Perú, t. VI, 1928, págs. 1-11.
26 En este caso no hay hijos, y deja como heredera a su alma. ADC, Protocolos Antonio
Sánchez, 24, Testamento de Alonso de Almagro (Cuzco, 29 de noviembre de 1580), fls. 889r-898r.
27 BNP, A39, Carta de donación de Francisco Martín Gallego, morador del Cuzco (Cuzco, 10
de marzo de 1575), fls. 80r.-81r.
28 BNP, A39, Testamento de Francisco García Gasca (Cuzco, 26 de julio de 1575), fls. 257r-
260v.
26 BERTA ARES QUEIJA

cipio sospecho que no. Por eso me llamó la atención un caso, el único que
he encontrado hasta ahora, en el que se decía explícitamente que se excluía
a dos madres por su condición de indias.29 Y al mismo tiempo pude com-
probar que la condición de española de Beatriz de Pinares no evitó que
quedara excluida de heredar nada de los 1.000 ducados que Rodrigo Rejón
legó a los dos hijos que tuvieron mientras él estaba casado y por tanto adul-
terinos (“quiero y es mi voluntad que la dicha su madre no herede cosa al-
guna”); en contraste, Rejón dejó 200 pesos a su manceba india Inés Chapo
y nombró herederas a las dos hijas que tuvo con ella.30
Todos estos casos, mencionados aquí a manera de ejemplos, ponen de
manifiesto la variedad de criterios y actitudes que hubo, sobre todo a la
hora de testar, respecto a las mancebas indias. Nos muestran, en definitiva,
cómo algunos individuos, distanciándose de la tendencia mayoritaria (la
del silencio), no dudaron en adoptar unas medidas que, más allá de las
repercusiones de carácter privado, entrañaban asimismo el reconocimiento
público de la existencia de un tipo de relación socialmente tolerada, pero
cada vez más condenada y reprimida por la Iglesia y el poder civil (y más
aún a partir del concilio tridentino).

“...porque las indias son fáciles”

La progresiva condena de la práctica del amancebamiento generó la


construcción de un discurso oficial hegemónico que contrasta con la relati-
va tolerancia social y con lo reflejado en los documentos notariales. Desde
tierras peruanas los primeros informes condenatorios llegaron a la metrópo-
li apenas apagadas las turbulencias de la conquista, provocando –como arri-
ba dije– la emisión de varias cédulas reales en las que se ordena a las

29 “...y porque sus madres son indias quiero y declaro que no hayan ni hereden cosa alguna de
los bienes de los dichos hijos”. Se trata del testamento del navarro Miguel de Vidangoz, quien declara
tener una hija cuya madre era Francisca, natural de México y con la marca de su esclavitud en un brazo,
y un hijo con Catalina, natural de Charcas. Manda a cada uno de ellos 2.000 pesos de oro, pero a con-
dición de que si acaso mueren pasen de nuevo a sus herederos, esto es, a sus padres. A pesar de esto,
encarga a un amigo que cuide de ellas, al igual que de sus hijos, y que le den a cada una 50 pesos de
oro. Aclara además que ha concedido la libertad a Francisca. (AGN, Protocolos Notariales, 154, cuad.
6, Testamento de Miguel de Vidangoz, natural de Navarra (Lima, 20 de junio de 1547), fls. 757r-763r).
30 Rejón define a sus hijas mestizas como “naturales”, mientras que aclara que sus dos hijos,
que viven en España igual que su madre, los tuvo mientras estaba casado, y por lo tanto eran adulteri-
nos. Así pues, al nombrar a sus hijas como herederas no está haciendo más que seguir la norma legal:
el hijo natural tiene preferencia ante el adulterino (ADC, Protocolos Antonio Sánchez, 24, Testamento
de Rodrigo Rejón, (Cuzco, 23 de julio de 1581), fls. 681r-683r).
MANCEBAS DE ESPAÑOLES, MADRES DE MESTIZOS 27

autoridades civiles y religiosas, y más concretamente a Francisco Pizarro


(asesinado unos meses antes y él mismo amancebado), al licenciado Vaca de
Castro y al obispo fray Vicente de Valverde, tomar medidas al respecto.
Por lo que se desprende de esas cédulas, las primeras denuncias tenían
sobre todo un carácter ético y moral. Las relaciones extraconyugales entre
españoles e indias eran consideradas como una consecuencia más de la
Conquista, fruto de una situación de dominación en la que los conquista-
dores vivían rodeados de un gran número de mujeres para su servicio y
“para efectuar con ellas sus malos deseos”.31 Según esto, la mujer indígena
no sería sino una víctima pasiva del abuso de poder y de la lujuria de los
españoles, a los que luego se sumarán sus esclavos negros.32
Pero esta imagen va a variar en cuestión de poco tiempo. Y aunque las
denuncias de malos tratos y abusos de todo tipo continuarán haciéndose, en
lo que toca a los amancebamientos ya no aparecen los españoles (y negros)
como únicos y mucho menos como los principales responsables. Como
vamos a ver, la mujer indígena deja de ser una víctima para convertirse en
agente activo y principal responsable de las relaciones sexuales ilícitas y de
sus negativas consecuencias. Por otra parte, el discurso condenatorio de tal
práctica dejará de tener exclusivamente un carácter moral y ético, para ad-
quirir un sesgo mucho más secularizado, con la aparición de razonamien-
tos de tipo demográfico, económico e incluso político.
Veamos, en primer lugar, como encara el asunto una autoridad de tanta
importancia como el virrey Francisco de Toledo. No mucho tiempo des-
pués de llegar al Perú, tratando de explicar la gran cantidad de mestizos que
hay y por qué van en aumento, escribe que en un principio se debió a la
falta de mujeres españolas, y aunque ya en ese momento hay muchas, toda-
vía el número de hombres sigue siendo mayor; además, como éstos andan
vagando por caminos y campos “es mucho el uso de las mugeres de la tie-
rra y ellas muy fáciles”, razón por la cual y por entender que los hijos que
tienen con españoles, negros y mulatos no tienen que pagar tributo “va en
crecimiento esta gente”.33

31 Ver notas 17 y 18.


32 En las Ordenanzas para el buen gobierno de la ciudad de Los Reyes (Madrid, 19 de noviem-
bre de 1551) se llega a imponer la pena de la emasculación al negro que tenga a una india por mance-
ba (en Konetzke: Colección de Documentos..., págs. 290-1).
33 Carta de Toledo al rey sobre asuntos diversos (Cuzco, 1 de marzo de 1572), en Levillier:
Gobernantes del Perú..., t. IV, pág. 130. Énfasis añadido.
28 BERTA ARES QUEIJA

Unos dos años más tarde, escribiendo de nuevo sobre el mismo tema,
esto es, sobre el alto número existente de mestizos y qué hacer con ellos,
vuelve el virrey a insistir de manera mucho más dilatada en los mismos
argumentos y añade además otros nuevos. Comienza atribuyendo una parte
de la responsabilidad a los españoles y a la libertad que ha habido en poder
tener sus casas llenas de mancebas, a tal punto que –a decir de los propios
indios– no tenían tantas sus antepasados, los Incas.34 Pero de inmediato
hace recaer otra parte de la responsabilidad sobre los propios indígenas,
debido a la “facilidad” de las mujeres35 y a “no tener honra sus padres ni
maridos”. Esto, unido al servicio que, “como esclavas”, realizan en las ca-
sas, contribuye a dificultar que los españoles se casen, por lo que se puede
esperar que siempre vaya a haber gran cantidad de mestizos.
Entre las varias medidas que propone el virrey para intentar atajar este
proceso, una de ellas es la de obligar a pagar tributo a todo aquél que no
sea hijo natural y de padre hidalgo y cuya madre sea india, negra, mulata o
zambaiga,
...con lo qual parece que seria poner freno tambien a la desolucion de tantos vicios
no solamente de legos pero aun de eclesiasticos y los demas y asi mismo se obia-
va con lo suso dicho lo que me an referido de las indias que respeto de quel hijo
que conciben del yndio a de ser tributario lo [sic] es mayor ocasion de ser malas
mugeres con españoles mestizos mulatos zambahigos y negros por parecerles que
los hijos destos quedan libres y con esto ocasion que los yndios que son los que
importa que multipliquen y crezcan se disminuyen para el trabajo y para los tribu-
tos y los mestizos mulatos zambahigos y negros [que] importaba que se disminu-
yesen crecen.36

Como se puede ver, en el discurso toledano el amancebamiento y las


relaciones sexuales extraconyugales en general ya no son una práctica úni-
camente condenable en términos morales (que lo siguen siendo), sino que
sobre todo han pasado a ser consideradas como la principal causa de un
fenómeno de importantes consecuencias sociales, económicas y políticas,
cual es el del crecido número de mestizos, un sector de población percibi-

34 Carta del virrey Toledo (s.l., s.f., 1574), en ibídem, t. V, pág. 339.
35 Fácil: Se llama de ordinario la muger deshonesta, porque ligeramente se mueve a la torpe-
za. Facilidad: Se toma tambien por inconstancia, ligereza y poca resistencia para executar lo que no es
bueno. (Diccionario de Autoridades, 1732).
36 Carta del virrey Toledo (s.l., s.f., 1574), en ibídem, t. V, pág. 339. Énfasis añadido. En 1574
se ordenó por una real cédula que todos los negros y negras, mulatos y mulatas, horros y libres, paga-
ran tributo. Las dudas que surgieron en las autoridades locales sobre los zambaigos se resolvieron poco
después apelando a una cédula dada a la Audiencia de Guatemala en 1572.
MANCEBAS DE ESPAÑOLES, MADRES DE MESTIZOS 29

do como problema y para el que no hay un espacio propio en el modelo de


sociedad colonial configurado.37 Por otra parte, el que esas relaciones ilíci-
tas sean tan comunes se debería fundamentalmente a la mujer indígena,
quien a su liviandad sexual uniría la voluntad de procrear hijos no tributa-
rios, eligiendo para ello al padre de los mismos. Lejos queda, pues, aque-
lla imagen de víctima de los tiempos inmediatos a la Conquista. Ahora, la
mujer indígena decide con quién quiere mantener relaciones sexuales y con
quién quiere tener hijos, convirtiéndose en la principal causante de muchos
graves males de la sociedad colonial al provocar, con su iniciativa, la pro-
liferación de mestizos de toda suerte y la baja reproducción de los indios,
con el consiguiente descenso del número de tributarios.
Años más tarde, el franciscano Bernardino de Cárdenas, obispo de
Charcas, utilizará prácticamente los mismos argumentos que el virrey Tole-
do al tratar también de lo perjudiciales que resultan los mestizos.38 Según
él, su elevado número se debería sobre todo a la inmoral conducta sexual
de las indias, a las que asimismo tacha de “fáciles”, agravada por su mane-
ra de vestir, que resultaría lasciva y deshonesta por dejar al desnudo partes
del cuerpo que los españoles no estaban habituados a ver:
...hay muchísimos porque el pecado de mesclarse los españoles con las indias es
generalísimo y muy frecuentado, porque las indias son fáciles y el hábito que
traen muy la(s)civo y deshonesto [descubiertos los braços y pies], y las tienen a
su mandar los españoles como a gente tímida y rendida.39

Así pues, el fácil acceso sexual mostrado por las indias, su incitante
vestimenta y las relaciones de dominación-subordinación imperantes ac-
tuaban, cual armas diabólicas, en favor del pecado más grave y escandalo-
so que se cometía en aquellas partes, a consecuencia del cual las indias no

37 Sobre esto, véanse mis trabajos: “El papel de mediadores y la construcción de un discurso
sobre la identidad de los mestizos peruanos (siglo XVI)”, en Ares Queija, Berta y Gruzinski, Serge:
Entre dos mundos. Fronteras Culturales y Agentes Mediadores, Escuela de Estudios Hispanoame-
ricanos, Sevilla, 1997, pp. 38-48; Ares Queija: “Mestizos, mulatos y zambaigos...”.
38 Biblioteca Nacional de Madrid, Manuscritos, n.º 3198, “Memorial y relación de cosas muy
graves y muy importantes al remedio y aumento de el reino del Perú y al consuelo de la conciencia del
rey” (s. XVII, ca. 1632). El tema de los mestizos lo trata específicamente en el parágrafo sexto, titula-
do “De uno de los mayores males que hay en el Perú, que son los mestizos” (fls. 64v.-67v) y de nuevo
en una recapitulación final de las cuestiones tratadas en el memorial, puntos 5 y 6 (fls. 81v-84v).
39 Ibídem, fl. 64v. (Énfasis añadido. Lo que figura entre corchetes está tachado en el manus-
crito). Sobre la importancia que Cárdenas da al vestido en relación con los mestizos y mestizas véase
Ares Queija, Berta: “Mestizos en hábito de indios. ¿Estrategias transgresoras o identidades difusas?”,
en Loureiro, Rui M. y Gruzinski, Serge (coords.): Passar as Fronteiras, Centro de Estudos Gil Eanes,
Lagos (Portugal), 1999, págs. 133-146.
30 BERTA ARES QUEIJA

parían indios, gente útil y provechosa para el servicio del rey y para el tra-
bajo en las minas, sino mestizos, gente mala, pecadora y que no aportaba
ningún beneficio ni servicio a Dios, ni al rey ni a la sociedad. Pero tener
hijos libres de mita y tributos es lo que –según Cárdenas– pretendían las
indias, quienes además una vez que “han servido a los españoles en el peca-
do ya no se dignan de casarse con indios, ni ellos las quieren”.
El remedio debía venir, sin falta, de la mano del rey. Una de las vías era
la del castigo, condenando a todo español a pagar cien pesos para la cáma-
ra real cada vez que se le probara haber tenido contacto sexual con alguna
india. La otra y más principal era la de una ley que obligara a todo hijo de
india, que no fuera de legítimo matrimonio e independientemente de la
calidad del padre, a pagar tributo y a acudir a la mita minera y demás ser-
vicios personales. Eso en lo que concierne a los mestizos, quienes –cual si
de indios se tratara– debían ir vestidos con manta y camiseta. En cuanto a
las mestizas, que para fray Bernardino eran como la encarnación del mal y
que traían a los hombres locos,40 pues aprendían de sus madres las mismas
mañas y encima eran hermosas, debían ser separadas de éstas y entregadas
a españolas prominentes para que las criaran –vestidas, por supuesto, a la
española–, las educaran cristianamente y las utilizaran como sirvientas. De
este modo,
...las indias, viendo que su hijo si es mestiço ha de ir al cerro de Guancavelica y
pagar tributo y si es mestiça ha de entrar a servir, no serán tan promptas a darse a
los españoles como agora, que por tener una hija mestiça con quien ganar plata y
un hijo mestiço que no está sujeto a servicio personal ni a tributo son tan fáciles y
promptas a este pecado, en el cual también los españoles se fueran a la mano por
no tener hijos mitayos y tributarios ni hijas dedicadas al servicio de las señoras.41

Disminución de la población tributaria indígena, desequilibrios econó-


micos, desorden moral y social... y, en definitiva, el resquebrajamiento de
un determinado modelo de sociedad, ésas serían –según el cronista indio
Guamán Poma de Ayala– las consecuencias de una sexualidad descontro-
lada, no sometida a normas, cuya responsabilidad también él hace recaer en

40 Ibídem, fls. 67r. y 82v. Decía de ellas: “son...el cebo que tiene el Demonio en este reino para
que se cometan millones de pecados, porque ellas ut in plurimum son hermosas y traen con esto hábi-
to muy deshonesto, lascivo y libre, porque andan con hábito de indias, que es deshonestísimo de suyo
y más añadiéndole galas y incentivos de damascos y tamenetes y pantufos [sic] de plata y otras inven-
ciones inventadas por el Demonio; con las cuales y con la libertad que tienen, sin honra ni obligación,
traen los hombres locos y causan inumerables pecados, y las hijas que nacen de estas mestizas van cau-
sando otros muchos”.
41 Ibídem, fls. 66v-67r.
MANCEBAS DE ESPAÑOLES, MADRES DE MESTIZOS 31

primer lugar sobre las mujeres indias, a las que no duda en calificar una y
otra vez como “grandes putas”. Totalmente contrario al mestizaje, origen
de los peores males de la sociedad colonial, Guamán Poma nos ofrece en
su obra uno de los retratos más negativos de la mujer indígena de su época,
en vivo contraste con el que traza de la mujer de la época anterior a la
Conquista. Por su causa se vacían los pueblos, ya que los indios o se van o
no vuelven a ellos por no afrontar la vergüenza de ver a sus mujeres aman-
cebadas; en su ausencia,
...se hazen uellacas, putas quando ronda el tiniente de corregidor o el mismo corre-
gidor o el padre, o fiscales, sacristanes, cantores, alcaldes, alguaciles, cofrades. Le
fuerzan en ausencia de sus maridos y a las dichas solteras y biudas o quando
[e]stán borrachas lo van a buscar ellas y buscan ellas los tanbos rreales a los espa-
ñoles, mestisos, mulatos, negros, yanaconas y a los mismos corregidores, padres,
comendero, y a sus ermanos lo buscan.42

Sexualmente insaciables, no sólo van a buscar hombres a los tambos,


sino que con una sola vez que entren en casa del cura o del español pierden
la honra para siempre y luego se van, abandonando a padres e hijos; inclu-
so después de haber sido forzadas, prefieren acostarse con cualquiera antes
que casarse con un indio del común.
Como dicho tengo, en fornicándose con español y padre, corregidor, comendero o
con mestiso o con mulato, negro, yanacona [criado], ya no quiere casarse con
yndio hatun luna, yndio uajo. Y estas yndias son peores que negras y no tienen ya
honra. 43

Se podrían multiplicar tanto el número de citas como el de autores, pero


creo que los tres casos aquí representados (el virrey Toledo, el obispo
Cárdenas y el cronista Guamán Poma) reflejan suficientemente las líneas
básicas del que podemos considerar discurso hegemónico sobre la mujer
indígena a partir del último tercio del siglo XVI. Una mujer caracterizada
ante todo por una sexualidad y una capacidad para procrear transgresoras,
que representa un atentando contra el buen orden moral, social, económico
y político. En su conformación, esta imagen de la mujer india caminaba de

42 Guamán Poma de Ayala, Felipe: Nueva crónica y buen gobierno, edición de John V. Murra,
Rolena Adorno y Jorge L. Urioste, Historia 16, Crónicas de América, 29, 3 tomos, Madrid, 1987. La
cita se encuentra en tomo II, pág. 948. Véase Osorio, Alejandra: “Seducción y conquista: una lectura
de Guamán Poma”, Allpanchis, 35-36, vol. I, 1990, págs. 293-327; Graubart, Karen B.: “Indecent
living: indigenous women and the politics of representation in Early Colonial Peru”, Colonial Latin
American Review, vol. 9, n.º 2, 2000, págs. 213-235.
43 Ibídem, pág. 928.
32 BERTA ARES QUEIJA

la mano con la imagen de su hijo mestizo, retroalimentándose la una a la


otra, pues si los mestizos tenían ruines costumbres, eran ociosos, inclina-
dos a los vicios de la carne, de bajos pensamientos, desleales, etc., esto se
debía –según la opinión mayoritaria de la época– a que se criaban con sus
madres indias, a la inclinación que de ellas se les pegaba y, en definitiva, a
que lo “mamaban en la leche”.44
Ahora bien, al igual que ocurrió en el ámbito de las actitudes y las prác-
ticas, no hubo tampoco un único discurso en torno a la mujer indígena. Por
eso y a manera de contraste, resulta interesante asomarnos a la obra del Inca
Garcilaso de la Vega, precisamente un mestizo de la primera generación.

“…por parte de las madres es suya la tierra”


Hay un pasaje de la obra del Inca que siempre ha llamado mi atención,
entre otras razones porque creo que de él brotan a borbotones un sinfín de
imágenes y sentimientos acerca de su propia circunstancia familiar, repre-
sentada por el triángulo conquistador español (su padre) / manceba india
(su madre) / hijo mestizo (él mismo). La escena que nos cuenta en ese pasa-
je transcurre en Guatemala, a donde Pedro de Alvarado regresa, tras un
viaje a España, trayendo consigo a un nutrido grupo de mujeres nobles con
el fin de casarlas con sus compañeros de armas. En una de las fiestas orga-
nizadas en su honor, dos de las damas observan a sus potenciales maridos
y una comenta a la otra que no piensa casarse con ninguno de aquellos
“viejos podridos”, porque al que no le falta una pierna, le falta un brazo, un
ojo o las orejas. A lo que la otra le dice:
– No hemos de casar con ellos por su gentileza, sino por heredar los indios que tie-
nen; que según están viejos y cansados se han de morir presto, y entonces podre-
mos escoger el mozo que quisiéremos en lugar del viejo, como suelen trocar una
caldera vieja y rota por otra sana y nueva.

Uno de aquellos hombres las oyó, y tras afearles sus palabras y contar
al resto lo que acababa de oír, se fue a su casa, hizo venir a un sacerdote y
“se casó con una india, mujer noble, en quien tenía dos hijos naturales”,

44 Cfr. Carta del P. Plaza al P. Ev. Mercuriano (Lima, enero 1578), en Egaña, Antonio:
Monumenta Peruana, t. II, pág. 332, Roma, 1958; Carta de Toledo al rey sobre asuntos diversos
(Cuzco, 1 de marzo de 1572), en Levillier: Gobernantes del Perú..., t. IV, pág 125; sobre la transmisión
por la leche cfr. Lizárraga, fray Reginaldo de: Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán,
Río de La Plata y Chile (1603-1609), Biblioteca de Autores Españoles, vol. CCXVI, págs. 101-102,
Madrid, 1968.
MANCEBAS DE ESPAÑOLES, MADRES DE MESTIZOS 33

legitimándolos de este modo para que pudieran heredar ellos su reparti-


miento. Añade Garcilaso que en el Perú unos pocos hicieron lo mismo,
pero que la mayoría dieron lugar a lo que aquella dama anunciaba, es decir,
que fueron sus esposas no indias las que heredaron las encomiendas, y no
sus ilegítimos hijos mestizos. En realidad, lo que nos está refiriendo no es
más que su propia historia: su padre dejó de lado a su madre india para
casarse con una española. El lamento por esta actitud paterna se desprende
de las palabras del cronista:
Sus hijos dirán cuán acertado haya sido, pues desde los espitales [sic] en que viven
ven gozar a los hijos ajenos de lo que sus padres ganaron y sus madres y parien-
tes ayudaron a ganar. Que en aquellos principios, viendo los indios alguna india
parida de español, toda la parentela se juntaba a respetar y servir al español como
a su ídolo, porque había emparentado con ellos, y así fueron estos tales de mucho
socorro en la conquista de las Indias.45

Como se puede comprobar, estamos de nuevo ante la figura de la mujer


indígena como manceba del español y madre de mestizos, pero nada tiene
que ver esta imagen con la presentada en páginas anteriores. Por el contra-
rio, aquí aparece como una aliada, colaborando incluso en la conquista del
territorio, ella y sus parientes;46 una ayuda que no parece haber tenido en
cuenta ni el mismo rey al ordenar que, a falta de hijos legítimos, heredasen
las encomiendas no los hijos naturales, sino las esposas, “como si hubieran
hecho más que las madres de ellos [los hijos naturales] en ganar la tierra”.47
No he encontrado en Garcilaso ni el menor asomo de crítica hacia la acti-
tud de aquellas mujeres por su colaboración en la conquista, quizás porque
consideraba –como mencionará más adelante– que lo hicieron “por amor
de los españoles”. Y si algo llama la atención en su obra es la dignidad con
la que reviste siempre a la mujer indígena, particularmente cuando trata de
sus relaciones con los españoles. En este sentido, posiblemente el pasaje
más representativo es aquel en el que narra cómo doña Beatriz Coya, hija
de Huayna Capac, tras ser presionada, accede a regañadientes a casarse con
un hombre que considera de bajo rango para no contrariar los deseos del
presidente La Gasca, y cómo en el momento de la ceremonia, al ser pre-
45 Garcilaso de la Vega: Historia General…, vol. CXXXIV, lib. II, cap. II, pág. 81.
46 Sobre esta afirmación del cronista hay alguna información en su obra y en otras crónicas y
documentos de archivo; tal vez la ayuda más decisiva fue la recibida por el propio Francisco Pizarro,
estando cercado en Lima, de parte de la madre y parientes de su manceba doña Inés de Guaylas. Véase
Varón Gabai, Rafael: La ilusión del poder. Apogeo y decadencia de los Pizarro en la conquista del
Perú, IEP-IFEA, Lima, 1996, págs. 253-254.
47 Garcilaso de la Vega: Historia General…, vol. CXXXIV, lib. II, cap. II, pág. 81.
34 BERTA ARES QUEIJA

guntada por el intérprete “si quería ser mujer de aquel hombre, ... respon-
dió en su lenguaje diciendo: “Ichach munani, ichach manamunani”, que
quiere decir quizá quiero, quizá no quiero”.48
Es difícil creer que esta historia sobre Beatriz Coya no le recordara al
cronista la de su propia madre, Isabel Chimpu Ocllo, casada también con
un hombre de mucho menor rango que su padre. Lo cierto es que siempre
la menciona con un gran respeto y es su figura la que, en última instancia,
confiere legitimidad al principal recurso retórico sobre el que hace reposar,
una y otra vez, la verdad de su obra histórica: el de saber bien la lengua por-
que la “mamó en la leche”. Por otra parte, no debemos olvidar que su ma-
dre representa esa parte de su identidad que Garcilaso, una vez en España,
quiso resaltar al pasar a autonombrarse “el Inca”, algo parecido a lo que
harán en Perú otros mestizos coetáneos suyos al añadir detrás de los ape-
llidos paternos los términos Inca o Coya.
La figura de la mujer indígena, madre de mestizos, adquiere rasgos
heroicos, cual protagonista de tragedia griega, en un pasaje en el que Garci-
laso describe unos hechos que habrían ocurrido en la ciudad del Cuzco, si
bien por otras fuentes sabemos –aunque a efectos de lo que aquí nos inte-
resa carece de importancia– que no sucedieron como los cuenta.
Según él, después de procesado el inca Tupac Amaru por orden del
virrey Toledo, éste hizo detener a todos los mestizos cuzqueños mayores de
20 años, por haber conspirado con el Inca y sus parientes para alzarse con
el reino.49 Se les acusaba de haberse puesto a su disposición, justificando
su decisión en que a ellos no les había cabido nada de lo que sus padres

48 Garcilaso de la Vega: Historia General…, vol. CXXXV, lib.VI, cap. III, págs. 11-12. Como
mencioné al principio de este trabajo, doña Beatriz Quispe Quipe Coya estuvo casada primero con el
conquistador Pedro de Bustincia y al quedarse viuda La Gasca dispuso casarla con Diego Hernández,
un soldado del que se decía que en su juventud había sido sastre. Según Garcilaso cuando ella se ente-
ró, rehusó de inmediato el casamiento “diciendo que no era justo casar la hija de Huayna Capac Inca
con un ciracamayo”; para convencerla fue necesario que intervinieran varias personas, incluido su her-
mano Paullu Inca.
49 Ibídem, lib VIII, cap. XVIII, págs. 167-171. El cronista está mezclando aquí sucesos dife-
rentes. Por un lado, está el proceso seguido por el virrey Toledo contra Tupac Amaru, la prisión y des-
tierro a Lima de parte de los detenidos en Vilcabamba, así como el proceso y posterior destierro contra
varios miembros de la nobleza incaica cuzqueña (entre ellos D. Carlos Inca), acusados de conspirar con
el Inca. Por otro lado, está el proceso seguido en 1567, durante el mandato del gobernador García de
Castro, contra un nutrido grupo de mestizos cuzqueños, acusados de tramar un levantamiento. En efec-
to, varios de los implicados fueron condenados a destierro y el supuesto cabecilla, Juan Arias
Maldonado, fue enviado a España a petición del fiscal para seguir su proceso. El que ejecutó la orden
de enviarle fue ya el virrey Toledo. Garcilaso cuenta que Arias Maldonado le visitó en su casa y le contó
lo ocurrido; por lo tanto, pudo obtener de él información de primera mano. Nunca sabremos quién fue
el que tergiversó los hechos, si Juan Arias Maldonado o el mismo Garcilaso.
MANCEBAS DE ESPAÑOLES, MADRES DE MESTIZOS 35

ganaron y que pertenecía a sus madres y antes a sus abuelos maternos, ya


que los sucesivos gobernadores lo habían dado a sus parientes y amigos,
condenándoles a ellos a la miseria o a ser salteadores de caminos. Merece
la pena transcribir aquí, aunque la cita sea larga, las palabras que el cronis-
ta pone en boca de una madre india, de quien no da el nombre, pronuncia-
das durante su visita a la cárcel para ver a uno de aquellos mestizos:
– “Sabido he que estás condenado a tormento; súfrelo y pásalo como hombre de
bien sin condenar a nadie, que Dios te ayudará y pagará lo que tu padre y sus com-
pañeros trabajaron en ganar esta tierra para que fuese de cristianos, y los naturales
de ella fuesen de su Iglesia. Muy bien se os emplea que todos los hijos de los con-
quistadores muráis ahorcados en premio y paga de haber ganado vuestros padres
imperios”. Otras muchas dijo a este propósito, dando grandísimas voces y gritos
como una loca sin juicio alguno, llamando a Dios y a las gentes que oyesen las cul-
pas y delitos de aquellos hijos naturales de la tierra y de los ganadores de ella. Y
que pues los querían matar con tanta razón y justicia como decían que tenían para
matarlos, que matasen también a sus madres, que la misma pena merecían por
haberlos parido y criado y ayudado a sus padres los españoles (negando a los
suyos propios) a que ganasen aquel imperio. Todo lo cual permitía el Pachacamac
por los pecados de las madres, que fueron traidoras a su Inca y a sus caciques y
señores por amor de los españoles. Y que pues ella se condenaba en nombre de
todas las demás, pedía y requería a los españoles y al capitán de ellos que con toda
brevedad ejecutasen y pusiesen por obra su voluntad y justicia y la sacasen de
pena, que todo se lo pagaría Dios muy largamente en este mundo y en el otro.
Diciendo estas cosas y otras semejantes a grandes voces y gritos, salió de la cár-
cel y fué por las calles con la misma vocería, de manera que alborotó a cuantos la
oyeron. Y valió mucho a los mestizos este clamor que la buena madre hizo, por-
que viendo la razón que tenía, se apartó el visorrey de su propósito por no causar
más escándalo. Y así no condenó ninguno de los mestizos a muerte, pero dióles
otra muerte más larga y penosa, que fue desterrarlos a diversas partes del Nuevo
Mundo, fuera de todo lo que sus padres ganaron.50

La importancia que Garcilaso atribuye en su obra a estas “madres”,


tanto por sus derechos sobre el territorio como por la colaboración con sus
padres en la conquista del mismo, es semejante a la que le otorgan sus com-
pañeros de generación –algunos de ellos amigos de la infancia– en una
serie de escritos realizados a título colectivo, de los que aquí presentaré tan
sólo los aspectos que guardan relación con lo que vengo tratando.51

50 Ibídem, pág. 168. Énfasis añadido.


51 He analizado en detalle estos documentos en un trabajo anterior. Ver Ares Queija: “El papel
de mediadores...”.
36 BERTA ARES QUEIJA

Cuando en 1578 se prohíbe seguir dándoles órdenes sacerdotales, un


grupo amplio de mestizos peruanos se movilizan hasta conseguir –en
1588– que se derogue la real cédula.52 Con este fin, presentan un intere-
sante expediente primero a los obispos reunidos en concilio en Lima y
luego, una vez conseguido un dictamen favorable, ante el Consejo de
Indias en España. Al mismo tiempo y con el mismo propósito, los alumnos
mestizos de los jesuitas dirigen una carta al Papa para pedirle que inter-
venga ante el rey.53 En estos escritos, de marcado carácter reivindicativo, se
explicitan importantes elementos de lo que parece haber constituido el dis-
curso identitario y de auto-representación de aquella primera generación de
mestizos, o al menos de su formulación “letrada”.
Habida cuenta de que su exclusión del sacerdocio se debía a que eran
mestizos, empiezan por asumir este hecho biológico, para luego intentar
demostrar que tal condición no sólo no supone ningún demérito o tacha,
sino que, por el contrario, hace de ellos los sacerdotes idóneos para la evan-
gelización del indígena, además de merecedores de todo tipo de beneficios
y cargos públicos. En su argumentación, las madres van a ocupar un lugar
de una gran importancia simbólica y en total parangón con los padres. Lo
primero, porque por ellas tienen la cualidad de ser autóctonos, naturales de
aquellos territorios y, por lo tanto, de ellas han heredado los derechos inhe-
rentes a dicha autoctonía (“por lo que les toca de naturaleza en aquellas
provincias”). Lo segundo, porque también les han transmitido los derechos
inherentes a la filiación, ya que muchos de ellos tienen lazos de consan-
guinidad con los antiguos señores de la tierra (fueran éstos incas, caciques
o simplemente señores principales). El rey, por haber sucedido en la pose-
sión de aquellos territorios que para él conquistaron sus padres, debe reco-
nocerles estos derechos no excluyéndoles de los beneficios y cargos que
generen aquellas repúblicas.54

52 RC al arzobispo de Los Reyes sobre que no ordene a personas sin las cualidades suficientes
y especialmente a mestizos (El Pardo, 2 de diciembre de 1578), en Konetzke: Colección de documen-
tos..., vol. I, pág. 514. La ilegitimidad de la gran mayoría de los mestizos, aunque supuso una dificul-
tad, no fue impedimento para acceder al sacerdocio, debido a un Breve papal que autorizaba a los
obispos americanos a dispensarles de esta “tacha”.
53 El expediente se encuentra en AGI, Lima 126. Una copia de la carta, fechada el 1 de febre-
ro de 1583 se conserva en Archivio Segreto Vaticano, Secretaria di Stato, Spagna 30, fl. 390r-392r. Fue
publicada, aunque con algún que otro error, por el historiador jesuita Lopetegui, L.: “El Papa Gregorio
XIII y la ordenación de mestizos hispano-incaicos”, en Miscelánea Historiae Pontificiae, Roma, 1943,
vol. XII, págs. 177-203.
54 Cfr. Ares Queija: “El papel de mediadores...”, págs. 53-54.
MANCEBAS DE ESPAÑOLES, MADRES DE MESTIZOS 37

En definitiva, estaban apelando a su doble origen étnico para legitimar


sus pretensiones, considerando que por ser mestizos tenían derechos por
partida doble. Ni indios ni criollos podían alegar otro tanto. Las propias
autoridades coloniales les atribuían esta pretensión de indudable carácter
político. El virrey Toledo, por ejemplo, lo expresaba en estos términos:
“...no dejan éstos de tener pretensiones juzgando que por parte de las
madres es suya la tierra y que sus padres la ganaron y conquistaron”.55
De la misma manera que ser mestizo no era un demérito para optar a
cualquier beneficio de la república, antes bien se les debían, tampoco el
serlo implicaba ninguna cualidad natural o moral que les impidiera acceder
al sacerdocio. Si por el lado paterno eran hijos de “caballeros hidalgos,
hombres principales y honrados”, por el materno,
...aunque las dichas indias hubieran en algún tiempo sido infieles y de la gentili-
dad, la hora que vinieron en conoscimiento de la ley de Jesuchristo nuestro señor
e rescibieron el santo bautismo no quedó mácula alguna por donde sus descen-
dientes quedasen en alguna nota o infamia.56

Así pues, su ascendencia indígena no solo no les incapacitaba, sino que


–como ya dije antes– hacía de ellos los sacerdotes idóneos para la evange-
lización de los indios. No sólo por el parentesco que les unía, sino y sobre
todo por el conocimiento que tenían de las diversas lenguas nativas, instru-
mento imprescindible para poder instruir adecuadamente a los indios en los
misterios de la fe cristiana. Este conocimiento de la lengua, que algunos
sacerdotes españoles y parte de los criollos obtenían normalmente en la
Universidad, a ellos –como a Garcilaso– les era transmitido de manera na-
tural por sus madres. La diferencia entre uno y otro conocimiento radicaba
en que los cursos de quechua, única lengua impartida en la Universidad,
eran demasiado cortos para aprenderla con la suficiencia que se requería
para enseñar la doctrina, “siendo cosa muy averiguada y sabida que es
menester mamarla en la leche para poderla enseñar como se debe, y cuan-
do menos es necesario cursarla ocho o diez años entre los mismos natu-
rales”.57 Una vez más, nos encontramos ante la imagen de la madre india
ocupando una posición simbólica central, transmitiendo a su hijo mestizo,
mediante un acto tan exclusivo de la mujer como es el amamantamiento,
toda la propiedad de la lengua precisamente llamada materna.

55 Carta del Virrey Toledo (¿1574?), en Levillier: Gobernantes del Perú..., t. V, pág. 338.
56 Memorial de Hernán González y Juan Ruiz, fl. 4r, en AGI, Lima 126.
57 Probanza, fl. 28v, en Ibídem.
38 BERTA ARES QUEIJA

De todos modos, esta posición privilegiada no fue una constante en los


documentos generados por la primera generación de mestizos. Hay que se-
ñalar que, individualmente, a la hora de solicitar alguna merced al rey o que
se les reconociera algún mérito, lo más usual era que se reclamaran simple-
mente hijos de conquistadores o de antiguos pobladores, y tan solo apela-
ban también a su ascendencia indígena en los casos en los que la madre
procedía de un origen social elevado, particularmente si estaba emparenta-
da con los Incas. Esto último se alegaba no tanto por una cuestión de presti-
gio cuanto por derechos implícitos, derivados de las obligaciones que se
suponía había contraído el monarca español con los descendientes de los
antiguos señores naturales.
Por otra parte, de las actitudes y prácticas individuales hacia sus res-
pectivas madres apenas sabemos nada. Sin duda, fueron variadas y depen-
dieron mucho de factores tan esenciales como si fueron o no criados por
ellas, si vivieron o no juntos, etc. etc. Al aproximarnos a sus testamentos
–como hicimos en el caso de sus padres– encontramos efectivamente una
gran diversidad en la forma de figurar en ellos, que va desde el silencio
absoluto que guarda en el suyo el ya citado y rico heredero Juan Arias Mal-
donado58 al nombramiento que hace Cristóbal Jurado de Beatriz Guairo
como su heredera universal –él no tenía hijos– o a los 200 pesos que le deja
en herencia a la suya Juan de Valdivieso, pasando por la estrecha relación
y la confianza que deja entrever el testamento de María de Saldaña, pri-
mero aclarando que su madre sabe qué personas tienen deudas con ella y
cuánto le deben, y luego nombrándola como albacea (junto con Lucas Mo-
reno).59
Mención especial merece el cambio que se opera, respecto a la impor-
tancia que otorga a su madre, en dos testamentos que hizo Francisco Mar-
tín. En 1581, consta como tal Francisco Martín, “hijo de Manuel de Herrera
y de Leonor, india, que el dicho mi padre es difunto y la dicha mi madre es
viva”, está casado pero sin hijos, por lo cual su madre es su “heredera for-
zosa” y así la reconoce, pero deja también como heredera a su mujer de
todo aquello que la ley le permita. Cuarenta años después, en 1622, otorga

58 Hijo de Diego Maldonado el Rico, uno de los primeros conquistadores. Su madre era, según
parece, una de las mujeres de la nobleza incaica que formaron parte del “botín” de la conquista, y que
según el testamento de Diego se llamaba doña Lucía. Posiblemente murió pronto.
59 ADC, Protocolos Antonio Sánchez, n.º 28, Testamento de Cristóbal Jurado (Cuzco, 4 de
noviembre de 1594), fls. 980r-983v; Ibídem, n.º 26, Testamento de Juan de Valdivieso (Cuzco, 21 de
junio de 1588), fls. 700r-703v. Ibídem, Testamento de María de Saldaña (Cuzco, 7 de enero de 1588),
fls. 108r-109r.
MANCEBAS DE ESPAÑOLES, MADRES DE MESTIZOS 39

un segundo testamento con el nombre de Francisco Martín de Herrera


Sotomayor, “natural y nascido que soy en esta ciudad, hijo natural de
Manuel de Herrera Sotomayor y de Leonor Tocto Palla, ansimismo natural
desta ciudad del Cuzco, biznieto y descendiente de los señores ingas, reyes
que fueron destos reinos”. Deja constancia de que su mujer le ha abando-
nado por otro, y de que él ha ganado su vida como maestro, teniendo en su
casa “escuela de enseñar a leer y escrebir y doctrinar los hijos y vecinos y
moradores desta ciudad”.60 ¿Qué pudo ocurrir para que Francisco Martín
necesitara revestirse de esta nueva identidad de “biznieto de ingas” por vía
materna? Dado el estado de nuestros conocimientos, sería demasiado aven-
turado intentar dar aquí una respuesta, pero sí me atrevo a insinuar que el
cambio operado en Francisco Martín se inserta en un proceso más amplio
que tiene que ver con la forma de considerar a los ancestros prehispánicos.
En definitiva, las distintas maneras de figurar en los testamentos de sus
hijos nos sugiere asimismo una diversidad de actitudes, de circunstancias
vitales y de prácticas, como ocurría con los testamentos paternos, y que no
son sino un reflejo de la enorme complejidad que entrañan las relaciones
sociales en cualquier tiempo y lugar.
No hay, pues, un único modelo ni una pauta única de comportamiento.
Lo que encontramos es, ante todo, una pluralidad de actitudes y prácticas,
una pluralidad de discursos e imágenes..., pluralidad, en fin, que nos mues-
tra casi con tozudez que la sociedad colonial estaba lejos de ser esa socie-
dad monolítica y bipolarizada que nos acostumbraron a pensar.

60 Ibídem, n.º 24, Testamento de Francisco Martín (Cuzco, 15 de noviembre de 1581), fls.
1173r-1175r; ADC, Protocolos Juan Gómez de Ayala, n.º 111, “Cuzco, 4 de enero de 1622), fls. 322r-
324v. Énfasis añadido.

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